Reflexión Final

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Fernando A.

López Marquez
Poder Legislativo

Reflexiones sobre el poder legislativo y el Estado mexicano


En México la representación se remonta hasta los cabildos de la Nueva España,
siendo esta institución, el espejo de la segregación social y estamental por
excelencia. La revolución francesa, y su proyección imperial, Napoleón I llevaron
consigo ideas nuevas a la que otros Estados reaccionaron ya sea adhiriéndose o
rechazándola para restaurar el viejo mundo.
Los orígenes de la representación moderna en América, es decir, el cambio de
paradigma en cuanto el origen de la soberanía quizás tenga más influencia de la
Escolástica de Suárez que propiamente de la ilustración francesa. La invasión de
1808 a la península por parte de Napoleón demostró que España, las élites
novohispano y aun el pueblo llano, seguían siendo fiel al antiguo régimen.
Sin embargo, mientras Cádiz restringía la participación de las castas y proponía
una división de poderes en el marco de una monarquía constitucional, el proyecto
de Morelos insertaba para la América Meridional el concepto de República, cuyos
integrantes fuesen distinguidos sólo por la virtud y el vicio. La influencia de la
Escolástica en Cádiz y Morelos es patente, en cuanto que ambos proyectos
integraban la religión católica como la única permitida. Esto frente a la expansión
atea de Napoleón, tanto como la expansión protestante de los anglosajones. Creo
ver en Morelos la radicalización de Cádiz, y la vía original hacia la formación de
una nación americana hispana y republicana. La república, por supuesto, es
anterior al catolicismo.
La independencia, cuyos orígenes beben sin duda de Cádiz y Morelos, propone
implantar una monarquía borbónica en América a destiempo. La junta, el
cuartelazo y el imperio: un ave pasajera.
Para el final del movimiento armado, las ideas de las logias ya estaban en boga en
los clubes y élites políticas de la sociedad novohispana. Las logias por supuesto,
apoyaron muchas de las ideas anticatólicas y pro federalistas. La constitución de
1924 sin duda es influenciada por algunas de estas ideas, pero siguen vigente
Cádiz y Morelos.
De 1824 a 1857, el país recién independizado aprendió de la peor manera. Una
guerra de intervención de un país protestante, cuya materialización la previeron
los estadistas hispánicos y novohispanos, como bien lo señaló Luis M Farías en
“La América de Aranda”. Asonadas y golpes de estado, dictadores fantoches y una
revolución liberal tardía triunfante de una guerra civil.
La Constitución del 57, más allá de que no se pudiese aplicar como diría Rabasa,
yo creo que fue reflejo de un siglo y una ideología que era puesta a prueba
diariamente. Pero es cierto también, que el proyecto de Reforma y todo el
porfiriato, el espíritu liberal estuvo presente en todo momento en el gobierno.
Con la revolución mexicana se dieron las condiciones ideológicas para poder
avanzar hacia el proyecto de consolidación de una nación a nivel no de fronteras o
gobierno que ya lo era, sino de disminuir las brechas en la disigualdad de
derechos políticos y sociales. La holización, entendida como la trituración de un
estado estamental, no era una cuestión de un ensueño, de buenas teorías, sino de
la acción efectiva del Estado. El marco ideológico, lo dio sin duda el giro
copernicano del artículo 27.
La división de poderes.
La ciencia política se ha desarrollado impulsando y privilegiando los estudios
supuestamente empíricos, es decir lo que se puede medir. ¿Qué se puede medir?
Por supuesto que los votos. Esto lleva a plantearnos si ese momento tecnológico
que implica un procedimiento, depositar en la urna una boleta marcada, significa
algo más que ser parte de los cientos de miles de datos que arrojan algun número
estadístico: ¿Se agota la política en el marketing para conseguir votos?
Sin embargo, y lejos de este cuestionamiento tal vez moral, cabría preguntarnos
sobre los principios bajo los cuáles la Democracia se fundamenta: ¿son estos
científicos, racionales o filosóficos? Ningún politólogo pone en duda que la
democracia es la mejor forma de gobierno, sin embargo, nunca se dan las
razones. Décadas atrás se intentó relacionar la democracia liberal con las
bondades que ha traído a los países del Primer Mundo, pero después de 50 años
de las grandes vacas de la politología norteamericana, ¿es mejor la sociedad en
los países hispanoamericanos o inclusive, en países democráticos consolidados?
Estos señalamientos de índole crítico se aplican también al fenómeno de la
división de poderes. ¿Es un fundamento empírico o es de corte doctrinal? ¿por
qué 3 y no 2, o 5 o n? Sin duda, Montesquieu atendió a supuestos de los clásicos
como Aristóteles, Polibio y Cicerón cuando se hablaba de los gobiernos mixtos,
sin embargo, en pleno siglo XXI en México se gastan miles de millones en
sostener una división de poderes que a toda vista es inexistente, y si existiera, tal
vez fuese inoperante. La división de poderes tal vez cabría replantearnos si fuera
de las tres grandes clasificaciones no sería pertinente introducir conceptos nuevos
acorde a la realidad estatal del siglo XXI, después de los Estados totalitarios, del
Comunismo y del Estado neoliberal.
Una vez dicho esto cabría señalar dos cosas
1) El primer intento de división de poderes en el México independiente fue un
fracaso. El congreso fue la punta de lanza para tumbar a Iturbide. Antes
que un Congreso con demandas populares, el primer congreso, y por
supuesto, las diputaciones provinciales, fueron de corte elitista. Las élites
regionales, promoviendo a ultranza el federalismo, tiraron por la borda la
imprudencia imperial de Iturbide.
Manuel Mier y Teheran, héroe insurgente olvidado, nos recordará frente a
su tumba lo estéril de todo esto ante la avanzada protestante. La
experiencia posterior sin duda mejoró el Congreso, en cuanto que nuevas
ideas fueron traídas para triturar los estamentos remanentes. Sin embargo,
debates estériles fueron nuevamente el pan del día a día, hasta que el
expansionismo nos tomó por sorpresa.
Durante el periodo de Juárez, vimos grandes proezas, pero de igual manera
imprudencias leguleyas del congreso que querían llamar a elecciones en
medio de una guerra de intervención. Juárez necesitaba ser dictador y lo
fue. La dictadura es, ante todo, una figura republicana que en tiempos de
guerra indispensables para la estabilidad de la República.
La estabilidad política del régimen de Díaz consistió en su persona y las
relaciones políticas regionales que mantuvo siempre en orden. Congresos,
gubernaturas y demás puestos eran siempre aprobados de manera
personal. El Estado liberal porfirista fue una dictadura, pero no en el mismo
sentido que la de Juárez, ya que no era un estado de excepción. Un
capricho ante el empuje de otros políticos más destacados como Lerdo de
Tejada y José María Iglesias, cuyos planteamientos político-económicos
eran similares. Sin duda, Díaz un estadista.

2) Lo segundo tiene que ver con el régimen Revolucionario. ¿No fueron las
fuerzas las armas las que se impusieron? ¿no fue el poder de un partido y
un ideario los que lograron darle forma a un Estado interventor? La división
de poderes en este gran periodo de estabilidad sin duda fue más
ornamental, un trámite en el orden internacional. Con una oposición
socialista alineada y un partido comunista que respaldaba candidaturas
oficiales, la única oposición se encontraba marginada. Magistrados, por
supuesto, la mayoría en el bando nacional.
El régimen neoliberal y el caudillo del sureste
Creo firmemente que los orígenes de la pluralidad democrática obedecieron a
proyecciones precisas. La crisis del 88, sin duda, empujó al régimen a tomar
cartas en el asunto, y ya con las tesis del liberalismo económico, sin duda no
tuvieron problemas en sentarse a la mesa con los enemigos de la revolución
mexicana. Intelectuales y luchadores sociales se sumaron, por supuesto.
Posteriormente al pacto entre Salinas y el PAN, Zedillo hizo lo propio con el PRD.
El gran regalo de Zedillo: la “transición democrática”. Muñoz Ledo lo ha confesado:
“Qué quieres Porfirio…”“Equilibrio, una izquierda y una derecha”
Acompañado de una pluralidad de partidos, la re-estructuración del Estado
revolucionario hacia un Estado burocrático sometido a los intereses del capital
extranjero y una desindustrialización no tuvo marcha atrás. Pero ya teníamos al
IFE, ya hubo transición con Fox. Pluralidad de partidos, no implica, mismo número
de proyectos de Estado.
¿y dónde quedó el Congreso después de todo esto? Complaciente, poca
oposición más de forma que de fondo. El nacionalismo enterrado desde los pinos.
¿Y el verdadero proyecto alternativo? Por supuesto lo existió, encabezado por un
caudillo. Primero, el hijo del Tata, y luego el presidente actual. Un intento de un
movimiento de masas de distintas clases sociales y posiciones políticas que
encauzaron un descontento legítimo de muchísima gente. Dicho proceso, cuyo
cuya ideología aún no queda clara, pero con atisbos mesiánicos, de cuño
evangélico, y de vez en cuando nacionalismo energético. Quizás lleve consigo el
germen de su destrucción: la pluralidad de proyectos políticos dentro del partido
oficial vuelve imposible la continuidad. Se puede perdonar la falta de claridad de la
política económica (poco margen tiene, dada las estructuras del neoliberalismo),
pero lo que la historia le cobrará, será la falta de ideario y formación de cuadros
del partido oficial. Sin eso, sin un “núcleo duro”, como diría Noeuman podríamos
volver a tiempos similares a los años 20’s del siglo pasado. O peor aún, a los años
20’s del siglo antepasado.
¿Y dónde queda dentro de este proyecto alternativo, el poder poder legislativo? ¿y
la división de poderes? A mi juicio, poco se ha meditado en esto. Se da por hecho
que son instituciones de trámite, y, sin embargo, ¿no se corre el riesgo de no
pasar la reforma del sexenio? Dejar a un lado la falta de formación de cuadros y la
apuesta por el pragmatismo político casi cuesta la mayoría; sólo costó la mayoría
absoluta. ¿Dónde queda la suprema corte? Como siempre, acomodándose.
Pareciese que no tienen criterio propio. Unos ciegos al presidente y otros ciegos a
sus intereses. No existe un proyecto de división de poderes. El presidencialismo,
tan funcional y necesario en muchas épocas de vida nacional, vuelve a estar
presente, pero sin la solemnidad característica.
El poder legislativo
El origen del poder legislativo recae en grupos de poder consolidados según el
reparto de la propiedad desde la conquista. El reparto del capital en el siglo XIX
llevó a que la clase política triunfante de la revolución liberal se sentara a negociar.
La revolución mexicana continúo el proceso de acumulación de capital, pero, el
diseño del Estado no permitió su inclusión en la vida legislativa o no del todo. El
periodo neoliberal permitió dicha entrada: diputados y senadores abiertamente
cabilderos de intereses extranjeros nos recuerda muchísimo al régimen de Díaz.
En ese momento estamos aún. Unos grupos políticos, que en el poder legislativo
representan intereses económicos concretos. Políticos que no son depositarios de
la soberanía, sino de grandes cuentas bancarias. ¿Será que estamos partiendo de
un modelo ideal, inaplicable? ¿será que la idea de representación es tan
metafísica como lo pueda ser el derecho divino? ¿Y si cuestionamos críticamente
estos conceptos?
Si lo hacemos, sin duda, encontraremos que los materiales reales de sociedades
políticas concretas presentan una dinámica distinta. Quizás no es tanto el modelo
de un cielo con tres grandes ángeles impartiendo, legislando y ejecutando, sino
más bien, habría que buscar hacía la metáfora del cuerpo real. Menenio de
Agrippa fue el precursor sin duda, pero Platón en su sociedad estamental también
hace una analogía del cuerpo. Será por supuesto Hobbes quién lo llame el
Leviatán. La función legislativa es una parte del cuerpo estatal, de la realidad
estatal social que parte de una constitución real, de un cuerpo que tiene relaciones
entre sus partes. La sociedad civil un momento más de la dialéctica entre las
distintas partes del cuerpo. La capacidad de distribuir riqueza ¿en dónde queda?
¿en el poder político del ejecutivo? ¿la de programación del presupuesto? Por
supuesto, pero si observamos bien, estas facultades, trascienden el campo de las
simples conductas humanas y se implantan en la historia misma. El poder, como
esa capacidad de mandar legitimado o no, es aplicable a una banda de monos,
¿Qué es lo que lo vuelve específicamente político? ¿Será que sea la orientación
hacia el mantenimiento de la sociedad en general? ¿y dónde queda entonces el
poder legislativo? ¿es más importante una división de poderes, antes que la
dirección a buen puerto de una sociedad?
Tal vez, la respuesta sea la de quitar máscaras. Aristóteles lo vio claramente.
Antes que él Platón también. La filosofía política nace con la crítica a la
democracia. Fue Aristóteles quien la insertó como una forma más de gobierno, y la
clasificó como la “menos mala de las desviaciones”.
Lo que le falta al poder legislativo, tiene que ver, con quienes abstraen las
funciones legislativo del cuerpo político, de la realidad estatal para proyectarla
desde una perspectiva doctrinal e ideal.
Conclusión
Mi propuesta es que optemos por una República aristocrática. Una aristocrática,
que, sin pretensiones de filósofos, puedan colegiar las decisiones trascendentes.
Desaparecer la Suprema Corte y que el poder legislativo pase progresivamente de
ser una válvula de escape a cuotas de poderes regionales o locales, a un torrente
por el cual discurran lo mejor de la sociedad, pero dirigida por la clase gobernante
aristocrática ¿un partido, un movimiento? No lo se. No perder de vista la formación
de estos legisladores. El siguiente movimiento no puede dejar de lado la formación
de esta aristocracia y proyectar las ideas generales hacia un programa educativo a
escala nacional y tal vez, mirando hacia nuestros hermanos centroamericanos.
Neutralizada políticamente la oligarquía liberal y sus instituciones, manteniendo lo
útil, y canalizando hacia un proyecto general (con planes y programas económicos
y políticos serios) con miras a la supervivencia de la sociedad política a las fuerzas
locales, sería una buena respuesta de cara a la confrontación imperial entre China
y Estados Unidos, cuyo campo de batalla sea nuestro continente.

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