CARPE DIEM - Corregido
CARPE DIEM - Corregido
CARPE DIEM - Corregido
Esta vez se despertó sin mirar el reloj de mesa, no encendió la radio y un largo
bostezo acompañó el estiramiento de sus brazos. Todos los días debieran ser
como los domingos, se dijo, mientras ajustaba la bata levantadora a su cintura
cuya talla empezaba a preocuparlo. Sin pasar por la ducha se metió en la
pantaloneta, calzó unos tenis y bebió tres sorbos del jugo de naranja que recién
preparó. De salida agarró cualquier dinero y la camiseta deportiva mientras
sonaba el timbre del teléfono. No alcanzó ni quiso contestar.
Retiró el sudor de su frente con el dorso de la mano y fue cuando miró el reloj
electrónico que marcaba las 11. Diablos! Había trotado mucho o se había
levantado muy tarde. De una u otra forma, no importaba. Esta vez no balbuceó.
Lo dijo a todo pecho: EL DOMINGO ES MÍO Y PIENSO DISFRUTARLO MÁS
QUE NUNCA. La pareja de ancianos lo escuchó. Ambos sonrieron
maliciosamente encogiendo los hombros. Estaba loco, gritando a voz en cuello
y aparte de eso creyéndose en domingo.