Neville Goddard - Los Doce Discípulos

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Los Doce Discípulos

(Neville Goddard)

“Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para
que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia”. – Mateo 10:1
Los doce discípulos representan las doce cualidades de la mente, las cuales pueden ser
controladas y disciplinadas por el hombre. Si son disciplinadas, obedecerán en todo momento el
mandato de quien las ha disciplinado.
Estas doce cualidades en el hombre son potenciales de cada mente. Indisciplinadas, sus
acciones se parecen más a las acciones de una muchedumbre que a un ejército entrenado y
disciplinado. Todas las tormentas y confusiones que envuelven al hombre pueden ser rastreadas
directamente a estas doce características mal relacionadas de la mente humana en su presente
estado adormecido. Hasta que sean despertadas y disciplinadas, ellas permitirán que cada
rumor y emoción las mueva.
Cuando estas doce son disciplinadas y puestas bajo control, quien logre este control les dirá: “Ya
no los llamaré siervos, sino amigos”. Él sabe que a partir de ese momento cada atributo mental
disciplinado será un amigo y lo protegerá.
Los nombres de las doce cualidades revelan su naturaleza. Estos nombres no se les dan hasta
que son llamados a ser discípulos. Ellos son: Simón, que más tarde fue llamado Pedro, Andrés,
Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el
cananeo y Judas.
La primera cualidad que debe ser llamada y disciplinada es Simón o el atributo de la audición.
Esta facultad, cuando se eleva al nivel de un discípulo, sólo permite que alcancen la conciencia
aquellas impresiones que su oído le ordenó que dejara entrar.
No importa lo que la sabiduría del hombre pueda sugerir o lo que transmiten la evidencia de sus
sentidos, si tales sugerencias e ideas no están de acuerdo con lo que él escucha, él permanece
inmutable. Este ha sido instruido por su Señor y le ha hecho comprender que cada sugerencia
que él permita pasar su puerta, al llegar a su Señor y Maestro (su conciencia), dejará allí su
impresión, cuya impresión debe convertirse con el tiempo en una expresión.

La instrucción a Simón es que él debe permitir que sólo dignas y honorables visitas o
impresiones entren a la casa (conciencia) de su Señor. Ningún error puede ser ocultado o
escondido de su Maestro, porque cada expresión de la vida, le dice a su Señor a quién él
consciente o inconscientemente entretiene.
Cuando Simón por sus obras demuestra ser un discípulo fiel y verdadero, recibe el nombre de
Pedro o la roca, el discípulo inmóvil, el que no puede ser sobornado o coaccionado por ningún
visitante. Él es llamado por su Señor Simón Pedro, el que fielmente escucha las órdenes de su
Señor y no escucha nada más que lo que él ordena.
Es este Simón Pedro quien descubre que el Yo Soy es Cristo, y por su descubrimiento se le dan
las llaves del cielo, y se hace la piedra de fundación, sobre la cual descansa el Templo de Dios.
Los edificios deben tener bases firmes y solo la audición disciplinada puede, al saber que el Yo
Soy es Cristo, permanecer firme e inmutable en el conocimiento de que Yo Soy Cristo y, fuera de
mí, no hay salvador.
La segunda cualidad que debe llamarse al discipulado es Andrés o coraje.  Cuando la primera
cualidad – la fe en uno mismo- es desarrollada, automáticamente llama a ser a su hermano,
coraje. La fe en uno mismo, la cual no pide la ayuda del hombre, sino sola y silenciosamente se
apropia de la conciencia  de la cualidad deseada y – a pesar que la razón o la evidencia de sus
sentidos muestren lo contrario-  continúa fiel, esperando pacientemente en el conocimiento que
su afirmación, aunque invisible, si es sostenida debe realizarse; tal fe desarrolla un coraje y una
fuerza de carácter que están más allá de los sueños del hombre indisciplinado cuya fe está en
las cosas visibles.
La fe del hombre indisciplinado no puede llamarse fe. Porque si se toman de él los ejércitos, las
medicinas o la sabiduría del hombre en las cuales él ha puesto su fe, entonces su fe y coraje se
van con ellos. Pero del hombre disciplinado se podía tomar el mundo entero y, aun así, él se
mantendría fiel sabiendo que el estado de conciencia en el que habita, debe manifestarse a su
debido tiempo. Este coraje es el hermano de Pedro, Andrés, el discípulo que sabe lo que es
atreverse, hacer y guardar silencio.
Los siguientes dos que son llamados también están relacionados. Estos son los hermanos,
Santiago y Juan; Santiago el justo –  el juez justo –  y su hermano Juan, el amado. La justicia
para ser sabia debe ser administrada con amor, siempre volviendo la otra mejilla y en todo
momento devolviendo el bien por el mal, el amor por el odio, la no-violencia por la violencia.
El discípulo Santiago, símbolo de un juicio disciplinado, cuando se eleva al alto cargo de un juez
supremo debe tener los ojos vendados para que no pueda ser influenciado por la carne, ni juzgar
por las apariencias del ser. El juicio disciplinado es administrado por alguien que no está
influenciado por las apariencias. El que ha llamado a estos hermanos al discipulado, continúa fiel
a su mandato a escuchar solamente aquello que se le ha ordenado oír, es decir, el Bien. El
hombre que tiene esta cualidad de su mente disciplinada es incapaz de oír y aceptar como
verdadero – ya sea de sí mismo o de otro- nada que al oírlo no llene su corazón de amor. 

Estos dos discípulos o aspectos de la mente son uno e inseparables cuando se despiertan. Tal
como uno disciplinado, perdona a todos los hombres por ser lo que son. Él sabe, como un juez
sabio, que cada hombre expresa perfectamente aquello que él, como hombre, es consciente de
ser. Él sabe que sobre la base inmutable de la conciencia descansa toda manifestación, que los
cambios de expresión solo pueden producirse a través de cambios de conciencia. 
Sin condena ni crítica, estas cualidades disciplinadas de la mente permiten a todos ser lo que
son.  No obstante, aunque permite esta perfecta libertad de elección para todos, están siempre
atentos para ver que ellos mismos profetizan y hacen -tanto para los demás como para sí
mismos- solo tales cosas que cuando se expresan glorifican, dignifican y dan alegría.
La quinta cualidad llamada al discipulado es Felipe. Este pidió que se le mostrara el Padre. El
hombre despierto sabe que el Padre es el estado de conciencia en el cual el hombre habita, y
que este estado o Padre solo se puede ver como se expresa. Él sabe que él es la semejanza o
imagen perfecta de esa conciencia con la que se identifica. Entonces él declara: “Ningún hombre
ha visto a mi Padre, pero yo, el hijo, que mora en su seno, le he revelado; por eso, cuando me ves
a mí, hijo, ves a mi Padre, porque yo vengo a dar testimonio de mi Padre”. Yo y mi Padre, la
conciencia y su expresión, Dios y el hombre, son uno.
Este aspecto de la mente, cuando es disciplinado, persiste hasta que las ideas, las ambiciones y
los deseos se convierten en realidades manifestadas. Esta es la cualidad que dice “Aun en mi
carne veré a Dios”. Sabe cómo hacer la palabra carne, cómo dar forma a lo sin forma.
El sexto discípulo se llama Bartolomé. Esta cualidad es la facultad imaginativa, cuya cualidad de
la mente cuando despierta, lo distingue de las masas. Una imaginación despierta coloca al que
esta despierto por encima del hombre promedio, dándole la apariencia de un faro de luz en un
mundo de oscuridad. Ninguna cualidad separa tanto al hombre del hombre como lo hace la
imaginación disciplinada. Esta es la separación del trigo de la paja. Aquellos que han dado más a
la sociedad son nuestros artistas, científicos, inventores y otros con vívidas imaginaciones. Si se
realiza una encuesta para determinar la razón por la cual tantos hombres y mujeres
aparentemente educados fracasan en sus años posteriores a la universidad o para determinar la
razón de los diferentes poderes de ganancia de las masas, no habría duda de que la imaginación
jugó un papel importante. Tal encuesta mostraría que la imaginación hace que uno sea un líder,
mientras que la falta de ella, hace que uno sea un seguidor.
En lugar de desarrollar la imaginación del hombre, nuestro sistema educativo muchas veces lo
sofoca tratando poner en la mente del hombre la sabiduría que busca. Le obliga a memorizar una
cantidad de libros que, muy pronto, son refutados por libros posteriores. La educación no se
logra poniendo algo en el hombre; su propósito es sacar del hombre la sabiduría que está latente
en él. Que el lector llame a Bartolomé al discipulado, porque sólo cuando esta cualidad se eleva
al discipulado, tú tendrás la capacidad de concebir ideas que te elevarán más allá de las
limitaciones del hombre.    
El séptimo se llama Tomás. Esta disciplinada cualidad duda o niega cada rumor y sugerencia que
no estén en armonía con lo que Simón Pedro ha ordenado dejar entrar. El hombre que es
consciente de ser sano (no a causa de la salud heredada, las dietas o el clima, sino porque está
despierto y conoce el estado de conciencia en el cual vive) continuará expresando salud, a pesar
de las condiciones del mundo. Él podría oír, a través de la prensa, la radio y los sabios del
mundo, que una plaga está barriendo la tierra y, sin embargo, permanecería inamovible e
inalterable. Tomás, el escéptico – cuando es disciplinado – negará que la enfermedad o cualquier
otra cosa que no está de acuerdo con la conciencia a la cual él pertenece tenga algún poder para
afectarlo.  

Esta cualidad de negación – cuando es disciplinada-  protege al hombre de recibir impresiones


que no están en armonía con su naturaleza. Él adopta una actitud de total indiferencia a todas las
sugerencias que son ajenas a lo que desea expresar. La negación disciplinada no es una lucha o
un esfuerzo, sino una total indiferencia.
Mateo, el octavo, es el regalo de Dios. Esta cualidad de la mente revela los deseos del hombre
como regalo de Dios. El hombre que ha llamado a este discípulo, sabe que cada deseo de su
corazón es un regalo del cielo y que contiene tanto el poder como el plan de su autoexpresión.
Tal hombre nunca cuestiona la manera de su expresión. Él sabe que el plan de expresión nunca
se revela al hombre porque los caminos de Dios son inescrutables. Él acepta completamente sus
deseos como regalos ya recibidos y sigue su camino en paz confiando en que aparecerán.
El noveno discípulo se llama Santiago el hijo de Alfeo. Esta es la cualidad de discernimiento. Una
mente clara y ordenada es la voz que llama a este discípulo a ser. Esta facultad percibe aquello
que no es revelado a los ojos del hombre. Este discípulo no juzga por las apariencias, ya que
tiene la capacidad de funcionar en el reino de las causas y, por lo tanto, nunca es engañado por
las apariencias.
La clarividencia es la facultad que se despierta cuando esta cualidad se desarrolla y se
disciplina, no la clarividencia de las salas de sesiones espiritistas, sino la verdadera clarividencia
o clara visión del místico. Es decir, este aspecto de la mente tiene la capacidad de interpretar lo
que se ve. El discernimiento o la capacidad de diagnosticar es la cualidad de Santiago, el hijo de
Alfeo.
Tadeo, el décimo, es el discípulo de la alabanza, una cualidad que el hombre indisciplinado
lamentablemente carece. Cuando esta cualidad de alabanza y acción de gracias está despierta
en el hombre, él camina siempre con las palabras “Gracias, Padre”, en sus labios. Él sabe que su
agradecimiento por las cosas que no se ven, abre las ventanas del cielo y permite que sean
derramados sobre él, regalos más allá de su capacidad de recibir.
El hombre que no está agradecido por las cosas recibidas probablemente no recibirá muchos
regalos de la misma fuente. Hasta que esta cualidad de la mente sea disciplinada, el hombre no
verá el desierto florecer la rosa. La alabanza y la acción de gracia, son a los regalos invisibles de
Dios (los deseos de uno) lo que la lluvia y el sol son para las semillas invisibles en el seno de la
tierra.
La undécima cualidad llamada es Simón el Cananeo. Una frase clave para este discípulo es
“escuchar buenas noticias”. Simón de Canaán, o Simón de la tierra de leche y miel, cuando es
llamado al discipulado, es una prueba de que quien llama a esta facultad se ha vuelto consciente
de la vida abundante. Él puede decir con el salmista David: “Preparas una mesa delante de mí en
presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando”. Este
aspecto de la mente disciplinado es incapaz de escuchar algo diferente a las buenas nuevas, por
lo tanto, está bien calificado para predicar el Evangelio o la buena nueva.
La duodécima y última de las cualidades disciplinadas de la mente se llama Judas. Cuando esta
cualidad está despierta, el hombre sabe que debe morir a lo que era, antes de poder llegar a ser
lo que desea ser. Entonces se dice de este discípulo que se suicidó, lo cual es la manera mística
de decirle a los iniciados que Judas es el aspecto del desapego disciplinado. Este sabe que su
Yo Soy o conciencia es su salvador, por lo que deja ir a todos los demás salvadores. Esta
cualidad, cuando es disciplinada, le da a uno la fuerza para soltarse.  
El hombre que ha llamado a Judas a la existencia, ha aprendido a sacar su atención de los
problemas o limitaciones y colocarla en lo que es la solución o salvador. “A menos que nazcas de
nuevo, no puedes entrar de ninguna manera en el Reino de los Cielos”. “No hay amor mayor que
este, que da su vida por un amigo”. Cuando el hombre se da cuenta de que la cualidad deseada,
si se realiza, lo salvaría y sería su amigo, él voluntariamente renuncia a su vida (presente
concepto de sí mismo) por su amigo al separar su conciencia de aquello de lo que es consciente
de ser y asumir la conciencia de aquello que él desea ser.
Judas, aquel a quien el mundo en su ignorancia ha ennegrecido, cuando el hombre se despierta
de su estado indisciplinado, es colocado en lo alto porque Dios es amor y no hay mayor amor
para un hombre que este, que entregue su vida por un amigo. Hasta que el hombre deje ir lo que
ahora es consciente de ser, no se convertirá en lo que desea ser; y Judas es quien logra esto a
través del suicidio o separación.
Estas son las doce cualidades que le fueron dadas al hombre en la fundación del mundo. El
deber del hombre es elevarlas al nivel de discipulado. Cuando esto se haya cumplido, el hombre
dirá: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste por hiciera. Ahora pues,
Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuera”.

También podría gustarte