CARPE DIEM - Corregido

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CARPE DIEM

Esta vez se despertó sin mirar el reloj de mesa, no encendió la radio y un largo
bostezo acompañó el estiramiento de sus brazos. Todos los días debieran ser
como los domingos, se dijo, mientras ajustaba la bata levantadora a su cintura
cuya talla empezaba a preocuparlo. Sin pasar por la ducha se metió en la
pantaloneta, calzó unos tenis y bebió tres sorbos del jugo de naranja que recién
preparó. De salida agarró cualquier dinero y la camiseta deportiva mientras
sonaba el timbre del teléfono. No alcanzó ni quiso contestar.

En unas cuadras logró la pista que rodea al estadio y lo sorprendió gratamente


que en este domingo no hubiera mucha gente haciendo deporte. Caminó, luego
trotó y su entusiasmo le impidió calcular cuánto espacio había recorrido hoy. Se
sintió fresco, vital y una vez más se burló en voz baja de su médico: “Dos
meses de vida. Medicina en pañales”. El diagnóstico había sido severo. El
tumor cerebral andaba en pleno crecimiento y aparte de las cefaleas, los
vómitos y la visión doble, podía generar pérdidas esporádicas de la memoria.
La intervención quirúrgica era de alto riesgo y el paciente se resistía. Voy a vivir
cada día como si fuera el último, se había dicho hace ya cuatro meses. Se
había aferrado a la vida y a pesar de los violentos síntomas, no desfallecía en
su deseo de vivir, y de vivir feliz. En contra de las indicaciones médicas y de los
deseos de su familia, vivía solo; algunas veces salía de copas con amigos,
disfrutaba de la música, de la lectura, lo mismo que de las mujeres y de las
tertulias. No faltaba a su trabajo porque le gustaba lo que hacía: diseño gráfico
publicitario. El mejor diseñador para la mejor empresa de la ciudad.
Probablemente, el uso excesivo del computador genera trastornos de tipo
cerebral.

Retiró el sudor de su frente con el dorso de la mano y fue cuando miró el reloj
electrónico que marcaba las 11. Diablos! Había trotado mucho o se había
levantado muy tarde. De una u otra forma, no importaba. Esta vez no balbuceó.
Lo dijo a todo pecho: EL DOMINGO ES MÍO Y PIENSO DISFRUTARLO MÁS
QUE NUNCA. La pareja de ancianos lo escuchó. Ambos sonrieron
maliciosamente encogiendo los hombros. Estaba loco, gritando a voz en cuello
y aparte de eso creyéndose en domingo.

De camino a casa desayunó con ensalada de frutas, saltó como un niño


evitando las líneas divisorias de la acera, lanzó dos o tres piropos a las
colegialas sin percatarse siquiera de que llevaban uniforme este domingo. Las
tiendas y legumbrerías tenían productos frescos, las peluquerías estaban
abiertas y también aquel puesto que vende la lotería donde compró otra vez el
número favorito. Con la misma euforia abrió su puerta. En el interior se
escuchaba insistente el timbre del teléfono. ¿Aló?. Qué le pasó Jaime, por qué
no vino hoy a trabajar?, Recuerde que hoy es lunes y teníamos reunión a las
ocho de la mañana.

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