El Mundo en Moto Con Charly Sinewan
El Mundo en Moto Con Charly Sinewan
El Mundo en Moto Con Charly Sinewan
EL MUNDO
EN
MOTO
CON CHARLY
NÓMADAS
SUMARIO
©FRAN TORRES
Tánger, los funcionarios intentaron tangarnos
un par de veces. Unos kilómetros después, fuera
de la zona turística, paramos a recolocar el equi-
paje y un tipo se nos acercó curioso. No quería Moto cargada en piragua de incierta
nada de nosotros, tan solo saber si necesitába- seguridad. Madagascar, julio de 2014.
mos ayuda. Más tarde, camino de Marrakech, un
agente uniformado, con una especie de toma-
vistas Super8 en la mano izquierda, nos echó el paño viejo en el que debía de haber una fiesta
alto con la derecha. «Iban ustedes muy rápido», de ácaros. Nos metimos en su pick-up y me llevó
dijo, mientras nos mostraba la velocidad a la que a su casa. Por el camino charlamos. El hombre,
supuestamente circulábamos en la pantalla de cuyo nombre no recuerdo, apenas salía de casa
su chisme recaudador. Allí, parados en un lateral para comprar algo de comida y lavar la ropa una
16 de una autopista marroquí, negociando con un vez al mes. Por su aspecto, me temo que se le
policía corrupto, se fueron diluyendo gran parte solía olvidar comprar champú. Me contaba que
de nuestros miedos a lo desconocido por una la espalda lo estaba matando y que sobrevivía
razón muy sencilla: empezábamos a conocer la sin trabajo y sin seguro, después de veinte años
realidad. dedicado a la industria del petróleo. Había vo-
tado a Trump porque le parecía un mal menor
ante el temor de que llegara otra Clinton. Su
El miedo a las personas único mundo giraba en torno a lo que veía en
Oklahoma, noviembre de 2016 la televisión. Me alertó sobre la gente y sobre el
peligro de viajar solo en estos tiempos. Al llegar
En el invierno de 2016 estaba recorriendo a su casa, una especie de museo del síndrome
EE UU, disfrutando mucho de la parte motera de Diógenes, seguí su tétrico caminar hasta un
y acampando día sí día también para evitar la chiscón donde perfectamente podría haberme
bancarrota, pero cada mañana la moto aparecía matado y descuartizado, y donde nunca nadie
más helada y el termómetro iba en descenso. me habría encontrado. En lugar de eso, optó por
Una tarde, acampado en un parque natural llenar un cubo de leña y no cobrarme nada
llamado Little Sahara, decidí ir al pueblo para por ello, lo que evitó que yo muriera congelado
poner una lavadora, comprar comida y buscar en Oklahoma aquella noche.
algo de leña que me permitiera pasar la noche Cuando imaginamos por primera vez un
en el camping. viaje lejano y nos invaden los miedos, los so-
En la lavandería, me acerqué a un tipo y le lemos visualizar como personas que nos van a
pregunté si sabía dónde podía comprar leña. robar, secuestrar, violar, matar o descuartizar.
Me dijo que no tenía ni idea, pero que él tenía Sin embargo, cuando viajas tanto, acabas des-
de sobra y me invitó a que lo acompañara. Su cubriendo que en realidad es al contrario: que
aspecto era sucio y dejado, cojeaba ligeramente la mayoría de las veces, la gente aparece en tu
encorvado y envolvía su cuerpo en un abrigo de camino para protegerte.
personas extremadamente humildes que,
«Cuando viajas tanto, acabas descubriendo en lugar de descuartizarnos y quedarse con
que la mayoría de las veces la gente nuestras codiciables posesiones, no dudaron
aparece en tu camino para protegerte.» ni un segundo en ponerse manos a la obra y
sacarnos de aquel atolladero.
En los tramos más complicados de un
viaje en moto no temes a las personas, sino
Un par de años antes, en febrero de 2015, su ausencia.
viajaba con mi amiga y periodista Gemma Pare-
llada. Pretendíamos llegar al punto más al sur de
Madagascar y el camino, como tal, había dejado El miedo a los medios
de existir tras el paso de las lluvias. Llevábamos Madrid, junio de 2009
varias semanas sin ver asfalto y cada día se
convertía en una pequeña odisea. Una mañana Había decidido congelar mi vida seis meses
amanecimos en Androka, un pueblo pesquero para viajar en moto desde España hasta Aus-
en el que, entre otras muchas cosas, unas monjas tralia, el que pensaba que sería el gran viaje
nos vendieron gasolina para conseguir avanzar de mi vida. Un periodo sabático para poner
noventa kilómetros. El destino siguiente era una un parche a la nostalgia de no haberlo dejar-
pequeña ciudad llamada Ampanihy, y nuestro lo todo y haberme dedicado a lo que siempre
mayor temor era un tramo de más de cuarenta deseé: errar por el mundo sobre dos ruedas sin
kilómetros en los que no había absolutamente billete de vuelta. En poco más de dos meses,
nada, ni pueblos ni, por tanto, personas que pu- me vería surcando el mundo sobre mi moto
dieran ayudarnos en caso de problemas. y en aquel momento estaba sumergido en la 17
No recuerdo un día más duro en toda mi preparación del viaje.
vida. Las lluvias torrenciales habían destrozado Debían de ser las dos de la mañana. Había
la pista y nos vimos atrapados en un laberinto dejado mi casa de alquiler y vivía en la de mi fu-
de senderos que en muchas ocasiones se con- tura exnovia. Ella dormía y yo tecleaba, sentado
vertían en trampas mortales para mi moto de en la mesa del salón, con todo apagado y en total
casi trescientos kilos, que se quedaba engan- silencio para no molestar, iluminado únicamen-
chada una y otra vez. Todo ello a treinta y cinco te por la pantalla parpadeante del portátil.
grados, rodeados de una horda de moscas cojo- De los treinta y tantos mil kilómetros que
neras y sin apenas sombras donde descansar. me esperaban hasta Sídney, me obsesionaban
A la enésima vez que intenté sacar la moto
de un agujero, reventé. Me entró lo que en térmi- Moto aparcada dentro del comedor del hotel, como
nos ciclistas se llama «pájara». El cuerpo desco- medida de seguridad. Indonesia, febrero de 2010.
nectó de la cabeza. Dejé de tener energías, hasta
el punto de que me costaba moverme, como si
la fuerza de la gravedad se hubiera triplicado. A
toda esta agonía se unió una fatiga constante,
casi crónica. Me tumbé jadeando a la sombra de
un matojo, me cubrí la cara con un pañuelo para
evitar que las moscas se me merendaran y cerré
los ojos ante la mirada preocupada de Gemma.
No creo que hubiéramos muerto aquel día,
ni mucho menos, pero se me pasó por la cabeza
dejar allí las motos con nuestras pertenencias e
ir a pie a buscar ayuda. Por fortuna no hizo falta:
de la nada aparecieron unos pastores nómadas,
especialmente seiscientos, una línea recta a interminables décimas de segundo hasta que,
través del desierto en Pakistán que ampliaba y de repente, en medio del silencio de la noche,
exploraba una y otra vez en Google Maps. Bus- me pareció como si alguien me gritara al oído
caba algo, lo que fuera, que calmara mi miedo el titular que estaba leyendo en ese momento:
a encontrarme de bruces con unos señores en «Turista francés secuestrado cerca de Queta, en
un jeep descapotable, con la cabeza envuelta Pakistán».
en turbantes rojos y armados hasta los dientes Unos meses después, y tras los primeros
con Kalashnikovs. Entonces, se me ocurrió la cuarenta y cinco días de viaje, alcanzaba mi de-
feliz idea de teclear en Google «secuestro Pa- cimotercera frontera y entraba en la India. Había
kistán». El ordenador se quedó pensando unas superado lo que a priori se suponía más difícil
del viaje, los temidos Irán y Pakistán, y no solo
no me había ocurrido nada malo, sino que, por
Sacando la moto de un barrizal con la ayuda de varios primera vez en mi vida, había sentido la abso-
anónimos lugareños. Madagascar, marzo de 2015. luta certeza de estar siempre en el sitio correcto
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©GEMMA PARELLADA
sin el menor atisbo de duda. Me había sentido El miedo al cambio
pleno, había acampado en comisarías de policía, Cataratas Victoria, septiembre de 2013
sido escoltado por el ejército, comido en puestos
callejeros con las manos negras, charlado con El día que llegué a las cataratas Victoria tenía la
amables y anónimas gentes, y centrado en mi espalda reventada. Llevaba varias jornadas levan-
objetivo de avanzar. tando la moto una y otra vez en las espesas arenas
de Botsuana, así que necesitaba parar para
descansar y recuperarme, pero, sobre todo,
para tomar la decisión más importante de
«No solo no me había ocurrido nada malo,
sino que, por primera vez en mi vida,
mi vida.
había sentido la absoluta certeza de estar Me dedicaba al negocio inmobiliario
siempre en el sitio correcto.» desde 1999. En 2003 había montado mi pro-
pia empresa y, aunque no me había forrado
como otros muchos, mi vida en Madrid no
estaba nada mal: tenía una buena casa de
De repente, me vi circulando con mi propia alquiler, muchos amigos y una furgoneta con
moto por la India, a quince mil kilómetros de la que siempre que podía me escapaba al sur a
mi casa, más sano y salvo que nunca, y con una practicar kitesurf o al norte a hacer snowboard.
sonrisa plena como pocas veces recordaba. Sin Me iba bien, pero no me sentía pleno, por eso en
saberlo todavía, acababa de encontrarme con- 2009 decidí parar esa vida unos meses y cumplir
migo mismo y un nuevo miedo, mucho más el sueño, aunque fuera parcialmente, de viajar en
poderoso que el anterior, había comenzado a moto desde España hasta Australia.
germinar en mi cabeza: el miedo a cambiar de De aquel viaje regresé en mayo de 2010 19
vida. con la cabeza dada la vuelta. Empecé entonces
a lidiar con una doble vida, a atender mal mi em-
presa en Madrid y flirtear con la vida que soñaba,
Cataratas Victoria, septiembre de 2013. haciendo viajes en moto por África que duraban
©GEMA PARELLADA
el tiempo máximo, justo antes de que mis socios
y mi pareja me echaran demasiado de menos.
Ni estaba allí, ni tampoco aquí.
La situación se hizo cada vez más insoste-
nible y mi vida, como el agua que gira cada vez
más rápido al caer por un embudo, se dirigía ver-
tiginosa hacía una decisión: o aparcaba la vida
nómada para siempre y regresaba a los treinta
días de vacaciones, o daba un golpe seco so-
bre la mesa y cambiaba de vida. Tenía treinta y
ocho años y mucho miedo a lo desconocido, a
la incertidumbre que suponía dejarlo todo para
empezar una nueva vida desde cero.
Un día, paseando a solas por las cataratas
Victoria, en Zimbabue, observé hipnotizado publicitarias en internet. He atravesado medio
cómo millones de litros de agua corrían ner- mundo en moto, y hasta la fecha no tengo nin-
viosos por el río Zambeze hasta precipitarse guna experiencia realmente mala que contar.
ciento cincuenta metros al vacío, generando un Cuando GeoPlaneta me propuso escribir
ruido ensordecedor que me aislaba de todo lo este libro, sinceramente, sentí un poco de vérti-
demás y me permitía centrarme en mi mayor go. Sin embargo, no pude negarme. Llevo vein-
preocupación en aquel momento. Tenía que ticinco años viajando en moto y los últimos diez
elegir, y por tanto, renunciar, y en ese momento
ha sido casi mi única ocupación. Desde 2013 soy
20 terminé de verlo claro. Si no lo intentaba, no me
nómada, paso dos tercios del año viajando por el
lo perdonaría nunca. Decidí salirme del cauce mundo y el resto del tiempo suelo alquilar una
y arriesgarme a vivir más. habitación en Madrid, o en Tarifa, como ahora,
Aquello fue en 2013 y nunca me he arrepen-
para seguir creando contenidos sobre el tema.
tido. Los miedos desaparecieron el mismo día No soy escritor, pero habría sido una pena que
en que opté por hacer lo que realmente deseaba,el miedo me hubiera impedido compartir todo
que era dedicar mi vida a viajar en moto por lo que he aprendido estos años.
el mundo. «¿Y de qué viviría?», me preguntaba Por eso pensé que lo mejor era comenzar
muchas veces antes de tomar la decisión. La res-
hablando de los miedos, de los míos y también
puesta, como casi siempre, estaba en el camino,de los tuyos, porque estoy seguro de que en
tan solo había que empezar a avanzar y abrir algunas partes de este relato te verás reflejado.
bien los ojos. A todos nos toca lidiar con los miedos, con los
propios y con los que nos rodean,
pero también nos ayudan a pro-
tegernos y a dar más valor a las
«Los miedos desaparecieron el mismodía en que
opté por hacer lo querealmente deseaba, que era decisiones cruciales de nuestras
dedicarmi vida a viajar en moto por el mundo.» vidas. Lo único importante es que
no nos paralicen, ni nos impidan
tomar el camino correcto. ¿Nos
vamos de viaje?
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