Rara Avis: Gaspar Chaverra (Lucrecio Vélez Barrientos)

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gaspar chaverra

(lucrecio vélez barrientos)

rara avis
Novela (1911)
gaspar chaverra
(lucrecio vélez barrientos)

rara avis
Novela (1911)

medellín - colombia, 2020


Chaverra, Gaspar, 1850-1925
Rara avis / Gaspar Chaverra. – Medellín: Editorial Eafit, 2020
196 p.; 21 cm. -- (Colección Rescates)
Originalmente publicada: Medellín: Librería Restrepo, 1911
ISBN 978-958-720-656-2
ISBN: 978-958-720-657-9 (versión epub)
1. Novela colombiana. I.Tít. II. Serie.
C861 cd 23 ed.
C512
Universidad Eafit – Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

rara avis
Primera edición: Medellín MCMXI (1911)
Editado por Librería Restrepo-Medellín

colección rescates
Primera edición en la colección Rescates
© gaspar chaverra (lucrecio vélez barrientos)
© editorial eafit
49 No. 7 sur - 50 tel. 261 95 23, medellín
carrera
http://www.eafit.edu.co/fondoeditorial
Correo electrónico: fonedit@eafit.edu.co
editora:
Claudia Ivonne Giraldo G.
corrector de prueba: Cristian Suárez Giraldo
diseño de colección: Alina Giraldo Yepes
ilustración carátula y guardas: Alejandro García

isbn : 978-958-720-656-2
isbn : 978-958-720-657-9 (versión epub)

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad. Decreto


Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia.
Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la
Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación
Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158, emitida el 13 de febrero de 2018.
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio
o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial.
Nota de la editora

Publicada por primera vez en 1911, Rara Avis conserva la actua-


lidad y vigencia suficientes para que el público, más de cien años
después, reconozca en ella la profunda preocupación de su autor
por eso que llamamos “el alma humana”, esa suma de alturas y
bajezas que develan los personajes que le dan vida a la trama. Si
en ese aspecto es actual, en cambio nos retrata a una Medellín
que ya no está, que se fue definitivamente y que solo la fotografía
o la literatura de buena raigambre logran revivir para hacernos
pasar una rica temporada en el pasado. Con la ciudad nos regresa
a las costumbres de las gentes que vivían en este pueblo grande,
sus intereses, preocupaciones y modos de entender el mundo.
Esta novela de asunto, al parecer intrascendental −las intri-
gas y conspiraciones de los parientes lejanos de un rico solterón
para hacerse con su herencia, para demostrarle al viejo enfermo,
por medio de zalamerías y falsos afectos, que son merecedores
de ella−, logra, según advierte Jorge Alberto Naranjo, tener al
lector pendiente de la trama y sostener el interés hasta el final,
como toda buena novela de intriga.
El lenguaje que utiliza Lucrecio Vélez Barrientos, o Gaspar
Chaverra, ya para la fecha de su publicación se “siente” inten-
cionalmente arcaico. Expresiones en latín “provenientes del de-

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recho romano casi todas”, según Jorge Alberto, y otras palabras
y expresiones que estuvieron en uso a comienzos del siglo xix,
hacen pensar que el autor de Rara avis “añorara” el pasado que
queda atrás, una nostalgia por el tiempo en que fuimos también
la España colonial, que se percibe como mejor, más noble y se-
guro. De esa nostalgia habla la descripción de la vieja hacienda,
Palenque, en donde vive don Luis Benavides en compañía de una
pareja de negros libertos, que son sus únicos afectos y que lo
quieren como a un amo, como a un padre y un poco más.
Parientes mezquinos y modernidades que empiezan a con-
fundir las ideas de las gentes de la apacible ciudad son el argu-
mento sobre el que apuntala el autor su crítica social y religiosa,
su defensa de unos profundos valores cristianos sin mojigate­-
rías y falsedades, de los que la riqueza y corrección del lenguaje
empleado dan cuenta.
Esa riqueza léxica, que en principio puede ser un impedimen-
to para que los lectores contemporáneos comprendan la trama
y el argumento, es uno de los grandes tesoros de la novela de
Chaverra. Creemos, como Jorge Alberto Naranjo, que el autor
se encargó en cada caso de contextualizar las palabras “raras” y,
por tanto, nuestra decisión fue no agregar un vocabulario al fi­
nal del libro a fin de “facilitarles” la lectura a quienes enfrenten
este delicioso revivir de nuestro pasado, pese a ser tan actual, tan
presente.
Esperamos que esta rara ave de nuestra literatura y ese per­
sonaje entrañable, don Luis Benavides −a pesar de no hablar
casi en la novela−, sigan demostrando las razones por las que
nuestra literatura pasada debe ser rescatada del olvido, como se
resca­ta una historia familiar largamente añorada. Una filiación
que nos haga comprendernos, conocernos y, por qué no, con luces
y sombras, enorgullecernos.

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Presentación

Lucrecio Vélez Barrientos, Gaspar Chaverra (Bello, 4 de febre-


ro de 1850 – Medellín, 15 de noviembre de 1925) está en el
Museo Cementerio San Pedro de Medellín: en su tumba, so-
lemne, bella y lánguida como muchas en su época, una mujer
se arrodilla mientras se apoya con sus codos en la mesa del
mausoleo, y con sus manos en oración se dirige a un Cristo
crucificado que tiene en frente. Entre sus vecinos cercanos y
lejanos están Jorge Isaacs, Manuel Uribe Ángel, María Cano,
Juan José Botero, Efe Gómez, Ciro Mendía, Fidel Cano, César
Uribe Piedrahíta, y Epifanio Mejía (por lo menos hasta el año
2000, cuando sus restos fueron trasladados a Yarumal, su tie-
rra natal). Quizás para muchos lectores represente poco o sea
indiferente alguna de estas tumbas; y prefieran, mejor, abrazar
la presencia viva de las obras. Para otros, por qué no, en estas
tumbas permanece parte de la memoria literaria de una cultura y
un territorio. La muerte y sus monumentos nunca se han redu-
cido a una mirada; al contrario, así como cada persona es una
vida, también es una muerte, y a nuestros ojos revive y remuere
el mundo cada vez.
Si redujéramos nuestras lecturas a eso que los cánones li-
terarios denominan “grandes” o “mayores” escritores, entonces

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mucha de la literatura se silenciaría sin remedio. Pues, para se-
guir con los opuestos, si dejáramos de lado a los “pequeños” o
“menores” autores sucedería que tendríamos solo ante nosotros
las “cimas”, los “picos”. Nuestra realidad de lecturas estaría he-
cha de “alturas”, de “resplandores”; y entre tantas alturas y res­-
plandores, quizás de algunos “mareos” y “encandilamientos”.
Esos pequeños o menores, a nuestro parecer, son el camino a esas
alturas. Son raíz y estructura de tradición. Y eso es lo que sustenta
esta Colección Rescates, y este nuevo volumen dedicado a la
reedición de Rara Avis (1911) de Gaspar Chaverra.
Junto a ese narrador cimero que es Tomás Carrasquilla,
hay en la primera mitad del siglo xx en Antioquia importantísi­-
mos creadores de historias: amenos, ingeniosos, agudos. Los
mismos Efe Gómez y Ciro Mendía, por ejemplo. Pero hay otros,
menos conocidos, que son iluminadores para entender una época,
ya sea por la moral de sus personajes y las tensiones entre ellos
(distancias sociales, jerarquías culturales, abismos económicos,
prejuicios morales), como por las construcciones de un estilo:
las obsesiones de un autor, aquello que oculta o evade, las in-
sistencias y reiteraciones de ideas y opiniones, y cada una de
sus decisiones en la configuración interna y visible de sus histo­-
rias. Gaspar Chaverra y su Rara Avis es una de esas estaciones
en las que vale la pena detenerse para comprender, para expan-
dir horizontes de contrastes. No es que sus temas y formas se
hayan superado, no se trata de obsolescencia, sino de apertura a
los orígenes y tránsitos.
Cierta concepción tragicómica del mundo de Rara Avis
sustenta momentos de desencanto y escepticismo, aunque tam-
bién continuidad de orden; la tierra como dominio e identidad
de una persona o de una comunidad está tan presente como
ahora, arraigo y desarraigo, alegría y amargura de lo telúrico,

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como frutos al sol o marchitos en la sombra; los intereses y am-
biciones, evidentes para unos, enmascarados para otros, como
juego de engaños y simulaciones, es en Rara Avis un estímu­-
lo inagotable de cómo la literatura cuestiona o reafirma la vida,
o, más bien, de cómo la vida se refigura en la literatura.
Reeditar no es un trasladar un texto a un mismo u otro for-
mato de publicación. Es dar una nueva vida, permitir que una
obra siga en diálogo. Por ello, el primer movimiento es el cuidado
y el respeto a ese pasado en el que sigue viviendo la obra. Y el
segundo, y tal vez el más difícil, es cómo lograr darle una voz
para que sea puente entre ese pasado y nuestro presente. Es como
tratar de iluminar una opacidad desde lejos para percibir detalles,
contornos, matices, pliegues. Rescatar, para esta colección, no es
ir en el auxilio de obras, pues ellas no están moribundas; es des-
pejar un camino para que ellas lleguen a nosotros, y a otros más,
con la facilidad de lo que fluye porque aún tienen voz y palabra
para ser escuchadas. Rescatar es alimentar el ansia de conocer,
de reconocer, el deseo y el deber de estar junto a la memoria que
define y que, al ser iluminada, también nos devuelve su luz.
Rescatar es agradecer. Es celebrar. Conmemorar.

Editorial EAFIT

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rara avis
Novela
I

En el opulento valle que riega el río Aburrá talando las tierras ri­-
bereñas, hay un rincón al medio día, llamado La Sabaneta, que
debió ser el vientre de la fecundidad cuando lo ocuparon los
conquistadores; porque hoy, después de dos siglos de surcarlo la
reja del arado sin que el gañán se acuerde de la caricia del abono,
mantiene lleno el hórreo y en pie la promesa de futuras cosechas
que verdean en las robustas hojas del plantío.
Al sur de aquella tierra se levanta el cerro de Pandeazúcar; al
norte es amplio el horizonte, y por los flancos oriental y occiden­
tal se perfilan sobre el azul purísimo del cielo dos ramales de la
cordillera de los Andes. Aquel paisaje es notablemente hermo­-
so, pero tiene la monotonía de lo perenne: la luz vivísima, el cielo
siempre azul, el árbol eternamente vestido, el arroyo no descansa
de chapotear y de correr, el mismo pájaro sobre la misma rama,
julio igual a enero. Siempre la misma página del libro abierta en
el romanticismo del verano.
Esta fue la tierra elegida por el asturiano Juan Vélez, con ojo
certero, para fijar su residencia. Llamado El Melero por haber
importado aquí la caña dulce y elaborado su jugo en la forma de
miel y panela actuales, fue don Juan Vélez de Rivero el español
de más honda prosapia que vino a Antioquia, si se exceptúa
al Mariscal Jorge Robledo, más renombrado y famoso, como

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de glorias cruentas, pero que no dejó descendencia. La de don
Juan, por el contrario, se extendió y se extiende todavía con la
prodigiosa fecundidad de la tierra originaria.
No estaba don Juan cortado al gusto de la estética moderna,
y su fe católica, no exenta acaso de algunas supersticiones espa­-
ño­las, no se apuntalaba con el rodrigón de ninguna filosofía; y
por eso, seguramente, era entera y profunda. Debajo de la roca
primitiva de aquella naturaleza asturiana, cubierta con toda la
frondosidad de la selva, estaba el oro puro, sin mezclas ni ali­­
gaciones de ninguna clase, y brillaba natural y espontáneo en
rasgos de carácter varonil que la tradición guarda y trasmite,
sin mucho fruto desgraciadamente. La sangre, sin la savia del
cruzamiento, se esfuma al través de las generaciones, como
las crecientes de las aguas al alejarse de su origen. Es lo que va
su­cediendo con los descendientes de don Juan, con raras excep­
ciones que recuerdan el tronco de la casa solariega. Su vanidad,
si alguna tuvo don Juan, la cifró siempre en su palabra recta
y honrada como su buena conciencia. Sabía firmar a duras
penas; pero tampoco lo había menester, porque él no hubie­-
ra puesto nunca su firma por caución de su palabra. Hombre de
pelo en pecho, batía la tierra a pata limpia con su atalaje recio
de manta y arpillera. No le apuraba la forma exterior de las cosas.
Era de aquella escuela positivista de entonces, que se regalaba
con el trabajo y se dormía, buchona de cena, después de rezar
el rosario.

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