Tío Vania - Escena Elena y Astrov

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

Tío Vania

Anton Chejov

[…]
ELENA ANDREEVNA - (Sola.) No hay cosa peor que conocer un secreto ajeno y
no servir de ayuda. (Pensativa.) Él no la quiere, eso está claro pero… ¿por qué
no se casaría con ella, después de todo?... Es fea pero para un médico rural y de
su edad sería una mujer maravillosa... ¡Es inteligente y buena y tan pura!... No, no
es esto lo que... (Pausa.) ¡Comprendo a esa pobre chiquilla!... ¡En medio de este
aburrimiento atroz, viendo vagar a su alrededor no a personas sino a manchas
grises; sin oír más que vulgaridades ni hacer más que comer, beber, dormir...!
¡La aparición de un hombre como él, distinto a los demás, guapo, interesante,
atractivo es como ver surgir de la oscuridad una luna clara!... ¡Sucumbir al
encanto de un hombre así!... ¡Olvidarse!... Creo que yo también estoy prendada
de él... Sí... me aburro sin su compañía y sonrío recordándole... Tío Vania dice
que por mis venas corre sangre de ninfa... «¡Permítase obrar con libertad, aunque
sólo sea una vez en la vida!»... Pues... ¡Tal vez debiera hacerlo!... ¡Volar lejos, libre
como un pájaro, alejándome de vosotros, de vuestros rostros somnolientos, de
vuestra charla! ¡Olvidando vuestra existencia!... Pero ¡soy cobarde, soy tímida!...
¡La conciencia me atormentaría!... ¡Adivino porqué él viene aquí todos los días y
ya me siento culpable!... ¡Estoy dispuesta a caer de rodillas ante Sonia, a pedirle
perdón y a llorar!...
ASTROV - (Entrando con un mapa en la mano) Buenos días. (Le estrecha la
mano) ¿Quería usted ver mis dibujos?
ELENA ANDREEVNA - Ayer me prometió enseñarme el trabajo que estaba
haciendo. ¿Dispone de tiempo libre?
ASTROV - ¡Oh, por supuesto! (Extendiendo sobre la mesa el cartograma y
fijándolo con chinches) ¿Dónde nació usted?
ELENA ANDREEVNA - (Ayudándole.) En San Petersburgo.
ASTROV - ¿Y dónde estudió?
ELENA ANDREEVNA - En el Conservatorio.
ASTROV - Esto quizá no sea interesante para usted.
ELENA ANDREEVNA - ¿Por qué?... La verdad es que no conozco mucho el
campo pero he leído tanto sobre él...
ASTROV - En esta casa tengo mi mesa, en la habitación de Iván Petrovich.
Cuando estoy cansado lo dejo todo y corro aquí a entretenerme con esto, aunque
sólo sea una vez al mes. (Mostrándole el mapa). Mire. Estos cuadros muestran
nuestra región a lo largo de cincuenta años… Los bosques, la fauna y la flora
presentan, en general, una paulatina pero real degeneración, a la que falta poco
para ser completa. Me dirá usted que esto es influencia de la cultura, ya que la
vieja vida ha de ceder el sitio a la nueva. Lo comprendo, sí..., pero sólo si los
bosques arrasados hubieran sido sustituidos por carreteras, ferrocarriles,
fábricas, escuelas... Si la gente estuviera más sana, fuera más rica e inteligente...
Aquí no ocurre nada parecido. Aún existen los mismos pantanos, los mismos
mosquitos, la misma falta de caminos y hay, como antes, pobreza, tifus, difteria,
incendios... La degeneración es causa de luchar por la existencia sin las fuerzas
suficientes. Degeneración por inercia, por ignorancia, por inconsciencia... El
hombre enfermo, hambriento y con frío, para salvar su vida, para salvar a sus
hijos se agarra instintivamente a cuánto puede ayudarle a calmar su hambre, a
calentarse… y lo destruye todo sin pensar en el mañana... Ya ha sido destruido
casi todo y en su lugar no se ha creado nada. (Con frialdad). Leo en su cara que
esto no le interesa.
ELENA ANDREEVNA - ¡Es que entiendo tan poco de ello!...
ASTROV - No hay nada que entender. Lo que pasa es que, sencillamente, no es
interesante.
ELENA ANDREEVNA - Si he de serle franca, le diré que tengo el pensamiento tan
ocupado con otra cosa... Perdóneme..., pero he de someterle a un pequeño
interrogatorio... Me siento tan azorada, que no sé cómo empezar...
ASTROV - ¿A un interrogatorio?
ELENA ANDREEVNA - A un interrogatorio, sí... Sólo que bastante inocente.
Sentémonos. (Ambos se sientan). Se trata de un joven personaje. Hablaremos
como hablan las personas honradas, como amigos, sin rodeos. Hablaremos y
olvidaremos después lo que hemos hablado.
ASTROV - De acuerdo.
ELENA ANDREEVNA - Se trata de mi hijastra Sonia. ¿Le gusta?
ASTROV - Sí. Siento gran estima por ella.
ELENA ANDREEVNA - Y como mujer... ¿le gusta?
ASTROV - (Sin contestar inmediatamente) No.
ELENA ANDREEVNA - Dos o tres palabras más y hemos terminado: ¿no ha
reparado usted en nada?
ASTROV - En nada.
ELENA ANDREEVNA - (Cogiéndole una mano) No la quiere usted. Lo leo en sus
ojos. Ella sufre... Compréndalo y deje de venir por aquí.
ASTROV - Mis años pasaron ya... Además, no tengo tiempo. (Encogiéndose de
hombros) ¿Qué tiempo es el mío? (Parece azorado)
ELENA ANDREEVNA - ¡Ah, qué conversación tan desagradable!... Estoy tan
agitada como si hubiera llevado sobre los hombros una carga de piedras...
Bueno... Gracias a Dios, ya hemos terminado. ¡Olvidémoslo todo, como si no
hubiéramos hablado, y márchese!... Es usted un hombre inteligente, y
comprenderá... (Pausa) ¡Hasta me he puesto toda colorada!
ASTROV - Si hace dos meses me hubiera dicho eso..., quizá lo hubiera pensado,
pero ahora... (Encogiéndose de hombros) ¡Claro que si ella sufre..., entonces!...
Lo único que no comprendo es… ¿qué necesidad tenía usted de interrogarme?
(Mirándole a los ojos amenazándola con el dedo) ¡Es usted una pícara!
ELENA ANDREEVNA - ¿Qué quiere decir con eso?
ASTROV - (Riendo) ¡Pícara, taimada!... Supongamos que realmente Sonia sufre,
cosa que estoy dispuesto a admitir. ¿Qué objeto tiene su interrogatorio?
(Impidiéndole hablar y avivando el tono) ¡No ponga cara de asombro! ¡Usted sabe
muy bien por qué vengo aquí todos los días! ¡Por qué y para quién vengo, eso es
algo que conoce usted perfectamente!... ¡Mi querida timadora, no me mire de ese
modo! ¡Soy gorrión viejo!
ELENA ANDREEVNA - (Asombrada.) ¿Timadora?... ¡No comprendo en absoluto!
ASTROV - ¡Querida, usted necesita víctimas!... ¡Aquí estoy ya desde hace un mes
sin trabajar, habiéndolo abandonado todo!... ¡ Y eso a usted le gusta!... Bien...
Estoy vencido... Es cosa que sabía de antemano, sin necesidad de interrogatorio
alguno. (Cruzando los brazos sobre el pecho y bajando la cabeza) Me rindo.
¡Vamos! ¡Soy todo suyo!
ELENA ANDREEVNA - ¿Se ha vuelto usted loco?
ASTROV - (Entre dientes, riendo) Es tímida.
ELENA ANDREEVNA - ¡Oh!... ¡Sepa que soy mejor y estoy más alta de lo que
usted me cree! ¡Se lo juro! (Intenta marcharse)
ASTROV - (Cerrándole el paso) Hoy mismo me iré. No volveré a frecuentar esta
casa, pero... (Cogiéndole una mano y, mirando a su alrededor) ¿Dónde nos
veremos?... Conteste, ¿dónde?... Puede entrar alguien. (Apasionadamente.) ¡Es
usted maravillosa! ¡Un beso! ¡Tan solo besar su cabello perfumado!
ELENA ANDREEVNA - Le juro...
ASTROV - (Sin dejarla hablar) ¿Para qué jurar? ¡No se debe jurar!... ¡Tampoco
hacen falta palabras recargadas!... ¡Oh, es usted preciosa! ¡Sus manos…! (Se las
besa)
ELENA ANDREEVNA - ¡Basta ya!... ¡Márchese! (Retirando sus manos) ¡No sabe lo
que dice!
ASTROV - ¡Dígame..., dígame dónde nos encontraremos mañana! (Le rodea el
talle con el brazo) ¡Es inevitable! ¡Tenemos que vernos! (La besa en el preciso
momento en que VOINITZKII, que entra con un ramo de rosas en la mano, se
detiene ante la puerta)
ELENA ANDREEVNA - (Sin advertir la presencia de VOINITZKII) ¡Tenga piedad!
¡Déjeme! (Reclinando la cabeza sobre el pecho de ASTROV.) ¡No!... (Intenta
marcharse)
ASTROV - (Reteniéndola.) ¿Vendrás mañana al campo forestal, sobre las dos?...
¿Sí?... ¿Vendrás?
ELENA ANDREEVNA - (Reparando en VOINITZKII.) ¡Mi hijastro! ¡Suélteme! (Presa
de fuerte turbación, se dirige a la ventana) ¡Oh, Dios mío!
[…]

También podría gustarte