La Personalidad Criminal
La Personalidad Criminal
La Personalidad Criminal
(Apuntes de clases)
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Sumario
I. La Personalidad
II. Los Trastornos de la Personalidad
III. El Trastorno Antisocial de la Personalidad
IV. Los Elementos de la Personalidad Criminal
en la Criminología General
V. Los Tipos Criminales
VI. Los Factores Criminógenos
VII. Las Formas del Crimen
VIII. El Pasaje al Acto Criminal
IX. El Estado Peligroso
X. Los Rasgos del Núcleo de la
Personalidad Criminal
XI. El Egocentrismo y la Personalidad Criminal
XII. La Labilidad y la Personalidad Criminal
XIII. La Agresividad y la Personalidad Criminal
XIV. La Indiferencia y la Inhibición Afectiva y
la Personalidad Criminal
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Tabla General
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Personalidad Clase B
No Criminales
/ // +Labilidad +
Indiferencia Afectiva + // Pasaje al Acto
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Todo animal -el hombre incluido- en función de las necesidades o carencias que se
le presentan en la dinámica de la vida ejerce, valiéndose del conocimiento, las
tendencias o apetitos dirigidos a tomar del mundo, del medio ambiente, los
elementos necesarios para satisfacerlos.
Se observa que cada tendencia está ordenada hacia su objeto específico, de tal
manera que el objeto conviene a la tendencia a modo de fin y, precisamente, el
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objeto atrae la tendencia porque le conviene en la interrelación sujeto-objeto. El
apetito es, por tanto, la inclinación o tendencia hacia algo conveniente. Al oído
conviene el sonido, éste no le conviene al ojo, pero al ojo le conviene la luz y el color.
A la necesidad intelectual, en principio, le debe corresponder una tendencia o apetito
intelectivo y el apetito intelectivo que es la voluntad libre, es la tendencia orientada
hacia la búsqueda de conseguir su objeto propio y conveniente de orden intelectual
que es la verdad, el bien y la belleza -lo noético, lo ético y lo estético-,
respectivamente- como elementos universales y propios del ser en el contexto del
orden.
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Se presentan en el hombre cuatro vicios concupiscibles o deseos de posesión y que
son: 1) La gula y la ebriedad (gastrimargia: ‘gula y ebriedad’). 2) La avaricia
(philarguria: ‘amor hacia el oro’). 3) La lujuria (porneia) 4) La vanagloria (kenodoxia).
Existen, por otra parte, cuatro vicios irascibles, que, al contrario que los
concupiscibles, no son deseos sino carencias, privaciones, o mejor, frustraciones: 1)
La ira (orgè: cólera irreflexiva, crueldad, violencia). 2) La tristeza (lupè) 3) La pereza
(acedia: depresión profunda, desesperanza). 4) El orgullo (uperèphania).
Los “vulnera” son la raíz de todo comportamiento desviado y al mismo tiempo efecto
suyo actuando en un círculo cerrado, igual como círculo cerrado es la actividad
inmanente del conoci-miento. Los “vulnera” son las primeras semillas del crimen en
la mente humana.
Todo ello da lugar a que establezcamos que poseer dicha honestidad es algo
imprescindible en la naturaleza del ser humano pues se convierte en pieza clave en
todo tipo de relaciones. Así, es eje en la amistad, en el seno de la familia, en la
relación amorosa y de igual manera en cualquier tipo de relación social.
El filósofo chino K'ung-fu-tzu (Confucio) (551 A.C.- 479 A.C.) ha distinguido entre tres
niveles de honestidad. En el nivel más superficial (denominado Li), incluye a las
acciones que una persona realiza con el objetivo de cumplir sus propios deseos,
tanto en el corto como en el largo plazo, pero demostrando sinceridad, es decir,
manifestando que está en lo correcto. Es un nivel básico pero no es todavía la
honestidad en sí. Un nivel más profundo es el Yi, donde el actuante no busca su
propio interés sino el principio moral de la justicia, basándose en la reciprocidad. Por
último, el nivel más profundo de la honestidad es el Ren, que requiere de auto-
comprensión previa para comprender a los demás. Este nivel implica que un hombre
debe tratar a quienes se encuentran en un nivel inferior de la escala social de la
misma forma que le gustaría que los superiores lo traten a él.
Basta citar al psicólogo Dr. Brad Blanton quien publicó en el año 2008 su libro
“Honestidad radical. Transforma tu vida diciendo la verdad”. Dicho trabajo intenta
demostrar que la situación del estrés, a la que se puede llegar en determinados
momentos, es por consecuencia de las mentiras (y deshonestidades, agregamos
nosotros), en que incurre el individuo. Sobre todo las mentiras y deshonestidades
graves. El estrés no es patológico, el estrés es un mecanismo de defensa. Lo
patológico son los efectos de las mentiras y los actos deshonestos, objetos del estrés
y las consecuencias del mismo en nuestro organismo. Demostró Blanton que el
estrés no procede de nuestro entorno, sino que es una jaula que creamos en nuestra
mente con la mentira y la deshonestidad. Estrés (del inglés stress, ‘tensión’) es una
simple reacción fisiológica del organismo en el que entran en juego diversos
mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como
amenazante o de demanda incrementada. Es un síntoma provocado por alguna
situación en problema, los síntomas son algunos como el nerviosismo, el temblor o el
estar inquieto; otros no son tan notables como la aceleración del corazón, las pupilas
dilatadas, la sudoración y el erizamiento de los vellos de la piel en los brazos y las
piernas.
Es cierto que los “vulnera” no son la causa del crimen, pero sí son las primeras
semillas que se siembran en la personalidad para matizar su destructuración con el
acto voluntario de malignidad. La personalidad deshonesta con sus “vulnera”, en
activo, puede llevar a la Personalidad a la Peligrosidad y al Pasaje al Acto Criminal si
en la Personalidad está anclado, además, el Trastorno Antisocial de la Personalidad
con sus rasgos básicos de egocentrismo, labilidad, agresividad e indiferencia afectiva
y de los cuales luego nos ocuparemos.
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I.- La Personalidad.-
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de características que interactúan dinámicamente entre sí para producir el estilo
relativamente estable de desenvolverse individual y socialmente que un sujeto de la
especie humana posee. Al tratarse de un concepto básico dentro de la psicología, a
lo largo de la historia, el sustantivo personalidad ha recibido numerosas definiciones,
además de las conceptuali-zaciones más o menos intuitivas que ha recibido.
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Los sistemas psíquicos o psicofísicos hacen referencia a las actividades que
provienen del principio inmaterial (fenómeno psíquico) y el principio material
(fenómeno físico): La forma de pensar y sentir hace referencia a la vertiente interna
de la personalidad. La forma de actuar hace referencia a la vertiente externa de la
misma que se manifiesta en la conducta o comportamiento de la persona y que es
única en cada sujeto por la naturaleza “caótica” en la que el cerebro organiza las
sinapsis.
Los rasgos ofrecen una explicación clara y sencilla de las consistencias conductuales
de las personas que permiten comparar y diferenciar fácilmente a una persona de
otra. Los rasgos son elementos característicos de la personalidad y de los
comportamientos consistentes que se manifiestan en las situaciones. La teoría de los
rasgos busca explicar, en forma sencilla, las consistencias en el comportamiento de
los individuos.
Gordon Allport indica que podemos considerar a la constitución física, (los instintos),
el temperamento (la emotividad) y la inteligencia (la racionalidad) como los
"materiales" de la personalidad, que experimentan con el tiempo una lenta
maduración, sobre todo en lo que respecta a la constitución de los instintos que son,
en principio, inmutables, pero cambiables en su intensidad.
Difícilmente podría explicarse cuántos modos pueden diferir el sistema nervioso entre
dos individuos en el momento de nacer. Existen en ellos amplias variaciones en el
número de células cerebrales, en su disposición, metabolismo, conductividad,
conexión o sinapsis y disponibilidad para el uso. Cuando las combinaciones son
favorables, el individuo está dotado de elevada inteligencia; si son desfavorables, la
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inteligencia será baja; si existen condiciones mixtas, los resultados serán
intermedios: Lo mismo puede decirse de las sinapsis emocio-nales.
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Rango de Zona(s)
Fase Consecuencias de la Fijación
edad erógena(s)
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Retención anal: Obsesión con la organización
Eliminación
y pulcritud excesiva. Expulsividad anal:
anal 2-3 años intestinal y
(Imprudencia, negligencia, rebeldía,
urinaria
desorganización, coprofilia).
11+ años
Intereses
(Pubertad Frigidez, impotencia, relaciones
genital sexuales
en insatisfactorias
maduros
adelante
Según Freud se deben ir superando los conflictos que encontramos en cada una de
las etapas críticas a fin de no tener más tarde problemas psíquicos. Freud no sólo
concedió gran importancia a las experiencias infantiles, sino que además sostuvo
que muchos deseos inconscientes son de orden sexual. De todos los conceptos
freudianos, el más controvertido es el papel central que atribuye al impulso sexual en
la formación de la personalidad. Contrariamente, Alfred Adler sostuvo que el aspecto
central en la formación de la personalidad lo constituye la lucha del niño por
sobreponerse al sentimiento de inferioridad.
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mente consciente y que permite que la mente subconscientemente piense y actúe de
forma independiente resultando de tal actividad comportamien-tos incontrolables por
el mismo sujeto. El Ello es el componente más primitivo de la personalidad y no tiene
la percepción de la realidad y se apoya en los "procesos primarios" para satisfacer
las necesidades e impulsos básicos del individuo. Ejemplos de estos impulsos
primitivos se incluyen conductas y agresiones en la búsqueda del placer. Es decir, el
Ello se rige por el "principio del placer", que es una exigencia de la satisfacción
inmediata de las necesidades y que alienta al individuo o no preocuparse por las
posibles consecuencias de los actos resultantes.
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Ahora bien, ampliando la noción, también se puede entender por personalidad el
conjunto de rasgos fundamentales que tiene un grupo determinado de personas con
parecidos caracteres y con comportamientos uniformes y que son así examinados
para la mejor comprensión de las características particulares del grupo mismo y del
que se trate el estudio: Esto lo hace principalmente, y para sus propios fines, la
ciencia y ello es lo que nos permite hablar, precisamente, de una personalidad
antisocial y de una personalidad criminal, para referirnos a las características
atribuidas a todos los sujetos que contrarían los postulados sociales básicos y que
manifiestan, así, parecidos rasgos psicológicos en una determinada esfera del
pensamien-to, de la afectividad y del comportamiento. Esto es lo que se hace,
repetimos, al hablar de la personalidad antisocial.
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situaciones, puede decirse que tiene personalidad agresiva cuando su manifestación
es más obvia en sus manifestaciones constantes. Los rasgos secundarios son
atributos que no constituyen parte principal de la personalidad, de su núcleo, pero
que intervienen en ciertas situaciones aisladas. Un ejemplo de ello puede ser el de
una persona sumisa ‘per se’ que se moleste y pierda los estribos en un momento
determinado: La violencia, en este caso, sería un rasgo secundario. Una cosa es que
el rasgo sea causal y otra cosa es que el rasgo sea central, secundario o cardinal. En
el ejemplo dado el rasgo es causal y secundario al mismo tiempo.
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Medir la personalidad, se asemeja mucho, en algunos aspectos, a la evaluación de la
inteligencia. En uno u otro caso se intenta cuantificar algo que no podemos ver ni
tocar, pero, sin embargo, en ambos casos tiene que haber una buena prueba que ha
de ser confiable y válida a la vez. Agréguese que al evaluar la personalidad, no nos
interesa, evidentemente, “la mejor conducta”, pues lo que se quiere averiguar sólo es
la conducta típica del individuo de que se trate, es decir, saber cómo éste suele
comportarse en situaciones ordinarias y también en cualquier situación
extraordinaria.
En cuanto a los métodos que se utilizan para medir la personalidad está, primero,
la entrevista personal, Esta es importante para establecer, en Criminología, el
diagnóstico de la peligrosidad y el pronóstico criminal y el tratamiento que se debe
aplicar a un sujeto determinado, descartando las fabulaciones y mentiras que puedan
existir por parte del individuo durante el examen. La entrevista personal es el método
más utilizado para examinar la personalidad; y ella es el medio más idóneo para
obtener la información necesaria sobre el pasado y el presente del sujeto y para fijar
las previsibles reacciones futuras del individuo examinado. La entrevista es, pues,
conveniente modelarla con la historia real del individuo. La mayoría de las entrevistas
son desestructuradas, pero algunas emplean una serie de ‘preguntas tipos’ siguiendo
una secuencia determinada. Los entrevistadores más experimenta-dos ponen
atención en lo que manifiesta verbalmente el individuo entrevistado, pero también
atienden a otros elementos de expresión no verbal, como los gestos, las posturas,
los silencios, etc.
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II.- Los Trastornos de la Personalidad.-
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De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM IV)
de la citada Asociación Estado-unidense de Psiquiatría, un trastorno de la
personalidad es un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y de
comportamiento que se aparta acusadamente de las expecta-tivas de la cultura del
sujeto, y que tiene su inicio, no necesariamente, en la infancia y sí en la adolescencia
o a principios de la edad adulta; el trastorno es estable a lo largo del tiempo y
comporta un malestar o perjuicio para el sujeto que lo sufre aparte del malestar o
perjuicio que se le causa a los demás y a la sociedad misma.
En el citado manual DSM IV, los trastornos de la personalidad están reunidos en tres
grupos que se basan en las similitudes de sus características. El grupo A incluye los
trastornos paranoide, esquizoide y esquizotípico de la personalidad. Los sujetos
con estos trastornos suelen parecer raros o excéntricos. El grupo B incluye el
trastorno antisocial de la personalidad, el trastorno límite, el histriónico y el
narcisista de la personalidad. Los sujetos con estos trastornos suelen parecer
dramáticos, emotivos o inestables (lábiles). El grupo C incluye los trastornos por
evitación, por dependencia y el trastorno obsesivo-compulsivo de la
personalidad. Los sujetos con estos trastornos suelen parecer ansiosos o temerosos.
Hacemos principal referencia a los trastornos del grupo B que es el grupo de los
llamados trastornos "dramático-emocionales" o “erráticos” y que son los que más nos
interesan; y muy particularmente en referencia al trastorno antisocial de la
personalidad, íntimamente conectado con la personalidad criminal, pues el origen de
ésta, está en dicho trastorno. Podemos indicar los siguientes trastornos del Grupo B:
Se usa también el término disocial para describir a individuos que no cumplen con las
normas sociales y que no les importan los demás seres, que son impulsivos, y
merecedores de poca confianza, irresponsables y con baja tolerancia a la frustración
y bajo umbral para la agresión, así como incapacidad para experimentar sentimientos
de culpa o arrepentimiento. El disocial es una forma atenuada del trastornado
antisocial.
Para que se pueda establecer este diagnóstico con certeza se dice que el sujeto
debe tener al menos 18 años de edad y tener historia de algunos síntomas de un
trastorno disocial previo antes de los 15 años. El trastorno disocial implica un patrón
repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan algunos derechos
básicos de los demás o las básicas reglas o normas sociales apropiadas para su
edad. Los comportamien-tos característicos específicos del trastorno disocial forman
parte de una de estas tres categorías: 1) agresión a la gente o a los animales, 2)
destrucción de la propiedad propia o ajena y 3) violación de las normas sociales y
legales sin mucha trascendencia.
El patrón de comportamiento antisocial persiste hasta más allá de la edad adulta. Los
que lo sufren no logran adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al
comportamiento social y jurídico. Pueden realizar repetidamente actos que son
motivo de su detención y hostigan a los demás o se dedican a actividades ilegales.
Desprecian los deseos, derechos o sentimientos de las demás personas.
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Algunos afirman que los actos agresivos necesarios para defenderse a uno mismo o
a otras personas no se consideran indicadores de este ítem, criterio con el cual no
estamos de acuerdo porque la legítima defensa y el estado de necesidad son actos
criminaloides en todo caso.
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Curso. El trastorno antisocial de la personalidad tiene un curso crónico, pero puede
hacerse menos manifiesto o remitir a medida que el sujeto se va haciendo mayor,
especialmente hacia la cuarta, quinta o sexta década de la vida. Si bien esta remisión
suele ser más clara por lo que respecta a involucrarse en comportamientos
criminales, es probable que se produzca un descenso en el espectro completo de
comportamientos anti-sociales y de consumo de sustancias estupefacientes.
Los síntomas del trastorno tienden a alcanzar su punto máximo durante los últimos
años de la adolescencia y comienzos de los veinte años de edad y pueden mejorar
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por sí solos cuando la persona llega a la ancianidad. Las personas con personalidad
antisocial, la mayoría de las cuales, como ya hemos dicho, son hombres, muestran
desprecio insensible por los derechos y los sentimientos de los demás. Explotan a
otros para obtener beneficio material o gratificación personal; a diferencia de los
narcisistas que creen que son simplemente mejores que los demás seres humanos.
Característicamente, tales personas expresan sus conflictos impulsiva e
irresponsablemente. Toleran mal la frustración y, en ocasiones, son sujetos hostiles o
violentos. A pesar de los problemas o el daño que causan a otros por su
comportamiento antisocial, típicamente no sienten ni remordimientos ni culpabilidad.
Al contrario, racionalizan cínicamente su actuación o culpan a otros por sus hechos.
Sus relaciones están llenas de deshonestidades y de engaños. La frustración y el
castigo muy raramente les ocasionan la modificación de sus conductas. Las
personas con personalidad antisocial son frecuentemente proclives al alcoholismo y
a la drogadicción, es decir, a la toxicomanía; y son también proclives a las
desviaciones sexuales, y a la promiscuidad. Son sujetos propensos a fracasar en
trabajos lícitos y tienden continuamente a mudarse de un lugar a otro.
Frecuentemente tienen una historia familiar de comportamiento antisocial, de
divorcios y la causación de abusos físicos. En la niñez, generalmente, tales sujetos
fueron descuidados emocional-mente y con frecuencia sufrieron abusos físicos en
sus años de formación. Tienen una esperanza de vida inferior a la media, pero entre
los que sobreviven, esta situación tiende a disminuir o a estabilizarse con la mayor
edad, o sea, los cuarenta, cincuenta o sesenta años.
J.C. Pritchard, psiquiatra inglés, en 1835 fue el primero en usar el término de "locura
moral" para intentar clasificar a sujetos caracterizados por la falta de sentido ético y
con sentimientos malsanos, diciendo además que no se podía verdaderamente
apreciar en ellos la locura o pobreza intelectual en tales sujetos.
El mismo Kraepelin (según Mayer Gross, Slater & Roth, 1960) se refería con el
término de psicopatía a “trastornos degenerativos de la personalidad”. Kurt Schneider
(1980) lo aplicó a las personas con personalidad anormal que "sufrían o hacían sufrir
a la sociedad" y se limitó a distinguir diez tipos que fueron la base de las actuales
diez clasificaciones categoriales internacionales de los, ya mencionados trastornos
de la personalidad de los grupos A, B y C.
Hart & Hare (1997) conjugan ambos términos (trastorno antisocial y psicopatía). Ellos
definen a los psicópatas como grandiosos, arrogantes, afectivamente superficiales,
crueles e incapaces de mostrar culpa o remordimientos sinceros, manipuladores y
propensos a violar las normas sociales o legales. Hare y otros (1991) encontró dos
dimensiones diferentes en los “psicópatas”: el factor 1 (F1), más relacionado con
rasgos de personalidad como crueldad, egoísmo y manipulación sin remordimientos
de los demás y el factor 2 (F2), que tiene más que ver con una descripción del
comportamiento de inestabilidad e irresponsabilidad del individuo.
Catell agrega, que los síndromes concernientes a los neuróticos y a los psicóticos,
sea en tipos particulares de criminales, sea en criminales en general, no presentan
sino “formas confusas y oscuras”. Lo que quiere decir que en un cuadro del aproche
transversal no es posible en el estado actual de las investigaciones definir de una
manera precisa los elementos constitutivos psiquiátricos, tanto neuróticos como
psicóticos, de la personalidad criminal. Los elementos psiquiátricos están presenten
en el hombre ordinario y en el hombre criminal primario o recidivista. La insuficiencia
de estos resultados no son de extrañar ya que este elemento en el estudio del
criminal no puede ser realmente significativo en una perspectiva psiquiátrica
diferencial.
Se sigue de esto, según algunos criminólogos, que los motivos y los móviles no son
tomados en consideración si no solamente para agravar o atenuar la responsabilidad
y que sólo prácticamente es el error esencial de hecho el que puede ser retenido en
la descarga total del agente. Afirman que este bagaje clásico es frágil porque no se
armoniza con el conjunto de la teoría según la cual hay que interesarse
legítimamente en los motivos y los móviles del agente. Se dice que “este objetivismo”
es incorrecto de hecho y es muy exterior al sujeto criminal. Estos criminólogos
buscan entonces decir que con los motivos y los móviles se debe buscar también la
inculpabilidad del agente; pero no se trata de ningún objetivismo: El dolo y la culpa
son por excelencia subjetivos. Lo que ha estado sobre todo en consideración -han
agregado dichos criminólogos- hasta ahora solamente es la culpabilidad del sujeto
vista desde el punto de vista de un testigo objetivo o del juez. Pero si se trata de
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juzgar la responsabilidad del criminal no hay otra forma de ver el asunto si no es con
la intervención del juez o jurado y vistas las pruebas que demuestren la autoría y
todos los pormenores subjetivos de la conducta criminal. El juez se ocupará de los
móviles y motivos para determinar la responsa-bilidad y del tratamiento; el
criminólogo muy bien puede ocuparse, por su parte de los móviles y motivos para
determinar el tratamiento que debe aplicarse al criminal para evitar la reincidencia y/o
la corrección de futuras conductas criminales si se trata de un reincidente. Es decir,
cada quien debe trabajar en el campo que le corresponde.
De Greeff dice que se trata de una actitud radical puramente reivindicativa y agresiva
por lo que el criminal justifica su comportamiento; y no se trata de excusas ni de
pretextos, sino de un estado realmente vivido con el cual la mayoría de los criminales
están identificados. Se declaran igualmente sujetos a lo que ellos están confiados “en
su justicia” cuando cometen el crimen. Pero esto es cierto sólo en algunos criminales:
Hay otros que acepan su culpa y admiten su responsabilidad. En muchos casos, no
están en esto excluidos algunos criminales que quieran auto-penarse: Viven un cierto
envilecimiento para ponerse de acuerdo con su inconsciente y el yo que los culpa. En
todo caso esa actitud de rebeldía es netamente inadmisible en el juicio criminal, por
supuesto: No se puede aceptar tal visión como excusante ni nada por el estilo; pero
sí es válido para la Criminología y para la Criminología Clínica principal-mente, la
necesidad de tomar en cuenta esta visión particular del criminal: Es función del
criminólogo observar el tratamiento a aplicar al sujeto sobre todo en cuanto a su
menor o mayor peligrosidad y considerar su opinión sobre “la justicia o injusticia de
su acción”. Por regla general sucede, en la mayoría de los criminales, que ellos no se
sienten valiosos sino simplemente como “moneditas de prisión” y esto debe tomarse
sólo en cuenta para el tratamiento criminológico a aplicar.
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Bien dice nuestro profesor Ch. Debuyst que la actitud terapéutica debe consistir en
hacer admitir a los criminales que su comportamiento criminal es ‘socialmente
anormal’ y que existe un problema que lo toca personalmente para su futuro, es
decir, para el posible encuentro con la reincidencia. Partiendo de allí es necesario
permitirle al criminal que evolucione y se integre progresivamente en presencia de
los demás hombres a la corriente de la vida en comunidad. Se tratará, sin duda,
precisa Ch. Debuyst, de definir las técnicas propias que permitan alcanzar tal fin y
que no son ni serán sino complejas. Consideramos que es difícil que el criminal
acepte que su comportamiento es anormal, pero que sí debe aceptar que existe un
problema que lo toca personalmente y sobre todo en su futuro: la posible
reincidencia.
En el aspecto social hay que precisar la visión del criminal ante el matrimonio, el
celibato y el divorcio. La cifra de los célibes es alta. Respecto al matrimonio la visión
del criminal es mala ya que lo conciben con repugnancia. Repugnan también el
subordinarse a un valor familiar y rechazan el poder organizarse en forma duradera;
incluso está el criminal profesional que tiene sus “propias normas sobre la propia
criminalidad”; y que ve en sus actos criminales solamente “un trabajo que debe
realizar en una situación concreta”.
En cuanto a los valores sociales generales, en la hora actual, los criminales están
más integrados a la vida social que en tiempos pasados, cuando el criminal no vivía
en los burgos y ciudades sino en los bosques y en descampado. Conviene también
fijarse en el valor del argot y del tatuaje dentro de esta sociedad en la que se
encuentra el criminal. El tatuaje y el argot son, en cierta forma, rechazo de las
normas sociales generales. Por lo regular el criminal se opone a los valores sociales
y se adhiere a un código especial suyo. Tiene reglas prácticas como, por ejemplo, “la
ley del silencio” y las reacciones brutales que dan lugar a arreglos de cuentas por la
delación. Esto se ve muy a menudo en las bandas de motociclistas de criminales
habituales.
En cuanto a las actitudes escolares, hay que considerar que hay mayor número de
iletrados en la población penal que en la población general, en la criminalidad es casi
negativa la escuela secundaria, por la fuente sub-proletaria de la criminalidad. Pero
esto es también válido para la población general del ser humano en el planeta Tierra.
Pero hay en el criminal repugnancia al trabajo regular y sostenido. El criminal es
hedonista: Ve con horror el esfuerzo. Es buscador de la vida de fiestas y frecuenta, -
en estado de libertad-, los lugares de entretenimiento. El problema de la pereza es
grave en los criminales: Ellos tienen falta de aprendizaje, de vigilancia educativa, de
inacción, inhibición, dimisión, oposición, desinterés y astenia. La práctica religiosa es
casi nula, abundan en las supersticiones. Tienen cierta indiferencia frente a los
valores espirituales que se sitúan en la línea de su ausencia de subordinación a los
valores familiares y sociales. Pero esto hoy en día es también válido cada vez más
para el no criminal por lo cual hay que evitar el aumento de la anomia social y así el
tratar de que no aumente el número de los criminales.
1) Los criminales enfermos mentales, que son jurídicamente inimputables, pero que
criminológicamente deben ser examinados por el psicólogo clínico y el psiquiatra,
para la acción del tratamiento. 2) Los débiles mentales, que se estudian junto con los
criminales enfermos mentales a pesar de no ser enfermos mentales propiamente
dicho y que son clasificados en idiotas, imbéciles, débiles y débiles ligeros: los dos
primeros son jurídicamente inimputables y los otros dos jurídicamente imputables. 3)
Los caracteriales, que son imputables y que tienen características personales reales
que recuerdan la enfermedad mental que le es correspondiente. Entre estos están
los esquizoides, los cicloides, los epileptoides, los paranoides. 4) Los Psicópatas, o
sea, los situados en el trastorno de la personalidad antisocial Tipo III, también
llamados por algunos criminólogos, Perversos constitu-cionales.
Los llamados criminales desequilibrados psíquicos son los que forman el grupo de
los caracteriales, estudiados ahora desde un punto de vista criminológico. La
definición de los caracte-riales es precisada clásicamente, al comparar la
personalidad del sujeto con los enfermos mentales propiamente dichos y que los
recuerdan: Así, al lado del esquizofrénico existe el esquizoi-de y. al lado del
paranoico está el paranoide, al lado del epiléptico está el epileptoide y al lado del
enfermo bipolar o psicótico maníaco-depresivo está el cicloide.
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Los tipos principales de los caracteriales son descritos como hemos dicho desde el
punto de vista de las grandes enfermedades mentales, ya que ellas orientan la
observación de los sujetos que están afectados en una línea que recuerda el
comportamiento psicótico correspondiente.
Cabe observar que el criminal tipo II y el psicópata criminal tipo III, tienen las mismas
afecciones básicas de la agresividad, del egocentrismo, la labilidad y de la
indiferencia afectiva pero sin llegar a la enfermedad mental de la psicosis: No hay
delirio y no hay autismo, propiamente dicho. Se nota en el terreno de la esquizofrenia
el desinterés por el medio familiar, el miedo a las ocupaciones ordinarias del medio
social y de las ocupaciones habituales, la desadaptación a la vida cotidiana, la
ambiva-lencia, tan propia de la labilidad, el ensueño mórbido y la indiferencia afectiva
cercana al autismo. En medio de la calma del autismo y de la indiferencia afectiva,
puede estallar un drama psíquico que puede generar a menudo, por ejemplo, hasta
un parricidio sin existir razón afectiva alguna, seguido por el escarnecimiento sobre el
cadáver.
La psicosis maníaco depresiva, o bipolar, resulta tener dos síndromes diferentes que
van en conjunción alternativa, son la manía y la depresión que parecen dos aspecto
de la misma estructura mental y que son susceptibles de alternancias. En la
excitación maníaca el enfermo hace prueba de exaltación y puede presentar también
excitación amable. Pero si se le contraría puede aparecer colérico y destructor. Es
hablachento, hiperactivo, rápido en su elocución. Presenta un nivel moral de ideas
caracterizado por indiscreciones, tiene tendencias alcohólicas y sexuales. Se radica
en la falta de escrúpulos y el egoísmo brutal. En el polo opuesto está la hipofunción
moral que radica en la depresión melancólica. En ésta, el sujeto está ansioso,
preocupado y muy a menudo desesperado. Su estado puede llevarlo al suicidio y al
homicidio-suicidio. Hay formas agresivas de la melancolía: al comienzo del acceso y,
sobre todo, cuando la depresión comienza a desaparecer. Al maníaco depresivo
ciclotímico corresponde caracterialmente el intermi-tente caracterizado por
variaciones de la actividad. Es el sujeto que está alternativamente excitado o
deprimido. En las fases de excitación, en particular, está pronto a rebelarse contra la
autoridad y comete ultrajes a las personas, produce actos violentos, golpes y heridas,
roturas de cosas y de puertas, ventanas y cerraduras, etc. El cicloide es el caracterial
de la psicosis bipolar.
Por otra parte, existen los trastornos del carácter de orientación neurótica o
neuropática: Son de carácter nervioso donde la personalidad no está alterada en sus
funciones psíquicas esenciales. En las neurosis el enfermo manifiesta sus trastornos
caracteriales muy parecidos a los mórbidos y patológicos. El psicoanálisis ha
insistido en la existencia de criminales neuróticos y en función de supuestos móviles
inconscientes, y fundados “en un sentimiento de culpabilidad”.
Al lado de las neurosis están las perversiones instintivas imputables, que se deben
entender como las anomalías constitucionales de tendencias del individuo
consideradas en su actividad moral y social; y ellas se reportan 1) al instinto de
conservación, 2) al instinto de propiedad, 3) a los instintos de personalidad, 4) al
instinto de reproducción y 5) al instinto de asociación.
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3) En lo que concierne al sentimiento o instinto de personalidad el sujeto busca
afirmarse y a deslumbrar por su actividad en medio de sus semejantes. Se puede
observar, en primer lugar, su ausencia y su suficiencia excesiva. En la ausencia
quedan los sujetos tímidos, escrupulosos, dubitativos, deprimidos; se presenta
también en su desviación negativa la tendencia al suicidio que es relativamente rara.
Al lado opuesto de estas anomalías por defecto y por desviación que perjudican más
al mismo sujeto que a la sociedad. Hay que notar las anomalías por suficiencia
excesiva que son de gran interés para la Criminología: el orgullo y la vanidad. Al
orgullo se relaciona la constitución paranoica y a la vanidad la mitomanía, cuyas
manifestaciones de atentados se concretan en las fanfarro-nerías y en el hábito a lo
fantástico, la auto-acusación y hetero-acusación criminales y a la fabulación y
simulación de atentados o de enfermedades. Un cierto número de fabuladores y
simuladores se presentan como accidentes histéricos.
En 1809 el francés Philippe Pinel describió el concepto que él llamó “Locura sin
delirio” para designar un patrón de conducta caracterizado por la falta de
remordimientos y la ausencia completa de restricciones. Pinel describió a pacientes
que realizaban actos arriesgados e impulsivos, a pesar de ser racionales y de
conservar intactas sus habilidades cognitivas. En 1835, J.C. Pritchard definió lo que
él llamó “Locura Moral” como una forma de perturbación mental en la cual parece no
haber una lesión en el funcionamiento intelectual y cuya patología se manifiesta en el
ámbito de los sentimientos, el temperamento y los hábitos. Este psiquiatra inglés
explicó que en casos de esta naturaleza los principios morales o activos de la mente
están extrañamente pervertidos o dañados y que no existe en el sujeto un poder de
auto-gobierno moral, y por ello se hace incapaz de conducirse con decencia y
propiedad en los diferentes aspectos de la vida.
38
Además, los psicópatas tienen un marcado y alto egocentrismo, que es intrínseco a
este desorden. Esto implica que el psicópata trabaja siempre para sí mismo por lo
que cuando da es porque está manipulando o esperando recuperar esa inversión a
futuro con ganancias. Otra nota común es la sobrevaloración de su persona, que lo
lleva a una cierta mega-lomanía y a una hipervaloración de su capacidad de
conseguir las cosas y de la empatía utilitaria que consiste en una habilidad para
captar la necesidad del otro y utilizar esta información para su propio beneficio, lo
que constituye una mirada en el interior del otro para saber de sus debilidades y
obrar sobre él para manipularlo.
Hace algún tiempo se planteó el dilema sobre si una personalidad de este tipo es o
no imputable a pesar del hecho de ser una persona sádica, violadora, secuestradora,
estafadora, o realizadora de cualquier actividad altamente criminal; y la conclusión a
que se ha llegado es que son imputables dado que la persona mantiene conciencia
de sus actos y hasta puede evitar cometerlos y si los comete es porque así lo desea
o lo quiere o le favorece de alguna manera: No hay, pues, un determinismo criminal
en el psicópata: éste no es una máquina que actúa sólo por el placer de causat
agravios. La psicopatía no puede, y menos aún, obviamente oficiar de atenuante de
crimen alguno, aunque sí servir, más bien de agravación. Esto quiere decir que
tienen responsabilidad y plena culpabilidad, según afirman los penalistas y la
absoluta mayoría de los criminólogos.
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conducta que reporte beneficios a otros y evite así las sanciones en que incurra el
criminal psicópata.
Actualmente se ha desarrollado un escáner que lee la zona del cerebro que contiene
nuestras intenciones antes de ser realizadas y se baraja la posibilidad de usar dicho
escáner para descubrir los casos de psicopatía. Este escáner o tomografía por
emisión de positrones (PET en sus siglas en inglés), se basa en un positrón que en
física es una partícula elemental de carga eléctrica igual que la del electrón, pero
positiva, o sea, que es la antipartícula del electrón. Con la tomografía se busca leer la
actividad del cerebro ante determinados estímulos. Se observa que los estímulos
relacionados con la empatía se encuentran ausentes en el importante lóbulo pre-
frontal del cortex en el caso de los psicópatas; y por lo que se sabe de neurología, el
lóbulo pre-frontal es el que realiza el mecanismo principal de nuestros razonamientos
morales y en el caso del psicópata se halla inactivo ante un estímulo que sugiera
empatía hacia terceras personas.
Los psicópatas muestran menor actividad en áreas del cerebro relacionadas con la
evaluación de las emociones vinculadas a las expresiones faciales, señala un estudio
publicado en el British Journal of Psychatry. En particular los psicópatas son menos
receptivos en la expresión del rostro que manifieste temor como sí lo hacen las
personas armónicamente sanas. Según los expertos, esto puede explicar, al menos
parcial-mente, la conducta psicopática.
Para el doctor Robert Hare, investigador que realizó también estudios sobre el
trastorno del psicópata criminal, los criterios que definen a la personalidad
psicopática pueden evaluarse sobre una lista de veinte características denominadas
Psycho-pathy Checklist (PCL). Estas descripciones tuvieron como base el trabajo de
Clecksley para determinar la psicopatía a través de una serie de síntomas
interpersonales, afectivos y conduc-tuales.
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Los síntomas que exhiben los psicópatas son, según Robert Hare, los siguientes: 1)
Gran capacidad verbal y encanto superficial. 2) Auto-estima exagerada. 3) Constante
necesidad de obtener estímulos y por ello tendencia al aburrimiento. 4) Tendencia a
mentir en forma patológica. 5) Comportamiento malicioso y manipulador. 6) Falta de
culpabilidad o de cualquier tipo de remordimiento. 7) Afectividad frívola con
respuestas emocionales superficiales. 8) Falta de empatía, crueldad e insensibilidad.
9) Estilo de vida parasitario. 10) Sujeto falto de control sobre su conducta. 11) Vida
sexual promiscua. 12) Historial de problemas de conducta desde la niñez.13) Falta
de metas realistas a largo plazo. 14) Actitud impulsiva. 15) Comportamiento
irresponsable. 16) Incapacidad patológica para aceptar responsabilidad de los
propios actos. 17) Historial de muchos matrimonios de corta duración, si es que el
psicópata contrae matrimonio. 18) Tendencia desde temprano hacia la criminalidad o
por haber dado muerte a muchas personas en combate durante la guerra (por ej., el
caso de Michele Corleone el hijo del “Padrino”.19) Sujeto apto para la revocación a la
libertad condicional que se le pueda acordar; y 20) Sujeto capaz de adaptarse con
facilidad y rapidez a diversas funciones y de genio o carácter voluble e inconstante,
es decir, lábil de gran versatilidad para la acción criminal.
La personalidad del perverso puede verse desde el exterior, o sea, se observa que el
perverso presenta anomalías cualitativas y cuantitativas de la afectividad: Malignidad
mórbida. El sujeto de malignidad mórbida es el que se puede calificar propiamente
de perverso: Se puede definir como inafectivo, insincero, inintegrable, inmoral,
inimtimidable y cruel y que hace el mal por placer. Las manifestaciones de la
perversidad moral en el psicópata son precoces y polimorfas: con vicios diversos,
trastornos de conducta, reacciones antisociales y manifestaciones de crueldad
extremas.
La personalidad del perverso puede ser también vista desde el interior: a) La vida
interior del perverso se caracteriza por la riqueza y el dinamismo de las tendencias
instintivas. b) En el plano de los mecanismos intelectuales se expresa el perverso por
el egocentrismo exagerado, el sujeto se cree el centro del universo, es
extremadamente susceptible y se manifiesta por el egoísmo radical; él pretende la
seguridad del “yo” y la búsqueda única de sí mismo. c) En el orden de los
mecanismos afectivos se expresa por el orgullo ilimitado, los celos, la envidia, el
despecho, las rabias y la cólera, los desesperos violentos, la exaltación agresiva ante
los sucesos, la exclusividad y la permanencia que lo lleva al odio y a la venganza. d)
Desde el punto de vista de los mecanismos psico-sociales se expresa con la auto-
suficiencia, el autoritarismo, el dominio, la disimulación, la falsedad, la violencia y las
brutalidades, la falta de respeto a los demás, el fanatismo, el erotismo, la destrucción
de obstáculos, el desprecio de la vida y del bienestar de los demás. Tiene una vida
donde se excluye toda subordinación a los valores sociables y al prójimo; es falto de
todo afecto y tiene carencia de conciencia moral llevada sobre posibilidades de
42
refrenar la inmediata realización de sus deseos elementales y su constitución de
anormal en función de la amenaza penal.
Los débiles mentales: Una situación distinta es la de los débiles mentales: Los
idiotas y los imbéciles son jurídicamente asimilados a los alienados enfermos
mentales y todos los días los débiles mentales ligeros son severamente condenados
sobre la base de su responsabilidad penal. El profesor E. De Greeff escribió: “Hay
que resignarse una vez por todas; el síndrome debilidad mental estará siempre
inaccesible al hombre medio”. Dicho de otra forma podemos agregar: “Sólo el genio
comprende al débil mental”.
Se puede afirmar que la inteligencia normal es aquella que por la edad corresponde
al más grande número de individuos. El que es normal no es el que estimamos
perfecto, sino aquel que por la experiencia se constata que es un ser medio. Esto se
puede facilitar con los tests psicológicos y pedagógicos susceptibles de establecer
una escala métrica de la inteligencia: Binet y Simon dijeron que el idiota es el sujeto
cuya edad mental no depasa los 4 años y el imbécil llega a un nivel de 4 a 7 años. El
adulto normal medio posee una edad mental de 13 años y el que posee y depasa
una edad de 10 años posee una inteligencia que le permite ganarse la vida en el
medio ambiente y de ser entonces independiente. El débil ligero es el que va medido
de 7 a 10 años. Terman reemplazó la edad por el cuociente intelectual (Q.I.) que se
obtiene dividiendo la edad mental por la edad real. Al estado normal corresponde la
unidad.
Q. I. Edad mental
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órganos fonadores que no explican esta pseudo afasia que es debida sólo a una
deficiencia mental. El idiota no tiene conocimiento de las alusiones morales o
sociales ni conoce de sus consecuencias. Él no es comúnmente peligroso porque su
inadaptación social generalmente hace la necesidad de su hospitalización o del
cuidado general.
El débil ligero habla, lee y escribe y tiene suficiente conoci-miento de los actos
reprensibles, pero no es capaz de concluir por analogía y no entiende la prohibición
de actos complicados. No conoce bien lo que es la estafa o el abuso de confianza. Él
tiene desde el punto de vista intelectual y caracterial los rasgos de la mentalidad
infantil. Estos rasgos son netos y no le es posible vivir independientemente en la
sociedad. “El débil mental está determinado a la vez por un signo intelectual, un
signo afectivo y un signo social. Antes de acceder al hombre medio, hay que pasar
por el límite ligero llamado “borderline” (Q.I. 0.70-079), edad mental 10-11 años. Se
encuentra también el normal mediocre (Q.I. 0.80-0.89, edad mental de 11-12 años.
A diferencia de los débiles profundos, los débiles ligeros no son señalados como
insuficientes intelectuales por el entorno. Sólo serán detectados como insuficientes
en el examen mental que los diagnostiquen. Una concepción rígida y simplificada se
ha desarrollado en Criminología en el dominio de la inadaptación infantil. Se afirma
que con una buena psicoterapia se puede cambiar el Q.I. en 20 puntos. Se ha
llegado a distinguir las insuficiencias intelectuales del defecto de desarrollo a partir de
las estructuras de base por la no cultura o por las inhibiciones de orden afectivo. Se
afirma que el retardo mental en un principio es recuperable hasta la pubertad, pero
que luego se hace irreversible. Los retardos mentales deben ser distinguidos de los
retardos escolares que pueden aparecer sin ser trastornos verdaderos.
a) Una actitud general hacia la actividad criminal, que hace que el sujeto se
considere metido en una carrera criminal estable. La criminalidad está integrada en
su mentalidad y en su moralidad. Se refiere a un sistema de comportamiento que ha
estado muchas veces de acuerdo con el “código criminal”. Él racionaliza esta actitud
y posee un sistema de referencia netamente desviado y exclusivo. Él justifica su
conducta diciendo que ella está en el camino correcto y adecuado.
47
El criminal descarriado es aquel que por circunstancias de las condiciones morales y
sociales desfavorables, del abandono moral, de malas frecuentaciones, de hábitos
perjudiciales, de sugestiones inmorales, comete bajo la influencia de la necesidad,
del erotismo, de los celos o de la venganza, actos criminales de cualquier género,
pero siempre de importancia muy débil psicológicamente hablando.
Los criminales ocasionales del común son, generalmente, los que a favor de
circunstancias sociales particulares cometen hurtos comerciales, acaparan beneficios
ilícitos con recursos de actos fraudulentos activados por pequeñas resistencias.
Los criminaloides son los que caracterizan desde un punto de vista psicológico una
debilidad intelectual acompañada de notas de desequilibrio o desarmonías relativas a
la imaginación abstracta, a la lógica y a la crítica y un sentimiento exagerado de su
propia personalidad con tendencia a la vanidad, a una variable del humor
acompañada de crisis emotivas de irritabilidad, cuantitativas y cualitativas, de la
esfera sexual, una voluntad débil, una sugestibilidad exagerada, una débil capacidad
de dominar la instigación a la acción. Es también caracterizado por un débil
sentimiento moral fundado en un estado diatésico-criminal, es decir, es un sujeto
llevado rápidamente por la diátesis o predisposición orgánica de contraer un
determinado estado emocional. Esta disposición al crimen, aunque ligera, se acentúa
rápidamente bajo la influencia de factores causales secundarios de la criminalidad.
Es un sujeto llevado a reacciones sociales poco adaptadas, un marginal que según
las circunstancias puede evolucionar favorable o desfavorablemente.
Los criminales ocasionales pasionales: Estos no se pueden confundir con los que
cometen crímenes pasionales utilitarios, es decir, son únicamente motivados por una
pasión y los crímenes de destrucción resultantes de un conflicto relaciona-do con el
amor sexual. Estos últimos tienen una tendencia pseudo-justiciera, un sentido de
venganza y sus crímenes son ejecutados por el criminal sin consideración de lo que
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él sufrirá por su mismo hecho. Están los celosos que actúan por frustración erótica y
el homicidio de la esposa por las proyecciones que amenazan con una ruptura,
rumian y realizan proyectos de suicidio, y ven caer las barreras puestas contra el
acto criminal. Estas son combinaciones, donde influye la afectividad sin control
moral, son combinaciones de reacción de proyección y de autismo que limitan el
dominio del criminal pasional de naturaleza sexual.
En el terreno del amor sexual hay que distinguir los sujetos propiamente pasionales,
los celosos criminales; y los que revelan una clara patología mental. Esta distinción
puede ser hecha en los cuadros extremos, así como se hace en el plano de la
paranoia de estados pasionales mórbidos, la erotomanía, en particular. Es siempre
difícil distinguir los paranoicos caracteriales de los pasionales auténticos. Hay casos
a los que uno cree poder calificar de pasionales y son casos más bien de sujetos
desequilibrados.
Entre los factores situacionales de orden general está el factor del medio que es
muy importante en el desencadenamiento del acto. El medio debe ser eficaz y su
acción es variable según el sujeto que la sufre; pero el azar juega también a menudo
un papel decisivo en este encuentro entre el hombre y la instigación del medio.
Entre los factores principales del hecho están los factores económicos como son la
miseria, el desempleo, las posibilidades de enriquecimiento del autor, también están
los trastornos de la vida amorosa y los trastornos sexuales, la existencia de una
víctima designada, la provocación de los adversarios o de las autoridades, el alcohol,
la provocación de emociones intensas, incluso, el entretenimiento y el placer, etc.
Por eso es conveniente que todo criminólogo al examinar un caso se haga las
preguntas claves: ¿quién, dónde, con quién, por qué, con qué, cómo, cuándo?
Ciertos objetos del crimen son más ventajosos por una aproximación, en razón de su
dimensión (facilidad de disimulación, facilitación de la exposición (vidrieras, estantes
de auto-mercados; de su concentración (depósitos) y del interés económico,
incluyendo artículos alimenticios en épocas de crisis, dinero en divisas en tiempos de
inestabilidad económica. El lugar: Sitios aislados o poco frecuentados, mal
iluminados, de difícil acceso; lugares de reuniones (hurtos especializados); el
49
instrumento y la aptitud del actor para usarlo. Los motivos que aclaran racionalmente
la acción y los móviles que la pulsionan. la vida sexual, la vida afectiva; las
modalidades de la ejecución que están implicadas en la situación.
Estas relaciones pueden resolverse con un crimen si se presentan los cuatro rasgos
de la criminalidad ya mencionados y hasta se da el caso en que se quiere el
abandono del uno al otro, por ejemplo, o cuando siendo el autor el más débil es
amenazado o se siente amenazado. Hay casos en la pareja proxeneta-prostituta en
la que ella tiene un “sentimiento furioso” contra el proxeneta que la explota y la
maltrata; puede ir la situación a mayores consecuencias si la prostituta cela al
proxeneta y éste se extralimita en los maltratos. La ligereza ‘incomprensible’ de la
víctima en los envenenamientos así como el caso del criminal que juega con la
víctima como el gato lo hace con el ratón.
Está también el oficio, por ejemplo, el peligro del comerciante de ser asesinado, los
hoteleros de albergues, los transportistas. Los médicos lesionados o asesinados por
erotómanos o paranoicos. Se agrega la situación social: El inmigrante, las minorías
étnicas o religiosas. La soledad de la víctima.
Desde el punto de vista psico-social: Está la víctima cuya conducta es factor principal
del crimen: flagrante adulterio. Consenso al suicidio a dos. La víctima en una
situación vital como el caso del que se mete en problema y que es explotado por el
criminal (chantaje, usura). Los mecanismos reaccionales como la relación neurótica
en ciertos parricidios: padre autoritario y odiado y la fijación maternal. El caso de
atracción recíproca como sucede en la pareja de la prostituida y el proxeneta.
Hay que distinguir entre los móviles y los motivos. El motivo es la razón intelectual
que aclara la comisión del hecho. El móvil es de orden íntimo y que se confunde a
veces, con la tendencia inconsciente. A esto la psicología moderna le agrega el
llamado “móvil consciente” que es una razón muy personal de actuar que se sitúa en
el plano de los sentimientos conscientes más inamovibles.
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Las motivaciones pueden ser sublimadas y hasta se puede entrar a calificar
crímenes imaginarios en los cuales el elemento intelectual (motivo) se interpone
entre el sentimiento y la acción: Crímenes y actos imaginarios como la estafa
imaginada, el supuesto uso indebido de medios, el supuesto insulto, la imaginada
calumnia, o la pensada difamación, o la pensada crítica que pueden derivar en
homicidios decididos y hasta reales. La sublimada seducción, o el supuesto flirt, que
se sustituyen en la violación con la simple violencia. Al contrario, la acentuación más
alta de la sublimación conduce en pulsar la “violación” y a transformarla en ironía.
En Criminología General las formas del crimen más radicales y más marcadas, son
las siguientes: 1) El crimen primitivo. 2) El crimen utilitario. 3) El crimen pseudo-
justiciero y 4) El crimen organizado.
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En un tercer supuesto se traduce la reacción en una sonrisa de desprecio o de
piedad hacia el violento que ha actuado primero. Aquí se trata de un fenómeno de
sublimación y de falsa compensación, la sonrisa equivale a una bofetada, el hombre
agredido ha hecho un esfuerzo para vencer su reacción explosiva y que se puede
manifestar en formas de ironía, sarcasmo, o en ciertas falsas aceptaciones y de
ciertas formas de piedad o de menosprecio, e incluso, de humildad. El sujeto puede
hacer que todo alejamiento del tipo de reacciones primitivas no sea sino su
coeficiente de tolerancia aumentada. El sujeto se manifiesta hipersensible a su medio
y se presenta ordinariamente como un tímido que no se queja de los juicios de otros,
o en el caso de los juicios incompletos de los demás. Puede suceder que un sujeto
sensible y susceptible, de una naturaleza orgullosa y celosa, después de ser
compensado durante cierto tiempo, la caída opere de pronto y libere toda su
agresividad, todas sus rabias reprimidas.
Con la edad la mayor adaptación opera mejor: A partir de los cuarenta años la
mayoría de los hombres tienen reacciones sustitutivas de tipo sociable. En definitiva,
las zonas de tolerancia y las falsas compensaciones permiten profundizar la noción
de “umbral criminal” y aclarar que en el crimen primitivo no existe o es muy tenue
este umbral psicológico.
Seelig distingue entre los criminales por agresividad y los criminales por reacción
primitiva. A los primeros los define como sujetos que se encuentran en ‘estado
‘crónico’ de excitación o de tensión y que les hace explotar con ocasión del crimen
(actos de pura violencia súbita o injurias o calumnias impensadas). Entre los
segundos están aquellos que sin estar en estados crónicos de tensión se realizan
como actos criminales a reacción primitiva: él cita el caso del criminal que actúa por
venganza y bajo el imperio súbito del furor, y que puede hasta matar a familiares por
odio acumulado y a ciertas variedades de furiosos incendiarios, infanticidas y de
ladrones de grandes almacenes y tiendas.
Estas categorías pueden ser diferentes en el cuadro del crimen primitivo en los casos
en que uno distingue por las reacciones explosivas que emanan de sujetos que
presentan un carácter epileptoide o si se quiere un síntoma ixofrénico (del gr. ixos,
liga para coger pájaros), estudiados por Sjöbring y Kinberg que manifiestan un
carácter epiléptico. Refiriéndonos a la descripción de Olof Kinberg uno aprecia que
son individuos de actividad pesada, tenaces, lentos y de actitud pegajosa. Se
adhieren con mucha perseverancia en todo lo que se meten a hacer. Su atención no
es fácil de desviar. Ellos se sostienen en sus ideas, son repetitivos, a menudo son
cabezas duras y también rencorosos. Su intensidad y su emotividad son pesadas
hasta el punto que los hacen difíciles de entendimiento, son suaves y firmes. Aunque
su inteligencia pueda ser buena, uno tiene a veces la impresión de que no entienden
lo esencial de un problema. El carácter pesado, pegajoso, intenso, se manifiesta en
su actividad bio-psicológica en pesadas reacciones motrices; sus movimientos son
pesados, la palabra es muy característica, es lenta, flotante, monótona, con poca
variación tonal. Uno tiene la impresión de que el ixofrénico sufre de un cambio
emotivo continuo y que cuando la altura llega a cierto punto, la tensión interior se
descarga por una reacción afectiva. En los casos en que los rasgos son fuertemente
53
pronunciados ellos pueden manifes-tarse por verdaderos accesos de furor con actos
vehementes y destructivos. Ellos son a menudo rencorosos e irritables y desarrollan
frecuentemente estados paranoides. Se inclinan al alcohol por su carácter, siendo
anodinos y dispuesto al desplacer. Su peligrosidad está fuertemente aumentada por
el hecho de que ellos están dispuestos a caer en estados de ebriedad patológica con
obnubilación profunda y acceso de furor. Hay una mayoría de alcohólicos que
atormentan a sus esposas y que son ixofrénicos. Por el tono cortical aumentado de
los ixofrénicos, por el carácter intenso y pesado de su actividad, por su perseverancia
y endurecimiento, ellos son asténicos pasionales, poco escrupulosos y dispuestos a
las tormentas pasionales. En tales estados pueden ser extremada-mente peligrosos
o pueden encontrarse ciertos monstruos de crueldad que han adquirido la celebridad
por sus asesinatos múltiples.
a) Las formas de pura violencia son raras en la juventud del débil. Se encuentran
pocos los que realizan actos de golpes y heridas y homicidios voluntarios. Hay que
hacer excepciones en dos circunstancias: Una restricción se refiere a la impulsividad
de estos sujetos que se formula como una exasperación de sujetos reprimidos que
enmagazinan un rencor tenaz; es el caso de la susceptibilidad del débil del cual uno
se mofa y que obedecen a un complejo de inferioridad o a un error de interpretación
del juicio hecho sobre ellos. Todo lleva al menor o al débil impulsivo a golpear. En un
otro extremo estaría el sujeto que se encuentra fuera del alcance de comprender el
alcance de su acto: Como el débil a quien un camarada le muestra un martillo
diciendo: “Es bien pesado, uno podría matar a alguien con…” y quien apoderándose
del martillo mata al camarada de un golpe bien ajustado.
En las formas violentas hay que incluir el incendio como expresión de venganza o
una búsqueda de alegría “agradable” y espectacular. Aquí hay en el acto una
ausencia de juicio simplificado y a menudo, cosa que no es rara, la participación
activa en el hecho de apagar el siniestro. Los débiles homicidas o incendiarios son
primitivos y uno observa entre ellos el tipo muy conocido del empleado de una finca
que produce un incendio por venganza. También el del homicida por celos y por
resentimiento: Recordamos el caso del jardinero que dio muerte con sus manos,
asfixiándola, a una dueña de casa por haberle dicho ella que no iba a tomar más sus
servicios de jardinería y que se fue después del crimen a casa de una vecina a
arreglar otro jardín, y donde fue detenido sin más por familiares de la víctima
asesinada. Se trataba de un débil mental que actuó por incomprensible y pura
violencia psicológica.
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débiles mentales son utilizados muy a menudo por criminales profesionales como
comparsas y como emisarios eventuales.
2) El crimen utilitario. Este se halla en el dominio de los crímenes contra las personas
y contra los bienes. Existe el homicidio ‘utilitario’ que consiste en desasirse de un ser
que molesta, subraya De Greeff, porque toda la existencia del asesino parece
comprometida en esa muerte. El sujeto actúa por imperio de una crisis que busca
una necesaria liberación personal. Se trata de un acto único, de una respuesta a una
situación que se presenta como no pudiéndose realizar dos veces y que De Greeff
llama una “solución decisiva”. Tal es el caso de la esposa homicida de su marido que
se presenta como atormentador o verdugo doméstico o del parricidio del hijo para
proteger a la madre. Tal es también el caso del asesino de su familia que actúa por la
miseria y la búsqueda de un bien material. Es el supuesto del estado patológico de la
melancolía en que se suprimen esposa e hijos para ocultar un malestar real o
imaginario. Pero estos ejemplos típicos no son capaces de agotar todas las formas
del crimen utilitario. Este existe cada vez que una persona fastidiosa es suprimida
sea para apoderarse de su fortuna o para permitir un segundo matrimonio,
principalmente, o por cualquier otro fin que busque una determinada ganancia de
cualquier tipo.
En el cuadro del homicidio utilitario. De Greeff afirma que los procesos por los cuales
pasa el sujeto homicida puede ser el de una persona normal, caracterial o patológica.
Más del 70% de los criminales advierten a los demás y con anterioridad el hecho,
unos con actos, otros con palabras y sutilezas, otros con símbolos. Generalmente
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uno no los comprende o se les entiende mal cuando hablan de galimatías sobre el
crimen. Este período dura algunos días y pueden hasta ser puestos como
advertencias para que alguien haga abortar la idea criminal.
En los crímenes contra los bienes hay que distinguir: a) los criminales que actúan
bajo el imperio de una crisis. Aquí Seelig individualiza los crímenes patrimoniales
cuando se actúa bajo el imperio de una crisis patrimonial; en el período puerperal de
la mujer que manifiesta tener mucho dinero y que hurta a los parientes, amigos y
conocidos aceptando el riesgo muchas veces de la realización de un homicidio; las
estafas a las compañías de seguro para resolver una dificultad financiera, sea
incendiando los propios bienes o hiriéndose a sí mismo. Por el contrario son autores
de crímenes patrimoniales por resistencia reducida, los que caen en malversaciones
como el caso del empleado ladrón, el cajero “indelicado”, y la lacra humana de los
funcionarios públicos y los empresarios y comerciantes deshonestos.
Son múltiples las variedades de este tipo de crímenes. Ellos van desde el crimen
pasional pseudo justiciero, el crimen auto-punitivo, pasando por el crimen por
ideología, hasta el crimen profiláctico, el simbólico, el reivindicativo y el crimen
liberador o de aventura.
El proceso suicida fue entrevisto por Ferri. Para De Greeff todos los crímenes
pasionales son tributarios de un proceso suicida lo que no quiere decir propiamente
de un real suicidio sino de una ruptura de compromiso. Esta reacción representa un
aspecto de verdadera ruptura, es decir, el sujeto se retira, se desinteresa, renuncia.
En los casos graves sólo es posible llegar al suicidio real pero es suficiente que sea
un caso de indiferencia al futuro, un dejarse a la propia suerte. El sujeto no ensaya a
esconderse, no toma precauciones, confiesa inmediatamente después del crimen. La
audacia de cometer su acto lo apoya en el hecho de que él ha roto todas las
relaciones con la vida. La ruptura de compromiso se prolonga después de los hechos
pero se atenúa rápidamente al poco tiempo. Después que él crimen se realiza, el
autor cesa, retoma sus hábitos normales. Este estudio de los procesos psicológicos
del pasaje al acto ha tenido el mérito de renovar los datos relativos al homicidio
pasional. Esto también hace pensar que la policía debe actuar rápidamente antes de
que el afán de confesar pase al olvido o al abandono.
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El crimen por ideología se caracteriza por el hecho de que el autor mira como un
deber el acto que realiza. Es también el caso de Judas. Es así el crimen del atentado
político, del conspirador, del miembro de una secta religiosa, del duelista. Seelig
observa que estos crímenes son raros en épocas de calma. El crimen político por
ideología debe ser distinguido del criminal político utilitario: espía pagado, por
ejemplo y el caso y del criminal por indisciplina social tal como el saboteador
económico o el golpista.
El crimen profiláctico es aquel en que el autor sabe que actúa ilegalmente, pero
actúa pensando que realiza un bien para evitar un mal mayor. Caso del crimen de
eutanasia, la falsa denuncia para evitar que el criminal pase al acto criminal. El
chantaje invertido, donde la víctima de un chantaje se vuelca y se convierte en otro
chantaje.
Existen las formas de astucia que son diversas y en perpetua evolución: El hurto al
vuelo consiste en vaciar el bolsillo de la víctima escogida sin llamar la atención. El
ladrón choca al distraído, sustrae el dinero o la cartera y pasa el botín a un
compañero, y éste a un tercero que pone el botín a salvo. Estos sujetos se consiguen
en ferias, mercados, en el metro atiborrado y en lugares diversos de diversión siendo
criminales especializados. Muchas veces usan hojillas para cortar el vestido o la
bolsa y sacar la cartera (pick pocket) y sustraerla con destreza. Estos ladrones son
raramente solitarios. El equipo ideal es de tres: El que sustrae el objeto, el que lo
recibe inmediatamente del ladrón y el tercero que pone el botín a salvo llevándolo a
otro sitio distante. Los riesgos son pequeños y la persecución ilusoria, aunque hay
casos en que se los coge en flagrancia. El pick pocket, dicen algunos, es la
aristocracia de los ladrones. Son individuos de la misma banda y hábiles en la fuga y
en el arte de moverse entre las multitudes sin llamar la atención.
El hurto de joyerías del sujeto que se presenta como cliente y lleva al joyero a otro
lugar (un hotel, por ejemplo) con las joyas escogidas para robarlas. Los hay
violentos y brutales y también ladrones con dotes de comediantes que utilizan los
cheques sin fondos y tarjetas de crédito sustraídas a sus tenedores legítimos.
Ya hemos hablado del crimen organizado que está fuera del mundo criminal:
Recordemos que se trata del white collar crime que trabaja en perfecta adaptación
del sujeto a su medio de trabajo. Su actividad se ejerce con la ocasión de una
actividad normal y lícita, pero violando las leyes del comercio en que el individuo
trabaja y todo con un fin lucrativo ilícito. Se parece al aventurero sin escrúpulos que
realiza el crimen para alcanzar sus objetivos profesionales y extra económicos en su
lícito comercio o industria.
Al abordar esta cuestión se trata ahora de conjugar las ideas relativas al crimen en
relación con su dinámica, es decir, ver el crimen en relación al tema del pasaje al
acto criminal; dado que el crimen constituye la respuesta a una situación, ha lugar a
considerar sucesivamente la cuestión del cuadro de las relaciones del crimen y la
situación, de una parte; y de la otra, las relaciones del crimen con la personalidad
criminal.
Desde el punto de vista subjetivo la situación debe ser considerada bajo diversos
sucesos, según Mira y López: 1) Hay que tomar en consideración las situaciones de
lo vivido anteriormente, la experiencia pasada, que no deja de influir en la reacción
de la situación actual. 2) Luego hay que tomar en consideración el humor del sujeto:
El humor es ampliamente tributario de la experiencia inmediatamente anterior. 3) Es
entonces cuando se debe mirar la situación actual: ella constituye el estímulo que
genera la reacción personal; 4) La reacción personal a la situación, también
depende, en cierta medida, del tipo medio de la reacción colectiva, ya que la
conducta individual refleja las oscilaciones de la conducta social y que contribuyen a
modelarla. En un estado de anomia no es de extrañar que el medio ambiente
corrompido facilite el deseo de la realización del crimen; y 5) pero es de una
importancia capital el modo de percepción subjetiva de la situación, es decir, las
impresiones, las experiencias vividas que suscitan sobre el sujeto la manera cómo se
representa él su conflicto, sus pensamientos que lo han asaltado y los motivos
conscientes de actuar que él ha tenido. Y también hay que recordar el proceso de la
“catatimia” que altera y deforma la percepción bajo la influencia de la tonalidad
afectiva del momento. La catatimia transforma o distorsiona la afectividad del sujeto e
influye en sus contenidos psíquicos intelectuales, contenidos psíquicos como son la
percepción misma, el raciocinio y la conciencia. La catatimia es la transformación o
distorsión que la afectividad del sujeto produce en sus contenidos psíquicos, como
son, repetimos, la percepción, el raciocinio y la conciencia:
En virtud de este proceso vemos las cosas según lo que deseamos (visión optimista)
o como uno piensa que ellas puedan llegar a ser con o sin la intervención nuestra
(visión pesimista). Pero en realidad la visión pesimista puede responder a la
satisfacción de la tendencia optimista, ya que la pesimista puede no ser sino un
medio de mejor asegurar la visión optimista definitiva que se puede aceptar en el
tiempo. Dicho de otra forma, la exageración de la visión pesimista puede conducir a
tomar las preocupaciones suplementarias incluso no exigidas por la realidad de los
hechos, pero que finalmente son una garantía de lo mejor, de esperar el fin que se
busca y de mejor manera de lograr la atención respecto al fin perseguido.
Por supuesto, esto no vale para el crimen explosivo del epileptoide ni para los otros
supuestos de crímenes explosivos ni tampoco vale para el crimen serial, o por
61
acostumbramiento. Por todo ello, así, esforzándose en tenerse al análisis del crimen
y de la situación, es imposible no tener en cuenta la personalidad. Es al final de todo
que metiéndose en las relaciones del crimen y de la personalidad no se debe olvidar
la situación y la subjetividad que la envuelve.
Viendo este proceso de la conversión religiosa se puede afirmar que en este sentido
el criminal no es un ser distinto. Obsérvese que hablamos principalmente del
delincuente primario, aunque también el proceso se puede repetir en el caso del
criminal habitual y en varios casos de crímenes sucesivos secundarios.
Se trata de un proceso que lleva a la realización del acto grave que sí difiere de los
procesos psicóticos análogos. Su especificidad reside en el hecho de que entre la
criminalidad imaginativa y la real se intercala un período de transformación del “yo”
que hace posible la realización del acto.
63
Esto significa que hay causas y concausas, incluida la causa libre y factores y
circunstancias fuertes o débiles en la cadena causal del acto grave.
No hay ninguna posible comparación, desde este punto de vista del criminal y del no
criminal, porque éste radicalmente no pasa al acto y si se presenta, la pulsión de
realizar un crimen, la desecha a la larga o prontamente.
No hay situaciones aisladas, sino una cierta combinación de disposiciones que tienen
entre ellas una relación de estructura que constituye el carácter específicamente
criminal de un individuo con la actividad dinámica que se sitúa en una estructura de
la personalidad total del sujeto.
Los tipos criminológicos se definen, pues, por los rasgos predominantes en el ser
humano: El refractario al trabajo, el de resistencia disminuida a las posibilidades de
enriquecimiento, el que falla por falta de frenos sociales es diferente al caso del
sujeto de tendencia a reacción primitiva y que propicia la indisciplina social. Así la
óptica criminológica discierne el elemento típico en las características reales del acto
criminal, en tanto expresión de una vida humana y no en sus relaciones o normativas
de puro orden jurídico.
Mira y López opina que el sujeto que llega a la ejecución es menos censurable que el
que se bate en retirada en el momento culminante, es decir, porque él se siente más
“criminalmente honesto consigo mismo y sus principios”, por supuesto. La intención,
agrega Mira y López, hay que liberarla porque su simple represión produce el
disimulo y la hipocresía con ulteriores complicaciones. Esto es discutible porque,
primero, esta opinión no tiene en cuenta el mecanismo de la catarsis mental que
abroga la agresividad pudiendo haber consecuencias menos dañinas que el
65
desencadenamiento de la agresividad propiamente dicha. La catarsis elimina de los
recuerdos, aquellos que perturban la mente y el equilibrio nervioso.
Desde el punto de vista positivo moral se trataría de un raciocinio severo que puede
ser impuesto por el sujeto que no pasa al acto criminal en razón del correcto juicio
moral que interviene en la decisión: Es el supuesto del sujeto que se impone la
decisión moral positiva y se esfuerza en no destruir o mutilar las ilusiones y las
fuentes de gozo espiritual y no consiente en la pulsión. Pero la apreciación de la
inculpabilidad se sitúa en una perspectiva moral y social del todo diferente al caso del
sujeto egocéntrico, lábil y agresivo que se detiene en tiempo válido porque él no
pueda hacer prueba de la indiferencia afectiva que sea puramente emotiva: El juicio
moral es siempre intelectual.
Condiciones del pasaje al acto y diferenciación del criminal y del no criminal: Las
conclusiones que venimos de precisar pueden servir de transición entre la
Criminología General y la Criminología Clínica y se debe entonces subrayar que los
rasgos del egocentrismo, de la agresividad, de la labilidad y de la indiferencia
afectiva que subtienden las condiciones del pasaje al acto, no son específicos
cuando los consideramos aisladamente. Es su constelación la que da una orientación
a la personalidad total y ella confiere un carácter específico al criminal. Sólo en la
perspectiva antes analizada es que es válido hablar de Personalidad Criminal y
de poder afirmar que el criminal se diferencia principalmente del no criminal
porque éste no pasa psicológicamente al acto criminal por carecer de la
constelación antes referida.
A raíz de lo antes dicho, algunos autores consideran los estudios criminológicos sin
ninguna especificidad. Dicen que la criminalidad es un fenómeno social cuyos
contornos son más o menos definidos arbitrariamente y agregan que el criminal es
un hombre como los otros y que el crimen es una conducta que no está marcada por
un sello particular. En esta perspectiva, se dice, que es por pura comodidad técnica
que se puede hablar de criminología. Pero si se piensa de esta manera se puede
llegar a afirmar que en un plano científico no pueda llegarse a nada que signifique
incontestables ventajas prácticas. Y que ella permita la existencia de técnicos de
diversos orígenes que pueden trabajar en equipo y de aportar a las autoridades de la
defensa social de avisos seguros. Ella, la Criminología Clínica, es un factor de
progreso social, y en este título ella, la Criminología Clínica, merece respeto.
Es cierto, como sucede con muchas ciencias, que la Criminología General corre el
riesgo de encontrar o de no encontrar algo útil en la realidad, pero se nota que el
esfuerzo no está desviado de un objeto científico particular y concreto. Ella es una
esperanza teórica. La historia demuestra que es investigando como se ha logrado el
progreso. Así se ha logrado que el tipo de criminal nato de Lombroso se haya
abandonado después de haber presentado en los primeros años cierta acogida por
los criminólogos.
Como hemos dicho en otra oportunidad, Olof Kinberg ha constatado que el pasaje al
acto depende, según el punto de vista de la criminología objetiva, de factores
individuales y mesógenos que ejercen una cierta pulsión hacia el comportamiento
antisocial del individuo y que hay circunstancias individuales y mesógenas que
luchan contra estas pulsiones. Según su análisis él distingue las pulsiones dinámicas
habituales de otras pulsiones temporarias positivas y negativas y la resistencia
estática habitual de sus variaciones temporarias. Así, lo que importa es, según él, la
comparación de la resistencia a la fuerza de incitación, a la pulsión. Si ésta es fuerte
ella no puede ser anulada sino por una resistencia todavía más fuerte. Pero ella
triunfará fácilmente a una resistencia ligera. Si ella es débil, ella será fácilmente
anulada por una resistencia fuerte, pero ella triunfará a una resistencia muy
ligeramente inferior. Pero, evidentemente, hay más.
70
Según el punto de vista de la criminología subjetiva: La concepción mecanicista del
pasaje al acto que viene antes de ser resumida, puede ser útil a título de esquema
primario, de cuadro dentro del cual es susceptible de inscribirse lo que es esencial, a
saber el proceso criminógeno que liga subjeti-vamente la situación a lo que en ella
se encuentra implicado. El principio del proceso criminógeno introduce la duración en
el estudio de la evolución del criminal hacia el crimen. La duración del proceso de la
crisis que el criminal debió recorrer. Es decir, él está centrado sobre el “yo” que
escoge, decide y actúa y en todo proceso criminógeno hay el “yo” que consiente,
tolera, o sufre.
El pasaje al acto se efectúa más fácilmente en los criminales que en otras personas,
ellos tienen una zona de tolerancia más estrecha, o si se prefiere un umbral criminal
más elevado. Todo el problema metodológico consiste entonces en definir las
condiciones del pasaje al acto, en buscar sus rasgos psicológicos que lo subtienden
y a verificar su existencia en los mecanismos y procesos de la conducta criminal.
71
XI. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal: 1. Egocentrismo y
Personalidad Criminal.
Las anomalías por exceso de estos instintos y sentimientos se revelan por la enorme
hipertrofia del “yo”, por una autofilia, por todas las manifestaciones del orgullo y de la
vanidad. El orgullo por el cual el individuo se estima a sí mismo fuera de toda
medida, se reencuentra así, y valga la expresión, con la constitución paranoica y se
alía, a menudo, a la desconfianza y a las ideas de persecución. La vanidad, en virtud
de la cual el sujeto quiere ser estimado por los demás más allá de sus méritos y muy
frecuentemente asociado a la mitomanía que puede terminar en el delirio de
grandeza. Pero es una constatación muy importante las manifestaciones y las
consecuencias de la hipertrofia del sentimiento de la personalidad que se confunde
con aquellas de la insuficiencia o a la ausencia del instinto de simpatía, es decir, el
“egoísmo” o defecto de la generosidad, de la indiferencia afectiva y moral y la
tendencia a la vida solitaria.
72
moral por la inexistencia y la imposibilidad de realizar un compromiso afectivo con el
prójimo.
El criterio de esta teoría freudiana ha estado confirmado, en sus grandes líneas, por
el estudio de las funciones del lenguaje hecho por Jean Piaget quien manifestó que
en lo que respecta al lenguaje del niño se trata de que éste no ha descubierto
todavía un medio de expresar su propio pensamiento egocéntrico.
En los tipos definidos, es decir, en los enfermos mentales, los caracteriales, los
perversos psicópatas y en los débiles mentales, se encuentra frecuentemente este
rasgo del egocentrismo, así:
a) En los enfermos mentales están afectados, por igual, los psicóticos y los
neuróticos. En las psicosis: en el esquizofrénico es característico el autismo que
consiste en la fuerte polarización de toda la vida mental del sujeto hacia sí mismo. En
su mundo y particularmente en el familiar, pierde el contacto con la realidad sin
cambiar los deseos, las angustias, la sensibilidad y la imaginación. El sujeto se hace
impenetrable y su comportamiento y el lenguaje se hacen incomprensibles.
Una forma distinta del egocentrismo patológico se encuentra en los paranoicos en los
cuales la conducta de fugas y regresos y de sospechas, se expresan en delirios
estructurados y sistematizados. En estos enfermos el intelecto no está tocado salvo
en lo que concierne a los temas delirantes centrados en la persecución y el delirio de
grandeza. Delirios de grandeza y de persecución de su propia persona, de su propio
yo, de su egocentrismo radical.
En los epilépticos, las reacciones agresivas pueden ser muy importantes y son
igualmente egocéntricas: Se agrede en referencia a la protección del yo.
Los caracteriales son sujetos afectados por trastornos constitutivos que vienen de las
características de las correspondientes enfermedades mentales como sabemos, pero
de forma disminuida por supuesto: Son sujetos enfermos del psiquismo donde el
comportamiento habitual recuerda el de la enfermedad correspondiente. Se
encuentran los esquizoides, los pequeños paranoides, los pequeños depresivos, los
epileptoides, los mitómanos. Estos caracteriales en el estado puro se encuentran con
cierta frecuencia entre los criminales.
Debe quedar claro que donde hay egoísmo no hay necesaria-mente egocentrismo, y
la inversa no es tampoco automática-mente verdadera: donde hay egocentrismo no
hay necesariamente egoísmo. El egoísmo es interesado en lo material. El
egocentrismo es desinteresado en el yo. La vida cuotidiana da el ejemplo de
egocéntricos que tienen una afectividad calurosa.
Los débiles mentales son grandes egocéntricos y se puede decir que son grandes
egocéntricos al estado puro, porque la inadaptabilidad de tener en cuenta la
personalidad de otros constituye una de sus características esenciales. La debilidad
mental cuando se asocia a la mitomanía se presenta como un super egocentrismo
generador de antisocialidad.
Los tipos de ocasionales cubren una variedad extrema de personalidades. Están los
pseudo-autores de infracciones culposas: el egocentrismo del automovilista
imprudente no es posible de dejar de ser señalado, tomando en cuenta que en
circunstancias generales el automovilista, cuando conduce, es un opositor al peatón
y a los otros automovilistas, salvo excepciones muy contadas, por supuesto.
76
Hay que señalar igualmente el egocentrismo del criminal pasional. La pasión se
alimenta en lo más hondo del yo y en sus actividades pseudo-justicieras. El pasional
es generalmente pseudo-justiciero.
Aquí es bueno aclarar que existe una mal llamada “Criminología del modernismo”
que se auto nombra como “Criminología Crítica” que preconiza como factor del
crimen la existencia de las leyes penales sustantivas, adjetivas y penitenciarias y a
las instituciones que las hacen y las aplican. Esta corriente, además de presentar
una actitud política de oposición al Estado, se declaran a sí mismas, sin darse
cuenta, como instigadoras del crimen, lo cual es deplorable, pues caen en un
“egocentrismo criminológico”: Se manifiestan como las únicas corrientes valederas y
por eso son corrientes anarquistas y contrarias a la misma ciencia que pretenden
estudiar. Esto no quiere decir que en muchos Estados la desidia de las instituciones
penales y penitenciarias de algunos gobiernos no dejen de comportarse como
factores criminógenos cuando no cumplen con sus deberes que una sana
Criminología presenta como los más adecuados para tratar al criminal en la
búsqueda de encauzarlos a una vida más ordenada y cónsona con el medio social,
donde, por supuesto, están los mismos órganos del Estado.
78
penal y puede en cualquier momento ir y volver a la decisión de la actividad criminal
en un vaivén psicológico.
El Lábil, (del latín: labilis) es lo que resbala o desliza fácilmente: Lo frágil, lo débil y
poco estable, lo poco firme de la resolución: Lo inestable. La misma labilidad, lo
empuja a estar de acuerdo con el hecho y luego a no estar conforme con la
realización del mismo. Es como si se tratara de la mujer de la canción de la ópera de
Verdi: “La donna è mobile, qual piuma al vento, muta d'accento, e di pensiero.” El
criminal desea y quiere el crimen en un momento pero luego no lo quiere o
seguidamente sólo se limita a acariciar la idea de realizarlo como quien no lo desea
en realidad por la incidencia y el temor al oprobio o por el temor de la posible sanción
y luego cede ante la realidad de cometerlo.
Los psiquiatras y sociólogos franceses decían que existen dos clases de recidivistas
en los cuales la mal llamada “imprevisión”, o mejor, la labilidad se manifiesta. En la
primera clase incluían a la masa de los criminales que previendo las consecuencias
posibles de la ley, pensaban ser siempre hábiles para escapar a la justicia. En la
segunda se agrupan los que se meten en revueltas contra las leyes y arriesgan, al
fin, el todo, a cambio de la impulsividad y de las satisfacciones que ellos
consideraban dignas de jugarse. Actualmente la “imprevisión” de los criminales ante
la ignominia del crimen o de la sanción no es en absoluto invocada, pero la realidad
de la labilidad se mantiene. La tendencia general sistematizada dice Ch. Debuyst es
la de elaborar una teoría criminológica de las “inhibiciones”. En esta visión, dice
Debuyst se acotarían nociones tales como la impulsividad, la inestabilidad, la
debilidad, y la inmadurez: De tal suerte que la labilidad está mal concebida a partir de
conceptos como la “imprevisión” de la sanción.
79
En el terreno de la clínica psiquiátrica Bize, estudia la auto-conducción de los
criminales y declara que la regla es la labilidad en la conducta, así que existen
continuos cambios de actitudes por la menor cosa posible; la versatilidad de los
empleos, los cambios de patrones y los cambios de profesión, son también labilidad.
El lábil cambia, por la menor cosa, de posición como el muñeco “porfiado” o
‘tentenpie’ de los niños. Este es el mejor ejemplo que se puede dar de la labilidad del
criminal, él es quien después de dudar, sabiendo o no de la sanción, se pone
definitivamente derecho y de pies y siempre dudando, procede al fin,al pasaje al acto
descartando incluso la idea de la sanción. Bize señala también que labilidad es
también la incapacidad de resistencia a las solicitudes, -lo cual es también cierto- la
híper-sugestibilidad, la credulidad y en consecuencia las funciones de control que no
se ejercen entonces suficientemente por el criminal.
Catell ha retomado este rasgo de la labilidad bajo el nombre no del todo correcto de
emotividad neurótica, generalmente descrito así, con cierta certeza, como
Insatisfacción, emotividad que presenta síntomas neuróticos variados,
hipocondríacos, y quejas formuladas comúnmente. El sujeto es evasivo, inmaduro,
cambiante, excitable, impaciente, inestable, un individuo dejado al desgaire. Sujeto
sobre el cual uno puede no contar moralmente por la inestabilidad afectiva,
inconstante, de organización, pobre del “yo” y de una voluntad mal integrada. Los
esposos Glueck también hablan de inestabilidad afectiva, inconstancia ante las
emociones ajenas, y agregan que, los criminales son, en cierta forma, impulsivos.
Todo esto es también labilidad.
Labilidad no es, por supuesto, la imprevisión que está presente en la culpa y por
tanto es que se debe precisar los elementos que presiden su definición. El lábil es
una personalidad opuesta a otras más y no es dominado por los hábitos. El lábil es
sumiso a las fluctuaciones, es sensacionalista, es el que, sin penetrar profundamente
en una situación, pierde los bordes y el tiempo que cambia. Es de humor caprichoso
y fácilmente accesible a la sugestión. El criminal es el sub-inhibido y sub-sólido en la
terminología de Olof Kinberg.
80
La labilidad puede compararse con la falta de solidez. En la perspectiva bio-
constitucional, Olof Kinberg desarrollando las ideas de Sjöbring, ha opuesto la
solidez a la falta de consistencia y a la movilidad. La solidez se refiere a la cohesión
interna de la personalidad e, inversamente, se opone a la disocialidad. Entonces un
sujeto sub-sólido es vivo, móvil, cambiante, en principio agradable, subjetivo,
estrecho, a veces mentiroso, que falta a su palabra y que tiene tendencia a realizar
actos irreflexivos y súbitos. Estas tendencias, ha precisado Kinberg, hacen que el
subsólido recuerde al camaleón que toma fácilmente el color de la rama que lo
sostiene. El subsólido se deja influenciar por el ambiente y esto es bueno y
conveniente considerarlo por la cuestión de la anomia social, y entonces el azar lo
toma desprevenido y las opiniones y los sentimientos así creados no pueden durar
mucho tiempo; es muy susceptible de manera efímera. Como el azogue y como todo
líquido se adapta a la forma del vaso que lo contiene y, por tanto, no tiene y
permanece sin una forma propia. Por su carácter proteiforme y su falta de cohesión
interna el sujeto sub-sólido merece la mayor desconfianza respecto a lo que
manifiesta. Con todo esto, el lábil posee una especie de sutilidad psicológica que le
es muy útil cuando emplea sus talentos para adivinar y golpear su mundo. Uno ve,
pues, el retrato del subsólido que se armoniza con el sub-inhibido en el lábil.
La Llamada Teoría sociológica sostiene que es desde este punto de vista sociológico
que se observa que en ciertas sociedades la inestabilidad cultural y la movilidad
económica son susceptibles de favorecer el desarrollo psicológico de la labilidad
sobre el plano individual y también colectivo. Criterio que tiene que ver, no hay duda,
con las anomia.
82
Por su parte las manifestaciones de la labilidad en la clínica criminal ellas deben ser
descritas en los enfermos mentales, los caracteriales, los perversos y en los débiles
mentales. Es decir, en los llamados tipos definidos. De manera general uno
encuentra casi necesariamente la labilidad en los criminales afectados de psicosis
que alteran el control del “yo”, del juicio y la auto-crítica.
El carácter móvil de los epilépticos ha sido puesto a la luz desde hace mucho tiempo.
Los epilépticos no sólo son lábiles, sino también impulsivos, acumulando así dos
rasgos psicopatológicos que teórica y prácticamente, deben ser más bien
distinguidos. La labilidad se caracteriza por la falta de inhibición del yo; la
impulsividad encuentra su propio fin en la descarga súbita del afecto. Es decir, que si
el lábil puede parecerse al impulsivo por la facilidad con que se decide
prematuramente o cambia de decisión es diferente en el plano del dinamismo. El
impulsivo es ante todo explosivo. El carácter impulsivo no se identificaría con la
labilidad. Un carácter impulsivo puede ser el origen de actos reflexoides de los que
las consecuencias no pueden ser ni mucho menos previstas por el autor; pero a
menudo es un mecanismo ciego que puede caracterizar actos tanto heroicos como
actos antisociales. Al contrario, el carácter lábil imprime casi necesariamente una
dirección antisocial o asocial de la conducta. El carácter impulsivo se sitúa en el
dominio de la adaptabilidad ya que se trata esencialmente de un rasgo psicológico
que se reporta al ejercicio de la actividad misma, en tanto que el carácter lábil está
más relacionado con la temibilidad con lo antisocial y lo asocial. De esto se concluye
que el epiléptico puede producir actos generados por la labilidad en unas ocasiones y
por la impulsividad en otros casos, incluso en diferentes épocas y en el mismo
paciente.
83
del caracterial y del criminal ordinario. Es que, en efecto, los fines y los medios del
criminal ordinario postulan una maestría de la realidad que el caracterial ignora.
La labilidad excesiva constituye el rasgo dominante del inestable tal como él a veces
es individualizado. Un ejemplo de un tipo inestable es el vagabundo. Sin embargo, el
problema de la personalidad del mendigo vagabundo parece menos simple que el
que la tradición presenta. Lo que podemos poner de relieve en la movilidad, sinónimo
de labilidad y de inestabilidad, es que la movilidad afecta profundamente la estructura
de la personalidad y ella tiende a erigir en necesidad la incertidumbre y la
inseguridad.
Los criminaloides presentan, según Di Tullio, una personalidad débil, una tendencia a
la sugestibilidad exagerada y una débil capacidad de dominar la instigación a la
acción conforme a las exigencias de la vida social. Tienden a ser lábiles.
La labilidad fuera de los tipos definidos: En éstos hay que buscar la labilidad en los
profesionales y en los ocasionales. Los profesionales son equivalentes a los débiles
mentales en lo que concierne a su inadaptabilidad futura. Su afectividad no
pudiéndose exponer como consecuencia de deficiencias educativas, su psicología se
caracteriza por el contraste de su insuficiencia en cuanto a la adaptación al futuro y
las actitudes intelectuales que revelan su organización en el crimen. Esto permite
comprender los mecanismos intelectuales que presiden la organización de sus
crímenes con lo que no se puede llegar a poner en duda su labilidad y también con
las actitudes mágicas que se mezclan a su maestría de la realidad se explican en la
misma perspectiva de labilidad.
Los ocasionales no son secundados, según Ferri, por una previsión suficientemente
viva de las consecuencias del crimen. Su conducta antisocial, sin embargo, se
remonta a la labilidad: Se constata que la labilidad se encuentra presente en la casi
totalidad de los criminales ocasionales.
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XIII. Los Rasgos del Núcleo de la Personalidad Criminal. 3. Agresividad y
Personalidad Criminal.-
85
La agresividad marginal supone una combatividad durable pero simplemente
emotiva. Su ejecución está caracterizada por su repetición y que se mantiene
siempre afectada por cierto factor de incertidumbre.
Los sociólogos adoptan una posición igual a la posición clínica clásica: el instinto es
la tendencia, pulsión, necesidad, deseo, presión, reflejo que predispone. Esto lleva a
una perspectiva que se esfuerza en suponer el carácter innato de la agresividad
como característica común de la especie humana por su continuidad filogénica
(comportamiento agresivo), por sus fundamentos (fisiológicos) más o menos
indirectos tal como se pone de manifiesto a propósito de la cólera y de su
universalidad (guerras y querellas entre los individuos).
Hay que estar de acuerdo con Carl Jung cuando dice que en la agresividad se ve la
reviviscencia del arquetipo animal que sólo puede ser modificado por la cultura. Hay
que recordar, por tanto y no hay dudas, el cerebro de los reptiles siempre está
presente en el hombre.
Hay fenómenos que tienen causas biológicas de la agresividad, se dice que la cólera
está ligada a descargas de hormonas tiroideanas y de la adrenalina y sobre todo una
excitación del sistema nervioso vegetativo y a que en los nervios vaso-constrictores
se producen fenómenos de confusión y de obnubilación que se constatan
frecuentemente en los criminales al momento de la comisión del crimen.
Hay factores en los que el sentimiento de inseguridad produce angustia que entraña
una descarga de agresividad de donde procede un sentimiento de culpabilidad que
es origen de una nueva angustia. Así se cierra el círculo vicioso angustia-
agresividad-culpabilidad-angustia que es sin duda uno de los aspectos psicológicos
más constantes en el problema de la delincuencia y muy particularmente en la
criminalidad juvenil.
Esta indiferencia afectiva se la debe tener como elemento último del pasaje al acto.
Es posible que un sujeto ya libre de la fuerza social del oprobio por tenérsele como
malhechor, subjetivamente favorecido por su egocentrismo, y que haya pasado a no
tener temor al castigo como consecuencia de su labilidad, habiendo el sujeto
triunfado en razón de su dinamismo agresivo ante todos los obstáculos susceptibles
de realizar la ejecución material, no haya podido reprimir el acto criminal en razón de
una resistencia interior de orden afectivo que pueda frenarlo, y entonces que él se
haga ciego y sordo ante aquello que comporta lo odiado. Es cuando entonces
aparece el dominio de la indiferencia afectiva que suspende estos frenos.
Desde un punto vista tradicional la noción de sentido moral cubre dos elementos: la
sensibilidad moral y el juicio moral. El juicio moral es una facultad que permite al
hombre, mediante los recursos del lóbulo frontal, por una cualidad innata, distinguir
inmediatamente el bien del mal en los hechos concretos; es una percepción clara y
súbita que se impone a la conciencia. En cuanto a la sensibilidad moral ella
concierne no al juicio y sí al sentimiento moral, a la afectividad moral, es decir, al
corazón, como ordinariamente se dice; ella se trata de una disposición a tener
sentimientos simpáticos, ‘amorosos’, de acwecamiento, no de odio, no de rechazo,
hacia el prójimo.
88
solidificado y estruc-turado de la personalidad y como una manifestación de un
proceso evolutivo transitorio.
Pero si, a fin de simplificación didáctica, uno hace abstracción de las explicaciones
puramente psicoanalíticas, uno se encuentra en presencia de dos grandes teorías:
Una que pone el acento sobre la naturaleza constitucional de la indiferencia afectiva,
y la otra, relativa a las ciencias de la educación.
Teoría del déficit constitucional: Según Dupré la perversión moral está caracterizada
por el placer mórbido del sufrimiento ajeno. En cuanto a la indiferencia afectiva
constituye un defecto del instinto de simpatía: es decir, que todo lo que la teoría
expresa a propósito de la perversión del instinto, puede aplicarse, mutatis mutandi, a
la indiferencia afectiva. Dupré precisa que las tendencias son llamadas instintivas
porque ellas son, en realidad, como los instintos primitivos, espontáneos, anteriores a
la aparición de la conciencia de la emotividad y de la inteligencia y que ellos
expresan, por naturaleza, sus grados y sus formas, en el fondo mismo de la
personalidad. Podríamos hablar entonces de una conjunción de una acción guiada
por el juicio, por lo emotivo y por lo instintivo.
Ernest Dupré ha agregado que hay individuos que tienen grados intermedios: Hay
sujetos que se muestran dóciles, buenos, generosos, altruistas, devotos; pero que
hay otros que son excitables, difíciles, hostiles, malignos, envidiosos, egoístas. Estos
90
últimos son llevados a hacer el mal, que es disminuir o suprimir voluntariamente las
condiciones de bienestar propio y del otro y crear situaciones de sufrimientos
psicológicos. Se trata de sujetos que cometen también actos destructivos. Hacer el
bien es dirigir la acción intencionalmente a la conservación y el acrecimiento propio y
del bienestar propio y del prójimo. Hacer el mal es exactamente todo lo contrario:
Hacer el mal es dirigir la acción intencional o culposa a la destrucción material propia
y/o afectiva del otro y al acrecimiento del malestar de la víctima. Se piensa que si uno
se remonta a los dos casos extremos en la evolución psicológica del individuo el
origen de estas reacciones, se constata en cada uno de los extremos, el carácter
constante y primitivo de estas tendencias.
91
Se ha hablado también de la indiferencia afectiva como una expresión de una
carencia educacional. El psicoanálisis llama la atención sobre la importancia de los
traumatismos afectivos de la infancia como fuente del carácter “afectionless”. Pero
De Greeff agrega que esta afección está combinada con la fenomenología por la cual
no hay sólo instintos sino orientación de intenciones que son la simpatía estudiada
por Max Scheler. De esto resulta la existencia de dos grupos fundamentales de
instintos: los de simpatía y los de defensa, de los cuales dependen todas las
estructuras afectivas.
Naturaleza del proceso de inhibición afectiva: En este proceso uno asiste, según De
Greeff, a la instauración de un estado de hecho sin participación del sujeto, el cual no
percibe, sino raramente, lo que pasa en él. Por ejemplo: En el homicidio utilitario en
92
vista de una liberación personal y netamente en ciertos dramas familiares, y en
ciertos parricidios. En estos casos la inhibición afectiva no es el resultado de un acto
intencional verdadero, no es verdaderamente querida. Es un estado de hecho, un
estado de silencio afectivo, instalado hasta lo más profundo del ser donde nace la
pulsión; y es a la cubierta de esta inhibición afectiva que la agresión se sigue con una
ausencia alarmante de emoción. Lo que es grave en el proceso de envilecimiento es
que éste se desarrolla pasivamente sin que nada ni nadie lo aclare respecto de las
personas que sean afectadas. Es como si existiera una actitud de ser modificado
profundamente sin apercibimiento, la actitud de sufrir una evolución desastrosa y
criminal sin tomarse prácticamente conciencia de ella. Estos sujetos se encuentran
solos ellos mismos a medida que la inhibición afectiva se acrece.
Resulta entonces por estos datos que el proceso de inhibición afectiva no pueda ser
sublimado sino bajo una doble condición: Es necesario que el sujeto perciba el
comienzo del cambio en la raíz afectiva y convenga igualmente en que tiene
aptitudes necesarias para satisfacer una compensación o sublimación cultural. De
esta suerte dos temas deben ser evocados para alcanzar los límites del desarrollo
que detiene la inhibición afectiva, como son la tensión moral y la de la sensibilidad
espiritual, estética e higiénica. La percepción o la no percepción instantánea del
comienzo del proceso de inhibición afectiva conduce naturalmente a lo que se
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reprocha al hombre culpable de negligencia o de dolo, por no haber encontrado un
cierto estado de tensión moral que las circunstancias le exigen y piden. La tensión
moral que es una fina sensibilidad que señala de lejos el aproche de eventos
moralmente interesantes que permiten percibir las subsiguientes cosas morales
eventuales de una conducta sólo aparentemente indiferente.
Como todos los estados de tensión el estado de tensión moral está caracterizado por
fenómenos de inhibición y de percep-ción. Los movimientos inútiles son detenidos y
los movimientos necesarios para ello son vigilados. Las imágenes nuevas son
atendidas. Hay una sobre-excitación general de las facultades que aumenta la
extensión y la riqueza de las asociaciones, la exactitud y el campo de previsiones, la
rapidez de las decisiones y la seguridad de los movimientos.
Se puede inferir de estos desarrollos que la mayoría de los sujetos en los cuales un
proceso de inhibición afectiva se desarrolla sin participación personal puedan ser
incapaces de tener este estado de tensión moral, cuyos aspectos han estado
acentuados y profundizados por Olof Kinberg. Para éste criminólogo la tensión moral
no debe ser considerada como una actividad cerebral actual sino más bien como un
estado fisiológico puro, un cierto tonus en ciertos tejidos cerebrales del cual la
actividad se manifiesta como una función moral. Fisiológicamente la tensión moral
consiste en un cierto nivel del umbral de excitación por ciertos stimuli: Una personal
señal de alarma que hace que la afectividad desfalleciente pueda ser compensada
por la sensibilidad cultural, estética o higiénica, a partir de las cuales los sustitutos
culturales podrán desenvol-verse en la psiquis humana.
Se sabe que las personas muy sensibles a los objetos que expresan contactos
sucios, no quieran llegar, ni siquiera a estos, a nutrientes crudos que provengan del
reino animal, ellos son sujetos que aborrecen, por ejemplo, la visión de la sangre.
Para estas personas el pensamiento de herir o matar, incluso a una bestia, es
intolerable y, a fortiori, les sería imposible matar o dañar en cualquier forma a un ser
humano. Este disgusto respecto a ciertos objetos sucios puede ser muy fuerte en
ciertos individuos y pueden llevar a que ellos tengan una delicadeza moral bien
desarrollada. Se llega por tanto muy a menudo, a que la sensibilidad higiénica o
estética sea asociada con una delicadeza moral.
Joly entrevió este proceso criminógeno. Para él hay en el criminal una pasión
predominante. Pero mientras más existe ella en él, corre detrás de satisfacciones
prohibidas y menos detiene el flujo de la insensibilidad moral. Y es porque si él busca
con la pasión predominante el momento de satisfacción donde la naturaleza ha
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llegado a su fin, es cuando el criminal no remonta lo odioso de la ejecución del
crimen motivado por una pasión, por ejemplo.
En cierta medida hay que apreciar con exactitud la culpabilidad vivida por los
criminales porque así para muchos de ellos y en particular para aquellos en los que
la indiferencia afectiva constituye un componente solidificado y estructurado de la
personalidad criminal y que sufren, sin participación personal, producto de un
proceso de inhibición afectiva, existe un silencio afectivo que los hace incapaces de
percibir lo odioso de la ejecución del crimen.
En el hombre “media” hay un hiato profundo entre la real culpabilidad del sujeto y la
culpabilidad vivida por el criminal que se liga a ciertas manifestaciones de
indiferencia afectiva. Es mejor, en lo posible, hacer salir al sujeto de los ligámenes de
conexidad entre los rasgos psicológicos de labilidad agresividad, de indiferencia
afectiva y de egocentrismo, pues, en efecto, ellos subtienden a esta ausencia o
insuficiencia de culpabilidad vivida por el individuo. El egocentrismo, la labilidad, la
agresividad y la indiferencia afectiva o la inhibición afectiva se sitúan funcionalmente
en el punto de partida del ciclo criminal y unen sus efectos en particular con relación
a la culpabilidad que antes de ser una noción jurídica es un fenómeno netamente
psicológico.
Para concluir este estudio, debemos dejar claro que la sublimación en Psicología, y
más concretamente en Criminología Clínica, supone un tránsito que implica desviar
conscientemente la pulsión criminal hacia esferas lícitas de deseos y anhelos: Se
trata de un proceso psíquico mediante el cual se debe dirigir consciente e
inconscientemente, la actividad psíquica, emocional e intelectual, hacia otras áreas
de la actividad humana que no guarden relación con el crimen. Dicho de otra forma:
Debe dirigirse el proceso de la pulsión hacia un nuevo fin socialmente aceptable.
Sublimar consiste en mudar el fin pulsional hacia una actividad descriminalizada;
intentando así su realización, mediante tareas de prestigio social como el arte, las
manualidades, la religión, la ciencia, la sana política: la dirigida al beneficio social, la
tecnología, el deporte, la familia, el servicio social en cualquiera de sus ramas. No
puede olvidarse en este asunto la importante intervención del psicólogo clínico
tratante de la personalidad pues se necesita su intervención en lo que es, de veras,
una muy difícil y ardua tarea.
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