Philippe Perrenoud Diez Nuevas Competencias para Ensenar
Philippe Perrenoud Diez Nuevas Competencias para Ensenar
Philippe Perrenoud Diez Nuevas Competencias para Ensenar
competencias
para enseñar
Philippe Perrenoud
índice
Introducción: nuevas competencias profesionales para enseñar | 7
Referencial completo | 15
5. Trabajar en equipo | 67
Elaborar un proyecto de equipo, representaciones comunes | 70
Impulsar un grupo de trabajo, dirigir reuniones | 72
Formar y renovar un equipo pedagógico | 74
Confrontar y analizar conjuntamente situaciones complejas, prácticas
y problemas personales | 75
Hacer frente a crisis o conflictos entre personas | 76
6. Participar en la gestión de la escuela | 81
Elaborar, negociar un proyecto institucional | 82
Administrar los recursos de la escuela | 87
Coordinar, fomentar una escuela con todos sus componentes | 88
Organizar y hacer evolucionar, en la misma escuela, la participación de los alumnos | 90
Competencias para trabajar en ciclos de aprendizaje | 91
1. El tema de este libro ha aparecido anteriormente en el Éducateur, revista de la Société pédagogique ro-
mande, en doce artículos publicados en intervalos de tres semanas, durante el año escolar 1997-98. Agra-
dezco profundamente a Cilette Creton, redactora del Éducateur, por haberme invitado a escribir esta serie de
artículos. Éstos aparecen en el Éducateur, en el n.°10 (5 de septiembre de 1997, pp. 24-28), n.°11 (26 de sep-
tiembre de 1997, pp. 26-31), n.° 12 (17 de octubre de 1997, pp. 24-29), n.° 13 (7 de noviembre de 1997 , pp.
20-25), n.°14 (28 de noviembre de 1997, pp. 24-29) , n.°15 (19 de diciembre de 1997, pp. 26-33), n.° 1 (23 de
enero de 1998, pp. 6-12), n.° 2 (febrero de 1998, p p. 24-31), n.° 3 (6 de marzo de 1998, pp. 20-27), n .° 4
(1 de abril de 1998, pp. 22-30), n.°5 (19 de abril de 1998, pp. 20-27), n.°8 (26 de junio de 1998, p p. 22-27).
lugar a un capítulo autónomo. Me he empeñado en que éstas conserven una dimen-
sión razonable remitiéndolas a las obras de Develay (1995), Houssaye (1994), De Pe-
retti, Boniface y Legrand (1998) o Raynal y Rieunier (1997) para un tratamiento más
enciclopédico de los distintos aspectos de la educación.
Mi propósito es distinto: dar a conocer competencias profesionales favorecien-
do a las que surgen actualmente. Este libro no tratará las habilidades más evidentes,
que siguen siendo de actualidad para «hacer la clase» y sobre las cuales Rey (1998)
ha propuesto una interesante síntesis para la escuela elemental. Yo haré hincapié en
lo que cambia y, por consiguiente, en las competencias que representan un horizonte,
más que una experiencia consolidada.
Un referencial de competencias sigue siendo en general un documento bastante
escueto, que a menudo se olvida con rapidez y que, poco después de su redacción, da
motivo ya a todo tipo de interpretaciones. El referencial de Ginebra que me guiará
aquí se ha desarrollado con una intención clara: orientar la formación continua para
convertirla en coherente con las renovaciones en curso en el sistema educativo. Se
puede leer pues como una declaración de intenciones.
Las instituciones de formación inicial y continua tienen necesidad de refe-
renciales para orientar sus programas, los inspectores los usan para evaluar a los
profesores en ejercicio y pedir explicaciones. No pretendo aquí hacer un uso parti-
cular del referencial adoptado, sino simplemente ofrecer un pretexto y un hilo con-
ductor para construir una representación coherente del trabajo del profesor y de
su evolución.
Esta representación no es neutra. No pretende dar cuenta de las competencias
del profesor medio de hoy en día. Más bien describe un futuro posible y, a mi en-
tender, deseable de la profesión.
En un periodo de transición, agravado por una crisis de las finanzas públicas
y de las finalidades de la escuela, las representaciones se hacen añicos, no se sabe
muy bien de dónde venimos ni adónde vamos. Así pues, lo importante es descubrir
la pólvora y algo más. Sobre temas de está índole, el consenso no es ni posible, ni
deseable. Cuando se busca la unanimidad, lo más inteligente es seguir siendo muy
abstracto y decir, por ejemplo, que los profesores tienen que dominar los conoci-
mientos que enseñan, ser capaces de impartir cursos, conducir una clase y evaluar.
Si nos limitamos a las formulaciones sintéticas, seguramente todos coincidiremos
en que la profesión del docente consiste también, por ejemplo, en «conducir la pro-
gresión de los aprendizajes» o «implicar a los alumnos en sus aprendizajes y en su
trabajo».
El acuerdo en estas evidencias abstractas puede esconder profundas divergen-
cias en cuanto a la manera de utilizarlas. Veamos un ejemplo:
. Practicar una pedagogía frontal, hacer regularmente controles escritos y
poner en guardia a los alumnos con dificultades, avisándoles de un fracaso
probable si no cogen de nuevo las riendas: he aquí una forma bastante clá-
sica de «conducir la progresión de los aprendizajes».
. Practicar una evaluación formativa, un apoyo integrado y otras formas de
diferenciación, para evitar que las diferencias no se acentúen, es otra forma,
más innovadora.
Cada elemento de un referencial de competencias puede, del mismo modo, remitir
bien a prácticas más selectivas y conservadoras, o bien a prácticas democratizadoras e
innovadoras. Para saber de qué pedagogía o de qué escuela hablamos, es necesario ir
más allá de las abstracciones.
También es importante analizar con más detalle el funcionamiento de las com-
petencias definidas, sobre todo para hacer el inventario de los conocimientos teóricos y
metodológicos que movilizan. Por consiguiente, un trabajo profundo de las competencias
consiste en:
. Relacionar cada una con un grupo delimitado de problemas y de tareas.
. Clasificar los recursos cognitivos (conocimientos, técnicas, habilidades, ap-
titudes, competencias más específicas) movilizados por la competencia
considerada.
Tampoco existe un modo neutro de hacer este trabajo, puesto que la misma
identificación de las competencias supone opciones teóricas e ideológicas, por lo
tanto, una cierta arbitrariedad en la representación de la profesión y de sus facetas.
He decidido retomar el referencial de Ginebra puesto en circulación en 1996, porque
surge de una administración pública y ha sido objeto, antes de ser publicado, de varias
negociaciones entre la autoridad escolar, la asociación profesional, los formadores y
los investigadores. Es la garantía de una mayor representatividad que la que tendría
un referencial construido por una sola persona. Como contrapartida, este referencial
ha perdido un poco en coherencia, en la medida en que resulta de un compromiso
entre varias concepciones de la práctica y las competencias.
Esta fabricación institucional no significa que esta división esté consensuada en el
seno del cuerpo docente, suponiendo que cada practicante en ejercicio se tome la mo-
lestia de estudiarla con detenimiento... Las divergencias no se hallarían tan sólo en el
contenido, sino en la misma oportunidad de describir las competencias profesionales de
forma metódica. Nunca resulta inofensivo poner en palabras las prácticas y el rechazo
de entrar en la lógica de las competencias puede expresar, primero, una reticencia para
verbalizar y colectivizar las representaciones de la profesión. El individualismo de los
profesores empieza, de algún modo, con la impresión de que cada uno tiene una res-
puesta personal y original a preguntas como: ¿qué es enseñar?, ¿qué es aprender?
La profesión no es inmutable. Sus transformaciones pasan sobre todo por la
aparición de nuevas competencias (relacionadas, por ejemplo, con el trabajo con otros
profesionales o con la evolución de las didácticas) o por el énfasis de competencias
reconocidas, por ejemplo, para hacer frente a la heterogeneidad creciente de los públicos
y a la evolución de los programas. Cualquier referencial tiende a pasar de moda, a la vez
porque las prácticas cambian y porque el modo de concebirlas se transforma. Hace treinta
años, no se hablaba de un modo tan corriente del tratamiento de las diferencias,
evaluación formativa, situaciones didácticas, práctica reflexiva o metacognición.
El referencial seleccionado hace hincapié en las competencias consideradas
prioritarias porque son coherentes con el nuevo papel de los profesores, la evolución de
la formación continua, las reformas de la formación inicial y las ambiciones de las
políticas de la educación. Es compatible con los ejes de renovación de la escuela: in-
dividualizar y diversificar los itinerarios de formación, introducir ciclos de aprendizaje,
diferenciar la pedagogía, ir hacia una evaluación más formativa que normativa,
dirigir proyectos de institución, desarrollar el trabajo en equipos de profesores y la
responsabilidad colectiva de los alumnos, situar a los niños en el centro de la acción
pedagógica, recurrir a métodos activos, a la gestión de proyectos, al trabajo por proble-
mas abiertos y situaciones problema, desarrollar las competencias y la transferencia
de conocimientos y educar en la ciudadanía.
El referencial en que se inspira este libro intenta pues comprender el movi-
miento de la profesión insistiendo en diez grandes familias de competencias. Este
inventario no es ni definitivo, ni exhaustivo. Ningún referenciar no puede además
garantizar una representación consensuada, completa y estable de una profesión o
de las competencias que lleva a cabo. He aquí estas diez familias:
1. Organizar y animar situaciones de aprendizaje.
2. Gestionar la progresión de los aprendizajes.
3. Elaborar y hacer evolucionar dispositivos de diferenciación.
4. Implicar a los alumnos en sus aprendizajes y en su trabajo.
5. Trabajar en equipo.
6. Participar en la gestión de la escuela.
7. Informar e implicar a los padres.
8. Utilizar las nuevas tecnologías.
9. Afrontar los deberes y los dilemas éticos de la profesión.
10. Organizar la propia formación continua.
Este último aspecto es el más difícil de objetivar, puesto que los esquemas de
pensamiento no son directamente observables y sólo pueden ser inferidos, a partir
de prácticas y propósitos de los actores. Además, resulta difícil tener en cuenta la in-
teligencia general del actor -su lógica natural- y los esquemas de pensamiento
específicos desarrollados en el marco de una experiencia concreta. Intuitivamente, se
prevé que el profesor desarrolle esquemas de pensamiento propios a su profesión,
distinto a los del piloto, el jugador de ajedrez, el cirujano o el agente de bolsa.
Falta describirlos con más detalle.
En resumen, el análisis de competencias remite constantemente a una teoría del
pensamiento y de la acción situados (Gervais, 1998), pero también del trabajo, la prác-
tica como profesión y condición (Descoionges, 1997; Perrenoud, 1996c). Es decir, que
nos hallamos en terreno pantanoso, a la vez que en el plano de conceptos e ideologías...
Un punto merece que le prestemos mayor atención: en medio de los recursos mo-
vilizados por una competencia mayor, se encuentran en general otras competencias, de
alcance más limitado. Una situación de clase presenta en general múltiples componen-
tes, que hay que tratar de forma coordinada, incluso simultánea, para llegar a una ac-
ción acertada. El profesional dirige la situación globalmente, pero moviliza ciertas
competencias específicas, independientes las unas de las otras, para tratar ciertos as-
pectos del problema, al modo de una empresa que subcontrata algunas operaciones de-
producción. Sabemos, por ejemplo, que los profesores experimentados han desarrolla-
do una competencia muy preciada, la de percibir simultáneamente múltiples procesos
que se desarrollan a la vez en su clase (Carbonneau y Hétu, 1996; Durand, 1996). El pro-
fesor experto «tiene ojos en la espalda», es capaz de advertir lo esencial de lo que se
trama en varias escenas paralelas, sin que ninguna lo deje estupefacto o lo angustie.
Esta competencia apenas resulta útil en sí misma, pero constituye un recurso indispen-
sable en una profesión en la que varias dinámicas se desarrollan constantemente en pa-
ralelo, incluso en una pedagogía frontal y autoritaria. Esta competencia se moviliza por
numerosas competencias más globales de gestión de clase (por ejemplo, saber prever y
prevenir el alboroto) o de animación de una actividad didáctica (por ejemplo, saber des-
cubrir e implicar a los alumnos distraídos o con dificultades).
El referencial seleccionado aquí asocia a cada competencia principal algunas
competencias más específicas, que son en cierto modo sus componentes principales.
Por ejemplo, «conducir la progresión de los aprendizajes» moviliza cinco competen-
cias más específicas:
. Concebir y dirigir las situaciones problema ajustadas al nivel y a las posibi-
lidades de los alumnos.
. Adquirir una visión longitudinal de los objetivos de la enseñanza.
. Establecer vínculos con las teorías que sostienen las actividades de aprendizaje.
. Observar y evaluar los alumnos en situaciones de aprendizaje, desde un en-
foque formativo.
. Establecer controles periódicos de competencias, tomar decisiones de progresión.
COMPETENCIAS COMPETENCIAS
COMPETENCIAS MÁS MAS ESPECIFICAS
ESPECÍFICAS PARA
PARA TRABAJAREN
TRABAJAR EN
DE REFERENCIA FORMACIÓNFORMACIÓN
CONTINUACONTINUA
(EJEMPLOS)
(EJEMPLOS)
1. Organizar y
animar situaciones . Conocer, a través de una disciplina determinada, los contenidos que
de aprendizaje hay que enseñar y su traducción en objetivos de aprendizaje.
. Trabajar a partir de las representaciones de los alumnos.
. Trabajar a partir de los errores y los obstáculos en el aprendizaje.
. Construir y planificar dispositivos y secuencias didácticas.
. Implicar a los alumnos en actividades de investigación, en proyectos de
conocimiento.
2. Gestionar la
progresión de los . Concebir y hacer frente a situaciones problema ajustadas al nivel y a las
aprendizajes posibilidades de los alumnos.
. Adquirir una visión longitudinal de los objetivos de la enseñanza.
.Establecer vínculos con las teorías que sostienen las actividades de
aprendizaje.
. Observar y evaluar los alumnos en situaciones de aprendizaje, según un
enfoque formativo.
.Establecer controles periódicos de competencias y tomar decisiones de
progresión.
5. Trabajar en
equipo .Elaborar un proyecto de equipo, de representaciones comunes.
. Impulsar un grupo de trabajo, dirigir reuniones.
. Formar y renovar un equipo pedagógico.
. Afrontar y analizar conjuntamente situaciones complejas, prácticas y
problemas profesionales.
. Hacer frente a crisis o conflictos entre personas.
COMPETENCIAS DE COMPETENCIAS
COMPETENCIAS MAS ESPECIFICAS
MÁS ESPECÍFICAS PARA
PARA TRABAJAR EN
FORMACIÓNTRABAJAR
CONTINUA
EN(EJEMPLOS)
FORMACIÓN CONTINUA
REFERENCIAFERENCIA
(EJEMPLOS)
6. Participar en la
gestión de la
escuela . Elaborar, negociar un proyecto institucional.
. Administrar los recursos de la escuela.
. Coordinar, fomentar una escuela con todos los componentes (extraesco-
lares, del barrio, asociaciones de padres, profesores de lengua y cultura
de origen).
. Organizar y hacer evolucionar, en la misma escuela, la participación de
los alumnos.
7. Informar e
implicar a los . Favorecer reuniones informativas y de debate.
padres
. Dirigir las reuniones.
. Implicar a los padres en la valorización de la construcción de los conoci-
mientos.
9. Afrontar los
. Prevenir la violencia en la escuela o la ciudad.
deberes y los
dilemas éticos de . Luchar contra los prejuicios y las discriminaciones sexuales, étnicas y
la profesión sociales.
. Participar en la creación de reglas de vida común referentes a la disci
plina en la escuela, las sanciones, la apreciación de la conducta.
. Analizar la relación pedagógica, la autoridad, la comunicación en clase.
. Desarrollar el sentido de la responsabilidad, la solidaridad, el sentimien
to de justicia.
Fuente: Archivo Formation continue. Programme des tours 1996-97. Enseñanza primaria,
Ginebra. Servicio del perfeccionamiento, 1996. Este referencial ha sido adoptado por la
institución bajo proposición de la comisión paritaria de la formación.
1
Organizar y animar
situaciones de aprendizaje
¿Por qué presentar como una competencia nueva la capacidad de organizar y
animar situaciones de aprendizaje? ¿No se halla en el mismo oficio de docente?
Todo depende evidentemente de lo que se esconda bajo las palabras. Durante
mucho tiempo el oficio de profesor ha sido identificado con el curso magistral,
acompañado de ejercicios. La figura del magister remite a la del discípulo, que «bebe
sus palabras» y continuamente se forma con su contacto, luego trabajando su pen-
samiento. Escuchar una lección, hacer ejercicios o estudiar en un libro pueden ser ac-
tividades de aprendizaje. De ahí que el profesor más tradicional pueda pretender
organizar y fomentar dichas situaciones, un poco como el señor Jourdain hacía con
la prosa, sin saberlo, o más exactamente, sin darle importancia. La idea misma de si-
tuación de aprendizaje no presenta ningún interés para los que piensan que a la es-
cuela se va para aprender y que todas las situaciones se supone que han de servir a
este propósito. Desde este punto de vista, insistir en las «situaciones de aprendizaje»
no añade nada nuevo a la visión clásica del oficio de profesor. Esta insistencia inclu-
so puede parecer pedante, como si se insistiera para decir que un médico «concibe y
fomenta situaciones terapéuticas», en vez de reconocer simplemente que cura pa-
cientes, al igual que el profesor instruye a sus alumnos. Excepto los que están fami-
liarizados con las pedagogías activas y los trabajos en didáctica de las disciplinas, los
profesores de hoy en día no se consideran espontáneamente como «diseñadores y
animadores de situaciones de aprendizaje».
¿Se trata de una simple cuestión de vocabulario o tienen motivos para resistir-
se a un modo de ver que sólo puede complicarles la vida? Cojamos el ejemplo del pro-
fesor universitario de primer ciclo, porque todavía se encuentra en la mayoría de
países. El curso se imparte en un anfiteatro, delante de centenares de rostros anóni-
mos. ¡Qué entienda y aprenda quien pueda! Por un momento el profesor podría tener
la ilusión de que crea de este modo, para cada uno, una situación de aprendizaje, de-
finida por el hecho de escuchar la palabra magistral y el trabajo de la toma de notas,
por la comprensión y la reflexión que se supone que suscita. Si lo piensa, se dará
cuenta de que la estandarización aparente de la situación es una ficción, que existen
tantas situaciones distintas como estudiantes. Cada uno vive el curso en función de
sus ganas y su disponibilidad, de lo que oye y entiende, según sus medios intelectua-
les, su capacidad de concentración, lo que le interesa, lo que tiene sentido para él, lo
que se relaciona con otros conocimientos o realidades que le resultan familiares o que
logra imaginar. Llegado a este punto de reflexión, el profesor tendrá la sabiduría de
suspenderla, so pena de considerar que en realidad, no sabe demasiado sobre las si-
tuaciones de aprendizaje que crea... Considerarse diseñador y animador de situacio-
nes de aprendizaje tiene sus riesgos: ¡esto puede conducir a preguntarse sobre su
pertinencia y eficacia!
El sistema educativo se construye por arriba. Por esta razón las mismas consta-
taciones valen, hasta cierto punto, para la enseñanza secundaria y, en menor medi-
da, para la enseñanza primaria. Cuando los alumnos son niños o adolescentes, no son
tan numerosos y la enseñanza es más interactiva; se da más importancia a los ejer-
cicios o a las experiencias conducidas por los alumnos (y no delante de ellos). Sin em-
bargo, siempre y cuando practiquen una pedagogía magistral y poco diferenciada, los
profesores no controlan realmente las situaciones de aprendizaje en las que sitúan a
codo uno de sus alumnos. Como mucho pueden procurar, usando medios disciplina-
rios clásicos, que todos los alumnos escuchen con atención y se impliquen activamente,
al menos en apariencia, en las tareas asignadas. La reflexión sobre las situaciones di-
dácticas empieza con la pregunta de Saint-Onge (1996): «Yo enseño, pero ellos,
¿aprenden?»
Sabemos, después de Bordieu (1996), que en realidad sólo aprenden, a merced
de semejante pedagogía, los «herederos», los que disponen de los medios culturales
para sacar provecho a una enseñanza que se dirige formalmente a todos, en la ilu-
sión de la igualdad, identificada en este caso con la igualdad de trato. Esto hoy en
día parece evidente. No obstante, ha sido necesario un siglo de escolaridad obligato-
ria para empezar a poner en cuestión este modelo, comparándolo con un modelo más
centrado en los estudiantes, sus representaciones, su actividad, las situaciones con-
cretas en las que les sumergimos y sus efectos didácticos. Sin duda esta evolución -
inacabada y frágil tiene relación con la apertura de los estudios largos a públicos
nuevos, lo cual obliga a preocuparse por aquellos para los que escuchar un curso ma-
gistral y hacer ejercicios no basta para aprender. Existen vínculos estrechos entre la
pedagogía diferenciada y la reflexión sobre las situaciones de aprendizaje (Meirieu,
1989, 1990).
En la perspectiva de una escuela más eficaz para todos, organizar y animar si-
tuaciones de aprendizaje ya no es un modo a la vez banal y complicado de definir lo
que hacen de manera espontánea todos los profesores. Este lenguaje hace hincapié
en la voluntad de elaborar situaciones didácticas óptimas, incluso y en primer lugar
para los alumnos que no aprenden escuchando lecciones. Las situaciones pensadas así
se alejan de los ejercicios clásicos, que sólo exigen la puesta en práctica de un pro-
cedimiento conocido. Ahora bien, siguen siendo útiles, pero ya no son el alfa y omega
del trabajo en clase, no más que el curso magistral, limitado a funciones precisas
(Étienne y Lerouge, 1997, p. 64). Organizar y animar situaciones de aprendizaje es
mantener un lugar justo para estos métodos. Es sobre todo sacar energía, tiempo y
disponer de las competencias profesionales necesarias para imaginar y crear otra
clase de situaciones de aprendizaje, que las didácticas contemporáneas consideran
como situaciones amplias, abiertas, con sentido y control, que hacen referencia a un
proceso de investigación, identificación y resolución de problemas.
Esta competencia global moviliza varias competencias más específicas:
. Conocer, a través de una disciplina determinada, los contenidos que ense-
ñar y su traducción en objetivos de aprendizaje.
. Trabajar a partir de las representaciones de los alumnos.
. Trabajar a partir de los errores y los obstáculos al aprendizaje.
. Construir y planificar dispositivos y secuencias didácticas.
. Comprometer a los alumnos en actividades de investigación, en proyectos
de conocimiento.
Se logra el equilibrio cuando la masa del líquido desplazado por esta parte es
igual a la masa global del cuerpo que flota. Normalmente, se invita a los alumnos a
sustituir mentalmente el cuerpo que flota por el líquido del que en cierto modo «ha
cogido el sitio». Entonces pueden entrever que si este líquido estuviera encerrado en
una envoltura sin peso ni espesor, permanecería en el lugar, lo cual indica que ha ex-
perimentado una presión ascensional equilibrando su masa, que lo atrae hacia el
fondo.
El profesor del GFEN (Grupo Francés de Nueva Educación), que enseña física en
una clase de un instituto francés (5o, 13-14 años), se ha formado en biología. Sin
duda esta es la razón por la cual no trata el principio de Arquímedes de un modo tan
abstracto. Empieza por hacer reflexionar a sus alumnos sobre parejas de materias:
pan-azúcar, madera-hormigón, hierro-plástico, sin referencia en este estadio a un lí-
quido. Les pregunta cuál es la más pesada. Las primeras respuestas carecían de razo-
namiento, se basaban en una intuición sensible de la densidad, sin que se construyera
el concepto. Luego viene la constatación decisiva: no se puede saber, «depende de la
cantidad».
¿Cuánto? Los alumnos llegarán a la conclusión -después de reflexionar- de que
un kilo de plumas es tan pesado como un kilo de plomo. La cantidad se refiere por lo
tanto al volumen. El profesor, partidario del principio de autosocioconstrucción de
los conocimientos (Bassis, 1998; Vellas. 1996), evita facilitar el trabajo. No propone vo-
lúmenes de madera, hierro, plástico «hormigón iguales y de la misma forma, que
bastaría con pesarlos. Pone a disposición de los alumnos fragmentos de volúmenes,
formas y pesos variados, que no se prestan ni a una comparación directa por un peso,
ni a una clasificación sencilla en volúmenes iguales. Poco a poco se van cumpliendo
las condiciones para que surja el concepto de masa volumétrica.
En una segunda secuencia, el profesor propone tratar el mismo problema de
otra forma. Da a cada equipo un trozo de plastilina y pide a los alumnos que midan
con la mayor exactitud posible la masa y el volumen. Tienen a su disposición balan-
zas y probetas graduadas que se pueden llenar de agua y en las que se puede su-
mergir los trozos. Observaremos que los conceptos de masa y volumen, en este punto
de los estudios, se consideran construidos y movilizables. El nuevo desafío es poner-
los en relación, de ahí derivará el concepto de masa volumétrica.
Los alumnos pesan los bloques de plastilina gracias a una balanza y miden el
volumen por inmersión, luego hacen una tabla comparativa:
Equipo 1 Equipo 2 Equipo 3 Equipo 4 Equipo 5
Los resultados del equipo 3 van bien encaminados: la relación entre masa y vo-
lumen no es verosímil. El equipo está seguro del peso, quiere volver a medir el volu-
men. El profesor les pide que calculen este volumen, sin volver a usar la probeta. La
clase se moviliza y llega a formulaciones del tipo: «cuando dividimos masa por volu-
men, el resultado es casi siempre el mismo». O «hay que multiplicar el volumen por
una cifra más grande que 1 y más pequeña que 2 para encontrar la masa». Centré-
monos ahora en las verificaciones y las pruebas que logran, después de varios inten-
tos, designar y formalizar el concepto de masa volumétrica. La cuestión de saber si
una materia es más pesada o ligera que otra puede reformularse de un modo más
«científico»: ¿su masa volumétrica es superior o inferior? Los alumnos han entendido
que sólo se podía comparar las masas que tenían un mismo volumen y que era una
de las funciones de las unidades de volumen, que son volúmenes ficticios, que
no se dividen físicamente.
El profesor introduce una tercera secuencia, a la que llama «¿Flota o se hunde?»,
diciendo:
«¡Un iceberg de 5000 toneladas, esto flota; una pequeña bola de hierro de 10 gramos,
esto se hunde!». Los alumnos le responden que el hierro es más pesado que el hielo. El
profesor se sorprende, puesto que diez gramos «es una masa inferior a 5000 tonela-
das». Los alumnos responden: «pero no se trata de la bola, sino del hierro. ¡La masa vo-
lumétrica, hombre!» (Laschkar y Bassis, 1985, p. 60).
Gestionar la progresión de
los aprendizajes
La escuela en principio está totalmente organizada para favorecer la progresión
de los aprendizajes de los alumnos hacia objetivos previstos al final de cada ciclo de
estudios. Los programas están concebidos en esta perspectiva, así como los métodos
y los medios de enseñanza propuestos o impuestos a los profesores. Por consiguien-
te, se podría decir que, al encargarse el sistema, la progresión no exige ninguna com-
petencia en particular de los profesores. En una cadena de montaje, si los ingenieros
han entendido correctamente la sucesión de tareas, cada trabajador contribuye a hacer
progresar el producto hacia su estado final sin tener necesidad de tomar decisiones
estratégicas. La estrategia está completamente incorporada en el dispositivo de pro-
ducción, los trabajadores pueden limitarse a «hacer lo que tienen que hacer», sin
tomar iniciativas intempestivas. Se espera de ellos que aporten una forma de habili-
dad y ajustes marginales a las operaciones previstas con motivo de pequeñas varia-
ciones de materiales y condiciones de trabajo. No les corresponde pensar en el
conjunto del proceso.
En la escuela funciona diferente, porque no se pueden programar los aprendiza-
jes humanos como la producción de objetos industriales. No es solamente una cues-
tión de ética. Simplemente resulta imposible, debido a la diversidad de estudiantes y
su autonomía de temas. Por consiguiente, toda enseñanza digna de este nombre de-
bería ser estratégica, en el sentido que entiende Tardif (1992), en otras palabras, con-
cebida en una perspectiva a largo plazo, en el que cada acción se decide en función de
su contribución esperada en la progresión óptima de los aprendizajes de cada uno.
Lo que parece caer por su propio peso en el plano de los principios en realidad
es extremadamente difícil en las condiciones de la acción cotidiana, por lo que la
producción a menudo se limita al año escolar, cuando no a las actividades en curso
y al capítulo abierto en el programa. La parte de los profesores en la gestión óptima
de las progresiones se ha ampliado considerablemente cuando se ha renunciado a los
planes de estudio que prescriben una progresión semana por semana. Una nueva am-
pliación se perfila con la introducción de ciclos de aprendizajes plurianuales. Además,
la progresión de la clase ya no es la única preocupación. El movimiento hacia la in-
dividualización de los itinerarios de formación y de la pedagogía diferenciada conduce
a pensar en la progresión de cada alumno.
La parte de las decisiones de progresión de las que se encarga la institución dis-
minuyen, en beneficio de las decisiones confiadas a los profesores. Por lo tanto, la
competencia correspondiente adquiere una importancia sin precedentes y sobrepasa
de largo la planificación didáctica del día a día. Esta competencia moviliza por sí
misma varias más específicas. He aquí las que configuran este capítulo:
. Concebir y controlar las situaciones problema ajustadas al nivel y a las po-
sibilidades de los alumnos.
. Adquirir una visión longitudinal de los objetivos de la enseñanza.
. Establecer vínculos entre las teorías subyacentes y las actividades de apren-
dizaje
. Observar y evaluar a los alumnos en situaciones de aprendizaje, según un
enfoque formativo.
. Establecer controles periódicos de competencias y tomar decisiones de
progresión.
Concebir y controlar
las situaciones problema ajustadas al nivel
y a las posibilidades de los alumnos
En este caso se afrontan los mismos dilemas que en una actividad marco o en
un método de proyecto completamente distinto: el funcionamiento colectivo puede
marginalizar a los alumnos que tendrían más necesidad de aprender. Para neutrali-
zar este riesgo, resulta pues indispensable que el control de las situaciones problema
se haga a un doble nivel:
. En la elección de las situaciones propuestas, que deben, grosso modo, con-
venir al nivel medio del grupo y situarse en la zona de desarrollo próximo
de la mayoría de los alumnos.
. En el interior de cada situación, a la vez para influirla en el sentido de un
mejor ajuste, diversificarla y controlar los efectos perversos de la división es-
pontánea del trabajo, que favorece a los favoritos.
Hay que tener experiencia para desbaratar las artimañas de los alumnos, que
a menudo llegan a dominar el arte de parecer activos, pero hay que saber también
que el silencio concentrado no es una garantía de aprendizaje. Hay alumnos que
charlando aprenden mejor que los escolares modelos. Un profesor experimentado
sabe que las actividades que hace, por bien elaboradas y preparadas que estén, no
dan siempre los resultados esperados. El maestro propone, los alumnos disponen.
¿Por qué quieres salvar a cualquier precio las actividades iniciadas, por la sola razón
que han sido previstas? Una de las competencias cruciales, en la enseñanza, es
saber regular los procesos de aprendizaje más que ayudar al éxito de la actividad
(Perrenoud, 1998i).
Un trabajo de formación más intensivo ayudaría a los profesores a limitar mejor
los indicadores de aprendizaje que permiten una regulación interactiva, sobretodo,
cuando el profesor persigue objetivos de alto nivel taxonómico. Si desea desarrollar
entre sus alumnos la imaginación, la expresión, la argumentación, el razonamiento,
el sentido de la observación o la cooperación, no puede esperar progresos sensibles
en unas semanas. La construcción de actitudes, competencias o conocimientos fun-
damentales precisa meses, incluso años. Cuando llega el momento de evaluar los co-
nocimientos, la regulación ya no se pone en circulación, corresponde como mucho a
un profesor que actúa al final de los estudios.
Hace tiempo que Carroll (1963, 1965) ha llamado la atención sobre el tiempo
invertido en la tarea. Los alumnos que pasan poco tiempo en la tarea tienen pocas
posibilidades de aprender, a no ser que tengan una gran facilidad. Los otros indica-
dores de aprendizaje son más sutiles, puesto que obligan a discernir lo que, en una
movilización efectiva, construye el conocimiento. Muchos alumnos muy activos se li-
mitan a movilizar lo que ya saben, lo que resulta gratificante pero no siempre prio-
ritario (Perrenoud, 1996n).
La evaluación formativa se sitúa en una perspectiva pragmática (Perrenoud,
1991, 1998b) y no tiene ningún motivo para ser estandarizada, ni notificada a los pa-
dres o a la administración. Se incluye en la relación cotidiana entre el profesor y sus
alumnos, su objetivo es ayudar a cada uno a aprender, no dar explicaciones a terce-
ros. El profesor tiene interés en adecuar la amplitud del trabajo de observación e in-
terpretación a la situación singular del alumno, en una lógica de resolución de
problemas, invirtiendo poco cuando toda va bien o cuando las dificultades son visi-
bles a simple vista, implicándose en un diagnóstico y un seguimiento más intensivos
cuando las dificultades se resisten a un primer análisis. El profesor tiene igualmente
el derecho de confiar en su intuición (Allal, 1983; Weiss, 1986, 1992). Para no sen-
tirse desbordado, es importante:
. Que apueste por tecnologías y dispositivos interactivos, portadores de regu-
lación (Weiss, 1993, Perrenoud, 1993c, 19986, 1998/).
. Que forme a sus alumnos en la evaluación mutua (Allal y Michel, 1993).
. Que desarrolle una evaluación formadora, de la cual se encargue el sujeto
aprendiz (Nunziati, 1990); la autoevaluación no consiste pues en rellenar
uno mismo su libreta, sino en dar prueba de una forma de lucidez con res-
pecto a la manera de la que se aprende.
. Que favorezca la metacognición como fuente de autoregulación de los pro-
cesos de aprendizaje (Allal y Saada-Robert, 1992; Allal, 1984, 1993o, b).
. Que logre seleccionar muy deprisa un gran número de observaciones fuga-
ces, para identificar una forma que guiará su acción y sus prioridades de
intervención reguladora.
Pasemos revista a estas competencias, sin olvidar que remiten a otras muy com-
plementarias presentadas en otros capítulos, sobre todo organizar y animar situacio-
nes de aprendizaje (capítulo 1), dirigir la progresión de los aprendizajes (capítulo 2),
implicar a los alumnos en sus aprendizajes y su trabajo (capítulo 4) y trabajar en
equipo (capítulo 5).
Hacer frente a la heterogeneidad
en el mismo grupo-clase
El sistema escolar intenta homogeneizar cada clase agrupando alumnos de la
misma edad. De ahí resulta una homogeneidad muy relativa, debido a las desigual-
dades en una misma edad, los niveles de desarrollo y los tipos de socialización fami-
liar. Por esta razón corregimos este mecanismo sumario:
. Por la práctica de exenciones por edad, integrando alumnos más jóvenes,
que manifiestan una cierta precocidad;
. Sobre todo, la práctica de la repetición de curso, a merced de la cual los
alumnos que no tengan la madurez o el nivel exigido no progresan en los
estudios a finales de año y repiten el programa en compañía de alumnos más
jóvenes.
¿La acción de estos mecanismos asegura que los alumnos finalmente inscritos
en la misma clase estén preparados por igual para seguir una enseñanza indiferen-
ciada? Sabemos bien que no. Lo son todavía menos porque los sistemas educativos
ya no se atreven, y es una suerte, a hacer repetir un alumno de cada cinco. Teniendo
en cuenta la eficacia muy limitada de esta medida, de la que somos conscientes de
forma progresiva gracias a numerosos trabajos críticos (Allal y Schubauer-Leoni,
1992; Crahay, 1996, 1997; Hutmacher, 1993; Paul, 1996; Perrenoud, 1996/)), resulta
improbable que el repetir curso pueda, en un futuro, contribuir profundamente a la
homogeneidad de las clases. Incluso en la secundaria, el sentido del tiempo autoriza
cada vez menos a crear abiertamente etapas muy selectivas. ¡Cuando éstas existen,
por otra parte, dejan intacta la cuestión de la heterogeneidad de las clases que no
forman parte de aquellas etapas! Un profesor experimentado hoy en día sabe que la
homogeneidad total es inaccesible, a falta de una selección previa bastante feroz,
pero también porque, incluso en el grupo más seleccionado, ésta se recrea, sin duda
de un modo menos espectacular, desde principio de año e incluso a lo largo de la pro-
gresión en el programa. Sólo un profesor debutante puede todavía soñar con tener
ante él sólo alumnos aptos por igual y motivados en sacar provecho de su enseñanza.
Cuando se pierde la ilusión de poder salvaguardar una pedagogía frontal cons-
tituyendo grupos homogéneos, cuando se ataca seriamente a las diferencias, la primera
tentación sigue siendo repartir los alumnos en grupos de nivel homogéneo o juntar
los alumnos con dificultades para ofrecerles momentos de apoyo y esperando así re-
crear conjuntos merecedores del mismo «trato». Frente a la diferencia, clasificar y
orientar los «casos» parecidos hacia tratamientos uniformes sigue siendo un modelo
de pensamiento muy persistente. Ahora bien, este modo de hacer -además de grandes
limitaciones prácticas- presupone que, antes de implicar a los alumnos en un trabajo
de una cierta duración, se puede saber lo que les conviene.
Meirieu (1989c, 1990, 1995, 1996o) ha luchado con fuerza contra esta peda-
gogía del «diagnóstico previo». Meirieu propone renunciar a querer formar grupos
homogéneos debidamente preparados para seguir un tratamiento estandarizado,
para afrontar la heterogeneidad en el mismo grupo de trabajo, tal como se mani-
fiesta ante una tarea y sobre todo una situación problema. Lo cual conduce, sin re-
nunciar a toda regulación retroactiva (remediación, apoyo) o proactiva (microorien-
tación hacia tareas y grupos distintos), a priorizar las regulaciones interactivas en
situación, mientras los alumnos siguen juntos (Allal, 1988). Esto no significa que haya
que renunciar a todo recurso puntual en grupos de nivel, todavía menos que
haya que trabajar en una composición estable. Meirieu (1989o, 6) ha demostrado la
pertinencia de trabajar, de vez en cuando, en grupos de necesidades, y en otras oca-
siones, en grupos de proyecto.
En una pedagogía diferenciada, lo importante es situar los dispositivos múlti-
ples, no basarlo todo en la intervención del profesor. El trabajo por planificaciones
semanales, la atribución de tareas autocorrectivas y el recurso de programas interac-
tivos son soluciones valiosas. Organizar el espacio en talleres o en «rincones» entre los
cuales circulan los alumnos es otra forma de hacer frente a las diferencias. Ninguna
es, por si sola, una solución mágica. La diferenciación exige métodos complementa-
rios, por lo tanto, una forma de inventiva didáctica y organizativa, basada en un
pensamiento arquitectural y sistémico.
Si todo esto fuera sencillo, los especialistas entregarían las pedagogías diferen-
ciadas a punto para utilizarlas, surtidas de formaciones que dieran exactamente las
competencias deseadas. En realidad hay que poner manos a la obra, existen dudas,
ningún dispositivo está hoy a la altura de los problemas. En el punto en que se
encuentran la investigación y la innovación, las competencias necesarias de los pro-
fesores les conducirán a contribuir al esfuerzo de desarrollo más que a aplicar los
modelos probados.
Cuadro 2
1.-El derecho a no estar atento constantemente. 2.-El derecho a su conciencia. 3.-El derecho a no
aprender lo que tiene sentido. 4.-El derecho a no obedecer entre seis y ocho horas al día. 5.-El
derecho a moverse. 6.-El derecho a no cumplir todas sus promesas. 7.-El derecho a no gustarle la
escuela y a decirlo. 8.-El derecho a elegir con quien quiere trabajar. 9.-El derecho a no cooperar en su
propio proceso. 10.-El derecho a existir como persona.
Que el lector se sienta invitado a completar esta lista, pensando en el deseo de
saber y en la decisión de aprender. No para imponer una carta completamente hecha
a los alumnos, sino para tener una idea de lo que podría surgir si el consejo de clase
se dedicara a la tarea de convertir el trabajo escolar en aceptable.
Los poderes del grupo-clase (Imbert, 1976, 1998) son considerables y pueden
representar un papel esencial de mediación: la relación con el conocimiento puede
ser redefinida en la clase, a merced de una verdadera negociación del contrato di-
dáctico, lo que evidentemente supone, por lo que se refiere al profesor, la voluntad
y la capacidad de escuchar a los alumnos, ayudarlos a formular su pensamiento y a
tener en cuenta sus palabras...
Este niño llevará un proyecto a la escuela: leer todas las «letras pequeñas». Por
desgracia, no se puede excluir que un deseo de saber como este desaparezca si se
pasa por la trituradora del método ortodoxo del aprendizaje de la lectura. Los pro-
yectos son frágiles, no siempre racionales, no siempre justificables, pero son los ver-
daderos motores de nuestra acción. El profesor tiene pues interés en estar formado
para cogerlos tal como son y, si no llevan demasiado lejos o no llevan ahí donde la
escuela quiere conducir a los alumnos, para hacerlos evolucionar de una forma
concertada, de modo que generen otros proyectos, más ambiciosos o más conformes con
el programa.
En cuanto a los alumnos que no tienen proyecto personal, lo más grave sería
dejarles entender que «están por debajo del nivel». Étienne y otros (1992) hacen hin-
capié en el hecho de que el proyecto, si no se tiene cuidado, puede convertirse en
una nueva norma y, por lo tanto, en una nueva ficción. Boutinet (1993) ha demos-
trado que construir su identidad y su vida formando proyectos es una relación con el
mundo entre otras, que caracteriza las sociedades llamadas modernas. Proyectarse en
el futuro no tiene demasiado sentido en las sociedades donde la identidad no pasa
por la realización de uno mismo y la transformación del mundo. Volvemos a encon-
trar en parte esta diversidad en el sena de cada sociedad; en la nuestra, todas las fa-
milias no tienen la misma capacidad de hacer y realizar proyectos. Esta capacidad
está muy relacionada con el poder que uno ejerce en su propia vida y en la de los
otros. Por esta razón los individuos y los grupos dominados apenas tienen los medios
de formar proyectos. Exigir a un niño que exprese o se dedique rápidamente a un
proyecto personal es, pues, una forma de violencia cultural que, por involuntaria que
sea, manifiesta una falta de respeto a la diversidad de relaciones con el mundo.
Al mismo tiempo, incluir su esfuerzo presente en un proyecto sigue siendo la
manera más segura de darle sentido. ¡Intentemos hacer frente al problema! El primer
aspecto de la competencia necesaria consiste, pues, en navegar entre la manipula-
ción y el laxismo. Es legítimo empujar a un niño a hacerse preguntas, hacer proyec-
tos, incluir su trabajo en una perspectiva a medio o a largo plazo. Quizá se trata
incluso de un objetivo mayor de la escolaridad básica: volverse capaz de formar pro-
yectos, realizarlos, evaluarlos. A condición de recordar que es un camino largo y sería
injusto y poco eficaz hacer de ello un prerrequisito para los otros aprendizajes. ¡Si se
incluyen en un proyecto personal a medio plazo, mejor! Si no, la construcción del
sentido debe tomar otros caminos.
Vemos que esta última competencia, como las otras, requiere algunos conoci-
mientos didácticos, pero también una gran capacidad de comunicación, empatía, res-
pecto de la identidad del otro. Releer Frankenstein pédagogue (Meirieu, 1996) antes
de cada vuelta a la escuela evitaría hacer de la exigencia previa de un proyecto per-
sonal una nueva forma de violencia simbólica...
5
Trabajar en equipo
La evolución de la escuela va en el sentido de la cooperación profesional. Efec-
to de moda, bajo la influencia de los soñadores, dirán los que sólo se sienten bien
siendo los «únicos maestros de a bordo». Sin embargo existen varias razones para in-
cluir la cooperación en las rutinas del oficio de profesor. He aquí algunas:
. La intervención creciente, en la escuela, de psicólogos y otros profesionales
del sector medicopedagógico o medicosocial, requiere nuevas colaboracio-
nes, en torno al caso de alumnos que tienen graves dificultades, sufren dis-
capacidades o son objeto de violencias u otras formas de maltrato.
. La división del trabajo pedagógico aumenta en la escuela primaria, con la
aparición repentina de papeles específicos (apoyo pedagógico, coordina-
dores de proyectos, intervención de maestros especialistas) y el desarrollo
del trabajo en pareja. Esto suscita nuevas formas de cooperación, por
ejemplo, repartir las tareas de forma equitativa y compartir la información
en el seno de la pareja, o delegar a los especialistas un problema que
sobrepasa al profesor titular, con el máximo de indicaciones para facili-
tarles el trabajo.
. Se insiste cada vez más en la continuidad de las pedagogías, de un año esco-
lar al siguiente, como factor de éxito escolar. La redefinición del oficio de
alumno, el contrato didáctico, las exigencias al principio de cada año esco-
lar perturban a los alumnos más frágiles y a sus familias; además, la ausen-
cia de colaboración entre profesores titulares de grados sucesivos aumenta
la probabilidad de que los alumnos con dificultades repitan curso.
. La evolución en el sentido de ciclos de aprendizaje de dos años o más indu-
ce una fuerte presión en la colaboración entre profesores, a los cuales se les
pide que se encarguen de forma conjunta y se corresponsabilicen de los
alumnos de un ciclo.
. La voluntad de diferenciar y dirigir métodos de proyecto contribuye a com-
partimentaciones puntuales, incluso de puestas en común más amplias.
. Los padres se organizan, piden un diálogo de grupo a grupo y esperan res-
puestas coherentes de los profesores, lo cual empuja a estos últimos a hacer
frente común.
. La constitución de instituciones en «personas morales», en colectividades,
que se supone que desarrollan un proyecto, a las cuales el sistema pretende
conceder una mayor autonomía, requiere funcionamientos cooperativos
más regulares.
Todo el mundo se enfada cuando esto sucede. Y sin embargo, cuando alguien
hace como si se encargara de las cosas, incluso cuando se lo piden los participantes,
rápidamente es objeto de burlas como: «sí, señor!» o «atención, ahí va el jefe». Se
aprovecha cualquier ocasión para hacerle saber que no tienen interés en tomárselo en
serio. Lo cual favorece una animación desvaída, «culpable», que al final hace que todo el
mundo se sienta confuso. Si las cosas van mal, el animador puede convertirse en el
chivo expiatorio ideal. En el mismo orden de ¡deas, algunos grupos rechazan cualquier
recurso de instrumentos de animación, ya que sospechan que favorece la
«manipulación». A veces, el animador designado, al igual que un delantero centro di-
námico, está «marcado» de cerca por todos aquellos que, al no haber querido asumir su
papel, temen sin embargo dejarle demasiado poder. En resumen, hay que ser inocente o
un poco camicace para representar este papel en el entorno docente.
Un equipo pedagógico es justamente un lugar donde, idealmente, se han superado
esas inquietudes en torno a la autoridad y al liderazgo, incluso el grupo tiene necesidad
de una fuerza de regulación, que es un poder instaurado por el equipo y que, por lo
tanto, no hay razón para sabotearlo cuando parece instituirse... Vemos, a propósito de
esto, que las competencias, lejos de ser simples «habilidades de animación» se basan
en una inteligencia de lo que hacemos funcionar en un grupo, que se arraiga en una
relectura de nuestra experiencia, así como en algunos conocimientos procedentes de las
ciencias humanas (psicoanálisis, psicología social, sociología de los grupos limitados).
Formar y renovar un equipo pedagógico
En algunas organizaciones, el equipo está compuesto por el organigrama o la
jerarquía: al ocupar un puesto, nos encontramos ipso facto formando parte de un
equipo cuyos miembros no se han elegido. Esta forma de colegialidad obligada (Har-
greaves, 1992) sin duda provoca numerosos efectos perversos, puesto que la coope-
ración no es el resultado de una elección libre. Por lo menos esto simplifica la
cuestión de la formación y la recomposición de los equipos de trabajo.
En la escuela, sobre el mismo modelo, hay una administración que intenta cons-
tituir de una forma autoritaria un grupo de profesores en equipo. En general, sin em-
bargo, los equipos pedagógicos están formados por la elección mutua. Se constituyen
alrededor de un proyecto o un contrato más o menos explícitos. De ahí surgen dos
problemas, que desde entonces les corresponde resolver a los (futuros) miembros del
equipo:
1. ¿Cómo hacer nacer un equipo cuando no existe ninguno?
2. ¿Cómo garantizar la continuidad del equipo más allá de las salidas y las llegadas?
Sea cual sea el punto de partida, aquellos que desean lanzar o relanzar una
dinámica de cooperación deben aprovechar las ocasiones e implicarse para hacer sur-
gir un proyecto común, que sea a la vez movilizador para que cada uno no regrese
inmediatamente a su torre de marfil, y bastante abierto para no dar la impresión de
que todo está arreglado de antemano.
El deseo difuso de trabajar de forma más cooperativa daría origen más a me-
nudo a un equipo si las competencias necesarias para sostener esta dinámica estu-
vieran mejor repartidas. A menudo, la génesis de un equipo aborta por torpeza,
exceso de precipitación, por falta de escuchar o falta de organización, memoria o
método. Los profesores formados por la militancia, la vida asociativa, incluso la em-
presa, en general poseen los medios y la audacia para crear un movimiento colecti-
vo, mientras que los profesores privados de estas experiencias extraescolares se ven
paralizados por el miedo, si «salen de vereda», parecen buscar poder o, peor todavía,
una promoción...
Renovar un equipo pedagógico requiere además otras competencias. Se trata
de saber «dirigir», a la vez, las salidas y las llegadas.
Las salidas son de varias clases. Unas resultan una mala experiencia, porque em-
pobrecen el equipo y lo desvalorizan a ojos de los que continúan y se sienten «aban-
donados» en el peor momento. De ahí pueden resultar presiones para impedir ciertas
salidas y represalias cuando la decisión está tomada, pero todavía no es efectiva.
¿Cómo darse cuenta y ser tratado como un actor completo en un equipo que se dis-
pone a dejar? Para aceptar este desafío, hacen falta capacidades de análisis, verbali-
zación y regulación.
Otros salidas, por lo contrario, son bienvenidas. Pueden ser el resultado de una
verdadera exclusión, más violenta todavía si permanece en lo no dicho. Es posible que
la salida ponga fin a un periodo de conflictos y abra un periodo de culpabilidad co-
lectiva un poco deprimente...
En cuanto a las llegadas, suponen otro problema: ¿cómo hacer un sitio a los
nuevos sin tener que renegociarlo todo? Un equipo aguerrido sabe:
. Por un lado, aprovechar los momentos en los que el equipo se recompone como
ocasiones positivas para reabrir el debate sobre sus objetivos y su itinerario.
. Por otro lado, transmitir a los recién llegados informaciones que les ayuda-
rán a asimilar la cultura del equipo y entender por qué se hace lo que se
hace, se dice lo que se dice, no se retoman ciertos temas, se renuncia de an-
temano a algunas empresas con un categórico «¡esto no funciona, ya lo
hemos probado!»
Fuera del mundo laboral, formar y dirigir proyectos es una manifestación de li-
bertad. Los individuos o los grupos definen sus objetivos, negocian sin duda los medios y
las cooperaciones necesarias, pero no están obligados a pedir permiso para realizar su
proyecto, excepto si solicitan un mandato sin el cual su proyecto no es posible. Que un
proyecto se transforme en mandato es en sí habitual: un despacho de arquitectos, por
ejemplo, puede proponer un proyecto y, sobre esta base, recibir probablemente el
mandato de realizarlo, con más o menos ajustes. El proyecto preexiste al mandato, sus
autores asumen esta transformación como condición de realización del proyecto, incluso
si ésta impone a veces plazos drásticos y hace difícil una posible renuncia, habida
cuenta de los riesgos jurídicos y financieros existentes. Realizar «bajo mandato» un
proyecto que se ha imaginado y propuesto cede en parte la libertad de sus diseñadores
y les obliga a llevar a cabo negociaciones difíci
les, por ejemplo, al surgir un obstáculo imprevisto: terreno menos propicio de lo pre-
visto, oposiciones inesperadas o rebasamiento del presupuesto. Entonces se debe mo-
dificar o redimensionar los planes. Por lo menos los actores pueden decirse: «Es
nuestro proyecto, lo hemos propuesto libremente, hemos concluido un contrato que
lo ha hecho posible, nos corresponde a nosotros asumir los compromisos y las tran-
sacciones que lo harán posible».
En el campo de la educación, se pueden formar proyectos equivalentes, por
ejemplo, proponer organizar una universidad de verano o una sesión de formación,
incluso abrir una escuela privada y, si la idea es aceptada, concluir un contrato con un
organismo mandatario.
En la escuela pública y las grandes redes confesionales, la lógica es completa-
mente distinta: el mandato precede al contrato. Incluso cuando las escuelas están
constituidas de forma autónoma, su integración en la red las conduce a renunciar a
su independencia y a funcionar bajo mandato.
El concepto de proyecto institucional puede constituir una forma de desviación
del concepto de proyecto, por lo tanto, una fuente fundamental de malentendido. En
numerosos sistemas educativos, una institución escolar todavía puede funcionar sin
proyecto, como un mecanismo del servicio público. Algunas organizaciones escolares
durante mucho tiempo han disuadido a las instituciones de tener un proyecto, por-
que temían no escapar entonces de la autoridad central. El «proyecto institucional»
ha sido, en su origen, una forma de disidencia, de resistencia al poder organizador.
¿Por qué, hoy en día, contra esta tradición centralizadora, los sistemas escola-
res proponen añadir una «capa de proyecto» a un funcionamiento organizacional que
podría prescindir de él? Los partidarios de proyectos institucionales los justifican en
general en un triple registro:
. La gestión óptima de los servicios públicos, que exige una mayor autonomi-
zación de los servicios y los funcionarios, y sobre todo de las escuelas y los
profesores, para responder mejor a la diversidad de situaciones y dinámicas
locales al mismo tiempo que se ahorra dinero.
. La profesionalización del oficio de profesor, el aumento deseable de la au-
tonomía individual y colectiva de los profesores, en nombre de su dignidad,
su competencia y su responsabilidad.
. La necesidad de dar más sentido al oficio y al cambio, conciliar mejor valo-
res personales y mandato.
Sacar el mejor partido del espacio, las incitaciones, las ocasiones, los problemas,
incluso las crisis, es una competencia crucial. Sin embargo, la habilidad táctica no
basta para construir un proyecto. Es necesario proponer un tema que «hable» a la
mayoría, por lo tanto, manifestar una cierta lucidez sobre lo que podría movilizar a
sus compañeros, así como las obligaciones que limitan su disponibilidad, sus ganas de
formarse, debatir, exponerse respecto a los otros, arriesgarse.
Un proyecto institucional, en un instituto de secundaria que reúne a un cente-
nar de profesores, no podría tener el mismo sentido que en una pequeña escuela de
primaria que reagrupa a cinco o seis profesores. No se puede afirmar que small is
beautiful. Incluso a pequeña escala, nada sucede si por lo menos algunos actores no
tienen la firme voluntad de crear una dinámica colectiva desarrollando las competencias
correspondientes. Vivir juntos durante años, conocer las cualidades y los defectos de
cada uno, no invita necesariamente a comprometerse conjuntamente en un mé-
todo de proyecto. Una familia a menudo no tiene más proyecto que seguir viviendo;
las pequeñas escuelas pueden funcionar como familias, armoniosas o rotas, según el
caso.
En una escala más amplia, la dificultad es inversa. No resulta fácil movilizar nu-
merosos profesionales que coexisten y se cruzan en la institución, sobre todo si tie-
nen horarios partidos y especializaciones distintas. Si hay un director de institución,
más vale tenerlo con uno que en contra. Su compromiso, sin embargo, no puede
hacer milagros: no es un deus ex machina y, en el liderazgo de un proyecto, su esta-
tus de autoridad puede representar un inconveniente más que una ventaja. Sola-
mente los directores de instituciones muy carismáticos o militantes llegan a hacer
«olvidar» las relaciones jerárquicas.
Es importante pues que algunos profesores lleven consigo las dinámicas de pro-
yecto y a veces contra los directores de institución. Hoy en día se habla de compe-
tencias colectivas. La fórmula resulta sugestiva, pero el sentido no queda muy claro.
Por lo menos insiste en las sinergias y las complementariedades: en una institución
con proyecto, no es necesario que cada uno sepa hacerlo todo, pero es importante
que todas las competencias necesarias estén presentes, de una manera u otra, si es
posible repartidas entre un número nada despreciable de líderes informales. Las com-
petencias de comunicación, negociación, resolución de conflictos, planificación fle-
xible e integración simbólica resaltan conocimientos de innovación (Gather Thurler,
1998) que ningún estatus debería monopolizar en las escuelas.
Conducir reuniones
No nos encerremos en los aspectos técnicos. Por supuesto, una reunión se pre-
para, el ambiente y el resultado dependen en parte de la manera de provocarla, de
definir su objetivo, de iniciarla, de hacer que los interlocutores se sientan cómodos.
Convocar a los padres de forma autoritaria y tratarlos como acusados en el tribunal
no sería instaurar un diálogo de igual a igual. Algunos profesores cultivan una asi-
metría semejante en la relación, de modo que no debe sorprender el hecho de que
los padres se sientan tratados como alumnos. Aquí, sin embargo, como en el marco
de las reuniones, las ineptitudes, de ambas partes, ponen de manifiesto más miedos
que malas intenciones o menosprecio. De nuevo, la competencia principal es saber si-
tuarse claramente.
Si las reuniones con los padres piden competencias, es que normalmente suponen
un desafío. Idealmente, los padres y los profesores deberían reunirse de manera regu-
lar, preferentemente con el niño, sólo para analizar la situación, por el simple hecho de
que comparten una responsabilidad educativa. En algunas clases, las relaciones con los
padres funcionan sobre este modelo, el encuentro es pues una rutina, que completa las
reuniones, la correspondencia, las clases abiertas. Este modo de hacer pide una gran
disponibilidad y una gran convicción. Por falta de tiempo, en la mayoría de clases, hay
una reunión con los padres únicamente cuando se plantea un problema.
Algunas reuniones las suscita el profesor, que tiene «necesidad» de reunirse con
los padres para informales de su inquietud, movilizarlos, regañarlos o prepararlos
para lo peor. Los padres se encuentran entonces en posición de debilidad: imaginan -
con o sin razón- que se les va a responsabilizar de las dificultades o la mala con-
ducta de su hijo y se les dará a entender que le han dado una educación demasiado
laxa, que carecen de autoridad o, lo que hiere más todavía, que el niño es su imagen,
indisciplinado, perezoso, agresivo, mal educado, sexista o no muy listo... Incluso
cuando las inquietudes se formulan con cortesía, vigilando no herir, con la esperan-
za de una cooperación, ¿cómo no imaginarse que los padres se sentirán incómodos?
Algunos adoptarán la actitud humillada, se disculparán, otros reaccionarán con más
agresividad o se darán a la fuga. La competencia es pues, por parte del profesor,
hacer lo posible para no situar a los padres en una posición de debilidad, aplicando
esta vieja máxima: «Tratémoslos por igual con tal que se vuelvan así».
Sin duda resulta difícil creer que los padres no son en absoluto responsables, di-
recta o indirectamente, de las dificultades de sus hijos y todavía más de sus formas
de ser. Hace falta un gran conocimiento para darse cuenta de que esta ficción es in-
novadora, que libera a los padres del hecho de tener que justificarse o disculparse, y
por lo tanto los constituye en verdaderos colaboradores, en un juego cooperativo. En
resumen, en este caso hipotético, la competencia consiste sobre todo en no abusar
de una posición dominante, por lo tanto, controlar la tentación de culpar o juzgar a
los padres. El trabajo sobre uno mismo y su relación con los otros resulta pues más
útil que la habilidad de conducir una reunión.
También puede darse el caso de que quienes pidan una reunión sean los padres
que tienen dudas o quejas que formular. El profesor se halla entonces en la posición
de acusado. Si se presenta como un profesional competente, en plena posesión de sus
medios, los padres no le reservarán la indulgencia que quizás tendrían para un de-
butante o un profesor que pasa por un mal momento. Sin embargo, las críticas y pre-
guntas a menudo se verán suavizadas. Únicamente los padres más instruidos, seguros
de su derecho, que pertenecen a la clase media o alta, se atreven en general a res-
ponsabilizar directamente a los profesores y decirles lo que provoca su desacuerdo o
su cólera. Entonces atacan con violencia y no es extraño oír a los profesores quejar-
se de la agresividad o la arrogancia de algunos padres que «se creen con derecho a
todo». La experiencia enseña entonces a darse tono más que intentar metacomuni-
car para dirigir una regulación concertada de la relación.
Dejar pasar la tormenta es una forma de competencia. Podemos dudar de que
ésta contribuya a un diálogo constructivo. Esta competencia más bien destaca estra-
tegias defensivas (Favre y Montandon, 1989, p.139):
Un número nada desdeñable de profesores, más bien una mayoría de ellos, se esfuer-
zan para delimitar con cuidado su propio territorio y protegerlo de posibles intrusiones
por parte de los padres, más que considerar los conflictos de territorios y objetivos
como inevitables, incluso deseables, para un mejor ajuste de la acción de cada uno.
Todo sucede como si el territorio de unos y otros no fuera ni pudiera ser objeto de nin-
gún litigio, como si hubiera sido definido una vez por todas el día en que se instituyó
la escuela obligatoria...
Tomar el pelo
Las tres entradas retenidas (fomentar reuniones de información y debate; con-
ducir reuniones e implicar a los padres en la construcción de los conocimientos)
sin duda no acaban con las formas de relaciones entre la familia y la escuela. Se po-
dría insistir en todo lo que está en juego a través del niño, considerado como go-
between, intermediario, mensajero y mensaje entre la familia y la escuela, dos
universos entre los cuales él viene y va. A este propósito, he intentado mostrar que
lo esencial de la relación entre las familias y la escuela no tiene lugar en las reunio-
nes cara a cara, sino más bien en las informaciones, los puntos de vista, los deseos,
las órdenes y las quejas que circulan cada día entre los profesores y los padres a tra-
vés del niño, mensajero y go-between, a merced de lo que presenta y cuenta de una
parte y la otra (Perrenoud, 1994a).
Quizás se habrá entendido que la competencia no consiste en controlar toda la
gama de formas de contactos -incluso esto quizás resultaría inútil-, sino construir de
una forma más global una relación equilibrada con los padres, basada en esta «esti-
ma recíproca» que Goumaz (1992) sitúa en la base de la relación profesores-alumnos.
Hace diez años, a modo de burla, para poner en evidencia una de las tentacio-
nes de los profesores, propuse «algunas fórmulas simples y baratas para tomar el pelo
a los padres»:
1. Negar los hechos o minimizarlos.
2. Si resulta imposible, proponer otra interpretación, más defendible.
3. Sugerir que el interlocutor desconocía el contexto y juzga sin saber.
4. Insistir en el carácter excepcional de los hechos.
5. Admitir que hay ovejas negras y que se debe sancionar.
6. Sugerir a su interlocutor que no tiene las manos limpias.
7. Remitirlo a sus propias incoherencias o a la ausencia de consenso de su
grupo.
8. Distanciarse de los compañeros ausentes.
9. Hacerse el ofendido («Vuestra falta de confianza me ofende...»).
10. Sugerir que el interlocutor no es representativo.
11. Insinuar que no se siente bien consigo mismo o que arregla cuentas
personales.
12. Cerrar el pico del otro refiriéndose a la bondad de los niños.
13. Referirse a los valores fundamentales (libertad, derecho a la diferencia,
respeto a la personalidad).
14. Sugerir las contradicciones o las debilidades de la autoridad.
15. Esconderse detrás del reglamento o el despotismo de la institución.
16. Decir que la vida es dura para todo el mundo y pedir un poco de com-
prensión.
17. Recurrir al argumento de autoridad («Sabemos lo que tenemos que hacer»).
18. Recordar el respeto de los territorios («¡Que cada uno se meta en sus asun-
tos!») y referirse al sacrosanto profesionalismo.
19. Recordar la dificultad de las condiciones laborales y funcionamiento
colectivo.
20. Dar muestra de buena voluntad y prometer hacer esfuerzos.
En resumen, saber informar e implicar a los padres es ser capaz de utilizar so-
lamente de forma excepcional estas fórmulas, no porque se desconozcan, sino por-
que se rechazan deliberadamente, todavía con más facilidad porque no tenemos
necesidad de ellas.
De forma más constructiva, podemos compartir la opinión de Maulini (1997c)
que afirma que una clarificación definitiva de los papeles de unos y otros es imposi-
ble, que la colaboración es una construcción permanente, que funcionará todavía
mejor porque los profesores aceptan tomar la iniciativa, sin monopolizar la palabra,
dando muestra de serenidad colectiva, encarnándola en algunos espacios permanen-
tes, admitiendo una dosis de incertidumbre y conflicto y aceptando la necesidad de
procesos de regulación. Vemos, mejor que nunca, que no existen competencias que
no se apoyen en conocimientos, que permiten a la vez controlar el desorden del
mundo y entender que la diversidad de opiniones y las contradicciones son indispen-
sables en los oficios humanos y, para decirlo todo, en la vida.
8
No puede estar más en lo cierto. La escuela no puede pasar por alto lo que
sucede en el mundo. Ahora bien, las nuevas tecnologías de la información y de la co-
municación (TIC o NTIC) transforman de forma espectacular nuestras maneras de
comunicarnos, pero también de trabajar, decidir y pensar.
Podemos lamentar que el alegato en favor de las nuevas tecnologías (Negro-
ponte, 1995; Nora, 1997), llevado a cabo con énfasis por los medios de comunicación,
a menudo incite a las personas abiertas, pero no fanáticas, a unirse al campo de los
escépticos. Cualquier palabra «misionaría» irrita, sobre todo cuando proviene de
aquellos que tienen un gran interés en captar adeptos. A veces resulta difícil distin-
guir las proposiciones claras y desinteresadas de los efectos de moda y estrategias de
mercado. Quien quiera hacerse una idea del problema en efecto entra en un teatro
en el que la palabra está muy monopolizada por:
. Los vendedores de máquinas, ordenadores o comunicación a la búsqueda de
mercados, pero todavía más de influencia.
. Los políticos preocupados en aprovechar la transformación informática y
telemática, listos para llevar a cabo medidas espectaculares, por mal fundadas
que estén.
. Los especialistas de los usos escolares de las nuevas tecnologías, autores de
software educativo, formadores en informática y otros gurús de Internet, que pre-
tenden que os adhiráis a la informática sobre un modelo de la fe y la conversión.
Para el que se siente manipulado por grupos de presión, es fuerte la tentación
de dejar el campo libre a los «creyentes» y decir que todavía estará a tiempo de vol-
ver a hablar de ello el día en que las nuevas tecnologías de la información transfor-
men realmente sus propias condiciones de trabajo.
Entre adeptos incondicionales y escépticos de mala fe, quizás haya sitio para
una reflexión crítica sobre las nuevas tecnologías, que no sea de entrada sospechosa
de ponerse al servicio ya sea de la modernidad triunfadora, ya sea de la nostalgia de
aquellos maravillosos años, en los que todavía se podía vivir en el universo del lápiz
y el papel. Con Patrick Mendelsohn, creo que podemos tratar estas cuestiones en tér-
minos de análisis riguroso de los vínculos entre tecnologías por un lado, operaciones
mentales, aprendizajes, construcción de competencias por el otro.
Hacer caso omiso de las nuevas tecnologías en un referencial de formación
continua o inicial sería injustificable. Ponerlas en el centro de la evolución del oficio
de profesor, sobre todo en la escuela primaria, sería desproporcionado respecto a
otros objetivos.
El referencial al cual me refiero aquí ha elegido cuatro entradas bastante prác-
ticas:
. Utilizar programas de edición de documentos.
. Explotar los potenciales didácticos de los programas en relación con los ob-
jetivos de la enseñanza.
. Comunicar a distancia mediante la telemática.
. Utilizar los instrumentos multimedia en su enseñanza.
Casa. Edificio para habitar. Una casa de ocho plantas. 11 2. Edificio de una o pocas plantas desti-
nado a vivienda unifamiliar, en oposición a piso. Quieren vender el piso y comprarse una casa. ||
3. Piso (|| vivienda). Mi casa está en el 3° C. 11 4. Edificio, mobiliario, régimen de vida, etc., de al-
guien. Echo de menos las comodidades de casa. || 5. Familia (|| de una casa). || 6. Descendencia
o linaje que tiene un mismo apellido y viene del mismo origen. || 7. Establecimiento industrial o
mercantil. Esta casa es la más antigua en su ramo. || 8. Institución de carácter sociocultural y
recreativo que agrupa a personas con vínculos geográficos o intereses comunes, y su sede. Casa
de Galicia. Casa de la cultura. 11 9. Escaque (| | casilla del tablero de ajedrez). 11 10. En el juego de
tablas reales, cada uno de los semicírculos laterales cortados en el mismo tablero, en donde se van
colocando las piezas. || 11. Cabana (|| espacio señalado en la mesa de billar). || 12. Estados, va-
sallos y rentas que poseía un señor. 11 13. Ast. Hueco de la madreña. 11 14. Pl. Arg. Caserío de una
estancia. || 15. Chile. Casa principal de un fundo.
Casa: 1. Habitación*, vivienda, morada (lit), mansión (lit.), residencia, domicilio, basílica, (casa
real) techo. Habitación es término general y abstracto; vivienda tiene también carácter general;
casa es la denominación corriente; morada y mansión son literarios: el Olimpo, morada o mansión
de los dioses; en el uso corriente; en el uso corriente añaden idea de distinción o elegancia, p. ej.,
cuando hablamos de que los invitados fueron recibidos en la mansión o morada de los marque-
ses de X. Domicilio pertenece al lenguaje administrativo o legal. Residencia, en términos adminis-
trativos, es la población o lugar en que se vive: tiene su residencia en Granada; aplicado a casa o
vivienda, envuelve idea de colectividad: residencia de jesuítas, de estudiantes, o bien sugiere dis-
tinción, señorío: aquel palacio es la residencia del duque de N.
2. hogar, lar. Casa, cuando no se refiere sólo al edificio, lleva asociados los afectos familiares
que denotan hogar y lar.
3. familia, linaje. La casa de los Borbones, la casa de Alba.
4. escaque, casilla*. Por ejemplo, cuando se juega al parchís, las fichas eliminadas se tienen que
meter en casa.
Casa consistorial, casa de la villa, ayuntamiento, alcaldía, consistorio, concejo, cabildo. Casa cuna,
hospicio. Casa de la villa, casa consistorial, ayuntamiento, alcaldía, consistorio, concejo, cabildo.
Casa real, palacio real, basílica. Hacer temblar la casa, loe. Armar la de Dios es Cristo, alborotar*,
gritar, vocear, perturbar, meter voces, escandalizar. Tener casa abierta, aposentar, hospedar, alo-
jar, albergar*, tomar casa, sentar el real.
Dilemas y competencias
Hay que remarcarlo, violencia, prejuicios, abusos de poder, injusticias, todo es
posible. Las competencias distinguidas por la claridad del análisis participan de un
conjunto coherente.
¡Ahora bien, la coherencia, justamente, falta en los sistemas educativos! Nues-
tra sociedad invita a los profesores a sentarse en el borde de una marmita en plena
ebullición. Lo cual sitúa a los más perspicaces en un dilema doble: ¿es legítimo? ¿es
realista?
Mientras que los profesores han sido durante mucho tiempo portadores de los
valores más presentables de su sociedad, hoy en día dudan de este derecho. Valorar
el trabajo en una sociedad que se acostumbra a vivir con el diez por ciento de para-
dos, ¿es una buena acción? En una caricatura reciente, unos jóvenes se preguntaban
si la escuela, más que prepararlos para los exámenes, no debería formarlos para la
«incriminación» (fórmula que se utiliza en derecho francés para designar la apertura
de una instrucción judicial). Es cierto que muchos jóvenes tendrán que afrontar con-
diciones bastante precarias, hechas de pequeños trabajos y tejemanejes. Un análisis
sutil del futuro probable de algunos públicos escolares podría concluir en que incul-
car el respeto escrupuloso de la ley es menos útil que desarrollar el arte de que no te
pillen cuando se vive de expedientes. En lo sucesivo se plantea una duda -por lo
menos en algunos sectores de la escolaridad- sobre la correspondencia entre los va-
lores que la enseñanza se supone que transmite y de los cuales los jóvenes realmen-
te tienen necesidad. Siempre se puede apostar por la próxima llegada de una
sociedad ideal, pero el futuro radiante no dura mucho, la ingenuidad se vuelve inso-
portable. 0 más exactamente, está repartida de forma muy desigual: mientras que
una parte nada desdeñable de profesores de primaria y profesores de secundaria de
estudios largos pueden instalarse con una cierta inocencia, a los profesores enfren-
tados a públicos difíciles y a los estudios de relegación les cuesta defenderse con toda
la buena conciencia de los valores que corresponde al mundo en el que sueñan, no
en el que sus alumnos viven, esto a pesar de la militancia de los que han elegido tra-
bajar «ahí donde la sociedad se desvanecía», según la expresión de Lascoumes a pro-
pósito del trabajo social.
Por otro lado, ¿es realista? En una sociedad conducida hacia el individualismo,
¿cómo no sentirse un poco ridículo y sobre todo un poco solo en el momento de de-
fender grandes principios?
Solamente profesores retirados en una zona muy protegida, que han decidido
no reflexionar sobre todos estos asuntos o animados por la fe del carbonero, pueden
considerar que el camino está todo hecho. Para los otros, existen más dilemas e
incertidumbres que respuestas. Si nuestras sociedades hablan tanto de educación a
la ciudadanía, es porque ya nada cae por su propio peso. La competencia de los pro-
fesores es concienciarse de una forma clara de la situación, asumir sus responsabili-
dades sin sobrecargarse. Les podemos desear rectitud, suerte, optimismo, y mil otras
cualidades morales. Sin olvidar que competencias de análisis, decentración, comuni-
cación, negociación son también absolutamente indispensables, para navegar en ej
día a día entre las contradicciones de nuestros sistemas sociales.
10
Las prácticas más regulares permiten ajustes más frecuentes, pero una práctica
reflexiva corriente no siempre basta para descubrir que se impone un cambio de pa-
radigma. Se puede reflexionar toda la vida sobre las pruebas escolares, su formula-
ción, su corrección, sus baremos, sin aún así descubrir el principio de base de una
evaluación formativa. Se pueden cuestionar las actividades didácticas que se propo-
nen sin reconstruir completamente solo los conceptos de contrato didáctico, devolución,
objetivo-obstáculo o relación con el saber.
St-Arnaud (1992) demuestra que la existencia de un bucle de regulación metó-
dica a partir de la reflexión sobre la acción aumenta rápidamente la eficacia profe-
sional de los practicantes debutantes, pero que este efecto disminuye a medida que
el practicante se vuelve más experimentado. Para «rebasar el límite», en cierto modo
hace falta un salto cualitativo, que pasa por la construcción de nuevos modelos de
acción pedagógica y didáctica, por lo tanto, un trabajo de autoformación que exige
aportaciones externas.
Por consiguiente, la lucidez profesional también consiste en saber cuándo se
puede progresar por lo medios que ofrece la situación (individualmente o en equipo)
y cuándo resulta más económico y rápido exigir nuevos recursos de autoformación:
lectura, consulta, resultado de proyecto, supervisión, investigación-acción o aporta-
ciones estructuradas de formadores susceptibles de proponer nuevos conocimientos
y nuevos dispositivos de enseñanza-aprendizaje. Esto no significa que los practican-
tes adopten, sin otra forma de proceso, los modelos que se les propongan. Más bien
los adaptarán, incluso construirán una cosa completamente distinta, pero la forma-
ción les habrá permitido dejar de hacer «más de lo mismo», realizar una ruptura,
distanciarse para comprender mejor, imaginar formas completamente distintas de
enfrentarse a los problemas. Podemos lamentar que los formadores se obstinen dema-
siado a menudo en convencer de una ortodoxia, mientras que su aportación principal
es alimentar un proceso de autoformación, enriquecer e instrumentar una práctica
reflexiva, sobre el modelo: «vale más enseñar a pescar que dar el pescado».
Cuando no es obligatoria, muchos profesores escapan por completo a la formación
continua. Algunos de ellos se forman de manera autodidáctica, prescinden de la forma-
ción continua institucional, sin que sus competencias profesionales dejen de desarro-
llarse. Otros, que desgraciadamente representan más que una minoría, viven con los
conocimientos de su formación inicial y su experiencia personal. La urgencia sería
hacerlos entrar en el circuito de la formación continua, si es posible por vías que no les
confirmen inmediatamente la idea de que no pueden esperar nada de la formación…
Para otros, que eligen formarse más regularmente, la capacidad de orientarse
frente a los ofrecimientos de formación se vuelve más decisiva. Los servicios de for-
mación continua proponen repertorios cada vez más productivos de cursos, semina-
rios y otros dispositivos. Ahora bien, cuando no es absolutamente obligatorio debido
a la introducción de un nuevo programa o a una reforma de estructuras, no se sabe
muy bien lo que preside la elección de los profesores. Sin duda se deben tener en
cuenta los efectos de moda: gestión mental, proyecto personal del alumno, metacog-
nición, evaluación formativa, trabajo sobre los objetivos, pedagogía diferenciada, mé-
todos de proyecto, consejo de clase, educación a la ciudadanía o uso de Internet en
clase, así como temas que conocen su momento de gloria, pero enseguida vivirán una
fase de decadencia. Lo mismo sucede con los temas propios de cada disciplina escolar.
Podemos avanzar la hipótesis de que una parte de estas opciones expresan una
voluntad de estar al corriente de los avances «de moda» más que una estrategia de
autoformación basada en un análisis preciso de los límites que encontramos en clase.
Se puede ser maduro, experimentado e inteligente sin saber exactamente de lo que se
tiene necesidad. Los especialistas de la medicina y la dietética poseen conocimientos
y tienen instrumentos de diagnóstico que van más allá de las intuiciones del sentido
común, y nos dirigimos a ellos para saber lo que le falta a nuestro equilibrio fisioló-
gico. En el mundo laboral, los balances de competencias están hechos por centros de
balances, que ayudan a construir un proyecto de formación, por ejemplo, a las per-
sonas que están en paro o a las que buscan una reconversión profesional.
Sin excluir este enfoque, deseamos que siga siendo una vía de recurso y cada
uno sepa cada vez mejor señalar sus propios fallos y traducir la diferencia entre lo
que hace y lo que querría hacer en un proyecto de formación. ¿Por qué depender de
expertos del diagnóstico si uno puede volverse experto de sí mismo? La multiplica-
ción de reconversiones profesionales y procedimientos de validación de conocimien-
tos experienciales amplía paulatinamente el círculo de profesionales capaces de
autoevaluar sus competencias.
Habitualmente se habla de autoaevaluación a este respecto. Me parece que la
idea de balance de competencias tiene connotaciones menos desafortunadas. En pri-
mer lugar esto debería ser una práctica voluntaria, en el marco de la autonomía de
un profesional. Sin embargo, es posible que la institución escolar, a la búsqueda
de nuevas formas de pedir y dar explicaciones, progresivamente «invite» a los profe-
sores a proponer un balance de competencias y un proyecto de formación. Entonces
sería mejor que esta exigencia saliera al encuentro de una práctica espontánea, sin
la cual ésta sería vivida como una afrenta burocrática.
Un ejercicio singular
Sin duda el lector ha comprobado, a lo largo del libro, la arbitrariedad de la for-
mulación de las competencias retenidas, así como su reagrupación en diez familias.
Aunque he participado activamente en la redacción de este referencial, he llegado a
sentirlo como una obligación. Esto no tiene nada de extraño: todo texto elaborado
en un marco institucional, sobre todo si se negocia entre numerosos actores, es tes-
timonio de un compromiso entre lógicas diferentes, a veces intereses opuestos. El
texto pierde en coherencia lo que gana en representatividad. Por lo tanto, igual que
cualquier otro, puedo reconocerme por completo en algunos puntos, pero un poco
menos en otros.
El mismo ejercicio de la explicitación de ítems me ha hecho descubrir zonas de
imprecisión y arbitrariedad que no sospechaba. Cuando un grupo redacta un refe-
rencial, no lleva la explicitación hasta el final, por falta de tiempo, quizás también
por miedo a verse paralizado por demasiada precisión. Como en cualquier empresa
colectiva compleja, el consenso descansa en parte sobre malentendidos. Se proponen
títulos y subtítulos, se comentan rápidamente, lo justo para tener la impresión de
estar de acuerdo, lo cual permite avanzar en la tarea. Cada cual evalúa la fragilidad
de la clasificación y se pregunta a veces si los interlocutores tienen en mente lo
mismo. La prudencia les invita a callarse las dudas, a «hacer como si...». Esta ficción
es creadora: que numerosas personas lleguen a un acuerdo sobre un índice temático
ya es un milagro; ¿cómo se podría esperar que escribieran a continuación el mismo
libro? Enunciados tan sintéticos dejan un gran margen de interpretación. «Conducir
la progresión de los aprendizajes» o «Implicar a los alumnos en su aprendizaje y en su
trabajo»: estas competencias remiten a representaciones múltiples y a veces contra-
dictorias de la acción implicada, de sus componentes, en función de puntos de vista
y teorías del aprendizaje y de la enseñanza de unos y otros.
En algún momento, he tenido la tentación de tomarme libertades para recons-
truir el referencial a mi manera. He renunciado a ello, puesto que mi objetivo no era
proponer un referencial más. Quería atreverme con otro ejercicio: proponer una lec-
tura posible, personal, pero coherente, de un referencial existente, al cual puedo ad-
herirme de una forma global. También me he mostrado sensible al carácter
productivo de la obligación. Partir de un referencial «institucional» me ha eximido de
reabrir la cuestión de los fundamentos de la clasificación y me ha obligado a entrar
en la esencia de la descripción de competencias, lo que sin duda resulta más produc-
tivo que las dudas constantes sobre un índice temático. He optado pues por un res-
peto casi completo por los títulos del referencial de Ginebra, mostrando a menudo
mi perplejidad, y sobre todo, reencontrando mi libertad en el momento de explicitar
los enunciados, que sólo proponían títulos y subtítulos.
Si el lector a menudo se queda perplejo ante los referenciales que hoy en día
abundan, quizás sea porque hay una inversión desmesurada en la confección de un
«producto» -una lista de competencias estructuradas en niveles-, más que un uso de
los distintos referenciales para pensar la práctica en su complejidad (Paquay, 1996;
Paquay y otros, 1996). Lo esencial está en el conflicto de representaciones del oficio.
El debate sobre un referencial obliga a cada uno a dar forma a sus ideas, a distinguir
sus propias incertidumbres, así como a evaluar la diversidad de los puntos de vista y
los límites del consenso.
Hasta la escritura de un referencial es una tarea técnica que exige una cierta
unidad de pensamiento y estilo. Sin embargo, podríamos desear que un referencial
fuera sometido a una amplia consulta antes de su adopción, que su formulación fuera
provisional y que el debate prosiguiera. Un referencial ofrece un lenguaje común para
de-
limitar las divergencias de fondo sobre la realidad del oficio y su futuro, distinguir los
desacuerdos de malentendidos semánticos. Además, obliga a verbalizar lo que cada
uno tiene en la cabeza, por lo tanto, a valorar los acuerdos y los desacuerdos.
Idealmente, una comunidad profesional debería asignarse los medios para par-
tir de un proyecto de referencial y construir de forma colectiva la explicitación de
varios ítems. La profesionalización interactiva (Gather Thurler, 1996) cobraría en-
tonces todo su valor. Como raramente nos encontramos en condiciones tan privile-
giadas, me ha parecido útil proponer una explicitación, entre otras. He querido que
fuera discursiva y argumentativa, para remarcar que se pueden ver las cosas de dis-
tinta manera. Mi propósito no era encerrar el lector en mi forma de concebir la
práctica docente y las competencias que exige, sino contribuir, de otra manera, al de-
bate sobre el perfil de un nuevo oficio (Meirieu, 1990), que se acerca a un profesión y
habla del lenguaje de competencias, tanto para los alumnos como para los profesores.
. Evaluar rápidamente, en la fase de la planifi- . Analizar con precisión los objetivos de un año
cación de pruebas, de su composición, correc- o un módulo de enseñanza.
ción, determinación de los baremos, la . Tener un clara conciencia de los conceptos
atribución de las notas. Llevar a cabo ensegui- trabajados, aprendizajes favorecidos y lo que
da las inevitables negociaciones con algunos se ha dejado en la sombra -por falta de tiem-
alumnos o sus padres. po o de interés- y por lo tanto no puede ser
. Evaluar según todas las apariencias de la im- evaluado de forma apropiada.
parcialidad, fa seriedad, el rigor comprensivo . Servirse de la evaluación para diagnosticar las
(¡ser severo pero justo, a veces indulgente!). dificultades individuales y remediarlas rápi-
. Servirse del sistema de evaluación para obte- damente mediante una pedagogía diferen-
ner la cooperación de los alumnos y su respeto ciada o la llamada de maestros de apoyo u
del contrato didáctico. otros interventores externos.
. Evaluar de forma que tranquilice o movilice a . Hacer el balance preciso de los conocimientos
los padres pero al mismo tiempo tenerlos al esenciales, para certificar el nivel de los
margen de la gestión de la clase. alumnos al final del itinerario, cuando aspiran
. Conservar una rutina de evaluación más allá a un título o al acceso a la clase superior u
de los cambios de curriculum y los discursos otra escuela.
reformistas del sistema. . Permitir a los padres entender y seguir los
. Utilizar la evaluación para modular la progre- progresos de su hijo, sin conducirlos a un ex-
sión en el programa de forma que se saque ceso de especialización.
provecho a final del año. . Dar a los alumnos la oportunidad de autoeva-
. Mantener eJ nivel de los alumnos y la tasa de luarse o participar en su evaluación.
repetidores, abandono o fracaso en los limites
<razonables>.
. Limitar las dudas o la culpabilidad que acom-
pañan a menudo la evaluación.
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