Bertaux Daniel - Los Relatos de Vida
Bertaux Daniel - Los Relatos de Vida
Bertaux Daniel - Los Relatos de Vida
Perspectiva etnosociológica
edicions bellaterra
Diseño de la cubierta: Joaquín Monclús
Traducido por: Godofredo González
Título original: Les récits de vie
© Nathan-Université. 1997
© Edicions Bcllaterra, S.L., 2(X)5
Navas de Tolosa. 289 his. 08026 Barcelona
www.ed-bellatcrra.com
Impreso en España
Printed in Spain
ISBN: 84-7290-296-X
Depósito Legal: B. 37.916-2005
Impreso por Hurope. S.L., Lima. 3 bis. 08030 Barcelona
índice
Introducción, 9
1. La perspectiva etnosociológica, 15
Cuestiones epistemológicas, 15 • Los objetos de estudio de la investi
gación etnosociológica, 17 • Las técnicas de la investigación etnoso
ciológica, 20 • Estatuto y funciones de los datos empíricos, 23 •
Cuestiones de muestreo, 26 * El estatuto de las hipótesis, 30 • La ge
neralización de los resultados, 32 • El tropismo del sociólogo hacia lo
general, 34
2. Acerca del relato de vida, 35
Conceptos del relato de vida, 35 • Ámbitos de existencia, 41
3. Tres funciones de los relatos de vida, 51
La función de exploración, 52 • La función analítica, 53 • La función
expresiva, 55
4. La obtención de relatos de vida, 57
Verdaderas y falsas dificultades, 57 * La apertura de un campo, 58 •
La eoncertación de la entrevista. 62 • La preparación de la entrevista,
64 • El desarrollo de la entrevista, 65
5. El análisis de un relato de vida, 73
Introducción, 73 • ¿Retranscribir?, 74 • Hallar la estructura diacróni-
ca de la historia reconstruida, 76 • Reconstruir la evolución de la com
posición de los grupos de cohabitación, 87 • El análisis comprensivo.
90 • Intento de clasificación de los niveles de significado, 95 • Otras
técnicas de análisis de los relatos de vida, 99
6. El análisis comparativo, 103
El espíritu comparativo, 103 • Recurrencias en los itinerarios, 105 •
La construcción de hipótesis y de conceptos sociológicos, 110
7. Formato y redacción, 117
La consolidación del modelo, 117 • El planteamiento del informe, 119
•La publicación de relatos de vida. 124
Conclusión. 131
Bibliografía, 135
Introducción
I. El artículo de Schwartz (1993) constituye hasta ahora el mayor esfuerzo para tra
tar de las cuestiones epistemológicas planteadas por la encuesta «etnográfica» de cam
po llevada a cabo en un marco sociológico. La obra de Lapassade titulada Ethnoxocio-
logie (1991) presenta de forma sucinta las principales orientaciones estadounidenses
de la sociología cualitativa y después algunas investigaciones de campo efectuadas en
Gran Bretaña sobre diversos aspectos del funcionamiento de establecimientos escola
res. Sobre los etnólogos que estudian la sociedad francesa, véase Althabe, Fabre y Len-
clud. 1992.
píos contextos similares. Esta tensión entre lo particular y lo general
tiene su expresión en el término mismo de etnosociologia. El prefijo
«etno» remite aquí no a los fenómenos de etnicidad, sino a la coexis
tencia dentro de una misma sociedad de mundos sociales que desa
rrollan cada uno su propia subcultura (Laplantine, 1996)^
Por lo demás, este término no es completamente satisfactorio,
porque pasa por alto una dimensión constitutiva de fenómenos socia
les, la dimensión histórica) C. Wright Mills decía que «la ciencia so
cial trata de los problemas de la biografía, de la historia y de sus inter
secciones dentro de las estructuras sociales» (Mills, 1967, cap. 8UEso
se puede interpretar como una invitación a los sociólogos a adoptar
una perspectiva que sería etno-histórico-sociológica. La advertencia
de que cualquier fenómeno social se halla inserto en el movimiento
histórico general de transformación de las sociedades, y también de
que la presencia de la dimensión temporal se halla inserta en todo fe
nómeno social, nos parece tanto más necesaria cuanto que muchos tra
bajos sociológicos hacen abstracción de ella.
El punto central de este capítulo es que una investigación etno
sociológica no se halla en el mismo espacio epistemológico que aquel
otro, mucho más familiar a los sociólogos, que se elabora partiendo de
otra forma muy distinta de indagación, la encuesta mediante cuestio
narios sobre una muestra representativa o encuesta «cuantitativa», que
ha sido durante mucho tiempo la forma canónica de la indagación em
pírica en sociología. La finalidad es la misma: fomentar los conoci
mientos sociográficos y sociológicos; pero los caminos que conducen
a ese fin son distintos porque cada uno tiene su lógica específica. Aho
ra bien, si la de la encuesta cuantitativa, la lógica hipotético-deductiva,
es ya del dominio común y se enseña por doquier, aún no ocurre lo
mismo en Francia por lo que respecta a las otras formas de indagación.
Por eso se cae en la tentación de evaluarlas según los criterios de bue
na metodología elaborados para la encuesta cuantitativa, preguntándo
se si su muestra es realmente representativa, si sus datos son realmente
objetivos, si las hipótesis de partida han sido bien verificadas.»
Sin embargo, a nadie se le ocurriría aplicar los criterios propios
de los trabajos de campo a una encuesta cuantitativa: ¿ha favorecido
la observación de un fenómeno en profundidad? ¿Se ha adaptado la
tabla de preguntas a la situación específica de cada entrevistado? ¿Ha
permitido la encuesta descubrir algunos procesos y teorizarlos? Lo
absurdez de tales preguntas salta a la vista, pero las cuestiones simé
tricas no lo son tanto, salvo para los investigadores que ya están fa
miliarizados con el trabajo de campo. Por eso tenemos que precisar
no sólo a qué tipo de fenómenos sociales se aplica la perspectiva elno-
sociológica. sino también cuáles son los principales criterios de vali
dez de las indagaciones hechas en esa perspectiva.
Cuestiones de muestreo
Para descubrir lo qué hay de general, incluso de genérico, en cada
caso particular hay que disponer no de un solo caso, sino de una serie
de casos organizada de tal forma que sea posible su comparación, lo
que implica a la vez similitudes y diferencias: ésa es la problemática
de la obtención de la muestra.
La diferencial ¡dad
Es necesario ir más lejos y mencionar el fenómeno que proponemos
llamar diferencialidad: personas situadas exactamente en el mismo
La exigencia de variación
Lo que importa en la perspectiva etnosociológica es que se haya re
currido de la forma más exhaustiva, según las posibilidades del in
vestigador, a la variedad de los testimonios posibles. Lo que está en
juego no es solamente de carácter descriptivo, sino que va en ello la
validez misma del modelo.
Supongamos por ejemplo que el investigador, gracias a la ob
servación de ciertas reiteraciones, haya llegado a una primera formu
lación del modelo. Aún tiene que ir a buscar casos muy distintos de
aquellos a partir de los cuales ha trabajado hasta ahora y asegurarse
de que esos casos no ponen su formulación en tela de juicio; y si así
fuera, tendrá que modificar el modelo en consecuencia.
La mejor ilustración de este proceso sigue siendo la de la inves
tigación de Lindesmith (1949) sobre los heroinómanos. Su hipótesis
inicial era que la toxicodependencia aparecía tras la experiencia del
flash, hipótesis confirmada por todos los toxicómanos entrevistados.
Pero Lindesmith quiso entrevistarse también con personas que, du
rante su estancia en el hospital, habían recibido sin saberlo dosis de
morfina destinadas a aliviar sus dolores. Esas personas habían expe
rimentado un repentino estado de bienestar; sin embargo, no se habían
convertido en toxicómanas. Por lo tanto, había que revisar la hipóte
sis inicial: entre la inyección y la experiencia de sus consecuencias
había que introducir, para explicar la aparición de la toxicodependen-
cia, al menos la mediación consciente de la relación causa-efecto. Los
pacientes del hospital no conocían la causa de su súbita euforia y por
ello no se convertían en dependientes. Lindesmith acababa de descu
brir el principio metodológico de «ia investigación del caso negati
vo», el que obligará al investigador a replantear su teoría. Ese princi
pio tiene un valor universal: puesto que el objetivo de una encuesta
etnosociológica es elaborar progresivamente un cuerpo de hipótesis,
es decir, un modelo de la forma en que suceden las cosas, ese modelo
sólo se puede considerar seguro si el investigador ha ofrecido todas
las posibilidades de desestimarlo.
La experiencia filtrada
En la autobiografía, forma escrita y autorreflexiva, el sujeto que diri
ge en solitario una mirada retrospectiva a su vida pasada la conside
ra en su totalidad y como una totalidad. En cambio, en el relato de
vida etnosociológico, forma oral y más espontánea, y sobre todo for
ma dialógica, el sujeto, en principio, es invitado por el investigador a
considerar sus experiencias pasadas a través de un filtro.
I Efectivamente, al sujeto se le ha informado en la primera toma
de contacto, ya sea por medio del investigador mismo o por un inter
mediario. del interés que tiene el investigador: «Estoy investigando
sobre...» (un mundo social o una categoría de situación determinada
del que el sujeto forma parte o ha formado parte en el pasado). Esta
forma de entrar en materia equivale a proponerle, digamos, un con
trato de entrevista. Si el sujeto acepta la propuesta, ésta se transforma
en un pacto que quedará confirmado con la frase que iniciará la en
trevista: «Por eso, lo que quisiera que me contara es de qué forma ha
llegado a...» o «Qué le ha llevado a...»¿
Este pacto tiene el valor de filtro, ya que orienta y centra pre
viamente la entrevista. Por ejemplo, una persona a quien se pregunta
en tanto que miembro de una categoría profesional determinada es
pera que no se le pregunte sobre su vida privada. Una persona con
quien se contacta porque ha ejercido tal profesión, aunque después la
haya cambiado, espera que se dejen de lado las etapas de su vida pos
teriores a ese cambio de profesión. Esa persona podrá hablar de ellas
si quiere, pero es ella y sólo ella quien tiene que decidirlo.
A veces sucede que el sujeto y el investigador no entienden de
la misma forma el pacto a que han llegado; en ese caso el investiga
dor tiene que explicarse. En una encuesta sobre las relaciones de los
padres divorciados con sus hijos queremos que los padres hablen no
sólo de la experiencia de después del divorcio, sino también sobre su
familia de origen. Es notorio hasta qué punto está marcado cada uno
de nosotros por las vivencias de la infancia, por ejemplo por el tipo
específico de relaciones que él o ella tuvieron con su padre y con su
madre: esas relaciones «dan forma» a sus respectivas conductas de
adulto (forma de asumir el papel conyugal y parental, relaciones con
los hijos). Algunos entrevistados se sorprendieron de que nos intere
sara su infancia, pero algunas breves explicaciones bastaron para
convencerles. El psicoanálisis y la psicología son ya tan de sentido
común que nadie ignora la influencia de las experiencias de la infan
cia sobre la conducta de la edad adulta. De igual modo, los debates
públicos sobre la desigualdad de oportunidades han convertido en fa
miliar la idea del peso del origen social en la trayectoria posterior; los
sujetos interrogados sobre su itinerario profesional no se extrañarán
demasiado de que se les invite a hablar de la profesión y del medio
social de sus padres. Como se ve en estos dos ejemplos, el filtro táci
to puede remontarse hasta la infancia por poco que el sujeto entienda,
con un poco de sentido común, por qué recordarla puede ser intere
sante para el investigador. Así pues, lo que genera el relato de vida es,
a causa del filtro subyacente, mucho menos profuso, mucho más cen
trado en la evocación de los mecanismos sociales que la autobiogra
fía redactada en solitario.3
3. Nosotros hemos decidido dejar completamente fuera del campo de esta obra la re
copilación y análisis de autobiografías escritas por investigadores en ciencias socia
les. La recopilación se lleva a cabo mediante la creación de concursos públicos anun
ciados en la prensa, que se dirigen generalm ente a una categoría de población
Un concepto realista de los relatos de vida
Entre las experiencias vividas por una persona y su elaboración en
forma de relato se interponen necesariamente un gran número de fac
tores.! Concentrar la atención en esos factores (percepción, memoria,
capacidad de reflexión del sujeto, dotes narrativas, parámetros de la
situación de entrevista, etc.) puede llevar a la conclusión — es la po
sición textualista— de que todo discurso autobiográfico, y por exten
sión todo relato de vida, no sería más que una reconstrucción subje
tiva que, en definitiva, no tendría ninguna relación con la historia
realmente vivida. Sólo tendría interés en cuanto forma discursiva.
Esta conclusión extrema queda claramente en muy mala posi
ción para explicar todo lo que ya se ha llevado a cabo mediante los re
latos de vida en disciplinas tales como la historia (recurso a las fuen
tes orales o «historia oral»), la etnología o la sociología. No cabe
duda de que es muy apropiada para las disciplinas que sólo se intere
san por el discurso: sociolingüística, estudios literarios, sociología de
las ideas, incluso psicología clínica. Aceptarla sería suicida para las
disciplinas que estudian los fenómenos sociohistóricos y tratan de ac
ceder a ellos mediante los testimonios personales.4
Sin embargo hay que reconocer a la crítica textualista el haber
esclarecido algunas de las mediaciones subjetivas y culturales a tra
vés de las cuales la experiencia vivida se expresa de forma narrativa.
Por ejemplo, entre una situación social o un acontecimiento y la for
ma en que son «vividos» en el momento por el sujeto se interponen
sus esquemas de percepción y de evaluación. Entre la memorización
de las situaciones, acontecimientos y acciones y su evocación poste
rior se interpone la mediación de los significados que el sujeto les
atribuye retrospectivamente mediante la totalización más o menos re
flexiva que ha hecho de sus experiencias (totalización que no puede
evitar tener en cuenta las percepciones y evaluaciones de esos mis
particular; de este modo se recogen de una sola vez centenares de autobiografías. Los
trabajos de sociólogos y antropólogos como J.-P. Roos en Finlandia, Marianne Gu-
llestadt y Reidar Almas en Noruega muestran el gran interés de este tipo de datos, so
bre todo para la comprensión de fenómenos semánticos colectivos, o de la manera en
que los miembros de tal o cual categoría social han vivido el cambio social-histórico
(Roos. 1987).
4. Insistiremos sobre esta cuestión en el capítulo 5.
mos acontecimientos o acciones por sus allegados). Entre lo que él ha
vivido y totalizado y lo que acepta decir hoy se interponen aún otras
mediaciones.
Todo eso es cierto, pero lo que tratan de contar ios sujetos es
justamente su propio itinerario y no el de cualquier otro. La interven
ción de las mediaciones señaladas apenas afecta a la estructura dia
crónica de las situaciones y acontecimientos de que está sembrado
ese itinerario. Para emplear una metáfora, su «dibujo» ha quedado
restaurado; en cambio la rememoración que de él se hace puede mo
dificar retrospectivamente sus colores.)
Si sólo se trabajara apoyándose en un único relato de vida, como
hacen por ejemplo los especialistas de las autobiografías literarias, se
uno podría preguntar indefinidamente sobre su grado de veracidad y
de reconstrucción! Pero en la perspectiva etnosociológiea se dispo
ne de toda una serie de testimonios sobre el mismo objeto social. Rela
cionar entre sí esos testimonios permite eliminar esa parte de colo
ración retrospectiva que pueda haber y aislar un núcleo común a
todas las experiencias, el que corresponde a su dimensión social, que
es precisamente lo que se trata de descubrir. Ese núcleo hay que bus
carlo en los hechos y en las prácticas más que en las representaciones.
Nos parece útil explicar este último punto examinando algunos
grandes ámbitos de la experiencia social. Así se verá mejor lo que una
investigación etnosociológiea que utiliza los relatos de vida es capaz
de aportar.
Ámbitos de existencia
Volvamos a la imagen de la línea de una vida, hecha de una sucesión
de períodos, de acontecimientos y de situaciones. No sería realista el
hecho de representarse al sujeto como un individuo aislado que bus
ca su camino en entornos pasivos, sacando partido de cada situación
para maximizar sus intereses individuales, y sin relaciones instru
mentales con los demás. De hecho son raras las personas que viven
solas en la edad adulta y más raras aún — si es que existen— las que
han vivido solas su infancia. Los seres humanos viven en grupos, co
menzando por la familia.
Las relaciones familiares e interpersonales
Las familias, y también los grupos de camaradas, y en un grado me
nor las redes de relaciones, constituyen micromedios de relaciones
intersubjetivas donde dominan no las relaciones instrumentales sino
las relaciones afectivas, morales y «semánticas», es decir, generado
ras de sentido. La vida en grupo implica necesariamente compromi
sos emocionales y morales más o menos recíprocos frente a otros
miembros del grupo, sentimientos, derechos y deberes, responsabili
dades específicas, expectativas de solidaridad (De Singly, 1996). So
bre cada miembro de un pequeño grupo humano se ejerce una presión
para que él o ella adapten su conducta a las expectativas compartidas
por los demás miembros del grupo. No sería posible comprender las
acciones de un sujeto ni la «producción» de los sujetos si se descono
ciera todo acerca de los grupos de los que él o ella han formado parte
en tal o cual momento de su existencia^ El proyecto mismo de vida,
tomado en un momento determinado de la existencia, no se ha elabo
rado in abstracto dentro de una conciencia aislada, sino que se ha ha
blado, dialogado, construido e influido o negociado en el transcurso
de la vida en grupo.]
A poco que el sujeto acepte evocar las familias y otros tipos de
pequeños grupos de los que ha formado parte, a poco que se decida a
describir con cierta precisión la «sociometría», el clima y la economía
moral, se abre la puerta a toda una serie de materiales inmensamente
ricos para la comprensión de la acción en su contexto. Advirtamos a
este respecto que las relaciones intersubjetivas no quedan reflejadas en
ninguna parte; no dejan tras de sí ninguna huella escrita, a no ser al
gunas veces en la correspondencia; sólo se puede acceder a ellas a tra
vés de las encuestas retrospectivas del tipo relato de vida.
La importancia de la apuesta científica queda reflejada en la ex
traordinaria variedad de formas de relaciones intrafamiliares que co
existen dentro de una misma sociedad. La institución «familiar» tal
como está regulada en el código civil no es más que un marco jurídi
co. Las familias concretas que se forman ya sea dentro de ese marco
o bien fuera de él como ocurre cada vez con más frecuencia, son
enormemente diversas según los medios sociales, los oficios de los
cónyuges, sus fuentes y niveles de ingresos, sus hábitos y orientacio
nes culturales, la naturaleza de sus pactos y muchos otros factores.
Si se puede concebir cada grupo Familiar como una microem-
presa de producción «anlroponómica», es decir, centrada en la activi
dad de producción y de reproducción de las energías de sus miembros
(Bertaux, 1977), también existen entre las familias diferencias consi
derables de recursos materiales y culturales, coacciones externas,
contextos residenciales, aspiraciones y proyectos. Esas diferencias
repercuten en los niños que crecen en su seno: su personalidad se es
tructura de forma diferente, dentro de hábitos bien marcados que son
como otras tantas matrices potenciales para su conducta de adultos.
Su campo de posibilidades, sus oportunidades en la vida dependen en
gran medida de la situación social de su familia de origen (y también
de su orientación cultural).
El solo análisis de la esfera familiar basta a veces para compren
der grandes tramos de la existencia de las mujeres en no pocas socie
dades «tradicionales» donde quedan asignadas exclusivamente a la es
fera llamada doméstica y a sus trabajos antroponómicos en cuanto
madre además de nuera, abuela, hija mayor o criada. La producción an-
troponómica no consiste solamente en traer al mundo y criar niños
—una tarea continua, difícil y de resultados nada seguros— y en re
producir cada día las energías físicas, mentales y morales de todos los
miembros del hogar. También incluye los cuidados (el mantenimiento
de la salud física), el aprendizaje cultural — la lengua «materna», los
códigos de buena conducta, el desarrollo de las facultades mentales—
y muchas otras tareas culturales y religiosas que, en las sociedades mo
dernas. quedan encomendadas a instituciones especializadas (Bertaux,
1993).' Así pues, basta con considerar a las familias como lugares de
producción antroponómica para darse cuenta de su gran complejidad.
Ahora bien, ésta sólo se analiza bien en una perspectiva a la vez sin
crónica y diacrónica. porque esta producción, lo que se juega en ella,
sus reglas implícitas y sus objetivos sólo se descubren a largo plazo ¿
Dicho de otro modo, los relatos de vida —y las historias fami
liares a modo de relatos convergentes dentro de una misma familia—
pueden contribuir al conocimiento sociográfico de formas y tipos de
familias situadas de nuevo en su contexto social y su época, y tam
bién, por ejemplo, de aspectos cruciales de ciertos fenómenos de mo
vilidad social (modos de transmisión de los «capitales» familiares) o
más generalmente del cambio en la sociedad: por ejemplo, de la evo
lución histórica de las relaciones sociales de género.
La experiencia de la escuela y de la formación de los adultos
En las sociedades desarrolladas, la escolarización ya forma parte de
toda experiencia de vida. Su objetivo primordial es socializar y desa
rrollar las capacidades de los individuos: en este sentido, como obser
vó acertadamente Durkheim, produce a la vez lo mismo y lo diferen
te. Sean cuales sean los orígenes de los niños, la escolarización trata
de inculcarles una misma lengua nacional, los mismos códigos de bue
na conducta, los mismos símbolos, los mismos valores, para que todos
los individuos así formados (en el sentido estricto de «dar forma»)
puedan después comunicarse entre sí, comprenderse, anticipar correc
tamente sus comportamientos recíprocos, poseer referencias comunes.
Esa es la tarea principal asignada a la enseñanza primaria.
Pero la escuela produce también lo diferente, es decir, capacida
des específicas. Esa es la tarea de la enseñanza especializada (final de
la secundaria, enseñanza superior, formación de los adultos). Va
acompañada de un proceso de competencia y de selección, inevitable
pero doloroso dadas las grandes diferencias de retribución entre los
diferentes oficios en una sociedad de clases (Dubar, 1991; Dubet y
Martucelli, 1996). La selección escolar viene a ser una apuesta arries
gada en la que cada familia moviliza sus recursos económicos, cultu
rales. incluso relaciónales para tratar de que sus hijos puedan superar
con éxito las etapas sucesivas del proceso de selección.
El estudio de la trayectoria de formación por medio de relatos de
vida permitirá comprender mejor lo que sucede dentro de este inmen
so proceso, aportando datos sobre fenómenos inaccesibles mediante
otras técnicas (para la formación postescolar, véase por ejemplo P¡-
neau y Jobert, 1989).
La inserción profesional
La formación va a desembocar en principio en el empleo, pero ese
paso no es automático. Las encuestas estadísticas del INSEE mues
tran que son muchas las personas que ejercen una profesión que no se
corresponde con su formación escolar. ¿Cómo analizar sociológica
mente la búsqueda de empleo sin recurrir a las descripciones que pue
den hacernos aquellos y aquellas que la han vivido? l.as encuestas es-
tadísticas fracasan, como ha mostrado Chantal Nicole-Drancourt
(1994), a la hora de dar cuenta de las diferencias de trayectoria de
empleo para una misma formación.
Para captar la razón de esas diferencias. Nicole-Drancourt reu
nió en Chalons-sur-Saóne los relatos de vida de cincuenta jóvenes de
treinta años que habían acabado el ciclo escolar doce años antes, es
decir, a los dieciocho años. Sólo así pudo mostrar con toda claridad
un factor importante, que no está vinculado ni al «capital» de las fa
milias de origen ni a las características del mercado de trabajo, sino a
la personalidad de los jóvenes, chicos o chicas: su «relación con el
trabajo» (Nicole-Drancourt. 1991). Esta encuesta abrió el camino a
otras que «seguirían» sobre el terreno el recorrido de inserción de
grupos específicos de jóvenes, y que permitirían de este modo com
prender, por encima de la fachada institucional de los períodos de
prácticas y otros contratos de inserción, lo que pasa realmente entre
el final del período escolar y la búsqueda de un empleo estable (que
dando abierta la cuestión de saber quién es el que «toma» al otro, el
empleado o el empleador).
El empleo
La esfera del empleo está formada por un gran numero de mundos so
ciales: ramas, sectores profesionales, oficios. Cada empresa privada
o pública constituye un universo específico que tiene sus propias tra
diciones, sus reglas explícitas y sus normas tácitas, que ofrece sus
propias perspectivas de formación en el taller, de carreras potencia
les. y también sus riesgos (sobre la salud, por ejemplo), y que presen
ta sus propias jerarquías: relaciones de autoridad, modos de organi
zación. derechos reconocidos a los asalariados, posibilidades de
sindicación y de construcción colectiva de una relación de fuerzas
frente a los poderes del empleador.
La sociología del trabajo y fa de las organizaciones tienen por
objeto estudiar, analizar, comprender las relaciones sociales de pro
ducción y de poder con que se estructuran las empresas. Esas dos dis
ciplinas especializadas han prestado hasta ahora más atención a los
aspectos sincrónicos que a los diacrónicos de su objeto de estudio.]
Pero no es difícil imaginar todo lo que un análisis de las trayectorias
profesionales dentro de una misma empresa o de una misma rama
contribuiría a su comprensión.
Permitiría, por ejemplo, percibir el fenómeno que hemos men
cionado antes y que llamábamos «diferencialidad». Atañe a los indi
viduos y también a los grupos enteros. No deja de tener interés, por
ejemplo, saber que, en contra de lo que ocurría en las empresas ale
manas, dirigidas por gerentes formados siempre si no dentro de la
misma empresa, al menos dentro dei mundo industrial y comercial,
la mayoría de las grandes empresas francesas públicas o privadas es
taban dirigidas por miembros salidos de la Escuela de Administra
ción.* Este hecho apunta a un gran problema que hay que estudiar al
amparo de los modos de reclutamiento, las alianzas y el papel del ca
pital social, las luchas sordas pero decididas entre grandes cuerpos
del Estado y el papel de las afiliaciones políticas en esas luchas. Aho
ra bien, lo que vale para los dirigentes, es decir, la diferencialidad de
su conducta de dirigentes en función de sus orientaciones anteriores
y de la organización colectiva de tales orientaciones, vale para cada
nivel jerárquico de las organizaciones.
En la medida en que las conductas se toman a largo plazo, tam
bién se pueden deducir los tipos de conducta a medio plazo, que son
valorados o devaluados bien por los compañeros de trabajo, o bien
por la dirección (que no son necesariamente los mismos); lo que con
duce no sólo a una mejor comprensión de la lógica de promoción, de
marginación o de despido, sino también a la economía moral colecti
va específica de una organización. Los/las empleados/as no son sim
ples máquinas, sino personas que persiguen con ilusión sus propios
objetivos, a la vez que mantienen y fomentan sus expectativas res
pecto de la organización; expectativas que la dirección sólo percibe
de una forma confusa, puesto que tiende a considerar a sus empleados
como instrumentos. Este fenómeno puede desembocar en conflictos
tan violentos como imprevistos.
Se puede ir más lejos y estudiar sólo un ramo partiendo de los
relatos de vida de sus agentes, como hemos hecho nosotros con la pa
nadería artesana (Bertaux y Bertaux-Wiame, 1980; Bertaux-Wiame,
1982a, 1982b) o Danielle Cierritsen con el barcaje y el taxi (Gerritsen.
Ambitos específicos
La lista de ámbitos que se puede estudiar mediante el recurso a los re
latos de vida incluye igualmente no pocos ámbitos específicos para
los que, efectivamente, se han utilizado. Así. por ejemplo, las trayec
torias de elección de residencia (Bertaux-Wiame), de la emigración y
de la situación de inmigrado (de Thomas y Znaniecki a Catani y Ab-
del-Malek Sayad), de la delincuencia juvenil (de Clifford Shaw a
Chrisdan y Nicole Léomanl), de la delincuencia profesional (Suther-
land), del uso de estupefacientes (de Lindesmith y Howard Beckera
los numerosos estudios contemporáneos), de las madres solteras (Na-
dine Lefaucheur, Vincent de Gaulejac y Nicole Auber), de las rela
ciones de padres divorciados a sus hijos (Bertaux y Delcroix), de los
parados de larga duración (Grell y Wéry), de los mandos en paro
(Schnapper), de la experiencia de la pobreza (Laé y Murad), de los
sordos (Mottez), de los discapacitados mentales (Diederich). de los en
fermos crónicos (Baszanger), de la experiencia de los campos de con
centración (Pollak). Esla lista no es exhaustiva (para las referencias,
véase Heinritz y Rammstedl, 1991); aquí sólo tiene valor de recorda
torio. Los temas que esperan ser objeto de investigaciones biográficas
son todavía muy numerosos.
Conclusión
(«Cualquier experiencia de vida encierra en sí una dimensión social.»
Esta frase de Alfred Schütz resume por sí sola el espíritu en el que los
relatos de vida, en tanto que testimonios acerca de la experiencia vi
vida, pueden ponerse al servicio de la investigación sociológica. En
la perspectiva etnosociológica. las experiencias vividas son otros tan
tos yacimientos de saberes que sólo piden ser explotados en beneficio
del conocimiento sociográfico y sociológico (Bertaux. 1980). Pero
para eso hay que liberarse de la poderosa influencia del modelo auto
biográfico. Aquí no se trata de intentar comprender a un individuo
determinado, sino una parte de la realidad social-histórica, un objeto
social.
La primacía dada a la dimensión social me ha llevado a fomen
tar un concepto específico del relato de vida, el relato de vida como
relato de prácticas sobre el terreno. El método etnosociológico trata
de comprender un objeto social «en profundidad»; si recurre a los re
latos de vida no es para comprender tal o cual persona en profundi
dad, sino para adquirir datos de quienes han pasado una parte de su
vida dentro de ese objeto social, para obtener informaciones y des
cripciones que, una vez analizados y reunidos, ayuden a comprender
su funcionamiento y su dinámica interna.)
Si hemos insistido tanto en este punto ha sido por la confusión
tan extendida que existe entre relato de vida y autobiografía. Aunque
es una confusión comprensible: desde los primeros trabajos de la Es
cuela de Chicago, fue la publicación ¡n extenso de autobiografías re
dactadas a petición de ciertos investigadores lo que más atrajo la
atención del público. Pero como ocurre en la historia de los árboles
que no dejan ver el bosque, esas autobiografías célebres de personas
anónimas ocultaron el trabajo de campo de los investigadores ante
decenas, incluso centenares de otros «casos». La publicación al final
de una investigación etnosociológica de una sola «historia de vida»,
especialmente típica porque sirve de ejemplo de los mecanismos y
de los procesos sociales propios del objeto social estudiado, no res
ponde a la «función de investigación» de los relatos de vida sino a
otra función, la función expresiva o «función de comunicación». Es
necesario distinguir ambas funciones; ése es el objeto del capítulo si
guiente.
3. Tres funciones de los relatos de vida
La función de exploración
Cuando un estudiante o un investigador entra en un terreno descono
cido, no cabe duda de que su primera reacción será buscar uno o va
rios «informadores centrales» capaces de proporcionarle una descrip
ción de conjunto del objeto social estudiado. Esas entrevistas no
pretenden adquirir ya la forma de relatos de vida; se trata más bien de
conversaciones generales para «otear el horizonte». Pero es conve
niente no olvidar ya que el horizonte de percepción depende por com
pleto de la posición desde donde se le observa... Tales informadores
ofrecen descripciones «vistas desde el centro», y a veces «vistas des
de lo alto», es decir, desde una posición de poder. Tienen intereses
que proteger y representaciones del objeto social que defender. En
definitiva se corre el riesgo de no recoger más que las conversaciones
convenidas, al menos mientras el magnetófono está en marcha.
Por eso será necesario en la medida de lo posible recurrir a sim
ples participantes e interrogarles sobre su experiencia concreta del
objeto social estudiado, a lo que el «relato de prácticas en situación»
se presta perfectamente.
Esos primeros testimonios versarán sobre ¡a descripción de los
hechos que aún no le son familiares al investigador. En el mejor de
los casos sólo los comprenderá a medias. Tendrá que interrumpir a
veces el hilo de la conversación para que le expliquen tal o cual pala
bra del lenguaje local (la jerga del oficio, por ejemplo) o tal o cual fe
nómeno mencionado antes con una simple alusión. No debe sentirse
culpable por transgredir de esa forma una de las reglas de oro de la
entrevista narrativa: animar al sujeto para que hable, mediante senci
llas aprobaciones y palabras de ánimo, interrumpiéndole lo menos
posible. En esta fase de exploración el investigador tiene que apren
derlo todo y también —es lo más difícil—desaprenderlo todo: tiene
que poner en tela de juicio las ideas preconcebidas con que llegaba.
En cierto modo se halla al comienzo de un proceso de formación con
tinua que durará hasta el final del trabajo de campo. En esta fase de
exploración, las primeras entrevistas tienen por principal objeto ini
ciarle en las particularidades del terreno. |
La función analítica
En la investigación etnosociológica, el análisis comienza por las pri
meras entrevistas. Escucharlas una y otra vez, transcribirlas, leerlas y
releerlas, analizarlas, releer las notas del trabajo de campo es el me
jor método para hacer que avance rápidamente la «formación» del in
vestigador. Pero esta palabra hay que interpretarla al menos en dos
sentidos. En primer lugar se trata de la formación para la recogida
misma de entrevistas: el investigador, al escucharse, caerá en la cuen
ta de sus errores. Pero se trata también de formación como desarrollo
progresivo, en la mente del investigador, de lo «que sucede realmen
te» dentro del objeto social que se está estudiando.
En esta fase analítica, que por lo demás viene a continuación de
la fase exploratoria, la función de los relatos de vida cambia progre
sivamente. El investigador, aleccionado por la escucha y el análisis
de las primeras entrevistas y por la información recogida en otras
fuentes, dispone ya de una representación mental —es cierto que to
davía muy incompleta— de los mecanismos de funcionamiento (in-
ner workings) de su objeto de estudio. Trata de perfeccionarla multi
plicando los relatos de vida, siguiendo mediante la reflexión las pistas
que le descubren los testimonios, desarrollando los indicios que se le
ofrecen en los rodeos de una frase. Su forma de escuchar es mejor;
ahora, mientras el sujeto sigue contando su experiencia personal, pue
de fijar su atención más allá, sobre lo que esa experiencia le revela
acerca de las relaciones sociales dentro de las cuales se halla inscrita.
Pero los relatos de vida desvelarán progresivamente sus rique
zas sobre todo mediante el análisis de su transcripción. Su función en
este caso es ofrecer una multitud de indicios que permitan ensamblar
hipótesis tras hipótesis, comprobarlas mediante la comparación y no
conservar más que las más pertinentes para la construcción del mo
delo. Ésa es la función analítica de los relatos.
f i a fase analítica termina cuando las entrevistas apenas aportan
algún valor añadido al conocimiento sociológico del objeto social.
Para alcanzar el punto llamado de «saturación» del modelo hace fal
ta tiempo y/o un trabajo en equipo. Según mi experiencia, lo que más
tiempo lleva no es la aparición de recurrencias empíricas: éstas, a
poco que se haya elegido un objeto de dimensiones restringidas, lle
garán rápidamente ya desde los primeros relatos de vida. Lo que más
tiempo lleva es captar sus verdaderos significados y expresarlos en
términos justos, lo cual quiere decir, en principio, en términos socio
lógicos.
Por eso hay que comenzar el análisis desde el principio del tra
bajo de campo. Por eso el investigador debe prestar la máxima aten
ción a todo lo que le sorprende de alguna forma, le incomoda, inclu
so lo que va en su contra, porque esas reacciones espontáneas son
otros tantos signos de que la realidad no se corresponde con lo que él
imaginaba. Si la realidad sólo se expresa bajo la forma de archivos o
de estadísticas, le costará trabajo traspasar la costra de los prejuicios
del investigador. En la entrevista, la experiencia de la realidad ad
quiere forma humana, adquiere vida y cobra voz; su fuerza de persua
sión aumenta de manera considerable. Si el investigador sabe per
manecer atento a lo que desequilibra sus representaciones, podría
muy bien llegar a hacer tambalear ciertas hipótesis, a echar por tierra
una perspectiva que tendría mucho que ver con la famosa «ruptura
con el sentido común». En ese caso habrá descubierto realmente algo
nuevo, lo que bastaría para justificar su trabajo — aunque no llegara,
por falta de tiempo o de experiencia, a saturar su modelo.
La función expresiva
Algunos relatos de vida están tan cargados de fuerza expresiva que el
investigador se verá tentado a publicarlos. Los problemas que esto
plantea y los efectos que esto produce se examinarán en el último ca
pítulo de este libro. Señalemos aquí solamente que la publicación ín
tegra de relatos de vida no es indispensable y que, de todos modos, no
es la prolongación de las otras dos funciones. Al publicar un relato de
vida in extenso se le obliga a desempeñar una función no de investi
gación sino de comunicación.
Para comprender esto vamos a utilizar el ejemplo de la obra pu
blicada por Pierre Bourdieu y veintitrés colaboradores en 1993, La
miseria del mundo. Esta obra obtuvo una gran acogida, además muy
merecida. Pero ¿,cuá! es la función que en ella desempeñan las cin
cuenta y tantas transcripciones de entrevistas que contiene y que a ve
ces dan la impresión de ser minirrelatos de vida? No puede ser una
función de investigación, en la medida en que cada uno de esos so
ciólogos que ha recogido y comentado un relato disponía ya de un ex
celente conocimiento, adquirido a lo largo de muchos años de inves
tigaciones, acerca del campo de relaciones sociales dentro de las
cuales se hallaba inmerso el itinerario vivencial del testimonio.
La función que les hace ejercer la economía semántica de la
obra es precisamente la función expresiva, mediante lo que Bourdieu
llama «ejemplificación». Una obra universitaria con una serie de ca
pítulos en la que unos cuantos sociólogos hubieran descrito minucio
samente la situación objetiva y las dificultades de los campesinos, de
los obreros, de los empleados/as, de los/las docentes, de los trabaja
dores sociales, de los/las estudiantes de segunda enseñanza en la
Francia contemporánea, no habría tenido el mismo éxito. La inser
ción de transcripciones íntegras de entrevistas le ha dado una forma
completamente distinta, la de una obra ilustrada — dicho sea sin con
notación peyorativa alguna— . Sólo que aquí las «ilustraciones» son
textos de testimonios, fáciles de leer (si no de comprender), que lla
man de inmediato la atención del lector, del mismo modo que ojean
do una obra ilustrada la vista va enseguida tras las imágenes, porque
«hablan» inmediatamente a la imaginación.
Está claro que la función expresiva de los relatos de vida no per
tenece en absoluto a la misma lógica que sus otras funciones de in-
vestigación (la de exploración y la analítica). Eso probablemente ex
plique las grandes reticencias de muchos universitarios hacia este tipo
de publicaciones. Quizá tengan la impresión de que el investigador, al
hacer públicos sus datos, tiende a abandonar su papel de analista, po
niendo así en peligro el carácter científico de su disciplina. Se trata de
un malentendido, pero es especialmente correoso; volveremos sobre
él en el último capítulo.
Verdaderas y falsas dificultades
Henos aquí ya a pie de obra. En los capítulos precedentes se ha des
crito un marco en el que se utiliza el recurso etnosociológico a los re
latos de vida y en ellos se ha ofrecido una concepción de los relatos
adaptada a ese marco. Obtener un relato de vida en ese sentido plan
tea no pocos problemas, pero no los que se cree de ordinario. Lo más
difícil no es tanto dirigir bien la entrevista cuanto lograr que se cree
una situación de entrevista.
Sin duda os habréis encontrado en la situación en que una amiga
o un camarada os cuentan un episodio más o menos dramático de su
vida. Habéis sabido escucharle, manifestar vuestro interés mediante la
expresión de vuestro rostro y haciéndole preguntas como «¿Por qué
hizo eso?», «¿Y tú que has hecho?», «¿Cómo te lo has tomado?». Des
pués de todo, ya habéis adquirido una cierta experiencia de lo que es
escuchar un relato de vida (muy pequeña en este caso). Sabéis que la
persona en cuestión, una vez lanzada y debidamente alentada, llegará
hasta el final de su relato. Tened confianza. Obtener un relato de vida
más amplio no requiere esfuerzos sobrehumanos. Si dais con alguien
que tiene ganas de hablar, si tenéis interés en escucharle y sabéis ma
nifestar ese interés, ya tenéis lo esencial. Además, a medida que vayáis
dominando el campo iréis mejorando progresivamente vuestra capaci
dad de hacer entrevistas. Mediante ese dominio aprenderéis a escu
char, a dar un impulso a la conversación cuando lo necesita, a «oír» y
comprender al instante las palabras del otro, a dominar vuestros im
pulsos y a plantear las oportunas cuestiones en el momento oportuno.
Lo más difícil será hallar los primeros voluntarios, puesto que
apenas tenéis experiencia de cómo hacerlo y de eso apenas hablan las
obras de metodología. Así pues, comencemos por ahí.
La apertura de un campo
Supongamos que vuestro primer campo de operaciones es un micro
cosmos, una community , un lugar donde lodo el mundo se conoce al
menos de vista. Os dirigís a él para observar, pero tan pronto como
aparecéis por allí os dais cuenta de que se os observa. La gente se pre
gunta qué es lo que habéis ido a hacer allí, cuáles son vuestras inten
ciones, quién os envía, qué institución está detrás de vosotros, para
quién trabajáis, para qué (y para quién) será de provecho ese trabajo,
en resumen, cuál es vuestra «identidad»y
Muy pronto tendréis que responder a esas preguntas de forma
convincente, tendréis que construir vuestra identidad de investiga
dor, Sin trampas, por supuesto, con toda naturalidad, pero también
con convicción, sin asomo de dudas. Si sois estudiante, eso es una
ventaja, se ofrecerán a ayudaros. Si sois investigador, significa que
estáis pagados para hacer ese trabajo: ¿por quién?, ¿para hacer qué?
«Historiador» tiene más aceptación que «sociólogo»; «etnólogo»
puede originar actitudes de rechazo. Evitad el término «investiga
ción», que suena demasiado a inspector. Y dejad bien claro que no
sois periodista porque en muchas partes éstos tienen mala reputación.
No variéis vuestras respuestas, ya que éstas circularán de boca en
boca y vuestras contradicciones causarían mal efecto.
Si ya tenéis un contacto con una persona en el campo de opera
ciones, eso hará más fácil vuestra inserción. Pero tendréis que expli
carle lo que pretendéis y ganar su confianza' Si lográis convencerla,
ella os orientará hacia ciertos informadores centrales y quizá os los
presentará ella misma. Hablaréis con ellos. Si esos primeros encuen
tros de exploración tienen éxito, si habéis causado buena impresión,
os ayudarán indicándoos otras personas a quienes podréis entrevistar.
Les hablaréis de vuestro proyecto de investigación.
Pero tendréis que convencerlos tamhién a ellos, por teléfono o
cara a cara, de que acepten una entrevista. Cosecharéis no pocas ne-
gativas, cuyas razones es necesario entender, puesto que son como
mensajes silenciosos sobre el clima que reina en ese lugar, sobre lo
que está en juego, sobre los conflictos que no afloran a la superficie y
la configuración de los entramados. No os desalentéis porque, a pesar
de todo, vuestra investigación sigue avanzando. Comprender los obs
táculos que se encuentran durante el trabajo de campo equivale a
comprender un poco ese mismo campo.
He aquí algunos ejemplos. Cuando en mi primera investigación
decidí interesarme por la panadería artesana, comencé por visitar todas
las panaderías de mi barrio (un rincón del distrito 13 de París) para pe
dir una entrevista con «el jefe». Éste salía del horno, estresado, viendo
cómo se interrumpía su trabajo; me preguntaba quién era yo y por qué
me interesaba tanto por su panadería. Yo daba a conocer mi identidad
de sociólogo del CNRS («institución pública de investigación básica»):
eso no parecía convencerle demasiado como para aceptar una entrevis
ta. Yo explicaba entonces que mi investigación estaba financiada por el
CORDES, la rama de investigación de la Comisión del Plan. Entonces,
educadamente, me condujo hasta la puerta de salida.
Tras repetirse varias veces esta experiencia desalentadora, ter
miné por comprender que presentarse a los pequeños comerciantes
como alguien apoyado por el Estado no es la mejor manera de entrar
en materia (hoy, sin la menor duda, les diría que trato de escribir un
libro sobre la dura vida del panadero).
Traté entonces de buscar panaderos obreros. Me dirigí a la Bol
sa del Trabajo donde me enteré de que existía un (pequeño) sindicato
CGT de los obreros panaderos que atendía todos los lunes por la tar
de. Me dirigí a él y di con tres obreros panaderos de unos sesenta
años. Me recibieron con los brazos abiertos: ¡por fin alguien se inte
resaba por sus problemas! ¡Tenían tantas cosas que denunciar! El tra
bajo de noche, las sesenta horas semanales (seis noches de diez horas
por semana), los bajos salarios, las malas condiciones de trabajo, el
cansancio acumulado, las enfermedades profesionales no reconoci
das. Me consideraban un aliado. Todos se ofrecieron voluntarios para
contarme su vida de trabajo, desde el aprendizaje, desde la infancia si
era necesario.
Más tarde, cuando Jacqueline Dufréne, que había participado en
la encuesta de París, se trasladó a Marsella, tuvo también una cálida
acogida por parte de los obreros panaderos marselleses.
De estas primeras experiencias de campo yo llegué a la conclu
sión, que se había de confirmar más tarde, de que si se pueden pre
sentar los trabajos de investigación de tal forma que parezcan útiles a
ciertas categorías de personas, no habrá dificultad para que se os
abran las puertas. Esta norma vale sobre todo para las categorías so
ciales — muy numerosas por cierto— de las que nunca se habla en los
medios de comunicación, o si se hace es sólo para caricaturizarlas.
En cuanto a los artesanos panaderos, yo he terminado por tener
aceptación entre ellos. En vacaciones en un pueblo de Bearn, entré
una vez en una panadería con mi mujer Isabelle quien, como historia
dora. comenzaba a interesarse por mi investigación. Era una hora de
poca actividad. Preguntamos a la dueña si podíamos ver a su marido.
Llegó del horno, blanco de harina. Le expliqué que mi mujer y yo tra
bajábamos juntos en una investigación sobre... El me cortó: «¡Mira
por dónde, ustedes son como nosotros, trabajan en pareja! Nosotros
hacemos pan y ustedes investigan!». Reímos todos juntos. La imagen
que yo proyectaba «ante mí» (mi identidad en el trabajo de campo)
había cambiado de pronto: ya no se me veía como un enviado del
«Estado»; gracias a la presencia de mi mujer junto a mí, yo adquiría
la figura simpática de uno de los miembros de una pareja de trabajo.
En cierto modo un artesano, cosa que, hasta cierto punto, también lo
soy efectivamente...
Entrevistamos a esa pareja y después a sus amigos panaderos de
los valles vecinos. De vuelta a París, nos presentamos de nuevo en
pareja y todo funcionó. Desde que comenzamos a conocer un poco
ese medio, todo fue más fácil. Comprendimos muy pronto qué era
aquello de lo que los panaderos querían hablar (su éxito social a pe
sar de las dificultades); ellos mismos sabían lo que les íbamos a pre
guntar, al menos aquellos a quienes nos dirigíamos a través de nues
tros contactos. Al final de la encuesta teníamos más propuestas de
entrevista de las que podíamos atender.
Ése es el fenómeno llamado de «bola de nieve» (snowball sarn-
pling ): los comienzos son muy difíciles, pero después todo resulta
sencillo. En la década de 1970, en plena dictadura militar, la sociólo-
ga brasileña Aspasia Camargo creó el proyecto de reunir los relatos
de vida de los políticos y generales que habían dirigido el país duran
te una fase precedente de dictadura. Todos ellos estaban ya retirados
pero, a pesar de todo, al principio obtuvo una sucesión de negativas.
Después un viejo general se decidió, seguido de un hombre político.
Muy pronto se vio asediada por las peticiones: los demás también
querían dar su versión de los hechos (Camargo, 1981).
1 Este último ejemplo demuestra que no hay situación desespera
da. Cualquier mundo social tiene sus puertas de entrada que es nece
sario descubrir; buscarlas no deja de tener su interés. I
Si vuestro objeto de estudio es del tipo «categoría de situación»,
eso significa que las personas que os interesan se hallan dispersas en
la población. ¿Cómo encontrarlas? Puede suceder que al menos una
parte de ellas tengan un punto de encuentro, y es ahí donde debéis ir
primero; pero sabed que allí no encontraréis más que una sola «clase»
de personas. No todas las que se encuentran sin trabajo frecuentan la
ANPE;* limitándoos a las que allí encontraríais permitiríais que una
administración del Estado definiera vuestro campo de observación en
vez de tomar las «clasificaciones» que ella lleva a cabo como objeto
de reflexión sociológica.
Encontrar sujetos potenciales es mucho más difícil si vuestra
categoría de personas no cuenta con un punto de reunión. ¿Cómo ha
llar padres divorciados o separados que ya no ven a sus hijos? Ca-
therine Delcroix se tuvo que enfrentar a este problema. Como era de
suponer, la noticia de boca en boca sólo le puso en contacto con di
vorciados de la clase media asalariada. Para llegar a las clases popu
lares se dirigió a un centro de trabajo social que contaba entre su
clientela regular con unas veinte madres que se cuidaban solas de
su(s) hijo(s). Pudo hablar con ellas. Esperaba, por su mediación, po
der contactar con los padres, pero no hubo nada que hacer. Algunas
hubieran querido de buena gana hallar de nuevo al padre que el hijo
reclamaba, pero habían perdido su rastro. Otras habían suspendido el
contacto por su propia iniciativa y no deseaban en modo alguno rea
nudarlo. También había algunas que tenían miedo de que el padre
diera con su paradero.
Este fracaso fue aleccionador. La hipótesis inicial de esta inves
tigación era que la razón por la cual cerca de la mitad de los padres
divorciados o separados sólo mantienen contactos esporádicos con
su(s) hijo(s) se debía a la actitud egoísta de los propios padres. Esta
hipótesis comenzó a ponerse en tela de juicio cuando se pudieron
* Para ésta y otras siglas similares véase al final de la obra. (N. del T.)
comprobar las enormes reticencias de las madres para reanudar el
contacto con el padrej
Así pues, ¿dónde encontrar a esos padres y cómo convencerlos
para que cuenten ¡a forma en que «abandonaron» a sus hi jos? Cathe-
rine Delcroix visitó todos los centros sociales del barrio, restaurantes
de mediodía de precios módicos, peluquerías para hombres, y sobre
todo cafés populares hacia el final de la tarde. Encontró, efectiva
mente, «padres separados». Ella esperaba una acogida más bien fría,
pero esos hombres, al menos los que aceptaron hablar con ella, su
frían enormemente por la pérdida de contacto con sus hijos. Recono
cían sus errores, pero se creían víctimas de un proceso inflexible
— «hagas lo que hagas, la justicia siempre da la razón a la madre»—
y deseaban manifestarlo. Así fue como la encuesta fue adquiriendo
importancia (Delcroix, 1990).
En resumen, no se deben subestimar las dificultades iniciales, y
es de suponer que uno va a atascarse un poco al principio; pero tam
poco se trata de sobrestimarlas, porque las personas pueden tener sus
propias razones de hablar. No obstante, sólo se fiarán de vosotros si
sienten confianza. Lograr una identidad de investigador con el fin de
inspirar ese sentimiento constituye la apuesta principal de la apertura
de un campo de trabajo.
La concertación de la entrevista
Situémonos en la posición más delicada: aún no habéis encontrado a
la persona, ella nunca os ha visto; no obstante, alguien cuya confian
za os habéis ganado y en la que ella también confía le ha dicho que la
llamaréis para pedirle una entrevista. Tenéis que convencerla de que
acepte.
Tendréis que ser claros, precisos, naturales y concisos. Ensayad
vuestras frases antes de descolgar el teléfono. Poneros en la situación
del otro: él o ella no tiene a priori ningún interés en contar su vida a
un(a) desconocido/a y, por otra parte, tampoco es eso lo que vosotros
queréis. A vosotros os interesa sólo su experiencia en cuanto miem
bro de una categoría social. Este matiz es fundamental. Por lo tanto,
diréis en primer lugar quiénes sois («trabajo en una tesina de magis
terio, una tesis, un libro sobre...»): tendréis que mencionar el objeto
social en términos familiares, dejando de lado el vocabulario propia
mente sociológico y os las ingeniaréis para introducir de alguna for
ma el verbo «contar» o un equivalente (por ejemplo, «Me han dicho
que usted podría contarme cosas interesantes»). Si la persona duda, si
dice por ejemplo que no tiene nada que valga la pena contarse, decid
le que son precisamente esas personas las que a vosotros os interesan.
Añadid que tendréis para algo más de una hora. Insistid un poco, pero
no demasiado: el respeto al otro debe ser prioritario. De todas formas,
no podréis obligar a una persona a que os conceda una entrevista si
ella no quiere. En caso de fracasar, sed educados, manifestad vuestro
pesar, obrad como si vuestros caminos hubiesen de encontrarse de
nuevo.
Si la persona acepta la posibilidad de mantener una entrevista,
no la dejéis que comience por teléfono, proponedle un encuentro con
ella. La gente tiene obligaciones, empleos del tiempo y ritmos coti
dianos sobrecargados que tendréis que aprender a respetar. Mientras
no conozcáis esos ritmos, dejad que ellas elijan el momento del día y
el lugar del encuentro. Sabed, no obstante, que el éxito de la entrevis
ta depende en parte del contexto, y que lo ideal es un lugar y un mo
mento en los que os halléis cara a cara, sin interferencias, sin un telé
fono al alcance de la mano y con suficiente tiempo por delante. Fijad
una fecha lo más cercana posible; dejad, en la medida de lo posible,
un número de teléfono donde se os puede localizar o dejar un mensa
je. Si la persona se lo piensa y la anula, manifestad vuestra decepción
y tratad de obtener otra entrevista]
Todo será más fácil si os habéis visto con la persona previamen
te, si habéis podido intercambiar algunas frases y si habéis concerta
do la entrevista en esa ocasión, porque en ese caso ya sabe con quién
va a tratar.
Conviene recordar que vivimos en sociedades estructuradas en
clases, fracciones de clases, sectores profesionales; ciertas relaciones
entre grupos sociales existen antes que los contactos y los «codifi
can» previamente. Nosotros no podemos cambiarlos, ni podemos
cambiar nuestra pertenencia social; no nos queda más remedio que
asumirlos. Pero, desde que los sociólogos hacen un trabajo de campo,
siempre han hallado una forma u otra de resolver los problemas
(Mauger, 1991; Pintón y Pin<;on-Charlot, 1997).
Una de las normas de nuestra sociedad establece que no se nie
gue la comunicación sin un motivo válido. Eso os será muy útil, so
bre todo si os presentáis como quien trata de comprender una situa
ción que vuestro interlocutor, gracias a su experiencia, conoce mucho
mejor que vosotros.^
La preparación de la entrevista
La futura entrevista tendrá tanto más éxito cuanto mejor os hayáis
preparado para ella. Considerad el tiempo de preparación — una a dos
horas— como parte integral de vuestro trabajo de investigación.
Desde el inicio de vuestra indagación habréis tenido a mano un
cuaderno de campo en el que habréis anotado todas vuestras activi
dades, vuestras entrevistas, sus resultados, vuestras observaciones y
también vuestras reflexiones. Si habéis tomado notas durante las en
trevistas precedentes — cosa que se recomienda encarecidamente— ,
esas notas también estarán en el cuaderno. Releedlas y haced balance
de lo que ya creéis haber entendido del objeto en sí y sobre todo de lo
que todavía resulta oscuro.
Después tomad de nuevo vuestra guía de la entrevista. No se
trata, evidentemente, de un cuestionario, sino de una lista de pregun
tas que os surgen acerca del tema de estudio, su modo de funcionar,
su contexto de acción. Durante la entrevista la tendréis al alcance de
la mano sobre vuestra mesa, pero no os remitiréis a ella más que al fi
nal de la entrevista. Porque lo que tratáis es seguir el modelo de en
trevista narrativa, que se compone de dos partes: en la primera, la
más importante, induciréis al sujeto a que cuente su historia. Le alen
taréis para que tome la dirección de la entrevista, mostrando vuestro
gran interés por todo lo que él dice. No obstante, tendréis que saber
aprovechar de pasada la oportunidad de pedirle que se extienda sobre
tal o cual punto que forma parte de vuestra guía de la entrevista. Sólo
al final de ella, si aún queda tiempo, os remitiréis a la guía para insis
tir en los puntos que no se han tratado (si falta tiempo, pediréis una
segunda entrevista, o al menos una aclaración por teléfono).
Así pues, hay que leer la guía de la entrevista con ojo crítico. Y
tiene que ser evolutiva: mediada la investigación no os plantearéis las
mismas preguntas (sociográficas o sociológicas) que a! principio. Si,
por ejemplo, en el transcurso de las entrevistas precedentes habéis in
tuido la existencia subyacente de un mecanismo particular, éste es el
momento de añadir preguntas capaces de confirmar su existencia y de
precisar su naturaleza.
Repasad también lo que os han dicho sobre la persona que vais
a entrevistar; imaginaros la clase de conocimientos que puede haber
adquirido dada su situación y su trayectoria. Tomad nota para pre
guntarte sobre esto en el transcurso de la entrevista.
El objetivo de estas «revisiones» es prepararse mentalmente
para la entrevista; y también agudizar el espíritu. Habrá que entender
a medias palabras, imaginar por ejemplo situaciones que sólo se van a
describir bajo uno de sus aspectos (el principal, desde el punto de vis
ta del sujeto), plantear algunas preguntas pertinentes, pocas y en el
momento oportuno. «Cuanto más claras se tengan las ideas sobre lo
que se trata de entender y sobre la mejor manera de preguntarlo, más
se aprenderá sea quien sea el informante.» Esta observación de Paul
Thompson, uno de los fundadores de la historia oral en Gran Bretaña,
resume todo lo que acabamos de decir (Thompson, 1988). Además,
prepararse para una entrevista haciendo una revisión general de todas
las circunstancias es también hacer avanzar el trabajo de análisis. 1
En fin, no hay que olvidarse de los detalles prácticos: compro
bad pilas y grabadora, vestiros de forma adecuada a la situación de
entrevista, comprobad el itinerario: llegar a la hora convenida es la
primera muestra de seriedad.
El desarrollo de la entrevista
Hay que proscribir de entrada dos situaciones extremas: hablar de
masiado, interrumpir constantemente, o no decir nada (cara inexpre
siva. silencio equívoco). Tal como observa acertadamente Franco Fe-
rrarotti, uno no cuenta su vida a un magnetófono. Y a un maniquí
tampoco.
La actitud general
Cada uno hallará su propio estilo. Sed vosotros mismos, lo más natu
rales posible, atentos pero no ansiosos, abiertos pero concentrados.
Relajaros, porque también tenéis derecho a equivocaros. De todas
formas, la calidad de la entrevista no depende sólo de vosotros. Nun
ca sabréis si hubierais podido hacerlo mejor, tratad únicamente de ha
cerlo lo mejor posible^ Vuestro interlocutor os ayudará a conseguirlo.
Si ha aceptado la entrevista es porque, de una forma o de otra, tiene
interés en ella. Liberaos de cualquier sentimiento de culpabilidad: no
sois usurpadores de vidas ajenas, sino gente que origina testimonios.
Vosotros pedís ayuda, pero con ello otorgáis al sujeto un «reconoci
miento social» que quizá de otro modo sólo obtiene de forma muy es
casa. Al ir a verlo demostráis que él sabe cosas que vosotros, a pesar
de vuestro «título universitario», no sabéis, cosas que «la sociedad»
no sabe^
El comienzo de la entrevista
«Para que una entrevista comience es necesario un contexto social, es
necesario que quede clara la finalidad de la entrevista y que, como
mínimo, se plantee una primera pregunta.» Así es como Paul Thomp
son, que en cuanto historiador que recurre a los testimonios conside
ra lo mismo que nosotros a sus interlocutores como informadores, de
fine la cuestión del arranque de tal entrevista. Hay tres puntos que
merecen un comentario.
El «contexto social» ya se ha establecido en los contactos pre
cedentes. Tenemos dos identidades sociales que se encuentran cara a
cara: el sujeto sabe que se dirigen a él no en cuanto persona privada,
sino en cuanto que posee una experiencia social específica, la que co
rresponde a vuestro objeto de estudio. Ante él vosotros representáis la
universidad, el saber, «la sociedad». Él se dirigirá en primer lugar a
esa sociedad a través de vosotros. En cierto modo va a ser necesario
ir más allá de ese contexto social, hacer que surja y se desarrolle una
relación interpersonal que invierta la relación social. No tengáis mie
do de reconocer explícitamente vuestra ignorancia; si os dicen: «Yo,
sabe usted, no tengo nada que valga la pena contar», responded que.
muy al contrario, lo que el sujeto ha vivido como tantos otros no está
escrito en ninguna parte..
Mencionad de nuevo vuestro objeto de estudio en términos fa
miliares y comenzad la entrevista con una frase que contenga el ver
bo «contar»^. Personalmente, yo nunca he utilizado una «consigna»
(una frase de entrada) del tipo «Me gustaría que usted me contara su
vida»: ¡es demasiado intimidatorio! En cambio, las entradas en mate
ria del orden de «Quisiera que usted me contara cómo llegó a hacerse
panadero», o incluso (para la investigación sobre los padres divorcia
dos) «que me contara cómo se produjo el divorcio en su caso; ¿ha po
dido mantener usted el contacto con sus hijos?», siempre han funcio
nado bien. Si se pide explícitamente un relato de vida, eso significa
que hay interés por la persono misma en cuanto tal , por la totalidad
de su experiencia, incluso la privada. En cambio, si se menciona ya
en la consigna la categoría social a la que pertenece o ha pertenecido
(lo que corresponde de todos modos a la delimitación previa de la en
trevista, al «filtro» que se establece desde el primer contacto), eso
significa que el interés se refiere a un fenómeno colectivo. De ese
modo se desactiva el carácter inquisitorial de la entrevista, orientan
do el espíritu del sujeto hacia ese fenómeno colectivo del que él o ella
tienen una experiencia directa.
Acompañar
Queréis llevar a cabo una entrevista narrativa. Eso significa que queréis
que vuestro interlocutor asuma lo más rápidamente posible el papel
de narrador. Para ello podéis y debéis ayudarle de dos maneras: ma
nifestando vuestro interés por lo que os cuenta (mímica, murmullos
de aprobación) e interrumpiéndole lo menos posible. Si se detiene
para elegir las palabras o reflexionar, dejad que pasen algunos se
gundos. Pero si la parada significa que os corresponde a vosotros ha
blar o preguntar, partid de su última frase, repetid sus últimas pa
labras, invitadle a continuar: «¿Cómo sucedió?», o «¿Qué pasó
después?».
Cuando la entrevista, o más bien el sujeto, ya está bien lanzado,
podréis intervenir con algunas preguntas. Pero atención, no le inte
rrumpáis, esperad a que haya acabado una explicación (la interrup
ción intempestiva es el defecto más común entre los principiantes) y
no planteéis nunca dos o más preguntas a la vez.
Pronto aprenderéis a distinguir diferentes tipos de preguntas.
Unas tienen que ver con el impulso para que prosiga, y consisten por
ejemplo en pedir aclaraciones sobre una palabra que se acaba de em
plear, una palabra claramente preñada de significados para el sujeto,
y de la que quisierais saber el significado exacto.
Un tipo de pregunta bastante parecido es aquel mediante el cual
se piden descripciones de contextos que pueden ser muy ricos en ele
mentos sociales: «¿Puede describirme un poco el ambiente de...» (ese
taller, ese servicio). Procurad en esta ocasión que os precisen las di
ferentes categorías de actores que intervienen (pero no utilicéis jamás
la palabra «actor» que, para los no sociólogos, sólo evoca el teatro o
el cine), los poderes de unos sobre otros, los objetivos de unos y de
otros, sus tácticas, y el tipo de relaciones, eventualmente conflictivas,
que originan sus mutuas interacciones.
Un tercer tipo de preguntas trata de hacer más explícita una se
cuencia que conecta una situación y una acción. Alguien, el sujeto
mismo o cualquiera de los personajes de su historia, ha reaccionado
ante una situación de una forma que os ha sorprendido. Eso quiere de
cir que no comprendéis su lógica de acción, que proyectabais implí
citamente vuestros propios esquemas de acción (lo cual es muy nor
mal); con ello se pone de manifiesto que allí había una lógica distinta.
Podéis preguntar: «¿Por qué hizo usted eso?», «¿Por qué lo hizo él o
ella?», aunque se corre el riesgo de no obtener en principio como res
puesta más que una racionalización a posteriori. Seguid preguntando:
«¿Podría usted (o él, o ella) haber obrado de otra forma?»; hay mu
chas posibilidades de que esta vez obtengáis como respuesta la des
cripción de una norma (cultural, moral) o de una regla explícita con
un valor sociológico de coacción sobre la conducta.
De una forma más general, tratad de incitar al sujeto para que
describa ciertos campos de posibilidades ante los cuales se ha encon
trado, con preguntas como: «¿Era eso lo que usted quería hacer?», o
bien «¿Hubiera preferido usted actuar de otro modo?» (o ¿«hacer otra
£osa»?). Con este tipo de preguntas se trata de descubrir los puntos de
confrontación, los momentos de «elección», las trayectorias alterna
tivas que el sujeto habría podido seguir y que ha pretendido seguir.
Esas trayectorias alternativas «en punteado» forman parte no de la
realidad positiva (lo que realmente ha sucedido), sino de otro orden
de realidad, lo que habría podido suceder. Son trayectorias que el su
jeto no ha «sabido», no ha podido, o no ha querido seguir. No ha sa
bido que existían habida cuenta de ciertas cuestiones de percepción y
de información que remiten a fenómenos culturales y sociales. No ha
podido seguirlas por razón de recursos familiares o personales, mate
riales, culturales o relaciónales, de obstáculos sociales o de compro
misos morales ante sus allegados. No ha querido seguirlas: por la
apreciación subjetiva, por el coste personal demasiado elevado com
parado con «lo que eso valía», porque calculó los riesgos que entra
ñaba o porque preveía un fracaso: Sea lo que sea, sus «explicaciones»
os proporcionarán retazos de la respuesta a las cuestiones que voso
tros planteáis sobre la lógica de acción, sobre la economía moral, la
lógica social (estructural o «simbólica», o sería mejor decir «semán
tica») presente en vuestro objeto de estudio.
Administrar lo inesperado
Aprenderéis poco a poco a administrar los silencios prolongados, las
emociones fuertes que acompañan la evocación de momentos dramá
ticos, las confidencias con marchamo de secreto, los momentos de
desazón de uno o de otro. Este tipo de entrevista es emocionalmente
abrumador; más de una vez terminaréis literalmente «agotados». Es
necesario que la realidad os impresione, que impresione no sólo vues
tro intelecto, sino también vuestros nervios para que pueda desplazar,
aunque sólo sea un poco, los prejuicios que lleváis encima de forma
inconsciente.
Así pues, no temáis ante las emociones del sujeto y dejad que
aparezcan también las vuestras, pero controlando su manifestación.
Esas emociones nunca son gratuitas, sino más bien la señal de que se
ha evocado algo importante. La carga emocional es también una car
ga de significado. Siempre habrá tiempo, a la hora del análisis, de dis
tinguirlas y de valorarlas.
Se recomienda encarecidamente que, antes de dar por terminada
la entrevista, se evoquen los momentos positivos en la vida del suje
to, que se pregunte, por ejemplo,\cuál ha sido el momento más feliz
de su vida o que se insista en lo que él o ella creen que ha sido su ma-
yor éxito. Pensad en eso como en una correspondencia a la dádiva
que el sujeto os ha hecho con su relato. Pensad también en el recuer
do que conservará de la entrevista (y de vosotros) y en lo que dirá
en su círculo de amistades. Y como respuesta adivinad una sonrisa en
sus ojosA
Entonces podréis apagar el magnetófono? Pero permaneced
atentos, porque quizá sea en ese momento preciso cuando os van a
decir lo más importante, por ejemplo una «clave» sin la cual no lle
garíais a comprender lo que, precisamente, tratáis de conocer. Esa
clave la conocen todos los iniciados, pero no se puede decir en públi
co — y vuestro magnetófono, por el hecho de grabar , es como el rin
cón de una plaza pública— . Pero sobre todo no volváis a ponerlo en
marcha, poned en marcha más bien el «casete» de vuestra grabadora
mental, tratad de recordar al pie de la letra lo que acaban de deciros^
Podéis tomar notas: escribir no es lo mismo que grabar; escribir es
asunto vuestro. Si no lo entendéis bien, pedid que os expliquen de
nuevo la clave.
Antes de despediros pedid permiso para llamar por teléfono para
alguna eventual información; si habéis sabido terminar bien la «en
trevista», ese permiso se os concederá de buena gana.
La recopilación
Hay dos formas de recopilar una entrevista: grabándola o tomando
notas de ella. Nosotros aconsejamos utilizar las dos simultánea
mente.
El magnetófono es un instrumento maravilloso. Aprended a uti
lizarlo como si fuera una extensión natural de vuestro cuerpo. Al co
mienzo de la entrevista, en el momento de ocupar vuestro asiento,
ponedlo encima de la mesa o en el suelo y preguntad con toda la na
turalidad del mundo: «No le importa, ¿verdad?, que grabe la entre
vista». Si eso os lleva a tener que prometer el anonimato, prometedlo
y mantened la promesa.
La presencia del magnetófono modifica la naturaleza de la en
trevista. Algunas personas lo olvidan enseguida, pero hay otras que
continúan notando su presencia. Si advertís como una especie de desa
zón, apagadlo.
r~
1 De todos modos •tenéis que aprender a tomar una entrevista por
escrito. Eso no tiene mayores inconvenientes. El sujeto, viendo que
escribís, habla más despacio; se toma su tiempo para reflexionar (y
vosotros también). Si se produce un silencio, podéis seguir escribien
do a la vez que preparáis vuestra frase de reanudación. Podéis anotar
los gestos y las expresiones del rostro de vuestro interlocutor, cosa
que el magnetófono ignora por com pletoj
Inmediatamente después de despediros, entrad en un café y ano
tad en vuestro cuaderno de campo todo lo que habéis retenido del
contexto de la entrevista y de su desarrollo. Tratad de describir la ac
titud general del sujeto respecto de vosotros, respecto del tema de la
entrevista y respecto de su propia historia. ¿Qué «mensaje» os ha
transmitido? ¿De dónde parecía hablar? ¿Qué temas parecía querer
tratar por extenso y cuáles evitar'.}
Si os surgen ideas, preguntas, hipótesis o intuiciones, anotadlas.
Concentraros en lo que más os ha sorprendido o extrañado: tratad de
poneros en el lugar del sujeto; intentad también comprender por qué
os habéis sorprendido. ¿No será porque pone en tela de juicio alguna
de vuestras representaciones previas? («no es así como yo me lo ima
ginaba...»). Fomentad en caliente vuestra reflexión mediante vuestras
impresiones, vuestras intuiciones y vuestras emociones: la fase del
análisis ha comenzado ya.
Introducción
Los relatos de vida no revelan de buenas a primeras todos sus secre
tos. Este capítulo está consagrado al análisis de la información y los
significados pertinentes que contienen.
^Eliminemos de entrada un malentendido: la investigación etno
sociológica no consiste en elaborar primero un Corpus de materiales
empíricos, relatos de vida u otras formas de datos y después única
mente en dedicarse al análisis de ese Corpus. En este tipo de investi
gación, el análisis comienza muy pronto y se desarrolla simultánea
mente a la recopilación de testimonios, ^os resultados del análisis de
las primeras entrevistas no sólo se integran en el modelo en construc
ción, sino que se recogen en la guía de la entrevista evolutiva. Tam
bién influyen en la elección de las personas que se entrevistarán con
posterioridad. En fin, que la principal forma de consolidar el modelo
es mediante la comparación de los relatos de v id aj
Esto equivale a decir que el análisis de un relato de vida consti
tuye un episodio dentro de una totalidad dinámica. Pero en cambio,
para que las comparaciones entre los diversos relatos sean fructíferas
y acumulativas, para que, por ejemplo, aparezcan en ellas recurren
cias es necesario que los contenidos latentes de cada uno de los rela
tos recopilados sea explicitado con anterioridad. Si no existe, que yo
sepa, ninguna técnica para lograrlo, sí que se pueden aplicar algunos
procedimientos sociológicamente pertinentes.
Un relato de vida no es un discurso cualquiera: es un discurso
narrativo que trata de contar una historia real y que, además, a dife
rencia de la autobiografía escrita, se improvisa en el marco de una re
lación dialógica con un investigador que, de entrada, orienta la entre
vista hacia la descripción de experiencias que le ayuden al estudio de
su objeto.
Así pues, la cuestión del análisis se hace mucho más precisa: no
se trata de extraer de un relato de vida todos los significados que
puede contener, sino sólo los pertinentes, los que pueden ayudar ai
estudio del objeto de investigación y que adquieren en este caso la
condición de indicios. Esos significados se refieren a diferentes «ni
veles» u órdenes de realidad que trataremos de precisar y de ejem
plificar]
Por lo tanto, el objetivo de este capítulo es proponer un modelo
de análisis válido no para cualquier relato de vida aislado , sino un mo
delo de análisis destinado a explicitar lo que cada uno de los relatos de
vida recopilados a lo largo de una investigación etnosociológica con
tienen de elementos pertinentes de información y de significado, con el
fin de poder relacionarlos mediante el análisis comparativo.
¿Retranscribir?
La mayoría de los sociólogos que trabajan con relatos de vida no sólo
registran las entrevistas, sino que las retranscriben o las mandan re-
transcribir.*'
Ni la retranscripción, ni siquiera la grabación son indispensa
bles; tomar notas durante la entrevista puede ser suficiente. Pero son
necesarias si se quiere analizar a fondo un relato de vida.
El análisis comprensivo
Imaginación y rigor
Los indicios
Todo relato de vida orientado hacia las prácticas del sujeto y los con
textos sociales de esas prácticas comporta necesariamente no pocas
indicaciones sobre los fenómenos propiamente sociales.\No se puede
esperar que el sujeto describa tales fenómenos y su lógica social; el
sujeto, salvo excepciones, aludirá a esos fenómenos, a veces en for
ma de una simple frase, incluso de una sola palabra («me estoy com
prometiendo»). A no ser que se haya estado lo suficientemente aten
to como para coger la alusión al vuelo y se le haya invitado a explicar
la alusión, o que se esté ante un sujeto especialmente reflexivo (exis
ten en todas las categorías sociales, incluso entre los disminuidos
mentales; véase Dietrich, 1990), habrá que contentarse con esas po
cas palabras! Uno de los principales retos del análisis comprensivo
consiste precisamente en identificar las palabras que remiten a un me
canismo social que ha influido en la experiencia vivencial, a conside
rarlas como otros tantos indicios, a preguntarse por su significado so
ciológico, es decir sobre aquello a lo que hacen referencia en el
mundo sociohistóricoj
Entre todos esos indicios que oculta un relato de vida, algunos
«brillan» y nos sorprenden de entrada, mientras que otros permane
cen durante mucho tiempo ocultos entre la ganga de su apariencia tri
vial. Entre los que llaman nuestra atención figuran todos los indicios
de funcionamiento (de personas, de relaciones entre personas, de for
mas culturales y sociales diferentes de los que nosotros conocemos:
quien haya leído aunque sólo sea una «autobiografía indígena» publi
cada en la colección «Terre húmame» lo comprenderá. Si esos textos
estimulan de tal modo nuestra imaginación es porque a cada instante
tenemos que imaginarnos el modo de funcionar de otra cultura, sus
propios modos de relación intersubjetiva, sus esquemas de percep
ción, de acción y de interacción, su código de buena conducta, sus va
lores colectivos. Pero cuando se trata de testimonios procedentes de
nuestra sociedad, tenemos tendencia a olvidar que intervienen en
otros lugares, en otros contextos y en otros medios distintos de los
nuestros, y proyectamos sobre ellos nuestra propia subcultura; nues
tra atención tiende a ser menos intensa cuando, en realidad, debería
incrementarse.
Se debe considerar cada uno de los indicios hallados como la
punta apenas visible de un iceberg} Veámoslo a continuación con un
ejemplo. El primer relato de vida obtenido de un viejo empleado en
una panadería, nacido en 1909, contenía, acerca de sus años de ju
ventud. esta sencilla frase: «Se trabajaba siete días a la semana».
¿Siete días a la semana? Se nos estaba dando un hermoso indicio so
bre el funcionamiento de la panadería artesana. Habría que haber pro
fundizado en él durante la entrevista; por falta de experiencia no lo
hicimos. Sólo en el transcurso de otras entrevistas se fueron descu
briendo algunas de sus implicaciones.
«Trabajar siete días a la semana» significaba en primer lugar
que el obrero de panadería, por lo demás lo mismo que el artesano y
su esposa, jamás tenían un día de descanso, que toda su vida se orga
nizaba en torno al trabajo y tendía a reducirse a él. Tal ritmo no se po
día mantener a largo plazo. «Cuando estábamos demasiado cansados,
parábamos; se dormía y uno se recuperaba» (extracto de otra entre
vista). Pero había que hacer el pan. El artesano se dirigía entonces a
una oficina de empleo que le enviaba de inmediato un suplente. Al
gunos obreros jóvenes y solteros se especializaban en las suplencias.
«Se les llamaba rouleurs»* (extracto de una tercera entrevista). Eso
les interesaba, no sólo por estar un poco mejor pagados, sino porque
de ese modo iban cambiando de actividad, como ciertos interinos en
la actualidad. ¿Cómo sobrellevaban los obreros el cansancio acumu
lado? Hubo una frase que nos sorprendió en una cuarta entrevista:
«Cuando uno está demasiado cansado ya no puede dormir; entonces
estás perdido». Esta frase llamó nuestra atención sobre dos clases de
cansancio. Está el cansancio debido al ejercicio normal de la activi-
Un ejemplo
Este relato de vida es el de Khaled K., muchacho nacido en Argelia
en 1970 y llegado a la edad de dos años a vivir en una ciudad, en
Vaulx-en-Velin, en los arrabales de Lyon, donde pasó su infancia, su
adolescencia y gran parte de su juventud. El politólogo alemán Diet-
mar Loch, que hacía un trabajo de campo en Vaulx-en-Velin. se en
contró con él en el otoño de 1992. Khaled tenía entonces veintidós
años. Acababa de salir de prisión, donde había tenido tiempo de re
flexionar largamente sobre su itinerario biográfico de estudiante de
bachiller convertido en delincuente. Tenía ganas de explicarse y la
entrevista, muy bien llevada por D. Loch, tiene un gran interés socio
lógico. Detengamos el reloj del tiempo histórico en el 3 de octubre de
1992, el día en que Loch recogió este relato de vida, tratando de ha
cer abstracción de los acontecimientos dramáticos que se produjeron
en los años siguientes.
Toda la entrevista es como una ilustración de lo que se ha dicho
en las páginas precedentes sobre los diversos niveles de significación;
sobre todo lo que Khaled dice del punto de inflexión en el que co
menzó a precipitarse hacia la delincuencia. Ese pasaje está tomado
aquí insertando en él algunas frases tomadas de pasajes ulteriores de
la entrevista (esas inserciones van enmarcadas por los signos // ).
K h ale d (h ab la del am biente del c o le g io de V a u lx-e n -V e lin ): « E ra un
grupo h o m ogén eo, todos teníam os la m ism a m entalidad, se h ablaba
poco pero uno se entendía inm ediatam ente y eso era lo bueno II. [L o s
p ro feso res habían tenido] m uchos alum nos com o nosotros. H abían v is
to a nuestros herm an os y h erm an as. H abían se gu id o nuestros p aso s,
nos con ocían . // Y y o personalm en te, cu ando cam b ié de co le g io y a no
era lo m ism o. Y a no encontré esa m entalidad.
— ¿Q ué era e xactam en te e sa m en talid ad ? (¡e x c e le n te « in siste n
c ia» por parte del en trevistad o r!)
— S e trab ajab a y se brom eaba. U n o pod ía p erm itirse b rom ear
porque se sacaban buenas notas, siem pre en serio. // En tercero y o iba
bien. [Con un am igo] éram os los prim eros de la clase , siem pre brom ean
do. E ram o s san o s, tran q u ilos // Pero cu an d o lle g u é al instituto e so se
acab ó. N o lo resistí.
— Y o tenía la cap acid ad su ficie n te para triun far, pero no me e n
con trab a en mi lu g a r (...). E llo s [lo s alu m n os de e s e instituto « b u r
g u és» de Lyon ] ja m á s h abían visto en su cla se un « árab e». M e d ecían :
«francam ente, tú eres el único á rab e» ; y cuando me con ocieron me d e
cían : «T ú eres la e x ce p ció n » . A e llo s les era m ás fá c il discu tir entre sí.
(...) E ra un p oco frío . // Te encon trab as con un bache de m em oria, no
te d icen n ada, d isim u la n . // A u n (...) en ten d ién d o m e bien con e llo s ,
no era natural. M i au toconfianza iba en d escen so ; mi personalidad... te
nía que d e jarla de lado. N o puedo: y no en con trab a mi lugar. E n ton ces
com en cé a saltarm e las c la s e s ; una v e z , dos ve c e s. U na caden a, hasta
el día en que tuve algu n a en trev ista (...). C o m e n cé a d ar una vu elta e
hice am ista d e s. Pero eran buena gen te, aun que el tío fu era un ladrón
(...). Un am ig o es un a m ig o ; es cu estión de sen tim ien tos, no hay que
ju z g a rle por tal o cu al acto. Porque aq u í (...) un tío se com pra un buen
vaq u e ro , co m o lo s d e m á s; no hay d in e ro ; tiene que a rre g lá rse la s él
so lo . E n ton ces com en cé a c a lle je a r con e llo s. S e ve c la ra la d ife re n cia
entre el am biente del instituto y el am biente de fu e ra, el de los lad ro
nes. S e está m ás a gu sto , e s la m ism a m entalid ad q u e en el c o le g io ,
* pero con ad u ltos. Y cu an d o robas te sien tes lib re , porque e so e s un
ju e g o . M ien tras no te pillen eres tú el que g a n a s. E s un ju e g o : se gan a
o se pierde. Pero es cie rto que este cam in o no con d u ce a ninguna p ar
te. D esp u és de haber estad o en prisión he visto que y o era el perdedor
al cien por cie n .»
Más que comentar este extracto, vamos a proponer al lector — como
hacen los manuales estadounidenses—■convertirlo en la base de un
ejercicio. Se tratará de responder a las siguientes preguntas:
— Este pasaje describe un proceso de transformación importante. ¿En
qué planos o «niveles»: personalidad, relaciones intersubjetivas, si
tuación objetiva («lugar»)? Si han cambiado los tres «estados» en
el transcurso del periodo descrito, ¿en qué orden? ¿Mediante qué
concatenaciones? ¿Dónde están los puntos de bifurcación, las en
crucijadas? ¿Cuáles eran las direcciones alternativas?¿Cuáles hu
bieran sido las ventajas y los costes subjetivos para el sujeto dadas
esas alternativas en cada uno de los tres niveles?
— Comparando la descripción de la atmósfera del colegio y del ins-
litulo, ¿se pueden hallar coherencias o contradicciones entre los
«estados» de los tres niveles (personalidad, conjunto de relacio
nes intersubjetivas y estatus objetivo referido al contexto institu
cional)?
— La trayectoria de K. es atípica. No obstante, ¿se pueden formular
hipótesis de alcance general sin caer en el psicologismo o el cul-
turalismo?
— ¿A qué «nivel» adjudicar los fenómenos siguientes: sentimiento
de identidad, percepción de la identidad de otro, razones «obje
tivas» (sociales) de esa percepción (estructura de los estableci
mientos escolares, estructura social, contexto histórico, «sentido
común» originado por el discurso colectivo)?
— Cuestión subsidiaria: refiriéndose a la totalidad del texto original,
evaluar la «exactitud» de las operaciones de montaje efectuadas:
inserción de pasajes ulteriores, indicados por las //; supresión de
pasajes, indicados mediante los (...).
6. Esto, e vi den te mente, no significa que no se puedan hallar, mediante otras en
cuestas, excepciones empíricas a este modelo. Pero ésas, o bien confirman la lógica
social que pensamos haber descubierto, o bien son suficientemente numerosas como
para justificar la integración de un nuevo tipo de trayectorias en el modelo, y por lo
tanto su enriquecimiento.
No obstante, el estudio profundo llevado a cabo por Isabelle Bertaux-
Wiame (1978) sobre el aprendizaje muestra los límites del segundo
de esos dos paradigmas. Los jóvenes aprendices, separados de forma
brutal de su familia, sumergidos de repente en una situación de escla
vitud temporal que les ocasionaba incontables sufrimientos, tratando
de escapar de ella mediante fugas, pero llevados de nuevo ante el
maestro artesano por su padre, se hallaban enfrentados a un comple
jo de poderes, donde el maestro artesano reunía ante ellos el poder del
patrono y el mucho más importante de maestro responsable de su en
señanza en el sentido patriarcal del término. Este tipo de situaciones
de dependencia se entiende mejor recurriendo a los trabajos de Mi-
chel Foucault sobre el poder, más que a las teorías sobre la elección
racional.
Examinemos rápidamente un segundo ejemplo. Se trataba de es
tudiar la migración de las jóvenes de los pueblos a París en la década
de 1920, recogiendo los testimonios de mujeres de edad avanzada de
origen rural que vivían en la región de París (Bertaux-Wiame. 1980).
El sentido común de la época se representaba el éxodo rural como un
fenómeno esencialmente masculino. Ahora bien, las estadísticas mos
traban que ya desde el período de entreguerras, las mujeres jóvenes
que habían cambiado el campo por la ciudad habían sido más nume
rosas que los hombres, y más numerosas también las que se habían
dirigido a París en concreto. Nuestra primera hipótesis era que el de
sarrollo industrial de la región de París había ofrecido empleos tanto
masculinos como femeninos, aunque, sin lugar a dudas, en diferentes
ramos. Pero resulta que todas las mujeres entrevistadas habían ido a
ocupar empleos de criada, de vendedora en un pequeño comercio, o
de empleada en los hoteles y hogares para jóvenes obreros solteros
llegados de provincias. Ninguna había sido obrera en la región de Pa
rís. ¿Por qué?
La explicación no había que buscarla en el mercado de trabajo,
sino en el del alojamiento. Había un punto común — una «recurren
cia»— característica de los diversos tipos de empleo ocupados por las
jóvenes rurales emigrantes: todas estaban hospedadas (incluso con
cama y comida) por el empleador. En aquella época apenas existían
hogares para chicas ni otra clase de oferta en el mercado del aloja
miento para jóvenes solas, y la crisis de la vivienda parisiense era tal
que las personas que conocían en París no podían acogerlas. Así pues.
el problema de las jóvenes emigrantes no era encontrar un empleo
— había empleos en abundancia— sino encontrar alojamiento, razón
por la cual se orientaban más bien hacia un tipo específico de empleo
bajo el régimen de «cama y comida».
Los ejemplos expuestos tienen un punto en común: muestran
cómo, partiendo de un pequeño número de casos, se pueden descu
brir mecanismos sociales (lógicas sociales) de gran magnitud, que
atañen a miles o incluso millones de itinerarios. Es cierto que no
siempre es así, pero el hecho de que sea posible basta para mostrar
que no es la lógica de la representatividad estadística la que rige aquí
el paso de las observaciones empíricas a las hipótesis sociológicas,
sino la del razonamiento propiamente sociológico. La validez de ta
les generalizaciones se mide no sólo por comparación con las es
tadísticas disponibles, sino también por comparación con expli
caciones alternativas «puramente teóricas», es decir, elaboradas sin
referencia explícita precisa a observaciones empíricas. Es sabido es
que este tipo de explicación abunda no sólo en el sentido común, del
que es el pan de cada día, sino también en el discurso de ensayistas e
incluso de muchos teóricos. Si es evidente que las encuestas me
diante cuestionario ante muestras representativas de poblaciones es
pecíficas (aquí los obreros del ramo de la panadería o las emigrantes
de la década de 1920) sería el medio ideal de confirmar los modelos
explicativos así propuestos — con la condición de que las hipótesis
del modelo se incluyan en el cuestionario, y por lo tanto que se es
tablezcan y se expliquen antes— , es absurdo pensar que para cada
nueva hipótesis pueda haber una encuesta estadística. Así pues, hay
que dar un estatuto específico a las hipótesis basadas en el trabajo de
campo y elaboradas mediante el razonamiento sociológico, que las
distingue tanto de las hipótesis confirmadas por una encuesta cuan
titativa específica como de las elaboradas de forma especulativa. Ese
estatuto es precisamente el que designa la expresión grounded iheo-
ry propuesta por Glaser y Strauss, la teoría basada o arraigada en las
observaciones empíricas.
El valor de este tipo de hipótesis se mide no sólo por el hecho de
que explican las recurrencias observadas, sino porque las explican
de forma sociológica. Ése es el valor del descubrimiento de un meca
nismo social — lo mismo que. en un ámbito completamente distinto, el
descubrimiento de un mecanismo económico o de un «mecanismo»
psicoanalítico— : una vez percibido, identificado, teorizado en un pe
queño número de casos, incluso en el límite (Freud) en un caso sin
gular, se desvincula de ese caso y adquiere un valor universal.
La transferencia de conceptos
7. Friedberg. «L" Analyse sociologique des organisalions». Pour. n.° 28. 1988.
Las palabras del saber local
La publicación in extenso
El sentir común de los sociólogos respecto de los relatos de vida ha
estado hasta ahora ampliamente determinado por la publicación in ex
tenso de relatos de vida «completos», además con mucha frecuencia
a instancias de periodistas y con la intención de seducir al gran públi
co. Evaluar (de forma peyorativa) la validez de lo que yo llamaba an
taño el «sistema biográfico» en sociología basándose en este tipo de
publicaciones extrasociológicas es un error manifiesto, pero bastante
habitual (Bourdieu, 1986; Peneff, 1990).
Se necesitan circunstancias verdaderamente excepcionales para
que un relato de vida dé lugar a su publicación in extenso. En primer
lugar, hay que contar con la aprobación del sujeto. Publicar equivale
a poner a alguien en la plaza pública, cuando inicialmente se le había
prometido confidencialidad. También es necesario que el relato sea lo
suficientemente rico como para merecer la publicación, lo que supo
ne múltiples conversaciones, una concentración de esfuerzos sobre
una sola persona y — si se mantiene la intención de un conocimiento
sociológico— una argumentación sobre la representatividad o tipici-
dad del caso en cuestión; además hay que reescribirlo por completo
para que se pueda leer. Por último, para evitar que el investigador no
se vea sencillamente como quien maneja las teclas del magnetófono,
sería conveniente acompañar la publicación del relato de vida con un
comentario sociológico apropiado.
Ahora bien, esta última tarea equivale a una misión imposible.
En efecto, para que el relato de vida sea legible, el investigador habrá
tenido que renunciar no solamente a sus preguntas, abandonando de
este modo cualquier esperanza de que se reconozcan al menos sus
cualidades de entrevistador, sino también a trabajar en la transcrip
ción, a reescribirla — según las reglas estrictas expuestas anterior
mente— hasta que sea perfectamente legible.
Este trabajo de reescritura supone en sí mismo un enorme traba
jo de análisis de las entrevistas que comprende sobre todo la recons
trucción del itinerario del sujeto y de la cadena de microgrupos a los
que ha pertenecido, la comprensión de cada situación descrita, de su
contexto y de la manera en que el sujeto y su entorno han percibido,
analizado y reaccionado ante la situación, la manifestación de las
múltiples capas de sentido contenidas en el relato y la forma de rela
cionar todo esto. Sólo después de este trabajo de análisis puede el in
vestigador pasar al trabajo de reescribir. que consiste esencialmente
en un trabajo de montaje y selección.
Si el trabajo se ha hecho con arte, como ocurre en Los hijos de
Sánchez (Lewis, 1963) por ejemplo, el resultado se lee de una sola ti
rada y el lector se olvida por completo de que se trata de un texto re
escrito: los andamiajes han desaparecido y el trabajo de análisis del
investigador se ha hecho completamente invisible. ¿Podría él en este
caso dar señales de vida haciendo que al texto «autobiográfico» le
siga un comentario o un análisis sociológico? De hecho, lo esencial
de lo que él ha comprendido mediante el análisis minucioso del rela
to de vida ha procurado hacérselo decir al texto mismo mediante un
montaje que lo hiciera inmediatamente perceptible al lector. Éste,
identificándose con el narrador durante el tiempo de la lectura y enri
queciendo la historia que se le cuenta con su propia imaginación, ha
brá captado de manera subconsciente esos hechos y sus relaciones
semánticas; por eso juzgaría que es una paráfrasis ociosa cualquier
comentario que le explicara lo que él (gracias al trabajo invisible del
investigador) ya ha comprendido perfectamente a medias palabras.
Así pues, la publicación in extenso sólo se puede llevar a cabo
en casos excepcionales y con fines (expresivos) distintos de los de la
investigación. Hacer que en el espacio público se oigan las voces de
personas pertenecientes a categorías que jamás tienen la posibilidad
de expresarse es un trabajo noble, un trabajo de «barquero» que con
tribuye a la democratización del espacio público y a la reflexión pro
funda de una sociedad (sobre la conciencia que tiene de sí misma).
Sin embargo, ése no es el trabajo de los investigadores. Hay algunos
publicistas que tienen un gran talento para esto; y para el investigador
es una tarea literalmente ingrata por las razones ya aducidas. No obs
tante, si en un marco universitario se quiere insertar como anexo del
informe sobre una investigación un relato de vida especialmente rico,
típico, ilustrador o «ejemplar», mi sugerencia es que se publique la
transcripción tal cual, incluidas las preguntas del entrevistador. Se po
drá hacer que vaya precedida de una introducción en la que se pre
sente el «perfil» del sujeto y las condiciones en que se estuvo en rela
ción con él. Si se redacta un comentario, se pondrá en su lugar exacto,
es decir, después del texto de la transcripción.
La presente obra no da cuenta más que de uno de los modos posi
bles de utilizar los relatos de vida, aquel que consiste en considerar
los como medios de acceso al conocimiento de objetos sociohistóri-
cos como mundos sociales o situaciones originadas socialmente. En
esta perspectiva que he llamado «etnosociológica», los sujetos ad
quieren la condición de informadores de sus propios hechos y de los
contextos sociales en los que se han desarrollado; a sus testimonios se
les da a priori una categoría de veracidad, que sin embargo se com
prueba comparándolos sistemáticamente, confirmando sus asertos
mediante otras fuentes. Para destacar la coherencia de este método,
he tratado de explicar sus fundamentos epistemológicos y después de
precisar el concepto específico del relato de vida que este método es
tablece. He mostrado a partir de ejemplos cómo se puede pasar de ob
servaciones locales a generalizaciones sociológicas y he esbozado lo
que tal método podría aportar al conocimiento sociográfico y socio
lógico de los campos donde se pusiera en práctica.
La mitad de la obra se ha consagrado a las cuestiones de análisis
que generalmente se dejan de lado. Habida cuenta de la importancia
de la imaginación sociológica en el proceso de análisis de los mate
riales, se le han propuesto al lector no solamente algunas operaciones
sencillas destinadas a subrayar los contenidos «objetivos» de un rela
to de vida (una objetividad de tipo discursivo), sino también ciertos
instrumentos teóricos originales, como la diferencialidad o el «nivel»
de las relaciones intersubjetivas firmes y duraderas. Esos términos
designan fenómenos que contribuyen al proceso permanente de fabri
cación de formas sociales-históricas, sin que lo tengan en cuenta ni
las’encuestas estadísticas ni la observación directa y, por lo tanto, sin
crónica de los comportamientos. Al situar las prácticas en sus con
textos concretos y en el tiempo, los relatos de vida muestran la im
portancia de los compromisos morales de unos actores para con otros;
una sociología realista debe incluirlos en su campo de percepción y
de reflexión. Uno ya no puede darse por satisfecho con un concepto
del homo sociologicus que le reduzca ya sea a la condición de simple
portador de estructuras y de roles, ya sea a la de individuo perfecta
mente autónomo que sólo actúa en función de sus intereses: tales con
ceptos dejan mutilada su humanidad. Además, no deja de ser inquie
tante el hecho de que las lenguas latinas parezcan avalar esta visión
mutiladora cuando ponen sistemáticamente en masculino los términos
genéricos: «agente», «individuo», «sujeto». Porque resulta que más de
la mitad de los sujetos son mujeres, y pensando en ellas es cuando
mejor se percibe la inadecuación de los conceptos canónicos del
homo sociologicus. Este problema «terminológico» sigue sin hallar
solución.
O bras relacionadas
S c h w a rtz, O. ( 19 9 0 ) , Le Monde privé des ouvriers: hommes et femmes dn
Nord . PU F, París, 5 4 4 pp.
A unque el autor no ha recurrido a los relatos de vid a en cuanto tales, su
in vestigació n co n stitu ye un m odelo de in dagación etn o so cio ló g ica.
C atan i. M. y S . M azé ( 19 8 2 ) , 7 ante Suzanne. Une histoire de vie sociale , L i-
brairie des M é rid ie n s, París.
O bra am b icio sa, puesto que se trata de reconstru ir el sistem a de valores
c a racte rístico del m o d elo cu ltural fran cés (en cu a lq u ie r c a s o el de las
c la se s p opulares de origen rural) a través de un so lo caso . El in ve stig a
d or M . C atani p u b lica la tran scripción íntegra de las s e is en trevistas que
con stituyen la historia de vid a so cial de Su zan n e M azé. En estas entre
vistas d escub re recu rren cias in esp erad as y an aliza m in uciosam en te sus
sig n ifica d o s.
G a u le ja c , V. de ( 19 8 7 ) , La Névrose de ctasse, H om m es et G ro u p e s, París,
3 0 6 pp.
R e fle x ió n pro fun da sobre la co m p agin ació n de fen ó m en o s p síq u ico s y
fen óm en os so ciales, p sico an álisis y so cio lo g ía de la m ovilidad so cial. La
«n eu ro sis de c la se » es la que acom p añ a a los itin erarios de v id a que se
caracterizan p or un gran ascen so so c ia l. Se an alizan m uchos tipos de
m ateriales, entre e llo s lo s re la to s de vida.
La Misére du monde (hay trad. cast.: La miseria
B ou rd ieu , P , com p. (19 9 9 ),
del mundo. T re s C an to s, A k a l).
A d em ás de B ourdieu, han participado en la encuesta veintitrés de sus c o
legas. L a obra se centra en las v iv e n c ia s de m iem b ros de las c la se s p o
pu lares y p eq u eñ o b u rgu esas, y trata de h acer que se o ig a en el e sp a cio
público «un su frim ien to cu ya verdad se cuen ta, aquí, por q u ien es la v i
ve n » : el térm ino de verdad ap licad o por una vez a las en trevistas — aun
que só lo atañe a la exp re sió n de un sufrim iento— denota un cam b io de
actitud e p iste m o ló g ica en B ou rd ieu . L a tran scripción de las cincuen ta y
tantas en trevistas se o fre ce in extenso. C ad a en trevista va precedida (!) o
segu id a de un co m en tario s o cio ló g ic o .