La Personalidad Criminal

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LA PERSONALIDAD CRIMINAL

(Lecciones Básicas de Criminología)

(Apuntes de clases)

Por Jorge Sosa Chacín, Doctor en Derecho de la


Universidad Central de Venezuela y Licenciado en
Criminología de la Universidad Católica de Lovaina,
Bélgica; y Profesor Titular de la Universidad Central de
Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello de
Caracas.

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Los ángeles y los demonios existen; y viven dentro


de nosotros.

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Sumario

Tabla General Causal y “Teoría de los “Vulnera”

I. La Personalidad
II. Los Trastornos de la Personalidad
III. El Trastorno Antisocial de la Personalidad
IV. Los Elementos de la Personalidad Criminal
en la Criminología General
V. Los Tipos Criminales
VI. Los Factores Criminógenos
VII. Las Formas del Crimen
VIII. El Pasaje al Acto Criminal
IX. El Estado Peligroso
X. Los Rasgos del Núcleo de la
Personalidad Criminal
XI. El Egocentrismo y la Personalidad Criminal
XII. La Labilidad y la Personalidad Criminal
XIII. La Agresividad y la Personalidad Criminal
XIV. La Indiferencia y la Inhibición Afectiva y
la Personalidad Criminal

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Tabla General

El Hombre honesto y los “vulnera”: 1) Ignorancia. 2) Malicia o Malignidad. 3) Debilidad


afectiva. 4) Concupiscencia.

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Trastorno Antisocial de la Tipología Rasgos Centrales


Efectos

Personalidad Clase B

Tipo I: Genérico Criminaloide / Los 4 Rasgos atenuados


// Actos Antisociales

No Criminales

Tipo II: Criminal típico Criminal básico / // +Egocentrismo + Agresividad +


//

/ // +Labilidad +
Indiferencia Afectiva + // Pasaje al Acto

Tipo III Psicopatía Psicópata / // + Los 4 rasgos radicales


+ // Pasaje al Acto grave.

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Teoría de los “vulnera”.-

Todo animal -el hombre incluido- en función de las necesidades o carencias que se
le presentan en la dinámica de la vida ejerce, valiéndose del conocimiento, las
tendencias o apetitos dirigidos a tomar del mundo, del medio ambiente, los
elementos necesarios para satisfacerlos.

Se observa que cada tendencia está ordenada hacia su objeto específico, de tal
manera que el objeto conviene a la tendencia a modo de fin y, precisamente, el

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objeto atrae la tendencia porque le conviene en la interrelación sujeto-objeto. El
apetito es, por tanto, la inclinación o tendencia hacia algo conveniente. Al oído
conviene el sonido, éste no le conviene al ojo, pero al ojo le conviene la luz y el color.
A la necesidad intelectual, en principio, le debe corresponder una tendencia o apetito
intelectivo y el apetito intelectivo que es la voluntad libre, es la tendencia orientada
hacia la búsqueda de conseguir su objeto propio y conveniente de orden intelectual
que es la verdad, el bien y la belleza -lo noético, lo ético y lo estético-,
respectivamente- como elementos universales y propios del ser en el contexto del
orden.

En la vida sensitiva, a través del conocimiento de la actividad sensorial, operan las


tendencias sensitivas que hasta hacen mover al organismo, incluso, en actividades
físicas de locomoción y desplazamiento hacia el objeto propio de estas tendencias.
Pero en la personalidad existen además de las necesidades y tendencias fisiológicas
y las afectivas, las tendencias intelectuales. Las dos primeras se mantienen a nivel
sensitivo, las últimas, las intelectuales, operan a nivel pura y solamente intelectual;
pero la personalidad conoce sensible e intelectualmente, al mismo tiempo y piensa y
siente y se mueve y se desplaza en un conjunto indisoluble donde las facultades
superiores deben regular y ordenar las inferiores y ellas mismas pueden entonces
resultar desordenadas en razón de la libertad de las tendencias intelectuales y de la
voluntad que pueden escoger la desviación y operar dándole satisfacción primaria a
lo fisio-afectivo que, en principio, sólo debería regular y ordenar las tendencias
inferiores que, se desvían voluntariamente por la presión de las tendencias
intelectuales.

En el animal irracional sólo existen necesidades puramente fisiológicas o fisio-


afectivas, según la especie animal de que se trate. Un protozoario o un gusano sólo
tienen necesidades fisiológicas; un animal superior, como el mono o el delfín, tienen
además tendencias afectivas. El hombre tiene necesidades fisiológicas, afectivas e
intelectuales, y por tanto, tendencias en esos mismos órdenes. Si hablamos de
apetitos o tendencias sensitivas en el hombre es porque realmente existen en él,
pero sin olvidar la interrelación que tienen con el apetito o tendencia intelectiva o
voluntad que está íntimamente conectada con la inteligencia.

Es un hecho evidente de experiencia común, tanto para el científico como para el


vulgo, que el conocimiento y las tendencias de la personalidad están desordenadas
de manera relativa, es decir, no se trata de un caos total; se trata de un desorden
que le exige al individuo una perenne y permanente vigilancia y formación para
mantener el equilibrio. En la enfermedad mental, por ejemplo, y según diversos
grados, la personalidad se desorganiza o desordena de tal manera que el sujeto
pierde el control de sus actos por lo que podría hablarse, también en términos
relativos, de un caos personal.

Precisamente el desorden connatural de la personalidad aunado a la limitación real


de los bienes es lo que genera el conflicto psíquico que se manifiesta en los
comportamientos paradojales del ser humano que se debate en mantener la
tendencia general del orden dentro de los términos de su correcto ejercicio. El
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hombre está llamado a dirigir libremente las tendencias intelectuales por sobre las
tendencia fisiológicas y afectivas.

La personalidad está desordenada, y sin temor alguno a equivocarnos, es por lo que


realmente puede decirse que la naturaleza humana está herida y las heridas o
“vulnera” (del latín= “vulnus, vulneris” herida), afectan todas las facultades y
tendencias de la personalidad misma. El animal irracional y el hombre tienen “ad
unum” las tendencias inferiores. El primero tiene las inferiores “ad unum”. En el
hombre las tendencias superiores están dirigidas “ad pluribus”; el hombre puede
dirigir las tendencias superiores al orden superior, pero si se produce la malicia o la
ignorancia, el hombre puede dirigir las tendencias inferiores “ad pluribus” a las
inferiores como a las superiores y esto puede producir el “caos relativo” cuando dirige
las tendencias inferiores a los objetos de las superiores.

Los “vulnera” son cuatro: 1) La ignorancia que entorpece el entendimiento y en


especial el conocimiento de los valores y, por tanto, el juicio ético que sobre los
mismos recaiga, sin que se quiera decir con esto que la ignorancia no impida
también la correcta formulación de los juicios noéticos y estéticos. La ignorancia
facilita como efecto una distorsión en las tendencias hacia el bien, la verdad y la
belleza, hasta el punto de que la personalidad trata de determinar por sí misma, en
razón de su limitado entendimiento, sus carencias, y su propia conve-niencia, lo
bueno, lo verdadero y lo bello por la distorsión que opera por la intervención de las
tendencias fisio-afectivas. Se produce entonces el fenómeno de que el bien no es lo
bueno-en-sí, sino lo bueno-en-mí, lo noético no es lo noético-en-sí, sino lo noético-
en-mí y lo estético no es lo estético-en-sí sino lo estético-en-mí. Los valores, y
principalmente los espirituales se pretenden determinar por la voluntad con las
propias fuerzas fisio-afectivas y según la conveniencia concreta de la personalidad,
de donde resulta que en la mayoría de los casos, tales valores se confunden con los
valores relativos al placer y en la mayoría de los casos, estos mismos valores
hedonísticos sólo están también conectados con el interés individual, particular, -ni
siquiera social- de la personalidad.

2) La malicia o malignidad, íntimamente conectada con la ignorancia que es


consecuencia de la distorsión de las tendencias intelectuales; y resulta que se
endurece la voluntad para el bien-en-sí pues lo convierte en el bien-en-mí y que
puede escoger, en función del particular interés de la persona, el bien inferior sobre
el superior.

3) La debilidad afectiva que afecta la tendencia o apetito irascible y que influye en la


falta de cumplimiento de las propias obligaciones pues la personalidad ante el bien
arduo tiende a desviarse hacia el bien fácilmente alcanzable en lugar de realizar el
esfuerzo que exige la obtención de dicho bien arduo.

4) La concupiscencia que afecta la tendencia o apetito concupiscible, del placer, y se


manifiesta como un desorden del apetito del bien deleitable y que también se
denomina sensualidad.

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Se presentan en el hombre cuatro vicios concupiscibles o deseos de posesión y que
son: 1) La gula y la ebriedad (gastrimargia: ‘gula y ebriedad’). 2) La avaricia
(philarguria: ‘amor hacia el oro’). 3) La lujuria (porneia) 4) La vanagloria (kenodoxia).

Existen, por otra parte, cuatro vicios irascibles, que, al contrario que los
concupiscibles, no son deseos sino carencias, privaciones, o mejor, frustraciones: 1)
La ira (orgè: cólera irreflexiva, crueldad, violencia). 2) La tristeza (lupè) 3) La pereza
(acedia: depresión profunda, desesperanza). 4) El orgullo (uperèphania).

La malicia afecta la voluntad y la ignorancia afecta la inteligencia o intelecto. Ambos


“vulnera” recaen sobre las facultades superiores de la personalidad. En cambio la
concupiscencia y la debilidad afectiva afectan las tendencias inferiores. No dudamos
en llamar tendencias superiores a aquellas relativas al intelecto y a la voluntad
porque éstas están aunque limitadas, dirigidas ad pluribus con posibilidad de
escogencia y son las típicas, características y diferenciales de la personalidad
humana que pone a ésta por encima de cualquier otro organismo vivo. Y llamamos
tendencias inferiores a las fisio-afectivas por estar determinadas ad unum, sin
posibilidad de escogencia y que también son comunes a la personalidad y también a
las estructuras irracionales dotadas de sentidos externos e internos y por ende de la
afectividad.

Esta distinción, que psicológicamente es cierta, no significa olvidar la indisoluble


unidad de la personalidad y que los “vulnera” operan en ella en una red inextricable y
también indisoluble, aunque el científico examinando las situaciones de hecho
sometidas a su investigación, pueda encontrar en los comportamientos desviados
predominancia de varios “vulnera”; pudiendo también despistar supuestos, con
influencia casi radical de uno solo de ellos en la producción del comporta-miento
donde necesariamente la personalidad se manifiesta en su integridad bio-psico-
espiritual, a pesar de la dominación de uno de los “vulnera” a cuyo servicio,
digámoslo así, se dispone la personalidad íntegramente. Una cosa es la
predominancia de uno de los “vulnera” en el móvil y el motivo y otra cosa es la
operación integral de toda la personalidad frente al mundo sobre el cual ella opera.

Los “vulnera” son la raíz de todo comportamiento desviado y al mismo tiempo efecto
suyo actuando en un círculo cerrado, igual como círculo cerrado es la actividad
inmanente del conoci-miento. Los “vulnera” son las primeras semillas del crimen en
la mente humana.

Los “vulnera” alteran y disminuyen la fuerza de la tendencia general al orden y


dificultan la obtención del bien a través del comportamiento particular concreto. Por
supuesto, estos “vulnera” y sus efectos en la medida en que hieren al hombre, se
hacen sociales, dejando sus huellas en la sociedad, sus costumbres y en sus leyes
jurídicas, lo cual se observa en un corte transversal de la sociedad o en un estudio
de un corte longitudinal a través de la historia de las sociedades humanas.

La personalidad está herida por los “vulnera” y toca a la personalidad, al “yo”,


adecuar la inteligencia y la voluntad a la recta razón para alcanzar la honestidad.
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Gnaeus Domitius Annius Ulpianus (Tiro? 170? - Roma, 228) ya decía en las
Antigüedad, que le corresponde al hombre poner en ejercicio los rectos principios de
la personalidad para lograr la honestidad, principios que son: Honeste vivere,
naeminem laedere et ius sum cuique tribuere. "Vivir honestamente, no dañar al otro
y dar a cada quien lo que le corresponde". La honestidad, del término latino
honestĭtas, es la cualidad de honesto. La palabra hace referencia a aquel individuo
que es decente, decoroso, recatado, pudoroso, razonable, justo, probo, recto y
honrado, según detalla el DRAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española).

En otras palabras, la honestidad constituye la cualidad humana que consiste en


comportarse y expresarse con sinceridad y coherencia, respetando la verdad y los
valores de la moral y la justicia. La honestidad no puede basarse en los solos y
propios deseos emocionales de la personalidad. Actuar en forma honesta requiere de
un apego a la verdad que, incluso, va más allá de las simples intenciones. Un
hombre no puede actuar de acuerdo a sus propios intereses, por ejemplo, obviando
información, y ser entonces considerado honesto.

En concreto, podemos determinar que la honestidad es un valor humano que


significa que una persona quien lo tenga no sólo se respeta a sí misma sino que
respeta también al resto de sus semejantes. Sin olvidar tampoco otras características
funda-mentales como serían la franqueza y, por supuesto, la moral y la verdad, como
raíces del pensamiento.

Todo ello da lugar a que establezcamos que poseer dicha honestidad es algo
imprescindible en la naturaleza del ser humano pues se convierte en pieza clave en
todo tipo de relaciones. Así, es eje en la amistad, en el seno de la familia, en la
relación amorosa y de igual manera en cualquier tipo de relación social.

Para que cualquiera funcione, ella debe existir en la honestidad y no en la falsedad,


injusticia o fingimiento. Y es que aquel valor que nos ocupa lo que hace es aportar a
la personalidad, cariño, confianza, amor y sinceridad absoluta.

El filósofo chino K'ung-fu-tzu (Confucio) (551 A.C.- 479 A.C.) ha distinguido entre tres
niveles de honestidad. En el nivel más superficial (denominado Li), incluye a las
acciones que una persona realiza con el objetivo de cumplir sus propios deseos,
tanto en el corto como en el largo plazo, pero demostrando sinceridad, es decir,
manifestando que está en lo correcto. Es un nivel básico pero no es todavía la
honestidad en sí. Un nivel más profundo es el Yi, donde el actuante no busca su
propio interés sino el principio moral de la justicia, basándose en la reciprocidad. Por
último, el nivel más profundo de la honestidad es el Ren, que requiere de auto-
comprensión previa para comprender a los demás. Este nivel implica que un hombre
debe tratar a quienes se encuentran en un nivel inferior de la escala social de la
misma forma que le gustaría que los superiores lo traten a él.

Es evidente que la deshonestidad es producto de los vulnera y del abandono del


control de éstos por la voluntad libre sujeta a la ética de la personalidad. Un hombre
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deshonesto es aquel que vive contrariando la supremacía de la moral sobre los
vulnera inferiores y provocando que a los vulnera inferiores se les dé más
importancia que a los superiores. A esto hay que agregar el estrés en que la
personalidad cae por el desorden que la personalidad pueda crear. El estrés,
digámoslo de una vez, no es producto del medio ambiente, sino de la misma
voluntad humana.

Basta citar al psicólogo Dr. Brad Blanton quien publicó en el año 2008 su libro
“Honestidad radical. Transforma tu vida diciendo la verdad”. Dicho trabajo intenta
demostrar que la situación del estrés, a la que se puede llegar en determinados
momentos, es por consecuencia de las mentiras (y deshonestidades, agregamos
nosotros), en que incurre el individuo. Sobre todo las mentiras y deshonestidades
graves. El estrés no es patológico, el estrés es un mecanismo de defensa. Lo
patológico son los efectos de las mentiras y los actos deshonestos, objetos del estrés
y las consecuencias del mismo en nuestro organismo. Demostró Blanton que el
estrés no procede de nuestro entorno, sino que es una jaula que creamos en nuestra
mente con la mentira y la deshonestidad. Estrés (del inglés stress, ‘tensión’) es una
simple reacción fisiológica del organismo en el que entran en juego diversos
mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como
amenazante o de demanda incrementada. Es un síntoma provocado por alguna
situación en problema, los síntomas son algunos como el nerviosismo, el temblor o el
estar inquieto; otros no son tan notables como la aceleración del corazón, las pupilas
dilatadas, la sudoración y el erizamiento de los vellos de la piel en los brazos y las
piernas.

El estrés es una respuesta natural y necesaria para la supervivencia, a pesar de lo


cual hoy en día se confunde con una patología. Esta confusión se debe a que este
mecanismo de defensa puede acabar, bajo determinadas circunstancias, frecuentes
en ciertos modos de vida, desencadenando problemas graves de salud, mental sobre
todo. No se puede recurrir al mecanismo de la mentira y la deshonestidad sin apostar
a sus consecuencias negativas para la personalidad. Cuando esta respuesta natural
se da en exceso se produce una sobrecarga de tensión que repercute en el
organismo humano y provoca la aparición de anomalías patológicas que impiden el
normal desarrollo y funcionamiento del cuerpo. Se puede decir, concretamente, que
ser honesto es conveniente para la salud mental. En el estrés se basa el polígrafo o
detector de mentiras.

Es cierto que los “vulnera” no son la causa del crimen, pero sí son las primeras
semillas que se siembran en la personalidad para matizar su destructuración con el
acto voluntario de malignidad. La personalidad deshonesta con sus “vulnera”, en
activo, puede llevar a la Personalidad a la Peligrosidad y al Pasaje al Acto Criminal si
en la Personalidad está anclado, además, el Trastorno Antisocial de la Personalidad
con sus rasgos básicos de egocentrismo, labilidad, agresividad e indiferencia afectiva
y de los cuales luego nos ocuparemos.

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I.- La Personalidad.-

La personalidad es un constructo referido al uso dinámico de las características


psíquicas de una persona, relativas a la organización interior y que determina que los
diversos individuos del género actúen de manera diferente ante una misma
circunstancia. El concepto puede explicarse también como el patrón de instintos,
sentimientos, emociones, pensamientos, y actitudes y repertorio conductual que
caracteriza a una persona y que tiene una cierta persistencia y estabilidad a lo largo
de la vida de modo tal que las manifestaciones de ese patrón en las diferentes
situaciones, posea algún grado de predictibilidad.

Constructo, en psicología, es una entidad que se califica como de difícil definición


dentro de una teoría científica. Se agrega que un constructo es algo que se sabe que
existe, pero cuya definición es difícil o controvertida. Son constructos, por ejemplo, la
inteligencia, la emotividad, la creatividad. Bunge define el constructo como un
concepto ‘no observacional’ de los elementos observacionales o empíricos, los
constructos no siendo empíricos. Lo que se quiere expresar es que el constructo no
es una ‘imagen’ sino una ‘idea’. La idea no es manipulable como sí lo es algo físico.
El constructo es inferible, deducible, a través de la conducta de la persona. Un
constructo es un fenómeno no tangible que a través de un determinado proceso de
categorización se convierte en una variable que puede ser medida y estudiada.

La palabra “personalidad” proviene de la expresión latina ‘per sonare’, (sonar mucho:


hacer sonar con los pedruscos que están dentro de las máscaras huecas del teatro).
Personalidad proviene del término “persona”, denominación que se utilizaba para
nombrar la máscara que portaban los actores de teatro en la antigüedad. Sin
embargo, ya en ese entonces se hablaba en un sentido amplio y figurado de
“persona” para referirse a los roles, es decir a “como quién” o “representando a
quién” alguien que actuaba en un determinado acto teatral tras su máscara.
Después, más allá del teatro, el nombre se trasladó a la persona jurídica “la que
actúa en nombre de los socios particulares y que la persona jurídica los
enmascaraba”. El concepto paulatinamente se transfirió a otras esferas: En una
posterior época, “personas” eran solamente los ciudadanos, jurídicamente provistos
de derechos, en contraste con los esclavos que no eran considerados personas,
puesto que no podían decidir sobre su propia actuación, ni deliberar siquiera. Incluso,
el concepto estaba inicialmente muy restringido a aquellos ciudadanos poderosos,
que gozaban de honra, prestigio y, de respeto a su dignidad y que eran los únicos
poseedores de derechos ciudadanos. En el transcurso de los siglos, el concepto de
“persona” se fue transformando gradualmente en uno más general en igual medida
que operó la generalización de los derechos ciudadanos hasta llegar a utilizarse en el
sentido coloquial actual, es decir, prácticamente como sinónimo de “ser humano”.

En el contexto de este desarrollo conceptual, la aparición del adjetivo “personal”


facilitó el desarrollo del sustantivo “personalidad”, utilizado para designar la totalidad

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de características que interactúan dinámicamente entre sí para producir el estilo
relativamente estable de desenvolverse individual y socialmente que un sujeto de la
especie humana posee. Al tratarse de un concepto básico dentro de la psicología, a
lo largo de la historia, el sustantivo personalidad ha recibido numerosas definiciones,
además de las conceptuali-zaciones más o menos intuitivas que ha recibido.

Aunque algunos autores han clasificado estas definiciones psicológicas en grupos, la


personalidad puede definirse como el conjunto de características que se refieren al
patrón de instintos, sentimientos y emociones, y pensamientos ligados al
comportamiento; o también, instintos, sentimientos y emocio-nes, juicios, actitudes y
hábitos presentes en la conducta de cada individuo, que persiste a lo largo del
tiempo frente a diferentes situaciones distinguiendo a un individuo de cualquier otro,
haciéndolo diferente a los demás individuos.

La personalidad persiste en el comportamiento, bien congruente o bien incongruente,


de la persona a través del tiempo, aun en distintas oportunidades o momentos,
otorgando algo único a cada individuo que lo caracteriza como independiente y
diferente a los otros individuos. Ambos aspectos de la personalidad, distinción y
persistencia, tienen una fuerte vinculación con la construcción de la identidad, a la
cual se modela con características denominadas rasgos o conjuntos de rasgos que,
junto con otros aspectos del comportamiento, se integran en una unidad coherente
que finalmente describe a la persona en concreto. Ese comportamiento tiene una
tendencia a repetirse a través del tiempo de una forma determinada, sin que se
quiera decir que esa persona decida de modo igual en todos y cada uno de los
casos.

La personalidad es la forma en que sentimos, pensamos, nos comportamos e


interpretamos la realidad, mostrando una tendencia de homogénea actuación a
través del tiempo, que nos permite afrontar la vida y de mostrarnos; es el modo en
que nos vemos a nosotros mismos y al resto que nos rodea. Nos permite reaccionar
ante el mundo de acuerdo al modo de percepción, retroalimentando con esa
conducta nuestra propia entidad.

En la gestación y en el nacimiento se comienza a conformar las características de la


personalidad que serán fundamentales para el desarrollo de las demás habilidades
del individuo y para poder lograr su integración en los grupos sociales.

Según Gordon Allport la personalidad es "la organización dinámica de los sistemas


psicofísicos que determinan una forma de pensar y de actuar, única en cada sujeto
en su proceso de adaptación al medio". Desmembrando esta definición encontramos
que la organización representa el orden en que se hallan estructuradas las partes de
la personalidad de cada sujeto y en lo dinámico se refiere a que cada persona se
encuentra en un constante intercambio con el medio, que sólo se interrumpe con la
muerte.

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Los sistemas psíquicos o psicofísicos hacen referencia a las actividades que
provienen del principio inmaterial (fenómeno psíquico) y el principio material
(fenómeno físico): La forma de pensar y sentir hace referencia a la vertiente interna
de la personalidad. La forma de actuar hace referencia a la vertiente externa de la
misma que se manifiesta en la conducta o comportamiento de la persona y que es
única en cada sujeto por la naturaleza “caótica” en la que el cerebro organiza las
sinapsis.

Los rasgos ofrecen una explicación clara y sencilla de las consistencias conductuales
de las personas que permiten comparar y diferenciar fácilmente a una persona de
otra. Los rasgos son elementos característicos de la personalidad y de los
comportamientos consistentes que se manifiestan en las situaciones. La teoría de los
rasgos busca explicar, en forma sencilla, las consistencias en el comportamiento de
los individuos.

Gordon Allport indica que podemos considerar a la constitución física, (los instintos),
el temperamento (la emotividad) y la inteligencia (la racionalidad) como los
"materiales" de la personalidad, que experimentan con el tiempo una lenta
maduración, sobre todo en lo que respecta a la constitución de los instintos que son,
en principio, inmutables, pero cambiables en su intensidad.

Hablamos de estos elementos como los materiales en bruto porque dependen en


gran parte (aunque no exclusivamente) de lo que se ha recibido de la herencia. De
los tres, la constitución física es la más visiblemente ligada a la herencia, pero hay
pruebas de peso que apoyan la creencia que también el temperamento y la
inteligencia están genéticamente determinados. Llevando la argumentación más
lejos, algunos se preguntan si la fundamental asociación entre la constitución
corporal y el temperamento es una correlación innata o si se debe también a las
experiencias de la vida: Consideremos el ejemplo de un muchacho marcadamente
delgado y más débil que sus compañeros. Un muchacho que no sirve para los
deportes y si se pelea le toca siempre perder. ¿Qué ocurrirá entonces? Se puede
desarrollar en él un modo de ser, tenso, reservado, inhibido, introvertido. No
podemos demostrar que es únicamente la experiencia de la vida lo que explica la
correspondencia entre la constitución corporal y el tempera-mento, pero es probable
que éstos influyan en ello.

Es necesario incluir la inteligencia entre los materiales de la personalidad, porque la


inteligencia está, de algún modo, estrechamente relacionada con el sistema nervioso
central, que pertenece al caudal hereditario del individuo junto con el sistema neuro-
glandular subyacente a la constitución corporal y al temperamento.

Difícilmente podría explicarse cuántos modos pueden diferir el sistema nervioso entre
dos individuos en el momento de nacer. Existen en ellos amplias variaciones en el
número de células cerebrales, en su disposición, metabolismo, conductividad,
conexión o sinapsis y disponibilidad para el uso. Cuando las combinaciones son
favorables, el individuo está dotado de elevada inteligencia; si son desfavorables, la

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inteligencia será baja; si existen condiciones mixtas, los resultados serán
intermedios: Lo mismo puede decirse de las sinapsis emocio-nales.

Existen definiciones aditivas y definiciones integradoras de la personalidad. 1) Las


definiciones aditivas serían aquellas definiciones de la personalidad que la ven como
la suma de un conjunto de características. 2) Las tesis integradoras y jerárquicas
enfatizan el carácter organizado y estructurado de la suma de las características. 3)
Las definiciones de ajuste al medio parten de una integración de elementos, que se
organizan según el entorno en el que se encuentre el individuo. 4) Las definiciones
diferenciales parten de cualidades individuales del ser humano que lo hacen único y
diferente de cualquier otro ser, carácter distintivo de la personalidad.

La estructura de la personalidad es el conjunto de las características personales del


individuo. Estas características, en parte innatas, en parte adquiridas, constituyen el
comporta-miento de todo ser humano haciéndole único e irrepetible: La estructura de
la personalidad se compone de dos partes: una consistente o inmodificable y la otra
plástica o modificable. La primera es aquella permanente que comprende la
estructura biológica y los aprendizajes más fuertemente adquiridos, por lo general los
de la temprana infancia. La plástica o modificable se trata principalmente de los
aprendizajes y adecuaciones de comportamiento que el sujeto realiza más
tardíamente y en muchos casos conscientemente.

-ooo-

A partir de las teorías de la personalidad expuestas por Sigmund Freud y


entendiendo las diferentes etapas psico-sexuales por él propuestas, se cree que gran
parte del comportamiento humano está gobernado por motivos o móviles y deseos
inconscientes de orden sexual, lo cual, en nuestra opinión, no deja de ser una noción
muy exagerada. Freud propuso una serie de etapas críticas por las cuales han de
pasar las personas en los primeros años de la vida. Así:

Modelo freudiano del desarrollo psicosexual:

Rango de Zona(s)
Fase Consecuencias de la Fijación
edad erógena(s)

Oralidad Agresiva: Signos que incluyen


mascar chicle o lapiceras. Oralidad Pasiva:
Signos que incluyen
oral 0-1 año Boca fumar/comer/besar/fellatio/cunnilingus
(La fijación a esta fase puede dar como
resultado pasividad, credulidad, inmadurez
y una personalidad fácil de manipular).

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Retención anal: Obsesión con la organización
Eliminación
y pulcritud excesiva. Expulsividad anal:
anal 2-3 años intestinal y
(Imprudencia, negligencia, rebeldía,
urinaria
desorganización, coprofilia).

Complejo de Edipo (sólo en niños, según


Freud relación sexual con la madre)
fálica 4-6 años Genitales
Complejo de Electra (sólo en niñas, luego
desarrollado por Carl Jung)

7-10 años Sentimientos


latencia (hasta la sexuales (Las personas no tienden a fijarse a esta
pubertad) latentes etapa, pero si lo hacen, tienden a ser
sexualmente sumamente frustrados)

11+ años
Intereses
(Pubertad Frigidez, impotencia, relaciones
genital sexuales
en insatisfactorias
maduros
adelante

Según Freud se deben ir superando los conflictos que encontramos en cada una de
las etapas críticas a fin de no tener más tarde problemas psíquicos. Freud no sólo
concedió gran importancia a las experiencias infantiles, sino que además sostuvo
que muchos deseos inconscientes son de orden sexual. De todos los conceptos
freudianos, el más controvertido es el papel central que atribuye al impulso sexual en
la formación de la personalidad. Contrariamente, Alfred Adler sostuvo que el aspecto
central en la formación de la personalidad lo constituye la lucha del niño por
sobreponerse al sentimiento de inferioridad.

Freud, como es ampliamente sabido, dividió la mente en tres componentes: el ello, el


ego y el super-ego, cada uno responsable de ciertos rasgos de personalidad
diferentes. Estos tres componentes trabajan juntos para regular los comporta-
mientos que definen la personalidad de un individuo. Según Freud los componentes
de la personalidad se basan en tres niveles de conciencia: la pre-consciencia, la
conciencia propiamente dicha y el subconsciente, y la capacidad de los impulsos o
recuerdos para viajar de un nivel a otro nivel.

El Super-ego es la instancia moral, enjuiciadora de la actividad yoica. El Super-ego


es una instancia que surge como resultado de la resolución que constituye la
internalización de las normas, reglas y prohibiciones, que son primero parentales y
luego personales. El Ego es la conciencia, el foco de la atención inmediata del
individuo. El Ello es la información subconsciente que está fuera del alcance de la

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mente consciente y que permite que la mente subconscientemente piense y actúe de
forma independiente resultando de tal actividad comportamien-tos incontrolables por
el mismo sujeto. El Ello es el componente más primitivo de la personalidad y no tiene
la percepción de la realidad y se apoya en los "procesos primarios" para satisfacer
las necesidades e impulsos básicos del individuo. Ejemplos de estos impulsos
primitivos se incluyen conductas y agresiones en la búsqueda del placer. Es decir, el
Ello se rige por el "principio del placer", que es una exigencia de la satisfacción
inmediata de las necesidades y que alienta al individuo o no preocuparse por las
posibles consecuencias de los actos resultantes.

Otra posición, conductista, está representada por el psicólogo estadounidense B. F.


Skinner, quien hizo hincapié, en el aprendizaje por condicionamiento, una vez
despertada la actuación de los hemisferios cerebrales. Skinner no se pasea por la
etapa primaria del individuo. Skinner consideró como muy importante el
comportamiento humano, primero, determinado por sus consecuencias conscientes:
Si un comportamiento determinado provoca algo positivo, se refuerza y así se
repetirá en el futuro. Por el contrario, si sus consecuencias son negativas, no se
reforzará el comportamiento y la probabilidad de repetirse será menor.

Alfred Adler manifestó e hizo luego especial hincapié en la posición humanística de la


personalidad. Él, quien apreciaba una perspectiva muy distinta de la naturaleza
humana que la tenida por Freud a pesar de haber sido su discípulo, habló sobre las
fuerzas que contribuyen a estimular un crecimiento positivo y a motivar el
perfeccionamiento personal del hombre sin olvidar, sin embargo, las fuerzas
primarias del instinto y de la afectividad. Es por eso que se considera a Alfred Adler
como el primer teórico humanista de la personalidad. Esta teoría resalta el hecho de
que los humanos pueden estar motivados positivamente y que progresan hacia
niveles más elevados de funcionamiento. Adler manifestó, sin olvidar la realidad del
comportamiento básico animal del hombre, que la existencia humana es algo más
que las solas luchas por conflictos internos y las crisis existenciales. Cualquier teoría
de la personalidad que subraye la bondad fundamental de una persona y su lucha
por alcanzar niveles más elevados de conocimiento y funcionamiento entra en el
grupo de las llamadas teorías humanísticas de la personalidad.

La formación de la personalidad es un continuo vivencial: La existencia del libre


albedrío permite hablar también de la tendencia a la autorrealización que termina de
formular la realidad de la formación de la personalidad por etapas y vaivenes que se
dan en el devenir de los diferentes seres humanos que encuentran su personalidad
al final de la carrera por la formación del sujeto en el transcurso de la vida.
Según Carl Rogers y Abraham Maslow, se llegó también a fundar el enfoque
humanista de la personalidad en psicología. Según Rogers existe el impulso del ser
humano a realizar sus auto-conceptos o las imágenes que él se ha formado de sí
mismo y que les son importantes y que promueven el desarrollo de la personalidad,
manifestando que hay que subrayar el impulso de todo organismo a realizar su
potencial biológico y psíquico y a convertirse en aquello que intrínsecamente puede
llegar a ser, ampliando también la noción hasta el campo del espíritu.

14
Ahora bien, ampliando la noción, también se puede entender por personalidad el
conjunto de rasgos fundamentales que tiene un grupo determinado de personas con
parecidos caracteres y con comportamientos uniformes y que son así examinados
para la mejor comprensión de las características particulares del grupo mismo y del
que se trate el estudio: Esto lo hace principalmente, y para sus propios fines, la
ciencia y ello es lo que nos permite hablar, precisamente, de una personalidad
antisocial y de una personalidad criminal, para referirnos a las características
atribuidas a todos los sujetos que contrarían los postulados sociales básicos y que
manifiestan, así, parecidos rasgos psicológicos en una determinada esfera del
pensamien-to, de la afectividad y del comportamiento. Esto es lo que se hace,
repetimos, al hablar de la personalidad antisocial.

Algunos teóricos se preguntan si en realidad el ser humano mantiene una conducta


persistente y constante, “estructurada”, o si podríamos más bien afirmar que la
personalidad es sólo habitual, “fluctuante,” y de la que se tiene sólo una conciencia
latente y que ella puede variar constantemente. Claro que, patológicamente, puede
variar constantemente, pero ya estaríamos en el plano de la labilidad o de la
conducta anormal del trastorno; pero en términos generales la personalidad genera
conductas persistentes y constantes que producen actitudes habituales y propias de
la psiquis humana y que se pueden variar en concreto en intensidad, según sea la
situación en la que actúe el individuo: La situación, por tanto, es importante porque
ella interviene en el comportamiento humano y esto debemos tenerlo muy presente
siempre al hablar de la conducta humana.
Entonces, se puede afirmar que los ‘Rasgos de la Personalidad’ no son más que las
disposiciones persistentes e internas que hacen que el individuo piense, sienta y
actúe de una manera característica y propia en diferentes ocasiones. Hay teóricos de
los rasgos, que rechazan la idea sobre la existencia de tipos muy definidos de
personalidad, pero otros teóricos, con razón, señalan que si bien la gente difiere, se
pueden encontrar grupos con los mismas o parecidas características o rasgos, tales
como la dependencia, la ansiedad, la agresividad, la sociabilidad, etc., y muchos
también señalan que todos poseemos rasgos, pero unos en mayor o menor grado de
actividad, consciente o inconsciente, que las otras personas.
Es imposible, evidentemente, observar directa y materialmente los rasgos de la
personalidad como sucede con todo lo que es psicológico: No podemos ver, por
ejemplo, la sociabilidad del mismo modo como vemos el cabello largo de una
persona, pero, por la continuidad en la producción de la conducta de la persona de
que se trate, se pueden constatar los rasgos de la sociabilidad que pueden ser
positivos o negativos en el individuo o en el grupo de que trate el examen.
Los rasgos pueden clasificarse en cardinales, centrales y secundarios: Los rasgos
cardinales son relativamente pocos, pues son muy globales e influyen casi siempre y
generalmente en todos los actos de la persona que los posean. Un ejemplo de ello
podría ser el de una persona egoísta que prácticamente todos sus gestos,
afirmaciones y actos, revelen el egoísmo. Los rasgos centrales son más perceptibles,
y observables comúnmente en el comportamiento ordinario. Por ejemplo, una
persona agresiva que tal vez no manifieste este rasgo en algunas particulares

15
situaciones, puede decirse que tiene personalidad agresiva cuando su manifestación
es más obvia en sus manifestaciones constantes. Los rasgos secundarios son
atributos que no constituyen parte principal de la personalidad, de su núcleo, pero
que intervienen en ciertas situaciones aisladas. Un ejemplo de ello puede ser el de
una persona sumisa ‘per se’ que se moleste y pierda los estribos en un momento
determinado: La violencia, en este caso, sería un rasgo secundario. Una cosa es que
el rasgo sea causal y otra cosa es que el rasgo sea central, secundario o cardinal. En
el ejemplo dado el rasgo es causal y secundario al mismo tiempo.
-ooo-
Medir la personalidad, se asemeja mucho, en algunos aspectos, a la evaluación de la
inteligencia. En uno u otro caso se intenta cuantificar algo que no podemos ver ni
tocar, pero, sin embargo, en ambos casos tiene que haber una buena prueba que ha
de ser confiable y válida a la vez. Agréguese que al evaluar la personalidad, no nos
interesa, evidentemente, “la mejor conducta”, pues lo que se quiere averiguar sólo es
la conducta típica del individuo de que se trate, es decir, saber cómo éste suele
comportarse en situaciones ordinarias y también en cualquier situación
extraordinaria.

En cuanto a los métodos que se utilizan para medir la personalidad está, primero,
la entrevista personal, Esta es importante para establecer, en Criminología, el
diagnóstico de la peligrosidad y el pronóstico criminal y el tratamiento que se debe
aplicar a un sujeto determinado, descartando las fabulaciones y mentiras que puedan
existir por parte del individuo durante el examen. La entrevista personal es el método
más utilizado para examinar la personalidad; y ella es el medio más idóneo para
obtener la información necesaria sobre el pasado y el presente del sujeto y para fijar
las previsibles reacciones futuras del individuo examinado. La entrevista es, pues,
conveniente modelarla con la historia real del individuo. La mayoría de las entrevistas
son desestructuradas, pero algunas emplean una serie de ‘preguntas tipos’ siguiendo
una secuencia determinada. Los entrevistadores más experimenta-dos ponen
atención en lo que manifiesta verbalmente el individuo entrevistado, pero también
atienden a otros elementos de expresión no verbal, como los gestos, las posturas,
los silencios, etc.

En segundo lugar está la observación directa, ya sea en su contexto natural o en el


laboratorio, se trata de recoger sistemáticamente las reacciones del individuo ante
situaciones cotidianas, y además sus respuestas típicas respecto a otras personas; y
también se debe utilizar la capacidad de manipular experimentalmente las
situaciones artificiales para poder medir la respuesta frente a esas condiciones
controladas en el laboratorio. Como fuente de información, también son útiles los
relatos que hacen los entrevistados con lo que se observa el devenir de su vida, es
decir, las constataciones propias de la historia del sujeto.

También en el ámbito psicológico se practican dos variedades de tests: los


psicométricos y los proyectivos. En una explicación simplificada podemos decir que
los tests psicométricos son aquellos cuyos resultados se encuentran estandarizados
en baremos o escalas. Esto significa que cuando una persona completa el test, sus
16
resultados se comparan con los de otras personas que ya lo han realizado antes y
cuyos resultados se consideran parámetros para medir los nuevos resultados.

Las técnicas proyectivas, por el contrario, no comparan los resultados de un sujeto


con los de otros, no hay baremos, sino que las técnicas se basan mucho en la atenta
observación ‘del caso por caso’. Para obtener así resultados observables. En las
técnicas proyectivas es indispensable la presencia del psicólogo que observe
solamente las respuestas del sujeto examinado.

Los métodos codificados de evaluación psicológica de la personalidad (los tests de


personalidad), son, como hemos dicho, los que se basan generalmente en
cuestionarios y preguntas cerradas sobre hábitos personales, creencias, actitudes y
fantasías (pruebas psicométricas), o bien en técnicas proyectivas, en las que el
individuo responde libremente ante estímulos no estructurados o ambiguos, a través
de las cuales él refleja los aspectos más profundos y menos controlados de su
personalidad. El test de Rorschach, es la prueba proyectiva más conocida que
consiste en el examen de una serie de diez láminas con manchas de tinta sobre las
que el sujeto manifiesta sus percepciones. Del análisis de sus manifestaciones, a
través de complejos sistemas de codificación y de interpretación, puede el analista
deducir aspectos esenciales de la dinámica de la personalidad del examinado.

Como se ve, pues, en la intrincada tarea de medir la perso-nalidad, los psicólogos


recurren a cuatro instrumentos básicos: la entrevista personal, la observación directa
del comporta-miento, los test objetivos psicométricos y los test proyectivos. Cada vez
que un psicólogo se enfrenta a la difícil tarea de medir la personalidad de un
individuo, asume un reto ya que la personalidad es algo, como hemos dicho,
inmaterial, algo que el técnico no puede ver ni tocar, pero que se puede saber
presente en la persona examinada. Entonces, el psicólogo debe utilizar todas las
técnicas posibles y necesarias implementando las ya antes citadas. Podemos decir
que sí es posible encontrar la manifestación de la personalidad y que nos podemos
dar cuenta, incluso, de cómo el ser humano, en general, puede tener diferentes y
sucesivos tipos de personalidades a través del tiempo según que la observación sea
continua y profunda.

ooo
II.- Los Trastornos de la Personalidad.-

La Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association, o APA


en inglés), es la principal organización de profesionales de la psiquiatría
estadounidense, y la más influyente a nivel mundial. Se compone de unos 148.000
miembros, la mayoría americanos, aunque también existen miembros de otras
muchas nacionalidades. Publica diversas revistas y folletos, así como el Diagnostic
and Statistical Manual of Mental Disorders, (Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales), también conocido como DSM, considerado hoy en día como el
texto básico para el diagnóstico y la categorización de los trastornos mentales.

17
De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM IV)
de la citada Asociación Estado-unidense de Psiquiatría, un trastorno de la
personalidad es un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de
comportamiento que se aparta acusadamente de las expecta-tivas de la cultura del
sujeto, y que tiene su inicio, no necesariamente, en la infancia y sí en la adolescencia
o a principios de la edad adulta; el trastorno es estable a lo largo del tiempo y
comporta un malestar o perjuicio para el sujeto que lo sufre aparte del malestar o
perjuicio que se le causa a los demás y a la sociedad misma.

En el citado manual DSM IV, los trastornos de la personalidad están reunidos en tres
grupos que se basan en las similitudes de sus características. El grupo A incluye los
trastornos paranoide, esquizoide y esquizotípico de la personalidad. Los sujetos
con estos trastornos suelen parecer raros o excéntricos. El grupo B incluye el
trastorno antisocial de la personalidad, el trastorno límite, el histriónico y el
narcisista de la personalidad. Los sujetos con estos trastornos suelen parecer
dramáticos, emotivos o inestables (lábiles). El grupo C incluye los trastornos por
evitación, por dependencia y el trastorno obsesivo-compulsivo de la
personalidad. Los sujetos con estos trastornos suelen parecer ansiosos o temerosos.

Es frecuente, y esto es muy importante, observar que los individuos trastornados


presenten, al mismo tiempo, varios trastornos de la personalidad pertenecientes al
mismo grupo, es decir, que presentan trastornos conjuntos de uno de los tres grupos.
Esto es importante señalarlo para el trastorno antisocial de la personalidad, objeto de
nuestro estudio, que está en el grupo B, donde están además del trastorno antisocial
de la personalidad, los trastornos histriónico, límite y narcisista.

Lostrastornos del grupo A son:


1) El Trastorno Paranoide con el cual el sujeto se siente objeto de agresión o
perjuicio. Crea desconfianza, cautela y distanciamiento, suspicacia, hiper-vigilancia y
celotipia. 2) El Trastorno Esquizoide donde se observa ausencia de relaciones
interpersonales y desinterés por obtenerlas. Considera a los demás como invasivos y
desconsiderados. No se interesan por la crítica, ni positiva ni negativa, y actús con
respuestas emocionales disminuidas o inexistentes. 3) El Trastorno Esquizotípico,
parecido al anterior pero presentando el sujeto poca interacción, actitudes mágicas y
fantasiosas, con clarividencia, sexto sentido y propenso a la magia.

Hacemos principal referencia a los trastornos del grupo B que es el grupo de los
llamados trastornos "dramático-emocionales" o “erráticos” y que son los que más nos
interesan; y muy particularmente en referencia al trastorno antisocial de la
personalidad, íntimamente conectado con la personalidad criminal, pues el origen de
ésta, está en dicho trastorno. Podemos indicar los siguientes trastornos del Grupo B:

El trastorno límite de la personalidad o, en inglés, borderline, también llamado


limítrofe o fronterizo que es definido como un trastorno de la personalidad que se
caracteriza primariamente por la inestabilidad emocional, el pensamiento
extremadamente polarizado y dicotómico y de relaciones interpersonales caóticas. El
perfil global del trastorno también incluye típicamente una inestabilidad generalizada
18
del estado de ánimo, de la auto-imagen y de la conducta, así como del sentido de
identidad, que puede llevar a periodos de disociación. Es, con mucho, el más común
de los trastornos de la personalidad.

El trastorno histriónico de la personalidad es aquel que incluye a los individuos


que siguen un patrón general de excesiva emotividad y búsqueda de atención. Las
personas con este trastorno suelen expresar sus emociones de manera exagerada.
Suelen ser vanidosas y egocéntricas, y se sienten incómodas cuando no son el
centro de atención. A menudo son seductoras en apariencia y comportamiento, ya
que les preocupa mucho no serlo de verdad. Buscan continuamente a alguien que
les tranquilice, que apruebe lo que hacen, y pueden enfadarse cuando alguien no les
atiende o halaga. Suelen ser impulsivos y poco tolerantes a la frustración. Su estilo
cognitivo es extremista, tienden a ver todo en términos de blanco o negro. Su
discurso a menudo carece de detalles y es un sujeto exagerado en demasía.

El trastorno narcisista de la personalidad es un trastorno de la personalidad que


presenta un patrón general de grandio-sidad, en la imaginación o en el
comportamiento; de una necesidad de admiración y una falta de empatía, que
empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos como lo
indican cinco, o más, de los siguientes ítems: 1) El sujeto tiene un grandioso sentido
de auto-importancia; por. ejemplo, exagera los logros y capacidades y espera ser
reconocido como superior, sin mostrar logros proporcionados. 2) Está preocupado
por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios. 3) Cree
que es "especial" y único y que sólo puede ser comprendido y sólo puede
relacionarse con otras personas o instituciones que son especiales o de alto estatus.
4) Exige una admiración excesiva. Es muy pretencioso; por ejemplo, tiene
expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan
automáticamente sus expectativas. 5) Es interperso-nalmente explotador y saca
provecho de los demás para alcanzar sus propias metas. 6) Carece de empatía: Es
reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.
Frecuentemente envidia a las otras personas y cree que los demás le envidian a él.
7) Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbias.

Examinaremos de seguidas con más detenimiento el trastorno antisocial de la


personalidad que es el que más nos interesa por lo que respecta al estudio
criminológico del tema que nos ocupa.

III.- El Trastorno antisocial de la personalidad.-

Características diagnósticas. La característica esencial del trastorno antisocial de


la personalidad es un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los
demás, que comienza en la infancia o al principio de la adolescencia y continúa en la
edad adulta. Este patrón también ha sido denominado sociopatía, e incorrectamente
también llamado trastorno psicopático o psicopatía que es una incorrección por la
exageración del alcance del término. El trastorno de personalidad antisocial, ha sido
también denominado Desorden de la personalidad antisocial. Algunos psicólogos
19
prefieren hablar solamente de trastorno de la personalidad antisocial sin incluir a los
criminales en el grupo, a pesar de ser éstos también antisociales como veremos
luego. Es decir, un criminal típico es una trastornado antisocial de la personalidad,
pero no todo trastornado antisocial es un criminal. Así mismo, todo psicópata es un
trastornado antisocial y además un criminal, pero el trastornado antisocial no es
siempre un psicópata. El psicópata es la máxima expresión del criminal y por esencia
un trastornado antisocial de la personalidad.

Se usa también el término disocial para describir a individuos que no cumplen con las
normas sociales y que no les importan los demás seres, que son impulsivos, y
merecedores de poca confianza, irresponsables y con baja tolerancia a la frustración
y bajo umbral para la agresión, así como incapacidad para experimentar sentimientos
de culpa o arrepentimiento. El disocial es una forma atenuada del trastornado
antisocial.

Puesto que el engaño y la manipulación son características centrales del trastorno


disocial de la personalidad, puede ser especialmente útil integrar la información
obtenida en la evaluación clínica sistemática con la información recogida de fuentes
colaterales, sobre todo de amigos y familiares y los próximos a él.

Para que se pueda establecer este diagnóstico con certeza se dice que el sujeto
debe tener al menos 18 años de edad y tener historia de algunos síntomas de un
trastorno disocial previo antes de los 15 años. El trastorno disocial implica un patrón
repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan algunos derechos
básicos de los demás o las básicas reglas o normas sociales apropiadas para su
edad. Los comportamien-tos característicos específicos del trastorno disocial forman
parte de una de estas tres categorías: 1) agresión a la gente o a los animales, 2)
destrucción de la propiedad propia o ajena y 3) violación de las normas sociales y
legales sin mucha trascendencia.

El patrón de comportamiento antisocial persiste hasta más allá de la edad adulta. Los
que lo sufren no logran adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al
comportamiento social y jurídico. Pueden realizar repetidamente actos que son
motivo de su detención y hostigan a los demás o se dedican a actividades ilegales.
Desprecian los deseos, derechos o sentimientos de las demás personas.

Frecuentemente, los disociales engañan y manipulan con tal de conseguir provecho


o placer personales (por ejemplo, para obtener dinero, sexo o poder). Pueden mentir
repetidamente, utilizan un alias, engañan o simulan una enfermedad para obtener
provecho. Se puede poner de manifiesto un patrón de impulsividad mediante la
incapacidad para planificar el futuro. Las decisiones las toman sin pensar, sin
prevenir nada y sin tener en cuenta las consecuencias para uno mismo o para los
demás. Pueden realizar cambios repentinos de trabajo, de lugar de residencia o de
amistades. Los sujetos con un trastorno disocial de la personalidad tienden a ser
irritables y agresivos y pueden tener peleas físicas y morales repetidas o cometer
actos de agresión: incluidos los malos tratos a los adultos o a los mismos niños.

20
Algunos afirman que los actos agresivos necesarios para defenderse a uno mismo o
a otras personas no se consideran indicadores de este ítem, criterio con el cual no
estamos de acuerdo porque la legítima defensa y el estado de necesidad son actos
criminaloides en todo caso.

Estos individuos también muestran una despreocupación imprudente por su


seguridad o la de los demás: Esto puede demostrarse en su forma de conducir
vehículos con repetidos casos de exceso de velocidad, conducir estando intoxicados
y producir accidentes múltiples. Pueden involucrarse en comportamientos sexuales y
en el consumo de sustancias que tengan un alto riesgo de producir consecuencias
perjudiciales. Pueden descuidar o abandonar el cuidado de un niño de forma que
puede poner al niño en grave peligro.

Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad también tienden a ser


continua y extremadamente irresponsables. El comportamiento irresponsable en el
trabajo puede indicarse por períodos significativos de desempleo aun teniendo
oportuni-dades de trabajar, o por el abandono de varios trabajos sin tener planes
realistas para conseguir otros trabajos. La irresponsabilidad económica viene
indicada por actos como la morosidad en el pago de las deudas y la falta de
mantenimiento de los hijos o de otras personas dependientes de ellos de forma
habitual.

Los individuos con trastorno antisocial de la personalidad tienen pocos


remordimientos por las consecuencias de sus actos. Pueden ser indiferentes o dar
justificaciones superficiales cuando han ofendido o maltratado a alguien; dan
justificaciones inconsistentes como por ejemplo: las comunes opiniones de “la vida
es dura”, “el que es perdedor se lo merece” o “de todas formas le hubiese ocurrido”.
Estas personas pueden culpar a las víctimas de ser tontos, débiles o por merecer su
mala suerte, pueden minimizar las consecuencias desagradables de sus actos o,
simplemente, mostrar una completa indiferencia. En general, no dan ninguna
compensación ni resarcen a nadie por sus malos comportamientos. Pueden pensar
que todo el mundo debe esforzarse por “servir al número uno” y que “uno no debe
detenerse ante nada para evitar que le intimiden”.

Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad frecuentemente carecen de


empatía y tienden a ser insensibles, cínicos y a menospreciar los sentimientos,
derechos y penalidades de los demás. Pueden tener un concepto de sí mismos de
engreídos y arrogantes, pensar que el trabajo normal no está a su altura, o no tener
una preocupación realista por sus problemas actuales o futuros y pueden ser
excesivamente tercos, autosuficientes o fanfarrones. Pueden mostrar labia y encanto
superficial y ser muy volubles y de verbo fácil; por ejemplo, algunos utilizan términos
técnicos o una jerga que puede impresionar a alguien que no esté familiarizado con
el tema de que se trate. La falta de empatía, el engreimiento y el encanto superficial
son características que normalmente padecen. Pueden tener una historia de muchos
“acompañantes” sexuales y no haber tenido nunca una relación monógama
duradera. Pueden ser irrespon-sables como padres, como por ejemplo, cuando lo
demuestran con una enfermedad de un hijo a consecuencia de una falta de higiene
21
mínima;o cuando, sin importarles ni un ápice el que la alimentación o el amparo de
un hijo dependa de vecinos o familiares: Son sujetos que no procuran que alguna
persona cuide del hijo pequeño cuando el sujeto está fuera de casa o el derroche
reiterado del dinero que se requiere para las necesidades domésticas. Pueden tales
sujetos no ser autosuficientes, empobrecerse e incluso llegar a vivir en la calle o la
miseria. Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad tienen más
probabilidades que la población general de morir prematuramente por causas
violentas; por ejemplo: suicidios, accidentes y homicidios en su contra.

Estos individuos también pueden experimentar disforia (lo contrario de euforia),


incluidas quejas de tensión, incapacidad para tolerar el aburrimiento y estado de
ánimo depresivo. Pueden presentar de forma asociada trastornos de ansiedad,
trastornos depresivos, trastornos relacionados con sustancias tóxicas, trastornos de
somatización de enfermedades orgánicas, juego patológico y otros trastornos del
control de los impulsos. Los sujetos con trastorno antisocial de la personalidad
también, como hemos dicho, tienen frecuentemente rasgos de personalidad que
cumplen los criterios para otros trastornos de la personalidad del Grupo B, es decir,
los trastornos límite, histriónico y narcisista de la personalidad.

Las probabilidades de desarrollar un trastorno antisocial de la personalidad en la vida


adulta aumentan si el sujeto presenta un trastorno temprano disocial (difuso) antes
de los 10 años o un trastorno por déficit de atención con hiperactividad asociada. El
maltrato o el abandono en la infancia, el comportamiento inestable o variable de los
padres o la inconsistencia en la disciplina por parte de los mismos padres aumentan
las probabilidades de que un trastorno disocial evolucione hasta un trastorno
antisocial de la personalidad más grave.

El trastorno antisocial de la personalidad se presenta asociado a un bajo status


socio-económico y al medio urbano. Se ha llamado la atención acerca de que, a
veces, el diagnóstico puede ser aplicado erróneamente a sujetos de un medio en el
que un comportamiento del tipo antisocial forma parte de una estrategia protectora
de supervivencia: Al evaluar los rasgos antisociales al clínico le será útil tener en
cuenta el contexto social y económico en el que ocurren estos comportamientos.
El trastorno antisocial de la personalidad es mucho más frecuente en los varones que
en las mujeres y ha habido un cierto interés en considerar si el trastorno antisocial de
la personalidad podría diagnosticarse en las mismas mujeres, sobre todo por el
hecho de que en la definición del trastorno antisocial se insiste de manera especial
en los ítems de agresividad.

Prevalencia: En la población general la prevalencia es aproximadamente del 3% en


los varones y del 1% en las mujeres. Las estimaciones de la prevalencia en
poblaciones clínicas han variado entre el 3 y el 30%, dependiendo de las
características predominantes de las muestras. En los lugares de tratamiento de
abuso de sustancias y en la cárcel o en el marco forense, se han encontrado cifras
de prevalencia incluso más elevadas. La prevalencia aumenta en los casos de la
existencia de anomia en el medio social..

22
Curso. El trastorno antisocial de la personalidad tiene un curso crónico, pero puede
hacerse menos manifiesto o remitir a medida que el sujeto se va haciendo mayor,
especialmente hacia la cuarta, quinta o sexta década de la vida. Si bien esta remisión
suele ser más clara por lo que respecta a involucrarse en comportamientos
criminales, es probable que se produzca un descenso en el espectro completo de
comportamientos anti-sociales y de consumo de sustancias estupefacientes.

Patrón familiar. El trastorno antisocial de la personalidad es más frecuente en los


familiares de primer grado de quienes tienen el trastorno. El riesgo de los parientes
biológicos de las mujeres con el trastorno tiende a ser superior al riesgo de los
parientes biológicos de los varones con el trastorno. Los niños adoptados se parecen
a sus padres biológicos más que a sus padres adoptivos, aunque, se dice, el entorno
de la familia de adopción influye en el riesgo de presentar un trastorno de la
personalidad y la psicopatología relacionada. Es decir, que se puede agravar dado el
aprendizaje.

Nosotros entendemos por un hecho sociopático, como ya lo tenemos dicho, cuando


el mismo es sólo antisocial pero sin llegar a ser criminal; es decir, sin tratarse de un
pasaje al acto criminal, pero sí lesivo a las personas, animales o cosas, como el
prender fuego a una carta amorosa que se guarda celosamente por alguien como un
recuerdo; o el simple maltrato a los animales que es cometido durante la infancia lo
que refleja un temprano síntoma de personalidad sociopática, o el participar en
juergas ruidosas con ingestión alcohólica durante las noches y madrugadas en la vía
pública.

El sociópata generalmente miente, y a menudo se involucra en riñas, descuida su


propia seguridad y la de los demás, sin mostrar culpa alguna. Para hacer un
diagnóstico del trastorno de personalidad antisocial, una persona tiene que haber
mostrado comportamientos de trastorno de conducta durante la niñez y la juventud.
Las personas con trastorno de personalidad antisocial generalmente tienen los
siguientes signos: Ira frecuente y arrogancia. Capacidad de actuar mal gratuitamente
y a la vez causando daño a las personas y bienes en forma abusiva. Ser sociópata
es ser bueno para adular y manipular las emociones de otros y crearles daños y
problemas y hasta llegar a la drogadicción grave.

El trastorno de personalidad antisocial se considera uno de los trastornos de


personalidad más difíciles de tratar. Las personas con esta afección rara vez buscan
tratamiento por su cuenta y pueden iniciar una terapia únicamente cuando se los
obliga coercitivamente, una decisión judicial, por ejemplo. En verdad, no se conoce la
eficacia de algún tratamiento para el trastorno de personalidad antisocial aunque
algunos criminólogos clínicos se empeñan en hacer tratamientos y pronósticos de la
personalidad antisocial, para evitar la repetición o, en su caso, la reincidencia. Se
puede pensar mal, muy desgraciadamente, cuando el trastornado también es
proclive al pasaje acto criminal o el sujeto es un psicópata irremisible. xxx

Los síntomas del trastorno tienden a alcanzar su punto máximo durante los últimos
años de la adolescencia y comienzos de los veinte años de edad y pueden mejorar
23
por sí solos cuando la persona llega a la ancianidad. Las personas con personalidad
antisocial, la mayoría de las cuales, como ya hemos dicho, son hombres, muestran
desprecio insensible por los derechos y los sentimientos de los demás. Explotan a
otros para obtener beneficio material o gratificación personal; a diferencia de los
narcisistas que creen que son simplemente mejores que los demás seres humanos.
Característicamente, tales personas expresan sus conflictos impulsiva e
irresponsablemente. Toleran mal la frustración y, en ocasiones, son sujetos hostiles o
violentos. A pesar de los problemas o el daño que causan a otros por su
comportamiento antisocial, típicamente no sienten ni remordimientos ni culpabilidad.
Al contrario, racionalizan cínicamente su actuación o culpan a otros por sus hechos.
Sus relaciones están llenas de deshonestidades y de engaños. La frustración y el
castigo muy raramente les ocasionan la modificación de sus conductas. Las
personas con personalidad antisocial son frecuentemente proclives al alcoholismo y
a la drogadicción, es decir, a la toxicomanía; y son también proclives a las
desviaciones sexuales, y a la promiscuidad. Son sujetos propensos a fracasar en
trabajos lícitos y tienden continuamente a mudarse de un lugar a otro.
Frecuentemente tienen una historia familiar de comportamiento antisocial, de
divorcios y la causación de abusos físicos. En la niñez, generalmente, tales sujetos
fueron descuidados emocional-mente y con frecuencia sufrieron abusos físicos en
sus años de formación. Tienen una esperanza de vida inferior a la media, pero entre
los que sobreviven, esta situación tiende a disminuir o a estabilizarse con la mayor
edad, o sea, los cuarenta, cincuenta o sesenta años.

El trastorno antisocial de personalidad tiene mucha importancia criminológica, porque


todo criminal es un trastornado de la conducta antisocial, aunque no todo trastornado
simple de dicha conducta sea un criminal. Se puede decir que existe un crescendo
de gravedad antisocial entre el trastorno de la conducta antisocial simple o no
criminal y el criminal ordinario y el psicópata. Todo criminal es un trastornado de la
conducta antisocial y no todo criminal es un psicópata. El psicópata es el criminal que
alcanza el más alto rango de perversidad entre los criminales.

El término trastorno antisocial de la personalidad o sociopatía hace referencia a una


categoría que engloba al grupo de individuos de menor gravedad que no cometen
hechos criminales, o sea, que sí efectivamente llegan a manifestacio-nes antisociales
pero que no alcanzan la categoría de criminales y en los que también están
presentes la frialdad emocional y la agresividad, pero sin tener una relación más
estrecha con la criminalidad. El ‘sociópata criminal’, no psicópata, es el sujeto
trastornado de la personalidad antisocial que comete crímenes en sentido general,
pero que no llega a la categoría del psicópata, que es el que realiza actos
antisociales que llegan con facilidad al pasaje al acto criminal. Entre el supuesto de
trastorno antisocial de la personalidad no criminal, el criminal común no psicópata y
el psicópata o perverso hay un continuo de gravedad de los síntomas, de menos a
más, indefectiblemente.

Alguna literatura ha dicho que se permite que el uso de la expresión trastorno


antisocial de la personalidad (TAP) se pudiera usar como un concepto amplio que
tendría que ver también con la descripción del comportamiento antisocial de algunas
24
personas, dentro del cual se englobaría el concepto de psicopatía, que es un término
que probablemente ha sobrevivido, -a pesar de haber sido muy criticado por algunos
y a pesar del uso peyorativo dado por otros, para categorizar a unos subgrupos de
individuos en el extremo de un continuum de mayor gravedad dentro de la categoría
del Trastorno Antisocial de la Personalidad y que definiría a los individuos más
agresivos y fríos emocionalmente que encajan en las descripciones realizadas por
Hare y Clecksley, que examinaremos luego.

El concepto que aceptamos al hablar de psicopatía es el del grupo de personas con


un trastorno de personalidad antisocial criminal muy grave, sujetos que son
altamente peligrosos y que realizan actos criminales y de perversión dentro de la
categoría de una total y cínica asociabilidad. El trastorno de personalidad antisocial
simple comprende a las personalidades antisociales que no cometen crímenes pero
sí actos contrarios a la sociedad que se pueden calificar de contravenciones y,
además, también existen los antisociales que sí cometen crímenes a los cuales
llamamos simplemente criminales y también hay los psicópatas, que serían los
sociópatas criminales perversos.

Se podría entonces hablar de Trastornos de la Personalidad antisocial de los


tipos I, II y III, según el grado de la menor a la mayor gravedad de la psiquis
productora de los hechos antisociales.

El Trastorno de la personalidad antisocial tipo I, se manifiesta en los simples


sociópatas. Es el caso de los individuos que no lesionan ni dañan los bienes
superiores, más valiosos de la sociedad y que no constituyen, por tanto, crímenes,
como, por ejemplo, son hechos como el del caso del zagaletón que hace sufrir
innecesariamente a los animales domésticos y otros casos parecidos, o como el de
la mentira consuetudinaria o la constante elusión dolosa del pago de las deudas o
también el caso de los grupos de adolescentes que realizan tropelías y juergas
alcohólicas en la calle y de noche afectando la paz ciudadana: Son los casos que no
están en la lista de las costumbres antisociales erigidas y enumeradas por las leyes
criminales.

El tipo II sería el caso de los trastornados sociópatas de la personalidad que


teniendo, por supuesto, las características del trastorno antisocial, in genere, son
sujetos que cometen crímenes sin la calificante de la perversidad o psicopatía; son
los que atentan y dañan los bienes sociales básicos, como lo son los de la
sobrevivencia y de la vida de las personas físicas y los bienes fundamentales de la
colectividad toda, y codificados socialmente como crímenes por las leyes sociales y
criminales.

El tipo III quedaría para señalar únicamente al psicópata o perverso endurecido y


también para los señalados como los más graves de los psicópatas y que son los
asesinos seriales y el psicópata asesino antropófago.

Podemos decir, en síntesis, que existe una personalidad trastornada antisocial


‘genérica’ que es la de la personalidad antisocial simple, no criminal, del Trastorno
25
Tipo I. Existe también una personalidad antisocial ‘criminal in genere’ que es la del
Tipo II. Se hablaría también de la existencia del antisocial del tipo III o criminales
psicópatas, en especial el asesino, y los aún los casos más graves, de los asesinos
perversos seriales y los criminales seriales antropófagos. Existe, pues, una Perso-
nalidad Criminal, que se extiende en los mencionados tipos II y III, y que son objeto
del estudio de la Criminología y cuyos rasgos centrales o básicos son el
egocentrismo, la labilidad, la agresividad y la indiferencia afectiva y que realizan el
pasaje al acto criminal psíquica y objetivamente.

J.C. Pritchard, psiquiatra inglés, en 1835 fue el primero en usar el término de "locura
moral" para intentar clasificar a sujetos caracterizados por la falta de sentido ético y
con sentimientos malsanos, diciendo además que no se podía verdaderamente
apreciar en ellos la locura o pobreza intelectual en tales sujetos.

Desde entonces, distintos nombres se han aplicado para definir a personas


caracterizadas por la falta de remordimientos y culpa, falsedad y violación de las
normas sociales y tendencia a la violencia, entre otros síntomas y con un claro sesgo
moral. Koch usó términos como el de psicopáticos y también la expresión de
inferioridades psicopáticas y habló de sujetos "constitucionalmente inferiores" para
referirse a personas con comportamientos anormales que “se encontraban a caballo
de la locura”.

El mismo Kraepelin (según Mayer Gross, Slater & Roth, 1960) se refería con el
término de psicopatía a “trastornos degenerativos de la personalidad”. Kurt Schneider
(1980) lo aplicó a las personas con personalidad anormal que "sufrían o hacían sufrir
a la sociedad" y se limitó a distinguir diez tipos que fueron la base de las actuales
diez clasificaciones categoriales internacionales de los, ya mencionados trastornos
de la personalidad de los grupos A, B y C.

Hart & Hare (1997) conjugan ambos términos (trastorno antisocial y psicopatía). Ellos
definen a los psicópatas como grandiosos, arrogantes, afectivamente superficiales,
crueles e incapaces de mostrar culpa o remordimientos sinceros, manipuladores y
propensos a violar las normas sociales o legales. Hare y otros (1991) encontró dos
dimensiones diferentes en los “psicópatas”: el factor 1 (F1), más relacionado con
rasgos de personalidad como crueldad, egoísmo y manipulación sin remordimientos
de los demás y el factor 2 (F2), que tiene más que ver con una descripción del
comportamiento de inestabilidad e irresponsabilidad del individuo.

IV.- Los Elementos de la Personalidad Criminal


en la Criminología General.-

En Criminología general se ha examinado la distinción entre Criminales y No


Criminales, afirmándose la no existencia de diferencia alguna de la existencia de una
Personalidad Criminal que se oponga a la personalidad de los No Criminales u
Honestos en una plano morfo-antropométrico y en un aspecto morfo-caracteriológico
y en un aspecto fisiológico. Estos estudios han servido para señalar algunos errores
26
cometidos por excesos acontecidos en la historia criminológica y en consecuencia,
han servido para deslastrar algunos plantea-mientos excesivos venidos del
entusiasmo del comienzo de nuestra ciencia que empezaron con los exagerados
postulados de César Lombroso y del por él llamado ‘criminal nato’. La Criminología
nació con un marcado acento y tendencia a asociar la personalidad criminal y el
crimen con aspectos anatómicos que se decían propios del criminal; y así lo hizo
Lombroso. Examinemos entonces las posteriores conclusiones que se han precisado
en Criminología General al respecto.

1) Dirección morfo-antropométrica: El problema que se ha planteado es el de saber si


en los criminales, y por tanto sólo en ellos, se encuentran diversas y distintas taras
físicas y anomalías del desarrollo somático que no están en el hombre honesto. Los
datos que se poseen autorizan a pensar que no se desarrollan rasgos morfo-
antropométricos específicos en el criminal al comparar grupos de criminales y de no
criminales. Esta conclusión general está corroborada por los estudios particulares de
orden estrictamente antropométricos que explican que no existe prácticamente
ninguna diferencia en el aspecto antropométrico que viene como consecuencia del
examen hecho entre los criminales primarios y los recidivistas. No es en la
antropometría donde hay que buscar las características de la criminalidad y de la
recidiva y así mismo, en definitiva, la antropometría no permite diferenciar los
criminales de los no criminales. Esto contraría la fallida tesis del criminal nato
lombrosiano.

2) En el aspecto morfo-caracteriológico se ha concluido que todos los tipos humanos


básicos pueden encontrarse entre los criminales y en los no criminales. Es vano
buscar un tipo específico del criminal desde este punto de vista. Nada tienen que ver
las constituciones del pícnico, del atlético y del leptosomático con la criminalidad, es
decir, nada tienen que ver con las constituciones morfo-caracteriológicas con los
criminales y los no criminales.

3) En el aspecto fisiológico se ha concluido que no existen tampoco factores


fisiológicos propiamente dichos que se encuentren de una manera específica en los
criminales. Por el contrario, respecto a los factores relativos a la evolución fisiológica
y los trastornos fisiológicos no se pueden en los criminales diferenciarlos entre ellos
mismos. Sin embargo, en algunos aspectos se ha concluido que hay diferencias pero
no sustanciales respecto a los trastornos fisiológicos: Se ha verificado que algunos
trastornos fisiológicos son más numerosos en los criminales que en la población
ordinaria. Así por ejemplo, la ausencia o la asimetría de reflejos, así como el
daltonismo. Se constata que el estado de fatiga generador de la irritabilidad y de la
cólera y el cansancio por exceso sexual son fuentes de agresividad, presente a
menudo en el criminal. Sin embargo, no se puede decir que la agresividad sea un
rasgo solamente del criminal: Esta es una materia que no se conoce muy bien
todavía.

4) Aspecto psicológico y psiquiátrico. En cuanto al criminal visto desde el exterior se


ha hablado de una inmadurez del sujeto que se ha detenido en el curso de la
evolución y también se ha hablado de la vuelta a un período infantil. Pero la clínica
27
permanece incierta respecto a los elementos constitutivos en esta materia ya que la
inmadurez psicológica no es sino sólo un común denominador vago en las diferentes
personalidades de criminales y no criminales. Se llega a constataciones como, por
ejemplo, que la noción de inmadurez puede aplicarse a la vez al vagabundo y al
criminal y que el primero se distingue del segundo por el hecho de que aquel carece
de agresividad y de afirmación social.

En un aproche transversal Catell ha dicho haber notado que de los componentes


psicológicos, los más a menudo asociados a la delincuencia son 1) la pobreza
intelectual, 2) la inestabilidad afectiva, 3) la dominancia y la autoridad, 4) la mala
integración del carácter; y 5) que se observa que estos individuos son probablemente
neuróticos, pero de un tipo especial de neurosis; es decir, una neurosis que no
encaja en los tipos clásicos de neurosis funcionales a que se refiere la psiquiatría.
Nótese que estas características, sin tomar en cuenta la afirmación de Catell, se
encuentran en la población general, no siendo tampoco características particulares
de los criminales.

Catell agrega, que los síndromes concernientes a los neuróticos y a los psicóticos,
sea en tipos particulares de criminales, sea en criminales en general, no presentan
sino “formas confusas y oscuras”. Lo que quiere decir que en un cuadro del aproche
transversal no es posible en el estado actual de las investigaciones definir de una
manera precisa los elementos constitutivos psiquiátricos, tanto neuróticos como
psicóticos, de la personalidad criminal. Los elementos psiquiátricos están presenten
en el hombre ordinario y en el hombre criminal primario o recidivista. La insuficiencia
de estos resultados no son de extrañar ya que este elemento en el estudio del
criminal no puede ser realmente significativo en una perspectiva psiquiátrica
diferencial.

5) En cuanto a la culpabilidad vivida por el criminal la tradición no duda en analizar la


culpabilidad ligada a la realidad del acto cometido: En cuanto a la culpabilidad la
acción dolosa consiste en la conciencia del agente de que él ha querido y realizado
intencionalmente el acto criminal. En cuanto a la culpa ella constituye un defecto de
previsión de las consecuencias que no han sido queridas ni directa ni indirectamente
por el autor, pero que él ha podido evitar de algún otro modo.

Se sigue de esto, según algunos criminólogos, que los motivos y los móviles no son
tomados en consideración si no solamente para agravar o atenuar la responsabilidad
y que sólo prácticamente es el error esencial de hecho el que puede ser retenido en
la descarga total del agente. Afirman que este bagaje clásico es frágil porque no se
armoniza con el conjunto de la teoría según la cual hay que interesarse
legítimamente en los motivos y los móviles del agente. Se dice que “este objetivismo”
es incorrecto de hecho y es muy exterior al sujeto criminal. Estos criminólogos
buscan entonces decir que con los motivos y los móviles se debe buscar también la
inculpabilidad del agente; pero no se trata de ningún objetivismo: El dolo y la culpa
son por excelencia subjetivos. Lo que ha estado sobre todo en consideración -han
agregado dichos criminólogos- hasta ahora solamente es la culpabilidad del sujeto
vista desde el punto de vista de un testigo objetivo o del juez. Pero si se trata de
28
juzgar la responsabilidad del criminal no hay otra forma de ver el asunto si no es con
la intervención del juez o jurado y vistas las pruebas que demuestren la autoría y
todos los pormenores subjetivos de la conducta criminal. El juez se ocupará de los
móviles y motivos para determinar la responsa-bilidad y del tratamiento; el
criminólogo muy bien puede ocuparse, por su parte de los móviles y motivos para
determinar el tratamiento que debe aplicarse al criminal para evitar la reincidencia y/o
la corrección de futuras conductas criminales si se trata de un reincidente. Es decir,
cada quien debe trabajar en el campo que le corresponde.

Las llamadas corrientes de tendencias subjetivas en Crimino-logía Clínica y a los


efectos del tratamiento pueden ver la apreciación de la culpabilidad vivida por el
sujeto, la vivida por él y por él sentida. Se dice que en Criminología lo que vale es
destacar “la visión que tiene el criminal de su acto”, según lo afirmado por Ch.
Debuyst. Pero esta tesis resulta quimérica y altamente peligrosa desde un punto
vista jurídico para la seguridad social; no se trata de dejar la decisión sobre la
culpabilidad en manos del criminal sino en las manos del juez profesional o del
jurado y poner en manos de criminólogo clínico y en su campo de acción el tema del
tratamiento psicológico; si no fuera así, todo esto resultaría un absurdo existencial y
contrario a toda vivencia humana el solo hecho de pensarlo.

Consideramos, repetimos, que a los efectos del tratamiento clínico es válida la


consideración de la “culpabilidad vivida” por el criminal, que mucho explica a menudo
que esta revelación del criminal no se sienta responsable respecto a los demás. Se
dice que hay, como lo subraya E. De Greeff, un sentimiento profundo de injusticia
sufrida que se encuentra sembrado profundamente en la mayoría de los recidivistas
y que ellos son sujetos desconcertantes, y que es verdad, que al primer contacto con
la violencia y con la necesidad de justicia, justifican su comportamiento.

De Greeff dice que se trata de una actitud radical puramente reivindicativa y agresiva
por lo que el criminal justifica su comportamiento; y no se trata de excusas ni de
pretextos, sino de un estado realmente vivido con el cual la mayoría de los criminales
están identificados. Se declaran igualmente sujetos a lo que ellos están confiados “en
su justicia” cuando cometen el crimen. Pero esto es cierto sólo en algunos criminales:
Hay otros que acepan su culpa y admiten su responsabilidad. En muchos casos, no
están en esto excluidos algunos criminales que quieran auto-penarse: Viven un cierto
envilecimiento para ponerse de acuerdo con su inconsciente y el yo que los culpa. En
todo caso esa actitud de rebeldía es netamente inadmisible en el juicio criminal, por
supuesto: No se puede aceptar tal visión como excusante ni nada por el estilo; pero
sí es válido para la Criminología y para la Criminología Clínica principal-mente, la
necesidad de tomar en cuenta esta visión particular del criminal: Es función del
criminólogo observar el tratamiento a aplicar al sujeto sobre todo en cuanto a su
menor o mayor peligrosidad y considerar su opinión sobre “la justicia o injusticia de
su acción”. Por regla general sucede, en la mayoría de los criminales, que ellos no se
sienten valiosos sino simplemente como “moneditas de prisión” y esto debe tomarse
sólo en cuenta para el tratamiento criminológico a aplicar.

29
Bien dice nuestro profesor Ch. Debuyst que la actitud terapéutica debe consistir en
hacer admitir a los criminales que su comportamiento criminal es ‘socialmente
anormal’ y que existe un problema que lo toca personalmente para su futuro, es
decir, para el posible encuentro con la reincidencia. Partiendo de allí es necesario
permitirle al criminal que evolucione y se integre progresivamente en presencia de
los demás hombres a la corriente de la vida en comunidad. Se tratará, sin duda,
precisa Ch. Debuyst, de definir las técnicas propias que permitan alcanzar tal fin y
que no son ni serán sino complejas. Consideramos que es difícil que el criminal
acepte que su comportamiento es anormal, pero que sí debe aceptar que existe un
problema que lo toca personalmente y sobre todo en su futuro: la posible
reincidencia.

En el aspecto social hay que precisar la visión del criminal ante el matrimonio, el
celibato y el divorcio. La cifra de los célibes es alta. Respecto al matrimonio la visión
del criminal es mala ya que lo conciben con repugnancia. Repugnan también el
subordinarse a un valor familiar y rechazan el poder organizarse en forma duradera;
incluso está el criminal profesional que tiene sus “propias normas sobre la propia
criminalidad”; y que ve en sus actos criminales solamente “un trabajo que debe
realizar en una situación concreta”.

En cuanto a los valores sociales generales, en la hora actual, los criminales están
más integrados a la vida social que en tiempos pasados, cuando el criminal no vivía
en los burgos y ciudades sino en los bosques y en descampado. Conviene también
fijarse en el valor del argot y del tatuaje dentro de esta sociedad en la que se
encuentra el criminal. El tatuaje y el argot son, en cierta forma, rechazo de las
normas sociales generales. Por lo regular el criminal se opone a los valores sociales
y se adhiere a un código especial suyo. Tiene reglas prácticas como, por ejemplo, “la
ley del silencio” y las reacciones brutales que dan lugar a arreglos de cuentas por la
delación. Esto se ve muy a menudo en las bandas de motociclistas de criminales
habituales.

En cuanto a las actitudes escolares, hay que considerar que hay mayor número de
iletrados en la población penal que en la población general, en la criminalidad es casi
negativa la escuela secundaria, por la fuente sub-proletaria de la criminalidad. Pero
esto es también válido para la población general del ser humano en el planeta Tierra.
Pero hay en el criminal repugnancia al trabajo regular y sostenido. El criminal es
hedonista: Ve con horror el esfuerzo. Es buscador de la vida de fiestas y frecuenta, -
en estado de libertad-, los lugares de entretenimiento. El problema de la pereza es
grave en los criminales: Ellos tienen falta de aprendizaje, de vigilancia educativa, de
inacción, inhibición, dimisión, oposición, desinterés y astenia. La práctica religiosa es
casi nula, abundan en las supersticiones. Tienen cierta indiferencia frente a los
valores espirituales que se sitúan en la línea de su ausencia de subordinación a los
valores familiares y sociales. Pero esto hoy en día es también válido cada vez más
para el no criminal por lo cual hay que evitar el aumento de la anomia social y así el
tratar de que no aumente el número de los criminales.

V. Los Tipos Criminales.-


30
En cuanto a las características de la Personalidad criminal a partir de los diferentes
tipos de criminales, hay que distinguir los siguientes tipos: Unos son los criminales de
tipos definidos; y otros son los del grupo de los criminales no definidos como tipos
concretos y específicos.

Los tipos criminales de tipos definidos son:

1) Los criminales enfermos mentales, que son jurídicamente inimputables, pero que
criminológicamente deben ser examinados por el psicólogo clínico y el psiquiatra,
para la acción del tratamiento. 2) Los débiles mentales, que se estudian junto con los
criminales enfermos mentales a pesar de no ser enfermos mentales propiamente
dicho y que son clasificados en idiotas, imbéciles, débiles y débiles ligeros: los dos
primeros son jurídicamente inimputables y los otros dos jurídicamente imputables. 3)
Los caracteriales, que son imputables y que tienen características personales reales
que recuerdan la enfermedad mental que le es correspondiente. Entre estos están
los esquizoides, los cicloides, los epileptoides, los paranoides. 4) Los Psicópatas, o
sea, los situados en el trastorno de la personalidad antisocial Tipo III, también
llamados por algunos criminólogos, Perversos constitu-cionales.

También se establece una clasificación de criminales fuera de los tipos definidos, de


la siguiente manera: 1) El Criminal Profesional y 2) Los Ocasionales, clase esta
última que se subdivide criminológicamente, a su vez, en: a) Los Crimina- loides. b)
Los pseudo-criminales y c) Los pasionales.

Los débiles mentales, los caracteriales, los trastornados de la personalidad antisocial


Tipos II, y la criminalidad emocional o afectiva, son todos imputables, y son los más
numerosos de la criminalidad toda. En psicología patológica se puede constatar en
ciertos sujetos una tendencia anormal que está desarrollada y que se puede
presentar en forma exagerada hasta el punto de dominar la personalidad.

Los llamados criminales desequilibrados psíquicos son los que forman el grupo de
los caracteriales, estudiados ahora desde un punto de vista criminológico. La
definición de los caracte-riales es precisada clásicamente, al comparar la
personalidad del sujeto con los enfermos mentales propiamente dichos y que los
recuerdan: Así, al lado del esquizofrénico existe el esquizoi-de y. al lado del
paranoico está el paranoide, al lado del epiléptico está el epileptoide y al lado del
enfermo bipolar o psicótico maníaco-depresivo está el cicloide.

Mientras el enfermo mental sufre en su enfermedad de un proceso evolutivo, al


contrario, el caracterial presenta un status permanente. El rasgo esencial del
caracterial es un desequi-librio psíquico compatible con la lucidez intelectual y que se
traduce sólo en trastornos de la conducta y estos trastornos evocan los síntomas de
las grandes enfermedades mentales y por eso muchos establecen una gradación
insensible de menos a más entre el caracterial y el enfermo mental correspondiente.
Así mismo, se habla de una gradación entre el equilibrado y el caracterial. En esta
perspectiva se sitúan también los trastor-nados ligeros del carácter.

31
Los tipos principales de los caracteriales son descritos como hemos dicho desde el
punto de vista de las grandes enfermedades mentales, ya que ellas orientan la
observación de los sujetos que están afectados en una línea que recuerda el
comportamiento psicótico correspondiente.

También de la distinción patológica entre psicosis y neurosis se pueden discernir


trastornos en orientación psicótica o neurótica. Orientación psicótica: Las psicosis
entrañan una alteración de las funciones psíquicas como el control de uno mismo,
del juicio y de la auto-crítica y la tenencia de la conciencia en estado mórbido. Entre
las psicosis se separan aquellas engendradas por factores orgánicos (psicosis
orgánicas) como la demencia senil; y están también todas aquellas otras resultantes
de causas y mecanismos que no están suficientemente elucidados y que parecen
respetar la estructura anatómica y fisiológica del cerebro cortical (psicosis
funcionales), siendo, al lado de estas dos, la epilepsia merecedora de una atención
aparte y especial.

Los trastornos del carácter se refieren a tres grandes psicosis funcionales: La


esquizofrenia que produce el delirio, el autismo y la disociación, que constituyen sus
rasgos más significativos. La enfermedad se caracteriza por un debilitamiento
particular en forma de disociación de las funciones mentales, a menudo marcadas y
reveladas por la fuga de los contactos sociales, la rigidez, la falta de plasticidad, la
vulnerabilidad, la labilidad, el egocentrismo, la indiferencia afectiva alternando con la
agresividad, la ausencia de relación afectiva con las demás personas.

Cabe observar que el criminal tipo II y el psicópata criminal tipo III, tienen las mismas
afecciones básicas de la agresividad, del egocentrismo, la labilidad y de la
indiferencia afectiva pero sin llegar a la enfermedad mental de la psicosis: No hay
delirio y no hay autismo, propiamente dicho. Se nota en el terreno de la esquizofrenia
el desinterés por el medio familiar, el miedo a las ocupaciones ordinarias del medio
social y de las ocupaciones habituales, la desadaptación a la vida cotidiana, la
ambiva-lencia, tan propia de la labilidad, el ensueño mórbido y la indiferencia afectiva
cercana al autismo. En medio de la calma del autismo y de la indiferencia afectiva,
puede estallar un drama psíquico que puede generar a menudo, por ejemplo, hasta
un parricidio sin existir razón afectiva alguna, seguido por el escarnecimiento sobre el
cadáver.

En las formas agudas de la esquizofrenia aparece la catatonia donde la falta de


contacto con el mundo exterior parece total. La catatonia es el síndrome
esquizofrénico con rigidez muscular y estupor mental y algunas veces también
acompañado de una gran excitación muscular. Por supuesto, es difícil que en un
estado claro de catatonia se produzca un crimen, pero sí se puede producir éste
como consecuencia en las colas de las manifestaciones catatónicas.

Al esquizofrénico corresponde en su caso, el esquizoide caracterial que es el sujeto


imaginativo caracterizado por el aislamiento del mundo exterior. Es un soñador de
modo impresionable e indiferente al humor encerrado en sí mismo y de una
sociabilidad poco laboriosa. El esquizoide caracterial se hace criminal
32
excepcionalmente, pero su inactividad puede llevarlo al crimen cuando en su
imaginación se entrañan sucesos complicados y aventureros.

Algunos ven en la paranoia o delirio crónico una forma específica de la esquizofrenia,


lo cual parece incorrecto, en tanto que otros, más certeramente, la ven como una
enfermedad mental funcional distinta y autónoma. En la paranoia la conducta de fuga
y de retiro se tiñe de sorpresas, los delirios son estructurados y sistemáticos; el
intelecto no está tocado salvo en lo que respecta al tema delirante concreto de que
se trate. Este se centra en el delirio de persecución o en el delirio de grandeza y
puede acompañarse de alucinaciones o revestir un carácter serio pero con falsas
interpretaciones. Entraña variaciones criminológicas diversas desde la simple
procesividad hasta el homicidio mismo: A este propósito conviene mencionar la
erotomanía o ilusión delirante de ser amado, fuente del despecho homicida e
igualmente el delirio de celos fuente también de homicidios como el de Otelo en
Desdémona. A la paranoia delirante corresponde el espíritu falso, celoso, vindicativo.
El sujeto de orientación paranoica comete crímenes de agresividad para vengarse de
lo que considera vejaciones y persecuciones. Él sujeto puede así mismo hurtar o
robar, sea por venganza y está pronto a tirar enseguida el producto del crimen.
Puede estar también implicado en homicidios apasionados o en crímenes políticos
de grave entidad objetiva.

La psicosis maníaco depresiva, o bipolar, resulta tener dos síndromes diferentes que
van en conjunción alternativa, son la manía y la depresión que parecen dos aspecto
de la misma estructura mental y que son susceptibles de alternancias. En la
excitación maníaca el enfermo hace prueba de exaltación y puede presentar también
excitación amable. Pero si se le contraría puede aparecer colérico y destructor. Es
hablachento, hiperactivo, rápido en su elocución. Presenta un nivel moral de ideas
caracterizado por indiscreciones, tiene tendencias alcohólicas y sexuales. Se radica
en la falta de escrúpulos y el egoísmo brutal. En el polo opuesto está la hipofunción
moral que radica en la depresión melancólica. En ésta, el sujeto está ansioso,
preocupado y muy a menudo desesperado. Su estado puede llevarlo al suicidio y al
homicidio-suicidio. Hay formas agresivas de la melancolía: al comienzo del acceso y,
sobre todo, cuando la depresión comienza a desaparecer. Al maníaco depresivo
ciclotímico corresponde caracterialmente el intermi-tente caracterizado por
variaciones de la actividad. Es el sujeto que está alternativamente excitado o
deprimido. En las fases de excitación, en particular, está pronto a rebelarse contra la
autoridad y comete ultrajes a las personas, produce actos violentos, golpes y heridas,
roturas de cosas y de puertas, ventanas y cerraduras, etc. El cicloide es el caracterial
de la psicosis bipolar.

En los trastornos de la epilepsia pueden encontrarse crisis convulsivas que se


caracterizan por un estado de impulsividad latente que abre las puertas a los ultrajes
públicos al pudor, agresiones sexuales, hurtos y tentativas de homicidio u homicidios
propiamente dichos. Estos actos contrastan en general con la conducta ordinaria del
sujeto. Los sujetos también son amnésicos. En el período post-paroxístico se expone
el sujeto a extravíos, a sugestiones y a inclinaciones brutales, a excesos de
sonambulismo y de automatismos post-paroxísticos en los cuales son cometidos
33
atentados en los lugares públicos o privados, con gestos obscenos, atentados al
pudor y de tentativas de homicidio u homicidios propiamente dichos. El sujeto se fuga
y hace largos viajes patológicos. Este período puede revestir el aspecto de una
excitación y de una manía furiosa súbita. Son frecuentes también los paroxismos de
la epilepsia, que preceden a las crisis convulsivas, estados automáticos de
suspensión de la conciencia con viajes inopinados, excentricidades o de criminalidad
especializada. Hay también accesos convulsivos de raptus coléricos, fugas, y de las
impulsiones que pueden surgir en plena conciencia. El fondo mental del epiléptico se
caracteriza por la viscosidad: por una lentitud en las expresiones, de pensamientos
pegajosos y una sociabilidad aglutinante y tenue, rota de tiempo en tiempo por
momentos hostiles. Este fondo mental del epiléptico explica la espontaneidad, la
intermitencia y el contraste paradoxal de ciertas manifestaciones criminales.
Presenta el enfermo pasa-jes de bondad y de ferocidad que van del genio a la
estupidez.

Al epiléptico corresponde el tipo caracterial del epileptoide o impulsivo, sujeto


colérico, violento, viscoso, en el cual se reencuentran analogías con el fondo mental
del epiléptico. Su actividad es habitualmente pesada, tenaz, lenta y pegajosa. Es
sereno y reacciona normalmente con violencia a la contra-riedad.

Por otra parte, existen los trastornos del carácter de orientación neurótica o
neuropática: Son de carácter nervioso donde la personalidad no está alterada en sus
funciones psíquicas esenciales. En las neurosis el enfermo manifiesta sus trastornos
caracteriales muy parecidos a los mórbidos y patológicos. El psicoanálisis ha
insistido en la existencia de criminales neuróticos y en función de supuestos móviles
inconscientes, y fundados “en un sentimiento de culpabilidad”.

El neurótico es inhibido por sus engolfamientos pero generalmente no se hace


criminal. El neurótico-obsesivo se contrae a preocuparse en un acto fútil e irracional.
Son neurosis las diversas formas de neurastenia, neurosis de angustia, hipocondrías,
neurosis de miedo, histéricas, de angustia, de fobia, de ideas fijas y la neurosis
obsesional.

Corresponden a las neurosis, los trastornos de las conductas siguientes: 1) La


neurastenia en la cual la sensibilidad resulta acrecida por los excitantes exteriores: y
la fatiga del sistema nervioso que se hace anormal, correspondiendo al psicasténico.
El sujeto es indolente, inerte, mal adaptado a las exigencias del trabajo, inestable y
tiene incapacidad de previsión. Su destino ordinario es el vagabundaje, la
homosexualidad utilitaria y la prostitución. 2) Los neuróticos que sufren crisis de
angustia, son sujetos que presentan miedos súbitos, ansiosos y de confusión mental,
agitación y de reacciones de fugas, el sujeto es un hiperemotivo que se adapta
difícilmente a las circunstancias imprevistas o a un medio nuevo, es ocasionalmente
un criminal; se recuerda el caso del niño que no quiere ir al lado del padre por miedo
al castigo, que es mentiroso y que disimula y puede llegar al vagabundaje, o sea, a
“niño de la calle”. 3) Al histérico con sus crisis dramáticas, corresponde el mitómano
de exuberante imaginación que se pone al servicio utilitarista y comete estafas,
calumnias, difamaciones, injurias, simulaciones de agresión, atentados al pudor. 4) El
34
obsesivo, indeciso, escrupuloso, de impulsiones afectivas, cleptomaníaco, sexual,
piromaníaco.

Al lado de las neurosis están las perversiones instintivas imputables, que se deben
entender como las anomalías constitucionales de tendencias del individuo
consideradas en su actividad moral y social; y ellas se reportan 1) al instinto de
conservación, 2) al instinto de propiedad, 3) a los instintos de personalidad, 4) al
instinto de reproducción y 5) al instinto de asociación.

1) Instinto de conservación. A éste se relaciona tanto la alimentación, como la


posesión de bienes materiales y morales y la existencia y manifestaciones
exageradas de la personalidad en su importancia, su extensión y su duración
(egocentrismo, ambición, orgullo, vanidad, etc.). El estudio de las desviaciones de
orden alimentario no entra sino parcialmente en el cuadro de las perversiones
instintivas y se observa ésta, en todo caso, en los perversos instintivos afligidos de
debilidad mental, de alteraciones variadas de voracidad, glotonería, de bulimia por
exceso y en anorexias verdaderas o simuladas y de alimentación a hurtadillas e
ingestión de cuerpos extraños. Una situación importante hay que darle a la gula. El
instinto de sed en los mismos sujetos puede presentar anomalías múltiples, en
particular de gustos relativos, bizarros o repugnantes como la ingestión de orina y la
coprofagia como desviación en el instinto de alimentación. A las perversiones del
apetito se relacionan tendencias obsesivas e impulsivas al uso de sustancias
psicotrópicas, bajo la forma de inhalación, tomas o ingestión oral de drogas y de
inyecciones subcutáneas de las mismas. Hay que agregar las toxicomanías (éter,
hidrato de cloral, opio y sus derivados, la cocaína, el haschisch, etc.). Estos
envenenamientos en forma crónica exageran los trastornos del carácter y de la
personalidad. La más común de estas perversiones es el alcoholismo que confina al
vicioso a la dipsomanía y al alcoholismo crónico.

2) Las perversiones del instinto de propiedad, se revelan primariamente por defecto:


aparecen ellas en la prodigalidad, a menudo ligada a la debilidad mental, de la cual
las formas más raras son las oniomanías (manías de compra) de donromanía o
prodigalidad (manía de regalos). Ellas también se revelan por desviación y aquí se
puede mencionar el coleccionismo, asociado a veces a ciertas variedades de
fetichismo que se pueden observar en los cleptómanos impulsados a los hurtos
especializados. Las anomalías por exceso del instinto de propiedad, llevan a
considerar la avaricia que conduce raramente a la criminalidad, porque el avaro le
teme generalmente al riesgo, a menos que se trate raramente de un sujeto lábil. Un
tipo particular de avaricia está representado por el mendigo atesorante. Otra
anomalía por exceso del instinto de propiedad es la codicia; a diferencia de la
avaricia que es una pasión de ansia posesiva, la codicia es defensiva, conservadora
y timorata, y es una pasión negativa; la avaricia es agresiva, dispositiva y temeraria.
Ella empuja al sujeto a diferentes formas de atentados contra la propiedad. La pasión
del juego resulta en ciertos desequilibrados de la asociación de la prodigalidad y de
la codicia con la imprevisión y se manifiesta en el gusto a los juegos de mesa y
garitos y al apetito de emociones y a la impulsividad del carácter.

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3) En lo que concierne al sentimiento o instinto de personalidad el sujeto busca
afirmarse y a deslumbrar por su actividad en medio de sus semejantes. Se puede
observar, en primer lugar, su ausencia y su suficiencia excesiva. En la ausencia
quedan los sujetos tímidos, escrupulosos, dubitativos, deprimidos; se presenta
también en su desviación negativa la tendencia al suicidio que es relativamente rara.
Al lado opuesto de estas anomalías por defecto y por desviación que perjudican más
al mismo sujeto que a la sociedad. Hay que notar las anomalías por suficiencia
excesiva que son de gran interés para la Criminología: el orgullo y la vanidad. Al
orgullo se relaciona la constitución paranoica y a la vanidad la mitomanía, cuyas
manifestaciones de atentados se concretan en las fanfarro-nerías y en el hábito a lo
fantástico, la auto-acusación y hetero-acusación criminales y a la fabulación y
simulación de atentados o de enfermedades. Un cierto número de fabuladores y
simuladores se presentan como accidentes histéricos.

4) Los instintos de reproducción se concretan en la exageración del instinto sexual


que es representada por el erotismo (que es conveniente distinguir de la excitación
genital de origen local: la satiriasis, que lleva a menudo al hombre a situar
pasivamente a la mujer y a los niños en los ultrajes y atentados al pudor, a las
sevicias, a la violación, e incluso, al homicidio. Bajo una forma aguda el instinto de
reproducción puede determinar verdaderas borracheras eróticas de furor sexual. El
lado opuesto, es decir, la insuficiencia sexual o frigidez es desde el punto de vista
criminológico menos interesante. Las desviaciones del instinto sexual son desde el
punto de vista criminológico las más importantes (la inversión sexual, la
homosexualidad, el uranismo (mente femenina en cuerpo de varón y la mente
masculina en cuerpo de mujer). La bestialidad, la necrofilia, el sadismo, el
masoquismo, el fetichismo, el onanismo, etc. Se pueden agregar las perversiones del
instinto maternal, cuyas manifestaciones más importantes son el infanticidio y el
aborto. También las perversiones del instinto paternal, que se expresan en las
violaciones a las hijas, las negaciones de la paternidad y al desconocimiento de los
ligámenes de los deberes de familia.

5) El instinto de asociación: De él se deriva el instinto de simpatía que puede ser


exagerado, como todos los instintos, insuficiente, nulo y también invertido. a) la
exageración del instinto de asociación conduce a aberraciones de la conducta ligada
a un sujeto particular de animal (zoofilia). b) La ausencia se caracteriza por la
indiferencia afectiva y moral cuya importancia en criminología es fundamental. c) la
nulidad se presenta en la frialdad del sentimiento de simpatía que aparece, sobre
manera, como rasgo, en el perverso constitucional o psicópata. d) La inversión de
disposiciones afectivas de asociación anormal del individuo respecto a sus
semejantes es designada con el nombre de malignidad constitucional. Propia
también como rasgo del psicópata. Ella pulsiona al individuo a hacer sufrir a sus
semejantes, física y moralmente, a destruir su bienestar, su salud y hasta la vida. La
malignidad se inscribe en una tendencia más amplia, se inscribe en el instinto
desviado de destrucción. Las manifestaciones más comunes de la malignidad
constitucional son, entre otras, el envenenamiento, individual o colectivo, y el
incendio. Ella puede asociarse también a la tendencia a la mentira, a la fabulación y
a la simulación, muy frecuentes en los débiles mentales. La ausencia del instinto de
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asociación determina las diferentes variedades de la malignidad psicopática en su
forma más simple que es la mitomanía maliciosa que se expresa por la mitificación.
Además se presenta la manifestación de la malignidad de la codicia que es
especialmente peligrosa por sus efectos. d) Al lado de la malignidad hay que señalar
la tendencia a la oposición, traduciéndose ésta por reacciones contrarias a la
tendencia de la imitación. Ella se expresa en el adulto por la desobediencia y la
indocilidad y más marcada-mente por el espíritu de discusión, de resistencia, de
contradic-ción, de indisciplina, de revuelta y de rebelión (negativismo). Y a la inversa,
la pasividad, la sugestividad, la incapacidad de toda iniciativa personal, la sumisión a
la influencia de otros, la necesidad constante de dirección y de tutela extraña,
caracte-rizan la exageración de la tendencia a la imitación.

El Psicópata o Perverso constitucional: Puede recordarse que el estudio de la


llamada personalidad psicopática se comenzó en el plano científico con la teoría
constitucional del Perverso del psiquiatra alemán Emil Kraepelin (1856-1926).
Históricamente, con ella el aproche psiquiátrico sustituyó radicalmente con esta tesis
la teoría antropológica de la criminalidad atávica de Lombroso.

La evolución contemporánea se caracteriza por la aparición del concepto de


personalidad psicopática en la cual ha incursio-nado también la criminología
psicoanalítica. Se ha hablado por los psicoanalistas haberse constatado en primer
lugar, la existencia de grandes perversos, irreductibles, y también la existencia de
pequeños perversos reductibles y que todas las gradaciones pueden existir desde la
malignidad hasta la total indiferencia afectiva moral. Pero debemos insistir y decir, al
contrario, que el psicópata es un criminal irreductible. Se ha dicho también bajo la
influencia del psicoanálisis que se puede hablar de perversiones ocasionales que son
perversiones intencionales y electivas, porque ellas retroceden y se vuelven directa o
indirectamente al objeto de la animosidad. Se dice que son reaccionales porque
retroceden por la corrección espontá-nea o deliberada del conflicto original. Se dice
que ellas son condicionales en razón de la instantaneidad de aparición y de su
reabsorción según que el conflicto se agrave o se distienda. Se agrega que ellas
autorizan a hablar de sujetos perversos menores que se pueden oponer al perverso
propiamente dicho, pero nada en concreto se ha podido comprobar de este tema
ofrecido por el psicoanálisis. Al respecto hay que insistir en que el psicópata es
verdaderamente irreductible y que el resto es una cuestión sólo de léxico.

Mientras el concepto de perverso constitucional aparecía en Europa, los


norteamericanos construyeron sobre bases no constitucionales el concepto de
personalidad psicopática. Según Levine (1940) los psicópatas no alcanzan la
maduración; pero su salud mental es buena. No sufren de psicosis ni de neurosis
pero son crueles y se aplican al gozo a corto tiempo. Ensayan a resolver sus
conflictos con la exteriorización de sus conductas y se caracterizan por los rasgos
siguientes: Egocentrismo, incapacidad de tener en cuenta las lecciones de la
experiencia: inestabilidad emocional y falta de persistencia en el trabajo. Carácter en
el que no se puede confiar y espíritu desconfiado. Clecksley los considera atrayentes
en apariencia, hábiles, de fácil palabra, que no hacen caso a la verdad o al honor,
crueles al máximo, desprovistos de todo sentimiento altruista, carentes de
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vergüenza, de afectividad muy pobre, presentando, incluso, anomalías sexuales.
Catell describe el síndrome clínico del psicópata por las calificaciones siguientes:
Deshonesto, impulsivo, inconstante, parcial, en el cual no se puede confiar y que se
acerca al imbécil moral descrito desde hace mucho tiempo por los psiquiatras.

En 1809 el francés Philippe Pinel describió el concepto que él llamó “Locura sin
delirio” para designar un patrón de conducta caracterizado por la falta de
remordimientos y la ausencia completa de restricciones. Pinel describió a pacientes
que realizaban actos arriesgados e impulsivos, a pesar de ser racionales y de
conservar intactas sus habilidades cognitivas. En 1835, J.C. Pritchard definió lo que
él llamó “Locura Moral” como una forma de perturbación mental en la cual parece no
haber una lesión en el funcionamiento intelectual y cuya patología se manifiesta en el
ámbito de los sentimientos, el temperamento y los hábitos. Este psiquiatra inglés
explicó que en casos de esta naturaleza los principios morales o activos de la mente
están extrañamente pervertidos o dañados y que no existe en el sujeto un poder de
auto-gobierno moral, y por ello se hace incapaz de conducirse con decencia y
propiedad en los diferentes aspectos de la vida.

El psicópata no puede tener empatía con nadie y él no siente remordimiento alguno


por el mal que hace, por eso interactúa con las demás personas como si éstas fueran
“objetos cualesquiera” y que son utilizadas para conseguir sus objetivos y la
satisfacción de sus propios intereses sin tomar en cuenta la personalidad del prójimo.
Podría pensarse que esto es exagerado, pero necesariamente los psicópatas tienen
que causar sólo y necesariamente daños y es cierto que si hacen algo en beneficio
de alguien o de alguna causa, aparentemente altruista, es solamente por el egoísmo,
por la búsqueda del posterior interés propio, por el único y exclusivo beneficio que el
psicópata pueda obtener. La falta de remordimientos radica en la cosificación que
hace el psicópata de la víctima o de cualquier persona, o lo que es lo mismo, se
caracteriza por el hecho de quitarle al otro los atributos de persona y luego sólo
valorarlo como cosa y esto es uno de los pilares básicos de la estructura psicopática.
Los psicópatas tienden a crear códigos propios de comportamiento por lo cual sólo
sienten culpa al infringir sus propias reglas y no los códigos comunes de la sociedad.
Sin embargo, estos sujetos tienen nociones claras sobre la mayoría de los usos
sociales que ellos no aceptan y desprecian, por lo que su comportamiento puede
llegar a ser adaptativo y pasar inadvertidos, como el camaleón, para la mayoría de
las personas del conglomerado social.

Además los psicópatas tienen como otra característica el tener necesidades


especiales y formas atípicas de satisfacerlas que en general implican cierta
ritualización. El acto psicopático hacia el otro se configura mediante la necesidad del
psicópata y de su código propio que desde su propio punto de vista lo exime del
displacer interno. El problema de las necesidades de los psicópatas es que al no ser
compartidas por el grupo social, no pueden ser comprendidas ni generar simpatías,
por situarse fuera de las leyes de la costumbre y del bien común de la colectividad, y
que es sentida con la fuerza que impele al individuo a la acción.

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Además, los psicópatas tienen un marcado y alto egocentrismo, que es intrínseco a
este desorden. Esto implica que el psicópata trabaja siempre para sí mismo por lo
que cuando da es porque está manipulando o esperando recuperar esa inversión a
futuro con ganancias. Otra nota común es la sobrevaloración de su persona, que lo
lleva a una cierta mega-lomanía y a una hipervaloración de su capacidad de
conseguir las cosas y de la empatía utilitaria que consiste en una habilidad para
captar la necesidad del otro y utilizar esta información para su propio beneficio, lo
que constituye una mirada en el interior del otro para saber de sus debilidades y
obrar sobre él para manipularlo.

La existencia de la persona psicopática no se restringe solamente a la cuestión del


asesino en serie, que es aquel sujeto que comete sucesivamente tres o más
asesinatos en continuidad con lagunas sólo temporales intermedias, tal como lo ha
sugerido el estereotipo más extendido en nuestra sociedad acerca del psicópata. Se
dice que se puede ser asesino en serie sin ser psicópata, lo cual parece
contradictorio.

El psicópata puede ser aparentemente una persona simpática y de expresiones


sensatas como si estuviera hablando en un idioma distinto y que, sin embargo, no
duda en cometer un crimen cuando le conviene o, simplemente cuando así lo quiere
haciéndolo sin sentir remordimiento alguno. La mayoría de los psicópatas cometen
crímenes y no dudan en mentir, manipular, engañar y hacer daño para conseguir sus
objetivos sin sentir culpa alguna. El psicópata es un parásito cruel sin sentimiento
altruista alguno.

Hace algún tiempo se planteó el dilema sobre si una personalidad de este tipo es o
no imputable a pesar del hecho de ser una persona sádica, violadora, secuestradora,
estafadora, o realizadora de cualquier actividad altamente criminal; y la conclusión a
que se ha llegado es que son imputables dado que la persona mantiene conciencia
de sus actos y hasta puede evitar cometerlos y si los comete es porque así lo desea
o lo quiere o le favorece de alguna manera: No hay, pues, un determinismo criminal
en el psicópata: éste no es una máquina que actúa sólo por el placer de causat
agravios. La psicopatía no puede, y menos aún, obviamente oficiar de atenuante de
crimen alguno, aunque sí servir, más bien de agravación. Esto quiere decir que
tienen responsabilidad y plena culpabilidad, según afirman los penalistas y la
absoluta mayoría de los criminólogos.

Es importante saber que la psicopatía es incorregible aunque algunos han tratado de


usar fármacos antipsicóticos para tratar de reducir la impulsividad y lograr la
readaptación conductual, o sea, buscando que el psicópata se haga una persona de
disciplina socialmente aceptable. Pero las terapias de readaptación ordinarias no son
eficaces, así como tampoco las fármacológicas. Dada su incapacidad de empatizar y
siendo que la empatización hacia las víctimas es el pilar principal de todo proceso de
rehabilitación social por el que deben pasar los criminales, la rehabilitación de los
psicópatas se basaría falsamente en el propio y exagerado egocentrismo y en la
inflexible indiferencia afectiva del sujeto, siendo difícil fomentar entonces una

39
conducta que reporte beneficios a otros y evite así las sanciones en que incurra el
criminal psicópata.

Actualmente se ha desarrollado un escáner que lee la zona del cerebro que contiene
nuestras intenciones antes de ser realizadas y se baraja la posibilidad de usar dicho
escáner para descubrir los casos de psicopatía. Este escáner o tomografía por
emisión de positrones (PET en sus siglas en inglés), se basa en un positrón que en
física es una partícula elemental de carga eléctrica igual que la del electrón, pero
positiva, o sea, que es la antipartícula del electrón. Con la tomografía se busca leer la
actividad del cerebro ante determinados estímulos. Se observa que los estímulos
relacionados con la empatía se encuentran ausentes en el importante lóbulo pre-
frontal del cortex en el caso de los psicópatas; y por lo que se sabe de neurología, el
lóbulo pre-frontal es el que realiza el mecanismo principal de nuestros razonamientos
morales y en el caso del psicópata se halla inactivo ante un estímulo que sugiera
empatía hacia terceras personas.

Los psicópatas muestran menor actividad en áreas del cerebro relacionadas con la
evaluación de las emociones vinculadas a las expresiones faciales, señala un estudio
publicado en el British Journal of Psychatry. En particular los psicópatas son menos
receptivos en la expresión del rostro que manifieste temor como sí lo hacen las
personas armónicamente sanas. Según los expertos, esto puede explicar, al menos
parcial-mente, la conducta psicopática.

El trastorno psicopático produce una conducta anormalmente agresiva y gravemente


irresponsable que, según el doctor Hervey Clecksley determina una serie de
características clínicas descritas en su libro “The mask of sanity: An attempt to clarify
some iissues about the so called psycopatic personality”. Se incluyen las siguientes
características: Encanto superficial e inteligencia despierta. Ausencia de delirios u
otros signos de pensamiento irracional. Ausencia de nerviosismo o manifesta-ciones
psiconeuróticas. Escasa fiabilidad. Falsedad o falta de sinceridad. Falta de
remordimiento o vergüenza. Conducta antisocial sin un motivo o móvil que la
justifique o la explique. Juicio deficiente y dificultad para aprender de la experiencia.
Egocentrismo patológico e incapacidad de amar. Pobreza generalizada en las
principales relaciones afectivas. Pérdida específica de la intuición. Insensibilidad en
las relaciones interpersonales generales. Conducta extravagante y desagra-dable
bajo los efectos del alcohol y a menudo sin él. Amenazas de suicidio muy raramente
consumadas. Vida sexual imper-sonal, frívola y poco estable. Incapacidad para
seguir cualquier otro plan de vida distinto al propio.

Para el doctor Robert Hare, investigador que realizó también estudios sobre el
trastorno del psicópata criminal, los criterios que definen a la personalidad
psicopática pueden evaluarse sobre una lista de veinte características denominadas
Psycho-pathy Checklist (PCL). Estas descripciones tuvieron como base el trabajo de
Clecksley para determinar la psicopatía a través de una serie de síntomas
interpersonales, afectivos y conduc-tuales.

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Los síntomas que exhiben los psicópatas son, según Robert Hare, los siguientes: 1)
Gran capacidad verbal y encanto superficial. 2) Auto-estima exagerada. 3) Constante
necesidad de obtener estímulos y por ello tendencia al aburrimiento. 4) Tendencia a
mentir en forma patológica. 5) Comportamiento malicioso y manipulador. 6) Falta de
culpabilidad o de cualquier tipo de remordimiento. 7) Afectividad frívola con
respuestas emocionales superficiales. 8) Falta de empatía, crueldad e insensibilidad.
9) Estilo de vida parasitario. 10) Sujeto falto de control sobre su conducta. 11) Vida
sexual promiscua. 12) Historial de problemas de conducta desde la niñez.13) Falta
de metas realistas a largo plazo. 14) Actitud impulsiva. 15) Comportamiento
irresponsable. 16) Incapacidad patológica para aceptar responsabilidad de los
propios actos. 17) Historial de muchos matrimonios de corta duración, si es que el
psicópata contrae matrimonio. 18) Tendencia desde temprano hacia la criminalidad o
por haber dado muerte a muchas personas en combate durante la guerra (por ej., el
caso de Michele Corleone el hijo del “Padrino”.19) Sujeto apto para la revocación a la
libertad condicional que se le pueda acordar; y 20) Sujeto capaz de adaptarse con
facilidad y rapidez a diversas funciones y de genio o carácter voluble e inconstante,
es decir, lábil de gran versatilidad para la acción criminal.

Robert Hare estima que un 1% de la población general es psicópata. Otras


estimaciones establecen que las cifras llegan al 6% de la población general. Pero
estas cantidades dependen mucho de la anomia social, en cuya base la psicopatía
se dispara rápidamente en el pasaje al acto. La anomia es un estado que surge
cuando las reglas sociales se han degradado o directamente se han eliminado y ya
no son respetadas por los integrantes de una comunidad. La anomia es la falta de
normas o la incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo
necesario para lograr normalmente las metas sociales. Se trata de un concepto que
ha ejercido gran influencia en la teoría sociológica contemporánea. También ha
ofrecido una de las explicaciones más importantes de la conducta desviada.

Tipos de relaciones que establecen los Psicópatas: A pesar de que el psicópata no


concibe al resto de la población como personas, él establece, sin embargo,
relaciones y vínculos que suelen ser de tres tipos: Vínculos asociativos, que se
producen cuando un psicópata entra en contacto con otra persona para obtener un
objetivo común (bidireccional) pero siempre bajo la regla o la finalidad buscada por el
psicópata. Vínculos tangenciales, cosa que ocurre cuando el psicópata encuentra
una víctima ocasional en un encuentro puntual, donde utiliza sus tácticas coercitivas
de manera temporal. Vínculos bidireccionales, la seducción es la base que permite el
acto psicopático y se produce mediante una transferencia bidireccional donde la
propuesta del psicópata puede encontrar eco en las apetencias del otro, dado que
una característica fundamental de la personalidad psicopática es la habilidad para
captar las necesidades de la víctima. Este mecanismo se articula cuando el
psicópata convence al otro de que él es infinitamente necesario para suplir
necesidades irracionales que él no puede detallar o simplemente no detalla. En la
seducción el psicópata necesita que el otro esté de acuerdo, para lo cual usa la
persuasión y el encanto, lo cual es bidireccional, hay un consentimiento por parte de
la otra persona, a diferencia de lo que ocurre en las relaciones tangenciales donde el
psicópata actúa unidireccionalmente mediante la violencia que constituye una
41
agresión, es decir, desde una posición de poder. Aquella bidireccionalidad pudiera
ser debida a que la mayoría de los psicópatas son conscientes de las consecuencias
de sus actos, sin la existencia de las cuales podrían actuar con total libertad.

La personalidad del perverso puede verse desde el exterior, o sea, se observa que el
perverso presenta anomalías cualitativas y cuantitativas de la afectividad: Malignidad
mórbida. El sujeto de malignidad mórbida es el que se puede calificar propiamente
de perverso: Se puede definir como inafectivo, insincero, inintegrable, inmoral,
inimtimidable y cruel y que hace el mal por placer. Las manifestaciones de la
perversidad moral en el psicópata son precoces y polimorfas: con vicios diversos,
trastornos de conducta, reacciones antisociales y manifestaciones de crueldad
extremas.

Para poder individualizar al psicópata es necesario que el síndrome sea completo:


Se señala que es falto de afectividad, tiene necesidad de hacer el mal, mentiroso,
ladrón, de malignidad solapada y brutal, de manifestaciones sexuales anormales,
precocidad, intencionalidad criminógena espontá-nea, independiente de toda
motivación ajena actual, pasional o circunstancial. Presenta también anomalías de la
afectividad, se va de la inafectividad grosera a la pereza moral, pasando por todos
los puntos intermedios. La inafectividad grosera no presenta en el perverso una
inversión de la afectividad sino que es como una atrofia de la misma.

Desde la infancia el perverso llama la atención por la falta de acercamiento a sus


padres y por una ausencia de manifesta-ción de ternura. Los sentimientos altruistas
de piedad, y probidad, de amor, de respeto, les son desconocidos, así como no están
presentes en él los sentimientos de la estima personal. Él es frío y apático. Él puede
ser brutal hasta la crueldad. No tiene apegamiento al prójimo pero sin poder sufrir la
soledad. Desde temprano presenta dificultades educativas. No es influenciable, aún
durante su educación vigilada, de encontrar-se en ella. Los inafectivos profundos se
encuentran entre los criminales más peligrosos. Muchos de los grandes criminales
pertenecen a este grupo.

La personalidad del perverso puede ser también vista desde el interior: a) La vida
interior del perverso se caracteriza por la riqueza y el dinamismo de las tendencias
instintivas. b) En el plano de los mecanismos intelectuales se expresa el perverso por
el egocentrismo exagerado, el sujeto se cree el centro del universo, es
extremadamente susceptible y se manifiesta por el egoísmo radical; él pretende la
seguridad del “yo” y la búsqueda única de sí mismo. c) En el orden de los
mecanismos afectivos se expresa por el orgullo ilimitado, los celos, la envidia, el
despecho, las rabias y la cólera, los desesperos violentos, la exaltación agresiva ante
los sucesos, la exclusividad y la permanencia que lo lleva al odio y a la venganza. d)
Desde el punto de vista de los mecanismos psico-sociales se expresa con la auto-
suficiencia, el autoritarismo, el dominio, la disimulación, la falsedad, la violencia y las
brutalidades, la falta de respeto a los demás, el fanatismo, el erotismo, la destrucción
de obstáculos, el desprecio de la vida y del bienestar de los demás. Tiene una vida
donde se excluye toda subordinación a los valores sociables y al prójimo; es falto de
todo afecto y tiene carencia de conciencia moral llevada sobre posibilidades de
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refrenar la inmediata realización de sus deseos elementales y su constitución de
anormal en función de la amenaza penal.

Los débiles mentales: Una situación distinta es la de los débiles mentales: Los
idiotas y los imbéciles son jurídicamente asimilados a los alienados enfermos
mentales y todos los días los débiles mentales ligeros son severamente condenados
sobre la base de su responsabilidad penal. El profesor E. De Greeff escribió: “Hay
que resignarse una vez por todas; el síndrome debilidad mental estará siempre
inaccesible al hombre medio”. Dicho de otra forma podemos agregar: “Sólo el genio
comprende al débil mental”.

El estudio de los criminales débiles mentales debe ser abordado a partir de la


definición de base que se hace en el dominio de la criminalidad juvenil. La definición
de base es la de la inteligencia, muy pobre en el débil mental.

No hay nada más controvertido que la definición de la inteligencia, sin embargo, se


puede decir con seguridad que ella es la suma de imágenes y de actitudes
receptoras y expresivas que permiten englobar las sensaciones y las percepciones,
de agruparlas, analizarlas y de hacer una síntesis a fin de obtener pronta y fielmente
las ideas y los conceptos. Clásicamente la memoria, la imaginación y el juicio son los
tres componentes esenciales de la inteligencia. Estos tres items están presentes
solamente en la corteza cerebral, concretamente en los dos hemisferios cerebrales.

Se puede afirmar que la inteligencia normal es aquella que por la edad corresponde
al más grande número de individuos. El que es normal no es el que estimamos
perfecto, sino aquel que por la experiencia se constata que es un ser medio. Esto se
puede facilitar con los tests psicológicos y pedagógicos susceptibles de establecer
una escala métrica de la inteligencia: Binet y Simon dijeron que el idiota es el sujeto
cuya edad mental no depasa los 4 años y el imbécil llega a un nivel de 4 a 7 años. El
adulto normal medio posee una edad mental de 13 años y el que posee y depasa
una edad de 10 años posee una inteligencia que le permite ganarse la vida en el
medio ambiente y de ser entonces independiente. El débil ligero es el que va medido
de 7 a 10 años. Terman reemplazó la edad por el cuociente intelectual (Q.I.) que se
obtiene dividiendo la edad mental por la edad real. Al estado normal corresponde la
unidad.

Q. I. Edad mental

Idiota= 0.19 0-2

Imbécil= 20.49 3-6

Débil ligero = 50,69 7-10

El Idiota no logra comunicarse con la palabra, no comprende el pensamiento


expresado por otros sin que existan en el sujeto trastornos de la audición o de los

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órganos fonadores que no explican esta pseudo afasia que es debida sólo a una
deficiencia mental. El idiota no tiene conocimiento de las alusiones morales o
sociales ni conoce de sus consecuencias. Él no es comúnmente peligroso porque su
inadaptación social generalmente hace la necesidad de su hospitalización o del
cuidado general.

El imbécil no se logra comunicar por la escritura ni puede leerla bien o no entiende lo


que lee, sin que existan trastornos de la visión ni ninguna parálisis motriz de los
centros mentales que expliquen la no adquisición de esta forma de lenguaje. Él sabe
de la prohibición de lo que es el asesinato, el hurto y el adulterio, pero es incapaz de
comprender la prohibición de la homosexualidad, del incesto y los atentados al
pudor. No presenta un estado de peligrosidad permanente, pero él es impulsivo,
colérico violento y de fuertes instintos personales.

El débil ligero habla, lee y escribe y tiene suficiente conoci-miento de los actos
reprensibles, pero no es capaz de concluir por analogía y no entiende la prohibición
de actos complicados. No conoce bien lo que es la estafa o el abuso de confianza. Él
tiene desde el punto de vista intelectual y caracterial los rasgos de la mentalidad
infantil. Estos rasgos son netos y no le es posible vivir independientemente en la
sociedad. “El débil mental está determinado a la vez por un signo intelectual, un
signo afectivo y un signo social. Antes de acceder al hombre medio, hay que pasar
por el límite ligero llamado “borderline” (Q.I. 0.70-079), edad mental 10-11 años. Se
encuentra también el normal mediocre (Q.I. 0.80-0.89, edad mental de 11-12 años.

A diferencia de los débiles profundos, los débiles ligeros no son señalados como
insuficientes intelectuales por el entorno. Sólo serán detectados como insuficientes
en el examen mental que los diagnostiquen. Una concepción rígida y simplificada se
ha desarrollado en Criminología en el dominio de la inadaptación infantil. Se afirma
que con una buena psicoterapia se puede cambiar el Q.I. en 20 puntos. Se ha
llegado a distinguir las insuficiencias intelectuales del defecto de desarrollo a partir de
las estructuras de base por la no cultura o por las inhibiciones de orden afectivo. Se
afirma que el retardo mental en un principio es recuperable hasta la pubertad, pero
que luego se hace irreversible. Los retardos mentales deben ser distinguidos de los
retardos escolares que pueden aparecer sin ser trastornos verdaderos.

Las recidivas criminales en los jóvenes débiles están en discusión, aunque se


observa un papel insignificante de ellas. Por el contrario, la recidiva aparece cuando
la debilidad se agrega a ciertas formas de psicopatías lo cual hace que el coeficiente
criminógeno varíe con la inestabilidad de la atención, el defecto del juicio y de la
autocrítica, la credulidad y la sugestibilidad, la vanidad, la oposición y la irritabilidad.
Esto demuestra que este débil se adapta con dificultad a la vida social. Es muy
natural que más se haga criminal que una persona normal, pero el crimen no es sino
un accidente o un error en su historia clínica.

La imprevisión del débil traduce su horizonte temporal. Estando fuera de él la


posibilidad de abstraer sus propios estados de conciencia; el débil confunde en su
contenido psíquico la duración representada por el contenido real. Su horizonte
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temporal se encuentra limitado. La duración virtual del yo no es sino una débil
extensión en él. El yo consciente de un débil profundo representa al máximo una
duración de 20 días, entendiendo aproximadamente 10 días en adelante y de 10 días
para atrás del momento presente o actual.

Los tipos criminales fuera de los tipos definidos:

1) Los criminales profesionales: El crimen profesional es esencialmente adquisitivo


como lo afirmó Olof Kinberg. Aparte de las bandas juveniles que se organizan para
robar y dañar, existe el terreno de los adultos en los que las técnicas de organización
alcanzan su más alta expresión. En primer término hay que distinguir el White Collar
Crime del crimen profesional.

El white collar crime supone un criminal organizado y socialmente adaptado. Se trata


de un sujeto que perteneciendo a un rango socio-económico elevado, viola de una
manera sistemática las leyes destinadas a regir sus actividades profesionales
ordinarias. Es en los Estados Unidos de América donde este criminal ha sido
estudiado mejor por Sutherland, pero este estudio es muy difícil por la falta de
material de base porque los desertores del impuesto y los fraudulentos de las leyes
comerciales son muy raramente cogidos en el acto criminal. En las prisiones no se
encuentran generalmente como representantes del crimen organizado a diferencia
de los profesionales que son aquellos que se sitúan bajo el doble signo de la
inadaptación social y de la organización criminal metódica.

En lo que concierne a la inadaptación del criminal profesional, se puede constatar,


con Seelig, que él es refractario al trabajo y vive de sus actividades criminales: El
Código Penal italiano de 1930 definió a los criminales profesionales como los sujetos
que viven del crimen. La inadaptabilidad social hace que el sujeto obtenga sus
medios de vida de la criminalidad. Pero el criminal profesional es organizado
“pseudo-socialmente,” en sociedades dedicadas al crimen. Él ejerce su actividad
criminal con método y como una verdadera industria. Su criminalidad, se ha dicho,
‘es sabia y de una particular erudición’. Reckelss tiene una concepción más
restringida del criminal profesional pues no sólo lo distingue del white collar crime
sino también del criminal organizado (gánster): Según él, el criminal profesional es
estafador de envergadura, técnicamente especializado. El gánster recurre a la
violencia en tanto que el otro actúa con audacia, siendo esto lo que más lo distingue.

La personalidad del profesional: Esta no puede describirse con la ayuda de tipos


patológicos, es necesario describirla con ayuda de rasgos solamente psicológicos,
introduciéndose así en su vida interior. Vienne hace un retrato de los antisociales
recidivistas que en muchos casos llegan a la profesionalidad. Él evoca los cínicos
beligerantes que se expresan con una franquicia total de la existencia. Son, dice,
“inteligentes, voluntarios, previsivos, dotados de una actividad social y profesional
restringida de una parte, y de la otra, son inafectivos y agresivos, buscadores de
satisfacciones primarias, sobre todo de aquellas satisfacciones que le son
procuradas por los placeres sexuales y la bebida. Se pueden describir en términos
psicológicos como los que se relacionan al temperamento y a las actitudes y
45
tendencias instinto-afectivas. Los rasgos del temperamento se reportan al tono, a la
velocidad, en una palabra, a la actividad.

Los estudios recientes insisten sobre la super-validez de los criminales de


envergadura. Son despiertos, expresivos, llenos de iniciativas, calmados, seguros,
persistentes y listos a asumir la responsabilidad de sus actos. Ponen a la luz su
combatividad, su amor a la lucha, su confianza en sí mismos. Son dominantes,
autoritarios, aventureros, insensibles a la desaprobación social, inclinados al desafío
y a la obstinación. Sus aptitudes permiten caracterizarlos como seres susceptibles a
las situaciones complejas. Ciertas técnicas criminales suyas exigen aptitudes
intelectuales. Los ladrones recidivistas son en conjunto, más inteligentes que los
ladrones menores o rateros. Las actitudes intelectuales deben ser acompañadas de
aptitudes físicas. Son hedonistas y tienen horror al esfuerzo sostenido y son
buscadores de fiestas íntimas y jolgorios.

En la esfera instinto-afectiva se ha notado su insensibilidad moral. Son afectivos,


pero fríos, de carácter indiferente y no tienen consideración con el prójimo. Son
egocéntricos, desconfiados y ligeramente perversos. A su insensibilidad moral y a su
frialdad afectiva, se agrega su tendencia a reacciones súbitas e irreflexivas, a la
inmadurez personal, a la ineptitud a renunciar, a la tendencia a la satisfacción
inmediata, a la insuficiencia del control emocional, del juicio, de la autocrítica, a la
falta de la utilización de experiencias pasadas, son personas insatisfechas, lábiles e
impulsivas. Todos estos rasgos tomados aisladamente, pueden no presentar en sí
mismos ninguna significación propia, pero considerados en su interacción, o si se
prefiere, con relación a su personalidad tomada en conjunto, pueden construir o
definir una estructura particular. Puede ser descrita su personalidad a partir de un
proceso llamado “maduración”, que comporta dos elementos:

a) Una actitud general hacia la actividad criminal, que hace que el sujeto se
considere metido en una carrera criminal estable. La criminalidad está integrada en
su mentalidad y en su moralidad. Se refiere a un sistema de comportamiento que ha
estado muchas veces de acuerdo con el “código criminal”. Él racionaliza esta actitud
y posee un sistema de referencia netamente desviado y exclusivo. Él justifica su
conducta diciendo que ella está en el camino correcto y adecuado.

b) Tiene una “posesión de técnicas” usadas en su actividad criminal de su


predilección, lo que supone un aprendizaje. Una persona que no esté amaestrada en
el crimen no puede inventar un comportamiento criminal.

El criminal profesional ha escogido libre y conscientemente su profesión para buscar


su subsistencia. Se trata de una voluntad deliberada, una escogencia que prefiere el
mal; se comporta en forma semejante a la escogencia de una profesión cualquiera y
si lo busca “prefiere hacerlo bien”.

El criminal profesional no es “el llamado sedicente criminal profesional” que se lanza


a su actividad por despecho, desilusión, frustración, por deseo de venganza, de
hecho bajo la apariencia de la máscara, de la actitud de refugio, bajo la coraza del
46
aspecto de normalidad, él es el criminal profesional que sabe descubrir los procesos
afectivos muy finamente matizados.

La formación de la personalidad profesional no es innata sino que es producto de


una organización lenta de la mente, es hábito adquirido lentamente por influencias
ambientales sobre la estructura del cerebro cortical. Existe “la función moral” que
está en el lóbulo frontal del encéfalo y que opera desde el comienzo de la vida; hay
una tendencia al bien dirigida a aceptar al prójimo e incluso a beneficiarlo y esto se
puede variar entonces con el aprendizaje en el caso del criminal profesional. “Más
una colectividad se abandona a actitudes criminogénicas, más es el número de sus
miembros que ella libra al acto criminal, y así, cada vez el crimen se hace “más
formal”. El profesor E. De Greeff ha dicho que los criminólogos norteamericanos han
insistido en el carácter competitivo y materialista de la cultura de su país y en ello
han visto razones que hacen de EE.UU. un país con un alto número de rackets del
“crimen organizado” y del white collar crime.

2) Los criminales ocasionales: Constituyen en cierta medida la antítesis del crimen


organizado. En Criminología General, se dice, que los criminales ocasionales son, en
término medio, “socialmente adaptados” y en ellos se presenta un comportamiento
conformista no haciéndose criminales sino por un conjunto particular de
circunstancias. Ellos representan el mayor número de los criminales. Se puede
considerar que del 70% al 80% de los sujetos no recidivistas son ocasionales. Mario
Carrara pensaba que los criminales ocasionales, en todo caso, son sujetos siempre
ligeramente dispuestos a la crimina-lidad. Otholenghi estimaba que el criminal
ocasional es producto de la ocasión (por eso su nombre): Dice que todo hombre
según que sea puesto en circunstancias excepcionales siempre está dispuesto al
crimen.(¿) Vervaeck admitía la existencia de una delincuencia ocasional como la
expresión de sucesos episódicos ligados a circunstancias excepcionales de factores
psico-sociales. Enrico Ferri decía que los ocasionales sin presentar una tendencia
‘innata’ al delirio cometen infracciones causadas por factores personales y del medio
exterior. Por lo general los ocasionales no son recidivistas sobre todo cuando la
tentación no se repite o desaparece. Ellos, en su mayoría, se hacen criminales
debido a factores externos. Enrico Ferri llamaba a todos los ocasionales,
criminaloides. Gemelli decía que hay una amplia diversidad de tipos ocasionales y es
difícil distinguir los ocasionales y sus puntos comunes. Se trata de individuos, decía
Gemelli, de cultura media o inferior, maleducados que no saben vigilarse ni
dominarse ante la presión que entraña el pasaje al acto criminal. Benigno di Tullio
habla de tres tipos de ocasionales: los comunes, los descarriados y los emotivos.
Dice que el “criminaloide” tiene un grado más elevado en características que el
criminal común.

El criminal emotivo es el individuo medio que por circunstancias fisio-psicológicas


especiales es llevado al crimen por trastornos afectivos que destruyen su capacidad
de resistencia. Son los llamados episódicos, también llamados paroxísticos por
Seelig que no son ni patológicos ni pasionales.

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El criminal descarriado es aquel que por circunstancias de las condiciones morales y
sociales desfavorables, del abandono moral, de malas frecuentaciones, de hábitos
perjudiciales, de sugestiones inmorales, comete bajo la influencia de la necesidad,
del erotismo, de los celos o de la venganza, actos criminales de cualquier género,
pero siempre de importancia muy débil psicológicamente hablando.

Los criminales ocasionales del común son, generalmente, los que a favor de
circunstancias sociales particulares cometen hurtos comerciales, acaparan beneficios
ilícitos con recursos de actos fraudulentos activados por pequeñas resistencias.

Los criminaloides son los que caracterizan desde un punto de vista psicológico una
debilidad intelectual acompañada de notas de desequilibrio o desarmonías relativas a
la imaginación abstracta, a la lógica y a la crítica y un sentimiento exagerado de su
propia personalidad con tendencia a la vanidad, a una variable del humor
acompañada de crisis emotivas de irritabilidad, cuantitativas y cualitativas, de la
esfera sexual, una voluntad débil, una sugestibilidad exagerada, una débil capacidad
de dominar la instigación a la acción. Es también caracterizado por un débil
sentimiento moral fundado en un estado diatésico-criminal, es decir, es un sujeto
llevado rápidamente por la diátesis o predisposición orgánica de contraer un
determinado estado emocional. Esta disposición al crimen, aunque ligera, se acentúa
rápidamente bajo la influencia de factores causales secundarios de la criminalidad.
Es un sujeto llevado a reacciones sociales poco adaptadas, un marginal que según
las circunstancias puede evolucionar favorable o desfavorablemente.

Los pseudo-criminales cometen, -criminológicamente hablando- actos involuntarios


(culposos) o faltas puramente reglamenta-rias debidos a una negligencia accidental o
a la ignorancia o a causas fortuitas o de fuerza mayor, por error de hecho, por
ejercicio de un derecho, por cumplimiento de un deber, por legítima defensa o por un
estado de necesidad.

El psicoanálisis ha distinguido la delincuencia ocasional de la delincuencia


imaginaria: la que no pasa al acto criminal. El psicoanálisis ha hablado también de
actos fallidos que pueden producir crímenes de imprudencia.

En lo que concierne a los criminales involuntarios se distinguen: a) Los peligrosos por


defectos, por falta de sensibilidad moral a consecuencia de no estar en cuenta de la
existencia del prójimo; p.ej. el automovilista imprudente. b) El que produce daños por
defectos de habilidad profesional. c) El que tiene una debilidad del poder de atención
y de asociación de ideas que le impiden prever. d) El que se encuentra en estado de
fatiga, de impotencia nerviosa, como consecuencia excepcional y que olvida los
deberes profesionales.

Los criminales ocasionales pasionales: Estos no se pueden confundir con los que
cometen crímenes pasionales utilitarios, es decir, son únicamente motivados por una
pasión y los crímenes de destrucción resultantes de un conflicto relaciona-do con el
amor sexual. Estos últimos tienen una tendencia pseudo-justiciera, un sentido de
venganza y sus crímenes son ejecutados por el criminal sin consideración de lo que
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él sufrirá por su mismo hecho. Están los celosos que actúan por frustración erótica y
el homicidio de la esposa por las proyecciones que amenazan con una ruptura,
rumian y realizan proyectos de suicidio, y ven caer las barreras puestas contra el
acto criminal. Estas son combinaciones, donde influye la afectividad sin control
moral, son combinaciones de reacción de proyección y de autismo que limitan el
dominio del criminal pasional de naturaleza sexual.

En el terreno del amor sexual hay que distinguir los sujetos propiamente pasionales,
los celosos criminales; y los que revelan una clara patología mental. Esta distinción
puede ser hecha en los cuadros extremos, así como se hace en el plano de la
paranoia de estados pasionales mórbidos, la erotomanía, en particular. Es siempre
difícil distinguir los paranoicos caracteriales de los pasionales auténticos. Hay casos
a los que uno cree poder calificar de pasionales y son casos más bien de sujetos
desequilibrados.

Para la Criminología Clínica estas diferenciaciones antes mencionadas son de


factores no causales. El criminal ocasional no escapa a la fórmula general de la tabla
causal del criminal que antes examinamos.

VI. Los Factores Criminógenos.-

Los factores criminógenos en Criminología General se clasifican en dos grupos.


Siguiendo su campo de acción; ellos son divididos en factores que actúan a escala
de la sociedad global (factores globales de criminalidad) que son estudiados por la
Sociología Criminal, y los factores que actúan a escala individual donde domina más
bien el estudio de los factores psicológicos del crimen, estudiados por la Psicología
Criminal.

Entre los factores situacionales de orden general está el factor del medio que es
muy importante en el desencadenamiento del acto. El medio debe ser eficaz y su
acción es variable según el sujeto que la sufre; pero el azar juega también a menudo
un papel decisivo en este encuentro entre el hombre y la instigación del medio.

Entre los factores principales del hecho están los factores económicos como son la
miseria, el desempleo, las posibilidades de enriquecimiento del autor, también están
los trastornos de la vida amorosa y los trastornos sexuales, la existencia de una
víctima designada, la provocación de los adversarios o de las autoridades, el alcohol,
la provocación de emociones intensas, incluso, el entretenimiento y el placer, etc.

Por eso es conveniente que todo criminólogo al examinar un caso se haga las
preguntas claves: ¿quién, dónde, con quién, por qué, con qué, cómo, cuándo?
Ciertos objetos del crimen son más ventajosos por una aproximación, en razón de su
dimensión (facilidad de disimulación, facilitación de la exposición (vidrieras, estantes
de auto-mercados; de su concentración (depósitos) y del interés económico,
incluyendo artículos alimenticios en épocas de crisis, dinero en divisas en tiempos de
inestabilidad económica. El lugar: Sitios aislados o poco frecuentados, mal
iluminados, de difícil acceso; lugares de reuniones (hurtos especializados); el
49
instrumento y la aptitud del actor para usarlo. Los motivos que aclaran racionalmente
la acción y los móviles que la pulsionan. la vida sexual, la vida afectiva; las
modalidades de la ejecución que están implicadas en la situación.

En Victimología las situaciones de modalidades de relaciones pueden ser


específicas, intermedias y no específicas. Una situación específica o peligrosa es
aquella en que la ocasión está presente implacablemente, el criminal no tiene
necesidad de suscitar la acción o provocarla como en los casos del rapto o de la
violación buscadas inconscientemente por la víctima; situaciones pre-incestuosas, el
supuesto del “adulto corruptor-niño corrompido”: es decir, niño perverso que seduce
al aparente corruptor. Las situaciones de parricidios donde se involucran a padres
autoritarios y odiados. El atormentador de la esposa que resulta víctima de ella. El
verdugo doméstico, el crimen que puede provocarse por parte del tirano que exagera
las sevicias o la crueldad excesiva. El autor del crimen que hiere o mata a la víctima,
el “esclavo pasivo” de la relación que genera el crimen por su misma pasividad.
Crímenes en hogares de alcohólicos. Crímenes en situaciones amorosas o
pasionales donde se encuentran dos sujetos encadenados por el odio o los celos.
Los proxenetas que explotan a las prostitutas.

Estas relaciones pueden resolverse con un crimen si se presentan los cuatro rasgos
de la criminalidad ya mencionados y hasta se da el caso en que se quiere el
abandono del uno al otro, por ejemplo, o cuando siendo el autor el más débil es
amenazado o se siente amenazado. Hay casos en la pareja proxeneta-prostituta en
la que ella tiene un “sentimiento furioso” contra el proxeneta que la explota y la
maltrata; puede ir la situación a mayores consecuencias si la prostituta cela al
proxeneta y éste se extralimita en los maltratos. La ligereza ‘incomprensible’ de la
víctima en los envenenamientos así como el caso del criminal que juega con la
víctima como el gato lo hace con el ratón.

a) Hay situaciones específicas en las cuales está la influencia de la víctima


propiciadora cuya intervención se hace importante. Hay el “caso del criminal-víctima”
que se presenta en el supuesto de una víctima propiciadora. Está la víctima latente
como el supuesto del sujeto masoquista con tendencias auto-punitivas, al fatalismo o
al desinterés por la vida. Hay relaciones de reciprocidad (relaciones de la pareja
prostituida y el souteneur). Relaciones neuróticas como en los casos de parricidios.
Todo se sostiene en una base empírica pero su aplicación es en función del carácter
de la situación pre-criminal.

b) Existen los casos en el cuadro de situaciones no específicas. Aquí la ocasión es


buscada por el criminal, y en esta búsqueda, en principio, no entra en consideración
la víctima como propiciadora. Así, en los casos de chantajes, donde el cazador
persigue a su víctima en tanto que ésta sostiene su angustia. Casos de estafas en
las que, incluso, resulta estafado el estafador o bien la propia víctima cae con la
esperanza de una ganancia deshonesta.

c) Hay casos en el cuadro de situaciones intermedias. El ejemplo más específico es


el caso del criminal sometido al chantaje por las víctimas o por cómplices explotados.
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Los factores que influyen en las relaciones del criminal y su víctima son de orden
biológicos o sociales. Biológicos, como el sexo y la edad. La edad, como en el caso
del infanticidio, la vejez expuesta a la rapiña y al homicidio. En cuanto al sexo está el
cuadro del sado-masoquismo entre prostituidos. El llamado hombre “de corazón
herido”, la viuda inconsolable en los cementerios. El hombre feliz en los viajes de
placer que termina en víctima, la actuación de mujeres que persiguen a hombres
dolidos en los aeropuertos y en los puestos de viajeros. Los estados psicopatológicos
como en los casos de los débiles mentales que están siempre en peligro y que son
explotados o seducidos. Entre los caracteriales en que la inestabilidad es acusada.
En el caso del borracho cuando éste es despojado de todo cuanto lleva o es
asesinado. El borracho siempre es una víctima potencial y puede también convertirse
en un criminal en casos muy particulares. El deprimido, el melancólico. El paranoico
explotado con sus persecuciones imaginarias sobre todo cuando resulta quejoso.

Está también el oficio, por ejemplo, el peligro del comerciante de ser asesinado, los
hoteleros de albergues, los transportistas. Los médicos lesionados o asesinados por
erotómanos o paranoicos. Se agrega la situación social: El inmigrante, las minorías
étnicas o religiosas. La soledad de la víctima.

Están los mecanismos que intervienen en la relación del criminal y la víctima:


Víctimas que no colaboran (víctima inocente o ideal). El niño víctima; la víctima por
imprudencia. Las víctimas colaboradoras como la víctima por propia voluntad, la
eutanasia, el doble suicidio, la ignorancia en caso del aborto. Las víctimas que
cometen el crimen: La víctima agresora en legítima defensa, la víctima simuladora.

Desde el punto de vista psico-social: Está la víctima cuya conducta es factor principal
del crimen: flagrante adulterio. Consenso al suicidio a dos. La víctima en una
situación vital como el caso del que se mete en problema y que es explotado por el
criminal (chantaje, usura). Los mecanismos reaccionales como la relación neurótica
en ciertos parricidios: padre autoritario y odiado y la fijación maternal. El caso de
atracción recíproca como sucede en la pareja de la prostituida y el proxeneta.

Tales son los principales aspectos de la concepción de la Victimología, concepción


que tiene el mérito especial de insistir en la importancia de la perspectiva inter-
individual, en el estudio del pasaje al acto y de demostrar lo intrínseco de elementos
emocionales y reaccionales como mecanismos. Los factores emocionales y
reaccionales, son los que están ligados a la personalidad en el momento del crimen.
La personalidad en el momento del crimen puede estar bajo la influencia de factores
que pueden ser transitorios. Por ej. El buen o mal humor del actor, el estado de fatiga
o de cansancio, el grado de impregnación alcohólica, etc.

Hay que distinguir entre los móviles y los motivos. El motivo es la razón intelectual
que aclara la comisión del hecho. El móvil es de orden íntimo y que se confunde a
veces, con la tendencia inconsciente. A esto la psicología moderna le agrega el
llamado “móvil consciente” que es una razón muy personal de actuar que se sitúa en
el plano de los sentimientos conscientes más inamovibles.

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Las motivaciones pueden ser sublimadas y hasta se puede entrar a calificar
crímenes imaginarios en los cuales el elemento intelectual (motivo) se interpone
entre el sentimiento y la acción: Crímenes y actos imaginarios como la estafa
imaginada, el supuesto uso indebido de medios, el supuesto insulto, la imaginada
calumnia, o la pensada difamación, o la pensada crítica que pueden derivar en
homicidios decididos y hasta reales. La sublimada seducción, o el supuesto flirt, que
se sustituyen en la violación con la simple violencia. Al contrario, la acentuación más
alta de la sublimación conduce en pulsar la “violación” y a transformarla en ironía.

Hablar de factor criminal supone mencionar aquellas circuns-tancias accesorias y


propiciatorias en la producción del crimen que lo determinan. No hay que olvidar los
cuatro rasgos de la personalidad criminal que están en el centro del pasaje al acto y
que lo causan: El egocentrismo, la labilidad, la agresividad y la indiferencia afectiva
de los que luego hablaremos.

VII. Las formas del crimen.-

En Criminología General las formas del crimen más radicales y más marcadas, son
las siguientes: 1) El crimen primitivo. 2) El crimen utilitario. 3) El crimen pseudo-
justiciero y 4) El crimen organizado.

1) El crimen primitivo conduce a pensar en criminales a reacción primitiva y se


distinguen desde el punto de vista criminológico: a) Las reacciones explosivas, es
decir, aquellas que están ligadas a una acumulación afectiva, de súbita cólera. b) Las
que están ligadas a una acumulación afectiva que en cualquier ocasión y a posteriori
puede provocar una reacción desproporcionada; y c) las acciones en cortocircuito
que son aquellas donde el sujeto es incapaz de diferenciar la reacción de su actuar
ordinario, es el crimen en reacción de chispa.

El estudio de estas reacciones primitivas puede ser aclarado refiriéndonos a la


noción del umbral criminal, expresada por Benigno di Tullio y E. De Greeff. Con un
ejemplo muy simple es posible precisar estas nociones: El hecho de verse un sujeto
empujado y apretado en el momento de tomar el metro, por un rústico, acciones que
provocan en todo hombre un movimiento de cólera que se manifiesta de varias
maneras: a) El primer supuesto se desarrolla en invectivas y en disputas que pueden
terminar a golpes o heridas. b) En el caso latente en que no se da lugar a ninguna
reacción visible y hay una adaptación silenciosa que se da como si uno no luchara,
como si de hecho nada pasara. En este caso ha habido una reacción de cólera
oculta, pues el sujeto actúa como si nada sucediera en su psiquis: Se puede tener
una reacción de cólera pero esta reacción puede ser instantáneamente compensada.
Se puede decir que el sujeto posee un campo de adaptación silenciosa muy amplio,
en cambio en el primer caso el campo de adaptación es mínimo. De Greeff llama
zona de tolerancia a este amplio campo de adaptación de la cólera silenciosa. Una
zona de tolerancia muy amplia se manifiesta en la reacción de orden social. Puede,
en el segundo caso, también suceder esto en el comportamiento del epiléptico que al
final del tanto tolerar produce una reacción explosiva.

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En un tercer supuesto se traduce la reacción en una sonrisa de desprecio o de
piedad hacia el violento que ha actuado primero. Aquí se trata de un fenómeno de
sublimación y de falsa compensación, la sonrisa equivale a una bofetada, el hombre
agredido ha hecho un esfuerzo para vencer su reacción explosiva y que se puede
manifestar en formas de ironía, sarcasmo, o en ciertas falsas aceptaciones y de
ciertas formas de piedad o de menosprecio, e incluso, de humildad. El sujeto puede
hacer que todo alejamiento del tipo de reacciones primitivas no sea sino su
coeficiente de tolerancia aumentada. El sujeto se manifiesta hipersensible a su medio
y se presenta ordinariamente como un tímido que no se queja de los juicios de otros,
o en el caso de los juicios incompletos de los demás. Puede suceder que un sujeto
sensible y susceptible, de una naturaleza orgullosa y celosa, después de ser
compensado durante cierto tiempo, la caída opere de pronto y libere toda su
agresividad, todas sus rabias reprimidas.

Con la edad la mayor adaptación opera mejor: A partir de los cuarenta años la
mayoría de los hombres tienen reacciones sustitutivas de tipo sociable. En definitiva,
las zonas de tolerancia y las falsas compensaciones permiten profundizar la noción
de “umbral criminal” y aclarar que en el crimen primitivo no existe o es muy tenue
este umbral psicológico.

Seelig distingue entre los criminales por agresividad y los criminales por reacción
primitiva. A los primeros los define como sujetos que se encuentran en ‘estado
‘crónico’ de excitación o de tensión y que les hace explotar con ocasión del crimen
(actos de pura violencia súbita o injurias o calumnias impensadas). Entre los
segundos están aquellos que sin estar en estados crónicos de tensión se realizan
como actos criminales a reacción primitiva: él cita el caso del criminal que actúa por
venganza y bajo el imperio súbito del furor, y que puede hasta matar a familiares por
odio acumulado y a ciertas variedades de furiosos incendiarios, infanticidas y de
ladrones de grandes almacenes y tiendas.

Estas categorías pueden ser diferentes en el cuadro del crimen primitivo en los casos
en que uno distingue por las reacciones explosivas que emanan de sujetos que
presentan un carácter epileptoide o si se quiere un síntoma ixofrénico (del gr. ixos,
liga para coger pájaros), estudiados por Sjöbring y Kinberg que manifiestan un
carácter epiléptico. Refiriéndonos a la descripción de Olof Kinberg uno aprecia que
son individuos de actividad pesada, tenaces, lentos y de actitud pegajosa. Se
adhieren con mucha perseverancia en todo lo que se meten a hacer. Su atención no
es fácil de desviar. Ellos se sostienen en sus ideas, son repetitivos, a menudo son
cabezas duras y también rencorosos. Su intensidad y su emotividad son pesadas
hasta el punto que los hacen difíciles de entendimiento, son suaves y firmes. Aunque
su inteligencia pueda ser buena, uno tiene a veces la impresión de que no entienden
lo esencial de un problema. El carácter pesado, pegajoso, intenso, se manifiesta en
su actividad bio-psicológica en pesadas reacciones motrices; sus movimientos son
pesados, la palabra es muy característica, es lenta, flotante, monótona, con poca
variación tonal. Uno tiene la impresión de que el ixofrénico sufre de un cambio
emotivo continuo y que cuando la altura llega a cierto punto, la tensión interior se
descarga por una reacción afectiva. En los casos en que los rasgos son fuertemente
53
pronunciados ellos pueden manifes-tarse por verdaderos accesos de furor con actos
vehementes y destructivos. Ellos son a menudo rencorosos e irritables y desarrollan
frecuentemente estados paranoides. Se inclinan al alcohol por su carácter, siendo
anodinos y dispuesto al desplacer. Su peligrosidad está fuertemente aumentada por
el hecho de que ellos están dispuestos a caer en estados de ebriedad patológica con
obnubilación profunda y acceso de furor. Hay una mayoría de alcohólicos que
atormentan a sus esposas y que son ixofrénicos. Por el tono cortical aumentado de
los ixofrénicos, por el carácter intenso y pesado de su actividad, por su perseverancia
y endurecimiento, ellos son asténicos pasionales, poco escrupulosos y dispuestos a
las tormentas pasionales. En tales estados pueden ser extremada-mente peligrosos
o pueden encontrarse ciertos monstruos de crueldad que han adquirido la celebridad
por sus asesinatos múltiples.

Las formas de reacciones primitivas antisociales de los débiles mentales pueden


revestir: a) pura violencia, b) formas adquisitivas y c) formas sexuales.

a) Las formas de pura violencia son raras en la juventud del débil. Se encuentran
pocos los que realizan actos de golpes y heridas y homicidios voluntarios. Hay que
hacer excepciones en dos circunstancias: Una restricción se refiere a la impulsividad
de estos sujetos que se formula como una exasperación de sujetos reprimidos que
enmagazinan un rencor tenaz; es el caso de la susceptibilidad del débil del cual uno
se mofa y que obedecen a un complejo de inferioridad o a un error de interpretación
del juicio hecho sobre ellos. Todo lleva al menor o al débil impulsivo a golpear. En un
otro extremo estaría el sujeto que se encuentra fuera del alcance de comprender el
alcance de su acto: Como el débil a quien un camarada le muestra un martillo
diciendo: “Es bien pesado, uno podría matar a alguien con…” y quien apoderándose
del martillo mata al camarada de un golpe bien ajustado.

En las formas violentas hay que incluir el incendio como expresión de venganza o
una búsqueda de alegría “agradable” y espectacular. Aquí hay en el acto una
ausencia de juicio simplificado y a menudo, cosa que no es rara, la participación
activa en el hecho de apagar el siniestro. Los débiles homicidas o incendiarios son
primitivos y uno observa entre ellos el tipo muy conocido del empleado de una finca
que produce un incendio por venganza. También el del homicida por celos y por
resentimiento: Recordamos el caso del jardinero que dio muerte con sus manos,
asfixiándola, a una dueña de casa por haberle dicho ella que no iba a tomar más sus
servicios de jardinería y que se fue después del crimen a casa de una vecina a
arreglar otro jardín, y donde fue detenido sin más por familiares de la víctima
asesinada. Se trataba de un débil mental que actuó por incomprensible y pura
violencia psicológica.

b) Las formas adquisitivas de reacciones antisociales de débiles mentales se dan en


aquellas situaciones donde las acciones de los jóvenes débiles tienen un carácter de
simplicidad y de evidencia. Una manifestación particular de hurto se presenta como
accesoria de una fuga; todos los casos de sugestibilidad están en la base de
numerosos hurtos y de complicidad en las infracciones contra la propiedad. Los

54
débiles mentales son utilizados muy a menudo por criminales profesionales como
comparsas y como emisarios eventuales.

En los adultos cuando el débil no es utilizado como comparsa, el ladrón de


inteligencia deficiente no llega a elevarse al estado de una técnica criminal; él se
contenta con arrancar la cosa a la víctima o de introducirse a una tienda y actuar
tomando riesgos enormes por un bien a menudo insignificante, y hay quien se hace
ladrón de ataques nocturnos en los que se debe hacer esfuerzos considerables para
inmovilizar a la víctima o para huir después que el robo se ha efectuado. Existen
también en los adultos como en los menores sujetos que no son sino ladrones
secundarios; son sujetos inadaptados que no son capaces de realizar un trabajo
social normal.

c) Las formas sexuales de reacciones antisociales de los débiles se manifiestan en


los atentados al pudor y en la prostitución. También se encuentra el caso de la
doméstica débil mental que ha sido seducida “por el joven de la casa” y que se libra a
un infanticidio primitivo, o el caso de la prostituida dominada por el sostenido que se
hace criminal por timo o hurto por engaño.

En los crímenes sexuales que gravitan alrededor del incesto, se encuentran a


menudo sujetos débiles, de edad relativamente elevada (alrededor de los cuarenta
años) y también de jóvenes alrededor de la pubertad, que en la mayoría de los
casos se desarrollan en el ambiente familiar del culpable. Se trata a menudo de una
criminalidad rural. A la criminalidad del débil mental se aplica perfectamente la
fórmula expresiva de que el actor y el acto mismo forman una unidad dinámica.

2) El crimen utilitario. Este se halla en el dominio de los crímenes contra las personas
y contra los bienes. Existe el homicidio ‘utilitario’ que consiste en desasirse de un ser
que molesta, subraya De Greeff, porque toda la existencia del asesino parece
comprometida en esa muerte. El sujeto actúa por imperio de una crisis que busca
una necesaria liberación personal. Se trata de un acto único, de una respuesta a una
situación que se presenta como no pudiéndose realizar dos veces y que De Greeff
llama una “solución decisiva”. Tal es el caso de la esposa homicida de su marido que
se presenta como atormentador o verdugo doméstico o del parricidio del hijo para
proteger a la madre. Tal es también el caso del asesino de su familia que actúa por la
miseria y la búsqueda de un bien material. Es el supuesto del estado patológico de la
melancolía en que se suprimen esposa e hijos para ocultar un malestar real o
imaginario. Pero estos ejemplos típicos no son capaces de agotar todas las formas
del crimen utilitario. Este existe cada vez que una persona fastidiosa es suprimida
sea para apoderarse de su fortuna o para permitir un segundo matrimonio,
principalmente, o por cualquier otro fin que busque una determinada ganancia de
cualquier tipo.

En el cuadro del homicidio utilitario. De Greeff afirma que los procesos por los cuales
pasa el sujeto homicida puede ser el de una persona normal, caracterial o patológica.
Más del 70% de los criminales advierten a los demás y con anterioridad el hecho,
unos con actos, otros con palabras y sutilezas, otros con símbolos. Generalmente
55
uno no los comprende o se les entiende mal cuando hablan de galimatías sobre el
crimen. Este período dura algunos días y pueden hasta ser puestos como
advertencias para que alguien haga abortar la idea criminal.

Estos procesos criminógenos se presentan: a) en ciertas formas indirectas en la fase


del asentimiento mitigado. b) Después llega la fase del asentimiento formulado que
es la del crimen de omisión, aquellos en que son ensayados todos los medios de
advertencia al adversario: delaciones, calumnias, etc. c) En la tercera fase comienza
el período de la crisis, es decir, aquel momento en que el sujeto decide pasar al acto
criminal. Estos son períodos de hecho extremadamente reveladores. Hechos que la
policía conoce y con los que se podría intervenir a tiempo de manera eficaz para
evitar la consumación del crimen. Son, por ejemplo, las tentativas abortadas, las
amenazas de golpes y de amenazas de abandono que se frustran. En el crimen
utilitario puede inscribirse el infanticidio o el aborto por crisis moral en una madre que
está encinta de un hombre que detesta o que le ha hecho sufrir o a quien ella teme.
Pero en un paso más allá está el utilitarismo sórdido del aborto y del infanticidio. La
mujer que se hace abortar siente la maternidad como un estado de crisis.

En los crímenes contra los bienes hay que distinguir: a) los criminales que actúan
bajo el imperio de una crisis. Aquí Seelig individualiza los crímenes patrimoniales
cuando se actúa bajo el imperio de una crisis patrimonial; en el período puerperal de
la mujer que manifiesta tener mucho dinero y que hurta a los parientes, amigos y
conocidos aceptando el riesgo muchas veces de la realización de un homicidio; las
estafas a las compañías de seguro para resolver una dificultad financiera, sea
incendiando los propios bienes o hiriéndose a sí mismo. Por el contrario son autores
de crímenes patrimoniales por resistencia reducida, los que caen en malversaciones
como el caso del empleado ladrón, el cajero “indelicado”, y la lacra humana de los
funcionarios públicos y los empresarios y comerciantes deshonestos.

3) El crimen pseudo-justiciero. Al contrario del crimen utilitario que se desarrolla bajo


el signo del interés personal, está el crimen pseudo-justiciero que reviste un cierto
carácter desinteresado. El autor tiende y actúa buscando restablecer lo que él cree
una injusticia en el dominio de las relaciones privadas o públicas. Hay un sentimiento
de venganza más o menos intenso: En fin de cuentas la venganza no es sino la
forma primitiva de la justicia, es la pseudo-justicia. Se encuentra mezclada con el
altruismo de razones ideológicas o de procesos de compensación. Tal es el caso del
asesinato de Julio César cometido, entre otros asesinos, por Brutus, su hijo adoptivo;
los asesinos participaban en un complot a favor de la República romana, amenazada
en su existencia por Julio César que quería perpetuarse como autócrata.

Son múltiples las variedades de este tipo de crímenes. Ellos van desde el crimen
pasional pseudo justiciero, el crimen auto-punitivo, pasando por el crimen por
ideología, hasta el crimen profiláctico, el simbólico, el reivindicativo y el crimen
liberador o de aventura.

a) El crimen pasional pseudo justiciero se distingue del utilitario porque el pseudo


justiciero se realiza en base a una pasión de justicia no de un interés personal. En
56
sus grandes líneas el desarrollo del proceso criminógeno pasa por los estadios ya
conocidos al hablar del crimen utilitario, o sea: el asentimiento ineficaz o mitigado, el
asentimiento formulado, y la crisis y el pasaje al acto. Pero además aparece el
proceso de reducción y el proceso suicida.

El proceso de reducción convierte a la víctima en una abstracción responsable. En el


caso del crimen pseudo justiciero del amante que quiere hacer justicia a medida que
el amor desaparece el amante herido revaloriza ciertas cosas que habían estado
descuidadas: su propio yo, su reputación, su dinero fácilmente regalado al otro u
otra. Se pasa así a un proceso de reivindicación sobre el signo del derecho, de la
justicia, raramente bajo el signo de la venganza explícita. Es bueno aclarar que la
venganza es una forma de ‘justicia’ en el actuar humano, sólo que en la venganza la
justicia se hace sin tasa y por propia mano, y a veces, por mano ajena buscada por
el autor intelectual del hecho.

El proceso suicida fue entrevisto por Ferri. Para De Greeff todos los crímenes
pasionales son tributarios de un proceso suicida lo que no quiere decir propiamente
de un real suicidio sino de una ruptura de compromiso. Esta reacción representa un
aspecto de verdadera ruptura, es decir, el sujeto se retira, se desinteresa, renuncia.
En los casos graves sólo es posible llegar al suicidio real pero es suficiente que sea
un caso de indiferencia al futuro, un dejarse a la propia suerte. El sujeto no ensaya a
esconderse, no toma precauciones, confiesa inmediatamente después del crimen. La
audacia de cometer su acto lo apoya en el hecho de que él ha roto todas las
relaciones con la vida. La ruptura de compromiso se prolonga después de los hechos
pero se atenúa rápidamente al poco tiempo. Después que él crimen se realiza, el
autor cesa, retoma sus hábitos normales. Este estudio de los procesos psicológicos
del pasaje al acto ha tenido el mérito de renovar los datos relativos al homicidio
pasional. Esto también hace pensar que la policía debe actuar rápidamente antes de
que el afán de confesar pase al olvido o al abandono.

Desde el punto de vista práctico, la mitad de los crímenes pasionales pseudo-


justicieros pueden ocurrir por detalles ínfimos que tienen el espesor del filo de una
hojilla. En una palabra, un insulto suplementario, la intervención cínica de un tercero,
una alusión hiriente, hacen en muchos casos aparecer el crimen o bien hacen que la
víctima pueda tener la suerte de escapar a las heridas huyendo o perdonando al
posible homicida, incluso, reconciliándose y retomando la vida conyugal o marital
puesta en peligro, de ser este el caso.

El crimen auto-punitivo es el que se comete para justificarse ante el hecho de haber


denunciado injustamente a otro o por haber dañado a un inocente. Cuando tuvo
conciencia del crimen que había cometido Judas se suicidó. Se entiende en este
caso el suicidio como un acto de auto-punición. Es más, Judas pudo no haber
cometido la traición por las treinta monedas de plata que se le ofrecieron. Su
intención, pues era un zelote, quizás fue promover, con la prisión de Jesús, una
reacción popular, iniciando así una revolución que llevase a cabo la exaltación del
cristianismo de los milagros asombrosos del Mesías que exaltaría el poder de Judea.

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El crimen por ideología se caracteriza por el hecho de que el autor mira como un
deber el acto que realiza. Es también el caso de Judas. Es así el crimen del atentado
político, del conspirador, del miembro de una secta religiosa, del duelista. Seelig
observa que estos crímenes son raros en épocas de calma. El crimen político por
ideología debe ser distinguido del criminal político utilitario: espía pagado, por
ejemplo y el caso y del criminal por indisciplina social tal como el saboteador
económico o el golpista.

El crimen profiláctico es aquel en que el autor sabe que actúa ilegalmente, pero
actúa pensando que realiza un bien para evitar un mal mayor. Caso del crimen de
eutanasia, la falsa denuncia para evitar que el criminal pase al acto criminal. El
chantaje invertido, donde la víctima de un chantaje se vuelca y se convierte en otro
chantaje.

El crimen simbólico se define con la afirmación de que el que sufre las


consecuencias del crimen no está ligado directamente al mismo crimen. Por ejemplo,
el alumno que hurta creyones al profesor sin necesidad y los destruye porque el
profesor tiene un cierto parecido con su padre que él a la vez admira pero teme. Se
trata de una asociación simbólica que rinde cuentas al hecho. En tiempos de
trastornos políticos los periodistas recurren a historias simbólicas para atacar al
régimen de turno. Así mismo, los críticos se vuelcan contra los comparsas y no
contra los personajes realmente implicados. Uno encuentra en el proceso del mismo
orden el caso de un sujeto que busca inhibir su pulsión criminal y que realiza un acto
alejado de la intención primitiva.

El crimen reivindicativo en el cual el autor comete un hecho criminoso relacionado


con una situación en la cual no está directamente implicado como autor pero que
comete el hecho conexo pensando en el deber que tiene para con la sociedad que es
la ofendida. Es el caso de Emilio Zola que fue condenado a un año de prisión por el
hecho conexo de acusar a los comandantes del ejército francés implicados en la
condena de Dreyfus: “Yo acuso”…

El crimen liberador o de aventura es el que nace de la insatisfacción de la vida


cuotidiana, del malestar que determina la monotonía o de la angustia que resulta de
la misma monotonía. Por ejemplo los crímenes que se realizan por bandas de
jóvenes a la salida de fiestas nocturnas y que se complican por la ebriedad, excesos
sexuales y escándalos.

4) El crimen organizado. Como ya hemos dicho hay que distinguir el crimen


organizado en el mundo criminal y el crimen organizado que está fuera del mundo
criminal. Este último es el white collar crime. En el primer caso se trata de crímenes
de criminales profesionales. En este crimen organizado el acto criminal es buscado
de propósito. Se exige la elaboración de un plan, el reconocimiento del lugar, los
preparativos, la adquisición de los útiles necesarios, la escogencia de cómplices, etc.
El crimen organizado es esencialmente adquisitivo. Algunos sostienen que él puede
en su fin tener las formas de la violencia, de la astucia o fraude y del vicio, como por
ejemplo, la trata de blancas.
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Las formas de la violencia del crimen organizado reposan en la idea de buscar el
robo y el asesinato como métodos de base. Las bandas se organizan como lo hacen
los hombres de negocio. Hay un comité central, directores, ayudantes y ejecutores.
Las formas típicas son el pillaje de camiones, el contrabando, asaltos a los bancos, el
tráfico de estupefacientes. Se ejecutan los hechos por gánsters entre los cuales
existen los matones o “fuerza policial” de la banda. Visto que la violencia excita a la
opinión pública y provoca campañas de prensa algunos han desviado la forma
violenta hacia el crimen de astucia sustituyendo el ‘rackets’ o gansterismo: En
realidad, racket significa simplemente “el trabajo que uno hace”. En la terminología
criminal sirve para designar el tráfico que funciona tranquilamente y con un mínimo
de violencia: Las loterías, el juego organizado, constituyen formas particulares de
rackets. El criminal de rackets no se reduce a ser asesino como fin de protegerse o
como un medio de auto-defensa. Existen los ‘desperados’ (término antiguo del oeste
norteamericano y nor-mexicano) que convencidos de la posibilidad del arresto huían
y hacían pagar caro su libertad y su vida. Casos de Jesse James, “Bonnie y Clyde” o
de John Dillinger en los Estados Unidos de Norteamérica o de Zárate en la
Venezuela post-colonial en épocas de la presidencia de José Antonio Páez, primer
presidente de la república venezolana.

Existen las formas de astucia que son diversas y en perpetua evolución: El hurto al
vuelo consiste en vaciar el bolsillo de la víctima escogida sin llamar la atención. El
ladrón choca al distraído, sustrae el dinero o la cartera y pasa el botín a un
compañero, y éste a un tercero que pone el botín a salvo. Estos sujetos se consiguen
en ferias, mercados, en el metro atiborrado y en lugares diversos de diversión siendo
criminales especializados. Muchas veces usan hojillas para cortar el vestido o la
bolsa y sacar la cartera (pick pocket) y sustraerla con destreza. Estos ladrones son
raramente solitarios. El equipo ideal es de tres: El que sustrae el objeto, el que lo
recibe inmediatamente del ladrón y el tercero que pone el botín a salvo llevándolo a
otro sitio distante. Los riesgos son pequeños y la persecución ilusoria, aunque hay
casos en que se los coge en flagrancia. El pick pocket, dicen algunos, es la
aristocracia de los ladrones. Son individuos de la misma banda y hábiles en la fuga y
en el arte de moverse entre las multitudes sin llamar la atención.

El hurto con efracción exige la temeridad. Se trata de entrar en un inmueble ajeno


para hurtar. Se usan llaves falsas. Roturas de ventanas, etc. El escalador es el más
temerario. En las bandas hay ayudantes, aprendices, indicadores y celadores.

El hurto de joyerías del sujeto que se presenta como cliente y lleva al joyero a otro
lugar (un hotel, por ejemplo) con las joyas escogidas para robarlas. Los hay
violentos y brutales y también ladrones con dotes de comediantes que utilizan los
cheques sin fondos y tarjetas de crédito sustraídas a sus tenedores legítimos.

El robo en los hoteles, el estafador con inteligencia e imaginación. El hurto a la


española o hurto del tesoro. Se escribe una carta de un falso sacerdote, que finge
ser director espiritual de un supuesto condenado a muerte que tiene un botín
escondido y una hija que dejará huérfana. Se pide para el pasaje de la niña y se dice
que ella junto con el dinero se enviará a la víctima desprevenida. Otro es el
59
falsificador que trabaja con estafadores; y hay también criminales que trabajan en la
explotación de la prostitución.etc.

Ya hemos hablado del crimen organizado que está fuera del mundo criminal:
Recordemos que se trata del white collar crime que trabaja en perfecta adaptación
del sujeto a su medio de trabajo. Su actividad se ejerce con la ocasión de una
actividad normal y lícita, pero violando las leyes del comercio en que el individuo
trabaja y todo con un fin lucrativo ilícito. Se parece al aventurero sin escrúpulos que
realiza el crimen para alcanzar sus objetivos profesionales y extra económicos en su
lícito comercio o industria.

Hay que distinguir el criminal profesional del criminal habitual o de reincidencia


múltiple y también diferenciarlo del asesino serial de mujeres u hombres,
desconocidos o conocidos; y que escoge a sus víctimas para tener relaciones de
cualquier índole con ellos y después suprimirlos, haciendo desaparecer el cadáver,
sea en lugares abandonados, sea por calcinación o por productos corrosivos y
ácidos o por el fuego, caso del criminal francés Henri Désiré Landru.

En el cuadro de los crímenes contra las buenas costumbres, se encuentran


criminales faltos de absoluto freno sexual y de individuos que crean situaciones
particulares para satisfacer sus deseos sexuales, así como violaciones en los
bosques o lugares deshabitados.

VIII. El Pasaje al Acto Criminal.-

Al abordar esta cuestión se trata ahora de conjugar las ideas relativas al crimen en
relación con su dinámica, es decir, ver el crimen en relación al tema del pasaje al
acto criminal; dado que el crimen constituye la respuesta a una situación, ha lugar a
considerar sucesivamente la cuestión del cuadro de las relaciones del crimen y la
situación, de una parte; y de la otra, las relaciones del crimen con la personalidad
criminal.

Crimen y situación: La situación puede verse como peligrosa, no específica o amorfa


y mixta o intermedia; y vista ella desde la óptica de su relación con el crimen se
observará tanto desde el punto de vista objetivo como desde el punto de vista
subjetivo. Desde el punto de vista objetivo, Seelig ha llamado la atención sobre lo
que llamamos la regla de los siete puntos partiendo de la visión del criminalista:
quién, qué, dónde, con qué, por qué, cómo, cuándo. En una perspectiva objetiva
parece posible estudiar las relaciones del crimen con sus elementos situacionales. La
situación debe ser enfocada en función del objeto, del lugar, del instrumento, de los
motivos, de las modalidades de ejecución, del momento del hecho criminal y desde
el punto de vista de la víctima.

Ante la diversidad de estos elementos y de sus relaciones múltiples de causalidad


que ellos suponen, se acuerda a la situación y al acto una posición preponderante.
Esta proposición teórica tiene el mérito de reaccionar contra las proposiciones
lombrosiana, una, y del psicoanálisis, la otra, y que parten del factor único. Lombroso
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y Freud no acuerdan al acto -ese es su lugar común- sino una atención discreta y
superficial. Para la primera posición, la lombrosiana, el acto no tiene más que una
importancia sintomática, pues lo que importa es el criminal que se revela a sí mismo.
Para la segunda posición, la freudiana, el acto no tiene sino un valor simbólico.

A la inversa de las teorías antes mencionadas, debe ponerse el acento sobre la


génesis del crimen esencialmente y sobre todo sobre la constitución de la
personalidad criminal que se forma, o mejor, se manifiesta con la comisión del
crimen. Esta tercera teoría o posición se nombra como la teoría circunstancial que ve
sobre todo la dinámica del crimen: Por tanto, hay que tener presente no sólo el hecho
objetivo sino también: 1) la situación, por supuesto y, sobre todo, 2) el acto voluntario
en la génesis del pasaje al acto criminal.

Desde el punto de vista subjetivo la situación debe ser considerada bajo diversos
sucesos, según Mira y López: 1) Hay que tomar en consideración las situaciones de
lo vivido anteriormente, la experiencia pasada, que no deja de influir en la reacción
de la situación actual. 2) Luego hay que tomar en consideración el humor del sujeto:
El humor es ampliamente tributario de la experiencia inmediatamente anterior. 3) Es
entonces cuando se debe mirar la situación actual: ella constituye el estímulo que
genera la reacción personal; 4) La reacción personal a la situación, también
depende, en cierta medida, del tipo medio de la reacción colectiva, ya que la
conducta individual refleja las oscilaciones de la conducta social y que contribuyen a
modelarla. En un estado de anomia no es de extrañar que el medio ambiente
corrompido facilite el deseo de la realización del crimen; y 5) pero es de una
importancia capital el modo de percepción subjetiva de la situación, es decir, las
impresiones, las experiencias vividas que suscitan sobre el sujeto la manera cómo se
representa él su conflicto, sus pensamientos que lo han asaltado y los motivos
conscientes de actuar que él ha tenido. Y también hay que recordar el proceso de la
“catatimia” que altera y deforma la percepción bajo la influencia de la tonalidad
afectiva del momento. La catatimia transforma o distorsiona la afectividad del sujeto e
influye en sus contenidos psíquicos intelectuales, contenidos psíquicos como son la
percepción misma, el raciocinio y la conciencia. La catatimia es la transformación o
distorsión que la afectividad del sujeto produce en sus contenidos psíquicos, como
son, repetimos, la percepción, el raciocinio y la conciencia:

En virtud de este proceso vemos las cosas según lo que deseamos (visión optimista)
o como uno piensa que ellas puedan llegar a ser con o sin la intervención nuestra
(visión pesimista). Pero en realidad la visión pesimista puede responder a la
satisfacción de la tendencia optimista, ya que la pesimista puede no ser sino un
medio de mejor asegurar la visión optimista definitiva que se puede aceptar en el
tiempo. Dicho de otra forma, la exageración de la visión pesimista puede conducir a
tomar las preocupaciones suplementarias incluso no exigidas por la realidad de los
hechos, pero que finalmente son una garantía de lo mejor, de esperar el fin que se
busca y de mejor manera de lograr la atención respecto al fin perseguido.

Por supuesto, esto no vale para el crimen explosivo del epileptoide ni para los otros
supuestos de crímenes explosivos ni tampoco vale para el crimen serial, o por
61
acostumbramiento. Por todo ello, así, esforzándose en tenerse al análisis del crimen
y de la situación, es imposible no tener en cuenta la personalidad. Es al final de todo
que metiéndose en las relaciones del crimen y de la personalidad no se debe olvidar
la situación y la subjetividad que la envuelve.

Crimen y personalidad: Proceso criminógeno.

a) El punto de vista de la Criminología objetiva: Olof Kinberg ha opinado que el


pasaje al acto depende menos de los factores individuales y más de los mesógenos
que ejercen una muy cierta pulsión hacia el comportamiento antisocial: Hay
circunstancias individuales y mesógenas que luchan en pro o en contra de la pulsión.
Si la incitación es fuerte ella no puede ser anulada sino por una resistencia que sea
más fuerte, pero triunfará si la resistencia es ligera, o en todo caso, menor. Si la
pulsión es débil es fácilmente anulada por una resistencia fuerte. Este es el punto de
vista de la Criminología objetiva.

b) El punto de vista de la Criminología subjetiva: La concepción mecanicista del


pasaje al acto que viene de ser resumida, puede ser útil a título de esquema, pues
dentro de la cual se inscribe lo más esencialmente subjetivo del proceso criminógeno
que liga personalmente la situación a la personalidad que se encuentra implicada en
el mecanismo del crimen.

El principio del proceso criminógeno introduce la duración en el estudio de la


evolución del sujeto hacia el crimen. Él rinde cuenta de la manera en la cual el sujeto
ha vivido su acto, de las diversas etapas que ha tenido que recorrer; es decir, está
centrado en el “yo” que escoge, decide y actúa; o sea, que en la base de todo el
proceso criminógeno está el “yo” que consiente, tolera o sufre. Por supuesto,
excepción hecha del crimen explosivo.

El consentimiento del “yo” se encuentra en cierto número de criminales que se


imponen ellos mismos un proceso de envilecimiento –no de un proceso de
ennoblecimiento- y se preparan así para ser más capaces de matar o robar o
incendiar, o violar o secuestrar o estafar, creándose una personalidad para la que el
crimen no sea realizado ni pensado, por el criminal, como una cosa grave y
sacrílega.

La tolerancia del “yo” se encuentra principalmente en un gran número de crímenes


pasionales que se desarrollan dentro del desprendimiento afectivo. La ceguera del
“yo” es sensible en los crímenes utilitarios, situados bajo el signo de la inhibición
afectiva: En el comienzo del proceso se instaura una situación penosa de adaptación
al medio y se termina por extenderse progresivamente y por eliminar toda fuente de
vida afectiva. Lo que caracteriza este proceso es que el sujeto no se apercibe, de
que todo se pasa como si él no tuviera la necesidad de ser modificado o de ser una
persona que ha sufrido una evolución desastrosa y criminal sin él tomar conciencia,
sin tener conciencia, del desprendimiento del “yo”. E. De Greeff individualiza ese
estado solidificado y estructurado de indiferencia afectiva cuya explicación debe ser
buscada, según el criminólogo belga, en el plano genético.
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En lo que concierne a la forma del proceso criminógeno hay que notar que la
evolución psíquica recuerda a aquella otra de los pre-civilizados y que conduce a la
conversión religiosa. En el campo religioso, como en otra oportunidad ya hemos
señalado, Raoul Allier distingue tres períodos: El del asentimiento ineficaz, cuando el
jefe tribal no se convierte a la religión propuesta por el misionero pero manda a su
mujer o a toda su familia a la iglesia o a la casa de la misión para que así ellos lo
hagan. El asentimiento formulado donde el sujeto considera su propia conversión y el
período de la crisis, cuando él definitivamente se convierte a la nueva religión o, por
el contrario, en un arranque violento y agresivo, puede hasta dar muerte al misionero
como muchas veces sucede.

Viendo este proceso de la conversión religiosa se puede afirmar que en este sentido
el criminal no es un ser distinto. Obsérvese que hablamos principalmente del
delincuente primario, aunque también el proceso se puede repetir en el caso del
criminal habitual y en varios casos de crímenes sucesivos secundarios.

Se trata de un proceso que lleva a la realización del acto grave que sí difiere de los
procesos psicóticos análogos. Su especificidad reside en el hecho de que entre la
criminalidad imaginativa y la real se intercala un período de transformación del “yo”
que hace posible la realización del acto.

El proceso criminógeno examinado es irreductible en los casos de los llamados


“procesos establecidos”, o procesos psicóticos análogos donde no existe un período
de transformación del “yo”, es decir, en los procesos de inhibición afectiva de la
esquizofrenia o de la melancolía allí no existe tal período intermedio. Así mismo, el
proceso de inafección no se introduce en los mecanismos neuróticos o paranoicos.
Tampoco un psicópata perverso presenta un mecanismo como el antes descrito, por
su total ceguera moral.

Siempre es necesario buscar explicar el proceso criminógeno a través de la


personalidad del sujeto. Es necesario partir del acto criminal, remontar la vida interior
del sujeto, estudiar una a una las alternativas en que él se encontró situado y
escrutar las escogencias que en él han podido operar. No será sino después de una
larga investigación clínica que uno podrá apreciar cómo en las escogencias, el
hombre ha estado llevado a convertirse en criminal y que el “yo” haya consentido,
tolerado o estado ciego. Uno puede seguir estas etapas de la criminogénesis gracias
a un índice que no se equivoca: La alteración del modo de apegarse al ambiente; el
hombre busca el gesto o el comportamiento que corresponde a su actitud interior. Él
se acerca o se aleja de ciertas situaciones y medios según su propia evolución, pero,
así, a la larga, y podría ser por un largo tiempo, que él tienda a meterse de acuerdo
consigo mismo y en el ambiente, quedando siempre influenciable en una medida
apreciable. Pensemos en el caso de las bandas criminales y en el “aprendiz de
brujo”. La idea esencial que se desprende de los trabajos de E. De Greeff es que
cada escogencia aislada compromete y condiciona las siguientes. Pero este
encadenamiento no se efectúa por azar, sino que existe un mecanismo psico-social
de conjunto que perfectamente se combina con las condiciones y decisiones libres.

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Esto significa que hay causas y concausas, incluida la causa libre y factores y
circunstancias fuertes o débiles en la cadena causal del acto grave.

No hay ninguna posible comparación, desde este punto de vista del criminal y del no
criminal, porque éste radicalmente no pasa al acto y si se presenta, la pulsión de
realizar un crimen, la desecha a la larga o prontamente.

El objeto esencial de la Criminología, y en particular de la Criminología Clínica, es,


entonces, observar el pasaje al acto grave en los criminales en sus diferentes tipos y
salvo en la excepciones señaladas, incluyendo el aprendiz de criminal profesional.

La manifestación criminal efectiva es que el criminal se encuentra en primer lugar en


un ambiente dado y que siente, además, la reacción al pasaje al acto ante la pulsión
criminógena. Un cambio en la situación puede retardar y a veces puede suprimir el
pasaje al acto criminal. El ambiente puede también propiciar la actividad criminal en
individuos que no serían criminales en circunstancias ordinarias y ellos constituyen,
como bien se ha opinado, una “armada criminal en reserva”.

El medio puede jugar un papel importante en la aparición y en el desarrollo de los


actos criminales en su data y en sus modos de ejecución, pero la sola inclusión del
medio no resuelve el problema de las causas profundas del crimen, ya que una
reacción a solicitud del medio supone un hombre en el cual hay ya una aptitud
propicia al acto criminal, es decir, una previa aptitud criminógena: Un individuo sujeto
a la acción por los rasgos de la personalidad criminal misma.

No hay situaciones aisladas, sino una cierta combinación de disposiciones que tienen
entre ellas una relación de estructura que constituye el carácter específicamente
criminal de un individuo con la actividad dinámica que se sitúa en una estructura de
la personalidad total del sujeto.

Los tipos criminológicos se definen, pues, por los rasgos predominantes en el ser
humano: El refractario al trabajo, el de resistencia disminuida a las posibilidades de
enriquecimiento, el que falla por falta de frenos sociales es diferente al caso del
sujeto de tendencia a reacción primitiva y que propicia la indisciplina social. Así la
óptica criminológica discierne el elemento típico en las características reales del acto
criminal, en tanto expresión de una vida humana y no en sus relaciones o normativas
de puro orden jurídico.

En el criminal profesional ya curtido, el conflicto progresivo resulta del antagonismo


existente entre los criminales y los servicios de lucha contra el crimen y más en
concreto con la policía. El pasaje al acto subjetivamente considerado en el
profesional tiene más bien en cuenta la necesidad de encontrar la impunidad pues él
supone y manifiesta un dominio de la realidad. Sin embargo, Essler ha subrayado las
actitudes mágicas que se mezclan con la maestría de la realidad. El pasaje al acto
anda casi siempre acompañado de una falta de inhibición debida a la carencia de
sentimientos éticos y sociales y con estos se mezclan las “actitudes mágicas”. El
honesto reposa en sí mismo y tiene claro el pensamiento de no enriquecerse con el
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bien ajeno o respetar la vida y los bienes del otro, por ejemplo; en tanto que el mismo
pensamiento en el criminal profesional se caracteriza psicológicamente por no
producirse un sentimiento inhibidor ante la amenaza penal o del oprobio social.

El profesional se caracteriza por una maduración criminal ya instalada que le permite


integrarse en el juego de los mecanismos de racionalización y de identificación y no
se proyecta a la ideología opuesta de los valores existentes y a los que él no le
confiere un aspecto legítimo. No se detiene ante el oprobio social y por el contrario
se sitúa en una actitud de desafío que domina su conducta. En la mayoría de los
casos la conducta criminal no es totalmente impulsiva ni largamente premeditada y
esto hay que tomarlo en cuenta para no aplicar el mecanismo psicológico antes
explicado al profesional y tampoco, mucho menos, al psicópata.

En presencia del mecanismo de la auto-legitimación la cuestión se plantea en tratar


de saber cuál es el rasgo psicológico que sostiene la personalidad (no el que permite
la criminalización del sujeto): Este rasgo es, sin duda, el egocentrismo pues el
criminal no integra la responsabilidad para sí, sino para otras personas, incluyendo a
la misma y propia víctima.

El asentimiento formulado se caracteriza por la oscilación entre el deseo y el miedo,


y el sujeto no es retenido por el oprobio de saberse llamado malhechor ni por los
peligros que corre por el posible castigo. Grispigni subraya la falta de inhibición ante
la amenaza penal. Seelig habla de una falta de inhibición debida a una esperanza
optimista de no ser capturado y además de una situación afectiva que no deja surgir
pensamientos inhibidores del castigo. De manera general, los criminales tienen en
común un defecto de previsión, o si se prefiere, una labilidad que explica el hecho de
no ser retenidos por la amenaza penal.

La fase que precede inmediatamente al acto, es la de la aceptación del pasaje al


acto: El de la aceptación de la “conversión”. El sujeto, en la mayoría de los casos, se
convierte en un criminal en potencia confrontando las modalidades de la ejecución
del acto. Puede ser retenido por las dificultades, los obstáculos que hacen imposible
la ejecución. No se puede creer que el acto de ejecutar el crimen sea siempre fácil.

El criminal profesional generalmente trata de evitar la derrota y busca la impunidad.


Pero los que actúan, como el criminal pasional, son tributarios de factores
situacionales. Para que el sujeto triunfe de estos obstáculos y consiga la fuerza de ir
hasta el final es necesario que las pulsiones particularmente violentas o agresivas lo
inciten a perseverar. Si él triunfa de los obstáculos, se debe a su agresividad intensa.

Mira y López opina que el sujeto que llega a la ejecución es menos censurable que el
que se bate en retirada en el momento culminante, es decir, porque él se siente más
“criminalmente honesto consigo mismo y sus principios”, por supuesto. La intención,
agrega Mira y López, hay que liberarla porque su simple represión produce el
disimulo y la hipocresía con ulteriores complicaciones. Esto es discutible porque,
primero, esta opinión no tiene en cuenta el mecanismo de la catarsis mental que
abroga la agresividad pudiendo haber consecuencias menos dañinas que el
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desencadenamiento de la agresividad propiamente dicha. La catarsis elimina de los
recuerdos, aquellos que perturban la mente y el equilibrio nervioso.

La indiferencia afectiva constituye la condición última del pasaje al acto y éste es el


factor más importante. No basta el egocentrismo, la labilidad y la agresividad, estos
rasgos deben combinarse con la indiferencia afectiva para que la acción sea posible.
De Greeff orientó hacia ella sus últimos estudios al considerar su importancia. Pero,
aún así, la indiferencia afectiva siendo una condición necesaria para el pasaje al
acto, ella sola no es condición suficiente. Ella no revela todo su poder criminal sino
en función de que el egocentrismo, la labilidad y la agresividad sean suficientemente
elevadas en la psiquis del criminal.

Desde el punto de vista positivo moral se trataría de un raciocinio severo que puede
ser impuesto por el sujeto que no pasa al acto criminal en razón del correcto juicio
moral que interviene en la decisión: Es el supuesto del sujeto que se impone la
decisión moral positiva y se esfuerza en no destruir o mutilar las ilusiones y las
fuentes de gozo espiritual y no consiente en la pulsión. Pero la apreciación de la
inculpabilidad se sitúa en una perspectiva moral y social del todo diferente al caso del
sujeto egocéntrico, lábil y agresivo que se detiene en tiempo válido porque él no
pueda hacer prueba de la indiferencia afectiva que sea puramente emotiva: El juicio
moral es siempre intelectual.

Condiciones del pasaje al acto y diferenciación del criminal y del no criminal: Las
conclusiones que venimos de precisar pueden servir de transición entre la
Criminología General y la Criminología Clínica y se debe entonces subrayar que los
rasgos del egocentrismo, de la agresividad, de la labilidad y de la indiferencia
afectiva que subtienden las condiciones del pasaje al acto, no son específicos
cuando los consideramos aisladamente. Es su constelación la que da una orientación
a la personalidad total y ella confiere un carácter específico al criminal. Sólo en la
perspectiva antes analizada es que es válido hablar de Personalidad Criminal y
de poder afirmar que el criminal se diferencia principalmente del no criminal
porque éste no pasa psicológicamente al acto criminal por carecer de la
constelación antes referida.

Insistimos, la elevación del concepto de personalidad criminal al rango


criminológico reside en el núcleo de los cuatro rasgos fundamentales antes
indicados: Se trata de la agresividad, la labilidad, el egocentrismo y la
indiferencia afectiva que abordaremos en detalles, más concretamente, en las
últimas lecciones de estas notas de clases.

El concepto de Personalidad Criminal puede resumirse de la manera siguiente: Los


crímenes son acto humanos y los criminales son hombres como los demás hombres,
pero se distinguen aquellos como criminales porque en el pasaje al acto criminal
operan en su psiquis los cuatro rasgos psicológicos del egocentrismo, la agresividad,
la labilidad y la indiferencia afectiva y cuando el autor acepta y toma la decisión de
realizar el acto criminal. El crimen es la expresión de una diferencia de grado
donde intervienen necesariamente, además de la decisión, los cuatro rasgos
66
psicológicos citados. Además, la personalidad criminal radica en la cantidad de
peligrosidad criminal que confiere la distinción entre el criminal y el no criminal
que consiente el crimen en la grave y real cantidad de asocialidad que
contiene.

La teoría de la personalidad criminal que viene de ser esquematizada corona los


desarrollos que pueden haber sido obtenidos por la Criminología General, pero su
concreción y verificación deben ser seguidas a través de la observación
concreta que haga la Criminología Clínica: Sin ésta resulta ilusorio hablar de
Criminología.

IX. El Estado Peligroso.-

El Estado peligroso es la tensión criminal en potencia. La transposición del concepto


de estado peligroso en Criminología fue efectuada alrededor del año 1880 por Rafael
Garófalo, en dos etapas. La primera bajo el nombre de “temibilidad”, o sea, la
capacidad criminal como peligrosidad probable. En la segunda parte, dicho
criminólogo pone el acento en “la falta de adaptación social”.

Esto lo consideramos muy cierto, pero agregando que a la noción de peligrosidad


antes enunciada, la mueve, la conjunción de la constelación de los cuatro rasgos
psicológicos que acabamos de referir en la lección anterior, o sea, el egocentrismo,
la labilidad, la agresividad y la indiferencia afectiva que examinaremos más
detalladamente en las siguientes y últimas lecciones y que generan el pasaje al acto
criminal que es ante todo psíquico, es decir, de la psiquis humana, para así poder
hablar en definitiva de personalidad criminal.

Ahora bien, la temibilidad o peligrosidad comporta la perversidad constante y


actuante del criminal y la cantidad de mal que se puede esperar de su parte. En otros
términos, se trata de la capacidad criminal; es su peligrosidad, en su estado
peligroso. Garófalo este enunciado luego lo encontró muy restringido por lo
puramente negativo de la fórmula, y expresó que también se tenía que tener en
cuenta la no adaptabilidad social, la no idoneidad del criminal para involucrarse a la
vida social honesta.

Se trataría de fijar su “perversidad constante”, y así poder determinar luego para


cada criminal en concreto el freno adaptado a la especialidad de su naturaleza, o
también, el obstáculo capaz de alejar su peligrosidad en función del grado de
sociabilidad que le pudiese quedar en su bagaje moral. Dicho en otra forma, también
conviene investigar la probabilidad de adaptación del criminal, es decir, las
condiciones mediáticas en las cuales se pueda presumir que él cesaría de ser
peligroso. Se trataría de la apreciación criminológica de lo que es el estado peligroso
y lo que él comporta para determinar la evaluación de su capacidad criminal y de la
posibilidad de adaptación social que el criminal pudiera tener para el futuro; pues el
criminal es un sujeto que puede presentar la capacidad criminal en el momento del
acto, pero podría tener para el futuro la adaptabilidad reducida o la capacidad
criminal elevada o una adaptabilidad satisfactoria. Se trata de ver los estados
67
peligrosos que variarían paralelamente y que se desarrollarían el uno
independientemente de la peligrosidad manifestada en el acto criminal primario.

El Estado peligroso no es una noción jurídica ni siquiera es ficticia, es una realidad


clínica observable. El Estado peligroso se manifiesta bajo dos formas: el estado
peligroso crónico o permanente y el estado peligroso tan sólo inminente. La forma
crónica o permanente se definen como unas modalidades psicológicas
intrínsecamente moral, de la cual el carácter es la de ser antisocial. Ante este
carácter la peligrosidad tiene su intensidad, su dirección y su evidenciabilidad de
manera variable.

En lo que concierne a su intensidad conviene distinguir, de acuerdo a la clasificación


de Exner, entre los criminales de los cuales el crimen es la actividad principal o
única, que son profesionales verdaderos y los que tienen una actividad simplemente
inadaptada. Entre los primeros se encuentran los sujetos activos antisociales y
organizados, mientras que entre los segundos, uno encuentra a sujetos pasivos,
asociales y desorganizados. En los primeros la dirección de la personalidad se
manifiesta por especializaciones y hay que distinguir el tipo puro y el tipo mixto. El
tipo puro es aquel que siempre comete el mismo tipo de infracción, la que le es
propia de su carrera criminal. El tipo mixto engloba: el tipo paralelo que es
ambivalente y que comete diversos tipos de crímenes y el tipo de transformación que
es el que después de ejercer una actividad criminal determinada, en un período de
su vida, se introduce en una nueva actividad, como por ejemplo, el criminal asesino
que termina en ladrón.

Lo que se manifiesta con evidencia se efectúa identificando el momento en el cual


interviene el proceso decisivo de la maduración criminal. Algunos criminales
presentan solamente un estado peligroso crónico, muchos pasan antes de la
perpetración del acto por un estado peligroso inminente. Los trabajos de De Greeff
han puesto de relieve esta forma general ligada al pasaje al acto (acting out), se trata
de un estado de peligro antes de que el acto se realice: La etapa final decisiva del
iter criminis, es en el momento en que la crisis causal precede inmediatamente al
pasaje al acto. De ahí surge el problema etiológico que plantea la cuestión de saber
en qué medida el estado peligroso se inscribe, en líneas generales en un estado
peligroso permanente o es solamente la revelación de un carácter de crisis pasajera.

La apreciación del estado peligroso está basada en la búsqueda de índices. Se


deben tomar en cuenta los índices legales y también, sobre todo, los índices
susceptibles que permitan descubrir los factores-índices: bio-psicológicos y sociales.
En esta búsqueda, pues, los límites aparecen así:

a) En la toma en consideración de los límites legales. Se ha permitido sostener que


es una práctica cuotidiana de los jueces recurrir sólo a ellos. Es así que el que ha
cometido un crimen de poca gravedad es considerado por ellos como poco peligroso
y es remitido de nuevo al circuito social, así que si es que ha cometido una infracción
de envergadura por sus consecuencias, es considerado como altamente peligroso y
sometido a una larga privación de libertad. Es, en fin, que si el sujeto ha cometido
68
una serie de crímenes es considerado como irremisiblemente peligroso. Esto revive
el criterio del criminal serial, que no define necesariamente al peligroso irremisible.

Pero el estudio clínico ha permitido sostener y probar que no hay correspondencia


cierta entre la gravedad objetiva del crimen y el estado peligroso. Se llega a menudo
ver el caso de un criminal que no manifiesta un estado peligroso a pesar de la
perpetración de un acto grave y, en cambio, al contrario se ve el supuesto de un
crimen de mínima importancia y ser el autor singularmente revelador de alta
peligrosidad.

b) Así mismo, se puede tomar en consideración exclusiva los índices bio-psicológicos


que pueden incitar a la falsa apreciación del estado peligroso y aventurarse a
declararlo sin tenerse en cuenta los elementos jurídicos. De hecho, el estado
peligroso pre-delictual, es decir, aquel que se manifiesta antes de la primera
infracción puede ser difícilmente apreciado con gran probabilidad. No es sino en
casos muy especiales de enfermos mentales, de alcohólicos, de drogadictos en que
puede haber más motivos de que exista claramente el estado peligroso pre-criminal.

A raíz de lo antes dicho, algunos autores consideran los estudios criminológicos sin
ninguna especificidad. Dicen que la criminalidad es un fenómeno social cuyos
contornos son más o menos definidos arbitrariamente y agregan que el criminal es
un hombre como los otros y que el crimen es una conducta que no está marcada por
un sello particular. En esta perspectiva, se dice, que es por pura comodidad técnica
que se puede hablar de criminología. Pero si se piensa de esta manera se puede
llegar a afirmar que en un plano científico no pueda llegarse a nada que signifique
incontestables ventajas prácticas. Y que ella permita la existencia de técnicos de
diversos orígenes que pueden trabajar en equipo y de aportar a las autoridades de la
defensa social de avisos seguros. Ella, la Criminología Clínica, es un factor de
progreso social, y en este título ella, la Criminología Clínica, merece respeto.

Es cierto, como sucede con muchas ciencias, que la Criminología General corre el
riesgo de encontrar o de no encontrar algo útil en la realidad, pero se nota que el
esfuerzo no está desviado de un objeto científico particular y concreto. Ella es una
esperanza teórica. La historia demuestra que es investigando como se ha logrado el
progreso. Así se ha logrado que el tipo de criminal nato de Lombroso se haya
abandonado después de haber presentado en los primeros años cierta acogida por
los criminólogos.

Hoy en día es en términos psicológicos como se plantea el problema de la


personalidad criminal y que ella se pueda también definir desde un punto de vista
psico-psiquiátrico. La hipótesis de trabajo de la Criminología Clínica se apoya en
fundamentos sólidos. La definición criminológica del crimen revela concretos valores
del grupo social que fallan en el criminal, y estos logros son capaces de legitimar la
empresa. Se puede decir que todos los hombres se mueren pero esto no afirma que
la medicina deje de existir como ciencia. La Criminología, la Clínica precisamente,
cuenta con un papel importante en las sociedades humanas dirigido a develar la
personalidad criminal y los factores que influyen en el crimen.
69
Por lo pronto, aparte de las direcciones que ellas han tomado en el estudio de la
personalidad criminal, conviene recordar que existe una diferencia de naturaleza
entre los criminales incorregibles y el hombre normal no criminal. El R.P. Mailloux
dice que en general, la conducta habitual puede ser considerada como “sintomática”,
es decir, que existe una manifestación de una condición patológica latente; que la
delincuencia habitual es el reflejo de una condición patológica “sui generis” y que
existe una pulsión a la repetición. La compulsión de repetición cuenta entre las
indicaciones de la neurosis y la incorregibilidad y el recidivismo, deben ser
consideradas como indicadores de la criminalidad patológica. Según Mailloux es
conveniente admitir francamente la existencia de una diferencia de “naturaleza” entre
el criminal habitual incorregible y el hombre normal honesto y que existen
ciertamente las condiciones latentes de la criminalidad patológica.

Es legítima, a título de hipótesis de trabajo, la investigación de los diferentes grados


que existen entre los criminales y los no criminales y es legítimo afirmar la existencia
de diferencias psicológicas entre ellos aunque no tengan diferencias biológico-
anatómicas netas como se llegó a pensar antes por algunos como consecuencia de
las afirmaciones de Lombroso y algunos otros criminólogos que secundaron. Entre el
hombre normal honesto y el criminal existe una diferencia de grados, así como existe
una diferencia de grados entre el criminal ocasional más ligero y el perverso
psicópata recidivista endurecido.

Hablar de personalidad criminal no implica otra cosa que hablar de la diferenciación


de los grados del crimen que ella produce y por qué en unos se presenta el pasaje al
acto y en otros no. Lo que importa es precisar las razones y los métodos susceptibles
que permitan un aproche diferencial de la personalidad criminal. La Criminología
contemporánea ha ido lo más lejos posible, hasta ahora, en el aproche de las
diferencias sobre los mecanismos del crimen y los procesos de pasaje al acto y en el
estudio de la personalidad criminal. ¿Llegará el momento, en el desarrollo científico,
en que pueda existir algo para hacer la diferenciación a que no referimos con un
método parecido al de huella dactilar y el ADN? La respuesta sigue siendo difícil
pero, no quizás imposible.

Como hemos dicho en otra oportunidad, Olof Kinberg ha constatado que el pasaje al
acto depende, según el punto de vista de la criminología objetiva, de factores
individuales y mesógenos que ejercen una cierta pulsión hacia el comportamiento
antisocial del individuo y que hay circunstancias individuales y mesógenas que
luchan contra estas pulsiones. Según su análisis él distingue las pulsiones dinámicas
habituales de otras pulsiones temporarias positivas y negativas y la resistencia
estática habitual de sus variaciones temporarias. Así, lo que importa es, según él, la
comparación de la resistencia a la fuerza de incitación, a la pulsión. Si ésta es fuerte
ella no puede ser anulada sino por una resistencia todavía más fuerte. Pero ella
triunfará fácilmente a una resistencia ligera. Si ella es débil, ella será fácilmente
anulada por una resistencia fuerte, pero ella triunfará a una resistencia muy
ligeramente inferior. Pero, evidentemente, hay más.

70
Según el punto de vista de la criminología subjetiva: La concepción mecanicista del
pasaje al acto que viene antes de ser resumida, puede ser útil a título de esquema
primario, de cuadro dentro del cual es susceptible de inscribirse lo que es esencial, a
saber el proceso criminógeno que liga subjeti-vamente la situación a lo que en ella
se encuentra implicado. El principio del proceso criminógeno introduce la duración en
el estudio de la evolución del criminal hacia el crimen. La duración del proceso de la
crisis que el criminal debió recorrer. Es decir, él está centrado sobre el “yo” que
escoge, decide y actúa y en todo proceso criminógeno hay el “yo” que consiente,
tolera, o sufre.

En definitiva, el criminal no es un ser aparte, los procesos que conducen al crimen


son los mismos que los de todo acto grave, pero por el contrario, ellos difieren de los
procesos psico-patológicos análogos. Su especificidad reside en el hecho de que en
la criminalidad real se intercala un período de transformación del “yo” que hace
posible el pasaje al acto. Siempre es necesario buscar la explicación del proceso
criminógeno a través de la formación y el desarrollo de la personalidad del criminal.
Es, pues, que se debe partir del acto criminal, remontar la vida interior del criminal,
estudiar una de las alternativas en las cuales él se encontró situado, y escrutar las
escogencias en que él ha podido operar. No es sino después de que esta larga
investigación sea efectuada que se podrá apreciar cómo la escogencia a que el
hombre ha sido llevado a ser criminal que el “yo” haya consentido, tolerado o haya
sido ciego.

Uno puede seguir las etapas de la criminogénesis gracias a un índice que no se


equivoca: La alteración del modo de apegamiento al ambiente. El hombre busca el
gesto, el comportamiento que corresponde a su vida interior. Él se acerca o se aleja
de ciertos medios según su propia evolución, pero eso lo hace con el transcurso del
tiempo (y esto a menudo dura mucho tiempo) cuando él tiende a meterse de acuerdo
consigo mismo y con el ambiente, él se mantiene influenciable de una manera
apreciable. De suerte que un “determinismo” (valga la expresión), o mejor, “una
influencia psico-moral de conjunto o global” puede perfectamente combinarse con la
determinación aislada y libre: y esto es importante.

El pasaje al acto se efectúa más fácilmente en los criminales que en otras personas,
ellos tienen una zona de tolerancia más estrecha, o si se prefiere un umbral criminal
más elevado. Todo el problema metodológico consiste entonces en definir las
condiciones del pasaje al acto, en buscar sus rasgos psicológicos que lo subtienden
y a verificar su existencia en los mecanismos y procesos de la conducta criminal.

X. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal.-

Los Rasgos Centrales o Básicos o del Núcleo de la Personalidad Criminal, como ya


lo tenemos dicho, son el Egocentrismo, la Labilidad, la Agresividad y la Indiferencia
afectiva. Esta última, en cierta forma, la principal, insistimos, no puede operar sino
en asociación, en constelación, con los otros tres rasgos mencionados
anteriormente y en estrecha conexión con ella.

71
XI. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal: 1. Egocentrismo y
Personalidad Criminal.

La definición tradicional asimila el egocentrismo a la tendencia de reportarse uno a sí


mismo. La asociación egocéntrica es el constructo según el cual el sujeto reacciona a
la idea inductora por una captación de su propia personalidad. El egocentrismo no
sólo tiene expresiones intelectuales: Él tiene, así mismo, expresiones psico-fisio-
afectivas y sociales.

Desde el punto de vista psico-fisio-afectivo el sujeto se ‘siente’ como centro del


universo, se rige por el principio del placer personal que es instintivo y reacciona
generalmente a la frustración por los celos, la envidia, la mal querencia y el despre-
cio a los demás. En su “yo” herido reacciona con rabia y cólera así con desesperos
violentos, a los cuales puede darles libre curso. Desde el punto de vista social, la
susceptibilidad, la autosuficiencia y el autoritarismo, darán nacimiento a la disimu-
lación, al despotismo y a la falsedad.

Las concepciones que explican la definición del egocentrismo derivan de varias


teorías y opiniones: El primer pensamiento sobre el egocentrismo recae sobre el
instinto. Se ha sostenido que el instinto de conservación engloba el sentimiento de la
personalidad. Es en virtud de estos instintos y sentimientos que el individuo se afirma
a si mismo e impone su influencia sobre los demás seres.

Las anomalías por exceso de estos instintos y sentimientos se revelan por la enorme
hipertrofia del “yo”, por una autofilia, por todas las manifestaciones del orgullo y de la
vanidad. El orgullo por el cual el individuo se estima a sí mismo fuera de toda
medida, se reencuentra así, y valga la expresión, con la constitución paranoica y se
alía, a menudo, a la desconfianza y a las ideas de persecución. La vanidad, en virtud
de la cual el sujeto quiere ser estimado por los demás más allá de sus méritos y muy
frecuentemente asociado a la mitomanía que puede terminar en el delirio de
grandeza. Pero es una constatación muy importante las manifestaciones y las
consecuencias de la hipertrofia del sentimiento de la personalidad que se confunde
con aquellas de la insuficiencia o a la ausencia del instinto de simpatía, es decir, el
“egoísmo” o defecto de la generosidad, de la indiferencia afectiva y moral y la
tendencia a la vida solitaria.

La idea de lo innato termina por juntar prácticamente el egocentrismo a la


insensibilidad moral, ya puesto esto en evidencia como uno de los rasgos
fundamentales de la personalidad criminal por los pioneros de la Criminología.

La conexidad de las nociones de egocentrismo, de insensibilidad moral y de


inadaptación social no quiere decir que haya identidad entre ellas, sino que ellas
tienen efectos comunes al juntarse: La tendencia a referirse al yo del individuo. Ellas
se reencuentran en una inadaptación a la personalidad de los demás; y esta
inadaptación es provocada en el caso del egocentrismo a la tendencia a imponer
alrededor de sí mismo todo cuanto el sujeto conoce y en el caso de la insensibilidad

72
moral por la inexistencia y la imposibilidad de realizar un compromiso afectivo con el
prójimo.

En la teoría freudiana un lugar importante ha sido acordado al desarrollo afectivo del


niño: Antes de diferenciar el niño el mundo exterior de su persona, esta se siente la
superpotencia de sus instintos y pensamientos y de su propia acción mágica sobre el
mundo real. Es una fase narcisista y esa fase narcisista, al final de cuentas,
constituye sólo una etapa de la falta de socialización. No es sino cuando fracasa la
socialización cuando se mantiene y subsiste una mentalidad infantil que se expresa
en un egocentrismo exigente.

El criterio de esta teoría freudiana ha estado confirmado, en sus grandes líneas, por
el estudio de las funciones del lenguaje hecho por Jean Piaget quien manifestó que
en lo que respecta al lenguaje del niño se trata de que éste no ha descubierto
todavía un medio de expresar su propio pensamiento egocéntrico.

Jean Piaget ha reconocido dos tipos de lenguaje en el niño: El lenguaje egocéntrico y


el lenguaje socializado. En el primero el niño no se inquieta por saber qué es lo que
habla o escucha. Él habla por sí mismo a su único modo. No ensaya situarse en el
punto de vista del auditor. A la inversa, el lenguaje socializado es aquel en el cual el
niño se dirige a su auditor, considerando entonces el punto de vista de éste,
ensayando incluirlo o de intercambiar realmente las ideas y sentimientos con el otro.
El porcentaje más elevado de reacciones egocéntricas se considera que están en las
edades de los tres y cinco años, y la socialización se produce hacia los siete u ocho
años.

El egocentrismo se ve entonces como una falta de maduración psicológica que


debería desaparecer con la mayor edad. La conversación con el adulto sería
altamente socializante.

Así como existe un pensamiento egocéntrico y un pensamiento socializado, en el


niño existen dos morales infantiles. La primera es de constreñimiento y de
heteronomía que se traduce por la responsabilidad objetiva; la segunda, por el
contrario, es de una moral de cooperación y de autonomía que se responsabiliza por
una visión subjetiva. El origen egocéntrico de la primera no produce ninguna duda ya
que el respeto unilateral del niño por las consignas del adulto es una consecuencia
del hecho que él no puede disociar su “yo” de aquel de sus mayores. Pero hacia los
ocho años el niño saldrá del egocentrismo para tender a la cooperación.

Daniel Lagache toma la posición de la asimilación de las nociones de egocentrismo y


de insensibilidad moral por los rasgos siguientes: Por la incapacidad de juzgar un
problema moral, por situarse el individuo sólo en el punto de vista personal; por el
defecto de consideración por los demás; por el carácter parcial y narcisista de los
fines y por los objetos sexuales propios y por las actitudes críticas y acusadoras; y
situándose frente al otro en el sentido de la culpabilidad y responsabilidad ajena y de
la propensión a las reacciones de la propia inocencia; y por el sentimiento de la
injusticia sufrida.
73
Cuando el niño sale espontáneamente de su egocentrismo para tender a la
cooperación, el adulto puede incorrectamente operar en la mayor parte del tiempo a
manera de reforzar el reciente egocentrismo infantil sobre el doble plano intelectual y
afectivo. Tal pedagogía puede terminar en un perpetuo estado de tensión y cuando el
adulto refuerza así el egocentrismo infantil en el doble plano intelectual y afectivo.
Este reforzamiento tiene por causa la exteriorización de “consignas del adulto” y la
falta de psicología del adulto medio de lo cual es testigo el análisis de los jóvenes
criminales y de los niños difíciles. “Los padres pueden entonces “crear” la maldad
innata del niño, valga la expresión.

Ahora bien, yendo al campo de la Criminología, en clínica criminológica se observan


manifestaciones egocéntricas en los tipos criminales definidos y fuera de los tipos
definidos.

En los tipos definidos, es decir, en los enfermos mentales, los caracteriales, los
perversos psicópatas y en los débiles mentales, se encuentra frecuentemente este
rasgo del egocentrismo, así:

a) En los enfermos mentales están afectados, por igual, los psicóticos y los
neuróticos. En las psicosis: en el esquizofrénico es característico el autismo que
consiste en la fuerte polarización de toda la vida mental del sujeto hacia sí mismo. En
su mundo y particularmente en el familiar, pierde el contacto con la realidad sin
cambiar los deseos, las angustias, la sensibilidad y la imaginación. El sujeto se hace
impenetrable y su comportamiento y el lenguaje se hacen incomprensibles.

Una forma distinta del egocentrismo patológico se encuentra en los paranoicos en los
cuales la conducta de fugas y regresos y de sospechas, se expresan en delirios
estructurados y sistematizados. En estos enfermos el intelecto no está tocado salvo
en lo que concierne a los temas delirantes centrados en la persecución y el delirio de
grandeza. Delirios de grandeza y de persecución de su propia persona, de su propio
yo, de su egocentrismo radical.

En los maníacos-melancólicos, o bipolares, el egocentrismo se presenta en una


desviación del sentimiento de la personalidad que los vuelve preocupados, ansiosos
y desesperados: Metidos en sí mismos y en sus problemas.

En los epilépticos, las reacciones agresivas pueden ser muy importantes y son
igualmente egocéntricas: Se agrede en referencia a la protección del yo.

De manera general, los neuróticos son raramente criminales pero sí se puede


marcadamente señalar el egocentrismo en ellos: De cien casos puede encontrarse
como criminal un joven hipocondríaco, pero en ellos el crimen resulta más bien una
comedia. Son egocéntricos no criminales en su mayor parte. El egocentrismo de los
hipocondríacos que se preocupan de la enfermedad propia y en los histéricos que se
quejan de una parálisis del yo, de una cierta curvatura, y de una “afonía” que
suponen proveniente de una “causa orgánica”. El histérico, en un grado menor que el
hipocondríaco, se queja de una parálisis, de una personalidad superficial, vana, ávida
74
de simpatía y de atención en lo que toca a su “yo” y él puede realizar payasadas y no
sentirse responsable de sus trastornos neuróticos.

Los caracteriales son sujetos afectados por trastornos constitutivos que vienen de las
características de las correspondientes enfermedades mentales como sabemos, pero
de forma disminuida por supuesto: Son sujetos enfermos del psiquismo donde el
comportamiento habitual recuerda el de la enfermedad correspondiente. Se
encuentran los esquizoides, los pequeños paranoides, los pequeños depresivos, los
epileptoides, los mitómanos. Estos caracteriales en el estado puro se encuentran con
cierta frecuencia entre los criminales.

Ernest Dupré ha subrayado particularmente la aparición del egocentrismo en la


orientación paranoide: Sujetos llenos de desarmonías y desconfianza, creadores de
manifestaciones de orientación paranoica hechas de arrogancia, vanidad y dominio,
y de tiranías por el ejercicio de la autoridad bajo todas las formas del despotismo
conyugal, doméstico, profesional e, incluso, político. La intolerancia y las arrogancias
pueden llegar hasta a las relaciones sociales. Es necesario agregar que la mezcla de
orientaciones paranoides de orgullo y desconfianza crean manifestaciones de celos,
arrogancias, vanidades, exceso de estimación propia y desconfianza a consecuencia
de heridas del amor propio y de desconfianza hostil al entorno. La asociación de esta
vanidad patológica y la debilidad del sentido moral tienen como consecuencia la
ausencia de escrúpulos, de ausencia de subordinación sistemática de todos los
intereses de los otros sujetos que están a su alcance personal.

Se pone igualmente a la luz las relaciones del egocentrismo en las orientaciones


mitomaníacas. Estas pueden estar asociadas a la debilidad mental por el hablar
fantástico, la auto-acusación criminal, la fabulación-simulación de atentados. Hay
enferme-dades ficticias y un cierto número de estos sujetos son fabuladores y
simuladores que pueden presentar accidentes histéricos. Dice Dupré que la vanidad
puede llevar al sujeto a manifestaciones inmorales o criminales extrañas y la
mitomanía misma puede llevarlo a estafas y hurtos para procurar medios al sujeto de
sus apetitos de coquetería y sus gustos de gloria y de ostentación. En ciertos casos
excepcionales la vanidad puede conducir a ciertos débiles mentales a actos más
graves, tal como la destrucción de ornamentos públicos y privados y a incendios y en
general a actos de vandalismo. Existen ciertos casos excepcionales de vanidad
absurda y colosal de grandes criminales que se expresan en sus memorias, sus
dibujos, sus autobiografías, sus declaraciones enfáticas y pretenciosas y en sus
cartas a familiares y en discursos públicos.

La asociación de tendencias vanidosas y mitómanas, crean tipos de actividad


perversa y fraudulenta de un gran interés criminológico: Grandes estafadores,
agiotistas de grandes empresas fraudulentas, supuestas y falsas herencias, etc. que
presentan recursos imaginativos convincentes, hasta el punto que el entorno puede
ser llevado a un vértigo de sugestión colectiva que termina por hacer creer hasta al
autor mismo de la falsa realidad una verdadera realidad de su obra. Resulta también
que la asociación de egocentrismo, ligado a trastornos caracteriales, con la
perversión y la debilidad mental es altamente criminógena.
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En lo que concierne a los perversos morales o psicópatas, estos tienen una inversión
total del sentimiento de simpatía. Lo que los caracteriza esencialmente es la
malignidad, es decir, la necesidad de hacer el mal por placer. Pero al lado de estos
sujetos se encuentran raros casos de inadaptados profundos incapaces de
reaccionar afectivamente y que en consecuencia pueden ser brutales hasta la
crueldad. En un estado menos acusado se encuentran los llamados opuestos cuyas
manifestaciones van de la rebelión a la simple repetitividad del carácter, hasta los
inafectivos ligeros. Lo que caracteriza a estos sujetos es, en el fondo, el
egocentrismo brutal cuya intensidad puede variar pero que en todo caso se definirá
por la oposición a la generosidad, al altruismo y que reside esencialmente en el amor
a sí mismos, o mejor, a sus propios afectos y pertenencias. Las expresiones
intelectuales del egocentrismo radican en la seguridad en sí mismos, sus
expresiones afectivas son la tendencia a la exclusividad y a la permanencia, de
donde el odio y la venganza son expresiones varias, la violencia y las brutalidades, la
desconfianza del otro lo que explica el fanatismo, el erotismo, la destrucción de los
obstáculos del “yo”, la desconfianza de la vida y del bien ajeno.

Debe quedar claro que donde hay egoísmo no hay necesaria-mente egocentrismo, y
la inversa no es tampoco automática-mente verdadera: donde hay egocentrismo no
hay necesariamente egoísmo. El egoísmo es interesado en lo material. El
egocentrismo es desinteresado en el yo. La vida cuotidiana da el ejemplo de
egocéntricos que tienen una afectividad calurosa.

Los débiles mentales son grandes egocéntricos y se puede decir que son grandes
egocéntricos al estado puro, porque la inadaptabilidad de tener en cuenta la
personalidad de otros constituye una de sus características esenciales. La debilidad
mental cuando se asocia a la mitomanía se presenta como un super egocentrismo
generador de antisocialidad.

En cuanto a los criminales fuera de los tipos definidos:

Los profesionales, son criminales activos, autoritarios, obsti-nados, muy susceptibles


y decididos. Son combativos, aventu-reros, inclinados al desafío. Ellos asocian a su
egocentrismo una insensibilidad moral, es decir, una indiferencia afectiva que
organiza al sujeto en su carrera criminal.

Los caracteriales también presentan un sentimiento exagerado de su propia


personalidad con tendencias al egocentrismo y a la vanidad. Estos rasgos se asocian
a otros rasgos psicológicos y en particular a la debilidad de la sensibilidad moral.

Los tipos de ocasionales cubren una variedad extrema de personalidades. Están los
pseudo-autores de infracciones culposas: el egocentrismo del automovilista
imprudente no es posible de dejar de ser señalado, tomando en cuenta que en
circunstancias generales el automovilista, cuando conduce, es un opositor al peatón
y a los otros automovilistas, salvo excepciones muy contadas, por supuesto.

76
Hay que señalar igualmente el egocentrismo del criminal pasional. La pasión se
alimenta en lo más hondo del yo y en sus actividades pseudo-justicieras. El pasional
es generalmente pseudo-justiciero.

Egocentrismo y pasaje al acto: El egocéntrico que pasa al acto es incapaz de juzgar


un problema moral desde un punto de vista que no sea personal e inclinado a las
reacciones de inocencia. Generalmente todo criminal busca rendir su falta como
legítima y desvaloriza las leyes y normas sociales. Tiende a demostrar que la
hipocresía es universal y que él es más honesto que quienes debieran juzgarlo. El
egocentrismo es la fuente de la auto-legitimación que puede seguirse en toda la vida
del reo más allá de la condena y que puede ser, sin dudas, el lecho probable de la
reincidencia.

Aquí es bueno aclarar que existe una mal llamada “Criminología del modernismo”
que se auto nombra como “Criminología Crítica” que preconiza como factor del
crimen la existencia de las leyes penales sustantivas, adjetivas y penitenciarias y a
las instituciones que las hacen y las aplican. Esta corriente, además de presentar
una actitud política de oposición al Estado, se declaran a sí mismas, sin darse
cuenta, como instigadoras del crimen, lo cual es deplorable, pues caen en un
“egocentrismo criminológico”: Se manifiestan como las únicas corrientes valederas y
por eso son corrientes anarquistas y contrarias a la misma ciencia que pretenden
estudiar. Esto no quiere decir que en muchos Estados la desidia de las instituciones
penales y penitenciarias de algunos gobiernos no dejen de comportarse como
factores criminógenos cuando no cumplen con sus deberes que una sana
Criminología presenta como los más adecuados para tratar al criminal en la
búsqueda de encauzarlos a una vida más ordenada y cónsona con el medio social,
donde, por supuesto, están los mismos órganos del Estado.

Dice Ángelo-Luis Hesnard que el criminal constantemente es como un individuo


pulsionado y egocéntrico con el egocen-trismo de un mundo irreal y simbólico de la
neurosis, de un egocentrismo inmoral que encuentra su satisfacción en la
transgresión de lo prohibido y cuya tensión nace de las circunstancias que no se
pueden aliviar sino por el acto grave sancionado por el medio social. El criminal pasa
al acto, no cuando ha vencido un deseo culpable, sino cuando actúa rápida e
insidiosamente legitimando su deseo de suprimir o dañar a alguien o de apropiarse
de un bien ajeno. El egoísmo y el egocentrismo pueden coexistir. A veces el sujeto
se supervaloriza a sí mismo desafiando a la humanidad y al mismo universo.

La persona pasa al acto criminal cuando se manifiesta contra el prójimo y no contra


las cosas. El egocentrismo es personal. Frente al prójimo el criminal se expresa con
actitudes críticas y acusadoras y por el sentimiento de injusticia sufrida. Las actitudes
críticas y acusadoras son favorecidas cuando el sujeto se deja influenciar y exagera
pensando que la significación de ciertas manifestaciones desviadas de la vida social
lo favorecen e imagina ilusoriamente que el medio se modifica con el deseo de
sentido inconsciente. También el sujeto se pone a pensar y a actuar con relación al
medio no tal como éste realmente es. Estas modificaciones ficticias del medio, para
tomar la expresión de De Greeff lo llevan a criticar y acusar al medio real de no
77
comprender sus reacciones. Su modo de adaptación al medio real se altera y la
evolución hacia el crimen se acompaña con la búsqueda de un medio susceptible de
corresponder a cada una de las etapas que transita. Pero también, se dice, que el
verdadero malhechor o quien se dispone a serlo, no va al descarte, no se esconde
en un sueño solitario, sino que va en busca de una sociedad a la cual se opone y que
quiere sumir en sus propios deseos.

El sentimiento de injusticia sufrida fuente de egocentrismo, ha sido encontrado por E.


De Greeff en la mayoría de los casos de ladrones inadaptados sociales. Esta noción
de injusticia no se suspende jamás y se observa en muchos seres que explican su
vida y sus actitudes por las injusticias y la mala suerte de que han sido objeto, con un
sentido profundo de la injusticia que les han impelido siempre ‘a someterse a la
iniquidad. Pero en presencia de este sentimiento de injusticia sufrida evocador del
falso espíritu, celoso, vindicativo de los paranoicos uno se encuentra una vez más en
el límite de las consecuencias del egocentrismo y de la insensibilidad moral. Importa,
dice De Greeff, para apreciar a tales hombres, buscar cuándo y dónde y cómo no
han podido subordinarse a un valor social y cuando apreciamos que esos individuos
se han perdido en un momento dado de su vida como si ellos han estado siempre
privados de comunión simpática y de encuentro social durante su existencia. En
término de este estudio hay que declarar que las dificultades prácticas de distinción
entre los efectos del egocentrismo y de la insensibilidad moral generalmente siempre
se mantienen juntos.

XII. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal: 2. Labilidad y


Personalidad Criminal.

Cuando un presunto criminal no llega por un proceso subjetivo de auto-legitimación a


no poder ser retenido sobre la base de un egocentrismo psico-moral, más o menos
insidioso, ni por el oprobio social que emana del nombre de malhechor o al miedo al
castigo, él puede todavía ser devuelto del momento del pasaje al acto por el oprobio
social o el miedo al castigo. Sin embargo, cuando de nuevo él no es retenido por el
oprobio social al malhechor o por la amenaza penal, él de nuevo comenzará el
período de la crisis precedente, se vuelve lábil y no termina de involucrarse en la
propia definición de la decisión que haya tomado respecto al crimen a realizar y ello
antes del concreto pasaje al acto mismo. Esta es la apreciación básica del criminal
no sólo ante el oprobio social por el hecho criminoso sino también ante la amenaza
penal: ¿Cómo mejor explicarlo?: Cuando un navegante no sabe amarrarse a puerto
seguro, tiende a caer en el torbellino del oleaje inmisericorde del océano del
desconcierto.

Filippo Grispigni en forma exagerada y radical decía que la característica específica


del criminal reside en su incapacidad de ser inhibido por la amenaza penal. Esta
opinión era exagerada pues la labilidad es sólo un rasgo de cuatro rasgos causales y
no se trata solamente de “inhibición”. Por los conceptos que hoy se manejan, la
labilidad es lo que mejor corresponde a la expresión pura y simple de la experiencia.
El criminal que no ha pasado al acto es lábil ante el oprobio social y a la amenaza

78
penal y puede en cualquier momento ir y volver a la decisión de la actividad criminal
en un vaivén psicológico.

El Lábil, (del latín: labilis) es lo que resbala o desliza fácilmente: Lo frágil, lo débil y
poco estable, lo poco firme de la resolución: Lo inestable. La misma labilidad, lo
empuja a estar de acuerdo con el hecho y luego a no estar conforme con la
realización del mismo. Es como si se tratara de la mujer de la canción de la ópera de
Verdi: “La donna è mobile, qual piuma al vento, muta d'accento, e di pensiero.” El
criminal desea y quiere el crimen en un momento pero luego no lo quiere o
seguidamente sólo se limita a acariciar la idea de realizarlo como quien no lo desea
en realidad por la incidencia y el temor al oprobio o por el temor de la posible sanción
y luego cede ante la realidad de cometerlo.

Analizando ahora la labilidad como un rasgo del núcleo de la personalidad criminal,


conviene subrayar que el rasgo de la labilidad estuvo camuflado por largo tiempo por
el rasgo de la imprevisión; el rasgo de la labilidad no fue bien visto sino en reciente
data. Lombroso manifestó que la imprevisión era un rasgo común al niño y al
criminal, y también propio de la prostituta. Pero la imprevisión es simplemente no
contar mentalmente con un resultado posible, y se refiere principalmente en la
responsabilidad de la culpa, es decir, a la no previsión del resultado criminoso por
actuar con negligencia, imprudencia o inobservancia de las normas. Después del
auge y caída de la vieja escuela italiana la imprevisión del criminal fue puesta en
duda, Gabriel Tarde fue el primero en manifestar ciertas reservas; y dijo que lejos de
presentar el criminal esta imprevisión profunda de la cual Lombroso hizo la
característica más importante del criminal, Tarde dijo que “los compañeros de
Dostoievsky” mostraban un cálculo de rara perseverancia en el cumplimiento de sus
diseños durante sus compras de aguardiente y en sus evasiones de primavera y que,
al mismo tiempo, la idea de la punición no cesaba de preocuparlos”. Concluyamos
diciendo que no se trata de la “imprevisión” ante el oprobio y la sanción penal por la
que el criminal pasa al acto, es por la labilidad ante el crimen que el sujeto pasa o no
pasa en los vaivenes del acto criminal.

Los psiquiatras y sociólogos franceses decían que existen dos clases de recidivistas
en los cuales la mal llamada “imprevisión”, o mejor, la labilidad se manifiesta. En la
primera clase incluían a la masa de los criminales que previendo las consecuencias
posibles de la ley, pensaban ser siempre hábiles para escapar a la justicia. En la
segunda se agrupan los que se meten en revueltas contra las leyes y arriesgan, al
fin, el todo, a cambio de la impulsividad y de las satisfacciones que ellos
consideraban dignas de jugarse. Actualmente la “imprevisión” de los criminales ante
la ignominia del crimen o de la sanción no es en absoluto invocada, pero la realidad
de la labilidad se mantiene. La tendencia general sistematizada dice Ch. Debuyst es
la de elaborar una teoría criminológica de las “inhibiciones”. En esta visión, dice
Debuyst se acotarían nociones tales como la impulsividad, la inestabilidad, la
debilidad, y la inmadurez: De tal suerte que la labilidad está mal concebida a partir de
conceptos como la “imprevisión” de la sanción.

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En el terreno de la clínica psiquiátrica Bize, estudia la auto-conducción de los
criminales y declara que la regla es la labilidad en la conducta, así que existen
continuos cambios de actitudes por la menor cosa posible; la versatilidad de los
empleos, los cambios de patrones y los cambios de profesión, son también labilidad.
El lábil cambia, por la menor cosa, de posición como el muñeco “porfiado” o
‘tentenpie’ de los niños. Este es el mejor ejemplo que se puede dar de la labilidad del
criminal, él es quien después de dudar, sabiendo o no de la sanción, se pone
definitivamente derecho y de pies y siempre dudando, procede al fin,al pasaje al acto
descartando incluso la idea de la sanción. Bize señala también que labilidad es
también la incapacidad de resistencia a las solicitudes, -lo cual es también cierto- la
híper-sugestibilidad, la credulidad y en consecuencia las funciones de control que no
se ejercen entonces suficientemente por el criminal.

Lagache ha señalado una serie de rasgos caracterizando la inmadurez del criminal,


así: La ineptitud para renunciar a la satisfacción inmediata con desprecio de la
seguridad y a pesar de la perspectiva de una sanción: Insuficiencia de control
emocional, del juicio, de la autocrítica y de la no utilización, incluso, de las
experiencias pasadas.

Catell ha retomado este rasgo de la labilidad bajo el nombre no del todo correcto de
emotividad neurótica, generalmente descrito así, con cierta certeza, como
Insatisfacción, emotividad que presenta síntomas neuróticos variados,
hipocondríacos, y quejas formuladas comúnmente. El sujeto es evasivo, inmaduro,
cambiante, excitable, impaciente, inestable, un individuo dejado al desgaire. Sujeto
sobre el cual uno puede no contar moralmente por la inestabilidad afectiva,
inconstante, de organización, pobre del “yo” y de una voluntad mal integrada. Los
esposos Glueck también hablan de inestabilidad afectiva, inconstancia ante las
emociones ajenas, y agregan que, los criminales son, en cierta forma, impulsivos.
Todo esto es también labilidad.

Labilidad no es, por supuesto, la imprevisión que está presente en la culpa y por
tanto es que se debe precisar los elementos que presiden su definición. El lábil es
una personalidad opuesta a otras más y no es dominado por los hábitos. El lábil es
sumiso a las fluctuaciones, es sensacionalista, es el que, sin penetrar profundamente
en una situación, pierde los bordes y el tiempo que cambia. Es de humor caprichoso
y fácilmente accesible a la sugestión. El criminal es el sub-inhibido y sub-sólido en la
terminología de Olof Kinberg.

Sin embargo, la imprevisión de la sanción puede acompañar a la labilidad pero no se


confunde con ella. El lábil se mete a la primera impresión sin reflexionar en las
consecuencias de las resoluciones que toma. Así como él se abandona siempre a la
primera impresión del momento, forma un nuevo plan que pone en ejecución con
igual ligereza que el primero. El defecto entonces entraña la versatilidad. El retrato
del sub-inhibido y del sub-sólido de Kinberg corresponde al lábil de que hablamos. El
concepto de labilidad se encuentra hoy, pues, de acuerdo con la experiencia de la
psicología clásica.

80
La labilidad puede compararse con la falta de solidez. En la perspectiva bio-
constitucional, Olof Kinberg desarrollando las ideas de Sjöbring, ha opuesto la
solidez a la falta de consistencia y a la movilidad. La solidez se refiere a la cohesión
interna de la personalidad e, inversamente, se opone a la disocialidad. Entonces un
sujeto sub-sólido es vivo, móvil, cambiante, en principio agradable, subjetivo,
estrecho, a veces mentiroso, que falta a su palabra y que tiene tendencia a realizar
actos irreflexivos y súbitos. Estas tendencias, ha precisado Kinberg, hacen que el
subsólido recuerde al camaleón que toma fácilmente el color de la rama que lo
sostiene. El subsólido se deja influenciar por el ambiente y esto es bueno y
conveniente considerarlo por la cuestión de la anomia social, y entonces el azar lo
toma desprevenido y las opiniones y los sentimientos así creados no pueden durar
mucho tiempo; es muy susceptible de manera efímera. Como el azogue y como todo
líquido se adapta a la forma del vaso que lo contiene y, por tanto, no tiene y
permanece sin una forma propia. Por su carácter proteiforme y su falta de cohesión
interna el sujeto sub-sólido merece la mayor desconfianza respecto a lo que
manifiesta. Con todo esto, el lábil posee una especie de sutilidad psicológica que le
es muy útil cuando emplea sus talentos para adivinar y golpear su mundo. Uno ve,
pues, el retrato del subsólido que se armoniza con el sub-inhibido en el lábil.

La solidez está relacionada, según Resten, con la repercusión celular, noción


fundamental en caracterología. Ella representa el tiempo de reconstitución de la
célula cerebral a su estado inicial después del desarrollo de un proceso psíquico o
sinapsis. En ciertos sujetos el tiempo de reconstitución es muy corto: son los
llamados primarios; en otros es más largo y se los llaman secundarios. (Estas
expresiones no tienen nada que ver aquí con que se hable de criminales primarios y
recidivistas). En términos psicológicos la repercusión rinde cuenta de la mayor o
menor reacción de la conciencia ante el acontecimiento: Los primarios reaccionan
prontamente, en cambio los secundarios tienen una reacción más tardía. En las
correlaciones de la primariedad se encuentra que el sujeto es vivo, rápidamente
reconciliado, cambiante en la simpatía, buscador de nuevos amigos, nuevas
impresiones, con facilidad para convencer, con necesidad de cambio, teniendo por
norte la búsqueda de resultados inmediatos, con contradicciones de la conducta, con
espíritu superficial y la necesidad de los gozos materiales, la ironía y el desarreglo de
la sexualidad; es un sujeto gastivo, tiene falta de puntualidad y veracidad. De esta
suerte el retrato del primario resume la imagen del lábil, o del sub-inhibido o del sub-
sólido. Es aquí donde la experiencia caracteriológica funda el concepto de tal rasgo.

De los cuatro rasgos de la personalidad criminal la labilidad es el menos rígido de los


rasgos y no siempre está profundamente imbuida en la raíz y en la cabalidad de la
constelación criminal.

Las concepciones de la labilidad en el terreno de las tesis fundamentales: Conviene


saber, previamente en todo caso, que la tesis constitucionalista, la genética y la
sociológica, son tendencias que dominan toda la Criminología de principio a fin.

La llamada Teoría constitucionalista dice que el instinto de conservación está


considerado hoy en día como el fin general común de muchas tendencias: El
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hambre, la combatividad, la fuga, la necesidad de reposo, la necesidad de seguridad
del comportamiento, etc. La especie humana como las otras especies animales tiene
formas de comportamientos dirigidos a estos fines generales. Entonces, la anomalía
del instinto de conservación plantea problemas incluso del mismo sustrato orgánico.
A este último fin la teoría de Freeman y Watts abre interesantes perspectivas. Según
estos autores la corteza cerebral puede ser considerada como dividida por la cisura
de Rolando en dos partes de las cuales las funciones son esencialmente
consideradas como diferentes. La corteza post-rolándica estaría concernida por el
pasado, en cambio, la corteza pre-rolándica estaría concernida por el presente y
hacia el futuro, (con excepción de algunas ciertas áreas limitadas de ella que
controlan los movimientos musculares y reglan las funciones viscerales). Dicho de
otra forma, aseguran esencialmente la conversión del ser entero hacia el futuro.
Sobre la base de esta hipótesis el substratum orgánico de la labilidad debería ser
buscado en el funcionamiento irregular de los lóbulos frontales, esto haciendo al
hombre un ser incapaz de prever, de imaginar de antemano todos los resultados de
las acciones que emprende, incapaz de representarse todos los efectos de sus
propias acciones sobre sí mismo y sobre el entorno. Esto es, se dice, lo que produce
la labilidad en el ser humano.

La llamada Teoría Genética: Esta tesis constata insuficiencias en el proceso de


adaptación social que trae invariablemente una persistencia de la dominación del
placer en detrimento del principio de realidad. La incapacidad de vencer el deseo
como a la no previsión de las consecuencias de su realización dependen de dos
factores: la falta de potencia de las necesidades intelectuales, -la debilidad del “yo”- y
la falta de independencia del “super-yo”. Estos dos factores están íntimamente
ligados porque así, la ausencia de toda modificación precoz de la energía intelectual
juega un papel importante en la formación insuficiente del “yo” y en aquellas
perturbadas del “super-yo”. De esta suerte los criminales aparecen con su labilidad
afectiva como sujetos no llegados a la madurez. Por eso Lagache habla de
inmadurez personal y Bromberg de inmadurez emocional y consecuencialmente
hablamos, entonces, precisamente, de labilidad. Sin embargo, se puede dudar con
acierto respecto a que se pueda reducir la labilidad a la sólo noción de inmadurez.
Pero la inmadurez afectiva influye, sin duda, en la producción de la labilidad.

La Llamada Teoría sociológica sostiene que es desde este punto de vista sociológico
que se observa que en ciertas sociedades la inestabilidad cultural y la movilidad
económica son susceptibles de favorecer el desarrollo psicológico de la labilidad
sobre el plano individual y también colectivo. Criterio que tiene que ver, no hay duda,
con las anomia.

En definitiva, pues, factores o, o mejor, concausas biológicas, psicológicas y sociales


extraídos de las tres teorías, tratan de explicar el origen y el desarrollo de la labilidad.
Pero el origen y el desarrollo de la labilidad no quedan claros con las tres teorías. Sí
parece cierto que en el crimen explosivo, en el epiléptico, sobre todo, la labilidad no
tiene ningún pronunciado sesgo causal.

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Por su parte las manifestaciones de la labilidad en la clínica criminal ellas deben ser
descritas en los enfermos mentales, los caracteriales, los perversos y en los débiles
mentales. Es decir, en los llamados tipos definidos. De manera general uno
encuentra casi necesariamente la labilidad en los criminales afectados de psicosis
que alteran el control del “yo”, del juicio y la auto-crítica.

El carácter móvil de los epilépticos ha sido puesto a la luz desde hace mucho tiempo.
Los epilépticos no sólo son lábiles, sino también impulsivos, acumulando así dos
rasgos psicopatológicos que teórica y prácticamente, deben ser más bien
distinguidos. La labilidad se caracteriza por la falta de inhibición del yo; la
impulsividad encuentra su propio fin en la descarga súbita del afecto. Es decir, que si
el lábil puede parecerse al impulsivo por la facilidad con que se decide
prematuramente o cambia de decisión es diferente en el plano del dinamismo. El
impulsivo es ante todo explosivo. El carácter impulsivo no se identificaría con la
labilidad. Un carácter impulsivo puede ser el origen de actos reflexoides de los que
las consecuencias no pueden ser ni mucho menos previstas por el autor; pero a
menudo es un mecanismo ciego que puede caracterizar actos tanto heroicos como
actos antisociales. Al contrario, el carácter lábil imprime casi necesariamente una
dirección antisocial o asocial de la conducta. El carácter impulsivo se sitúa en el
dominio de la adaptabilidad ya que se trata esencialmente de un rasgo psicológico
que se reporta al ejercicio de la actividad misma, en tanto que el carácter lábil está
más relacionado con la temibilidad con lo antisocial y lo asocial. De esto se concluye
que el epiléptico puede producir actos generados por la labilidad en unas ocasiones y
por la impulsividad en otros casos, incluso en diferentes épocas y en el mismo
paciente.

Hablando de la obsesión-impulsión se llega al campo de las neurosis. En los


neuróticos el panorama cambia porque sus funciones psíquicas esenciales no son
decisivas como sucede en las psicosis, sino que son tan sólo un tanto alteradas. Los
neuróticos son inhibidos a diferencia del lábil que no lo es. Cuando se quiere
relacionar el criminal con el neurótico debemos insistir en la falta de control
emocional en el neurótico, los síntomas neuróticos de la inestabilidad afectiva, la
incoherencia en sus emociones, están asociadas al carácter imprevisivo del
neurótico.

El neurótico criminal con sus sentimientos extremos de culpabilidad que le hacen


desear la pena, aparece como una excepción en clínica criminal aunque esté de
manifiesto con la máscara de salud del criminal ordinario. Lo que es seguro es que el
criminal neurótico llega por el camino desviado del sentimiento de culpabilidad a no
ser frenado sino impulsado por la amenaza penal. Se llega a un mismo resultado
que el criminal ordinario lábil pero por una vía diferente.

En lo que concierne a los caracteriales se subraya que su insuficiencia de juicio, su


falta de auto-crítica, su incapacidad de usar sus experiencias pasadas son más
aparentes que reales. El caracterial puede prever pero lo que él no puede es impedir
a pesar de esa previsión. No se trata de llevar, en todo caso, más lejos la asimilación

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del caracterial y del criminal ordinario. Es que, en efecto, los fines y los medios del
criminal ordinario postulan una maestría de la realidad que el caracterial ignora.

La labilidad excesiva constituye el rasgo dominante del inestable tal como él a veces
es individualizado. Un ejemplo de un tipo inestable es el vagabundo. Sin embargo, el
problema de la personalidad del mendigo vagabundo parece menos simple que el
que la tradición presenta. Lo que podemos poner de relieve en la movilidad, sinónimo
de labilidad y de inestabilidad, es que la movilidad afecta profundamente la estructura
de la personalidad y ella tiende a erigir en necesidad la incertidumbre y la
inseguridad.

Los psicópatas son clásicamente considerados como an-emotivos, indiferentes al


miedo de los castigos y por tanto inintimidables. Su impulsividad es también
igualmente subrayada como imprevisivos.

Las perversiones post-encefalíticas son caracterizadas por el hecho de que el sujeto


responde a la tentación casi automáticamente sin premeditación y además sin
conflicto. Esta insuficiencia de las funciones inhibitorias terminan por contaminar toda
la personalidad y el sujeto se ocupará de menos en más de las consecuencias de la
labilidad y de las consecuencias de sus actos.

La ineptitud constituye una de las características de la psicología del débil mental,


falto de adquisición intelectual de las nociones reales del tiempo, hay inadaptabilidad
al futuro y la labilidad del débil no hace sino traducir su horizonte temporal.

Los criminaloides presentan, según Di Tullio, una personalidad débil, una tendencia a
la sugestibilidad exagerada y una débil capacidad de dominar la instigación a la
acción conforme a las exigencias de la vida social. Tienden a ser lábiles.

La labilidad fuera de los tipos definidos: En éstos hay que buscar la labilidad en los
profesionales y en los ocasionales. Los profesionales son equivalentes a los débiles
mentales en lo que concierne a su inadaptabilidad futura. Su afectividad no
pudiéndose exponer como consecuencia de deficiencias educativas, su psicología se
caracteriza por el contraste de su insuficiencia en cuanto a la adaptación al futuro y
las actitudes intelectuales que revelan su organización en el crimen. Esto permite
comprender los mecanismos intelectuales que presiden la organización de sus
crímenes con lo que no se puede llegar a poner en duda su labilidad y también con
las actitudes mágicas que se mezclan a su maestría de la realidad se explican en la
misma perspectiva de labilidad.

Los ocasionales no son secundados, según Ferri, por una previsión suficientemente
viva de las consecuencias del crimen. Su conducta antisocial, sin embargo, se
remonta a la labilidad: Se constata que la labilidad se encuentra presente en la casi
totalidad de los criminales ocasionales.

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XIII. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal. 3. Agresividad y
Personalidad Criminal.-

El estado peligroso que precede inmediatamente a la ejecución del acto criminal


constituye la fase de la dinámica del crimen donde el sujeto se da cuenta de que
quiere actuar y se mete en la situación del pasaje al acto. Es aquí cuando es
susceptible de encontrar obstáculos y dificultades diversas que pueden hacer
aleatoria la ejecución. Para triunfar él en la realización debe hacer prueba de una
agresividad sostenida con la que él ha de tener la función de triunfar y de eliminar los
obstáculos a las dificultades que ponen barreras en la ruta de las acciones humanas.

Las formas de la agresividad se pueden clasificar según sus modalidades, su


naturaleza y su alcance.

Según sus modalidades se puede ver la auto-agresividad y la hetero-agresividad. La


primera se encuentra en los estados depresivos y en ciertos estados neuróticos. Ella
se expresa por las aspiraciones suicidas, las auto-mutilaciones físicas o morales. La
hetero-agresividad presenta manifestaciones exteriores múltiples, físicas (golpes y
heridas) y sexuales y las intelectuales (injurias, difamaciones y calumnias).

La agresividad vista desde el punto de vista de su naturaleza, obliga a separar la


agresividad fisiológica de la agresividad patológica.

La agresividad fisiológica se manifiesta desde la infancia en la familia y después en


el medio escolar. Ella se atenúa normal-mente con el tiempo pero subsiste en parte
en el adulto y puede ser exagerada por influencias físicas (hambre), afectivas
(pasión) y sociales (conflictos colectivos). Se genera por la frustración.

La agresividad patológica radica en reacciones inmotivadas, inconscientes y


amnésicas (equivalente epiléptico, a la ebriedad onírica, y a los estados
confusionales). Reacciones aparecidas en el curso de enfermedades mentales
(demencias, delirios, estados de excitación, estados depresivos, epilepsia,
manifestaciones psíquicas de la encefalitis epidémica, toxicomanías. Reacciones que
surgen de trastornos de la inteligencia, del carácter y de las perversiones instintivas.
Prácticamente los trastornos mentales que no exasperan la agresividad están en las
neurosis.

Las formas de la agresividad vistas desde su alcance: Poniendo aparte la


agresividad patológica y considerando esencialmente la agresividad fisiológica, se
constata que sus formas pueden variar, sea ocasional o marginal y, aparte, la
profesional.

La agresividad ocasional se caracteriza por su espontaneidad, por su carácter


repentino, por venir de una conducta agitada ((por ej., el crimen pasional). Es por eso
que los crímenes pasionales, suelen ser vistos como sostenidos sólo por un cabello
en el pasaje al acto.

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La agresividad marginal supone una combatividad durable pero simplemente
emotiva. Su ejecución está caracterizada por su repetición y que se mantiene
siempre afectada por cierto factor de incertidumbre.

La agresividad profesional se distingue por una combatividad durable pero adaptada


a la realidad criminal. De ahí resulta que los obstáculos materiales y las dificultades
de ejecución sean cuidadosamente previstos y la manera de realización sea para
alcanzar el fin perseguido e igualmente estudiado. En estos casos la agresividad es
más racional. Se usa la agresividad según la necesidad que se tenga de ella.

La explicación de la agresividad es dada diciendo que ella es un instinto particular, el


instinto de la agresividad, éste se explica, según Mac Dougall, porque los instintos
son los motores primeros de toda actividad humana. El instinto existe en el hombre
igual como existe en los animales primitivos, -por ejemplo el reptil-, que funcionan en
base a la agresividad innata en el flujo y reflujo de la acción primitiva de ser
necesaria ante la situación sin intervención alguna del pensamiento, por supuesto,
porque no lo tienen. Se describe el instinto como una disposición innata que lleva al
organismo a percibir o estar atento a todo objeto perteneciente a una clase dada
(aspecto cognitivo) a sentir la presencia de una excitación específica al objeto
respecto al cual hay una impulsión. Instintiva primero, y que puede ser emotiva
después.

Los sociólogos adoptan una posición igual a la posición clínica clásica: el instinto es
la tendencia, pulsión, necesidad, deseo, presión, reflejo que predispone. Esto lleva a
una perspectiva que se esfuerza en suponer el carácter innato de la agresividad
como característica común de la especie humana por su continuidad filogénica
(comportamiento agresivo), por sus fundamentos (fisiológicos) más o menos
indirectos tal como se pone de manifiesto a propósito de la cólera y de su
universalidad (guerras y querellas entre los individuos).

En la concepción freudiana está también presente la idea de la existencia de un


instinto agresivo latente en todos los humanos que se expresa desde la infancia
principalmente hacia el padre o la madre. Esta agresividad puede dirigirse contra
todo un grupo entero que busca perpetuarse en base al instinto y la agresión.

La agresividad es una tendencia producto de una frustración que se aparece por la


imposibilidad o dificultad de alcanzar el fin querido. Cuando el sujeto resulta frustrado
tiende a reaccionar por la cólera, fisiológicamente por una movilización general
destinada a preparar un ataque rápido conducido con una energía redoblada.

Pero no siempre la frustración conduce a la agresión y esto sucede cuando media la


emoción y el juicio. Tan es así que pueden existir medios de readaptación y de
reorientación para obtener el fin: La reorganización de los propios medios para
lograrlo, la sustitución del fin accesible en lugar del inalcanza-ble. También puede
aparecer la regresión, la retirada –que opera hasta en el reptil-, y la sublimación
emotiva y racional en el hombre. Recuérdese la fábula de Esopo de la zorra y las
uvas: “¡Bah, en fin, sólo están verdes!”). Conviene situar en la misma perspectiva las
86
reacciones de compensación a un complejo de inferioridad. En realidad, véase bien,
en estas reacciones siempre está presente la agresividad que se puede camuflar
más o menos insidiosamente.

Hay que estar de acuerdo con Carl Jung cuando dice que en la agresividad se ve la
reviviscencia del arquetipo animal que sólo puede ser modificado por la cultura. Hay
que recordar, por tanto y no hay dudas, el cerebro de los reptiles siempre está
presente en el hombre.

Los mecanismos de la agresión son de dos tipos: Mecanismos de orden psico-


fisiológicos y psico-sociales. En los primeros hay una paradoja de la secuencia
frustración-cólera-agresión. La cólera y la agresión están en antagonismo con los
apetitos que tienden a asegurar la satisfacción.

Hay fenómenos que tienen causas biológicas de la agresividad, se dice que la cólera
está ligada a descargas de hormonas tiroideanas y de la adrenalina y sobre todo una
excitación del sistema nervioso vegetativo y a que en los nervios vaso-constrictores
se producen fenómenos de confusión y de obnubilación que se constatan
frecuentemente en los criminales al momento de la comisión del crimen.

Hay factores en los que el sentimiento de inseguridad produce angustia que entraña
una descarga de agresividad de donde procede un sentimiento de culpabilidad que
es origen de una nueva angustia. Así se cierra el círculo vicioso angustia-
agresividad-culpabilidad-angustia que es sin duda uno de los aspectos psicológicos
más constantes en el problema de la delincuencia y muy particularmente en la
criminalidad juvenil.

XIV. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal.- 4. La Indiferencia


Afectiva y la Inhibición Afectiva en la Personalidad Criminal.

Cuando uno habla de indiferencia afectiva o de insensibilidad moral de los criminales,


se quiere decir que ellos no tienen emociones ni inclinaciones altruistas y simpáticas
sino que están dominados por el egoísmo y la frialdad de ánimo hacia el prójimo.

Esta indiferencia afectiva se la debe tener como elemento último del pasaje al acto.
Es posible que un sujeto ya libre de la fuerza social del oprobio por tenérsele como
malhechor, subjetivamente favorecido por su egocentrismo, y que haya pasado a no
tener temor al castigo como consecuencia de su labilidad, habiendo el sujeto
triunfado en razón de su dinamismo agresivo ante todos los obstáculos susceptibles
de realizar la ejecución material, no haya podido reprimir el acto criminal en razón de
una resistencia interior de orden afectivo que pueda frenarlo, y entonces que él se
haga ciego y sordo ante aquello que comporta lo odiado. Es cuando entonces
aparece el dominio de la indiferencia afectiva que suspende estos frenos.

La indiferencia afectiva es susceptible de todos los grados y de todas las


modalidades. Vista desde este punto de vista, la indiferencia afectiva se ha
subrayado desde antiguo. Es decir, que su descripción debe ser abordada en una
87
perspectiva histórica a fin de que se pueda plantear correctamente en criminología el
problema de su explicación.

Desde un punto vista tradicional la noción de sentido moral cubre dos elementos: la
sensibilidad moral y el juicio moral. El juicio moral es una facultad que permite al
hombre, mediante los recursos del lóbulo frontal, por una cualidad innata, distinguir
inmediatamente el bien del mal en los hechos concretos; es una percepción clara y
súbita que se impone a la conciencia. En cuanto a la sensibilidad moral ella
concierne no al juicio y sí al sentimiento moral, a la afectividad moral, es decir, al
corazón, como ordinariamente se dice; ella se trata de una disposición a tener
sentimientos simpáticos, ‘amorosos’, de acwecamiento, no de odio, no de rechazo,
hacia el prójimo.

Desde una perspectiva histórica, se presentaron antecedentes relacionados con el


malvado criminal. En el siglo XVII en Inglaterra Thomas Abercombry definió la “locura
moral” como algo propio de un sujeto que teniendo buena inteligencia, presenta
graves defectos o anomalías de sus principios morales. Se habló con Pritchard
(1768-1848) de “moral insanity”: Se veía que la locura moral o la insanidad moral era
la ausencia moral o la perversión del juicio moral más que la del sentimiento moral.
Lombroso no habló de juicio moral, pero creyó que el sujeto criminal tenía afectado
los sentimientos de piedad y probidad hacia el prójimo. Lombroso habló también de
la ausencia de una tendencia hacia el sufrimiento ajeno que provenía de una
insensibilidad psíquica. Se decía que el sujeto era analgésico a lo ajeno, que no
resentía el dolor del otro, por una parte, y por la otra, que soportaba las heridas con
las que otros sucumbían. Ferri habló de la insensibilidad como una de las
condiciones que determinan psicológicamente al crimen, pero no habló de sentido
moral sino sólo de sentido social lo cual, a nivel individual, no quita la existencia de lo
otro. Garófalo se situó sobre el terreno de la afectividad y distinguió el loco moral del
criminal, en base a que el primero sentía un placer anormal en el crimen y que no
buscaba sino el solo placer. Decía que el criminal, por su parte, estaba más o menos
desprovisto de ciertas dolencias simpáticas de ciertas repugnancias que son muy
fuertes en los honestos. Dijo Garófalo que si el criminal falla de sentido moral, este
defecto no es para él causa de sufrimiento. Él no es más que un inferior desde el
punto de vista social. Joly distinguió con certeza la sensibilidad moral y la conciencia
o sentido moral; y agregó que el recidivista -y el psicópata agregamos nosotros-
olvida que él se encuentra en el sueño de la vida afectiva, se encuentra en un
nirvana. Manifestó que la conciencia o sentido moral se degrada o se deforma como
si ella se durmiera y se despertara sólo por sobresaltos en el verdadero criminal.
Este se engaña a sí mismo seducido por su propio ‘corazón’ y distorsiona su pasión
aplicándola al fin más fácil que puede alcanzar prontamente con y por su orgullo.
Puede ser una seducción más lenta y más insidiosa o puede ser una seducción
violenta y brutal. Joly distinguió la insensibilidad moral de la auto-legitimación
subjetiva que altera el juicio moral.

La indiferencia afectiva tomando en cuenta su alcance en la psicología criminal,


puede ser distinguida por dos elementos: Su expresión en tanto que componente

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solidificado y estruc-turado de la personalidad y como una manifestación de un
proceso evolutivo transitorio.

En la Criminología contemporánea hay varios aproches. El aproche psiquiátrico ha


tratado de individualizar al ‘perverso’ o psicópata cuya malignidad es la característica
esencial de los inafectivos duros, calificados por Schneider como psicópatas
incapaces de reaccionar afectivamente. En el aproche bio-constitucional se ha
insistido con Olof Kinberg en la super-estabilidad del sujeto llevado a reacciones
poco adaptadas que es inafectivo frío respecto a los demás. Di Tulio ha hablado de
la débil sentimentalidad moral del criminaloide. Un aproche sociológico ha puesto de
relieve, de acuerdo con la encuesta de los esposos Sheldon-Glueck de la inclinación
emotiva a destruir que caracteriza a los criminales en tanto grupo social (la visión
social de la guerra). El aproche psicoanalítico ha permitido la comparación hecha por
Bowlby de los niños ladrones y los niños inadaptados, según la cual se muestra la
frecuencia del carácter “afectionless” en los primeros. El aproche psicológico se ha
discernido a partir de las investigaciones de E. De Greeff, quien opinaba que existen
los recidivistas inestables, inadapta-dos sociales y secundariamente ladrones que
tienen un sentimiento de injusticia sufrida que no es solamente la expresión del
egocentrismo, sino también aquella de su incapacidad de compromiso afectivo con el
‘otro’.

La indiferencia afectiva, debemos aclarar, no es sólo la perversión del “juicio moral”


que es el que opera en el dolo que invalida y desvirtúa el juicio del hombre y que
facilita la decisión voluntaria del querer realizar y asumir el crimen. También está la
indiferencia afectiva que es la perversión de la sensibilidad moral y antisocial, que es
inconsciente como toda emoción o sentimiento y que se presenta en la mente como
una chispa que se enciende en la psiquis del humano o que reposa como pasajera,
latente y continua, en la mente del sujeto. La indiferencia afectiva es la emoción o el
sentimiento que en una unidad monolítica con el egocentrismo, la labilidad y la
agresividad, está en el acontecer psicológico de la persona y que propicia el pasaje
al acto, o sea, facilita la decisión de realizar el crimen y que permite en lo fáctico, en
la realidad de los hechos, la tentativa o la producción del resultado antisocial, es
decir, que piensa, intenta o consuma la decisión criminal dolosa en el pasaje al acto
criminal.

Algunos sostienen que los términos de indiferencia afectiva y de insensibilidad moral


expresan en Criminología un rasgo psicológico y que no plantea la función especial
que tiene la persona de discriminar entre el bien del mal. Esto no es correcto: La
Criminología no deja de estudiar el acto volitivo y la sensibilidad que lo envuelve. No
existe una Criminología sólo para estudiar lo sensibilidad como quieren algunos
“científicos”. Hay una Criminología que estudia y examina el todo psicológico del ser
humano. Una cosa como ésta no tiene nada que ver con cierta ciencia. Hemos
hablado de la tensión moral innata en todo hombre que aparece tanto en la
sensibilidad moral como en el el juicio y que se presenta como un destello que guía o
no la acción dolosa del individuo. Sostienen algunos que la Psicología y la
Criminología, “como ciencias”, no va más allá de la emotividad y de lo sensible;
porque lo que ella debe plantear es sólo ese tema “básico” y sólo penetrar en el
89
planteamiento moral emotivo y sensible de la mente humana. En verdad, existe la
distinción entre el bien y el mal como percepción instantánea de la conciencia ética
que opera en el lóbulo frontal del cerebro del ser humano y que existe también la
sensibilidad moral y la indiferencia afectiva que es emotiva: Se puede entender
fácilmente la indiferencia afectiva que borra en el hombre y más concretamente en la
mente criminal, el juicio y la sensibilidad moral como un todo y que propicia y
determina el pasaje al acto criminal: Esto es lo más importante. Nada se consigue, so
pretexto de ciencia, con el simple hecho de decir que la Criminología no penetra en
el juicio ético sino sólo actúa en lo emotivo, porque si no menciona el juicio no por
eso éste va a dejar de existir como objeto de estudio del psicólogo y del criminólogo.
No se puede, so pretexto de hacer ciencia, repetimos, borrar el juicio ético
teniéndose cerrados los ojos de la ciencia a la realidad de la psiquis humana.

El rasgo crimino-psicológico define la indiferencia afectiva como la manera en que un


sujeto se comporta sin sentir emociones ni inclinaciones altruistas susceptibles de
inhibir hasta la misma agresividad. Pero, debe quedar claro que, a pesar de este
enfoque parcial, científicamente válido, existe en todo hombre el sentido moral que
permite el juicio moral de los actos y se debe también distinguir así el bien del mal
que un sujeto perverso de la categoría que sea, no tiene en cuenta como elemento
válido de su personalidad.

Teorías que explican la insensibilidad afectiva en tanto que componente solidificado y


estructurado de la personalidad criminal: Los psicoanalistas después haber emitido la
hipótesis de la ausencia del “super-yo” en los sujetos criminales concluyen, como lo
hace Melanie Klein, que ellos son sujetos de una conciencia moral arcaica, casi
reptílica, de severidad excesiva, cruel y destructiva que los hacen vivir las relaciones
interpersonales e intra-personales sobre el modo sado-masoquista.

Pero si, a fin de simplificación didáctica, uno hace abstracción de las explicaciones
puramente psicoanalíticas, uno se encuentra en presencia de dos grandes teorías:
Una que pone el acento sobre la naturaleza constitucional de la indiferencia afectiva,
y la otra, relativa a las ciencias de la educación.

Teoría del déficit constitucional: Según Dupré la perversión moral está caracterizada
por el placer mórbido del sufrimiento ajeno. En cuanto a la indiferencia afectiva
constituye un defecto del instinto de simpatía: es decir, que todo lo que la teoría
expresa a propósito de la perversión del instinto, puede aplicarse, mutatis mutandi, a
la indiferencia afectiva. Dupré precisa que las tendencias son llamadas instintivas
porque ellas son, en realidad, como los instintos primitivos, espontáneos, anteriores a
la aparición de la conciencia de la emotividad y de la inteligencia y que ellos
expresan, por naturaleza, sus grados y sus formas, en el fondo mismo de la
personalidad. Podríamos hablar entonces de una conjunción de una acción guiada
por el juicio, por lo emotivo y por lo instintivo.

Ernest Dupré ha agregado que hay individuos que tienen grados intermedios: Hay
sujetos que se muestran dóciles, buenos, generosos, altruistas, devotos; pero que
hay otros que son excitables, difíciles, hostiles, malignos, envidiosos, egoístas. Estos
90
últimos son llevados a hacer el mal, que es disminuir o suprimir voluntariamente las
condiciones de bienestar propio y del otro y crear situaciones de sufrimientos
psicológicos. Se trata de sujetos que cometen también actos destructivos. Hacer el
bien es dirigir la acción intencionalmente a la conservación y el acrecimiento propio y
del bienestar propio y del prójimo. Hacer el mal es exactamente todo lo contrario:
Hacer el mal es dirigir la acción intencional o culposa a la destrucción material propia
y/o afectiva del otro y al acrecimiento del malestar de la víctima. Se piensa que si uno
se remonta a los dos casos extremos en la evolución psicológica del individuo el
origen de estas reacciones, se constata en cada uno de los extremos, el carácter
constante y primitivo de estas tendencias.

Inversamente, si uno sigue el desarrollo del individuo desde su nacimiento hasta la


edad adulta, uno observa la permanencia y la complejidad creciente de sus
inclinaciones congénitas. Sobre esta base, los grandes instintos, de conservación, de
reproducción y de sociabilidad se manifiestan normalmente bajo las formas de
tendencias múltiples y variadas y anormalmente bajo la forma de la perversión de
estas tendencias.

Dupré agrupa bajo el nombre de instintos de asociación y de sociabilidad al conjunto


de tendencias constitucionales que permiten al individuo adaptarse a la vida
colectiva; de jugar su rol humano en medio de sus semejantes y de conformarse en
sus reacciones habituales a las pautas sociales. Todas estas tendencias derivan del
instinto de simpatía según el cual el individuo se siente atraído hacia sus semejantes
y de una manera más genérica hacia los otros seres vivos, incluyendo, por supuesto,
hasta los seres del reino vegetal.

El instinto de simpatía emana, en principio, del acuerdo de tendencias motrices


comunes en los seres semejantes y responde a la necesidad de la armonía en que
radican los actos de sujetos del grupo social. Se expresa la tendencia altruista que
resume la combinación de los instintos de conservación individual, de reproducción
específica y de solidaridad gregaria, unidos, para asegurar la especie y la vida
misma, en el tiempo y en el hacer continuo de la existencia.

El instinto de imitación, expresión sensitiva motriz reflejo de esta comunidad primaria


es la manifestación primitiva y original de este instinto de sociabilidad, de
colaboración continua que nace del sentimiento de la solidaridad, de la simpatía
atractiva y de la necesidad de la ayuda mutua. De ello resulta que las verdaderas
perversiones del instinto de sociabilidad son constituidas por la “inversión” de
disposiciones afectivas normales del individuo hacia sus semejantes. El sujeto no es
indiferente solamente al sufrimiento ajeno, sino también que él pueda capaz de
buscar, de provocar él mismo el sufrimiento y que se complazca en la idea de que él
puede ser el autor del sufrimiento del otro.

El origen de la indiferencia afectiva, se dice, consiste en una degradación


constitucional del instinto de sociabilidad o de simpatía del cual la inversión
constitucional es de carácter mórbido y se sitúa entre las perversiones instintivas.

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Se ha hablado también de la indiferencia afectiva como una expresión de una
carencia educacional. El psicoanálisis llama la atención sobre la importancia de los
traumatismos afectivos de la infancia como fuente del carácter “afectionless”. Pero
De Greeff agrega que esta afección está combinada con la fenomenología por la cual
no hay sólo instintos sino orientación de intenciones que son la simpatía estudiada
por Max Scheler. De esto resulta la existencia de dos grupos fundamentales de
instintos: los de simpatía y los de defensa, de los cuales dependen todas las
estructuras afectivas.

Ahora bien, para que la afectividad se desarrolle normalmente es necesario que el


niño, primero, atraviese una fase ambivalente en la cual él podrá tener resentimiento
u odio por sus padres, en todo caso también amándolos y estando seguro de que los
ama. El niño antes de los cinco años puede amar y detestar a la persona que lo
socializa con o sin llevar esto específicamente de propósito. Es pues, el amor
auténtico que sus padres le den lo que permite al niño sentir amor al prójimo que
viene de la primera experiencia de subordinación y de reacciones de defensa y
simpatía.

Es una primera experiencia de compromiso afectivo que ciertos criminales, como el


psicópata, nunca han conocido. Esto puede en lo más profundo de su alma, ser un
silencio afectivo total. Se hace un estado permanente de indiferencia afectiva.

En conclusión: Creemos que las influencias inneístas, educativas y las


constitucionales se combinan y se interpenetran: Las tres influencias pudiendo ser
ligeras, medianas o fuertemente acusadas. Uno puede ver sin dificultad las variadas
combinaciones posibles, pudiendo presentarse, sin embargo, el peligro de errores
eventuales en la captación del rasgo por parte del criminólogo clínico.

Puede también concebirse la indiferencia afectiva como una manifestación de un


proceso evolutivo y transitorio. Al lado de los criminales que nunca han conocido el
compromiso afectivo, hay también los que en un compromiso evolutivo y transitorio
sufren un eclipse de su capacidad emotiva de inclinaciones altruistas o simpáticas.
En esta perspectiva uno encuentra el proceso de inhibición (no de indiferencia)
afectiva y el proceso de ruptura del compromiso afectivo. Según De Greeff hay
asesinos que para poder sobrepasar lo odioso de la ejecución del crimen, se
imponen ellos mismos un proceso de envilecimiento. Aquí se encuentra el supuesto
donde la noción de falta moral está implicada. En el último citado caso de inhibición,
puede acontecer que mediante un proceso de sublimación moral, espiritual,
higiénica, cultural o artística, se pueda revertir la inhibición afectiva -no hablamos ya
de la indiferencia afectiva, insistimos- y lograr con ello no pasar al acto criminal por
efectos de la sublimación misma, lograda personalmente por el propio sujeto o
mayormente inducida en éste por otras personas, particularmente por el psicólogo
y/o el pedagogo.

Naturaleza del proceso de inhibición afectiva: En este proceso uno asiste, según De
Greeff, a la instauración de un estado de hecho sin participación del sujeto, el cual no
percibe, sino raramente, lo que pasa en él. Por ejemplo: En el homicidio utilitario en
92
vista de una liberación personal y netamente en ciertos dramas familiares, y en
ciertos parricidios. En estos casos la inhibición afectiva no es el resultado de un acto
intencional verdadero, no es verdaderamente querida. Es un estado de hecho, un
estado de silencio afectivo, instalado hasta lo más profundo del ser donde nace la
pulsión; y es a la cubierta de esta inhibición afectiva que la agresión se sigue con una
ausencia alarmante de emoción. Lo que es grave en el proceso de envilecimiento es
que éste se desarrolla pasivamente sin que nada ni nadie lo aclare respecto de las
personas que sean afectadas. Es como si existiera una actitud de ser modificado
profundamente sin apercibimiento, la actitud de sufrir una evolución desastrosa y
criminal sin tomarse prácticamente conciencia de ella. Estos sujetos se encuentran
solos ellos mismos a medida que la inhibición afectiva se acrece.

En el proceso de inhibición afectiva sin que el sujeto sepa de la presencia de éste,


hay también perversiones episódicas de la excitación maníaca. Se dice que no es
posible referirse a la tipología psiquiátrica clásica para calificar estos procesos que se
parecen, (aunque no son intrínsecamente patológicos), a la esquizofrenia, a la
melancolía o a la hipotimia que es la disminución anormal del tono afectivo donde la
respuesta emocional está disminuida y es inadecuada a la situación real del sujeto,
que además presenta abatimiento, lenguaje inexpresivo y lentitud de movimientos,
con pérdida de interés por todo lo que antes producía satisfacción.

Lo que dice De Greeff al respecto es que en el comienzo de tal proceso no hay


diferencias de naturaleza genética. Pero en seguida que en un cierto número de
personas se apercibe de la ruptura del compromiso, la inhibición de la cual ellos
están atentos, se esfuerzan entonces de salvar y de compensar su riqueza afectiva
sublimándola por compensaciones humanas, artísticas, filosóficas, religiosas: de
actividades del espíritu y en breve se esfuerzan en mantener en ellos ciertos valores,
conservando su nivel humano por el sufrimiento y para cada uno de ellos entonces
hasta el sufrimiento puede ser la ocasión de una ascensión moral. Es visible que el
medio psico-moral, la educación, la cultura, juegan un papel, pero es más probable
que sea la calidad de persona de que el sujeto dispone lo que le permita esta
sublimación. Uno lo encuentra regularmente en las gentes incultas pero “bien
nacidas” (como se dice) a quienes no les faltan los procesos de compensación y de
sublimación.

Es necesario poseer cierta sensibilidad al propio devenir y un cierto número de


sujetos no la poseen; esta laguna en el registro de la sensibilidad podría estar ligada
a una imperfección personal.

Resulta entonces por estos datos que el proceso de inhibición afectiva no pueda ser
sublimado sino bajo una doble condición: Es necesario que el sujeto perciba el
comienzo del cambio en la raíz afectiva y convenga igualmente en que tiene
aptitudes necesarias para satisfacer una compensación o sublimación cultural. De
esta suerte dos temas deben ser evocados para alcanzar los límites del desarrollo
que detiene la inhibición afectiva, como son la tensión moral y la de la sensibilidad
espiritual, estética e higiénica. La percepción o la no percepción instantánea del
comienzo del proceso de inhibición afectiva conduce naturalmente a lo que se
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reprocha al hombre culpable de negligencia o de dolo, por no haber encontrado un
cierto estado de tensión moral que las circunstancias le exigen y piden. La tensión
moral que es una fina sensibilidad que señala de lejos el aproche de eventos
moralmente interesantes que permiten percibir las subsiguientes cosas morales
eventuales de una conducta sólo aparentemente indiferente.

Como todos los estados de tensión el estado de tensión moral está caracterizado por
fenómenos de inhibición y de percep-ción. Los movimientos inútiles son detenidos y
los movimientos necesarios para ello son vigilados. Las imágenes nuevas son
atendidas. Hay una sobre-excitación general de las facultades que aumenta la
extensión y la riqueza de las asociaciones, la exactitud y el campo de previsiones, la
rapidez de las decisiones y la seguridad de los movimientos.

Se puede inferir de estos desarrollos que la mayoría de los sujetos en los cuales un
proceso de inhibición afectiva se desarrolla sin participación personal puedan ser
incapaces de tener este estado de tensión moral, cuyos aspectos han estado
acentuados y profundizados por Olof Kinberg. Para éste criminólogo la tensión moral
no debe ser considerada como una actividad cerebral actual sino más bien como un
estado fisiológico puro, un cierto tonus en ciertos tejidos cerebrales del cual la
actividad se manifiesta como una función moral. Fisiológicamente la tensión moral
consiste en un cierto nivel del umbral de excitación por ciertos stimuli: Una personal
señal de alarma que hace que la afectividad desfalleciente pueda ser compensada
por la sensibilidad cultural, estética o higiénica, a partir de las cuales los sustitutos
culturales podrán desenvol-verse en la psiquis humana.

Se sabe que las personas muy sensibles a los objetos que expresan contactos
sucios, no quieran llegar, ni siquiera a estos, a nutrientes crudos que provengan del
reino animal, ellos son sujetos que aborrecen, por ejemplo, la visión de la sangre.
Para estas personas el pensamiento de herir o matar, incluso a una bestia, es
intolerable y, a fortiori, les sería imposible matar o dañar en cualquier forma a un ser
humano. Este disgusto respecto a ciertos objetos sucios puede ser muy fuerte en
ciertos individuos y pueden llevar a que ellos tengan una delicadeza moral bien
desarrollada. Se llega por tanto muy a menudo, a que la sensibilidad higiénica o
estética sea asociada con una delicadeza moral.

La banalidad extrema respecto a las producciones artísticas y literarias en los


criminales ha sido señalada desde hace mucho tiempo. (Laurent, “Las bellas artes en
las prisiones”). Bize habla de que un cierto número de criminales son sucios y poco
atentos a la higiene corporal. Son a menudo incapaces de compensaciones
culturales adecuadas para sublimar y para superarse por sobre los procesos de
inhibición afectiva que ellos puedan sufrir.

Joly entrevió este proceso criminógeno. Para él hay en el criminal una pasión
predominante. Pero mientras más existe ella en él, corre detrás de satisfacciones
prohibidas y menos detiene el flujo de la insensibilidad moral. Y es porque si él busca
con la pasión predominante el momento de satisfacción donde la naturaleza ha

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llegado a su fin, es cuando el criminal no remonta lo odioso de la ejecución del
crimen motivado por una pasión, por ejemplo.

De Greeff ha tenido el mérito de haber aislado el proceso de ruptura del compromiso


afectivo, en los cuadros del suicidio y del homicidio pasional. La conclusión que se
desprende de sus estudios es que las manifestaciones de la inhibición afectiva son
fuertemente diversas: Aparece la ruptura del compromiso afectivo con una cierta
participación personal, pero tributaria de un ‘proceso suicida’, inhibición resultante,
sea de un proceso de envilecimiento con una total participación personal, sea de un
proceso que se desarrolla pasivamente como consecuencia de una pobreza del
despertar moral y la pobreza de sustitutivos culturales, sea, en fin, por una carencia
educativa fuertemente solidificada y estructurada.

En cierta medida hay que apreciar con exactitud la culpabilidad vivida por los
criminales porque así para muchos de ellos y en particular para aquellos en los que
la indiferencia afectiva constituye un componente solidificado y estructurado de la
personalidad criminal y que sufren, sin participación personal, producto de un
proceso de inhibición afectiva, existe un silencio afectivo que los hace incapaces de
percibir lo odioso de la ejecución del crimen.

En el hombre “media” hay un hiato profundo entre la real culpabilidad del sujeto y la
culpabilidad vivida por el criminal que se liga a ciertas manifestaciones de
indiferencia afectiva. Es mejor, en lo posible, hacer salir al sujeto de los ligámenes de
conexidad entre los rasgos psicológicos de labilidad agresividad, de indiferencia
afectiva y de egocentrismo, pues, en efecto, ellos subtienden a esta ausencia o
insuficiencia de culpabilidad vivida por el individuo. El egocentrismo, la labilidad, la
agresividad y la indiferencia afectiva o la inhibición afectiva se sitúan funcionalmente
en el punto de partida del ciclo criminal y unen sus efectos en particular con relación
a la culpabilidad que antes de ser una noción jurídica es un fenómeno netamente
psicológico.

Para concluir este estudio, debemos dejar claro que la sublimación en Psicología, y
más concretamente en Criminología Clínica, supone un tránsito que implica desviar
conscientemente la pulsión criminal hacia esferas lícitas de deseos y anhelos: Se
trata de un proceso psíquico mediante el cual se debe dirigir consciente e
inconscientemente, la actividad psíquica, emocional e intelectual, hacia otras áreas
de la actividad humana que no guarden relación con el crimen. Dicho de otra forma:
Debe dirigirse el proceso de la pulsión hacia un nuevo fin socialmente aceptable.
Sublimar consiste en mudar el fin pulsional hacia una actividad descriminalizada;
intentando así su realización, mediante tareas de prestigio social como el arte, las
manualidades, la religión, la ciencia, la sana política: la dirigida al beneficio social, la
tecnología, el deporte, la familia, el servicio social en cualquiera de sus ramas. No
puede olvidarse en este asunto la importante intervención del psicólogo clínico
tratante de la personalidad pues se necesita su intervención en lo que es, de veras,
una muy difícil y ardua tarea.

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