Prokofiev Cenicienta Guión
Prokofiev Cenicienta Guión
Prokofiev Cenicienta Guión
segundo video
200-600 desfile de candidatas HASTA LLEGADA DEL HADA
DETRAS3410-3650 ILUMINACION
DETRAS3900-4225 MAQUILLAJE Y DETALLES DE EFECTOS
DETRÁS DE CAMARAS
Parece haber algo naturalmente excéntrico y balístico en las obras de Prokofiev. Etérea
pero extrema, la pluma de Prokofiev parece adecuada para el tipo de drama que se
desarrolla en el escenario del ballet. Cenicienta es dos horas de intensidad chispeante,
deteniéndose sólo para cambiar de dirección y hirviendo a fuego lento incluso en sus
momentos de tranquilidad. El mismo Prokofiev reconoce el torbellino de eventos del
ballet, reconociendo algunos de los desafíos que una historia tan compleja presenta al
compositor:
"Lo que quería expresar sobre todo en la música de Cenicienta era el amor poético de
Cenicienta y el Príncipe, el nacimiento y florecimiento de ese amor, los obstáculos en su
camino, y finalmente el sueño cumplido. El cuento de hadas me planteó una serie de
problemas fascinantes como compositor: la atmósfera mágica que rodea al Hada Madrina,
los doce enanos fantásticos que salen del reloj cuando dan las doce y bailan chechotka
recordándole a Cenicienta que debe volver a casa; el rápido cambio de escena cuando el
Príncipe viaja por todas partes en busca de Cenicienta; la poesía de la naturaleza
personificada por las cuatro hadas que simbolizan las cuatro estaciones..."
El ballet se estrenó en el Bolshoi en noviembre de 1945, con gran éxito de crítica y una
segunda producción casi inmediata en abril de 1946. La pieza se abre con la Introducción,
una especie de obertura al ballet que es a la vez un irresistible e inusual escaparate para el
expandido sentido de tonalidad de Prokofiev. Figuras espeluznantes, malhumoradas en las
cuerdas y los vientos abren la pieza, que pronto será reemplazada por un tema romántico
tranquilo y finalmente brillando en la distancia. La típica escritura de viento de madera del
compositor comienza la acción con la Danza del Chal, en la que las dos hermanastras de
Cenicienta discuten por su bordado, pelean por un chal y finalmente lo rompen en dos.
Esta escena doméstica juguetonamente infeliz se centra alrededor de figuras de clarinete
y latón que zumban. Vemos la escena desde el punto de vista de la Cenicienta, con sentido
del humor.
El primer acto termina con la Salida de la Cenicienta para el Baile, una caricatura
surrealista y distorsionada de un vals. La música parece casi una secuencia onírica: La
fantasía de Cenicienta con el primer vals del baile, dos minutos de giro con regocijo y
aprensión. Mientras tanto, el baile ya ha comenzado. Echamos un vistazo a la Danza de los
Cavaliers, una bourrée misericordiosamente breve y casi irónicamente civilizada, ante una
mazurca terrenal y misteriosa. El príncipe entra con una brillante fanfarria, luego un tema
casi infantil y melancólico (incluyendo un brillante solo de flauta); la música finalmente se
detiene con un dramático glissando de cuerda mientras Cenicienta llega al baile e
inmediatamente se roba el espectáculo.
Abriendo con cifras casi imposibles de alcanzar en las cuerdas, La llegada de la Cenicienta
al baile es un espectáculo completo, una visión de simplicidad y elegancia. Pasamos
directamente al Pas de deux. Una de las secciones ininterrumpidas más largas del ballet, la
danza se abre con sutiles acentos para los cuernos y las cuerdas rasgueadas sobre un
obbligato de viento de madera, luego se desarrolla en un pequeño y encantador vals que
se ralentiza, pero nunca se detiene, a medida que los dos se dan cuenta de su destino.
Finalmente llega la medianoche, y con ella, el final del segundo acto. Esta música cuenta el
tiempo en bloque de madera y un dramático trémolo de cuerdas, interrumpido por los
bajos metales y la percusión en una grotesca y explícita carrera contra el reloj. Cenicienta
finalmente se aleja corriendo, dejando su zapatilla; y cuando el príncipe la encuentra, el
tema del amor regresa.
Nos unimos al tercer acto después de la mayor parte de los viajes del príncipe. Después de
hablar con todos los zapateros del reino - ninguno de los cuales puede identificar el zapato
de Cenicienta - decide que su princesa debe ser de alguna tierra lejana, y así se pone en
camino para encontrarla. (Los viajes del príncipe lo llevan a través de tierras al sur y al
Lejano Oriente, todas ellas representadas musicalmente.) Mientras finalmente busca un
poco más cerca de casa, nos unimos a Cenicienta para la mañana después del baile.
Bombástico y frívolo, la narración musical continúa hasta que llega la noticia de que el
príncipe viene de visita con su zapatilla desparejada.
Llega en las alas de una fanfarria de trompeta y las hermanastras de Cenicienta corren en
su ayuda, insistiendo en que se prueben la zapatilla demasiado pequeña. Cenicienta debe,
por supuesto, ayudarlas en sus esfuerzos equivocados, y mientras lo hace, el compañero
de la zapatilla cae del bolsillo de su delantal. Mientras Cenicienta y el Príncipe se abrazan,
el hada madrina aparece una vez más y los lleva a un lugar tranquilo donde, solos al fin,
bailan un nuevo vals, esta vez sobre un tema más suave que se convierte en una felicidad
extática, y se desvanece en el final feliz del Amoroso.
-- Nota de Jessica Schilling, una escritora musical, ahora radicada en Georgia, que
recientemente se desempeñó como editora adjunta del libro del programa de la
Filarmónica de Los Ángeles y de la revista Hollywood Bowl.
SERGEI PROKOFIEV
No hay nada tan persistente como los estereotipos y las mentiras históricas cuando éstas son afortunadas,
cuando se parecen a una leyenda.
De Prokofiev, un siglo después de su nacimiento, se sigue diciendo que en su juventud fue el niño terrible de
la música rusa y que luego de mayor se doblegó sin re- sistencia a las directrices culturales de las autoridades
soviéticas.
Ninguna de las dos afirmaciones parace tener una base seria. Para convertirse en un niño terrible, Proko- fiev
puso muy poco de sí mismo: un cierto gusto por las disonancias y una predilección por los ritmos rápidos y
sincopados. El resto es de cosecha ajena: unos profeso- res excesivamente académicos pusieron su propio mie-
do a que un músico de talento se apartara de los cami- nos establecidos con el peligro de malograrse; y dos
públicos diferentes (el de San Petersburgo, prerrevolu- cionario, y el americano de la década de los veinte) pu-
sieron su propia ignorancia sobre las músicas que se es- taban haciendo en otras partes del mundo
artísticamente más avanzadas, como París o Viena.
Con esos elementos y un rosario de frases ingeniosas a favor y en contra (bastan dos ejemplos: «Pero si esto no
es un músico, es un animal salvaje», de Diaguilev, y «Si eso es música, desde luego prefiero la agricultura», de
un crítico norteamericano) se trabó un cliché contra el que Prokofiev luchó toda su vida. Y la verdad es que las
«audacias» musicales de Prokofiev se estaban quedando en pañales, desde el mismo momento de su
concepción, si se comparan con los experimentos que se han realiza- do en la música de nuestro siglo, y a los
que el composi- tor aiso nunca hizo la más mínima intención de acercar- se. Es más, los ignoró de una manera
absoluta.
Las tremendas purgas estalinistas, con sus ataques específicos contra los artistas en los años 1937 y 1948, le
pillaron de lleno a Prokofiev, pero en él no se dio nunca la circunstancia de tener que dar un parón y marcha
atrás en su estética para adaptarse al realismo socialista
como exigían las autoridades. Prokofiev nunca tuvo que hacer Lina confesión pública de sus «errores» por la
sen- cilla razón de que no los había cometido. Su estética, en el fondo, no estaba muy alejada de lo que de
pronto pe- dían los dirigentes culturales estalinistas. Claude Samuel dijo ya hace muchos años que Prokofiev
«se transformó de músico ruso en músico soviético sin cambiar esen- cialmente». Su búsqueda de la melodía y
su adecuación a las formas clásicas son anteriores no sólo a las repri- mendas del Partido Comunista sino
incluso a su vuelta a la Unión Soviética. Cuando estaba viviendo en París, en 1930, Prokofiev declaraba: «La
música, decididamente, ha alcanzado y superado el máximo grado de discordan- cia y complejidad que se
pueda lograr en la práctica. Yo no quiero nada mejor, más flexible o más completo, que la forma sonata, que
contiene todo lo necesario para mis objetivos estructurales.»
Y en esa misma época, con todas las reglas musica- les puestas en cuestión por los otros compositores, la to-
lerancia de Prokofiev hacia las transgresiones era franca- mente escasa: «Ravel es el único en Francia que sabe
lo que está haciendo.» Y es que en el fondo, repasando su biografía, da la sensación de que no había nada en el
mundo que le hiciera cambiar de opinión a Prokofiev, que le hiciera apartarse ni un milímetro del camino que
se había marcado. No lo consiguió Stalin con su repre- sión, pero tampoco le hizo mella la revolución de 1905,
cuando era estudiante en San Perterburgo; ni la de 1917, cuando ya era un joven compositor y casi no se enteró
de que se transformaba completamente el mundo en el que había crecido; ni la depresión de los años 30,
duran- te la que siguió cosechando triunfos en Europa y América; ni la segunda guerra mundial, que es,
curiosa- mente, uno de sus períodos más fecundos. Claro que tampoco hizo demasiado caso a sus propias
vivencias personales: su matrimonio, su doble paternidad, la de- tención y condena de la madre de sus hijos,
fueron anécdotas en su vida que estuvieron siempre por detrás de su música. En este aspecto hay una
declaración de Prokofiev muy significativa: «El consejo que le ofrezco podrá ser inmoral pero es práctico:
cuanta más ligereza ponga en la contemplación de las vicisitudes del desti- no, más fácil le resultará sobrevivir
a ellas.»
Sólo su segundo matrimonio pareció removerle algo la entraña, pero queda la sospecha de que se casara con
una colaboradora literaria sólo para hacer más fácil su trabajo en óperas, ballets y canciones. Todo el mundo
París en la década de los 20, destaca su poca
que le conoció, especialmente durante su estancia en
propensión a la amistad, su egolatrismo, su frialdad, su necesidad de dominar en las
reuniones y su placer en ridiculizar a los que le rodeaban. Los más claros le llamaron
sádico. Es verdad que tuvo amigos que le duraron toda la vida, Miaskowski, Meyerhold,
Eisenstein, pero es curioso que fueran siempre personas relacionadas con su trabajo, de los
que dependía para progresar en su carrera.
Parece como si Prokofiev, empedernido jugador de ajedrez desde que tenía siete años,
hubiera calculado los pasos a seguir en su profesión tan concienzudamente como
programaba sus composiciones para llegar al fin propuesto mediante unos medios lógicos.
Lo que pasa es que su dominio de las formas musicales y de los re- cursos que tenía a su
disposición, era tan grande que no se notaba el cálculo y consiguió que muchos pensaran
que era un intuitivo y que se dejaba llevar por sus pro- pias emociones. Todo esto se
notaba incluso en la forma de componer, de la que tenemos una preciosa descrip- ción de
Igor Gabar cuando le observaba para pintar su retrato: «Tenía ante sí el atril del piano y un
cuaderno de papel pautado. Sostenía el lápiz en la mano y miraba a lo lejos, como si
escuchara sonidos sólo audibles para él. Luego, girando de pronto la cabeza, levantaba el
lá- piz y lo hacía volar sobre el papel, llenándolo de notas. Continuaba así durante un
cuarto de hora -y a veces media hora o más-, hasta que volvía a su posición ante- rior de
concentración inmutable.»
Y en todo ese plan estratégico un solo error, según Shostakovitch: haber apostado todo a
una áola baza con su vuelta a la Unión Soviética en 1936, y haber perdido con ella su
proyección euroamericana, sin ganar en cambio una posición sólida en su patria.
Cuando Rimski-Korsakov examinó a Prokofiev para entrar en el Conservatorio de San
Petersburgo hizo de él un juicio conciso y contundente: «Capaz, pero inmadu- ro.» Parece
como si esos dos adjetivos le hubieran perse- guido ya para toda la vida. Nadie le discutía
su talento, pero no conseguía una estabilidad definitiva por sus desplantes y su
desconsideración hacia los demás. Pro- kofiev no fue un «niño terrible» sino un «niño
terrible- mente mal educado».
Argumento
El argumento del ballet es muy parecido al del cuento de Perrault:
Cenicienta vive con sus dos hermanastras desagradables. Un día llega un mendigo (que
resulta ser un hada) que premia a Cenicienta regalándole un coche y ropa a la moda.
Las hermanas bordan un chal para usar esa noche, mientras Cenicienta permanece en la
cocina. Como de costumbre, las hermanastras comienzan a discutir, y rompen el chal en
dos. Se van, dejando sola a Cenicienta, que se dispone a limpiar la habitación. Al ver los
trozos del chal, comienza a bailar, pero pronto recuerda que ella no está invitada a la
fiesta. Su tristeza le trae el recuerdo de su madre: de ella conserva un par de zapatos y un
avellano que le pidió plantar antes de morir y que, desde entonces, cuida con amor.
Llega su padre y trata de consolarla, pero cuando la madrastra regresa de comprar lujosas
ropas para el baile, ataca a su marido e insulta a Cenicienta en un acceso de ira. La joven
queda sola, obligada a los quehaceres de la casa. Aparece una mendiga, pidiendo comida
y limosna. Cenicienta la invita a entrar y le ofrece un delicioso caldo. Al verle los pies
desnudos y lastimados, con bondad y humildad, los lava y los cubre con los zapatos que le
dejara su madre.
Empiezan los preparativos para la gran fiesta: llegan el maestro de corte y un músico, para
instruir a las damas en las danzas cortesanas. Cuando todo está listo, parten dejando sola
a Cenicienta. La joven comienza a bailar y a hacer reverencias, imaginándose junto al
príncipe, pero pronto vuelve a sentarse, desanimada.
Los invitados llegan al castillo y bailan danzas de corte. Llegan los cuatro amigos del
príncipe acompañados de dos damas y, poco después, ingresan la madrastra, sus hijas y el
padre de Cenicienta. Khudyshka y Kubyshka se comportan groseramente. Cuando el
príncipe hace su entrada, todas las damas intentan atraer su atención. El maestro de corte
anuncia la llegada de Cenicienta, que aparece acompañada por las Hadas, sus pajes y los
demás seres fantásticos. El Príncipe no puede apartar su mirada de ella y le pide que baile
con él.
Acto III
– Escena I. El príncipe desea encontrar a la dueña del zapato, y convoca a los zapateros del
reino. Los zapateros su muestran perplejos: no pueden descifrar quién lo fabricó ni a
quién pertenece. El príncipe decide entonces partir él mismo en busca de la joven.
– Escena II. El Príncipe visita su reino. Allí, distintas muchachas intentan seducirlo, pero sin
éxito: a ninguna de ellas le calza el mágico zapato de cristal. Decepcionado, el príncipe
regresa al castillo.
– Escena III. En su hogar, Cenicienta piensa que todo ha sido un sueño. Sólo el zapato que
escondió en su delantal le recuerda lo ocurrido la noche anterior. Entonces, aparecen sus
hermanastras, contando historias pretenciosas sobre el baile, que desembocan, como
siempre, en una pelea. El príncipe recorre la aldea buscando a la joven desconocida. Llega
a la casa de Cenicienta, donde él y sus amigos son recibidos con grandes honores. Las
hermanastras tratan infructuosamente de calzar sus enormes pies en el pequeño zapato y
la madrastra, enloquecida, se muestra dispuesta a cortar los pies de sus hijas para que el
príncipe tome a una de ellas por esposa.
Cenicienta se acerca para ayudar a sus hermanastras pero, sorprendida por la presencia
de su amado, deja caer el zapato que guardaba en su delantal. El príncipe insiste en que la
joven se pruebe el zapato, y descubre que le calza perfectamente. Confirmando que ella
es la hermosa joven que conoció en el baile, decide tomarla por esposa. Las hermanastras
le ofrecen sus reverencias a Cenicienta, que las acaricia con afecto y les perdona sus
maltratos anteriores.
Compositor ruso, una de las principales figuras de la música del siglo XX. Nació el 23 de
abril de 1891 en Sontzovka, cerca de Yekaterinoslav (actual Dnipropetrovsk, Ucrania).
Estudió en el Conservatorio de San Petersburgo con los compositores rusos Reingold Glier,
Nikolái Rimski-Kórsakov y Anatoli Liadov. De 1918 a 1933 vivió en Europa, realizando giras
como pianista en las que interpretaba obras propias como sus 5 conciertos para piano y
sus 5 primeras sonatas para ese instrumento. En 1934 regresó a su país natal. Sus
primeras obras, como el Concierto para piano nº 1 (1911) y la Suite escrita para orquesta
(1914), le valieron fama de músico iconoclasta.
Durante los años en que vivió fuera de su país compuso para el empresario de ballet ruso
Sergei Diaguilev los ballets Chout (1915) y El paso de acero (1926), apoteosis de la
industrialización que estaba produciéndose en ese momento en Rusia. De este mismo
periodo son las óperas El amor de las tres naranjas (1921), basada en una fábula de Carlo
Gozzi, y El ángel de fuego (1919, esc. 1955), aunque su obra más destacada es la Sinfonía
clásica (1918), obra concisa e irreverente con armonías modernas y ritmos tradicionales
del siglo XVIII que preconizaba el estilo neoclásico que dominaría gran parte del siglo XX.
En 1923 se casó con la cantante de origen español Lina Lluvera. A su vuelta a Rusia en
1936 Prokófiev siguió componiendo con el mismo lenguaje musical y sus obras
demuestran una extraordinaria integridad si se tiene en cuenta la presión impuesta por el
dogma soviético del realismo socialista. Entre estas obras cabe destacar Pedro y el lobo
(1934) para narrador y orquesta, el ballet Romeo y Julieta (1936, esc. 1940), la ópera
Guerra y paz (1946, rev. 1952), la enérgica Sinfonía nº 5 (1945), la suite El teniente Kijé
(1933) y la cantata Alejandro Nevski (1938, para la película del director soviético Serguéi
Eisenstein).
Aunque hasta ese momento había gozado del favor del gobierno, en 1948 fue censurado
por utilizar un «excesivo formalismo» y armonías cacofónicas. Prometió componer con
mayor lirismo, pero su ópera Cuento de un hombre auténtico (1948) fue de nuevo
censurada. Su Sinfonía nº 7 (1952, premio Stalin) le devolvió el favor del gobierno.
Prokófiev falleció el 5 de marzo de 1953 en Moscú (el mismo día que Stalin) cuando
acababan de comenzar los ensayos para su ballet La flor de piedra (1950, escenificado en
1954).
Sergei Prokofiev, un compositor imprescindible en el siglo XX.
Autor de grandes piezas musicales como «El ángel de fuego» y «Sinfonía clásica», el
músico ruso Sergei Prokofiev, a quien la crítica consideró el gran iconoclasta del siglo XX,
nació el 23 de abril de 1891, en Ucrania.