El Derecho Como Ciencia
El Derecho Como Ciencia
El Derecho Como Ciencia
1. Introducción
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Silvana
Mabel García
juicio” respecto de la cuestión, la situación científica del Derecho, no tiene aún consenso
unánime y que todavía el debate entre los pensadores del derecho permanece vigente y con
fuerza.
Sobre el final del trabajo, exponemos nuestro punto de vista y contribuciones
perso- nales con relación al tema en estudio (punto 5), no sin antes analizar los
cuestionamientos que se formulan tanto en torno al concepto, como al objeto y contenido de
la Ciencia del Derecho (punto 2). Especial atención prestamos a los aportes que en su
evolución fueron realizando los grandes forjadores de esta ciencia y exponemos ciertas
visiones particulares (punto 3), considerando asimismo algunas de las posiciones que
discuten el carácter científico de este saber (punto 4).
Concluimos con algunas reflexiones (punto 6)
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camente sino que actúan como uno solo.
A las dificultades ya reseñadas, cabe agregar una última: la propia descripción de lo
que forma el contenido de la Ciencia del Derecho.
Así, la expresión “Ciencia del Derecho” o “Ciencia Jurídica” o “Jurisprudencia”
(utilizadas como sinónimos) se emplea en tres sentidos6:
- En un sentido amplísimo, abarcando todas las disciplinas jurídicas, incluso la
Filo- sofía del Derecho y se habla así de “las” Ciencias del Derecho. En este sentido, las
Ciencias Jurídicas abarcarían, además de la propia Filosofía del Derecho, a la Teoría
general del De- recho (para quienes la consideran disciplina independiente de la Filosofía
del Derecho), la Historia del Derecho, la Sociología del Derecho, la Psicología del Derecho
y la Ciencia del Derecho Comparado.
- En un sentido semirrestringido, comprendiendo todas las ciencias jurídicas, con
exclusión de la Filosofía del Derecho.
- En sentido estricto, como sinónimo de Dogmática Jurídica, entendida como la
cien- cia que tiene por objeto la exposición ordenada y coherente de los preceptos jurídicos
que se hallan en vigor en una época y un lugar determinados, y el estudio de los problemas
relativos a su interpretación y aplicación.
Durante el transcurso del segundo tercio del siglo XIX la Ciencia del Derecho,
como todas las ciencias del espíritu, tomó parte del viraje general hacia el positivismo.
Como mo- vimiento contrario tanto al Derecho natural racional deductivo, como al
romanticismo y la Escuela Histórica, el positivismo se caracteriza especialmente por aspirar
a desterrar de la ciencia, toda metafísica, toda ética material y toda doctrina de valores, y
por restringir la ciencia estrictamente a los hechos y a su “legalidad” empíricamente
observable.
Sólo reconoce como ciencia de un lado, las ciencias causales basadas en la
experien- cia, de otro lado la lógica y la matemática como doctrina de las formas puras de
los cuerpos y de los números. Según la concepción positivista, lo único que es accesible al
conocimiento científico, prescindiendo de la lógica y la matemática, son los hechos
perceptibles junto con la “legalidad”, corroborable experimentalmente, que en ellos se
manifiesta. En este plantea- miento aparece decisivo el modelo de las ciencias naturales
“exactas”. En esto el positivismo es “naturalismo”. Por tal motivo, la Ciencia del Derecho
ha de ser elevada a una “ciencia verdadera” fundamentándola, lo mismo que la ciencia
natural, sobre hechos indubitables.
Ningún pensador jurídico ha llegado a ser, junto con Savigny, tan importante para
el desarrollo de la Ciencia del Derecho como Rudolf von Ihering.
La obra jurídica de la vida de Ihering se caracteriza por una notable evolución, aun-
que algunos autores en cambio la señalan como marcada por una profunda cesura.
En la etapa correspondiente a su obra “El espíritu del Derecho Romano” Ihering,
im- buido todavía por el modo de pensar de las ciencias naturales “exactas” de su tiempo,
aporta y culmina la “jurisprudencia formal de conceptos” aunque a diferencia de Puchta, no
parte de un concepto fundamental ya dado previamente al derecho positivo y constitutivo del
mismo, sino que su procedimiento de formación de los conceptos es exclusivamente
inductivo: la tarea sistemática de la Ciencia del Derecho, consiste ahora, según él, en
descomponer los institutos jurídicos particulares y las normas jurídicas a ellos relativas en
sus elementos lógicos y en destilar limpiamente éstos, y luego reconstruir con ellos, por
combinación, tanto las normas jurídicas ya conocidas como también otras nuevas. El
resultado de esta descomposición y recomposición lógicas, es que la ciencia obtiene, en
lugar de una cantidad infinita de normas jurídicas de las más diversas clases, un número
claro de cuerpos simples, pudiendo recompo- ner con ellos cuando sea preciso, las normas
jurídicas particulares. Pero la utilidad no se limita meramente a esta simplificación, los
conceptos jurídicos obtenidos no son meras disociaciones de las normas jurídicas dadas sino
que existe una ventaja aún mayor en el incremento del dere- cho conseguido por este medio
a partir de sí mismo, de un crecimiento desde dentro. Mediante la combinación de elementos
diferentes, la ciencia puede formar nuevos conceptos y normas jurídicas: los conceptos son
productivos, pues engendran otros nuevos. Y compara Ihering esta tarea, de formación de
los conceptos jurídicos elementales, mediante análisis y abstracción, con las letras del
alfabeto: “la idea del alfabeto se basa en la descomposición y en la reducción de lo
compuesto a sus elementos; el alfabeto ha surgido de la observación de que el lenguaje ha
formado toda su riqueza de palabras mediante una combinación diversa de ciertos sonidos
fundamentales, y de que por tanto, el descubrimiento y designación de estos sonidos funda-
mentales es suficiente para componer con ellos cualquier palabra...Lo que son las palabras
en el lenguaje, eso son las relaciones jurídicas en el derecho. La tarea es aquí como allí el
descu- brimiento de estos elementos, la formación de un alfabeto”9.
Sin perjuicio de muchas otras importantes, la contribución de la que sin duda es
imposible prescindir en la evolución posterior de la Ciencia del Derecho, es la que el jurista
alemán desarrolló en su obra “El fin del Derecho”. La idea fundamental expuesta en esa
obra, es la de que el fin es el creador de todo el derecho, que no existe ninguna norma
jurídica que no deba su origen a un fin, esto es, a un motivo práctico debido al cual es
creada que por lo tanto determina su entendimiento. Sin embargo, no es el legislador quien
determina el fin de la norma, pues según afirma Ihering, éste actúa no tanto como persona
individual cuanto como representante de un querer o aspiración vinculantes, comunes a
todos los miembros de la comunidad jurídica, pero que proviene o se halla en la sociedad.
Es asimismo la sociedad el sujeto final de todas las normas jurídicas: el derecho es la norma
coactiva estatal al servicio de un fin social. Por ello, para comprender una norma jurídica,
no ha de suceder lo que la lógica postula, sino lo que postula la vida, el tráfico, el
sentimiento jurídico, porque la vida no existe a causa de los conceptos sino que los
conceptos existen a causa de la vida. Sostiene Ihering: “para el uso académico puede ser
muy cómodo en vez de exponer minuciosamente las relaciones o los motivos prácticos, a
los que una norma jurídica debe realmente su origen, idear un punto de vista al que aquélla
se subordine como consecuencia lógica, pero en esto no ha de verse el fundamento real de
las normas jurídicas y de los conceptos”.
Estas ideas, contienen el comienzo de un programa para una Ciencia del Derecho
“pragmática”.
Por lo demás, Ihering no reconoce ninguna jerarquía objetiva de los fines sociales,
éstos resultan más bien según él, únicamente de las distintas necesidades vitales de las
socie- dades concretas históricamente existentes.
A partir de Ihering entonces, (y es éste su indiscutible aporte a la evolución de la
Ciencia del Derecho) no podrá ya prescindirse de la idea de que en toda norma jurídica
tiene que ser considerada también su función social: toda norma quiere configurar, en la
parte que le corresponde, la existencia social, y por este motivo está referida, según su
sentido, a un fin social.
Con el objetivo de reivindicar para la Ciencia del Derecho, de modo similar a la
lógica y la matemática, un objeto puramente ideal y restringirla a aquello que al respecto
es necesario según las leyes del pensamiento, emprendió Hans Kelsen su “Teoría pura del
Derecho”. Pero Kelsen siguió siendo positivista en cuanto expulsó de la Ciencia del
Derecho toda consideración valorativa y con ello, la cuestión acerca de la valoración
pertinente en cada caso, por estimar que no es contestable científicamente. La “Teoría Pura
del Derecho”, representa el más grandioso intento de fundamentación de la Ciencia del
Derecho como cien- cia que ha visto nuestro siglo.
Kelsen afirma que la Ciencia del Derecho no tiene que ver, no primariamente, con
la conducta efectiva de los hombres o con los fenómenos síquicos como tales, sino con
normas jurídicas. Por ello no puede ser una ciencia natural que describe hechos e investiga
su enlace causal. Pero entonces, si es que es realmente una ciencia, sólo puede ser, según el
concepto positivista de ciencia, una doctrina de las “formas puras” del Derecho.
El objetivo de Kelsen es construir una ciencia descriptiva del derecho que tenga
como objeto el aspecto normativo del derecho. Es, por ello, una ciencia descriptiva que
tiene como objeto el lenguaje normativo jurídico. En ese sentido, se puede decir que es una
ciencia que no pretende imponer normas, no pretende prescribir sino que lo único que
pretende es describir un objeto normativo.
El punto de partida de Kelsen, desde el cual pretende fundamentar la independencia
metódica de la Ciencia del Derecho, es la distinción entre juicios del ser y juicios del deber
ser.
El Derecho es un orden normativo que pertenece, en cuanto tal, a la categoría ontológica del
deber ser. No es lo mismo, sostiene, afirmar que los contratos se cumplen (o no se cumplen)
que sostener que los contratos deben cumplirse en virtud del Derecho. La primera
afirmación contiene un juicio de hecho, la segunda contiene un enunciado sobre algo que
debe suceder.
Para Kelsen, la Ciencia del Derecho no tiene que ver con la conducta fáctica de los
hombres, sino solamente con lo jurídicamente preceptuado. Por ello, no es una ciencia de
hechos, como la sociología, sino una ciencia de normas; su objeto no es lo que es o lo que
sucede, sino un complejo de normas. Su carácter científico sólo está garantizado si se limita
estrictamente a su misión y si mantiene “puro” su método de toda mezcla de elementos aje-
nos a su esencia, es decir, de todo préstamo de la sociología, de la sicología, pero también
de toda influencia de “dogmas” ya sean de naturaleza ética o religiosa. La pureza
metodológica significa que la Ciencia del Derecho tiene que someterse ascéticamente a
una depuración de todos aquellos elementos, históricos, sociológicos, políticos,
iusnaturalistas, metafísicos que pertenecen a otros órdenes del conocimiento. Como
conocimiento “puro” no tiene que perseguir fines prácticos inmediatos, sino más bien
eliminar de su consideración todo aquello que no guarde relación con la peculiaridad de su
objeto como complejo de normas, todos los contenidos procedentes de la esfera del ser o
del ámbito de la ética. Kelsen quiere liberar a la Ciencia del Derecho de todos los elementos
ajenos a ella. La “Teoría pura del Derecho” sólo tiene que ver con el derecho positivo.
Como lo entiende Kelsen, la Ciencia del Derecho tiene que ver con normas, es de-
cir, con un deber ser, pero no se ocupa de los contenidos, sino de la estructura lógica de las
normas jurídicas, examina el sentido, la posibilidad y los límites de un enunciado jurídico
en general y la clase y modo de su realización.
La unidad, la coherencia formal de todas las normas de un derecho positivo, se basa
en que todas ellas pueden ser referidas a una norma única, como último fundamento de su
validez, a la “norma fundamental”. Esta norma no implica otra cosa que el establecimiento
de un supuesto de hecho productor de normas, la legitimación de una autoridad que
establece normas o lo que es lo mismo, una regla que determina cómo deben ser producidas
las nor- mas generales individuales del orden basado en esa norma fundamental. Dicha
norma no es establecida, sino que es necesariamente presupuesta por la Ciencia del Derecho
para poder interpretar como un orden jurídico el material de normas que le es dado.
También interesa referir a la visión de Kelsen sobre la labor de interpretación del
Derecho por parte de la Ciencia Jurídica, que según afirma, no es igual a la tarea de
interpre- tación por el órgano aplicante: en la aplicación del Derecho por un órgano
jurídico, la inter- pretación del derecho aplicable siempre va unida a un acto de voluntad,
por el que el órgano aplicable elige una entre las varias posibilidades puestas de manifiesto
por la interpretación de la norma. Otra cosa sucede con la interpretación del derecho por la
Ciencia Jurídica. Esta no es producción del derecho, a diferencia de la interpretación por los
órganos jurídicos (si bien tratándose de la sentencia judicial, sólo para el caso concreto),
sino “pura constatación cognoscitiva del sentido de las normas jurídicas”. Como tal, sus
posibilidades son limitadas; en especial es, según Kelsen, inepta para colmar las lagunas
supuestas en el derecho. La Ciencia Jurídica concreta tiene que dejar a la autoridad que
aplica, el derecho de elección (sólo determinable por consideraciones políticas) entre las
interpretaciones igualmente posi- bles desde el punto de vista jurídico-científico.
3.1.3 La escuela de la libre investigación científica
En las postrimerías del siglo XIX y apenas comenzando el siglo XX, contra el
abuso de la lógica formal en el campo de la ciencia jurídica se alzó Francisco Gény, en un
intento de acercar el derecho a la vida, a la realidad. En su obra “Método de interpretación y
fuentes del Derecho privado positivo” intenta Gény sacar la Ciencia Jurídica de los
estrechos límites del texto expreso y frío de la ley impugnando el postulado fundamental de
que la ley escrita debe bastar para todo, principio al que califica como de “fetichismo de la
ley escrita y codificada”.
En la búsqueda de la reconstitución del método y la elaboración de una teoría de las
fuentes, realiza un prolijo y completo estudio de cada una de ellas, a saber: la ley escrita y
su interpretación; la costumbre; la autoridad o tradición cuyo valor investiga, y por último
culmina sus estudios con el aporte original de su teoría que llama de “libre investigación
científica”.
Señala Gény que puede ocurrir que se presenten casos no previstos en la ley y en
cuyas circunstancias será necesario disponer de otro instrumento que revele al jurista la
solu- ción adecuada al caso planteado; es allí cuando emerge la preponderante función de la
libre investigación científica para alcanzar los elementos objetivos del derecho.
Gény explica su método del siguiente modo: “investigación libre” toda vez que
exis- te sustracción a la acción propia de una autoridad positiva; “investigación científica”,
al pro- pio tiempo, porque no puede encontrar bases sólidas más que en los elementos
objetivos que sólo la ciencia puede revelar. El método jurídico debe tener por preocupación
dominante, descubrir él mismo, en defecto de la ayuda de las fuentes formales, los
elementos objetivos que determinarán todas las soluciones exigidas por el derecho positivo.
¿Dónde habrán de encontrarse los elementos objetivos del derecho?, “en la
naturale- za de las cosas”, expresión que Gény se encarga de dilucidar: “las relaciones de la
vida social, llevan en sí las condiciones de su equilibrio y descubren ellas mismas las
normas que deben regirlas. Nada al parecer, tan sencillo según esto, como considerar de
cerca todas las relacio- nes humanas, para discernir entre las que merezcan reconocimiento
jurídico y encontrar su ley en ausencia de toda fuente formal”10.
Queda así expuesto en lo fundamental, el sistema de Gény, que ha tenido la virtud
de señalar el amplio horizonte abierto a la Ciencia Jurídica, libertándola de la concepción
tradicional que la creía encerrada totalmente en el código, de tal manera que hasta incluso
se pretendió cerrar al jurista el camino de la interpretación.
3.3 Algunas visiones de la Ciencia del Derecho en la segunda mitad del siglo XX.
Alf Ross, como representante del realismo jurídico, interpreta la vigencia del dere-
cho en función de la eficacia social de éste.
Según explica, la Ciencia Jurídica (a la que atribuye la condición de ciencia empíri-
ca) consta de aserciones acerca de las normas jurídicas (del tipo: “F es una ley vigente”) y
que consiguientemente (al igual que se hace con las aserciones de las ciencias empíricas)
deben ser entendidos y considerados con arreglo al principio de verificación, en virtud del
cual, una proposición sólo tiene sentido cuando puede ser verificada (ello es conteste con la
aspiración de Ross de poder atribuir al derecho la condición de ciencia social empírica).
Y según entiende Ross, el procedimiento de verificación de las proposiciones de la
Ciencia Jurídica estará constituido por el comportamiento que a su respecto asuman los tri-
bunales que deciden las controversias jurídicas.
Es decir: la validez de una proposición de la Ciencia Jurídica (y por tanto su autén-
tico carácter científico) está en función de su aplicabilidad en la práctica de los tribunales.
Así entonces, cuando un tribunal aplica una norma jurídica respecto de la cual la Ciencia
del Derecho había postulado su vigencia o la condición de válida, el hecho de su aplicación
im- plica la constatación de la certeza de las afirmaciones que sobre su validez o vigencia
había emitido la Ciencia Jurídica.
Sin embargo, en el pensamiento de Ross, las decisiones judiciales no tienen la fun-
ción de atribuir vigencia a las normas, sino de verificar proposiciones de la Ciencia Jurídica
que afirman tal vigencia. El comportamiento de los tribunales entonces, se relaciona con el
problema de la verificación de la aserción de la Ciencia del Derecho y no con el problema
de la validez o vigencia de la norma jurídica. Por lo que Ross admite la posibilidad de
considerar derecho vigente al aún no aplicado, porque la aplicación de la norma no es un
requisito de su vigencia sino sólo un criterio de verificación positiva de la proposición
doctrinal (aserción) que nos ha indicado que esa norma estaba vigente o era válida.
Pero además, para Ross, las aserciones acerca de la vigencia de la norma jurídica
(contenido de la Ciencia del Derecho) pueden ser consideradas verdaderas si hay motivos
suficientes para pensar que esa norma será aplicada en las decisiones futuras, aún cuando
todavía no lo hayan sido (por no haber recaído resolución alguna que contemple la regla a
la que se refieren) o incluso cuando no podrán ya serlo (porque la disposición legislativa
sólo estuvo un corto tiempo en vigor). Bastará con que contemos con otras creencias ya
verifica- das que nos ilustren acerca de la mentalidad de los jueces y nos hagan considerar
razonable que la afirmación acerca de la validez o vigencia era verdadera.
Señala también Ross, el carácter probabilista y relativo de las aserciones de la
Cien- cia Jurídica: aun cuando podamos citar una o más resoluciones judiciales que
verificasen la exactitud de la proposición “A” de la Ciencia Jurídica, ésta continuaría siendo
en principio una incierta predicción respecto de decisiones futuras, pues la aserción
verificada, para man- tener su validez, se encontrará siempre precisada de nuevas
verificaciones: una vez probada y confirmada para el pasado, después de su verificación,
vuelve a problematizarse, presentán- dose como una nueva aserción que a su vez debiera
ser verificada. Es decir: la verdad de una proposición jurídica determinada (por haberse
verificado judicialmente) no supone necesa- riamente que nos encontremos en situación de
predecir con certeza razonable el resultado de una acción concreta futura aun cuando
conozcamos los hechos relevantes.
De esta forma Ross entiende que las proposiciones de la Ciencia del Derecho no
pue- den pretender nunca una absoluta certeza, sino que tan solo pueden sostenerse con un
mayor o menor grado de probabilidad, que puede ir desde la virtual certeza a la
probabilidad escasa. La probabilidad será alta y la aserción poseerá un correspondiente alto
grado de validez, si la predicción se basa en una doctrina muy asentada y se sustenta en una
serie continua de pre- cedentes jurisprudenciales indiscutidos. O por el contrario, en el caso
de que la predicción se base en un precedente singular y dudoso, o en los principios o la
razón, la probabilidad será baja y a la aserción le corresponderá un grado de validez
igualmente bajo.
Sin embargo, según Ross, la relativización de los asertos de la Ciencia Jurídica, no
inhabilitan a ésta para que siga siendo auténtica ciencia, pues por el contrario, la relatividad
del conocimiento científico es algo que reclama como propia toda la epistemología con-
temporánea, nacida de la crisis de las ciencias tradicionales que se consideraban de valor
absoluto.
Sintetizando: Alf Ross concibe la Ciencia del Derecho como un conjunto de propo-
siciones verificables empíricamente que, para ser tomadas en cuenta, requieren verse avala-
das por las decisiones de jueces y magistrados, constituyendo así el comportamiento de los
tribunales, la fuente de prueba por excelencia de que son ciertas o falsas las aserciones de la
ciencia del Derecho que indican que una norma está vigente o es válida.
Una visión más reciente, también negatoria del status científico de nuestra Ciencia,
es la que nos proporciona Manuel Atienza, en su opúsculo: “Sobre la jurisprudencia como
técnica social. Respuesta a R. Vernengo”20.
Del mismo modo que Kirchmann, refiriéndose a la labor dogmática de la Ciencia
del Derecho, sostiene Atienza la tesis del carácter esencialmente técnico de la
jurisprudencia. Entiende así, que ella es una técnica socialmente útil que se caracteriza
además, por ser un saber normativo y valorativo -o si se quiere político, por ser una
actividad impregnada de politicidad-.
A fin de caracterizar a la jurisprudencia como técnica, Atienza parte de las caracterís-
ticas que según Mario Bunge21, diferencian a la ciencia de la tecnología, y aplica dichas
notas distintivas a la dogmática. Refiriendo las más salientes, ellas serían:
a- Las comunidades tecnológicas no son tan abiertas como las científicas.
Resulta innegable, afirma Atienza, que las comunidades de cultivadores de la dog-
mática son menos abiertas que las de los científicos. Las soluciones ofrecidas por la
dogmáti- ca sólo lo son en relación con un determinado derecho positivo, naturalmente
susceptible de ser cambiado, y ello obstaculiza la difusión de los “avances”.
b- A diferencia del conocimiento científico, el tecnológico es una mercancía.
El producto de la dogmática puede ser considerado frecuentemente como una mer-
cancía, ya que las soluciones elaboradas por los dogmáticos están en la base de actividades
de asesoramiento que tienen un valor en el mercado, es decir, son traducibles en términos
económicos.
c- El tecnólogo es básicamente un pragmático. Le interesa la verdad objetiva, no
como fin, sino como medio para un fin útil o utilizable.
Nadie puede poner en duda, sostiene Atienza, que quienes se han dedicado al cul-
tivo de la jurisprudencia, han defendido básicamente una concepción pragmática del saber,
que les ha llevado a sentir repulsión hacia toda especulación que no llevara en forma más
o menos inmediata a resultados prácticos. Los problemas que pueden considerarse como
característicos de la dogmática, son de tipo esencialmente práctico. Aun en el fondo de las
más abstractas teorías, suelen latir problemas prácticos cuya solución es precisamente lo
que justifica dicha teorización.
d- Los objetivos de la ciencia incluyen el descubrimiento o uso de leyes, la sistema-
tización en teorías de hipótesis y el refinamiento de métodos. La tecnología, entre sus obje-
tivos, tiene el de inventar nuevos “artefactos”, nuevas maneras de usar o adaptar los viejos
y planes para realizarlos, mantenerlos y manejarlos.
La finalidad de la dogmática es la de controlar los procesos de interpretación, apli-
cación, desarrollo y cambio del derecho, para lo cual el dogmático naturalmente adopta o
reformula conceptos, métodos y teorías y realiza una labor de sistematización y descripción
ordenada de un cierto sector del ordenamiento jurídico; pero tales funciones, en el entendi-
miento de Atienza, son subordinadas, o dicho de otra manera, constituyen el punto de
partida, pero no su punto de llegada, su objetivo final.
e- La tecnología tiene un componente del que carecen las ciencias: un conjunto de
juicios de valor acerca de cosas o procesos, que se formulan a la luz de las metas u
objetivos.
No parece discutible, sostiene Atienza, que en la actividad del dogmático del
derecho juegan determinados juicios de valor, especialmente en la evaluación de las
soluciones dog- máticas. Así, una cierta propuesta de solución se considerará adecuada y
obtendrá consenso en la comunidad jurídica, si promueve o al menos no pone en riesgo la
seguridad jurídica, si respeta y garantiza los derechos fundamentales, etc.
f- La tecnología moderna se funda en una o más ciencias. Los miembros que com-
ponen el campo de la tecnología, cambian, aunque sea lentamente, como resultado de inves-
tigaciones y desarrollos.
La dogmática jurídica mantiene pocas y poco profundas relaciones con la ciencia, y
en la opinión de Atienza, no se basa en ciencia alguna, sino más bien en una combinación
de experiencia, sentido común, conocimiento ordinario, etc. Y es por ello -sostiene el autor-
que se ha mantenido al margen de los procesos de cambio que tienen lugar en la ciencia y
en la tecnología.
Concluye Atienza que, dado que la actividad dogmática obedece más al modelo de
proceder técnico que al científico, entonces los filósofos y teóricos del Derecho que
reflexio- nan sobre el saber jurídico tradicional deberían trasladar su centro de interés desde
el campo de la filosofía de la ciencia al de la filosofía de la técnica, y así la comprensión de
que lo que se cultiva es un tipo de saber técnico, podría evitarles abordar investigaciones
pseudocientí- ficas de más que dudoso resultado.
Una concepción similar, sostiene Enrico Pattaro, en cuanto a que la actividad de los
juristas no llega a constituir actividad científica, por lo que no puede considerarse como
cien- cia y sólo puede clasificarse como técnica, (“técnica de interpretación”)22.
6. Reflexiones finales
NOTAS
1 Russell, Bertrand. Bertrand Russell dice la sua. Milano, 1968, trad. De A Pellegrini,, pp. 9-10,
citado por Pattaro, Enrico, en Filosofìa del Derecho. Derecho. Ciencia jurídica. Madrid, Reuss,
1980. Traducción de José Iturmendi Morales, p. 48 y sgtes.
2 Alvarez Gardiol, Ariel, “Introducción a una teoría general del derecho. El método jurídico”, Bs.
As, 1975, Astrea, p. 3.
3 Guibourg, Ricardo. “El sexo de los ángeles. El constructivismo en las ciencias sociales”, en Abe-
ledo Perrot, “Lecciones y Ensayos”, Nº. 67/68, Bs. As, pág. 97; citado por Dabove, Ma. Isolina en
“El derecho como complejidad de saberes diversos” en “Ideas y Derecho”, Rubinzal Culzoni,
Año III, Nro. 3, 2003.
4 Nino, Carlos. Introducción al análisis del Derecho. Bs. As, Astrea, 2005, 13ra. reimpresión p. 16.
5 Cátedras A y E de I.a D y C de F del Panorama jusfilosófico, “La concepción del derecho en las
corrientes de la filosofìa jurídica”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, nueva serie, año
XXX, Nº 90, set/dic 1997, en cuadernillo de la Carrera de postgrado Doctorado en Derecho,
corres- pondiente a la materia Teoría General del Derecho y metodología de investigación en las
ciencias jurídicas UNR, Facultad de Derecho, 2005.
6 Torre, Abelardo. Introducción al derecho. Bs. As., Lexis Nexis-Abeledo Perrot,2003, p.55.
7 Seguimos, para el desarrollo de este punto, a Karl Larenz, en su Metodología de la Ciencia del
Derecho. Madrid, Ariel, 1980, traducción de Marcelino Rodríguez Molinero, 2da.edición, p.32 y
ss.
8 Savigny, Federico Carlos de, “Los fundamentos de la ciencia jurídica” (de “Sistema del Derecho
Romano.
9 Ihering, Rudolf von. El espíritu del Derecho Romano, citado por Larenz Karl, op.cit. p. 47.
10 Gény, Francisco. Método de interpretación y fuentes en derecho privado positivo, citado por Bor-
ga, Ernesto E. Ciencia Jurídica o Jurisprudencia Técnica. Bs. As, Sociedad Bibliográfica
Argen- tina, 1943, p.350.
11 Legaz Lacambra, Luis. Filosofía del Derecho. Barcelona, Bosch, 1953, p.133.
12 En el desarrollo de los puntos siguientes, seguimos a Pattaro, Enrico, op.cit. p. 257 y ss.
13 Alvarez Gardiol. Lecciones... op.cit., p. 148.
14 Bobbio, Norberto, en Scienza del diritto e analisi del linguaggio, citado por Pattaro, E. op.cit. p.
342.
15 Alchourrón C. y Bulygin, E. Introducción a la metodología de las ciencias jurídicas y sociales.
Bs.As, Astrea, 2002, p.21.
16 Desarrollamos la posición de Kirchmann sobre la base de su célebre discurso: “El carácter acientí-
fico de la llamada ciencia del derecho” incluido en La ciencia del Derecho. Op.cit. p. 246 y ss.
17 Ibidem, p.263.
18 Ibidem, p. 267.
19 Ibidem, p.280.
20 Publicado en “Doxa. Publicaciones periódicas Nro. 3. 1986” disponible en internet en: http://
descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/doxa/02406177433793617422202/cuaderno3/
numero3_19.pdf al 11 de octubre del 2005.
21 Sobre tales características se explaya Mario Bunge en Seudociencia e ideología. Madrid, Alianza,
1985.
22 Pattaro, Enrico, op.cit., p. 381.
23 Thibaut, Anton F. J. “Sobre la necesidad de un derecho civil para Alemania” citado por Alegría,
Héc- tor en Algunas cuestiones de derecho concursal, Bs. As., Abaco de Rodolfo Depalma, 1975,
p. 30.
24 Pound, Roscoe, “Las grandes tendencias del pensamiento jurídico”, citado por NINO, Carlos, op.
cit., p. 341.
25 Podríamos citar innumerables artículos de doctrina relacionados con esta problemática, vayan
como ejemplos: Dasso, Ariel A. “El APE, su naturaleza compleja...” en Derecho Concursal Ar-
gentino e Iberoamericano, Tomo 1, p. 291, Bs. As., Ad-Hoc,,2003; Alegria, Héctor “Facultades
del juez e interpretación de las normas sobre acuerdo preventivo extrajudicial. (Ubicación siste-
mática y algunos efectos) “ Suplemento Especial Revista LL, “Acuerdo Preventivo
extrajudicial”, noviembre 2004,. p.49; Heredia, Pablo “Delimitación del ámbito subjetivo del
acuerdo preventivo extrajudicial a través de la indagación de su naturaleza” en Derecho
concursal Argentino e Ibero- americano. Tomo 1, p. 177 y s. Bs. As. Ad-Hoc, 2003, etc.
26 Bunge, Mario. Seudociencia e ideología. Madrid, Alianza Universidad, 1985, pp.33-34.
27 Alvarez Gardiol, “Lecciones...”. op cit, p. 140.
28 Según da cuenta la revista Nº 85 (julio-agosto 2005) del Colegio Público de Abogados de la
Capital Federal, p. 52, en el artículo titulado: “Digesto, un aporte a la seguridad jurídica”, que
como aporte hemos incorporado en el anexo de este trabajo, dicho manual ha sido publicado en
soporte papel por el Colegio Público de Abogados de la Capital en febrero de 2001, contando
además con su
aparición en soporte informático. El Manual, fue redactado bajo la dirección del profesor Antonio
Anselmo Martino, de la Universidad de Pisa, Italia.
29 En nuestro ámbito, dicha vigencia obligatoria en tanto no ocurra su expresa modificación ha sido
esta- blecida mediante el siguiente fallo pleno: Acuerdo Nro. 16, CCC de Rosario en Pleno, 13-2-
98: “la in- terpretación que en lo sucesivo ha de darse al art. 28 de la ley 10.160 es: después de
transcurridos cinco años de su dictado, el fallo pleno que no fuese expresamente modificado
continúa siendo obligatorio”
30 Fix-Zamudio, Hétor. Metodología, docencia e investigación jurídicas. México, Povina, 1984, p.
16, citado por FLORES, Imer en “El porvenir de la ciencia jurídica. Reflexión sobre la ciencia y
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