Bestiario - H. P. Lovecraft
Bestiario - H. P. Lovecraft
Bestiario - H. P. Lovecraft
Bestiario
Ilustraciones de Enrique
Alcatena
ePub r1.0
Sobre bestias y agujerillos 23.04.15
Título original: Bestiario
H. P. Lovecraft, 2008
Traducción: Elvio E. Gandolfo
Ilustraciones: Enrique Alcatena
Los textos de H. P. Lovecraft que integran
este libro han sido seleccionados de las
siguientes obras: At the Mountains of
Madness, Dagon, Fungi from Yuggoth,
The Call of Cthulhu, The Dream Quest of
Unknown Kadath, The Dunwich Horror,
The Shadow Out of Time, The Shadow
Over Innsmouth, The Whisperer in
Darkness, Pickman’s Model y The
Horror in the Museum; ésta última escrita
en colaboración con Hazel Heald
Ilustraciones
ENRIQUE
ALCATEN@
•••
TRADUCCIÓN
ELVIO E. GANDOLFO
ÍNDICE
Hastur
Pingüinos de
Leng
Chaugnar
Faugn
Tsathoggua
Gules
Gugos
Dagon
Yog-Sothoth
Shoggoths
Nocturnos
Rhan-
Tegoth
Grandes
Antiguos
Engendros
de Cthulhu
Gran Raza
Profundos
Hongos de
Yuggth
Nyarlathotep
Azathoth
Shub-
Niggurath
Bestias
Lunares
Pólipos
Cthulhu
BIOGRAFÍAS
Hastur
M
e encontré ante nombres y
términos que había oído en
otras partes en las más odiosas
relaciones: Yuggoth, el Gran Cthulhu,
Tsathoggua, Yog-Sothoth, R’lyeh,
Nyarlathotep, Azathoth, Hastur, Yian,
Leng, el Lago de Hali, Bethmoora,
L’mur-Kathulos, el Signo Amarillo,
Bran, y el Mágnum Innominandum… y
fui llevado a través de eones
innombrables y dimensiones
inconcebibles hasta mundos más
antiguos y remotos que los que el
enloquecido autor del Necronomicón
había apenas muy vagamente
vislumbrado. Se me habló acerca de los
abismos de la vida primigenia así como
de las corrientes que habían fluido
desde allí, y por último, acerca de los
más ínfimos arroyos derivados de
aquellas corrientes y que habían llegado
a mezclarse con los destinos de nuestra
propia Tierra.
El que susurra en la oscuridad
1930
Pingüinos de Leng
L
a verdad es que por un instante
nos atenazó un temor ancestral
casi más agudo que el peor de
nuestros temores razonados con respecto
a aquellos seres. Después llegó un
destello de decepción, cuando la forma
blanca se desplazó silenciosa hasta un
arco lateral sobre nuestra izquierda para
unirse a otros dos semejantes que lo
habían llamado con voces roncas.
Porque era sólo un pingüino, aunque de
una especie enorme y desconocida,
mayor que el mayor de los pingüinos
emperador conocidos, y monstruoso por
la combinación de su albinismo con la
carencia casi total de ojos.
Cuando hubimos seguido al ave
hasta el arco y giramos nuestras
antorchas sobre el indiferente y
distraído grupo de tres, vimos que todos
eran albinos y carecían de ojos, y eran
de la misma especie desconocida y
gigantesca. Su tamaño nos recordó a
algunos de los pingüinos arcaicos de las
tallas de los Grandes Antiguos, y no nos
llevó mucho tiempo concluir que
descendían de antepasados comunes, y
que sin duda habían sobrevivido por
haberse retirado a alguna región más
templada, cuya oscuridad perpetua había
destruido su pigmentación y les había
atrofiado los ojos hasta convertirlos en
rendijas inútiles.
El modelo de Pickman
1926
Gugos
C
omenzó entonces un ascenso
interminable en la oscuridad
más compacta: era casi
imposible subir debido al tamaño
monstruoso de los escalones, que habían
sido tallados por los gugos, y por lo
tanto medían más o menos un metro de
altura. En cuanto a su número, Carter no
pudo hacerse una idea aproximada,
porque no tardó en sentirse tan cansado
que los gules, incansables y elásticos, se
vieron obligados a ayudarlo. A lo largo
del ascenso sin fin acechaba el peligro
de ser descubierto y perseguido.
Los oídos de los gugos son tan
agudos que los pies descalzos y las
manos desnudas de quienes trepaban
podían oírse con facilidad al despertar
la ciudad, y desde luego los gigantes de
grandes zancadas, acostumbrados a ver
sin luz gracias a sus cacerías de
espectrales en las bóvedas de Zin, no
tardarían en dar alcance a aquella presa
menor y más lenta sobre los escalones
ciclópeos. Era muy deprimente pensar
que los silenciosos gugos no serían
oídos en absoluto en plena persecución,
sino que caerían de pronto y
aterradoramente en la oscuridad sobre
quienes trepaban.
Dagon
1937
Yog-Sothoth
T
ampoco hay que creer —decía el
texto que Armitage traducía
mentalmente— que el hombre es
el más antiguo o el último de los amos
de la tierra, o que esa combinación de
vida y sustancia discurre sola por el
universo. Los Grandes Antiguos eran,
los Grandes Antiguos son, y los Grandes
Antiguos serán. No conocemos nada del
espacio sino por intermedio de ellos.
Caminan serenos y primordiales, sin
dimensiones y resultan invisibles para
nosotros. Yog-Sothoth conoce la puerta.
Yog-Sothoth es la puerta. Yog-Sothoth es
la llave y el guardián de la puerta.
Pasado, presente y futuro, todo es uno en
Yog-Sothoth. Él sabe por dónde entraron
los Grandes Antiguos en el pasado, y
por dónde volverán a irrumpir otra vez.
Sabe dónde Ellos han hollado los
campos de la Tierra, dónde los siguen
hollando, y por qué nadie puede
contemplarlos mientras lo hacen. A
veces el hombre puede saber que están
cerca por Su olor, pero ningún hombre
puede conocer Su semblante, salvo en
los rasgos de los hombres engendrados
por Ellos, y los hay de muchos tipos,
distinguiéndose en apariencia de la
auténtica forma humana hasta la forma
sin imagen ni sustancia que es la de
Ellos. Caminan invisibles y hediondos
en lugares solitarios donde las Palabras
han sido pronunciadas y los Ritos han
sido aullados en las Estaciones
apropiadas.
El viento gime con Sus voces, y la
tierra murmura con Su voluntad. Abaten
los bosques y destruyen ciudades,
aunque ningún bosque o ciudad advierte
la mano que los aniquila. Kadath, en el
páramo helado, los ha conocido; pero
¿qué hombre conoce a Kadath? El
desierto helado del Sur y las islas
sumergidas del océano conservan
piedras donde puede verse Su sello,
pero ¿quién ha visto la helada ciudad
hundida o la torre sellada engalanada
con algas y percebes? El Gran Cthulhu
es Su primo, aunque apenas puede
entreverlos débilmente. ¡Iä! ¡Shub-
Niggurath! Por su olor inmundo Los
conoceréis. Su mano está en vuestras
gargantas, aunque no Los veáis, y Su
morada se encuentra en el umbral que
custodiáis. Yog-Sothoth es la llave que
abre la puerta, el lugar donde se reúnen
las esferas. Ahora el hombre reina
donde Ellos reinaron antes; pronto Ellos
reinarán donde el hombre reina ahora.
Después del verano viene el invierno;
después del invierno, el verano. Ellos
esperan pacientes y poderosos, porque
volverán a reinar aquí.
El horror de Dunwich
1928
Shoggoths
« South Station…, Washington…,
Park Street…, Kendall…,
Central…, Harvard…». El
pobre hombre estaba recitando las
estaciones familiares del túnel Boston-
Cambridge que horadaba el pacífico
suelo natal a miles de kilómetros de
distancia en Nueva Inglaterra, aunque a
mí el ritual no me parecía irrelevante ni
me hacía sentir nostalgia del hogar. Sólo
aportaba horror, porque conocía con
absoluta certidumbre la analogía
monstruosa y nefasta que lo había
sugerido. Habíamos esperado ver, al
volver la cabeza, una entidad terrible e
increíble moviéndose, si la niebla se
hubiera diluido. Pero nos habíamos
hecho una idea clara de aquella entidad.
Lo que en realidad vimos —porque por
cierto la neblina había tenido la maldad
de disiparse— fue algo del todo
distinto, e inconmensurablemente más
horrendo y detestable. Era la
encarnación absoluta, objetiva, de esa
«cosa que no debería ser» del autor de
novelas fantásticas, y la analogía
comprensible más cercana era un tren,
inmenso y desenfrenado, como uno lo ve
llegar desde el andén de una estación: la
gran frente negra que surge colosal de la
infinita distancia subterránea, constelada
de luces de extraños colores y llenando
el hueco prodigioso como un pistón
llena un cilindro.
Pero no estábamos sobre un andén
del subterráneo. Estábamos en medio de
las vías mientras aquella pesadillesca
columna plástica de fétida iridiscencia
negra rezumaba apretadamente hacia
delante a través del túnel de más de
cuatro metros de altura, cobrando una
velocidad impía y proyectando ante ella
una nube en espiral del pálido vapor del
abismo. Era algo terrible, indescriptible,
mayor que cualquier tren subterráneo,
una reunión informe de burbujas
protoplasmáticas, de tenue luminosidad
propia, y con miríadas de ojos
transitorios que se formaban y caían
como pústulas de luz verdosa en todo el
frente que llenaba el túnel y que se
precipitaba hacia nosotros, aplastando a
los pingüinos frenéticos y resbalando
sobre el suelo reluciente que él y los de
su especie habían dejado tan
malignamente libre de toda basura. Y
aún llegó aquel grito ultra-terreno,
burlón: «¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!», y al fin
recordamos que los shoggoths
demoníacos —dotados por los Grandes
Antiguos de vida, pensamiento y
configuraciones cambiantes de órganos,
y carentes de lenguaje salvo el que
expresaban los grupos de puntos—
tampoco tenían voz, salvo los acentos
que imitaban de sus amos
desaparecidos.
En las montañas de la locura
1931
Nocturnos
Salidos de qué cripta se arrastran, no
sabría decirlo
Pero cada noche veo a las viscosas
criaturas,
Negras, cornudas y delgadas, de alas
membranosas
Y colas que exhiben la púa bífida del
infierno.
Llegan en legiones llevadas por el
viento norte,
Con garras obscenas que excitan y
arden,
Arrebatándome para emprender viajes
monstruosos
A mundos grises hundidos en el pozo de
las pesadillas.
Pasan rozando los picos dentados de
Thok,
Ignorando los gritos que trato de emitir,
Y bajan por pozos inferiores hasta el
lago inmundo
Donde chapotean henchidos shoggoths
en un sueño dudoso.
¡Pero ay, ojalá hicieran algún sonido,
O llevaran cara donde cara suele haber!
Hongos de Yuggoth
1929-1930
Rhan-Tegoth
« ¡Iä! ¡Iä! —aullaba—. Ya llego,
oh, Rhan-Tegoth, ya llego con
alimentos». Has esperado largo
tiempo y has comido mal, pero ahora
tendrás lo prometido. Eso y más, porque
en vez de Orabona será alguien de alto
grado que dudó de ti. Lo aplastarás y lo
dejarás seco, con todas sus dudas, y te
pondrás fuerte. Y a partir de entonces él
será mostrado entre los hombres como
un monumento a tu gloria. Rhan-Tegoth,
infinito e invencible, soy tu esclavo y tu
sumo sacerdote. Tienes hambre, y yo
proveeré. Leí el signo y te lo he llevado
de inmediato. Te alimentaré con sangre,
y me alimentarás con poder.
El horror en el museo
1932
Grandes Antiguos
L
a historia completa, hasta donde
fue descifrada, aparecerá más
adelante en una publicación
oficial de la Universidad de Miskatonic.
Aquí apenas esbozaré los aspectos
principales de forma algo vaga y
desordenada.
Místicas o no, las esculturas
relataban la llegada de esos seres con
cabeza en forma de estrella y
provenientes del espacio cósmico a la
Tierra naciente y sin vida; así como la
llegada de muchas otras entidades
extraterrestres que en ocasiones
emprenden exploraciones espaciales.
Parecían capaces de atravesar el éter
interestelar con sus enormes alas
membranosas, lo que confirma las
curiosas leyendas de las colinas de las
que me habló hace años un colega
especializado en documentos antiguos.
Habían vivido mucho tiempo bajo el
mar, construyendo ciudades fantásticas y
combatiendo en batallas aterradoras
contra adversarios sin nombre
valiéndose de complejos aparatos que
empleaban principios energéticos
desconocidos. Es evidente que sus
conocimientos científicos y mecánicos
superaban en mucho los del hombre
actual, aunque sólo hacían uso de sus
formas más difundidas y elaboradas
cuando se veían obligados a ello.
Algunas de las esculturas sugerían que
habían pasado a través de una etapa de
vida mecanizada en otros planetas, pero
que habían desistido al descubrir que
sus resultados eran emocionalmente
poco satisfactorios.
La dureza extraordinaria de su
organización y la sencillez de sus
necesidades básicas los hacían
especialmente aptos para vivir en un
plano superior sin necesidad de los
productos elaborados por la manufactura
artificial, e incluso sin vestimenta, salvo
como protección ocasional contra los
elementos.
Fue bajo el mar, al principio para
alimentarse y después con otros
propósitos, como crearon por primera
vez vida terrestre, usando las sustancias
disponibles según métodos que conocían
desde hacía tiempo. Los experimentos
más complejos se produjeron después
de la aniquilación de diversos enemigos
cósmicos. Habían hecho lo mismo en
otros planetas, donde habían fabricado
no sólo los alimentos necesarios, sino
también ciertas masas protoplasmáticas
multicelulares capaces de conformar sus
tejidos en todo tipo de órganos
transitorios bajo influencia hipnótica y
creando de ese modo esclavos ideales
para ejecutar el trabajo pesado de la
comunidad. Fue sin duda a esas masas
viscosas a las que Abdul Alhazred
llamó en susurros «shoggoths» en su
temible Necronomicón, aunque ni
siquiera aquel árabe loco había sugerido
que existieran sobre la Tierra, salvo en
los sueños de quienes habían mascado
cierta hierba alcaloide. Cuando los
Grandes Antiguos con cabeza en forma
de estrella que moraban en este planeta
hubieron sintetizado sus alimentos más
simples y criado una buena provisión de
shoggoths, permitieron que otros grupos
de células desarrollaran otras formas de
vida animal y vegetal para distintos
propósitos, extirpando cualquiera cuya
presencia les resultara molesta.
Con la ayuda de los shoggoths, cuyas
extremidades podían levantar pesos
prodigiosos, las pequeñas ciudades
submarinas llegaron a ser laberintos de
piedra tan vastos e imponentes como los
que más tarde se alzarían en tierra firme.
De hecho, los Grandes Antiguos, muy
adaptables, habían vivido mucho tiempo
sobre la tierra en otras regiones del
universo, y es probable que conservaran
muchas tradiciones de la edificación
terrestre. Mientras estudiábamos la
arquitectura de estas ciudades
paleontológicas esculpidas, incluyendo
la de aquella cuyos pasadizos muertos
desde hacía eones aún entonces
estábamos atravesando, nos impresionó
una coincidencia curiosa que todavía
hoy no hemos logrado explicar, ni
siquiera a nosotros mismos. Los remates
de los edificios, que en la ciudad real
que nos rodeaba se habían convertido
como es lógico, en ruinas informes por
el paso del tiempo, se veían expuestos
con claridad en los bajorrelieves, y
mostraban vastos racimos de capiteles
agudos como agujas, delicados
pináculos sobre ápices cónicos y
piramidales, e hileras de discos
festoneados que coronaban respiraderos
cilíndricos. Eso era exactamente lo que
habíamos visto en aquel espejismo
monstruoso y descomunal, proyectado
por una ciudad muerta donde semejantes
siluetas recortadas contra el horizonte
llevaban ausentes miles y decenas de
miles de años. Una quimera que se
alzaba ante nuestros ojos ignorantes a
través de las insondables montañas de la
locura cuando nos acercamos por vez
primera al infortunado campamento
devastado del lago maldito.
Hongos de Yuggoth
1929-1930
Azathoth
El demonio me transportó por un vacío
insensato,
Más allá de las brillantes constelaciones
del espacio,
Hasta que ni tiempo ni materia se
extendieron ante mí,
Sino sólo el Caos, sin forma ni lugar.
Aquí el vasto Señor de Todo murmuraba
en la oscuridad
Cosas que había soñado pero no podía
comprender,
Mientras, junto a él, murciélagos
informes revoloteaban
En vórtices idiotas arrullados por rayos
de luz.
Bailaron insanamente al agudo son
gimiente y penetrante
De una flauta resquebrajada aferrada
por una garra monstruosa,
De donde fluyen oleadas insensatas que
se mezclan al azar,
Y le dan a cada frágil cosmos su ley
eterna.
«Soy Su Mensajero», dijo el demonio,
Mientras golpeaba con desdén la cabeza
de su Amo.
Hongos de Yuggoth
1929-1930
Shub-Niggurath
Que se canten sus alabanzas,
y que se recuerde la abundancia
al Chivo Negro de los Bosques,
¡Iä! ¡Shub-Niggurath!
¡El Chivo de Mil Descendientes!