Serie Completa El Club (1-6) - Nina Klein
Serie Completa El Club (1-6) - Nina Klein
Serie Completa El Club (1-6) - Nina Klein
CLUB
SERIE COMPLETA
NINA KLEIN
El Club, Una Noche Más y Todos Tus Deseos
Llámame Amanda (El Club 4), No Eres Mi Dueño (El Club 5) y La Última Fantasía (El
Club 6)
Aviso importante
Sobre este libro
1. El Club
El Club
2. Una Noche Más
1. El lunes de Caroline
2. El lunes de Mark
3. Tenemos que hablar
4. No todo es hablar…
5. Paul
6. Algo aventurero
7. En la habitación
3. Todos Tus Deseos
1. Subida en una nube
2. Con los ojos cerrados
3. Ahora me toca a mí
4. En el escritorio
5. Todos tus deseos
4. Llámame Amanda
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
5. No eres mi dueño
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Epílogo
6. La última fantasía
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Acerca de la autora
Otras historias de Nina Klein
AVISO IMPORTANTE
Mark
Caroline
L O PRIMERO QUE pensé fue que estaba oscuro, por eso no había
seguido avanzando. Por eso y por que no sabía hacia dónde ir.
Las únicas fuentes de luz eran dos hileras luminosas en el suelo
del pasillo, a ambos lados, como las de los cines, supuse que para
que la gente encontrase el camino en la oscuridad y no se
matase, y algunos apliques en la pared, que despedían una luz
tan tenue que me costó unos momentos acostumbrarme,
parpadeando, hasta que mis ojos pudieron ver algo en medio de
la penumbra.
Cuando me acostumbré a la falta de luz, vi que en la zona de la
derecha había varios sofás, butacas y asientos, con pequeñas
mesas en medio, bastante parecidos a los de la planta de abajo.
Había gente en ellos. No tanta como en el bar, pero había
bastante gente. Imposible distinguir nada más que bultos, el
rumor de conversaciones, algún gemido de vez en cuando.
Al menos sin acercarse mucho.
Cosa que no hice. Me había quedado clavada en el sitio.
Hacía calor, también mucho más que en la zona del bar. Me
quité el chal, y escuché a Mark detrás de mí contener la
respiración al ver la parte de atrás de mi vestido, mi espalda
desnuda.
En uno de los oscuros sofás, el que estaba más cerca, había
tres personas sentadas, dos hombres y una mujer. La mujer
estaba besándose apasionadamente con uno de los hombres,
mientras el otro le besaba el cuello desde atrás y metía una mano
debajo de la falda de su vestido. No se veía nada, ni un
centímetro de piel de más, pero la escena era tan erótica que me
flaquearon las piernas.
Mark me puso una mano en la espalda desnuda, a la altura de
la base, y estuve a punto de dar un salto.
Se acercó a mí por detrás y me dijo al oído:
—Vamos a explorar un poco.
Empecé a andar por el pasillo con Mark, que no quitó su mano
de mi espalda.
A la derecha del pasillo estaba la zona amplia con los sofás. A
la izquierda había varias puertas a lo largo de la pared, al lado de
cada una de las puertas una especie de ventana de cristal grande
que daba al pasillo, con persianas de lamas entreabiertas o
completamente cerradas. Avanzamos un poco más hasta una de
las cristaleras que tenía la persiana levantada, y al llegar a su
altura Mark me detuvo con la mano para que me parase frente a
ella.
Lo que vi tras el cristal hizo que dejase de respirar.
Mark
Caroline
Mark
Caroline
M ARK EMPEZÓ A DESABROCHARSE la camisa gris oscura, y me quedé
hipnotizada. Como bien había adivinado antes, no solo tenía
músculos en los antebrazos, tenía músculos por todas partes.
Con la camisa abierta se acercó a mí, y se dedicó a
inspeccionar mi vestido.
—¿Tiene una cremallera, o…?
—No, tienes que… —hice el gesto de sacarlo por la cabeza.
—Mmm.
Metió las manos bajo el borde inferior del vestido. Arrastró los
nudillos suavemente por el exterior de mis muslos mientras me
miraba a los ojos. Noté mi respiración acelerarse, y antes de que
me diera cuenta tiró del vestido hacia arriba, y en menos de un
segundo había desaparecido.
No vi dónde cayó el vestido. Estaba demasiado ocupada
poniéndome nerviosa bajo la fija mirada de Mark.
Sabía lo que estaba viendo, pero eso no lo hacía más fácil.
Estaba acostumbrada a menos luz, a estar menos expuesta.
Aunque la luz era tenue (cuando entramos en la habitación, Mark
había pulsado un interruptor que había encendido dos apliques a
ambos lados de la cama), estaba acostumbrada a quitarme la
ropa deprisa, casi en la oscuridad.
Pero ahora no tenía donde esconderme. Estaba totalmente
expuesta delante de Mark.
Paseó la mirada por mi cuerpo y sentí el recorrido de sus ojos
como una estela de fuego.
Sabía lo que estaba viendo: piel blanca, pechos normales, ni
grandes ni pequeños, que me permitían prescindir del sujetador
cuando el vestido lo requería, como en aquella ocasión.
Estaba completamente desnuda, salvo por el tanga de encaje
negro y los zapatos de suela roja.
Mark seguía vestido, excepto por la camisa desabrochada.
Estaba un poco cohibida, consciente de mí misma, pero por el
bulto de su pantalón, la expresión de su cara y los ojos brillantes,
parecía que le gustaba lo que veía.
Se acercó y pasó los dedos por mi melena roja, que caía en
cascada sobre mi espalda. Aproveché para deslizar la camisa por
sus brazos y la dejé caer al suelo, tampoco miré dónde cayó,
supuse que estaba haciéndole compañía a mi vestido.
Tenía algo de pelo en el pecho, no mucho, lo suficiente para
que cuando mis pezones se acercasen la sensación fuese intensa.
Hice un ruido en el fondo de la garganta, y se nos terminó la
paciencia a la vez.
Con una mano en mi espalda y otra enredada en mi pelo, me
atrajo hacia sí y me pegó a su cuerpo, bajó la cabeza y me besó.
Fue un beso salvaje, hambriento, su lengua invadiendo mi
boca, sus labios magullando los míos… una de sus manos seguía
en mi pelo, pero la otra había bajado hasta mi trasero y me había
empujado hacia él, la diferencia de altura haciendo que sintiese
el bulto de su magnífica erección en el estómago.
Gemí en el fondo de la garganta, y a partir de ahí todo se nos
fue de las manos.
Llegamos hasta la cama a trompicones, incapaces de
separarnos, y caímos encima, enredados el uno en el otro.
Logré desabrocharle el cinturón, luego el botón del pantalón,
y metí una mano por dentro. La cerré sobre su sexo, duro y
caliente.
—¿Qué quieres? —preguntó Mark, casi sin aliento. Me alegré
de no ser la única que estaba afectada.
—A ti. Dentro. Ya —tenía el cerebro tan nublado que ya ni
siquiera podía construir frases enteras.
Mark soltó una carcajada, y dijo:
—Paciencia.
Paciencia, ja. Era muy fácil de decir, sobre todo para él. Con la
pinta que tenía Mark, dudaba muchísimo de que llevase el
tiempo que llevaba yo en el dique seco.
Estaba desesperada.
Además, yo solo tenía una minusculísima prenda de ropa
encima, y Mark todavía tenía los pantalones y los zapatos
puestos.
Había que aligerar.
Nos dimos la vuelta, cambiando posiciones, y Mark me
inmovilizó con su peso sobre la cama.
—Un momento —dijo, dándome un beso en el cuello—. No te
muevas.
Se levantó y en el borde de la cama se quitó primero los
zapatos, y luego el pantalón. Arrastró su ropa interior con los
pantalones. Me incorporé sobre los codos, para poder ver mejor,
y no pude evitar quedarme con la boca abierta.
Era como una estatua de bronce. Perfecto y musculoso. Tuve
un momento de pánico cuando le vi sin ropa (era enorme), pero
también ganas de empezar a dar volteretas (era enorme). No me
dio tiempo a escrutar mucho, porque enseguida volvió a
tumbarse en la cama, cubriendo mi cuerpo con el suyo, y ya no
pude pensar en nada más.
Excepto en una cosa:
No. Definitivamente, no podías encontrar un hombre como
aquel en Tinder, ni en todo internet.
Mark
Caroline
Oh Dios mío.
Estaba… estaba… No podía pensar. Ni siquiera podía respirar.
Sentí su dedo pulgar entrando por mi culo, sondeando, profundo,
luego más profundo, y me olvidé de respirar.
Era una sensación nueva, sumada a las que ya estaba
sintiendo, y me eché hacia atrás para que pudiese penetrarme
más profundamente, su dedo en mi ano, su polla en mi coño.
Entonces empezó a embestir otra ver, a penetrarme, cada vez
más fuerte, magnífico, profundo, hasta el fondo, con su polla
enorme, rápido, duro, y todo pensamiento voló de mi cabeza. Lo
noté aproximarse, más intenso que las otras veces, oleadas y
oleadas de algo más grande que yo, que aquella habitación, que
todo lo que había sentido y experimentado hasta entonces, en
toda mi vida. No sabía si iba a llorar, a desmayarme o todo a la
vez.
—¡Así, sí, sí! ¡Así! ¡Fóllame, fóllame! ¡No puedo más, me
corro, me estoy corriendo!
No pude sostenerme más y crucé los brazos sobre la
almohada, apoyando la cabeza en ellos, mientras el orgasmo más
intenso que había tenido en mi vida me sacudía desde los dedos
de los pies hasta las puntas del pelo, haciendo que gritase sin
control, sin saber exactamente qué estaba diciendo. En el fondo
de mi mente creí escuchar a Mark jurando a su vez, una retahíla
de juramentos bronca y larga, tras lo cual sus embestidas se
hicieron más erráticas, hasta que se quedó quieto y le sentí
llenarme, caliente y espeso.
Caroline
Mark
E
siempre.
staba en mi despacho, haciendo papeleos del negocio,
cuando Paul entró por la puerta. Sin llamar, como
Caroline
Mark
Caroline
Caroline
Mark
Caroline
Caroline
Caroline
Mark
Caroline
Caroline
A SÍ QUE CUANDO POR fin llegó el sábado estaba deseando ver a Mark.
No sabía si me había vuelto adicta a él, o simplemente quería que
borrase mi horrible semana en el trabajo… o las dos cosas.
Me sentía como si fuera una quinceañera; tuve que sujetarme
a mí misma para no presentarme allí después de comer.
También tengo que decir que Mark me había inundado a
mensajes preguntándome cuándo iba a ir y diciéndome que me
echaba de menos.
Mmmm.
Cuando por fin le di una hora, me dijo que iba a mandarme un
coche. Con chófer.
Caroline
Caroline
Mark
T ENÍA LOS OJOS CERRADOS , la cabeza echada hacia atrás y las manos
en el pelo de Caroline.
Y estaba haciendo unos esfuerzos sobrehumanos para no
correrme.
Había sido una semana muy larga y estaba excitado, mucho,
tanto que había tenido que apretar los dientes para resistir, pero
no era así como quería acabar.
Tenía algo más en mente.
—¿Mark? —Caroline me miraba desde abajo con ojos
interrogantes.
Justo entonces Paul salió de detrás de ella, se incorporó y
empezó a colocarse la ropa.
La ayudé a levantarse.
—No quiero correrme todavía —le acaricié la cara, los labios
rojos con el pulgar. El pulso se me aceleró todavía más en las
venas. Tenía la polla al rojo vivo, era más que doloroso, y quería
solucionarlo cuanto antes. Miré a Paul por encima del hombro de
Caroline—. Caroline ha dicho que sí y quiero celebrarlo… —volví
a mirarla— adecuadamente.
Paul sonrió. Supongo que su imaginación estaría corriendo
como nunca, pero tuvo el tacto —por una vez— de no decir nada.
—Os dejo solos entonces…
Paul cerró la puerta tras él, miré a Caroline y sonreí.
EN EL ESCRITORIO
Caroline
Caroline
FIN
A MANDA
P AUL
A MANDA
—¡M andy!
¡Mierda!
Apreté los dientes. Disgustada como estaba, no pude evitar
que me diese rabia cuando Paul me llamaba Mandy. Era Amanda.
Amanda.
No era tan difícil de recordar.
Y encima en menudo momento me pillaba.
Me empecé a secar las lágrimas a toda pastilla con la mano,
pero ya era tarde.
En dos segundos estaba frente a mí, levantándome la barbilla
con la mano.
—Hey…
Le miré directamente, un poco desafiante, y en cuanto me vio
la cara frunció el ceño.
—¿Qué pasa, Mandy?
—Pensaba que estaba sola —dije, todo lo dignamente que
pude.
Era verdad. Si no, no habría dado rienda suelta a mi disgusto.
—¿Qué te pasa? —volvió a preguntar—. ¿Alguien te ha hecho
algo? — empezó a mirar en todas direcciones, como si hubiese
alguien merodeando entre las sombras.
—No, no es nada. Olvídalo.
Seguí limpiando la barra. Paul me miraba desde el otro lado,
el ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí tan tarde? Se ha ido ya todo el mundo.
Me encogí de hombros, sin mirarle, sin dejar de limpiar.
Esperaba que no se diese cuenta de que llevaba un rato limpiando
el mismo trozo de mostrador.
—¿Cómo vas a volver a casa? —preguntó Paul—. ¿No ha
venido a buscarte tu novio… —se quedó pensando unos segundos
—… Toby?
Oh, no. Nonononono.
Sentí las lágrimas llenar de nuevo las cuencas de mis ojos. Si
había algo que no quería hacer, era llorar delante de Paul.
Tarde.
—Mandy…
Entró detrás de la barra. No sabía qué estaba haciendo, hasta
que le vi coger el rollo de papel de cocina de debajo del mostrador
y arrancar un trozo. Me lo tendió y me limpié las lágrimas con él.
Luego me quitó el trapo que tenía en la mano, lo dejó por ahí, me
cogió de la mano y me sacó de detrás de la barra.
Me rodeó la cintura con las manos y me sentó en uno de los
taburetes, como si pesase menos que una pluma.
—¿Qué te pasa, Mandy? Puedes contármelo, si quieres.
Me soné ruidosamente con el papel de cocina y lo arrugué en
la palma de mi mano.
No pensaba contarle nada. No tenía que olvidar que era mi
jefe, al fin y al cabo. O uno de mis jefes, junto con Mark.
Todas las camareras y las clientas estaban locas por Mark.
Podía entenderlo, pero a mí me imponía bastante, la verdad. Para
empezar, era enorme; y luego me sacaba un montón de años.
Además, siempre se había comportado conmigo como un
hermano mayor, asegurándose de que ningún pesado del club me
acosaba y de que estaba a gusto trabajando allí.
Ahora estaba con Carol, que era súper maja y trabajaba en las
oficinas de arriba.
Paul era diferente. Paul era… Paul. Seguía siendo mi jefe, pero
era más difícil tomarle en serio. No imponía en absoluto. No
sabía exactamente la edad que tenía. Doce años mentales, de eso
sí estaba segura.
No pensaba contarle nada, pero al final lo hice. Supongo que
necesitaba hablar con alguien, necesitaba liberar el nudo que
tenía en la garganta. No había tenido tiempo de llamar a mi
familia o a ninguna de mis amigas y llevaba horas callándome
que, básicamente, mi vida se había derrumbado.
Así que se lo conté todo, desde el principio, desde que había
empezado a salir con Todd a los dieciséis años hasta aquella
tarde, cuando me había dejado tirada… Cómo apenas había visto
a Todd aquellos últimos meses, cómo nos habíamos distanciado,
pero yo pensaba que era por el trabajo en el nuevo bufete y la
falta de tiempo… Cómo tenía veinticinco años y acababa de ver
mi sueño de estudiar una carrera irse por el desagüe, después de
todos los sacrificios de los últimos siete años.
—Joder, Mandy, lo siento —dijo por fin, cuando hube acabado
mi relato—. Dime qué puedo hacer por ti. ¿Quieres que busque al
tipo y le rompa las piernas?
Sonreí a mi pesar. Le miré entre las pestañas brillantes por las
lágrimas. Allí plantado frente a mí, los brazos cruzados, el ceño
fruncido, solidariamente enfadado por lo que le acababa de
contar.
Alto, el pelo del color de la miel oscura, los ojos entre verdes y
marrones, la mandíbula cuadrada, con una ligera sombra de
barba, como si se hubiese afeitado por la mañana pero le hubiese
crecido otra vez… no solía ir en traje, como Mark, pero eso no le
restaba un ápice de atractivo: llevaba unos vaqueros desgastados
que le quedaban de muerte, una camisa oscura y una chaqueta
encima, supuse que porque estaba a punto de irse a casa.
Lástima que fuera un poco gilipollas. Y que se tirase a todo lo
que se movía.
No es que eso fuese malo en sí… al menos no tenía pareja, que
yo supiera. No estaba engañando a nadie.
Pero no sé, supongo que soy una chica más tradicional, a
pesar del lugar en el que trabajo…
Aun así, había que reconocer que era un ejemplar de sexo
masculino bastante apetecible.
Ladeé la cabeza mientras le observaba. Ya que lo preguntaba,
sí que había algo que podía hacer por mí, al fin y al cabo.
Estaba cansada, no tenía ganas de volver a mi apartamento
vacío, quería olvidar.
Y Paul podía ayudarme a borrar aquella tarde, el día horrible,
el cansancio y los ojos hinchados. Todo a la vez.
—Podríamos… echar un polvo —carraspeé—. Contigo. Quiero
decir, tú y yo —añadí, por si no había quedado suficientemente
claro.
El tipo dio un paso hacia atrás, o más bien un salto, como si
fuese radiactiva.
—¿Perdón?
Me había oído perfectamente.
—Me has oído perfectamente —dije.
Le vi tragar saliva.
—¿Estás loca?
Me miraba entre horrorizado y… horrorizado, no había otra
palabra, con los ojos abiertos, casi fuera de las órbitas.
Genial. Me estaba subiendo la moral que no veas.
—Ya sé que igual no soy tu tipo, pero…
Tampoco sabía cuál era su tipo. Paul no parecía tener un tipo
definido.
Paul no discriminaba.
Por eso le había pedido lo que le había pedido. No lo había
pensado mucho, si tenía que ser sincera, pero tenía sentido. Paul
nunca decía que no.
O eso pensaba.
Empezaba a darme cuenta de que quizás estaba equivocada.
—¿Que no eres mi tipo? —Paul se pasó la mano por el pelo—.
Joder, Mandy, eres como mi hermana pequeña…
Sentí como si me hubiesen clavado algo en el pecho.
Apreté los dientes.
Vale.
Muy bien.
El broche perfecto al día perfecto. Rechazada por Todd, que
me había dejado tirada como una colilla después de un montón
de años, y ahora otra vez.
Rechazada dos veces en un día.
Empecé a verlo todo rojo.
—No soy tu hermana pequeña. No soy la hermana pequeña de
nadie. ¡Soy una mujer!
P AUL
P AUL
A MANDA
A MANDA
P AUL
A MANDA
A MANDA
P AUL
—P AUL .
Giré la cabeza para mirar a Amanda, y me costó un mundo.
Todavía estaba recuperándome, sin mucho éxito, la verdad.
No podía moverme.
—Estoy aquí. Creo —respondí.
Me miró, como si fuese a decir algo, abrió la boca, luego la
cerró. Luego pareció decidirse, pensárselo mejor, y por fin habló:
—La única persona con la que he tenido sexo en toda mi vida
es Todd. Bueno, era. Hasta ahora. Todd es la única persona con la
que me he acostado aparte de ti.
Me incorporé sobre un codo y esperé a que siguiese hablando,
pero lo dejó ahí.
—Vale —dije, tentativamente.
—Y me he dado cuenta, me acabo de dar cuenta, de hecho, de
que no era bueno. No era bueno en absoluto. El sexo, quiero
decir.
La dejé hablar, para ver por dónde salía. Me limité a asentir
con la cabeza.
—La cosa es… me gustaría practicar un poco, antes de volver
al mercado, antes de volver a salir con nadie. Que tampoco va a
ser ahora, pero será en algún momento. Me gustaría… no sé,
mejorar.
Solté una carcajada, sin poder evitarlo.
—Tengo que decir que no te hace falta. Ya eres buena. De
hecho, un poco mejor y podría haber muerto.
Lo más probable era que el malo fuese el exnovio, y se
estuviese repartiendo la culpa.
Se mordió el labio inferior.
—Pero hay un montón de cosas que no sé, estoy segura… un
montón de cosas que no he hecho nunca. No me siento preparada
para salir al mundo de las citas. No quiero explorar mi sexualidad
con gente extraña. Quiero hacerlo con alguien a quien conozca,
alguien con quien tenga confianza.
Me había quedado atascado en lo de explorar mi sexualidad. Ni
siquiera había oído lo que había dicho después.
Acababa de tener un orgasmo que casi me había matado, y ya
estaba otra vez duro como una roca.
Respiré hondo.
Céntrate, Paul.
—¿Qué es lo que quieres, exactamente? —pregunté.
—Que me enseñes todo lo que sabes.
—¿Todo lo que sé?
Sonreí. Iba a hacer un comentario de dudoso gusto, pero
conseguí contenerme. A duras penas.
Amanda se incorporó y se sentó en el suelo con las piernas
cruzadas, a lo indio.
—A ver, ya me entiendes. Necesito ponerme al día. Practicar.
Con alguien de confianza. Todd ha sido mi primer novio y mi
primer todo. Estoy totalmente fuera de juego—. Desvió la mirada
hacia un lado—. Pero si no quieres o no estás convencido
tampoco pasa nada, no quiero que haya incomodidad ni malos
rollos entre nosotros…
—Un momento —dije. Necesitaba pensar.
Miré al techo. Luego a Amanda. Luego a su sujetador
deportivo de algodón, sencillo, esta vez negro, que se había
vuelto a poner después de la refriega.
Luego cerré los ojos un instante.
No tenía remedio. Otra vez iba a tomar una decisión con la
polla.
Como casi todas las que tomaba, por otra parte.
Me pasé una mano por el pelo.
—De acuerdo.
—¿De verdad?
Se le iluminó la cara, como si le estuviese haciendo yo el
favor. Realmente Amanda era superjoven. Me sentí culpable,
pero solo me duró un momento.
—Pero hay que poner unas reglas —dije de repente,
sorprendiéndome a mí mismo.
—¿Unas reglas? ¿Cuáles? —preguntó, sonriendo.
No lo sabía. Primero me las tenía que inventar.
—Mientras dure esto —señalé entre los dos, porque no sabía
muy bien cómo definir “eso”. ¿Relación? ¿Experimento?—, no
podemos acostarnos con nadie más.
—¿Exclusividad?
Asentí con la cabeza, aunque no estaba seguro de por qué lo
había dicho. No había practicado la exclusividad nunca, en mi
vida. Jamás.
Amanda se encogió de hombros.
—Sin problema —dijo—. todo esto viene porque no tengo
experiencia. No me voy a tirar ahora a medio mundo… ¿pero tú?
—preguntó, extrañada.
Suspiré. Me conocía mejor de lo que pensaba.
—Yo también. La regla es para los dos.
Se encogió de hombros.
—Vale. ¿Qué más?
No se me ocurrió nada más en ese momento.
—No se me ocurre nada más ahora mismo —dije—. Pero me
reservo el derecho de poner más reglas en el futuro. Si se me
ocurren.
Se quedó un momento pensativa.
—Yo tengo una: tenemos que mantenerlo en secreto. No
quiero que haya malos rollos entre el resto de camareros porque
me estoy tirando al jefe.
Anonimato. Tenía sentido.
Pensé de repente en Mark, y en lo que podía decir si se
enteraba… Sí, tenía mucho sentido.
—Necesitas una máscara —dije.
—¿Perdón?
Me levanté y aproveché para ponerme los pantalones
rápidamente. Fui hasta el armario de detrás del escritorio y saqué
una caja de cartón donde teníamos las máscaras que enviábamos
por correo a los nuevos socios. Venían en una bolsa de tela
individual que se cerraba con un cordón. Le lancé una a Amanda
mientras sacaba de otro cajón una camisa de repuesto —esta era
para mí, porque la mía estaba con los botones por el suelo y,
evidentemente, no iba a pasarme el resto de la noche con la
camisa abierta como si estuviese en la playa.
—¿Y esto?
Amanda daba vueltas a la máscara entre las manos.
—Es para cuando vengamos al club. La zona de arriba.
—¿Ahora? —preguntó, un poco alarmada.
Negué con la cabeza.
—Ahora estás trabajando, y yo también, por cierto. O debería.
¿Cuándo es tu siguiente día libre?
—Mañana.
Lunes. Estupendo. Mark podía cubrirme, y los lunes era el día
que menos gente había en el club. Ideal para principiantes, para
“iniciarse” poco a poco, y que Amanda no se asustase.
—¿Qué te parece mañana, entonces? —dije por fin—.
¿Tenemos una cita?
Amanda se guardó la máscara en el bolsillo de los vaqueros y
sonrió. Luego se acercó hasta donde estaba y me tendió la mano.
—Trato —dijo.
Moví la cabeza a uno y otro lado. Estaba como una cabra.
Estábamos, mejor dicho.
Pero le estreché la mano, y respondí:
—Trato.
SIETE
A MANDA
A MANDA
P AUL
A MANDA
A MANDA
P AUL
A MANDA
P AUL
A MANDA
A MANDA
P AUL
—¿E SCENARIO ?
—Una especie de juego de roles: yo seré el jefe y tú la
empleada.
Amanda frunció el ceño.
—Pero tú ya eres el jefe y yo la empleada.
—Ya, pero no dentro del dormitorio… yo seré el jefe, tú la
empleada, y tendrás que hacer todo lo que te diga.
—¡Ah!—. Por fin había visto la luz. Se le dibujó una sonrisa en
la cara—. Vale.
—Por eso necesitamos una palabra segura: por si te sientes
incómoda con algo o quieres parar. Piensa en una palabra que no
venga a cuento.
—Hollywood —dijo, sin pensar.
—¿Hollywood? —pregunté, las cejas levantadas, intentando
aguantarme la risa.
Amanda se encogió de hombros
—Yo qué sé, es lo primero que se me ha ocurrido…
Solté una carcajada. Por muy diferente que pareciese en el
exterior, debajo de aquel maquillaje, el corte de pelo nuevo y el
vestido, seguía siendo la misma Amanda que me hacía reír.
Me miró, ladeando la cabeza.
—Así que tengo que hacer todo lo que tú me digas…
—Sí. Empezando ahora. No creas que me he olvidado del
castigo… ese vestido que has traído es criminal. La tengo dura
como una piedra desde que te he visto salir del coche.
Me acerqué un instante a la cristalera que ocupaba casi una
pared entera, y abrí la persiana de lamas.
Cuando me di la vuelta, Amanda tenía la vista fija en el cristal.
—¿Sigues queriendo que la deje abierta?
Se mordió el labio y asintió con la cabeza.
Me senté en la cama.
—Ven aquí.
Cuando estuvo cerca de mí la cogí de la cintura y la puse sobre
mis rodillas, boca abajo. No se lo esperaba y soltó una
exclamación de sorpresa.
Empecé a deslizar la tela del vestido sobre los muslos, poco a
poco, hasta dejar al descubierto su culo pequeño y prieto,
cubierto hasta la mitad de la nalga con unas braguitas de encaje
azul oscuro… dios, me estaba volviendo loco. Tuve que
contenerme para no arrancárselas de golpe, como si fuera un
salvaje.
Levanté la mano y le di una palmada en la nalga derecha,
fuerte, luego otra en la izquierda.
Amanda soltó un pequeño grito de excitación.
Empecé a azotarla con la mano, la palma abierta, las nalgas
volviéndose rojas debajo de mí. Amanda gemía y se retorcía, y no
usó la palabra segura, así que tenía que deducir que estaba
disfrutando.
Llevé mis dedos hasta su entrada y pude comprobar que
estaba húmeda y caliente… Alargué la mano para abrir el cajón de
la mesita y saqué el vibrador que había dejado allí antes.
Masajeé sus nalgas rojas. Luego encendí el consolador, que
empezó a vibrar. Aparté las bragas hacia un lado y empecé a
metérselo desde atrás, poco a poco.
No me costó nada, de lo húmeda que estaba.
—Qué fácil entra… dios, Amanda, estás chorreando. ¿Te
gusta?
—Sí…
—¿Has tenido alguna vez alguno de estos?
—No. ¡Ah!
Le di otra palmada en una nalga, luego en otra, y le metí un
poco más el consolador. No era especialmente grande, pero tenía
la punta curvada para presionar en el sitio justo.
Amanda no solo había estado privada de buen sexo, sino
también de orgasmos, durante demasiado tiempo.
Había llegado el momento de solucionarlo, e iba a empezar
aquella noche. Mi meta particular eran media docena… no había
exagerado cuando le había dicho que íbamos a salir de allí
arrastrándonos.
Empujé el consolador y lo inserté hasta dentro, a la vez que
aumentaba la vibración hasta el máximo
—Deja las piernas juntas, eso es…
Entonces volví a azotarla, esta vez con más fuerza, el ruido de
la palma de mi mano en sus nalgas resonando en la habitación y
mezclándose con sus gemidos… sabía que cada vez que mi mano
conectaba con su culo sus músculos se estrechaban alrededor del
consolador y lo sentía más adentro, el placer aumentaba… No
dejaba de gritar y de gemir, y supe que estaba al borde del
orgasmo, solo necesitaba un empujoncito.
Con una mano seguí metiendo y sacando el consolador,
mientras pasé la otra por debajo y rocé su clítoris.
Solo hizo falta un roce. Se agarró al lateral de la cama, a las
sábanas de raso, gritando.
—¡Paul! ¡Paul!
Fue el único aviso que me dio antes de correrse, un orgasmo
largo e intenso que la dejó desmadejada sobre mis rodillas.
TRECE
A MANDA
—D e rodillas. Ahora.
Estaba desorientada y desmadejada, como si
me acabase de despertar de una siesta de tres horas.
Aún así, obedecí casi sin pensarlo, poniéndome de rodillas
delante de Paul.
Me picaba el culo de los azotes, pero sorprendentemente
habían contribuido al placer…
—No te saques el consolador. Fóllate con él mientras estás de
rodillas, subiendo y bajando.
Dios. Aquello era lo más caliente que había hecho nunca. Y la
noche no había hecho más que empezar…
—Quiero verte. Quítate el vestido. Quiero ver cómo botan tus
tetas mientras me chupas y te metes el consolador hasta el
fondo…
Hice lo que me ordenó. Me saqué el vestido por la cabeza. Ni
siquiera vi dónde había caído, ni me importaba.
Tenía todavía la ropa interior puesta, las bragas apartadas
hacia un lado para que pudiese entrar el consolador. Paul me bajó
las copas del sujetador y me pellizcó los pezones.
—Quítate el sujetador —ordenó.
Eso hice. Luego desabrochó la cremallera de su pantalón. Se
sacó la polla y me la pasó por los labios.
—Chúpame.
No hacía falta que me lo dijese dos veces. Abrí la boca y me la
metí dentro, chupando y succionando a la vez, mientras subía y
bajaba encima del consolador.
Sujeté el consolador con una mano, mientras con la otra
sujetaba la polla de Paul mientras me la metía y sacaba de la
boca, una y otra vez.
P AUL
P AUL
A MANDA
A MANDA
FIN
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
T IRÉ los abrigos de piel encima del sofá, al lado de una de las
mujeres semidesnudas.
Los tres se sobresaltaron.
—No soy tu criada particular —dije, apretando los dientes—.
La siguiente vez que quieras un abrigo, bajas a por él.
Paseé la vista por el grupo con todo el desprecio que pude
reunir en mi mirada.
Luego me di la vuelta y me fui, no sin antes escuchar a una de
las mujeres preguntar en voz alta: “¿Vas a permitir que te hable
así? ¿No decías que eras el dueño?”
Bufé en mi camino hacia la puerta. Encima fardando para
conseguir mujeres.
Patético.
Pero aquello se acababa allí, en aquel momento. No iba a
volver a abandonar mi puesto, no iba a volver a permitir ni una
sola falta de respeto más de parte de Derek o de ninguna de sus
acompañantes.
Iba a hablar con Mark y Paul inmediatamente, e iba a…
Respiré hondo.
Calma.
Calma. No pienses. Me concentré simplemente en cruzar el
club, rechazando las invitaciones de la gente que pensaban que
estaba allí para pasar el rato, como ellos, que no sabían que era
una de las empleadas. No tenían por qué saberlo, por otra parte;
estaba fuera de mi puesto de trabajo y no llevaba ningún tipo de
uniforme, solo mi acostumbrado atuendo de falda tubo hasta la
rodilla negra y camisa de satén color crema.
Llegué al recibidor, relevé al camarero de su tarea, me puse
detrás del mostrador y respiré hondo.
Una vez, dos.
Vale. Pensándolo fríamente, Derek no me había faltado al
respeto. No había sido correcto que me ordenase subir los
abrigos a sus dueñas personalmente, a la planta de arriba, eso sí.
Pero con informarle que eso no era lo adecuado, que no podía
dejar el ropero desatendido y que llevar los abrigos hasta dentro
del club no entraba en las funciones de mi puesto de trabajo, era
suficiente.
Quizás había reaccionado exageradamente.
¿Lo había hecho?
Me dio rabia que Derek siempre tuviese ese efecto en mí, que
siempre acabase dudando de mí misma.
Estaba todavía bufando cuando la puerta que conectaba el
recibidor con el club se abrió de repente y por ella salieron
atropelladamente las dos mujeres de antes, las que hasta hacía
unos minutos estaban ocupadas metiéndole mano a Derek.
Tenían los abrigos a medio poner, una de ellas llevaba las
medias en la mano, y no parecían muy contentas.
La rubia ni siquiera miró en mi dirección, pero la otra —la
morena— cruzó el vestíbulo mirándome intensamente con cara
de odio, hasta que llegaron a la puerta exterior y desaparecieron
por ella.
Levanté las cejas. Eso sí que no me lo esperaba.
¿Qué había pasado?
El asunto empezaba a complicarse.
SIETE
D EREK
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
D EREK
M ONIQUE
N O ERA ASUNTO SUYO . Por mucho que me ardiese la piel cada vez
que se acercaba, por mucho que me faltase el aire cuando
estábamos en la misma habitación, no era asunto suyo.
—No es asunto tuyo, Derek —dije, con la voz ronca.
—No juegues conmigo, Monique.
Tragué saliva. Estaba cerca, demasiado cerca. Pero no podía
apartarle, ni decirle que lo hiciese. Era superior a mí. Aún así,
dije lo que tenía que decir.
—No te debo nada. No somos nada —vi cómo le brillaban los
ojos en la penumbra del ropero—. Y no eres mi dueño.
—¿No?
Las comisuras de los labios se le levantaron en una sonrisa
que no me gustó. Una sonrisa peligrosa.
—Si eso es lo que quieres, de acuerdo. No somos nada, tú no
me debes nada y yo tampoco te debo nada —me soltó el pelo, que
cayó en cascada sobre mis hombros. Aquel día estaba demasiado
cansada hasta para hacerme el moño—. Te digo lo que voy a
hacer entonces, para quitarme de la cabeza al imbécil que te
tiraste ayer: voy a subir arriba, voy a coger a la primera mujer
que me mire dos veces, y la voy a follar hasta que le rechinen los
dientes.
Se separó de mí, y fue entonces cuando vi el bulto en su
pantalón, la erección que había notado presionando contra mi
estómago, y que otra que no era yo iba a disfrutar. Me vio
mirando y su sonrisa se hizo todavía más cruel. Sabía que era eso
lo que iba a hacer. No le conocía mucho todavía, pero una cosa de
la que estaba segura era de que Derek no decía algo si no pensaba
hacerlo.
Desapareció por la puerta del club, y me sentí como si me
hubiese abofeteado.
TRECE
M ONIQUE
D EREK
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
—M onique…
Nos detuvimos delante de la puerta de la
planta de arriba, parados en la penumbra.
Derek había ido a recogerme y habíamos entrado por la puerta
de atrás del club. Tenía la máscara en la mano, apretada, los
nudillos blancos.
—Hay una cosa de la que no hemos hablado —dijo,
acercándome a él, una mano en mi espalda.
Había un montón de cosas de las que no habíamos hablado,
pero bueno. Me quedé esperando a ver a qué se refería.
—Esto… —hizo un gesto incómodo entre él y yo—. Esto no
puede ser más que sexo. Solo sexo, ¿de acuerdo? No busco una
relación.
Me encogí de hombros y le dije la verdad.
—Yo tampoco.
Después de William, lo último que quería era perder más años
siendo la mujer de alguien. Ahora era mi propia mujer.
Lo único que quería era sexo: salvaje, sudoroso, que me dejase
agotada y exhausta, para compensar todos los años que había
estado casada con William.
Y cuando yo me cansase, o lo hiciese Derek, o los dos a la vez,
podríamos seguir nuestro camino tranquilamente. Sin el agobio y
la tensión que había entre nosotros desde que nos habíamos
conocido.
—¿Estás segura? —me miró con escepticismo, como para
asegurarse de que estaba diciendo la verdad.
Elevé los ojos al cielo.
No esperaba que sacase un anillo de compromiso y se
arrodillase allí mismo, en la oscuridad. Por otra parte, tampoco
me imaginaba quedando con Derek para ir al cine y poniéndonos
ciegos a palomitas, la verdad. No sé por qué, pero no lo veía.
Por fin pareció convencerse. Cogió la máscara que tenía
arrugada en la mano y me la puso.
—Monique —me levantó la barbilla con la mano—. Quiero
que disfrutes, quiero que te liberes. Quiero que no pienses en
nada ni en nadie, que no haya nada que no quieras hacer o
probar, ningún límite ni convención esta noche…
Asentí con la cabeza, hipnotizada por su voz susurrante.
—Bienvenida al club —dijo, y abrió la puerta.
M ONIQUE
D EREK
M ONIQUE
M ONIQUE
M ONIQUE
—R etirada, retirada.
Llevé a James mientras bailábamos al otro
extremo del salón. Me miró con el ceño fruncido, mientras se
dejaba llevar.
—¿Es algo bueno o malo? Con esa pinta y la forma en que te
miraba, puede ser una cosa y la contraria…
—Bueno no es… dios, ¿qué hace aquí?
—¿Quién es? —preguntó James con curiosidad.
—Derek Callahan —dije, sin dar más explicaciones.
Levantó las cejas.
—¿Derek Callahan, el dueño de Callahan Inversiones?
Estuve a punto de pararme en seco, pero seguí bailando por
defecto. Años de entrenamiento tenían que servir de algo.
—¿Callahan Inversiones?
—Su empresa. Un grupo de inversión. No me digas que no
sabías que está forrado… ¿De qué le conoces?
Me encogí de hombros, sin dar explicaciones. ¿Qué iba a
decir? ¿Le conozco del club de sexo en el que trabajo, y de
habérmelo tirado dos veces, la segunda en compañía?
Aunque no sé quién se había tirado a quién, la verdad.
Seguramente era al revés.
Empecé a ponerme roja sin poder evitarlo.
James siguió mirando por encima de mi hombro.
—No te preocupes, está con la hija de los McCallister, que
debe tener como veinte años y nada en la cabeza… y estoy seguro
de que le han obligado o algo, porque tienen los dos una pinta de
aburridos que no veas. De hecho, ni siquiera se están dirigiendo
la palabra… bueno, él más que aburrido parece que quisiera
matarme en el acto. Espero que no me espere a la salida…
—¡No mires! ¡No mires!
James me miró, divertido.
—¿Por qué? Es lo más emocionante que ha pasado en toda la
noche… es como volver al instituto.
T ENÍA QUE SALIR DE ALLÍ . Después del baile, me había excusado para
ir al baño y poder componerme un poco.
Derek, allí. Allí, con mis padres y toda la gente que me
conocía. Me había relajado sabiendo que mi exmarido no iba a
acudir a la gala con su nueva mujer, pero no se me había ocurrido
que Derek fuese a estar allí, ni en un millón de años. Aunque si
estaba forrado como James decía, era normal. La gente forrada
gravitaba siempre en los mismos círculos.
Por eso yo me había salido de ellos, porque había dejado de
estar forrada…
Me miré en el espejo del baño, las manos apoyadas en el
mostrador.
Calma. Llevaba allí dos horas, el tiempo suficiente para
excusarme y poder irme. James tampoco tenía pinta de querer
quedarse más tiempo, la verdad. Era un compromiso para los
dos.
¿Qué hacía Derek con aquella chica? Tenía que doblarle la
edad. Una chica de buena familia que solo sabía decir sí, no, y que
había sido educada para darle la razón en todo a su acompañante.
Como yo a su edad.
Quizás era eso lo que Derek buscaba, una debutante de buena
familia, joven e inexperta, para formar la suya propia. Por eso
solo quería sexo conmigo. Por eso nunca íbamos a ir a una gala
como aquella juntos.
Ni a una gala como aquella ni a ninguna otra parte. Solo
escapadas sexuales, nada de relaciones.
Sentí un pinchazo en el costado.
Pero eso era también lo que yo quería, ¿no? Era lo que quería.
No quería una relación. Quería libertad.
Entonces, ¿por qué estaba celosa y me sentía como un chicle
pegado en el zapato de alguien?
Me lavé las manos y salí por la puerta del baño.
Los lavabos estaban fuera del salón de recepciones del hotel, y
había que atravesar un trozo de lobby para volver a la gala.
Allí estaba Derek, solo, apoyado en la pared, las manos en los
bolsillos, esperando tranquilamente.
Tenía que pasar delante de él para volver a entrar al salón. Si
no fuese porque tenía el bolso dentro y tenía que despedirme de
mis padres e irme con James, y coger mi abrigo, habría salido
directamente por la puerta del hotel.
—Buenas noches —dijo, cuando pasé a su lado.
Dios, aquella voz grave. Y el traje, que le quedaba genial,
abrazando sus músculos… el mechón de pelo rebelde que siempre
le caía sobre la frente.
Resistí la tentación de acercarme y colocárselo.
Solo deslicé la mirada hacia su cara.
—Buenas noches —respondí, y me dio rabia que me temblase
la voz.
Se despegó de la pared y me cortó el paso.
Levanté una ceja.
—¿Qué haces?
—¿Quién es? —preguntó él, a su vez.
—¿Quién es quién?
Sonrió con su sonrisa afilada, porque yo sabía exactamente a
quién se refería, y él sabía que lo sabía. Aún así, contestó.
—El tipo con el que bailabas. El tipo con el que has llegado.
Cogí aire y volví a soltarlo. Podía habérselo dicho, pero la
verdad, no era asunto suyo. No quería que hubiese
malentendidos. No tenía derecho a preguntármelo, así que yo
tenía derecho a no responder.
—No es asunto tuyo —dije, y le rodeé para volver al salón.
Me cogió del brazo al pasar.
—¿No es asunto mío? ¿Estás segura?
La voz era suave pero peligrosa. Estaba segura de que en los
negocios era un tiburón, pero a mí no iba a amedrentarme de
aquella forma.
—No, no es asunto tuyo. Así como no es asunto mío la chica
con la que tú has venido —dije, un poco entre dientes.
Derek sonrió, y se le iluminaron los ojos.
—¿Estás celosa?
Me solté de su brazo.
—Tú sueñas —dije, todo lo dignamente que pude, y volví a
entrar al salón, con las carcajadas de Derek de fondo.
Tú sueñas. No podía haber hecho un comentario más pueril.
James tenía razón. Aquello empezaba a parecer el instituto.
VEINTIDÓS
M ONIQUE
M ONIQUE
D EREK
M ONIQUE
D EREK
M ONIQUE
FIN
Aquí termina la historia de Monique y Derek. Pasa la
página para leer La Fantasía (El Club 6), la última historia
de la serie El Club.
6. LA ÚLTIMA FANTASÍA
CHLOE
UNO
C HLOE
FIN
Nina Klein vive en Reading, Reino Unido, con su marido, perro, gato e hijo (no en
orden de importancia).
Nina escribe historias eróticas, romance y fantasía bajo varios pseudónimos.
www.ninakleinauthor.com
ninakleinauthor@gmail.com
No tener pareja el día de San Valentín no era gran cosa, o al menos eso pensaba Maya.
Peor que estar sola era tener que ir a una fiesta de San Valentín en la oficina… la idea
más horrible que se le había ocurrido nunca a nadie.
Pero todavía peor que eso era emborracharse con vino barato, tropezarse con el dueño
de la empresa y dar la peor primera impresión que una podía dar…
¿O no?
Todo lo que pasa en una fiesta de la oficina, se queda en la oficina…
O eso esperaba.
Léelo ya en Amazon (gratis con Kindle Unlimited)
Ex Luna de Miel
Mi matrimonio había durado exactamente cuatro días. Bueno, cinco, si contaba el día
de la boda.
Seguramente haya batido algún récord.
George, mi marido, me había abandonado aquella misma mañana para irse con una
mujer que había conocido durante nuestra luna de miel.
Juro que no me lo estoy inventando. Parece increíble, pero allí estaba, en un resort de
cinco estrellas en Aruba, con once días de luna de miel por delante. Sola.
Rodeada de parejitas felices por todas partes.
Así que decidí emborracharme. ¿Qué otra maldita cosa podía hacer?
Pero lo que no sabía, mientras ahogaba mis penas en mojitos en el bar de la playa, era
que las sorpresas no habían hecho más que empezar…
Léelo ya en Amazon (gratis con Kindle Unlimited)
H ISTORIAS I NDEPENDIENTES
Ex Luna de Miel
Noche de San Valentín
El Regalo de Navidad
Noche de Fin de Año
Game Over
El Profesor, La Tienda (Dos historias eróticas)
Alto Voltaje - Volumen 1 (Recopilación de historias eróticas)
S ERIE “E L C LUB ”
El Club (El Club 1)
Una Noche Más (El Club 2)
Todos Tus Deseos (El Club 3)
Trilogía El Club (El Club 1, 2 y 3)
Llámame Amanda (El Club 4)
No Eres Mi Dueño (El Club 5)