Sai Baba El Hombre Milagroso.
Sai Baba El Hombre Milagroso.
Sai Baba El Hombre Milagroso.
HOWARD MURPHET
SAI BABA
EL HOMBRE MILAGROSO
errepar
2
ISBN 950-739-735-3
INDICE
Capítulo I
La búsqueda.................................................................... 23
Capítulo II
Sathya Sai Baba .............................................................. 29
Capítulo III
La morada de la paz y muchos milagros ............................ 37
Capítulo IV
¡Oh mundo invisible!........................................................ 47
Capítulo V
Nacimiento e infancia ...................................................... 57
Capítulo VI
Los dos Sais.................................................................... 67
Capítulo VII
Ecos de los primeros años ................................................ 81
Capítulo VIII
Con Baba en las montañas............................................... 93
4
Capítulo IX
Regreso a Brindavan........................................................ 109
Capítulo X
Un lugar aparte ............................................................... 119
Capítulo XI
Alas de mundos invisibles ................................................. 133
Capítulo XII
Más curas milagrosas ....................................................... 149
Capítulo XIII
La cuestión de la salvación de la muerte ............................ 165
Capítulo XIV
Eterno aquí y eterno ahora ............................................... 175
Capítulo XV
De lo mismo, pero diferente ............................................. 189
Capítulo XVI
Una palabra desde occidente ............................................ 205
Capítulo XVII
Dos prominentes devotos ................................................ 217
Capítulo XVIII
Realidad y significación de lo milagroso ............................. 233
Capítulo XIX
Algunas enseñanzas de Sathya Sai Baba............................ 243
Capítulo XX
El Avatar ........................................................................ 259
5
INTRODUCCION
... ¿y le es a usted difícil creer en milagros? A mí, por el con-
trario, me resulta fácil. Son de esperarse. El estrellado mun-
do en el tiempo y en el espacio, la comedia de la vida, los
procesos de crecimiento y reproducción, los instintos de los
animales, la inventiva de la naturaleza... todos son entera-
mente increíbles, son milagros tras milagros...
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las leyes que los controlan son más profundas que las que noso-
tros conocemos en la actualidad. De acuerdo con éstas, y sin
perturbar la armonía de la Naturaleza, ¿por qué no podrán con-
vertir metales bajos en oro cuando esto se hace bajo la voluntad
de un gran alquimista que ha perdido todo deseo personal por el
oro, y que lo usará solamente para el bien de sus semejantes?
Considerados bajo esta luz, vemos que los milagros de un
Cristo, un Krishna, un gran Maestro de cualquier siglo, no son
realmente más increíbles que el sinnúmero de milagros que cons-
tantemente vemos a nuestro alrededor, “los mundos estrellados
en el tiempo y en el espacio, la procesión de la vida, los proce-
sos de crecimiento y reproducción...”.
La plena comprensión del “modus operandi” de los milagros
está sin duda fuera del alcance de la conciencia humana en su
actual estado de evolución. Pero el intento por resolver estos
misterios debe llevarnos a una mayor comprensión de nosotros
mismos y del milagroso universo a nuestro alrededor.
Fue un libro4 escrito por un inglés y publicado en Inglaterra
lo que por primera vez me inclinó hacia la extraña y fascinante
figura que se conoce como Shirdi Sai Baba.
Luego, mediante otros escritos, conocí más cosas acerca de
este hombre-Dios, inclusive la biografía en cuatro volúmenes de
B. V. Narasimha Swami, pero desde el primer momento de mi
acercamiento sentí algo que se movía en el fondo de mi ser co-
mo si algo hubiera tirado de una cuerda prendida al alma de mi
ser más recóndito. No podía entender lo que tal cosa significaba.
El misterio rodea el nacimiento y la filiación de Sai Baba.
Todo lo que se sabe son unas pocas palabras dichas por Sai Ba-
ba mismo y éstas, a menudo simbólicas, no siempre parecen
consistentes. Sin embargo, parece ser que su nacimiento tuvo lu-
gar a mediados del siglo pasado en el Nizam del Estado de Hyde-
rabad, probablemente en el pueblo de Patri. Aparentemente sus
padres eran brahmanes hindúes (transmisores del conocimiento y
evolución espiritual), pero a tierna edad Baba parece haber que-
dado al cuidado de un fakir musulmán, un hombre santo y pro-
bablemente un sufí, quien fue su primer gurú.
Después de cuatro o cinco años, debido a la muerte del fakir
4 The Incredible Sai Baba, por Arthur Osborne (Rider & Co., Londres).
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CAPITULO I
LA BUSQUEDA
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- 28 - HOWARD MURPHET
CAPITULO II
SATHYA SAI BABA
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CAPITULO III
LA MORADA DE LA PAZ
Y MUCHOS MILAGROS
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ner el ashram de Baba con sus fondos, pero nunca quiso aceptar
dinero de ellos. Ni aceptaba donación alguna de nadie que se su-
piera.
Pensaba yo qué terreno tan fértil sería éste para aquellos li-
deres religiosos y sus organizaciones siempre en busca de fon-
dos, no solamente en el núcleo de los acaudalados, ansiosos de
dar, sino en las grandes masas que se congregaban para los dis-
cursos de Baba, que a veces llegaban hasta los doscientos mil.
¡Qué colecta no podría hacer un buen evangelista de tales multi-
tudes! Pero Sai Baba rehusa tomar un paisa. ¿Entonces, de don-
de saca el dinero que necesita? A esta pregunta sonreían, como
para decir, “¿Cómo es que Baba hace cualquier cosa? El es un
misterio que no podemos resolver”. De todos modos se hizo
muy rápidamente evidente que cualquiera que fuese el motivo de
sus milagros éste no era el dinero.
Todas las personas con quienes hablé tenían por lo menos
uno y usualmente muchos más milagros que contarme de su pro-
pia experiencia. Mis cuadernos de notas empezaron a llenarse de
fantásticas historias, muchas de las cuales yo no tenía ninguna
esperanza de verificar. Pero había otras que podían ser compro-
badas y verificadas de varias maneras. Aparte de los fenómenos
de materialización del tipo que ya había visto, había cuentos de
casi todas las clases de milagros encontrados en los registros his-
tóricos y espirituales de lo fantástico. Entre ellos estaban los mila-
gros de las curaciones, la curación de muchas clases de enferme-
dades, algunas muy arraigadas y crónicas, algunas consideradas
incurables por la opinión médica.
En el ashram había un pequeño hospital con dos médicos y
ayudantes ocasionales de afuera. Los dos trabajadores a tiempo
completo con el Superintendente Médico, doctor B. Sitaramiah,
y su asistente, la doctora N. Jayalakshmi. El Superintendente me
dijo que cuando Sai Baba le pidió algunos años atrás que se en-
cargara del hospital él ya se había retirado de la práctica, y no
deseaba asumir la responsabilidad. Pero Baba dijo que el doctor
sería sólo un respaldo, y que él mismo haría la curación. Enton-
ces, el doctor Sitaramiah que era devoto de Baba, no tuvo más
temores con respecto al trabajo. Y así es como ha sido.
“Aparte de los tratamientos rutinarios, he tenido siempre las
direcciones de Baba”, me dijo. “Y ha habido muchas curas de
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CAPITULO IV
¡OH MUNDO INVISIBLE!
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CAPITULO V
NACIMIENTO E INFANCIA
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- 60 - HOWARD MURPHET
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CAPITULO VI
LOS DOS SAIS
ST. EXUPERY
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fuere que ocurrió para causar la crisis psíquica que llevó a la apa-
rición de las nuevas facetas de su personalidad y al perturbador
anuncio.
Los jueves pronto se transformaron en grandes sucesos en
Uravakonda. Pues, con la gente reunida a su alrededor, Sathya
Sai con un gesto de su pequeña mano producía cosas que lo co-
nectaban con el santo muerto en Shirdi: fotografías del cuerpo
anterior, tela de gerua que decía era del kafni que Shirdi Baba
solía llevar, dátiles y flores que, declaraba, venían directamente
del santuario de la tumba de Shirdi donde habían sido llevados
como ofrendas por sus adoradores.
Quizás el fenómeno más interesante era su regular produc-
ción de ceniza. Shirdi Sai mantenía siempre un fuego encendido
para tener a mano una reserva de ceniza sagrada que El llamaba
udhi. Ahora el joven Sathya Sai la tomaba como si fuera de un
fuego invisible en una dimensión oculta del espacio. Este era un
milagro que no realizó hasta después del anuncio de su identi-
dad con Sai Baba. El anuncio también marcó el comienzo del
misterioso flujo de fotografías, dibujos, pinturas y figuras de
Shirdi Baba que todavía continúa, como pude constatar en va-
rias ocasiones.
De esta primera época se cuenta una extraña historia de la
producción de una fotografía en colores de Shirdi Sai. Parece
que antes de que Sathya regresara a Uravakonda desde Puttapar-
ti su hermana mayor, Venkamma, le había pedido una imagen
de ese Shirdi Baba de quien hablaba y sobre quien componía
cantos para los bhajans (cantos devocionales). Prometió cierto
jueves producir una para ella.
Sin embargo, el día anterior a ese particular jueves, Sathya
regresó a su escuela. “Bueno”, pensó Venkamma, “lo ha olvida-
do; no hay remedio; algún día me la dará, sin duda”.
Pero en la noche del jueves prometido, la despertó un soni-
do extraño como si alguien estuviera llamando afuera en la puer-
ta. Se sentó pero como todo parecía tranquilo se acostó nueva-
mente. Entonces oyó un sonido detrás de un saco que se encon-
traba en la habitación. Quizás sea una rata o una serpiente, pen-
só, así es que prendió la lámpara y empezó a buscar. Encontró
algo blanco que salía de detrás del saco: era un rollo de papel
grueso. Lo desenrolló a la luz de la lámpara y encontró la ima-
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Durante los tres días que Sathya pasó en el jardín, sus pa-
dres llegaron de nuevo a Uravakonda. Decidiendo finalmente
que ya no se trataba de mandarlo a la escuela, le pidieron a
Sathya que regresara a casa. Rehusó. Rogaron. Finalmente, des-
pués de que le aseguraron que en el futuro no obstaculizarían ni
interferirían su misión, aceptó regresar a Puttaparti. Allí empezó
a reunir más devotos alrededor suyo; primero en la casa de su
padre y luego en la espaciosa casa de una discípula.
Todos los años desde que el muchacho de catorce años hi-
ciera allá en el lejano pueblo de Puttaparti la asombrosa declara-
ción de que era la reencarnación del santo moderno más miste-
rioso y poderoso de la India, ha habido muchas pruebas externas
interesantes en apoyo de dicha declaración.
Una historia contada en detalle por el señor Kasturi en su li-
bro sobre la vida de Baba dice cómo, más o menos un año des-
pués del anuncio, cuando Sathya Sai Baba tenía quince años, re-
cibió la visita de la Rani de Chincholi. Su difunto esposo, el Rajá,
había sido un ardiente devoto de Shirdi Baba y solía pasar unos
cuantos meses cada año en Shirdi. Dice la Rani y algunos viejos
sirvientes del Palacio que Shirdi Baba en varias ocasiones estuvo
en Chincholi. El iba, dice, con el Rajá a la ciudad en una tonga
tirada por bueyes. Incidentalmente, esta tonga fue llevada más
tarde de Chincholi a Puttaparti y dejada allí.
Durante su visita a Puttaparti para ver esta reencarnación del
viejo santo, la Rani lo persuadió de que la acompañara a Chin-
choli. Tal vez para ponerlo a prueba. En el palacio se habían he-
cho muchos cambios desde los días en que Shirdi Baba lo visita-
ba. Aunque en teoría aceptada al muchacho como una reencar-
nación del santo de Shirdi, la Rani se asombró cuando El inme-
diatamente hizo comentarios acerca de los cambios. Pregunto
qué había pasado con una mata de margosa que había allí; men-
cionó la existencia de un pozo que había sido llenado y ya no se
veía; luego señalando una serie de edificaciones dijo, “éstas no
existían cuando estuve aquí en mi cuerpo anterior”. Todo ello
era cierto.
Luego le dijo que debía haber en el palacio una pequeña
imagen de piedra de cierta clase que, como Shirdi Baba, El había
dado al Rajá hacía mucho tiempo. La Rani no sabía nada de ello
pero se emprendió una búsqueda a fondo y apareció la imagen.
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CAPITULO VII
ECOS DE LOS PRIMEROS AÑOS
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agua que ella le dio. “Bueno”, le dijo en son de broma, “has es-
tado insistiendo que convierta este lugar en un hospital, así es
que acabo de hacer la operación necesaria a ese hombre”.
¿Estaba bromeando? Ella había visto la sangre y algo horrible
que El había tirado. ¿Le había sacado algún tumor al hombre?
Sai Baba, leyendo aparentemente las preguntas en su mente, le
dio un rollo de algodón y le dijo: “Toma esto y ayuda a la esposa
del hombre a ponerle un vendaje fresco”.
Fue hasta la puerta pero permaneció afuera. Deseaba mu-
cho ver qué había sucedido, pero tenía como miedo de entrar.
En esto vino Baba y la llevó a la habitación. El hombre estaba to-
davía acostado, con su esposa sentada al lado. Baba entró y le-
vantó la camisa del hombre para mostrarle la operación. No ha-
bía ningún vendaje, sino una marca delgada en el estómago, co-
mo un corte que hubiera sanado, y el estómago ya no estaba
hinchado. Tanto el hombre como su mujer miraban a Sai Baba
en silencio, como si fuera Dios. No se dijo ni una palabra. Baba
sacó a Nagamani de nuevo afuera, y finalmente le permitió que
le lavara los pies.
A la mañana siguiente, ansiosa por saber qué había ocurri-
do, volvió para inquirir acerca de la salud del paciente. Este esta-
ba sentado comiéndose un buen desayuno. Le dijo que Sai Baba
había entrado en la habitación el día anterior y sacudiendo su
mano, había producido del aire un cuchillo y otro instrumento.
Luego produjo algo de ceniza y la frotó en la frente del enfermo.
Esto parece haber actuado como un anestésico ya que el hombre
perdió el conocimiento y no supo nada hasta terminada la ope-
ración, cuando Baba le dijo que todo estaba bien. La herida ha-
bía estado un poco dolorosa, pero ahora, estaba completamente
normal.
Nagamani quiso saber cómo había sanado tan rápidamente.
La esposa le dijo que Baba había simplemente sostenido la heri-
da y la había cerrado con sus dedos y que había sanado inmedia-
tamente. Luego había untado algo de vibhuti en la herida, dejan-
do sus manos allí un rato, asegurando al paciente que todo esta-
ba bien, y se había ido.
Nagamani se dio cuenta de que las instrucciones de Baba en
la noche anterior acerca de un vendaje eran simplemente con el
fin de darle una excusa para ir a ver al paciente. Se sorprendió
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CAPITULO VII
CON BABA EN LAS MONTAÑAS
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CAPITULO IX
REGRESO A BRINDAVAN
central. Después de casi una hora vino nuestro turno. Nos senta-
mos con las piernas cruzadas en el bajo estrado mientras dos sa-
cerdotes de Prashanti Nilayam llevaban a cabo el colorido ritual.
Ante nosotros había un gran coco, algunos bananos, tazas de
arroz, pasta de madera de sándalo, azafrán, kum-kum (polvo
rojo), incienso y otras cosas, todas esenciales para el ritual. Los
sacerdotes cantaban mantras sánscritos, y en momentos determi-
nados ellos (o nosotros, según sus instrucciones) rociaban algo de
una de las copas sobre el coco, o lo untaban con una pasta.
Baba estaba sentado a un lado observando y a veces diri-
giendo el procedimiento. En el momento oportuno se levantó,
sacudió su mano mágica de la manera acostumbrada, y materiali-
zó dos anillos de oro, cada uno engarzado con una gran piedra
preciosa. Una era para mí para ponerlo en el dedo de mi esposa
y el otro para que ella lo pusiera en el mío. Después de esto Ba-
ba nos dio largas guirnaldas de flores con las cuales adornarnos
el uno al otro, y una nos fue dada para colocarla en la cabeza de
Swami. La ceremonia terminó con un canto por los dos panditas
al unísono, invocando —nos dijeron— las bendiciones de una
larga vida bajo la protección y guía de Sri Sathya Sai Baba.
Todo el ritual irradiaba el cálido amor que fluye de Swami.
No se podía menos que pensar que durante unos cuarenta minu-
tos, beneficios e invisibles poderes habían sido enfocados hacia
nosotros y nuestra unión matrimonial. De este modo ésta había
sido renovada y supremamente bendecida.
Al día siguiente vino la ceremonia que, dijo Baba, debe seguir
al Shastipoorti; el dar de comer y vestir a los pobres. Se había
propagado la noticia en los pueblos de los alrededores y unos mil
indigentes —hombres, mujeres y niños— eran guiados por los jar-
dines de Brindavan. Se sentaron en filas para recibir una abundan-
te comida de arroz, cocinada y servida por varios devotos de Baba.
Luego sesenta de los hombres más pobres y un número
igual de mujeres fueron conducidos para que se sentaran a cada
lado de la entrada dentro del jardín interno. Cada mujer recibiría
un sari y cada hombre un dhoti. Como era nuestra ceremonia,
Iris y yo íbamos a tener la tarea de entregarlos pero era Sai Baba
quien los había suministrado.
Swami, el dador, no apareció, mientras que Raja Reddy, que
había presenciado muchas ocasiones semejantes, supervisaba la
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CAPITULO X
UN LUGAR APARTE
CAPITULO XI
ALAS DE MUNDOS INVISIBLES
FRANCIS THOMPSON
gran honor. Por cierto que no tenía idea alguna acerca de la ma-
nera correcta de recibir a un gran santo. Primero, sin embargo,
debía verificar si el mensaje era genuino.
Con la ayuda de algunos de sus empleados, averiguó el ori-
gen del telegrama. Encontró que había sido puesto en la oficina
principal de correos de Poona y entregado a él desde la oficina
de correos suburbana de Kirkee. El funcionario de recibo en la
oficina de Poona tenía motivos para recordar al remitente de es-
te telegrama. Era, dijo, un hombre con una pequeña barba. Ha-
bía llegado en un taxi, que dejó esperando mientras escribía el te-
legrama. Cuando el funcionario le pidió su dirección, el barbudo
contestó que estaba de paso y no tenía dirección en Poona. El
funcionario dijo que en tal caso debía escribir su dirección per-
manente en el formulario. Después de alguna vacilación el hom-
bre escribió: “All India Sai Samaj, Madrás”. Luego se fue en el
taxi.
Este Sai Samaj ha sido fundado hace algunos años por el
Swami Narasimha, quien escribió la vida de Sai Baba de Shirdi.
El Centro está dedicado primordialmente a la difusión de las en-
señanzas del viejo santo de Shirdi. Al investigar, se encontró que
el barbado viajero era desconocido por todos en el lugar. Aquí
fue donde el trabajo detectivesco de Ramachandran se topó con
un atolladero.
Le habían dicho que Swami estaba en Brindavan y tomó la
precaución de enviar un telegrama allí pidiendo confirmación de
la fecha de la visita prometida. Repitió el mismo pedido en otro
telegrama al señor Kasturi en Prashanti Nilayam. No recibió res-
puesta alguna.
Más tarde se enteró de que Kasturi no había recibido el tele-
grama. Ramachandran no preguntó a Baba acerca del que le ha-
bía enviado, juzgando por lo que sucedió entretanto, que cual-
quier respuesta que Baba pudiera dar, si daba alguna, sería ente-
ramente inescrutable.
“Así es que yo no sabía lo que debía esperar para el 5 de
mayo”, me dijo Ramachandran, “pero pensé que era mejor pre-
parar todo para la ceremonia, y no decir nada a nadie acerca de
la posibilidad de que viniera Baba”.
Un problema era, dijo, que no tenía suficiente dinero en
efectivo para la ceremonia. Pero al ir a su banco para ver lo que
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flor no podía haber sido dejada por ningún otro visitante, ya que
nadie se había acercado a nuestro grupo.
“Estas flores no se consiguen en ninguna parte en este distri-
to”, comentó Leela, la botánica, después de examinarla.
Un joven, que también ayuda en el templo, atraído por nues-
tra animada conversación, se acercó a nuestra esquina. Cuando
se enteró de lo sucedido, le dijo a Leela: “Sí, yo la vi dar una flor
a cada una de las damas y no al señor. Ahora ha llegado una pa-
ra él a través del poder de Sai Baba. ¡Qué maravilloso gesto de
gracia!”
Leela, que ha visto muchos milagros en el templo, asintió sin
sorprenderse. Nosotros, los tres visitantes, estábamos llenos de
una extraña dicha, como si acabáramos de ver a Baba mismo.
Los poderes de otros mundos parecen tener fácil acceso a este
pequeño y hermoso santuario, con su rara pureza, libre de toda
mancha de comercialización o explotación por el clericalismo.
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CAPITULO XII
MAS CURAS MILAGROSAS
CHARLES WESLEY
1 Esta historia ha sido publicada por primera vez en la revista Sanathana Sarathi (“El Eter-
no Conductor”) y verificada por el editor, el señor N. Kasturi, M.A., B.I., últimamente del
Departamento de Historia, y ex-director de una escuela en la Universidad de Mysore.
2 Del persa. Persas establecidos en la India, seguidores de la religión zoroástrica.
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CAPITULO XIII
LA CUESTION DE LA
SALVACION DE LA MUERTE
CAPITULO XIV
ETERNO AQUI Y ETERNO AHORA
padre. Pero ahora creo que tuvo ayuda de una fuerza de abajo.
Bueno, usted sabe lo que quiero decir...
”Mi padre parecía estar medio inconsciente cuando lo saca-
ron. Lo llevaron a la casa y lo acostaron en su cama. Llamamos
al médico. Entonces, mientras esperábamos, oímos a mi padre
que decía: ‘¿Cuándo te volveré a ver, Baba?’, como si Sai Baba
estuviera parado allí en la habitación. No hay duda de que lo es-
taba aunque no lo podíamos ver.
”Cuando vino el médico y hubo examinado a mi padre, no
quería creer lo del pozo, pero el Jefe de Policía estaba allí toda-
vía y confirmó nuestra increíble historia. El médico dijo que no
había ningún shock y que de hecho el paciente estaba mucho
mejor que antes de su contratiempo. No había necesidad de tra-
tamiento ni de medicamento, dijo, sólo una taza de café bien
fuerte, era todo lo que necesitaba papá”.
Radhakrishna mismo me contó: “Sabía que esto era todo
obra de Baba, eso de sostenerse en el agua, así es que el mismo
día alquilé un automóvil y nos fuimos a Puttaparti. Tan pronto
como llegamos, Baba nos saludó desde el balcón. Luego, riéndo-
se, nos dijo: “¡Me duelen los hombros de estar sosteniéndote tan-
to tiempo anoche, Radhakrishna!” Temprano esa mañana Baba
le había dicho a otros devotos que había estado “viajando” du-
rante la noche para ayudar a Radhakrishna que tenía problemas.
¿Qué puede decirse de esto? ¿Estaba Baba en Kuppam en
su forma sutil visto solamente por Radhakrishna en otro estado
de conciencia? ¿Y estaba empleando su tremendo poder psicoci-
nético, un atributo de la psiquis apenas vislumbrado por la pa-
rapsicología, para sostener el cuerpo de Radhakrishna por enci-
ma del nivel del agua del pozo?
Hoy día en la India en distintos lugares, frecuentemente ope-
ra una fuerza psicocinética en asociación con el nombre de Sai
Baba. Su manifestación más usual es la producción de vibhuti en
imágenes santas, principalmente en fotografias de Baba pero
también en imágenes de dioses y avatares en la misma sala de
oración. La ceniza puede estar pegada al cristal por fuera, o pue-
de estar debajo del cristal de los retratos. Puede venir como una
pequeña mancha que va creciendo gradualmente hasta que una
capa como de escarcha cubre toda la imagen. O de otro modo
puede aparecer de un solo golpe, prácticamente ahogando la
imagen en un instante.
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CAPITULO XV
DE LO MISMO, PERO DIFERENTE
En la noche de mi corazón
a lo largo de un estrecho camino
a tientas andaba, y ¡mira! de pronto la luz
una tierra de infinita luz.
RUMI
1 Alusión al Dr. Jekyll y al Sr. Hyde de la novela de Robert Louis Stevenson “El extraño
caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”.
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2 Palabra derivada del hindi ‘parda’ que significa literalmente ‘velo’. Reclusión de las mujeres
de la observación pública entre musulmanes y ciertos hindúes especialmente en la India.
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con Baba, corrieron hacia allí. Y de una rama de dicho árbol col-
gaban las frutas que habían mencionado: un mango, una manza-
na, una naranja y una pera. Los arrancaron y declararon que los
sabores eran excepcionalmente buenos.
Una vez en Puttaparti, antes de que se estableciera el hospi-
tal, había un visitante que sufría de apendicitis aguda. No había
ningún cirujano por los alrededores. Uno de los hijos del rajá se
encontraba entre la docena de personas presentes cuando Baba
sacudió su mano, materializó un bisturí y entró a la habitación
donde el paciente estaba gimiendo.
No había nadie en la habitación para ver a Baba realizar la ope-
ración, pero les mostró el apéndice que había sido sacado y la inci-
sión que ya había sanado dejando una pequeña cicatriz. Como de
costumbre había usado vibhuti y el poder divino que éste representa
como anestésico y cura instantánea de las heridas quirúrgicas.
El rajá mismo ha visto bastantes milagros divinos. Uno que le
impresionó mucho tuvo lugar en Venkatagiri en 1950, poco des-
pués de que conocieron a Sai Baba. Era una de las primeras visi-
tas que el joven Swami de veinticuatro años hacía a Venkatagiri.
Un grupo de veinte a treinta personas dejaron el palacio en
una flota de automóviles para dar un paseo por el campo. Baba,
que no había estado nunca antes en la región, le pidió al rajá que
se detuviera en cualquier montón de arena que viera. Pocos kiló-
metros más adelante, llegaron al lecho seco de un río. Pararon
ahí, y todos se sentaron en la arena alrededor del joven Swami.
Después de hablar un rato, arremangó su túnica hasta el codo y
metió el brazo profundamente en la arena delante de él. “Enton-
ces”, me contó el rajá, “todos oímos un extraño sonido como de
sierra ; por lo menos eso era lo que parecía. Le pregunté a Baba
qué era ese sonido, y respondió enigmáticamente que las mer-
cancías estaban siendo manufacturadas en Kailas”.
Kailas, incidentalmente, es la morada de Shiva, el Dios aso-
ciado con el yoga, los poderes yóguicos y la gracia divina confe-
rida a los mortales. Muchos de los discípulos de Sai Baba creen
que Baba mismo es una encarnación del aspecto Shiva-Shakti3
de la divinidad.
3 Los dos aspectos de la Suprema Realidad: Shiva la Realidad Trascendental y Shakti la Ma-
dre Naturaleza. Ellos son uno exactamente como el fuego y la acción de arder son uno.
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pasar los años”, me dijo, “Sai Baba se adentró más y más en mí.
Yo caminaba por la vida con una cara sonriente. En 1954, me
ofrecieron ir a la Universidad de Iowa, en los Estados Unidos de
América, para seguir estudios superiores. Por su gracia pude cali-
ficar para los grados y regresé hecho un cirujano clase A. Empe-
cé a practicar como cirujano ocular en Bhimavaram mismo”.
Un día una mujer fue a su clínica quejándose de una disminu-
ción de la visión. Sufría de cataratas, con los factores de reuma-
tismo e iritis para complicar. El cirujano le dijo a ella y a sus fa-
miliares que no era un caso que podía operarse. Entonces ella di-
jo: “Soy devota de Sathya Sai Baba de Puttaparti. Me indicó que
viniera a Bhimavaram, diciendo: ‘En Bhimavaram hay un ciruja-
no de la vista que ha sido devoto mío por muchos años. Ve a
verlo y dile que quiero que te opere. El lo hará, y te devolverá la
vista.’” Baba siguió diciéndole exactamente quien era ese devo-
to, indicando de ese modo que El conocía los detalles del pasado
del doctor Ranga Rao.
El doctor se quedó perplejo y asombrado. La mujer le dijo
que Sathya Sai era una reencarnación de Shirdi Sai y, por las pa-
labras que Baba le había dicho a ella, Ranga Rao sintió que tenía
fe en esta afirmación. En contra de su opinión personal llevó a
cabo la operación. Esta tuvo éxito y la señora recobró la vista in-
mediatamente.
El cirujano quería ir rápidamente a Puttaparti, ver a esa dei-
dad en forma humana y postrarse a sus pies. Algunos meses más
tarde tuvo la oportunidad de mudarse a Madrás y comenzar allí a
practicar como cirujano ocular. A los pocos días de haberse ins-
talado se enteró de que Sathya Sai Baba estaba de visita en la
ciudad y se hospedaba en el 3, Calle Surya Rao (la casa de Ven-
katamuni). Fue allí, pero se desanimó al ver la enorme multitud.
Luego un joven desconocido (era Ishwara, el hijo mayor de la ca-
sa) se le acercó: “¿Es usted el doctor Ranga Rao? Baba quiere
que usted entre con su familia. Está en el primer piso”.
Con el pulso acelerado el doctor subió las escaleras e inme-
diatamente cayó a los pies de Baba. La pequeña figura vestida
con una túnica color azafrán le dio palmaditas en la espalda y lo
hizo levantarse.
“Doctor”, le dijo Baba, “he estado contigo y tú has estado
conmigo durante siglos. Yo soy quien te ha traído a Madrás. Es-
203
CAPITULO XVI
UNA PALABRA DESDE OCCIDENTE
dice el viejo poeta persa, cuando “el interior del ser del hombre
se ilumina”, todo lo que apenas puede expresar son unas pocas
señales de humo. Estas, elevándose hacia el cielo, dicen un poco
—sólo un poco— de la historia. Representan los límites de la co-
municación verbal. Y así las “volutas de humo”, las historias, las
experiencias que relatan, usualmente se refieren a los milagros
externos, y apenas tocan el grande e iluminador milagro interno.
Pero es interesante saber algo acerca de las reacciones de aque-
llos occidentales que han sido criados con horizontes espirituales
más estrechos que los del hinduismo o de Sai Baba en particular.
Aquí puedo mencionar sólo a unos pocos que conozco personal-
mente, y que han pasado un tiempo bastante largo con Sai Baba.
Antes, en el libro, hablé de la señorita Gabriela Steyer que
vivía en el ashram cuando conocí a Swami. Se quedó allí durante
muchos meses, y cuando visité Prashanti Nilayam por primera
vez ella me contó muchos de los maravillosos milagros que había
presenciado personalmente. Había tenido una rica experiencia
de estas señales externas de su poder y gracia. Pero, como siem-
pre, el factor más importante era el amor de Baba: éste era el
imán que la retenía mes tras mes a pesar de las incomodidades y
austeridades de la vida en el ashram. Gabriela tuvo finalmente
que partir de ahí y regresar a su país y a su profesión. Pero dudo
de que su vida pudiera ser de nuevo la misma después de haber
sido iluminada por la Gran Llama. Había muchas señales exter-
nas de la luz interna.
Otras dos personas que conocimos en los primeros tiempos
después de conocer a Baba y que desde entonces han llegado a
ser nuestros íntimos amigos son Bob y Markell Raymer de Paci-
fic Palisades, California. Bob, un piloto de aviación, es aquel
americano pelirrojo que amablemente fue en busca de Baba en
la oportunidad de mi primera visita.
Antes de llegar finalmente a Prashanti Nilayam, esta pareja,
al igual que nosotros, había llevado a cabo su propia “búsqueda
en la India secreta”, visitando muchos ashrams y conociendo a
muchos grandes yoguis. Había obtenido aquí y allá algún alimen-
to espiritual, pero parecía que ahora había encontrado a su Sad-
gurú y a la verdadera gloria. De sus experiencias internas no
puedo hablar aquí, pues algunas me han sido relatadas en confi-
dencia. Sus experiencias externas incluyen una buena gama de
207
de los niños con agrado y tomó de la fresca brisa que agitaba las
flores del jardín de la terraza, vibhuti para cada uno de ellos y un
anillo con siete piedras para el dirigente. Pero lo más importante
es que invitó a Alf a que fuera a verle para una entrevista privada
a la mañana siguiente.
Durante esta bien ganada y culminante entrevista, Alf Tide-
mand descubrió, como lo han hecho muchos antes y después,
que Sai Baba ya conocía sus problemas y su pasado.
“He estado pensando vender mi negocio”, dijo Alf.
“He estado pensando la misma cosa”, contestó Swami.
Luego el noruego empezó a explicar las dificultades.
“No te preocupes”, le dijo Swami. “Te ayudaré a encontrar
un comprador confiable y a obtener un buen precio”. Luego si-
guió diciendo que ahora lo correcto era que Alf dejara la vida de
los negocios en Bombay con todo lo que ello implicaba y que se
radicara en Noruega con su familia. De esta manera la salud de
su esposa mejoraría. Quizás para insuflar más confianza y despe-
jar cualquier duda en la mente del preocupado hombre, Baba di-
jo: “¿Recuerdas al mago negro? Yo te ayudé entonces”.
En sus notas sobre esta entrevista, el punto culminante de su
vida, Alf escribe: “Me dio pruebas convincentes de sus poderes
divinos, y me hizo comprender el propósito de mi vida. Supe que
todas las plegarias que le había dirigido a Dios durante mi vida, y
toda la ayuda que había recibido como resultado de ellas, eran
conocidas por Baba. También supe que aun cuando hubiera ha-
bido muchos obstáculos en la etapa final para llegar a El —mu-
chas pruebas de mi fe y valor— El realmente me había llamado
por medio de extraños y milagrosos medios. El hombre de la ca-
misa azul en Shirdi, por ejemplo, ¿quién era? Me había enterado
al hacer una encuesta de que ninguno de los íntimos devotos de
Sai Baba, ni siquiera el señor N. Kasturi, sabía que Baba iba a
venir a Bombay el 14 de marzo”.
“Swamiji también parecía saber que había estado buscando
durante mucho tiempo un maestro espiritual viviente, y en esta
primera entrevista dijo: ‘Ya no necesitas buscar a tu gurú. De
ahora en adelante yo te guiaré’. Al final Baba materializó para
mí un medallón con su imagen, algunos dulces y algo de vibhuti”.
“Al día siguiente el gerente de la sucursal de Bombay de una
de las mayores compañías de la India me telefoneó para decirme
216
CAPITULO XVII
DOS PROMINENTES DEVOTOS
SRI AUROBINDO
CAPITULO XVIII
REALIDAD Y SIGNIFICACION
DE LO MILAGROSO
SRI AUROBINDO
comparando... pues son muchos los que han dicho sabias pala-
bras. Pero si, como se dice en periodismo, una imagen vale mil
palabras, un milagro vale muchos miles de palabras.
Cuando el Todopoderoso le ordenó a Moisés que sacara
fuera de Egipto al pueblo de Israel, Moisés protestó diciendo
que la gente no creería que era enviado de Dios y no lo acepta-
ría como su líder. Así el Todopoderoso le dijo que arrojara su
bastón al suelo. Obedeciendo, Moisés vio que el bastón se volvía
una serpiente. Luego el Señor le ordenó que tomara la serpien-
te por la cola, y éste, haciéndolo, encontró que la serpiente era
de nuevo un bastón. Este fue el primero de los muchos milagros
que Moisés pudo realizar con el poder de Dios. El objeto de esas
maravillas no era sólo de hacerles conocer a los israelitas —y al
faraón— que Moisés era un mensajero divino, sino también para
superar los muchos y tremendos obstáculos en el largo viaje des-
de la esclavitud en Egipto hasta la libertad en la tierra de promi-
sión. Al igual que todas las inmortales historias del peregrinaje
del hombre, ésta también tiene sus significados más profundos.
Enseña entre otras cosas que los poderes milagrosos tienen un
valor para liberar al hombre de la esclavitud de la carne, lleván-
dolo a través de los muchos obstáculos de la vida y de sus pro-
pios vanos deseos mentales hasta la tierra de promisión de la li-
bertad y liberación espiritual.
Así, comenzando con el núcleo de discípulos que le sigue, el
hombre-Dios usa los milagros para ayudarles a aprender la ver-
dad acerca de su naturaleza divina, y también para ayudarlos a
superar los bloqueos que se producen en su progreso espiritual.
El núcleo de discípulos crece hasta formar un gran séquito, y gra-
dualmente —como lo demuestra la historia religiosa del pasa-
do— las buenas nuevas, el evangelio, se extienden hasta que mi-
llones se hagan sus seguidores. De este modo el pesado karma
(ley de causa y efecto de las acciones) de la humanidad se levanta
un poco, y más y más almas son atraídas de la oscuridad a la luz.
Pero vale la pena recordar que los más grandes milagros no
son siempre los que son obvios. En la presencia del hombre divi-
no nuestra percepción espiritual contempla una demostración
del más estupendo milagro sobre la existencia misma de tal hom-
bre. Nosotros que somos esclavos siempre del deseo, vemos a
uno que es maestro del deseo terrenal. Nosotros, que estamos
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CAPITULO XIX
ALGUNAS ENSEÑANZAS DE
SATHYA SAI BABA
de las veces como si no fueran nada más que el cuerpo; así Baba
nunca se cansa de insistir en esta verdad fundamental.
Dice, por ejemplo: “Tú eres la invencible Alma, a la que no
afectan los vaivenes de la vida. La sombra que tú echas mientras
andas penosamente por el camino, cae sobre la tierra y el polvo,
sobre los arbustos y las zarzas, sobre las piedras y la arena, pero
no se preocupa en absoluto, pues camina incólume. Así también,
como sustancia del Alma que eres, no tienes ninguna razón de
preocuparte por el destino de tu sombra, el cuerpo”.
Ese verdadero ser del hombre es “algo más sutil que el agua
y el aire o el éter; pues debe entrar en el ojo para que usted pue-
da ver; en la mano para que pueda agarrar; en los pies para ayu-
darle a andar. Los sentidos mismos son materiales inertes; el ser
debe actuar primero antes de que puedan funcionar”.
El Alma en sí no tiene forma, pero crea las formas que re-
quiere. Creó las cinco envolturas del hombre. La más burda de
éstas es la envoltura del alimento. Más sutil es la envoltura del
aliento vital. Estas dos formas parten del cuerpo físico. Otras dos
envolturas constituyen el cuerpo sutil o astral. Estas son la envol-
tura mental y la envoltura del intelecto o mente superior. La
quinta es la envoltura de la bienaventuranza que sirve al cuerpo
superior del hombre, al cuerpo causal, conocido en sánscrito co-
mo el karana sharira. Todos estos componentes y comparti-
mientos sirven al señor del castillo, el Jivatma (espíritu indivi-
dual).
Pero el Señor, plenamente preocupado por estos instrumen-
tos de su propia creación y las experiencias que traen, ha olvida-
do su identidad. A pesar de ello, queda muy en lo profundo el le-
ve eco de un recuerdo. A veces, lo oye. De modo que cuando
viene la llamada de las regiones inmortales, El responde. Como
dice Baba: “El hombre no es una criatura deleznable, nacida en
el fango o el pecado, para vivir para siempre una monótona
existencia. El hombre es inmortal y eterno. Así es que cuando
viene la llamada de la región de la inmortalidad, El responde con
todo su corazón”. El “busca la liberación de su servidumbre de lo
trivial y de lo temporal. Esto es lo que cada quien anhela en el
fondo de su corazón. Y se obtiene de una sola manera, o sea
mediante la contemplación del Alma, del Ser Superior, que es la
base de toda esta apariencia”.
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CAPITULO XX
EL AVATAR
1 La Justicia Eterna. Cuando llegamos a reunir juntas las leyes morales que apoyan todas
las religiones y la verdad que hay en todas ellas, podemos tener una imagen del Sanatha-
na Dharma.
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