David-Neel, Alexandra - Magia de Amor y Magia Negra

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ALEXANDRA DAVID•NEEL

MAGIA DE AMOR
Y MAGIA NEGRA
ALEXANDRA·DAVID-NEEL

MAG-IA DE AMOR.
Y MAGIA NEGRA
Traducción del francés de
MARGARITA GUERl:IERO

SEGUNDAEDICION

EDITORIAL KtER S.A.


Av. Santa Fe 1260
1059 · Buenos Aires
· Título del original fl:ancés .. .
MagiaD'Amour et MagiaNolre

Scenes du Tibet lnconnu


Editado p0r LibreiriePion

Ediciones argentinas en espai'lol:


Editorial Kier S.A. · Buenos Aires
años : 1968 · 1974 · 1986

LIBRO DE EDICION ARGENTINA

LS.B.N. 950-17-0955-8

Queda hecho erdepóalto que marca la Ley 11.723


© 1984 by F.ditorial Kler S.A., Buen<l!IAires
· Impreso en Arv.ntina - Printed in Argentina ·
NOTA PRELIMINAR

He vacilado largamente -en realidad, durante muchos


años- antes de decidirme a publicar el presente libro, a
causa· de . la naturaleza particularmente horrible de los
hechos descriptos en el capítulo V, y más aún en el
capítulo VI. Hallándome de nuevo en Asia, he tenido
ocasión de encontrar, recientemente, sobre la Montaña
Sagrada de los Cinco Picos, cerca de la frontera mon-
gólica, a famas tibetanos llegados ahí en peregrinación.
Entre ellos,. dos, eran oriundos del país c;lelos Gyarong-
pas. Casualmente, ll~gamos a hablar de hechicería y
de los Bons, de los cuales hay un número ·bastante con-
siderable en el Gyarong. Yo misma he sido testigo de
un singular fenómeno en uno de sus monasterios 1. Esos
lamas me dijeron que en tanto que sabían mucho de
Bons-Blancos, perfectamente honorables, habían tam-
bién oído hablar de ciertos Bons-Negros, que se dedi-
can a raras y crueles prácticas mágicas. Y con ~
asombro mío, mencionaron la mesa hueca, de pesada
tapa, bajo la cual se deja a hombres vivos, morir de
hambre, luego podrirse para suministrar el material -de
un elixir de inmortalidad. Esto era lo que el héroe de la
autobiografía, que reproduce mi libro, decía haber visto.
El no era, sin duda, el único en haber contemplado
ese espectáculo macabro, y en todos los casos, 1o que
me decían los lamas peregrinos, me obligaba a deducir
que los rumores circulantes sobre ese tema y el temor
1 Ver En el paísde los BandidosGentilhombres.
(Plon).
7
de los magos Bons impedía que se expresaran de ot;ra
forma que con sordina. Esta confirmación inesperada
de las confidencias que se me habían hecho sobre este
tem a, disipó mis du <las en cu:mto al interés que tendría
su publicación desde el punto de vista de la etología.
· Las circunstancias en que he reunido los materiales
para eseribir el presente libro, están clarament e descrip-
tas en el prólogo. El lector compre nderá, sin r!ue sea
ne<;esario decírselo, que el narrador de esta autobiogra-
fía, sólo me ha prnporcionado los datos esenciales. El:
ec;tado de ánimo particular que lb impulsó a co11tar los
incidentes de su vida pasada, excluye toda digresión.
Mi huésped, dominado por la emoción que le causaba
el recuerdo bruscamente reavivado del drama yue vi-
vió, no soñaha en pintarme los lugares que habían sido
testigos de .ellos, ni en explicarme )as cosn1mhres . o áe -
encias a que se referJan los hechos que narraba. Sabía
que me eran,.bien conocidas . gran parte de las regiones
. donde había pasado su vida, y ad emás, me tomaba por
una tibetana auténtica. Reproducido brevemente, tal
como me fue hecho este relato, habría sido ininteligible
en muchos puntos, para los extranjeros · a quienes el
Tibet y sus habitantes son totalmente desconocidos. En-
tonces me hlt parecido preferible dar a este libro la for-
ma de novela, a fin de poder, con la descripción de pai-
sajes, o exposición de las ideas corrientes en el país,
rodear a sus héroes de la decoración física v la atmós-
fera mental en que se móvían • y cuya iJ!fluencia su-
frieron. Sin embargo, rogarpos al lector, a lo largo de
todas las páginas siguientes, que recuerde que esta
novela ha sido vivida.
Alexandra David-Neel
Riwotsé Nga, Agosto 1937.

8
PROLOGO
Mi huésped, el granjero-pastor, ex jefe de bandidos. - Un rapto
en la noche. - Confidencias junto al fuego del campamento.

Me había detenido, durante algunos días, en los con-


fines del país de Daishin, cerca de la residencia de ve-
rano de un jefe opulento, llamado Garab, semi gran-
jero, semi pastor, como otros de la región:
· Bien acogida por él, no me apresuraba a ponerme de
nuevo en camino, gustando a la vez de la satisfacción
material que dan fas comidas copiosas, una segur,idad
tranquilirzadora gracias a la proximid,a_dde los guardia-
nes del ganado, el enG.antodel lugar, y la conversación
de mi huésped. ,..., .
Además, otra razón· había contribuido a retenerme. f\l
saber el granjero que mi compañero de viaje, el lama
Yongden 1, pertenecía a la secta de los Khagyud-Kar-
mapas 2, pensó rogarle• que celebrara un rito · que se su-
pone aleja los malos espíritus. En Tibet, tal pedido es
frecuente, y no me sorprendió; no obstante, algunos
1 Mi hijo ailoptivo y colaborador que rne acompaña en mi~
viajes. ·
:a Una de las 1nás antiguas sectas tibetanas que se cree posee
una enseñanza oral esotérica, que se trasmite de maestro a <liscí-
pulo. Los antepa~dos espirituales de la secta son los Hindúes
Tilopa y el célebre profesor de la UnivE'rsidadde Nalanda: el Pan-
dit Narota, luego el traductor Marpa y su discípulo E'l asceta
poeta Mllarespa. Estosdos 'l\ltimos eran tibetanos. ( Siglos X y XI ).

9
1'
días ·después me aclararían plenamente el m6vil que lo
había dictado.
Garab, el dueño de campos y rebaños, era un ho~-
bre de alta estatura, de color más oscuro que el que ge-
neralmente tienen los tibetanos. Sus gestos, escasos y
pre~isos, denotaban el hábito del mando. En el fondo .
de sus espléndidos ojos negros, ardía una llama singular,
contrastando con la placidez altiva e indiferente de su
a
· actitud habitual. Lo veía veces cuando camin¡1ba, de-
tenerse súbitamente y quedar largo tiempo inm6vil, mi-
rando a lo. lejos, yo no sabía qué; Q bien permanecía
durante horas sentado aparte , absot.t., en algo que yo
hubiera tomado por una piadosa meditación, si mi hués-
ped hubi era sido un hombre religioso, pero no Jo era.
Irimgada · ·por su fisonomía muy poco mongólica, me
aventuré a preguntarle el nombre de su país natal. Mi
curio~da d pareci6 desagi;adarle, no obstante, respondi6:
-Yo soy de Ngari, lejos de aquí.
Ngari es una vasta provincia del Tibét cuya extremi-
dad meridional costea el ~imalaya. Gargantas comuni-
can el Ngari con la India; y los mestizajes en la frontera
han producido allí tipos que a veces difieren mucho de
los que se encuentran habitualmente en otras regiones
del Tibet. El aspecto algo sorprendente de Garab, podía
entonces explicarse, pero ¿cómo se había establecido tan
lejos de su país? Hubiera querido saberlo. Pero habiendo
notado el des~ntento que le produjo mi primera pregun-
ta, no me atreví a hacerle otras. . .
· Una noche en que mi hijo adoptivo, el lama Yongden y
yo, habíamos permanecido largo tiempo después de la
puesta · del sol, sentados ante la tienda del .jefe, bebien-
do té con él, el núdo sor8o del galope¡ de un caballo
nos lleg6 desde las praderás. Nuestro huésped escuchó
con atención.
-Un Jinete ... y la bestia está pesadamente · cargada-:-
dijo, reconociendo con la finura ·de oído de un ilokpa ·

10
(pastor), si se trataba de un caballo suelto, e~pado
de una manada, o si alguien lo montaba.
Algunos instantes ·después, ante nosotros desmontó un
h.ombre de una bestia sofocada, transpirada , y ayudaba
a bajarse a una joven que había cabalgado en Ja grupa.
- Necesitaría dos caballos robustos y rápidos -dijo ·
precipitadamente a nuestro ·huésped-. Le dejaré el mío;
es joven y vale un buen precio. Luego de unos días de
descanso, estará de nuevo en perfecto estado. Tengo
dinero; pagaré lo que usted pi.da cQmo diferencia.
-Hablar emos de eso mañana - respondió Garab-. Ya
se hace ·noche, duerman aquí. Voy a hacer que tapen y
cuiden a su animal.
-Gracias -replicó el viajero-. D~bemos partir inme-
diatamente-. Y como el jefe lo miraba en silencio,
agregó: ·
-Nos persiguen. & necesario que mañana por la ma-
ñana hayamos alcanzado, lejos de aquí, un campamento
donde tengo amigos.
Luego, después de un momento de vacilación, agregó:
-Yo la robo... ella consiente...
Garab seguía silencioso. Su cara conservaba la im-
pasibilidad habitual, pero la llama dormida en el fondo
de sus ojos, se volvi6 fulgurante.
-¿Lo sigues tú de buen grado? -pregunt6 a la niña-.
Si quieres quedarte aquí, dilo sin temor. Serás protegida.
-Quiero ir con él -respondió ella aproximándose vi-
vamente a su compañero.
En la semi-oscuridad, ese hombre y esa mujer, ergui-
dos, apretados el uno contra el otro, sus rostros crispados
por la fatiga y la ansiedad, formaban un grupo. trágico.
-Siéntense -dijo nuestro huésped- . Beban té y ,coman
algo, mientras van a buscar los caballos.
1Jam6 a su gente, les habló en voz baja y los hombres
partieroncorriendohacia otra parte. del campamento.
Poco después, volvieron trayendo dos caballos, de los
lI
1
cuales uno ya estaba ensillado. Sobre el otro colocaron
la silla del viajeroy sobre"ésta las correas sosteniendo
dos grandes sacos que colgaban en los flancos del animal.1
-Ahí están -dijo sim~lemente el jefe-. Son bestias va-
lientes, podrán marchar· a buen ritmo, durante toda la
noche.
-¿Cuánto debo pagarle? -preguntó el fugitivo.
-Nada -respondió Garab-. Usted me deja un caballo
de valor, lo he· apreciado en e1 acto. Se trata de un cam-
bio por uno de ellos... el otro se lo doy ...
. Con UD gesto señaló a la joven.
-Es gran bondad. . . -comentó el hombre.
-Partan rápido -ordenó el generoso donante, interrum-
piendo · con tono perentorio todo agradecimiento.
En menos de un minuto, la pareja esluvo montada.
-Se han puesto provisiones en ·1as bolsas -gritó el
jefe en el momento en que partían. ·
Un golpe de talón en el vientre de sus monturas 2 y los
enamorados se lanzaron a toda velocidad hacia el hori-
zonte do'hde las ~strellas tocaban la tierra.
El silencio envolvía de nuevo la llanura. Nuestro hués-
ped fue a ·sentarse junto a una hoguera encendida afuera,
y quedó largo tiempo sumergido en sus pensamientos;
su cara iluminada por las movedizas llamas, habia toma-
do una expresión extraña qu~ yo no le había visto nunca.
De pronto llamó a un sirviente y"le ordenó traer aguar-
diente. Bebió a grandes tragos varios bols, y luego
recayó en su ensueño. ·
Aunque fue rápido mi examel) de los caballos de que
había provisto a los fugitivos, pude darme cuenta de
que su valor comercial era importante·; ¿Qué motivo pudo
impulsar a su dueño, a ofrecer uno gratuitamente a
desconocidos? No pude evitar el querer averiguarlo.

1 Según costumbre tibetana.


rLos tibetanos no usan espueln~.

12
-Usted se ha mostrado de una gran generosidad con
esos enamorados -dije.
-Yo he vivido eso -murmur6 ~nsativo el dueño de
la granja. .
¿Qué había vivido este hombre distante y frío? ¿Una
novela de ~or. . . un drama. . . que explicara su repen-
tina mán.ifestaci6n de simpatía por la pareja en peligro?
Esa noche no dormimos. Cerca de la hoguera, atentos
y .mudos, oúnos una historia' extraña que el trastorno in-
timo, sentido por nuestro huésped, le hacia revivir e
incitaba a narrar en voz alta, probablemente sin est,ar ·
del todo consciente de que era escuchado.

13
CAPÍTULo
I

PRIMERA PARTE

SEMBRANDOEL PORVENIR
El ataque a la caravana.- El amante creado por los sueños,
se materializa.

Encuadrada por lejanas cadenas de montañas, la in-


mensa planicie se extendía , desierta y desnuda, bajo wi
cielo uniformemente ~zul y luminoso. Ningún vuelo de
p,jaro animaba el espacio, iµngún signo revelaba la pre-
sencia de seres humanos, o de animales salvajes, y el
silencio era absoluto. Estábamos allí en el techo del
mundo, último refugio de los genios y de las hádas,
huyendo del hombre constructor de ciudades, enemigo de
la naturaleza. · .
Sin embargo, aquel día, además de los seres invisibles
que podían frecuentar esos altos lugares, uria estrecha
quebrada, que envolvía la cintura montañosa de la me-
seta; abrigaba una cincuentena de jinetes de dura faz,
vestidos con gruesos trajes de piel de oveja y cubiertos
de gorros punti~gudos, de fieltro, originariamente blancos,.
que la suciedad había oscurecido. ·
Delante de ello~, a la entrada de la quebrada, su joven
jefe vigilaba , apretado el flanco de su caballo contra la
pendiente abrupta de la montaña, dificil de descubrir ,
aún de cerca, entre las altas matas ~e hierba. irregular-
mente espaciadas sobre un fondo de tiei;ra pardusca.
El tiempo pasaba; hombres y caballos, sin duda ha-
bituados a esas largas esperas, _apenas se mQvían, y el
jefe, fijos los ojos en un punto situado en la extremidad
opuesta de la meseta; tenía la inmovilidad de la estatua .
. De pron~ sus cejas se frurrcieron, en un esfuerzo por
ver mejor. A lo lejos, en la clirecci6n que vigilaba , acaba-
ba de ·a.parecer al pie de la montaña, una · mancha oscura,
apenas percep_tible. Gradualmente se agrandaba, se mo-
vía, dejando ·adivinar un grupo de seres en marcha :
hombres o animales. Sin provocar el menor movimiento
de su montura, el jefe alz6 la mano; un ruinor sofocado
corri6 entre sus · compañeros y se · hizo de nuevo el
silencio
La mancha oscura se extendía más y más, no estaba
ya adherida a la montaña · y avanzaba en el espacio
libre. Algunos instantes desuués 'podían divisarse jinetes
y mulas, cargados .de bagajes, en ·numerosa caravana
dirigiéndose liacia unade .J.a¡salidas de la meseta .
Cuando lleg6 cerca del lugar desde dond~ se le espiaba,
el jefe alzo rápidamente el fusil sobre su cabeza y lan-
zando un grito estridente, se precipit6 al galope hacia ·
los viajerós. Los clamores salvajes de ~us hombres le
respondieron, mientras todos, lanzándose tras 41,se pre-
cipitaban Juera de la quebrada .
.., Antes ~ _:que los viajeros de la caravana se dieran
:· cuenta, los·; bandidos los habían rodeado disparando
tiros. Espantadas por las detonaciones, las béstias de
carga se- desbandaron, · huyendo en todas direcciones ,
haciendo caer aquí y allá, los sacos y envoltorios que
llevaban, . enredánd~se en las cuerdas de los arneses ·
desprendidós y lanzando relinc~os de t~or.
En el Tibet, la táctica habitual de ·los ladrones de la:s
largas rutas .es provocar este pánico entre los anim\lles
de las caravanas,para turbar el ánimo de los atacad os
15
y paralizar su. deEensa. Terminado el arreglo de cuentas,
los' malandtines saben siempre recuperar los animales
ya calmados . y los bagajes desparramados por el suelo.
Sin embargo, cuando la caravana es conducida por mer-
cad.eres aguerridos en aventuras de esta clase y bien
armados, Tos agresores pueden toparse con una vigorosa
resistencia. Un tiroteo responde .al tiroteo, atusando he-
ridos y a veces muertos en am~s campos.
· Esta vez, los viajeros no eran sino hQndadosos pere-
grinos, . que se dirigían a Lasa, llevando ofrendas al
Dalai Lama, y a pedir su bendición. Debidamente in-
formados por sus espías, los bandidos sabían que el
valor de esas ofrendas: caballos y mufas de precio, pesa-
dos lingotes de plata y preciosas sedas chinas, er~
consid.erable. Tampoco ignoraban que aquellos a quienes
estaba confiada su guardia, serían incapaces de defen-
derla eficazmente.
Sus previsiones fueron a~~as. Í:Ós.imortunados
peregrinos, comprendieron desde. 1a aparición · de los
bandidos quE!'la. pérdida de ~us bien~s erasegura: Poco
duró la resistencia que en;ayaron maquinldmente, y los
hombres con la cabeza baja, las mujeres ·]]orando, espe-
raron que los malhechores dictaran sus órdenes.
Como en toda ocasión de este tipo, no se trataba .
mas que de arreglar pequeños detalle:.. Los viajeros no
tení~n qu~ temer por sus vidas. Todos los tibetanos
. sienten horror por el asesinato, y no recurren a él, mas
que en último extremo. Los bandidos de alto vuelo, esos
que llamé antes "bandidos gentilhombres'',1 no son Ja
excepción; esos "valientes'', por lo demás, son casi siem-
pre devotos, y sólo molestan a aquellas de sus víctima,s
que se resist~n a ser despojados ficilmente. Los. bagaj~
de los peregrinos, sus caball~s y sus mulas, alha1as y di-
nero · que llevaban encima, quedarían en manos de los
1 A. David-Neel, En el, poS, de lo.t bandidc.tgentilhombre,
(Pion, ~aria).

16
bandoletos,pero éstosles d~jadao una
cantidad súficiente
de v.íveres para que pudieran alimentarse hasta llegar al
lugar habitado más próximo. También les dejarían algunas
bestias de carga, las de menos valor, para llevar esas
provisiones.
, En una hora todo terminó, y el grupo doliente de los
peregrinos se puso en marcha, rehaciendo en sentido in-
verso, la ruta que había recorrido, sobre la meseta. Esa
pobre gente no pensaba mas que enlos medios de volver
a su país. Continuar el viaje, sin víveres y sin dinero, sólo
podían hacerlo individuos robustos y enérgicos, pero la
mayoría de los desgraciados viajeros eran personas de
posición cómoda, nq, acostumbrados a la fatiga y a las
·privaciones. Además su peregrinaje ya no tenía objeto;
les habían sido robados los regalos que llevaban a Lasa,
y uno no se presenta con las manos vacías ante el Dalai
Lama.
· Mientras se alejaban, los bandidos reunían apresurada-
mente los animales dispersos y los bultos desparramados,
cargando éstos sobre las mulas y atando a sus propias
sillas las bridas de los caballos conquistados, ahora sin
jinetes. El reparto del botín se haría después en lugar
seguro, a buena distancia de donde había sido tomado.
Los malandrines iban a ponerse en marcha, cuando;
detrás de un montículo se irguió una muchacha, dio al-
gunos pasos y quedó de pie ante ellos.
l1o podía ser sino una de las peregrinas de la caravana.
¿Por qué no había seguido a sus compañeros?
Recobrados de su sorpresa, los hombres encolerizados
la agobiaron a preguntas:
¿Q.ué quería? ¿Conseguir una limosna? ¿Tratar de re- ·
cobrar una alhaja que le habían robado? ¿La llevaba en
el momento del ataque? ¿Quién podía saberlo? Entonces.
· ¿quién entre ellos, había soñado· e~ examinar la cara de
aquellos a quienes robaba collares o pendiebtes? ¡Era una
embustera,una descarada!.
.. Sería castigada.Ya podía
17
irse _sola y apurarse para reunirse a 511samigos ·ya lejanos.
. Gritaban todos a la vez, sin razonar, lo que se les ocurría.
La joven no se movio, sorda a las invectivas y a las
amenazas, seméjante a una estatua. Muy alta, muy bella,
grave, los ojos fijos, clavados en el jefe, esperaba.· ·
Este· hizo avanzar 'sü éaballo hasta cerca de ella . .
-¿Por qué no has partido con los deÍn{ls?¿Cómo ha sido
que no te llevaron con ellos? -preguntó.
-Yo me oculté -respondió la peregrina.
-¿Por qué? ¿Nos espías? ... ¿Estás loca? ... ¡Te lo han
dicho! Tanto peor para ti, si te· cuesta reunirte con los
tuyos. ¡Vete!
· La joyen no se movió.
-¿Me entiendes? ... ¡Vete! - repitió el jefe.
La viajera, como en éxtasis, murmuró:
-Es a ti, al ·que he \".Sto en mis sueños.
-¡Qué! -exclamó el joven bandido, mientras aquellos
de sus hombres que habían oído esta declaración inespe-
rada , estallaron ruidosamente en risas: El jefe permaneció
serio. C~>nlas cejas fruncidas y la voz dma, preguntó:
-¿Qué quieres tú?
-Llévame contigo -suplicó la niña en voz ·baja . El
h<>ml:trea quien imploraba la miró con atención durante
un instante, lueg~ sin responderle partió a un trote vivo
para situarse a la cabeza de subanda, gritando por encima
del hombro, mientras se alejaba: ·
~ue la monten a caballo y que uno de ustedes la lleve
a remolque- La columna de bandidos se agitó. Alegres
por la conquista de un rico botín y divertidos pór la rara
buepa suerte del jefe, cambiarol) grosera$ bromas, mezcla-
das con risas estentóreas. La desconocida, rígida sobre su
montura, 1 impasible, parecía no oír nada. Los :bandidos
cabalgaron sin deteberse, hasta pasada la medianoche.
Entonces, como desembocaron en un desfiladero tortuoso,

1 Todas las tibetanas estánhabituadas a montar a caballo.

18
.en el coraz6n de la montaña, el jefe orden6 hac:!ér alto
·en un valle poblado de hierbas, donde córrlil . un arroyo.
Se insta16 prontamente el campamento, .rodeado de centi -
nelas. S6lo se trataba de apilar los bultos robados, trabar
los animal es de los peregrinos y encender fuego . Lueg o
de haber bebido algunos bols de té con manteca y comid o
dos o tres bolitas de harina de centeno, los hombres dur-
mieron al aire libre, envueltos en sus ropas de piel, usan -
do la silla como almohada . Luego vendrían los días de
francachela en que se festejaría el éxito de la expedición.

. La poesía no estorbaba el amor del joven jefe, tampoco


se usa entre los hombres de su oficio y exageraba aún
la rudeza habitual de sus compañeros. Habiendo termina-
do su frugal comida, tomada sin prisa. se levant6:
-Tú has querido venir .. . ¡y bien, venl -dijo simplemen-
te a la muchacha. Y, sin esperarla , se dirigi6 al lugar que
h!}bía elegido para pasar el resto de la -~oche. D6cil, ella .lo
siguió en silencio.. . · .

Sentado sobre la manta que les había servido de lecho ,


el jefe rumiaba, admirado, sensaciones nuevas para él.
Este audaz bandido, semejante a un animal robusto y
sano, ignoraba las complicaciones sensuales . Iba hacia las
mujeres, con la simplicidad con que los garañones de
sus tropillas perseguían a las yeguas. Las hijas y mujeres
de los pastores se entregaban fácilmente, ·por temor y
también por deseo del hermoso varón que era, pero esos
breves contactos no dejaban rastros en su memoria . En-
tonces, -¿en qué difería ··ésta de las otras? . ..
El embotamiento de su espíritu no le permitía ra zonar.
Revivía estremecimientos , angustias, una mordedura que
atenaceaba su carne y le hacía jadear . Permanecía agota-
~ó, por el trastorno que produjo en él la mezcla ·desor-
denada de impresiones voluptuosas y crueles. Le parecfa
que acababa de surgir en ]as profundidades de su ser
19
él.estirando
una bestia fantástica que tomaba posesión de
susmiembrosde fuego,en los de ella,introduciendo la
cabeza en la de ella. ; . '
¿Se volvía loco? ...
Se recobró a medias :rmiró a su nueva amante, exten-
. didá júnto a ·él. µ claridad rojiza de un último cuarto de
luna, daba un aspecto insólito a su fisonomía. .
Se dice que- en el Tibet, jóvenes-demonios, los Sindong-
mas, se entregan por diversión a amantes humanos; luego
_los torturaµ y devoran. El, espíritu ,fuerte, se reía de esos
cuentos. Sin embargo ...
-¿Cómo te llamas? -preguntó bruscamente .
-Detchema (la que hace la felicidad, la alegria) 1 -res-
pondió 1~ peregrina. .
-¡Oh, has sido bien llamada! -exclamó el jefe-. Ver-
daderamente haces nacer la dicha . lTú has hecho la
rnía! ¿Has dado tanto a muchos otros antes que yo?
-Sabes que yoera virgen -dijo tranquilamente la ena-
morjda: El joven no respondió. Estaba seguro. El deses>de
disfrazar su emoción bajo la apariencia de un despego
burlón , le había sugerido esa pregunta.
-Yo me llamo Garab (alegría perfecta) 2 -repuso-..
Nuestros · nombres concuerdan. . . tan bien como nues-
. tros cuerpos. ¿No lo crees, Detchema?. . . - Se . inclinó
hacia· ella y la volvió a tomar brutalmente en sus brazos.

La jornada siguiente se empleó en hacer el inventario


<lel botín conquistado, en proceder al reparto de los lotes
correspondientes a cada uno . y en discutir el modo de
negociar los artículos que debían ser vendidos. ·
Caballos, mulas y provisiones, no dieron lugar a ningún
debafe. Los bandidos tibetanos, no son vagabundos sin
· 1 Detchema, en ortografía tibetana: bdé, felicidad, alegria; bf'd
ma, hacedora. . ·
2 Garab, en ortografía tibetana : dgah, placer, alegria; nib, per-
iectamente, 'completamente, superiormente .

20
fuego y sin casa, smo pastores o granjeros establecidos,
que se reúnen, dada una ocasión, para expediciones· tiue
consideran como un noble ejercicio en que se afirma la,
energía viril de los bravos "de corazón potente"'.1 Cada
uno de esos ''héroes" posee sns tiendas en las .altas mese-
tas, o su habitación en un valle. Las bolsas de grano o de
Aarina que les tocaran, se reunirían a las reservas de
víveres de su familia, y los animales conquistados tendrían
lugar en sus rebaños, esperando que, mezclados con otros,
fueran llevados a algún mercado lejano para ser vendidos.
Paro esta vez, el botín comprendía también sedas, plata
y oro en lingotes y cantidad de objetos preciosos o raros
con los que los rústicos ladrones no ·sabían qué hacer.
Esta parte de su botín no podía ser vendida o can.ieada
por artículos útiles, mas.qu~ en _una gran ciudad, donde las
transacciones son muchas, y también bastante lejana:,
para que sus magistrad9s ignoraran la procedenc;:iade las
mercancías y no se· sintieran tentados de apropiársela~;
bajo pretexto de hacer justicia.
Llegó el mediodía sin qpé la disensión sobre ese tema
solucionara el gusto de todos. Era la hor~ de comer. ·
. -Llévame el té allá abajo -dijo Garab- al hombre que
le servía de ordenanza en campaí!a. , ·
AJJá abajo, era el lu~ar donde habí~ pasado la noche
. con D~téhema; ella había permanecido ahí, mientras él
presidía el consejo de la banda referente al reparto.
De los sacos suspendidos · de la silla de Garab, se
extrajo carne seca, 3 y harina de cebada tostada ( tsampa ),
•]ue se depositó junto a él con un bol lleno de té.
-Come tanto como puedas -dijo el jefe a la joven. 3 Es-
ta se sonrió. El acto familiar y tranquilizador de alimen-
1 Traducción literal dE' la expresión tibetana .
2Los tibetanos secan la carne a) sol y la llevan como provisión
de viaje . .Son muy f!;olososde ella. .
3 lnvitaci6n . cordial y popular, dirigida corrientemente· a un
huésped. ' ·

21
tarse, la devolvía del estado de ensueiio en que la había su-
mido el audaz bandido, a las realidades de la vida
ordinaria.
"¿Estás contenta? - preguntó Garab. Ella afirmó con la
cabeza.
·"No se te pu ede reprochar ·el ser charlatana -observó
el jefe riendo.
"¿Has pensado entretanto qué vas a hacer? · No podrás
reunirte con tus amigos, los peregrinos. ¿Cómo volverás a
tu país? ¿Es muy lej!)Sde aquí? ¿Cuánto tiempo llevaban
en camino cuando yo ]os detuve? ... Tu padre y tu
madre ¿viven? ...
"Lamentas Jo que .has hecho, ¿no es cierto? ... querrías ·
volver con los 1tuy<l!."
-No, -respondió Detchema-. Quiero quedarme con -
tigo. · · · .
-No veo que por el momento puecjas hacer otra cosa,
a menos de morir de hambre en los cliang thangs,1 -r<'-
plicó el jefe con una indiferencia afectada.
Pero su curiosidad no se conformaba con el mutismo
de su compañera.
-¿Por qué has querido venir conmigo? -prosiguió él--.
Tú no puedes amarme. Imagino que jamás me había s
visto.
-Te había visto en .mis sueños.
-Sí, tú lo dijiste: ¡Es a rrií al que veías en tus sueños!
¿Qué sueños? ¿Me has visto soñando , mientras dormías?
-A veces; pero más a menudo te he visto estando des·
pierta. •
"Tú estabas a caballo, en medio del desierto, recto
sobre tu silla, mirando a lo lejos cosas invisibles para
mf. El deseo de correr hacia ti, me enloquecía. . . De
1 Literalmente, "planicie septentrional". Nombre de las ex-
tensas soledades del norte del 'l'ibet, por extensión, todo vasto te-
rritorio inhabitado, o habitado solamente por pastores que viven
bajo tiendas, y donde sólo hay hierbas. .

22
pronto, me sentía alzada del suelo, arrojada sobre tu
caballo y llevada al galope, a través de los chang thangs
desiertos. . .
· ..A veces sucedía, también, que algaien me hablaba, la
visión se desyanecía y me sentía extrafiamente sola y vacía,
disminuida de una parte de mí, que bahía partido con el
jinete desaparecido;'' ·
-¿Adónde pensabas que te llevaba en mi caballo?
-No pensaba nada. Que yo sepa, la . carrera no tenía
fin. No. era más que el viento que me azotaba la cara, el
ruido de piedras saltando bajo las patas del caballo, las
montañas y los. lagos que se precipitaban a nuestro en-
cuentro y huían tras de nosotros, tu cuerpo que sentía
caliente y duro bajo tu traje, y nuestros corazones gol-
peando.
Garab qued6 pensativo. .
-Yo soy solo, -dij9-, sfu familia, sin mujer. Si tú quie-
res, puedes ser la mía .. ·. al menos por algún tiempo.
"Mi tienda es grande, tengo rebafios y servidores para
cuidar el ganado. De aquí cinco o seis d~as, llegaremos
al territorio de la tribu en que vivo.• ·
-Cinco o seis días ... , -repiti6 Detchema, soiiadora- .
¿Y luego?... · ·
-Después, te lo he dicho; permanecerás en mi tienda.
Nada te faltará. El alimente .esabundante , y no deberás ,
trabajar. · · .
-En mi casa también se come bien, y nunca he tenido
que. trabajar -declaro la joven con orgullo .
....¿Tus padres entonces son ricos? ¿Quién es tu padre? .
-Ha muerto. · . ~
-¿Y tu madre? . •
-Vive con su hermano. Es dueña de tierras que arrienda
y tiene dinero colocado en el comercio.
-Y tu tío ¿qué haoe? .
' -Es comerciante .
....¿Dónde?
23
-En Dirgi. _
Garab tuvo la sens~ción de que Detchema mentía.
-Los peregrinoscon que viajabas,no venían i'.e Dirgi
-repuso-. Eran. mongoles. ·
-Sí, mongoles de Ta Kouré y de Alachan.
-¿Cómo estabas entonces con ellos?
-Los había encontrado.
-¿Y cómo te hallabas en la ruta por donde ellos pa-
saron?
-Yo viajaba con mercaderes.
-¡Con mercaderes!. .. ¡Tu madre y tu tío te permitían
viajar con mercaderes!
-Yo me había fugado.
-¿Por qué? .
-Te buscabll... Encontré a esos mercaderes cuando
estaba ya lejos de Úirgi. Les dije que iba en peregrinación
a Lasa con mi hermana, una religiosa que había muerto en
camino, y que yo quería continuar sola el viaje, para de-
dicarlo al espíritu de mi hermana. Me ofrecieron llevarme
con ellos, y me dejaron montar una de sus mulas. A lo
largo del.camino, yo miraba sin cesar en todas direcciones,
esperando verte aparecer, como en mis visiones, pero
esta vez, bien real.
"Después de algunos días de marcha, los hombres me.
dijeron, que yo debía ser la mujér de todos, hasta el fin
del viaje, y durante la noche húí, llevándome una peque-
, ña bolsa. de tsampa ( harina de ~bada tostada) conmigo.
"Corrí para alejarme rápido del campamento. Perma-
necí oculta en un desfiladero, durante dos días. Luego,
"c:ontinuéla marcha. Los mercaderes debían estar lejos, ya
no temía ser recobrada por ellos. Erraba sin saber adón-
de iba, pero segura de que tard_e o temprano te encontra-
ría. No tenía más tsampa y pude desenterrar toumas, 1 y
1 Touma: ralz comestible cuyo gusto se asemeja al de la cas-
taña.

24
en las' ciénagas que atravesé había ~lgas buenas para co-
mer . .. luego, ví venir la caravan¡t. Repetí a los pere-
grinos lo que había contado a losfercaderes. Me dieron
de comer y me llevaron. Y enton~s, por fin, te encontré".
"¿Qué hay de cierto en esta historia extravagante? -se-
guía pensando Garab-; quizá todo son embustes." Se in-
clinaba a esta conclusión, pero se abstuvo de comunicarla
a su amante. Si ella se empeñaba en ocultarle su identidád
y el lugar de donde venia, él mismo no estaba -muy de-
seoso de ser informado. Su ignorancia al respecto lo libraba
de responsabilidad y evitaba enr~dos desagradables con
la fllll\ilia de la fugitiva, si por casualidad ésta era in-
fluyente y hallaba a Detchema con él. . ·
Como permanecía silencioso, Detchema retomó la con-
versación.
-¿Qué harás cuando llegues a tu casa?
-Viviré como dokpa (pastor) hasta que otros negocios
me soliciten.
-¿Negocios? ¿Se trata de comercio o negocios como el
de ayer? ·
Garab se echó a reír.
-A veces unos, a veces otros. Tú me has visto en la
empresa, entonces no tengo nada que explicarte. Soy jefe
de d;agspas(ladrones de los largos caminos) . Esto no
. parece darte miedo. ·
-Yo te admiro -murmuró Detchema con fervor-. ¡Es-
tabas tan hennoso cuando galopaste desde el desfiladero
a la cabeza de tus hombresl
"Me llevarás contigo, ¿no es cierto?, cuando viajes por
negocios... ,.
-¡Llevarte! ¡Dónde has visto que los dfagspas se emb~-
racen con muj~res en sus expediciones! Esta es tarea
valientes; el lugar de las mujeres es en m.casa. De aquí
d"
en cinco días, habrás visto la mía. Si te gusta, te quedarás,
si no. . . buscarás otra.
lncli,c6con un gesto la inmensidad de las altiplanicies

25
y de los valles que se extendfr.n más allá de las montañas
· que rodeabanel campamento.
-¡Cinco diasl -repitió Detchema.
-¿Tú lo encuentras demasiado largo? ¿Estás fatigada?
-Jamás estoy fatigada -protestó la joven casi colérica-.
Cinco días es demasiado poco. Ahora que te he hallado ,
hubiera querido no dejarte más, irme a caballo, jllnto a
ti, lejos, muy lejos, durante días y meses, y · acampar cada
noche, bajo las estrellas, como lo hicimos ayer.
·. La voz de Detchema se había apagado y tenía de nuevo
el acento apasionado con que la joven enamorada había
descripto sus sueños, de vertiginosas cabalgatas, enlazada
·ar héroe que esperaba. . .
La música acogedora de sus palabras, el recuerdo de las
sensaciones voluptuosas de la noche anterior, renovaba el
deseo de Garab. Los cuadros pintados por su amiga, to-
maban vida en su imaginación, la veía cabalgando a su
lado, día tras día, en las grandes soledades donde nada lo
separaría de ella. Veía esas noches de campamento, bajo
Jas estrellas, donde serla toda suya. . . El gusto de su
carne le volvía a los labios y sus ,dedos ardían cuando
rec.)rdaba el contacto de su cuerpo. ·
Llevar a su tienda a Detchema, "hacedora de dicha•,
sufrir la curiosidad ' y las pr~guntas de los pastores de la
tribu y de sus propios servidores, ¿no seria romper el en-
canto, poner fin prematuramente a la maravillosa aven-
tura . que vivía desde la víspera? El joven jefe se daba
cuenta vagamente, de que Detchema, en su tienda, ce-
saría de ser la Detchema hechicera que tuvo apretada en
sus brazos. Había h~ído de los suyos, decía ella. Quizá
ellos también habían querido aprisionarla en una morada:
tienda o casa, y ella, el hada o la hija del demonio, no
podíavivir más que libre en elespació . ¡Detchema, Det -
cbema, hacedorade dicha, qué milagro se alza en tu voz!
Días y noches de amor a lo urgo de las rutas, a través
de las montañas. El alma de explorador qu.e había .en Ga-

26
rab, exultaba de ,entusiasmo. Era necesario que ese es-
pefismo se hiciera realidad. .
-Mis hombresme esperan -dijo, poniéndose de pie-,
debemos tener un consejo, volveré junto a ti cuando c;,uede
libre.

Las discusiones comenzadas por la mañana, respecto


al reparto del botín a negociar, hab~ sido interrwnpidas
a la hora de comer, sin que se hubiera tomado ninguna
decisión. Como sus compañeros, Garab, no babia sido
capaz de hallar un plan enteramente ·satisfactorio. Pero,
ahora, las ideas surgían en tropel sugeridas por los nue-
vos sentimientos que lo animaban.
¿Por qué, se decía, no ocuparse él mismo de la venta
de las mercaderías robadas? Bastaría con algunos de sus
hómbres, transfomiados todos en mercaderes pacíficos, en,
camina,rse a Lasa. Tan gran cantidad de comerciantes,
provenientes de distintas regiones, llevaban ah( mercade-
rías de toda clase, que mezclados · a esos cofrades, sus
personas y transacciones no atraerían ninguna atención
especial. Los precios que obtendrian de las cosas pues -
tas en venta, serian también más remunerativos en Lasa
que en otra · parte . Así la prudencia, concordaba con el
interés; sus camaradas aprobarían ciertamente su idea.
Y si en ese via~ llevaba a Detchema, sería fácil hacerles
comprender que la presencia de una mujer entre ellos,
serviría para atestiguar que eran gentes pacíficas y ho-
nestas. Para' acentuar más todavía el carácter respetable
del grupo, ¿no podría contar él que su piadosa esposa
aprovec4aba la ocasión del viaje de negocios de su marido
para ir en peregrinación .a la ciudad santa? ,

f
Esta idea de un supues~o peregrinaje, retuvo el pen-
samientodel bandido,¿Por é no convertirloen realidad?
Un temor supersticioso a ababa de apoderarse de Ga-
rab . Era demasiado feliz. D .rante los meses precedentes,
muchas expediciones le babi~~ sido grandemente prove-

z'/
ch~sas. y el valor del bot{n arrebatado la víspera, sobre-
pasaba en mucho a los.anteriores. Luego la conquista de
Detchema; Una suerte tan persistente, era un peligro pa-
ra él. Era necesario ·que sacrificara voluntariamente, al-
guna cosa de su :propiedad, en cuyo defecto, el sacrifi-
cio le sería impuesto por la suerte. 1 Lo golpearía alguna
desgracia en sus bienes. o . en su l'ersona; Su oficio, sig-
. nificaba_buen número de riesgos; una bala podia herirlo
mortalmente en un encuentro. O perdería a Detchema.
Viaje, noches de amor, conjurar la mala suerte, los ce-
los de los dioses y la malignidad de los demonios, la ex-
piación necesaria <;lelos pecados .acumulados durante die;,:
años de bandidaje; estas ideas se arremolinaban en el
cerebro del jefe, mientras se encaminaba lentamente al
sitio donde debía tener lugar la discusión. .
Como todos sus semejantes, Garab admitía sin sombra
de duda, las fábulas y múltiples supersticiones que cons-
tituyen la religión de la mayoría de los tibetanos. Por lo
general, no pensaba en ello, pero ahora esas ideas lo do-
minaban fuertemente .
-Camaradas, -<:omenzó después de sentarse sobre la
hierba, junto a sus hombres-. ¿Habéis comprendido que
ayer hemos pecado muy gravemente? Sin duda, nosotros
no llevamos una vida buena, pero, hasta el presente,
no habíamos atacado más que a comerciantes que busca-
ban enriquecerse. Nosotros teníamos el mismo deseQ que
ello~. teníamos el derecho de realizarlo.
"Lo que poseemos, no lo hemos robado solapadamente
como flojos. Nos hemos batido, ha habido heridos entre ·
nosotros y al pobre Tobdén lo mataron el año pasado.
"Tampoco somos avaros. No rehusamos jamás tina li-
mosna a los necesitados y subvenimos liberalmente a las
necesidades de los miembros del clero que leen fas San-
tas Escrituras y celebran las ritos religiosos en nuestros

1. Esta creencia es general en el Tibet.

28
· respectivos campamentos. Para abrevjar, si no somos en-
teramente blancos, tampoco somos enteramente negros.
se
"Pero ayer trataba de piadosos viajeros. Todo lo que
ellos transportaban era d~tinado a ser ofrecido al Dalai
Lama. En lo que concierne a losperegrinos, no los hemos
molestado. La intención que tenían de ofrecer esos dones
equivale al hecho de haberlos ofrecido realmente; las
buenas consecuencias, en esta vida y en las que sigan,
los méritos que han adquirido~ s.erán idénticos, y, en con-
secuencia nuestras culpas hacia ellos son mínimas. Con- .
siderándolo bien, al acortar su viaje hasta les hemos evi.-
tado grandes fatigas; su salud será buena. Entonces no
nos atormentemos el espµitu respecto a ellos.
"Lo que cuenta, es el botín que hemos toma<:lo,todas
esas cosas destinadas a un uso piadoso. ¿Vamos nosotros
·a venderlas y apropiarnos el producto? Eso sería robar a
la religión, una falta rriuygrave. Confieso que me espanta;
sus consecuencias en este mundo y en otros, pueden ser
terribles.
"Pienso, también, que desde hace mucho tiempo, la
buena suerte nos ha sido singt,tlarmente fiel".
Pensando, sobre todo en sí mismo, Garab olvidaba los
heridos y el mue~o de las. expediciones precedentes, y
sus .compañeros, también preocupados por su propia con-
veniencia, los olvidaban.
-Esta persistente buena suerte, me da miedo, -conti-
nuó el jefe-. Ustedes sa~n .que atrae la desgracia. ¿De-
bemos desafiar a ·]a suerte, .beneficiándonos .aún más con
una ganancia considerable? ¿Qué piensan ustedes? Yo du-
do que esto sea prudente . Creo que conyendría hacer un
sacrificio, renunciar a una parte de provecho; para ase-
gurarnos mejor la posesión del resto, y salvaguardar nues-
tra seguridad. . ,
*Por lo demás, he aquí que se nos ofrece una ocasión
excepcion9;,lde borrar . nuestros pecados pasad~. y hasta
de ·expiar oe antemano los que cometeremos en el por-

29
venir, ofreciendo magníficos presentes al Dalai Lama.
¿Estaremos nuevamente provistoS'de tantas cosas elegidas
con esa intención,para rendirlehomenaje?¿Por qué no
aprovechar que están en nuestras manos, para reservar
una . parte como don eminentemente meritorio que ,.:,s
valdría ]a bendición del Precioso Protector ( el Da]ai La-
ma), y su protección en nuestra peligrosa carrera?
"He dicho. Que cada uno reflexione y dé libremente su
opinión." .
Garab tenía la palabra fácil, y entre los tibetanos, todos
amantes de la elocuencia, es raro que un l>uenconve.rsador
no convenza a su auditorio. Ninguno de los que lo había
escuchado soñó que tantas juiciosas reflexiones, inclu-
yendo a la vez una provechosa prudencia en los asuntos
de este mundo y el piadoso cuidado de la sal~d espiri-
tual, hubieran Sl,ll'gidoen el orador, mientras retozaba
con su nueva amante. La sinceridad del jefe era real,
y .sus compañeros compartían sin restricción, los motivos
de ·sus propuestas. Estas fueron adoptadas cop entusiasmo.
De los cincuenta y d9s hombres que componían la banda,
veinte fueron delegados para acompañar al jefe en ru
viaje. Al mismo tiempo, para su propio beneficio, én-
cenderían las lámparas en los altares de las deidades,. ha- ·
rían las genuflexiones requeridas y· recibirían, por poder,
la bendición del Dalai Lama para los camaradas que vol-
vieran a casa. El mérito sería igual para todos, y tam-
bién las ganancias 4e la ve'!!ta. Todos perfectamente sa-
~fechos ; aquellos que partían_ para Lasa cambiaron sus
r.üsticasropas de pi~i de oveja por otras de tela robadas
á los peregrinos, se,pusieron gorros con orejeras, guarne -
' éidos d.e piel, algunos oma~os con galón de oro, calzaron
l,as me¡ores botas que pudieron hallar en el botín y en
µn abrir y cerrar de ojos, tuvieron el aspecto de merca--:.
deres ,ricos. Cada uno de ellos, bien ,armado, además, se
sentía listó para d~fender valientemente sus bienes, si ·
por casualidad algunos IJ'!alandrinespusieran cara de co-

30
diciados muy d~ cerca. Al cambio. de su apariencia 6xte-
rior y ·al objeto de su cabalgata, había correspondido, de
pronto, una transformación de sus sentimientos íntimos.
Un alma de mer~der, rapaz y devota, habitaba ahora en
cada uno de ellos, y miraban de arriba a abajo, con un
alejamiento instintivo, a los camaradas que 4abían que-
dado en traje de pastores-exploradores, como si hubieran
pertenecido a una casta diferente de la suya y un poco
despreciable.

-Detchema, sólo tenemos un día para pa~ar acá, el tiem-


po de hacer algunos preparativos. Pasado mañana antes
.del alba, levantaremos el campo. , ·
-Y en cinco días estarás en fu casa -comentó la joven.
-Quién sabe ... -respondió evasivamente Garab-.. Mi-
ra lo que ..te traigo. - Desp'legó un traje de seda roja.
"¿Son dé tú gusto? -pregunt6. Y antes qQe su amiga hu-
bier~ podido responder, agregó: -hay mejores todavía-.
De la bolsa (amphag) que forma sobre el pecho el lar-
go ropón de los tibetanos, ceñido por un cinturón, sacó'
un largo collar de ágata y coral,. y uno de esos relicarios
que llevan cotno un ornamento, suspendido del cuello.
Era de oro, guarnecido de turquesas.
•¿Estás contenta? -preguntó de nuevo."
-¡Oh, qué maravilla! - exclamó Detchema transportada
de alegría. .
-Otra sorpresa te espera todavía - repuso alegremente
Garab-, pero está reservada para pasado mañana. -Co- ·
mieron juntos al atardecer. Detchema no se c~aba de
mirar y de tocar sus joyas y su bello vestido; soñaba"con
la sorpresa prometida. ¿Qué sería? ¿Le obsequiaría otras ·
joyas. seda de la china para hacerse un vestido aún más
bello . que el qué le había dado, o una mula de buen
paso? Llegó la noche, la feérica procesión de las estre-
llas iluminó el cielo. Detchema sinti6 los cálidos labios del
jefe posarsesobrelos suyos;todaslas cosasdel mundo
31
se desvanecieron dé su espíritu. Ella y él, .no fueron más
que un mismo deseo ardiente. .
En la frescura que precede a la aurora, caballos y mulas
pjafaban y sacudían sus cencerros, listos a pone~ en mar-
c:ha. Los hombrf\s que iban a S"lpararse, se despedían cam-
biando estrepitosamente los múltiples augurios de uso ·en
el Tibet. Detchema montaba cerca de Garab, en el grupo
de los se:u<lo-traficantes.
- ¡En camino! -g ritó el jefe, e inclinándose hacia su
amiga-: Detchema -dijo muy bajo.:...,la sorpresa prome-
tida: vamos a Lasa.:: más de un mes de viaje. ¿Eres feliz,
bien amada?- Una alegría sin límites invadió a la mucha-
cha. Tembló violentamente y su mano dio una sacudida tan
hrusca a las riendas, que su montura tuvo un sobresalto.
Detchcma perdía el equilibrio, cuando Garab la asió vi-
gorosamente por el talle, manteniéndola en la silla. Cal-
mada rápidamente la mula, de temperamento pacífico,
!ornó en · seguida su andar tranquilo, pero el bello a ven-
, tur<'ro no retiró el brazo que rodeaba a su amante, y ca-
balgando unidos el uno al otro, durante un largo rato,
se encaminaron hacia su extraño destino.

• • •

32
La juventud de un gran jefe de bándidos. - El hijo de un dios.

El origen del bello caballero que iba a la cabeza de su


carav,ana con una sonrisa triunfante en .los labios, era a
la vez muy humilde y singularmente romántico. Su di-
funta madre había sido la criada-esclava 1 de un opulento
terrateniente, Lagspa, y en cuanto a su padre, nadie, ni
siquiera la mujer que lo había concebido a él, sabía algo.
Lagspa, el rico, veía crecer sus bienes y gozaba de su
prosperidad, pero por otra parte, la esterilidad de su
esposa Tchosdon lo afligía mucho. Había ya gastado su-
mas considerables en ofrendas a los dioses, en donaciones
a los monasterios y en limosnas, cuando un asceta de paso
le aconsejó hacer, r.on su mujer, una peregrinación al
lugar más ·santo de la tierra: el Khang-Tisé,2 asegurán-
dole que era un medio seguro de obtener un heredero.
El" asceta viajero tenía un aspecto imponente, hablaba
con aplomo, y Lagspa· quiso seguir su consejo. Sin em-
bargo, desde los alrededores de Hor Kanzé, donde vivía,
hasta la montaña sagrada, el camino es largo, hay que
· ·atravesar el Tibet de un extremo a otro. Pero el deseo
1 Existe todavía en el Tibet, una esclavitud muy liviana.
2 La montaña al sudoeste del Tibet, que los hindúes llaman
Kailas y tienen;.por morada del dios Siva y su espo~a Parvati. Es un
lugar de peregr~nación para tibetanos e hindúes. Numerosos ermi·
taños viven en sus laderas. .
. 3.3
de tener un hijo prevaleció en los. esposos, sobre todas
las otras consideracionesrespecto a la longitud y difi-
cultades del yiaje. Se pusieron en camino, acompañados
por tres servidores y Niérki, una joven criada-esclava al
servicio particular de Tchosdon.
Animados por una profunda fe, los esposos multiplica-
ron las prácticas devotas en los templos cercanos a la
montaña. Dieron también la vuelta a ésta, deteniéndose en
cavernas que las leyendas decían haber sido visitadas
por los dioses o habitadas por santos hermitaños, espe-
rando la aparición milagrosa de alguno de éstos que
·les anunciara que sus votos serían otorgados.
El fervor de los cuatro servidores no difería del de
sus amos, aunque no tuvieran que solicitar una gracia
del mismo género, pues cada uno de los tres hombres
era padre, y la joven Niérki aún no estaba casada. Ellos
también quemaban varillas de incienso, encendían Mm-
paras y pasaban horas en las grutas sagradas, recitando
mil y mil veces: Aum manl padmé hum.
Debidamente cumplidas todas las devociones prescrip-
tas, Lagspa, Tchosdon y su séquito, emprendieron el ca-
mino de regreso. Habían recorrido casi la mitad del ca-
mino, cuando Tchosdon anunció a su marido, que sin
· ninguna duda, el milagro se había producido: iba a ser
madre. El milagro, además, había sido doble, porque
poco después, Niérki se apercibió que ella también estaba
encinta. .
El embarazo de Tchosdiin se explicaba muy natural-
mente, pero el de su criada estaba rodeado de misterio.
Los tres gomésticos, hombres honestos y veraces, ne-
garon enérgicamente y Niérki confirmó sus palabras.
Acosada a preguntas por sus runos, contó una lústoria
extraordinaria. Se babia quedado dormida una noche, en
ul)a de las cavernas?mientras r~petía el mani.1 El contacto
1 ~ f6rmula Aum ffl(!ffÍ pad,néhu"m.

34
de manos que la tocaban, la había despertado, y había
visto acostado junto a ella, al Gran Dios del Khang-Tisé.
Estaba casi desnudo, una piel de tigre rodeaba su cintura,
su cara era ~da como la luna, y un collar de gruesas
semillas de roudra.ch1 caía sobre su pecho. El terror y
la adoración que se mezclaron en ella, la paralizaron.
Aunque hubiera querido, no habría. podido llamar, ni
huir; ¿acaso sueña uno en resistir a un dios?
Lagspa era devoto, pasablemente crédulo, hubiera acep-
tado de buen grado que un .dios aureolado de luz, se
hubiera aparecido a su esposa, o a él, para anunciarles,
que por efecto de su poder, su unión serla fecunda.
Pero que un dios se hubiera ocupado de proveer a una
chica virgen de un hijo, le parecia un milagrosospecho-
so. Cierto es que tales hechos . se narran en leyend~
"t:nerables y prefería no ponerlo en duda, pero esos pro-
digios databan de épocas muy lejanas y apenas admitía
que pudieran 'repetirse en nuestros días , y con su. sir-
vienta. .
La chica sin embargo, había ·sido siempre juiciosa, y
parecia sinceramente convencida · de lo que contaba. Su
relato debía ser cierto. S6lo que en lugar del Gran Dios
de Kailasque adoraban los hindúes , ef escéptico y razo-
. nable Lagspa, veía a uno de los fieles de ese dios: u.no·de
esos yoguis qué envuelven su desnudez en pieles de tigre
o de leopardo, llevan collares de roudrachs ·y se cubren
la cara de ceniza, lo que lOIShace "blancos como la luna"º
y muy parecidos a su dios, tal como está pintado en
las imágenes.
La inocente Niérki había sido engañada por uno de
esos .Júbrieos seudosantos hombres que frecuentan los
1 Las roudrach,, son semillas de áit>ol consagradas a Síva. Los
ascetas sivaístas llevan colla1es .h echos con esas semillas enhebradas.
En las. leyendas e imágenes populares el dios Síva se presenta de
colormuy blanco,llevandoun collarde roudrac~y cefudopor una
piel de tigre.

35
cementerios; comen la· carne de los cadáveres y se dedi-
can a las más abyectas prácticas.¿Habría que decfrselo?
¿Ensuciar su mente que seguía püra, y sustituir con la
vergüenza y el remordimiento, el sueño infantil en que
se mecía? Lagspa, un hombre excelente, creyó que sería
hacerle mal. Fingió aceptar la historia de la paternidad
sobrenatural y habló con medias palabras · a sus domés-
ticos, recomendándoles no· divulgar nada de ese misterio,
y decir en cambio, que Niérki se había casado y su marido
muerto poco despnés de su boda. Los tres hombres pro-
metieron .obedecer sus órdenes, no sin pensar que el
padre del niño por nacer, podía ser muy bien su patrón,
c.¡ue en su deseo ~e tener un hijo, había cuidado de
multíplicar sus probabilidades.
En cuanto a Niérki, le fue severamente prohibido men-
cionar jamás su noche de amor con un dios. Ella también
debía repetir que había quedado viuda, poco después de
su casamiento. Per<>i en casa de Lagspa, y, en el vecin-
dario, todos compartirían la creencia de los tres criados
en cuanto a la paternidad del rico prQpietario. ·
Poco después de su regreso a casa, las dos mujeres con
pocos días de intervalo, dieron a luz· cada una a un
rn,ón . Lagspa eligió para el hijo de .su cnada, el nomb.re
de . Gara'b ("alegría perfecta" o "completamente feliz"),
como de buen augurio, y pensando que daría suerte al
pobre niño privado de padre.
En la infancia de Garab no hubo ningún suceso nota-
ble. De la misma edad que el hijo del patrón, fue, al
principio su compañero de juegos, y luego, un poco su
compañero 'de estudios, cuando Lagspa contrató un guía
espiritual/ que debía unir a sus funciones religiosas, la
de preceptor. .

1 Es costumbre en el Tibet, que ·1as~rsonas acomodadas man-


tengan en su casa un amtchod, que lee cotidianamente los libros
santos o procede a ciertas ceremonias rituales.

36
Garab su~ leer, escribir y hacer cUentas, .mucho más
. rápidamente' que su condiscípulo. Por lo demás era su·
peiior en todo: · en belleza, en fuerza física, en destreza
e inteligencia, y Lagspa, a pesar de su bondad natural
y el interés que ponía en el niño sin padre, _terminó por
inquietarse. ¡Ese hijo de esclava eclipsaba a su hérederol
Le suprimió las horas de estudio y lo envió a trabajar al
camP,O; pero ya Garab había aprendido todo lo que su
maestro era capaz de enseñar: poca cosa.
Además, desde temprano, Garab había demostrado ten-
. dencia a la violencia, una obstinación y una fiereza in-
transigentes, que no estaban de acuerdo con su condición
de hijo de esclava, siendo esc1avo él mismo, y pertene-
ciendo a un amo que podía emplearlo a su gusto. 1
Muchas veces había interrogado a su madre , respecto
de su padre, y ésta obediente, había repetido lo que se
le había ordenado decir: que era viuda. Sin embargo,
al ~ecer, descubrió observaciones &>ncemientes a él y
que se ajustaban con la benevolencia particular que Lags-
pa le demostraba, e interrogó de nuevo a Niérlci, abordan-
do brutalmente la cuestión'.
-Tú no eres viuda, es un embl!ste. Mi padre es Lagspa,
¿no es cierto? Entonces, si tú eres su segunda mujer 2 y yo
su hijo, ¿por qué vivimos e1 ' alojamientb de los sirvien-
tes, en lugar de habitar en s sa, con su primera mujer y
mi hermano? ' . .
La .pobre Niérki, alarmada por Ja audacia del muchacho ,
no pudo segúir callando. Le contó la maravillosa aventura
qüeleñaofiracontecido al pie de la montaña santa. No,
él no era hijo del amo, y no tenía nin~ún derecho a
vivir en su casa, y su padre sobrepasaba, en nobleza y en
poder, al rico Lagspa. Su padre era el Gran Dios de
Kailas. .
1 El an,o no tiene derecho a ve.pderlo. La esclava y sus des-
cendiente', pcrmauecen unidos a )a familia a <lue pertenecen. .
· . 1 La poligamiaes pennitida y legal en el Tihet.
,; . ·,

37
De toda esta llorosa confesión, Garab sól~ babia enten-
dido Úna cosa: no era hijo del amo. En cuanto a serlo
. de un dios, se reía.de ese cuento.Su madre, pensaba,
debía tener la mente un poco trastornada. .
Garab acababa de cumplir diez y ocho años, cuando
murió su madre. Al día siguiente de los funerales subió
a la cámara del amo, y sin preámbulos, le pregunt6:
- ¿Yo soy su hijo, como todos _suponen? En ese caso
sería honesto decírmelo, ¿no cree usted? Y darme, cerca
de usted el lugar de un hijo, o bien ayudarme para
crearme fuera de aquí, una situación conveniente. No
tengo ningún deseo de permanecer sirviente.
El tono atrevido del muchacho, desagradó a Lagspa.
-Tú no eres mi hijo -respondió fríamente- , y no te
debo nada. ¿Tu madre te dijo que había sido mi amante?
-No, ella me contó una absurda historia de un dios.
:-Esa historia era para ella un hecho real. Pecarías
contra su memoria si concibieras una mala opinión de ella.
Y le narró en detalle, todos los episodios del peregrina-
je al Khang-Tisé y sus propias deducciones en cuanto a
la personalidad del hombre que lo había engendrado.
-Y ahora que conoces lo que concierne a tu origen
-concluyó-, recuerda que ' siempre te he tratado bien.
Quiero continuar haciéndolo, pero tú deberás también
recordar que tu madre no era una mujer libre. Ella per-
tenecía a mi casa, como sus padres habían pertenecido a
los míos, y tú, eres mío.. No te forjes ideas locas:,Tú no
tienes que ir afuera, ni crearte una situación. Tú debes
permaneceraquí y cumplir de buena gana las-tareas que
te sean asignadas. No tendrás que temer el hambre;-estarás
vestido como es debido, y tendrás un refugio asegurado
para ~u vejez.
Cuando se calló el ·amo, .Carab dejó la cámara sin
saludar. ·
''.Pecididamente, es necesario un escarmiento -pensó
I,agspa 7 • ,Er.té muchacho se vuelve insolente. Tiene que

38
ser dQmado; una ligera paliza, administrada en público,
tal vez sea lo indicado. Mañana lo pensaré.''
Pero al día siguiente, al despertarse, Lagspa encontr6
una nota lac6nica pegada a la puerta de su cámara.
"Tío Lagspa 1 -h;abía escrito Garalr, mis ideas difieren
demasiado de las 'suyas, para que yo pueda continuar
junto a usted. El trabajo merece salario. Mi madre le
sirvi6 toda su vida, y· supe pof usted que sus padres ha-
bían iguahnente _servido a los suyos. En cuanto a mí, le
he sido útil más de una vez. Permita entonces, que yo
me retribuya, y al mismo tiempo, retribuya débilmente la
labor de los míos, ya que su padre y usted han omitido
hacerla." Carab había partido durante la noche, sobre
· él mejor caballo de su amo, con dos grandes sacos de
víveres suspendidos de la silla.
Cuando sali6 el sol, el fugitivo ya estaba lejos. La
jornada se anunciaba bella y ~lid.a, un aire de alegrí¡i .
estaba esparcido sobre las ~sas y Carab se.sentía invadir'
de una felicidad que no había conocido antes. ¡Era libret ,
¡Terminadas las tareas fastidiosas, la sumisión, ser instru- ·..
mento de otro! Carab aspiraba el aire vivificante de las ·
altas regiones, se embriagaba dilatando el pecho, pasean-
do sobre el paisaje cercano, una mirada de conqujstador.
Por el -momento no tenía ningún fin, no había hecho
planes. Su fuga, aunque preparada desde largo tiempo en
las tinieblas de su subconsciente, fue de hecho, un acto
impulsivo. Permanecía indeciso en cuanto a la conducta
· que debía seguir. ·
Durante toda la noche no había soñado mas que en la
necesidad de poner rápidamente la mayor•distan~ia ·posi-
ble entre él y la casa de Lagspa. Esta necesidad :sub~istfa,
pero era libre-de elegir la direcci6n en que se alejarla.
Garab reflexiona~a:;¿Qué pensaría Lagspa? Evidentemen-

1 Tío, a1wn:
un términocortés,perofamiliarmuy empleadoen
el Tibet y que no denota necesariamente un verdadero parentesco.

39
te, imaginaría que el hijo de su difunta esclava, despro-
visto de dinero, ·sedesharía enseguida del valioso· caballo.·
robado. Y para venderlolo más ventajosamenteposible
y f,u~ra del alcance de su dueño, llegaría a un gran cen-
tro chino. Garal> habfa frecuentado soldados chinos
acantonados en la región y con ellos había aprendido
sufici~mente su lengua, para poder salir del paso sin
intérprete, en toda circunstancia que no exigiera un vo-.
cabulario importante. Lagspa lo sabía, y Garab dedujo
que lo haría buscar en la gran ruta de Dartsido.1 Entonces,
era preciso que tomara otra dirección. Ya .decidido,
entró en el primer sendero que halló hacia el norte, a
través de los bo$ques. Carecía de dinero, pero el con-
tenido de los· grandes sacos que había llenado de ca~ :
seca ( tsampa}, de manteca y de té aseguraban su ali::
mentación . durante varias semanas. Tenía tiempo por ·
delante, y más valía emplear su caballo eñ adelantar
· camino, que en venderlo.
Pasar9n los días, Garab cabalgaba por las montañas
saboreando a gusto la dicha totalmente nueva para él,
de una completa libertad. En los .claros o pasturas de-
siertas, la hierba en esta estación era abundante y su
caballo encon~aba donde pastar ampliamente.
Este caballo, una soberbia bestia negra, no tenía mas
que cuatro años: había nacido en lo de Lagspa . Cuando
Nagpo -éste era el nombre del caballo- no era más que
un potrillo turbulento, y Garab un pilluelo fogoso, los
dos a menudo habí8I,1retozádo juntos en las praderas.
. Garab no era un sentimental,sin embargo sentía un vago
deseo de amar y ser amado, que no era satisfecho con
nadie de los que lo rodeaban. Su madre., una simple y
túnida criatura de espíritu limitado, lo amaba cierta-
mente, pero jamás se lo había demostrado con mimos o
1 Nombre tibetano local de la ciudad llamada Tachienlu en los
mapas, en el extremo Oeste de Szetchouan.

40
dulces palabras, a las que. el niño aspiraba inconsciente-
mente . Lagspa era un amo benévolo, · pero distante, y
su hijo un compañero de juego algo egoísta. Nagpo, que
venfa hacia .él relinchando y frotaba su belfo contra su
pechó, daba a Garab la impresión de un afecto más vivo,
más cálido, que llegaba al .fondq de ·su ser y rozaba .
cuerdas que los otros no , sabían vibrar. Una especie
.de amistad se había creado entre el µiuchacho y el potro,
y la soledad la estrechaba. ¡Vender Nagpo! Tenía un:l:,
penosa sensación cuando lo pensaba. Le había sucedido¡'
despertar en la noche, e ir a abrazar la cabeza de su
compañero atado. cerca de él en alguna espesura que
ocultaba ~ ambos.
Pero, ¿qué baria ·una vez agotados los víveres? No se
pide limosna montado en un caballo de gran precio. Y
¿dótíde lo llevaba ese sendero? Pespués de dejar ~l gran
camino, solo había encontrado dos caseríos ínfimos que
había evitado pasando por el bosque.
~sde un 'principio había descartado la idea de volver
a ser criado. La venta de Nagpo podía ponerle en mano
una suma · bastante fuerte como para emprender ·un pe-
queño comercio, o asociarse. con un mercader ya esta,
blecido. Pero su . decisión fue no separarse de Nagpo.
¿Entonces?. .. .
Turbada su alegría por esas preocupaciones, ' Gaiab
continuaba marcJiando sin propósito, cuando al atra~
vesar alturas desiertas, percibió a lo lejos un . grupo de
seis jinetes armados y sin bagajes, que : avanzaban en su
.dirección. No había duda posible: eran bandoleros. El
lugar·'no ofrecía ningtm refugio para·ocultarse; •Y ya ha-
bía sido visto, los bandidos · apuraban el paso de sus
caballos.Garab debl\ro el suyo. .
Tuvo una súbita mspiradón. En esos jinetes veía el
destino que lo reclamaba.' Con el corazón latiendo pre-
cipitadamente,pero aparentementecalmo,..bien afirmado
41
· en su montura, sonriendo apenas, Y.vagamente altanero,
esperó.
-¡Pie a tierra!. . . Entrega tu caballoy no trates de
esconder tu dinero -ex~maron los bandidos llegando
junto a él.
La sonrisa de Garab se volvió maliciosa.
- Mi caballo les será más útil si yo lo monto -respon·
dió-. No tengo dinero, pero cuento con tenerlo pronto.
¿Comprenden, camaradas? - Y mirando de hito en hito a
los seis, agregó-: Yo los buscaba. .
Los bandidos quedaron estupefactos. ¿Quién era este
·raro viajero?
- ¿De d6nde vienes? -preguntó uno de ellos.
-Entre "bravos" se evitan las preguntas -replicó tran -
quilamente Garab.
- ¿Ese caballo es tuyo? . . .
· -Como los de ustedes ·son suyos, puesto que los
montan.
-¿Lo has robado?
-Digamos ganado, o prestado, como ustedes quieran.
Los palurdos reventaron de · risa.. . ·
-:-Tú pareces divertido -dijo el' que parecía el jefe-.
¿Dijisté que nos bus~bas? ·
.-Acabo de decirles que quiero hacer fortuna. Busco
camaradas audaces. No sé si eso son ustedes ...
- Tú eres grande y fuerte, pero todavía muy foven.
¿Has tomado parte ya en expediciones? ' ·
-Ust~es juzgarán cuando. me vean. trabajar.
-¿Qué? ... Quieres ser de los nuestros... ¡Un desco-
nocido!
-Podemos entrar en relaciones y hablar de negocios.
Tengo té d~ primera clase. Encendl!,IDosel fuego, sen-
témonos y bebamos. Probablemente nos vendrán buenas
ideas. ·
Los· bandidos estaban subyugados por esa audacia y
tranquilidad. El viajero, pensaban, debfa provenir de una

42
banda que operaba en otra .región, que se había disper-
sado después de una .derrota, o por otras razones. Era
verdaderamente, de la semilla de un pillastre de alto
vuelo. ·
Garab supo hacerse valer en la conversación que si-
guió, eludiendo hábilmente las preguntas relativas a su
persona y a sus aventuras. Estos que había encontrado
no eran más que mediocres asaltantes de viajeros; su
opaca int.eligencia no podía medirse con probabilidad
de éxito, con la de Garab. Finalmente lo invitaron a ser
uno de ellos.
Garab aceptó. Conservaba a Nagpo, y pensando "ga-
nar" o "tomar un préstamo" para come~ su fortuna,
uno de los bandidos le ofreció un albergue con él, en una
aldea de la montaña.
La rapidez inusi.tada de la decisión de los bandidos
respecto a Garab, provenía de que planeaban el ataque
a una .caravana que debía pasar sobre la ruta, seis o
.siete días después. El asunto era riesgoso. Los mercaderes
y sus servidores serían numerosos y bien armados. La
banda sólo contaba con once JBjembros. Un duodécimo,
bravo y resuelto, como parecía ser el desconocido, los
reforzaría .
Algunos días después, Garab debutaba brillantemente
en una carrera qut tal vez no había elegido delioerada-
mente, pero que aceptaba sin repugnancia, el corazón li-
viano y casi gozoso. Pronto iba a ilustrarse sobre su pe-
ligroso oficio.
Tres ataques, coronados por el éxito, en los que par-
ticipó, le hicieron obtener pequeños beneficios, que
aprovechó para pedir amistosamente licencia a sus pri-
meros compañeros de armas. Aunque estos no hubieran
sospechado jamás su verdadera identidad, prefería ale-
jarse más del país donde babia pasado su juventud. En
esta época opera.hanbandasnumerosasy bien armadas
. . .
en la región cercana a las fuentes del río Amarillo. Garab
se dirigió hacia allá. · .
Termin6 por vencer la desconfiamade los pastores-
bandidos, y estab lecerse entre ellos.
. Durante tres años, hizo campañas en las soledades
del '.I'ibet septentrional, que entonces atravesaban las
ricas · ·caravanas de peregrinos mongoles y mercaderes
clúnos. Su bravura y destreza lo pusieron en evidencia.
Sus posesiones crecieron; tuvo sus tiendas en el cam-
pamento y rebaños en las pasturas. · .
Luego, un día, unos bandidos se enfrentaron con una
resistencia mayor de lo que habían . previsto. Dos cara-
vanas se habiap unido para atravesar la zona peligrosa.
Había buenos tiradores entre los viaje!()s; cuatro liandi-
dos murieron, otros heridos, y su jefe cayó del caballo
mortalmente herido. El pánico cundió entre los malan-
drines.
Se ·batían precipitadament~ en reth'ada, ·.cuando Garab
alcanzó al galope a los fugitivos, y les cenó el camino.
Con gestos vehementes les mostró .el botín a que renun-
ciaban, avivando su codicia, azotándolos con una serie
de injurias: ridiculizandó iuelmente su cobardía, pro-
vocándolos y finalmente lo_s, volvió, rabiosos; ~ combate.
Los hombres de la ca.rav.,aaa no pudieron · esta vez
sostener el choque de esta' horda endemoniada. Victoria
y botín pasaron a manos de los asaltantes. Al día si-
guiente, déspués de haber tenido consejo, pol"unanimidad
eligi~ron a Garab para reemplazar a su· jefe muerto en
l~ batalla. .

•••
CAPrrtJLOIII.
Peregrinaje de bandidos a Lasa. - Junto al O~iente.
Con el vidente. - El pasado de una visionaria.

Ahí estaba Las~. recostada en la llanura, al pie del


Potala, que alzaba ·hacia las nubes la masa abrupta de
su palacio-fortaleza, cubierto de techos de oro.
Ningún viajero tibetano llega a la ciudad santa, sin
experimentar un sentimiento profundo de respetuoso
fervor. La ciudad misteriosa y huráña, · tanto tiempo
inviolada, bajo la protecció~ de los más altos montes del
mundo, es, para millones de asiáticos, lo que para los
místicos de otras razas so~ Roma, Jerusalén o La.,Meca,
y algo más todavía. Mientras el carácter sagrado de la!
otras ciudades santas, se debe a hechos históricos, el di
Lasa .proviene de causas · ocultas. Esta "tierra de los
Dioses" 1 se baña en una -atmósfera especial, y unmundo
dilerente del que perciben nuestros sentidos ordinarios.
Desde las moI1tañasdesnudas que encuadran el inmenso
valle, donde la multitud de casas bajas y blancas, pa~
una muchedumbre arrodillada en la plegaria, descienden 1
y flotan singulares ráfagas, que envuelven insidiosamente,
seres y cosas, penetrándolas, ·remodeJándolas, prestándo-
les un alma o aspecto nu.evo, por algunas horas, o pos
siglos. Lasa no es un lugar donde suceden prodigios:
Lasa es un prodigio.
1 Lha: sa: tierra.
Garab y sus compañeros entraron en Lasa,_e ·inmediata-
mente embargados por la influencia del ambiente, como
se viste una nueva vestidura, revistieronnuevasperso-
nalidades. No eran ya groseros bandidos, cargados de ·
los despojos de sus víctimas, sino graves mercaderes,
piadosamente emocionados, q4e desfilaban, en busca
de un albergue, por las calles de la capital tibetana. ·
Salvo en la época de las grandes fiestas, durante el
primer mes del año,1 no faltaban alojamientos vacíos en
Lasa. y cuando se presentaban viajeros. bien vestidos,
montando buenos animales, y llevando bolsas de mercan-
cí~, no faltan )os posaderos al acecho de clientes. Ga-
rab y los suyos estuvieron pronto instalados en las
afueras de la ciudad; en una casa provista de un vasto
patio y una gran caballeriza. Como medida de pruden-
cia, aquellos que representaban el papel de domésticos,
se alojaron eri un edificio contiguo a ella. Estos caballeros
de los grandes caminos, no pensaban dar a los merodea-
dores locales la menor ocasi6n de robar las bestias
_"adquiridas" por ellos. Algunos otros, cuyo buen aspecto
.había hecho que llenaran los roles superiores de · aso-
ciados del mercader, de contador y secretario, tendrían
una cámara común en el piso alto, y el gran negociante
Garab, con su esposa, ocuparían una cámara particular.
Al día siguiente de su llegada, toda la banda des-
cansó. Garab hizo traer una comida sustanciosa, con
tanto a~ente como era necesario para rociarla con-
venientemente, pero no tanto que oscureciera la lucidez
de sus compaderos. Se trataba de estar en guardia,. una
palabta imprudente podía tener las peores consecuencias.
Desde que los mandaba, Garab había adquirido un as-
cendiente considerable sobre sus hombres. Estos le
reconocían una inteligencia ~perior, y l~ experiencia les
1 El ~ mes del calendari9 tibetano, comienza en lecha va-
riable,seg6n la laz de la luna, durante nuestro mes de lebrero.
había demostrado que provecho y seguridad recompen-
saban la obediencia a órdenes siempre justificadas. Ahora,
Garab decidió j~e en Lasa, serían sobrios, sin exceso de
austeridad, que --nadie vagaría de noche ·por la ciudad ,
que los "domésticos" montarían guardia vigilante sobre
las mercancías, y que, además, todos mostrarían una
piedad sin ·exageración, de buena ley, como corresponde
a traficantes honestos y prósperos.
.Las noticias _circularon rápido; en Lasa, la gente es
habladora. Garáb y los suyos no habían pasado todavía
una jornada, cuando, a la mañana siguiente, los saludó
mientras desayunaban, una estrepitosa serenata de voces
discordantes ante ->'Upuerta.· Eran los rogyapas,que con-
forme a una vieja costumbre, venían a reclamar la tasa
que ellos descuentan a todos los viajeros de alguna im-
portancia que lfogan a Lasa. 1
Estos rogyapas, forman una casta considerada impura.
Les está prohibido habitar en la ciudad misma y entrar
en la morada de gentes de condi_ciónhonorable. Sus prin-
cipales funciones consisten en quitar los cadáveres de
animales muertos, en transportar los de.-los humanos al
lugar donde deben ser despedazados, para ser entregados
a los buitres y en hacerse cargo de ese despedazamiento.
La insolencia, hoy algo disminuida de los miembros de
esta casta, antiguamente pasaba todos los' lúnites. Los
viajeros que rehusaban ceder a sus exfgencias, se veían
perseguidos por bandas de estos groseros individuos,
insultados y hasta asaltados y maltratados por ellos
cada vez que aparecían en las calles, y se encontraban .
así obligado~ a ceder ante esa chusma, o a ~dejar la
ciudad. ·

1 La misma costumbre existe enJigatzé. La a~tora fue gratifi-


cada con una serenata de ese g6nero durante su estadl.a en esa ciu-
dad. Ella escapÓ porque viajaba entonces bajo el disfraz de una
peregrinamendicante:Ver Viafe de una~ a L4Sa'.

47
Garab, bien informado al respecto, se apresuró a en-
tregar a esos vergonzantes una suma suficiente para
conformarlos, pero no para admirarlos con un -exceso de
·generosidad capaz de atraer su atención sobre él. El
concierto de clamores cesó enseguida y los rogyapas se
retiraron.
En el curso de la misma mañana, el '"secretario" ini-
ció los trámites · necesarios p11ra obtener una audiencia
del Dalai Lama.
Cuando un grupo formado por gran número de pe-
regrinos llega a Lasa, es costumbre que el Lama-Rey los
reciba en audiencia solemne. Sentado, ·Jas piernas cruza-
das, sobre un trono ·muy alto, está r.odeado por su corte:
los miembros de su consejo, los "chapés" 1 sentados sobre
tapices, quedando de pie los otros dignatarios, funciona-
rios, guardias de corps y los servidores.
A menudo, un número más. o menos considerable de
fieles, reúnen por cotización la suma necesaria para
obtener una audiencia. Nadie es admitido gratuitamente
a esas recepciones. El pedido de audiencia se hace
entonc95 a nombre· del que ha entregado la suma más
fuerte, y que puede hacerse acompañar por un número
indefirudo de parientes, amigos, y hasta desconocidos.
Sucede frecuentemente, que peregrinos indigentes, al
acecho de un grupo que llega a una de esas audiencias,
reciben permiso de agregarse, deslizando simplemente
una ·moneda de ínfimo valor en la· mano del jefe. En
este caso, la ofrenda es depositada en conjunto, al pie
del trono por el principal donante, que marcha a la cabe-
za del desfile. Tras él, sus compañeros siguen en fila
india, deteniéndose cada uno de ellos, con la cabeza
inclinada y las manos unidas ante el Dalai · Lama que

1 Literalmente: "pies-lotos". Aquellos cuyos ples son semejantes


al loto. Es un título honorifico.

48
les roza la cabeza con cintas de colores atadas a una
varilla. ·
Se dice que el fluido bienhechor que emana del Dalai
Lama, corre a lo largo del mango que tiene en su mano,
de las cintas, y penetra en el ~ndividuo tocado así.
La ceremonia es la misma .cuando se trata de peregri-
nos que aportan dones individuales más considerables.
Cada uno de ellos, entonces, deposita su ofrenda ante
el trono, mientras los secretarios y contadores toman nota
inmediatamente del dinero y objetos ofrecidos.
Exist~ otra clase de audiencia, menos nomposa pero
más . estimada, que se reserva a las pe'l'sonalidades de
nota y a los donantes excepcionalmente generosos. En
tibetano, esta audiencia es llamada zimetchoung, es de-
cir "cámara", porque los visitantes son recibidos en el
departamento privado del Dalai Lama.1 · •
· Garab, tanto por prudencia como por vanidad, hizo
solicitar el favor de una entrevista de este género.
Temía mezclarse en una ·multitud y ser reconocidos. L1.
audiencia privada no presentaba riesgos, transcurría en
una especie de 'intimida~ el Dalai Lama sólo tenía a su
lado dos o tres de sus familiares, y era seguro que
ninguno de ellos había visto a· Garab, o a alguno de sus
hombres. Además la arrogancia del jefe de bandidos,
hijo de padre desconocido y de una criada-esclava, ha-
llaba satisfacción en esta recepción menos banal que el ·
desfile en rebaño de los fieles comunes.
El hombre que Garab había hecho su secretario, era
un bribón astuto, que poseía rudim~ntos de instrucción
que le permitían leer o escribir algunas palabras si era
necesario. Pasó hábilmente ante el sub-chambelán encar-
gado de examinar las demandas de· recepciones privadas,

1 Sucede lo mismo en Jigatr.é,junto al Pentchén Lama (Tachi


Lama). Al último de 'los Pentchén Lama, lo conoció la autora per·
y muri6en 1937.
sonalmente,
49
sin insistir demasiado en la identidad- de su patrón: un
mercader acomodado, establecido en la froote!a china.
dijo él, y entró inmediatamenteen la enumeraciónde los
· presentes que se disponía a ofrecer en testimonio de
veneración y a fin de obtener la bendición del Precioso
Protector, para sí, para sus empleados presentes en Lasa ;
y los que permanecieron en el lugar de sus negocios.
Del mismo modo que uno no se presenta con las manos
. vacías ante los grandes lamas, tampoco es posible acer-
carse a sus chambelanes sin estar mi.'midosd& obsequios,
y para ·Jlegar . hasta los chambelanes, es igualmente in-
dispensable mostrarse generoso con los personajes de
diversos rangos.
El · "secretario" no ignoraba esta costumbre, y la sa-
tisfizo liberalmente, por .lo cual no. halló ninguna difi-
.cultad en el cumplimiento de su misión. La audiencia
fue fijada para ocho días después: una fecha propicia.
el 15 del mes lunar, día de la luna llena .
En ese intervalo, Garab y sus ·hombres se ocuparon de
la· venta del botín, conservando sólo sus monturas y las·
mulas necesarias para transportar el bagaje durante el
viaje de vuelta. Tuvieron suerte en los negocios y li-
quidaron todo a precios ventajosos hasta para verdade-
ros comerciantes. La bendición del Dalai Lama operaba
de antemano.

En el día fijado, desde la mañana, Garab y sus hombres


hicieron lo que consideraban una toilette excepcional: se
lavaron la cara. y las manos, luego vistieron las más bellas
ropas robadas a los peregrinos. Algunosse colgaron un
aro de su oreja derecha, otros se pusieron un grueso
anillo de jade en el índice. En fin, llegada la hora, todos
con perfecto recogimiento y compenetrados de la grave-
dad de sus actos, partieron para Norbouling, la resideo -

50
cía habitual del Dalai Lama, fuera de la ciudad, entre
jardines. 1 .
Detchema, de· brocato· azul pavo r~; . adornada con
todas las joyas que Garab había guardado . como su parte
del botín, cabalgaba con los ojos bajos, modesta y púdica ,
junto a su "esposo".
En Norbouling, el grupo de malandrines agrupado en
un rincón de los jardines, esperó largo tiempo antes de
ser introducido junto al Dalai Lama. El piadoso recogi-
miento de los visitantes, se disipaba poco a poco, y un
sentimiento de temor se hacía duéño de ellos.
Se hallaban en él antro del león. El Precioso Protector,
el Omnisciente, 2 podía, a 4 menor sospecha de su im~
postura hacerlos torturar a todos y ejecutar. Al mismo
tiempo que la encamación del más que divino Tchep-ré-
zigs, cuya bondad es infinit!l, es el soberano temporal
absoluto del Tibet.
Garab senúa el miedo rondar alrededor de sus cama-
radas. Que uno solo de ellos llegara a perder ~ sangre
fría, podía traicionarse y perderlos a todos. ·
-Nós retieñén demasiado tiempo acá -acababa de decir
uno de los hombres.
Simulando por sus gestos que conversaba ~n ellos
s~bre detalles de etiqueta de la audiencia, el jefe los
agrupó a su alrededor y dijo en voz baja pero firme:
-El Omnisciente no puede sospechar quienes somos,
ni la procedencia de nuestros presentes. Jamás sabrá nada .
.:~ sabiduría hablaba por boca de Garab. Era eviden-
te que se habían tomado todas las precausiones necesarias.
-No hay que pensar mas que en los merecimientos
que vamos a adquirir -aconsejó el "secretario".
l El Dalai Lama, décimo tercer portador de este titulo, que
reinaba en esa época, murió el 17 de diciembre de 1933.
2 El Omnisciente, ThamkMd ~' uno ·de los títulos dados
a menudoal Dalai Lama por los tibetanos.
m1:1y
51
Una ola de religiosidad pasó de nuevo sobre las fren-
tes antes preocupadas , serenándolas. Todo estaba bien,
el Omniscienteno sabríanada. · ·
Ninguno de los bandidos vio lo absurdo de esta igno-
ranci~ de un\ "omnisciente.., que se preparaban a tomar
p<l1 tonto, pero que iban a venerar . Lo mismo que para
todos sus compatriotas,· este término "omnisciente", había
~dido su significado propio y se había vuelto un simple
y banal título honorífi~, como el de "su inajestad". I,.o
que había declarado Carab es repetido diariamente por
los tibetanos, respecto de .abusos de poder de las auto-
ridades o de otros males que padecen: "el Omnisciente
no lo sabe". ·
Y, en. verdad, el Orµnisciente no lo supo; o, si lo supo
no lo dejó traslucir en su incomparable · caridad, por
piedad hacia los pecadpres prosternados. a sus pies. Un
devoto tibetano · ~bría podido .explicarlo. El aceptó las
piezas de seda de la China, las turquesas, los lingotes dé
plata, los fusiles, las monturas; los tapices y las mulas,
que fueron . conducidos hasta el lugar donde estaba
sentado.
Un donante tan generoso, merecía algo más que el
simple roce de las cintas. El Dalai L~ma se dignó dirigir-
le la palabra. Garah respondió de manera ambigua, con
la cabeza inclinada, sus preguntas . Nombró, como asien-
to de su comercio, a Linkaitzé, que los chinos llaman
Mow-Kong, en el país de los Gyarongpas, 1 una localidad
demasiado lejana para que su nomóre pudiera ser fa-
miliar al Dalai Lama, o a los presentes cerca de él, En
cuanto a sus negoc~, se limitaba, dijo, a. procurarse aquí .
y allá, según Tas ~cunstancias, artículos diyersos que
luego revettdia con provecho.
1 País fronterizo con la extremidad oeste de la provincia china
de Szetchouan, habitada por iríbus de origen ti~o. Gya: chino,
rong: valle, gyarongr,a.:gente . (tibetanos) establecidas en valles
chbios. · · · ·
52
'
Garab exponía estas cosas, con una voz dulce, tímida,
que sugería la inocencia de .un coraz6n puro.
-Que seas bendito, hijo mío -dijo el Dalai Lama- .tú, tu
esposa, tus servidores presentes, y los que permanecieron
en tu casa. Que puedas gozar de una larga vida, libre
de enfermedades, y que tus ne~ocios prosperen más
y más. · .
. Comenz6 el desfile, reducido a veintitrés participantes.
Las cintas de la borla acariciaron la cabeza . de cada uno
de ellos. La . audiencia estaba terminada. El Oinnisciente
no había sospechado nada. Les había desea.do larga vida
y éxito en sus negocios. ¡Qué hermosas expediciones y
qué botín en perspectiva! .
El frenesí sensual que poseía a Garab y Detchema, no
había declinado en el curso de su viaje; sin embargo,
la .atm6sfera mística, calmante, en que se hallaron su-
mergidos en Lasa, había actuado sobre ellos momen-
táneamente, como sobre ·sus compafieros. La visita al
Dalai ~ma señal6 el té.rmino de esta calma. A su vuelta
a la pósada, los dos amantes parecieroil despertar de
un sueño; bast6 un cambio de miradas y su pasión
llame6 todavía más ardiente que · antes. ·

En el transcurso de su. viaje a Lasa,nunca la idea del


retorno se había presentado .claramente a ellos. Habían
vivido totalmente absorbidos por las sensaciones de la
carne, sin ver más allá de los abrazos de la noche an-
terior y deJos que habría en la pr6xima · parada;- pero
en la noche que sigui6 a la audiencia en Norbouling, la
visi6n de la partida fijada para' dos días después, surgi6
bruscamente ante ellos. . ·
Iban a volver sobre sus pasos, marchando hacia las
tiendas de Garab, su rústico hogar .de pastor, adonde los
dos habían temido llevar la . maravillosa aventura de su
amor, .Y renacía en elfos el mismo temor. La vida en el
l.~ur111er.:u,; rotnpena rorzosapientela· ·constante inti-
joven Jefela
midad que hacía su dicha. ReclamarfaQ.>-al
vigilancia de sus rebaños,las empresascomerciales,
las
expediciones en que una mujer no podía tomar parte.
Durante horas, días, semanas, estarían separados; la
ausencia haría su obra, y, lentamente se extinguiría la
embriaguez de la que saboreaban las ardientes delicias.
. ¡Ohl ¿Por qué su viaje debía terminar? ¡Con él termina-
rían también las ~ejores horas de su vida!
:El alba los hall6 en brazos uno del otro, pensativos y
entristecidos. Del largo trayecto que iban a recorrer en
el camino del retorno, no veían mas que el odioso final
Durante esta .última jornada de su estadía en Lasa,
.Garab debía poner en orden muchos negocios y vigilar
los preparativos de la partida. Había ordenado . la vfs.
pera que .se le llevara. el desayuno al alba y uno de
sus hombres entró en el cuarto llevando una gran tetera
con té a la manteca.
-Jefe -dijo el hombre-, tendremos que comprar tsampa
( harina de centeno) y manteca. Tsondu ha creído hacer
bien dando una gran captidad a tres peregrinos que pa- .
saron ayer noche, después que usted se había retirado.
Pedían provisiones para ir al Khang-Tisé. 1 Esta limosna
, nos traerá suerte en el viaje de vuelta. No le hará repro-
ches a Tsondu, ¿no?
-Ha hecho bieQ -declaro Garab--. Adquieran con qué
llenar de nuevo los sacos. El gasto va a cuenta mía, pero
el beneficio de la limosna, nos es común.
-Eso sí qtie está.bien dicho -exclamó . el hombre con
satisfacción- . Voy a repetírselo a Tsondu. -Y se retiró.

1 Montafiamuy alta, al sudoeste del Tíbet. Es el célebre Kailasa


de los hindúes, en la cima de la cual 6US leyendas sitúan la mo-
rada del "Gran Dios" (Mahadeva), Siva. Hindúes y tibetanos van
allí en pereJUinación. Desde hace siglos, las pendientes de la mon-
taña están 'habitadas por ennitaiíos.

54
-El Khang-Tisé está muy lejos de aquí -dijo Detche-
.ma-. ¿Tú has estado? .
· -No -respondió Garab-, pero según decía mi madre,
es ahí que comenzó mi existencia presente.
-¿Cómo es eso? -preguntó Detchema, curiosa.
9u ¡unante no resppndió. Pensaba. Volvían a su me-
moria la historia singular que su madre le había con-
tado sobre su padre divino y las suposiciones más pro-
saicas pero verosímiles de su antiguo amo, Lagspa. Ggal-
<1uiera fuera su origen, era en el Khang-Tisé que había
sido concebido, y de pronto, la asociación de su per-
sona con la montaña sagrada, dominó su pensamiento.
Le entró el deseo de ver el lugar y de conocer las cir-
cunstancias desconocidas, que causaron la venida a
este mundo del que sena .él, Garab, rico propietario de
rebaños y jefe de bandoleros. _Las ideas se agolpaban en
su mente.
Para ver el Khang-Tisé debía hacer un largo viaje de
varios meses de duración .. .
¿Por qué no .ir en peregrinación con Detchema? ¿Por
qué cortar la felicidad, cuando tenía un motivo plausible
para prolongarla?
-Debo partir inmediatamente -dijo a la joven- los
negocios me llaman. Hasta pronto querida.
La estrechó en sus brazos y la dejó precipitadamente .

En t:1Tibet no se empieza ninguna cosa de cierta im-


portancia sin haber consultado antes a un adivino. Y
fue en busca de uno de ellos que Garab salió, ¡para saber
si debía o no seguir su impulso de cambiar los planes
del viaje. .
Un poco después salía a su vez Detchema para con-
sultar a un adivino sobre lo que el. futuro le reservaba
en el país adonde su amante quería 'llevarla. ,

55
Garab fue en seguida -al templo dé Jowo. 1 Se pros-
ternó ante la estatua del Señor, depositó una larga bu-
fanda de seda blanca ante ella, rogando porque le ilu-
minara sobre la ruta que, debía elegir y. para que nada
desagradable ocurriera durante el viaje. ·
Los sacristanes estaban ocupados ·en volver a llenar
de agua fre~ los tazones ;le las. ofrendas· en los altares.
Garab se a~rcó a uno de _ellospara averiguar el precio
de cie,nto ocho lamparillas que debía hacer arder ante
Jowo y le pidió que le hicieran un mo ( práctica adi-
vinatoria), pues a punto de volver a su país, debía saber
si el día elegido para la partida era propicio. El sacristán
viendo ante sí a un hombre de buena apariencia, calculó
que pagaría bien y le aconsejó que se dirigiera a¡ un ·
lama_vidente muy renombrado, que vivía en el monas-
terio de los ritos ( gyud).
Como aún era temprano para solicitar audiencia con
ese personaje, Ga,rab se ocupó en seguida de los nego-
cios que debía .terminar con los comerci~tes, y cuando
le pareció el momento conveniente, se rresentó al mo-·
nasterio de los ritos. Los propinas liberales que distri-
buyó a los subalternos favorecieron el informe presen-
tado por ellos al maestro. Garab fue introducido ante
el lama. · ·
Absorbido por su peregrinaje a Khang-Tisé, sólo se
preocupó por saber si las circunstancias eran favorables
al viaje o debía ren'tmciar a él. Pero al entrar en la cá-
mara en sombras del lama, ver sobre sí los ojos pene-
trantes y las miradas convergentes de los sansos tau-
maturgos, deidades temibles, demonios subyugados que
decoraban las paredes, Garab fue presa de terror. ¿No
se estaba entregando tontamente? H~ir era imposible.
1 Jowo:señor, Este templo, él más célebre del Tibet, tiene UD!'
antiquisima estatua considerada como ·representación de Gautama,
cuando aún era un joven príncipe, antes de ser Buddha.

56
S6Íó quedaba armarse de audacia. Haciendo un esfuer-
zo, el bandido se dominó y formuló la pregunta.
¿Debía hacer o no la peregrinación a la montaña
santa dé Khang-Tisé? ¿Escuchaba el vidente? Garab
sentía sobre sí la mirada que lo atravesaba hasta 19 más
profundo de su ser. ·
El sileucjo se prolongaba y Garab se resistía para no
gritar de terror. Por fin el lama habló:
-No necesito hacerte preguntas, ni consultar los libros
del oráculo. Veo claramente tu pasado como un torbellino
a tu alrededor; e$tá cargado de'causas y efectos de los que
tú eres ju~ete. Eso y n~ tu propio deseo te lleva al
Khang-Tise. Ve si crees desearlo. Percibo la ligadura, que
como un hilo, te ·une aúri al país de donde vienes; un
soplo bastaría para romperla. A tu alrededor se levanta '.:
la tormenta . Tú has hecho sufrir, tú sufrirás.
µ audiencia haJ?ía terminado y con un gesto el lama '
le pidi6 que lo siguiera.
-Retoma tu dinero -le dijo . .
Era la ofrenda de Garab y la bufanda de seda. que había
dado á un servid~r del •vidente". Según la costumbre,
éste la había depositado en una mesa .frente al diván
en que estaba sentado su maestro. ..
En estos momentos, el rechazo de la ofrenda equivalía
a la maldición del lama. ·
Aterrorizado, Garab se prosternó incapaz de articular
una palabra. .
-Levántate -dijo el "vidente"-. Darás ese dinero a los
pobres; guardaré la bufanda. -Su voz era dulce y tran~
quila. Si rechazaba el dinerq y aceptaba la bulanda, el
don no era enteramente rechazado; Garab no había
sido .rná'Tdito.

.Fuera ya del monasterio, el ban~cjo dio las piezas de


plata a los mendigos. Toda su alegría había desa~cido.
El "vidente", no dudaba, se había percatado de lo que
57
él era; le hizo la gracia de no maldecir}0, pero le anun-
ció tempestady desgracias.Garab no imaginab~en qué
forma se presentaría Ja desgracia. El terror que lo in-
vadió al sentirse descubierto lo perturbó y en su cabeza
se mezclaban las palabras del oráculo sin comprender el
sentido. 11:1se sentía atraído hacia el Khang-Tisé. Co-
rría el riesgo de que se rompiera el lazo que lo unía
al país donde estaba establecido. No quería que eso
sucediera. Tal vez, el beneficio provocado por ese pe-
regrinaje a Khang-Tisé conjurarla el peligro amenazador.
Posiblemente fuera un ·medio de apaciguar esa tormenta
que lo envolvía. . . Garab se resistía a esperarla.
De pronto se sintió terriblemente cansado, moralmente
deshecho; en el angus.tiante imaginar de sus ideás, una
cosa se le aparecía como segura; su gozosa vida de ban-
dido victorioso estaba terminada. ·
Iría a Khang-Tisé obedeciendo el impulso que lo
arrastraba y que creía era su deseo. Si el peregrinaje
era un descáns.o y ·solo retrasaba las ame!lazas del orácu-
lo, le permitiría retener a Detchema, que era lo único que
Je importaba. .

Detchema qoeriendo también conocer el futuro, pre-


y ésta
guntó a la dueña de la posada sobre un adivil'_l..Q,
la envió a un mopa (adivino) cuyos numerosos clientes
pertenecían a laicos y clase media de Lasa.
Llevada a su presencia, la joven le ofreció una bufan-
da y algo de dinero. De . pronto Je dieron! la orden de
guardar silencio y de concenn:arse en la pregunta que
deseaba formular.
Sentada frente al adivino, con una estrecha mesa en- 1
tTe ambos, Detchema obedeció .
..¿Qué será de mi bello amor? -pensó-. ¿Qué será de
mi futuro?" .
Pasó cierto tiempo, el adivino murmuró unas frases y
sacó tres pequ~ños dados de una bolsita que colgaba de

58
un libro ennegrecido pQr el uso. Los agit6 con la mano,
los tiró sobre la .mesa, repitió la salmodia, y buscó en el
boro los números que habían salido en los dados.
En éste s61<;> se hallaban las palabras: "Risas dé c!>-
lera• - "Abismo". El adivino leyó lentamente, con voz
grave; y sin agregar nada, despidió a la consultante.
Detchema, estupefacta, se encontró sin saber cómo,
nuevamente en la calle. Recobrando de a poco el uso
de los sentidos trató de examinar el sentido de esa res-
puesta incoherente. No Jlegó .á descubrirlo, pero sí veía
el carácter amenazador de las palabras. ·
¿Qué significaba ese abismo, qué temer de las risas de
cólera?
Como antes Garab, Detchenia se dirigió itt templo de
Jowo, y mientras caminaba creyó comprender .el signifi-
cado de- esa extraña respuesta.
Era el fin de su aventura amorosa y ese final era .el
infierno. Sin duda era .el infierno. Las risas eran las
burlas · de venganza de seres '.~emoníacos saludando su
llegada. El abismo era la pr9fundidad de muridos infe-
riores, donde caería,. donde ella viviría en el .tormento
durante miles de años, antes de morir y ren¡lcer en un
mundo mejor. . · .. .
Ese devenir atemorizante, aparecía claramente p¡¡ra la
joven, como la causa que lo había preparado. El crimen,
pensó, no era ·amar a Garab; el crimen era. el egoísmo
que le había hecho abandonar a sus bienhechores a una
suerte miserable, para .poder realizar ese sueño de amor
que tanto la había frecuentado.

Detchenia, huérfana desde los tres años, había sido


criada por sus abuelos paternos. Estos, que no tuvieron
otro hijo que. el padre de ella, concentraron toda su ter-
nura en ella y su infancia fue feliz gracias a estos gran-
jeros acomodados. Luego, el abuelo enfermó, y durante
variosaños· no pudo ocuparsede los campos.Y, poCQ ~
59
poco, fueron endeudándose. Cuando el granjero mejoro,
sus fuerzas n,únadas por la larga enfermedad, no le per-
mitieron hacer todo el trabajo necesario para recuperar
su pequeña fortuna. Uno ,después de otro, los campos
fueron vendidos; los viejos esposos cayeron en la miseria.
\ Y sucedió entonces, que el hijo del gobernador de la
provincia, vi~.- a Detchema con unos amigos en un mo-
nasterio presel)Ciando un drama religioso. La grán be-
lleza de la jdven lo deslumbró, y sin pensar más, deci-
dió hacerla su esposa. Se lo comunicó a su: padre, que
no puso objec~ón alguna. J;,a familia de Detchema era
honorable y, pensó el gobernador, sus abuelos no exigi-
rían una gran dote al pedirla en matrimonio un funcio-
nario de su rango. 1
El deseo del jo"'.eny la conveniencia económica concor- ·
daban. El gobernador envió a uno de sus hermanos, 2 a
casa de los granjeros y las condiciones del matrimonio
fueron rápidamente arregladas. t.as deudas de los abue-
los serían pagadas en su totalidad; el gobernador pon-
dría un hombre de confianza en la granja. Los edi-
ficios descuidados desde hacía años, serían reparados;
los viejos esposos pennanecerían en su hogar, sin nece-
sidad de trabajar y recibirían una renta suficiente para

1 En el Tibet, es el futuro marido , o sus padres, los que pagan


una suma de dinero, o su equivalente en ganado o tierras, a los
padres de la novia. Es como una recompensa por los gastos que
ocasionó la educación de la joven. El honor de obtener una joven
de familia noble o· muy renombrada, se paga a menudo, bien caro.
Lo mismo si la joven es de belleza excepcional. La ide'a de qu e los
padres de la joven den dinero al marido además, les resulta gro-
tesca y hasta odiosa a los tibetanos. En su lenguaje realista; me di-
jeron al respecto: "Las jóvenesde su país· son tan feas que tienen
que pagarle al marido, como si se . tratara de realizar un trabajo
repugnante... ·
2 Los pedidos de matrimonio deben ser hechos por intermedia-
rios de . los padres, o amigos.

60· .
vivir cómodamente, además del producto de lo que qu~
daba de los bienes. ·
Los viejitos se felicitaron de la buena suerte que les
había llegado, pensaban, como recompensa de los afec-
tuosos cuidados que· habían prodigado a la huérfana: El
matrimonio con el hijo de un alto funcionario, significaba,
además, entrar en una familia noble y rica. Ni soñaron
con preguntar a Detchema su opinión sobre este matri-
monio. En el Tibet no se acostumbra hacerlo. Los gran-
jeros anunciaron simplemente a Detchema, que tendría
el honor d~ ser la nuera del gobernador, vivir. en la
opulencia, y descontaban q\le ella se alegrarla tanto o
más que ellos.
Pero Detchema no se alegró.
Después de su infancia, la joven se había entregado
a los sueños, como los hombres de su villa se daban al
alcohol, persiguiendo sensaciones agradables. Sin incli-
naciones por la actividad Jísica, pasaba gran parte de
su tiempo imaginando historias sentimentales o dramá-
ticas, donde, invariablemente ella era la heroína. Las
peripecias de estas historias surgían espontáneamente en
su mente, satisfaciendo y excitando, a la vez, su sed de
emociones. Bajo la influencia de una sensualidad precoz,
el amor se convertía en el único tema de sus historias.
La imagen de un amante excepcional: bello, valiente,
apasionado, comenzó a perseguir los pensamientos de
Detchema. Gradualmente la fuerza de esa obsesión cre-
ció, el héroe tomaba una fisonomía determinada, que
en consecuencia no variaba: había adquirido una per-
sonalidad.
Inconscientemente, Detchema, practieába a su mane-
ra un ejercicio análogo al que los maestros místicos. ha-
cen practicar a sus discípulos para llevarlos al descu-
brimiento de que el mundo entero -el que ellos per·
ciben- no es más que una creaci6n del espíritu. Con

61
una continua concentración de pensamiento, . ella creó un
fantasma. l
Poco a poco ese enamorado ideal, pasó el · llinite del
dominio de sus sueños. A veces, sin siquiera evocarlo se
le hac~a tan visible y tangible, como la gente de la gran-
¡a. Oía su voz, sentía su abrazo y se dejaba llevar por él,
en vertiginosas cabalgatas.
Detchema era supersticiosa como todos · los qoe vivían
con ella. Había oído contar muchas apariciones, y lo mis-
mo que la mayoría de los tibetanos , no separaba estricta-
mente "lo posible'.' y "lo imposible", entre "nuestro mun-
do,., y los "otros mundos.. limítrofes. La fe en la t\xisten-
cia real de ese hombre que se . le aparecía, arraigó en
ella, y desde ese momento, vivió a la espera de su llegada.
La novedad que sus abt&los le .comunicaron alegre-
mente, la. fuhnin6. Entre ella y el marido que le destin a-
ban, surgió bruscamente la figura imperiosa del héroe
dueño de sus pensamientos. Sin pensar en el daño que
causaría a esos buenos viejos que tanto la querían, aban ~
donándolos, ahora que su casamiento aseguraría la tran-
quilidad y comodidad de sus últimos años, dejó la granja
mientras dormían, huyendo en la noche .como una loca,
en_busca del amante que se había creado. Y Jo encon-
tró. Hay misterios singulares . ..
Multiplicando las genuflexiones ante la imagen ' de
Jowo, se dio cuenta de su ingratitud. La asaltaron los
remordimientos. ¿Qué sería de los buenos viejos que , la
habían mimado tanto? El gobernador, ¿los habría hecho
responsables de su fuga? En lugar de la ayuda que es-
perabaµ recibir de él, quizá habían tenido que ' pagarle
una fuerte indemnización, y su. ruina sería ahora total .
Detchema no tenía duro el corazón; dep~oraba su falta,
1 Ver sobre el tema: A. David-Neel, Pannl les mistiquu et les
magidenB du Tlbet, (Plon) y La ,ole sumumalne de Gue80J'de
0
l:lng, ( editions Adyar).

62
y juró repararla lo ;mejor posible. Renunciaría a Garab,
porque, entre sus piadosos abuelos y un jefe ele bandi-
dos, todo acercamiento era imposible. Volvería a su país,
trabajaría y se esforzaría para mantener a los viejitos.
Ese ·~··:1 su deber, y también el medio de escapar a las
torturas del infierno -que se merecía. Al encontrarse de
nuevo con Garab, le confesaría lo que siempre le había
ocultado, su fuga culpable de la casa paterna, y que
quería volver. . .
Bañada en lágrimas, Detchema seguía prosternándose.
Hizo prender las lámparas en el altar, dio. monedas al
sacristán, deseó .encontrar a sus abuelos sanos y ser
capaz de asistirlos en el futuro, y dejó el templo.
Garab no estaba aún dé vuelta cuando fue Detchema a
la posada. Llegó a la hora de comer, y se fue con sus
hombres; su amiga sería servida en su habitación. "Le
hablaré cuando suba'', se dijo la muchacha ..
El jefe estaba totalmente resuelto. Iría al Khang-Tisé
con Detchema. Quedaba por dar a sus camaradas una ex·
plícación plausible del brusco cambio de sus proyectos,
la víspera del día fijado para su' partida .. Pero a pesar
del estado en que el ..vidente" lo había dejado, el as.;
tuto bandido hizo su plan. .
-Tengo que comunicarles una novedad inesperada
-dijo a los hombres cuando estuvieron sentados a la
mesa-. Como es conveniente, antes de salir de viaje, esta
mañana consulté a un "vidente", para saber si las cir-
cunstancias nos eran favorables. Me dirigí a un lama
renombrado que pertenece al monasterio de los ritos
mágicos. La consulta me costó cara, pero quéría. un
consejo que pudiéramos aceptar con toda confianza. Y,
he aquí que el "vidente" declaró que debo ir al Khang-
Tisé.
Exclamaciones de sorpresa acogieron estas palabras,.
pero ninguno de ~os bandidos supuso que el jefe tenia
razones personales para modificar la versión del lama

63
' '
· "vidente". Los tibetanos están acostumbrados a oir orácu-
los en apariencia incoherentes de _esos "videntes" cuyos
sentidos éspeciales llegan tan lejos. El que Carab había
consultado debió basar su respue~ta en profundas ra-.
zones, pensaron los seudomercaderes.
. -¿Debemos ir todos ol Khang-Tisé? -preguntó uno de
ellos.
-No -dijo Carab-. La declaraciól';Idel lama solo me
concernía. Temo no seguir su consejo y atraer la mala
suerte sobre nuestro viaje. Partan sin mí; pediré sólo a
dos de ustedes que me acompañen. ¿Qué dices tú Tsondu
y tú Coring?
.-Encantados -gritaron al unísono.
-Es una ocasión para nosotros, conocer el más santo
de todos los lugares de peregrinación -dijo Coring.
Los demás hombres, envidiaron la suerte de sus com-
pañeros.
-¿Y su hermosa amiga, jefe? ... -agregó Tsondu, va-
gamente irónico.
Todos estallaron en risas.
-No creemos que Garab quiera confiárnosla -dijo unó
de los que debían volverse.
-No tengo ~sa intencion -dijo Garab, también riendo.
Se cambiaron crudas bromas, aunque sin malicia, y
el jefe pidió atención para los asuntos de negocios. An-
teriormente, la parte correspondiente a cada uno de la
venta del botín, había sido arreglada; solo quedaba re-
partir los animales y las provisiones de ruta entre . los
que volvían y los cuatro que irían al Khang-Tisé. Pero
Carab quería dar a sus hombres instrucciones precisas
sobre la conducta que ~ebían seguir en su ausencia.
-Hasta que yo vuelva, ustedes serán pacíficos pas-
tores y sólo se ocuparán de sus rebaños. Cada uno de
ustedes ·vuelve a su tienda, -y no la deja. Sobre todo nada
de. expediciones, . se las prohibo terminantement_e . La
última fue excepcionalmente provechosa; y ha debido

64
atraer la atención sobre nosotros. Aquellos peregrinos
eran gente de nombre, y deben haber hecho gran ruido
a propósito de su desgracia, a lo largo del camino y a
su llegada a casa: .
"Al norte, en China, u1í°jefe militar musulmán nos
~cecha. Los viajeros me lo advirtieron varias veces. Se
sentiría muy feliz de aumentar su caballería con nues-
tros caballos, y pagar generosamente el sueldo de su
tropa, con nuestros bueyes y nuestras ovejas. Se impo-
ne la prud~cia; dejemos pasar el tiempo, que se olvide
la .expedi~ión que tan grandes beneficios nos dio.
"'Puede que mi viaje al Khang-Tisé sea útil a nuestros
negocios.
"Nuestras correrías empiezan ~ ser demasiado cono-
cidas. Las caravanas hacen rodeos para evitar el cruce
de nuestro país. Es fastidioso. Y además, está . la ame-
naza, del lado chino: los soldados del jefe musulmán ...
No me gusta todo esto. ¿Quién dice que ·DO encontrare-
mos un nuevo y provechoso térreno del lado del · Khang-
Tisé, o sobre las rutas que llevan a ella? Sabré ésto 'des-
pués de estudiar los lugares, y puede ser que .nues-
tros dioses protectores hayan señalado al "vidente" que
debía hacer este viaje.
"Cincuenta o sesenta de nosotros podrían establecerse
en esos parajes, por dos o tres años. Los pretextos, -pe- ·
regrinación o comercio- no faltan. ¿Quién imaginada
su paradero? Se puede trabajar con provecho varios años,
sobre las rutas seguidas por mercaderes o ricos pere-
&rinos. ¿Tenemos colegas por ahí? ¿Serán rivales, o po-
dríamos asociamos?· Todo eso hay que exami~rlo bien."
Un murmullo de admiraci6n corrió entre los hombres .
¡Qué bien habla el jefe! ¡Qué inteligente es! El "vidente"
inspirado por los dioses, podía efectivamente haber des-
cubierto dónde los esperaba la buena suerte.
Cansadosdel silencir 1ue tuvieronque guardar·du-
rante el discurso c. :;arab, hecho en voz baja para no
ser oído por los de la posada, los malandrines alabaron ·
la habilidad del jefe.
Una resolución tan importante como la que acababa
él de tomar, ·pedíaser rodada con algunos tragos .
. Uno de los bandidos abrió la puerta del enarto, y
llamó a un sirviente para encargar jarros de aguar-
diente.
Después de beber se ocuparon de la división de
provisiones y · objetos del campamento. Este trabajo
llevó varias horas y luego la necesidad de hacer compras
suplementarias oblig6 a Garab á volver. al centro de
la ciudad.
La pl'9ximidad de su partida para una aventura no
preme.ditada, lo tenia· excitado. Todo Jo que había dicho
a sus ~pinches, fue casi de buena fe. ,El e:mcto sen-
ticlo de las. palabras pronunciadas por el ·vidente", se
deformó en su mem~ y sin darse cuenta claramente,
mezcló sus propios pensamientos. Mientras caminaba por
Ja ciudad, volvió el sentido de la realidad: la vpdad era
que . iba al · Khang-Tisé pera prolongar su voluptuosa
ibtimidad con Detchema. Y le volvi6 la angtistia que
había sentido después · de la entrevista con et •vidente'".
Algo había terminado para él: uh periodo de su vida.
Temía el fufuro. .
Pasó el mediodía sin que Garab hubiera podido avisar
de los cambios a Detcbema. Sabia que sería feliz y no
deseaba disminuir el placer que le darla veda. Mú
valía esperar a la noche, cuándo estuvieran juntos, para
comunicarle la novedad. · ·
Detchema no se sorprendía que Garab permaneciera
ausente; sabía cuánto trabajo reclama la víspera de ·1a
· partida.al· jefe de un grupo de veinte viajeros. Prefería
estar sola, pensar en los mediosde poner en ejecución los
proyectos <fue su arrepentimiento y temor a las tormentas
infernales le habían sugerido.
Su aldea natal !e encontraba muy lejos del lugar don-
de encontró a Carab, y para llegar era necesario atra-
vesar una vasta y desierta región donde los viajeros no
se aventuraban mas que en grupos numerosos. ¿Cómo
hacer? Pretextando un inalestar, proh ibió la entrada a
su cuarto . Esperaba la noche para hablar con su amante .
Llegó la n~he con el silencio; los hombres de Carab
se acostaron ~empn.no para salir al dfa siguiente, antes
del canto del gallo. El jefe subió para ver a su amante y
no pudiendo contenerse , de un salto la tomó gritandQ
alegremente. ·
-No volvéremos a mi casa Mañana partiremos para
viajar como a ti te gusta, durante· meses y meses. ¡Iremos
al Khang-Tisél. • . ¡Dime que me quieres!
-Yo ... escucha .. . tengo que decirte ... - balbuceó
Detchema.
Pero Garab no la escuchaba. Tomando por emoción
las palabrasentrecortadas, la estrechó ardientemente. El
alba aclaró el fino papel colgado de la ventana. Détche- ·
ma no habló con Garab de su resolución y Garab no
le había confiado su inquietud. Como el huraca\n barre
las pajas de los caminos, así, la rifaga de pasión durante
la noche de amor, sacó de su alma presentimientos de
desgracia, remordimientos y hasta el terror del infierno.

•••
CAPÍTULO IV

SEGUNDA PARTE

LA COSECHA
El Khang-Tisé. - El fantasmacriminal dd . yogui. - La sed de
inmorta1icfad. - El arte de extra~r vitalidad del compañero dlJrl!nte
las relaciones amorosas. - Las hierbas mágicas del Tibet .

Ocho días de$pués, Garab y sus compañeros acampa-


ban al pie de la montaña santa. J>retextando que después
de un viaje tan largo, todos precisaban descanso, el
jefe no se apresuraba a cumplir el rito que prescribía
a los peregrinos dar vuelta . al macizo montafioso, en
cuya cima Mahadeva el más grande de )os dioses tiene
su corte.
El iniciado en las doctrinas esotéricas del misticismo
hindú concibe está corte fantástica como una imagen
del mundo, una proyección mágica e ilusoria del pen-
samiento del dios sentado, solo, en meditación sobre Ja
cima nevada, inaccesible. Otros que han .penetrado me·
jor el simbolismo de la leyenda, contemplan sobre la
cima la llama de su propio pens~mientci creando, des-
truyendo y recreando incesantemente él universo, con
sus dioses, sus demonios, sus seres y sus formas innµme-
rables. Estos murmuran en voz baja el credo de los
grandes místicos vidantistas: "¡Siva Ahaml" Yo soy
Siva, soy el gran Dios ( Mahadeva).
Pero Garab ignoraba e) profundo saber de la India y

68
jamás había frecuentado los sabios de su país. Para ·él, .
como . fue para su madre, el Khang-Tisé abrigaba en
. sus repliegues hordas de ·~nio~ , <le had~, de demonios,
todos sometidos a un díos temible, vestido con una piel
de tigre y ~domado con un largo collar de cráneos
humanos.
Garab tardaba y no sabía por qué se sentía· retenj.do
por lazos invisibles. Sus días pasaban errando sin objeto, ·
inspeccionando los lugares con curiosidad ansiosa, como
si estuviera por hacer algún descubrimiento. El secreto
de su nacimiento l)Cupabasu mente, observaba los yoguis
venido!: del Nepal, o clel Norte de la India , escrutaba sus
rostros emb¡,¡dumadoscon ceniza, tratandC\de l\clh,i!:ar .;u
edad, unaginando que uno dP eHos podía ser su padre.
¡e.u· ¡n,lr~!. .. No babia pensado en él desde el día
que interrogó a su amo, el granjero ·Lagspa. El vago
deseo que tuvo en Lasa de ver el lugar donde había sido
concebido, sólo se refería a su aspecto físico. No sentía
ninguna .·simpatía por el desconocido que una noche
había abusado de la simpllcidad de una inocente criada.
Pero, al llegar · al pie de Khang-Tisé, le pareció que
recuerdos indefinibles surgían en él, recuerdos de un
pasado al que sólo .lo unía un germen que le dio el
cuerpo.
Conwia rara. sensación, el indiferente jefe de bandidos
se sentía :llamado p"r una fuerza, · cuya naturaleza ig-
noral>a¡.,.ltaciá un objeto desconocido. trató en vano de
sacarse esa obsesión .que lo dominaba día a día, ésta
se hacia ·más fuerte, y el amor por Detchema quedaba en
último plano. Varias vecesla joven le pidió que retomaran
la ruta. Creía que el aire .de esa región le hacía mal a la
salud, su sueño era agitado, y se despertaba deshecha ·
por el cansancio. ' · .
Tres senderos ofrecía la montaña a los peregrinos para
rodearla: el inferior, relati~ente fácil de recorrer; el
'del medio, que presentaba dificultades mayores, y el

69
más alto de todos, escalanúento de cuestas abruptas, que
los vigQrosos montañeses se aventuraban a recorrer a
pie sin peligro. Los méritos adqwridos por los fieles,
awnentaban en relación a las fatigas que . afrontaban.
Las bendiciones eran más considerables para los que
recorrían el sendero alto, que para los que se co::i-
tentaban. con recorrer el pie del monte. La ambici6n
piadosa de Detchema, s6lo llegaba al mínimo de méritos.
Mientras tanto, Garab, que siempre satisfacía los
menores deseos de su amante, se mantenía ahora elu-
sivo, y no concretaba la partida. Partía por la mañana,
nadie sabía hacia d6nde. Sus hombres creían que estaba
cumpliendo ciertas prácticas religiosas secretas destina-
das a traer buena suerte a sus futuras expediciones. Como
se habían aprovisionado ampliamente en varias ocasiones
en el camino, los víveres no faltaban, y cuando un tibe-
tano ·puede comer copiosamente, es raro . que se inquiete
por otra cosa.
La impaciencia de Detchema no hallaba apoyo en
sus compañeros de viaje. Una lasitud física, después de
varios meses de amor, o quizá el raro estado psíquico de
<;:;arab
, le hacía descuidar a su amiga. A menudo du-
rante la noche quedaba desvelado,· al acecho, sin raz6n,
movido por un imperioso instinto. Una noche mientras
· velaba, vi6 vagamente en la oscuridad, a Detchema
agitándose entre las mantas que le servían de lecho~
Parecía luchar, debatirse; sus movimiéntos duraron unos
instantes, luego suspiro y quedó inm6vil. Un mal suefio,
pens6 Garab. Pasaron dos días, se repitió el incidente,
pero esta vez la lucha fue l!lás vi?lenta y prolongada.
La joven grit6.
-¿Qué pasa? -pregunt6. Garab, tomándole la mano-.
¿Estás enferma?
- ¿Por qué no me defiendes? -balbuce6 Oetchema, aún .
dormida-. ¿Dormías?. . . ¿La has visto partir?

70
-¿Quién?-preguntó Garab. Detchema se despertó del
todo. .
-¿Qué dije? -preguntó. denotando ansiedad. Garab se
dio cuenta de que no responderla con franqueza si la
presionaba con preguntas.
-Has gritado -declaró- y luego murmuraste algo in-
comprensible. ¿Sufres? Quizás rugieres mal. o te has
acostado en mala posición.
-Sí, puede ser -dijo la joven.
. .-Trata de volverte a dormir -aconsejó Garab, y S'e
envolvió en las mantas cerca de ella, pero sin tomarla
ipara tranquilizarla. Tenía curiosidad. Quería saber, y al
día siguiente, sentado con la espalda apoyada en una ·
roca, bastante lejos del campamento 1 . pensaba en . la
conducta de Detchema'; y si a la noche habría un in-
cidente análogo. De pronto sinpó claramente ·sobre él, la
presión de algo que lo envol~ía, se insinuaba, se introdu-
cía en él Era la hora del crepúsculo, los objetos se
distinguían aún con nitidez. Estaba solo, nada visible lo
t@caba.Sin embargo, la presión a la vez ligera y fuerte,
persistía .
. Con un gesto instintivo habitual a la gente de su país,
Garab sacó de la vaina e l ·sable corto que llevaba
en su cinturón y a la vez saltó. Aquello que ]Q agarraba
lo dejó. Liberado, volvió al campamento; vagamente cons-
ciente de ir acompañado. No dudaba que uno de esos de-
monios, habitantes de la montaña, quería dafiar a él y
a su amiga. Lo mejor, pensaba, sería alejarse lo antes
posible de ese lugar en que se habían tardado demasiado,
debido a: propósitos sin coherencia, y así, caído en la
trampa que el demonio le .había tendido para retenerlo.
Al día siguiente, se pondría en marcha. De todos modos,
al volver al campamento, no le comunicó a Detchema su
resolución; prefería no distutir . en voz alta la cuestión
de la partid a, esperando, como hacen los tibetanos, poder
engañar al demonio en lo concerniente a sus proyectos,

71
y así, impedir que los siguieran. ¿Qué medio emplear
para ésto? Quería pensarlo. ·
Hacia la. medianoche, una sensaci6n de frescura lo
despertó, ráfagas de viento entraban en Ja tienda ~xa .s
cortinas flotaban haciendo. un chasquido seco. Poi'\ .la
abertura, la luna · poniéndose, proyectaba una claridad
rojiza, y Garab distinguió una forma humana: la de un
yogui hindú. Su cara embadurnada de ceniza, tocando
la de Detchema, y sus labios estaban golosamente pe-
gados a los de ella. ,. · ·
Instantáneamente Garab estuvo de pie, pero más rápido
que él, el fantástico visitante ya había huido. Garab vio
apartarse las cortinas, luego caer; salió, pero el espacio
que rodeaba el campo, estaba totalmente desierto: Dio
varias .vueltas a las tiendas, exploró los· alrededores sin
que sus' ojos y oídos descubrieran la presencia de un ser
viviente. , ·
En la tienda, Detchema ni se movió, y, al· entrar su
amante, parecía dormir tranquilamente.
:-iHas p~ado una .buen;l noche? -preguntó Garaí:>nl
levia..:.tarse.
-Sí -respondió ella lacónicamente.
-¿No soñaste? -insistió Garab.
-No -respondió nuevamente, peJ.'.Osu voz temblaba . ·
Gara}:>no. hizo µiás preguntas. Estaba seguro de no
haber soñaqo. Vio al yogui y salió a buscarlo. ¿Quién era
ese .siniestro. intruso? ·
¿Sería una Jorma ilusoria r.evestida por el demonio, o
se trataba de un verdadero yogui experto en magia,
capaz de hacerse invisible para lograr sus prop6si~os,
o .iún más, capaz de proyectar a lo lejos un "doble':'
et~reo de ·sí mismo que pareciera un hombre verdadero?
Cualquiera fuese , su. naturaleza, el visitante nocturno
estaba evidentemente animado de intenciones lascivas.
La agitación de Detchema en. las noches .anteriores~ Stt
grito, las palab:-as balbuceadas: "¿La viste venir?'",ip~
72
dicaba que ella había percibido ese ser abominable en
varias oportunidades. ¿Por qué po le había hablado de
ello? ¿Por qué esas negativas, esa reticencia? ¿Era posible
::¡ueno se hubiera despertado c~ndo él se levantó brus-
camente para atrapar a esa aparición? ¿Era posible que
ella no sintiera esos labios sobre los suyos? ·
Garab et-daba en aceptar · el encadenamiento lógico
de los hechos que tenía ante sí: la lucha de su amante
para rechazarlas tentativas lascivas de que fue objeto,
la repetición de ello, luego la aceptación ... el placer,
tal vez. ¿P,.refería ahora Detchema las caricias de su
amante fantasma a las suyas?. . . Una rabia furiosa le
invadió ante esa idea .
Y de pronto recordó la atraña historia que su madre le
había contado, la forma en que lo concibió y que él no
había creído. ¿Sería verdad que en ese lugar, seres de
·otro mundo, asaltaban a las ·mujeres _de raza humana?
Otro sentimiento se meze1aba ahora a su cólera: el
deseo de aclarar el misterio, •y saber a quién debía su
vida.
Veló esanoche, y a la siguiente y aún. otra más, sin
que nada: insólito sucediera.
El yogµ.i no volvería; ¿ya no deseaba a Detchema?
Garab no deseaba permanecer en ese Jugar donde se
ejercían fuerzas maléficas. ¿Era curiosidad, malsana,
demorar fa ·partida para averiguar algo sobté la apari-.
ción de es~:enamorado fantástico? Se reprochaba el uso
que bacía ~é su amante, al retenerla en ese lugar como
cebo pata ese ser sin duda demoníaco que quería ver,
tocar, conocer; se sentía criminal, pero no patti6.

Cuatro díascorrieron apacibles. A·1a noche del cuarto,


Garab y Detchema cenaba"',_como siempre, con sus d~s·
compañeros, cerca del fuego ardiendo, a pleno aire,
entre gran~ ·piedras que · sostenían la marmita del té.
Terminó la cena, y Détchema volvió a la tienda que com-

73
partía can Garab, mientras éste se quedaba conversando
conlos dos hombres.
Terminadala cha:rla,Carab fue a su tienda. Cay6 la
noche tendiendo un velo azulado sobre el paisaje, pero la
claridad era suficiente para distinguir los objetos.
Garab levantó la cortina, y quedó peqificado. E) yogui
estaba ahí, de espaldas a la entrada. El yogui se aproxi-
mó, horror y deseo se unían en su cara livicla, a Detche-
maque no hizo movimiento alguno; lentamente adelantó
un brazo, luego el otro, y la tomó por los hombros. Garab
fuera de sí, olvidando su curiosidad y proyectos de in-
vestigación, se arrojó sobre el odioso personaje. Este
volvió hacia él su máscara cenicienta, e instantáneamente
el jovert sintió su boca apretada por los labios golosos del
monstruo. Se debatió, tratan<f.o de apartar al espantoso
ser, pero sus puños solo encontraron el vacío. mientras
sentía aumentar la horrible succión, aspirando .sus fuer-
zas vitales hasta lo más profundó ' ·de su ser.· Continuó
· luchando, tratando de salir de la tienqa, en la esperama :
de ser socorrido por sus hombres. En 1a lucha volcó al-
gunos objetos, y el ruido ·atrajo )a atención 'de los hombres
que habían permanecido junto al fuego.
Gp_ring. que venía a ver si algo se había roto y su jefe .
precisaba sus servicios, vio espantado a este debatirse
angustiado, con un adversario invisible. .
Al oír sus gritos acudió Tsondu, y Garab vio desvane-
cerse la forma del yogui, al mismo tiempo que cesaba
el horrible contacto de los labios asesinos. ·
Los hombres encontraron a Detchema desvanecida en
la tienda.. ·
Gar ab no tuvo que dar ninguna explicación; sus com-
pañeros se habían formado inmedia~ una opinión
con ,respecto al extraño incidente: el lugar estaba habi-
tado por demonios y uno de ellos había querido matar
a su jefe.
La orden que esperaban vioo inmediatamente :

74
-Partimos ahora mismo.-dijo Garab.
-Naturalmente -respondieron los dos hombres: Reavi-
varon el fuego; con su luz ataron los bagajes y cargaron
las bestias. Menos de una hora después del siniestro
combate, los viajeros se ponían en camino.
Marcharon durante dos días, haciendo paradas muy
cortas, huyendo, espiritualmente trastornados, pensando
solamente en ponerse fuera del alcance del peligroso
demonio que había atacado a Garab. Este no había ha-
blado a sus compinches de lo referente a Detchema.
Finalizaba el segundo día, cuando llegaron a un cam-
pamento de pastores. La cercanía de seres humanos, el
cuadro familiar del ganado paciendo, alrededor de gran-
des tiendas negras, muy parecidas a las de su país, calmó
el espanto de los fugitivos. Se detuvieron cerca, y Garab
recomendó imperiosamente a los dos hombres y a Det-
chema, no dejar escapar una sola palabra . que pudiera
hacer sospechar a los pastores del ataque de que habían
sido objeto. Si se enteraban de que los demonios se les
habían aproximado, los dueños del rebaño temerían que
tras ellos hubieran traído algunos. Les prohibirían acam-
par ahí, y hasta podían maltratarlos.
Sin embargo, Garab seguía con su idea. No renunciaba
a descubrir el misterio de la personalidad del yogui, y
sobre todo quería protegerse y proteger a Detchema,
contra nuevos ataques. ¿Era suficiente haberse alejado
del lugar, para sentirse seguro? Garab lo dudaba. El
también creía q\,le los demonios persiguen a quienes se
han unido. Quería consultara. un lama competenteen lo
qué a fantasmas concierne, y saber por él, quién era ese
ser que había visto en la forma de un asceta hindú. Si
era necesario se haría exorcizar, y naturalmente, también
a Detchema. Sobre todo a ella que, descubrió, tenia
deseos perversos. Durant e las cortas paradas, la había
tomado de nuevo con el frenesi sensualde los primeros
tiempos. A esto se mezclaba, sin embargo, la cólera.

75
Carab creía adivinar que estrechada entre sus brazos, su
amante soñabacon los brazos del "otro",a este pensa -
mient<;>que lo volvía loco de celos, aumentaba al mismo
tiempo, la sed que tenía de ella.
.. Al día siguiente de su llegada, Gara:t> se llegó a las
"tiendas de los pastores , con el pretexto de comprarles
manteca. Se presentó como mercader del lejano país de
Kham, llegado al Khang-Tisé en peregrinación, con su
mujer y dos amigos. Les dijo que había tenido sueños
inqµietantes a propósito de asuntos comerciales confía
dos a su socio, y deseaba consultar un lama •vidente'' ;
¿había alguno cerca? preguntó .
Un ngagspa, 1
le respondieron los pastores, . vivía cerca
de un .campamento vecino, a . una jornada - de marcha
hacia el norte; los pastores de la región le tenían en
gran estima.
Ciertos ngagspade modesta, y, hasta casi vulgar apa -
riencia ; viviendo como siJnples paisanos , son a veces,,
!xpertos magos, pensó Garab, y resolvió probar su suerte
con este que le indicaban: ~ tal Koushog Wangdzin.
El pequeño grupo se puso en camino, y encontró a
Wangdzin en el lugar qué le habían indicado. . .
Este poseía realmente un don de clafividencia muy
grande. Escuchó atentam ente el relato que le hizo Garab ,
y se sumergió largo tiempo en una profunda meditación.
Luego dibujó un diagrama sobre el suelo, con . ~os .
de centeno, y ord enó a Garab echar en él, · p~d una
piedra blanca, luego una negra , y en tercer lugar una
manchada. Hecho esto examinólos lugares del cy~ujo
sobre los cuaJes habían caído las piedras y fiÍllmente
declaró: ·
-En su caso no se trata de demonios ni de hechiceros .
El ser que se ha apegado a usted, es un extranjero en el
. Tibet. No puedo ,influir sobre su conducta, no V«?O nin -
gún lazo entre él y yo. Consulte a un asceta hindú,
l Experto en usar fórmulas migicas secretas; un mago.

76
· versado en las ciencias ocultas tl.e su país; él podrá sin
duda, darle consejos útiles. Sin embargo, sea prudente.
No confíe lo que n:ie ha contado al primer peregrino que
vea, envuelto en un pedazo de tela naranja y llevando
un collar de roudrachs, o un bastón terminado entri-
dente. Gran número de esos supuestos santones, son mi-
serables impostores. Peor todavía, se arriesgaría a entrar
en relación con un individuo prácticamente de alguna
baja especie de hechicería de que usted podría ser víctima.
-Pero, ¿cómo haré? -gritó Garab desesperado-, uno
de esos demonios ya me ha atormentado, y usted me
dice que estoy en peligro de ser atacado por otros! Ade.-
már¡ ¿,cómo podré hablar con uno de esos yoguis de la
India? No conozco su lengua: .
-Creo que puedo ayudarle -respondió Wangdzin-.
Debe consültar a un asceta nepalés, que vive en una ermi-
ta, en una de las laderas del Khang-Tisé. Hace más de
diez afios que .vive , en ese lugar. Antes vivía entre los
cherpas de la frontera; entiende y habla perfectámente
el tibetano. Lo vi cuand9 llegó a esta región; y lo tuve de
huésped durante algunos días. El año pasado , fui. a pre-
sentarle mis respetos. Es un gran yogui que conoce el
secreto de las cosas y posee poderes sobrenaturales. ·Le
daré un guía para conducirle a la entrada del valle.·
Cuando llegue a ese valle; diríjale tina plegaria respetuo-
sa, él la oirá, y si:acepta que usted ·le vea lo guiará hacia
él por signos; esté atento a esas señales, nose equivoque.
"Subiendo por el valle, verá hacia el Norte, una cadena
de montañas blancas. Desde ahí estén alerta. Si usted
hace un alto con sus compañeros, y se sientan sobre
la hierba, que ninguno se llevela menor bri?;na a. los
labios. A la vista de esas montañas blancas, crecen dos
clases de hierba, que la gente común no sabe distinguir
de las especies que conoce, y que poseen extraña~ , pio-
piedades. · · · ·
~na de esas hierbas, ~ un a&odisfacomortal.1 Los
· que la mastican, se vuelven locos. Pierden su energía ·
vital, sus arterias se va~ y mueren entre tormentos
comparablesa ló.sdel infierno.
"'La otra clase de hierba, da a los que la mastican, la
visión de mundos de dolor' y de los desdichados que
los· habitan. ·· ·
-Un monje llegado al IChaog-Tiséen compafifade pe-
re~, hizo un alto con sus amigos, en un lugar dónde
esta lµerba brota, y después de comer unas Drimas de
hierba, vio un abismo abrirse a sus pies. El estremecimien-
to que sintió Je hizo escupir la hierba que ' tenía entre
los dientes, y la visión se desvaneció, tan rápido como
había venido. Este monje ~bía ·de oídas, las propiedades
de esta hierba milagrosa; compr~di6 que ~a era la que
le permitió ver la entrada del iDfterno, y lamentó viva~
mente haber perdido la ocasión de vtt los misterios de
esos mundos invisibles para los humanos.Buscó la hierba
que había tirado µ otras semejantes, pero todos sus es-
fuenos fueron vanos. ·
'"Cuando sus oompafieros ~ la marcha, se negó
a ,egwrlos, obstinándose en su busca. Durante muchos
aftos ,e quedó en ese lugar; se hizo una choza, y puaba
todo su tiempo en examinar la hierba y masticar las
hoju. Poco a poco, su espúitu se altero, y, cuando .mu-
rió ~ha completamente loco.
-rras las montaftas blancas, existe realmente un abis-
mo que comunica con profundidades secretas, pero ~
verlo, hay que poseer una vista sobrenatural. El que no
sea un potente waldjorpa, (yogui tibetano), no debe
aventurarse en esos parajes.
t Oi decir Jo mismo de una hierbaque crece en el pals de
Lopu, cerca de Tsari, un famoso lugar de peregrinación al sud-
este del Tibet.
t El budismo no admite penas eternas. Los distintos púrgatori05
. e:a que ,e nace o se mueré para ~acer en. otr«?,smundos.

78
"Póngase en camino desde mañana. Se necesitan cuatro
'días para llegar a la ermita del venerable asceta. Cuando
lo vea, dígale: "mi cuerpo, mi palabra y mi espíritu a
sus pies"; 1
-Vamos a ver a un santo anacoreta -anunció . Garab a
los suyos-. Su bendición echarA los demonios y n~
preservará de todo mal · .
Les recomendó evitar cuidadosamente esas hierbas, o
pajitas para limpiarse los dientes, porque el ngag,pa
Wangdzin le advirtió que eran venenosas. El guia se
detuvo a la entrada de un valle, recordó a Garab que
debía dirigir una plegaria al yogui, para que éste le
indicara el camino que llevaba hasta él. Se prosternó en
testimonio de veneración hacia el santo asceta, y se
volvió. · ·
En seguida subieron el valle, escalonado entre pen-
dientes abruptas , sin rastro de senderos . Después de al-
gunas horas de marcha, vieron a lo lejos, una linea lu-
minosa de picos nevados contra el cielo. Las montañas
blancas ·de que Want:,n habla hap~do : ¿Debían se-
guir más lejos? ¿No . ían pasado ya el sendero que
conducía a la ermita'i> Pero como no habían visto nin- ·
~ sefial, continuaron la ruta. La cadena de montaiias
se hacía más visible, uniformemente blanca, pero con
una blancura que no era la de la nieve .
De pronto un pájaro dio un grito estridente; todos se
dieron welta para verlo. Sobre una roca, un i>'jaro
copetón batía las alas. Gritó varias veces del mismo
modo, luego voló y fue a posarse más arriba, sobre otra
roca donde comenzóa gritar de nuevo. No había sendero
visible de ese .~&, pero la pendiente podía ser subida
sin dificultad. Ga:rab pensó que el pájaro podía ser en-
viado por el ermitaño, y dio algu0?5 pasos en su direc-

1 Flirmulaclúica de homenaje muy lffÍ,etuoso, q~ se dirige


a Joagrmd• QOlltemplativos. .

79
ci6n. Entonces el' gracioso animalito, agitó de. nuevo las
alas y voló hasta otra roca que dominaba la que acaba-
ba áe dejar ..
Garabno dudó más.
-Acampen . aquí -dij~. Voy a probar mi suerte y ver
adónde me lleva este pájaro. -De roca en roca, .el pájaro
condujo a Garab , cada vez má.s arriba , sobre la vertiente
de la montaña. Durante algún tiempo, Detchema y los
dos hombres siguieron con los ojos ~ jefe que se alejaba;
luego, desapareció; los gritos del pájaro eran cada vez
más d~biles, y luego ~ hizo el sil~cio,

Garab se pi'ostem6 ante «:l ermitaño, un viejo d e


apariencia r.obusta, enteramente desnudo , salvo un trozo
de tela de algodón, anaranjado, que formaba un corto
dotí~ .
-¿Qué es lo que te trae, hijo mío? ¿Qué deseas ~e mí?
-le pregunt6 el yogui con bondad-. Y antes que nada,
¿quién eres?
Garab declaró francamente, todo lo relacionado .con
la humilde condición de su madre, su ~acimiento de un
padre desconocido; pero nada - ~~
-Es ·as son cosas antiguas -hizo ·notar el viejo-. Pero,
¿después?. . . ¿Para qué has venido a Kailas? 2 ·
•¿Peregrinación? . . , No estás -solo, tienes compañeros,
caballos en elvaJle : Eres rico. ¿De dónde viene lo que tu
·, posees?" . .
Garab adivinó que el ermitañ_o le haéíapreguntas para
probar su sinceridad, pero que ya sabia _todo lo que a ·él
concernía.

1 El traje naciooal hindú, una pieza de tela envuel~ ~edor


de la cintura, pasada luego entre las piernas formando .una especie
de pantalón. ' ·
2 Nombre hindú del Khang-Ti sé. ·

80
-Usted sabe esas cosas; señor ermitaño (jowo . gom-
chém) ·-dijo humildemente-. Soy un gran pecador.
-No me corresponde enseñarte la buena senda -declaró
el asceta-. Luego encontrarás un ertnitaño de tu país
que lo intentará. Cuando ese momento llegue, trata de
aprovechar sus Ieee.iones. ·
"Has tenido \.isionés que te han asustado, ¿no es
cierto?. . . .
"Escúchame atentamente: Tú eres el hijo de un
hombre de la India. Tu padre era uno de esos Bhairavis,
de costumbres disolutas, que practican )1Ila magia de-
moníaca para atrasar indefinidamente el momento de la
vejez, reparar el -desgaste de su cuerpo y llegar a la
inmortalid.ad.
"Debes saber que el mago experto en esta ciencia
maldita, puede absorber •el soplo vital de otros seres,
aspirándolo de su boca, y que por un procedimiento
más misterioso aún, · la energía ·que suscita y alimenta
todas las formas de vida, puede ser absorbida por el .
hoinbre, a expensas de la mujer, en el curso de las re-
laciones sexuaies.
"Este es un prodigioso secreto, que los iniciados 'cri-
minales usan, haciendo numerosas víctimas, porque las
mujeres que se convierten en su presa, mueren en poco
tiempo. .
"Pero muy pocos de estos. demonios humanos mantienen
el esfuerzo durante el tiempo necesario para tener · éxito.
Para alcanzar el objeto del rito, el practicante debe ser
capaz de permanecer impasible, sobreponiéndose a todo
deseo de gustar un placer sensuaL Hombres de espíritu
impuro y cruel, moviq.ospor motivos egojstas, no son tan
capaces de una disciplinatan severa:la mayoríade ellos
sucumben un día u otro, .al llamado de sus -sentidos, y
ese día están perdid~. La vitalidad que han robado a
otros, se escapa por todos los poros de su cuerpo, y mue-
ren prontomiserablemente.
81
"Así ha muerto tu padre, porque te dio la vida que
debió preservar en -él ·
"Ha muertolejos de su paísnata~ y comono tuvomás
descendiente que tú, nadie- ha celebrado en su bc umcio,
los ritos que dan al espíritu désencarnado, el nuevo cuer-
po que necesita para entrar en él mundo de los antepa•
sados.1 .
'"Por no haber obtenido los elementos indispensab.les.
para la formación de ese nuevo cuerpo, el espíritu: de
tu padre se ha convertido en un fantasma en el cual
persiste la sed de sensaciones probadas cuando vivía y
los malos instintos que lo animaban entonces. Se esfuerza
en sostener 'la e~stencia de su ..doble· sutil, y en alimen·
tarlo. recurrie~do a las prácticas a que se dedio6 en vida.
•euando Begaste a Kailas, concentrando tus pensa-
mientos.,en este lugar, y sobre el hombre que te había
engendrado, has atraído ~agnéticamente al espíritu de.
sencarnado qqe recordaba el acto que lo llevó a su fioal.
Ha reconocido su sangre y se ha apegado a ti, queriendo
quitarte la vida que te dio a expensas de la suya. Tu amor
sensual por la mujer que te acompafia, también allmenta
la sensualidad cruel que subsiste en él Ha querido po.
seer a tu amante para robar su fuerza vital y la .ener~
psíquica que tú ·has podido comunicarle . Los dos ~ - -:-· - --
ser · sus víctimas, pero ·yo los sa)varé.
"En el caso presente, no pueden celebrarse los ritos
funerarios que se usan en la lpdia. B~ realizar . la
parte esencial. Aunque siendo un sannyasin I he renun.
ciado a toda práctica religiosa,_como brabmin, tengo de:,
recbo a celebnp-las. Mañana lo haré por ti.'"

1 Es una creencia hindú. El mundo de los antepasadoses el .


Pibi loa. ·
' Asceta de orden su??"k>rque ha renunciado a toda ligadura
coneste mUDdo,renunciado a la gloria póstuma y al renacimiento
en el mUDdode los clioses'.Los SIJlllyasimson vedantistu pan.
teistas, que tratan de identificarse con el ,er único.

82
Entonces el ennitafto dio a Garab unas galletas de
harina, para su comida de la noche, y lo invit6 a ~sar
la noche en su choza. ·
A la mafiana siguiente el yogui prepar6 pequeñas
bolitas de arroz, luego, llamando al difunto, se las
ofreció, pidiéndole que reuniera fuerzas para atravesar
los ríos y las gargantas de la montaña, en su viaje al
mundo de los antepasados, y conjurándolo a no abandonar
la buena senda, para no perderse. .
-Hijo mío -dijo a Garab- tu padre quiere algo de ti;
dáselo, para que no .tome más. -Le orden6 arrancar al-
gunos hilos de su traje, y algunos cabellos, colocándolos
entre las ofrendas y ·diciendo: · .
"He aquí una vestidura para ti, oh padre, no me quites
nada más para tu provecho" . .1 • . .
Cuando todo hubo terminado, el ermitaño ech6 el
arroz, los· hilos y los cabellos al fuego. .
-Nada de todo esto, debe quedar en las cercanías de
mi morada -dijo.
Ordenó a Garab hacer upa escoba de ramas, y barrer
cuidadosamente el lugar en que se habían depositado
~ ofrendas, y el terreno . alrededor de ellas. Era nece-
sario borrar todo rastro de las ofrendas y · del fantasma,
que vino a absorber el principio sutü, para que no pu-
diera reconocer el lugar y sentir la tentación de volv~r.
Debía seguir directamente su ruta hacia el · país de los
antepasados, donde descansaría , hasta renacer una vez
más en condiciones felices"mediocres o penosas, según
lo merezca. · .
-Ya no tienes nada que temer del yogui fantasma, hijo
mío -dijo el ermitaño, despidiéndolo- pero sí debes te-
1 Estos términospertenecen al ritual hindú del sraddha o rito
funerario. Lo que se teme que el muerto robe, es la vida de su!t
parientes, que está· tentado éie apropiane para perpetu ar la suya,
en un estado donde permanece.comofantasma,en relación con
nuestromundo.

63
mer los resultedos de tus actos pasados. Te lo repito, te
acercarás un día, al ~o de la salud. Aprende a re-
. conocerlo entonces, y no retrocedas más . .
Durante las semanas siguientes, el jefe y los suyos,
dieron la vuelta a la montaña, luego dejaron ·el J{hang-
.Tisé, volviendo hacia el este, hacia el lejano país de
Kham.
• • •

84
CAPÍTULO V

Derrota y ruina de los pastore~ bandidos, - El vado trágico . - Un


médico hechicero trae al jefe herido . - Su amante entra a un
convento,

-Hasta fui vuelta ustedes serán pacíficos pastores, y


no se ocupen más que de sús rebaños. Sobre todo,.nada
de expediciones. Esperemos que se olvide ésta que fue
tan provechosa. En China un jefe musulmán nos acecha,
y sería muy feliz si ustedes · 1e dan· el menor pretexto ·
para .atacarnos y apropiarse de nuestro ga,nad<,>.
Que todos
·to sepan. Es necesaria .una gran prudencia, si no que-
remos atraer la desgracia sobre nosotros. .
Así había exhortado Gara'b a sus compañeros, al se-
pararse en Lasa, y éstos repitieron. sus palabras al llegar
a sus respectivos .campamentos. '.fodós alabaron su. sa-
biduría y duránte meses, las 6rdenes del jefe fueron obe-
decidas al pie de la letra. Pero el tiempo pasaba y Ga-
rab ·no volvía. ¿Le había ocurrido un aécidente?. . . ¿es-
taba enfermo?. . . ¿o muerto, tal vez?. . . Había expre-
sado la intención de hallar un .terreno adecuado a la ex-
plotación. Posiblemente lo había encontrado, formado
otra banda y estaba en camino de enriquecerse, mientras
. ellos seguían inactivos; en sus tiendas, como mujeres,
dejando pasar las caravanas de mercaderes que cruzaban
la· r.eg~ón
; ,. .
. EJ-1:iempopasaba y estas ideas, vagas al principio, fue-
85
ron tomando consistencia. Empezaron a expresarlas tí-
midamente entre amigos. Luego las oiscutieron abierta-
mente en los co~sejos de jefes y de ancianos. Tentados
por el pasaje de las caravanas, se hacía difícil frenar la
avidez, y uno de ellos secretamente celoso de Garab,
la incitaba, en la esperanza Qe apoderarse del lugar del
jefe, dando un golpe provechoso. .
Llegó el día en que incapaces de contener sus instin-
tos de aves de rapiña, decidieron organizar la bandabajo
la dirección de Dawa, el hombre impaciente por ser
jefe. ·
Se habían señalado · dos caravanas. Una transportaba
merpaderias de China al país de Ca y pasaría cerca de
los lagos gemelos: Qyara y Nora. 1 La otra era la carava-
na anual de los tibetanos de Amdo, _que van a vender
caballos y mulas a Lasa. El rebaño que escoltaban com-
prendía más de trescientas cabezas. Como ·de costum-
bre, atravesaban las planicies herbosas al oeste de los
campamentos de los bandidos por Tsaídam y Hor ~ag-
chulca. .
Las dos caravanas fueron atacadas, con pocas semanas
de intervalo. Los de Amdo se defendieron vigorosa-
mente, y los malandrines sólo pudieron apode~e de
una pequefia parte del ganado, y dejaron dos muertos
en el campo de batalla. Por otra parte, uno de los mer-
caderes chinos que iban a Ca, se ahogó en un torrente
al tratar de huir, cuando fueron atacados . . De los tres
heridos de Amdo, uno mwió en camino, cuando sus
compafieros lo llevaban al Tibet central.
Estos atentados, después de un período de relativa
calma cónmocionaron la opinión pública, tanto en la
frontera con China, como en el Tibet. Los comerciantes
· de ambos p~íses reclamaron el castigo. El general mu-
1 Nombres .tibetanos de 101 lagos llamados Oring :r Norfng en
lós mapas.

86
sulinán que hacía tiempo preparaba una expedición que
fuera provechosa a sus tropas mal pagadas, se ·s~tió
feliz de que se le diera la ocasión de aparentar que ha-
cía justicia y lograba la seguridad para los viajeros ho-
nestos. Sus hombres, la mayoría chinos mestizos con
turcomanos, · todos bravos y bien entrenados, cayeron
sobre los campamentos y triunfaron ante una resistencia
mal organizada. Gran número de pastores murió en
combate; los prisioneros fueron todos masacrados.
Los éxitos d e Garab durante una docena de años de
bandidaje, habían atraído la atención del general, y
éste mandó una expedición para traerlo vivo o muerto.
Su cabeza sería expuesta en una ciudad cerca de la
frontera, para intimidar a los que quisieran imitarlo.
Los musuhnanes pensaban que el célebre bandido
estaba a la cabeza de sus tropas, rigiendo la defensa,
pero Garab sin sospechar lo que sucedía, voh1a del
Khang-Tisé.
Las señas particulares de Garab, dadas por las víc-
timas anteriores, no correspondían en absoluto .a la fi.
sonomía de Dawa, jefe actual, y causante de las re-
presalias tan temidas por Garab. Los oficiales musul-
manes ·no se engañaron. Dawa fue hecho prisionero.
azotado ferozmente y les dijo cediendo ante el doJor,
que Garab había partido hacía mucho tiempo, con su
mujer y dos compañeros al Khang-Tisé. Agregó que no
. tardarían mucho en volver. Después de dar esos datos,
lo mataron a palos.
Terminada la operación, el grueso de la tropa volvió
para llevar el ganado de los vencidos, incluido el de
1
Garab. Algunos puestos militares diseminados en el
P"fo, fueron encargadosde vigilar que las tribus dis-
persas, no formaran nuevas bandas. Tenían orden de
apoderarse de Garab y los suyos. Las vastas mesetas
v~lvieron a la calma .y al silencio.

81
En su viaje a Lasa, Garab había atravesado las llanu-
ras•aesiertas que se extienden al nortede HorNagchuka.
En estos parajes atacó a fa caravana de peregrinos mon-
goles donde hall6 a Detchema. Pero al volver del..J(hang-
Tisé, prefirió una ·ruta habitada, después de tanta só-
ledad. · Se encaminó· áI norte, hacia Tcherkon, 1 distante
unos doce días de marcha de su campamento habitual.
Fue cerca de Nantchén, poco después del territorio
gobernado por Lasa, que se ,enter6 de lo sucedido meses
antes entre sus amigos.
Un aldeano que venía en sehtido inverso se detuvo
lanzando una exclamación de sorpresa.
-¡Que los santos lamas nos protejan! ¿Eres tú el
jefe Ga.rab?· · .
-Yo soy -respondió éste tranquilamente.
-¿Y qué haces aquí?
-Vengo de una peregrinación al Khang-Tisé y vuelvo
a mi casa. ·
-¡A tu casal. . . ¿Entonces no sabes nada?
El hombre ·rápidamente contó lo que habfa ófdo. so- ·
· bre la expedición· .de los musulmanes, la masacre . de
Jos pastores y la ruina total de los pocos que .habían
logrado escapar. Informó también a Garab, que los
soldados se hallaban en Nantchén, que su cabeza había
sido pu?5ta a precio, y que el' hecho de viajar con una
mujer y dos hombres .era conocido y serviría para iden-
tificarlo. Aconsej6 al ex jefe pasar de nuevo la frontera
y separarse de su compañera mientras estuviera en
territorio chino. · ·
Dicho esto, .el aldeano asegur6 a Garab que no diría ·
a nadie .haberlo visto y se apur6 a ' dejarlo, para no
compro~terse si. alguien pasaba.
Cuantlo el hombre se alejó, Gorin d~ó:
-Es necesario que nos separemos. ~n cuanto a Det- .
1 Nombre ·del puesto avanzado chino, Jaldyendo en los mapas·.

88
chema, no de~ quedar con ninguno de nosotros; su
presencia · nos traicionaría. Por nuestra seguridad, y por
la suya, debe cambiar completameute de apariencia. Que
se quite las joyas, -el jefe las guardará si no lo cree
imprudente- que cn~ucie su lindo traje para que pa-
rezca viejo. Sobre todo qu':! se corte los cabe.llos al ras; .
eso la hará irreconocible, y podrá pasar por una reli-
giosa que va en peregrinación. Nadie soñará en rela-
cionarla con nosotros y podrá pasar la frontera sin ser
notada. Además no es del país, nadie la conoce. Y si
fuera descubierta, puede decir que la ha abandonado;
esto no parecerá raro a los que lo conocen, ha dejado
más de una... · ·
· -Separémonos entonces -respondió Carab-. Tal vez
sea la mejor solución. Pero en cuanto a Detchema, éso me
correspond,é a mí. No la dejaré. ·
Detchema lloraba.
-Es necesario para tu .seguridad, parte sin mí, Carab.
Pero cortarme mis cabellos, no, no podré nunca. No'
es indispensable. ·Puedo ir a pie y seguir otra ruta. Nos
reuniremos donde quieras. Esconderé mis joyas bajo
mi vestido, lo .msuciaré, y llevaré una manta y víveres
sobre la espalda. Me tomarán por una aldeana qúe va
a ver parientes. Todavía estamos cerca de la frontera,
tardaré dos días en pasarla. Si encuentro soldados ·en el ·
camino, no sabrán quién soy. Gorin tiene razón, si
dcs~ubrieran que soy tu mujer, no me· matarían.
-No, ¡no te matarían! ... -exclamó lleno de rabia-.
Ellos ...
La idea de que Detchema, ~ue, estaba seguro, nunca
conoci.ó más hombre que a él, · pudiera ser diversión de
soldadotes,lo volvíaloco. Luégo de la sospéchade que la
joven había gustado .las horribles caricias del fantasma
demoníaco en Khang-Tisé,Garab sentía una descon-
fianza irritante, siempre despierta.

89
Detcheina, pensó, no ignoraba lo . que sería de ella
si caía en manosde los soldadossabiéndolasu mujer.
Parecía resignarse muy fácilmente. ¿Acaso no esperaba
el placer?. . . . ,
Lanzó un juramento, y temblaba de arriba á abajo.
-Haríamos bien en no quedarnos sobre el camino
-dijo Tsondu, que notaba la agitación del jefe-. Acaba-
mos de ser encontrados y reconocidos; no hace falta correr
más riesgos. De aquí a la noche, tendremos tiempo de
examinar bien el asunto.
La sabiduría de ~te consejo era evidente. Los cuatro
jinetes dieron la vuelta, y poco después descubrieron
por encima del camino, un hueco en la montaña. m-
cieron pie a tierra, tomaron los caballos por la brida
y los ayudaron a trepar la pendiente. Se ocultaron en
las sinuosidades del barranco, y formaron consejo. . .
La situación inesperada en que se encontraban hu-
biera abrumado a otros, pero no a estos osados corre-
dores de aventuras. Estaban arruinados, separados de
los suyos, obligados a exilarse por largo tiempo, y obli-
gados a proveerse de víveres a la brevedad. Pero la
única preocupación seria, concernía a su amado jefe,
que los había guiado en tantas victorias provechosas, y
cuya vida estaba en peligro. En cuanto a ellos, basta-
ría con volver a territorio tibetano sin ser descubiertos;
esto no parecía difícil, si, como aconsejaba Gorin, se
dividían.
Garab repartió las provisiones y el dinero que que-
daba. Sus compañeros lo instaban a que se separara
de Detchema, y él respondía con rotundas negativas.
No insistieron más.
Gorin y Tsondu declaron que irían hacia el Este, de-
jando al jefe, más. amenazado que· ellos, el itinerario
más cómodo y corto. Volvería sobre la ruta recorrida
que ya .conocía, y aún durante la noche podría encon-
trar el vado para cruzar la frontera.

90
Al caer la noche, los cuatro llevaron sus c~ballos al
sendero, y se separaron después de desearse buena
suerte.
Garab y Detchema cruzarían de noche los lugares
abiertos, y llegarían de mañana a las gargantas boscosas
donde se ocultarían hasta la noche.
No hubo incidentes en la cabalgata de los amantes.
Apuntaba el día y llegaron a los bosques. Acelerando
la marcha, Garab calcu!_aba qu~ podrían llegar al vado
antes del anochecer. ·
El río, que en esos parajes constituye el límite entre los
territorios que dependen de China y de Lasa, era · el
único vado en una larga clistancia. En este lugar, el río,
que en todo su camino corre profundamente encajo-
nado, se extiende en la vasta llanura donde convergen
varios valles.
Desde la salida del sol empezó a llover torrencialmen-
te, y solo paró a la noche. Torrentes .de agua caían por
las pendientes a los valles y los arroyos se desbordaban.
El vado estaba lejos aún de ahí, pero se dieron cuenta
de que la a'ltura y la velocidad del agua, no les per-
mitiría el paso. Pasaría medio día antes 9ue el nivel
del río hubiera bajado lo sufi~iente como para cruz.arlo.
Además habría que asegurarse de si el vado no se
. había desplazado por la fuerza de la corriente, cosa
que sucede con las crecidas violentas. Este reconoci-
miento sólo podía hacerse a . pleno día.
Los fugitivos se miraron en silencio, · desconcertados.
Pero no había que exagerar la gravedad de la situación.
Habían pasado muchos meses desde la expedición de
los musulmanes. La excitación causada debía estar muy
calmada. Dawa declaró que la vuelta de Garab era pro-
bable y sin duda cercana; esto no significabaque fuera
segura. El jefe podía haberse enterado desde lejos, de
toao lo sucedido, y en ese caso se guardaría muy bien
de volver.Si lo encontrabangentesque no lo conocían,
91
la relación entre un viajero que iba al Tibet y el jefe
de la banda sería difícil de establecer.
Garab, con estos razon~ientos trataba de tranquilizar
a su compañera, a la que veía muy preocupada.
-Tal vez deberíamos volver y ocultarnos en los bos-
ques, hasta que el agua baje -dijo-. Si no llueve más, el
nivel bajará mucho durante la nochP. También podría -
mos continuar hasta el vado y ~ñana examinarlo.
Detchema escrutaba el cielo y el horizonte. Espesas
nubes negras planeaban muy bajo, y qn muro de niebla
avanzal¡>alentamente por la extremida<;l opuesta de la
meseta.
-El río no bajará -dijo ella-. Todavíalloverá esta no-
che. · · ·
Luego fijó los ojos en un punto lejano, tr.ataudo de
distinguir unas formas que había entrevisto. ·
-fGarabl -exclamó-. Mira allá abajo ... Dos jinetes.
N() llevan trajes, no son .del país .. . son soldados ... ¡Vie-
nen hacia este lado! . . ·
-Sí, los veo -respondió Garab- . Es posibJe.que nos ha-
yan visto, o si no lo harán pronto. Ya no podemos re- .
troceder, les parecerá raro. · Sigamos pu.estro camino.
Vienen de inspección, o de cazar, y tomarán el caminO'
por donde vinimos; no. tardemos, antes que lleguen es-
taremos fuera de su vista. . .
-¿P~ro no podremos cruzar el rio?
-Eso no. Avanzai:emos siempre; y pondremos distan-
cia entre ellos y nosotros. Después veremos.
: Mientras hablaba . hizo trotar a· su caballo, y se alejó
siguiendo él río. . ·
· Pero los dos jinetes cambiaron de dirección; era evi-1
qente que querían alcanzara los viajeros. En la frontera
pululan fos espías, y tal vez querrían interrogar a la pa'"7
rej~ que viajaba de noche y con mal tiempo. ·
Pero de nuevo tuvo Garab la visión torturante de Det -
chema estrechada por otros · brazos que los suyos, y
azotó la cabalgadura de la joven, haciéndolá tomar el
' galope, y él siguió detrás.
El cambio brusco ·de marcha, pareció sospechoso a
los soldados, que a su vez salieron al galope, y ·comenz6
la persecución. Ahora se dirigían en línea recta hacia
ellos aproximándose rápidamente. Garab tomó el fusil·
que llevaba en bandolera, y sin disminuir la velocidad,
tirador consumado, apuntó al más próximo. La bala le
acertó en medio del pecho; el hombre ·cayó .del caballo.
El otro soldado echó pie a .tierra y observó unos mo-
mentos el cuerpo yacente en el suelo. Sin duda la muer-
te fue intantánea, porque sin atenderlo, saltó sobre su
caballo, y reanudó la caza.
Reconocida o no su identidad , el ex bandido era ahora
e1 asesino de un soldado, y sólo la fuga podía salvar su
vida. ··
En la ribera opuesta los bosques avanzaban hasta e]
borde del agua. Por el aspecto del paisaje, le pareció
a Garab que se encontraba cerca del vado. Pero· ¿cómo
reconocer el lugar de noche en esa agua espumosa qut,
tronaba· entre las rocas? . ·· .
Resonó una detonación; el soldado había tirado; le
bala silbó cerca de Garab, sin tocarlo. Se volvió a me-
dias sobre la si1la,· y tiró a su vez. El soldado dio un
grito, Uevó una mano a su hombro, pero siguió galo-
pando. ·
En ese Ir!Omentose oyeron gritos entre la niebla; lle-
ga han hombres. El jinete hérido les respondió gritando
en chino. Garab .comprendió que un destacamento re-
corría la región; los dos soldados que lo habían visto,
eran exploradores, y sus compañeros · acudían atr.aídos
por los tiros. Quedaba un solo recurso: aprovechar la
oscuridad y cruzar a la orilla opuesta.
-¡Detchema! ¡querida! Puede ser la muerte, pero tal
vez la salvación.Ven-gritó fuerade sí. Asiendopor la
brida el caballo que ella montaba; lo arrastró a través de
\
las tierras inundadas, hacia el centro de la corriente.
Por 'un azar extraordinario se hallabansobre el vado,
barridoporlas aguasfuriosas.Unotras otro,los caballos
nadaron enloquecidos, · llevados por la corriente, luego
hicieron pie, tropezando en las piedras que arrastraóa
la corriente. Ya se acercaban a la orilla, cúando el ca-
ballo de Detchema cayó arrojando a la joven at río, y
Ia rápida corriente se la llevó. Antes que Garab con su
caballo luchando por levantarse, hubiera podido rete-
ner a su amiga, no quedaban visibles más que sus ma-
nos, girando en los remolinos espumosos, entre las piedras.
Como un loco, sin saber lo que hacía, saltó de su ca-
ballo sobre una roca plana, y desde ésta a otra que casi
tocaba la orilla seca. Nació en él la idea extravagante
de que podría correr, ganar en velocidad a la corriente,
y asir a Detchema cuando pasara.
El) ese momento, un balazo partió de la orilla opuesta;
tocado entre los hombros, Garab rodó .detrás de la roca.
Sobre la ribera se extendían espesas capas de niebla,
aumentando la oscuridad. Era imposible distinguir nada
a más de dos pasos de distancia.
En el -lugar en que cayó Garab, el agua era poco pro-
funda. Bastaría permanecer inclinado y quieto, para no
ser visto.
Vagamente, entre el ruido de las aguas Garab oyó
voces, luego los cascos de los caballos de una tropa que
se alejaba. ¡Estaba salvado! .
· ¿Sabrían los soldados quién era él? se preguntaba. ¿Cre-
erían que fue arrastrado por la corrientel> ¿Al día si-
guiente buscarían su cadáver, para cortarle la cabeza y
enviarla al jefe, conservada en sal, para ganar la primaP.
¿Encontrarían a Detchema?
¡Detchemal ... El debía encontrarla viva o muerta ...
¡Cómo se alejó, increíblemente ligera, al ras del aguat ..•
Tenía grabada la visión de sus dos pequefias manos,
94
. temblando como mariposas, entre los rem~linos del río.
Jamás lo olvidaría. . 1 · .
Garab sentía ~ue -algo. tibio cohía a lo largo ~e su
espalda. ¿Su henda sena seria?/ No sufría mucho pero
la cabeza le daba vueltas, y una gran debilidad le nu-
blaba las ideas. Trató de incorporarse. "Debo irme del
río•. pensó. Con esfuerzo logró avanzar lentamente, . a
tientas . Unos minutos después sus manos encontraron
unos arbustos, y asiéndose a ellos, entró en territorio
tibetano. Dio algunos pasos, y cayó sin conocimiento.
Con las primeras luces del alha, dos jinetes avanza -
ban por un sendero zigzagueante del bosque, sobre la
orilla tibetana. Uno era de edad, .el otro joven. 11:abían
pasado la noche en una aldea vecina, y se dirigían a
un lejano monasterio de Bons.1 Eron Bons médic0s, y el
hombre de más edad , de nombre Migmar,trabajaba con
e.llos. Este era el tlo materno del joven llamado Anag.
Sus padres habían muerto recientemente en una epi-
. demia, y Migmar lo llevaba al monasterio, pues juzgaba
que la profesión de mécijco era la apropiada para ase-
gurarle una situación cómoda. Ahí le enseñarían el arte
de curar, con medicamentos y prácticas mágicas.
Ambos comentaban los estragos causados por la llu-
via y la inundación de la víspera, . cuando un relincho
interrumpió .su conversación. Un caballo ensillado salió
del bosque. El dueño del animal n9 se veía por ningún
lado.
-Báj ate y átalo a un árbol -dijo Migmar-. Su dueño
lo estará buscando y sin duda lo encontraremos. Es me-
jor que el caballo no se aleje más. .
Anag se preparaba . a hacer lo que su tío le pedía,
cuando otro caballo, también con sus ameses, apareció
ramoneando aquí y allá.
1 B6ns: sectarios de la religión que en st!a en el Tibet antes
del budismo, e mtroduclda hacia el siglo vn.

95
-¡Esto sí que es raro! .~ijo el joven-. ¡Otro caballo!
-Debe haber variosviajerospor acá, -respondió Mig-
mar-. Cuando un cal,allo tiene el hábito d_e soltarse para
retozar en libertad, los compañeros que no están bien
atados lo siguen.Trata de prender a éste también. Lla-
maremos a sus dueños, que deben estar buscándolos. Es
un favor que se hace entre viajeros.
Migmar se apeó. Anag ataba los caballos cerca de los
suyos. Luego con todas las fuerzas de sus pulmones
· gritó llamando en el bosque. Nadie re~ndi6.
-Tal vez están lejos, -<lijo Migmar-. El río bajó mu-
cho, pero aún está. rugiendo; debe cubrir tu voz. Espe-
·temos un poco más.
Anag continuó llamando y desplazándose en distintas
direcciones. De pronto lanzó una exclam.ación. ·
-¡Tío Migmarl Ven.. . ¡Acá hay un muerto!
Migmar acudió. Al pie del árbol donde había caído la
noche anterior, Garab seguía tirado en la tierra fangosa.
Cuando los dos hombres se inclinaron sobre él, creyeron
oir un débil gemido.
-No está muerto, -exelam6 Anag.
-No parece , -repuso Migmar que se anodill6 y lo
examinaba con calma profesional.
-Debe haber sido sorprendido por la crecida de ayer
-<lijo Anag. .
-¡Cállate! - ordenó bruscamente su tío-. El río no
subió hasta donde estamos, .y este hombre no es un
ahogado. .
Migmar quitó el traje enlodado a Garab , y apareció la
herida. .
-Se trata de un crimen -dijo en voz baja-. Este des-
dichado tiene una bala en la espalda . .Debe . ser el dueño
de uno de los caballos que encontramos. Su compañero,
gue montaba el otro, yace probablemente en otra parte
del bosque. Habrán sido atacados por bandidos. No nos
quedemos aquí, no hagamos· ruido. Los malañdrines delien

96
andar todavía por esta z~na... Pero, ¿por qué no se lle-
varon los caballos?... Esto si que es raro.
- Los dos se batieron. tal vez -sugirió el joven.
-Y se han herido mutuamente -continuó Migmar-. Es
posible. Busquem~ al otro.
Trasladaron a ·Garab a un lugar de malezas, para ocul-
tarlo. Ahí Migmar layó y vendó la herida rápidamente.
Luego registraron el bosque durante algún tiempo, sin
hallar el menor r~tro del otro viajero.
-No podemos tardamos más. Podría ser peligroso -dijo
Migmar-. El otro hombre puede haber caído al río. Lle-
varemos al herido. Está inconsciente. Lo pondremos sobre
los sacos, en uno de los caballos. Montaré uno de los que
· encontramos.
-::~Nosllevamos el otro también?
-¡Naturalmente! No se abandona en un camino a un
animal tan valioso. Si el herido se cura y reclama ]~ ·
caballos, le explicaré... ¿Has mirado qué contienen ló~
sacos de las sillas?
Los sacos contenían dinero, provisiones y ropa mojada. ·
-Eista gente cruzó el río, o trató de hacerlo - murmuró
pensativamente el médico.
-Dej~remos al herido y a su caballo, en la próxima
aldea ~Jo Anag, como si fuera lo más lógico.
_;De ninguna manera -replicó vivamente el tío-. Lo
llevaremos al monasterio, donde será bien atendido. . . si
. llega hasta allá - murmuró entre dientes- . No comentes a
nadie este asunto. Para todos, el enfermo es nuestro amigo
que se cayó det caballo en la montaña y e~tá mal herido.
Los cuatro caballos nos pertenecen. ¿Has entendido? Si
me desobedeces y hablas , lo pasarás mal-. El viejo· echó
a su sobrino una mirada tan fuerte, que el joven se·estre-
meció. ' · ,
....:Notengo intención de desobedecerle, tío -contestó
sumiso-. Ustedsabe mejorque yolo que conviene hacer.
97
Pero én su int~~or, Anag se preguntaba si no habría
hecho mal en seguir a su tío, que resultaba- tan autoritario.
-Vivo o muerto -pensaba Migmar-, el cuerpo .de este
: homb.re será útil a nuestro Gran Maestro". No le gustaba ,
esta idea; el recuerdo del "Gran Maestro" le caus6 sen-
sación de temor, y le pareció que una corriente helada
corría pdrsus venas.
Envolvieron a Garab en una manta, lo ataron sobre .
lo! sacos, siempre inconsciente. Anag ató las riendas del
caballo del herido, a la silla del que iba a montar ... Era
el de Detchema. Y continuaron viaje hacia el monasterio
de los Bons-médicos.

La suerte fue más piadosa con Detchema que con Sll .


amigo. Salió indemne del accidente que pudo costarle ·la
vida. No había sido llevada por la correntada.del centro
del río. Cien metros más abajo, medio sofocada y golpeada,
pero viva, fue arrojada a una pequeña playa.
Pero ru situación era crítica. La playita estaba bajo el
agua, que · 1e llegaba a Detchema a Inedia pierna, y la
roca tras ella, se elevaba vertical y lisa. Trepar por ella re-
sultaría imposibJe. Si: volvía la creciente, se ahogaría.
Felizmente para ella, no volvió a llover. Sentía bajar . el
agua, a medida que las horas pasaban. A media mailana,
la playa estaba seca, y pudo ganar la orilla saltando de
roca en roca, sobre los charcos. ·
Durante esa trágica n't,che,no dejó de pensar en Garab.
¿Qué sería de él? . Probablemente había atravesado el
vado sin accidente. Era mejor jinete qQe ella.· Sin duda
la creía muerta; en · lug?r de alejarse querría buscar su
cuerpo, y cometería la 'imprudencia de dejarse ver. Si
sabían que el que se les había escapado no era un espía o
contrabandista común, sino el célebre bandido cuya cabe-
za estaba a buen precio, la avidez los induciría a cruzar
la frontera y apresarlo, aún en .territorio tibetano. Par&
evitar esto ~ necesado que encontrara a Garab lo antes
, posible. ·
Detchema recorrió el bosque pensando en todo ello,
cuando llegó al vade>. El río había bajado mucho, y
estaba cerca del lugar en que Garab había cruzado. Pasó
por el lugar exacto aonde él había caído desvanecido, pero
nada le advirtió lo sucedido allí. Seguir en esta dirección
es inytil, pensó. Si Garab busca mi cuerpo, lo hará en la
dirección de la corriente que me llevaba; debo bajar
por el curso del río. .
· Caminó largo tiempo sin sentir fatiga o hambre. No
veía rastr0s <le Garab. ¿Qué sería de los caballos? El suyo
r.1yó, y podía haberse ahogado, ¿Y el de Garab?
¿Habría estado buscándola Garab toda la noche? Era
posible.
Con la mirada errante, viode pronto algo azulado que la
brisa hacía palpitar, como un pájaro, y el sol hizo brillar ·
algo a su alrededor. Intrigada, se acercó. Se oyó un grito.
El objeto era el sombrero de Garab, adornado con el galón
azul y oro. Estaba enganchado en una roca "Este sombre-
ro -pensó-;- es signo seguro de su muertet
Las supersticiones ancestrales y los remordimientos que
tuvo en Lasa atormentaban de nuevo a la pobre.
El sueño que le hizo sacrificar egoístamente a sus abue-
los se realizó, pero el castigo caía sobre su amado.
Fue para complacerla, que GMab decidió ir a Lasa. Si
hubiera vuelto directamente a su campamento sería aún
_!'l~f~!!-00._.}'.poderoso. También pot ir a Lasa había hecho
la comedia ante el Dalai Lama. Al Omnisciente no se lo
podía engañar y si logró una bendición recurriendo a su
astucia, el castigo llegaba sin remedio con una muerte
miserable.
Ella era doblemente respo1:1sablede su muerte. Debió
insistir para que fuera solo. ¿Quién sabe si el hecho
de·haber'visto a una mujer,n'ofue lo que despertólas
. · sospechas de los soldados? Debió disfrazarse de religiosa,

99
como Gorin aconsejó. ¡Ohl.¿por qué no se había cortado
los cabellos? No quería afearse, y Garab se la llevó para
ahorrarle ese sacrificio.
¡Su cabellera!. . . Ahora la detestaba. El hombre de
sus sueños, el amante cuya sola presencia la hacía temblar,
el osado jefe para quien quería ser bella, estaba muerto.
No quería más ser bonita; cortaría sus .cabellos malditos.
Ningún hombre la había tocado antes que Garab, ninguno
la tocaría jamás, ya que él no estaba. Entraría en un con-
vento.
Trastornad.a por la desesperación, lloraba, la cabeza
entre las manos, se golpeaba contra árboles y pi~, .
hasta que cayó prosternada de rodillas en el lodo.
De pronto resolvió algo. Sacó el cuchillo del estuche
de ]os cubiertos de viaje, y comenzó a cortarse el pelo.
Largas mechas negras caían al suelo. En pocos minutos
m cabeza quedó horrible. Pelada por un lado, y con
nechones por el otro. ·
Terminada la triste faena , recogió las mechas, las anudó,
y con una acti~d desafiante , ·las tii:ó donde encontró el
.ombrero, como en ofrenda.
-¡A ti Garab, mr amor .. , mi vida! .
El sacrifíéio . estaba cumplido. Un frío · glacial sintió
Detchema en sus venas. Apaciguada, las lágrimas le caían
por las mejillas. Por última vez miró el sombrero mojado.
Se levantó el agrio viento del Norte. Detchema elevó las
manos unidas hacia él, y como ante · las imágenes- de ,10$
dioses en el templo, hizo tres prosternad .ones; y se ·alejó
a través del bosque.
El sombrero de Garab, golpeado por el viento ~I agua,
se mantenía obstinado en la roca. · ·
Era ya noche, cuando Detchema llegó a la puerta de
una granja solitaria, y la· mujer que le abrió, retrocedió al
verla, conio si estuviera ante una aparición demoníaca. La
ropa todavía ~úmeda , y la cabeza desfigurada, la obligaron
a dar una ·explicación a la granjera. ·

100·.
--.·-

Inventó un peregrina¡~ con su padre, la inundación los


tomó de sorpresa y la corriente se llevó al viejo. Era una
historia plausible. No eran raros los ahogados en los ríos
desbordados del Tibet. ·
-Pero ¿por qué sus cabellos estaban así mutilados?
-Hice un voto para que mi padre renazca en el Paraíso
Occidental de la Gran Beatitud ( Nouh Déwatchen) -res-
pondió ella-. Me los corté en signo de penitencia. Voy a
hacerme religiosa. .
Tanta piedad filial; corimovióa la granjera.
-¿ Usted es casada? -preguntó .
-Soy viuda -dijo Detchema tristemente.
-¡Tan joven! ¡Qué pena! Hace bieñ en refugiarse en
la religión. Este mundo es nada más q~ dolor, pero Bud- ·
dha ha mostrado el camino que conduce más allá .de
todo sufrimiento. . . ·.
Detchema, con la ropa ya seca, bebió un taz6n de sopa
y se durmió deshecha por la fatiga. ..
Al llegar el día se fue de la granja con algunas provi-
siones, hacia un monasterio que la granjera le indicó.
Estaba a un día de camino.
Esa misma noche repi~ióla historia que había inventado,
a la superiora del monasterio. Le ofreció las joyas que
traía escondidas para que con el producto de la venta se
prendieran lámparas por el bien de su padre, dijo pensan-
do en Garab, y donaba a esa commrldad todo el dinero
restante.
Al día siguiente, la cabeza de Detchema estaba co-
rrectamente rapada , y, ocho días después, recibía la
orden menor de las novicias.
. ....
lOl
La cueva de los magos negros. - Un místico hindú en busca de la
inmortalidad. - Un laboratorio lnfemal. - El prodigioao elixir de
vida. - Evasl6n de la fortaleza de los magos negros.
Drama en la selva.

So sa I!ng , es un monasterio de apariencia modesta;


asentado en un monte de baja altura, carece de la arro-
gancia qµe tienen la mayoría de las abadías lamaístas,
altas, envueltas en las nubes. Las enormes hojas de la ·
puerta monumental' se abrfan dentro de ·la muralla exte·-
rior. Estaban pintadas de colores vivos, predominando el
rojo y el verde; el sol y la lluvia de años, descascararon
las figurasde seres fantásticos que un artista ·pintó tiempo
a~á.s. En diversos lugares ~parecía la madera bruñida y
rajada. Esta vetustez contn'buía a dar a la entrada del
monasterio'.un aire acogedor.
E• impresión de confianza, no duraba mucho. Al en-
trar, se hallaba un patio con una muralla al frente de
una serie de edificios de piedra gris. Una segunda mura.
lla, con una puerta estrecha y baja, se veía en el ángulo
opuesto. Al abrirse esta puerta, un muro 'impedía ver el
interior de la segunda muralla. Esas _construcciones cons-
tituían el hospital. Dentro de la segunda muralla, estaba
el templo y la logia de cenobitas que los enfermos nunca
vefan. :
Sosa ling significa "Lugar donéle se cura". Desde tiem·
po inmemorial, los médicos residían allí; .pertenecían a la

102
vieja religión del país. una especie de cbamanfsmo para
grandes adeptos mezclado con filosofía y magia, y a cu-
yos fieles se llama Bona.
Cuentan que el fundador de estos terapeutas fue un
chino que se estableció allf, tenia mú de mil años, y
se~ la leyenda, vi.,vfaen So sa ling, fnvisibJepara todos,
safvo para al~ discfpulos escogidos, dotados tamldén
de prodigiosa longevidad.
A .rosconoclJnientos médicos, unfan. ciencias secretas y
ritos mágicos. Gozaban de alta reputación y desde lejos
venían .}os enfermos. Los que no hablan hallado alivio
par~ sus males allí ~ curaba la mayoría. Con . todo, a
pesar del servicio que prestaban a la comunida<l, el amor
y respeto que inspiraban los cenobitas, ·estaba mezclado
de temor . Circulaban rumores, el miedo a no se sabía
bien qué, sin un fundamento preciso. Estos Bons sabían,
mejor. aún que los lamas, doblegar a los demonios que
causaban las enfermedades .1 Esto les hacia sospechosos,
la capacidad . era demasiado grande para ser humana, y
debfa haber algo sobrenatural, pensaban los budistas de
la región. En oposición a los demás monasterios tibetanos,
que se jactaban de sus múltiples prodigios, los monjes de
So sa ling, jamás hablaban de milagros. Esta reserva, for-
tificaba la ueencia de poderes ocultos, y aumentaba el
temor~
Al fondo de la se~da muralla. el templo,. q'!e a la
vez servía de sala de · asamblea a los religiosos, ocupaba
todo el contrafuerte de la montaña. Estaba adosado a una
. alta muralla vertical de roca lisa, y más lejos agujas es-
trechamente cerrada;Sy entreyeracJas,trepaban hasta la
. cresta de la montaña. No existía medio alguno de acceso

1 ~ la aÍeencla 1>0lffl]artibetana todas 1asenfermedades


son
causadas por melos esp(rftus.demonios o genios que han ddo
irritados
. . .·
103
·,.
que permitiera ver la cumbre. Sin embargo, entre las
agujas se filtraba un resplandor.
Los médicos de So sa ling sabenmuchode genioso
deidades, pensaban las .gentes de la villa, mirando esos
retiros inaccesibles que bien podían ser sus moradas.
Y fue a este singular monasterio que Migmar llevó a
Garab, con la ayuda de su sobrino.
Durante el trayecto , Garab pasaba del estado de coma al
de delirio . Después de varias semanas, de pronto, despertó
y se quedó atónito mirando a .Anag, que estaba cerca de él.
Anticipándose a las preguntas que le haría y obedecien-
do las instrucciones de Migmar, dijo rápidamente:
-Usted fue herido ; mi tío que es médico lo ha estado
cuidando; me llamo Anag. Estamos en _un gompa ( mo-
nasterio). .
Su tío· le había ordenado no decir nada más, así que
se apresuró a dejar el cuarto.
Garab se restablecía lentamente; hiego , un día , sin-
tiendo el encierro de su cuarto, le dijo a Migmar que
deseaba salir, pasear por afuera y acostumbrarse de nuevo
a caminar. El día ·de la partida se acercaba, ya que
gracias a los buenos cuidados recibidos se sentía curado.
Migmar sonrió al oírlo, ··· ·
-No se haga ilusiones sobre sus fuerzas -dijo-, están
lejos de haber vuelto . Aún no debe salir del monasterio.
La regla es fonnal respecto a eso; nuestros enfermos
sólo cruzan la puerta enteramente curados. Si lo dejan
antes de tener el permiso médico, no se les permite volver.
· Espere. ¿Qué lo apura? '
Era el recuerdo de Detchema, lo que incitaba a Garab
a salir det hospital. Ella se había ahogado; qué duda
podía tener sobre eso. Veía sus manos girando entre los
remolinos y desapareciendo en la noche . ¿Habría podjdo
salvarla aunque no lo hubieran herido? · Lo dudaba, pero
suel~ haber milagros inesperados. Debía consultar a un
"vidente... · · ·

104
· Anag senúa amistad por el jefe de bandidos. Ign.oraba
su profesión, pero suponía que el herido era un aventu-
rero; en el fondo_de su ·coraz6n lo admiraba y envidiaba.
No ~ba a ~e en Sosa ling. Su tío era autoritario,
y lo controlaba estrechamente. Anag, joven y vigoroso;
sufría con las múltiples restricciones que se le imponían .
Rara vez le era permitido ir a· las aldeas vecinas, y cuando .
lo hacía era para acompañar a los monjes en sus ocupacio-
nes, llevando los víveres de las colectas, . instrumentos ri-
tuales, o preparaciones médicas cuando uno de los doctores
visitaba a ·un enfermo. Anag se ingeniaba para aprovechar
esas ocasiones, yendo a beber un bol de alcohol o de
cerveza, y cJiarlar con los aldeanos.
Ese día, estaba sentado cerca del fuego, en la cocina de
una granja·. Los muchachos de la casa hacían preguntas:
-¿Tú eres recién venido? ·
-Sí.
-¿Qué haces con los Bons?
-Soy sobrino del doctor Migmar, que me trajo para
enseñarme medicina. ·
-¡Ah! Tú serás de esos que queqan en. el hospital ¿Has
visto a los otros que cantan oficios en el templo? ¿Viste
al superior? · ·
-:-No. Todavía no me admiten en .las asambleas. No soy
más que un novicio.
-¿Has oído decir que su ·dios aparece ciertos días de-
trás del altar?
· -No.
-Tal vez no es cierto. Un muchacho de aquí contó una
historia respecto a eso; iba a menudo al monasterio. Sus
padres.cultivan tierras que perten~n a los Bons,y él
les llevaba granos y otras cosas:
"No sabemos lo que oyó O' vio, ·pero le fue mal por ser
curioso. Los de So sa ling hacen el bien, pero es mejor
tenerlos a distancia.
·Fue el día de la fiesta anual, en que el templo se abre

105
para todos. Los Bons de los alrededores veneran a sus
dioses en So sa 1mg.y el muchacho fue con su ~ ·
El no era rellg_ioso~ pero le gustaba beber. . ·
'"Lan?o nto después del anochecer, lleg6 muy nervioso
.y algo }>ebido. Y dijo: *Descubrí algo raro en Sosa ling.
El superior me pegó varias veces sin ruón, y lo quise
embromar. Mientras la gente pasaba por el altar, m.e·
escondí entre las cortinas y estandartes de las procesiones.
Ahí hay ·una puerta secreta., ·angosta y oscura. Cuando
el superior entró para la propiciación me escurrí tras él.
Quería desordenarle un poco las ofrendas sin qué se diera
cuenta. y escapar. Pero cuando dijo las palabras para
hacer venir al dios. y este vino, y vio que las cosas no
estaban como lo establecen las reglas mágicas, se encole-
ri7.6y le pegó.al superior.
"El Gran Bon no me dejó salir y quedé encerrado. Fue
una ·Suerte no haber tocado las ofrendas. Puede que el
dios no me baga nada. Pero pasé un momento horrible
y quería salir de ahí ... Dame algo de tomar." .
/ 'Había bebido bastante, pero se tomó varias copas ~.
y continuó: .
-Salf.iperono por donde había entrado. Eso s{ fue duro.
Te~ ••• Te lo diré maflana." ·sulengua estaba pastosa,
tenía sueño, y se fue a su casa. Al día siguiente encontra-
ron. su cadáver en el }echó de un arroyo seco, con el
cráneo partido. ·
•¿Raro, no? Ese desgraciado esta~a loco. No se puede
hacer uno el malo con los dioses... ni con los Bons de
Sosa ling. Tú tienes aire de buena persona. ¡D~sconffaf"

. Algunos cliasdespués, Ánag oont6 esta oonversaci6na


Garab que comparti6 la opinión del paisano. No podía
uno hacerse el gracioso con los dioses. Pensó en la come-
dia que había hecho en Lasa, y las desgracias posteriores,
la muerte de Detchema. ·
La idea de consultar a un °'vidente" seguía fija ~ su
...
106
cabeu. El superior del monasterio debía saber cómo
conseguil. un ·oráculo . 'Le hablana.
Garab contó su idea a Anag.y este le aconsejó que antes
consultara con su tfo.
-Reflexiona -a~eg6 Anag-. Este superior me parece.
UD penooaje ~- Por mi parte no quiero verlo ja-
más. Me iré antes. de lo que mi tío cree. .
-¿D6nde quieres !r? ·
-Mira, cuando tú te vayas,-quisiera irme contigo.
Garab se puso a reir . ·
-¿Qué harás conmigo, cuidar mi ganado? Ya no lo
tengo, nie lo robaron. ·
-¿Quiénes, los asaltantes? ·
~Yo creo que si. ·
-Nunca me dijiste c6mo te heriste.
-Y tú no me has dic.bo aún d6nde estoy.
-Mi tío me lo prohi1>i6.
-No importa .
· Anag dud6.
-Detrás de la primera Clldena de montañas, corre el
río Giamo nou Tchou (Salouen). Después que te res-
ponda, ¿me llevarás contigo? ·· ·
-Lo pensaré; antes debo consultar a un ·vidente•. El
superior no me asusta .
Miginar no se apresuró- a presentar a Garab al superior.
....Yo examinaré el asunto -respondió a Garab. . .
pías despuéi vino a informar a Garab que debía dejar
esa ;habitaci6n del hospital y entrar en la segunda mura-
lla, mientras el superior le obtenía un oráculo del dios
protecto r de So sa ling. Esto no le gust6 a Garab .. Pero
no veía cómo rehusarse sin renunciar a la respuesta del
oráculo . ·
Al anochecer, llam6 a Anag, y le dijo lo que había de-
cidido. · '- ·
-Esto no me gustanada -dijo Anag-. Créeme, no te
pongas en m¡µios del superior . ,

101
. -Pero ¿qué tienes contra él, si nunca .lo h¡u visto? No
se le puede juzgar por los cuentos de los pai~os .
-No, tal vez no. Pero tengo miedo por ti: Oí decir a mi
tío, a uno de sus colegas, que tú ertlS un caso interesante.
Interesante ¿para qué? ¿y para quién? La idea de que
~ses Ja otra muralla me angustia . ¿Estás realmente deci-
dido? . ·
-Completamente.
-Bueno, entonces yo también. Pasado mañana debo
acompañar a uno de los "ancianos'", que v.a. a recibir
los lingotes de plata . Los po~drá en los sacos de su
cal?allo. En los míos Jlevaré manteca, carne seca; y todas
las donaciones que le hagan. · Al volver por el bosque
dejaré que vaya adelante , como se debe por respeto. De
pronto le diré: "Reverendo, su caballo renguea. Una pie-
dra · se debe haber encajado en la herradura . Baijese, lo
voy a mirar ."
ªLo conozco, me creerá ; se bajará, y yo saltaré sobre·
su caballo, y con la rienda del mío en mi brazo, ¡a In
carrera! . .. .
-¿Quieres robarle la plata?
- Has comprendido .
...:¿ydespués?
-Ya vere.
- ¿Yel dios, y el superior?
....;Pondré una buena distancia entre ellos y yo. Luego
buscaré un )ama, le diré que un Bon maligno me desea
el mal, y ccinseguiré un amuleto protector.
-¡Búena semilla de bandido! -rió Garab-. Me recuer-
das mi juventud. ·
· No dijo mida más. Anag lo miró con aire inquisitivo.
¿Es que tú?.... -aventuró tímidamente .
.-Y bueno, ¡sí! Fui jefe de una banda, y te aseguro
que bien célebre . La bala que recibí 'ine la envi6· un
soldado. 1 •

-¡Jefe de banda! Yo presentí que eras un hombre

106
extraordinario -exclamó Anag en el colmo del entusias-
.mo-. Llévame con tus hombres cuando vayas de excur-
sión. . . ¡Prométemelol
-Ya no haré batidas en los largos caminos, estoy muy
triste; ya no tengo energía. La que más amaba está casi
seguro, ,muerta. Quiero pregunt~lo ·a un vidente. Ella
se estaba ahogando en el momento que me hirieron.
-¡Oh! una mujer -dijo Anag con ligereza juvenil-. E~
triste, pero ya la olvidarás; hay otras. .
-Eres inuy joven para comprender, Anag. Para mi s6to
existe ella.
·-Tengo menos miedo por ti, ahora que sé quien eres,
Garab. UnJ'efe de d;agspa,(bandidos de alto vuelo), no
puede ser ominado por -un viejo Bon hechicero, ni por
su dios. Nos volveremos a ver. Hagamos un voto.
-De todo corazón -dijo Garab.
Se tomaron las manos, estuvieron unos instantes en
silencio, emocionados, concentrándose en el deseo de vol-
ver a reunirse. .
Garab pasó la ·baja y estrecha puerta ele la segunda
muralla. Vio los edificios de piedra gris, parecidos al
hospital, y al fondo del patio, adosado a la roca, el .pe-
queño templo sin pretensiones arquitectónicas. No pro-
ducía miedo, más bien era deprimente. Le fue a~gnada
una cplda con úna abertura sin puerta, que comunicaba
con la de un viejo monje que no le dirigió la palabra
al verlo entrar.
El ex bandido, habituado a galopar en .vastas soledades,
se sentía más a disgusto que en el hospital. Comenzó a
hacerse imperioso el deseo del aire libre y el ejercicio.
"No me quedaré mucho aquí .., pensó al acostarse a la
noche, sin que su vecino le hubiera dicho una sola pa-
labra.
Y así se deslizaron las semanas, en el mismo silencio
y la misma inact\viµad. Un monje traía regularmente tres
. . ,' . .

109
comidas diarias a Garab, sin ·decir una palabra. Trató
de interrogarlo, pero por toda respuesta el monje sonrió,
y poniendo la mano sobre los labios,"le indicó que tenía
orden de silencio.Carab se volvi6 hacia · su compañero
de celda, y le hizo algunas preguntas; éste no dio señal
de haberle oído. En cuanto al doctor Migmar, permanecía
invisible. ·
Garab trató de pasear por el patio y de entrar en el
templo· cuando los cenobitas recitan los oficios. Por me-
dio de gestos se le hizo comprender que ·debía perma-
necer en su cuarto.
·Garab ·se sentía nuevamente mal; -sus fuerzas dismi-
nuían y sentía .raras molestias.
Por fin, un día, apareció Migmar.
-Estuve ausente -dijo simplemente.
Garab no le creyó.
-Mañana verá usted al superior -agregó. Y se fue.
•Al fin -pensó Garab- sabré si por inilagro Detche-
ma se salvó de la muerte , y si vale la pená que ·yo viva."
Por una serie de corredores oscuros y tortuosos, 11eg6
a los aposentos del superior. La habitación donde fue
/ introducido; desprovista de ventanas , estaba apenas ilu-
minada por las pequeñas lámparas de mantee~ sobre un
estrecho altar. El superior estaba sentado con fas piernas
cruzadas en un diván.
(;arab hizo las reverencias, y observó ansiosamente al
hombre de quien esperaba una respuesta qñe ·decidiría
toda su vida.
1 • ..Vio un rostro extraordinario, inmóvil, como el de una
• 1estatua. No había una sola arruga en su piel amarillenta
·y daba la impresión de una anci~nidad que no podía
estimarse en años. .
- Puede sentarse -dijo a · Garab.
Su voz era tan· extraña como su figura; sin inflexi6n,
emitida por un mecanismo y no por un. ser viviente. ·
Garab estaba molesto. . -

llO
-El doctor Migmar lo encontr6 inconsciente, h~do,
y lo he curado. Usted jamás dijo cómo ·se hirió, ni quién
es. Hoy me pide un oráculo. Tengo ,el,derecho de cono-
cer su iden~dad, y todo lo que a usted concierne. No
trate de mentir ; Tengo medios para averiguarlo. Su con-
ducta pasada, sus actos buenos o malos no me interesan .
Bien y Mal son dos distinciones vanas para el uso de
espíritus miopes. Hace tiempo que no me detengo en
ello. Lo que qtúero estudiar, es la calidad de su subs-
tancia física y síquica. Lo hice desd.e el día que lo tra-'. :
jeron a So sa ling. No fue preciso que lo viera. Cada ser,
cada cosa, despide vibraciones que modifican la natu-
raleza de~ lugar al que llegan. Un grano de sal que cae
en un taz6n ae agua dulce comuni~ un sabor salado, y
es inútil haber oisto que ese grano caía para saber pro·
báiidola, que se le mezcló sal No trate de cotflpre11derme,
se trata de una cien<'ja cuyos datos más elementales, es-
tán muy .por encima de su capacidad intelectuat .
Cuando el superior terminó de hablar, Garab vio estu-
pefacto cómo se encendían solos los palitos de in-
cienso aliJ;leados·en el altar. El olor no se parecía al de
los palitos tibetanos. Garab sintió un vértigo. El superior
permanecía silencioso,inmóvil, con los oj~ fijos en é\.
·· -Su Reverencia -ba lbuceó Garab-, soy un ·criminat
Pasé mi vida asaltando el país como jefe de una banda. .•
-Lo sé todo -interrumpió el Bon-. Poco me importa. El
oráculo está hecho .. ¡Escuche!
. El extraño olor era cada ·vez más intenso, y penetraba
en los pulmones de Garab. Los ojos ~jos del superior,
·eran cor..o dos rayos de luz fría que Jo auavesaban.
-¡Escuche! -repitió la voz glacial-. ¡Todo lo que fue
su vida, está muerto!
'i
· -¡ Detchemal -gntó Garab .
. -Todo está muerte, .-repitió el superior.
Garab nunca supo cómo salió·de la ·cámara del ~n
Maestio. Recordaba vagamente una sensación semejante

111
a la que se tiene al recibir un golpe en la ~beza. Había
perdido el conocimiento. No recobrabasu vigor.
Cuando volvi6 en sí, estaba solo, y la celda en · que
se hallaba no era la misma.-
-Nuestro superior me inform6 que el oráculo lo emo-
cionó profundamente -dijo Migmar a Garab, al día si-
guiente-. Es una·pena, porque en su estado todavía pre-
cario de salud, las emociones no favorecen na<la. Pero
pronto se recuperará. La vida en nuestro mundo es un
conjunto de penosas vicisitudes. T...osabio es preparar
una vida más 'feliz, en un mnndo mejor -agregó senten-
. dosamente. ·
Migmar nunca 1~ había hablado de temas religiosos,
y Garab qued6 admirado.
-Usted tiene razón .-respondió-. Nuestros lamas dicen '
lo mismo. ·· ·
· -Entre ios lamas y los Bons no hay difere~cias de doc-
trinas profundas. S6lo existen en la religión popular.
-No ·sé nada de eso. No soy instruido, en lo que a
religión concierne. . · ·
-Comprendo , la mayoría de las-.~sonas son como us-
ted. P~ro puede aprender. ·
-Sí. .. , podría ... -respondió · Garab cap ·vaguedad .
.Y Ja conversación qued6 así: ·

En 'los días siguientes Garab debía tener ~n. encuentro


que Je, acarrearía una serie de aventuras inesperadas. .
Se le permitía pasear por el patio y conversar cori los
monjes. A menudo en silencio, sumergido en dolorosas
reflexiones, Garab se pregunt¡aba qué haría el día no
muy lejano, en que dejara So sa ling.
Una tarde, caminando por las habitaciones, viq a un
monje cuyo aspecto lo sorprendió. _Estaba vestido como
los otros, pero no cab{a duda que su origen era hindú. .
La curiosidad, y la simpatfo. por lazos raciales anima-
ron a Garab, que se dirigió a él. . ·

112
-Ignoraba que hubiera acá un extranjero, yo también
Jo soy. .
-Eso se ve un poco -contestó sonriendoel hindú.
-Me llamo Garab. Estuve enfermo y aquí me cuidaron.
--Mi nombre és Ram Prasad.
No se refirió al mopvo que lo llevó a Sosa ling.
Garab permanecía silencioso, sin saber qué decir.
-Entre, si lo desea -dijo Ram Prasad, adivinando el
pensamiento de su interlocutor.
· Después de la primera conversación, tuvieron entre-
vistas diarias, lo que hizo nacer entre ellos una amis-
tad fraternal. Las confidencias de Ram, abrieron a Ga- .
rab un mundo de ideas cuya existencia no sospechaba, y
Ram sonreía interesado al escuchar a Garab la descrip-
ción de su vida de aventuras al acecho de las caravanas.
También le confió --Garab, la pesadilla que había vi~
vido en Khang-Tisé.
· -Usted se acerc6 allá a un gran misterio. · Los hom-
bres comunes hablan de vida, de muerte, de renacimiento,
sin saber lo que dicen. La vida sólo se explica por la
muerte, y la muerte por la vida. Ambas son fases apa-
rentemente diforentes al profano, de una misma realidad.
Es esta realidad 'la que hay que tomar.
"Hace veinte añQs que yo interrogo a los Maestros
de mi país. Practiqué toda clase de magias, aún las más
terribles, que conducen al abismo de la disolución final,
pero no encontré una persona que se haya precipitado
a ese abismo para salir triunfante, transformado, cons-
ciente, más allá dlla vida y de la muerte.
"Usted es un compafiero de raza . .La sangre de los
Arios está en usted y en su padre . Y aunque éste usó.
1a ciencia que poseía para el mal, era un iniciado. Para
preservarse -de los peligros posibles, hay que conocerlos.
Le confiaré lo que descubrí. La mayoría de los monjes
que vivenacá,practicano estudianmedicina.
"El superior es un . hechicero q_ue quiere convertirse

113
en mago auténtico, pero está lejos de ello, y el camino
que sigue,no es el que conduce a la adquisiciónde ver-
daderos poderes. Trató de _.. conocer mis ~nsamientos y
deseQS,pero sorprendí su inteación; soy experto en el
arte de cubrir mi espíritu con un velo impenetrable: él
no pudo levantarlo. . .
"'Sin embargt>hw un misterio aquí. Desde lejos lo pre-
sentí, fui atraido por él. Quiero descubrirlo a cualquier
precio. Por haber venido me toman por un doctor que
desea estudiar .la ciencia médica de los Bóos, pero es
parte dé JIUestratageQla. Debo estar continuamente en
guardia, porque ellos son hábiles en el arte de manejar
ciertas fuerzas ocultas, y capaces de castigar duramente
al que los quiera burlar. . ·
"El superior y · algunos más, buscan el secreto de la
inmortalidad. El hombre que usted vio ha vivido varios
siglos, pero aunque p~longó su vida mucho más allá del
término ordinario,. no ·es inmortal.
"Estoy seguro que tienen un medio dtf liberarse de l~
muerte. Pero ¿cuál? Este es el gran secreto que esC(?nden
del exterior en este monasterio . hospital y escuela de
medicina. Es preciso que yo sepa ese secreto. Pero sea
cual sea el .medio que usan., es inefi~z. _No-vencerán
a la muerte, porque creen en la muerte.
•A la muerte hay que sumergirla, anularla. Cada átomo
de materia que ella destruye, tiene que ser transformado
en una energía mil, den .mil veces más viva, que la sub~
taocla que desaparece. La vida es una fuerza sutil. Las
formas groseras a las que llamamos seres y cosas, son
sólo apariencias ilusorias, imaginadas por los ciigos que
no ven de la realidad nada más que sombras defor-
madas.
"Aprendere)o que saben en So sa ling, como lo hice
en otras partes. Puede ser que obtenga de sus métodos,
m~res resultados de los que ellos mismos obtienen. ·
Sospecho que d~ una manera diferente, practican el

114
árte maldito de tu padre~ el de nutrirse de la vita1idad
.ajena. El superior intentó hacerlo conmigo; me di cuenta
y ~ccioné. nenes que estar atento. No perinanezcas
más acá. . · - ·
"El camino de la inmortalidad, ya te lo dije, es otro. ·
Hay que disolver lo perecedero, aniquilarlo. para li-
berar la energía que no se déstruye, y dudo que un he-
chicero de éstos, se atreva a intentarlo."
Garab escuchaba sin comprender, pero la simpatía
instintiva que sentía por el hindú lo llevó a una adoúra-
. ción inmensa por él. Este extranjero le r~ba a los .
Maestros tibetanos, doctos en ciencias secretas, y vene-
rados en el Tibet, donde es un culto el saber.
El tiempo pasaba, silencioso, uniforme, sin hechos
notables. Ram Prasad leía medicina, e interrogaba a los
médicos. Garab pidió que le enseñaran .rudimentos de
medicina para justificar su permanencia en So sa ling.
Deseaba irse, pero la presencia de Ram lo detenía. .
Cara~ admitía que Ram era un hombre de Inteligencia
superior; pero dudaba de su prudencia . Olfateaba un pe-
ligro para su amigo, y al confiar .sus sospechas a Ram,
éste le dijo que estaba en guardia.Pero Garab, dudando
de s1,15poderes ocultos, decidió velar por el. En ciettB.s
ocasion.es, unos brazos robustos pueden secundar eficaz.
mente a. un mago.
Por eso .se resignó a ser ayudante de medicina, y Mig-
mar le trasmitió la aprobación del superlo.r.
. Pasaron diez y ocho meses, y de pronto, un día el
superior / lo mandó llamar. Volvió a ver al ·hombre im-
pasible en el cuartito oscuro, y entre emanaciones del
extraño perfume. ·
-Su conducta es digna de alabanza -dijo la voz sin
inflexiones. · . ·
•At rendir servicio a los otros, usted ha preparadosu ·
pwilicaci6n definitiva , y evitará que las con~encias
funestasde su pasado bagan miserable su futuro.
115
"He decidido practicar, para su bien espiritu~ el .
rito que lo liberará de las manchas que :aún quedan
en usted."
El superior golpe6 las manos. Entró un monje tra-
yendo un gallo con las patas atadas, y una fuente
de cobre. . .
El Bon bajó de su sillón, ordenó a Garab quedarse
de pie en medio del cuarto, y con una mano tomó las
patas del gallo, con la otra la fuente, comenzando a "ba-
rrerlo" con el ave de arriba a abajo. Mantenía la fuente
abajo como para recoger un polvo invisible.
Durante esta ceremonia, el superior y su acólito, sal- .
modiaban en tono fúnebre, alternándose, y en un idioma
que Garab no entendió.
DespuM de un momento, c,l superior dejó caer el gallo
al suelo. Este gritó sacudiendo las alas.
-Desátale las patas -mandó el Btin.
El asistente obedeció. El animal se paró y salió co-
rriendo. El monje pareció alarmado, y miró a su maestro;
éste miraba con ojos glaciales a Garab. Hubo un largo
rato de silencio. ·
- Por efecto de este rito las manchas del individuo ·
pasan al gallo y é' 'e muere. Si no sucede así, es porque
no babia algo que absorber. Es decir que la vida misma
' se llevó las máculas, abandonando el cuerpo que sub-
siste cierto tiempo. 1
"Su vida está consumida. Su actividad actual es la
·continuación de un impulso. Es como. la rueda del al-
1 Los tibetanos creen que el "namchés" ( la conciencia), el in·
dividuo mismo, se separa a veces del cuerpo, antes de la muerte
aparente. El cuerp<?continúa un tiempo mis o menos largo, cum-
pliendo los actos flsicos y mentales cotidianos. Al morir, ciertos
signosdenotan que no tenía ya "namchés".Los lamas del pueblo
suelen decir de un muerto, que tenía ya dos o tres años de ~uerto.
Hay médicos que rehusan curar a un .enfermo, p.orque ya está
muerto desde hace meses o afios. Las creencias populares son la
caricatura de las teorías que profesan los esotéricos tibetanos.

116
farero, que sigue girando después que el pie deja_de
comunieárle movimiento.
· • ¿Por qué se obstina en continuar. 1:iaci~o una vida
de fantasma, vacía de alma como lá suya? Haga más
bien, un sacrificio útil a los demás, y adquiera así un
tesoro de méritos que podrá compartir con los que ama.
'¡Venga!"
Hizo un ademán, el monje abri6 una pequeña puerta
disimulada, tras una cortina. El superior salló y Garab
lo sigui6. La puerta daba - a una patiecito que el sol
iluminaba.
-Levante el brazo derecho, d6 forma que su muñeca
quede a nivel de las cejas -dijo el Gran B<Sñ-.Mire con
atenc.i6n la uni6n de la mano con el brazo, y verá que
esa uni6n se,.afina, se pone filiforme y luego se abre;
est~ es la prueba segura de que la vida del individuo
está consumida, que ha dejado el cuerpo que subsistirá
por pocotiempo. ¡Mire su muñecal . ·
Garab obedeci6. Aterrorizado, vio. c6mo su muñeca se
adelgazaba, se transformaba en una nebulosa: pero la
línea · no se rompía, continuaba unida. ·
-Mi mano sigue unida -balbuce6.
-¡Mire mejor!
-¡No se separa! ¡Se sostiene ... sigue sosteniéndosel
-cbill6 Garab-. 1~9.Y vivo! . ·
-Es la ilusión que recausa ese fantasma, que confunde.
con usted mismo. Vuelva a su habitación. No salga de
. ella: Repita la experiencia una y otra vez. :
,·.,Cuando haya reconocido )a verdad. si decide $a~ia-
mente abandonar pocos días d~ vida de ese cuerpo que
no es usted, hágamelo saber; lo volveré a ver. ¡Vaya!'"
"'Enciérrese en su cuarto", había dicho el Gran Bón,
pero reaccionando con toda su fuerza' viril, contra la idea
de la. muerte que le querían imponer, corrió a la habita-
ción de suanúgo Ram. Estabavada. ·
.Se le octµri6 que una diab6Iica maniobra se había
117
/

urdido contra Ram. Querían impedir. que le contara. lo


recién sucedidoc:90 el superior.Pero ¿c;onqué designios?
. Tal vez Ram Jo sabía y aún había tiempo de escapar
del peligro. , .
Apresurada'mente, con UD carbón de la chimenea, Ca-
rab dibujó en .un rincón, designado por Ram, un coa• ·
drado dentro de un circulo. Recitó una fórmula migfca
que su amigo le enseñó. Cuadrado y.círculo lo constitu -
yen la muralla mAgica . que ocultaría a la clarividencia
del superior, una. fórmula secreta que signiñcaba: -Ven
inmediatamente, peligrop.
En seguida salió con calma, y preguntó a un monje
en el patio: .
-¿Sabe usted ·dónde está Ra~? ·Quei;fa advertirle
que me encerraré en mi habitación para meditar, durante
unos días, pero no lo encontré.
-Oeo que saliÓ a acompañar a uno de los doctores .•.
No estoy seguro -dijo evasivamente.
Lo que sólo era una sospecha, se convertía en cer.
tidumbre para Garab. El peligro era inminente. Pero
¿cómo se presentaría?
Podían haber descubierto los p'rop6sitos del hmd6., pero
no pensaban atentar aÚll contra su vida. El superior qui-
Só convencerlo de que sacrificara los dfa, que le que-
daban;Sacrificarlos, ¿cómo? No lo habfa dicho y aun-
que bien pudo hacerlo, no lo asesinó. .
Tal vez propuso a Ram UD sacrificio semejante, y éste
seguía vivo; los Bons tendrán sus razones para no co-
meter crfmenes. Ram volvería, vería los signos, y ambos
hu.lrfan de ese antro .de hechiceros.
Por aht>ra,mientras esperaba a Ram, tendría que se-
guir con la comedia. Se encerr6 en su babitaci6n. Como
antes, un monje le traía 1$5comidas. .
Pensando en la huida, sacaba y escondía una pequefia
reserva de alimentos.

' 118
Varios días p~aron. La ~uietud a~entaba, pero Ga- .
nb no se atrevía a salir por temor- de llamar !aatencl6n.
Ir al cuarto de Ramera inútil. Si 'éste hubiera vuelto ya
estaría con él. Pedir información tampoco servirla, le
contarían cualquier cosa. .
¿Entonces?. . . Era un suplicio estar tan nervioso; y
tener que aparentar un estado de profunda meditación.
De vez en cuando, hacía la prueba que le había
énseñado el superior: miraba la muiieca. La veía re-
ducirse, pero nunca .la mano se separaba d,el brazo. En-
tonces Garab mandaba al hechicero todas fas maldiciones
de su rico repertorio de bandido .

Ram no volvió, y Garab no esperó más. Sentía a la


muerte rondar el monasterio. Debía encontrar a Ram
inmediatamente, o seria ya demasiado tarde. Si ~ no
volvía, era porque no había partldo. ·
Su .amigo estaba prisionero en·alguna parte del mo-
nasterio. No podía ser .en el hospital, ni en los edµicios
de los novicios. Eran lugares de libre acceso. Quedaba el
cuarto del superior. Las fuerzas ocultas de .Raro-eran mú
poderosas que las del superior; éste no pudo retenerlo
contra su voluntad. ¿Existiría allí un mago más capaz
que el viejo Bon? Ram habló de un misterio. Un misterio
que quería descubrir ... .
De esto Garab no entendía nada. ¿Dónde podía estar
detenido? · ·
De pronto recordó la historia del muchacho que Anag
le .contó. Se había escurrido tras el altar, -Y entrado en
una cámara secreta don~e el superior celebraba el culto
al dios. ·· · ·· .. . .
¿Existiría ·esa pieza realmente? En{ '.posible. Loslamas
encerraba!l las ofrendas para la propiciación de ciertos
dioses, en armarios con candado.
Los Bonshechiceros
.pracµcaban
'sacrificios
sangrien-
tos. Estos de So sa ling,.peñsari~ inmolar a Rarru El

119
horror de esa idea lo decidió. En cuanto fos mo.njes ·
se fueren a dormir, buscaría a su amigo.
. Llegó la noche. Garab esperó que tuvieran tit.,.npo de
dormirse. Con wi trapo hizo un atado con algo para
comer y atándolo a su cintura, salió. Llegó al templo
arrastrándose para no hacer sombra.
Las puertas estaban cerradas 9e noche. y por eso se
dirigió a un costado del edificio. Ahí entre el muro de la
muralla y el templo, había un pasillo angosto,.que permi-
~ la entrada de luz ai int~or, por '}nas ventanas bajas
tapadas con papeles en lugar de vidrios. En .pocos minu-
tos Garab estaba adentro. Recordando las frases de Anag,
fue hacia el lado izquierdo del altar. Una lámpara per-
petua aclaraba los drapeados entre los que el paisano se
había escondido. Separándolos, encontró ·una puerta só-
lida, empotrada en dos pilares de piedra; y cerradacon
barras de hierro y cadenas en varios sitios. "Imposible
forzarla", pensó. ·
El cuarto secreto existía. Tenía que entrar. Por la parte
superior del altar, se filtraba. luz. ¿Estaría detrás del
altar e1 tabernáculo, o habría otra pared? La segunda
hipótesis estaba más de acuerdo con las precauciones
que denotaba la puerta encadenada. Pero se podía pen-
sar que los Bons DO temían a los ;intrusos, debido al res-
peto y temor que inspiraban las imágenes sagradas· del
altar.
A Glll'.ab,torturado por la ansiedad, poco le importa-
ban los diosés. Salió sobre el altar, escaló las gradas, se
apoyó en las rodillas de las estatuas, y llegó al techo
ornado de esculturas q.ue representaban á Garuda, ~l
pájaro fantástico con alas desplegadas, rodeado de dra -
gones.1
1 Caruda: el pájal'!> docto que cabalga el dios brahmánioo Vish-
nú, .Y que se representa con alas escarlata, garras y rostro de .
águila, y tronco y piernas de hombre, doradas. (N. del T.) ·

120
Cortando un trozo de ala' de Garuda cori un cuchillo,
consiguió separarlo,' y poniendo a Garuda sobre ·el altar,
enttó por el agujero. No había pared alguna allí. Entre
el altar y la roca, sólo había la distancia ele dos brazos.
Garab vio una peque{ia lámpara, algunos tazones con
ofrendas en una mesa angosta, y ni señal de Ram.
Garab dudó al descender en el minúsculo santuarío del
dios de Sosa ling. Había tomado un camino equivocado
y a la mañana los &ns verían los destrozos sacrílegos.
La prudencia aconsejaba huir para salvar la vida, pero
no podía dejar abandonado a Ram.
Vio en el Sttelo.algo parecido a un fardo de ropa. Un
pensamiento horrible ]e pasó por la cabeza; podía ser
Ram atado y amordazado, o ... su cadáver.
Sin pensarlo más, entró las piernas y se deslizó. Garab
resp.irQaliviado. El atado no disimulaba víctima alguna.
Las espe,ranzas de encontrar vivo a Raro no estaban •per-
didas. Pero ¿dónde buscarlo?
Estaba perplejo, removiendo maquinalmente los trapos
con el pie, pedazos de alfombra, cortinas, cuando su pie
chocó contra algo duro. Era una losa en el suelo, asegu-
rada con una barra para impedir que se la abriera desde
abajo. ¿Una trampa siniestra? El miedo invadió a Garab.
Sacó la barra y apareció un agujero profundo. Sintió aire
fresco que salía del agujero. Aparentemente encontró un
lugar que conducía afuera. ¿Habría otra habitación? ¿Se-
ría el misterio que Ram presentía?
Para Garab, volver atrás. era imposible. Si no encontra-
ba a Ram, alarmaría a la gente del pueblo, y no le cos-
taría mucho enrolarlos en su busca. Pero pensaba encon-
trarlo antes que terminara la .noche. Con la lamparita
vio unos escalones tallados en la roca, y un túnel que
pasaba por debajo de la muralla a la que el templo es-
taba adosado.
Sin dudarlo se .dirigió al pasaje y luego de un corto
trecho se encontr6 sobre . una plataforma natural, ro-
121
deada por las altas agujas que vistas . desde el valle pa-
recían estar soldadas por la base. .
Nubessueltasinterceptabanla ciaridad de las estre-
llas, pero la larga práctica de las; emboscadas noctur-
nas, le había dado ojos de lince. Distinguió un sendere
de cabras serpenteando entre las agujas, cori escalones
en los lugares más abruptos; algunas rocas habían sido
partidas para permitir el paso. Era un sendero viejo, .sin
duda, porque las rocas estaban ennegrecidas y creclan
plantas entre las grietas. El sendero quedaba perfecta-
mente tapado por las agujas. · ·
Garab anduvo un largo rato, y de pronto vio un res-
plandor rojizo delante de él, que parecía salir del suelo.
Continuó un trecho más y llegó al borde de una profunda
depresión. Alli abajo había una pequefia meseta, ence-
rrada, donde se veían unas casitas. El resplandor prove-
nía de una linterna grande protegida con un techito, en
el centro del terreno. Los Bons tenfian tshams khangs. 1
La mayoría de los monasterios tienen esas cabafias
para anacoretas, pero no se cuidan ·de disimularlas. La
vida contemplativa de los ermitaños, es noble y santa;
no hay razón para que se escondan de los laicos. Por
el contrario, es un medió de dar el ejemplo e incitarlos
a elevarse por sobre los intereses materiales. Pero Garab
duda.ha de la santidad de los Bons de So sa ling. Los
moradores de ·esas chozas bien cuidadas ; debían estar
dedicados a prácticas con demonios. ¿Estaría Ram pri-
sionero ahí?
No ·podía calcular cuantos Bons vivían allí. El era
fuerte, pero estaba solo. ¿Podrla usar la astucia para li-
berar a Ram, o corría el riesgo de una lucha?
Antes que nada debía reconocer el lugar, y encontrar
una salida sin necesidad de volver por donde habfa
llegado. ·
1 Casitasdonde los monjes se aislan para meditar.

122
\
',

Saliódel sendero y ~6 la muralla natural opuesta


a las casillas. No pudo estimar la altura exacta pero pa·
·recfa muy profundo. Era , imposible huir por ahí.
Aunque era otofi.o y la· noche debía ser larga, Garab
se ,ponfa nervioso, pensando en el tiempo que bahía ·pa-
sado desde que salió de su cuarto. Hasta ahora no había
hecho sino correr riesgos sin poder ser útil a ·Ram. Lo
obsesionaba la idea de quedar prisionero . Volvió sobre
sus pasos. El camino costeaba el vacío con vueltas, su-
bidas y baja.das. De pronto vio delante suyo ·un muro
bajo cerrando la entrada de una caverna . 1
Garab no la · vio hasta estar demasiado cerca.
¿Seria un ermitaño? ¿Estaría habitada? Apresado en-
tre la cave~a y los Mns de Ja meseta, su situación erll
más peligrosa que nunca.
Quedó inmóvil sin saber qué hacer, desesperado, cuan-
do creyó oir un gemido. Se acercó. Oyó otro gemido
y luego unas pala6ras débiles: •
-¡No puedo más!. . . ¡Ayuda!. .. ¡Sáquenme de aquí! ...
¡Piedad! .. . . .
Reconoció la voz de Ram. Estaba sufriendo . ¿A quién
se dirigía? Garab vio la puerta sólida, con barra y ca-
denas . Por todos lados las mismas precauciones, pero
esta vez para los que venían de adentro. Era una prisión .
Garab acercándose a la pared, dijo en voz baja;
-Ram. soy Garab, vengo a liberarte. -Por dos v~s
tuvo que repetir el llamado. Al fin llegó la débil respuesta:
-¡Garabl ¡Sálvame! jSálvamel
Garab se preguntaba cómo forza~ la puerta o hacer
tina abertura en esa ancha pared. Nuevament~ se oyó
la voz de su amigo, que parecía más seguro:
1 E, corriente en el Tibet que l¡as cavernas sean usadas por
ennltailos. La autora haBitó una durante años, a 3.900 metros de
altura,sobreuna pendienteescarpada
.
123
-No puedes entrar. _Escóndete. El Gran Maestro Bon ·
viene todas las noches, v se queda hasta el amanecer. El
abrirá la puerta. . . viéne solo.. . escóndeterápido.
-Estás salvado Ram. ¡Coraje! ahora me escondo.
Jamás la espera de las caravanas había sido tan larga
como ésta. Se preguntaba si no estaba perdiendo un
tiempo precioso. ¿Vendría el Gran Maestro? Tal vez el
hindú deliraba.
Repentinamente vio un resplandor acercarse por donde
había venido. .A,parecíay desaparecía. Era un farol de
mano que traía el Bon.
Garab pensaba. Debía ·esperar que el Bon abriera la
puerta, impedir que la ·cerrara. . . y lo demás dependía
de Ram. ¿Estaría atado? Lo .ideal era atar al Bon, en-
cerrarlo y huir. Pero, ¿por dónde? El hindú sabría.
El Bon se acercaba. Una extraordinaria aparición sur-
gió de las tinieblas. ·
Era alto, increíblemente delgado, parecía un esqueleto.
Su Gara. recordaba al superior de SO' sa ling, pero era
más extraña aún. Lá piel parecía un guante estirado
sobre los huesos y los ojos invisibles. Sólo dos rayos ar-
dientes marcaban su sitio. Garab era valiente, pero no
pudo evitar un temblor. El personaje escalofriante dejó
el-farol en el suelo, sacó una llave de su. manto, retiró
la barra de la .Puerta y abrió. Se sintió un asfixiante olor
a podrido y Garab quiso gritar de espanto.
El Bl>n entró. Sus gestos eran lentos y mesurados; em-
pezó en voz baja una letanía.
Garab se adelantó reteniendo la respiraci6n, y mir6 el
interior de la caverna. Antes de actuar debía .saber si
Raro estaba. libre o no. Si le quedaban fuerzas para·hacer
algo. Tal vez lo habían torturado.
Aparte del hechicero, no se veía nada. Casi toda la
caverna estaba ocupada por una especie de mesa hecha
con piedras. Apenas quedaba un espacio entr.e ésta y la
pared. La parte infer-iorde la mesa era de hierro, y te-

124
nía grandes aberturas. Podía ser· un altar rústico dedi-
cado al genio de la montaña o a un demonio.
El BBn empezó a gesticular, dejó caer el manto, .Y un
esqueleto apareció demudo: la piel estirada como la de
la cara sobre los huesos. De una saliente de la roca. tomó
una cuchara redonda, provista de un mango largo, y la
in~dujo en uno de los agujeros de la mesa. Sacaba algo
con lo que se frotaba el cuerpo. Varias veces repitió esta
operación. sin dejar de salmodiar en voz baja.
-Pero ¿dónde está Ramr, se preguntó Gar~b angustia -
do y sofocado por la hediondez que salía de la caverna.
El Bon dio vuelta a la mesa y se inclinó en uno de
los ángulos. . ·
-Este es el verdadero brebaje de la inmortalidad ~dijo
sentenciosamente-. Tiene disuelta la vitalidad de hombres ·
jóvenes y robustos. ·Para el que no es iniciado, es mortal;
el iniciado está · preparado para asimilarlo. Es una fuente
de in~xtinguible energía. Sé feliz, hijo mío, de haber
podido contribuir a alimentar..;esta fuente , que hará a
los Maestros superiores a los di~ses. · .
"¿Con._quién habla? -se decía Garab-; no hay nadie.
¿Y Ram? ... Me habló ¿Me habré vuelto locó?"
El hechicero llevó la cuchara a su boca. y b ebió algo.
Se inclinó otra vez sóbre la mesa.
-:--Tusojos siguen abiertos -di j9-: ¿No sientes venir el
gran sueño? Los gusanos ·¿no han comen~do su ataque
a las piernas? Quisiste descubrir nuestro secreto. Ahora lo
conoces. Haz el voto de renacer entre nosotros. Puede
ser que un día)legues a ser Maestro. ·Con esa esperanza
te bendigo. con la aspersión secreta. . .
Ga:rab vio cómo echaba sobre la mesa unas gotitas con
la :cuchara . Y al mismo tiempo un grito desgarrante salió
de la parte .inferior de la mesa: ·
· -¡ Garabl ¡Ven, Garab !
Era el invisibleRaroque llamaba. Garab tomó la barra ·
de hierro de la puerta, y ·con todas sus· fuerzas golpeó .la

.125
cabeza del Bon. 'El hedúcero se desplom6 con la cabeza
deshecha. ·
-¡Garab, sácamede acá!... -implor aba Ram.
¡Lo habían encerrado en una tumba! comprendi6 Garab.
-Levanta la tapa -gimi6 el hindú.
Garab mir6 al Bon inanimado en et suelo. Un hilo de
sangre corrfa ,,por su frente. "Le partí el cráneo", pensó.
Había recu~r.ado su sangre fría. Recogió las cadenas,
la llave, y gl,lard6 todo. en el bolsillo de su manto. Por
uno de los agujeros vio· la cara de Ram, acostado sobre
la espalda . A su lado se veía la cara de un cadáver,
lívida, y al fondo, una calavera.
¿En qué infierno estaba?
-Es una mesa hueca, estamos bajo la tapa; hay que
levantarla, Garab -implor6 Ia'víctima del suplicio.
Garab examin6 la tapa. Su peso desafiaba cualql!ier
tentativa de levantarla. Con ]a barra de hierro comenzó
a golpear las piedras del ángulo donde estaba Ram. Hizo
palanca, y poco a poco fueron cayendo. Tomando a Ram
de los hombros, sac6 su cuerpo por la abertura I:l hindú,
desnudo, se levant6 con dificultad, v SP. avay6 en la pa-
red de piedra.
-Hace tres días que estoy ahí sin comer -dijo.
- ¿Qué es eso?
-Ponen a los ho~bres vivos entre dos chapas de hierro .
Los dejan morir de hambre y descomponerse. Jamás sa-
can los cadáveres. Cada tanto, agregan una persona viva.
El líquido que resulta de la putrefacción de la carne,
es el brebaje que toman para Ja inmortalidad. 1 Es el
1 Los chinos de Tao- sse, han buscado por largo tiempo el bre-
baje que los conviertaen inmortales, pero no oonlos únicos en
Oriente. Los tibetanos hicieron el btc1md len gyi o btchud kyi len,
(que se ¡ronuncia tchu .~i len) y el nang mtchod, (n~ng tchen),
los hindúes tienen el r(l$(Jyana. Pero todas estas pociones son la ex-
presi6n vulgar y deformada de . procedimientos pertenecien tes a las
cien~ secretas. Así, Tchu kl len, no es sólo un licor, sino una

126
misterio de So sa ling. Lo conozco. Sácame de aquí,
Garab.
-Para eso vine -dijo Garab aterrorizado-. Vístete con
la ropa del hechicero; nos vamos.
Le dio la túnica a Ram y ech6 una ojeada a, la ví~a.
-No está muerto, habrá que encerrarlo. ·
Ram se sostenía· algo mejor con sus piernas, y sigui6
a su salvador que iluminando con el farol, ponía la barra
y encadenaba la puerta. · ·
Respiraron el aire fresco limpibdose los .pulmones.
-¿Conoces un _camino p9r d6nde huir? . -preguntó
Garab.
- No, me trajeron de noche.
- Eso es terrible.
-Pero tú conoces el camino.
- S6lo el que tomé para llegar. No ~ puede volver
por ahí. Desde arriba se veían nubes, algunas cúspides '
asomando, y las tinieblas. Nada más. ·
-Es la muerte -agreg6 Garab-, pero hay que huir. Me-
jor es romperse la cabeza en las rocas que agonizar en.
este infierno creado por los Bons. -Se sac6 la faja y prob6
su solidez.1
"Esto servirá de cuerda , -dijo a Ram...:.Dame la tuya."
Con el cuchillo cort6 dos tiras para ajustarse ambos
a la cintura, y sostener el farol. ·
Comenz6 la exploración de los lugares más accesibles
para el peligroso descenso.. Eligió una zona de árboles
.acháparrados . ¿Terminaba en una pendiente suave, o en
un abismo? La oscuridad no dejaba ver.
fórmula mb tica, por medio de la cµal se asimila la ..savia n••tri-
tiva", l!l "energía vida" uníversal. Existe sobre el tema un con-
junto de doctrinas curiosas y antlqul \ímas. Si las circunstancias se
presentan, ensayaré hacer un sumario. (N ota de la autora).
1 Las fajas de los tibetanos, dan vueltár a la cintura y tien«i
varios metros de largo. Las más finas son de 40 a 50 centímetros
de ancho,de telasólida,a vecesde séda.
127
-Ram -dijo Cara~, no te sientas salvado. Casi seguro
que vamos a la muerte. ¿Crees tener los pies {ÍJ1Despara
sostenerte·sin caer?
· -No sé. Me siento muy débil.
¡Más de tres días sin comer! record6 Garab. Rápida-
mente .sacó de las provisiones uó pedazo de carne seca,
y se la ·dio a Ram.
-Eso engañará el hambre. Después te daré de comer.
Es tarde. Hay que bajar. Yo te ayudaré.
. Empezó la aventura del descenso. De vez en cuando,
Garab bajaba el farol para ver el terreno de abajo. A
cada paso debía ayudar . a ·Ram, que vacilaba. Después
de un tiempo que les pareció interminable, llegaron a
una pequeña cornisa, sobre una pared de roca vertical.
Esta vez ninguna vegetación los podía ayudar .
Una vaga claridad se insinuaba en el cielo. Los Bons
irían ·a la caverna a buscar al Gran Maestro, y podían
verlos. La luz aumentaba. Al pie de la roca vertical se
veía pasto que bajaba en suave pendiente. Era la última
oportunidad.
-Te ataré a· mí y me deslizaré a lo largo de la roca.
-Bien -respondi6 el hindú .
. Garab se ató al amigo contra el pecho y cubrió sus ma-.
nos con el borde de las mangas para no lastimarse. Co-
menzó a deslizarse menos rápido de lo que había ima-
ginado. La roca no· era t~n lisa ni tan vertical como
parecía. Podía controlar la velocidad frotando con las
botas. Instantes después caían .uno sobre el otro, en e~
pasto, maltrechos pero .a salvo. Garab desató a Ram y lo
ayudó a pararse. ·
-Vamos, haz uh esfuerzo, debemos alejarnos. Esta
vez estás salvado.
El hindú no contestó. Se limitó a caminar. Garab le
vio una expresión rara. 'ilace mucho que no come - pen-
só-. ¡Pobre desgraciado!"

128
Caminarían un poco ..nµs, para llegar a los bosques.
Ram estaba agolado. Garab hubiera querido llegar al
pueblo, pero comprendi6 qrreldebían detenerse. Un to-
rrente bajaba con una serie de cascadas a un profundo
barranco. A falta de algo mejor, podía protegerlos durante
una breve comida.
Garab esperaba que Ram pudiera seguir andando .. Los
Bons no seguirían el camino de ellos, pero que los bus-
<:arían, era seguro. Ram descubri6 un secreto demasiado
terrib~ para <1uese arriesgaran a ser denunciados. Ha-
ríari lo posible para asesinarlos a los dos.
Hai:n comió algo, -se lav6, pero no pudo seguir la
marcha. ·
-Te llevaré sobre mi espalda tanto como pueda. Así
podremos llegar a una granja. Será suficiente que haya .
gente a nuestro alrededor para que los Bons no se atrevan
a atacarnos.
- No, permanezcamos aquí -implor6 Ram. Garab tuvo
ql1e · resignarse a la demora, y se escondieron lo mejor
posible en el matorral del barranco.
- Escucha, debo contarte --dijo Ram.
··uno de los doctores vino a mi cuarto, y dijo que el
Maestro me quería ver. Sentí que el misterio que quería
develar estaba cerca. Hubiera querido avisarte por lo
menos con·un gesto, pero no estabas en tu celda cuando
pasé·delante del monje. Eso me inquiet6. Seguí al doctor
hasta el templo, y al cuartito detrás del altar .. Al ver la
. tra1i1pay el corredor; me dí cuenta que ya no vofvería a
So sa ling. ¿Es por ahí que viniste?
...:.sí,recordé lo que Anag me contó del paisano que
· entró en el santuario.
-Sólo h.ay ese camino.
"Debiste ver esos retiros en la meseta. Me encerraron
<·nuno. Al dít siguiente vino el Gran. Maestro a hablarme
largamente. El hombre fantasma, al que rompiste la ca-
he::rn.Un hechicero abominable, pero también un ser
129
extraordinario. Los que viven ahí aseguran que tiene
más de mil años de edad. Jamás duerme, excepto una
vez cada veinticinco años. Es un sueño de seis meses
sin interrupción, y al despertar tiene el vigor de un
hombre en su plenitud viril.
"Está ahora llegando al fin de ese lapso y tiene miedo
de dormirse porque sabe que no es realmente inmortal,
y puede un día no despertar más.
''.Sus discípulos tienen todos edades fantásticas, y tam-
bién buscan la inmortalidad.
"El gran secreto es ese brebaje. Prolongan Ja vida , pero
no se convierten en inmo·rtales.
"Tú has visto lo que es esa poción inmunda. Acuestan
a los ·vivos entre las chapas d e hierro , y sólo quedan
las caras . al descubierto. Y no deben ser puestos a la
fuerza. El rfü> exige que ellos mismos se acuesten vo-
lunta riamente. 1
"¡Voluntarüµnente!. .. Imagino.·que los Bons usan sor-
·plegios para que sus vfutima,s,]o hagan. Yo, tú sabes,
persigo un fin. Quiero sup~t:ar I.a muerte; "tener concien-
cia de eso donde termin:r·et ,Juego ilusorio del ser o
del no ser. · · ·•
"El Gran ~aestro me dijo q~e·"mi vida'' estaba aca-
bada, que la "apariencia de vida" estaba por apagarse
también.''
- Pero el superior me dijo Jo mismo -gr itó Garah - y
me aconsejó que sacrificara, Jo poco que me (JUC'daha.
por el bien de otros, y para lograr méritos,
-C omprendo, a ti tambi~ te <¡11NÍanpara el ba,10
inf<.'rnal.
- Para proharme que mi vida estaba terminada, d su-
perior me l1izo observar mi muñeca; mi mano tenía qne
separarse del brazo. Pero mentían. No S<.' separó. Estoy
bien vivo.
1 Ver la Nota Preliminm. La autora habla de lo~ nimorcs q,w
circulan en el país <le fos Gyarongpn~. acerca 1le es:1 práctica.

130
-Pero yo ví cómo mi mano se separaba dl'I brazo.
Moriré ... ya lo estoy.
-¡Locuras! -gritó Cara_b alarmado-. Son patrañas
para hacerles perder la cabeza · a los qu e eligen para
víctimas. No estás más muerto que yo, Ram.
-Ya fo sé -dijo el hindú, y continuó -. Los hech iceros
no me hablaron de la tumba de la caverna, sino de las
casillas para meditar. Consentí en encenarme en una de
ellas. Una noche me vinieron a buscar. Con letan ías y
perfumes raros, me llevaron cerca de la caverna. Me or-
denaron desnudarm e y abrieron la puerta ...
"Carab, la tapa estaba levantada. yo vi lo que tú no
viste. El horror de esa carnicería. Había un hombr e vivo
· aún. Hizo un movimien to para salir, pero no tenía fut'r -
za"s.Sus ojos espantados ... gusanos Je andaban por enci-
ma. . . ¡Garab, yo vi todo eso! La muerte lenta, sentirla
venir, ªJ?.ªlizarla; desafiarla . . . Con la conciencia ly.cida ,
recreando fuerzas que otro~ agent es quieren destruir;
la voluntad de vivir triunfante sobre · el hábito de la
muerte.
"Quise pasar por ello y salir vencedor , me reí de esos
estúpidos Bons . . . y me acosté.
"Al 1legar ef día , el hombre acostado a mi lado suspiró
y n.o se movió más.
"El Maestro vi110,á la noche, y se quedó en la cav.erna.
Me habló . No le .'.:¡:m testé. Yo observaba.
· "'Y poco a poco, el horror fue invadiéndome , agr:1ndán-
dose , ;· venció. Sólo pensaba en escap ar, y sabía que no
era posible.
"Y llegaste tú, Gar ab ... "
- Trata de olvidar, píC'nsa en otra cosa -d ijo Garab
con lágrimas <'nlos o_[os-.yamos, te SC' ntir.1s mejor cuando
no c~t"mos soloi . El avuno t<' hace mal v tienes fü•brr.
Trata de dar unos pa sos. No temas . t<'nio mi sabk ..
Fui jefe dC'bandid os ,. si'· hat irm<'. Los Bons no m<' asus-

131
tan. -Garab no sabía ya qué inventar. Sentía enorme com-
pasión por el hindú que parecía ha~er perdido la raz6n.
-Escucha, Giuab, retrocedí ante la prueba. Me crei
fuerte y fui débil. Palabras, palabras; me río de ellas,
de las frases. Unos días más y hubiera triunfado, hubiera
conocido la existencia eterna ...
"Garab. debo volver, tenderme en el lugar que no
debí dejar, y esta vez hasta el fin .....
-¡Qué horror! :-gritó Garab-. ¡Ram, reacciona, estás
Joco!
El hindú no habló. Temblaba de fiebre y su piel
quemaba.
"La pesadilla que vivió lo volvió loco -pe nsaba Ga-
rab-. Espero que se calme y podamos alejarnos. ¡Hemos
tardado tál)to ya!" .
Un rato después Garab creyó oír unos ruidos sospe-
chosos en el bosque. Ramitas que se rompían y hojas se-
cas pisadas. ·
- Ram -murmuró-. Vienen. Pueden ser los· Bons.
Los pasos se acercaban.
-Los llamé con el pensamiento -di jo Ram-. Que me
encuentren. Quiero volver, comenzar la prueba y vencer.
- ¡C{f}late.1
-suplicó Garab-. Si nos descubren nos ase-
sinan.
Se oyeron voces de hombres que se habían detenido
cerca.
-Nos van a ver -dijo Garab--. Vamos a escondemos
bajo la cascada; la espuma nos tapará, y sacaremos sólo la
boca del agua. No se les ocurrirá mirar ahí.
Empujó al hindú que se dejó llevar . .Garab juntó unas
ramitas que puso sobre la cabeza de ambos. Las rocas
los disimulaban. .
Varios hombres batían el bosque. Por las palabras que
se intercambiaban, Garab supo que eran los enviados
. por los Bons. Uno de ellos se acercó mucho y se agazapó.

132
El hindú.Jrat6 de librarse de G.arab que lo mantenía
. bajo el agua. · _: . .-:
-Qui ero · volver. . . déjame. . . quiero vencer. : quiero
saber... ·
· -¡Cállate! -suplicó desesperaao Garab. Deseaba q,·~
el ruido del agua dominara la voz del insensato.
-Déjame que los llame ... ¡Aquí!. .. estoy aquí. ..
Co.n la fuerza de la demencia, Ram sac6 el busto d~l
agua y llamaba. . ·
En menos de un segundo, Garab lo tomó por_· los
· hombros y lo sumergió en el agua. . .
Se oían pasos cerca del agua. Ram se debatía, y Garab
medio acostado sobre él, lo sostenía desesperadam~nte,
escuchando los pasos que ahora se alejahan. . . Rarri no
se _movió más.. '. •
El silencio volvió al bo'sqtie. Garab levantó la cabeza
de su ,amigo. Los ojos bien abiertos, )a mirada fíja, como
deseando comunicar algo. . ·
¡Raro!. .. pobr~ loco querido. En pocos minutos su
amigo enloquecido que quería salvarse a toda costa y
a quien había asesinado después de salvarlo.
-¡Raml ¡Ramt ¡Qué hice! -Sóllozaba el asesino.
La noche encontró a Garab sentado al · borde del
torrente. Ram arrimado · a una roca, continuaba mi-
rándolo, con sus grandes ojos negros inmóviles, llenos
de ternura y de misterio. .· .
Cuando la noche veló su cara, terminado el mudo co-
_loquio1...~l el!__baridido se levantó .y" se Jue Caminando.
• o •

133
CAPÍTULO VII
El ermitaño sabio de Amné Matchén . - Misteriosos viajeros
extranjeros. - La carne triunfa sobre el espíritu.
Asesinato en una cavenia .

Al Este de las grandes soledades del Tibet septen-


trional, se levanta una montaña altiva, aislada, erguida
en )a inmeQsidad de las mesetas desiertas. Los pastores
del lugar laº·llaman Amné Matchén;,--0 Matchén Poumra,
y ahí ubican la morada de su dios. La cima está cu-
. b1erta por nieves eternas, y delante de eJla gigantescos
conos negros, parecen centinelas montando guardia. La
base reposa sobre yacimientos de oro.
. Guesar de Ling, héroe de la epopeya nacional del
Tibet , vivió ahí en su juventud, y los tesoros fabulosos
que la leyenda le atribuye, pueden muy bien ser el
· oro de Amné Matchén.1
Cerca de ahí, también Garab había tenido en su época
de prosperidad, sus tiendas y rebaños. En esas mismas
soledades, hacia el poniente, el intrépido bandido había
encontrado a Detchema.
Lazos misteriosos, el instinto del animal herido que ·
vuelve al refugio, Garab, después 'ele errar por más de
un año, con el pe~o doloroso de un crimen, vino a pros-

1 Ver La vida sobrehumana de Gt.tesar de Ling. Traducción del


poema épico nacional del Tibet, por A. David-Neel y el lama Yong- .
den. (Ediciones Adyar, París). . ·
temarse a los pies de Dordji Migyur, un asceta ermita-
ño, que vivía en la ladera de Aroné Matchén. Hasta
muy lejos conocían su reputación de sabiduría y aus-
teridad. Se decía que poseía facultades y poderes so-
brenaturales. Muchos querían tener el honor de ser
sus discípulos, pero él se negaba con dulce firmeza. Los
favorecidos se tenían que contentar con ser tolerados
en las proximidades .de su refugio, durante algunas se-
.manas, o a lo sumo unos meses.
. Dordji Migyur escuchó con su impasbilidad habitua~
]a confesión de Garab. Lo aconsejó, le ensefi(r algunas
'prácticas religiosas sencillas, Je dio un libro y discursos
de Buddha, y contra su costumbre, le permitió quedar-
se por algún tiempo e~ una caverna .cere;ana, ya algo
preparada para habitación. Ahí se .protegían los faicos
piadosos que venían a renov~t las provisiones del ana-
coreta, o los visitantes en ltúsca de guía espiritual
Todo lo sucedido en So sa ling y el golpe moral
de la muerte de Rain, le habían hecho olvidar en parte
a · Detchema. Pero en Amné · Matchén, los pensamientos
sobre ella volvieron, dejando atrás las otras preocupa-
ciones. La atmósfera familiar, el paisaje idéntico al que
había recorrido con ella, reavivaron los recuerdos del
pasado y de su amor. Cada día se le hacía más presente
su recuerdo. Rememoraba las noches bajo el cielo estre-
llado, los estremecimientos que sü cuerpo le provocaba,
el deseo y los goces que le hizo sentir. ·
Luego de la huida de So sa ling, no le faltaron aman·
tes. Atraía a las mujeres con su magnetismo, pero nin·
guna pudo borrar la impresión que Detchema había
dejado en él. Carab se preguntaba qué la hacía dife-
rente a las otras. Recordaba las historias sobre Sindong-
mas, muchachas demonios, que . jugaban al amor con
seres humanos. . . ·
Detchema estaba muerta. El vio cómo la corriente
se la llevaba, pero algo le hada sentirla viva aún.

135
¡D~chemal .. , . _¿Quién era ella para que su pecho
se agit~a, y .su carne lo torturara con solo pronunciarsu
nombre? .
, Ga,rab se entregó a interminables prosternaciones . ri-
. tuales, que el ermitaño le había enseñado. Las repetía
~as~ :ei agotamiento para que los votos de los Bodhi-
satvas __ consagraran al servicio de los seres y alivio
de sus dolores.
·El temperamento de Garab no era. contemplaµvo. Aca- .
baba ~de cumplir treinta y dos años y se hallaba más
fuerte que nunca. No desel'ba plegarse a la vida ana-
coréta. Por ahora era un medio de lograr sus propósitos.
NQ para escapar al castigo de sus crímenes. Era de ,
floJos querer librarse de las consecuencias de sus. prq- '
píos actos y estaba dispuesto a pagar; pero Dordji Migytir
le mostr6 wi ideal.
-Olvida el pasado -dijo-, no te dejes aosorber · por
faltas come~idas. Los remordimientos son una forma de
presuntjón. Atribuir a tus actos una importancia que no
tienen es complacerse. Todo lo que existe, todo lo que
se produce es el fruto d e causas entrelazadas de · mil
man.eras. Por lejos que volvamos hacia atrás, no podemos
llegar al orig~ne de las· causas, de concebir una causa
que no tenga. otra causa. Tus actos y tu persona son
s6lo eslabones de esa cadena eterna a la que seguirán
agregándose eslabones. Dirije tus pensamientos hacia el
dolor que acompaña eJ. peregrinaje de todos los seres a
lo largo de esa cadena· de lá existencia.
"Por eso los Bodhisatvas,1 ·conmovidos .por la compa-
si6n se hacen in! uctores, guías, médicos, de los igno-
rantes, de los extraviad~s, de los afiebrados por el odio
y la rodicia.
1 Para los budistas, per~onas ~~)'. evolucionadas en la vía del
perfeccionamiento espirihlal y animados de enorme caridad. Siguen
a los Buddhas en proen de jerarquía y están preparadas para el
estado de Buddha.

136
"Cesa de mirar hacia atrás. Aspira al honor dé:: ser-
vir a los Bodhisatvas, de ir en su busca, deseando ~-sólo
ser instrumento de su caridad para sembrar el bien .en
este mundo .sumergido en fa aflicción.''

Garab escuchó atento. Es.te ideal dé los Bo<lhisatvas,


es exaltado por todas las sectas del budismo mahayana;
no .laaytibetano que lo ignore, y Garab no era una. ex-
cepción. Había oído predicar a los lamas sobre ello, pero
ninguno hablaba como Dordji Migyur. ·
Por eso, para alivjar la angustia de los desgraciados,
ser útil en esta v.ida y en las siguientes, ~arab, ex ban-
dido orgulloso, vivía en una caverna de Amné Matchén,
la ruda y noble vida de los anacoretas. ·
Por ese juego misterioso de causas y efectos, un inci7
dente banal, desató una serie de consecuencias que
arrastrarían a Garab de ese puerto de salvación donde·
se creía sólidamente anclado.
Dos · pastores, discípulos laicos de Migyur, llegaron
con una ofrenda de víveres para .su maestro. Luego de
presentars~ ante él, fueron con sus mantas y las .montu-
ras de los caballos a la gruta que les servía de abrigo
en sus visitas a Migyur. Ahí habitaba Garab. Ambos:hom;
bres habían J~nnado parte de su banda en UI1 tiempo.
Creyeron que Gatab se escondía: Casi cuatro. años
habían pasado desde aquella expedición de los musul-
manes. Le propusieron volver con sus viejos compañeros.
Le recibirían con verdadera alegría, y ellos dos po-
drían i:eunir un pequeño rebaño con donaciones, para
que Garab recob,ara su fortuna, Todos .sabían que la
desgracia fue por causa de l<:>sdesobedientes, y que su
cabeza .tenía precio. ·
· Garab les agra,¡j~ió emoe,onadb. Luego les explic6
que no era por miedo que se hallaba en la caverna, sino
para hacer una vi~ santa bajo lil dirección. de Migyur.
Esperaba seguir los pasos de los Bodhisatvas, siempre

137
dispuestos a s2.crifícarse por el bien de los demás. Ga-
rab habló con sinceridad a sus amigos asombrados, re-
pitiéndoles uno de los discursosmás inspirados <lel er-
mitaño.
Los pastores no podían creer lo que oían del joven
que los había llevado al pillaje. Las leyendas de con-
versiones abundan. Recordaban· a Angulimala, jefe <le
bandidos como Garab, que llevaba un collar hecho con
núl uñas de meñique arrancadas a mil de sus vícti-
mas. Un día encontró a Buddha, lo escuchó y se con-
virtió en santo. En uno de los que llega a1 grado más
eminente de sabiduría: un Arbat.
Bajando la cabeza, llenos de respeto, con las manos
unidas, •se prosternaron y pidieron la bendición a su
antiguo capitán y célebre asaltante de caravanas.

En el convento de Samten ling, Detehema . vivía en


estado de inercüi, una vida de . religiosa que éarecía de
sentido para ~lla. Se instruía leyendo o,bras sobre doc-
trinas budistas, aprendía ,r:>sritos qué se practicaban
en el monasterio y po<líainterrogar a la superiora. Esta
era ..una mujer culta, que tomó los hábitos al quedan
viuda. Pero nada de esto le interesaba. Su vida entera
estaba contenida en un sueño. La muerte de Garab le ·
quitó toda razón de existir. Indiferente, silenciosa, acep-
taba la monotonía <le las horas, con su hábito oscuro
y su cabeza rapada. Lo veía como una · expiación por
su ingratitud con sus abuelos al escapar en busca del
amante de sus sueños. También era un castigo por ha-
ber amado a Garab sólo por el placer que le daba, y
haber contribuidcf a su fin. ·
Así, mientras Garab meditaba en los ejemplos de los
héroes de la caridad trascendente y se preparaba para
seguir sus pasos, Detchema no veía objeto en su vida
de tareas banales. A veces acompañaba a las religiosas
de más edad a los pueblecitos de los alrededores. Pa-:
saron más de dos años, cuando un. día le ordenaron ir
con dos de las religiosas a ver a uná rica viuda que les
haría una donación de té. La granja no estaba lejos del
¡ío que terminó trágicamente con Garab y con· ella.
Siguiendo la costumbre, la viuda para acumular mé-
ritos que le aseguraran una vida futura mejor, invitó
a las religiosas a pasar dos días en su casa.
Detchema sentió el deseo de ver el lugar fatal, como
para obtener una prueba innegable de la muerte de
Garab.
Sin decir nada a sus compañeras, para que no se. lo
impidieran. salió de la granja al amanecer y se dirigió
al río. Algúnos paisanos le indicaron el camino, )' llegó
a media mañana. Era primavera, pero las nieves en las
montañas no se habían disuelto aún. El río estaba ahora
cristalino, calmo, y poco profundo.
Detchema volvió a recorrer el bosque, y llegó al lu-
gar donde se cortó los cabellos. Vio nuevamente el sitio
en que se había prostemado delante del sombrero de
Garab, y nuevamente se hincó.
Al levantarse , aún con las manos juntas, su mirada
se posó en la roca ·donde el sombrero había quedado
énganchado. ·
¿Era una ilusión? Algo había entre las asperezas de la ··
piedra. Algo grisáceo, descolorido. Se acercó como hip-
notizada al borde del agua. Se quitó las botas y, avan-
zando sobre las piedras más salientes llegó, tendió el
brazo y tocó la tela: era un trozo del sombrero de fiel-
tro que aún tenia un fragmento de galón con hilos
dorados.
La sorpresa la hizo caer de la piedra . Una certidum-
bre la invadió: ese trozo de sombrero tenía un signi-
ficado. Garab estaba vivo.
¿Dónde? No podía imaginarlo, pero estaba segura
que lo encontraría. · Como la primera vez, lo encontra-
rla. Decidió no volver al convento.

139
, ,; .

Guardándo bajo el mant9, contra su pecho, el pedazo


de ~mbrero de .Garab, remont6 el .río hasta el vado.
Levantó ·su hábito hasta debajo de las rodillas, y entró
~ el -agua. Como era alta, apenas se moj6. Mientras
llega~ ..a la orilla opuesta, no pensaba que se lanzaba
a uná).11venturáimprudente, que ·sólo, tenía la ropa que
la cuf?,r~, y que nada le aseguraba que Carab estuviera
vivo.··Consideraciones de este tipo no son las que se hace
un espíritu tibetan<;>.· · . . . .
De~de el dít anterior que no comía, pero s¡ibfa que
nadie,.i'ehusa una limosna a una religiosa peregrina, y
decidió hacerse pasar por ello. Miles de ~egtinos cru-
zan el Tibét cQnstantemente para· visitar lugares santos;
uniéndose a ellos_no llamaría ·la atención..

No ·se puede andar rápido a pie, teniendo que mendi-


gar Y'.hablar con la gente de los pueblecitos. Pero Det-
cheina no tenía itinerario. C@mola primera vez, erraba
al azai-, buscando al "hombre de sus sueños''.
Al fin de s ·is meses de vagabundear por la zona del
río que la atraía , por el país de Ca hasta .Kyerkou ( pues-
to de guaraia chino), Detchema había obtenido infor-
macioi;i.es que ·forti(icaban su esperanza. Ninguna. de
las personas que interrogó, recordó que un fiombre se
hubiese ahogado en aqudla inundación inolvidable para
todos. Tampoco hubo ejt·cuciones importantes en los
puestos militares de Ja zona. .
Pero seguía ignorando dónde estaba Carab. Tal vez
los pastores de tribus donde Carab había vivido, su-
pieran algo del destino de su jefe.
· . Pasaron unos meses hasta que Detchema llegó a]
país de Ngologs. · ·
Exceptuando los hombres que habían atacado la ca-
ravana de mongoles, los demás . pastores hacía cinco
años que no veían a Detchema ..
Sabían que Garab fue a Lasa, sabían lo del Khang -

140
Tisé, pero ninguno soiíaría con relacíonarla coq la her-
mosa am~nte de la que el jefe estaba locamente eno-
mora<lo. Era una religiosa ·que pedía entre los campa-
'mentos, para poder seguir peregrinando .
Detch ema no hacía preguntas directament e sobre Ga-
rab . .Aunque después de tanto tieinpo ya no hubiera
peligro para él, actuaba C<:'il prudencia.
Por fin, un díá . se enteró que dos pastores habían
visto a Garab en Amné Matchén. Según ellos se había
convertido ,en un santo ermitaño. .. · ·
Detchema siguió andando. Pero una mujer que d<'-
pende de las limosnas para su alimenfación, no pned<·
cruzar los vastos desierto s que llevaban a Amné Mat-
chén. Ese era un itinerario de caravanas. Debía hacer
muchos rodeos para pasar por lugares habitados. Pasa-
ron todavía varios meses. .

· En el retiro de Amné Matchén, Migyur·y Garab escu-


chab~n con gran atención lo qu e les contaba un dokpa
(pastor). Lo .envieron los jefes de una tribu que acam ·
paba cerca del río Amarillo, y venía a informa~. sobre
hechos r~cientes muy inquietantes , y a pedir consejo y
protección al sabio anacoreta. Llegaron dos hombres ex-
tranjero s a la región. Uno de cabellos castaños, ojos
azules; parecidos a ·los -de los perros que cuidan las
tiendas. El otro tenía la cabeza cubierta de hilos do ..
rados. Ambos eran altos, y el rubio parecía bastante
más. joven que -su compañero. Traían cinco domésticos
mongoles, y dos chinos. Caballos, mulas, tiendas y pto-
visiones. El nibio hablaba tibetano, el otro se sel-vía de
uno de los chinos como intérp_rete.
Los .dokpas supieroz¡ por los sirvientes mongoles que
hacía poco que viajaban juntos. Se habían encontrado
al noroeste de Tsaidam. El rubio estaba . muy triste por-
que acababa de morir su compañero. Tenía una tienda
chica, su caballo, el ~aballo·del amigo muerto, y una 1

141
mula con sacos de vívere_s. Hablaban un idioma que
nadie comprendía. El rubio se unió a la caravana del
otro extranjero.
De dónde venían, nadie sabía. Los mongoles y los
· chinos fueron reclutados en el norte, cerca de Sudou,
por el hombre del cabeJlo color de toumas ( especie
de uva).
Por los gestos que se hacían parecía que no se lle-
vaban bien. Discutían a menudo. El de los ojos de
perro . hacía cavar a lo~ mongoles pozos muy grandes,
cosa· que les dis~staba . .Golpeaba las piedras con un
martillo, y recog1a algunos trozos; también sacudía la
arena del fondo de los ríos en una especie de canasto,
como se hace para limpiar los granos.
Los pastores se alarmaron. Esos extranjeros irritarían a
los genios golperndo las rocas en las que moraban, y
con esos· pozos secarían los jugos de la tierra. 1
Así los genios retendrían el agua, vendrían las en-
fermedades, nó habría hierba en )os campos, y el ga-
nado moriría de hambre. .
Imploraron a Migyur que los protegiera de las cala-
midades que los amenazaban.
-Esos hombres buscan oro -dijo Migyur-. He visto no
lejos de acá, chinos de Kansou lavar la arena para re-
1 La idea de que se secan los Jugos que nutren la tierra al
cavar profundo, es corriente en el Tibet. Hace unos veinte años,
el gobierno del Dalai Lama, envl6 a Inglaterra un grupo de jó-
venes para estudiar ciencias modernas y su apUcación práctica. Uno
de ellos se especializ6 en minas, otro en puentes y caminos. Al
volver al Tibet, el ingeniero en minas quiso emprender un pro-
yecto de explotación del subsuelo, pero la oposición foe tal, que
el gobiernoIe ordenó que cesaraen sus investigacion
es. El hombre
no ·pudo ejercer su profesión y se hizo monje. Su cc>legaconstructor
de rutas no h.tvo mejor suerte. Los tibetanos declararon que les
bastaba con ·sus senderos de mulas. Entre estos estudiantes que
volvieron, sólo prosperaron un electricista y uno que dirige la
fabricación de armas y marcas de moneda.

142
coger pequeñas partículas · de oro. Si esos extranjeros
hacen pozos, es para encontrar oro puro en trozos gran-
des que los dioses escondieron bajo Amné Matchén para
que Guesar de Ling se proteja hasta volver con ·nos-
otros para exterminar a los malos de corazón. 1
-¡Es preciso que no lo descubran! -exclamó Ga'rab.
-El oro destinado a Guesar está profundamente en-
terrado bajo el Amné Matchén -dijo el ermitaño-. Es di-
fícil alcanzarlo y los dioses velan por él.
-Señor ermitaño ( jowo gomchen) , usted impedirá a
esos hombres apoderarse de él. Y que sigan haciendo
agujeros que secan la tierra y romper las rocas habi -
tadas por los genios.
-Yo velaré -prometió el anacoreta-. Evocaré los dioses
y los genios; ellos sabrán poner fin a las malas acciones
de esos extranjeros. Diga a sus amigos que no se in-
quieten.

Al día siguiente, Dordji Migyur se encerró para hacer


ciertos ritos secretos, y Garab se retiró a su caverna.
Como todos los ti~tános, Garab conocía, al menos .
en parte, la historia 'legendaria de Guesar de Ling, el
rey-mago que partía en dos a los d~monios, el gran
desfacedor de entuertos. Creía también en la vuelta
1 Ver A. David-Neel y el Lama Yondgen: La vida s~bre-
humana de Guesar de Llng. ·:rraducción del poema épico nacional
de los Tibetanos ( edicf6n Adyar). Los tibetanos esperan el retor-
no de sus héroes a este mundo para instau¡ar el reino de la justi-
cia. Recientemente oí declarar a tibetanos cultos que los cálculos
hechos de acuerdo a las profecías, y confirmados ·por algunos he-
chos contemporlm~s, prometen la vud.ta de Guesar para dentro
de treinta y nueveafies. Por su ladolos mongolesesperanla vuelta
de Gengis Khan. Aunque parece probado que no ha sido descu-
bierto el lugar en que este conquistador fue inhumado, existe en
Etsin Orta, pa[s de Ordos, un templo donde se exhibe una urna
de plata que dicen contiene sus restos. Los mongoles van en pe-
regrinacibnen el mes de abril.

143
del héroe que había dejado este mundo sin morir, para
estar de manera milagrosa entre los dioses.
Recordaba ciertos dichos de Guesar, los éomparaba
a los de los Bodhisatvas en las historias búdicas y creía
en su autenticidad. En su cabeza se mezclaban los ac:
tos y móviles de estos personajes · sobrehumanos. No
distinguía muy bien )os que tení9:n valor guerrero, de
Jos que revelaban una bondad trascendente. Como sus
tendencias de ex jefe de bandiáos lo inclinaban a )a
violencia, llegó a imaginarse a sí mismo practicando
una caridad impetuosa, sin indulgencia para los culpa-
bles y liberando a sus víctimas. ·
Pero algo estaba bien claro en su espíritu: él, Garab,
ya no tenía nada en común con su antigua vida. Se
había despojado de su antiguo "yo" y tenía un lugar en
la falange heroica de los "Protectores de seres" ( frase
tibetana) . .
¿Y Detchema? Su imagen aparecía a veces entre las
d~ los sabios impasibles.y justicieros que poblaban las
visiones µe Garab. Aparecía lentamente entre esos gran-
des PflSOnajes, o surgía bruscamente rechazándolos a
un fondo brumoso, quedando ella sola en luz, pidiendo
y prometiendo a la vez, con una sonrisa. Entonces Garab
caíl!, de· Jas alturas _a un infierno, donde el recuerdo
de viejas sensaciones, era como demonios que atena-
zaban su carne con pinzas ardientes.
En Tibet, como en la India, se SÜpone que los maes-
tros místicos o "gourous,. son capaces de penetrar el
pensamiento de aquellos cuya dirección espiritual han
asumido. Garab estaba convencido de que Migyur leía
en él, y esperaba en silencio que viniera en su ayuda.
· En efecto, poco a poco Detchema se fue alejando, sus
apariciones más raras, y su recuerdo se borró. Absorto
en sus sueños gloriosos, apenas sintió ese desvaneci-
miento gradual de) fantasma terrible de su amante.

144
Había logrado una paz triunfante que lo llenaba de ,
orgullo.
Entonces sucedió. Hallándose con Migyur sentado · en
la puerta de la caverna, .el anacoreta le echó una mira-
da penetrante y pregunt6: .
-¿Te ha sucedido alguna vez, tratar de retener una
cosa que iba a caer, a romperse o perderse, y cuando
ya creías haberlo conseguido1 ver que se te escapaba?
-Sí, una vez ... un perro -dijo Garab-. Se lo llevaba
el río, nadaba mal, parecía agotado. Fue en mi ju-
ventud. Yo volvía del bosque cargado con un haz de
ramas secas. Me quité la faja, la até a la cuerda de
las ramas y eché el fardo al agua sosteniendo una pun-
ta. Pensaba que el perro, traído por la corriente, se
·prendería a las ramas y yo podría traerlo a la orilla ..
La pobre bestia se alz6 a medias sobre el atado. Lo
creía ya salvado, pero de golpe se soltó y se lo llé.vó la
corriente.
El ermitaño pennaneci6 en silencio, y Garab no se
atrevi6 a pedir una explicaci6n. Más tarde comprendería.
Una noche lleg6 ál pi4 de la montaña 1a caravana de
los extJ;anjeros, y plantó allí sus tiendas.
Al día siguiente el jefe, el hombre de ojos de perro, dejó
descansar a su gente y anunció que cazaría. Daría fusiles
a los hombres encargados de hallar y matar las cabras
de cuernos retorcidos, cuyas cabezas quería embam.miar.
Los otros servirían de batidores.
Esa orden fue muy mal recibida . Los mongoles sabían
que un santo ermitaño vivía ·en la ladera del Ammé Mat-
chén. El lugar de los ascetas con~niplat_ivos (gomchen),
es·considerado sagrado . No deben cometerse actos de vio-
lencia, y tanto los hombres cpmo los animales encuentran
ahi un refugio seguro.
Cazar cerca de un retiro, no es sólo un crimen por el .
echo de matar, sirio por COJll~erloen la presenc ia de un
santo, ofendl&dolo. Los moñgoles no estaban dispuestos

145
a recibir el castigo, por esa falta, en esta y en otras vidas.
En reunión de consejo decidieron exponer sus razones al
hombrede los cabellosdorados,que comprendfa tibetano.
Ese mismo día Garab fue a buscar agua y descubrió las
tiendas. Conió a informar al ermitaño, y éste le habló -des-
de adentro con la puerta cerrada.
-Vé a ver qué hacen y cuáles son sus proyectos. Luego
vienes a informarme. ,
Gar.ab llegó al campo cuando los mongoles se dirigían
a ver al hombre rubio. La curiosidad que despertó su
aparición los reunió alrededor de él. "¿Quién era? ¿De
dónde venía?"
-No soy viajero -les dijo Garab-. Vivo en la montaña
cerca de mi maestro Dordji Migyur. ¿Han oído hablar
de él? . .
Ciertámente, todos conocían su nombre, su santidad y
los milagros que realizaba. La pregunta vino inmediata-
mente a sus labios: ¿Podrían ellos verlo y recibir su ben-
dición? ·
-Desde hace semanas mi maestro está en retiro. 1 Yo
mismo no lo veo -respondió Garab- me
habla a trtvés
de la puerta. Pero si no pueden entrar, pueden pro~er-
narse 1:1luera,y él les dará su bendición. Díganme, amigos.:._
¿qué hacen ustedes aquí?
Los mongoles repitieron a Garab todo lo qué habían
contado a los pastores respecto ~ los dos viajeros. No sa-
bían nada más pero se había producido un hecho nuevo
y le contaron el proyecto de cazar.
-No deben prestarse a eso -gritó Garab-. El señor
Migyur es un devoto de los Bodhisatvas. No come ningún
alimento animal y nunca lleva vestiduras de piel. En in-
1 La práctica del "retiro" (en tibetano: mtshams), es honrada
por los lamaístas. Ver las variedades y prácticas de los reclusos. A.
David-Neel: Entre los místicos y magos del Tibet, y Lama Yongden
y A. David-NeekEZ lama de la.r cmco sabidurw.

146
vierno cuando los animales salva¡es no encuentran qué co--
mer, vienen a ·u puerta a pedir comida. Vienen hasta· los
osos, y aunque sus reservas de provisiones no son grandes,
siempre encu entra: algo para darles. Parece que los genios
le dan lo que le falta para que pueda hacer caridad.
"Ustedes comprenden que matar a los animales acos-
tumbrados a andar sin temor sería incurrir en su maldi-
ción."
Las palabras de Garab fortalecieron su resolución, y
exclamaron: "¡nos guardaremos muy bien de hacerlo!" Le
explicaron que cuando él llegó, estaban a punto de ir a
buscar al hombre rubio para rogarle que disuadiera al
jefe de la caravana. · ·
-Iré con ustedes -dijo Garab, agradeciendo esta oca-
sión de ver de cerca a uno de ellos. .

El viajero rubio estaba sentado sobre la hierba, ante su


pequeña tienda, fumanqo un cigarrillo. Pareció algo sor-
prendido al ver avanzar a los criados en grupo, pero son,
riendo a los dos mongoles que comprendían el tibetano , les
preguntó amistosamente qué deseaban.
Tranquilizados por la· buena acogida, los hombres ex-
pusieron su caso.
En cualquier otra ocasión se hubieran mostrado menos
resueltos, pero se trataba de su salud. de sus vidas futuras.
Garab los había amenazado con la maldición de un santo
taumaturgo.
-Ha ble a nuestro amo por nosotros - suplicaron.
-No servirá de nada -respondió flemático el extran-
jero-. Cuando se le mete una idea en la capeza, todos los
diablos del infierno no harán que la suelte.
"¿Quién es aquél? Nunca lo he visto, -preguntó al ver
'a Garab, que se. había mantenido apartado.
-Es un discípulo del granaaacoreta Dordji Migyur,
cuya ermita está próxima a · nuestro campo. Un santo de

147
una caridad tal, que allinenta milagrosamente a los ani-
males salvajes durante el invierno. . .
, El extranjero pareci6 interesarse . .
-¡No te vayas! quisiera conversar contigo. -Y dirigién-
dose a los mongoles agreg6-: Voy a transmitir vuestra
protesta al runo.
La tienda del extranjero de ojos de perro, estaba a
bastante distancia de la de su compañero, pero eso no les
impidi6 oír furiosos grjtos, y comprender que el amo
había recibido mal a sti enviado.
Momentos después éste volvió silbando.
-Ya · 1es había advertido, camaradas. No quiere oír
nada. Se cazará mañana.
-¡No! . -exclamaron los hombres-, no cazaremos. Ca-
zará él solo, si se atreve. ·
-Habría que impedírselo -arriesg6 uno de los mon-
goles. . . . .. . .
-Hagancomo les -parezca, este ·asunto no me concie~e.
Yo no cazaré, no quiero disgustar al ermitaño.
Y, dirigiéndose a Garab:
-¿Podría yo visitar a tu maestro?
-Está en· retiro, pero le trasmitiré su deseo y le traeré
su respuesta. ·
-Siéntate y hablemos un momento, ¿quieres?
-Es un placer -respondió Garab.
-Voy a traer té -dijo uno de los mongoles-; nadie ni
en Tibet, ni en Mongolia, cree que se pueda hablar sin
beber. ·
-:-¿Quién ~s ese ermitaño, tu maestro? ·
Entonces Garab, largamente, con muchos detalles, re-
peticiones, ,y gran eofifusión de ideas, · expuso·· diversas
doctrinas, cit6 las. enseñanzas de los sabios, habló de los
Bodhisatvas,. de Guesar de :IJng, el justiciero esperado, y
de Maitreya, el futuro Buddba, que traería el reinado de
la benevolencia universal; concluyó diciendo que qu~

148
hacerse digno de aquellos que traerían paz y felicidad a
todos los seres . · .,..
El hombre ·rubio escuchó con atención benévola, son-
riendo a veces.
-Entonces, ¿tú no cazas cabras enla montaña? -pregun-
tó volviendo al tema de actualidad.
-Yo he cazado otra caza :_contestó con ligereza.
El viajero se· engañó.
-'¿Fuiste soldado?
-¡Eh! ¡Eh! -exclamó Garab sin responder. · ·
Su interlocutor 90rtó en seco toda posibilidad de con-
fidencias. "¡Escucha!" dijo y habló. Era un bello discurso
el suyo. Garab halló semejanzas con las fuertes palabras de
Gúesar de Ling y los Bodhisatvas. Sin embargo había
diferencias · profundas que no se explicaba bien. ·
· La áctividad de Guesar se ejercía · en las esferas de
dioses y demonios, tanto como en la nuestra; Buddhas y
Bodhisatvas tenían por dominio el infinito. Pero este ex-
tranjerÓ, no salía de los estrechos límites de nuestro mun-
do , como si nada de los serés y cosas del m'5 allá, pudiera
tocarle, como si·nada de nosotros pudiera franquear sus
lúirites. En · realidad, Garab no comprendía nada de lo
qué ·decía este extranjero simpático, aunque se expresaba
en el mejor tibetan6' de Lasa.
., -Deseo ver a tu maestro -repitió al despedirse.

· Al día siguiente .el hombre de los ojos de perro llamó


a sus si_rvientesy los intimó a cumplir sus órdenes sobre
la cacería. Ellos no contestarán nada, pero en todo · el
día no los volvió a ver. Se hal;>íanido a ver a Migyur,
gu~
abrió su puerta y les habló, mientras ellos pasaban las
cuentas del rosario.
· Los dos chinos prepararon la comida del extranjero,
pero hacia 'la noche, más bebido que de costumbre por ·
la furia, amenazó con matar a los que lo desobedecieran.
Los chinos, asustados, escaparon .

149
Al voiver los mongoles, dijeron al hombre rubio que
al día siguiente lo recibiría el ermitaño.
Con ef fusil en la mano, "l jefe de la caravana se dirigió
a las tiendas de sus hombres, y les amenazó con hacer
un escarmiento, si al día siguiente no se alistaban para la
cacería.
Los mongoles no replicaron, pero durante . la noche
cargaron gran cantidad de provisiones en 'las mulas, los
fusiles, las pmniciones, y se fueron a un repliegue de la
montaña para acampar.

Era la gran mañana; el hombre rubio siguió las indi-


caciones de los mongoles y por el estrecho sen<lero
subió al refugio de Migyur. Durante varias horas perma-
neció encerrado con él. Garab no supo cuál fue la con-
versación porque no fue invitado 1a ella. El ermitaño le
mandó preparar la sopa para que, el extranjero comiera
antes de partir .
Cyando terminó la comida, el extranjero dijo a Garab:
-Recibí la bendición de Jowo Dordji Migyur. Me iré
del campamento mañana al alba. Tú que deseas trabajar
para el bien .de los demás, ¿quieres reemplazar al compa-
ñero que perdí, y venir conmigo? Tu maestro ha consen-
tido y creo que lo desea. Me ha confiado lo que á ti con-
cierne. Sé quien eres. ¿Me acompañas?
-¿ Dónd e iríamos? -preguntó Garab-. ¿A su país?
-No volveré nunca a mi país, .mi lugar esta aquí- dijo
el viajero. .
-Los dioses os conducirán - intervino el ermitaño.
- Si usted ine lo ordena, Maestro, iré ;
-Te haría bien partir -dijo el anacoreta pensativ~.
Bien para ti, y bien para otros ... Parte mañana.
· Garab se prosternó respetuosamente y observó cómo el
extranjero se llevó la mano del ermitaño a sus labios al
inclinarse.
Garab quedó aturdido por la rápida decisión que acaba-

150
ha de tomar. Sentía a su alrededor un algo sobrenatural,
casi milagroso, atraído por sus votos. .
-¿Eres heraldo de Guesar o un enviado de Gyalwa
Tchampa, el Buddha de la infinita bondad? -pregunt6
temblando de emoción al hombre de los cabellos dorados.
-Puede que de ambos -respondió 6ste sonriendo. Y se
alejó por el sendero.
l
Como todos los discípulos de ermitaños contemplativos,
Carab no permanecía cerca de su maestro sin ser invitado
a ello. Pronto para la partida con un desconocido, y sin
destino fijo, hubiera deseado. pasar la última noche a los
pies de su maestro, oyendo las palabras que dieron paz
a su espíritu perturbado . O quedarse en silencio, sentado,
en esa ab:n6sfera de benevolencia infinita y serenidad que
Migyur creaba a su alrededor. Pero el maestro no lo
llamó, y obedeciendo una orden tácita, volvió a su
caverna.
· E.,taba absorto en sus pensamientos , en su singular
existencia, preguntánoose hacia qué nuevos sucesos se
encaminaba, cuando la sólida cortina de piel de Yale se
levantó y una mujer se acercé .
-Soy yo, Garab -dijo simplemente.
-¡Detchema! -gritó Garab, adelantando los brazos
como para alejar una terrible aparici6n. -Detchema ...
¡estás muerta! . .
-No -respondió su amiga, sonriendo-. Estoy tan viva
~ como tú. También yo creí que estabas muerto. Vi tu
sombrero enganchado en una piedra en el medio del. río
y creí que te habías ahogado. Me corté el cabello; me
hice religiosa. Luego un día los dioses me llevaron al
lugar done' fuimos separados. Me mostraron una señal.
Después de tanto tiempo , un trozo de tu somb.rero estaba
aún pegado a la roca. Ni el viento ni la lluvia pudieron ·
sacarlo, y comprendí que no habías muerto y llevado por
enviados de Chindje ( el rey de los muertos). Entonces
151
me dediqué a buscarte, como antes, y como antes te
encontré. Era imposible que no te hallara. Ahora parti-
remosjuntosy no nos separaremosmás.
Detchema hablaba con calma-,sin dramatismo. Se rein-
. tegraba al suefio de su vida sin pensar en nada que, no,
fuera ese sueño. La idea de que otra decisi6n fuera posi-
ble no le pasaba por la cabeza.
Cerca de un año estuvo buscando a su amante. Sus
cabellos crecieron y a pesar de su delgadez y la ropa
andrajosa, Garab la veía singularmente bella, casi sobre-
humana, más atractiva que nunca ..
Pero luchando contra esta atracci6n volvían los pen-
samientos de tantas horas de soledad en la caverna, las
conversaciones con Ram, y los discursos del ermitaño
sobre los Bodhisatvas. ¿No soñaba él acaso con seguí.dos
para vengar injusticias, hacer el bien a manos llenas de
todo coraz6n, a todos y por donde fueran? Quería ser
un guía, un instructor: Y al día siguiente debía partir ...
para realizarlo tal' vez . . .
Gárab se esforz6 en hacer comprender a su amiga que
el Garab que encontraba ahora, no era el que ella conoció
antes. Trat6 de repetir algunos discursos, pero no era
suficientemente hábil y Detche_ma no comprendía . .Había
permanecido igual, una amante.
-He venido a buscarte -repetía obstinadamente-~ Tú
eres para mí como yo soy para ti.
Recostada en la par~d de piedra, lloraba desconsola-
damente.
-No vivo sino para ti, Carab. ¿Por qué ya no me amas?
¿Qué será de mí sin ti?
Deseos terribles aguijoneaban a Garab. Había hecho
votos de aliviar, el sufrimiento ajeno. ¿No sería ésta la
ocasi6n de probar su fuerza de devoci6n, sacrificando sus
propios deseos?
Ser capaz de semejante renunciamiento podía satisfacer
su orgullo. Pero nuevos peñsamientos se acumulaban '. ideas

152
confusas, mientras Detchema implacable , secó sus lágrF
mas y repetía imperiosamente:
-Hevenido a buscarte, vamos.
Este diálogo duró largo rato, hasta el intérprete chino
del jefe de la caravana asomó su cabeza bajo la, cortina
y dijo precipitadamente:
-Los sirvientes mongoles no volvieron. El jefe está
fuera de sí. Se fue a lo del ermitaño. Dice que él incitó
a los mongoles a rebelarse y que l<f va a entrar en razón.
Estuvo todo el día tomando atcoliol,y se llevó un fusil
cargado. . . ¡Tengo miedo! .Es preciso que me acompaíie
usted al retiro.
Antes que Garab hubiera dicho una palabra, un cula-
taw envió al chino al centro de la caverna, la cortina se ·,
apartó violentamente y el extranjero entró.
Dio una breve orden al chino que contestó algunas ,
palabras temblando de arriba a abajo. El extranjero reite-
ró la orden señalando a Garab.
-Quiere que yo le hable -balbuceó el chino-. No
sabe que hay otra caverna más arriba. Cree que usted
es el ermitaño.
El intérprete trató nuevamente de hacerle comprender
que estaba equivocado. O se expresaba mal, o el otro
estaba demasiado oobido para éntenderlo. Creyó que el
intérprete se burlaba y se lanzó sobre él. El chino se
deslizó rápidamente por la puerta y desapareció.
El extranjero llamó, gritó, pero el chino espantado
desapa reció.
La rabia del borracho aumentó y al ver a Detchema que
se había escondido tras unas bo]$as, cambió de idea. Un
fulgor apareció en sus ojos. Se burló. Recurriendo a las
pocas palabras que conocía de tibetano, comenzó a ridi-
culizar al que cr~ía un ermitaño y estaba acompañado de
una mujer. '·· ·
-¡Eh! gomchen,chimo, dfowo·gomchen... chimo.. . chi-
IM
mo . . . ¡Ohl tOhl 1 Titubeó un poco: ¡Chimol y se avalan-
zó hacia Detchema, la tomó de un brazo y la atrajo;
sus labios la tocaron.
Un furioso golpe de puño proyectó al torpe ,borracho
contra la roca. Vaciló aturdido; instantáneamente el ágil
Garab le arrebató el fusil y se oyó un~ detonación: Garab
descargó el arma a qt.emarropa en el pecho del viajero.
, Después de la furia, el estupor inmovilizó a Garab,
fusil en mano, mirando a su víctima extendida ante él.
-Tú ves que me ~as aún. Has matado 'p<>r mí.
Detchema hablaba con calma; en su voz acariciante
percibfaseuna vaga nota de triunfo,tal vez alguna ironfa.
Garab se sobresaltó. Despertaba bruscamente de un
sueño fanta.smagórico. La luz de la verdad era fría, des-
piadada. Veía el error en que se había complacido tanto
tiempo; dopándose c~n aspiraciones ficticias, reverencias
devotas y votos sublimes. No le interesaba la dicha de
los seres. Sólo deseaba 1a suya. ·Cuando soñaba en re-
nunciar por Detchema, a sus sueños de grandeza espiri-
tual, ¿era realmente en eso que pensaba? Ahora estallaba
ante sus ojos la falsP,dad de los motivos que se había in-
ventado él mismc Los pensamientos de sacrificio no eran
más que un disfraz del grito de su carne: había matado
por él,
Entonces frente a su amante sorprendida, se echó a
reir, con una risa interminable de de¡:nente.
1 Hermitaño, muíer, Chimo es mujer en dialecto. Los tibetanos
dicen skyedmen · ( kiémen).
• o •

154
EPILOGO

Superstición criminal. - ¿Qué ha ·sucedido al hombre de los


cabellos dorados?

Mi huésped terminó bruscamente su relato, y ouedó


en silenci o. Yo lo imaginaba a los treinta y dos años, bello,
fuerte, la carne atenaceada por la pasión. Y la vaciedad
de su heroica vocación, al flagelar su presunción con esa
risa amarga, ante su amiga horrorizada . ¿Qué sucedió
después? No lo dijo. Su prosperidad actual, y algunos
comentarios de los granjeros de la reglón me hacían creer
que reanudó sus relaciones con los "bravos" de su especie,
y volvió con éxito a las cabalgatas a lo largo de los largos
caminos. ¿Y ella?
-¿Y vuestra amiga? ... -pregunté en voz baja.
-Está muerta -respondió lacónico.
La curiosidad me dio audacia para insistir.
-¡Muerta! ¿cómo? . .. ·¿mucho después? ...
-Algunas semanas. Viajábamos. . . un sendero estre-
cho ... ella resbaló.
En Lasa, el oráculo había dicho: "Risas de cólera.
Abismo".
Creía ver la esc~na: uno de esos senderos de cabras,
que costean los precipicios, un paso en falso ... y la caída.
El granjero-bandido · se turbó al recordar ese pasado
trágico;· murmuró sordamente:

155
-Una hija del demonio, seguramente. Me robó a los
Buddhas que yo quería servir ... Yo iba tras ella. Recité
los exorcismos..• no cayó de un golpe. Me miraba sin
decir nada, asida con una mano a una mata; su cara sé
· puso extraordinaria; jamás una mujer fue tan bella. Sus
grandes ojos puestos en mí. . . como dardos. . . me que-
maba. ..
"Entonces hiée el acto que arroja los malos espíritus."
Consiste . en échar piedras v9ciferando fórmulas mágicas.
"Ella se soltó y rodó al fondo del abismo, sin dar un
grito. ¿Dije que estaba muerta? No puede morir. La
siento vagar a mi alrededor. A veces al anochecer la
vislumbro errando en el campo, parece espiarme, pero
se escapa cuando quiero asirla, para poseerla de nuevo
y para ... :" .
Se levantó bruscamente, con un movimiento de rabia
y se alejó a grandes zancadas en la oscuridad.
-¡Está loco! -me dijo Yongden. . .
No, no estaba loco. Yo presentí que la aparición de esos
enamorados huyendo en la noche aumentaron la obsesión
que sufría, iµcitándolo a evocar en voz alta su dramático
pasado.
A la mañana siguiente, parecía haberse disipado · la
embriaguez que lo dominó, pero al dirigirle un saludo
amistoso, me echó una mirada terrible , cargada de ame-
nazas. Yongden quedó horrorizado.
-Nos vamos hoy mismo -dijo cuando volví a mi tienda.
-Ese viejo ban~do no nos perdona las confidencias que
nos hizo, y como sabe que no puede recobrarlas, no pode-
mos prever ·de qué medios se valdrá para asegurarse,.
nuestro silencio.
Creo que mi hijo e?(ageraba. De todos modos nos des-
pedimos de nuestro húesped, explicándole que después de
tanto descanso, queríamos _hacer etapas grandes. No trató
de re~nemos.

156
&taba empaquetando las provisiones, cuando recordé
uno de los episodios de la historia, y_dije al hombre que
a menudo había visto cerca de Garab: ·
-¿No se llama usted Anag?
-Si -respondió admirado- mi nombre es Anag.
La promesa hecha en So sa ling, se había cumplido.
Garab y Anag estaban reunidos. ·
· He pensado a menudo en esta rara historia. Mató a su
amante por una creencia supersticiosa y el dolor de su
fracaso espiritual.
Pero mucho más interesantes que él me parecían esos
hechiceros y el-extranjero delos "cabellos de hilos de oro·
que "no volvería a su país porque su sitio estaba en e1
Tibet • Tal vez vive todavía en el País de las Nieves...
¿dónde? ... y ¿por qué? ...

Riwotsé Nga, Agosto 1937.

157
INDICE

PÁc:.
· Nota pre1iminár . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

PRIMERA PARTE'
Capítulo I. SEMBRANDO EL PonVENm.
El ataque a la caravana. - El amante creado por
los sueños, se materializa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14

Capítulo II.
La juventud de un gran jefe de J:>andidos. - El
hijo de un dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

Capítulo III.
Peregrinaje de bandidos a Lasa. - Junt o a-1Om-
nisciente. - Con el vidente. - El pasado de una
visionaria ...... . . ·. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

SEGUNDA PARTE
Capítulo IV. LA COSECHA:.
El Khang-Tisé. - El fantasma criminal del yo-_
gui. - La sed de inmortalidad. - El arte d e
extraer vitalidad del compañero durante las
relaciones amorosas. - Las hierbas mágicas del
Tibet .... .. .... . . ................. ·.... .... 68

158
Capítu lo V. .
Derrota y ruina de los pastor~ bandidos. - El
vado trágico. - Un médico ; h echicero trae al
jefé herido. - Su amante en.tia a un convento . . 85

Capítulo ·VI.
La cueva de los magos negros. - Un mí stico hin -
dú en bu sca de la inmortalidad. - Un laboratorio
inf ernal. - El prodigioso elixir de la vida. - Eva-
sión de la fortaleza de los magos negros. - Drama
en la selva ..... ... ......... ·. . . . . . . . . . . . . . . . 102

Capítulo VII.
El ermitaño sabio de Amné Matchén. - Miste-
riosos viajeros extranjeros. - La carne triunfa
sobre el espíritu. - Asesinato en una caverna 134

EPILOGO
Superstición crinúnal. - ¿Qué ha s1·~edido al
hombre de los cabellos dorado s? . . . . . . . . . . 155

159
Esta edición de 2.000 ejemplares
se terminó de Imprimir en los talleres grjfleos "TAPIALES"
Boulogne Sur Mer 1456 • TaPlales
Provincia de Buenos Aires· Rep(Jbllea Argentina
. en el mes de
0

Abrll d~ 1985

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