Teorias Del Lenguaje
Teorias Del Lenguaje
Teorias Del Lenguaje
Introducción
La facilidad con la que los niños adquieren el lenguaje contrasta con la dificultad con
la que tropiezan científicos e investigadores para llegar a un consenso sobre los
mecanismos responsables de su adquisición. De manera que en pleno siglo XXI tan
solo contamos con perspectivas teóricas que ofrecen explicaciones parciales sobre
el origen del habla. No obstante, necesitamos comprender cada una de ellas para
desarrollar una práctica educativa capaz de estimular el desarrollo comunicativo y
lingüístico durante la Educación Infantil. Por lo que vamos a presentar algunas de
ellas.
El conductismo
Sobre estas bases, surge una psicología que minimiza el papel que juega el
instinto, la naturaleza o cualquier facultad o habilidad innata en el desarrollo
enfatizando, por el contrario, la función que desempeña el aprendizaje, la educación
y la experiencia.
Dentro de este enfoque fue Brunos F. Skinner (1904-1990) el que desarrolló una
teoría más elaborada sobre la adquisición del lenguaje, expuesta en un libro que
manifiesta hasta en su título, “Verbal Behaviour” (Conducta Verbal) (1957), la firme
decisión del autor a reducir su explicación a fenómenos que se pudieran observar y
medir.
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El lenguaje o el habla no es para el conductista americano más que un conjunto de
respuestas verbales adquiridas por condicionamiento, (proceso por el que se
adquiere una respuesta debido a la intervención de un refuerzo). Estas respuestas
verbales son concebidas como “operantes verbales”, como una clase de respuestas
definidas por las condiciones antecedentes y consecuentes que controlan su
ocurrencia. Skinner supone que las primeras respuestas operantes adoptan la forma
de “comandos”, “tactos” y “respuestas de eco”. Un “comando” es un operante verbal
que ocurre en condiciones de deprivación o de estimulación aversiva y trae consigo
el refuerzo que la propia conducta verbal especifica. Por ejemplo, el niño dice: “leche”
y su mamá se la da. Un “tacto” es una respuesta de designación en la que el niño
dice el nombre de algún objeto de su entorno y es premiado por la aprobación de la
madre. Así, cuando el pequeño empieza a decir: “mamá”, su madre muestra en
seguida una satisfacción sin reservas. Y una “respuesta de eco” es la repetición de
un enunciado del propio niño o del adulto. Su premio es de carácter autoestimulatorio.
Hablar como lo hacen los adultos constituye un refuerzo para el hablante aprendiz.
Los mecanismos básicos para la adquisición del lenguaje son, desde esta
perspectiva, la asociación, la imitación y el refuerzo (junto a sus variantes, como el
moldeamiento, proceso por el que se refuerzan sistemáticamente las conductas que
se van aproximando cada vez más a una meta; así, al principio, las madres refuerzan
casi cualquier emisión vocálica que produzca el bebé para decir “mamá”, pero, poco
a poco, se va volviendo más exigente con respecto a lo que exige a su hijo decir antes
de mostrarle su satisfacción).
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La teoría de Chomsky
En pleno auge del conductismo americano Noam Chomsky (1969) presentó una
teoría que suscita uno los debates más polémicos de la historia de la psicología en la
que expone con crudeza las razones que hacen insostenible la explicación
conductista sobre la adquisición del lenguaje:
Para Chomsky, por el contrario, el lenguaje es ante todo “... un núcleo formal
de reglas sintácticas al que se subordinan los demás componentes del lenguaje”
(Chomsky, 1957). Sus ideas suponían un cambio revolucionario en el quehacer de la
lingüística ocupada hasta entonces en describir los elementos que componían el
lenguaje y, por tanto, en elaborar los criterios taxonómicos que permitieran tal
descripción. Sin embargo, Chomsky quiso hacer de la lingüística una ciencia
explicativa, una ciencia capaz de explicar la creatividad del lenguaje, la capacidad
que tenemos las personas para comprender y producir enunciados nuevos, oraciones
que no hemos oído jamás (Aitchison 1992), y la recursividad, la posibilidad de alargar
hasta el infinito las oraciones insertando sucesivamente cláusulas en los puntos
adecuados (Juan llegó tarde. Juan, cansado de esperar a Javier, llegó tarde. Juan,
cansado de esperar a Javier, el primo de Susana, llegó tarde).
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Las oraciones no son lineales, cada una de ellas posee una estructura interna
que debe ser conocida por el hablante y reconocida por el oyente, a pesar de que sus
límites no estén delimitados externamente. La producción y la comprensión de frases
nuevas requieren el conocimiento, no necesariamente consciente, de las reglas que
rigen la producción de tales estructuras. Chomsky intentó, de hecho, idear un
procedimiento capaz de generar el número infinito de frases que pueden aparecer en
una lengua natural y que sólo pertenezcan a esa lengua y este intento hizo, como
señala Searle (1974), que su teoría recibiera el nombre de Gramática Generativa.
Pero la complejidad que caracterizaba las reglas que proponía esta gramática
generativa contrastaba con la rapidez y aparente sencillez con la que los niños,
rodeados con frecuencia de un ambiente lingüístico repleto de frases erróneas e
incompletas, comenzaban a hablar. Por ello, Chomsky (1965) se mostró de inmediato
partidario de una teoría innatista con respecto a la adquisición del lenguaje; propuso
la existencia de un mecanismo lingüístico responsable de esta adquisición que
denominó “Dispositivo para la Adquisición del lenguaje” (D.A.L.) y afirmó que este
mecanismo actuaba con independencia del resto del sistema cognitivo humano.
La teoría chomskyana suscitó también fuertes críticas tanto desde la psicología como
desde el campo de la lingüística y de la filosofía. Searle (1974) señala el que
posiblemente sea el principal defecto de Chomsky: su incapacidad para ver la
conexión esencial entre el lenguaje y la comunicación, el considerar que las oraciones
son como objetos abstractos que se producen y entienden con independencia de las
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Con esta gramática universal Chomsky simplifica las reglas gramaticales formuladas en la inicial gramática
generativa. Vuelve a simplificar estas normas en Programa Miniminalista (Chomsky, 1990) presentado más
como un programa de investigación que como una teoría.
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funciones comunicativas que desempeñan y que explican su existencia. Otros
autores cuestionan la escasa importancia que esta teoría atribuye a la exposición al
input lingüístico y el carácter deductivo con el que se caracteriza el proceso de
adquisición del lenguaje (Akhtar, 1999) y otros autores, tras observar el proceso de
adquisición de algunos niños, denuncian que sus emisiones parecían burlar las
predicciones derivadas de la gramática universal (Bloom, 1970).
No obstante, la influencia de Chomsky ha sido tal que comienza a ser norma habitual
dicotomizar las perspectivas teóricas sobre la adquisición del lenguaje diferenciando,
como Sebastián (2003) y Tomasello (2006) los siguientes dos grupos:
a) Las teorías formalistas de carácter innato que suponen que la gramática está
constituida por un conjunto de reglas similares a las reglas algebraicas
Veamos con más detalle, los argumentos que esgrimen las perspectivas teóricas
situadas en este segundo grupo.
El paralelismo propuesto por McCune-Nicolia en 1981 nos puede servir para ofrecer
un ejemplo ilustrativo de esta tendencia que ha encontrado eco en estudios
posteriores (Ogura, 1991). La autora observa las siguientes etapas en el desarrollo
de la función simbólica y de las primeras formas de comunicación:
El lenguaje, como los símbolos, tiene una doble faceta, el conocimiento del mundo
que representa (el significado) y el medio que utilizan para representarlo (el
significante) (Sinclair, 1982). El primero aparece cuando así lo hace la permanencia
de objeto (la capacidad del niño para entender que un objeto existe con
independencia de que se encuentre ante su vista y con independencia de los
desplazamientos que sufra); el segundo, el significante, procede de la capacidad para
imitar de forma diferida.
Al final del segundo año, el lenguaje deja de acompañar simplemente al acto para
reconstruir la acción pasada y procurar un principio de representación de ésta. La
palabra empieza entonces a funcionar como signo, es decir, ya no simplemente como
parte del acto, sino como evocación del mismo. Es entonces y sólo entonces cuando
el esquema verbal llega a desprenderse del esquema sensoriomotriz para adquirir la
función de representación.
A partir de entonces, y como afirma Sinclair en 1982, las pautas del desarrollo del
lenguaje siguen el mismo recorrido que siguieron los esquemas sensoriomotrices
pero en un nivel distinto. Así como el bebé se encuentra en un estado de
indiferenciación en el que no distingue entre acción, objeto y sujeto, y, ejecutando la
misma acción sobre distintos objetos (sacude el sonajero, muñecos, cucharas etc.) y
distintas acciones sobre el mismo objeto (lo chupa, lo tira, lo golpea, lo sacude...) va
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diferenciando la acción del objeto, de manera similar, las primeras palabras son
entidades sin analizar a las que le van siguiendo emisiones de dos y tres elementos
en las que se van diferenciando el agente, la acción y el objeto.
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Esta psicología toma como punto de partida la obra de Vygotski (psicólogo ruso de
principios de siglo, cuya obra, prohibida en la U.R.S.S., no reaparece hasta 1962). En
ella, Vygotski defiende el origen social del lenguaje al formular la famosa “Ley de la
Doble Función”, que afirma que toda función psicológica aparece dos veces en el
curso del desarrollo, primero a nivel social, después a nivel individual cuando es
interiorizada por el niño. Esta ley permitió definir la zona de desarrollo potencial como
la diferencia existente entre el desarrollo potencial del niño (el que manifiesta el niño
en interacción con adultos) y su nivel de desarrollo real (Vygotski, 1979).
El énfasis concedido a la interacción social hace que se busque en ésta el origen del
lenguaje. Así, Bruner (1983) afirma que la adquisición del lenguaje comienza antes
de que empiece a comunicarse con palabras. Se inicia en esas relaciones sociales
que establece con los adultos que les van permitiendo crear una realidad compartida.
La estructura de estas primeras relaciones constituye el input a partir del cual el niño
conoce la gramática, la forma de referir, de significar y la forma de realizar sus
intenciones comunicativas.
Bruner afirma que existe junto al mecanismo innato de adquisición del lenguaje del
que hablaba Chomsky, un “Sistema de Apoyo para la Adquisición del Lenguaje”
(S.A.A.L.), de manera que es la interacción entre ambos mecanismos la que posibilita
el acceso del niño a la comunidad lingüística. Bernicot (1994) compara la naturaleza
de la capacidad innata que este autor propugna, con la defendida por Chomsky, y
afirma que mientras que esta última es de naturaleza puramente lingüística pues
consiste en la habilidad para manejar las estrategias gramaticales universales, el
mecanismo propuesto por Bruner permite al niño manejar símbolos para expresar
unos significados que son compartidos por otros.
Bruner (1977) lanza la metáfora del andamiaje para describir el papel que ejerce la
madre o la figura de crianza en el curso del desarrollo. Con ella alude al hecho de
que así como los andamios de un edificio constituyen la estructura sobre el que éste
será construido, así también la madre proporciona el soporte sobre el que el niño
construirá su sistema cognitivo.
La metáfora fue acogida con éxito por los investigadores que comenzaron a analizar
las estrategias utilizadas por las madres para guiar el desarrollo comunicativo de sus
hijos, así, los autores observaron cómo actuaban las figuras de crianza para crear los
espacios de atención conjunta necesarios para la construcción de la referencia infantil
(Bruner, 1983), cómo se las ingeniaban para completar las intenciones del bebé,
actuando “como si” se comunicara en el periodo en el que el pequeño carecía de la
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competencia lingüística necesaria para hacerlo (Harding, 1982), cómo jugaban con
el tono de su voz para captar la atención del pequeño, cómo enlentecían su
producción e incrementaban la claridad de sus emisiones para facilitar la
comprensión infantil, cómo ajustaban la complejidad semántica y sintáctica de las
producciones a la competencia lingüística de sus interlocutores (Snow y Ferguson,
1977), y cómo las madres proporcionaban unas respuestas verbales a sus hijos, que
reunían las condiciones pedagógicas óptimas para el aprendizaje infantil, pues
repetían los enunciados de sus bebés corrigiéndolos fonológicamente,
expandiéndolos semánticamente y extendiéndolos sintácticamente (Juárez, 1992).
Estas correcciones se realizaban sobre lo que despertaba el interés de los niños y se
situaban en lo que Vygostski denominaba “Zona de Desarrollo Potencial”.
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