Teatro Índigena
Teatro Índigena
Teatro Índigena
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A partir del teatro indígena, se exploran las razones por las cuales el relativismo
no ha alcanzado un poder absoluto, pese a ser la ideología dominante en la época
moderna. Se revisan los argumentos que han servido para contrarrestar peso a la
influencia del relativismo en las interpretaciones sobre el teatro y el arte. Lo que
se busca es motivar a la reflexión más que dar respuestas concluyentes, se exami-
nan tan sólo algunos pasajes relevantes de la historia del teatro indígena contem-
poráneo, las categorías que tanto académicos como gente del común han em-
pleado para designarlo, los criterios con los cuales se le ha evaluado; se evocan
experiencias significativas del teatro universal, haciendo ver cómo la definición
o la valoración del teatro es intrínseca a la concepción que se tiene del Otro.
L
ludable a la interpretación y a la apreciación de las prácticas
escénicas de otros pueblos, pues nos ha mantenido alertas
sobre los errores en que incurrimos al querer evaluarlas
usando la vara de medida de nuestra cultura. El énfasis en lo que el tea-
tro, el ritual, las fiestas de pueblos alejados tienen de especial, la exalta-
ción de sus aspectos particulares y de lo que hay en ellos de irreductible
respecto de los nuestros, se revelan argumentos con gran poder de per-
suasión. Pese a ello, el relativismo no ha logrado conquistar un poder
absoluto. En este ensayo me propongo explorar las razones de la per-
sistencia, en la época actual en que parecen predominar más bien las
*elizabeth.araiza@colmich.edu.mx
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Algunas precisiones
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Horcasitas (1974), uno de los primeros antropólogos que estudió y otorgó relevan-
cia a este teatro, sugirió la expresión “farsas pueblerinas de la época moderna”, estable-
ciendo así una distinción respecto de otros “dramas” que surgieron a partir del siglo XVI,
como el teatro de evangelización, pero también respecto de lo que él llamó “farsas anti-
guas” (entre 1100 y 1500). Este autor pensaba elaborar una obra dedicada al teatro indí-
gena contemporáneo, la vida no le alcanzó para hacerlo. Al teatro indígena contemporá-
neo se le ha designado también con otros términos con tal de resaltar sus particularidades,
ya sea étnicas como en “Teatro de Indios” (véase SEP 1927, 1928, 1933; Usigli 1996; Maga-
ña Esquivel 2000) o bien locales como en “Teatro Regional de Teotihuacan” o “Teatro
Regional de Paracho” –sobre todo durante los años 1920-1930–. A partir de la década de
1980 se emplea el término Teatro Comunitario e Indígena (véase Frischman 1990, 1995;
Adame 2006).
Concepto desarrollado por el dramaturgo y ensayista ruso Evreinov en 1908, para
indicar la necesidad de volver a ligar el teatro con la vida, pensar que hay un instinto, un
principio trascendental que se extiende más allá de la escena teatral a la vida cotidiana y
a la humanidad entera (véase Fernández 2009). Sin embargo, ha provocado más resonan-
cias el sentido que le dio el poeta y dramaturgo Artaud (2005 [1938]), en respuesta crítica
al teatro europeo y en general al teatro occidental, por privilegiar la expresión verbal, el
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Todo intento de definir lo que es el teatro –así como lo que es el ritual– está conde-
nado al fracaso, puesto que –como señala Díaz Cruz (1998), respecto del ritual– en el
momento mismo de enunciarse la definición se anula a sí misma. Ante esta dificultad he
adoptado una estrategia metodológica que privilegia la acción y el aspecto de organiza-
ción social y la intencionalidad de los participantes. Constato de este modo que el teatro
indígena implica la formación de un grupo de personas –al modo de una compañía tea-
tral– pertenecientes a un grupo étnico, que permanecen unidas durante un largo periodo
de tiempo –más allá del ciclo festivo anual– con la intención primera de crear obras de
teatro, con temas y contenidos variados, para presentarlas en una variedad de contextos
de recepción y no nada más durante una fiesta anual. De este modo, es posible identificar
la distinción respecto de otras prácticas escénicas, por ejemplo, las Pastorelas o los Colo-
quios, en los que las personas que los realizan –convocadas por los cargueros en turno–
permanecen unidas con la finalidad de interpretar un papel, solamente durante el tiempo
que duren los ensayos y la función. La representación en este caso tiene lugar una sola
vez con esos mismos actores.
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clase media, intelectuales o turistas, sino que son en mayoría los indíge-
nas mismos.
En lo que respecta a la dramaturgia, que puede ser tanto de creación
colectiva cuanto de autor individual, permanece en la mayoría de los
casos en el registro de la oralidad. Sin embargo, cada vez es más frecuen-
te la transcripción por escrito de los guiones que pueden resultar ya sea
de ejercicios de improvisación sobre el escenario o de la imaginación de
un solo autor. La dramaturgia de factura indígena se ha vuelto accesible
a amplios sectores de la sociedad nacional e internacional, gracias a la
publicación de libros y revistas de amplia circulación. Asistimos, sobre
todo a partir de la década de 1990 a una extensa difusión de textos conoci
dos como “teatro y literatura indígena”. Editoriales grandes y poderosas
empezaron a incluir a la literatura indígena entre sus colecciones. Cabe
destacar tan sólo el caso de la Editorial Diana que creó una colección
dedicada a la literatura y al teatro indígena, en edición bilingüe, en espa-
ñol y en lengua vernácula. A partir de esta misma década y gracias a la
difusión de las obras teatrales primero en el formato de video y luego a
través del internet, empezaron a resaltar figuras que se volvieron cele-
bres en el nivel local, nacional e incluso internacional, como por ejemplo
Isabel Juárez Espinosa (1994), artista tzeltal; Carlos Armando Dzul Ek
(1992) y Feliciano Sánchez Chan (1994), artistas maya yucatecos; y dra
maturgos zapotecos como Javier Castellanos (1991).
Para responder a la expectativa de un público entusiasta y receptivo,
los artistas tienen que elaborar continuamente nuevas obras. Es raro de
hecho que una “comedia” se presente dos veces consecutivas en el mis-
mo pueblo. El repertorio del teatro indígena se renueva constantemente
gracias a la invitación que reciben los integrantes del grupo para partici-
El caso de San Miguel Cajonos, pueblo zapoteco situado en la sierra norte de Oaxa-
ca, es una excepción a esta regla. El repertorio que consta de unas 15 obras que tratan
esencialmente temas sociales, bajo un registro claramente humorístico, no ha cambiado
desde hace por lo menos cincuenta años. Los sanmigueleños cuentan de la existencia de
una libreta, que sólo es accesible al encargado de dirigir este teatro, en la cual están escri-
tas las obras que se presentan año con año durante la fiesta patronal. No está permitido
incluir nuevas obras. El encargado debe respetar dicho repertorio, aunque se acepta un
margen de maniobra en la creación, sobre todo en el estilo particular de la actuación de
los participantes en turno (véase Araiza 2003).
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En este punto destaca nuevamente el caso de San Miguel Cajonos. Si el teatro es
parte constitutiva del sistema festivo de este poblado, se debe a un largo proceso cuyo
inicio remonta a la década de 1920. La actividad teatral es iniciación al sistema de cargos,
en este sentido cumple una función ritual. Uno de los requisitos para ocupar el primero
de los cargos (el de topil) es que los jóvenes aspirantes se ejerciten como actores en, al
menos, una de las obras teatrales que se presentan durante la fiesta principal. Con su
desempeño en el teatro, con su interpretación de un personaje, los jóvenes sanmiguele-
ños están demostrando ser capaces de ocupar un cargo y estar listos para hacerlo.
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Sin embargo, no estamos de acuerdo con su tesis [de Garibay] que consi-
dera las representaciones prehispánicas como representaciones teatrales,
tal como lo ha hecho Garcidueñas y, más tarde, Sten quienes siguiendo
los pasos de Garibay, encuentran una similitud escénica entre los rituales
prehispánicos y el teatro europeo. Respecto de los que ha sido visto an-
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diferencias de detalle que son muchas veces significativas para los parti-
cipantes (Goody 2003, 114).
Así, la concepción universal del teatro exige una condición: que ritual
y teatro sean tratados como realidades intercambiables, que no se esta-
blezca diferencia alguna entre ellos, en consecuencia que se privilegie el
punto de vista del observador externo. En esta misma tesitura se situa-
ron muchas de las interpretaciones sobre el teatro indígena a partir de la
década de 1980, puesto que pretendían restituir el punto de vista de los
participantes, pero no hicieron sino proyectar sobre los indígenas su pro-
pia concepción universal del teatro. Ésta se pone de manifiesto, según las
versiones más moderadas, en el hecho de que los indígenas no estable-
cen distinción entre sus prácticas, no utilizan palabras distintas para
teatro, danza, ceremonia (Stage Noel 1985). La lógica de razonamiento
en que se fundamentaban las versiones más radicales, quedó expuesta
por Germán Meyer, quien fuera promotor del teatro en el medio rural,
miembro activo de teatro CONASUPO y de Arte Escénico Popular:
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maturgo mexicano Luis de Tavira (1999), “si todo es teatro nada es tea-
tro”. En cuanto a la primera interpretación basta con una revisión
etnográfica, para constatar que los indígenas tienden más bien a distin-
guir sus prácticas escénicas otorgando nombres específicos para cada
una, es decir que perciben diferencias de detalle entre ritual y teatro,
entre el mundo que está en representación y el mundo que se vive. Co-
bra sentido, quizá de manera más contundente, la crítica que Goody
(2003) dirigió hacia quienes como Turner y Schechner afirman que no
hay criterios que sean de validez general para distinguir entre teatro y
ritual. Contra la postura relativista de aquéllos, éste sostiene que el crite-
rio para distinguir entre ritual y teatro se funda en lo siguiente: el teatro
se asocia –desde la perspectiva de los participantes mismos– con la di-
versión, el juego, el ocio, mientras que el ritual procede del trabajo, como
bien indica el título del libro de Firth, The word of Gods (Goody 2003,
116). Turner ha cuestionado la validez general de este criterio argumen-
tando que la noción de diversión o de ocio como opuesta al trabajo no
puede aplicarse a las sociedades tribales, dado que éstas no han experi-
mentado un proceso de división del trabajo comparable al de las socie-
dades industrializadas. En su programa de investigaciones que apunta
a dar cuenta de los fenómenos de puesta en escena en una variedad de
sociedades en diferentes etapas de su historia, Turner y Schechner optan
mejor por englobar teatro y ritual así como deporte y juego, ceremonias
sagradas o profanas, en el rubro general de performance. Una opción
que a decir de Goody resulta insostenible, fundamentada con argumen-
tos plagados de debilidades, precisamente por no establecer criterios
precisos, como no sea el concepto fluctuante e impreciso de cultura; los
performances entendidos como expresión de la cultura de una sociedad.
Lo que observa Goody, es que el teatro ha suscitado reacciones de recha-
zo, en una variedad de sociedades a lo largo de su historia, mientras que
el ritual por lo general ha sido aceptado. Si no se tienen criterios para
Este criterio se puede, en cierto modo, aplicar también al contexto indígena mexica-
no. Sin embargo, solamente forzando mucho se puede afirmar que es válido para todos
los rituales en todos los poblados indígenas. La ch’anantskua obliga a relativizar, pues es
un ritual que para los p’urhépecha es juego, simulacro, diversión, aunque pueda ser
también para los dioses, pero difícilmente es percibida como un equivalente del teatro
indígena (véase Araiza, en prensa a).
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Periodo en que más probablemente se puede situar el surgimiento del Teatro Indíge-
na Contemporáneo, con el gran impulso que le dio el antropólogo Gamio al fundar el
Teatro Regional de Teotihuacán, el cual a su vez hizo emerger, cuando pasó a la Casa del
Estudiante Indígena, experiencias innovadoras como el Teatro Sintético, prototipo del Tea-
tro Mexicano del Murciélago –quizá el primer teatro de vanguardia en México bajo la di-
rección de Luis Quintanilla–. Además del impulso que, por su lado, le dio Vasconcelos con
numerosas experiencias del Teatro de las Misiones Culturales en el medio indígena, entre
las cuales destaca el Teatro Regional de Paracho (al respecto véase Araiza, en prensa b).
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Téngase en cuenta el siguiente testimonio de la época: “En la actualidad existen
teatros al aire libre prácticamente en todos los pueblos de la República. Se trata de teatros
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ron de modo particular por su impacto social y estético –no sólo a nivel
local, sino nacional– tres experiencias: El Teatro Regional de Teotihuacán,
El Teatro de las Misiones Culturales y el Teatro de la Casa del Estudiante
Indígena (Araiza, en prensa b). Estas experiencias se originaron a inicia-
tiva de dos de las grandes figuras del indigenismo en México: el antro-
pólogo Gamio y el filósofo y primer secretario de educación Vasconce-
los. El discurso y la práctica de ellos revelan una asombrosa complejidad,
así como cambios constantes, sería por tanto un desatino tacharlos sim-
plemente de relativistas o de absolutistas. El discurso de ambos autores
evidencia la influencia de las ideas del romanticismo alemán: la defensa
del subjetivismo, es decir, el énfasis en el significado subjetivo restringi-
do a una unidad cultural determinada; la idea de que el espíritu o el ca-
rácter auténtico del pueblo indígena está plasmado en las manifestacio-
nes verbales y artísticas, que son la verdadera sabiduría. No obstante,
las declaraciones de Vasconcelos respecto del teatro revelaban más bien
ideas absolutistas. Sostenía por ejemplo que el teatro indígena y el teatro
mexicano en general debía inspirarse de los modelos más logrados del
teatro europeo y principalmente del teatro griego. Incitaba a los briga-
distas de las Misiones Culturales para que sustrajeran de las ceremonias,
rituales, juegos y divertimentos en general de los indígenas, lo que toda-
vía tienen de “vulgaridad y mal gusto” (Fell 1980; Calderón 2006).
Gamio, por su parte, en algunas de sus declaraciones, parecía colo-
carse en la posición de un racionalismo utilitario y absolutista, pues pro-
pugnaba por un mejoramiento de las condiciones de vida del indígena,
por un progreso técnico y material, pero también intelectual. Lo que le
preocupaba más que nada es que los indígenas alcanzaran un profundo
conocimiento de sí mismos, para de este modo integrarse a la nación.
construidos por los indios mismos bajo la inspección de los maestros rurales, y en ellos, a
más de piezas de divertimento, se presentan obras de propaganda antialcohólica y mo-
ral, pregones animados de los beneficios de la Revolución y de la necesidad del trabajo y
del amor entre los campesinos. También en este caso, fuera de las obras de tema ordena-
do con fines educativos se excita a los indios no sólo a representar, sino a componer pie-
zas en sus propios dialectos y en español, para lo cual se convoca a concursos, y se pre-
tende que el entusiasmo que ponen en ellas es paralelo sólo al que desplegaron sus
antepasados en la época de iniciación del teatro religioso. Aprovechan como entonces sus
sentidos artístico, rítmico y simbolista” (Usigli 1996, 164-165).
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De acuerdo con Gamio, la peculiaridad de la expresión artística del indígena pro-
viene del contacto permanente con la fastuosa naturaleza, es ésta la que provoca en él
una fuerte emoción estética, los inagotables motivos de belleza son su principal fuente de
inspiración. Si la emoción estética de los indígenas es más intensa, positiva y espontánea
que la que poseen blancos y mestizos del medio urbano, se debe, según Gamio, funda-
mentalmente a tres factores: “primero, prolongada permanencia y adaptación en el me-
dio geográfico y social; segundo, religión; y tercero, transmisión sucesiva e ininterrumpi-
da de conceptos e interpretaciones artísticas” (Gamio, ahsep, Fondo sep, Caja 6/9: 24).
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En una nota periodística (SEP 1927, 89) se resume el discurso del se-
ñor presidente, en que enfatiza los logros de este proyecto gubernamen-
tal, pues en poco tiempo logró hacer que unos indios que llegaron con
cabellos largos y casi desnudos a la Casa del Estudiante Indígena, apren-
dieran una infinidad de actividades productivas, culturales y recreati-
vas, entre ellas el teatro. El general Calles quedó maravillado por la re-
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No todos los sectores de la sociedad compartían tal punto de vista, expresiones de
rechazo e incluso claramente racistas se hacían patentes desatando una acalorada dispu-
ta por o contra la redención del indio. Véanse los artículos de prensa “Muera el indio”, así
como “Indianofilos e indianofobos”, del periodista Júbilo en donde documenta la opi-
nión de varios actores de la sociedad en aquella época. (SEP 1927, 89-91), baste citar una de
estas opiniones: “En cuanto a los indios, es preciso dejarlos en su ignorancia y en su vida
de fieras […] Exterminemos de una vez al indio. Los capitalistas y los Estados Unidos nos
aplaudirían calurosamente”.
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Relativismo lingüístico
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La hipótesis elaborada por estos autores, alrededor de las décadas de 1920 y 1930,
influenció en gran medida una de las variantes del relativismo cultural que es el relativis-
mo lingüístico. Esta hipótesis fue formulada de este modo “distintos sistemas lingüísti-
cos condicionan distintos tipos de percepciones”. De acuerdo con Sebreli, en su lectura
crítica de esta versión del relativismo: “la idea de incomunicación de las culturas por las
barreras lingüísticas, como pretenden Sapir y Whorf es insostenible si reconocemos el
origen común de las lenguas (Sebreli 1991, 37)”.
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Sebreli resume la lógica de razonamiento de este autor así: “puesto que enunciamos
juicios usando categorías que son propias de nuestra cultura, no podemos juzgar una
cultura distinta de la nuestra que es diferente por el hecho de tener categorías propias,
sobre la base de las cuales solamente puede ser comprendida y evaluada (op. cit. 45)”.
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Nacido en 1925, en Londres, fundó en 1970 el Centro Internacional de Investigacio-
nes del Teatro, en París.
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Esta búsqueda de formas de comunicación no condicionadas a la lengua, a la cul-
tura o a la raza, se fundamentaba en la idea de que se puede comunicar con “lo que el
cuerpo es capaz de asumir, en silencio, a través del gesto, mediante el sonido puro (Brook
1973, 64)”.
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Apéndice
Foto 2. Actores originarios de Paracho interpretan escenas de la vida cotidiana: los ofi-
cios propios de este poblado. Se trata probablemente de una de las obras del repertorio
del Teatro Regional de Paracho, aproximadamente 1921. Aparece la Sra. María Caro
Cardiel a quien todos recuerdan por la calidad de su actuación en ésta y en tantas otras
obras teatrales. Fuente: foto del archivo particular de la familia Amezcua Gómez.
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Foto 4. Uno de los tres cuadros de la obra intitulada “Un casamiento: ensayo de teatro
de acción con costumbres indígenas” que se presentó durante celebración del Primer
Aniversario de la Casa del Estudiante Indígena, en la ciudad de México, 1927. Fuente:
foto, SEP, 1927, 89.
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Foto 5. El último de los tres cuadros de que se conformó la obra “Un casamiento: ensa-
yo de teatro de acción con costumbres indígenas”, Casa del Estudiante Indígena, ciu-
dad de México, 1927. Al parecer los actores que interpretaron estos cuadros eran origi-
narios de Paracho. Si esto es correcto, resulta sorprendente la presencia de aspectos
formales similares (escenografía, estilo de la actuación, estructura del guión) en obras
teatrales que posteriormente fueron realizadas en Paracho y en otros poblados purépe-
chas. Fuente: foto, SEP, 1927, 88.
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