Estudios de Literatura Universal - Riva-Agüero - Parte 4

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430 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Entre la selva novelesca del "Wilbelm :Meister en el


Libro Sexto de la Primera Parte, inserta un episodio con-
movedor: las memorias de Susana Catalina de Kletten-
berg, piadosa amiga y consejera de la niñez y primera
juventud del poeta. Utilizando reminiscencias de sus con-
versaciones y cartas, ha compuesto, COn toques reales e
ingenuos, de veracidad inconfundible, las confesiones de
una alma mística, de unció11\ y allteza exquiisitas23 • Es
la autobiografía de una dulce, resignada y sonriente mu-
jer virginal; de una devota de la secta de los Husitas o
Viejos Hermanos Moravos, partidarios de las imágines;
de una iluminada, maestra en las más abruptas y empi-
nadas sendas espirituales24 • Ni en Lamartine, ni en el
mismo Manzoni, hay páginas que superen la religiosidad
de estas memorias de la Canonesa de Klettenberg. Para
descubrir apropiadas analogías, hay que ascender en nues-
tra literatura española (y no es hipérbole) hasta las :Mo-
radas de Santa Teresa o los Diálogos de Fray Juan de los
Angeles. Deberían fijarse en ello y en el retrato de S. Fe-
lipe Neri del 'Viaje a 1talia" los que aturdidamente denie-
gan a Goethe el instinto de lo suprasensible. Quien sa-
bía interpretar tan delicados sentimientos, tenía, como lo
hizo, que flagelar la ligereza burlona y mezquina de Vol-
taire, y exigir respeto para las aspiraciones ultraterrenas25 .
El 1austo es el único verdadero poema épico de la
civilización moderna, .el único digno de equipararse con
la medioeval DIvina Comedia de Dante. Esta compara-
ción, que por obvia constituye un lugar común, puede
extenderse fundadamente, de la mera importancia exte-

23 Sobre la Klettenberg, atiéndase igualmente a lo que refieren la Se-


gunda y Tercera Partes de las Memorias de Goetbe, Poesía y :Realidad.
24 Aunque bastante menos significativos, pueden a este respecto consul-
tarse también algunos párrafos del Diario de .cenardo en la Tercera Parte de
los Años de Viaje de Wilhelm Meister.
25 Conversaciones con Eckermann, 15 de Octubre de 1825 y 3 de Enero
y 15 de Febrero de 1830. Jlfemorias, Tercera Parte, Libro XI.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 431

rior e histórica, al íntimo y trascendente significado de


la obra, al designio que la anima, desconocido o rebaja-
do por no pOCOS rastreros comentadores. En ambas epo-
peyas, el protagonista, llegado a la madurez y guiado por
<CÍenc¡ia sobrenatural, recOr're todos los círculos de la
existencia y de las ideas, para subir al fin a las sumas es-
feras del Espíritu, redimido por la intercesión y el sacri-
ficio. Desde las primeras escenas, en el coro de ángeles
de la noche de Navidad, la filosofía de todo el poema
queda patente: "Dichoso el hombre; proclama Goethe
allí, que por el amor, el dolor y la resignación, ha supe-
rado la prueba". Y más adelante, dice Fausto: "Dos al-
mas habitan en mi pecho, y quiero separarlas. La una,
en su ardiente frenesí de vida, se aferra a la Naturaleza;
la otra, desde el seno de la noche, aspira a la excelsa pa-
tria de sus difuntos. .. Con fatídica y santa zozobra, des-
pierta el alma superior. Ceden la materia y sus instintos;
y se reanima el amor a Dios y al género humano". Fausto
no es un gozador, un epicúreo de baja ralea, como quie-
ren suponerlo míopes, apocados y ramplones intérpretes;
es un insaciable ambicioso del saber y del poder, del vivir
pleno, de lo desmesurado y de 10 ignoto, padre legítimo
del Superhombre de Nietzsche: "No te hablo de. placer,
le dice a Mefistófeles: 10 que anhelo es el vértigo, el go-
ce amargo de apropiarme en el alma cuanto la humanidad
tiene de más íntimo y profundo, todos sus bienes y todos
sus males". De este Sturm und Drang dionisíaco, ascen-
derá también, por grados, a la luz apolínea, mediante el
esfuerzo y la actividad benéfica.
El escéptico Sainte-Beuve escribió alguna vez: "Goe-
the lo comprendió to'do, salvo el cristianismo y el hé·
roe". Se retractó Sainte-Beuve luego en lo tocante al he-
roísmo (que era por demás escandalosa injusticia negar
su apreciación a quien creó tantas incomparables trage-
dias); y habría debido retractarse completamente, por-
432 JosÉ DE LA RIVA-ACÜERO

que, aun prescindiendo de cuanto llevamos analizado y


citado, basta leer el '.Fausto para advertir que en él alter-
nan, oon las inspiraciones paganas, las del cristianismo
platónico y hasta místico. Goethe que, según reconocía
él mismo, no habría podido incluir ninguna de sus infi-
nitas poesías en un libro de cánticos protestantes26, te-
nía sensibilidad e imaginación ca~ólicas, a fuer de gran
artista; y a pesar de sus alabanzas a Lutero y a la Re ..
forma, y sus epigramas blasfemos, dejó de aquello prue-
bas palmarias en expresivos pasajes de los Libros VII
y XVIII de su 7r1emorias, en las ya recordadas páginas
del 'Viaje a 1talia¡, sobre S. Felipe Neri, y en las historias
de Mignon, Sperata, él devoto de S. 1osé, y otras del
"Wilhelm 7r1eister, pero muy principalmente en diversos
pasos del '.Fausto, como en la plegaria de Margarita a la
Virgen de los Dolores y en el admirable final de la Se··
gunda Parte.
Bien mirado, el poema podría intitularse la redención
de dos almas por la expiación y las buenas obras. Mar-
garita es una arrepentida santa. Las primeras escenas en
que aparece, son la glorificación de la pobreza casta, de la
humilde honradez familiar. Cae después, no por sensuali-
dad ni codicia, sino por bondad y terneza; y se purifica
con el remordimiento, el dolor, la oración y el suplicio vo-
luntariamente aceptado, al negarse a huir de la cárcel con
Fausto y al rechazar las arte diabólicas de Mefistófeles.
Por eso Goethe la coloca en el cielo, entre las grandes pe-
nitentes, en el coro de la Magdalena, la Samaritana y San-
ta María Egipciaca. Fausto, tras las fugaces nupcias con
Elena, se dedica a hacer el bien de sus semejantes: "La
tierra ofrece todavía campo para grandes hazañas. La ac-
ción es todo, la gloria nada. El placer vulgariza y degra-
da. El que manda, sólo debe deleitarse en el mismo man-
do". Cr,ea con ahinco un nuevo país, próspero y libre; y
26 Conversaciones con Ekermann, 4 de Enero de 1827.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 433

se duele de los daños que en su tarea civilizadora ha cau-


sado. Pero aun no cree en lo sobrenatural; y en castigo,
el fantasma de la Inquietud lo deja ciego. Entonces siente
una iluminación interior; desea eternizar el momento en
que cumple el bien desinteresado; y al morir en esta feliz
disposición de pureza moral, los ángeles reciben su alma
regenerada. Mefistófeles se ve derrotado y confundido, y
los santos anacoretas del Purgatorio unen sus cánticos a
los de las mujeres penitentes y a los demás coros del empí-
reo, en una deprecación a la Virgen, que compite con lo
más excelso e inefable de Dante.
No extrañen tan elevados y espiritualistas acentos los
que, por no conocer a Goethe sino de oídas, se limitan a
aplicarle los resovados epítetos de pagano y panteísta. Se-
guramente lo fué, y aun pareció serlo de manera exclusiva
en determinadas obras y épocas de su existencia; pero en
la riqueza extraordinaria de su pensamiento y personali-
dad, el espinosismo se combinaba con el platonismo y con
el monadologismo de Leibnitz, y así reconocía la trascen-
dencia divina, por la suprema mónada, y la inmortalidad
personal. De esta convicción suya, hay indudables testimo-
nios en las conversaciones S7 y en una carta a la Con-
desa Augusta de Bernstorff, la hermana de los Stolberg.
Fué un protestante racionalista, y antitrinitario; en exége-
sis bíblica, un modernista i ,en teología general, un latitudi-
nario y deísta, y a las veces un fideísta agnóstico, que de
tiempo en tiempo, en momentos esenciales, rendía involun-
tario y casi forzado vasallaje a la hermosura de la tradi-
27 Por ejemplo, entre muchas otras, las de Goethe con Eckermann el 15
de Abril de 1829 y el 23 de Febrero de 1831 ¡ Y con Falk, en Enero de 1813.
Aun desde su primera y juvenil madurez, antes del viaje a Italia, escribía:
"Me inclino como el que más a creer en la existencia de 10 invisible y ex-
traterreno. Tengo la bastante inteligencia e imaginación para sentir mi propio
yo, por limitado que sea, dilatarse en las proporciones del Universo de Swenden-
bor!!'. " Hasta en el seno de la felicidad, vivo en perpetuo renunciamiento ¡
y cada día constato mejor, que, a pesar de todos mis esfuezos y afanes, no
cumplo mi voluntad, sino la de una suprema potencia cuyos pensamientos nO
son los míos".
434 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

clOn católica; pero de ninguna manera un ateo, negador


de la Providencia y de la ley moral, cuyo imperativo ca-
tegórico, muy al contrario, acataba y definía casi en los mis-
mos términos que Kant: "No carecéis de reglas, ha dicho.
La conciencia luce como el sol del firmamento espiri-
tual"28. Era una cumbre muy alta para que no le alcanzaran
el soplo y el reflejo de lo Infinito. Así también, el otro ti-
tán germánico, Ricardo Wagner, pasó del pagano sensua-
lismo optimista de los 7vtaestros Cantores y del pesimismo
romántico de J'ristán e 1so1da (sonoroso hermano del 'U'er-
tber y las Afinidades), al misticismo católico de Parsifal.
Cuando Goethe declara que "Dios reside en el fondo
del alma y de todas las cosas", confiesa una profunda ver-
dad teológica, que es la base de la Mística, nada menos.
Con Jacobi se explica así: "Las tendencias múltiples de
mi naturaleza me obligan a ser pagano como poeta y ar-
tista, panteísta como científico, y creyente en Dios como
persona moral"29. Este ferviente naturalismo, este con-
cepto del Gran Todo en metamorfosis y evolución incesan-
te, por el que precedió la biología de Geoffroy Saint-Hi-
laire, Haeckel, Darwin y Spencer, y la filosofía de Taine
y Renan, no habría sido en él tan .exigente y tiránico, y
se hubiera subordinado mejor a sus aspiraciones teístas,
si hubiera llegado a conocer las modernísimas conclusio·
nes de la ciencia que, rota la férrea malla del determinis-
mo después de Lachelier, Boutroux y Bergson, y quebran-
tada la fe en la indestructibilidad de la materia, hacen apa-
recer el Mundo ante la física y las matemáticas recientes
(Planck, Príncipe de BrogHe, Einstein), según frase del
astrónomo inglés Sir James Jeans, como creado por una
trascendente inteligencia, por un Hacedor que elabora fue-
ra del ti.empo y del espacio, cual un pintor está fuera del
lienzo.

28 Poesía de la ancianidad de Goethe, intitulada 1estamento.


29 Carta del 6 de Enero de 1813.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 435

Es hora de concluir mi cansado estudio. No quiero


fatigar más al auditorio, examinando las obras secundarias
o inconclusas, como Prometeo, El Judío Errant~, JWaho-
ma, Pandora y otras mil, que son a la manera de torsos
antiguos en un museo clásico, inapreciables fragmentos de
estatuas. Su riqueza y muchedumbre agobian. Sintetice-
mos en un simil nuestras impresiones.so
Fue Goethe como un espléndido y sagrado río, como
su paterno Rin, que desde sus nacientes reflejó las monta-
ñas altísimas, los bosques venerables, las catedrales prodi-
giosas, los castillos feudales, los precipicios heroicos en cu-
yas simas ondulan las rubias hadas, las pampanosas coli-
nas, las llanuras fértiles en que se dilatan las actividades
humanas. Pero en vez de descender a las húmedas y os-
curas tierras del Septentrión, a las crepusculares comarcas
hiperbóreas, torció pronto hacia el Sur, a las tierras ama-
das del sol; y espaciándose como un mar centelleante y
tibio, copió ,en sus celestes aguas las solemnes basílicas ro-
manas, las termas y los arcos de triunfo, la insigne blan·-
cura de los mármoles helénicos, los milenarios templos de
la Magna Grecia y Sicilia, los laureles y naranjos que ci-
ñen las faldas de los volcanes humeantes. Ya era enton-
ces como un Mediterráneo inmenso; todos los ríos y arro-
yos de su siglo, de él se alimentaron y le tributaron home-
naje. Vió desembarcar a la d!vina Elena, la transportó con
su coro de vírgenes a un almenado burgo germánico, y
la hizo desposar con el sabio del Norte. No le bastó el
país de la perfección, y sus riberas se extendieron hasta el
Oriente mágico, para oír cantar al ruiseñor junto a los ro-
sales de Persia y las mezquitas de torres tan esbeltas como
las palmeras. ContinuÓ su curso imperial hacia las islas
afortunadas, acarreando en dorados galeones todas las ri-
quezas imaginables. Y cuando fatigado al fin con el peso
30 Véase el Canto de AH y Fátima en el fragmentario ?lfaboma del mismo
Goethe.- Igual comparación, en una de las cartas de Betina Brentano a
Goethe.
436 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

de su pródiga ciencia, remató sus dos máximos poemas a


la par de su vida, invencible conquistador octogenario,
a púnto de desembocar en el océano de lo Eterno, su in-
conmensurable caudal, con recogimiento desusado, se ri-
zó en sacras espumas bajo la intuición soberana del reli-
gioso misterio. Saludémoslo reverentes. Nadie entre los
mortales ha merecido mejor que él las palabras con que
Schopenhauer define el genio: espejo luminoso del mundo.
Los más altos escritores de Alemania y de toda Euro-
pa han sido sus discípulos, o sus reducciones y proyec-
ciones parciales. Fué un Heine benévolo y amplio; un
Hoelderlin sano, vigoroso y gallardo; un Nietzsche racio-
nal y sereno, Schiller, Schelling, los Humboldt son sus
hermanos menores; Grillparzer, Conrado Meyer y Ste-
fan George en poesía alemana, y Sainte-Beuve, Renan,
Taine, los parnasianos, Guyau y Paul Valery en lengua
francesa, sus miniaturas y satélites. Entre los antiguos, Só-
focles, Epicuro el mal comprendido y Lucr:ecio, y en el
Renacimiento Miguel Angel, Rafael y Vinci, pertenecen
a su familia y categoría; y nos imaginamos que con ellos
debe conservar en los prados elíseos. En el concierto de
alábanzas de todo el Universo, cuando se cumple el pri-
mer centenario de su muerte, que no falte la débil voz
del modesto Perú, como prueba de que aun los pe-
queños procuramos aprovechar, siquiera de lejos, sus en-
señanzas y gustar de sus inmortales bellezas.
APENO ICE

EJERCICIOS UNIVERSITARIOS
Como Apéndice y bajo el título de Ejercicios Univer-
sitarios se publican una serie de composiciones redactadas
por Riva-Agüero entre los años 1902 y 1904, para cumplir
con sus obligaciones académicas como alumno de la ':Facul-
tad de Letras de la 'Universidad de San :Marcos. A excep-
ción del primero de esos ejercicios, El Significado Social de
la Tragedia Griega, todos son hasta ahora inéditos.
[os originales manuscritos de Riva-Agüero se encuentran
en el Archivo Central "Domingo Angulo" de la 'Univer-
sidad de San :Marcos. [a copia de ellos y su cotejo ha sido
posible gracias a la colaboración de su Director Dr. Carlos
Daniel 'Valcárcel. Se publican estos Ejercicios Universitarios
manteniendo el orden cronológico de· su redacción.
XIII

EL SIGNIFICADO SOCIAL DE LA TRAGEDIA


GRIEGA
(1902)
Dis:e11aci'Ótl aCadémica presentada en la Pacultad de
Letras de la 'Universidad 5l1ayor de San 5l1arcos en Octu-
bre de 1902. Se publicó en la Revista Documentada (Organo
de la Sociedad Peruana de 'Risforia) Año 1, 'No. 1 Dma,
1948, pp. 301-316.
XIII

EL SIGNIFICADO SOCIAL DE LA TRAGEDIA


GRIEGA

(1902)

C UANDO se repara atentamente en el sentido de cada


una de estas dos palabras 1ragedia, griega, no deja
su reunión de parecer extraña.
Los Griegos, aquel pueblo tan sano y tan feliz, tan
viril y tan activo, cuyo arte era la serenidad absoluta,
cuya religión era el politeismo más risueño, cuya histo-
ria es el oasis de la Antigüedad y cuya civilización es la
flor del Mundo, el eterno ideal que enamora a las más
altas y nobles inteligencias ¿ qué relación, había de te-
ner en el siglo V, época de su mayor vigor -y que fue
precisamente la del apogeo de la Tragedia- con el con-
flicto moral insoluble, con la apoteosis artística de la de-
sesperación, con el pesimismo en una palabra, engendro
de razas decrépitas o enfermas y que se nos figura
la esencia del sentimiento trágico? La monstruosa discor-
dancia que la Tragedia implica ¿ cómo pudo hallar ca-
bida, y tan grande y honro5a, en la cultura griega, toda
placidez y armonía? Repito, señores que la tragedia grie-
ga, superficialmente considerada es algo muy extraño; es
una verdadera paradoja.
442 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

y procede ésto de la causa a que por lo común se


han atribuido las edades equilibradas y perfectas de la
Civilización Humana y del concepto que también comun-
mente se tiene de la tragedia.
Supónese en general, o mejor dicho suponíase en el
mundo antiguo por los creyentes en la Edad de Oro y
en el moderno por los creyentes en la bondad de aquel
hombre primitivo imaginado por Rousseau, que la paz
del ánimo y la ausencia de pasiones desarregladas prove-
nían de la ignorancia del mal y no de su vencimiento, y
que las civilizaciones armónicas eran las incipientes y nó
las adelantadas. Con semejante criterio nó es raro que
repugne que un ideal tan sereno como el helénico coexis-
tiera con el hondísimo sabor acerca del mal moral, de la
rebeldía, de la oscura fatalidad, del tremendo Des-
tino, que la tragedia nos acredita. Pero ese criterio seño-
res -y apenas es hoy necesario decirlo- no es exacto.
Hoy sabemos que la felicidad completa, si acaso existe,
no está en el Pasado, como recuerdo, sino en el Porvenir,
como esperanza; hoy sabemos que en la Historia a las
épocas de tranquilidad y luz preceden épocas de tempes-
tad y tinieblas; que la civilización salió de la barbarie;
que el ansia de la belleza nace no de la ignorancia de la
fealdad, sino de su conocimiento; y por consiguiente po-
demos asegurar que a la incomparable hermosura helé-
nica hubo de anteceder período muy largo de confusión,
de dolor y de desorden, tanto más desordenado y largo
cuanto más perfecta fué la cultura que produjo, porque
cuanto más excelente es una obra, mayores esfuerzos ha
costado ejecutarla. Los Griegos, pues, sufrieron, y mu-
cho; conocieron el dolor, la desesperación, por experien-
cia propia, y tal vez con mayor intensidad que ningún
otro pueblo; antes de ser tranquilos fueron frenéticos, an-
tes de ser sobrios fueron orgiásticos; ántes de someterse
por entero a Apolo, Dios de la luz y de la armonía, ado-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 443

raron a Dionisos dios del desenfreno y de la exhor-


bitancia; y la serenidad de su arquitectura, de su poesía
y de su estatuaria, indica, como á veces la diafanidad del
cielo, la fuerza de la tormenta que la causó. Se pueden
encontrar señales clarísimas de esta tormenta en el fu-
ror ditirámbico de los adoradores de Dionisos y en los
misteriosos ritos de Eleusis y Samotracia. Por la doloro-
sa embriaguez báquica fué posible la Tragedia.
Pero ¿qué es en sí misma la Tragedia? ¿Es un re-
cuerdo de la edad de que hablo -edad de confusión y
sombra y pesimismo- ,ó es, al contrario, la expresión de
su derrota y de la victoria de aquella divina templanza
que los griegos llamaron sofrosil'lf? ¿Qué resulta de la
tragedia griega: eterno o pasajero el mal, positivo o ne-
gativo el dolor, soluble ó insoluble el conflicto entre el in-
dividuo y la Fatalidad?
La definición rutinaria de la tragedia, y que quizá
pueda aplicarse a la moderna, pero¡ de ningún modo a
la griega genuina, es poco o más o menos: representa-
ción de una acción grandiosa que conduye por horrible
calamidad. Créese pues, que su objeto es manifestar
la lúgubre belleza que hay en el crimen, la muerte y
la desgracia, y que por su impresión final debe ser el te-
rror, el espanto, la reproducción artística pero fiel de lo
que hay de inquietante y oscuro en la vida humana. Es
ésta tal vez la de Shakespeare y Séneca, la tragedia sin
solución, la pregunta que a la Naturaleza y al Destino,
a la concatenación ciega de las causas, dirige una socie-
dad infantil o decadente, que aún no se adapta o que ya
se ha desadaptado, que se elabora o que se disuelve; pre-
gunta que no alcanza respuesta. ¿Pero fué acaso la Ate-
niense de los tiempos de Temístocles y Perides? No,
por cierto; aquella sociedad no era tan armoniosa y per-
fecta sino por haber resuelto todos los conflictos mora-
les, y entre ellos, naturalmente, los trágicos. La tragedia
444 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

griega fué, y no pudo menos de ser, afirmativa. Por eso


Aristóteles la define en su Poética como "la imitación
de una acción grave, de cierta medida, con razonamiento
elegante, distribuida en partes, en forma de drama, y que
se sirve de la compasión y del terror para purificar estas
pasiones" .
Averiguar cómo se produjo la tragedia, como con-
cuerda con la serenidad de la poesía clásica y pro-
curar comprender de qué manera engendra la purifica-
ción o catarsts a que Aristóteles en las palabras citadas
alude, debería ser el tema del presente ensayo que de
manera especial recomiendo a vuestra indulgencia. Por-
que en verdad, señores, si el implorarla del auditorio de-
ja en alguna ocasión de ser artif~icio retórico gastado y
marchito, para convertirse en un acto sincero, es sin du-
da en ésta; y no sólo, por la carencia de mérito en el que
habla y la sobra de éllos en los que escuchan, sino por
la trascendencia y alteza del asunto, que requeriría para
ser dignamente tratado una erudición filológica y una
madurez de juicio a que no pudo menos de ser ageno.
Muchas veces, esCribiendo éste trabajo, he deplo-
rado que la deficiencia de mi preparación, la relativa es-
casez de tiempo de que he dispuesto para hacerlo y la
estrechez de límites en que me encierra el temor de fatiga-
ros, me forzaran a estudiar tan superficial y ligeramente,
punto tan rico y sobre todo tan interesante. Porque se
trata aquí, no ya de examinar, una serie de acabadísimas
obras literarias o de encontrar en éllas, como en todas
las artísticas se encuentran, el rasgo peculiar de
una época de carácter dominante de una civilización; se
trata también de un género que por las circunstancias en
que se engendró, los hombres que lo cultivaron y el sello
hierático que conservó siempre, encierra lo más íntimo
y arcano quizá é indiscutible¡mente lo más c;apital del
mundo griego; se trata de las causas de su serenidad,
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 445

de las vicisitudes por que pasó para alcanzarla y en ge-


neral de la evolución que produce los períodos de desa-
daptación y los de concierto; y hoy en que anhelos infi-
nitos y desasosiegos inmensos conmueven el alma mo-
derna; hoy en que experimentando la necesidad de cal-
marlos, piden auxilio los tímidos a un pasado irremisible-
mente muerto y propenden los fuertes al noble ideal clá-
sico, mostrar cOmo nació éste y cuales fueron los sínto-
mas al parecer adversos que lo anunciaron, es algo a la
vez de interés muy trascendente y de utilidad muy in-
mediata.
Dada, señores, la importancia de la cuestión, yo no
podía abarcarla por entero. Vanidad imperdonable hu-
biera sido pretenderlo, aún cuando dispusiera del espa-
cio necesario. Me he limitado a bosquejarla; a na-
rrar rápidamente el origen de la tragedia y exponer el
carácter social que creo hallar en cada uno de los tres
grandes trágicos, todo con la mayor concisión posible;
y aún así abrigo el muy fundado recelo de quedar harto
inferior al asunto que me ocupa.

ORIGEN DE LA TRAGEDIA

Para conocer el origen de la tragedia, no sólo en sus


particularidades externas, que es 10 menos importante,
sino en el íntimo sentimiento que la anima, es necesario
echar una rápida ojeadí;l sobre la civilización helénica des-
de sus más oscuros comienzos hasta la época en que la
tragedia se produjo.
El primero y más remoto período que las infatigables
investigacion.es contemporáneas han esclarecido un tan-
to, es el pelásgico. En él, como en todos los que preceden
446 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

a los tiempos históricos, la vida del hombre, completa-


mente natural, exterior obedece a todas las influen-
cias del ambiente. La sociedad rudimentaria, tiene la sensi-
bilidad de la planta que recién brota, que todo viento
maltrata y toda desigualdad en la temperatura conmue-
ve. Todavía no se afirma la conciencia como distinta de
las demás cosas; el individuo no se desase todavía de la
naturaleza, y participa de la vida de ésta que idéntifica
cQn la suya, mediante el fetiquismo y el mito, gozando
cuando florece en primavera y condoliéndose cuando en
estío desmaya o se paraliza en invierno.
La fórmula de éste estado social es la siguiente: fal-
ta de adaptación por incipiencia, falta de equilibrio en-
tre el medio que estimula y el sujeto que reobra y que
aún no está formado. Si quisiéramos comparar las fases
de la existencia colectiva con la individual, llamaríamos
a ésta la infancia de Grecia, por 10 sensible e impresiona-
ble; si quisiéramos comparar las vicisitudes de los pueblos
antiguos COn las de los modernos, la podríamos denomi-
nar Edad Media griega, a pesar de las diferencias que se-
páran la evolución posterior de la primitiva. Sobre el
fondo de la utilidad grosera apenas conmenzaba a vislum-
brarse la moral, amparada poderosamente por la religión
que por panteista era aptísima para despertar ideas de
solidaridad.
Hermano de los entusiastas y orgiásticos cultos fri'"
gios, expresión de un pueblo activo, sencillo¡ y joven,
el panteismo griego no se sumía en solitaria y muda con-
templación de la inmutable esencia, a la manera de los
indios !tan profundos y metafísicos, sino que en su ino--
cente animismo acrecía y multiplicaba las fuerzas del al-
ma, al unificarla con la Materia. Resultado de ésta con-
templación curiosa e inquieta de los fenómenos natura-
les, de ésta compenetración estrecha con el mundo exter-
no, fué un culto de embriaguez y desenfreno, que fluc-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 447

tuaba entre la alegría más estrepitosa y triunfal y el do-


lor más acerbo y punzante.
Cuando el otoño concluía por despojarse de sus úl-
timas purpúreas galas y en los surcos recién abiertos de-
saparecían las semillas, Demeter, la Madre Tierra, esposa
de Zeus, la atmósfera fecundante, perdía a su hija Cora,
que el dios de las oscuras regiones arrebataba consigo.
y los Griegos acompañaban en su pesar a Demeter an··
siosa y compadecían la soledad del campo en el invier-
no; hasta que surgían los verdes tallos y Demeter
con transportes de júbilo hallaba a su hija. Análogo
para ellos al de las estaciones, era el destino del hombre,
que la muerte arrojaba al polvo y pudría, para que de
sus descompuestos elementos brotara {,In nuevo ser lle-
no de vida. Y cuando el ardor del verano secaba las fuen-
tes y agostaba las plantas resonaban por colinas y valles
los lángUidos y quejumbrosos cantos que noraban: la
muerte de Linos, el bello pastor adolescente que devoró
el perro Sirio. Y cuando por fin el poderoso aliento de
la primavera rejuvenecía a todos los seres y embriagaba
al campo con torrentes de savia y de sol; el hombre to-
maba parte en la universal fiesta y saludaba con entu-
siastas aclamaciones a Dionisos, la fuerza fecundadora,
hijo del dios del aire lo seguía en sus expediciones se ha-
cía su servidor, su sátiro, participaba anhelante de sus
peligros y celebraba su triunfo al fin del año, en la abun-
dancia del vino, que estimula la violencia del placer. La
tradición unánime nos señala en estos primitivos ritos pe-
lásgicos 'el germen de la comedia y la tragedia, la estre-
pitosa algazara y la apasionada emoción, el concepto de
la fatalidad, del orden incontrastable de la naturaleza,
que ora favorece, ora persigue y hasta aniquila como en
el citado mito de Linos, en el de PenteÜi y Agavé, en el
de Orfeo y en el despedazamiento del mismo Dionisos.
448 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Pero así como en el individuo la inquieta sensibili-


dad de la infancia cede pronto el lugar a la risueña ima-
ginación de la adolescencia, así también en las especies
-no sólo en la humana sino en todas- al desequilibrio de
la edad primera sucede la armonía cuando el desarrollo
del sujeto corresponde a las influencias del medio. El
viviente se adapta por entero y en consecuencia alcanza
vida perfecta y plena. En la Historia, la armonía no só-
lo existe entre el hombre y el medio físico, sino muy
principalmente entre el hombre y el medio moral, entre
las influencias psicológicas de los semejantes y la reac-
ción del sujeto. Llega un momento en que lo concebido
y deseado durante largas épocas de gestación dolorosa,
o deja de ser deseado, libertando así al espíritu de la agi-
tación, si es irrealizable, o como con mayor frecuencia su-
cede, toma forma y se cristaliza en hechos e institucio-
nes. El hombre se encuentra holgado porque ha am-
pliado el molde todo lo necesario; fija sus límites por-
que ha efectuado lo que se propuso; y tras la lucha vie-
ne el goce de la victoria y tras la producción afanosa la
contemplación serena. Surgen ent~ces los períodos ar-
mónicos, que son expreJ;ivos, es decir, artísticos; por-
que sólo puede expresarse lo que ya existe, lo que ya es-
tá definido. A poco, por causa de la vitalidad infinita,
vuelve el equilibrio a romperse, sea porque los estímulos
exteriores aumentan en intensidad y el sujeto no alcan-
ce a igualarlos, sea porque en el sujeto se despierte una
ansia nueva hacia otro ideal entrevisto. En el primer ca-
so tenemos una desadaptación por decadencia, en el se-
gundo una desadaptación por progreso.
Como consecuencia, pues, del mismo crecimiento de
la civilización griega, la discordancia de las sociedades
pelásgicas se trocó en armonía apareciendo la edad heroi-
ca u homérica. Contribuyó a apresurar la generalización
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 449

de la nueva forma, el descenso de los Pelasgos septentrio-


nales o Helenos a las comarcas del sur de Grecia.
Ayudados por el clima de los fríos países en que vi-
vían, negaron más pronto que los meridionales a la ma··
durez, predominaron sobre ellos, invadieron sus terri-
torios y, aún permaneciendo como clase superior, se
amalgamaron con los vencidos, excepto en Arcadia y Perr-
hebia, donde permaneció puro el elemento pelásgico. Apo-
lo, el dios de la moderación, el que inspira la sofrosine,
el brillante defensor del orden moral y de la justicia, reinó
como soberano, convirtiendo a su semejanza, en tranqui-
lo y sereno, a Zeus, la "antigua atmósfera", que adoptó
como padre y reunió en torno suyo a una nueva familia
de dioses, en parte mínima importados de Asia, como
Afrodita, en gran parte producidos por la prolífica ima-
ginación griega; dioses alegres sin estrépito, felices sin
bullicio, que habitan la alta montaña olímpica, lejos de
la tierra que fermenta y palpita, cerca del etéreo firma-
mento que rie con risa tan plácida como la que sus in-
mortales labios ostentan) mientras que las antiguas divi-
nidades telúricas, Pan, Demeter Dionisos, adoradas por
los vencidos, mendigan y al fin obtienen un puesto se-
cundario en la mitología triunfante o se ocultan tímida-
mente en los misterios.
y al cambio mitológico acompañaba el cambio so-
cial y político. Las Instituciones se habían regulari-
zado; la clase guerrera se había constituído. En lu-
gar de aquellas tribus de antes, completamente divididas
entre sí se formó un verdadero feudalismo, con su rey
supremo a la cabeza, el rey de Argos, con sentimientos
nacionales como lo demuestra la expedición a Troya, con
gobierno apacible como lo enseña la Odisea. No eran
menos vigorosos los impulsos, pero eran menos furiosos
y exhorbitantes; no gustaba menos el hombre de comba-
tes, de sangre, de emociones violentas, pero en todas las
450 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

agitaciones e distingue cierto sello de racionalidad, de


medida que sería inútil buscar en el período dionisíaco
pelásgico. La existencia no era menos natural y primitiva,
--ni ¿ cómo podía dejar de serlo si que se estaba en plena
época de adolescencia y si que aquella serenidad provenía
de la adaptación a la naturaleza ?-pero la misma natura-
leza era ya concebida como un conjunto de dioses limi-
tados é inteligentes y no desbordantes e irracionales.
Esplendorosa manifestac~ón artística de este perío-
do fué el arte homérico. Estoy muy lejos de creer que esa
civilización, primitiva al fin y al cabo, diera a ambos poe-
mas homéricos la unidad que hoy tienen,. Proba-
blemente, obra fué ésta, de los diaskevJCisltas del tiem-
po de Pisístrato, pero hubo siempre de existir entre los
cantos de autor diverso, que reunimos bajo el nombre colec-
tivo de Homero, si no la unidad exterior, formal, en todo
tiempo ajena a la inspiración épica popular, por lo me-
nos la unidad esencial e íntima de sentimiento, que per-
mitió darle aquella y que nos revela sorprendente y mag-
nífica comunidad de pensamientos y aspiraciones. Hay en
las epopeyas parciales, fundidas en la IIiada y la Odisea
una reunión de cualidades idénticas que responden al ca-
rácter de la civilización que las inspiraba.- La primera
es la impersonalidad, la objetividad absoluta. Nunca apa-
rece el autor; la nota individual nunca resalta. El estilo,
igual en todos es el del tiempo; el plan, igual en todos,
es el del género.
Es esta una manifestación de la adaptación perfec-
ta del mundo homérico. Así como en los seres fuertes la
cohesión domina a la afinidad y en los vivientes sanos el
impulso central domina todas las partes y en los hombres
normales ningún miembro tiene conciencia por sí solo,
sino por la totalidad, por el yo; así en las sociedades per-
fectamente adaptadas es cosa desconocida el subjetivismo,
el lirismo genuino.- La segunda es la visión repo-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 451

sada y tranquila. Homero no atiende sino a las for-


mas y cuando describe pesares u horrores, cuando nos
pinta la desolación de Andrómaca o las rudas batallas
que se empeñan ante los muros de Ilión, lo hace de mane-
ra que no nos unificamos verdaderamente con sus per-
sonajes; los miramos como un espectáculo; el héroe se en·
furece y lucha para recrear nuestros ojos; y en los mo-
mentos supremos del combate la narración suspende el
desenlace para hacer notar el aspecto de las armaduras
de los contendores o el de la sangre que las heridas ma-
nan. Hasta el estilo, lleno de largas comparaciones, y el
metro, el solemne y pausado .exámetro, contribuyen a
darle a la poesía épica más marcado carácter de sosega-
da objetividad y descansada contemplación. Serenas has··
ta en el dolor, como el Laocoonte, las figuras homéricas
parecen estatuas clásicas: a juzgar por el robusto torso,
la musculatura soberbia y los magníficos miembros, cree-
ríase que son luchadores vivos, llenos de actividad y de
energía, pero a poco la blancura y frialdad del mármol,
y, sobre todo, la cabeza absorta, la frente tersa y la ex-
presión vaga de los ojos sin pupila, convencen de que son
puras creaC'Íones artí:sf;ic1as, seres superiores, libres de
las miserias terrenas, habitantes del reino de la paz
ideal. El poeta no se apresura por nada; en los pasajes
más patéticos los prolongados símiles dirigen la admira-
ción hacia las formas y la apartan del sentimiento inter-
no; y la corriente del exámetro arrastra por su ancho y
despejado cauce toda agitación maléfica, toda sensación
sobrado aguda. Este es el triunfo manifiesto del espíritu
adaptado y sereno de la Edad heróica sobre las terribles
perturbaciones y penosos vértigos que le antecedieron.
Allí estaba ya entera y completamente desarrollada
la sofrosine, que seiscientos años después celebraba Pla-
tón con sublimes términos en el Symposion; la sofrosíne
que consiste en no perder iamás el dominio de sí y en ha-
452 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

cer predominar en el alma los sentimientos intelectuales


o contemplativos. Observemos, además, que el amor ex-
clusivo hacia la forma 'es y tiene que ser característico
de las civilizaciones adaptadas, porque sólo en éllas existe
la forma, porque sólo en éllas encuentra el contenido su
adecuada expresión y porque la forma misma no es otra
cosa que el resultado de la adaptación perfecta.
Pero la cualidad homérica que proyecta mayor luz
sobre la edad homérica es el concepto moral del mundo,
que en ambos poemas resplandece. No se necesita en ver-
dad cavilar mucho para comprender lo que los Griegos
entendían por Destino. Es la concatenación de las cau-
sas, tanto físicas cuando humanas, que se van engendran-
de unas por otras de manera infrangible sin que el resul-
tado sea que1'ido por él1as; en pocas palabras: es la de-
terminación inconciente, el ciego producto de toda la Na-
turaleza, que los Griegos no pudieron ignorar, porque la
reflexión más elemental lo descubre, y que antropomor-
fizaron como lo hicieron con las fuerzas parciales, (Apo-
lo, Artemis, Zeus, Hera, Demeter, etc) en figura del Ha-
do, no por cierto en razón de un simbolismo esotérico, si-
no merced a su manera primitiva y animista de compren·
der las cosas. Sólo que, no pudiendo los Griegos despren-
derse de la idea de finalidad, después de haber negado la
contingencia en la Naturaleza, o poco menos, la hicie-
ron plenísima en el caprichoso Hado.
Ahora bien, si el Destino es la ley del UnI-
verso,el hombre cuando se adapta a éste, ha de en-
contrar a aquel conveniente; es decir, justo y bueno. Una
civilización adaptada tiene, pues, que ser optimista. Ho-
mero lo es, en efecto. Puede decirse que en él no domina
la terrible Moira sino Némesis, la de las justas vengan-
zas. Sus dioses, principalmente Zeus y Apolo, tienen gran-
deza moral; sus héroes, si pecan, si exceden en la medi··
da por arrogancia o astucia, sufren, como Ulises calami-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 453

dades y pruebas que los purifican, o al fin vencen la ra-


bia y se dominan, como Aquiles después de la muerte de
Héctor. Y aquí nos aparece la clave del arte homérico, que
hemos de ver como es también la de la tragedia. Las pasio-
nes desequ,ilibran al hombre. ¿Qué lo equilibrará? El
mismo choque de éllas el conflicto entre el individuo y
el Universo que al cabo, por medio del dolor, le asigna
sus límites y le da una forma. Por eso Homero no se sa-
tisface con calmamos por aquella su visión lejana y tran-
quila de los peligros y horrores, sino que al concluir todo
canto cíclico, como en la Aquileida y en el indudable nu-
cleo primitivo de la Odisea, nos muestra el orden resta-
blecido, con los funerales de Héctor o con la re-
conciliación entre los parientes de los pretendientes ase-
sinados y Ulises. Razón tenía Aristóteles al decir que la
epopeya era, por lo esencial, una verdadera tragedia (Poé-
tica, capítulo XXIV).
Explicar porqué se destruyó esta acabada armonía,
sería explicar porqué propenden siempre la existencia a
un grado superior y porqué no se estaciona en ninguna
forma. El movimiento prevaleció sobre la estabilidad, y
poco a poco fué desmoronándose la serenidad homérica.
Los síntomas comienzan a notarse en los últimos poetas
épicos que conocemos, como Estasino y Hesiodo; -sean
o no simples nombres colectivos de muchos rapsodas, co-
mo es probable que lo sea el de Homero. ¡Qué diferencia
entre éste y Estasino, que al comenzar su poema refiere
como Zeus creó a Elena y a Aquiles, para diezmar so-
bre la tierra la raza de los hombres! ¡Qué distante el ideal
homérico, todo tranquilidad y luz del hesiódico, tan pe-
simista y sO¡ll1brío! A la alegre adolescencia sucedió la tur-
bada y melancólica juventud. Hubo entonces un desper-
tar de los Pelasgos subyugados, de su carácter y sus mi-
tos, que sometió a los Helenos mismos. Los miste-
rios alcanzan inusitada pompa, y Pan, Demeter, y Dio-
nisos vuelven a reinar sobre los campos griegos. In-
454 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

dudablemente, era éste último un antiguo dios pelásgico,


anterior a los tiempos de Homero, quien lo cita, pero sí
no su origen, por lo menos debe la extraordinaria difu-
sión que su culto alcanzó en este periodo, a las influen-
cias orientales; -a las de los Frigios, principalmente, her-
manos de los Griegos y cuya religión se distinguía por el
entusiasmo tembloroso y extático. Por el ambiente ho-
mérico pas.ó, oscureciéndolo, el rugiente vendabal dioni-
siaco, y multitudes enteras seguían al dios frenético, uni-
ficándose íntimamente con él.
El desorden se revela en política con numerosas emi-
graciones y Con la ruina de la heroica y paternal realeza,
cuya sustitución se disputan, en prolongada y confusa lu-
cha, la oligarquía, la tiranía y la democracia. Y Esparta,
para defenderse de la invasión dionisiaca, tiene que vivir
armas en mano, en vigilancia perpetua, tras el baluarte de
las leyes Licurgo.
En la desorganización social, los individuos, células
del organismo adquieren la supremacía. El poeta se con-
vierte en subjetivo, lírico: los metros, con su con
fusión y multiplicidad, expresan la interior tormen-
ta; únenseles la música y la danza, en sus modos más agi-
tados y turbadores; nace la elegía, bronca y belicosa con
Calino y Tirteo, melancólica y muelle con Mimnermo,
nostálgica con Teognis; el incisivo y furioso Arquíloco em-
plea, como demoledor ariete de toda templanza de ánimo,
el yambo de Demeter y Dionisos; y las pasiones llegan al
colmo del desenfreno cuando en la escuela Eolia resuenan
los furiosos odios políticos de Alceo y el violentísimo amor
de Safo.
Lentamente, y aunque con muchas recrudescencias,
la tempestad fué calmandose. Con las leyes de Solón, y
con los albores de la escultura principia a adaptarse de
nuevo el helenismo, próximo a la madurez. La fermenta-
ción de la savia se apacigua y el árbol se apresta a dar
lozanos frutos. Ya apuntan en la amable ligereza de Ana-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 455

creonte, muy lejano aún del severo ideal de Fidias y de


Sófocles, pero no menos lejano de los trasportes del ver-
dadero lirismo. Estesícoro canta temas épicos, porque la
objetividad y la formal apariencia comienzan a gustar.
Su discípulo, el enamora~o Ibicos; el templado y
suave Simónides y el tierno Baquílides pertenecen evi-
dentemente a especie distinta que Alcea y Arquíloco:
representan una reacción contra el desarreglo y el des-
concierto que roza a veces con el afeminamiento. Se le
da unidad a Homero, porque se está en estado de com-
prenderlo y hasta mejorarlo. Los órdenes de arquitectura
dórico y jonio perpetuan en la piedra el triunfo de la for-
ma sobre la indómita fuerza. El pensamiento religioso con-
cilia las divinidades olímpicas con las telúricas, suavizan-
do la titánica aspereza de éstas; y uno de los poetas ór-
ficos, representantes de la tendencia armónica, concibe al
mundo como resultado del Amor, Eros Fanés, ((de cuyas
lágrimas salieron los hombres y cuya risa engendró la
sagrada de los dioses".. El pensamiento laico o filosófico,
despierta. La democracia se va consolidando. Los últi-
mos tiranos son civilizados, cultos, protectores de los ar-
tistas, especie de Médicis antiguos, como Pisístrato, Hi-
parco, Polícrates y Hierón; y su cantor Píndaro los exhor-
ta a la serenidad, a la mesura, reflejando la sofrosine
sobre el torrente de las odas sus celestes colores.
Había un género no literario sino popular, en el cual
el apaciguamiento parecía imposible, porque la turbulen-
cia constituía precisamente su fondo; ese género era el di-
tirambo trágico, el convulso ritmo, la loca danza, el fre-
nético canto que el coro de los sátiros, disfrazados de
machos cabríos (tragos) ejecutaba en las fiestas dionisia-
cas cuando la divina embriaguez se apoderaba de los ser-
vidores del dios y les dictaba las espontáneas e imprevis-
tas palabras de extremo goce o de violento dolor. Y sin
embargo, este género fué uno de los primeros en regulari-
456 ] osÉ DE LA RIVA -AGÜERO

zarse y con ello causó probablemente la disminución del


delirio dionisiaco que hemos notado ya en las demás de-
mostraciones de la vida helénica; cosa muy natural, por
otra parte puesto que el ditirambo era la fuente que pro-
ducía aquel delirio_ A fines del siglo VII Arión de Me-
thymne, convirtió en literario el ditirambo y reemplazó
a los cantos improvisados por el ardor báquico, verda-
deros cantos corales arreglados de antemano_
Este solo hecho es tan Significativo que arroja plena
luz sobre la oscuridad que rodea el culto de Dionisos y
sobre la no menor oscuridad que oculta los orígenes del
drama.
He definido lo dionisiaco como una desadaptación
del individuo al medio y he dicho que el medio no sólo
consiste en la Naturaleza, sino también y muy principal-
mente, en el estado moral de los demás individuos que
forman la sociedad y se influyen recíprocamente. En la
desadaptación el elemento subjetivo o sentimental pre-
domina sobre el representativo o intelectual, porque este
último es en su esencia una forma fija, un límite, una
adaptación; y el sentimiento, falto entonces del necesario
contrapeso exterior, oscila irregular y rapidísimamente en-
tre el placer y el disgusto.
Esta es, señores, la explicación psicológica de los pe-
ríodos febriles de la Historia, y, por consiguiente, de la
época dionisiaca de Grecia; explicación que concuerda,
como se ve, con el concepto biológico de la Sociología.
En tal estado chocan los hombres entre sí en una confu-
sión de opuestos deseos, que lleva a imaginar un fondo
común de mal y lucha, de donde todo procede; un dios
Dionisos, como decían los Griegos. Pero de aquella mis-
ma lucha surge la adaptación. Fácil es ver cómo. Llega un
momento en que la colisión de las distintas indivi-
dualidades fija el límíte, determina la forma; y vuel-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 457

ve a predominar el elemento intelectual, como consecuen-


cia de la ponderación del afectivo.
De acuerdo con estos principios psicológicos que la
observación comprueba, procu~emos imaginarnos los sen-
timientos del griego dionisiaco cuando aparece la tragedia.
El combate interno y externo va equilibrando las
energías; la tormenta del alma va cesando; y entonces la
representación lúcida brota, objetiva los sentimientos; y
principian a distinguirse, como las cimas de un continen-
te que emergiera entre nubes, seres exteriores fijos, que
encarnan las turbaciones subjetivas. Se tiene una imagen
normal, clara de definidos contornos, como las homéri-
cas, en lugar de las confusas y vaguísimas que obsedian
en el período de efervescencia. Podemos decir, sirviéndo-
nos de términos de un psicólogo francés moderno, que a
la imaginación difluente reemplaza la plástica. Y a medida
que esta va concretándose, mayor va siendo la paz inte-
rior, porque es sabido que el sentimiento exaltado
no puede coexistir con la limpidez del conocimiento
y la determinación de la forma. Para fijar esas imágenes,
para objetivarlas, era natural que el heleno acudiera a
las leyendas heroicas, de que tan Íntimamente penetrado
estaba, pero no a las de los dioses, agenos por su carác-
ter a toda conmoción y todo tumulto. De aquí que, según
relata Herodoto, en el siglo VII, Olimpiada 45, celebraran
los coros trágicos de Sicione los sufrimientos del héroe
Adrasto. Dado este paso, nada más fácil y conforme con
la naturaleza humana, que objetivar en realidad a los per-
sonajes ya objetivados en el pensamiento.
El jefe del coro se transformó en actor; transformación
ejecutada por Tespis, el ateniense, mientras que la parte
jocosa del ditirambo se convertía en comedia con Susa-
rión.
Tenemos ya definido el coro. El coro es, no sólo el
origen, sino la causa de la tragedia, porque los héroes de
458 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

la escena son la exteriorización de las visiones de los sá-


tiros, primitivos coristas. Si aumenta el número de actores
es que crece la plasticidad de lalmaginación del
coro; si la trama se complica es que el furor ditirám-
bico va disminuyendo y aumenta la serenidad. El coro es
el "espectador ideal" pero no -en el sentido que le (dá) 1
Schlegel, sino en el que le da Nietzsche, cuya obra "Ori-
gen de la Tragedia" me ha servido de mucho para esta
conférencia, pero con cuya teoría de lo dionisiaco y cu-
ya doctrina sobre el consuelo trágico -destrucción de los
individuos y eternidad de la vida univrersal- no estoy
de ninguna manera conforme.
Porque los Helenos no se contentaron, al curar del
desequilibrio, con pacificar el ánimo, objetivando en la
tragedia sus penas, con objetivación menor que en la epo..
peya, sino que para compensar esta desventaja, le dieron
al conflicto humano una resolución afirmativa y optimis-
ta, más terminante y categórica que la dada por Homero,
por lo mismo que ya poseía mayor reflexión que él y
porque las agitaciones de la edad lírica fueron más inten-
sas y requerían para calmarse consuelo más franco y ex-
plícito que las de la pelásgica. Y por eso no se limitaron
los Griegos a simbolizar -aunque de manera espontá-
nea y artística y no laboriosa y filosófica- los tor-
mentos porque habían pasado antes de alcanzar la sere-
nidad deseada; no sólo descargaron el espíritu de la com-
pasión y del terror con exteriorizarlos, con darles forma,
sino que lo consolaron, mostrándole el orden restableci-
do, la sofrosine triunfante, el castigo y la ruina de toda
exhorbitancia; y el mismo coro perdió su carácter dio-
nisiaco -excepto en el drama satírico-, se objetivó tam-
bién en acompañante de los héroes que imaginaba; y
cuando la acción se nublaba y el reposo se perdía con sus

1 (dá) N o está en el original.


ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 459

elevadas y rectas máximas, refrescaba, como celeste rocío


la conturbación de los oyentes.
Procuraré hacer ver rápidamente este carácter afirma-
tivo de la tragedia, diciendo algo -muy poco, porque
temo abusar de vuestra atención- acerca de los tres gran-
des trágicos, Esquilo, Sófocles y Eurípides, cuyas obras
son las únicas que se nos presentan en el relativo estado
de integridad, necesario para juzgarla con fundamento,
y que respectivamente representan la ascención, el apogeo,
y la decadencia de aquella cultura ateniense, que llegó
a ser, mediante el curso de los sucesos, cabeza y foco
de la griega de aquel período.

II

ESQUILO

Cuando sale la sociedad de la desconcertada época


de elaboración y comienzan a armonizarse los individuos
entre sí, intacta aún la energía, aunque ya no efervescen-
te, robustísimos y poderosos los ánimos, aunque ya con
el sosiego que requiere la creación antística, produce el
árbol del Arte, no los más sazonados y dulces, pero qui-
zá los más jugosos frutos.
Es un fenómeno constante en la Historia; Dante, en
el primer Renacimiento, cuando los primeros soplos de
la Antigüedad descubierta, coreaban la caliginosa atmós-
fera feudal; Shakespeare y Miguel Angel, cuando las úl-
timas sombras de la Edad Media se disipaban y pareció
por un instante en el mundo europeo revivir la soberbia
belleza pagana; Lope de Vega, cuando el imperio uni-
versal de Carlos V propendía con soberano impulso a su
imposible J1eali.zación; Comeille, al alborear el siglo de
Luis XIV; Beethoven, al despertar Alemania de su
460 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

sueño, engrendrando a los nuevos titanes de la Poe-


sía y de la Ciencia, al aparecer entre las brumas hiperbo-
reas el radiante sol que resucitó a la griega Elena, Goethe,
el Júpiter de Weimar; y Esquilo, mientras curada la Hé·
lade del desequilibrio de la época lírica se acercaba a su
cénit de armonía y de luz, tras las guerras médicas; -pa-
ra no citar sino a los más conocidos- todos son genios
de un mismo temple, unidos por parentesco estrechísimo
que proviene de la semejanza de circunstancias que los
originaron; artistas de energía, idealizadores de la desen-
cadenada fuerza en medio de la cual nacieron; hijos de
la noche, en los que todavía ruge el huracán con toda su
salvaje hermosura, acrecentada por el presentimiento de
la serenidad que se acerca; o mejor aún, encendidos cela-
jes de las auroras que inician los días del concierto y la
adaptación.
Entre ellos, ninguno tan poco pesimista, ninguno tan
claramente optimista, como Esquilo; por 10 mismo que
fué el único precursor de una verdadera aunque breve,
civilización armónica y no de ilusiones fugaces y espe-
ranzas desvanecidas. Pueden las obras de Shakespeare
y Miguel Angel influir sentimientos negativos, desalen-
tadores; no sucede lo propio con las de Esquilo. Pueden
ser amargas las sendas manifestaciones artísticas del pre-
maturamente tronchado Renacimiento italiano o de la ce-
nagosa Refo:rma inglesa; pero el soldaclp de Maratón,
que vió nacer y elevarse el espléndido imperio Ateniense,
el poeta que vivió en los días de Salamina, Platea, e Hime-
ra, en el triunfo del helenismo contra la barbarie, encie-
rra siempre en sus sombrías tragedias un consuelo y las
concluye con una solución satisfactoria y apaciguadora-
eCatarsis).
Cierto que, dada la estrecha trabazón é íntimo en-
lace que unía entre sí las partes de la trilogía trágica en Es-
quilo, -excepto contadísimas veces, como en los Persas-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 461

imponíase necesariamente al fin de cada una de éllas la


subsistencia del conflicto y la oscuridad del Destino, pa-
ra dar origen a la posterior, y unir así unas y otras en la
misma trilogía por una trama común cuyo tranquilizador
desenlace se hallaba en la tercera pieza; cierto que sien-
do la mayor parte de las siete conservadas, fragmentos
de trilogías, no podemos encontrar en éllas la impresión
final de serenidad, que integramente hubiera de produ-
cir; pero también es cierto que de tal modo constituía el
restablecimiento de la sofrosine la esencia de la tragedia,
y tan mal se avenían los griegos de aquellos tiempos con
el triunfo de la muerte y del dolor, que, además de la ac-
ción benéfica del coro tras cada episodio importante, no
dejaban concluir una tragedia, una de las partes de la tri-
logía, sin anunciar y hacer presentir el aquietamiento y
la paz, la recta y superior solución, que armonizaba to-
das las disidencias, resolvía todas las contradicciones y
se expresaba clara y plenamente en la tragedia final.
De esta breve pero brillante luz, de este consuelo
lejano pero preciso, de esta gota de miel con que los
Griegos endulzaban toda representación de un conflicto
horrible, haciendo vislumbrar su feliz :término podemos
gozar en Prometeo Encadenado y las Suplicantes, tragedias
que son fragmentos de perdidas trilogías.
El anuncio de un libertador, descendiente de lo y el
de un secreto del cual pende el poderío de Zeus, en la
primera; y en la segunda, la seguridad que Danao ex-
presa de "que el fruto del papiro no aventajará á
la espiga", es decir que lbs Eg~pdos no prevalecerán
contra los Argivos, la decisión del rey Pelasgo y de su
pueblo por defender a las Danáides, el jubiloso comien-
zo del coro final de éstas y el rechazo del heraldo, son
catarsis parciales, que truecan en goce el sufrimiento ins-
pirado por el suplicio del titán o las angustias de las
fugitivas.
462 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Pero el "restablecimiento de la .armonía natural del


ser" -como dice Platón en el Filebo-- es perfecto, la
catarsis es total, cuando la trilogía está completa, como
en la Orestíada, o la tragedia que conservamos es la úl-
tima, como en los Siete, o no está ligada a los demás sino
con flojo lazo, como es el caso de los Persas.
LOS Persas son el himno de victoria que celebra dig-
namente la batalla de Salamina. No hay que juzgar esta
tragedia por lo que relata de los vencidos, uno de los
cuales la escribió y para los cuales fué compuesta, Es,
como todas manifestaciones optimista en su fondo: el
Destino es justo; hizo prevalecer a los Helenos porque,
sin culpa, los atacaron; destruyó a los Bárbaros por
su soberbia, violencia e impiedad. Más que todas,
hace palpables el triunfo de la sofrosine, la derrota
del desenfreno: fué humillado Jerjes porque excedió los
límites del mortal y su loco orgullo no conoció medida.
Como ninguna, es regocijada; no hay peripecie que ame-
nace cambiar el resultado previsto ¡ las tristezas Persas
que la alegre venganza de los helenos se daba como es-
pectáculo, agólpanse desde el principio en espesos nuba-
rrones para estallar al fin en deshecha tormenta.
Hasta en los Siete sobre Tebas, cuyas catarsis -si
se ha de admitir, como parece el descubrimiento de
Franz, y si, por consiguiente, se le ha de considerar co-
mo término de la trilogía tebana-¡ cuya catarsis, decía,
es la menos definitiva del teatro griego, hay apaciguamien-
to, no sólo, cdmo quiere Schneidewin, porque la maldi-
ción de los Labdácidas se ha cumplido y el Destino es-
tá satisfecho, sino porque Tebas se salva del cautiverio
que tanto teme el coro ¡ Polínice, el más culpable, de los
dos hermanos, el traidor alcanza al cabo sepultura de
manos de Antígona y, según las ideas de los griegos, se
libera así de la condenación 'eterna. No otra es la Ca-
tarsis que hallamos en la l1iada de Homero.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 463

Pero donde se revela más claramente la índole de la


tragedia esquiliana es en la Orestiada, única trilogía que
poseemos. Mucho se ha discutido acerca de la intención
que encierra. Ya se ha querido ver en ella la expresión del
predominio que adquiere el derecho paternal sobre el an-
tiguo materno; ya se ha dicho que es una apoteosis del
Areópago, con la cual el aristócrata Esquilo pretendía im-
pedir el menoscabo de aquella veneranda institución. Yo
creo que el simbolismo jurídico ha de buscarse, no en
Esquilo -en cuya época siglos hada que el derecho pa-
ternal predominaba sobre el materno-, sino en el mito
que le sirvió de /tema y cuyo origen puede coincidir per-
fectamente con aquella transformación de la sociedad y
la familia. En cuanto a la glorificación del Areópago, bas-
ta leer la trilogía para comprender que es un fin secunda-
rio. Sólo interviene en el desenlace, y aún allí como ase-
sor de Minerva, quien decide el litigio. Además si
la magestad de latr,aged'ia requería como asunto
tradiciones heroícas o hazañas de la nación entera, -co-
mo en los Persas-¡ si Frínicos fué castigado por haber
introducido con su :Tama de ~~leto, la mezquina actua-
lidad política en el augusto recinto del más religioso arte
¿había de tomar, precisamente Esquilo -el solemne y
hierático trágico-, como fin de toda una trilogía un pro-
pósito de utilidad inmediata y como maquinaria y pre-
paración de él nada menos que uno de los más horrendos
y misteriosos mitos? Ese interés inmediato existió sin du-
da en la mente de Esquilo, pero fué secundario. Tal vez,
no pensó en él sino al escribir las Euménides, como epi-
sodio muy ocurrente y significativo. Lo capital en la Ores-
tíada es trascendente y generalísimo -como sucede en to-
da tragedia griega- y religioso -como sucede en todo
el teatro esquiliano-.
Es la expresión artística y simbólica de las ideas de
los griegos de ese ¡tiempo sobre la Vida y el Destino. Es-
464 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

quilo, como todo poeta, pretendió dar forma fija, mani-


festación bella a todo 10 que en su derredor se
pensaba y se sentía confusamente; 10 consiguió, y por
eso fué grande. Y no se inspiraba tan sólo en las ideas
corrientes entre sus contemporáneos, sino que fué a bus-
car la más arcana doctrina, y la llevó a la luz del teatro,
hasta el punto de que le acusaran de violar el secreto de
los misterios. Si en alguna de sus obras podemos nosotros
gustar aquel sabor esotérico, más que en el fragmentario
Prometeo, es en la Orestiada; -figuración, aunque es-
pontánea y tal vez inconsciente, del tránsito de la época
dionisiaca a la de Pericles, y en general, gracias al hondo
significado que tienen las producciones geniales, del trán-
sito de la conciencia humana de la lucha y el conflicto a
la reconciliación y la paz.
La Orestiada es como el monumento que para cele-
brar su triunfo la sofrosine erige, con las sombrías pie-
dras trágicas que esmaltan aquí y allá las placideces del
coro y que corona, como blanquísima estatua de mármol,
el maravilloso aquietamiento final.

III

SOFOCLES

Si Esquilo es el representante de la fuerza y la ru..


deza, de la adaptación imperfecta, Sófocles 10 es de la
ad,aptación completa, de la perfección serena, del mo-
mento histórico en que la forma de la sociedad está en
total armonía con el fondo de los sentimiento:s individuales.
Su superioridad resalta cuando se le compara con
los poetas que han expresado situaciones semejantes en
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 465

las culturas posteriores. Todos palidecen ante él: Virgilio


y Petrarca parecen muy acicalados; Fray Luis de León
y Spencer, unos aprendices; Racine harto académico; Goe-
the poco espontáneo. Hay una explicación de este fenó-
meno; si el Arte es un producto social, tanto por los ob-
jetos de inspiración cuanto por el mismo artista, tanto
más bellas serán su creaciones, cuanto mejor expresen
la vida de la sociedad a que se dirigen; y si la belleza
que el artista encarna es la objetiva, la que podría-
mos llamar en cierto sentido épica -y no~ la subjetiva y
lírica, propia de las edades de desorden- el mérito del
artista estará a más de su habilidad en comprender y ex-
presar el espíritu social de su tiempo en aquella misma
sociedad, en aquel mismo espíritu; es decir, que el valor
estético consiste, no sólo en la ejecución de la obra, sino
en el modelo que forzosamente ha de influir en la obra.
y es, pues, natural, que entre los poetas serenos y perfec-
tos, obtenga la primacía quien, como Sófocles tuvo por
dechado la civilización más serena y perfecta que recuer-
da la Historia.
Hay un instante de la evolución en que la forma es
tan adecuada y la adaptación tan precisa, que el movi-
miento parece detenerse. En la actividad de la Fuerza se
presenta un descanso inefable. Entonces nace en la Na-
turaleza y en el Espíritu aquella suprema belleza que
Winkelmann comparaba con la trasparencia del agua
pura. Ese instante fué el de Sófocles.
Si se entiende por sublimidad la sensación de 10 ina-
preciable, de lo indefinido, la idea cuyos contornos se
pierden en terribles y oscuras lejanías; si se entiende por
elegancia el refinamiento, muelle y delicado, Sófocles no
es sublime como Esquilo ni elegante como Eurípides; es
simplemente bello. Su poesía, a la vez noble y tierna,
tiene la calma de lo's dioses olímpicos.
466 JosÉ DE LA R1VA-AGÜERO

Sófocles es en la tragedia la personificación de la


Sociedad que en estatuaria produjo a Fidias, en lírica a
Simónides, en arquitectura a Yctino, en Historia a He-
rodoto, en Filosofía a Anaxágoras y en política a aquel
Perícles, cuyo objeto, en mucha parte oonseguido, e1'a
procurarles a los Atenienses y sus aliados la existencia más
hermosa y artística posible. El genio Heleno, por natu-
raleza apto para la armonía, logró en ése período ven-
cer todos los desequilibrios y encontrar en la evolución
de la vida humana una forma perfectísima. Menos senci-
lIa y durable pero más brillante que la homérica, la cul-
tura ática del siglo V tuvo la brevedad de un Sueño, que
disipó la guerra del Pe1oponeso, pero tan delicioso
que bastó su recuerdo para encantar perennemen-
te, no ya a la Hélade, sino a ia Humanidad entera: ¡flor
exquisita, resultado de los seculares esfuerzos de la plan-
ta griega, que no vivió sino un día, pero cuyos marchitos
pétalos han infundido en todas las edades posteriores un
soplo de su aroma inmortal!
A su plena eflorescencia corresponde Sófocles. Las
últimas nieblas dionisiacas, que subsistían en Esquilo,
desaparecen en la lucidez del medio día. En su tragedia
la inteligencia predomina. Los personajes pierden la in-
consciencia que tienen en Esquilo. Se convierte en prin-
cipal lo que en éste era accesorio; a saber, la representa-
ción de los motivos humanos de los héroes. Y el mayor
ascendiente de la sofrosine se revela, si na en los desen-
laces -donde ya no era posible más- en el estilo que
indica tanta objetividad y tanto reposo en la visión co-
mo el homérico. El castigo de todo exceso, de todo peca-
do, contra la sofrosine es la intención moral de sus obras,
tanto en Edipo Rey, Avax y Electra, como en las 1rac(ui-
nianas, Antígona y 1iloctetes y en el suavísimo y con-
solador Edipo en Colona.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 467

IV

EURIPIDES

Aunque acelerada quizá por causas particulares, la


destrucción de la armonía social de Pericles tenía forzo-
samente que cumplirse. La Vida no puede estacionarse
en ninguna forma, porque pronto sucede a la' quietud y
templanza del sosiego, la inmovilidad y el frío de la muer-
te. El movimiento no consiente perpetuos límites. Aumen-
tando los deseos y las aspiraciones de los Griegos, hubo
de quebrarse el precioso vaso que los contenía. El senti-
miento volvió a hacerse difuso y comenzó a pe~der la
razón su objetividad y plasticidad perfectas.
Generalmente se reconoce en Eurípides el primer sín-
toma de desorganización social y se le llama innovador
y sofista, pero pocas veces se ha hecho notar la ín-
tima dependencia que guarda en su obra el naturalis-
mo, la copia escrupulosa de toda realidad, introducida
por él en el arte griego con su carácter de pensador crí-
tico. Y es algo muy obvio, sin embargo. Al perder una
sociedad su armonía, al arruinarse las formas que cons-
tituían su concierto, se presenta la realidad en confuso
estado de desorganización. En política las instituciones
vacilan; en filosofía las opiniones comunmente aceptadas
se destruyen; en arte los tipos superiores aparecen como
convencionales, ficticios, no porque no hayan salido de la
naturaleza, sino porque para el hombre la naturaleza ha
cambiado. Entonces se experimenta la necesidad de traba-
jar en la confusión, de modelarlas, de regularizarIa; y nacen
la crítica en filosofía y el naturalismo en el arte, los cuales
rompen los antiguos moldes, ya inservibles, y principian
a preparar los nuevos. Por eso naturaUsmo y criticis-'
mo no son sino momentos provisorios en la evolución del
468 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

pensamiento humano. No hay que confundir el realismo


con el naturalismo: el realismo puede definirse como un
arte definitivo que se inspira en lo más inmediato, en lo
más tangible de la realidad; el naturalismo es un arte que
reproduce en su confusión a la realidad y que inicia su
sistematización.
Con auxilio de estas nociones generales podría ex-
plicar las relaciones de Eurípides con Sócrates, su mane-
ra de tratar los temas tragicos, sus sentencias filosóficas
y hasta la introducción del prólogo y del deus ex machi-
na -o sea el conflicto declarado humanamente insoluble
y resuelto por unos dioses en que apenas creía Eurípi·-
des-; pero necesitaría mayor espacio del que permite
una actuación como la presente.
Con Eurípides, comienza, pues, no sólo la disolución
de la tragedia, sino la del helenismo, causa de la de
aquella.
La corriente de la vida humana, después de haberse
deslizado por tranquilo lecho, recuperó su turbulento cur-
so. Como una llama que al apagarse lanza su fulgor más
vivo, así el helenismo antes de sucumbir se dilató por el
Asia con Alejandro. Los tiempos posteriores sólo son
ya cenizas de la antigua hoguera. Pero en esas ce-
nizas habían algunas chispas, origen de futuros, aun-
que débiles, focos. ¿Qué otra cosa es la civilización ro-
mana? Y el imperio bizantino ¿no es el prolongadoester··
tor agónico de lo último que quedaba de Grecia?
Se ,desplomó el templo helénico, encamación de la
más pura armonía; y no volvió a levantarse nada seme-
jante; Roma alteró las proporciones, desconoció la gra-
cia y convirtió la risueña serenidad en ceño adusto; des-
pués vinieron bárbaros feroces y reinaron el espanto, la
desolación y el insaciable deseo, simbolizado en la cate-
dral gótica, que asciende desesperadamente a las alturas
sin aquietarse jamás. Algo del templo subsistía, sin em-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 469

bargo: algunas columnas enhiestas resistieron a los es-


tragos de los siglos y en el Renacimiento, cuando el de-
lirio se calmó, la Civilización las contempló con encan-
to y hasta las reprodujo. Pero si los fragmentos se imi-
taron, el conjunto del edificio continuó arruinado y des-
conocido. No hay que disimularlo: las épocas armóni-
cas, después de la de Pericles -es decir, la de Augusto
y la de León X- han sido muy poco originales e
intensas. La conclusión a que nos conduce el estu-
dio de la tragedia griega ¿es pués pesimista? ¿Será cier-
to que la creciente compLejidad destruye el equilibrio,
que cada día irá disminuyendo la templanza y aumentan
do los antagonismos y las tinieblas y que el término de
la evolución es la desgracia y el mal?
Señores: creo que al principio de estas páginas com-
paraba a la civili=ación griega con un oasis. Eso repre-
senta, efectivamente, en la Historia. Por el desierto en
que la Humanidad camina, se encuentran muchas pal-
mas; bajo éllas se sienta el hombre, pero su follaje no
basta para defenderlo del cálido viento de la desespera·
ción; apenas un instante lo cobija; el Simún se levanta y
tiene que continuar su pesada caminata. Raros, rarísimos
son los sitios donde manan cristalinas fuentes, donde la
brisa refresca y la hierba convida al sueño y al deséan-
so. Son raros, pero existen,. Allí residen todas las deli-
cias, allí se disfrutan todos los placeres; y cuando al día
siguiente es necesario continuar la marcha, despierta el
hombre con inmensas fuerzas y alegre y confiado se in-
terna en las arenas.
El mundo contemporáneo ¿no llegará a uno de éllos?
y ¿por qué nó? La adaptación perfecta es difícil, pero no
impQsible. En la Naturaleza ¡cuántos tanteos, cuántos
abortos para producir un tipo bello! En la Sociedad ¡cuán-
tas revoluciones, cuántos fracasos, para engendrar una
civilización armónica! Las dos edades de equilibriO en
470 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Grecia, la homérica y la de Perides, son resultados de in-


numerables esfuerzos, de formas imperfectas que allá,
en Oriente, existieron.
El mundo moderno ha tenido su época pelásgica con
la Edad Media, su época homérica con el Renacimiento, su
época lírica con la general confusión que se extiende desde
la Reforma hasta nuestros días y cuyo punto culminante es
la Revolución Francesa. Si la forma guarda proporción con
la fuerza, nuestra época de calma y concierto será espléndi-
da, porque nuestras agitaciones han sido prolongadísimas
y terribles. Y no se diga que esa calma es poca cosa en
comparación de los dolores que cuesta, que es muy breve,
que es fugacísima, porque la acción benéfica de semejan-
tes épocas no consiste sólo en el momento preciso
de su mayor auge, sino en su preparación y hasta
en su gloriosa decadencia; así como la acción benéfica
del sol no consiste únicamente en su cenit, sino en los
rayos de la mañana y hasta en los resplandores de la tar-
de y del ocaso.
Tal vez ya se inicia algo de élla. Cuando en el te-
rreno social, la solidaridad, es decir la armonía, se alza
poderosa y amenaza derrocar al sistema que preconiza el
aislamiento del individuo; cuando en el terreno artístico,
ideas cada vez más refulgentes de realismo sano, de esté-
tica armónica, prevalecen contra el naturalismo; y cuan-
do en filosofía se tiende con ardor hacia la síntesis, ha-
cia la conciliación; cuando tales fenómenos se presentan,
hay, señores, derecho para confiar.
Sobre todo, el predominio de la Ciencia es indicio
consolatorio. E elemento intelectual regulariza al efecti-
vo. La objetividad científica es precedente obligado de
la armonía social, porque ambas son manifestaciones de
un mismo espíritu de adaptaci¡ón y sosiego. La realidad
conocida nos infunde conciencia dara del límite, de la
forma; y el hombre, al concordar con la Naturaleza, a fin
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 471

de utilizarla, llega a concordar necesariamente con sus


semejantes.
¿Veremos nosotros esa edad de paz? Es muy impro-
bable, muy difícil, señores. La evolución de las socieda-
des es muy lenta; y todavía hay muchos gérmenes de con-
fusión y trastorno. Todavía dista bastante la Ciencia de
una verdadera organización filosófica. Las que hasta aho-
ra se han propuesto, no son sino ensayos loables. Harto
ensombrece al más notable de ellos lo Incognoscible kan-
tiano. La poesía está reducida a un subjetivismo atomísti-
co; la novela naturalista o psicológica es una escuela de de-
presión y desaliento; todo arte está enfermo, en aguda cri-
sis; los conflictos sociales son gravísimos; y el sentimiento
turbado, anhelante, se entrega con frecuencia a desola-
dor pesimismo, o a veces, dirigiéndose al pasado, invoca
a los vanos simulacros que se deshacen en polvo. La se-
renidad está aún muy lejos. Pero ¿qué importa?
Cuando libres de viles egoismos o prejuicios estre-
chos y apoyándonos en la experiencia histórica, conjetu-
ramos acerca del destino de la Civilización moderna, desde
el fondo del Porvenir nos sonríe una infinita esperanza.
SOFOCLES
Su vida¡- sus obras¡- sus personajes¡- su estilo.

S OFOCLES, el segundo de los tres grandes trágicos


griegos en orden al tiempo, nació en Colona, aldea
cercana a Atenas, el año 495 antes de nuestra era. Su fa-
milia, aunque no ilustre a lo que parece era bastante a-
comodada. Su padre poseía en la ciudad considerables ta-
lleres y debió igualmente poseer una casa de campo en
Colona, puesto que allí nació el poeta.
Sófocles, después de' la batalla de Salamina, dirigió
a los quince años el coro de adolescentes, en las fiestas
con que se celebró la victoria. A los veintiocho años pre-
sentó su J'replalemo, en el concurso dramático promovi-
do para festejar los triunfos de Cimón. En él ganó a Es-
quilo. Su carrera dramática, tan felizmente abierta, fue
gloriosísima. Se cuenta que en los concursos trágicos, nun-
ca bajó del segundo lugar y que alcanzó el primero mu-
chas más veces que sus rivales, Esquilo y Eurípides. Pro-
cede ésto tanto de su inegab1e mérito, cuanto de la índole
de su poesía, tan ática, tan acorde con el genio de su pue-
blo y con su época, agena a las audacias soberbias de Es-
quilo y al espíritu innovador de Eurípides.-Parece que en
474 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

su vida fue lo mismo que en su arte: tranquilo, sereno, en


perfecta armonía con todo lo que le rodeaba, perturbado
apenas por las disenciones domésticas que nos atestiguan
la tradición del juicio entablado contra él por sus
hijos, acusándolo de chocho y que rebatió leyendo
a sus jueces el coro de Colona, perteniente a su tragedia
Edipo en Colana que acababa en aquel tiempo de
componer.- Murió a los 92 años, cuando los Lacedemo-
nios sitiaban Atenas ¡ y las hostilidades se suspendieron el
día de sus funerales como homenaje de ambos ejércitos
al genio del excelso trágico.
De las ochenta, o más tragedias que compuso, ~e­
gún el testimonio de los antiguos no nos restan sino
siete: Aijar furioso, :riloctetes, las :Traquinianas, Electra,
Edipo Rey, Edipo en Colona y Antígona, fuera de algu-
nos fragmentos.
Sófocles amigo de Pericles, encamación literaria del
apogeo del teatro griego se diferencia profundamente en
sus personajes y su estilo de Esquilo y Eurípides. En el
sombrio destino del primero, se aclara con un rayo de
justicia y serenidad. Su moral se conforma con la tradi-
cional de Grecia: no superan los límites del mortal, con-
tenerse, aquietar el ánimo. Su fórmula es el requid nemes
de Horacio: nada en demasía, es la misma que atribuída
a los 7 sabios se encontraba grabada en el santuario na-
cional de Delfos, es la que Píndaro cantaba en sus odas y
Esquilo expresaba a su manera tumultuosa y sublime. Pe-
ro en Sófocles se le agrega una suavidad, una serenidad
-y dispénsese la repetición porque esta palabra acude
siempre que se trata de caracterizar a Sófocles ¡ - una
serenidad decía, que en ningún otro se encuentra y que da
un sentido de optimismo grave, de justicia y templanza a
la intención moral de sus obras. Por ello se puede decir
que Edipo en Colana es una tragedia cristiana.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 475

Pero al mismo tiempo i los personajes de Sófocles


son fuertes y nobles, como convenía a una época que re-
presenta el equilibrio entre la rudeza heroica de los :Ma-
rato manos y la afeminada molicie que vino después. Has-
ta las mujeres son viriles en el teatro de Sófocles, por sus
robustas decisiones, y su resuelto carácter, Sófocles es
analista y psicólogo delicado en cuanto a los caracteres.
No descubre las pasiones con el naturalismo de Eurípi-
des ni pinta a los héroes con los audaces toques de Esqui-
lo, pero nos hace ver con diafanidad el nacimiento y los
progresos de un sentimiento, la lógica interna de los su-
cesos.
En lo que toca a la técnica teatral, debemos decir
que Sófocles introdujo el sistema de tragedias sueltas.
QUEVEDO

F RANCISCO de Quevedo, señor de la Torre de Juan


Abad, nació en Madrid en el último tercio del siglo XVi
Su padre y su madre pertenecieron a la alta servidumbre
de la casa real. Desde sus primeros años mostróse Que--
vedo aficionadísimo al estudio. A los 22 años l1amaba la
atención por los vastos, profundos conocimientos que po-
seía en teología, filosofía, moral, literatura y matemáti-
cas. Fué también peritísimo en esgrima, a pesar de la de-
formidad de sus pies, y negó a vencer en el1a a los más cé-
lebres maestros de su tiempo. La libertad y disolución de
las costumbres escolares y la liviandad de las públicas y
privadas de su üempo (recuérdese que eran los días de
Felipe 111 y IV, las de las aventuras escandalosas por ex-
celencias) mancharon muy pronto las de Quevedo y lo
predispusieron para el cultivo de aquel1a literatura lupa-
uaria, pugnante muchas veces por su tema, pero las más
graciosísimas por las galas de ingenio que la adornan e
inapreciable como tesoro de habla castiza y monumento
histórico de costumbres populares; literatura que arranca
en el arte castel1ano del Archipreste de Hita, que produ-
ce la maravillosa Celestina y la Lozana Andaluza de Fran-
cisco Delicado y en la cual tanto sobresalió Quevedo por
478 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

sus letrillas por su gran 1 acaño y por muchos rasgos


de sus Sueños.- Muy joven Quevedo, por defender a una
joven dama desconocida de un ultraje, se hizo culpable
de asesinato y tuvo que huir a Nápoles donde el Virrey,
Duque de Osuna, le hizo su secretario. En tal calidad to-
mó parte activa a la frustrada conjuración de Venecia.
Para recompensar los servicios que prestó y los peligros
que corrió en esta ocasión, se le concedió el hábito de
Santiago y una pensión de 400 escudos.-Volvió Quevedo
a España don da algun tiempo vivió retirado, consagrado
exclusivamente al estudio, desechando la Embajada de Gé··
nova que le ofreció el Conde Duque de Olivares. Por los
excesos de libertad satírica sufrió persecuciones y prisio-
nes; volvió a la gracia del rey Felipe IV, poco después!
casó con la señora de Cetrina, a la cual perdió unos años
después de su matrimonio; a consecuencia de atribuírsele
una violenta sátira contra la corte y la administración, se
le secuestraron sus papeles, se le desterró de Madrid y
se le redujo a prisión en sus dominios de la Torre de Juan
de Abad. Restituido a la libertad, murió a poco en Villa-
Nueva de los Infantes, provincia de Badajo, cuando con-
taba 65 años.- Tal es, a grandes rasgos la vida de Fran-
cisco de Quevedo, el satírico más notable de España, des-
pués de Cervantes.
En cuanto al análisis de sus obras y su personalidad
literaria, lo primero que en Quevedo llama la atención
es la diversidad de géneros que cultivó y la antítesis de
su genio y carácter en que coexisten sin conciliarse el
moralista austero de la 'Vida de San Pablo y el satírico in-
signe, el maleante burlón que en los sueños con ella a
Luciano y Aristófanes y cuyo nombre se ha convertido
en personificación legendaria de la burla. Fué a la vez
poeta serio, jefe de la escuela conceptista, crítico y po-
lemista, literario, escritor moral, poeta ligero y chistoso,
novelista picaresco y satírico fantástico.
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 479

Como poeta serio, Quevedo es muy digno de esti-


mar por la rotundidad de sus versos, su versificación ro-
busta y valiente y cierto género de poesía filo~ófica, hon-
da grande y sutil a veces hasta la exageración y la' extra-
vagancia. Ejemplo de ello su silva a Roma antigua y 'mo-
derna, inspirada en dos versos de las Elegías de Proper-
cio, Quevedo no hizo gran aprecio de esta clase de sus
obras. Nacido y educado en una atmósfera literaria ya
decadente y corrompida, infestada por los contrapuestos,
vicios del gongorismo -redundancia y perversión del mun-
do- y del conceptismo -perversión, del sentido del fon-
do-; Quevedo, ingenio de mucha profundidad de inten-
ción, amigo de discreteas, equívocos, agudezas, digno pai-
sano de Séneca, no se plegó al gongorismo, -corrupción
de los elementos externos, de la versificación y del color-
sino del conceptismo de Ledesma, a la ingeniosidad re-
finada, a la corrupción de los juegos de espíritu, a las
retruécanos, equívocos, alusiones recónditas, y sublima-
ción de conceptos. Fue el principal conceptista, y de más
mérito.- Obedeciendo a ésta complexión literaria suya,
combatió a muerte al gongorismo (lo' más opuesto a la
manera de Quevedo que pueda darse) en su Culta lati-
niParla, en Aguja de 'Navegar, Cultos y Receta para hacer
soledades en un día, y otros escritos polémicos satíricos
más. La rabia contra el gongorismo le hizo descubrir y
publicar, para contraponérselos como modelos, algunos
de los más preciados y ricos tratados de la escuela clásica
como las obras de Fray Luis de León y las del Bachiller
Francisco de la Torre, que algunos con razones fútiles han
adjudicado al mismo Quevedo pero que difieren moralmen-
te de su manera y estilo. Del Quevedo moralista es digna
muestra su pesada pero prudente y a la vez profunda 'Vi-
da de San Pablo, que tanto contrasta con la idea habitual
que tenemos de sus obras. De las sátiras ligeras en verso,
(aunque muchas quemó su autor antes de morir para
480 J osÉ DE LA RIVA -AGÜERO

evitar el escándalo que pudiera producir su lectura) nos


restan instantes, que nos lo acreditan de émulo de Cas-
tellejo, a quien con frecuencia supera, como en su letrilla
tan chistosa contra las mujeres. Como novelista picares-
co su gran :Tacaño no desmerece del Lazan110 de :Torm~'S
y del EscuderO' ~arcos de Obregón; es más breve y ele-
gante que el guzmán de Alfarache y es obra maestra de
estilo gracioso y donosísimo y apreciable documento his-
tórico de costumbres populares, aunque quizá un tanto
exagerado por amaneramientos de género.- Pero donde
más sobresale la originalidad de Quevedo es en sus Sueños,
en donde la alta fantasía, la profunda intención moral y la
irresistible fuerza cómica se combinan de extraña manera,
produciendo obras que son gloria de nuestra literatura y
que a veces como en las Zapurdas, de Plutón, por lo somo
brío y desconsolador de la impresión final toca los lími-
tes del más acerbo pesimismo. Para definirlo en sus Sueños
cumplidamente, habría que llamar a Quevedo un Dante
Cómico.- En cuanto al estilo, Quevedo como prosista prin-
cipalmente, es un maestro incomparable de agudezas, de
figuras caprichosas y felices, de idiotismos castizos, de
estilo vibrant~ y nervioso. Todo el que desee poseer el
castellano ha de estudiar a Quevedo, (al de los Sueños
principalmente) pero no sin algún cuidado porque en sus
sutilezas, conceptos y caprichos de expresión hay lo que
Gautier llamaba "los verdores de la descomposición".
Quevedo es la extraña y exquisita flor de la deca-
dencia española. A pesar de su erudición, sus citas e imi-
taciones nada tiene de clásico en el sentido estricto de
esta palabra; pero que tenga criterio estético, nadie que esté
exento de pedantería preferirá a las extravagancias del
gran humorista, la correcta, secatona y servil imitación
francesa que después vino, la insípida literatura española
del siglo XVIII.
CORNEILLE

P EDRO Comeille nació en Ruan el año 1610. Educado


por los jesuitas, conoció pronto los clásicos latinos.
Tito Livio, Séneca y Lucano fueron sus autores preferi-
dos. El genio austero, noble y un tanto enfático del jo-
ven Comeille se complacía en la grandeza del ilustre his-
toriadOr romano y en la turbulenta vena y la magestuo-
sa concisión de aquellos hispano romanos, que bastante
se le parecían.
Le dedicaron sus padres al estudio del Derecho, pero
Comeille revelaba una decidida afición por la poesía. Su
primera pieza dramática, la comedia :Melita, le fué inspi-
rada por una aventura personal. Un amigo suyo lo llevó
a casa de su novia para que admirara su belleza. Comei-
Ue se enamoró de ella y se vió correspondido. :MeUta gus-
tó en París, pero el público, hecho a los enredos italia-
nos, acostumbrado a las intrigas enredadísimas de Lope
de Vega y los españoles, encontró la comedia muy sen-
cilla. Entonces Comeille, para satisface:rlo, escribió su
Cettandro, comedia del género de las de Hardy, de una
complicación de aventuras verdaderamente monstruosas.
482 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

No sospechaba todavía Comeille la existencia de las fa-


mosas reglas, y en sus obras citadas y en otras comedias
de la misma época, como la 'V.iuda y la yaTería del Pala-
cio Real, no guardó más unidad que la de acción y esa
muy imperfectamente. Comeille ya había encontrado en
?r1el.1fa, la 'Viuda y la yalería, un género especial de co-
media, desconocido hasta entonces en el teatro francés i
comedia seria, de observación real, de intriga moderada,
distinta de la de Moliere, y análoga al drama de costum··
bres contemporáneo.-Pero Comeille no perseveró en esta
forma i se dirig~ó a la tragedia, donde había de conseguir
sus más ruidosos triunfos. Escribió la ?r1edea, en que lo
más notable es traducción de Séneca, según él propio 10
confiesa. E Cardenal Richelieu lo tomó entonces a su
servicio, entre los jóvenes poetas de cámara, que ejecu-
taban las tragedias, cuyo plan suministraba el gran minis-
tro. Entonces Comeille escribió su Cid.
El Cid es el más brillante y maduro fruto de la imi-
tación española, tan preponderante en el siglo XVI y en
el primer tercio del XVII. Comeille se inspira en una obra
Ge Diamante y en otra de Guillén de Castro: Las ?r1o~e­
dades del Cid. Pero, aunque el poeta fránces ponga en su
tragedia bellezas personalísimas, que no ha tomado de
nadie y que son espléndida revelación de su genio trági-
co, aunque la elocuencia patética, el raciocinio elevado,
y fuerte de que todos sus héroes hacen gala, el estoicis-
mo de los caracteres y la fuerza sentenciosa del estilo;
aunque todo esto sea corneliano y original en grado sumo,
todavía no ha de negarse que Comeille estringe y malea
muchas bellezas de Castro y que allí donde reinaba la di-
chosa libertad castellana, establece Comeille por respeto a
las pretensas reglas cierta rigidez, cierta sequedad, contra-
rias a su misma índole y que le hacen incurrir de un lado
en un envaramiento y tiesura notables y de otro en ana-
cronismos e inverosimilitudes, como suponer la acción en
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 483

Sevilla y disimular el cambio de lugar i y por último con


centrar y violentar los sucesos, sin conseguir por eso guar-
dar la unidad de tiempo.
El argumento del Cid es como sigue: D. Gormaz
padre de ]imena, ve bien los amores de su hija con Ro-
drigo, hijo de Diego Lainez; pero como éste consiguie-
ra, el puesto de ayo del infante de Castilla, D. Gormaz
se encoleriza y abofetea a Diego Lainez. Este, viejo ya
no puede vengar su injuria y encomienda la venganza a
Rodrigo, quien mata al padre de su amada. ]imena pide
justicia al Rey. Mientras tanto Rodrigo salva a Sevilla
de los moros y recibe el nombre de Cid. Entonces el
Rey, que no puede castigar al Cid acude al juicio. de Dios
que D. Sancho! sostiene por ]imena. En ésta vence el
amor; y consiente en casarse con el Cid, cuando éste, sa-
liendo vencedor del duelo, comprueba segun las ideas de
la época que no ha hecho sino cumplir con su deber.-
Los nobles y heroicos caracteres del Cid, de ]imena y de
D. Diego, la elocuencia y viveza con que se expresan
las pasiones, el conflicto mágico, resuelto por el esfuer-
zo viril de la voluntad y artnonizando al cabo, con el
amor; el honor caballeresco y por fin la poderosísima
emoción de afectos; hacen del Cid una obra maestra.
Despertó el entusiasmo que merecía, en vano los pedan-
tes dijeron que el caracter de ]imena era inverosímil; en
vano el envidioso Richelieu, humillado por éste poeta de
verdad, sometió a la Academia al examen de la tragedia;
en vano se sacó a relucir la Poética de Aristóteles para
demostrar que una tragedia no debe concluir felizmente;
y que las unidades no se respetaban en el Cid. Comeille
se impuso y aquellos versos de Boileau:
En vaill contre ae Cid un ministre selig{!, etc., nos
han conservado un eco de los aplausos con que acogió
la obra. Tres años tardaron en publicarse "Les Sentiments
de rAcademie" que en substancia decían que el Cid era
484 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

muy defectuoso pero que debían perdonarse las faltas


de una pieza, cuyas bellezas agradaban al público.
Comeille se sometió a las unidades y cada día las
guardó más escrupulosamente, violentando y al cabo es-
terilizando su talento que hubiera necesitado para mani-
festarse la holgada forma del drama inglés o castellano.
Lo más que pedía, como es de ver en sus Exámenes y
Proemios, era algunas horas más para el desarrollo de la
fábula.
No nos detendremos en los argumentos de los 'Ro-
tacios, de Cinna y de Polieucto. Los caracterizaremos bre-
vemente.
Los 'Rorados, tragedia inspirada en Tito Livio, apo-
teosis del heroismo patriótico, con rasgos sublimes como
el célebre qu'il mourtit; de dibujo severo y sobrio, se-
mejante ala estatua de un atleta por la energía y el vi-
gor, puede compararse y aun quizá superar al Cid.
Cinna, magnífico elogio de la clemencia, algo fría
y declamatoria pero sin duda alguna elevada y noble, no
desmerece de las anteriores.
Polieucto, verdadera comedia de santos castellana,
que tal vez por eso no agradó a la sociedad preciosa del
Hotel de Rambouillet, presenta a más de las cualidades de
las obras anteriores una valerosa y triunfante reivindica-
ción de la poesía cristiana, tan dogmáticamente condena-
da por Boileau.- Aun quedan por citar otras obras de
Corneille, que el tiempo no nos permite caracterizar: la
tragicomedia de D. Sancho de Aragón, por ejemplo, Ser-
torio, Rodoguna, los Partos, Atila, Otón; etc.
Pero sucedió con Comeille una cosa singular, des-
pués de Polieucto, decayó portentosamente su genio. Ya
fuera por natural agotamiento, ya porque aquella ab-
surda tiranía de las reglas y la Academia lo malearon y
torcieron su vocación, es lo cierto que en las obras de
su vejez el enfásis frío y monótono, la declamación
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 485

hueca, los caracteres falsos y el prurito de ostentar pro-


funda sabiduría política ahogan las escasas bellezas que
aquí y allá, principalmente en Otón y Sertorio, recuerdan
al autor de los 'Horados y del Cid.
Pr1Ocuraremb's sintetizar nuestra apreciación crítica
sobre Corneille. Es el poeta de la voluntad, del deber.
Sus caracteres son hervicos todos. Por eso los hombres vi-
ven en el teatro corneliano, mientras que las mujeres son
nombres y situaciones; y nada más. El estilo de Comei-
He no es pintoresco ni elegante. Voltaire en su Comenta-
rio lo acusaba de impropiedad, de falta de precisión en
los términos. Pero en cambio es un estilo noble, mages-
tuoso, severo, que a veces alcanza la verdadera sublimi-
dad. Tiene sentencias que se imprimen indeleblemente en
la memoria.
Este estilo revela al hombre. Sus biógrafos dicen que
Corneille era orgulloso, poco amigo de la sociedad, hon-
radísimo y recto, serio y viril. Carácter, más de español
o de romano antiguo que de francés. Por eso se avino
tanto con la influencia de la literatura española; por eso
Guillermo Schlegel le ha lla:mado "un español nacido
por casualidad a orillas del Sena". España y Roma lo ins-
piraron; y el honor caballeresco y el heroísmo romano
se esperan en todo su teatro.
Pero si no tuvo el carácter de su pueblo, tuvo las
tendencias de su época. Vivió en tiempo de Richelieu y
de la Liga; tiempo de ambiciones, de fuertes voluntades,
de heroismo y de luchas. Racine, tierno y delicado es el
poeta de la galante corte del Gran Rey; cuando la no-
bleza se había hecho palaciega, cuando habían conclui-
do las agitaciones y los disturbios y se había perdido en
los salones el temple heroico de los contemporáneos de
Richeleiu, Retz y Candé. Racine es el poeta del amor y
del sentimiento; Comeille es el poeta del deber y de la
voluntad.
486 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Brunetiére dice que Comeille junto con Bossuet y


Pascal, es de aquellos autores que en la literatura fran-
cesa se han preocupado del destino humano, de la vida,
de una manera seria y viril; y que gracias a ellos no pue-
de considerarse a la raza francesa como completamente
gauloj'se, burlona y frívola; ni a su literatura como feme-
nil pSicología del amor y la ternura.
ANALISIS DE LO COMICO y DE LO HUMORISTICO

l Q LO COMICO

Lo cómico representa el lado alegre de 10 bello, la paz,


por decirlo así, ligera, de apariencia y de juego. Cuan-
do las representaciones artísticas o naturales de lo bello,
que juzgamos animadas de cierta voluntad, libre o con
apariencia de libertad, pueden contraponerse entre sÍ, apa-
recen los conflictos. Ahora bien, un conflicto puede ser
tan serio y grave que no concebimos su resolución sino de
de una manera desgraciada y terrible: es el conflicto trá-
gico que despierta nuestra simpatía, con una mezcla de
dolor y placer. Puede el conflicto, sin dejar de ser serio,
resolverse sin ningún sacrificio ni estrago, concluir de
una manera feliz, que hace reposar nuestro ánimo y que
despierta en nosotros, no la armonía superior y ractonal
de 10 trágico, que solo columbramos, tras la catastrofe,
sino una armonía que se realiza en la vida presente, y
que se dirige a la inteligencia: es el conflicto dramático,
que concluye en armonía -Por fin, el conflicto puede
ser simplemente exterior y ficticio, reposar en las apa-
riencias; y convencemos de su vanidad, porque se resue1-
488 JosÉ DE LA RIVA-ACÜERO

ve inmediatamente en armonía: es lo cómico. Pero lo có-


mico está acompañado de una cierta desarmonía aparen-
te; porque se revela en el conflicto la vanidad de los tér-
minos y aniquilándose estos, dejan sin obstáculos nues·
tra libertad ideal.- De modo que precisando la carac-
terística de lo cómico podemos decir que es la destruc-
ción del conflicto, el convencimiento de su pura aparien-
cia; y por consiguiente el triunfo de la libertad de la ima-
ginación, que complace en destruir órdenes aparentes.-
Lo cómico en su forma inferior se llama juego es decir ac-
tividad sin fin utilitario ni real; creación puramente imagi-
nativa.
Ha de advertirse que el conflicto trágico, dramático
y cómico caracterizan los géneros teatrales de la trage-
dia, del drama y la comedia, respectivamente; pero que
fuera de ellos se encuentran en obras de muy diversa ín-
dole, como novelas, poesías líricas y épicas, etc; y no so-
lo en el Arte sino en las acciones humanas y en la misma
naturaleza, con tal que le supongamos cierto caracter an-
tropomórfico y cierta expontaneidad moral. Así observa
Lemck que no sólo los animales, sino también las for-
mas y los sonidos pueden despertar en nosotros el sen-
timiento de lo cómico, por asociación con ciertos estados
de conciencia, que revisten ese carácter.
Es creencia extendida que lo cómico se opone al
ideal, que es destructor de ideales. Semejante opinión no
puede ser la nuestra; hemos definido lo cómico por el
triunfo de la libertad sobre un orden aparente; y la li-
bertad, la espontaneidad imaginativa y volitiva es la ge-
neradora del ideal. Por eso en lo cómico, merecedor
de tal nombre, está implícito un ideal más alto; y al des-
truir los ordenes ficticios y aparentes, al revelar una de-
sarmonía, indica de un modo negativo e indirecto el or-
den real y la armonía verdadera. Lo cómico sin ideal es
inconcebible porque las cosas no pueden parecer inarmó-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 489

nicas, sino a quien sepa lo que es la armonía. Bueno es


indicar, sin embargo, que el predominio de 10 cómico en
el carácter de un hombre o de una nación, es peligroso a
la larga, porque se ensanchan los límites de ese senti-
miento, se hace entrar en él lo que no debería y se con-
cluye por no dejar ningun ideal en pie. Pero esto se di-
rige contra 10 falso cómico, es decir contra el hábito de
considerar c.ómicas las cosas que no 10 son.
Es necesario distinguir lo cómico de las ideas de lo
risible y ridículo, con que a menudo se le confunde. Risi-
ble es lo que nos provoca risa. Pero no la produce única-
mente 10 cómico, sino cierto género de lo feo (ridículo) y
además la risa, como dice Dumont, es fenómeno fisioló-
gico que provien~ de muy varias causas, psicológicas.
Una de estas es lo cómico. Lo cómico pues, es el géne-
ro de una especie: 10 risible.
Distínguese lo cómico de lo ridículo en que éste se
aplica a objetos feos y aquel es una modalidad de 10 be-
llo. De ahí que el objeto cómico es simpático (D, Qui-
jote por ejemplo) y odioso aunque risible, el personaje
ridículo (v. gr. J'artufo de Moliere) .-Por último lo có-
mico en ciertas naturalezas serias puede no ir acompaña-
do del fenómeno de la risa- En tal caso existe la emoción
cómica, divordiada de lo risible. No existe correlación
extricta entre ambas emociones; porque, como dice Du-
mont, la mejor comedia no es la que hace reir más. Lo
cómico es un fenómeno estético superior y delicado que
demanda arte; 10 risible puede excitarse por ocurrencias
insignificantes, casi sin valor estético.
Lo. cómico se divide en objetivo ó burlesco, en sub-
jetivo, que puede ser de palabra o forma (equívoco, chis-
te, retruécano) e intelectual o ironía, la que puede ser sar-
casmo y sátira; y por fin en subjetivo-objetivo ó humo-
rismo.-En 10 burlesco puede considerarse el gracejo ó
gracia cómica, distinta de la grada, como característica
490 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

de lo bello o como belleza de un grado inferior.- Diví-


dese también lo cómico en alto ó ideal (Aristófanes) me-
dio en inferior, según se emplee en ordenes aparentes su-
periores, comunes o vulgares. Podríamos todavía hacer
otras divisiones de lo cómico y citar más modalidades
suyas; pero el tiempo y la extensión de nuestro tema nos
obligan a pasar a uno de sus géneros: el humorismo.

2 Q EL HUMORISMO

Sin entrar a hacer la historia del término y las diver-


sas acepciones que le dan los distintos pueblos, indicare-
mos su caracter esencial.- Humorismo es la forma có-
mica en la cual la libertad predomina hasta el punto de
encontrar aparentes todos los órdenes del mundo. El ar-
tista humorista se contrapone a todo lo que existe y en
su pensamiento aniquila, el Universo, porque no ve en
él, sino apariencia, vanidad y contradicción.
Naturalmente caben grados en el humorismo. Puede
el artista encontrarlo todo cómico, excepto él mismo y
puede comprender a su persona en su carcajada univer-
sal. Puede precisar su ideal de verdad y seriedad; y pue-
de dejarlo en las sombras. Quizá vaya más allá: quizá
diga que no hay ideal ninguno; pero como antes dijimos,
en el fondo ha de tener él alguno, porque no se juzga
vana una cosa sino comparándola con otra que no lo es.-
y en fin puede ese espectáculo de vanidad y locura ge-
nerales inspirarle contento, como a Rabelais, ó infundir-
le incurable pesimismo, como' a Siripto.
Juan Pablo Richter, novelista alemán del primer ter-
cio del siglo XIX, humorista pero sano y bondadoso; y
aunque parezca paradoja, más extravagante que humoris-
ta, ha definido el humor como lo cómico romántico. Di-
ce Richter que la característica del alma moderna es su
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 491

desequilibrio, sus infinitas aspiraciones. El cristianismo ha


colocado ante nuestros ojos perspectivas, tan luminosas
y lejanas que en comparación de ellas todo nos parece
miseria y locuras.- Aun podríamos añadir nosotros que
convencidos de la ilusión de aquellos bienes supraterres-
tres, el humorismo se ha extendido más, porque ya nada
subsiste de efectivo:; y la existencia carece de objeto
real.-Siendo el humorismo romántico, en él tiene cabida
lo feo. Se nos podría objetar, conforme a lo que arriba
dijimos, no es cómico sino ridículo.. Confesarnos que la
objeción es fuerte; nosotros no alcanzarnos a resolverla.
Tal vez se puede contestar que en el humorismo 10 feo
se subordina a la belleza; pero la experiencia literaria no
confirma esta aserción. Después de todo, esta dificultad
no tiene gran importancia. No hay que concederle a las
divisiones y clasificaciones más valor que el que tienen:
simplemente explicativo. La Estética no puede llegar nun-
ca a la precisión matemática por lo que de relativo tiene
la emoción de lo bello. Felicitémosnos de una nueva y
pueril escolástica no aprisioQ-en a lo que no hay de más
vivo y movible en el hombre: el sentimiento de la belleza.
El humorismo prospera más en las razas germáni-
cas y eslavas; corno que es fruto natural de su carácter.
En ellas el humorismo inglés es más seco, rígido, triste
y realista que el alemán; al paso que éste tiene un alcance
metafísico, una profundidad vaga y una ternura poética
de que aquel por 10 común carece.
Todo esto se deduce facilmente de que tanto el hu-
morismo como lo cómico son relativos a la raza, al cli-
ma, a la educación y al carácter peculiar de cada uno,
por 10 mismo que la libertad desempeña papel tan impor-
tante en ambas modalidades estéticas.

El deseo de ser relativamente completos en nuestra


obligada concisión nos hace apuntar aquí que al lado del
492 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

bumo6smo inglés y alemán el esprit francés, ligero, agu-


do y brillante que se detiene de preferencia en las exte-
rioridades y formas de las cosas; y en su expresión. A
estas especies de humorismo podría añadirse la socarro-
nería castellana; y en general las diversísimas formas que
reviste según la raza y la complexión del escritor.
POESIA DRAMATICA

P OESIA dramática es la expresión artística de la vida


humana, mediante la representación de una acción.
La poesía dramática es, dice Hegel, subjetivo-obje-
tiva. A primera vista parece que el drama fuera más .ob-
jetivo que la epopeya, porque en ésta el poeta narra y
describe, mientras que en el género dramático la inde-
pendencia de la obra y el autor es todavía más grande:
los personajes viven y obran por sí solos, y de su objetivo
depende su excelencia. El dramaturgo que aparezca en
sus obras y no cree tipos vivientes distintos de él, no me-
rece el nombre de tal. Pero el sentido del carácter sub-
jettvo-objetivo del drama debe entenderse de modo am-
plio. No fue sin duda una necesidad formal y ext~rna de
clasificación lo que llevó a Hegel a reconocer en el dra-
ma la síntesis de lo subjetivo y lo objetivo. Fue el estu-
dio del mismo género. En efecto lo que constituye el ca-
rácter de la lírica es la expresión del sentimiento, de las
pasiones, de la vida interna; y esto es también lo que
el drama describe y manifiesta. Lo que constituye el ca-
rácter de la épica es la objetividad, la creación de indi-
vidualidades desligadas del poeta, que viven y se mue-
ven ante él en el mo'mento de la inspiración. Y esto ya
494 J osÉ DE LA RIVA -AGÜERO

hemos dicho que igualmente y aún en mayor grado exis-


te en el drama.
Si la lírica expresa el sentimiento interno y la épi-
ca el aspecto exterior y formal de las cosas, la dramáti-
ca expresa la lucha y el conflicto de las pasiones huma--
nas en el mundo. Si para el lirismo basta sentir y para
la poesía épica ver-aunque naturalmepte el poeta lí-
rico necesita muy delicada sensibilidad y el épico un al-
tísimo grado de contemplación clara y serena-para la
dramática es preciso conocer la vida.
De ahí que la epopeya nazca en la infancia de los
pueblos, en la época heroica; que la lírica sea propia de
todos los tiempos, aunque lo sea más de las de descon-
cierto y confusa aspiración; y que 10 dramático sólo flo-
rezca en las épocas clásicas, es decir en aquellas en que
un pueblo o una raza alcanza clara conciencia de sí mis-
ma y de sus destinos. El teatro griego es del siglo IV a. de
J,c.; el inglés y el español de mediados del XVI, a media-
dos del XVII; el fránces del XVII y el alemán del XVIII. La
dramática exige por una parte condiciones de ilustración,
cultura y espíritu reflexivo que la épica no requiere, y
por otra, cQndiciones de solidaridad1 de unidad en la
conciencia social y en el ideal colectivo que son hasta ad-
versas a la lírica. No dei,a de ser <::urioso que el arte de
las oposiciones por excelencia, el arte dramático, no pros-
pere sino en los fenómenos harmónicos y equilibrados;
pero su historia parece probarlo.
La unidad dramática está en la acción. Un conflic-
to moral Ca veces mezclado con otros secundarios) atrae
la atención del espectador y determina el fondo de la
obra. Este puede ser cómico O trágico, según sea trage-
dia o comedia; y si ambos elementos se combinan, aunque
en grados diversos, o el efecto trágico no llega hasta la
catástrofe, tenemos el drama. Sin conflicto, no hay obra
dramática; a lo sumo será la obra una novela psicológica
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 495

dialogada.-Expresión de la acción, pero expresión ma-


terial y exterior es la intriga; mejor dicho, la crítica es un
medio de expresar la lucha moral. Si de la clase de me-
dio é instrumentos, asciende a la de fin, el drama se de-
grada y pierde su alto interés psicológico para convertÍí-
se en vano y pueril entretenimiento. La acción ha de pro-
venir .de una necesidad interna, moral, y no de la intri-
ga que es el azar de los acontecimientos.- Necesaria-
mente debe de haber una acción principal, que forme el
núcleo, porque si éstas fueran varias, no habría raciona"
lidad en la pieza, ni por consiguiente belleza. El espíri-
tu no se satisfaría porque no podría comprender el lazo
de las acciones. No es esto preconizar la unidad clásica.
Ya dijimos que pueden haber varias acciones: basta con
que una sea la principal. Citemos como ejemplo El Rey
f..ear de Shakespeare. Las unidades de lugar y tiempo
defendidas con tanto tesón en otro dempo están
ya olvidadas. Convenían a la sencillez escultural del
drama antiguo, pero el moderno es demasiado com-
plejo para contenerse en vaso tan estrecho. La consecuen-
cia de la pedantería de los preceptistas, al querer aplicar
a nuestro arte las formas y los ropajes de otro muy dife-
rente, fue cohibir la inspiración de los autores o engen-
drar inverosimilitudes y falsedades como las que abun-
dan en el Cid de Corneille; v.gr.- Sin embargo, si las
unidades de lugar y tiempo son inaplicables en su rigor
clásico, ha de confesarse que son útiles a menudo en cier-
tos géneros dramáticos, como en la comedia de costumbres,
en calidad de ideales a los que debe tender el autor en
cuanto pueda, sin violentar las situaciones ni los caracte-
res. En la crónica dramática, concebida a la manera del
Ricardo m o de f..a prudencia en .la mujer. la complica-
ción de acontecimientos es laudable: es manifestación de
riqueza y lozanía y produce la animación, indispensable
en los temas históricos. Pero en la comedia de costum-
496 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

bres y en el drama pasional suelen ser indicios de pobre-


za de inspiración, de penuria de substancia moral: se
pretende a veces suplir con el tumulto externo lo que hay
de vacío y deficiente en el conflicto dramático. De ello
hay muchas pruebas en el teatro romántico. Las unida-
des de lugar y tiempo servían poderosamente para limitar
el drama a lo que debe ser para reducir la intriga y para
aproximarse al ideal de la sencillez y pureza escénicas.
Es claro que cuando se adoptan sólo las unidades exter-
nas y no se atiende a la simplicidad del fondo ni a li-
mitar la intriga a lo que debe ser, lo único que se logra
es haceria más inverosímil y falsa y agruparla y como cOn-
gestionarla en menores términos.- Sin admitir, pues, di-
chas unidades, conviene que en la mayoría de los casos
procure el autor dramático acercárseles. La fórmula po-
dría ser: el menor tiempo y las menores variaciones de
lugar que sean posibles.
Consecuencia de la unidad de acción es que haya
un personaje principal o protagonista, como en la epope-
ya. Sin embargo no es consecuencia imprescindible. Si la
acción principal es verdaderamente una y concentra las
accesorias poco importa que haya dos personajes de igual
importancia, como en Romeo y 1ulieta.- Señalar reglas
sobre el carácter de los personajes es tarea vastísima y
casi inútil. Todo el arte dramático consiste en el carác-
ter y en su modificación por el conflicto. Observaremos
que hay que evitar dos extremos: presentar caracteres tan
complicados y contradictorios que cueste trabajo expli·
cárselos y que vacilen continuamente en la acción (Hamlet
se exceptúa, porque la indecisión es en él el carácter) y
presentarlos tan simples que más parezcan abstracciones
que hombres, como los de Moliere.
El drama se divide en actos, y éstos en cuadros y es-
cenas. En la tragedia griega el acto es desconocido, se
le reemplaza con el sistema de las trilogías. Las entradas
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 497

y salidas de los personajes determinan las escenas, deben


ser motivadas y no caprichosas. En cuanto al número de
actos, sería arbitrario prefijarlo, como Horacio; pero se
comprende que no es posible pasar de cierto punto, a
fin de no fatigar al público y de hacer perder de vista
la unidad de la acción. Raro será el caso en que excedan
de seis.
En cuanto a la forma externa de exposición hay que
atender al monólogo, al diálogo y al coro, y la cuestión del
empleo del verso y de la prosa i pero por falta de tiempo,
omito tratarlas.
LA NOVELA EN EL PERIODO BIZANTINO

E L género literario de la novela, llamado en el mundo


moderno a tan gloriosos destinos, comienza obscura-
mente en el período de la decadencia griega.- El mundo
antiguo, como dice Villemain, era poco favorable al de-
sarrollodel género novelesco. Concentradas en la ciu-
dad y en la vida exterior y política, harmonizadas y re-
guladas dentro del espíritu colectivo, las facultades hu-
manas no tenían aquella exaltación un tanto desequili-
brada sin la cual no florece la novela de aventuras. Que
en cuanto a la novela realista, de observación social, es
evidente que ha de considerarse como género eminente-
mente moderno, cuyos precedentes clásicos (Apuleyo y
Luciano por sus respectivos Asnos) son muy confusos
y débiles y cuyo definitivo origen no puede retrotraerse
sino, cuando' más, hasta la novela picaresca española.-
Pero, a medida que la serenidad clásica fue elevándose
y que la harmonía de la vida antigua fue cediendo al es-
píritu crítico y sofístico, el gusto por. las complicaciones
de aventuras ficticias, por los maravillosos y fantásticos
relatos comenzó a iniciarse. Es sabidd que cuando la
muerte de la libertad retrajo a la elocuencia de la plaza
500 J osÉ DE LA RIV A -AGÜERO

pública, diéronse los retóricos a imaginar y tratar ora-


toriamente, casos raros, y prodigiosos a fin de satisfacer de
algún modo aquella fecunda inventiva, aquella siempre
despierta actividad intelectual que continuaba poseyendo
el alma antigua. En las escuelas, los jóvenes y los maes-
tros se dedicaban a perorar sobre naufragios, raptos, ti-
ranos, sepulcros encantados, y otras ficciones de semejan-
te naturaleza, cuyo: recuerdo nos ha conservado en la
literatura latina Séneca el Antiguo y Quintiano y en la
griega Polemón, Hermógenes, Elio Arístides y el mis-
mo Dión Crisóstomo.- La sofística o sea la oratoria de
escuela tomó en el período de los Antoninos un gran vue-
lo en todo el Imperio, como era casi la única expresión
posible en aquellas circunstancias del genio artístico y
elocuente de Grecia. Sus más notables representantes fue-
ron Dión de Prusia, llamado Crisóstomo i Nikeles, Esco-
peliano, Iseo, Antonio Polemón, Herodes Atico y Elic
Arístides. Como ya dije, uno de los principales temas de
los sofistas era la creaciPn de relatos de aventuras y peri-
pecias i relatos que, al principio se hacían en forma de
declamaciones oratorias, y que luego se consignaron por
escrito. La novela griega nace, pues, de la sofística. De
ella conservó siempre el afán de la declamación, el pruri-
to de lo maravilloso y la radical inverosimilitud de los ar-
gumentos; como que fué género nacido ¡\ no .al contacto
de la realidad .~ la vida, sino en el medio artificial de
las escuelas y con el exclusivo fin de divertir la imagina-
Clon y de hacer ostentación del propio ingenio. El naci-
miento de la novela griega nos explica sus vacíos y de-
fectos.
La primera de que tenemos noticias es la titulada
De las cosas maravillosas que se ven mas allá de guIé;
obra del siglo 11 de la era cristiana; atribuida en común
a un tal Yambulo o Yambulos y a Antonio Diógenes y
que fue en su tiempo muy apreciada. Era, al parecer, un
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 501

conjunto de narraciones imaginarias y de intrincadas aven-


turas, no del todo desprovisto de talento y arte. Luciano
de Samosata, el satírico, la parodió en su 'Historia ver-
dadera, relato brillante y fantástico que ha inspirado más
tarde la obra de Rabelais y El viaje de guUiver del in-
glés Swift.- Luciano escribió otra novela El asno, muy
parecida a la homónima de Apuleyo. La transformación
mágica de un hombre en asno y los diversos amos a cu-
yo poder este asno pasa, le sirven a Luciano para pintar
la vida de su tiempo y las costumbres domésticas de las
diversas clases sociales. Como se ve, el intento no es de-
semejante del de Vicente Espinel en su ?Harcas d~ Obregón,
Quevedo en El gran tacaño, Hurtado de Mendoza en El
Lazarillo de 10rmes y Le Sage en gil BIas. Por eso dije
al principio que si se quieren buscar en la literatura grie-
ga los gérmenes de la novela realista y social, hay que
remontarse a Luciano. Las semejanzas que presenta este
Asno con el de Apuleyo, se explican por la existencia de
un modelo común, en el cual se han inspirado ambos au-
tores: otro Asno cuyo autor fue Lucio de Patras.
En el siglo IV hay dos novelas notables: la de Elio-
doro de Emesa y la de Longo.- La primera se llama Las
Etiópicas o Aventuras de 1eógenes y Caridea. Sobre la
persona de su autor no sabemos de cierto sino lo que
el mismo nos dice: que era sirio, natural de Emesa. En
la Edad Media bizantina, el compitador Suidas lo hace
obispo de Iricea y cuenta que la autoridad eclesiástica lo
obligó a quemar su libro profano y que prefirió su glo-
ria de novelista a su dignidad episcopal, y se resistió a
cumplir tal orden. Pero todo esto tiene evidentes trazas
de fábula y ninguna prueba sólida apoya la aserción de
Sui¿as.- El argumento de la novela es como sigue: el
rey de Etiopía, Hidaspes y su esposa Persiana tienen una
hija, que es robada y que vendida como esclava, va a
parar en manos del griego Caricles que la adopta por hi-
502 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

ja y le da su nombre. Cariclea, vive en Delfos y allí co-


noce al hermoso tesalio Teógenes. Ambos jóvenes se
enamoran y conciertan su fuga, en compañía de un sa-
bio anciano egipcio; se embarcan para Siria, pero nau-
fragan en la bocas del Delta y cae en poder de los ban-
didos que viven en los pantanos del río. Después de mil
acontecimientos y contrariedades, resulta que la mujer del
sátrapa persa de Egipto, Orondales -porque la época de
la fábula es el siglo IV a. de ]. - llamada Arsacé se
enamora de Teógenes y corre éste los peligros de José
con la mujer de Putifar. Por fin consiguen Teógenes y
Cariclea escaparse y llegan a Etiopía, donde nadie los co-
noce. Cariclea está a punto de ser sacrificada al sol, cuan-
do los reyes sus padres la descubren y la salvan de la
muerte. Todo concluye con el matrimonio de los aman-
tes, que son ya príncipes reales de Etiopía.- Esta novela
fue estimadÍisima por los bizantinos. Muchos la imita-
ron; y ya nos ocuparemos del más conocido de sus imi-
tadores, Aquiles Tacio. En la época moderna, sabida es
la influencia que ejerció sobre Racine.- Sin ser una obra
maestra, es digna de elogio por la elegancia de su estilo
y de sus descripciones (demasiado prodigadas, es cierto,
a la manera de los sofistas) por la relativa pureza de su
dicción y la viva pintura de algunos caracteres, v.gr; el
de Arsacé. Sus defectos son los de la novela bizantina en
general: falsedad, declamación, sutileza y un tanto de
monotonía, a pesar de su excesiva complicación de aven-
turas.
Del mismo siglo IV es la novela pastoril de Longo,
Dafnis y doe. EIlesbio Longo relata en ella los amores
pastoriles de Dafnis y Cloe, que perturban la guerra en-
tre Mitilene y Metimne. Es una fresca y deliciosa pintu-
ra de la iniciación en el amor. La inocencia de los jóve-
nes se disipa gradualmente, comprenden al fin que se
aman; y Longo describe este amor con colores un tanto vi-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 503

VOS Y subidos. El encanto de este idilio en prosa estriba en


la fina pintura de la progresión de los sentimientos y en las
descripciones del risueño paisaje que sirve de cuadro a
la pasión de los pastores. Con haberla llamado idilio dicho
se está que la obra de Longo se deriva, más que de la
escuela sofística, de la tradición poética de Teócrito, Beón
y Mosco. Notables y ostensibles son sus semejanzas con
las églogas de los antiguos poetas dorios de Sicilia. Sin
embargo, no carece de precedentes dentro de la sofística.
El elogio de la vida rústica estaba en boga entre los so-
fistas del Imperio. Baste recordar a este propósito el Eu-
brÍGo de Dión Crisóstomo, que es el encomio de la sen-
cilla vida de los campesinos y de las excelencias del cam-
po.-La influencia de Longo en la literatura moderna se
echa de ver en las novelas pastoriles de Montemayor y
Cervantes, en las poesías de Guarini, en la Astrea de Ur-
fé y, sobre todo en Pablo y 'Virginia de Bernardino de
Saint Pierre. Sólo que la novela del Saint Pierre es casta,
virginal y la de Longo muy libre.
En el siglo V, es decir, ya en la época del bizantinis-
mo, Aquiles Tacio imitó en sus Aventuras de ieucipa y
Clitofón la novela de Eliodoro de Emesa. Hay en Aqui-
les Tacio como en Eliodoro, un naufragio, bandidos pas-
tores y una mujer apasionada que se enamora de Clito-
fón y pone en grave peligro a Leucipa. Su mérito es mu-
cho menor que el de Eliodoro. Es cansado y afectado.
Aquí concluye la historia de la novela en la época
grecorromana. El período bizantino no ofrece nada digno
de mención. En cuantO a 'Hero y ieandro, no es novela,
sino idilio en verso, en 400 exámetros¡ obra de Museo,
el gramático, discípulo de Nonno, el egipcio.
En cuanto a lo que al principio apuntamos sobre los
orígenes de la novela griega, conviene agregar que suti-
lizando las cosas, puede encontrarse en la Cerop,idia de Je-
nofonte el primer modelo de novela histórica.
LARRA

O Mariano José de Larra era hijo de un médico español


• que se afilió al servicio del ejército francés y que,
cuando el fracaso de la invasión napoleónica, tuvo que
pasar a Francia con su mujer y su hijo. El joven Larra
se educó, pues, en Francia; y él que había de manejar
después el español con tanta perfección, pureza y gallar-
día, en sus primeros años no habló sino francés. Ya ado-
lescente volvió a España y continuó cdn gran aprovecha-
miento sus estudios. Según él propio nos cuenta, su afi-
ción a la lectura llegó a revestir los caracteres de una
verdadera manía. Muy joven aún, comenzó a publicar
con el pseudónimo de El pobrecito hablador una serie de
artículos políticos y de costumbres que hicieron mucho
ruido en los últimos años de Fernando VII y que gran-
jearon a su autor inmensa fama por su chiste, su amar-
ga ironía, sus méritos de fluido y desenfadado estilo y
también por el valor de su posición republicana y anti-
dinástica. Aprovechóse Larra de la libertad política que
fue consecuencia de la muerte de Fernando VII y de la
minoridad de Isabel, para escribir y criticar sin trabas
506 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

y para dar libre vuelo a su caústico y poderoso ingenio.


Adoptó el pseudónimo de 'fígaro. A más de sus artículos
de crítica y de costumbres, produjo dramas, poesías líri-
cas y una novela. Todo parecía sonreirle. A la edad de
veintisiete años, su gloria era incontestada y brillantísi-
ma; pero en el corazón de Larra había un secreto fondo
de misantropía, desilusión y desencanto que ninguna sa-
tisfacción podía cegar. Por mucho que no fuera abierta-
mente romántico en sus escritos, lo era por el alma y el
carácter. Enfermo del mal siglo, aquejado de la dolencia
de Renato y Werther, Obermann, Childe Harold; herma-
no menor de Byron, Heine, Espronceda y Leopardi; pe-
ro tan íntimamente pesimista como eUos, el suicidio 10
atraía, y ciertos desventurados amores fueron el último
y fatal impulso que no pudo resistir su naturaleza ve-
hementísima y apasionada, se disparó un tiro de revól-
ver. Ya en el artículo que dedicó a la muerte de su amigo
el conde de Campó Alauje y que antecedió en pocos días
a la catástrofe, se percibe el desquiciamiento de su concien-
cia moral que por raro caso se aunaba con una maravi-
llosa lucidez y serenidad de pensamiento.
En 'Fígaro conviene distinguir al escritor satírico, del
crítico y del novelista y dramático. Como satírico es un
talento superior en todo el siglo XIX, nada semejante ha
producido España; el crítico es notable, sin serIo mucho:
es notable relativamente a su época; el novelista y el dra-
mático son de segunda línea.
La sátira de Larra se distingue de la de Campoamor
y la de Valera en que no juega con las cosas; no es epi-
curea como la de aquel ni bonachona y optimista como
la de éste. La risa de Larra sólo está en los labios; dentro
hay amargura y hiel. Las miserias de España, el fanatis-
mo y las preocupaciones de un medio atrasado; la es-
trechez de la vida social en Madrid y en las provincias;
las envidias y necedades de un centro literario pobre y
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 507

mezquino; las vacilaciones de la política; los indecisos


y dolorosos tanteos de una época de transición en que
se desea y necesita un gran hombre, y el gran hombre
no aparece; y luego, sobre tales miserias locales y acci-
dentales, las eternas, las humanas, la necedad maligna,
la envidia, el hastío, el inevitable desencanto; eso es 10
que Larra describe con encarnizamiento mordaz y cruel,
y júntese a esto aptitudes poco comunes de observación
real y exacta, como es de ver en su Castellano viejo y en
su D. :Jimoteo, y se tendrá aproximada idea de la manera
de Larra. No hay paralelo posible entre Larra por una
parte, y por otra Mesonero y Lafuente. A Larra para ser
grande, para competir con los Reisebilder de Heine, los
Diálogos de Luciano y los escritos de Swift, sólo le fal-
taron tiempo y condiciones sociales favorables. Mesone-
ro es una apreciable y simpática medianía, pero media-
nía al cabo; Lafuente un periodista político cuya fama
se debió a pasajeras circunstancias. La de Mesonero se
vaya olvidando, mientras se consolida y afianza con el
transcurso del tiempo.-En cuanto al género de costumbres,
que con tanta felicidad cultivó, su origen está en Francia.
Mr. lony tuvo la buena suerte de descubrirlo y explotarlo,
en los días del primer Imperio. Parece que Miñano fue
quien lo transplantó a España. Fuera de los citados Larra,
Mesonero y Lafuente ('hay gerundio) contó entre sus más
notables representantes a Somoza; a Abenamar; a Serafín
Estebanez Calderón, autor de las Escenas andaluzas 1 y
a Antonio Flores, autor de Ayer, 'Roy y YWañana. El géne-
ro gozó de gran favor de los años 1828 y 30 á 1858 Y
1860. Después decae y se confunde con la novela corta
realista. Aunque llegó a amanerarse, son innegables las
ventajas que de él reportó la literatura española: contra-
balanceó la exagerada influencia del idealismo romántico,
impidió que, en medio de los excesos de la fantasía, se
olvidara por completo el estudio de lo real y satisfizo a
508 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

aquel instinto de naturalismo artístico que es fundamen-


tal en el pueblo español, que coexiste con su entusiasta
lirismo, lo mismo en la edad media, representado por el
Archipreste de Hita, que en la edad de oro, representa-
do por La Celestina, Cervantes, Tirso y la novela pica-
resca, que en el siglo XIX representado por Galdós y
Pereda.
Poniendo punto a esta digresión - necesaria para
apreciar exactamente la figuración de Larra - volvamos
al examen de sus restantes obras.
Como crítico literario, -teatral sobre todo- tiene de-
licadeza, tacto estético, espíritu abierto y a menudo elo-
cuencia. Rechazando el clasicismo francés y burlándose de
él, no se decide abiertamente por el romanticismo. Se
queda en un término medio razonable, templado, pero
algo tímido e indeciso. Coincide con Martínez de la Ro~
sa, cuyo Aben-1-lumeya criticó con tanto acierto.- Si
como escritor satírico y político es duro y maldiciente,
como crítico literario más bien peca de indulgencia que
no de excesiva severidad, por más que generalmente se
haya creido lo contrario, atendiendo al carácter perso-
nal de Larra y al de sus mejores obras.-no es su críti-
ca retórica al modo de Hermosilla, cuyos impertinentes,
prolijos y pedantísimos análisis ridiculizaba y zahería:
es crítica aguda y despierta, que adivina intensiones, que
discute situaciones, que compara y que disculpa vacíos
si están compensados con bellezas; pero es meramente
externa, sin ninguno de aquellos vislumbres históricos y
sociológicos que ya por entonces tenía la de Villemain en
Francia. Pero no le exijamos demasiado. Fue con todo
una novador en la crítica española, y después de él pocos
la han manejado con tanta pericia.
Como poeta típico 10 más digno de citarse es su
Epístola en tercetos sobre las costumbres de la corte, no
tenía dotes de versificador. Los versos de su drama ?I1a-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 509

cías son decididamente malos.- En el teatro, fuera del


citado :Macías se ensayó con ':Felipe y D. Juan de Austria,
sin gran éxito.- En la novela, es discípulo de Walter
5cott. Apasionado de la figura del trovador Macías, que
tuvo con él la semejanza del mismo triste fin (y al pa-
recer ninguna otra), antes de escribir su :Macias habría
compuesto sobre el mismo tema la novela histórica titu-
lada El doncel de D. Enrique el Doliente. Los que
la han leído, dicen es tan floja y sin interés como la Da.
1nés de Solís de Martínez de la Rosa y el Sancbo Salda-
ña de Espronceda.
En cuanto al estilo de su prosa, es castizo pero ani-
mado, con una vida, con un movimiento a que no nos
tienen acostumbrados la mayoría de los escritores penin-
sulares, cuyos períodos con frecuencia se mueven pere-
zosos y turbios, con lentitud arcaica y monótona. El de
Larra sélbe apresurarse, saltar y relampaguear con ines-
perados rasgos de ingenio y metáforas brillantes.
Hijo de Quevedo y de Voltaire, Larra dejó con su
muerte un vacío que no ha sido llenado en la literatura;
y se llevó quizá también el germen de grandes obras que
eran de esperarse de su inteligencia que, sin perder lo-
zanía y savia, iba ganando día a día en reposo y madurez.
LOS ANACRONISMOS EN EL TEATRO DE
SHAKESPEARE

S E ha acusado a Shakespeare de ignorante, fundándose


en los anacronismos que abundan en sus obras. Con-
viene examinar la verdadera significación y trascenden-
cia de este cargo, que ha menudo le ha sido imputado,
sobre todo en el siglo XVIII, por los representantes del
clasicismo francés.
En primer término los anacronismos pueden ser ex-
ternos o internos. Son externos cuando equivocan fechas
y períodos, cuando los datos de la historia aparecen tras-
y períodos cuando los datos de la historia aparecen tras-
trocados y confundidos en cuanto al tiempo. Son internos
cuando el error es más íntimo y por eso más grave que
el primero, cuando se atribuye a una época histórica sen-
timientos e ideas ajenas a ella, cuando a los personajes
antigüos se les da un alma moderna. De ambas clases los
hay en Shakespeare.
En cuanto a los externos, en 'Hamlet se habla de un
duque de Verona y de representaciones teatrales que se-
guramente no existían en la Dinamarca bárbara de la épo-
ca a que el argumento se refiere; en el Rey [ear se men-
512 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

cionan títulos y dignidades palatinas, un estado de Bor-


goña y un reyno de Francia que son extraños al período
celta de la Gran Bretaña, anterior al siglo VI de nuestra
era y a la invasión de los sajones en que se desarrolla la
historia de aquel soberano; en El sueño de una noche de
1Jerano Teseo y Hipólita resultan duques de Atenas, y
se supone que en la ciudad de Palas hay conventos de
monjas; lo propio sucede en la Comedia de las equivoca-
ciones que se realiza en Efeso; en :Timón (siglo IV a. de
]. C.) salen a la escena un loco de corte y un paje, que
vienen a ser contemporáneos de Alcibíades y Demóste-
nes; en El Cuento de 1nvierno se dice que la Bohemia es
una región marítima; en :Troilo y Cresida llega al último
extremo la desnaturalización de la historia; los héroes de
la 1líada, Aquiles, Héctor, Ayax y Antenor, Troilo, Uli-
ses, Agarnenón y Néstor hablan y obran como paladines
medioevales, combaten armados de armas modernas y a
caballo y ostentan divisas amorosas y galantes, dignas de
un trovador provenzal del siglo XIII. Largo sería el ca-
tálogo si pretendiéramos apurar todas las infidelidades his-
tóricas de Shakespeare. Baste con las apuntadas. Veamos
ahora qué causas las disculpan y explican.- A medida
que la instrucción y la cultura se difunden y los conoci-
mientos históricos se popularizan, los anacronismos se
van haciendo más chocantes e inadmisibles: el público
los rechaza. Hoy no se admitiría que un poeta falseara
y contradijera abiertamente la historia, porque ésta es co-
nocida y la falsedad peca contra la verosimilitud ó verdad
ideal, que es ley suprema del arte. Pero las obras se han
de estudiar en relación con la época en que se escribie-
ron, ni es aplicable a Shakespeare el criterio con que de-o
be juzgarse a un Sardon o a un Rostand. En la Edad Me-
dia los anacronismos más palmarios hoy, no se reconoce-
rían como tales. La ignorancia pintaba a Alejandro como
un caballero de aventuras, empeñado en deshacer encan-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 513

tamientos y libertar beldades cautivas y a Carlomagno


como un rey feudal. Imaginábase a ·los conquistadores y
guerreros antiguos como á rivales de los Godofredos o
de los Amadises, con iguales costumbres y maneras que
éstos. Inglaterra en el RenacimientO' estaba todavía muy
próxima a la Edad Media en tal respecto: el estado de
la instrucción había mejorado indudablemente, pero no
tanto para que al anacronismO' externo revistiera lDs ca-
racteres de gravedad que hDy tiene. Shakespeare pDdía
permitirse aun más errDres y equivDcaciDnes de lDs que
cO'metió, sin incurrir, fuera de un reducidO' grupO' de eru-
ditDs, en la nDta de ignDrante ni herir y cO'ntar las creen-
cias CDmunes a la generalidad de sus cDmpatriDtas. AhO'-
ra ¿pO'r qué lO's cDmetió Shakespeare? ¿Los hizO' a sabien-
das O' pO'r merO' errDr? Esta es Dtra cuestión, y las res-
puestas tiene que ser diferentes, según lDs caSDS. En
bastante, cDnfesar que la segunda hipótesis es la úni-
ca admisible. ¿ Qué iba a sacar Shakespeare ni que
DbjetD iba a prDpDnerse cO'n hacer a Hamlet estu-
diante de una universidad aún nO' fundada, ó CDn su-
pDner a BDhemia, reynD litDral, no siéndDID? POCO' pier-
de CDn tDdD, Shakespeare. NO' hizO' nunca prDfesión de
eruditO' y ID que cDnsagra inmDrtalmente su nDmbre nO'
es la cDmpulsación de fechas ó dDcumentDs ni el haber
descifradO' inscripciDnes, sinO' haber creadO' caracteres SDr-
prendentes, tan vigDrDsDs y reales comO' lDS de la HistD-
ria,. PerO' hay Dtros anacl'onismds vO'luntario's. Shakes-
peare, que, pDr incidencia se ha dichO', nO' era el geniO' in-
cDnciente, legO' y bárbaro que algunDs han imaginado, ha-
bía leidO' y despaciO' a PlutarcO' y a DtrDs autores clásicDs
y nO' ignDraba que la Atenas de TeseD nO' tenía duques, ni
CDnventO's ni cómicDs. El anacronismO' se justificaba aquí,
pO'r la índO'le especial de la cDmedia rO'mántica. Allí todo
es libre juegO' de la fantasía; ni el autDr ni lDs espectadD-
res tDman a ID seriO' a los persDnajes: SDn visiDnes de ar-
514 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

ti sta que no tienen más fin que divertimos, cuyas figu-


ras adquieren la fragilidad de un sueño. Viviendo en un
mundo ideal y fantástico, casi fuera del espacio y del
tiempo, están fuera de toda ley natural y de toda ley his-
tórica. Los anacronismos, lejos de ser faltas, son como
condición del género porque manifiestan la libertad ili-
mitada de la imaginación que se complace en sus incon-
sistentes, vaporosas y exquisitas combinaciones. Quedan
así explicados los anacronismos de las comedias; pero
¿los de las tragedias y los que se refieren al fondo, a los
sentimientos de los personajes? Para éstos, es aplicable
lo que dice Hegel en su Estética sobre la verdad his-
tórica en el Arte. De un lado el poeta busca temas anti·
güos, remotos, porque lo presente es prosaico. El pasado,
por su lejanía, tiene la idealidad que al Arte conviene y la
precisión de que el porvenir carece. Pero de otro lado si
el poeta se atiene de manera estricta a los datos históri-
cos, si en sus obras copia la realidad pretérita y no la
actual, si se limita a la reconstrucción bistóri'ca¡ entonces
de poeta se convierte en historiador y de artista en sa-
bio: producirá obras frías y hasta ininteligibles en las
que no palpitará el alma de su siglo y de su pueblo; será
delectación de dt1etantti y de arqueólogo pero no admi-
ración de la humanidad. Esto puede aplicarse a las pro-
ducciones de grandes ingenios modernos en que el ex·
ceso de cultura crítica ha comprimido por momentos la
libertad y el vuelo de la imaginación. No se necesitan más
ejemplos que el del insigne Goethe en su 1figenia. Sha-
kespeare, al reves de su rival y amigo Ben ]honson, se
atuvo a la verdad actual y humana, aun con menoscabo
de la fidelidad histórica escrupulosa; y ningun artista ver··
dadero negará que tuvo razón y que ~u manera indepen-
diente y amplia, de manejar la historia vale más que el
nimio respeto a los detalles y las particularidades del pa-
sado. De la interpretación moderna de lo antiguo, del fal-
ESTUDIOS DE LITERATURA UNIVERSAL 515

seamiento más o menos inconsciente de la historia, no


se ha salvado por lo demás ninguna escuela, porque es
a la vez que necesidad artística, resultado inevitable de
la limitación humana, los heroes de Comeille y Racine
son bien poco griegos y romanos; y aun la Historia Cien-
tífica' la Historia meramente especulativa no se libra tam-
poco de cierta inexactitud psicológica; porque la Histo-
ria es interpretación y no puede ser otra cosa, y en toda
interpretación hay algo que proviene del intérprete, del
sujeto, algo que no ha existido en la historia y que sale
de la fantasía del historiador, quiéralo éste o nó. Natu-
ralmente, la perfección de la Historia es reducir este algo
a su mínima expresión; pero el Arte no es la Historia.
INDICE ONOMASTICO
ABARBANEL, Judas (León el Alba, Duque de (V. Alvarez de
Hebreo) 33, 183, 199. Toledo y Beaumont, Antonio)
Ackennann, Juan Francisco Albergati-Capacelli, Francisco
151. 323.
Adelaida, Madame 325, 326. Alcalá Galiano, Antonio 258n.
Adonis 339. Alcázar, 255.
Adrasto 457. Alcibíades 341, 512.
Afrodita 449. Alcipo (Seu. Duque de Belle-
Agamenón 512. garde) V. Bellegarde Duque
Agripina 383. Alderete y Dantisco, Tomás
Agüero, Diego de (el mozo) Gracián 42.
12, 109. Alejandro 468, 512.
Aguila, Alonso del 109. Alemán, Mateo 71.
Aguilar y Córdova, Diego de Alfieri, Víctor Conde de XXIII,
XXXV, 12, 13, '40, 292. 310, 327, 368.
Aicardo, José Manuel 113. Alighieri, Dante XIX, 6, 123,
Alceo 454, 455. 165, 177, 188, 198, 311, 325,
Alarcón, Pedro de XXIII, 51, 360, 368, 395, 430, 433, 459.
86, 94, 114, 256, 288, 322. Alfonso, Alférez 321.
Alba de Liste Conde (Virrey Alfonso VIII de Castilla 74.
del Perú, D. Luis Henriquez . Alonso, Dámaso XXXVII, 84n.
de Guzmán) 31. Altovite, Felipe, Barón de Cas-
telIane 211.
520 INDlCE ONOMÁSTICO

Althann, Condesa vda. 314. Anselmo, Conde 322.


Alvarado, Alonso Conde de Vi- Antenor 512.
lIamor 91. Antígona 462.
Alvarado, María de (un posible Antonio Polemón 500.
nombre de Amarilis) 87. Antonio Diógenes 500.
Alvarado, Pedro de 13. Apolo XIII, 174, 217, 247, 369,
Alvarez de Paz, Diego 131. 4'42, 451.
Alvarez de Toledo y Beaumont, Apolonio de Rodas 164, 193.
Antonio (Duque de Alba) Apollinaire, Guillaume XXX,
62, 63, 6'4, 83, 402. 301.
Alvarez Quintero, Joaquina 113. Apuleyo, Lucio XIV, 499, 501.
Alvarez Quintero, Serafín 113. Aquiles 221, 340, 453, 501,
Alvaro 321. 512.
Allegri, Antonio (él Corregío) Aquino (V. Santo Tomás de
381, 410. Aquino).
Alzamora Valdez, Mario VII. Arago, Domingo F. 296.
Amarilis XXXVIII, XXXI, 50, Aranda, Conde de 329.
57n., 73, 79, 86, 87, 88, 90, Arato de Rodas 193.
91, 92, 106, 113. Archipreste de Hita (V. Ruiz,
Ambrosi, Santos 14. Juan)
Amelia, Duquesa vda. 402, 422. Arellano, Juan de 68.
Amerighi, Miguel Angel (él Aretino, Guido 339.
Caravaggio) 24. Arévalo de Espinosa, María
Amezúa, y Mayo, Agustín de XXXIX, 87.
XXXVII, 97, 113. Arévalo, Juan de 87.
Amón 255. Argensola, Bartolomé 38, 97.
Ampere, Andrés María 296, Argensola, Lupercio 38, 97.
425. Argensola, Pedro Leonardo 38,
Amyot 263. 97.
Ana de Austria 225. Arguijo, Juan de 71.
Anacreonte XII, 195, 195n., Arias de Bobadilla, Isabel 88.
455. Arias Dávila (posible apellido
Anaxágoras 466. de Amarilis) XXXIX.
André, Marius 290. Arias Dávila, Pedro (V. Pe-
Andrade 249. drarias)
Aneau, Bartolomé 178. Argos 449.
Andrómaca 451. Arlequín 316.
Angeles, Isabel de los 69. Arnauld, Antonio 225, 238.
Angulema, Enrique de 209, 210, Arndt, Ernesto Mauricio 426.
211. Ariosto, Ludovico XXXVI, 61,
INDICE ONOMÁSTICO 521

70, 73, 184, 198, 200, 314, Baif, Juan Antonio de 176, 199.
429. Bakst, León XX.
Aristarco 169. BaImaceda, Francisco 152.
Arístides 424. Balmes, Jaime Luciano 294.
Aristóteles 127, 256, 259, 297, Baltazara, Francisca 80.
315, 411, 444, 483.
Balzac, Jean Guez de XXVII,
Aristófanes 177, 478, 490.
74, 162, 228, 231, 232, 233,
Arona, Juan de 118.
236, 244n., 250, 250n., 251-
Arquíloco 454, 455.
252, 253, 253n., 254, 254n.,
Arteaga, Hortensio Félix Para-
260, 269, 359.
vicino y 314.
Artemis 452. Bandello, Mateo 342.
Artieda Rey de 31, 38. Banville, Teodoro de 169, 171,
Arvales (hermanos) 381. 226, 302.
Astrana Marín, Luis XXXVII, Baquíjano y Carrillo, José
52n., 64n., 76n., lOOn., 110, XXIX, 293, 294.
11On., 113. Baquílides 455.
Aubignac, Francisco d' 256. Bardi, Donato de Niccolo de
Aubigné, Teodoro Agripa de Betto de (Donatello) 337.
200, 210, 214. Barbier, Enrique Angulo, 198.
Augusto, (Emperadór) 469. Barbieri, Asenjo 86.
Aulchy, Vizcondesa de 229, Baretti; José Marco Antonio
232. XXIII, 314, 324.
AuIo GcHo 164. Barrés, Mauricio XXII, XXX,
Aurispa, Jorge 347. 289, 300, 333, 3'42, 359, 386.
Autels, Guillermo des 178, 184. Barrera, Cayetano de la 40.
Ausonio 198, 27'4n. Barreto, Isabel 14.
Avellaneda, Francisco de 83.
Barrionuevo, Gaspar de 102.
Avendaño, Tomás de 15. Batsch, Augusto 413.
Avendaño, Pedro de 15.
Baudelaire, Carlos 244, 302.
Avendaño, Juan de 14, 15.
Bayle, Pedro 233, 234, 293.
Avendaño, Fernando de
XXXVIII, 15, 105. Beaumarchais, Pedro Agustín
Ayax 512. Carón de 323, 326, 400.
Azorín (V. Martínez Ruiz, Jo- Beaumont, Brianda de 63.
sé). Beccari, Agustín 24.
Becerra, Domingo de 42.
BAIF, Lázaro de 161, 172, 175, Bédier, Joseph 286.
176, 178, 183, 197. Beethoven, Luis van 459.
522 INDICE ONOMÁSTICO

Belaunde, Víctor Andrés VII, Beti, Bemardo (Pinfuricchio)


XV. 381.
BeIlanger, León XXVII, 168. Bettinelli, 312.
BelIeau, Remigio 159, 169, 176, Beza, Teodoro de 181n., 200,
184, 184n., 195, 195n., 197, 241.
199. Billets, Mercy des 320.
Bellegarde, Duque de (Alcipo) Bión de Esmima 193, 195, 199,
V. Saint-Lary, Roger 201.
Bellini, Vicente 356. Biran, Maine de 297.
Bello, Andrés 152, 273. Biré, Edmond 298.
Bembo, Pedro (Cardenal) 33, Blamchemain, Juan Bautista
188, 189. Próspero 186n.
Benedictis, Gaetano de 336. Blondel, Maurice 297.
Benedictis, Luisa de 335. Blücher, Príncipe de 422.
Benoist, Eugenio XXX, 302. Bobadilla (Posible apellido de
Benthan, Jeremias 293. Amarilis) XXXIX.
Benvenuto Murrieta, Pedro Ma- Bocaccio, Juan XXXIII, 21, 22,
nuel VII. 310, 347.
Bergier, Beltrán 192. Bocage, Madame du 324.
Bergson, Enrique 297, 484. Bodin 292.
Bermúdez de la Torre, Pedro Bolieau Despreaux, Nicolás
José XXIX, 11, 260, 2600., XXVI, 86, 162, 167, 171,
292. 202, 202n., 204, 204n., 226,
Beón 503. 246, 248-251, 254, 254n.,
Beristaín y Souza, José Maria- 255, 257, 257n., 258n., 259-
no 44. 261, 264, 268, 292, 483-484.
Bemard, CIaude 296. Boisrobert Francisco Le Metel
Gemis (Cardenal) Pierre de de 231.
200. Boissier, María Luis Gastón
Bernini, Juan 381. 198.
Bermond, Adolfo 363. Bolena, Ana 339-340.
Bernstorff, Augusto de 433. Bonald, Vizconde Luis de 293.
Bertaut, Juan 161, 197, 202, Bonaparte, Napoleón 254, 263,
246, 258. 420, 423, 426.
Bertaux, Emile 290. Bondoni, Angiolotti de (giotto)
Berthelot, Marcelino 296. 386.
Bertrand, Aloysius 302. Bonilla, Alonso de XXXV, 40,
Bertrand, Luis 289. 41.
Betanzos, Juan de 43. Bonilla, Adolfo 39.
INDICE ONOMÁSTICO 523

Borbón, Felipe de (Duque de Bruni, Antonio 255.


Parma) 324. Brunot, Fernando 227, 227n.
Borbón, Catalina de 220. Budé o Buddeo, Guillermo 176.
Bcrdas-Demoulin 2<:J7. Bueil, Honorato de (Marqués
Borja y Aragón, Francisco de de Racán) XXVII, 162, 204,
(Príncipe de Esquilache) 204n., 207, 209, 209n., 221,
XXXVII, XXXVIII, 60, 63, 223, 231, 233, 235, 239, 241-
90, 91, 93, 104, 105, 106, 242, 248-252, 258.
113. Buffon 251.
Bornes, Gaspar de 240. Burgos, Jerónima de 80.
Boscán Almogáver, Juan 122, Burgos, Miguel de 69.
198. Buonarroti, Miguel Angel 184,
Bossuet, Jacobo Benigno 254, 339, 381, 382, 436, 459-460.
260n., 273, 486. Büscher 168.
Botticelli, Sandro 341. Buti, Lucrecia 344.
Boucher, Francisco 399. Bussy, Rogelio Conde de 249.
Bourrienne, Abbé 205. Buzy, Pedro 122n.
Boutrox, Emilio 297, '434. Byron, Jorge Gordon (Lord) 31,
BouilIón-Malherbe, señor de 334, 341, 356, 359, 364, 406.
206. 506.
Bourget, Pablo XXX, 302, 340,
343.
Boutmy 294.
Braganza, Teodosio de 107.
Brantome, Pedro de BourdeilIes CABRERA de Córdova, Luis
señor de XXVIII, 284. 402.
Brentano, Betina 435n. Cagliostro, José Bálsamo, Conde
BrigheIIa 316. 412.
Brogniart, 2%. Calancha, Antonio de la 12, 41,
Broncard 295. 111.
Brocense (seud.) 270. Calderón, Cristóbal 56.
Bronte, César 358. Calderón de la Barca, Pedro
Brontolón, Teodoro 324. 48, 50, 51, 54, 77, 79, 83,
Brooke, Rupert XXII, 333. 93, 102, 114, 256, 264, 314,
Broschi Farinelli, Carlos 328. 357, 428, 428n.
Brossete 254n. Calderón, Rodrigo 94.
Brunetiére, Fernando XXVII, Calderón y Vadillo, Juana 15.
173, 173n., 181n., 191, 195, Calímaco 164, 193.
226n., 227, 227n., 486. Calino 454.
524 INDICE ONOMÁSTICO

Calvino, Juan 173, 240. Carrillo de Andrade, María


Camoens, Luis Vaz de 13, 44. Manuela 93.
Campanella, Tomás 429. Casa Calderón, Condesa de 93.
Campoamor, Ramón de 506. Casandra 222n.
Campo-Alauje Conde de 506. Cassa Messer, Giovani della
Candini 319. 42.
Canaletto los 318. Castelar, Emilio 156, 373.
Cánova, Antonio 416. Castelvetro 256.
Cantillana, Conde de 91. CastelIejo, 480.
Cantú, César XII. Castiglione, Condesa de 360.
Capitán 279. Castilla, 256.
Capmany, Antonio de 273n. Castillo, María 92.
Capuana, Luis 343. Cástor 383.
Caramuel 267. Castro, Adolfo de 59n., 113,
Caravaggio. (V. Amerigri, Mi- 482.
guel Angel). Castro, Américo 110, 110n.
Carbajal, Diego de 40. Castro y de la Cueva, Beltrán
Carvajal, Mario 132. de 65.
Careo 266. Castro, Juan BIas de 63.
Cardoso, Fernando Isaac lOO, Castro Bolaños y Rivadeneyra,
106. Fernando de 14.
Carducci, Jossué 170, 338, Castro (cura) 155.
338n., 339, 341, 356, 373. Castro, Gui\Ién de 288, 290.
Carlomagno 263, 284, 421, 513. Catalina de Borbón 218, 220.
Carlos II 264. Cátulo 191, 193, 198, 337, 338,
Carlos III 329. 407.
Carlos IV 258. Cauchi 296.
Carlos V 174, 184, 287, 459. Cauvet, 240.
Carlos VI 314. Cavalca 347.
Carlos VIII 376. CavaIlotti, Félix 358.
Carlos IX 171, 176, 182, 183, Cawes 295.
190. Cellini, Benvenuto 166, 339.
Caro, Anibal 347. Cento, Fernando 118n.
Caro, Miguel Antonio 270, 272, Centurión Herrera, Enrique
273, 273n., 274. 388.
Carpio, Isabel del 53. Cerralbo, Marqués de (V. Pa-
Carpio, Miguel del 53, 56. checo Esteban)
Carvajal y Robles, Rodrigo Cervantes Saavedra, Andrea de
XXXVIII, 40, 41, 105. 14, 15.
lNDICE ONOMÁSTlCO 525

Cervantes Saavedra, Miguel Conti, Princesa de (V. Lorena,


de XIX, XXXI, XXXII, Luisa Margarita de)
XXXIV, XXXV, XXXVI, Contreras, Rodrigo de 87.
XLI, 3-44, 47, 51, 53, 55- Constand, Benjamín 400.
57, 63, 66, 70-72, 74, 76-77, Constantino 267.
79, 83, 102, 106, 114, 288, Cora 447.
395, 478, 503, 508. Córdova, María de 86.
Cervantes, Juan de 9. Córdova, Gonzalo de 102.
César 272, 290. Córdova Avendaño y Mendo-
Cetina, Gutierre de 8. za, Isabel de 40.
Cicerón 151, 184, 270, 272, Corneille, Pierre, XV, XXVIII,
386, '473. XXIX, 77, 162, 227, 227n.,
Cisneros, (Cardenal) Francisco 251, 253, 253n., 254, 256,
Jiménez de HM. 257, 257n., 258n., 259-260,
Cisneros, Alonso de 57. 265, 288, 292, 314, 322, 459,
Cisneros, Luis Jaime VII. 481, 486, '495, 515.
Cisneros, Luis Benjamín .119. Coriolís, Magdalena de 211.
Claudel, Paul XXII, 244, 301, CorneilIe (los) 288, 314.
333, 355. Cornelio 164.
Claudiano 53, 193. Cortés, Alonso 113.
Clemente XIII 324. Corregio (V. Allegri, Antonio)
Clemenceau, Jorge 238. Cossé-Brissac, Diana de 200.
Cocteau, Jean XXX, 300. Cotarelo, Emilio XXXV, 15,
Coigny, Mariscal de 320. 97, 97n., 113, 328.
Colonna, Ascanio (Cardenal) Courier, Pablo Luis 271, 274.
32, 53. Cousin, Víctor 32, 296, 424.
Colonna, Marco Antonio 32. Crámer, Juan Andrés 417.
Colomby, 231. Crebillón, Próspero 314.
Colunga, Pedro de t 22n. Crétin, Guillermo 175.
Colletet, Guillermo 162, 186n., Crisóstomos, los 164.
248. Crispí, Francisco 354, 358.
ComelIa 324. Croce, Benedetto, 31, 356, 356n.,
Comte, Augusto 296. 367, 367n.
Ccnde, Claudio 61. Cruz, Ramón de la XXIII, 56,
Concini, Concino 215. 322, 328, 329.
Condé, Príncipe de V. Enri- Cueva de Garoza, Juan de la
que I de Borbón, Duque de 56.
Eugrien, Príncipe de Cuevas S. ]., Mariano 44.
CondilIac, Esteban de 293. Cuervo, Rufino 270, 273.
Conti, Luis 219. Curie, María 296.
526 INDlCE ONOMÁSTICO

Cusa, Nicolás de (Cardenal) DACIER, Ana Lefevre de 249n.


129. D'Aguesseau 293.
Cuvier, Jorge 2%. D'Andilly 233, 233n.
Danao 461.
Danés, Pedro 176.
D'Angenes, 182.
D'Annunzio, Gabriel XVI, XX,
XXI, XXII, XXVI, 184, 194,
310, 331-3389, 407.
CHAIDE, Ma.lón de 124.
D'Annunzio, Dono Mingo 336.
Champaña, Felipe de 251.
Champaña, Teobaldo, conde D'Argental, Carlos V. Ferriol,
de 165. Carlos Agustín de (Conde)
Chapelain, Jean 255, 256, D'Aumont, Antonio duque de
258n., 300. 325.
Charcot, Juan M. 2%. Darwin, Carlos 296, 434.
Charrón, 233. Dávalos de Solier, Isabel 11.
Chartier, Alain 166. Dávalos Solier y Niño de Va-
Chateaubriand, Francisco Re- lenzuela, Elvira 9.
nato, Vizconde de XXIX, 33, Davalos de Ribera, Juan
156, 18'4, 198,228,244,,253- XXXV, 8-11, 39.
254, 293, 300, 334, 346, 359, Dávalos, Juan 39.
373, 400-401, 406, 409, 427. Dávalos y Figueroa, Diego 40,
Chatillón (Cardenal) 192. 201n., 212.
Chaudrier, Juana de 174. Dávila y Guzmán, Enrique 58.
Chaulieu, 249. Dávila, Pedro (Marqués de las
Chavannes, Puvis de 291. Navas) 58, 107n.
Chávez, Rodrigo de 8. Dávila, Alonso 92, 109n.
Chénier, Andrés 167n., 168, Debussy, Claudio XX.
177n., 193, 212, 216-219, 222- Del Bene, Benito 171.
223, 409, 416. Delaunay, Juan 291.
Chenier, José María 327. Delgado, Honorio F. VII.
Chennevieres, M. de 212n., Delicado, Francisco 477.
Chevalier, Michel 294. Delmira XXIV, 324.
Chiabrera, Cabriello XXIII, De Maistre, José 293.
190n., 311, 313. Demetcr XIII, 447, 449, 452,
Chiari, Pedro de (abate) XXIII, -454.
324, 325. Demóstenes XII, 512.
Chréstien, Florent 181n., 199. Denoth, Ricardo 208.
INDlCE ONOMÁSTICO 527

De Broglie, Jacobo Víctor Al- 159, 166n., 169-171, 175-178,


berto 207n., 209, 235, 296, 184, 198--199, 269--269n.
434. 271, 273, 274n.
De Brosses, Carlos 172. Du Bellay, Guillermo 175.
Descartes, Renato 254, 156, 259, Du Boy, Charles 300.
296, 297. Du Chatelet, Marquesa 323.
Deschamps, Eustaquio 170. Duchi, Claudio 175.
Desportes, Philippe XXVII, 163, Du Dezert, Desdevises 290.
197, 199, 200, 201-204, 227n., Duguit XXIX, 294.
246, 249, 251. Du Maine, (V. PersoQ, Luis
Diamante, Juan Bautista 482. Francisco) .
Diana 385. Dumont, Julio 489.
Díaz, Diego XXXVII, 69. Du Perrier, Francisco 224, 236.
Diderot, Dionisio XXIX, 292, Du Perron, Abraham Jacinto
32~. Anquetil 187.
Dieulafoy, José María Arman- Du Petit Thouars, Abel Aubert
do 290. 291.
Digny, Señor de 208. Duran, Agustín 112.
Dinemandy, Juan (Juan Dorat Durero, Alberto 405.
ó Doriat) 176, 184, 122n. Du Vair, Guillermo 219, 233,
Dioclesiano 267, 381. 233n., 252.
Di6genes XIV.
Dionisos XIII, 369, 443, 447,
449, 453-4514, 456.
Di6n Cris6stomo 500, 503.
Donatello (V. Bardi, Donato di ECKERMAN, Juan Pedro
Níccolo de Beto de) 418n., 420n., 422n., 423n.,
Dorchain, Augusto 268. 424n., 425n., 1426n., 427n.,
D'Orbigny, A1cibíades 2%. 430n., 432n., 433n.
Doria, Fray Nicolás 124, 130. Eguren, José María 4.
Dostoiewsky, Fedor 345. Einstein, Albert 424.
Doumic, Renato 302. Elda, Conde de (V. Rios Cór-
Dozy, Ramiro 284. dova y Angulo, Alonso Esta-
Drake, Francis XXXVIII, 61, cio, de los Conde de Femán
65. Núñez)
Du Bartas, Guillermo Salustio, Electra 355n., 362.
(Señor de) 172, 184, 200, Elena 435, 453, 460.
210. Elio Arístides 500.
Du Bellay, (Cardenal) 192, 198. Emesa, E1eodoro de 501, 503.
Du Bellay, Joaquín XXVII, 21, Encélado 217.
528 INDICE ONOMÁSTICO

Encina, Juan de la 22, 34, 62, Esquilo XIII, 188, 459, 460,
79. 463-464, 466, 473-474.
Eneas 38'4. EsQuilache, Príncipe de (V. Bor-
Enrique I de Borbón (Duque ia y Aragón, Francisco de)
de Eugrien, Príncipe de Estacino 453.
Condé) 218, 223, 485. Estado 222.
Enrique 11 170, 176, 177, 178, Esteban, Enrique 192n., 194,
209. 270, 270n.
Enrique III 185, 186, 186n., Estébanez Calderón, Serafín 507.
192n., 200·202, 213·214, 216. Estensícoro 455.
Enrique IV 181n., 200-201, 210, Estrada 81, 88.
214, 215, 218-219, 221, 225, Estrada, Alonso de XXXVI, 13.
229, 235, 237, 240, 286-287. Euforión de Ca1cis 164, 266.
Enrique VIII 184. Euristeo (Rey de Micenas) 217.
Enriquez de Ribera, Catalina Eurípides XIII, 411, 459, '467,
63, 64. 471, 473.
Entrambasaguas, Joaquín de Exímeno 314.
XXXVII, 84n., 113.
Epicuro 436.
Erasmo 43.
Ercilla, Alonso de 38, 43, 66.
Epemón (V. Nogaret de la Va-
Iette Duque de Epemón, FAETONTE 217J 221.
Juan Luis de) Faguet, Emilio XXVII, 170n.,
Eros Fanés 455. 192n., 195n., 201, 201n., 22,
Escalígero, Julio César 256. 298.
Escipión el Africano 386. Falcao, Cristóbal 22.
Escopeliano 500. FarineIli, Arturo 319.
Escouchard-Lebrun 190, 223. Farrere, Claude 298.
Esmein, Juan Pablo Hipólito Famesio, Isabel 321, 328.
Manuel XXIX, 294. Fauriel, Claudio 112.
Espinel, Vicente 13, 56, 76-77, Fausto 335, 407, 432.
79, 84, 501. Favorino de ArIes 164.
Espinosa Medrano, Juan 300, Federico I de Pmsia 402, 412.
397. Federico 11 397, 420.
Espinosa y Rueda, Margarita Felipe 11 20, 59, 63, 69, 103n.,
de 82. 184, 237, 287, 289, 402.
Espinoza, Isabel de 89. Felipe III 69, 473.
Espronceda, José 506, 509. Felipe IV 93, 225, 474, 478.
Felipe V 313, 321, 328.
INDlCE ONOMÁSTICO 529

Fenelón 193, 244, 260, 273, Firdusi Abul Casem Mansur


Feria, Duque de (V. Suárez de 428.
Figueroa, Lorenzo) Flamma, Rogerio 358.
293. Flaubert, Gustavo de 187, 244,
Fernández de Alarcón, Cristo- 341, 346, 429.
balina 92. Flaubert, Homais '417.
Fernández de Cabrera, Luis Fleury, Claudio XXIX, 292.
Jerónimo 69. Florián, Juan P.C. XXIX, 43,
Fernández de Castro, Pedro 288, 292.
(V. Conde de Lemos) Flores, Antonio 557.
Fernández de Córdova, Luis Flores del Carpio, Francisca 49.
V. Sessa, VI Duque de) Floro (Seu. de Gabriel D' An-
Fernández de Córdova, Gon- nunzio) 337.
zalo (V. Sessa, V. Duque Fontaine, Carlos 178.
de) Fontenelle, Bernardo de 238,
Fernández de Pineda, Rodrigo 258-259, 261, 293.
XXXV, 13. Fouché Debosc, José 230, 290,
Fernando V 313. 413.
Fernando VI 328. Fouqué F. Nicolás 426.
Fernando VII 503. Fouquieres, Becq de 212n.
Ferraris, Miguel '43. Fournier, Carlos 195, 429.
Ferrero Rebagliati, Raúl VII. Forner, Juan Pablo 257, 325.
Ferriol, Carlos Agustín de Fort, Pablo 268.
(Conde Carlos D' Argenta!) Fortia, Pablo de (Señor de Pi-
326. les) 240.
Feuillée Luis (padre) XXIX, FouilIée, Alfredo 296.
292. France, Anatole XXX, 299,
Feyjoó, Fray Benito Jerónimo 342.
328. Francisco 1 166, 174-177, 184,
Ficino, Marsilio 127. 206.
Fidias 455, 466. Franz, Juan de 462.
Fielding, Henry XIX, 429. Franklin, Benjamín 151.
Figueroa de Ovando, Constan- Freron 326.
za 15. Frézier, XXIX, 292.
Figueroa, Francisco de 31. Frínicos 463.
Figueroa, Cristóbal de 49, 84. Froissart, Juan 165.
Filicaica XXIII, 311. Fuente, Vicente de la 54n.
Feuerhach, 412.
530 INDICE ONOMÁSTICO

GADARA, Meleagro 337. George, Stefan XXII, 334, 355,


Gail, Juan B. 195n. 436.
Galiani, Celestino (abate) 316- Gerardo P. 124.
317, 324. Gerebrardo 74.
Galieno, Publis Licinio 209. Gheon, Henri 301.
Galileo, Galilei 126. Getino, P. 131.
Galilai, Leonor 216. Gide, André XXX, 299, 299n.,
Gallardo, Juan 184n., 187. 358, 400.
Gálvez, José XV. Gil, Enrique 73.
Gálvez de Montalvo, Luis Gil, Polo XXXIV, 23, 25, 38,
XXXIX, 23, 26, 31. 248.
Gallese, María de (Duquesa) Giolitti, Juan 364.
341. {¡iotto (V. Bondoni, Angiolotti
Ganimedes 217. di)
Garasse, Francisco S. J. 233. Godeau, Antonio (obispo) 237.
Garbaglia, 337. Goldsmith, Oliverio XIX, 429.
Garda, Agustín 15. Gomberville 231.
Garda Calderón, Francisco XI, Goethe, Volfgang Johann XV,
6. XVII, XVIII, XIX, XXV,
Garda Calderón, Ventura XV. XXXIII, 334, 3'41, 347-348,
Garda de Castro, Lope 12, 14. 356-357, 363, 376, 377, 393-
Garda Cruz, Joaquín 113. 436, 460, 465.
Garda Herrero, 84n. Goettling, Carlos Guillermo
Garcés, Enrique XXXV, 13, 39, 413.
43, 44. Goldoni, Carlos XXII, XXIII,
Garcilaso de la Vega 21, 25, 307-330.
122, 174, 177, 270, 271, 408. Gómez, Arias Dávila 87, 88.
Garcilaso de la Vega, Inca 4, Gómez Ocerín 113.
33, 292. Gómez de Alvarado 87.
Garibaldi, José 356. Gómez de Sandoval y Rojas,
Gamier, Carlos 169, 171n., Francisco de (Duque de
174n., 287. Lemla) 86, 86n.
Gasea, Pedro de la 8. Gómez Tello, Hernán XXXIX,
Gassendi, Pedro 100, 232. 88.
Gaudry, Juan Alberto 2%. Gómez Pereira 100.
Gautier, Teófilo 226, 247, 289, Goncourt (los) 373.
298, 480. Góngora, Luis de 24, 31, 51,
Geoffroy Saint-Hilaire Esteban 65, 82-83, 86, 93-94, 113,
434. 119, 184, 246-247, 255, 266.
González, Andrés 69.
INDlCE ONOMÁSTICO 531

González de Salas 84. Guillén de Castro 62, 93, 256,


Gonzalez Palencia, Angel 113. '482.
Gonzalez Prada, Manuel 298. Guisa, Francisco (Duque de)
Gorce, Pedro de la (padre) 280. 237.
Gonnáz (Padre de Jimena) Guisa, Enrique (Duque de)
483. 192, 215.
Gournay, Jars de XXVI, 162, Guizot, GuilIenno XXIX, 258n.,
206, 243-245, 271. 289, 293, 294, 425.
Goudine.l, Claudio 193. Gutierre de Carbajal 41.
Goujon, Jean 174. Gutierrez TeIlo 87.
Gozzi, Carlos (Conde) 325. Gutierrez de QuintanilIa, Emi-
Gracián, Baltazar 233, 261. lio XXXII, 6.
Graffigny, Madame de (Fran- Guyau, Juan María 436.
cisca D'Isembourg D'Happon- Guzmán, Juan de 270.
court) XXIV, 323, 324.
Gragal, Gaspar de 124.
Granelleschi, Gaspar 324.
Granelleschi, Carlos 325.
Granja, Conde de la 111, 260n. HABBEL, Cristian Federico
Granvela, Antonio de la 59. 110.
Grammont, Maurice 168. Hachette, Luis Cristóbal 173n.
Gregorovius, Fernando 376. Haeckel, Ernesto 434.
Grevin, Jacques 175, 181n., Hafiz, Schems Eddin Moha-
199. med 428.
Grillparzer, Francisco XXXVII, Halle, Adán de la 164:
112, 436. Hamen, Van der José de 109n.
Grimaldi, Juan 329. Hardy, Alejandro 256, 287,
GroebedinkeI, Pablo 168. 481.
Grotthus, Sara de 426n. Hawkins, Juan 65.
Guardi, Francisco 318. Héctor 453, 512.
Guardo, Juana de 78. Hegel, Jorge 401, 428, 497, 514.
Guerini, Juan Bautista 25, 313, Heine, Enrique '436, 506, 507.
315, 503. Heleodoro XV.
Guevara, Fray Antonio de 252, Heliogábalo 339.
287. Hera 452.
Guevara, Fray Juan de 124. Heráclito 263.
Guerín, Carlos 244. Hércules 211, 221, 340.
Guerrini, Olindo (Stechetti Lo- Hérder, Juan Gotfriend 397-
renzo) 338. 398, 402, 414, 418.
Heredia, José María 356.
532 INDlCE ONOMÁSTICO

Hermann, Godofredo 426. XXVII, 158n., 168n., 169n.,


Hernández de Ayala, Roque, 173, 195.
81, 82. Hurtado de Mendoza, Diego
Hernández Girón Francisco 87. 32, 36, 501.
Herodes Atico 500. Hurtado de Mendoza, Pedro
Herodias 339. 110, 11On.
Herodoto 165, 192n., 457, 466. Huysmans, Jous Karl 301.
Herrera, Bartolomé 293,' 294.
Herrera, Fernando de 38, 177,
217, 270.
Herrero y Sánchez, José Joa-
quín 113. IBICOS 455.
Heroet 188. lberico Rodriguez, Mariano
Hervás, Gerardo 257. VII.
Hesiodo 453. lbnel-Athiri 284.
Hierón 455. Icaza, Francisco A. de 52,
Hindenburg, Pablo de 238. 52n., 113.
Hiparco 455. Ictino 466.
Hipólita 512. lrarrázabal, Alfredo 152.
Hojeda, Fray Diego de Iriarte, Juan de 273.
XXXVII, 78, 105. Iriarte, Tomás de 273.
Holderlin, Juan Cristián Fede- Irisarri, Antonio José de 273.
rico '436. Is, Señor de 212.
Holland, Lord (V. Vassall~ En- Isabel, la Católica 126, 505.
rique Ricardo Fox) Isabel de Borbón 227.
Homero XIII, 6, lí3, 114, 183, Iseo 500.
188, 193, 398, 408, 450-451, Isasaga y Zavala, Pedro 88.
453-455, 458, 462. Isidro, San 86, 93.
Horacio XVll, 53, 192, 193n., Iveteaux, Vauque.lin des 21On.
194, 194n., 202, 223, 230, Ixión 269.
230n., 231, 248, 271-272,
315, 337-338, 386, 396, 420,
474, 497.
Hoyos Osores, Guillermo VII.
Humberto (rey) 337. JACOB, Max 301, 302.
Humbolt, Alejandro de 413, Jacobi, Juan Jorge 397, 402,
422, 422n., 436. 434.
Humbolt, Guillermo de 415, Jacobo V 175.
436. Jamyn, Amadis 185.
Humiston, C: C. XXIV, XXV, Jannequín, Clemente 193.
INDlCE ONOMÁSTICO 533

Jaúregui, 94, 97. Klinger, Maximiliano 398, '419.


Jaurés, Juan 299. Klopstock, Federico XVIII,
Jeans, James 134. XIX, 397, 400, 415n .. 417.
Jcnofonte XXV, 503. Kotzbue, Augusto de 417.
Jerjes, 462. Kraft, 420.
Jerónimo de San José, Fray Krantz, Emilio 260, 26On.
273, 281. Kropotkine, Pedro Alexiévich
Jhonson, Ben 514. 14t.
Jimena 483. Krostrowitzky, Guillaume Apo-
Jménez Borja, José VIII XLI, IIinaire 301.
118, 119, 120, 121, 121n.
Jiménez de la Espada, San"
tiago XXXV.
Jiménez de Quezada, Gonzalo LABAÑA, Juan Bautista 57.
XXIV, 324. Labé, Luisa 173.
Jodelle, Esteban 176, 178, 184, La Barrera y Leirado, Cayetano
199, 256. Alberto de XXXV, XXXVII,
Joinville, Juan Sireple XXV, 87, 113.
165. Laboulaye, Eduardo Renato Le-
Jouffroy de Abbáns, Claudio febre de 294.
Francisco 425. La Boétie, Esteban de 162, 197,
Jovellanos, Gaspar Melchor de 199.
257, 270, 293,310, 329. La Bruyere, Juan de 192n., 250,
Joyeuse, Ana Duque de 201. 250n., 258.
Joyeuse los 244. Lacordaire, Juan Bautista En-
Juana Inés, Sor 93. rique Domingo 303.
Juan de Austria 32, 217. Lachelier 297, 434.
Juan de los Angeles, Fray 124, Ladrón de Guevara, Luis 92.
127, 430. La Fontaine, Juan de 227, 246,
Juan Segundo 193. 249, 258, 259.
Julio II 184. La Frasnaye, Vauquelin de 249.
Julio César 316, 383. Lafuente, Modesto 507.
Juliano 164. La Fuente, Marqués de (V. Te-
Jullian, Camile 280. ves, Gaspar de)
Juvenal 222. La Garde, Señor de 242.
La Harpe, Juan Francisco de
257n' l 327.
Lainez, Diego 483.
KANT, Manuel 238, 268, 434. Lamarck, Juan B. 295.
Klettemberg, Susana Catalina Lamartine, Alfonso de XXIX,
de 430, 4300. 33, 35, 58, 74, 153, 203, 253,
534 INDICE ONOMÁSTICO

258n., 334, 340, 35'4, 355, León X 218, 469.


359, 400, 430. León XIII 351.
La Mothe-Le Vayer 271. Leseot, (canónigo) 195.
Landázuri Ricketts, Juan VII. Lesdiguieres, Condestablesa de
Langey, Guillenno de 176. 228.
Lara, Eufrasia de 88. Leonard, Irving XXIV.
La Ramée, Pedro (Ramus) 271. Leopardi, Giacomo 130, 337-
Larra, Mariano José de XV, 338, 346, '416, 506.
152, 505-509. Le Play Federico 295.
La Rochefoucald, 255. Leroy-Beaulieu, Pablo XXIX,
Lascaris, Jano 176. 294, 295.
Lasarte, Floristán de 109. Lerma, Duque de (V. Gómez
Lassere, 302. de Sandoval y Rojas, Fran-
Lastarria, José Victorino 152. cisco de)
La Tail1e, 172, 174. Leroux, Pi erre 151.
La Tour-du-Pin Chambly, Mar- Le Sage, Alano Renato XXVIII,
qués de 295. 258, 288, 501.
Le Bon, Felipe 296. Le Seur, Eustaquio 251.
Le Brun, Carlos 251. Lessing, Gotthold, Efraim 397,
Leeomte de lisIe, Carlos 298, 417.
342, 416. Le Vayer, 236.
Ledesma, Alonso 255, 479. L'Hospital, Miguel de 178,
Lee Bertrand T., XXXV, 41- 274n.
43, 69n., 106n., 109, 109n. Liancourt, duque de 247.
L'Hennite, Tristan 236. Licofrón 266.
Leibnitz, Gottfried GuilIenno Licurgo 454.
297, 433. Lindau, Pablo Barón de 419.
Le'iva, Alonso de 38, 61. Linguet, Simón Nicolás Enri-
Lemaire des Be!ges 170, 171, que 293.
175, 190. Linos 447.
Lemck, 488. Lippi, Filippo 337.
Lemos, Conde de V. Fernán- Lista, Alberto 112, 257.
dez de Castro, (Pedro) Liszt, Franz 385.
Lcnz, RodoIfo 398. Littré, Emilio 164, 273-274.
León Barandiarán, José VII. Loges, Madama de 232-233.
León Pinelo, Antonio de 105, Lohmann VilIena, Guil1enno
111. VII, XXIV, XXXV.
León Pine!o, José de 105, 111. Lofrasso, Antonio 23.
León el Hebreo (V. Judas Loayza Castilla y Bazán, Usen-
Abarbanel) da de 41.
INDICE ONOMÁSTICO 535

Longhi (lOS) 316. 59, 70, 74, 76, 78, 81, 82.
Longo, ElIesbio XV, 501, 503. Luján, Panfilo de 72.
Lope, Alberto 69. Lutero, Martín 432.
Lope de Vega (V. Vega Carpio, Luynes, Carlos d' Albert, du-
Lope Félix de) que de 216.
López de Mendoza, Iñigo Luzán, Ignacio de 328.
(Marqués de Santillana) 416.
López de Aguilar, Francisco
71n., 8<4.
Lorena, Claudio 35, 138, 182, MABL Y, Gabriel Bonnot cl r
192, 236, 333, 408. 154.
Lorena, Luisa Margarita (Prin- Mac Gregor S.J. Felipe E.,
cesa de Conti) 215, 217, VII.
219, 236, 237. Machado y Ruiz, Antonio 113.
Lorain, Jean 360. Medelín 302.
Loti, Pi erre 335. fvlaffei, Escipión 313, 316.
Lozada y Puga, Cristóbal Maidrón 291.
308n. Magny, Oliverio de 161, 173,
Lucano 256, 481. 184, 199.
Luciano de Samosata XIV, 169, Malembranche, Nicolás de 297.
478, 499, 501, 506. Malherbe, Francisco de XXIV,
Lucilio 271. XXVI, XXVII, 158n., 167-
Lucrecio XVII, 191-192, 1%, 168, 170, 172-173, 190, 201,
274n., 344, 386, 436. 204, 251, 254, 256, 258, 260-
Lúculo 383. 261, 264, 268-275.
Luden, Enrique, 426n. Malherbe, Jordana 236.
Luis de Granada, Fray 246. Malherbe, Marco Antonio de
Luis de León, Fray 38, '43, 124- 239.
125, 202, 249, 465, '479. Malherbe, Eleazar 211.
Luis XII, 206. Malherbe, Guillermo 206-207.
Luis XIII, XXVII, 162, 206, Mal-Lara, Juan de 270.
215,221,225,231,241,251, Mallarmé, Stephane 266, 300.
263. Malpica, Marqués de (V. Ri-
Luis XIV, XXVII, 162, 251, 257 bera, Francisco de)
263, 288, 298, 312, 329, '405, Maluenda, Carlos de 292.
452. Manrique, Jorge 53.
Luis XV 325. Manrique de Lara, Jerónimo
Luis XVI 141, 317, 327, 329. 53-54.
Luis XVIII 228, 376. Manrique, Luisa (V. Náje'fa,
Luján Micaela XXXVII, 56, V. Duquesa de)
536 INDlCE ONOMÁSTICO

Mans, Pelleter du 177n. Martinón, Juan XXVII, 168,


Mantegna, Andrés 386. 169n.
Manuel Angel 80. Marullo, 184.
Manzoni, Alejandro XXXVII, Marini, Juan Bautista 24.
Maquiavelo, Nicolás 316. Maritain, Jacques 297.
Marcial 105, 190, 192, 337. Masias, Fray Juan 131.
Margarita de Valois 178, Mayorga, Luis de 69.
198n., 200, 231, 349. Maurras, Charles XXX, 175,
Mans, Pelletier du 177n. 268, 302.
271, 339, 399, '430. Maucroix, Francisco de 248-
Margarita de Navarra 171. 249.
Mariana, Juan de 84. Massis, XXX, 28'4, 302-303.
Marino XXXIII, 228, 229, 247, Masson, Juan 289.
254, 310, 311, 314. Maupassant, Guy de 343.
María Magdalena 363, 432. Maura, Antonio 7.
María Teresa (Emperatriz) Mauriac, Francois 300.
314. Maynard, Francisco de XXVII,
María Estuardo 55, 103n., 175, 164, 231, 249.
182. Mazo Martínez del, Juan Bau-
Marmontel, Juan Francisco tista 68.
XXIX, 172, 258n., 292-293, Médicis, Lorenzo de 341.
322-325, 327. Médicis, Catalina de 190, 218.
Marot, Clement XXV, 166, Médicis, María de 215, 235,
170, 172, 175-76, 178, 188, 237.
190, 192, 227, 246, 250. Medina, Pedro de 63.
Márquez Torres, 42. Medina, Francisco de 38, 176.
Martel, Carlos 284. Medina, José Toribio XXXV,
Martial, René 280. 9-11, 39-40, 113.
Martínez, Santiago 12. Medinasidonia, Duque de (V.
Martínez de la Rosa, Fran- Pérez, Alonso)
cisco 112, 271, 508-509. Medinilla, Baltazal' Eliseo de
Martínez de Ribera, Alonso 12. 84.
Martínez de Ribera, Diego 12, Mefistófeles 335, 431-433.
39. Mejía, Diego 42.
Martínez de Recalde, Juan 60, Meléndez y Quintana 310.
61. Ménage, Gil 222n., 233-234,
Martínez Ruis, José (Azorín) 234n., 252.
68, 110. Mendaña de Neira, Alvaro 14.
Martinenche, M. Ernesto 139, Mande Obispo de 235.
290. Méndez, Miguel 41.
INDICE ONOMÁSTICO 537

Medrano, Sebastián Francisco MiIlé Jiménez XXXVIII, 86,


100. 113.
Menandro 316. Minmervo 454.
Mendilaharsu, Julio Raúl 133. Minerva 407, 463.
Mendiburu 293. Minino, Duque de (seud. Ga-
Mendoza, Antonio de 83. briel D'Annunzio)
Mendoza, Francisco de 38. Miñano, 507.
Mendoza, Diego de 37-38. Mira de Amescua, Antonio 79,
Mendoza, Lueas de 105. 83, 93, 256, 288.
Mendoza y Luna, Juan de Mirandola, Pico de la 328.
(Marqués de Montesclaros) Miro-Quesada Sosa, Aurelio
XXXVII, 63, 69, 104, 105. V, VII, XLI, 113n.
Mendoza, Fray Lucas de Miro-Quesada, Osear XV.
XXXVIII. Mirra 339.
Mendoza, Menda de 63-64. Moira 452.
Mendoza; Pedro de 130. Moland, L. XXVII, 167.
Menéndez Pelayo, Marcelino Moliere (Juan Bautista Poque-
XXXIII, XXXV, XXXVII, lin) XXVIII, XXIX, 95, 236,
39-'40, 73n., 78, 86-87, 113, 246, 256, 259, 288, 292, 231,
252. 323, 482, 489, 496.
Mesonero Romanos, Ramón de Molina, Tirso de 8, 79, 114,
507. 288, 321, 508.
Methymne, Arión de 456. Moltke 238.
Merimée, Ernesto 288, 290, Monchesnay, Jacobo Losmede
342, 418. 246, 254, 257n.
Metastasio XXIII, 24, 310, Montaigne, Miguel de 166,
313-315, 318-19, 321-322, 166n., 184, 184n., 192n.,
326, 328. 199, 199n., 205-206, 243-
Meulan-Guizot, Paulina de 244, 244n., 250, 252-253, 286.
258n. Montalbán, Juan Pérez de 51,
Meyer, Conrado 437. 59, 77, 79, 83, 93, m, 99,
Michelet, Julio 156, 226, 226n. 100n., 110, 111, 207.
Michelozzo 337. Montembeuf, Bergier de 179.
Mignar 251. Montemayor, Jorge de XXXIV,
Mignor 432. 20-23, 26, 38, 43, 63, 249,
Miguel Angel (V. Buonarroti, 503.
Miguel Angel) Montenevoso, Príncipe de 367.
MUton, Juan 21, 209, 324, 397. Monterrey, Conde de (Y. Zú-
MilI, Stuart 294. ñiga y Acevedo Gaspar de)
Milosz, 266. Montes de Oca, Pedro 13-14.
538 INDICE ONOMÁSTICO

Montesinos López, Eduardo Murillo, Bartolomé Estebán 68.


113. Musset, Alfredo de 246, 246n.(
Montfalcon, Juan B. 195n. 248.
Montmorency·Conde Carlota de Mussolini, Benito 367.
218·219, 247. Muti, Elena 376.
Montpensier, Luis de Borbón
Duque de 220.
Montherlant, Henri de 300.
Montesquieu, Carlos de Secon-
dant, Barón de 293, 323. Nacianceno (V. San Gregorio
Montesquión-Fezensac 359. Nacianceno)
Montt, Manuel 152. Najera, Duquesa de (V. Man-
Monti, Angel 410. rique, Luisa)
Montoto y Rautenstranch, Luis Namaciano, Rutilio 103.
113. Napoleón, (V. Bonaparte Na-
Mora, Conde de (V. Rojas Es- poleón)
cobar, Francisco de) Nassarre, BIas 112.
Morales, Antonio 109n. Navagero, Andrés 198.
Morales, Jacinta de 106. Nebrija, Antonio 273.
Morales, Pedro de 106. Nencioni, Enrique 341, 341n.,
Moratín, Leandro Femández 346, 374.
de XXIII, 185, 257, 310, 318, Negrete 100.
324-326, 328, 330, 416. Némesis 452.
Moréas, Juan 268, 300. Néstor 512.
Morel-Fatio 254n., 290. Nerón 339, 386.
Morel, Juan 274n. Neuman 416.
Moreto y Cabaña, Augustín 79. Nevares Santoyo, Marta de
Morini-Comby 295. XXXIX, 57, 81-83, 86, 88-
Moore, Tomás 428. 89, 94-95, 97.
Moritz, Carlos Felipe 420. Nevares, Leonor de (V. Estra-
Morillo, Ana 92. da, Leonor de)
Mosco 199, 409, 503. Nicolás 11 141.
Mozambique, Luis de 65. Nicolai 417.
Mugaburu, José de 111, l11n. Nieburhr, Bertoldo Jorge 426n.
Mun, Alberto de 295. Nietzche, Federico XII, 348,
Muñoz, Hemando 54. 356, 361, 369, 401, 412, '418,
Muratori, Domingo Marie 312. 431, 436, 458.
Muret, Marco Antonio 176, Nikeles 500.
178, 270. Nizart 298.
Muret, Mauricio 358, 358n. Noailles, Pablo, Duque de 293.
INDICE ONOMÁSTICO 539

Noailles, María Victoria Sofía, PABLO III 380.


Madame de, XXII, XXX, Pacheco, Estebán (Marqués de
300, 333. Cerralbo) 93.
Nogaret de La Valette, Juan Pancho Fierro 107.
Luis de (Duque de Epemón) Pacheco Vélez, César V, VII.
216. Padilla, Fray Pedro de 13, 66.
Nolhac 198. Palma, Ricardo XXXI,
Nono 266. XXXVIH, XL, 15, 86, 92,
Núñez, Cristóbal 86. 107.
Palmerio, Francisco 74.
Pan 449.
Pantaleón 316.
Paravidno, Fray Hortensio
O, Cristóbal de la 105. 253.
Obregón, Bemardino de 52. Pardo, Manuel 294.
Olavide, Pablo de XXIX, 43, Pardo y Aliaga, Felipe XL,
292. 108, 119-120.
Olivares Conde-Duque de 93, Paredes, Pablo 57.
97, 254, 478 . Parini, José XXIII, 310, 318.
Olivares Butrón 40. Partenio de Nicea 164, 195.
Ollé-Laprune 297. Parténope 408.
Onufria (monja) 336. Pasavanti, Jacobo 347.
Orleans, Carlos, Duque de 166, Pascal, BIas 244, 255, 295, 297,
170, 175, 193, 237, 248, 329. 480.
Orleans, Felipe 292. Pascoli, Juan 339, 363.
Ondériz, Ambrosio 57. Pasifae 339.
Oña, Pedro de XXXVII, 14, Pasquier, Esteban 163, 178n.,
16, 105, 110. 197, 199, 211, 233, 245,
Orosco, Rodrigo de XXXVIII, 2'45n., 252.
%n. Pasteur, Luis 2%.
Ortiz, Luis 80. Pastrana, Duque de 76.
Orsini, Isabel 339. Patras, Lucio de 500.
Ossian, XIX, 400. Patru, Oliverio 164, 248.
Osorio, Elena 56, 59-60, 81. Paz Soldán y Unanue, Pedro
Osuna, Pedro,' Duque de 64, 66, (V. Arona Juan de)
478. Pedrarias (Arias Dávila, Pe-
Ovando, Nicolás 1'4. dro) 87.
Ovidio 53, 118, 222, 274n., Pedro el Cruel, Rey de Ingla-
337, 339. terra 287.
Pelisson, Juan 255.
540 INDICE ONOMÁSTICO

Pellicer, Fernando 69, 80, 110. Pincio el 383.


Pentadio 267. Pigmalión 407.
Peñalosa, XXXIX, 88. Pinturiccbio (V. Beti, Bernardo)
Peralta, Juan de 132. Piña, Juan 82.
Peralta, Pedro de XXIX, 260, Pio (V. San) to3n., 183.
292. Pio VI 375.
Peiresc, Nicolás Claudio Fabri PitilIas, Jorge 257.
de 215, 219, 232, 233n. Pi~ístrato 450, 455.
Pereda, José María 508. Pissis, Pedro José Amado 2%.
Pereda, Antonio de 68. Pizarro, Francisco XXXV, 10,
Pérez, Pastor XXXVII, 113. 12, 14, 'l-O, 43, 113, 388.
Pérez, Antonio 287. Pizo, Mártir 85.
Pérez, Alonso (Duque de Mi- Planck, Max 434.
dinasidonia) 60. Planten-Hallermünde 428.
Pérez, Alonso 23. Platón 127, 410-411, 429, 451,
Pérez de Hita 20. 462.
Pérez de Robles, Francisco 69. Plantegenet, 295.
Pérez Galdós, Benito (Galdós) Plinio el joven 252, 386.
508. Plotino 128, 297.
Person, Luis Francisco (Du Plutarco 151, 164.
Maine) 232. Plutón 480.
Perides XIII, XIV, 3%, 443, Poe, Edgar Allan 266.
464, 467, 469-470, 474. Poincaré, Enrique 2%-297.
Perrault, Carlos 245-246, 257n., Polemón 500.
258, 258n., 259. Polignac, Cardenal de 293.
Perrault, Claudio 258. Policiano, Angel Ambroginis
Perrenot de Granvela, Francis- 25, 311, 313, 315, 339, 341.
co 59-60. Polícrates 455.
Petrarca XXXV, 13, 4'4, 165, Pompadour, Madame (Juana
167, 188-189, 198, 199n., Antonia Poisson)
222, 310, 312, 241, 368, 465. Polibio 263.
Petronio 84. Pólux 383.
Picado, Alonso XXXV, 12, 40. Polinice 462.
Picado, Antonio XXXV, 12, Pope, 257.
40. Porchat '426n.
Pignatelli, Mariana 314. Porfirio 128, 267.
Píndaro 169, 186, 188, 222, Porres, Gaspar de XXXVIII,
223, 301, 455, 474. 60, 62, 106.
Pinedo 69. Porras, Matías de XXXVIII,
90-91, 105-106.
INDICE ONOMÁSTICO 541

Primaticcio, Francisco 166. 227n., 238, 259, 265, 292,


Pradier-Foderé XXIX, 294. 314, 465, 515.
Prevost, D'Exiles (abate) 324. Radiguet, Max 291.
Proclo 166. Rafael 25, 339, '436.
Proust, Marcel XXX, 299. Rafal, Marqués de 113.
Prost, Mauricio 340. Rambouillet, Marquesa de 212,
Propercio 193, 407, 479. 229, 231.
Prudencio 209. Ramírez de Arellano, Gil 85.
Puebla, Conde de la 85. Ramírez de ArelÍano, Luis 85.
Puente Candamo, José Agustín Ramírez de Arellano, Juan 85.
de la VII. Ramírez Gastón F., Germán
Puig, Tomás 64. VII.
Ramus (V. La Ramée, Pedro)
Rapín, Nicolás 245, 249.
Ravaillac, Juan Francisco 215,
225.
Ravaisson 297.
QUEVEDO Y Villegas, Francis- Raynal, David 154, 293.
co de XV, 50-51, 70-71, 76- Regnar, Juan Francisco 258.
77, 82-83, 89, 97, 246, 253, Regnier, Henri de XXI, 268,
255, 261, 290, 477, 480, 501, 300, 333, 341, 348, 359.
509. Regnier, Mathurin 162, 245-
Quintana, Manuel José 99, 246, 246n., 247, 249, 257.
256, 310. Rcmausat, Conde de 425.
Quirós 62. Remy Belleau 21.
Quinault 204, 227, 227n.( 256, Renan, Ernesto XXIX, 244,
258, 314-315. 296, 427, '434, 436.
Quinto Fabio 238. Renato de Anjeo 506.
Quintiliano 272, 500. Reni, Guido 25.
Rengifo 267.
Rennert XXXVIII.
Renouvier, Carlos B. 297.
Retz, Pablo de Gondy, Carde-
nal de 255, 485.
Reyes, Alfonso 113.
RABELAIS 175, 187, 191-192, Rezabal y Ugarte José 112.
490, 501. Rimbaud, Arturo 302.
Racan, Marqués de (V. Hono- Ribera y Bravo de Lagunas,
rato de Bueil) Sancho de XXXV, 10-12,
Racine, Juan 86, 193, 227, 39, 44.
542 INDICE ONOMÁSTICO

Ribera, Francisco de (V. Mal- Rodríguez, MarÍn Francisco


pica Marqués de) 64n., 113.
Ribera, Sancho de 39-40. Rodembach 348.
Ribera, Alonso de 9. Rodrigo el Conquistador 301.
Ribera, Nicolás de (el mozo) Rogers, Paul Patrick 308n.,
XXXV, 10, 12, 39. 309-310, 314, 325-326, 329-
Ribera, Nicolás de (el viejo) 330.
XXXV, 9-10, 39-41. Rohan Cardenal de 412.
Ricio 74. Rojas Escobar, (Conde de Mo-
Ribeiro, Bemaldim de XXXIII, ra) Francisco de 84.
21, 23. Rojas, Ricardo 150.
Richardson, Samuel XIX, 323, RoIland, Romain XXX, 299,
429. 429.
Richelieu, Armando Juan du Romero, Mariana 80.
Plessis Duque de, (Carde- Ronsard, Luis de 173, 176.
nal) 173, 183, 216, 221, 231, Ronsard, Pierre XXIX, XXV,
233-235, 239, 241, 251, 256, XXVI, XXVII, 21, 158n., 159,
300, 482-483, 485. 166-188, 190n., 191, 191n.,
Ritchter, Juan Pablo 417, '4-28, 192, 192n., 194-195, 195n.,
490. 196n., 197-198, 202-203, 205,
Rienzo, Nicolás de 363. 217, 222, 222n., 225, 241,
Rinuccini, Octavio 313. 2'43, 246, 248, 250, 253, 256,
Rios Córdova y Angulo, Alon- 265, 268-275.
so Estacio (Conde de Elda) Rosas, Juan Manuel de 153-
38. 154.
Rioja, Francisco de 51n., 93, %, Rosenbauer, A. 168.
184. Rosicler, Luis 53, 60.
Rios, Blanca de los 102. Rosny, Marqués de (SulIy)
Rioza, Liñán de 57. 201, 210.
Ripalta, Jordán 347. Rousseau, Juan Bautista 225.
Rivadavia, Bemardino 153. Rousseau, Juan Jacobo XIX,
Rivas, José Ramirez de Saave- 54, 141, 151, 154, 244, 251,
dra, Duque de 73, 399. 265, 293, 314, 319, 323, 397,
Rivarsol 327. 399, 400, 407, '414, 427, 442.
Riquelme, Alonso 43. Rossi, Juan B. dei (El Rosso)
Rivera, Juan de (Obispo de 166, 318.
Santa Cruz) 39. Rostand, Edmundo 512 .
Robbia, Andre della 337. Rotrou, Juan XXVIII, 227,
Rodríguez de León, Juan 227n., 288.
XXXVIII, 105.
INDlCE ONOMÁSTICO 543

Royer-CoIlard, Pedro Pablo Salcedo Villandrando, Juan de


293. 13.
Rubens, Pedro Pablo 138, 218, Salcedo, Lucía de 80-81, 83.
232. Saldaña, (Cardenal de Toledo)
Rueda, Lope de 43, 56. 94.
Ruisebroquio, Juan de 129. Saldaña, Conde de (V. Sando-
Ruiz de Alarc6n, Juan 106. val, Diego de)
Ruiz S.J., Juan 52. Salas, José Hip6lito 152.
Ruiz, Juan (Archipreste de Hi- Salas Barbadillo 83.
ta) 477. Salomé 339.
Ruiz, Bernardo 69. Salustio 383.
Salvi, Nicolás 374.
Samain 139, 268, 341, 348.
Sanabria, Gabriel de XXXVIII,
105.
SAND, Jorge 231. San Agustín 345.
Sadoleto 189. San Cirilo, Fr. Martín 78.
Safo, 337, 350, 454. San Felipe Neri 430, 432.
Saint-Amant 201, 232. San Francisco de Sales 201,
Saint-Beuve, Carlos Agustín 203, 254.
XXVII, 167, 167n., 169-170, San Francisco de Paula 376.
178n., 181n., 186n., 189n., San Gregorio Nacianceno 252.
194-195n., 200, 204, 222, San Juan 350.
233n., 244n., 251-253, 254n., San Irineo de Esmirna 164.
272, 298, 425, 431, 436. San José 113.
Saint-Cyran 225, 233. San Juan 350.
Saint-Gelais, Mellin 166, 172, San Juan Cris6stomo 69, 252.
178, 192. San Juan de la Cruz XLI, 117-
Saiut-Gelais, Octaviano 166. 132.
Saint-Hilaire, Geoffroy 294. San Pablo 364, 416.
Saint-LaIY, Roger (Duque de San Pedro 363.
Bellegarde) 214-215,220,221, San Pedro Pascual (Obispo)
231, 249. 126.
Saint-Maure, Benito de 190. San Pio V 103n., 181, 319.
Saint-Simon 226. Sannazaro, Diego de XXXIII,
Saint-Sorlin, Desmarets 2'45. 21-23, 31, 33, 63.
Saint Pierre, Bernardino de 43, Sánchez, Alonso 54n.
503. Sandoval, Diego de (Conde de
Sainz Rodríguez, Pedro 113. Saldaña) 76.
Salandra 365. Sancho '483.
544 IN DICE ONOMÁSTICO

Santa Catalina de Sena 347. Schlegel, Guillermo de 255,


Santa Teresa de Jesús 130, 246, 485.
430. Schleirmacher, Ernesto 410.
Santa Teresa de Lisieux 131 Schneidewin, Federico Guiller-
Santa María Egipciaca 432. mo 462.
Santa Cruz, Marqués de 97. Schopenhauer, Arturo 130, 194,
Santibañez, María de 89. 347, 411, 436.
Santibañez, Margarita de 89. Shakespeare, William XV, XIX,
Santillán y Suárez de Figue- XXXVII, 6, 52, 72, 94, 188,
roa, Leonor 10. 298, 357, 395, 397, 399, 4'43,
Santillana, Marqués de (V. Ló- 459-460, 495, 511-515.
pez de Mendoza Iñigo) Shaw, Bernard 402.
Santo Tomás de Aquino 128. Shelley, Pe rey Bysshe 341, 358,
Santo Domingo de Guzmán 368.
127. Scqdery Srta. de 32, 219, 229,
Santoyo de Nevares, Juan 82. 253n.
Sardínha, Antonio 23 . Sedaine 292, 326.
Sardón, Victoriano 512. Segundo, Juan 191.
Sarmiento de Carbajal, Diego Segantine 356.
40. Segura, Manuel Ascencio XL,
Samliento, Domingo Faustino 108.
146-157. Séneca 222, 256, 271, 443, 478,
Sarrasin 162, 251-252, 258. 441-482, 500.
Sarria, Juan de 41. Sernc, Miguel de la XXXIX,
Savigny, Federico Carlos de 87-88.
154. Sessa, V Duque de (Gonzalo
Savy-López 33. Fernández de Córdova) 35,
Scéve, Maurice XXV, 172, 188. 64n., 82·83, 86n. 94.
Scoth, Anibal 328. Sessa, VI Duque de (Luis Fer-
Scott, Walter 74, 359, 399, nández de Córdova, Conde
509. de Cabra) 35, ~n., 75-76,
Schack, Adolfo Federico Conde 79-80, 82, 97, 100-101.
de XXXVII, 112. Sígnorelli, Pietro 328.
Schelandre 287. Séve (lionesa) 170.
Schelling, Federico Guillermo Sevigne, Oliva Viole de 198.
José 410, 418, 436. Sforza-Cesarini (los) 386.
Schevill, Rodolfo 41. Sheridan, Ricardo 359.
Schiller, Federico XIX, 357, Sibilet, Tomás 176.
363, 395, 398, 402, ~13-415, Sisione 457.
417,·418, 418n., 436. Sidney 21, 25.
INDICE ONOMÁSTICO 545

Siete Iglesias, Marqués de 86. Strowski, XXVII, 203, 203n.


Sila 238. Suardo, Juana de XXXVIII,
Silva y Mendoza, Francisco de 92n.
76. Suárez de Figueroa, Cristóbal
Silva, Juan de 38. 71n., 83-85.
Simias 267. Suárez de Figueroa, Lorenzo
Simón, Jules 296. (Duque de Feria) 76.
Simónides 455, 466. Suárez, Bartolomé 69.
Sixto V 103n. Suetonio 316.
Siripto 490. Suidas 501.
Sócrates 231n., 468. Surgeres, Elena de 189.
Sófocles XII, XIII, 314, 410, Suso, Enrique 131.
436, 455, 459, 464, 466, Sulamita V. Montmorency-
473-'475. Condé, Carlota de.
Soissons, Conde de 220. Susarión 457.
Solimán 285. Swendenborg 433n.
Solis, Antonio de 271. Swift, Jonatan 501, 507.
Solón 454. Swinburne, Algermon 341.
Solórzano y Pereyra, Juan de Sul1y (V. Rosny, Marqués de)
XXXVIII, 105.
Sosten e, Conde de (Seud. Ga-
briel D'Annunzio) 341.
Sotomayor, Alonso de XXXVIII,
65. TACITO, 363.
Sotomayor, Gonzalo de 13. Taine Hipólito XXIX, 198,
Southey, Roberto 428. 258n., 296, 373, 382, 434,
Spengler, Osvald 426. 436.
Spencer, Edmundo 25. TalIeyrand - Perigord, Carlos
Spencer, Gualterio Baldwin Mauricio de 228, 413.
434, 465. Tamayo de Vargas, 84.
Sperata 432. Tansillo de Nola, Luis 201,
Sperelli de Ugenta, Andrés 212.
344, 375. Tarafa, Francisco 74.
Sthendal 343, 373. Tárrega, Francisco Agustín 62.
Steimbach, Ervin 398. Tasso, Torcuato XXXVI, 25,
Stein, Baronesa de 412. 31, 73-7'4, 76, 166, 184, 187,
Sterne, Laurencio XIX, 400, 313, 324, 406.
429. Tassoni, 255.
Stolberg, Cristian 403. Teognis 454.
Stolberg, Federico 404, 417. Temístocles 443.
546 INDICE ONOMÁSTICO

Teobaldo 167. T erres Rámila, Pedro de 65,


Téllez Girón, Pedro 64. 8'4.
Tello de BobadiUa, Isabel 88. Torres Naharro 43, 79.
Tello de Contreras, Rodrigo Trager, Ernesto 168.
88. Tribaldos de Toledo, Luis 84.
Tello de Lara, Juan XXXIX, Trillo, Antonio de 64.
87. Troito 512.
TelIo de Sotomayor, Juan Torre, Francisco de la 479.
XXXIX, 84, 88. Torres Aguirre, (impresor) 394.
Temple, Ella Dumbar VII. Turnebio 184.
Tennyson, Alfredo 401. Tudor, María 298.
Tenorio y Villalta, Cristóbal 97.
Teócrito XII, 21, 164, 195,
201, 264, 409, 503.
Terencio 43, 316, 323, 417.
Teseo 512. UBEDA, Mora de 125.
Tespis 457. Ulises 't-52-453, 512.
Teves, Gaspar de 97. Urfe Honorato d'21, 31-32,
Thierry, Agustín 191 249, 503.
Thyard, Pontus de 176, 197, Urbina y Alderete, Isabel de
199. 60,64.
Tíbulo 193, 198, 338, 407. Usátegui, Luis de XXXVII, 96,
Tícknor, XXXVII, 112. 96n., lOlo
Tiépolo, Giovani Bautista 318. Usátegui, Gregorio de 96.
Timoneda 43. Usátegui, BIas de 96.
Tirteo 454. Usátegui, Luis Antonio de
Tito Livio 216, 240, 271, 481, XXXVIII, 96n.
484.
Tour d'Auvergne, Enrique de
la (Duque de BouilIón) 216,
223.
Touvant 31. VACA, Jusepa 76.
Toro Sra. 152. Valbuena, Bernardo de 70.
Tocqueville, Carlos Alejo Cle- Varese, Ricardo 118n.
rel de 294. Valcárcel, Julián 97.
Toledo, Diego de 63. Valcárcel, Carlos Daniel, 438.
Tolstoy, Leo 141, 344, 427. Valdés, Juan de 270, 273-274.
Tomillo 113. Valdivieso, José de 79, 100.
Torantos, Plácido de 102. Valencia, Pedro de 86.
Valera, Juan 270, 506.
INDICE ONOMÁSTICO 547

Valéry, Paul XXX, 266, 300- Vega (Alferez, hermano de


301, 436. Lope) 61.
Valladares, Antonio XXIV. Vega Marcela (hija de Lope)
Valle Inclán, Ramón Ma. de 78, 81, 86, 95, 99, 101.
XXII, 334, 3'41, 348, 358. Vega, Lopito (hijo de Lope)
Valverde, Fray Vicente de 43. 78, 82, 97.
Van Dick, Antonio 386. Velade y San Román, Marqués
Vanucci Andrés (del Sarto) de 76, 93.
166. Velasco, Jerónima de 92, 106.
Vargas, Luis de 63. Velásquez, Diego 68.
Vargas Carbajal y Dávalos de Velásquez, Jerónimo 56, 60,
Ribera, Diego de 41. 106.
Vargas Ugarte S. J, Rubén Vélez de Guevara, Luis 76, 83.
VII, XXXV. Vélez de Santander, Luis 84.
Vasall, Enrique Ricardo Fox Venus 217.
112. Verdi, Guiseppe 356.
Vásquez, Mateo 31, 35. Verdun (Presidente del Par-
Vargas Ponce 272-273. lamento de París) 223, 236.
Vásquez S. )., Pedro 52. Verga, Juan 343.
Vaugelas, Claudio Faure de Vergara, Luis de lOO, 105.
162, 244, 251, 254, 272-274. Verhaeren, Emilio 139, 266.
Vega, Feliciana de (hija de Verlaine, Paul XXXVII, 73,
Lope de Vega) XXXVIII, 345, 445, 350.
78, 96, 96n., 100. Veuillot, Luis 298.
Vega, Feliz de (padre de Lope) Vesta, Virginio 369.
49, 56. Viau, Teófilo de 162, 233, 247,
Vega, Carlos de (hijo de Lope) 250.
78. Vinci, Leonardo de 166, 436.
Vega Jacinta de (Hija de Lope) Visconti, Primi 257n.
69. Vicente, Gil 22.
Vega Carpio, Félix Lope de Vico, Juan Bautista 312.
XXXIII, XXXVI, XXXVII, Víctor Hugo XIX, XXIX, 78,
XXXVIII, XXXI X, XL, 4, 156, 167, 178, 238, 267, 274,
7, 25, 31, 38, 40, '42, 45- 288, 297, 334, 337, 341, 346,
115, 156, 166, 188, 202, 207, 355-357, 361, 395, 399, 428.
255-256, 288, 334, 350-351, 347n., 358, 358n.
459, 481. VilIag6mez, Pedro de 110.
Vega, Antonia Clara de VII, Villamediana, Conde de 84.
95, 97. Villanueva de Valdueza, Mar-
qués de 102.
548 INDICE ONOMÁSTICO

VilJarroel, Gaspar de 107, 110, Wellington 424.


110n., 111. Werther 335, 3'44, 400401,
Villars-Brancas 201. 403, 506.
Villeroy 184, 192. Whitman, Walt 266.
Villeharduin XXV, 165. Wieland, Cristóbal Martín
VilJemain XIV, 425, '499, 508. 403, 417.
Virgilio 21, 53, 190, 191, 1990., Wilde, Osear 360.
221-223, 274n., 337, 339, 384, Winckelmann, Juan Joaquín
386, 406, 409, 465. 407-408, 465.
Virués, Cristóbal de 31. Wurtemberg, Duque de 320.
Vivanco, Manuel Ignacio de
15.
Vives, Luis 271.
Vogiie, Vizconde de 354, 366.
Voiture, Vicente 162, 251, 254, YAMBUlO XIV, 500.
254n., 258-259, 261. Young, Eduardo XIX, 400.
Volney, Constantino 293. Yulo 384.
Voltaire, (Francisco María
Aruet) XIX, XXIX, 94,
153-154, 190, 219, 233, 257,
257n., 258n., 273, 292, 314,
323, 326-327, 395, '417, 430,
485, 509. XAMI428.
Voss, Juan Enrique 415n.
Vossler, Karl XXXVII, 73, 106,
106n.

ZAlDUMBIDE, Gonzalo XXI,


343, 3'45-347, 358.
Zárate, Andrés de 166.
WAGNER, Max leopoldo 263, Zayas, María de 92.
347, 400. Zeno, Apóstolo XXIII, 313, 315-
Wagner, Ricardo 314, 434. 316, 318.
Wagner de Reyna, Alberto VII. Zúñiga y Acevedo, Gaspar de
Wagney 197. (Conde de Monterrey) 104.
Watteau, Antonio 399. Zeus 447, '499, 452453, 461.
Weber, Alfredo 261. Zurbaran Francisco de 68.
Weimall', Duque de 402, 411, Zorrllla, José 73, 77.
421. Zweig, Stephan XXXVII, 97n.
INDICE GENERAL
Prólogo, por Aurelío Miró-Quesada Sosa. . . . . . . . . IX

LITERATURA ESPAÑOLA

E HISPANOAMERICANA

I-Cervantes 3

II-La Galatea ............................... 17

III-Lope de Vega ............................ 45

IV-San Juan de la Cruz ...................... 117

V-Sobre la poesía de Mendilaharsu . . . . . . . . . . . . . 133

VI-Domingo Faustino Sarmiento ............... 147


552 INDICE GENERAL

LITERATURA FRANCESA

VII-Estudios de Literatura Francesa. . . . . . . . . . . .. 161

1-La Literatura Francesa antigua, comparada


con la griega clásica.- Otras influencias de la
Edad Media y el Renacimiento, en fondo y
versificación (163); - 2-Pedro de Ronsard.
Su vida y obras (173); - 3-Influjos italianos,
latinos y helénicos en la poesía de la Pléyade.-
Preludio de romanticismo (188) i - 4-Discí-
pulos de Ronsard (Du Bellay, Baif, BelIeau,
Pontus de Thyard, Magny, Pasquier, La Boétie,
etc).- Sucesores desiguales (Desportes y Juan
Bertaut) (197); - 5-Malherbe, su antítesis.
Su biografía.- Empobrecimiento del lirismo
(205) ; - 6-Agrio significado poético y moral
de Malherbe (227); -7-Su vigorosa vejez.-
Desengaños finales y muerte (238) i - 8-
Efectos de la reacción malherbiana.- Los re-
fractarios (la Gournay, Mathurin, Régnier,
Viau, Colletet y Patru) (243); - 9-EI Mar-
qués de Rocan y Maynard (248); - 10-Esti-
lo y lírica en los reinados de Luis XIII y prin-
cipios de Luis XIV (Balzac, VaugeIas, Sarrasin,
Corneille, Bolleau, etc.) (251); - 11-Ciclos
en la historia política y estética.- Siglos de oro
y decadencias (261); - 12-La cuestión de la
lengua en Ronsard y en Malherbe (268).

VIII-La influencia francesa .................... 277


INDlCE GENERAL 553

LITERATURA ITALIANA

IX-Goldoni y su influencia en España .......... 307

X-D'Annunzio .............................. 331

Xí-Roma en el Arte de D' Annunzio ............ 371

LITERATURA ALEMANA

XII-Goethe 393

APENDICE

XIII-Ejercicios Universitarios:

El significado social de la tragedia griega (439);


Sófocles (473); - Quevedo (477) i - Cor-
neille (481); - Análisis de lo cómico y 10
humorístico (487); Poesía dramática (493);
La novela en el período Bizantino (499); -
Larra (505); - Los anacronismos en el teatro
Shakespeare (511).

lndice onomástico 517

Indice general ................................ 549


Este tomo III de las obras Completas de Don
José de la Riva-Agüero y Osma se terminó
de imprimir el 25 de Octubre, vigésimo
aniversario de s,u muerte, festividad de
Jos Santos Crisanto y Daría, del año
del Señor de mil novecientos sesenta
y cuatro, en los Talleres Gráficos
P. L. VilIanueva, en Lima, calle
Yauli 1440-50.
LAUS DEO
VII~[studios de )-listoria Pe-
ruana: .ca Emancipación y la
República. Prólogo de José A.
de la Puente Candamo.

VIII-Estudios de yenealogía
Peruana.

IX-Paisajes Peruanos. Estudio


Preliminar de Raúl Porras Ba-
rrenechea.

X-Por la 7Jerdad, la 'Jradición


y la Patria.Prólogo de Pedro
M. Benvenutto Murrieta.

XI-Ensayos Jurídicos y :Ji/osó-


ticos.

XII-Escritos Políticos

XIII- Discursos Académicos.

XIV-Epistolario,.

XV-Epistolariq.

XVI-Diario e 1mpresiones de
7Jiaje.

XVII-Antología de estudios
s(lbre Riva-Agüero y su obra.

XVIII-1ndices.

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