El Sacramento Del Orden

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EL SACRAMENTO DEL ORDEN

Introducción

El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, - como hemos mencionado


– son los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Ellos fundamentan la
vocación que todos los discípulos de Cristo poseen, vocación a la
santidad y a la evangelización. Por medio de ellos se adquieren las
gracias necesarias para vivir según el Espíritu aquí en la tierra, el camino
para llegar a la Casa del Padre.

El Orden Sacerdotal y el Matrimonio, están ordenados a la salvación de


los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo
hacen mediante el servicio que presta a los demás. Confieren una misión
particular en la Iglesia y sirven para la edificación del Pueblo de Dios.
(Catec. n. 1534).

Por la fe y el bautismo, se participa en la vocación común de todos los


fieles, la vocación sacerdotal. Los bautizados, en efecto, por el nuevo
nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados, como
cosa espiritual y sacerdocio santo.

Los fieles que reciben el “Sacramento del Orden” son consagrados para
que “en el hombre de Cristo sean los pastores de la Iglesia con la
Palabra y la gracia de Dios”. En el Sacramento del Matrimonio, “los
cónyuges cristianos, son fortificados y consagrados para los deberes y
dignidad de su estado por este sacramento especial”.

S. Gregorio Nacianceno, siendo joven sacerdote, exclama: “Es preciso


comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser
instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a
Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir
de la mano y aconsejar con inteligencia (or. 2, 71). Sé de quien somos
ministros, dónde nos encontramos y a dónde nos dirigimos. Conozco la
altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza (Ibíd. 74).
Por tanto, ¿quién es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa
junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar
de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo,
restaura la criatura, restablece en ella la imagen de Dios, la recrea para
el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él, es
divinizado y diviniza” (Ibíd. 73).

El santo Cura de Ars dice: “El sacerdote continúa la obra de redención en


la tierra”…”Si se comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría
no de pavor sino de amor”… “El sacerdote es el amor del corazón de
Jesús”.

Naturaleza

El Sacramento del Orden es el que hace posible que la misión, que Cristo
le dio a sus Apóstoles, siga siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de
los tiempos. Es el Sacramento del ministerio apostólico.

Orden indica un cuerpo eclesial, del que se entra a formar parte mediante
una especial consagración (Ordenación) que, por un don singular del
Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada al servicio del
Pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo.

De hecho, este es el sacramento por el cual “algunos hombres quedan


constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter
indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de
Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de
Cristo Cabeza las funciones de enseñar, gobernar y santificar”. (CIC. c.
1008)

Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, lo cual lo


capacita para colaborar en la misión de la Iglesia. Pero, los que reciben
el Orden quedan configurados de forma especial, quedan marcados con
carácter indeleble, que los distinguen de los demás fieles y los capacita
para ejercer funciones especiales. Por ello, se dice que el sacerdote tiene
el sacerdocio ministerial, que es distinto al sacerdocio real o común
de todos los fieles, este sacerdocio lo confiere el Bautismo y la
Confirmación. Por el Bautismo nos hacemos partícipes del sacerdocio
común de los fieles.

El sacerdote actúa en nombre y con el poder de Jesucristo. Su


consagración y misión son una identificación especial con Jesucristo, a
quien representan. El sacerdocio ministerial está al servicio del
sacerdocio común de los fieles.
Los sacerdotes ejercen los tres poderes de Cristo. Son los encargados
de transmitir el mensaje del Evangelio, y de esa manera ejercen el poder
de enseñar que poseen. Su poder de gobernar lo ejercen dirigiendo,
orientando a los fieles a alcanzar la santidad. Así mismo son los
encargados de administrar los medios de salvación – los sacramentos –
cumpliendo así la misión de santificar. Si no hubiese sacerdotes, no sería
posible que los fieles reciban ciertos sacramentos, de ahí la necesidad de
fomentar las vocaciones. De los sacerdotes depende, en gran parte, la
vida sobrenatural de los fieles, pues solamente ellos pueden consagrar,
haciendo presente a Cristo, y otorgar el perdón de los pecados. Aunque
estas son las dos funciones más importantes de su ministerio, como ya
hemos visto su participación en la administración de los sacramentos no
termina ahí.

El Sacramento del Orden consta de diversos grados y por ello se llama


orden.
En la antigüedad romana, la palabra Orden se utilizaba para designar los
cuerpos constituidos en sentido civil, en especial aquellos que
gobernaban. La Iglesia, tomando como fundamento la Sagrada Escritura,
llama desde los tiempos antiguos con el nombre de taxeis (en griego), de
ordines (en latín) a diferentes cuerpos constituidos en ella. En la
actualidad se designa con la palabra ordinatio al acto sacramental que
incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos,
que confiere en don del Espíritu Santo que les permite ejercer un poder
sagrado que sólo viene de Cristo, por medio de su Iglesia. La
“ordenación” también es llamada consecratio.

En el Antiguo Testamento vemos como dentro del pueblo de Israel, Dios


escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico. Los
sacerdotes de la Antigua Alianza fueron consagrados con rito propio.
(Cfr. Ex. 29, 1-30). Pero, este sacerdocio de la Antigua Alianza era
incapaz de realizar la salvación, motivo por el cual tenía la necesidad de
repetir una y otra vez sacrificios en señal de adoración, de gratitud, de
súplica y de contrición.

La Liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de


los levitas, así como en la institución de los setenta “ancianos” (Nm. 11,
24-25), prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza.
También el sacerdocio Melquisedec es considerado como una
prefiguración del sacerdocio de Cristo, único “Sumo Sacerdote según el
orden de Melquisedec” (Hb. 5, 10; 6, 20).

Todas estas prefiguraciones encuentran su plenitud en Cristo, único


mediador entre Dios y los hombres (1Tim. 2, 5). Cristo es la fuente del
ministerio de la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado la autoridad, la
misión, la orientación y la finalidad.

Institución

El Concilio de Trento definió como dogma de fe que el Sacramento del


Orden es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo. Los
protestantes niegan este sacramento, para ellos no hay diferencia entre
sacerdotes y laicos.

Por la Sagrada Escritura, podemos conocer como Jesús escogió de


manera muy especial a los Doce Apóstoles (Cfr. Mc. 3, 13-15; Jn. 15,
16). Y es a ellos a quienes les otorga sus poderes de perdonar los
pecados, de administrar los demás sacramentos, de enseñar y de
renovar, de manera incruenta, el sacrificio de la Cruz hasta el final de los
tiempos. Les otorgó estos poderes con la finalidad de continuar Su
misión redentora y para ello, también, Cristo les mandó que los
transmitieran a otros. Desde un principio así lo hicieron, imponiendo las
manos a algunos elegidos, nombrando presbíteros y obispos en las
diferentes localidades para gobernar las iglesias locales.

El Jueves Santo, en lo que se conoce como la Cena del Señor, se


conmemora la institución de este Sacramento.

Signo: Materia y Forma

El Papa Pío XII, después de una larga controversia, declaró que la


materia de este sacramento era la imposición de manos. (Cfr. Dz.
2301; CIC. c. 1009 &2). Como hemos visto, desde un principio la práctica
apostólica era la imposición de manos, el problema se suscitó al añadirse
al rito en los siglos X, XI, XII, la entrega de los instrumentos - cáliz,
patena, Evangelios etc. – a la usanza de las costumbres civiles romanas.
Pero, en este sacramento, a diferencia de los otros, el efecto no depende
de lo que tenga el ministro, sino que se comunica una fuerza espiritual
que viene de Dios. De ahí que la fuerza de la materia está en el ministro
y no en una cosa material. Pío XII aclaró - de manera rotunda - que estos
instrumentos no eran necesarios para la validez del sacramento.

La forma es la oración consagratoria que los libros litúrgicos prescriben


para cada grado. (CIC. c. 1009 & 2). Esta es diferente para cada grado
del sacramento. Es decir, son diferentes para el episcopado, para el
presbiterado y para el diaconado.

Los Tres Grados del Sacramento del Orden

Hemos mencionado que existen tres grados en el Sacramento del Orden;


el episcopado, el presbiterado, y el diaconado.

1. Episcopado: entre los diversos ministerios, el Ministerio de los


Obispos, ocupa un lugar preponderante, pues por medio de una
sucesión apostólica, que existe desde el principio, son los que
transmiten la semilla apostólica.

Los primeros apóstoles, después de recibir al Espíritu Santo en


Pentecostés, comunicaron el don espiritual que habían recibido a sus
colaboradores, mediante la imposición de manos.

El Concilio Vaticano II, enseña que por la consagración episcopal se


recibe la plenitud del sacramento del Orden”. Se puede decir que es
la cumbre del ministerio sagrado. Cfr. LG 20; Catec. n. 1555).

Su poder para consagrar no excede a la de los presbíteros, pero sí tienen


otros poderes que los sacerdotes no tiene, como son:

• El poder de administrar el sacramento del Orden y de la


Confirmación.
• Son los que normalmente bendicen los óleos que se utilizan en los
diferentes sacramentos.
• También poseen el poder de predicar en cualquier lugar.
• Normalmente, el Obispo tiene el gobierno de una diócesis o Iglesia
local que le ha sido confiada, siempre bajo la autoridad del Papa,
pero al mismo tiempo, “tiene colegialmente con todos sus hermanos
en el episcopado la solicitud de todas las Iglesias”. (Cfr. Catec. n.
1566).
• Es quien dicta las normas en su diócesis sobre los seminarios, la
predicación, la liturgia, la pastoral, etc.
• Además, son los Obispos los encargados de otorgar a los
presbíteros el poder de predicar la palabra de Dios y de regir sobre
los fieles.

Existen Obispos con territorio, que son los que están al frente de una
diócesis y Obispos sin territorio, que son, generalmente, todos aquellos
que colaboran en el Vaticano, en una misión específica.

Algunos Obispos son nombrados Cardenales, en virtud de su entrega y


su labor especial a la Iglesia. El Papa es quien los nombra y no se
necesita de una celebración especial. En cuanto al poder del
sacramento, es igual que la de los Obispos, ambos tienen la plenitud del
ministerio, por ser Obispo. Los Arzobispos son aquellos Obispos
encargados de una arquidiócesis, es decir, que dado lo extenso del
territorio se ve la necesidad de dividir una diócesis, en varias diócesis.

2. Presbiterado: los presbíteros - palabra que viene del griego y


significa anciano – no poseen la plenitud del Orden y están sujetos a
la autoridad del Obispo del lugar para ejercer su potestad. Sin
embargo, tienen los poderes de:

• Consagrar el pan y el vino.


• Perdonar los pecados.
• Ayudar a los fieles, transmitiendo la doctrina de la Iglesia y con
obras.
• Pueden administrar cualquier sacramento en el cual el ministro no
sea un Obispo.

Los sacerdotes o presbíteros son los que ayudan a los Obispos en


diferentes funciones. Por ello, cuando un sacerdote llega a una diócesis
tiene que presentarse ante el Obispo, y éste será quien le otorgue los
permisos necesarios.

Los presbíteros, a pesar de no poseer la plenitud del sacerdocio y


dependan de los Obispos, están unidos a ellos en el honor del
sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, quedan consagrados
como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo,
sumo y eterno Sacerdote. (Cfr. Hb.5, 1-10; 7,24; 11, 28). Además, por el
Sacramento del Orden, los presbíteros participan en la universalidad de
la misión confiada por Cristo a los Apóstoles.

3. Diaconado: En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos –


del griego, igual a servidor – a los que se les imponen las manos
“para realizar un servicio, y no para ejercer el sacerdocio”. A ellos les
corresponde:

• Asistir al Obispo y a los presbíteros en diferentes celebraciones.


• En la distribución de la Eucaristía, llevando la comunión a los
moribundos.
• Asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, cuando no haya
sacerdote.
• Proclamar el Evangelio.
• Administrar el Bautismo solemne.
• Dar la bendición con el Santísimo.

El diaconado, generalmente, se recibe un tiempo antes de ser ordenado


presbítero, pero a partir del Concilio Vaticano II, se ha restablecido el
diaconado como un grado particular dentro de la jerarquía de la Iglesia.
Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres
casados o solteros, ha contribuido al enriquecimiento de la misión de la
Iglesia. (Cfr. LG. N. 29).

Rito y Celebración

La celebración del Sacramento del Orden, ya sea, para un obispo, para el


presbiterado o para el diaconado, tendrá lugar, de preferencia en
domingo y en la catedral del lugar. El lugar propio para ello es dentro de
la Eucaristía.

El rito esencial del sacramento está constituido, para los tres grados, por
la imposición de las manos del Obispo sobre la cabeza del ordenado,
así como una oración consagratoria específica en la que se le pide a
Dios “la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados a cada
ministerio, para el cual el candidato es ordenado”.

Como todo sacramento, existen ritos complementarios en la celebración.


Así, al obispo y al presbítero se les unge con el Santo Crisma, como
signo de la unción especial del Espíritu Santo que se hace fecundo en su
ministerio. Al obispo se le entrega el libro de los Evangelios, el anillo, la
mitra y el báculo. Al presbítero se le entregan la patena y el cáliz, los
Evangelios. Al diácono se le entrega el libro de los Evangelios.

En las tres consagraciones, la unción significa la consagración de la


persona en su totalidad a Cristo y a la Iglesia.

Efectos

Con este sacramento se reciben varios efectos de orden sobrenatural


que le ayudan al cumplimiento de su misión.

La Ordenación episcopal da la plenitud del sacramento del Orden, hace


al Obispo legítimo sucesor de los Apóstoles, lo constituye miembro del
Colegio episcopal, compartiendo con el Papa y los demás Obispos la
solicitud por todas las Iglesias, y le confiere los oficios de enseñar,
santificar y gobernar.

La unción del Espíritu marca al presbítero con un carácter espiritual


indeleble, lo contigua a Cristo sacerdote y lo hace capaz de actuar en
nombre de Cristo Cabeza. Como cooperador del Orden episcopal, es
consagrado para predicar el Evangelio, celebrar el culto divino, sobretodo
la Eucaristía, de la que saca fuerza todo su ministerio, y ser pastor de los
fieles.

El diácono, configurado con Cristo siervo de todos, es ordenado para el


servicio de la Iglesia, y lo cumple bajo la autoridad de su Obispo, en el
ministerio de la Palabra, el culto divino, la guía pastoral y la caridad.

• El carácter indeleble, que se recibe en este sacramento, es


diferente al del Bautismo y el de la Confirmación, pues constituye al
sujeto como sacerdote para siempre. Lo lleva a su plenitud
sacerdotal, perfecciona el poder sacerdotal y lo capacita para poder
ejercer con facilidad el poder sacerdotal.

Todo esto es posible porque el carácter configura a quien lo recibe con


Cristo. Lo que hace que el sacerdote se convierta en ministro autorizado
de la palabra de Dios, y de ese modo ejercer la misión de enseñar. Así
mismo se convierte en ministro de los sacramentos, en especial de la
Eucaristía, donde este ministerio encuentra su plenitud, su centro y su
eficacia, y de este modo ejerce el poder de santificar. Además, se
convierte en ministro del pueblo, ejerciendo el poder de gobernar.

• Otro efecto de este sacramento es la potestad espiritual. En virtud


del sacramento, se entra a formar parte de la jerarquía de la Iglesia,
la cual podemos ver en dos planos. Una, la jerarquía del Orden,
formada por los obispos, sacerdotes y diáconos, que tiene como fin
ofrecer el Santo Sacrificio y la administración de los sacramentos.
Otra es la jerarquía de jurisdicción, formada por el Papa y los
obispos unidos a él. En este caso, los sacerdotes y los diáconos
entran a formar parte de ella, mediante la colaboración que prestan
al Obispo del lugar.
• Por ser sacramento de vivos, aumenta la gracia santificante y
concede la gracia sacramental propia, que en este sacramento es
una ayuda sobrenatural necesaria para poder ejercer las funciones
correspondientes al grado recibido.

Ministro y Sujeto

La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser


configurado con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el
ordenado es constituido ministro.

Cristo eligió a doce apóstoles, entre sus numerosos discípulos,


haciéndoles partícipes de su misión y de su autoridad. Desde entonces
hasta hoy es Cristo quien otorga a unos el ser Apóstoles y a otros ser
pastores.

Por lo tanto, el ministro del Sacramento del Orden es el Obispo,


descendiente directo de los Apóstoles. Los obispos válidamente
ordenados, es decir que están en la línea de la sucesión apostólica,
confieren válidamente los tres grados del sacramento del orden. Así
consta en los Concilios de Florencia y de Trento.

Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio


apostólico, corresponde a los obispos, en cuanto sucesores de los
Apóstoles, transmitir el don espiritual; la semilla apostólica. (Catec. n.
1576).
Para que se administre válidamente, solamente se necesita que el
obispo tenga la intención de hacerlo y que cumpla con el rito externo de
la ordenación. No importa la condición en que se encuentre el obispo.

En cuanto a la licitud de la ordenación, para ordenar a un obispo se


requiere ser obispo y poseer una constancia del mandato del Su
Santidad, el Papa. En la ordenación de obispos, además del ministro, se
necesita que estén presente otros dos obispos.

Para ordenar lícitamente a los presbíteros y los diáconos, el ministro es el


propio Obispo o en su defecto, cualquier otro Obispo autorizado por el
Ordinario del lugar. Además, debe de corroborar que el candidato sea
idóneo, de acuerdo a las normas del derecho. Cuando la ordenación es
realizada por un Obispo que no es el propio, debe de cerciorarse
mediante Cartas Testimoniales. Además, el ministro debe de estar en
estado de gracia.

“Sólo el varón (“vir”) bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación”


CIC, can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (“viri”) para formar el
colegio de los doce apóstoles (cf Mc 3, 14.19; Lc 6, 12-16), y los
apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (cf 1
Tm 3, 1-3; 2 Tm 1, 6; Tt 1, 5-9) que les sucederían en su tarea (S.
Clemente Romano Cor, 42, 4; 44,3). El colegio de los obispos, con
quienes los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente y
actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia se
reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la
cual las mujeres no reciben la ordenación (cf Juan Pablo II, MD 26-27;
CDF decl. “Inter insigniores”: AAS 69 (1977) 98-116).

Para poder recibir válidamente este sacramento, el sujeto es todo varón


bautizado. (Cfr. CIC c. 1024). El sujeto debe de tener la intención de
recibirlo y haberla manifestado. Se le llama intención habitual a la que
tenía antes y de la cual no se retractó. En la práctica será intención
actual, en el momento de recibirlo, pues está dispuesto a recibirlo y a
cambiar de estado de vida, adquiriendo nuevas obligaciones. Debe
recibirlo en total libertad, pues sino la intención no existe y la ordenación
es nula y las obligaciones dejan de existir.

En la actualidad, existe una corriente muy fuerte que propugna por la


ordenación al sacerdocio de las mujeres. La Iglesia siempre ha enseñado
que Jesucristo escogió a hombres para continuar su misión redentora.
Todos los Apóstoles eran varones. La Iglesia no tiene ningún poder para
cambiar la esencia de los sacramentos que Cristo estableció. En 1994, el
Papa, Juan Pablo II, en su Carta Apostólica sobre la Ordenación
Sacerdotal reservada sólo a los hombres nos dice: “Con el fin de alejar
toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la
misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio
de confirmar en la fe a mis hermanos (cfr. Lucas 22, 32), declaró que
la Iglesia no tiene modo alguno la facultad de conferir la ordenación
sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado
como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”. Con esto queda
definitivamente aclarada la cuestión.

Por otro lado, sí el sacerdote tiene que representar a Cristo, tiene que
tener una cierta semejanza natural con Él para poder celebrar la Santa
Misa y la Eucaristía. Cristo es hombre.

Quienes por este motivo dicen que la Iglesia rebaja la dignidad de la


mujer, están equivocados, el ejemplo lo tenemos en la Santísima Virgen
María. Para la Iglesia el hombre y la mujer tienen la misma dignidad.

Condiciones para recibirlo lícitamente

Existen unas cualidades necesarias por derecho divino, es decir por


voluntad divina:

• Que exista una vocación, un llamado específico de Dios, que posee


unos signos tales como; la recta intención que significa buscar
siempre la gloria de Dios, el bien de las almas y la propia
santificación y una sólida vida de piedad y mortificación, afán de
servicio. No olvidemos que el sacerdote es el mediador entre Dios y
el hombre.
• Al ser sacramento de vivos, se necesita recibirlo en estado de
gracia.

Por otro lado, existen unas cualidades por derecho eclesiástico, es decir
por disposición de la Iglesia:
• Las llamadas Cartas o Letras dimisorias, que es el acto por el cual
alguien que tiene la autoridad necesaria autoriza la ordenación. Se
llaman así porque casi siempre son por escrito.
• El sujeto debe de conocer todo lo referente al sacramento y sus
obligaciones. A esto se le llama Ciencia Suficiente. El ordenado
debe de presentarlo por escrito de su puño y letra. En cuanto al
diaconado es necesario haber terminado el quinto año de estudios
filosóficos – teológicos. Para el episcopado, Doctorado, o cuando
menos la licenciatura en Sagradas Escrituras, Derecho Canónico o
Teología.
• La edad para recibir el episcopado, es decir para ser obispo es de
35 años. Para el presbiterado es de 25 años. Los diáconos que van
a recibir el presbiterado deben de tener cuando menos 23 años. En
el caso de diáconos permanentes han de tener 35 años y si están
casados se necesita que su esposa de su consentimiento. (Cfr. CIC
378; 1031).
• Entre el diaconado y el presbiterado debe existir un intervalo de
tiempo, de al menos seis meses. A este espacio de tiempo que
existe entre los dos primeros grados, se le llama intersticio.
• El candidato debe haber recibido el sacramento de la Confirmación.
• Para poder recibir el diaconado o el presbiterado el sujeto tiene que
ser admitido como candidato por la autoridad competente, después
de haber hecho la solicitud de su puño y letra. Esto se efectúa con
un rito litúrgico establecido, llamado rito de admisión.
• También se requiere la asistencia a Ejercicios Espirituales previos a
la ordenación, de cinco días cuando menos.
• Estar libre de impedimentos o irregularidades. La irregularidad tiene
carácter perpetuo. Los impedimentos no son perpetuos.
• Las irregularidades, impedimentos perpetuos, impiden recibir
lícitamente el sacramento, y son:
• Padecer de amnesia o de algún trastorno psíquico.
• Haber cometido alguna apostasía, herejía o ser causante de un
cisma.
• Intento de recibir el sacramento del Matrimonio, teniendo algún
impedimento como un vínculo por orden sacerdotal o voto público
perpetuo de castidad.
• Homicidio voluntario.
• Haber participado en la verificación de un aborto.
• Haberse mutilado gravemente a sí mismo.
• Intento de suicidio.
• Haber cometido un acto que solamente tiene el poder de realizar un
obispo o un sacerdote.
• Los simples impedimentos son:
• Estar casado.
• Desempeñar un cargo público, prohibido a los clérigos.
• Haber recibido el Bautismo recientemente, pues se considera que
no está lo suficientemente probado.

En las Iglesias orientales, desde hace siglos está en vigor una disciplina
distinta: mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes,
hombres casados pueden ser ordenados diáconos y presbíteros. Esta
práctica es considerada como legítima desde tiempos remotos; estos
presbíteros ejercen un ministerio fructuoso en el seno de sus
comunidades (cf PO 16). Por otra parte, el celibato de los presbíteros
goza de gran honor en las Iglesia Orientales, y son numerosos los
presbíteros que lo escogen libremente por el Reino de Dios. En Oriente
como en Occidente, quien recibe el sacramento del Orden no puede
contraer matrimonio.

Obligaciones

El celibato sacerdotal, fundamentado en el misterio de Cristo, es


obligatorio para los sacerdotes de la Iglesia latina. (Cfr. CIC c. 227;
Catec. N. 1579).

Este tema ha sido y es muy discutido. El Concilio Vaticano II, Paulo VI, el
II Sínodo de Obispos en 1971 han tratado este tema en documentos,
encíclica y lo han ratificado. Juan Pablo II en 1979 reafirmó la postura del
magisterio de la Iglesia.

Todo esto nos demuestra, que, a pesar de los ataques, la Iglesia posee
una decidida voluntad por mantener la praxis antiquísima, pues, aunque
el celibato no es una exigencia de la naturaleza misma del sacerdocio, es
muy conveniente.

De la Encíclica de Paulo VI, Sacerdotalis celibatus, podemos tomar


algunas razones que demuestran su conveniencia. Hay razones
cristológicas y razones eclesiásticas.

De las razones cristológicas se muestra la conveniencia en que:


• Mediante el celibato, los sacerdotes se pueden entregar de un modo
más profundo a Cristo, pues su corazón no está dividido en
diferentes amores.
• Por su vocación, el sacerdote lleva una vida de total continencia, a
ejemplo de la virginidad de Cristo.
• Cristo no quiso para Sí otro vínculo nupcial que el de su Amor a los
hombres en la Iglesia. Por lo tanto, el celibato sacerdotal facilita la
participación del ministro de Cristo en su Amor universal.

De las razones eclesiásticas, vemos su conveniencia en que:

• Con el celibato, la dedicación de los sacerdotes al servicio de los


hombres, es más libre, en Cristo y por Cristo.
• Toda la persona del sacerdote le pertenece a la Iglesia, la cual tiene
a Cristo como esposo.
• El celibato le facilita al sacerdote ejercer la paternidad de Cristo.

No debemos olvidar que el celibato es un don de Dios, otorgado por Él a


ciertas personas. Por lo tanto, la Iglesia, aunque no se lo puede imponer
a nadie, si puede exigirlo a aquellos que desean ser sacerdotes.

Entre los derechos y deberes de los clérigos se encuentra el deber de


buscar la santidad de vida, ya que son los administradores de los
misterios de Cristo, para ello, deben leer la Sagrada Escritura. Que la
celebración Eucarística sea el centro de su vida, por lo cual debe hacerlo
diariamente. Rezar la Liturgia de las Horas. Practicar la meditación
diariamente. Es recomendable tener un director espiritual y confesarse
con mucha frecuencia. Asistir a Ejercicios Espirituales y tener una
especial veneración a la Santísima Virgen María, rezando
frecuentemente el Rosario, el Ángelus, etc. El sacerdote tiene que luchar
y esforzarse por ser santo.

Todos aquellos que han recibido el sacramento del Orden tienen la


obligación de mostrar respeto y obediencia al Papa y a su Ordinario
propio, es decir, a su Obispo. Aceptando y desempeñando con fidelidad
las tareas encomendadas por el Ordinario del lugar.
Los sacerdotes deben de vestir el traje eclesiástico marcado por la
Conferencia Episcopal. Esto tiene como finalidad, no solamente el decoro
externo, sino que con ello da testimonio público de su pertenencia a Dios
y su propia identidad. (Cfr. CIC c.284)

El Sacramento del Orden confiere a los que lo reciben una misión y una
dignidad especial, causa por la cual la Iglesia no permite que se
ejerzan ciertas actividades, que podrían ser causa que obstaculice, o
de rebajar su ministerio. Por ello, no permite que participen en cargos
públicos que suponen una participación en los poderes civiles. No deben
administrar bienes que son propiedades de laicos. Tampoco es
conveniente que sean fiadores. No está permitido ejercer el comercio, ni
participar en sindicatos o partidos políticos, ni presentarse
voluntariamente al servicio militar.

Por todo lo que se ha dicho antes, podemos concluir que los sacerdotes
necesitan una formación especial que les permita desempeñar cabal y
eficientemente la misión que les ha sido encomendada. La cual debe
estar centrada en lo fundamental de su misión: enseñar el Evangelio,
administrar los sacramentos y dirigir a los fieles. Con este motiva, la
Iglesia fomenta el hecho que esta formación se desarrolle en lugares e
instituciones especiales.

Recordemos que Cristo pasó su vida pública enseñando a sus Apóstoles,


de manera especial, fomentando su piedad y su amor a Dios, los instruía
sobre el contenido de su predicación, les explicaba las parábolas y poco
a poco fue instruyéndolos en la labor pastoral.

“Ninguno, sin embargo, de los motivos con los que a veces se intenta
‘convencernos’ de la inoportunidad del celibato, corresponde la verdad
que la Iglesia proclama y que trata de realizar en la vida a través de un
empeño concreto, al que se obligan los sacerdotes antes de la
ordenación sagrada. Al contrario, el motivo esencial, propio y adecuado
está contenido en la verdad que Cristo declaró, hablando de la renuncia
al matrimonio por el Reino de los Cielos, y que San Pablo proclamaba,
escribiendo que cada uno en la Iglesia tiene su propio don. El celibato es
precisamente un ‘don del Espíritu’”. (Juan Pablo II, Carta Novo incipiente,
n.63).

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