El Error y El Feedback - Ficha

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

El error es productivo y dar un buen

feedback es garantía de mejores


aprendizajes
Notas extraídas de ¿Cómo aprendemos?, de Stanislas Dehaene, 2019.

Cometer errores es la forma más natural de aprender; así, aprendizaje y error se tornan
sinónimos, porque cada equivocación ofrece una oportunidad. Resulta casi imposible
progresar si no empezamos por fallar. Siempre que recibamos comentarios sobre cómo
mejorar, siempre que tengamos una señal que nos indique el camino correcto, los
errores tenderán a disminuir. Por eso, lograr un buen feedback –vale decir, una
devolución amable que detecte, explique y corrija el error– es el tercer pilar del
aprendizaje, y uno de los parámetros educativos más influyentes: la calidad y la
precisión de la devolución (la señal que recibimos sobre nuestro error) son cruciales en
la velocidad con la cual aprendemos.

La sorpresa, motor del aprendizaje


Dos investigadores estadounidenses, Robert Rescorla y Allan Wagner, proponen que el
cerebro aprende únicamente si percibe un desfase entre lo que predice y lo que recibe.
Aprender resulta imposible en ausencia de una señal de error: “Los organismos solo
aprenden cuando los acontecimientos contrarían sus expectativas”. En otras palabras,
la sorpresa es uno de los motores fundamentales del aprendizaje.

Cuando hablamos de señal de error, nos referimos a una señal de error interna, no
necesariamente de un error efectivo. La teoría no implica que tengamos que cometer un
error para aprender. Supongamos que debo descubrir la respuesta entre dos opciones
posibles; por ejemplo, si la capital de Sudáfrica es Pretoria o Ciudad del Cabo. ¿La teoría
da por sentado que si tengo la suerte de aventurar una suposición correcta en el primer
intento (al decir “Pretoria”), no aprendo nada? Desde luego que no: incluso si respondí
correctamente, mi confianza fue endeble y mi predicción, incierta. Por puro azar, sin
ayuda, tenía una probabilidad del 50% de estar en lo cierto. En este caso, el feedback
(los comentarios que recibí) me aporta una información nueva: la certeza de que mi
respuesta al azar era correcta.

De acuerdo a la teoría de Rescorla y Wagner, la información nueva genera una señal


de error: mide el desfase entre la predicción (por un 50% de posibilidades de tener

1
razón) y lo que se consigue saber al final (el 100% de certidumbre de conocer la
respuesta correcta). En mi cerebro esta señal de error se propaga y actualiza mis
conocimientos, lo que aumenta mis posibilidades de responder “Pretoria” la próxima vez
que me pregunten. Lo importante es la sorpresa, el desfase entre la predicción y la
realidad; en definitiva, en eso consiste lo que llamamos “señal de error”. Así, resulta
fundamental recibir comentarios explícitos que reduzcan la incertidumbre de quien
aprende.

Si no hay sorpresa, el aprendizaje es poco o nulo: actualmente, esta regla parece


validada en organismos de todo tipo, incluido el niño muy pequeño. Recuerden que la
sorpresa es uno de los parámetros reveladores de las competencias precoces de los
bebés, cuando abren de par en par los ojos y miran durante más tiempo si se les
presentan eventos sorprendentes, que por arte de magia violan las leyes de la física, la
aritmética, las probabilidades o la psicología. Pero el niño no se contenta con fruncir el
ceño; cada vez que se sorprende, aprende.

El aprendizaje por corrección de errores tiene validez universal en el mundo animal y


existen muchos motivos para pensar que las señales de error rigen el aprendizaje desde
el principio mismo de la vida.

El cerebro está repleto de mensajes de error


Las señales de error tienen un papel tan fundamental en el aprendizaje que casi todas
las áreas cerebrales emiten e intercambian mensajes de este tipo. Tomemos un ejemplo
sencillo: imaginen que oyen una serie de notas musicales, siempre las mismas, do do
do… Cuando se repite la nota, las respuestas cerebrales disminuyen: es la adaptación,
fenómeno que revela que el cerebro aprende a predecir cómo seguirá la serie.

El circuito cerebral en que mejor se demostraron las predicciones y las señales de error
es el de la recompensa. La red de la dopamina no solo responde a las recompensas
reales, sino que las anticipa permanentemente. Las neuronas dopaminérgicas se
activan ante la diferencia entre la recompensa esperada y la obtenida, vale decir, ante
el error de predicción. Por eso, cuando sin aviso previo le damos al animal, por ejemplo,
una gota de agua azucarada, esta sorpresa placentera conllevará una descarga
neuronal. Pero si ese almíbar va precedido por una señal que lo torna previsible,
entonces ya no suscitará la menor reacción. En ese caso, la señal en sí provocará un
salto de actividad en las neuronas de dopamina: el aprendizaje desplaza la respuesta
más próxima a la señal que precede la recompensa.

2
Gracias a estos mecanismos de aprendizaje predictivo, diferentes señales arbitrarias
pueden convertirse en portadoras de recompensas y desencadenar una respuesta de
dopamina. Esta señal predictiva resulta de suma utilidad para el aprendizaje, porque
permite que el sistema se critique a sí mismo y prevea el error o el éxito de una acción
sin esperar una confirmación externa.

Feedback no es sinónimo de castigo


¿Cómo podemos aprovechar al máximo las señales de error que nuestras neuronas
intercambian constantemente? Para que un niño o un adulto aprenda de modo eficaz,
es necesario que el entorno (según el caso, los padres, la escuela, la universidad… o
un videojuego) le proporcione, con la mayor rapidez y precisión posibles, una devolución
que le permita revisar el error. Una simple señal binaria (“correcto” o “incorrecto”) ya
puede resultar útil. Este es el principio del aprendizaje no supervisado.

Sin embargo, es importante comprender que este feedback sobre el error nada tiene
que ver con una sanción. No se aplica un “castigo” a una red neuronal, sino que
simplemente se le informa en qué se equivocó, se le ofrece una señal lo más informativa
posible sobre el carácter y signo de sus errores.

Fijar metas claras para el aprendizaje y permitir que los estudiantes lo encaren
gradualmente, sin dramatizar los errores inevitables, son las claves del éxito. Tomemos
el caso de las calificaciones o notas numéricas. De acuerdo con la teoría del
aprendizaje, la nota es una señal de recompensa (¡o de castigo!). Sin embargo, una de
las peculiaridades consiste en que está completamente desprovista de precisión.
Entonces, la nota, sin el acompañamiento de apreciaciones detalladas y constructivas,
constituye un feedback muy pobre. No solo es equívoca, sino que suele llegar con varias
semanas de demora cuando el alumno ya sepultó en el olvido el detalle de qué motivó
ese error. No hay que dejar que ocurra lo que, con mucha frecuencia, vemos en la
escuela: que la nota sirva como una sanción. No podemos ignorar sus enormes efectos
sobre los sistemas emocionales del cerebro: desaliento, sentimiento de impotencia y de
estigmatización.

Evaluarse para aprender mejor


¿Cómo pondremos en práctica, en nuestras aulas, los conocimientos científicos acerca
del procesamiento del error en el cerebro? Las reglas del juego son simples. En primer
lugar, se debe lograr que el aprendiz se comprometa, aventure una respuesta, genere
activamente una hipótesis, incluso si en incierta; luego, resulta indispensable ofrecerle

3
información objetiva, no punitiva, que le permita corregirse. Hay una estrategia que
responde a estos criterios, y todos los docentes la conocen: la evaluación.

Evaluar periódicamente los conocimientos es una de las estrategias pedagógicas más


eficaces. La evaluación periódica maximiza el aprendizaje a largo plazo. El simple hecho
de poner a prueba la memoria la fortalece, como efecto directo del compromiso activo y
del buen feedback acerca del error, que ya describimos aquí. Al realizar una prueba,
uno se ve obligado a darse un baño de realidad y a darse cuenta de que no sabe (o
todavía no sabe lo suficiente). Las investigaciones dejan en claro que la prueba
desempeña un papel al menos tan importante como la clase.

La regla de oro: planificar intervalos entre los aprendizajes


¿Por qué la alternancia entre estudio y evaluación tiene efectos tan positivos? Porque
aprovecha una de las estrategias más eficaces descubiertas por las ciencias de la
educación: planificar intervalos entre los aprendizajes. Esta es la regla de oro: distribuir
los períodos de entrenamiento en lugar de acumularlos.

Esta distribución tiene grandes efectos: la experiencia demuestra que la memoria puede
multiplicarse por tres si se revisa la información a intervalos regulares en lugar de
intentar aprender todo de una sola vez. Las neuroimágenes dejan de manifiesto que
agrupar los problemas en una sola sesión disminuye la actividad cerebral, tal vez porque
la actividad repetida pierde gradualmente su novedad. La repetición también parece
crear una ilusión de saber, un exceso de confianza debido a la presencia de información
en la memoria de trabajo: parece estar disponible, la tenemos en la cabeza, por lo tanto,
perdemos el interés de seguir trabajando sobre ella. En cambio, la distribución del
aprendizaje aumenta la actividad cerebral: parece crear un efecto de “dificultad
deseable”, que inhibe el simple almacenamiento en la memoria de trabajo y fuerza a los
circuitos requeridos a trabajar más.

¿Cuál es el intervalo de tiempo más eficaz entre dos repeticiones de la misma lección?
Al respecto, se observa una firme mejoría cuando el intervalo es de veinticuatro horas,
probablemente porque el sueño desempeña un papel protagónico en la consolidación
de los aprendizajes. Hal Pashler y sus colegas demostraron que el intervalo óptimo
depende del tiempo que deseemos retener el conocimiento en la memoria. Si ustedes
necesitan recordar una información solo unos pocos días o semanas, entonces es ideal
que la revisen todos los días durante cerca de una semana. Si, en cambio, desean que
los conocimientos perduren varios meses o años, necesitarán incrementar el intervalo
de revisión en una proporción directa.

4
Todos nos equivocamos cuando pensamos en la función de la memoria: no es un
sistema vuelto hacia el pasado, sino hacia el futuro. Su trabajo consiste no en mirar atrás
sino, por el contrario, en enviar información hacia adelante, porque estimamos que nos
será útil. En la escuela, no basta con una revisión días o semanas después. Si se aspira
a memorizar algo a largo plazo, hay que revisarlo luego de un intervalo de meses, como
mínimo.

¿Qué ocurre con los parciales o lo exámenes de fin de año? Lo poco que sabemos
sobre el aprendizaje sugiere que no son el método de evaluación ideal, porque no incitan
a la revisión periódica. Sin embargo, constituyen una herramienta útil para evaluar los
conocimientos adquiridos. Si bien estos exámenes estimulan el estudio de último
minuto, no se trata de una estrategia necesariamente ineficaz: siempre que el alumno
haya hecho un esfuerzo de aprendizaje durante los meses previos, un estudio intenso
en la víspera del examen refresca los conocimientos y ayuda a recordarlos de forma
duradera. Un examen acumulativo, que abarque todo el programa desde el comienzo
del año, funciona mucho mejor que los exámenes a corto plazo.

Lo que llamamos “sobreaprendizaje”, entonces, siempre supone ventajas. En la medida


en que los conocimientos no sean absolutamente certeros, revisarlos y volver a ponerlos
a prueba permite mejorar cada vez nuestros desempeños, sobre todo en el largo plazo.
Además, la repetición presenta otros beneficios para el cerebro: automatiza las
operaciones mentales hasta volverlas inconscientes. Esta consolidación constituye el
cuarto pilar del aprendizaje.

También podría gustarte