La Doctrina Del Mercado Libre

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La Doctrina del Mercado Libre

desde una perspectiva política


The Free Market Doctrine from a political perspective.

Miguel Álvarez Texocotitla*

RESUMEN
El presente artículo de investigación contribuye al conocimiento de los aspectos
centrales de la doctrina del mercado libre, que está hoy representada por el proyecto
político de un mercado libre global. El análisis de este proyecto político es impor-
tante porque coadyuva sustantivamente a la comprensión de las reformas económi-
cas en los países subdesarrollados. Es decir, el análisis de este proyecto contribuye
a entender el origen, la naturaleza, la dinámica y las consecuencias de la reducción
drástica del perímetro regulatorio de los mercados. Para materializar esas contribu-
ciones, se exponen y reflexionan las principales proposiciones e implicaciones de la
doctrina de libre mercado. Se consideran tanto las manifestaciones de aquellos que
están en contra de esa doctrina como las de sus defensores, y se analizan algunas
implementaciones relevantes de esta doctrina. Finalmente, a partir del análisis de
todos los argumentos contenidos en el trabajo, se derivan las reflexiones finales.
Palabras clave: Mercado Libre. Proyecto Político. Reformas Económicas. Imple-
mentación y Consecuencias.

ABSTRACT
The present research paper contributes to the comprehension of the main aspects
of the doctrine of free market, which is nowadays represented by the political
project of a free global market. The analysis of this political project is important
since it helps substantially in the understanding of the economic reforms of the
under developing countries. The analysis of this project contributes to the unders-
tanding of the origin, nature, dynamics and consequences of the radical reduction
of the market’s regulatory perimeter. To materialize these contributions, the main
propositions of the free market and its implications are exposed and pondered.
Both the manifestations of those against the doctrine and those who defend it are
considered, and some relevant implementations to this doctrine are also analyzed.
POLIS. México 2019, vol. 15, núm. 1, pp. 143-172

Finally, from the analysis of all the arguments contained in this work, some final
reflections are derived.
Keywords: Free Market. Political Project. Economic Reforms. Implementatión
and Consequences.

Recibido el 19 de diciembre de 2017


y aprobado el 03 mayo de 2018

* Profesor-Investigador. Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa.


Doctorado en Ciencias Sociales. Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimil-
co.Maestría En Economía. New School for Social Research, New York. USA. atm@
xanum.uam.mx
Miguel Álvarez Texocotitla

Introducción

En la década de los 70 del siglo pasado, en los círculos de poder de los países
desarrollados, se decidió retirar toda intervención en los mercados, eliminar
todas las normas o por lo menos, reducir drásticamente el perímetro regu-
latorio de los mercados. Es decir, se resolvió establecer un sistema de libre
mercado.1 Así, desde mediados de aquél decenio, los mercados se encuen-
tran sustantivamente fuera del control de los Estados y de las autoridades
internacionales.
El resultado final de la puesta en práctica a nivel global de esta decisión de
liberalización de los mercados es que no nos encontramos en un periodo
de abundancia proyectada por sus proponentes, sino en una época sombría
donde las fuerzas del mercado han llevado a la sociedad mundial hacia una
crisis profunda. La desregulación generalizada ha provocado crisis financie-
ras, económicas y sociales con todas sus consecuencias negativas.
Obviamente, el cuestionamiento a ese estado de cosas se tenía que dar.
Se ha generado una reacción social explícita en contra de fundamentar la
sociedad en condiciones que suscitan, fomentan y protegen los motivos de
maximización de ganancias de los participantes que controlan los merca-
dos. Un mayor número de personas no aceptan ser los mártires de las fuer-
zas del mercado despiadadas, supuestamente impersonales. El régimen de
laissez-faire está provocando protestas en todo el mundo que rechazan sus
efectos y sus mandatos, y en última instancia, su existencia como un modelo
de organización económica.2
Esta protesta social mundial tiene grandes implicaciones políticas, ya que
la resistencia del mundo a continuar bajo la orientación de un proyecto de
libre mercado mundial ha puesto en tela de juicio a la pretendida hegemonía

1
Una definición clara y directa de lo que es un sistema de libre mercado la ofrece Basu
(2011: 36): “(…) el sistema de libre mercado es como una mano invisible que puede coor-
dinar discretamente el comportamiento de una multitud de individuos interesados sólo
en la maximización de su propio beneficio, con el fin de lograr la eficiencia y un resultado
socialmente óptimo.”
2
Las últimas protestas multitudinarias se han dado en Hamburgo, Alemania, en el mar-
co de la cumbre del G20, donde los organismos multilaterales (OMC, FMI y BM) llaman a
garantizar la libertad de flujos de capital y a vigorizar el libre comercio (La Jornada, 2017).

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política global de los Estados Unidos. Para Hobsbawm (2010), uno de los
cuatro cambios fundamentales en la historia mundial a partir de lo 1990
es el fracaso de la tentativa de Estados Unidos de mantener en exclusiva la
hegemonía mundial. El proyecto neoconservador de este país es una locura,
ya que no sólo pretende que el futuro sea Estados Unidos, sino que cree que
tiene una estrategia coherente para alcanzar ese objetivo.
En este contexto, el presente artículo contribuye al conocimiento de
los aspectos centrales de la doctrina de los mercados libres, que está hoy
representada por el proyecto político de un mercado libre global (PPMLG).
Se aportan hechos y reflexiones que ayudan a dimensionar las implicaciones
económicas, políticas y sociales de esta doctrina, que tanto daño ha provo-
cado en los países pobres y ricos por igual.3
Por otro lado, el análisis que se realiza del PPMLG es importante porque
coadyuva sustantivamente a la comprensión de las reformas económicas en
los países con mercados emergentes, en particular al conocimiento de la
liberalización o reforma financiera. Es decir, el análisis de este proyecto po-
lítico contribuye a entender el origen, la naturaleza, la dinámica y las conse-
cuencias de la reducción drástica del perímetro regulatorio de los mercados.
Para materializar esas contribuciones, se exponen y reflexionan las prin-
cipales proposiciones e implicaciones de la doctrina de libre mercado. Se
consideran tanto las manifestaciones de aquellos que están en contra de esa
doctrina como las de sus defensores, y se analizan algunas implementaciones
relevantes de esta doctrina. Finalmente, a partir del análisis de todos los ar-
gumentos contenidos en la presente investigación, se derivan las reflexiones
finales.

1. El origen de la doctrina del mercado libre

Polanyi (2003) señaló que la civilización europea del siglo XIX se apuntalaba
en cuatro instituciones: el mercado autorregulado, el sistema del balance de

3
Definimos el concepto de doctrina como el conjunto de enseñanzas que se basa en un
sistema de creencias. Se trata de los principios existentes sobre una materia determinada,
por lo general con pretensión de validez universal.

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poder, el patrón oro internacional y el Estado liberal. Todas esas instituciones


eran importantes, pero en particular lo fue el mercado autorregulado, el cual
originó una civilización determinada.4
Para Polanyi (2003), una economía de mercado autorregulada es un sis-
tema económico controlado, regulado y dirigido sólo por los precios del
mercado. Esta economía surge del supuesto de que los agentes económicos
son maximizadores de utilidad y/o de beneficios. La autorregulación implica
que toda la producción se destine a la venta en el mercado, y que todos los
ingresos deriven de tales ventas.
En este tipo de economía, entre más se desarrolla la producción, se tiene
que garantizar la oferta de los insumos o factores productivos; principalmen-
te, la oferta del trabajo, la tierra y el dinero. Estos tres factores deben estar
disponibles para su compra en el mercado; es decir, deben estar disponibles
como mercancías.
Sin embargo, esta circunstancia es contradictoria porque ellos no son
mercancías, no lo son, porque ninguno se produce para la venta. Así que
su descripción como mercancías es enteramente ficticia, aunque es con la
ayuda de esta invención que se organizan los mercados donde se compran
y venden estos factores.
Todas las medidas o políticas (por ejemplo, regulaciones) que inhibieran
la formación de tales mercados pondrían en peligro la autorregulación del
sistema. En general, no debe obstaculizarse la formación de estos mercados,
sólo se debe permitir la generación de ingresos a través de las ventas; no
debe haber interferencia alguna con el ajuste de los precios al cambiar las
condiciones de los mercados de factores.
Por tanto, debe haber mercados para todas las mercancías, incluyendo
los factores productivos, y ninguna medida o política deberá influir sobre
su funcionamiento. Ni el precio, la oferta o la demanda deben ser fijados o
regulados; sólo se permitirán las políticas y medidas que ayuden a asegurar
la autorregulación del mercado creando condiciones que lo conviertan en
el único poder organizador en la esfera económica.

4
Éste y otros planteamientos teóricos de la presente sección se encuentran en la
obra de Polanyi (2003).

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La evolución de los mercados regulados a los mercados autorregulados


a fines del siglo XVIII representaba una transformación completa en la es-
tructura de la sociedad. El mercado autorregulado requería la separación
institucional de la sociedad en una esfera económica y una esfera política,
no obstante que esa división jamás había existido. Nunca se ha tenido un
sistema económico separado de la sociedad. El orden económico es sólo una
función del orden social en el que se contiene. En consecuencia, antes del
siglo XIX, los mercados no fueron jamás otra cosa que complementos de la
vida económica.

La experiencia de Inglaterra

A mediados del siglo XIX, Inglaterra instrumentó un proyecto de mercado


libre. El propósito era emancipar a la economía del control social y político,
lo que se hizo mediante la construcción de una nueva institución, el libre
mercado, y la destrucción de los mercados más arraigados en lo social que
habían existido en ese país durante siglos. El libre mercado creó un nuevo
tipo de economía en la que los precios de todos los bienes, incluyendo el tra-
bajo, se modificaban sin que se tuvieran en cuenta las repercusiones sociales.
La promoción del libre comercio, la reforma de las leyes de pobres con
el objetivo de obligar a los pobres a trabajar y la eliminación de todos los
controles restantes sobre los salarios fueron los tres pasos decisivos en la
construcción del libre mercado en Inglaterra, que es el modelo original de
todas las políticas neoliberales subsiguientes.
El libre mercado era –y básicamente sigue siendo– una peculiaridad an-
glosajona. Fue construido en un contexto que no se daba en ninguna otra
sociedad europea, aunque su plenitud duró sólo alrededor de una genera-
ción. Nunca habría podido crearse si en Inglaterra la sociedad no hubiera
sido profundamente individualista. Fue una transformación social que se
llevó a cabo en unas circunstancias excepcionalmente propicias. La gente
tenía una fe ciega en el progreso espontáneo, y con el fanatismo de los
funcionarios gubernamentales, se presionaba por un cambio ilimitado y no
regulado en la sociedad.
Sin embargo, el laissez-faire demostró que la estabilidad social y el libre
mercado no son compatibles. Los daños causados por el libre mercado a

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otras instituciones sociales y al bienestar de la sociedad fueron severos, por


lo que se originaron contra movimientos políticos. Las leyes emanadas de los
efectos negativos del libre mercado atenuaron, al regularlo, sus impactos. La
sociedad inglesa habría sido arrasada si no hubiesen existido medidas contra-
rias, protectoras, que minaban la acción de este mecanismo autodestructivo.
La historia social del siglo XIX fue así el resultado de dos procesos: la
extensión de la organización del mercado en lo referente a las mercancías
genuinas que se vio acompañada por su restricción en lo referente a las mer-
cancías ficticias (el trabajo, la tierra y el dinero). Mientras que los mercados
se dilataban por el mundo y la cantidad de los bienes involucrados crecía
significativamente, una red de medidas y políticas frenaban la acción del
mercado en relación con las mercancías ficticias. De esta manera, la orga-
nización de los mercados mundiales de mercancías, capital y dinero daba
un impulso inédito al mecanismo de los mercados bajo la protección del
patrón oro, pero surgía al mismo tiempo un movimiento importante para
resistir los efectos perniciosos de una economía controlada por el mercado.

La fantasía del mercado libre

La idea de un mercado autorregulado en el siglo XIX implicaba una quimera


total. Tal fantasía de haberse concretado habría aniquilado a la sociedad y a
la naturaleza. Ineludiblemente, la sociedad tomó medidas para protegerse,
pero todas esas medidas afectaban la autorregulación del mercado, desor-
ganizaban la actividad industrial, y así ponían en riesgo a la sociedad en
otro sentido. Fue esta disyuntiva la que impuso el desarrollo del sistema de
mercado en forma definitiva y finalmente transformó la organización social
basada en él.
Una economía de mercado desarraigada y por completo autorregulada
es un proyecto utópico.5 En lugar del patrón históricamente normal de su-
bordinar la economía a la sociedad, el sistema de mercados autorregulados
requiere que la sociedad se subordine a la lógica del mercado. Sin embargo,

Polanyi (2003) con el término “arraigo” expresa la idea de que la economía no es


5

autónoma.

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la economía no es autónoma, ella está determinada por la política y las


relaciones sociales.
Por otra parte, según Fred Block, el análisis de las mercancías ficticias
nos enseña que esta visión neoliberal de ajuste automático de los merca-
dos en el ámbito global es una fantasía peligrosa.6 Así como las economías
nacionales dependen de un papel activo del Estado, también la economía
global necesita instituciones regulatorias fuertes, incluso un prestamista de
última instancia. Sin tales instituciones, las economías particulares –y quizá
la economía global entera- sufrirán crisis económicas abrumadoras.
Nunca ha existido un sistema de mercado totalmente autorregulado. En
las transformaciones económicas de los países industrializados, los gobiernos
de esos países tuvieron un papel activo no sólo en la protección de sus indus-
trias mediante la política comercial, sino también en la promoción de nuevas
tecnologías. Además, las fallas de los mercados autorregulados, no sólo en
lo relativo a sus mecanismos internos sino también a sus consecuencias, son
tan considerables que se hace necesaria la intervención gubernamental. Por
consiguiente, no existe apoyo intelectual razonable para la proposición de
que los mercados, por sí mismos, generan resultados eficientes y equitativos.

2. La resurrección de la idea de los mercados autorregulados

En esta sección, después de examinar el resurgimiento de la idea del merca-


do libre, se realiza un análisis sobre las reformas económicas, y se discuten
algunos aspectos centrales de las experiencias con la doctrina del mercado
libre en Reino Unido y en México.7 En el experimento británico se resaltará
la transformación del Estado para alcanzar los objetivos del proyecto de
libre mercado. En el caso mexicano, se destacarán los cambios políticos, las
reformas económicas y el fracaso del experimento.

6
Fred Block escribe la introducción al libro de Polanyi (2003).
7
Algunos planteamientos generales y específicos (la experiencia de Reino Unido)
de esta sección se encuentran en la obra de Grey (2000).

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El proyecto político de un mercado libre global (P P M LG )

Considerando que la mano visible del gobierno no evitaba implementar


políticas fiscal y monetaria discrecionales erróneas, resurgió con gran fuerza,
a principios de 1970, la creencia de que una economía de mercado es capaz
de alcanzar por sí misma la estabilidad macroeconómica (Snowdon and
Vane, 2005: 219). Esta idea de mercados autorregulados se materializó en
un proyecto político, el PPMLG, que promueve la creación de un sistema
mundial de mercados interconectados que automáticamente ajusta la oferta
y la demanda en los mercados mediante el mecanismo de los precios. Este
proyecto pretende que tanto las economías nacionales como la economía
global se organicen mediante mercados autorregulados.
Los impulsores de este proyecto insisten en la integración económica
mundial a través del comercio y el flujo de capitales; asimismo propugnan
por la aceptación del modelo estadounidense de capitalismo de libre mer-
cado. Se pueden identificar a tres escuelas de pensamiento macroeconómico
como los pilares intelectuales y promotores contemporáneos de la doctrina
de los mercados libres: el monetarismo, los nuevos clásicos y el ciclo real de
negocios.
Además de sus acciones de sustento teórico y promoción de la idea de
mercados libres, estas escuelas tenían también como propósito, en las déca-
das de 1970 a 1980, minar los modelos macroeconómicos keynesianos, tanto
como instrumentos teóricos como instrumentos de política macroeconó-
mica. Su objetivo explícito era eliminar la teoría keynesiana y remplazarla
con modelos de equilibrio general que pudieran ser convertidos en modelos
empíricos para la política económica; intención que no han podido concre-
tizar (Mankiw, 2006).
El monetarismo representado principalmente por Milton Friedman,
sostiene como principio fundamental la estabilidad inherente del sistema
capitalista. Los mercados tienen un mecanismo de autorregulación que vuel-
ve innecesaria, incluso perjudicial, la intervención estatal en la económía.
Consecuentemente, para este enfoque no hay necesidad de una política de
estabilización activa (excepto en circunstancias extremas). Ante una pertur-
bación la económía regresará rápidamente a la vecindad del nivel natural
del producto y el empleo (Snowdon and Vane, 2005: 24).

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Unicamente bajo condiciones muy especiales el monetarismo ortodoxo


acepta la intervención de los gobiernos en los mercados. Estrictamente sólo
se justifica la intervención gubernamental a través de la política monetaria,
bajo condiciones similares a la gran depresión o para controlar la inflación.
Friedman y Schwartz (1963) sostuvieron que la inestabilidad económica no
se le debería atribuir a los agentes privados, sino más bien, se debía a polí-
ticas monetarias ineptas. En esta conclusión se observa el renacimiento de
la apología a los mercados y el inicio de la estigmatización del Estado por
parte de este enfoque.
Las teorías monetaristas evolucionaron hacia lo que se conoce como la
nueva escuela clásica cuyo exponente más destacado es Robert E. Lucas Jr.
Los miembros de esta escuela sostienen con más vehemencia que los mone-
taristas la estabilidad inherente de los mercados, la cual podría ser pertur-
bada por una política monetaria errática, aunque bajo esa circunstancia los
mercados regresarían rápidamente a su nivel natural de producto y empleo.
En este marco, han propuesto una teoría del ciclo económico basada en los
supuestos de información imperfecta, expectativas racionales y equilibrio de
mercado (Lucas, 1973 y 1976; Lucas y Sargent, 1979).
En ningún caso aceptan interferencias en los mercados, así sea la política
monetaria bajo las circunstancias señaladas por sus antecesores ideológicos.
Tan ferrea es su creencia en los mercados libres y la estabilidad de los merca-
dos que no encuentran justificación para las políticas de estabilización, sólo
para las políticas que pudieran impulsar el crecimiento de las economías en
el largo plazo.
Una tercera escuela de pensamiento que sostiene la doctrina del mercado
libre y que la lleva a niveles más extremos está constituida por las teorías
del ciclo real de negocios (Kydland and Prescott, 1982 y Long and Plosser,
1983). Al igual que las teorías de Friedman y de Lucas, estas teorías fueron
construidas sobre el supuesto de que los precios se ajustan instantáneamente
para lograr el equilibrio de mercado –una diferencia radical con la teoriza-
ción keynesiana que asume rigidez de precios.
Pero a diferencia de sus predecesores, las teorías del ciclo real de los nego-
cios omiten cualquier participación de la política monetaria en las fluctua-
ciones económicas. Las fluctuaciones económicas son predominantemente
causadas por perturbaciones reales (del lado de la oferta) en lugar de pertur-

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baciones monetarias no anticipadas (del lado de la demanda). El énfasis en


ese tipo de perturbaciones involucra fluctuaciones aleatorias significativas
en la tasa de progreso tecnológico que resultan en cambios en los precios
relativos a los cuales los agentes económicos racionales responden óptima-
mente a través de alterar su oferta de trabajo y su consumo.8
Por otra parte, en Estados Unidos los neoconservadores han identifica-
do el libre mercado con la pretensión de este país de ser el modelo de las
naciones modernas; han conseguido apropiarse del credo de que Estados
Unidos es un país único, el ejemplo de una civilización universal que todas
las sociedades están destinadas a emular. Así, el proyecto de construir un
mercado libre global se ha convertido en la misión estadounidense; suplantar
la diversidad histórica de las culturas por una única civilización mundial.9
En la actualidad, el alcance mundial del poder empresarial estadouni-
dense y el ideal de una civilización universal se han vuelto indistinguibles
en el discurso público estadounidense. Sus clases empresarial y política están
actuando a partir de la premisa de que pueden proyectar los valores que
persiguen a todo el mundo y sin incurrir en ningún costo. Ellos tienen la
ilusión de tener encomendada una misión trascendental.
A lo largo de la historia, los imperios y los colonialistas siempre se han
considerado a sí mismos como los proveedores de alguna moral notable, de
exquisitos valores espirituales o de grandes principios políticos; considerando
el poder de la comunidad financiera internacional, por qué no pensar que
sostienen la misma pretensión. También, para alcanzar ese objetivo resuci-
taron la doctrina de laissez faire en su versión moderna, el PPMLG.
Por lo tanto, para el poder político y empresarial de los Estados Unidos
los sistemas económicos y las diversas culturas del mundo se volverán redun-
dantes y se fusionarán en un único libre mercado universal. En particular,
suponen que la vida económica de cualquier país puede ser remodelada a
imagen y semejanza del libre mercado estadounidense. La ejecución reciente
de este proyecto de libre mercado en muchos países confirma ese propósito.

8
Véase Snowdon (2005: 26).
9
Vargas Llosa (2012) también plantea la víspera de una nueva civilización mundial, la
civilización del espectáculo.

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Las reformas económicas

En las últimas décadas, las políticas de Washington han buscado construir


un sistema mundial abierto a la penetración económica y el control polí-
tico por parte de los Estados Unidos de Norteamérica sin tolerar rivales ni
amenazas (Chomsky, 2003: 27). Las reformas económicas impuestas a los
países con mercados emergentes son parte importante de esa política general
estadounidense. Específicamente, las políticas estructurales son la instru-
mentación o puesta en práctica de los principios del PPMLG.
A continuación, se presentan dos propuestas alternativas de reformas
estructurales que coadyuvan a comprender el proceso de implementación
de las ideas de la doctrina del mercado libre. La primera propuesta de re-
formas estructurales podría calificarse como aceptable para todos los países
en términos de eficiencia económica, equidad y progreso social. La segunda
propuesta, que se fundamenta en PPMLG, se conoce como la política estruc-
tural del Consenso de Washington, en la cual la liberalización financiera
juega un papel central.
De acuerdo a la primera propuesta, las reformas estructurales pueden
definirse como la modificación sustantiva de las instituciones, leyes, normas,
reglas, costumbres, que son las que definen en sentido amplio la estructura
económica; transformaciones que determinan las acciones de los agentes
económicos, sus expectativas y motivaciones al establecer los derechos, in-
centivos y obligaciones que las encuadran y orientan hacia unos resultados
sociales que se consideran deseables (Fernández et al., 2002: 100-101).
Según esta definición, las reformas estructurales no sólo persiguen la
eficiencia económica, sino también pretenden alcanzar ciertos resultados de
equidad y progreso social, aspecto clave que contrasta con la propuesta del
Consenso de Washington.
Un examen somero de los objetivos inmediatos y de largo plazo de una
política económica estructural de esta naturaleza permitirá observar que al-
gunos de ellos no coinciden con los objetivos de las reformas estructurales de
primera y segunda generación propuestos por el Consenso de Washington.
Entre los objetivos de corto plazo de este tipo de política estructural
destacan los siguientes (Fernández et al., 2002: 114-115):

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a) Impulsar el crecimiento de la producción y el empleo.


b) Reducir los costos de los ajustes a los desequilibrios macroeconómi-
cos.
c) Contribuir a la reducción del desempleo más directamente.
d) Facilitar el correcto funcionamiento de los mercados de bienes y
servicios.
e) Mejorar la eficacia en la asignación de los recursos productivos.
f ) Aumentar la eficiencia y dinamismo de la economía.
g) Eliminar las barreras comerciales e incrementar la competitividad
internacional de las empresas.
h) Contribuir a generar condiciones favorables tanto para las empresas
como para los consumidores.
i) Buscar la equidad y el progreso social.
j) Optimizar la distribución de la renta, tanto a nivel personal como
territorial, y mejorar el medio ambiente y la calidad de vida de los
ciudadanos.

Los objetivos inmediatos de este tipo de reformas estructurales buscan un


equilibrio entre la eficiencia económica y el progreso social; indican la im-
portancia de una mayor flexibilización de los mercados, sin menoscabo de
la equidad y el bienestar social.
En cuanto a sus objetivos últimos, éstos coinciden parcialmente con los
de una política económica estabilizadora, ya que esta política estructural
también pretende reducir la inflación, combatir el desempleo y controlar
los desequilibrios de la balanza de pagos, además de impulsar el crecimien-
to de la producción real de la economía. Esta política también se plantea
objetivos últimos más cualitativos, como mejorar la distribución de la renta
y la riqueza nacionales, mejorar la asignación de los recursos disponibles,
aumentar la eficiencia en el uso de éstos con carácter permanente, mejorar
la calidad de vida de los individuos, e incluso fomentar la solidaridad y la
justicia social y económica.
Por otra parte, Williamson (2003: 10), redactó un documento donde
se enumeran diez reformas de política económica que casi todos en Was-
hington consideraban necesario emprender en América Latina a fines de la
década de los 1980s.

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Estas reformas del consenso de Washington original o reformas estructu-


rales de primera generación fueron las siguientes: liberalización financiera,
apertura a la inversión extranjera directa, privatizaciones, desregulación,
seguridad para los derechos de propiedad, tipos de cambio unificados y
competitivos, liberalización comercial, disciplina fiscal, reorientación del
gasto público y reforma fiscal (Navia y Velasco, 2001).
De acuerdo a esta clasificación, las primeras seis reformas están estrecha-
mente relacionadas con los mercados financieros. La sexta y séptima están
vinculadas con la apertura comercial de los países con mercados emergentes
y las tres últimas con la estabilidad macroeconómica. En ellas, lo que inme-
diatamente destaca es la ausencia de cualquier política relacionada con el
bienestar social, ya que todas están orientadas hacia la liberalización de los
mercados y el cumplimiento de los compromisos financieros de los países
con mercados emergentes. Esta orientación hacia la liberalización de los
mercados está en sintonía con los objetivos del PPMLG.
Posteriormente, la propuesta original evolucionó hacia una iniciativa de
reformas estructurales de segunda generación. La nueva propuesta del con-
senso de Washington ampliado contiene las siguientes medidas: una reforma
legal y política; la creación y fortalecimiento de instituciones regulatorias; el
combate a la corrupción; la flexibilidad del mercado laboral; el ingreso a la
Organización Mundial de Comercio (OMC); el establecimiento de códigos
y normas financieras; la apertura prudente y racional de la cuenta de capi-
tal; la no implementación de regímenes de tipo de cambio intermedios; la
creación de redes de seguridad social y políticas de reducción de la pobreza.
Las primeras cinco reformas están orientadas a consolidar las políticas
estructurales previas. La sexta, séptima y octava no son estrictamente re-
formas, sino sólo cambios que también son necesarios para que funcionen
adecuadamente las políticas del consenso original. En particular, ellas tienen
el objetivo de moderar la inestabilidad macroeconómica y bancaria produ-
cida por la primera oleada de reformas financieras. Finalmente, la novena
y décima son una tibia preocupación por los efectos económicos y sociales
de las reformas estructurales sobre la población de los países con economías
con mercados emergentes.
En suma, se puede observar que sólo en la propuesta de reformas estruc-
turales de segunda generación se contemplaban marginalmente la pobreza

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y la seguridad social, pero no temas fundamentales como la distribución del


ingreso y la riqueza, el medio ambiente y la justicia social y económica. Esto
puede explicarse en cuanto el proyecto político de creación de un mercado
libre global no tiene como objetivos esos temas.

El experimento de libre mercado en Reino Unido y México.

El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización


Mundial de Comercio han buscado imponer mercados libres a todos los
países. Han aplicado programas políticos específicos cuyo objetivo último
es incorporar las distintas economías del mundo en un único mercado sin
restricciones.10
En el Reino Unido las políticas de reforma estructural provocaron cam-
bios económicos, políticos, sociales e institucionales significativos. Los
impulsores de estas reformas consideraban que para alcanzar sus objetivos
era imperativo tomar el poder político. Al ejercer el poder del Estado para
imponer las reformas económicas debilitaron las instituciones políticas en
aspectos vitales, a tal punto que se puso en riesgo la existencia misma del
partido político que las instrumentó, el Partido Conservador. Ésta no fue
una singularidad británica, sino la expresión local de una paradoja general.
La centralización del Estado británico fue una parte integral de la cons-
trucción del libre mercado. Sólo un Estado centralizado poderoso podía
enfrentar a las fuertes instituciones de intermediación, como los sindicatos
que mediaban entre los trabajadores y las fuerzas del mercado. La creación
de un libre mercado requiere que estas instituciones sociales sean debilitadas
o destruidas; deben ser neutralizadas como productoras de intereses parti-
culares que obstaculizan al libre mercado.
Según esta concepción fundamentalista, la función primaria del Estado
es proporcionar un marco de reglas y reglamentos dentro del cual los mer-
cados –en particular el del trabajo- funcionen de manera autorregulada.
En consecuencia, la legislación laboral tenía que modificarse. El modelo

10
En Estados Unidos la doctrina del libre mercado también se aplicó ampliamen-
te. Las políticas concretas de esta doctrina determinaron significativamente sus crisis
financieras y económicas recientes.

156

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contemporáneo que inspiró todos estos cambios fue el mercado de trabajo


estadounidense, con sus altos niveles de movilidad, su flexibilidad salarial
descendente y los bajos costes para las empresas.
Así, las políticas estructurales inglesas despojaron al Estado de la mayor
parte de su influencia en la economía; se dio una transformación fundamen-
tal de las funciones del Estado; casi todas las propiedades estatales pasaron
al sector privado; se redujo el poder de los sindicatos; se creó un mercado de
trabajo más individualista; se ponderó la estabilidad de precios y se abando-
nó la responsabilidad gubernamental respecto al pleno empleo.
De manera similar al Reino Unido, el impulso inicial del experimento en
México fue pragmático. No emanó de su clase política, sino que fue concebi-
do por sus funcionarios públicos. Ante el declive económico, la implemen-
tación de un proyecto fundamentalista de mercado no era la única respuesta
posible, ni tampoco la más adecuada. Como ocurrió en otros países, la idea
de mercados libres, con sus soluciones radicales para los problemas econó-
micos, resultó convincente para las élites económicas y políticas.
El poder económico y político real salió de la esfera del Estado, se dio un
proceso de privatización del poder. Se eliminó la capacidad del Estado para
optar entre diferentes políticas macroeconómicas. No sólo se abandonaron
los objetivos de las políticas públicas anteriores, sino que se eliminaron
como posibles opciones. La meta era separar la política neoliberal del control
democrático.11
Entre las reformas que se implementaron en los 1980s, la reforma del
Estado tenía un sitio sobresaliente, ya que ésta generaba otras evoluciones
en la economía y en la sociedad. Para el gobierno mexicano la reforma del
Estado fue un elemento básico de su estrategia de modernización y cambio
estructural (Rebolledo, 1993: 116): “[...] Los avances en materia económica
son, antes que nada, consecuencia del proyecto político más amplio de la
reforma del Estado que [...] implica una nueva distribución de responsabi-
lidades y prioridades tanto para éste como para la sociedad”.

11
No obstante la evidencia histórica, el ex-presidente Carlos Salinas de Gortari afir-
mó enfáticamente que en el periodo de 1982 a 1988 lo que se instrumentó en México
fueron políticas de ajuste estructural convencionales y que bajo su gobierno (1988-
1994) lo que imperó fue un programa de liberalismo social, que no tiene relación alguna
con el neoliberalismo (Salinas de Gortari, 2008).

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En oposición a la explicación gubernamental sobre el propósito de las


reformas, se puede plantear que la instrumentación de las primeras reformas
estructurales obedecía a la exigencia de reestructurar la deuda externa del
país; la cual, a su vez, era fundamental para la viabilidad de las reformas
estructurales propuestas por el gobierno mexicano. Es decir, sin la reestruc-
turación de la deuda externa no era posible la modernización de la economía.
Por lo tanto, las reformas estructurales tuvieron como objetivo principal
afrontar el problema del endeudamiento. La atención de las necesidades
sociales y el enfrentar a un mundo más competitivo, supuestamente los ob-
jetivos de las reformas, eran básicamente un artificio retórico. Modernizar y
liberalizar la economía para pagar la deuda externa era el objetivo.
Las siguientes declaraciones de algunos funcionarios públicos son muy
elocuentes y apoyan lo planteado:

[...] El saneamiento de las finanzas públicas junto con la reforma es-


tructural de la economía, constituyen la condición necesaria para lograr
una negociación exitosa de la deuda externa [...] Entre mayores sean los
esfuerzos realizados en la reforma estructural, mejores serán los términos
y condiciones de las reestructuraciones” (Gurria, 1993: 216-217).

[...] La renegociación [de la deuda externa] del 89/90 validó un espléndi-


do esfuerzo que México emprendió desde 1982-83 y sentó las bases para la
revolución macro y microeconómica llevada a cabo por la administración
del presidente Salinas (Gurria, 1993: 206).

Por otra parte, los promotores de las reformas estructurales de primera gene-
ración requerían de un sistema político fuerte para instrumentar las reformas
con prontitud y eficacia. Ellos necesitaban de un control efectivo de los pro-
cesos políticos fundamentales para impedir que la sociedad se organizara y
presentara una resistencia sólida a los cambios estructurales que implicaran
efectos económicos y sociales negativos. En la mayoría de los casos, los im-
pulsores de las reformas contaron con esa clase de sistema político fuerte. Un
funcionario gubernamental ilustra fehacientemente la facilidad con la cual
los gobiernos de las economías con mercados emergentes instrumentaron
las reformas (Ortiz Martínez, 2003: 17).

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[...] la mayor parte de las reformas de primera generación requerían en


muchos casos tan sólo de la voluntad de la autoridad para su ejecución.
Un decreto bastaba para desmantelar las medidas de control de cambios
y el control del déficit descansaba en la firmeza del control del gasto pú-
blico. Además, en muchos casos los gobiernos contaron con un entorno
político que les permitió avanzar rápidamente en introducir cambios con
consecuencias profundas en el sistema económico [...]

En general, el gobierno mexicano instrumentó las reformas estructurales sin


grandes problemas; sólo en algunas ocasiones enfrentó algunos obstáculos
marginales. Este fue el caso de la reprivatización bancaria durante el régimen
de Salinas. Los argumentos adelantados por su gobierno para reprivatizar
los bancos no fueron completamente aceptados por todos los grupos polí-
ticos. Por ello, Salinas tuvo que negociar y concertar políticamente (Ortiz
Martínez, 1994: 86-88).
Al mismo tiempo, si los promotores de la reestructuración económica de
los países con economías emergentes exigían cambios políticos específicos en
esos países, estas transformaciones políticas se realizaban. Por ejemplo, los
impulsores de las reformas económicas en México requirieron de un sistema
político democrático para justificarlas. Para alcanzar ese objetivo necesitaron
de una reforma electoral, la cual se diseñó y se puso en práctica. Sin embargo,
esta reforma instrumentada por el gobierno de Salinas, fue muy limitada; el
control de los procesos electorales siguió bajo el control del poder ejecutivo
y de su partido político, el PRI.
En general, las reformas estructurales han operado negativamente sobre
los procesos democráticos. Chomsky (2003: 200), indica que la liberaliza-
ción financiera que inauguró la era neoliberal en la década de 1970 redujo
las posibilidades de elección democrática, trasladando las decisiones a manos
de un “Senado virtual” de inversores y prestamistas, los cuales realizan refe-
rendos continuamente sobre las políticas económicas y financieras tanto de
las naciones en vías de desarrollo como en las desarrolladas.
Un claro ejemplo de antidemocracia lo dan los bancos centrales, al carecer
de representatividad social estos bancos expresan fielmente las perspectivas
y los intereses de la comunidad financiera. Lo mismo es cierto para otras
políticas neoliberales: la privatización, por ejemplo, reduce el campo de las

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opciones democráticas posibles, de forma grave en el caso de la privatiza-


ción de servicios, que ha dado lugar a una gran oposición popular. Incluso
en estrictos términos económicos, los programas de privatización fueron
impuestos con muy poca evidencia empírica, si acaso había, o bases teóricas
sólidas (Chomsky, 2003: 201).
En ese contexto es importante señalar las precisiones de Joseph Stiglitz
en torno al concepto de democracia. Para Stiglitz: (2003: 14) “[...] la de-
mocracia en el verdadero sentido de la palabra es algo más que la mera
democracia electoral. La verdadera democracia supone la participación en
la toma de decisiones del país, y entre las decisiones más importantes están
las que repercuten en mayor medida en la vida de la gente: las decisiones
económicas [...]”.
En México, la doctrina de libre mercado ha infligido daños sociales y
políticos enormes, con pocos beneficios para la economía en su totalidad, si
es que éstos han existido. Con este proyecto se acrecentaron las desigualda-
des económicas y sociales. Asimismo, la corrupción de las instituciones del
Estado que ha propiciado ha levantado formidables obstáculos al funciona-
miento de la economía y de la democracia. Los efectos de esta doctrina han
sido perversos, incluso desde un punto de vista estadounidense. Se supone
que el principal interés de Estados Unidos en México es mantener su esta-
bilidad política; sin embargo, las políticas de libre mercado han convertido
a México en un país inestable que enfrenta un futuro político incierto.
No puede saberse el destino de este país con el fundamentalismo de mer-
cado. No parece viable un regreso al nacionalismo económico del pasado.
En México, quizás más claramente que en cualquier otra parte, las políticas
de libre mercado han fracasado de una manera ostensible, pero han dejado
pocas opciones positivas a la sociedad que están arrasando.
Las múltiples semejanzas entre los efectos de las políticas de libre mercado
en países tan diferentes como Reino Unido y México no son accidentales.
En cada uno de esos países el libre mercado, ha enriquecido a una pequeña
minoría, ha expoliado a las clases medias, ha aumentado el número de mar-
ginados, sin escrúpulos ha usado los poderes del Estado, ha corrompido y
deslegitimado a las instituciones estatales, ha dividido a las sociedades y ha
establecido los términos dentro de los cuales los partidos y otras organiza-
ciones de la oposición deben operar.

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3. La crítica de Keynes a la doctrina del mercado libre

En el presente marco de inestabilidad económica generalizada, la crítica de


Keynes a la doctrina del laissez faire es importante porque esta doctrina es la
base intelectual de aquellos que dirigen el actual sistema económico interna-
cional. Considerando que Keynes fue un economista neoclásico destacado,
su cuestionamiento puede calificarse como una crítica interna, al generarse
dentro del pensamiento económico que ha dominado en las economías capi-
talistas. Sus cuestionamientos no por ello dejan de ser apreciables y relevantes
ya que constituyen un punto de partida en la elaboración de una crítica más
fundamental a la doctrina del laissez faire, la cual necesariamente tendría
que incluir planteamientos más radicales fuera del ámbito de la corriente
prevaleciente del pensamiento económico.12
Por otro lado, y al margen de cualquier limitación, la crítica de Keynes
menciona que la doctrina del laissez faire fue seguida y defendida consciente
o inconscientemente, antes y durante la crisis de 1929, por los principales
participantes en la bolsa de valores, por destacados académicos y por los
principales funcionarios del gobierno estadounidense, incluyendo a los pre-
sidentes Coolidge y Hoover. Esta es una circunstancia importante ya que
guarda gran similitud con los apoyos contemporáneos a esta doctrina.

Su análisis de la doctrina del mercado libre

En su obra (El fin del laissez faire, publicada en 1926), Keynes ubica el ori-
gen de la doctrina de los mercados libres en los planteamientos filosóficos
de algunos pensadores prominentes de los siglos XVII al XIX. En particular,
desde fines del siglo XVIII esta doctrina se alimentó de diversas corrientes
de pensamiento principalmente de las representadas por John Locke y Da-
vid Hume, las cuales constituyeron un sólido sustento intelectual para los
derechos de propiedad y de libertad del individuo. Libertad para hacer lo
que prefiera consigo mismo y con sus propiedades.

Como podrían ser los planteamientos de Karl Polanyi (2003), John Gray (2000),
12

Kaushik Basu (2011), y Fred Block and Margaret Somers (2016).

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Un tema fundamental que discute en su obra es la noción de armonía


entre el egoísmo individual y el bien público. La contradicción entre el in-
dividualismo de David Hume y el igualitarismo de Jeremy Bentham recibió
de los economistas clásicos una supuesta base científica, al suponer que por
la acción de las leyes naturales los individuos que persiguen conscientemente
sus propios intereses, en condiciones de libertad, tienden siempre a promo-
ver al mismo tiempo el interés general.
En conjunto, el individualismo de los filósofos políticos y la armonía
entre el interés personal y el interés de la colectividad, supuestamente jus-
tificada en términos científicos por los economistas clásicos, apuntalaron la
doctrina del laissez faire. Además, la corrupción y la ineptitud de los fun-
cionarios públicos que se dio principalmente en el siglo XIX indujeron la
aceptación generalizada de esta doctrina. Keynes (1988: 278-279) lo sintetiza
de la siguiente manera:

[…] Los filósofos y economistas nos dijeron que por diversas y profundas
razones la empresa privada sin trabas había promovido el mayor bien
para todos. ¿Qué otra cosa podría haber agradado más al hombre de
negocios? […] De esta manera, el terreno era fértil para una doctrina
según la cual, sobre bases divinas, naturales, o científicas, la acción del
Estado debe limitarse estrechamente y la vida económica debe dejarse,
sin regular hasta donde pueda ser, a la habilidad y buen sentido de los
ciudadanos individuales, movidos por el motivo admirable de intentar
su progreso en el mundo.

Actualmente se podría agregar: ¿Qué otra cosa podría haber fascinado más
a los intereses creados en los mercados financieros, desde la década de los
70, que la desregulación de los mercados? Sin duda, ninguna otra cosa que
no fuera una doctrina que promoviera y justificara a plenitud la búsqueda
desenfrenada de los máximos rendimientos.
Puede analizarse con más detenimiento el origen de la doctrina de libre
mercado. Keynes (1988: 285) advierte que los principios del laissez faire se han
derivado no de los hechos sino de un conjunto de supuestos irreales ofrecidos
por los economistas convencionales. Estos asumen que la selección natural
sin limitaciones lleva al progreso. Es decir, suponen unas condiciones en las

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cuales la distribución eficiente de los recursos productivos puede darse por


medio de la acción libre de los individuos, a través del método de prueba
y error, de tal manera que aquellos individuos que actúen eficientemente
expulsarán por la competencia a los ineficientes. Esto implica que se debe
ser implacable ante aquellos que invierten su capital de forma errónea. Es un
método que permite el ascenso de los que tienen más éxito en la búsqueda
del beneficio, a través de una lucha despiadada por la supervivencia, que
selecciona al más eficiente mediante el hundimiento del menos eficiente.
No cuenta el coste de la lucha, sino solo los beneficios del resultado final,
que se supone son permanentes.
Asimismo, estos economistas suponen un estado de cosas en el cual existe
la oportunidad para hacer dinero ilimitadamente como producto del máxi-
mo esfuerzo. En condiciones de laissez faire aumenta el beneficio del indi-
viduo que por habilidad o por suerte, se halla con sus recursos productivos
en el lugar correcto y en el momento apropiado. Un sistema que permite al
individuo laborioso o privilegiado recoger la totalidad de los frutos de esta
coyuntura, ofrece evidentemente un inmenso incentivo para estar en el sitio
adecuado y en el momento oportuno. De esta manera, uno de los impulsos
humanos más poderosos, es decir, el amor al dinero se empata con la tarea
de distribuir los recursos económicos racionalmente (efectuando el cálculo
costo-beneficio), para aumentar la riqueza (Keynes, 1988: 286).
Ante esas suposiciones que apuntalan los principios del laissez faire, Key-
nes adopta una postura radical. Él impugna acremente las anteriores supo-
siciones, que intentan darle cierta seriedad a la doctrina del laissez faire, y
en forma categórica propone su eliminación. Sin embargo, hay que situar
la radicalidad de sus planteamientos en la dimensión correcta para evitar
una apreciación errónea de su filosofía política, ya que algunos han visto
en ella ciertos indicios de socialismo. Por suerte, él mismo disipa cualquier
malentendido sobre su pensamiento político al declarar contundentemente
que la lucha de clases lo encontraría entre la burguesía ilustrada.
Keynes (1988: 290) propone tajantemente:

“Eliminemos los principios metafísicos o generales sobre los que, de


cuando en cuando, se ha fundamentado el laissez faire. No es verdad que
los individuos tengan una “libertad natural” sancionada por la costumbre

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de sus actividades económicas. No existe un “convenio” que confiera


derechos perpetuos sobre lo que tienen o sobre lo que adquieren. El
mundo no se gobierna desde arriba, de manera que no siempre coinciden
el interés privado y el social. No es dirigido aquí abajo de manera que
coincidan en la práctica. No es una deducción correcta de los principios
de la economía que el interés propio ilustrado produzca siempre el interés
público. Ni es verdad que el interés propio sea generalmente ilustrado;
más a menudo, los individuos que actúan por separado persiguiendo sus
propios fines son demasiado ignorantes o demasiado débiles incluso para
alcanzar éstos. La experiencia no demuestra que los individuos, cuando
forman una unidad social, son siempre menos clarividentes que cuando
actúan por separado.”

Lo primero que destaca en la cita precedente es la calificación de metafísicos


que Keynes hace de los principios en que se fundamenta el laissez faire. Estos
principios son sólo supuestos que no emanan, en ningún sentido, de un
análisis científico de la realidad social. Keynes niega rotundamente supuestas
leyes naturales que gobiernan las relaciones sociales y supuestos contratos
sociales que justifican la distribución de la riqueza y concilian intereses que
conducen a la armonía social. Cuestiona agudamente la supuesta superio-
ridad del individualismo sobre la acción colectiva, y en particular, que el
egoísmo individual conduzca a un resultado social positivo.
Por otra parte, hay que considerar un hecho importante que señala Key-
nes (1988: 288-289): el individualismo y el laissez faire, a pesar de sus pro-
fundas raíces en las filosofías políticas y morales de finales del siglo XVIII y
principios del XIX, no podían haber asegurado su dominio sobre la dirección
de los asuntos públicos, sino hubiera sido por su conformidad con las nece-
sidades y los deseos de los empresarios. Este señalamiento de Keynes ilustra
con nitidez la comunión entre esta doctrina y los intereses empresariales y
financieros.
Lo anterior tiene cierto paralelismo con lo que sucedió en la economía
mundial a partir de 1970. Aunque el dominio del laissez faire sobre los mer-
cados fue más virulento a finales del siglo XX que en 1929, ya que contó con
el apoyo irrestricto de los empresarios. En particular, la desregulación de los

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mercados financieros no hubiera sido posible sin el impulso que le dio la


comunidad financiera internacional.
En relación a los mercados financieros, Keynes (1988: 294) se inclinó por
la regulación de las operaciones financieras claves y la transparencia de las
mismas. Para él, los problemas económicos principales se derivan del riesgo,
la incertidumbre y la ignorancia, ya que, los individuos con recursos pueden
aprovecharse de la incertidumbre y de la ignorancia. El remedio no estaría al
alcance de la acción de los individuos, dado que, incluso pudiera convenir
a sus intereses empeorar el riesgo, la incertidumbre y la ignorancia. Keynes
pensó que la corrección para estas cosas está en la regulación del dinero y
del crédito por medio de una institución central y en la transparencia de la
información, si es necesario por ley, de todos los hechos económicos que
sean útiles conocer.
Particularizando con el ahorro y la inversión, Keynes (1988: 294) señala
que se necesita la acción coordinada para que la comunidad como un todo
ahorre, para que estos ahorros vayan al exterior en forma de inversiones
extranjeras, y para que se distribuyan los ahorros por los canales más produc-
tivos. Enfáticamente, él indica que estos asuntos no tienen que dejarse ente-
ramente al arbitrio de la opinión y de los beneficios privados, como ahora.
Es conveniente reiterar que los cuestionamientos anteriores a la doctrina
del laissez faire no implican una crítica al sistema de producción capitalista.
Al respecto, Keynes (1988: 295) es muy claro y directo cuando advierte que
sus críticas y reflexiones sobre la doctrina de libre mercado han tenido como
propósito perfeccionar el funcionamiento del capitalismo moderno por me-
dio de la administración de la acción colectiva o del Estado. No hay nada en
ellas seriamente incompatible con la característica esencial del capitalismo,
es decir, con la dependencia de un intenso apetito por hacer dinero y por
los instintos de amor al dinero de los individuos como principal estímulo
de la máquina económica.
Keynes (1988: 293) marca puntualmente los límites de la acción del Es-
tado en la economía. La agenda más importante del Estado no se refiere
a aquellas actividades que los individuos privados ya están desarrollando,
sino a aquellas funciones que caen fuera de la esfera del individuo, aquellas
decisiones que nadie toma si el Estado no lo hace. Lo importante para el
gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y hacerlas

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un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad
no se hacen en absoluto.
Para Keynes (1988: 296), en muchos sentidos el sistema capitalista es
extremadamente cuestionable, pero no sustituible. Si el capitalismo es diri-
gido con sensatez puede probablemente hacerse más eficiente para alcanzar
objetivos económicos que cualquier otro sistema alternativo. En su opinión,
el problema es construir un sistema económico que sea lo más eficiente
posible sin contrariar la idea de bienestar social.
Es importante advertir que el cuestionamiento al sistema capitalista po-
dría agudizarse bajo una economía global de laissez faire, por las implicacio-
nes negativas para la sociedad mundial. Se podría generar una reacción social
explícita y general en contra de fundamentar la sociedad en condiciones que
suscitan, fomentan y protegen la maximización de las ganancias; ya que los
individuos no aceptarían ser las víctimas de las fuerzas del mercado, aparen-
temente impersonales, que ellos no pusieron en acción.

Algunos aspectos de su filosofía política

Keynes (1988: 301) creía en el libre comercio porque pensaba que, en general
y a largo plazo, era la única política económica técnicamente sana e inte-
lectualmente coherente. Pero sin ambigüedades declara que no creía en la
filosofía política que acompañaba a la doctrina del libre comercio.
Keynes no aceptaba el libre mercado de forma incondicional. El no creía
en el libre mercado en toda circunstancia y en cualquier momento, y en su
teoría general lo dice sin reservas (Keynes, 2003: 357).
Bajo el sistema de laissez-faire nacional y el patrón oro internacional,
que era la ortodoxia en la segunda mitad del siglo XIX, no había instrumen-
to de política económica que pudiera utilizar el gobierno para atemperar
la miseria económica en el interior, excepto el de la competencia por los
mercados. Esta ortodoxia rechazaba cualquier medida que pudiera utilizar-
se para enfrentar la desocupación crónica o la subocupación intermitente,
excepto las que servían para mejorar la balanza comercial. De esta manera,
el comercio internacional era un recurso de última instancia para mantener
la ocupación en el interior, impulsando las exportaciones y restringiendo las
importaciones, lo que de tener éxito, simplemente desplazaría el problema

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de la desocupación hacia el país con menos recursos para la competencia.


En consecuencia, el libre intercambio de bienes y servicios distaba de ser un
intercambio mutuamente ventajoso para los participantes.
Por lo que respecta a la filosofía política de la doctrina del laissez fai-
re, Keynes es implacable con su crítica. Es despiadado con el instrumento
político de esa doctrina, el partido conservador, ya que enfatiza en la inca-
pacidad de ese partido para adecuar el sistema capitalista a los cambios de
las circunstancias locales e internacionales. Es severo con los líderes de esa
doctrina por su limitación intelectual para derivar respuestas a los problemas
que enfrenta el sistema capitalista y es exacto en cuanto a identificar el origen
de esa ineptitud, el principio hereditario.
En sus propias palabras (Keynes, 1988: 301-302), el partido conservador
debería ocuparse de desarrollar una versión del capitalismo individualista
adaptada al progresivo cambio de circunstancia. La dificultad estriba en
que los líderes capitalistas son incapaces de distinguir las nuevas medidas
para salvaguardar el capitalismo de lo que ellos llaman bolchevismo. Si el
capitalismo obsoleto fuese intelectualmente capaz de defenderse a sí mismo,
no sería desalojado en muchas generaciones. Pero afortunadamente para
muchos esto es poco probable.
El origen del declive intelectual del capitalismo individualista está en el
principio hereditario. El principio hereditario en la transmisión de la riqueza
y el control de los negocios es la razón por la que el liderazgo de la causa
capitalista es débil y estúpido. Está demasiado dominado por hombres de la
tercera generación. Nada producirá la decadencia de una institución social
con más certeza que su adhesión al principio hereditario (Keynes, 1988: 302).
Sus planteamientos mueven a la reflexión. Keynes (1988) asienta que
el liderazgo capitalista era débil y estúpido. Si esa era su reacción ante la
transmisión del control de las empresas, su crítica sería mucho más severa
con respecto a la actual transferencia de riqueza financiera, que no involucra
dirigir negocios sino sólo invertir, lo heredado, en los mercados financieros.
Después de la primera guerra mundial, los poseedores reales de riqueza
tenían principalmente derechos, no sobre activos reales, sino sobre acti-
vos financieros; en la actualidad se tiene la misma circunstancia, pero más
extendida. Esto implica que las ganancias de los poseedores de riqueza se
derivan principalmente de las transacciones financieras y no de las activi-

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dades productivas. Keynes dijo en su polémica entre el ahorro y el gasto en


inversión: no es el avaro el que se hace rico, sino el que invierte su dinero
en inversiones fructíferas. Sin embargo, hoy por hoy, el que se hace rico no
es el que hace inversiones fructíferas, sino el que invierte especulativamente
en activos financieros, entre más sofisticados mejor. Llanamente, se están
utilizando improductivamente las riquezas heredadas que fueron producidas
colectivamente.
Para Keynes (1988), la doctrina del laissez faire ya no era aplicable en los
30. No creyó que fuera errónea en las condiciones en que surgió, pero dejó
de ser la correcta en las condiciones de su momento (Keynes, 1988: 303).
Bajo esas circunstancias: ¿Cuáles son las alternativas que Keynes contempló?
Si el laissez faire dejó de ser relevante y sus propuestas para el funciona-
miento adecuado del sistema capitalista son erróneas, entonces: ¿es impe-
rativa la regulación de las fuerzas del mercado (o de las fuerzas de la oferta
y la demanda)? ¿Deben fijarse los salarios por las fuerzas de la oferta y la
demanda, de acuerdo con las teorías ortodoxas del laissez faire, o deberíamos
empezar a limitar la libertad de las fuerzas del mercado, por referencia a lo
que es “justo” y “razonable”, teniendo en cuenta todas las circunstancias?
(Keynes, 1988: 305).
A esos cuestionamientos ofrece una propuesta: debemos encontrar nuevas
políticas y nuevos instrumentos para adaptar y controlar el funcionamiento
de las fuerzas económicas, de modo que no interfieran de un modo intole-
rable en las ideas actuales sobre lo que es conveniente y adecuado para los
intereses de la estabilidad social y de la justicia social (Keynes, 1988: 308).
Keynes advierte (1988: 307) de las dificultades para enterrar el laissez faire.
La transición de la anarquía económica a un régimen que deliberadamente
apunta a controlar y dirigir las fuerzas económicas en interés de la justicia
social y de la estabilidad social, presentará enormes dificultades tanto técni-
cas como políticas. No obstante, sugiere que el verdadero destino del nuevo
liberalismo es buscar su solución.
Sin lugar a duda, esas dificultades son descomunales en la actualidad
por el mayor poder que ahora tienen los promotores y beneficiarios de la
moderna versión de la doctrina del laissez faire; así como por la extensión
y profundidad del sistema financiero internacional. Las grandes empresas
siempre han apoyado las propuestas que permiten la maximización de las

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ganancias; y, es por ello que apoyan con toda su poder la doctrina de la des-
regulación de los mercados porque les ha ofrecido las mejores condiciones
para alcanzar ese objetivo.
En la época de Keynes, los hechos sugerían que los banqueros del mun-
do se habían empeñado en suicidarse. En ninguna fase del proceso habían
tenido ganas de adoptar un remedio suficientemente drástico. Se dejó que
las cosas fuesen tan lejos que se hizo extraordinariamente difícil encontrar
una manera de salir (Keynes, 1988: 164). Algo relativamente diferente sucede
hoy en día. Los principales participantes en el mercado financiero mundial
no tienen necesidad, y por ende, ningún empeño para suicidarse, ya que
tienen el poder político para impulsar, diseñar e instrumentar su propio
rescate y recuperación. Pero también ocurre algo relativamente similar. No
obstante que las cosas están llegando demasiado lejos y hay incertidumbre
en relación a la efectividad de la recuperación y en el resultado final, ellos
no aceptarán cualquier cambio o reforma sustantiva que pueda afectar sus
intereses, lo que puede traducirse en un gran problema para encontrar una
salida de la crisis mundial que sea adecuada para todos.

Reflexiones finales

Para Keynes, la teoría económica es un método más que una doctrina, re-
saltaba él, pero debemos reiterar que como doctrina conlleva una ideología
que tiene el propósito de apoyar y justificar los intereses específicos del poder
económico y político, y que en numerosas ocasiones y diversas circunstan-
cias, su función metodológica se ve rebasada por los intereses creados.
Los argumentos presentados en la presente investigación permiten corro-
borar esa idea: el monetarismo, la nueva escuela clásica y la teoría del ciclo
real de negocios tienen una relación interactiva con los intereses creados del
PPMLG que, promueven y apoyan la explicación de éstas escuelas sobre el
funcionamiento de la economía, las cuáles, a su vez, a través de una preten-
dida naturaleza científica de su análisis justifican las decisiones y acciones
de los intereses creados en los mercados. Al objetar la supuesta naturaleza
científica del keynesianismo y su efectividad para resolver los problemas
macroeconómicos centrales, estos enfoques cuestionan la rectoría económica

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del Estado y la estructura de regulación del mercado mundial (un trabajo


intelectual y doctrinario muy preciado principalmente por la comunidad
financiera internacional).
El PPMLG está enfrentando retos económicos, políticos y sociales serios
a consecuencia de la crisis económica global. Además, al llevarse el proyecto
a un estadio más avanzado, los peligros para la sociedad mundial son ma-
yores e impredecibles, y consecuentemente, las resistencias también lo son.
Los retos y resistencias al fundamentalismo de mercado son importantes,
pero su principal promotor, Estados Unidos, tiene el poder suficiente para
vetar cualquier reforma del laissez faire global. Mientras este país continúe
comprometido con este proyecto vetará cualquier reforma. Mientras su po-
lítica siga basándose en la ideología del laissez faire, no habrá posibilidad de
reformar la economía mundial.13
Keynes advirtió de las dificultades para enterrar el laissez faire. Dificulta-
des que son descomunales en la actualidad por el poder que ahora tienen los
promotores y beneficiarios de la moderna versión de esta doctrina; así como
por la extensión y profundidad del sistema financiero internacional. La libe-
ralización financiera ha sido el elemento central para sostener la viabilidad
de un mercado libre global, ya que ha anulado o aminorado las resistencias
que anteriormente había encontrado el proyecto en el siglo XIX.
No obstante la fuerte oposición social que enfrenta, se puede sostener que
el proyecto de implantar mercados libres en todo el mundo parece destinado
a persistir en el futuro previsible. El libre mercado anglosajón seguirá siendo
el modelo de las reformas económicas en todas partes. Por lo tanto, en au-
sencia de una alternativa política viable, la idea de que la economía mundial
debe organizarse como un mercado libre único y universal continuará siendo
la prevaleciente, sobre todo sí los grupos de interés que promovieron este
proyecto mantienen bajo su control los mercados financieros y la economía
mundial.14

13
La administración de Donald Trump plantea reducir muchas de las normas re-
gulatorias de los mercados financieros adoptadas después de la crisis financiera global
(El País, 2017a).
14
Paul Samuelson señaló que el capitalismo libertario del Laissez-faire que predica-
ban Milton Friedman y Friedrich Hayek, al que se permitió desarrollarse sin regulación,

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La Doctrina del Mercado Libre desde una perspectiva política

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