Oruro 1781
Oruro 1781
Oruro 1781
El siglo XVIII, particularmente la segunda mitad, fue, en las regiones de Perú y Charcas,
un siglo de profunda crisis. El virreinato del Perú vivió su ocaso, Lima perdió el control de
los circuitos comerciales, Potosí y Oruro pasaron a ser asientos mineros secundarios.
Paradójicamente, como ha sucedido en muchas épocas de crisis, tanto en Perú como en
Charcas, se vivió el apogeo de las expresiones culturales.
A la crisis económica, se sumaron las crisis sociales y políticas, el rechazo constante a las
autoridades locales, la creciente toma de conciencia de lo americano y, sobre todo, los
frecuentes amotinamientos de los indios.
Esta situación no fue exclusiva del Perú y Charcas. En la Audiencia de Quito, tal como ha
demostrado Segundo Moreno, se vivió una situación similar, agravada por la decadencia de
la manufactura textil.
En Sica Sica, provincia vecina de Oruro, los indios mataron al teniente de corregidor en
1770, como culminación de una rebelión claramente identificada contra el reparto de
mercadería. Lo mismo sucedió al año siguiente en otra provincia colindante, la de Pacajes.
En Jesús de Machaca, pueblo de ésta última, los rebeldes mataron al corregidor.
Otras veces, el descontento se canalizó a través de una resistencia pacífica, optando por el
camino legal de largos e interminables juicios de las comunidades contra el reparto de los
corregidores. Esa fue, por ejemplo, la vía escogida por varios pueblos de Carangas en contra
del reparto del corregidor Arizaga (ver capítulo Reparto). Esta vía legal fue siempre un
fracaso, lo que explica la violencia creciente que adquirieron las reclamaciones.
Particularmente interesante para este estudio es la rebelión de Condo Condo, por ser un
pueblo ubicado en la provincia de Paria y porque sus consecuencias excedieron el ámbito
local, para unirse con la gran rebelión de Chayanta, acaudillada por Tomás Catari.
El corregidor de Paria, por su parte, informó que los indios Condo Condo de la parcialidad
de Anansaya del ayllu Suilcayana, «encontrándose a media noche a las casas de los
mencionados caciques, les dieron muerte sin permitirles auxilio de cristianos». La Audiencia
ordenó el apresamiento de los indios de Condo Condo que estaban en La Plata, iniciando una
demanda para explicar que la muerte de los Llanquepacha fue ocasionada por un motín y,
además, que se aprehendiera a todos los identificados como cabecillas.
Así se inició un largo proceso que duró hasta 1780, sostenido como parte acusadora por
el Fiscal, el corregidor y las viudas de los Llanquepacha y, como parte acusada, por todos los
indios prisioneros, que eran cerca de cuarenta. De éstos, unos murieron en prisión, otros
lograron probar su inocencia y otros, finalmente, lograron su libertad por la invasión de Catari
en septiembre de 1780.
No interesa en este trabajo dar una referencia detallada sobre los sucesos y el consiguiente
proceso, pero hay que destacar dos cuestiones fundamentales: la rivalidad de las parcialidades
y el efecto de los sucesos en los enclaves de Condo Condo en el valle de Yamparáez.
En efecto, los Llanquepacha eran de la parcialidad Anansaya y los sublevados, de la de
Urinsaya. Algunos prisioneros que probaron ser urinsayas lograron su libertad, como el caso
de Isidro Tarimalco, que la logró después de declarar: «Los que cometieron el desastre fueron
de la parcialidad de Anansaya y yo soy de la Urinsaya».
Un testimonio muy elocuente al respecto es la carta del cura Josep Suero Gonzáles y
Andrada, enviada desde Potosí al Fiscal del proceso el 21 de octubre de 1774, que en su parte
más importante dice:
«Muy señor mío y todo mi mayor aprecio: Los enteradores de la mita de Condo Condo
que se hallan en esta mi parroquia, atendidos por el cariño con el que procuro mirar por mis
feligreses, se me entraron y con lastimosas quejas representáronme el justo temor con que se
hallaban por haber sido ellos de la contraria parcialidad a la del gobernador en su pueblo
Gregorio Llanquepacha por cuya enemistad para quitarles de diferencias con dicho
gobernador me aseguran haberse ellos por el mes de junio asignado voluntariamente a la mita
en que se hallan ocupados y habiéndose ahora escrito de su pueblo el tumulto sucedido contra
el dicho Llanquepacha, o el que dicen que éste suscitó contra la parcialidad de estos indios
me vinieron relacionando el caso...pidiéndome con lágrimas que en virtud de ser yo testigo
de su inocencia, pues se hallan hace más de cuatro meses en esta villa y al mismo tiempo de
la justa indignación con que dicen se ha invitado su parcialidad contra su gobernador...(le
pidieron que abogue por ellos)».
La razón que enardeció los ánimos, al parecer, fue el cambio de cura para la comunidad;
pero los motivos eran mucho más profundos. Éstos estaban relacionados con el cobro de
tributos y la entrega anual de los 57 mitayos que el repartimiento de Condo Condo debía
enviar a Potosí, tareas a cargo del cacique Llanquepacha.
«Soy residente en San Pedro de Milioma, doctrina de Pocpo, y vine a La Plata a cobrar
unos pesos que se me debían y me junté a los indios de Condo Condo por la complacencia
que me produjo encontrarme con compatriotas y naturales de mi país».
A éste, como a otros prisioneros que trabajaban en el molino de Milloma, se les dio
libertad después de comprobarse la ausencia de su comunidad de origen desde seis meses
antes del conflicto.
Por la muerte de algunos de ellos y por la libertad que muchos lograron, en 1780 sólo
quedaban nueve prisioneros. El 10 de septiembre de 1780, los sublevados de Chayanta, con
los hermanos Catari a la cabeza, cercaron la ciudad de La Plata. No es del caso entrar en el
detalle de tan famoso alboroto; lo que interesa aquí es que, como consecuencia de ello, fueron
liberados todos los prisioneros de Condo Condo. El dictamen del oidor Rueda fue duramente
criticado por el Fiscal, pero aquél lo justificaba diciendo que era el único recurso para salvar
a la ciudad.
Los acontecimientos revelaron un estrecho contacto entre los indios de Chayanta y los de
Condo Condo. Los residentes en el valle de esta última comunidad participaron en el asedio
de 1780. Así, el proceso de rebeliones locales terminaba para dar paso a la sublevación
general de los indios.
Aunque la mentalidad reformista empezó a actuar desde las primeras décadas del siglo
XVIII, el gran momento de la reforma fue la época de Carlos III y, en especial, cuando estuvo
encargado de la Secretaría de Indias José de Gálvez (1776-1787).
Una de las primeras medidas que produjo un gran malestar fue la expulsión de los jesuitas
en 1767. El mayor efecto se produjo en las misiones de Mojos y Chiquitos, donde muchos
indios, en señal de protesta, abandonaron los pueblos y volvieron al monte. También en las
ciudades, no pocos seguidores de la Compañía manifestaron su desagrado. Ese malestar no
dejó de estar presente como un telón de fondo secundario, pero real, en la sublevación general
de 1780. El caso de Oruro fue un ejemplo, como se verá más adelante.
Pero fueron, sin duda, las medidas administrativas y fiscales las que causaron mayor
irritación. El «objetivo fundamental de la reforma fue el fortalecimiento económico y militar
del Imperio mediante la racionalización de su sistema administrativo, que sería además
enteramente centralizado». El aspecto más importante de la reforma era, a la vez, el más
conflictivo porque «la eficiencia administrativa de un poder colonial no suele ser apreciada
como ventajosa por sus administrados; tanto en Hispanoamérica como en Brasil, lo era aún
menos porque ese esfuerzo aparecía combinado con otro por aumentar la recaudación fiscal».
Uno de los puntos neurálgicos para aumentar los ingresos fiscales fue el de los impuestos
al comercio. El aumento del impuesto de alcabalas, la erección de Aduanas y la Visita general
al reino fueron las políticas de la reforma que generaron mayor rechazo, el que, en muchos
casos, desembocó en violencia.
El aumento de las alcabalas, la nueva revisión de los fardos para los aduaneros, el pago de
depósitos para todos los productos que salían de la ciudad y la aplicación de impuestos a
productos que nunca los habían pagado produjeron otros tantos amotinamientos en torno a la
Aduana. El más grave fue el del 12 de marzo de 1780, que obligó al Obispo de la ciudad a
suspender, en nombre del Rey, los nuevos impuestos. Las propias autoridades virreinales,
ante el reclamo generalizado, disminuyeron la alcabala y suprimieron la aduana. De todas
maneras, estas medidas no detendrían el avance de los indios contra La Paz al año siguiente,
precisamente liderizados por el indio trajinante Julián Apaza.
La Visita General del Imperio, llevada a cabo en el Perú por José Antonio de Areche y en
Nueva Granada por Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, estaba plenamente identificada con
esa política fiscal. Sus medidas no sólo provocaron una tensión interna entre las propias
autoridades virreinales, sino que fueron factor primordial para el desencadenamiento de la
sublevación de Túpac Amaru en el Perú y la de los comuneros del Socorro, en Nueva
Granada.
Esta última fue también originada por las medidas impositivas del Visitador, como las
restricciones a la producción de tabaco, el restablecimiento del viejo impuesto de armada de
Barlovento, el aumento de alcabalas y de cargas fiscales a productos alimenticios y al
algodón. Los sublevados, cuya lucha fue mucho menos violenta que la que se desarrolló en
el Perú, lograron la mayor parte de sus objetivos.
Por otro lado, tampoco hay que olvidar que la coyuntura internacional, desde hacía tiempo,
impactaba en Iberoamérica, donde se sentía el peso de los conflictos externos en los que
estaban envueltas sus monarquías. Por ejemplo, cuando, en junio de 1779, España entró en
guerra contra Inglaterra, además de los donativos de guerra salidos de las colonias y que se
pedían en muy mal momento, ésta gravitó sobre el accionar de las tropas realistas en el
momento de la sublevación como en la lentitud con la que se desarrollaron algunas
operaciones de represión.
La sublevación general de indios tuvo, en su primera fase, dos grandes focos de rebelión:
Chayanta y Tinta.
En febrero de 1779, la Audiencia, siguiendo las órdenes del Virrey, reinició nuevamente
el proceso, pero Alós se negó a entregar los antecedentes y el proceso se dilató. Catari, sin
abandonar las formas legales, inició entonces la resistencia pasiva. Comenzó a actuar como
cacique, generando un conflicto mucho mayor con el cacique mestizo y el corregidor. Catari
fue detenido, pero un amotinamiento indígena logró su libertad en mayo de 1779.
A los pocos meses, mientras el proceso continuaba lentamente, Catari fue detenido
nuevamente en junio de 1779. Esta vez la detención duraría varios meses. Desde la cárcel,
continuó enviando escritos a la Real Audiencia.
La detención de Catari en Potosí duró hasta abril de 1780. Mientras era trasladado a
Macha, los indígenas lograron liberarlo.
En junio de ese año, el persistente cacique seguía insistiendo en la vía legal, dirigiéndose
a la Audiencia de La Plata. Sin embargo, su escrito fue respondido con una nueva orden de
detención. Los indios reclamaron por la libertad de sus dirigentes de Chayanta y Condo
Condo y comenzaron a ser perseguidos y aprehendidos por las autoridades españolas:
«Todo lo hasta aquí expuesto me ha parecido indispensable por lo pronto hacer presente
(escribe el corregidor Alós) la sabia penetración de Vuestra Alteza a fin de que con los indios
sublevados que se hallan en esa corte (La Plata), tome Vuestra Alteza las providencias que
juzgare oportunas y que sirvan de escarmiento a toda esta provincia, pues reconozco que el
mal va cundiendo, pues éstos se habían unido con el mencionado Catari y con los indios
vecinos de la provincia de Paria que mataron años hace a su gobernador Llanquepacha y, si
no se ataja con tiempo el mal, me temo muy funestas consecuencias».
La influencia de Catari llegaba hasta las provincias vecinas de Paria y Porco; pero todavía
no había brotes de violencia, hasta que el propio corregidor Alós los provocó. El día de San
Bartolomé, el 24 de agosto de 1780, día tradicional de concentración indígena por la salida
de los mitayos, fue aprovechado por el corregidor, acompañado por un considerable cuerpo
de milicias, para cobrar los excesivos repartos.
El cacique Tomás Acho, a dos días de iniciada la feria, usó la ocasión para reclamar la
libertad de Catari, según promesa que el corregidor había hecho semanas antes, por la presión
de un amotinamiento indígena. La respuesta del corregidor fue matar a Acho, lo que
desencadenó la violencia contenida. Pese a la diferencia de armamento, la victoria se inclinó
a favor de los comunarios, quienes lograron apresar al corregidor. Con ello, contaban con la
mejor arma para conseguir la libertad de su caudillo y, con la mediación del polémico cura
Merlos, se logró el intercambio de prisioneros.
Pese al cambio del corregidor Alós, la rebelión continuó y el liderazgo de Catari fue en
aumento. Un segundo éxito de los rebeldes fue el sitio a la ciudad de La Plata, a consecuencia
del cual los prisioneros de Condo Condo fueron liberados.
El otro gran centro de rebelión fue la provincia de Tinta, cercana al Cusco. Su líder, José
Gabriel Condorcanqui, Inca Túpac Amaru II, fue reconocido por todos los rebeldes como el
máximo caudillo. También en la historia de este caudillo indígena hubo un proceso de lucha
legalista, hasta que el 10 de noviembre de 1780, con la ejecución del corregidor Arriaga, se
inició el enfrentamiento directo y, con ello, la sublevación indígena más importante de la
historia colonial.
Los rebeldes consiguieron posteriormente importantes victorias; la más sobresaliente fue
la de Sangarara, el 18 de noviembre. La mayor parte de los indígenas que se adhirieron a la
causa provenían de la provincia quechua Canas y Canchis, de la que Túpac Amaru era
originario; pero también se adhirieron, aunque en menor porcentaje, las otras provincias
aledañas al Cusco. Mucho más decidida fue la adhesión de las provincias aymaras del sur del
Cusco y costeñas del Lago Titicaca, como las que estaban en torno a las poblaciones de Puno
y Azángaro. La toma de esas dos localidades fue violenta y fácil.
Sin embargo, el éxito en el sur no fue acompañado con un éxito similar en el Cusco. Ni
criollos, ni mestizos, ni eclesiásticos acudieron al llamado de Túpac Amara; por el contrario,
se sumaron a las fuerzas de defensa de la ciudad y, luego, a las fuerzas de la represión, salvo,
claro está, contadas excepciones. Pero ésta no fue la única causa del fracaso militar del Inca.
Una buena parte de indígenas, movilizados por caciques como Pumakawa, no sólo no se
unieron a la causa, sino que la combatieron.
Por todo ello, el corto y violento asedio a la ciudad del Cusco fracasó y el 10 de enero de
1781, el Inca iniciaba una desordenada retirada. A partir de ese momento, la iniciativa y la
ofensiva pasaron a manos de las fuerzas de la represión.
Muerto Tomás Catari, en retirada José Gabriel Túpac Amaru, la sublevación, lejos de
extinguirse, estaba en ese momento en plena expansión, particularmente en el altiplano de
Charcas. Prueba de ello es lo sucedido en Paria y Carangas en enero de 1781 y en Oruro en
febrero del mismo año. Sobre esta sublevación tratará la segunda parte de este trabajo.
CAJÍAS DE LA VEGA, Fernando. Oruro 1781: Sublevación de indios y rebelión criolla. Nueva edición [en línea].
La Paz: Institut français d’études andines, 2005 (generado el 31 mars 2020). Disponible en Internet:
<http://books.openedition.org/ifea/7477>. ISBN: 9782821844124.