Colectivismo Bélico - Murray Rothbard

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Colección dirigida por

Juan Manuel González Otero


e Ignacio Pablo Rico Guastavino
MURRAY N. ROTHBARD

COLECTIVISMO

BÉLICO

El Poder, las Empresas y los Intelectuales dur ante la


Primer a Guerr a Mundial
Título original: War Collectivism. Power,
Business, and the Intellectual Class in World
War I.

Copyright © 2012 by the Ludwig von Mises


Institute.

© 2021 Para la edición española, UNIÓN


EDITORIAL, S.A. c/ Galileo, 52 • local • 28015
Madrid

Editor PDF: M. Santa Cruz J.


ÍNDICE

PRÓLOGO
ROTH BARD Y LA GUERRA...............................7
CAPÍTULO I
EL COLECTIVISMO BÉLICO EN LA
PRIMERA GUERRA MUNDIAL ....................... 25
CAPÍTULO II
LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL COMO
CONSUMACIÓN: EL PODER Y LOS
INTELECTUALES............................................... 89
PRÓLOGO

ROTH BARD Y LA GUERRA

Murray Rothbard fue el creador del movimiento


libertario moderno y un amigo cercano tanto de Ron
Paul como mío. Su legado fue grande, y en el Instituto
Mises trato cada día de estar a la altura de sus
esperanzas para con nosotros.
Un tema era el más importante para él, de todos los
muchos temas que le preocupaban. Esta era la cuestión
de la guerra y la paz. Debido a su apoyo a una política
exterior pacífica y no intervencionista para Estados
Unidos, el agente de la CIA William F. Buckley lo
incluyó en la lista negra de National Review e intentó,
afortunadamente sin éxito, silenciar su voz.
Durante la década de los cincuenta, Murray trabajó para
el Fondo Volker, y en una carta a Ken Templeton en
1959, se quejó de la situación: «No se me ocurre
ninguna otra revista que pueda publicar esto, aunque
podría arreglarlo un poco y probar una de las
publicaciones de izquierda-pacifista. La cuestión es que
cada vez estoy más convencido de que la cuestión de
la guerra y la paz es la clave de todo el asunto libertario,
y que nunca llegaremos a ninguna parte en esta gran
contrarrevolución (o revolución) intelectual a menos

7
que podamos poner fin a esta… guerra fría, una guerra
de la que creo que nuestra dura política es en gran
medida responsable».
La posición de Buckley era que sería necesario erigir
una «burocracia totalitaria» dentro de nuestras costas
para combatir el comunismo en el extranjero. La
implicación era que una vez que la amenaza comunista
cediera, este esfuerzo extraordinario, tanto nacional
como extranjero, también podría disminuir.
Dado que los programas de gobierno no tienen el
hábito de disminuir, sino que buscan nuevas
justificaciones cuando las antiguas ya no existen, pocos
de nosotros nos sorprendimos cuando el estado de
guerra, y sus apologistas de derecha, tarareaban justo
después de que su lógica inicial desapareciera de la
historia.
Resulta que, por cierto, la amenaza soviética era
extremada- mente exagerada, como siempre lo es. La
maldad del régimen soviético nunca estuvo en duda,
pero sus capacidades e intenciones fueron
constantemente distorsionadas y exageradas.
A pesar de los dudosos fundamentos en los que se
basaban las histéricas afirmaciones detrás de la supuesta
«amenaza soviética», su existencia se osificó en una de
las ortodoxias indiscutibles de la National Review y del
movimiento conservador más amplio que estaba
naciendo en ese entonces. Cuando Murray señaló la
estupidez de todo el asunto, por no mencionar la

8
naturaleza contraproducente de la intervención militar
estadounidense en el extranjero, rápidamente se
convirtió en una persona no autorizada en National
Review, que lo había publicado en sus primeros años.
Mucho antes de que existiera un «movimiento
conservador» oficial, con sus revistas, sus ortodoxias
crujientes, sus grupos de reflexión ineficaces (con
sinecuras para los ex-políticos) y su ansia de
respetabilidad, había una asociación suelta y menos
formal de escritores e intelectuales que se oponían a
Franklin Roosevelt (tanto en su política interna como
en su política ex- terior), un grupo que Murray
denominó la «Vieja Derecha».
No había una línea partidista entre estos intrépidos
pensadores porque no había nadie que la impusiera.
Incluso en la década de los cincuenta y en el avance de
la Guerra Fría, todavía se podían encontrar voces de
moderación entre los restos de la antigua derecha. En
un artículo de
1966, Murray señala al grupo de derechas For
America, un grupo de acción política cuya plataforma
de política exterior exigía «no alistamiento», así como el
principio de «no entrar en guerras extranjeras a menos
que la seguridad de Estados Unidos esté directamente
amenazada».
Murray también señaló al novelista Jeffersoniano
Louis Bromfield, quien escribió en 1954 que la

9
intervención militar contra la Unión Soviética era
contraproducente:
Uno de los grandes fracasos de nuestra política exterior
en todo el mundo surge del hecho de que nos hemos
dejado iden- tificar en todas partes con las viejas,
condenadas y podridas pequeñas naciones europeas
colonialistas-imperialistas que alguna vez impusieron en
gran parte del mundo el patrón de explotación y
dominación económica y política… Ninguno de estos
pueblos rebeldes y despiertos… confiará en nosotros o
cooperará de ninguna manera mientras
permanezcamos identificados con el sistema
económico colonial de Europa, que representa, incluso
en su patrón capitalista, los últimos vestigios del
feudalismo… Dejamos a estos pueblos que están
despertando sin más remedio que recurrir al consuelo
ruso y comunista y a la promesa de la utopía.
Murray también tomó nota de un artículo de 1953 de
George Morgenstern, redactor del Chicago Tribune, en
Human Events («ahora se convirtió en un órgano de
hackeo para el “Movimiento Conservador”», se
lamentó Murray en 1966) que deploraba la tradición
imperialista en la historia de Estados Unidos.
Morgenstern ridiculizó a los que «se desmayan al ver la
frase “liderazgo mundial”» y escribió:
Una propaganda omnipresente ha establecido un mito
de inevitabilidad en la acción estadounidense: todas las
guerras eran necesarias, todas las guerras eran buenas.
La carga de la prueba recae en quienes sostienen que

10
Estados Unidos está en mejor situación económica, que
la seguridad estadounidense ha mejorado y que las
perspectivas de paz mundial han mejorado gracias a la
intervención estadounidense en cuatro guerras en
medio siglo. La intervención comenzó con el engaño de
McKinley; termina con el engaño de Roosevelt y
Truman.
Quizás tendríamos una política exterior racional… si los
estadounidenses pudieran darse cuenta de que la
primera necesidad es la renuncia a la mentira como
instrumento de la política exterior.
Con el advenimiento de National Review, estas voces
cada vez más aisladas serían silenciadas y marginadas.
Incluso el heroico John T. Flynn, cuya biografía anti-
FDR El mito de Roosevelt había llegado al número
dos de la lista de éxitos de librería del New York Times,
fue rechazado de National Review cuando intentó
advertir de los peligros de una política de
intervencionismo militar.
¿Por qué se opuso Murray a la guerra? He aquí algunos
puntos básicos de su pensamiento:
En primer lugar, la guerra nos deforma moralmente. Lo
hace porque el propio Estado primero deforma nuestro
sentido moral. Nos hemos impregnado de la idea de
que el Estado puede hacer legítimamente cosas que se
considerarían indescriptibles si las llevaran a cabo
particulares. Si tengo una queja, aunque sea legítima,
contra otra persona, nadie me excusaría si lanzara un

11
ataque contra todo el vecindario de esa persona, y se me
consideraría trastornado si desestimara cualquier
muerte que causara como mero «daño colateral».
O supongamos que el ordenador de Apple, o la cadena
de suministros de la oficina Staples, o el club Elks,
lanzaron una serie de ataques con misiles que mataron
a mil personas. La indignación sería incesante. Los
ataques se presentarían como una prueba de la
incorregible maldad del sector privado.
Pero cuando el gobierno de Estados Unidos lanza
guerras indefendibles contra Irak y Afganistán,
extendiendo la muerte, la destrucción y la dislocación a
un número extraordinario de personas, hay cierta ira,
sin duda, entre los opositores de la política. Sin
embargo, incluso la mayoría de los opositores a la
guerra no llegan a sacar conclusiones contundentes
sobre la naturaleza del Estado. Siguen siendo esclavos
de lo que aprendieron en la educación cívica de la
escuela secundaria, donde el estado es descrito como
una institución grande y progresista. Ni siquiera los
horrores de la guerra les obligan a revisar esta hipótesis
paralizante. Y la próxima vez que estén en un avión,
aplaudirán a los soldados que lucharon en esa misma
guerra. (Por cierto, ¿aplaudirían a los soldados que han
luchado en una guerra lanzada por Walmart?)
Por otro lado, si pensamos en el Estado como una
institución parasitaria y egoísta que sobrevive desviando
recursos de la ciudadanía productiva, y que embauca al
público con una batería ya familiar de argumentos sobre

12
por qué es indispensable para nuestro bienestar,
podemos mirar la guerra de manera realista, sin todas
las supersticiones y las canciones patrióticas.
Desafortunadamente, los tópicos ingenuos de la clase
cívica tienen mayor aceptación en la mente
estadounidense que la descripción brutalmente realista
de Rothbard del estado, su naturaleza y sus
motivaciones. Así que el jaleo continúa. Los presidentes
que lanzan estas guerras siguen adornando las aulas
estadounidenses, transmitiendo así el mensaje de que,
cualesquiera que sean sus supuestos errores, se trata de
hombres decentes, que ocupan una institución decente,
a quienes los niños tienen el deber de respetar.
La guerra y la preparación para la guerra deforman la
economía. Ahora bien, esta será una sorpresa para
algunas personas, ya que prácticamente todo el mundo
ha oído en un momento u otro que la guerra puede
estimular las economías. Es cierto que la guerra puede
estimular partes de las economías; como señaló Ludwig
von Mises, estimula, al igual que una plaga, la industria
funeraria.
Pero la guerra no puede estimular la economía en
general. Después de todo, recuerde para qué sirve la
economía: para satisfacer las necesidades de los
consumidores. Durante la guerra, las necesidades del
pueblo quedan relegadas a un segundo plano con
respecto a las demandas de los militares. Las estadísticas
del ingreso nacional pueden dar la falsa impresión de
prosperidad, pero cualquier tonto entiende que

13
incautar dinero y gastarlo en, digamos, misiles de
crucero, no puede hacer rico al público. Simplemente
desvía recursos del uso civil.
No es necesario que haya una guerra caliente para que
el militarismo deforme una economía. Cuando la mitad
o más de su talento de investigación y desarrollo se
desvía hacia fines militares, eso significa que se dedica
mucho menos a las necesidades civiles. Cuando el
Pentágono se convierte en su principal cliente, usted
pierde la ventaja competitiva a la que da lugar la
disciplina de mercado. Dado que el costo no es la
mayor preocupación del Pentágono, la empresa que
minimiza los costos tiende a convertirse en la empresa
que maximiza los costos y los subsidios.
La guerra y la propaganda bélica deforman nuestra
visión de otros pueblos. La Primera Guerra Mundial
pue- de haber sido el ejemplo clásico de esto: los
alemanes eran los hunos, excepcionalmente propensos
a llevar a cabo las atrocidades más abominables. Ese
retrato facilitó la tarea de persuadir a los ciudadanos de
los países aliados para que apoyaran, o al menos
aceptaran, cuatro años de guerra contra ellos. Y luego
una larga campaña de hambre contra civiles ya
empobrecidos y enfermos para obligar al gobierno a
firmar un tratado injusto.
Después de la guerra, hubo una pequeña reacción
contra las mentiras y los insultos que habían hecho casi
imposible la comprensión internacional. De hecho,
nuestro moderno programa de intercambio de

14
estudiantes surgió de la infelicidad de los intelectuales
con la dimensión propagandística de la Primera Guerra
Mundial. Ellos miraban con vergüenza el fervor
chovinista en el que habían quedado atrapados junto a
sus compatriotas y esperaban que una mayor
interacción entre los pueblos podría hacer que ese tipo
de demonización fuera menos eficaz en el futuro.
Las diversas campañas de odio llevadas a cabo contra
los enemigos de E E.U U. es la razón por la que es tan
chocante para la mayoría de los estadounidenses ver
videos hechos por viajeros y cineastas occidentales
sobre la vida cotidiana en Irán. Gracias a años de
demonización sistemática de Irán y los iraníes, esperan
encontrar salvajes sedientos de sangre montados en
camellos y planeando masacres. En su lugar, se
encuentran con ciudades modernas llenas de actividad.
Lo más sorprendente de todo es que se encuentran con
personas a las que les gustan los estadounidenses,
incluso si -como a nosotros mismos- no les importa
mucho el gobierno de Estados Unidos.
En este sentido, la guerra nos anima a pensar que otros
pueblos son prescindibles o simplemente inferiores a
nosotros. Una fiesta de bodas se hace añicos en
Afganistán, y los americanos bostezan. Pero
ciertamente prestaríamos atención si el gobierno federal
volara por los aires una fiesta de bodas en Providence,
Rhode Island. Estaríamos casi tan conmocionados si en
la persecución de un terrorista acusado el gobierno de

15
los Estados Unidos bombardeara un edificio de
apartamentos en Londres.
O: la clase dominante del país B ataca una instalación
militar del país A. El país A bombardea el país B,
matando a cientos de miles de civiles. Cuando los
ciudadanos del País A se preguntan en voz alta años
después si eso había sido algo moralmente aceptable,
sus compañeros impacientes les dicen: «Eso es la
guerra», rogando por lo tanto que se planteen todas las
cuestiones morales importantes. Los que plantearon la
cuestión en primer lugar son descartados por ingenuos
y probablemente de dudosa lealtad.
La guerra corrompe la cultura. Como ha señalado el
crítico literario Paul Fussell, «la cultura de la guerra
mata algo precioso e indispensable en una sociedad
civilizada: la libertad de expresión, la libertad de
curiosidad, la libertad de conocimiento». Hace un
ejemplo del oficial del Pentágono que, al explicar por
qué los militares habían censurado algunas imágenes de
televisión que mostraban a soldados iraquíes cortados a
la mitad por el fuego de los Estados Unidos, señaló con
indiferencia que «si dejamos que la gente vea ese tipo
de cosas, nunca más habrá guerra».
La guerra distorsiona nuestro sentido de lo que
realmente significa el servicio a los demás. Solo a los
milita- res se nos insta a decir: «Gracias por su servicio».
Hacia los grandes empresarios que alargan nuestras
vidas y las hacen más satisfactorias, se nos enseña a ser

16
envidiosos y resentidos. Ciertamente no se les agradece
por su servicio.
El Estado puede salirse con la suya gracias, en parte, a
su manipulación del lenguaje. Se dice que un soldado
que murió en la guerra de Irak estuvo «sirviendo a su
país». ¿Qué podría significar eso? La guerra fue lanzada
con pretextos absurdos contra un líder que no había
hecho daño a los estadounidenses y que era incapaz de
hacerlo. Si la guerra estuvo al servicio de algo, fue de las
ambiciones imperiales de un pequeño grupo
gobernante. De ninguna manera tal misión, que desvió
vastos recursos del uso civil, «sirvió al país».
La guerra distorsiona la realidad misma. A los escolares
se les enseña a creer que el soldado estadounidense
compró su libertad con sus sacrificios. Pegatinas
blasfemas comparan al soldado americano con
Jesucristo. Pero, ¿de qué manera fue amenazada la
libertad estadounidense por Irak, Panamá o Somalia?
Para el caso, ¿cómo podría cualquier adversario del
siglo XX haber logrado una invasión de Norteamérica,
dado que ni siquiera los alemanes podían cruzar el
Canal de la Mancha?
Pero esta mitología cuidadosamente cultivada ayuda a
mantener el negocio en marcha. Aumenta la reverencia
supersticiosa que la gente tiene por los miembros
pasados y presentes de las fuerzas armadas. Pone a los
críticos de la guerra a la defensiva. De hecho, ¿cómo
podemos criticar la guerra y la intervención cuando
estas cosas nos han mantenido libres?

17
En resumen, la guerra es inseparable de la propaganda,
la mentira, el odio, el empobrecimiento, la degradación
cultural y la corrupción moral. Es el resultado más
horrible de la legitimidad moral y política que se le
enseña a la gente a conceder al Estado. Envuelto en los
adornos del patriotismo, el hogar, las canciones y las
banderas, el estado engaña a la gente para que desprecie
a un líder y a un país del que hasta ese momento apenas
habían oído hablar, y mucho menos tener una opinión
informada, y enseña a sus sujetos a vitorear la
mutilación y la muerte de otros seres humanos que
nunca les han hecho ningún daño.
Dada la gravedad de la guerra, ¿qué podemos hacer
para detenerla? Parte de la respuesta está en cómo
pensamos sobre la guerra, y aquí hay algunos puntos
vitales que debemos tener en cuenta.
(1) Nuestros gobernantes no son una ley para sí
mismos. Persigamos la misión subversiva de aplicar a
nuestros gobernantes las mismas reglas morales contra
el robo, el secuestro y el asesinato que aplicamos a
todos los demás, ya que nuestros guerreros creen que
están exentos de las reglas morales normales. Debido a
que están en guerra, llegan a suspender toda decencia,
todas las normas que rigen la conducta e interacción de
los seres humanos en todas las demás circunstancias. El
anodino término «daño colateral», junto con palabras
de arrepentimiento superficiales y sin sentido, se
emplean cuando civiles inocentes, incluidos niños, son
mutilados y asesinados. Un individuo privado que se

18
comporta de esta manera sería llamado un sociópata.
Dale un título elegante y un bonito traje, y se convertirá
en un estadista.
(2) Humanizar a los demonizados.
Debemos alentar todos los esfuerzos para humanizar a
las poblaciones de los países que se encuentran en la
mira de los guerreros. El público en general es azotado
a un frenesí de guerra sin saber lo primero —o escuchar
solo propaganda— sobre las personas que morirán en
esa guerra. Los medios de comunicación del
establishment no contarán su historia, así que nos
corresponde a nosotros usar todos los recursos que
tenemos como individuos, especialmente en línea, para
comunicar la verdad más subversiva de todas: que la
gente del otro lado también son seres humanos. Esto
hará un poco más difícil para los guerreros llevar a cabo
su Odio de Dos Minutos, y puede tener el efecto de
persuadir a los estadounidenses con simpatías humanas
normales a desconfiar de la propaganda que los rodea.
(3) Si nos oponemos a la agresión, opongámonos a toda
agresión.
Si creemos en la causa de la paz, no basta con poner fin
a la violencia agresiva entre las naciones. No
deberíamos querer lograr la paz en el extranjero para
que nuestros gobernantes puedan volver sus armas
contra individuos pacíficos en casa. Abandonar todas
las formas de agresión contra personas pacíficas.

19
El pueblo y los guerreros son dos grupos distintos.
Nunca debemos decir «nosotros» cuando hablamos de
la política exterior del gobierno de Estados Unidos. Por
un lado, a los guerreros no les importan las opiniones
de la mayoría de los estadounidenses. Es tonto y
vergonzoso para los estadounidenses hablar de
«nosotros» cuando hablan de la política exterior de su
gobierno, como si sus aportaciones fueran necesarias o
deseadas por los que hacen la guerra
(4) Nunca utilizar «nosotros» cuando se habla del
Estado.
Pero también está mal, por no hablar de lo travieso.
Cuando las personas se identifican tan estrechamente
con su Estado, perciben los ataques contra la política
exterior de su Estado como ataques contra ellos
mismos. Entonces se hace más difícil razonar con ellos
— ¡por qué, estás insultando mi política exterior!
Asimismo, el uso de «nosotros» alimenta la fiebre de la
guerra. «Nosotros» tenemos que conseguirlos. La gente
apoya a sus gobiernos como lo haría con un equipo de
fútbol. Y puesto que sabemos que somos decentes y
buenos, «ellos» solo pueden ser monstruosos y malos, y
merecedores de cualquier justicia justa que «nosotros»
les dispensamos.
La izquierda antibélica cae en este error con la misma
frecuencia. Apelan a los estadounidenses con un
catálogo de crímenes horribles que «nosotros» hemos
cometido. Pero no hemos cometido esos crímenes. Los

20
mismos sociópatas que victimizan a los estadounidenses
todos los días, y sobre quienes no tenemos control real,
cometieron esos crímenes.
Ron Paul ha restaurado la asociación adecuada del
capitalismo con la paz y la no intervención. Los
leninistas y otros izquierdistas, agobiados por una falsa
comprensión de la economía y el sistema de mercado,
solían afirmar que el capitalismo necesitaba guerra, que
la supuesta «sobreproducción» de bienes obligaba a las
sociedades de mercado a ir al extranjero —y a menudo
a la guerra— en busca de mercados externos para sus
excedentes de bienes.
Esto siempre fue una tontería económica. También fue
una tontería política: el libre mercado no necesita una
institución parasitaria para engrasar los patines del
comercio internacional, y la misma filosofía que insta a
la no agresión entre seres humanos individuales obliga
a la no agresión entre áreas geográficas.
Mises siempre insistió, en contra de los leninistas, que
la guerra y el capitalismo no podían coexistir por mucho
tiempo. «Por supuesto, a largo plazo, la guerra y la
preservación de la economía de mercado son
incompatibles. El capitalismo es esencialmente un
esquema para naciones pacíficas… El surgimiento de la
división internacional del trabajo requiere la abolición
total de la guerra… La economía de mercado implica
una cooperación pacífica. Se rompe cuando los
ciudadanos se convierten en guerreros y, en lugar de

21
intercambiar mercancías y servicios, luchan contra uno
mismo.
«La economía de mercado», dijo Mises simplemente,
«significa cooperación pacífica e intercambio pacífico
de bienes y servicios. No puede persistir cuando la
matanza al por mayor está a la orden del día».
Los que creen en la economía de mercado libre y sin
trabas deben ser especialmente escépticos de la guerra
y la acción militar. Después de todo, la guerra es el
programa de gobierno definitivo. La guerra lo tiene
todo: propaganda, censura, espionaje, contratos de
amiguitos, impresión de dinero, gastos exorbitantes,
creación de deudas, planificación central, arrogancia -
todo lo que asociamos con las peores intervenciones en
la economía.
«La guerra», observó Mises, «es dañina, no solo para el
conquistado sino también para el conquistador. La
sociedad ha surgido de las obras de paz; la esencia de la
sociedad es la construcción de la paz. La paz y no la
guerra es el padre de todas las cosas. Solo la acción
económica ha creado la riqueza que nos rodea; el
trabajo, no la profesión de las armas, trae felicidad. La
paz construye; la guerra destruye».
Ver a través de la propaganda. Dejar de empoderar y
enriquecer al Estado alentando sus guerras. Deje a un
lado los temas de conversación de la televisión. Miren
al mundo de nuevo, sin los prejuicios del pasado, y sin
favorecer la versión de las cosas de su propio gobierno.

22
Sé decente. Ser humano. No se deje engañar por los
Joe Bidens, los John McCains, los John Boltons, Hillary
Clintons y toda la pandilla de neocons. Rechazar el
mayor programa de gobierno de todos ellos.
La paz construye. La guerra destruye.
Volvamos por un momento a Murray. Cuando se
opuso a la guerra de Vietnam, no solo enajenó a
National Review, la principal revista de derecha y la
voz conservadora más importante del país, sino
también a prácticamente todos los de la derecha. Tuvo
que escribir para un pequeño número de suscriptores
del boletín. A finales de la década de los sesenta, le dijo
a Walter Block que probablemente solo había 25
libertarios en todo el mundo.
Las cosas son mucho más fáciles para nosotros hoy en
día, gracias en gran parte al compromiso de Murray y al
extraordinario ejemplo de Ron Paul. Ahora hay
millones de personas que están decididamente en
contra de la guerra, y a quienes no les importa a qué
partido político pertenece el presidente que está
lanzando una guerra en particular.
Además, es alentador saber que los jóvenes están
mucho menos convencidos de la necesidad de una
política exterior intervencionista. Cuanto más joven es
el público, menos caen en oídos receptivos las
exhortaciones de los belicistas.

23
En mi opinión, este es el mayor legado de Murray
Rothbard. Depende de todos nosotros ayudar a llevarlo
adelante.

Llewellyn H. Rockwell,
Conferencia del Instituto Ron Paul,
24 de agosto de 2019.

24
CAPÍTULO I

EL COLECTIVISMO BÉLICO EN LA PRIMERA


GUERRA MUNDIAL1

Más que cualquier otro periodo, la Primera Guerra


Mundial fue el punto crítico de inflexión del sistema
empresarial estadounidense. Fue una “colectivismo
bélico”, una economía totalmente planificada dirigida
principalmente por los intereses de las grandes
empresas a través del medio del gobierno central, que
sirvió como modelo, precedente e inspiración para el
capitalismo corporativo de estado del resto del siglo
XX.

Esa inspiración y precedente aparecieron no solo en


Estados Unidos sino también en las economías bélicas
de los principales combatientes de la Primera Guerra
Mundial. El colectivismo bélico mostraba a los intereses
de las grandes empresas del mundo occidental que era
posible pasar radicalmente del anterior capitalismo, en
buena parte de libre mercado, a un nuevo orden
marcado por un gobierno fuerte y una intervención y
planificación públicas extensas y generalizadas, con el
fin de proporcionar una red de subvenciones y
privilegios monopolísticos a los intereses de las
empresas, y especialmente de las grandes empresas. En
particular, la economía podía cartelizarse bajo la tutela

1
De A New History of Leviathan, Ronald Radosh y Murray N. Rothbard,
eds., Nueva York: E.P. Dutton & Co., 1972, pp. 66–110).+

25
del gobierno, con mayores precios y producción fija y
restringida, siguiendo el patrón clásico del monopolio y
los contratos públicos militares y otros podían
canalizarse a las manos de fabricantes corporativos
favorecidos. La mano de obra, que se estaba haciendo
cada vez más revoltosa, podía ser apaciguada y
controlada al servicio de este nuevo orden estatal-
monopolista-capitalista, a través del subterfugio de
promover un sindicalismo apropiadamente cooperativo
y llevar a los líderes sindicales a los sistemas de
planificación como socios menores.

En muchos sentidos, el nuevo orden era una vuelta


sorprendente al antiguo mercantilismo, con su agresivo
imperialismo y nacionalismo, su generalizado
militarismo y su red gigantesca de subvenciones y
privilegios monopolistas para los intereses de las
grandes empresas. Por supuesto, en su forma del siglo
XX, el nuevo mercantilismo era industrial en lugar de
mercantil, ya que la revolución industrial había
intervenido para hacer de las manufacturas y la industria
la forma económica dominante. Pero había una
diferencia más importante en el nuevo mercantilismo.
El mercantilismo original había sido brutalmente franco
en su clase dirigente y en su desprecio por el trabajador
y consumidor medio2. Por el contrario, el nuevo reparto

2
Sobre las actitudes de los mercantilistas hacia el trabajo, ver Edgar S.
Furniss, The Position of the Laborer in a System of Nationalism (Nueva
York: Kelley & Millman, 1957). Así, Furniss cita al mercantilista inglés
William Petyt, que hablaba del trabajo como un “material capital (…) rudo
e indigesto (…) encomendado a las manos de la autoridad suprema, en
cuya prudencia y disposición está mejorar, gestionar y moldearlo con más
o menos ventajas”. Furniss añade que “es característico de estos escritores

26
disfrazado bajo la nueva forma de promoción del
interés nacional general, del bienestar de los
trabajadores a través de la nueva representación de la
mano de obra y del bien común de todos los
ciudadanos. De ahí la importancia, para proporcionar
una muy necesaria legitimidad y apoyo popular, de la
nueva ideología del liberalismo del siglo XX, que
aprobaba y glorificaba el nuevo orden. Al contrario del
antiguo liberalismo de laissez faire del siglo anterior, el
nuevo liberalismo obtuvo la aprobación popular para el
nuevo sistema proclamando que difería radicalmente
del antiguo mercantilismo explotador en su mejora del
bienestar de toda la sociedad. Y a cambio de este apoyo
ideológico de los nuevos liberales “corporativos”, el
nuevo sistema dio a los liberales, el prestigio, las rentas
y el poder que conllevaban los puestos de planificación
concreta y detallada del sistema, así como para la
propaganda ideológica a su favor.

Por su parte, los intelectuales liberales adquirieron no


solo prestigio y una pizca de poder en el nuevo orden,
también lograron la satisfacción de creer que este nuevo
sistema de intervención pública podía superar las
debilidades y los conflictos sociales que veían en las dos
grandes alternativas: el capitalismo de laissez faire o el
socialismo proletario marxista. Los intelectuales veían a
nuevo orden como portador de armonía o cooperación
para todas las clases a favor del bienestar general, bajo
la tutela del gran gobierno. En la visión liberal, el nuevo

que estuvieran tan dispuestos a confiar en la sabiduría del poder civil para
‘mejorar, gestionar y moldear’ el material económico en bruto de la
nación” (p. 41).

27
orden ofrecía una vía intermedia, un “centro vital” para
la nación, frente a los “extremos” divisivos de la
izquierda y la derecha.

28
I.

Aquí no tenemos espacio para ocuparnos del


importante papel de las grandes empresas y los
intereses empresariales en llevar a Estados Unidos a la
Primera Guerra Mundial. Los extensos lazos
económicos de la comunidad de las grandes empresas
con Inglaterra y Francia, a través de órdenes de
exportación y de préstamos a los Aliados,
especialmente los suscritos por la poderosa J.P. Morgan
& Co. (que también sirvió de agente para los gobiernos
británico y francés) se aliaron con el auge producido por
órdenes militares nacionales y aliadas, todas
desempeñando un papel esencial en llevar a Estados
Unidos a la guerra. Además, prácticamente toda la
comunidad empresarial oriental apoyó la deriva hacia la
guerra3.

Aparte del papel de la gran empresa en empujar a


Estados Unidos al camino de la guerra, las empresas
fueron igualmente entusiastas acerca de la planificación
extensiva y la movilización económica que conllevaría
claramente la guerra. Así, un entusiasta temprano de la
movilización bélica fue la Cámara de Comercio de
Estados Unidos, que había sido una importante
defensora de la cartelización industrial bajo la tutela del
gobierno federal desde su creación en 1912. La revista
mensual de la cámara, The Nation’s Business, preveía

3
Sobre el papel de la dinastía de los Morgan y otros lazos económicos con
los aliados en llevar a la entrada estadounidense en la guerra, ver Charles
Callan Tansill, America Goes to War (Boston: Little, Brown & Co., 1938),
pp. 32–134.

29
a mediados de 1916 que una economía movilizada
produciría una compartición del poder y la
responsabilidad entre gobierno y empresas. Y el
presidente del comité ejecutivo de la cámara de EEUU
sobre defensa nacional escribía a los Du Pont, a finales
de 1916, sobre sus expectativas de que “esta cuestión de
las municiones parecería ser la mayor oportunidad para
estimular el nuevo espíritu” de cooperación entre
gobierno e industria.4

La primera organización en moverse hacia la


movilización económica para la guerra fue el Comité de
Preparación Industrial, que fue una derivación de 1916
del Comité de Preparación Industrial del Consejo
Consultivo Naval, un comité de consultores industriales
para la armada, dedicado a considerar las
ramificaciones de una armada estadounidense en
expansión. Característicamente, el nuevo CPI era una
organización público-privada fuertemente mezclada,
oficialmente una rama del gobierno federal, pero
financiada solo con contribuciones privadas. Además,
los miembros industriales del comité, trabajando
patrióticamente sin remuneración, eran así capaces de
mantener sus puestos y rentas privados. El presidente
del CPI y dedicado entusiasta de la movilización
industrial, era Howard E. Coffin, vicepresidente de la
importante Hudson Motor Co. de Detroit. Bajo la
dirección de Coffin, el CPI organizó un inventario
nacional de miles de instalaciones industriales para la

4
Citado en Paul A. C. Koistinen, “The ‘Industrial-Military Complex’ in
Historical Perspective: World War I”, Business History Review (Invierno
de 1967), p. 381.

30
fabricación de munición. Para hacer propaganda de
este esfuerzo, bautizado como “preparación industrial”,
Coffin fue capaz de movilizar a la American Press
Association, los Associated Advertising Clubs of the
World, el New York Times de agosto y la gran mayoría
de la industria estadounidense5.

Al CPI le sucedió, a finales de 1916, el Consejo de


Defensa Nacional, completamente público, cuya
comisión asesora (compuesta principalmente por
industriales privados) iba a convertirse en su agencia
real de funcionamiento. (El propio consejo estaba
compuesto por varios miembros del gabinete). El
presidente Wilson anunció que el propósito del CDN
como organizador de “todo el mecanismo industrial (…)
de la forma más eficaz”, Wilson encontraba al consejo
especialmente valioso porque “abre un canal nuevo y
directo de comunicación y cooperación entre hombre
de empresa y de ciencia y todos los departamentos del

5
El principal historiador de la movilización de la industria de la Primera
Guerra Mundial, siendo él mismo un participante importante y director
del Consejo de Defensa Nacional, escribe con desprecio que las escasas
excepciones al coro de la aprobación empresarial “revelaban una falta
considerable (…) de aquella unidad de voluntad para servir a la Nación
que era esencial para fusionar los sarmientos del individualismo en el
inquebrantable haz de la unidad nacional”. Grosvenor B.
Clarkson, Industrial American the World War (Boston: Houghton
Muffin Co., 1923), p. 13. Por cierto que el libro de Clarkson fue
subvencionado por Bernard Baruch, la cabeza visible del colectivismo
bélico industrial: el manuscrito fue revisado cuidadosamente por uno de
los principales ayudantes de Baruch. Clarkson, un hombre de relaciones
públicas y ejecutivo de publicidad, había iniciado sus intentos dirigiendo
la publicidad para la campaña de preparación industrial de Coffin de 1916.
Ver Robert D. Cuff, “Bernard Baruch: Symbol and Myth in Industrial
Mobilization”, Business History Review (Verano de 1969), p. 116.

31
gobierno”.6 También alababa al personal de la comisión
de asesores del consejo por marcar “la entrada de
ingenieros y profesionales no partidistas en asuntos
gubernamentales estadounidenses” en una escala sin
precedentes. Estos miembros, declaraba el presidente
grandilocuentemente, iba a servir sin recibir paga
“siendo la eficacia el único objetivo y el americanismo
su única motivación”7.

Entusiasmado con el nuevo CDN, Howard Coffin


escribía a los Du Pont en diciembre de 1916 que
“esperamos que pueda crear los cimientos para esa
estructura industrial, civil y militar íntimamente
entretejida, que todo estadounidense pensante ha
llegado a percibir como vital para la vida futura de este
país, en la paz y en el comercio, no menos que en una
posible guerra”8.

Particularmente influyente en la creación del CDN fue


el secretario del tesoro, William Gibbs McAdoo, yerno
del presidente y expromotor del Ferrocarril del Hudson
y Manhattan y socio de los intereses de Ryan en Wall
Street9. A la cabeza de la comisión de asesores estaba

6
Clarkson, op. cit., p. 21.
7
Ibíd.
8
Koistinen, op. cit., p. 385.
9
En el origen de la idea del CDN estuvo el Dr. Hollis Godfrey, presidente
del Instituto Drexel, una organización de formación industrial y educación
directiva. También influyó en la creación del CDN el Consejo Kerner que
aunaba civiles y militares, encabezado por el coronel Francis J. Kerner, y
que incluía como miembros civiles: Benedict Crowell, presidente de
Crowell & Little Construction Co. de Cleveland y posteriormente
subsecretario de Guerra y R. Goodwyn Rhett, presidente del People’s

32
Walter S. Gifford, que había sido uno de los ñíderes del
Comité Coffin y había llegado al gobierno desde su
puesto como estadístico jefe de la American Telephone
and Telegraph Co., una gigantesca empresa
monopolística del ámbito de los Morgan. Los otros
miembros “no partidistas” eran Daniel Willard,
president de la Baltimore and Ohio Railroad; el
financiero de Wall Street, Bernard M. Baruch; Howard
E. Coffin; Julius Rosenwald, presidente of Sears,
Roebuck and Co.; Samuel Gompers, president de AF
of L y un científico y un importante cirujano.

Meses antes de la entrada estadounidense en la guerra,


la comisión de asesores del CDN diseñó lo que iba a
convertirse en el sistema completo de compra de
suministros de guerra, el sistema de control de los
alimentos y la censura de la prensa. Fue la comisión de
asesores la que se reunió con los encantados
representantes de diversos sectores de la industria y
dijeron a los empresarios que se agruparan en comités
para la venta de sus productos al gobierno y para la
fijación de precios de estos productos. No sorprendió
que se pusiera a Daniel Willard al cargo de tratar con
los ferrocarriles, a Howard Coffin con municiones y
manufacturas, a Bernard Baruch con materias primas y
minerales, a Julius Rosenwald con suministros y a
Samuel Gompers con trabajo. El idea de crear comités
de los diversos sectores, “para juntar sus recursos”,
partió de Bernard Baruch. Los comités de productos
del CDN, a su vez consistían invariablemente en

Bank de Charleston y también presidente de la Cámara de Comercio de


Estados Unidos. Ibíd., pp. 382, 384.

33
industriales principales de cada sector: estos comités
negociarían luego con los comités nombrados por la
industria10.

Por recomendación de la comisión de asesores,


Herbert Clark Hoover fue nombrado jefe de la nueva
Administración Alimentaria. A finales de marzo de
1917, el CDN nombró al Consejo de Compras para
coordinar las compras públicas a la industria. El
presidente de este consejo, cuyo nombre se cambió
enseguida por Consejo General de Municiones, fue
Frank A. Scott, un conocido fabricante de Cleveland y
presidente de Warner & Swasey Co.

La movilización centralizadora ya estaba llevándose a


cabo aunque lentamente a través de la maraña de la
burocracia y la Cámara de Comercio de Estados
Unidos pidió al Congreso que el director del CDN
“debería recibir poder y autoridad en el campo
económico equivalente al del jefe del estado en el
campo militar”11. Finalmente, a principios de julio, los
departamentos de materias primas, municiones y
suministros se agruparon bajo en nuevo Consejo de
Industrias Bélicas, con Scott como presidente, el

10
Como uno de muchos ejemplos, el “Comité Cooperativo sobre el
Cobre” del CDN estaba compuesto por: el presidente de Anaconda
Copper, el presidente de Calumet and Hecla Mining, el vicepresidente de
Phelps Dodge, el vicepresidente de Kennecott Mines, el presidente de
Utah Copper, el presidente de United Verde Copper y Murray M.
Guggenheim de los intereses de la poderosa familia Guggenheim. Y el
American Iron and Steel Institute nombraba a los representantes del
sector del hierro y el acero. Clarkson, op. cit., pp. 496–497; Koistinen, op.
cit., p. 386.
11
Clarkson, op. cit., p. 28.

34
consejo que iba a convertirse en la agencia central del
colectivismo en la Primera Guerra Mundial. Las
funciones del CIB fueron pronto la coordinación de
compras, la asignación de productos y la fijación de
precios y prioridades en producción.

Problemas administrativos acosaron sin embargo al


CIB y se buscó un “autócrata” satisfactorio para dirigir
toda la economía como presidente de la nueva
organización. El autócrata voluntario fue finalmente
descubierto en la persona de Bernard Baruch a
principios de marzo de 1918. Con la elección de
Baruch, reclamada firmemente al presidente Wilson
por el secretario McAdoo, el colectivismo bélico había
alcanzado su forma final12. Las credenciales de Baruch
para la tarea eran impecables: un defensor temprano
del camino hacia la guerra, Baruch había presentado un
plan de movilización bélica industrial al presidente
Wilson ya en 1915.

El CIB creó un enorme aparato que se relacionaba con


los sectores concretos a través de divisiones de
productos en buena parte con personal de los propios
sectores. El historiador del CIB, él mismo uno de sus
líderes, decía con entusiasmo que el CIB había
establecido

12
Scott y Willard fueron sucesivamente presidentes, puesto que fue
ofrecido luego a Homer Ferguson, presidente de la Newport News
Shipbuilding Co. y posterior jefe de la Cámara de Comercio de Estados
Unidos.

35
Un sistema de concentración de comercio, industria y
todos los poderes públicos que no tenía comparación
entre todas las demás naciones. (…) Estaba tan
entremezclado con los departamentos de suministros
del ejército y la armada, de los aliados y con otros
departamentos públicos que, aunque tenía entidad
propia (…) sus decisiones y acciones (…) se basaban
siempre en un resumen de toda la situación. Al mismo
tiempo, a través de las divisiones y secciones de
productos en contacto con comités responsables de
dichos productos, el Consejo de Industrias Bélicas
extendió sus antenas hasta los recovecos más internos
de la industria. Nunca antes hubo un foco en el
conocimiento del vasto campo de la industria
estadounidense, el comercio y el transporte. Nunca
hubo un acercamiento tal a la omnisciencia en los
asuntos empresariales de un continente13.

Los líderes de las grandes empresas acaparaban la


estructura del CIB desde el mismo consejo hasta las
secciones de productos. Así, el vicepresidente
Alexander Legge provenía de International Harvester
Co.; el empresario Robert S. Brookings era quien más
insistía en fijar precios; George N. Peek, a cargo de los
productos terminados, había sido vicepresidente de
Deere & Co., un importante fabricante de
equipamientos agrícolas. Robert S. Lovett, a cargo de
las prioridades, era presidente del consejo de la Union
Pacific Railroad y J. Leonard Replogle, administrador

13
Clarkson, op. cit., p. 63.

36
del acero, había sido presidente de la American
Vanadium Co. Fuera de la estructura directa del CIB,
Daniel Willard, de la Baltimore & Ohio, estaba al cargo
de los ferrocarriles nacionales y el gran empresario
Herbert C. Hoover era el “zar de la alimentación”.

A la hora de conceder contratos militares, no había


tonterías de pujas competitivas. Competencia en
eficiencia y coste se dejaban de lado y el CIB dominado
por la industria otorgaba contratos como le parecía.

Cualquier empresa individualista disidente a la que no


le gustaran los mandatos y órdenes del CIB era
rápidamente aplastada entre la coacción ejercida por el
gobierno y el oprobio colaborador de sus colegas
organizados de negocios. Así, Grosvenor
Clarkson escribe:

Los industriales estadounidenses individualistas se


horrorizaban cuando se daban cuenta de que se había
reclutado a la industria, igual que se había hecho con la
mano de obra. (…) Las empresas querían su propio
dominio, forjaban sus ataduras y controlaban su propio
sometimiento. Hubo protestas amargas y tormentosas
aquí y allí, especialmente por aquellas industrias que se
vieron limitadas o suspendidas. (…) [Pero] las rendijas
en el traje de la autoridad fueron ampliamente
rellenadas por el espíritu dócil y cooperativo de la
industria. El obstructor ocasional desobedecía los

37
mandatos del Consejo solo para encontrar en
ostracismo entre sus colegas de industria14.

Uno de los instrumentos más importantes del


colectivismo bélico fue la División de Conservación del
CIB, una institución que estaba constituida también en
buena parte por líderes de manufacturas. La División
de Conservación había empezado como Consejo de
Economía Comercial en el CDN, ocurrencia de su
primer presidente, el empresario de Chicago, A.W.
Shaw. El Consejo o División, sugeriría a las economías
industriales y animaría a la industria afectada a
establecer regulaciones cooperativas. Las regulaciones
del consejo eran supuestamente “voluntarias”, un
voluntarismo forzado por “la obligación de la opinión
comercial, que automáticamente controlaba la
observancia de las recomendaciones”. Pues “una
práctica adoptada por el abrumador consentimiento e
incluso la insistencia de (…) los colegas, especialmente
cuando lleva la etiqueta de un servicio patriótico en un
momento de emergencia, no puede descartarse a la
ligera”15.

De esta manera, en nombre de la “conservación” en


tiempo de guerra, la División de Conservación se
dedicó a racionalizar, estandarizar y cartelizar la
industria de una forma que, ojalá, continuaría
permanentemente después del fin de la guerra. Arch
W. Shaw resumía así la tarea de la división: reducir
drásticamente el número de estilos, tamaños, etc. de los
14
Ibíd., pp. 154, 159.
15
Ibíd., p. 215.

38
productos de la industria; eliminar los diversos estilos y
variedades; estandarizar tamaños y medidas. El que esta
supresión despiadada y completa de la competencia en
la industria no se considerara como una medida
puramente de tiempo de guerra quedaba claro en este
pasaje de Grosvenor Clarkson:

La Guerra Mundial fue una escuela maravillosa. (…)


Nos mostró cómo tantas cosas pueden mejorarse que
no sabemos por dónde empezar con la utilización
permanente de lo que sabemos. Solo la División de
Conservación demostró que sencillamente quitar al
comercio y la industria la carga del hábito fútil y la
incrustación de variedades inútiles generaría un buen
dividendo al capital mundial. (…) Quizá sea demasiado
esperar que haya alguna ganancia general en tiempo de
paz a partir del experimento triunfante de la División de
Conservación. Aun así, el mundo necesita ahora
economizar tanto como en la guerra16.

Mirando hacia la futura cartelización, Clarkson


declaraba que esa economización en tiempo de paz
“implica una afiliación tan cercana y simpatizante de
industrias en competencia que resulta casi imposible
bajo la descentralización de la empresa que a la que
obligan nuestra normas antitrust.

16
Ibíd., p. 230.

39
La biógrafa de Bernard Baruch resumía los resultados
duraderos de la “conservación” y estandarización
obligatorias como sigue:

La conservación en tiempo de guerra había reducido


estilos, variedades y colores en la ropa. Había
estandarizado tamaños. (…) Había prohibido 250 tipos
distintos de modelos de arado en EEUU, por no hablar
de 755 tipos de taladro. (…) la producción y distribución
en masa se había convertido en la ley del país. (…) Este
debía ser por tanto el objetivo del siguiente cuarto del
siglo XX: “Estandarizar la industria estadounidense”:
hacer de la necesidad de tiempo de guerra virtud en
tiempo de paz17.
No solo la División de Conservación, sino toda la
estructura de colectivismo y cartelización bélicos
constituían una visión de la empresa y el gobierno en
una futura economía de tiempo de paz. Como decía
francamente Clarkson:

Sorprende poco que los hombres que se ocupaban de


las industrias de una nación (…) meditaran con una
especie de desdén intelectual sobre la enorme
confusión aleatoria de la industria en tiempo de paz,
con su perpetuo ciclo de exceso y carestía y su intento
interno de ajuste después de los acontecimientos. A

Margaret L. Coit, Mr. Baruch (Boston: Houghton Muffin Co., 1957), p.


17

219.

40
partir de sus meditaciones surgieron sueños de un
mundo económico ordenado.

Concebían Estados Unidos como “seccionado por


productos” para el control del comercio mundial.
Mantenían todo el comercio mundial cuidadosamente
computado y registrado en Washington, los requisitos
anotados, los recursos estadounidenses localizables, los
grifos abiertos o cerrados según las circunstancias. En
una palabra, una mente y voluntad nacionales
enfrentando el comercio internacional y manteniendo
su propia casa en orden empresarial18.

El núcleo y alma del mecanismo de control de la


industria por el CIB eran sus aproximadamente 60
secciones de productos, comités que supervisaban los
diversos grupos de productos, que estaban poblados
casi exclusivamente por hombres de negocios de las
respectivas industrias. Además, estos comités trataban
con más de 300 “comités de servicios bélicos” de la
industria, nombrados por las respectivas agrupaciones
industriales bajo la tutela de la Cámara de Comercio de
Estados Unidos. No sorprende que en esta atmósfera
acogedora hubiera una gran armonía entre empresas y
gobierno. Como describía Clarkson con admiración:
Hombres de negocios completamente consagrados al
servicio público, pero llenos de comprensión de los
problemas de la industria, ahora se encontraban con
hombres de negocios completamente representativos

18
Clarkson, op. cit., p. 312.

41
de la industria (…) pero simpatizando con el propósito
público19.
Y
Las secciones de productos eran negocios operando
negocios públicos por el bien común. (…) Los comités
bélicos de la industria sabían, entendían y creían en los
jefes de productos. Eran de la misma pieza20.

En general, Clarkson estaba entusiasmado porque la


secciones de productos era “movilizadas e instruidas
por la industria, receptivas, entusiastas y bien dotadas de
personal. Eran militantes y mantenían prietas las filas”21.

La Cámara de Comercio estaba especialmente


entusiasmada con el sistema del comité de servicios
bélicos, un sistema que también iba a estimular el
movimiento de asociación comercial en tiempo de paz.
El presidente de la Cámara, Harry A. Wheeler,
vicepresidente de la Union Trust Co. de Chicago,
declaraba que:

La creación de comités de servicios bélicos prometen


crear la base para una organización verdaderamente
nacional de la industria, cuya preparación y

19
Ibíd., p. 303.
20
Ibíd., pp. 300-301.
21
Ibíd., p. 309. Sobe el Consejo de Industrias Bélicas, las secciones d
productos y sobre el sentimiento de las grandes empresas abriendo paso
al sistema coordinado industria-gobierno, ver James Weinstein, The
Corporate Ideal in the Liberal State, 1900- 1918 (Boston: Beacon Press,
1969), p. 223 y passim.

42
oportunidades son ilimitadas. (…) La integración de
negocios, el objetivo expreso de la Cámara nacional,
está a la vista. La guerra es el severo maestro que lleva a
casa la lección del esfuerzo cooperativo22.

El resultado de esta armonía recién encontrada dentro


de cada industria y entre la industria y el gobierno fue
“sustituir la competencia por cooperación.”. La
competencia con las órdenes del gobierno era
virtualmente inexistente y la “competencia de precios
fue prácticamente eliminada por la acción del gobierno.
La industria estaba entonces en (…) un era dorada de
armonía” y libre de la amenaza de pérdidas
empresariales23.

Una de las funciones cruciales de la planificación en


tiempo de guerra fue la fijación de precios, establecida
en el campo de los productos industriales por la
Comisión de Fijación de Precios del Consejo de
Industrias Bélicas. Empezando por áreas tan críticas
como el acero y el cobre al principio de la guerra y luego
expandiéndose inexorablemente a muchos otros
campos, la fijación de precios se vendió al público
como la fijación de precios máximos para proteger al
pueblo frente la inflación de tiempo de guerra. Sin
embargo, en realidad, el gobierno establecía el precio
en cada industria a un nivel tal que garantizaba un
“beneficio justo” a los productores con altos costes.
Confiriendo así un gran grado de privilegio y altos

En The Nation’s Business (Agosto de 1918), pp. 9-10. Citado en


22

Koistinen, op cit., pp. 392-393.


Clarkson, op. cit., p. 313.
23

43
beneficios para las empresas con costes
24
menores . Clarkson admitía que este sistema era una
tremenda vigorización para las grandes empresas y duro
para las pequeñas. Los productores grandes y eficientes
obtenían mayores beneficios que los normales y
muchos de los menores afectados caían por debajo de
sus retornos ordinarios25.

Pero las empresas con costes superiores estaban


bastante contentas con su garantía de “beneficio justo”.

La actitud del Comité de Fijación de Precios se refleja


en la declaración su Presidente, Robert S.
Brookings, un magnate jubilado de la madera, dirigida
a la industria del níquel: “No tenemos una actitud de
envidiar vuestros beneficios, somos más de la actitud de
justificarlos si podemos. Esa es la forma en que nos
aproximamos a estas cosas”26.

Típica del funcionamiento de la fijación de precios fue


la situación en la industria textil del algodón. El
presidente Brookings reportaba en abril de 1918 que el
Comité de Bienes de Algodón había decidido “unirse
de forma amistosa” para tratar de “estabilizar el
mercado”. Brookings agregaba el sentimiento de los
24
Ver George P. Adams, Jr., Wartime Price Control (Washington, D.C.:
American Council on Public Affairs, 1942), pp. 57, 63-64. Como ejemplo,
el gobierno fijó el precio del cobre f.o.b. en Nueva York a 23½ centavos
la libra. La Utah Copper Co., que producía más del 8% del cobre total,
había estimado costes de 11,8 centavos la libra. De esta manera, Utah
Copper tenía garantizado un beneficio de casi 100% por encima de los
costes. Ibíd., p. 64n.
25
Clarkson, op. cit.
26
Adams, op. cit., pp. 57-58.

44
grandes fabricantes de algodón de que era mejor fijar
un precio mínimo alto a largo plazo que aprovechar
completamente la ventaja a corto plazo de muy altos
precios que había27.

El entusiasmo general en el mundo empresarial, y


especialmente entre las grandes empresas, por el
sistema de colectivismo bélico puede explicarse ahora.
El entusiasmo fue el producto de la estabilización
resultante de precios, la limitación de las fluctuaciones
del mercado y el hecho de que los precios fueran casi
siempre fijados por consentimiento del gobierno y los
representantes de cada industria. No sorprende que
Harry A. Wheeler, presidente de la Cámara de
Comercio de Estados Unidos, escribiera en el verano
de 1917 que la guerra “está dando a las empresas la base
para el tipo de esfuerzo cooperativo que solo puede
hacer a EEUU económicamente eficiente”. O que el
jefe de la American Telephone and Telegraph alabara
la perfección de una “coordinación para garantizar una
cooperación completa no solo entre el Gobierno y las
empresas, sino entre las propias empresas.”. La
planificación cooperativa de tiempo de guerra eraba
funcionando tan bien, de hecho, opinaba el presidente
del consejo de Republic Iron and Steel al principio de
1918, que debería también continuar en tiempo de
paz28.

Weinstein, op. cit., pp. 224-225.


27

Melvin I. Urofsky, Big Steel and the Wilson Administration (Columbus,


28

Ohio: Ohio State University Press, 1969), pp. 152-153.

45
La vitalmente importante industria del acero es un
ejemplo excelente del funcionamiento del colectivismo
bélico. El distintivo del estrecho control de la industria
del acero era la “cooperación” íntima entre gobierno e
industria, una cooperación en la que Washington
decidía sobre la política general y luego dejaba al juez
Elbert Gary, jefe del principal productor de acero,
United States Steel, implantar dicha política dentro de
la industria. Gary seleccionó a un comité que
representaba a los mayores productores de acero para
que les ayudara a dirigir la industria. Tenía un aliado
voluntario presente en J. Leonard Replogle, el jefe de
American Vanadium Co. y jefe de la División del
Acero del CIB. Replogle compartía el antiguo deseo de
Gary y la industria del acero de una cartelización
industrial y una estabilidad del mercado bajo la tutela
de un gobierno federal amistoso. No es sorprendente
que Gary estuviera encantado con sus nuevos poderes
para dirigir la industria del acero y pidiera que se le
diera poder absoluto “para movilizar plenamente y, si
era necesario, para dar órdenes”. Y Iron Age, la revista
de la industria del hierro y el acero, estaba exultante
porque

aparentemente ha hecho falta la guerra más gigantesca


de la historia para dar a la idea de la cooperación aquel
lugar en el programa económico general que los
fabricantes de acero del país buscaban dar a su propio
sector hace casi diez años

46
con la efímera entente cordiale entre el juez Gary y el
presidente Roosevelt29.

Es verdad que las relaciones en tiempo de guerra entre


el gobierno y las acereras fue tenso en algunos
momentos, pero la tensión y la dura amenaza del
gobierno comandando los recursos se dirigió
generalmente contra empresas más pequeñas, como
Crucible Steel, que había rechazado tercamente aceptar
contratos públicos30.

De hecho, en la industria del acero fueron las grandes


acereras (US Steel, Bethlehem, Republic, etc.) las que,
al principio de la guerra, habían pedido las primeras la
fijación pública de precios y tuvieron que empujar a un
gobierno a veces confuso a adoptar lo que acabaría
convirtiéndose en programa público. La principal razón
fue que los grandes productores de acero, felices ante
en enorme aumento de los precios este producto en el
mercado como resultado de la demanda bélica,
ansiaban estabilizar el mercado a un precio alto y así
asegurar una posición de ganancia a largo plazo
mientras durara la guerra. El acuerdo gobierno-
industria del acero de septiembre de 1917 fue por tanto

Urofsky, op. cit., pp. 153-157. En su importante estudio de las relaciones


29

negocios-gobierno en el Consejo de Industrias Bélicas, el profesor Robert


Cuff ha concluido que la regulación federal de la industria fue modelada
por los líderes de las grandes empresas y que las más tranquilas relaciones
entre gobierno y grandes empresas fueron en aquellas industrias, como el
acero, en las que los líderes industriales ya se habían comprometido a
buscar una cartelización patrocinada por el gobierno. Robert D. Cuff,
“Business, Government, and the War Industries Board” (Tesis doctoral
en historia, Universidad de Princeton, 1966).
30
Urofsky, op. cit., p. 154.

47
alabado por John A. Topping, presidente de Republic
Steel, como sigue:

El acuerdo del acero tendrá un efecto sano sobre este


negocio porque el principio de regulación cooperativa
se ha establecido con la aprobación del Gobierno. Por
supuesto, los beneficios extraordinarios actuales se
verán sustancialmente reducidos, pero se ha evitado
una situación de desbocamiento del mercado y se ha
extendido la prosperidad. (…) Además, debería
conservarse la estabilidad en los valores futuros31.

Además, las grandes acereras estaban encantadas de


usar los precios fijos como justificación para imponer
controles y estabilidad en los salarios, que también
estaban empezando a subir. Los fabricantes de acero
más pequeños, por el contrario, a menudo con costes
superiores y que no habían sido tan prósperos antes de
la guerra, se oponían a la fijación de precios porque
querían aprovechar toda la ventaja de la bonanza de
beneficios a corto plazo producida por la guerra32.

Bjao este régimen, la industria del acero logró los


mayores niveles de beneficios de su historia, con una
media del 25% anual durante los dos años de guerra. A

En Iron Age (27 de septiembre de 1917). Citado en Urofsky, pp. 216-


31

217
Urofsky, pp. 203-206. Ver también Robert D. Cuff y Melvin I. Urofsky,
32

“The Steel Industry and Price-Fixing During World War I”,Business


History Review (Otoño de 1970), pp. 291-306.

48
algunas de la cereras más pequeñas, beneficiándose de
su menos capitalización total, les fue el doble de bien33.

El sistema más minucioso de controles de precios


durante la guerra fue aplicado, no por el CIB, sino por
la independiente Administración de Alimentos, sobre
la que presidía como “zar de la alimentación” Herbert
Clark Hoover. El historiador oficial del control de
precios en tiempo de guerra escribía justamente que el
programa de control de alimentos “fue la medida más
importante para controlar los precios que Estados
Unidos (…) haya tomado nunca”34.

Herbert Hoover aceptó su puesto poco después de la


entrada estadounidense en la guerra, pero solo bajo la
condición de que solo él tendría autoridad sobre la
alimentación, sin intromisiones de consejos o
comisiones. La Administración de Alimentos se creó
sin autorización legal y luego una propuesta respaldada
por Hoover fue presentada al Congreso para darle la
fuerza completa de la ley. A Hoover se le dio también
el poder de requisar “lo necesario”, de apropiarse de
plantas para el funcionamiento del gobierno y de
regular o prohibir intercambios.

La clave para el sistema de control del sistema de la


Administración de Alimentos era una vasta red
de licencias. En lugar de un control directo sobre la
comida a la AA se le dio el poder absoluto de emitir

Urofsky, op. cit., pp. 228-233.


33

Paul Willard Garrett, Government Control Over Prices (Washington,


34

D.C.: Government Printing Office, 1920), p.42.

49
licencias para todas y cada una de las divisiones de la
industria alimentaria y de establecer las condiciones
para mantener la licencia. Todo intermediario, todo
productor, distribuidor y almacenero de alimentos
estaba obligado por Hoover a mantener su licencia
federal.

Una característica notable introducida por Hoover en


su reinado como zar del alimento fue la movilización de
una enorme red de ciudadanos voluntarios como una
masa de ansiosos participantes en la aplicación de sus
decretos. Así que Herbert Hoover fue tal vez el primer
político estadounidense en darse cuenta del potencial
(al ganarse la aceptación de las masas y aplicar decretos
públicos) en la movilización de masas a través de un
torrente de propaganda para servir como ayudantes
voluntarios de la burocracia pública. La movilización
llegó al punto de inducir a la gente a calificar como
prácticamente un leproso moral a cualquiera que
disintiera de los edictos del Sr. Hoover.

La base de todo (…) el control ejercido por la


Administración de Alimentos fue el trabajo
educativo que precedía y acompañaba sus medidas de
conservación y regulación. Mr. Hoover estaba
completamente convencido de la idea de que el método
más eficaz para controlar los alimentos era poner a todo
hombre, mujer y niño en el país a la labor de ahorrar
comida. (…) El país estaba literalmente cubierto con
millones de panfletos y folletos pensados para educar a
la gente con respecto a la situación alimentaria. Ningún
consejo bélico en Washington fue publicitado tanto

50
como la Administración de Alimentos de EEUU.
Había insignias de la Administración de Alimentos para
la solapa del abrigo, el escaparate de la tienda, el
restaurante, el tren y la casa. Se ponía un estigma real
sobre la persona que no era leal a los edictos de la
Administración de Alimentos a través de la presión por
las escuelas, iglesias, clubes de mujeres, bibliotecas
públicas, asociaciones de comerciantes, fraternidades y
otros grupos sociales35.

El método por el que la Administración de


Alimentación imponía controles de precios era su
requisito de que sus licenciados debían recibir “un
margen razonable de beneficio”. Este “margen
razonable” se interpretaba como un margen por encima
de los costes de cada productor y este coste más Un
“beneficio razonable” para cada intermediario se
convirtió en la regla del control de precios. El programa
se vendía al público como un medio de mantener bajos
beneficios y precios de los alimentos. Aunque la
administración indudablemente quería estabilizar los
precios, el objetivo era también, y de manera más
importante, cartelizar. Industria y gobierno trabajaban
juntos para asegurarse de que los competidores
inconformistas individuales no se salieran de madre: los
precios en general se iban a establecer a un nivel que
garantizaba un beneficio “razonable” para todos. El
objetivo no era rebajar precios, sino uniformar y
estabilizar precios no competitivos para todos. El
objetivo era mucho más mantener altos los precios que

35
Garrett, op. cit., p. 56.

51
mantenerlos bajos. De hecho, cualquier competidor
excesivamente avaricioso que tratara de aumentar sus
beneficios por encimas de los niveles
prebélicos recortando sus precios, era tratado con la
máxima severidad por parte de la Administración de
Alimentos.

Consideremos dos de los programas de control de


alimentos más importantes durante la Primera Guerra
Mundial: trigo y azúcar. El control de precios del trigo,
el programa más importante, llegó después de la
demanda de tiempo de guerra, que había impulsado al
alza los precios del trigo muy rápidamente hasta su nivel
más alto en la historia de Estados Unidos. Así, el trigo
aumentó un dólar por bushel en el curso de dos meses
al inicio de la guerra, llegando al precio sin precedentes
de tres dólares el bushel. El control llegó después de las
protestas para que interviniera el gobierno para acabar
con los “especuladores” fijando precios máximos del
trigo. Aun así, bajo la presión por parte de los
agricultores, el programa público fijaba por decreto no
precios máximos para el trigo, sino mínimos: la Ley de
Control de Alimentos de 1917 fijaba un precio mínimo
de dos dólares el bushel para la cosecha de trigo del año
siguiente. No contento con esta subvención especial, el
presidente procedió a aumentar el mínimo a 2,26$ el
bushel a mediados de 1918, una cifra que era entonces
el precio exacto del mercado para el trigo. Este mínimo
aumentado fijó en la práctica el precio del trigo para
toda la guerra. Así, el gobierno se aseguraba de que los
consumidores no se pudieran beneficiar de ninguna
bajada en los precios del trigo.

52
Para aplicar el precio artificialmente alto del trigo,
Herbert Hoover creó la Grain
Corporation, “encabezada por hombres con
experiencia en el grano”, que compraba la mayoría de
la cosecha de trigo en Estados Unidos al “precio justo”
y luego la revendía a las fábricas de harina de la nación
al mismo precio. Para mantener contentos a los
harineros, la Grain Corporation les aseguraba contra
cualquier posible pérdida por existencias sin vender de
trigo o harina. Además, cada fábrica tenía garantizado
que se mantendría su posición relativa en la industria de
la harina a lo largo de la guerra. De esta manera, la
industria de la harina fue cartelizada con éxito a través
del instrumento del gobierno. Aquellas pocas harineras
que se resistieron a la disposición del cártel fueron
tratadas fácilmente por la Adminsitración de alimentos;
como decía Garrett: “sus operaciones (…) estaban
razonablemente bien controladas (…) por los requisitos
de licencia”36.

Los precios excesivamente altos del trigo y la harina


también significaban costes artificialmente altos para los
panaderos. Estos, a su vez, fueron llevados bajo el
acogedor paraguas del cártel de requerírseles, en
nombre de la “conservación”, mezclar productos
inferiores con la harina de trigo en un porcentaje fijo.
Todos los panaderos, por supuesto, estuvieron
encantados de cumplir con un requerimiento que
producía productos peores, que sabían que también
iban a ser forzados a sus competidores. La competencia
también se vio limitada por la estandarización
36
Ibíd., p. 66.

53
obligatoria de la administración de los tamaños de las
barras de pan y por la prohibición del recorte de precios
mediante descuentos o devoluciones a clientes
concretos: la vía clásica hacia la quiebra interna de
cualquier cártel37.

En el caso particular del azúcar, hubo un esfuerzo


mucho más sincero por mantener bajos los precios,
debido al hecho de que Estados Unidos era más un
importador que un productor de azúcar. Herbert
Hoover y los gobiernos aliados formaron en su
momento una Comité Internacional del Azúcar, que se
ocupaba de comprar el azúcar de todos sus países,
sobre todo de Cuba, a un precio artificialmente bajo y
luego de distribuir el azúcar en bruto a las diversas
refinerías. Así que los gobiernos aliados funcionaban
como un gigantesco cártel comprador para rebajar el
precio de la materia prima de sus refinerías.

Herbert Hoover instigó el plan para el Comité


Internacional del Azúcar y el gobierno de EEUU
nombró a la mayoría del comité de cinco hombres.
Como presidente del comité, Hoover seleccionó a Earl
Babst, presidente de la poderosa American Sugar
Refining Co., y los demás miembros estadounidenses
también representaban los intereses de las refinerías. El
CIA rápidamente fijó una acusada reducción en el
precio del azúcar, rebajando el precio en Nueva York
del azúcar cubano en bruto desde su alto precio del
mercado de seis centavos y tres cuartos por libra en el
verano de 1917 a seis centavos por libra. Cuando los
37
Ibíd., p. 73.

54
cubanos protestaron comprensiblemente ante esta
reducción de precios obligada artificialmente de su
cosecha a la venta, el Departamento de Estado de
EEUU y la Administración de Alimentos colaboraron
para obligar al gobierno cubano al acuerdo. De alguna
manera, los cubanos eran incapaces de obtener
licencias de importación para el trigo y el carbón
necesarios de la Administración de Alimentos de
Estados Unidos, y el resultado fue una grave escasez de
pan, harina y carbón en Cuba. Finalmente, los cubanos
capitularon a mediados de enero de 1918 y las licencias
de importación de Estados Unidos llegaron
rápidamente38. Cuba también indujo a prohibir todas las
exportaciones de azúcar, salvo al Comité Internacional
del Azúcar.

Aparentemente, Mr. Babst aseguraba un bono extra


para su American Sugar Refining Company, pues
enseguida los cargos de refinerías estadounidenses
competidoras iban a testificar ante el Congreso que esta
empresa había obtenido beneficios especiales por las
actividades del Comité Internacional del Azúcar y por
el precio que fijó sobre el azúcar cubano39.

Aunque el gobierno estadounidense persiguió con gran


diligencia el objetivo de rebajar los precios de las
materias primas para las refinerías de EEUU, también
se dio cuenta de que no podía rebajar demasiado el
precio del azúcar en bruto, ya que el gobierno tenía que

38
Ver Robert F. Smith, The United States and Cuba (Nueva York:
Bookman Associates, 1960), pp. 20-21.
Smith, op. cit., p. 191.
39

55
considerar a los productores marginales de azúcar de
caña y remolacha de EEUU, que tenían que recibir su
“beneficio justo” debidamente señalado. Para
armonizar y subvencionar conjuntamente a las
refinerías y los cultivadores de azúcar en Estados
Unidos, Hoover estableció un Consejo de Igualación
del Azúcar que al mismo tiempo mantendría bajo el
precio del azúcar para Cuba mientras lo mantenía lo
suficientemente alto para los productores
estadounidenses. El Consejo lograba este objetivo
comprando el azúcar cubano al precio bajo fijado y
luego vendiendo la cosecha a las refinerías a un precio
superior para cubrir a los productores
40
estadounidenses .

El resultado de los precios artificialmente bajos para el


azúcar fue, inevitablemente, crear una grave escasez de
azúcar, reduciendo la oferta y estimulando un consumo
público excesivo. El resultado fue que el consumo de
azúcar fue luego severamente restringido con su
racionamiento federal.

No es sorprendente que las industrias alimentarias


estuvieran encantadas con el programa de control de
tiempo de guerra. Expresando el espíritu de todo el
régimen de colectivismo bélico, Herbert Hoover, en
palabras de Paul Garrett,

Mantuvo como política principal desde el principio un


contacto muy cernao e íntimo con el comercio. Los

40
Garrett, op. cit., pp. 78-85.

56
hombres a que elegía para encabezar sus diversas
secciones de productos y puestos de responsabilidad
eran en buena medida comerciantes. (…) La
determinación de las políticas de control dentro de cada
rama de la industria de la alimentación se hacía en
conferencias con los comerciantes de esa rama. (…)
Podría decirse (…) que el marco del control de
alimentos, igual que el control de materias primas, se
creó sobre acuerdos con el comercio. La aplicación de
acuerdos una vez realizados se confiaba además en
parte a la cooperación de las organizaciones
comerciales constituidas. Se hacía sentir responsable a
la propia industria para la aplicación de todas las
normas y regulaciones41.

También independiente de Consejo de Industrias


Bélicas estaban los ferrocarriles nacionales, que
recibieron la mayor atención del dictado público
comparados con cualquier otra industria. De hecho, los
ferrocarriles fueron expropiados y funcionaron
directamente gestionados por el gobierno federal.

Tan pronto como EEUU entró en guerra, la


administración pidió a los ferrocarriles que se unieran
en uno debido al esfuerzo de la guerra. A los
ferrocarriles les encantó obedecer y rápidamente
formaron lo que iba a ser conocido como el Consejo
Bélico de los Ferrocarriles, que prometía exactamente
perseguir un objetivo que habían buscado desde hacía
mucho en tiempo de paz: acabar con las actividades
41
Ibíd. pp. 55-56.

57
competitivas y coordinar las operaciones
ferroviarias42. Daniel Willard, presidente de Baltimore
& Ohio Railroad y predecesor de Bernard Baruch
como jefe del CIB, informaba alegremente de que los
ferrocarriles habían acordado dar a su Consejo Bélico
autoridad total para ignorar los intereses ferroviarios
individuales. Bajo su presidente, Fairfax Harrison de la
Southern Railroad, el Consejo Bélico estableció un
Comité de Servicios al Automóvil para coordinar los
suministros nacionales de coches. Ayudando en el
esfuerzo de coordinación estuvo la Comisión de
Comercio Interestatal, el cuerpo normativo federal para
los ferrocarriles desde hacía mucho tiempo. De nuevo
el monopolio promovido públicamente fue una
inspiración para muchos que miraban hacia la futura
economía de tiempo de paz. Durante varios años los
ferrocarriles habían estado reclamando una “dirección
científica” como medio para lograr tarifas más altas de
la CCI y una cartelización impuesta por el gobierno,
pero se habían visto frustrados por la presión de los
transportistas organizados, los usuarios industriales de
los ferrocarriles.

Pero ahora incluso los transportistas estaban


impresionados. Max Thelen, presidente de la Comisión
de Ferrocarriles de California, presidente de la
Asociación Nacional de Ferrocarriles y de la Comisión
de Servicios públicos y principal portavoz de los
transportistas organizados, estaba de acuerdo en que el
problema crítico del ferrocarril era la “duplicación” y la

Ver K. Austin Kerr, American Railroad Politics, 1914–1920 (Pittsburgh:


42

University of Pittsburgh Press, 1968), pp. 44 ss.

58
“irracional” falta de una completa coordinación entre
ferrocarriles. Y el senador Francis G. Newlands (D.,
Nev.), el congresista más poderoso sobre asuntos
ferroviarios como presidente de un comité conjunto
sobre regulación del transporte, opinaba que la
experiencia de tiempo de guerra era “de alguna forma
hacer añicos una visión antigua con respecto a las leyes
antitrust”43.

Sin embargo pronto quedó claro que el sistema de


coordinación privada voluntaria no estaba en realidad
funcionando bien. Los departamentos de tráfico de las
vías individuales persistían en prácticas competitivas, los
sindicatos ferroviarios reclamaban persistentemente
grandes aumentos de sueldos y ferroviarios y
transportistas se peleaban sobre demandas de los
ferrocarriles de un aumento general de tarifas. Todos
los grupos creían que la coordinación regional y la
eficiencia general se lograrían mejor con la operación
federal directa de los ferrocarriles. Los transportistas
propusieron primero el plan como un método para
lograr coordinación y evitar tasas de envío más altas; los
sindicatos secundaron el plan para obtener aumentos
salariales del gobierno y los ferrocarriles estuvieron
completamente de acuerdo cuando el presidente
Wilson les aseguró que cada vía tendría garantizados sus
beneficios de 1916-17 (dos años de beneficios
inusualmente altos para la industria ferroviaria). Con el
gobierno federal ofreciéndose a soportar los dolores de
cabeza de la dislocación y gestión de tiempo de guerra
mientras garantizaba a las vías un beneficio muy alto por
43
Kerr, op. cit., p.48.

59
no hacer nada, ¿por qué no deberían los ferrocarriles
apresurarse a firmar el acuerdo?

El defensor más entusiasta en la administración de la


operación federal de los ferrocarriles era el secretario
de estado McAdoo, un exejecutivo ferroviario de Nueva
York y socio cercano de los Morgan, que a su vez eran
los principales aseguradores y dueños de bonos de
ferrocarril. McAdoo fue premiado siendo nombrado
jefe de la Administración de Ferrocarriles de Estados
Unidos después de que Wilson expropiara los
ferrocarriles el 28 de diciembre de 1917.

El gobierno federal por parte del orientado a Morgan,


McAdoo, resultó ser una bonanza para los ferrocarriles
de la nación. No solo los ferrocarriles estaban ahora
completamente monopolizados por operación directa
del gobierno, sino que también los ejecutivos
particulares del ferrocarril se encontraban ahora
armados con el poder coactivo del gobierno federal.
Pues McAdoo eligió como asistentes directos a un
grupo de altos ejecutivos de los ferrocarriles y todos los
poderes de establecimiento de tarifas de la CCI se
traspasaron a la Administración de Ferrocarriles,
dominada por los ferroviarios durante ese tiempo 44. Lo
44
El “gabinete” de McAdoo, que le auxiliaba en la dirección de los
ferrocarriles, incluía a Walker D. Hines y Edward
Chambers, respectivamente presidente del consejo y vicepresidente de
Santa Fe R.R.; Henry Walters, presidente del consejo de Atlantic Coast
R.R.; Hale Holden, deBurlington R.R.; A.H. Smith, presidente de New
York Central R.R.; John Barton Payne, exjefe del consejo de Chicago
Great Western R.R.; y el interventor de la moneda John Skelton
Williams, expresidente del consejo de Seaboard R.R. Hines iba a ser el
principal asistente, Payne se convirtió en jefe de tráfico. La División de

60
importante del cambio es que los ferrocarriles, aunque
bastante responsables de la concepción y crecimiento
de la CCI como agencia cartelizadora de la industria
ferroviaria, habían visto el control de la CCI caer en las
manos de los transportistas organizados en la década
anterior a la guerra. Pero ahora el control bélico federal
de los ferrocarriles estaba dejando a un lado de los
transportistas45. El descarado nombramiento por
McAdoo de hombres del ferrocarril para prácticamente
todas las posiciones importantes en la Administración
de Ferrocarriles, con la exclusión virtual de los
transportistas y los economistas académicos, enfureció
mucho a los transportistas, que habían lanzado una
intensa campaña de críticas al sistema a mediados del
verano de 1918. Esa campaña llego a su culminación
cuando McAdoo entregó cada vez más la dirección de
la AF, incluyendo el nombramiento de directores
regionales, a su ayudante principal, el ejecutivo de
ferrocarriles, Walker D. Hines. Transportistas y
comisionados del CCI se quejaban de que

abogados de ferrocarriles de todo el país descendían a


Washington, contaban sus tribulaciones a otros
abogados de ferrocarriles que trabajaban en la oficina
de McAdoo y se les “decía que fueran a una sala
adyacente y dictaran las órdenes que querían”46.

Operaciones estaba encabezada por Carl R. Gray, presidente de Western


Maryland R.R. Un sindicalista, W.S. Carter, jefe del sindicato de
bomberos e ingenieros, fue nombrado para encabezar la División de
Trabajo.
Kerr, op. cit., pp. 14-22.
45

Ibíd., p. 80.
46

61
Como en el casi del Consejo de Industrias Bélicas, los
ejecutivos del ferrocarril usaron sus poderes coactivos
públicos para dar un fuerte golpe a la diversidad y la
competencia, en nombre del monopolio, en nombre de
la “eficiencia” y la estandarización. De nuevo, con la
oposición de los transportistas, la AF ordenó la
estandarización obligatoria del diseño de locomotoras y
equipamiento, eliminó servicios “duplicados” (es decir,
en competencia) de pasajeros y transporte de carbón,
cerró oficinas de tráfico fuera de línea y ordenó el cese
de solicitudes competitivas de carga por los
ferrocarriles.

Todos estos edictos redujeron los servicios de


ferrocarril para los desamparados transportistas. Hubo
otras reducciones coactivas de servicios. Una acabó con
los privilegios de los transportistas de especificar rutas
de cargo y por tanto de especificar las rutas más
baratas para transportas sus bienes. Otra invertía la
práctica de tiempo de paz de hacer a los ferrocarriles
responsables de las pérdidas y daños en los envíos; por
el contrario, toda la carga de la prueba se hizo recaer en
los transportistas. Otra norma de la AF (el “plan diario
de navegación”) ordenaba a los vagones de carga
mantenerse en sus terminales hasta que se llenaran,
recortando así drásticamente el servicio para
transportistas de pueblos pequeños.

La concesión de un poder absoluto a la AF dominada


por los ferrocarriles se cimentaba en la Ley de Control
Federal de marzo de 1918, que legalizaba ex post
facto la ilegal apropiación federal. Trabajando junto a

62
los cabilderos del ferrocarril, la AF, con el pleno apoyo
del presidente Wilson, fue capaz de pasar ene l
Congreso la transferencia de los poderes de
establecimiento de tarifas a ella misma desde la CCI.
Además, se quitó todo el poder a las comisiones
estatales de ferrocarriles, invariablemente dominadas
por los transportistas.

La AF se apresuró a ejercitar estos poderes de fijación


de tarifas, anunciando aumentos de tarifas de carga del
25% en general en la primavera de 1918, un acto que
cimentó permanentemente la hostilidad de los
transportistas hacia el sistema de operación federal.
Para añadir el insulto a la injuria, las nuevas tarifas más
altas se establecieron sin ninguna audiencia pública o
consulta con otras instituciones o intereses afectados.

63
II.

Los historiadores han tratado generalmente la


planificación económica de la Primera Guerra Mundial
como un episodio aislado dictado por los
requerimientos del momento y con poca importancia
posterior. Pero, por el contrario, el colectivismo bélico
sirvió como inspiración y modelo para un poderoso
ejército de fuerza destinadas a forjar la historia de los
Estados Unidos del siglo XX. Para las grandes
empresas, la economía bélica fue un modelo de lo que
podía lograrse con coordinación y cartelización
nacional, estabilizando producción, precios y
beneficios, reemplazando el laissez faire competitivo
pasado de moda por un sistema que podían controlar
ampliamente y que armonizaría las reclamaciones de
varios grupos económicos poderosos. Era un sistema
que ya había abolido mucha diversidad competitiva en
nombre de la estandarización. La economía bélica
entusiasmaba especialmente a líderes empresariales
como Bernard Baruch y Herbert Hoover, que
promovería la “asociación” cooperativa de grupos
comerciales empresariales como secretario de
comercio durante la década de 1920, un asociacionismo
que abrió el camino al estatismo cooperativo de las
AAA y NRA de Franklin Roosevelt.

El colectivismo bélico también resultaba un modelo


para los intelectuales liberales de la nación, pues ahí
había aparentemente un sistema que reemplazaba el
laissez faire, no por los rigores y el odio de clase del
marxismo proletario, sino por un nuevo estado fuerte,

64
que planificaba y organizaba la economía en armonía
con todos los grupos económicos importantes. Iba a
ser, no por casualidad, un neomercantilismo, una
“economía mixta”, muy poblada por estos mismos
intelectuales liberales. Y finalmente, tanto las grandes
empresas como los liberales vieron en el modelo bélico
una forma de organizar e integrar a la a menudo
revoltosa fuerza laboral como socio menor en el sistema
corporativista, una fuerza a disciplinar por su propio
liderazgo “responsable” de los sindicatos.

Durante el resto de su vida, Bernard Mannes Baruch


buscó restaurar los rasgos distintivos del modelo de
tiempo de guerra. Así, al resumir la experiencia del
CIB, Baruch ensalzaba el hecho de que

Muchos hombres de negocios han experimento


durante la guerra, por primera vez en sus carreras, las
tremendas ventajas, tanto para ellos como para el
público en general, de la combinación, de la
cooperación y de la acción común.

Baruch pedía la continuidad de esas asociaciones


corporativas, “creando normas” para eliminar el
“despilfarro” (es decir, la competencia), para
intercambiar información, para acordar canalizar la
oferta y la demanda entre ellas, para evitar formas
“extravagantes” de competencia y para asignar la
ubicación de la producción. Completando el esquema
de un estado corporativo, Baruch pedía que esas
asociaciones fueran gobernadas por una agencia
federal, ya fuera el Departamento de Comercio o la

65
Comisión Federal de Comercio, “una agencia cuya
tarea sería estimular, bajo una estricta supervisión del
gobierno, esa cooperación y coordinación”47.

Baruch también imaginaba un consejo federal para la


reeducación y canalización de la mano de obra después
de la guerra. Como mínimo, pedía legislación de
emergencia para el control de precios y para la
coordinación y movilización industrial en caso de otra
guerra48.

Durante del décadas de 1920 y 1930, Bernard Baruch


sirvió como inspiración importante para acercarse a un
estado corporativo; además, muchos de los líderes de
este acercamiento fueron hombres que habían
trabajado con él durante los excitantes días del CIB y
que continuaron actuando abiertamente como
“hombres de Baruch” en asuntos nacionales. Así,
ayudado por Baruch, George N. Peek, de la Moline
Plow Company, lanzó a principios de la década de 1920
una campaña de apoyo a los precios agrícolas a través
de todos los cárteles organizados federalmente que iba
a culminar con el Consejo Agrícola Federal del
presidente Hoover y luego con la AAA de Roosevelt.
El negocio de equipamiento agrícola de Peek, por
supuesto iba a beneficiarse enormemente de las
subvenciones agrarias. Hoover nombró como primer
presidente del CAF nada menos que a la antigua mano
derecha de Baruch desde la Primera Guerrra Mundial,

47
Bernard M. Baruch, American Industry in the War (Nueva York:
Prentice-Hall, 1941), pp. 105-106.
Coit, op. cit., pp. 202-203, 218.
48

66
Alexander Legge, de International Harvester, el
principal fabricante de maquinaria agrícola. Cuando
Franklin Roosevelt crea la AAA, ofrece primero el
cargo de director a Baruch y luego le da el puesto al
hombre de Baruch, George Peek.

Baruch tampoco se hizo de rogar a la hora de promover


un sistema corporativista para la industria en su
conjunto. En la primavera de 1930, Baruch propuso
una reencarnación del CIB en tiempo de paz como
“Tribunal supremo de la Industria”. En septiembre del
año siguiente, Gerard Swope, cabeza de General
Electric y hermano del hombre de máxima confianza
de Baruch, Herbert Bayard Swope, presentaba un plan
complejo para un estado corporativista que
esencialmente revivía el sistema de planificación en
tiempo de guerra. Al mismo tiempo, uno de los amigos
más antiguos de Baruch, el exsecretario William Gibbs
McAdoo, estaba proponiendo un plan similar para un
“Consejo de Industrias de la Paz”. Después de que
Hoover decepcionara a sus antiguos socios rechazando
el plan, Franklin Roosevelt lo encarnó en la NRA,
seleccionando a Gerard Swope para ayudar a escribir el
borrador final y eligiendo a otro discípulo de Baruch y
ayudante de la Guerra Mundial, el general Hugh S.
Johnson (también de la Moline Plow Company) para
dirigir este importante instrumento del corporativismo
del estado. Cuando se despidió a Johnson, se ofreció el
puesto al propio Baruch.49

49
Ibíd., pp. 440-443.

67
Otros cargos importantes de la NRA eran veteranos del
movilización bélica. El jefe de personal de Johnson era
otro viejo amigo de Baruch, John Hancock, que había
sido pagador general de la armada durante la guerra y
había encabezado el programa industrial naval para el
Consejo de Industrial Bélicas; otros altos cargos de la
NRA fueron el Dr. Leo Wolman, que había
encabezado la división de estadísticas de producción del
CIB; Charles F. Homer, líder de la campaña de
Préstamos de la Libertad en tiempo de guerra y el
general Clarence C. Williams, que había sido jefe de la
artillería a cargo de las compras del ejercito en tiempo
de guerra. Otros veteranos del CIB en puestos
destacados del New Deal fueron Isador Lubin,
Comisionado de Estadísticas Laborales de Estados
Unidos en el New Deal, el capitán Leon Henderson de
la división de artillería del CIB y el senador Joseph
Guffey (D., Pa.), que había trabajado en el CIB en
conservación de petróleo y que ayudó a crear los
controles de petróleo y carbón del New Deal en la
Administración de Combustibles de tiempo de guerra50.

Otro promotor importante de la nueva cooperación


subsiguiente a su experiencia como panificador en
tiempo de guerra fue Herbert Clark Hoover. Tan
pronto como acabó la guerra, encaró “reconstruir
América” siguiendo las líneas de la cooperación en
tiempo de paz. Pedía planificación nacional mediante
“cooperación “voluntaria” entre empresarios y otros

50
Ver William E. Leuchtenburg, “The New Deal and the Analogue of
War”, en John Braeman et al., eds., Change and Continuity in Twentieth-
Century America (Nueva York: Harper & Row, 1967), pp. 122-123.

68
grupos económicos, bajo la “dirección central” del
gobierno. El Sistema de la Reserva Federal asignaría el
capital para industrias esenciales y así eliminaría los
“desperdicios” competitivos del libre mercado. Y en su
mandato como Secretario de Comercio durante la
década de 1920, Hoover animaba asiduamente a la
cartelización de la industria mediante asociaciones
comerciales. Además de inaugurar el programa
moderno de apoyo a los precios agrícolas en el Consejo
Agrícola federal. Hoover reclamó a los compradores de
café que formaran un cártel para rebajar los precios de
compra, creó un cártel en el sector del caucho, llevó a
la instria petrolera a buscar restricciones a la producción
de petróleo en nombre de la “conservación”, trató
repetidamente de aumentar precios, restringir la
producción y animar cooperativas de mercadotecnia en
la industria del carbón y trató de obligar a la industria
textil del algodón a crear un cártel nacional para
restringir la producción. En concreto, en tras la
abolición en tiempo de guerra de miles de productos
diversos en competencia, Hoover continuó
imponiendo la estandarización y “simplificación” de
materiales y productos durante la década de 1920. De
esta forma, Hoover consiguió abolir o “simplificar”
aproximadamente un millar de productos industriales.
La “simplificación” la llevó a cabo el Departamento de
Comercio en colaboración con comités de cada
industria51.

Ver Herbert Hoover, Memoirs (Nueva York: Macmillan, 1952), Vol. II,
51

pp. 27, 66-70; sobre Hoover y las industrias exportadoras, Joseph


Brandes, Herbert Hoover and Economic Diplomacy (Pittsburgh:

69
Grosvenor Clarkson alababa el hecho de que

Es probable que nunca vuelva a haber tal multiplicidad


de estilos y modelos en maquinaria y otros artículos
pesados y costosos que había antes de las restricciones
necesarias de la guerra. (…) Las ideas concebidas y
aplicadas por el Consejo de Industria Bélicas en la
guerra se están aplicando en la paz por parte del
Departamento de Comercio52.

Los intelectuales liberales no fueron el grupo influyente


menos deslumbrado y marcado por la experiencia del
colectivismo bélico. Nunca antes tantos intelectuales y
académicos se habían arremolinado en torno al
gobierno para ayudar a planificar, regular y movilizar el
sistema económico. Los intelectuales trabajaron como
consejeros, técnicos, creadores de legislación y
administradores de oficinas. Además, aparte de la
recompensas de los recién adquiridos prestigio y poder,
la economía bélica ofrecía a esos intelectuales la
promesa de transformar la sociedad en una “tercera vía”
completamente distinta del laissez faire pasado, que
desdeñaban o el amenazante marxismo proletario, que
denigraban y temían. Aquí había una economía
corporativa planificada que parecía armonizar todos los

University of Pittsburgh Press, 1962); sobre la industria petrolera, Gerald


D. Nash, United States Oil Policy, 1890–1964 (Pittsburgh: University of
Pittsburgh Press, 1968); sobre el carbon, Ellis W. Hawley, “Secretary
Hoover and the Bituminous Coal Problem, 1921–1928”, Business
History Review (Autumn, 1968), pp. 247-270; sobre los textiles del
algodón, Louis Galambos, Competition and Cooperation (Baltimore:
Johns Hopkins Press, 1966).
52
Clarkson, op. cit., pp. 484-485.

70
grupos y clases bajo un estado-nación fuerte e
influyente, con los propios liberales al timón o cerca de
él. En un notable artículo, el profesor Leuchtenburg
veía el colectivismo bélico como “un vástago lógico del
movimiento progresista”53. Probaba el entusiasmo de
los intelectuales progresistas por la transformación
social efectuada por la guerra. Así, New
Republic alababa el “revolucionamiento” de la sociedad
por medio de la guerra; John Dewey alababa el
reemplazo de la producción por el beneficio y “el
absolutismo de la propiedad privada” por la producción
para el uso. Los economistas estaban particularmente
encantados por la “notable demostración del poder de
la guerra para obligar a concertar esfuerzos y a la
planificación colectiva” y pretendía “el mismo tipo de
dirección centralizada ahora empleado para matar a sus
enemigos en el extranjero para el nuevo fin de
reconstruir su propia vida en casa”54.

Rexford Guy Tugwell, siempre alerta para avanzar en la


ingeniería social, pronto iba a mirar atrás tristemente al
“socialismo de tiempo de guerra de Estados Unidos”,
lamentando el find e la guerra, declaraba que “solo el
armisticio impidió un gran experimento en el control de
la producción, el control de los precios y el control del
consumo”. Pues, durante la guerra, el viejo sistema de

53
Leuchtenburg, op. cit., p. 84n.
54
Ibíd., p. 89.

71
competencia industrial se había “derretido ante la
fiereza del nuevo calor de la visión nacionalista”55.

No solo la NRA y la AAA, sino prácticamente todo el


aparato del New Deal (incluyendo la llegada a
Washington de un grupo de intelectuales liberales y
planificadores) debí su inspiración al colectivismo
bélico de la Primera Guerra Mundial. La Corporación
de Finanzas de la Reconstrucción, fundada por Hoover
en 1932 y expandida por el New Deal de Roosevelt, fue
una resurrección y expansión de la antigua Corporación
de Finanzas de la Guerra, que había prestado fondos
públicos a empresas de armamentos. Además, Hoover,
después de ofrecer el puesto a Bernard Baruch,
nombró como primer presidente de la CFR a Eugene
Meyer, Jr., un antiguo protegido de Baruch, que había
sido director ejecutivo de la CFG. Mucho del antiguo
personal de la CFG y los métodos de sus operaciones
fueron asumidos físicamente por la nueva agencia. La
Autoridad del Valle del Tennessee derivó de un
proyecto público bélico de nitrato y energía eléctrica en
Muscle Shoals y de hecho incluía la antigua planta de
nitrato como uno de sus principales activos. Además,
muchos de los defensores del poder público en el New
Deal se habían formado en esas agencias bélicas como
la Sección de Energía de la Emergency Fleet
Corporation. E incluso el innovador forma corporativa

55
Ibíd., pp. 90-92. Eran consideraciones muy similares a las que también
llevaron a muchos intelectuales liberales, incluyendo especialmente a los
de New Republic, hacia una admiración al menos temporal por el
fascismo italiano. Así, ver John P. Diggins, “Flirtation with Fascism:
American Pragmatic Liberals and Mussolini’s Italy”, American Historical
Review (Enero de 1966), pp. 487-506.

72
del gobierno de la AVT se basaba en un precedente
bélico56.

La experiencia bélica también proporcionó la


inspiración para el movimiento de vivienda pública del
New Deal. Durante la guerra, se crearon la Emergency
Fleet Corp. y la United States Housing Corp. Para
proporcionar viviendas para los trabajadores de la
guerra. La guerra estableció el precedente de las
viviendas federales y también formó a arquitectos como
Robert Kohn, que actuó como jefe de producción de la
división de vivienda del Consejo de Navegación de
Estados Unidos. Después de la guerra, Kohn esta
exultante porque “la guerra ha puesto la vivienda ‘en el
mapa’ en este país” y el 1933, Kohn fue debidamente
nombrado por el presidente Roosevelt para ser directos
de la primera aventura del New Deal en la vivienda
pública. Además, la Emergency Fleet Corp. y la United
States Housing Corp. crearon comunidades de
viviendas públicas a gran escala sobre principios de
“ciudades jardín” planificadas (Yorkship Village, N.J.;
Union Park Gardens, Del.; Black Rock and Crane
Tracts, Conn.), principios finalmente recordados y
puestos en práctica en el New Deal y posteriormente57.

Lo controles del petróleo y el carbón establecidos por


el New Deal también se basaban en el precedente
bélico de la Administración de Combustibles. De
hecho, el senador Joseph Guffey (D., Pa.), líder en los
controles del cabrón y el petróleo, había sido jefe de la

56
Leuchtenburg, op. cit., pp. 109-110.
57
Ibid., pp. 111-112.

73
sección del petróleo en el Consejo de Industrias
Bélicas.

Profundamente impresionado con la “unidad nacional”


y movilización logradas durante la guerra, el New Deal
estableció las Fuerzas Civiles de Conservación para
inspirar espíritu marcial en la juventud estadounidense.
La idea era tomar a los “chicos vagabundos” de la calle
y “movilizarlos” en una nueva forma de Fuerza
Expedicionaria Estadounidense. En realidad el ejército
dirigía los campos de las FCC: los reclutas se reunían en
las agencias de reclutamiento del ejército, eran
equipadas con ropas de la Primera Guerra Mundial y
se congregaban en tiendas de ejército. La FCC, decía
entusiasmada la gente del New Deal, había dado una
nueva sensación de significado a la juventud de la
nación, en este nuevo “ejército forestal”. El portavoz de
la Cámara de Representantes, Henry T. Rainey (D.,
Ill.) lo expresaba así:

[Los reclutas del FCC] están también bajo formación


militar y cuando la acaban (…) al mejorar en salud y
evolucionar mentalmente y ser ciudadanos más útiles
(…) constituirán un núcleo muy valioso para un
ejército58.

58
Ibíd., p. 117. Roosevelt nombró al sindicalista Robert Fechner, antes
dedicado al trabajo sindical bélico, como director del FCC para
proporcionar un camuflaje civil al programa. P. 115n.

74
III.

Una evidencia particularmente buena de la profunda


huella del colectivismo bélico fue la reticencia de
muchos de sus líderes a abandonarlo cuando se acabó
por fin la guerra. Los líderes empresariales presionaron
sobre dos objetivos en la posguerra: la continuación de
la fijación pública de precios para protegerlos contra
una esperada deflación de posguerra y un intento de
rango más amplio de promover la cartelización
industrial en tiempo de paz. En particular, los
empresarios querían que los precios máximos (que
habían servido en su lugar como mínimos)
sencillamente se convirtieran directamente en mínimos
para el periodo de posguerra. Además, las cuotas para
restringir la producción, solo tenían que seguir
funcionando como una abierta cartelización para
aumentar los precios en tiempo de paz.

Consiguiente muchos de los comités industriales de


servicios de guerra y sus secciones contrapartes en el
CIB pedían la continuación del CIB y su sistema de
fijación de precios. En particular, los jefes de sección
pedían invariablemente que se continuara con el
control de precios en aquellas industrias que temían una
deflación posbélica, mientras defendían una vuelta a un
mercado libre en donde la industria específica esperara
un auge continuado. Así, el profesor
Himmelberg concluía:

Los jefes de sección en sus recomendaciones al Consejo


seguían constantemente los deseos de sus industrias en

75
reclamar protección si la industria esperaba bajadas de
precios y relajar todos los controles cuando la industria
esperara un mercado favorable de posguerra59.

Robert S. Brookings, presidente del Comité de Fijación


de Precios del CIB, declaraba que el CIB sería “tan útil
(…) durante el periodo de reconstrucción como nos ha
sido durante el periodo de guerra a la hora de estabilizar
valores”60.

Entretanto, desde el mundo de la gran empresa Harry


A. Wheeler, presidente de la Cámara de Comercio de
Estados Unidos, presentaba a Woodrow Wilsona
principios de octubre de 1918 un ambicioso plan para
una “Comisión de Reconstrucción”, compuesta por
todos los intereses económicos de la nación.

También participó el propio CIB y pidió al presidente


que le permitiera continuar después de la guerra. El
propio Baruch pidió a Wilson la continuación de al
menos las política de fijación de precios mínimos del
CIB. Sin embargo, Baruch estaba engañando a la gente
cuando preveía un CIB de posguerra como guardín
tanto contra la inflación como contra la deflación: no
había ninguna inclinación a imponer precios máximos
contra la inflación.

Robert F. Himmelburg, “The War Industries Board and the Antitrust


59

Question in November 1918”, Journal of American History (Junio de


1965), p. 65.
Ibíd.
60

76
El gran problema con estos ambiciosos planes tanto de
la industria como del gobierno era el propio presidente
Wilson. Tal vez su persistente apego a los ideales, o al
menos a su retórica, de libre competencia impedía al
presidente dar ninguna atención favorable a estos
planes de posguerra61. El apego fue alimentado
especialmente por el secretario de guerra, Newton D.
Baker, el más cercano a ser un creyente en el laissez
faire de todos los asesores de Wilson. A lo largo de
octubre de 1918, Wilson rechazó todas estas
propuestas. La respuesta de Baruch y del CIB fue
presionar más a Wilson a principios de noviembre,
prediciendo y diciendo públicamente que el CIB sería
definitivamente necesario durante la desmovilización.
Así el New York Times reportaba, el día después del
armisticio, que

Los cargos del Consejo de Industrias Bélicas declararon


que habría mucho trabajo a realizar por esa
organización. No preveían ninguna dislocación
industrial grave con el control férreo público sobre
todas las industrias y material bélicos62.

Sin embargo el presidente se mantuvo en sus trece y el


23 de noviembre ordenaba la completa disolución del
CIB al acabar el año. Los decepcionados cargos del
CIB aceptar la decisión sin protestar, en parte porque
esperaban la oposición el Congreso a cualquier intento
de continuar, en parte por la hostilidad a la
continuación de los controles de las industrias que
61
Ibíd. pp. 63–64; Urofsky, op. cit., pp. 298-299.
62
Citado en Himmelburg, p. 64.

77
preveían un auge. Así, a la industria del zapato le
fastidiaba especialmente la continuación de los
controles63. Las industrias a favor de los controles, sin
embargo, pidieron al CIB que al menos ratificaran sus
propios precios mínimos y acuerdos para restringir la
producción para el próximo invierno y hacerlo antes de
la disolución de la agencia. El consejo estuvo muy
tentado de realizar este abuso final y de hecho su
asesoría jurídica le informó de que podía continuar con
éxito esos controles más allá de la vida de la agencia,
incluso contra la voluntad del presidente. Sin embargo
el CIB rechazó a regañadientes estas solicitudes para
ácidos, zinc y manufacturas del acero el 11 de
diciembre64. Sin embargo solo rechazó los planes de
fijación de precios porque temía ser contradicho por los
tribunales si el Fiscal General recurría esa decisión.

Una de las defensoras más ardientes de continuar el


control de precios del CIB fue la gran industria del
acero. Dos días después de armisticio, el juez Gary, de
US Steel, pedía al CIB que continuara con sus
regulaciones y declaraba que “Los miembros de la
industria del acero desean cooperar entre sí de todas las
formas adecuadas”. Gary pedía una extensión de tres
meses de la fijación de precios, con posteriores
reducciones graduales que impedirían una retorno a
una competencia “destructiva”. Baruch replicó que
estaba personalmente “dispuesto a llegar hasta el mismo

A favor de la continuación de los controles de precios estaban industrias


63

como la química, hierro y acero, madera y productos acabados en general.


Las industrias opuestas incluían abrasivos, productos de automoción y
periódicos. Ibíd., pp. 62, 65.
64
Urofsky, op. cit., pp. 306-307.

78
límite”, pero que estaba bloqueada por la actitud de
Wilson65.

Si el propio CIB no podía continuar, tal vez la


cartelización de tiempo de guerra podría persistir en
otras formas. Durante noviembre, Arch W. Shaw,
industrial de Chicago y jefe de la División de
Conservación del CIB (cuyo trabajo en tiempo e guerra
de animar a la estandarización se había transferido al
Departamento de Comercio) y el secretario de
comercio, William Redfield, acordaron una propuesta
para permitir a los manufactureros a colaborar en “la
adopción de planes para la eliminación de desperdicio
innecesario por interés público”, bajo la supervisión de
la Comisión Federal de Comercio. Cuando se cerró
esta propuesta, Edwin B. Parker, comisionado de
prioridades del CIB, propuso a finales de noviembre
una propuesta de abierta cartelización que permitiría a
la mayoría de las empresas en cualquier sector concreto
establecer cuotas de producción que tendrían que
cumplir todas las empresas de esa industria. El plan de
Parker se ganó la aprobación de Baruch, Peek y
numerosos otros cargos públicos y empresarios, pero la
asesoría jurídica del CIB advirtió que el Congreso
nunca daría su consentimiento66. Otra propuesta que
interesó a Baruch fue planteada por Mark
Requa, subadministrador de alimentos, que proponía
un Consejo de Comercio de Estados Unidos para

65
Ibíd., pp. 294-302.
66
Himmelberg, op. cit., pp. 70-71.

79
animar y regular acuerdos industriales que
“promovieran el bienestar nacional”67.

Fuera cual fuera la razón, Bernard Baruch no presionó


lo suficiente sobre estas propuestas, así que murieron
en la viña. Sin embargo, si Baruch no presionó lo
suficiente, su socio George Peek, jefe de la División de
Productos Terminados del CIB, no fue tan reticente. A
mediados de diciembre de 1918, Peek escribía a
Baruch que la época de la posguerra debía mantener los
“beneficios de la cooperación apropiada”. En
particular:

Debería aprobarse la legislación apropiada para


permitir la colaboración en la industria para que las
lecciones que hemos aprendido durante la guerra
puedan capitalizarse (…) en tiempo de paz. (…)
Conservación, (…) estandarización de productos y
procesos, fijación de precios bajo ciertas condiciones,
etc., deberían continuar con la cooperación del
gobierno68.
A finales de diciembre, Peek estaba proponiendo
legislación para
algún tipo de Oficina de Urgencia de Paz (…) para que
los empresarios puedan, de acuerdo con dicha oficina,

67
Ibid., p. 72; Weinstein, op. cit., pp. 231-232.
68
Himmelberg, op. cit., p. 72.

808
0
tener una oportunidad de reunirse y cooperar con la
cooperación gubernamental69.

Los principales grupos empresariales apoyaron planes


similares. A principios de diciembre, la Cámara de
Comercio de Estados Unidos pidió una reunión de los
diversos comités industriales de servicios de guerra para
agruparse como un “Congreso de Reconstrucción de la
Industria Estadounidense”. El Congreso de
Reconstrucción pedía la revisión de la Ley Sherman
para permitir acuerdos “razonables” de comercio bajo
un órgano supervisor. Además, un referéndum
nacional en la cámara, a principios de 1919 aprobaba
esa propuesta con una abrumadora mayoría y el
presidente Harry Wheeler reclamaba la “aceptación
cordial por el negocio organizado” de regulación que
ratificaría los acuerdos empresariales. La Asociación
Nacional de Manufacturas, antes de la guerra defensora
de la competencia, apoyaba cálidamente los mismos
objetivos.

La última bocanada de la cartelización bélica se produjo


en febrero de 1919 con la creación por el
Departamento de Comercio del Consejo Industrial70. El
secretario de comercio, William C.
Redfield, expresidente de la American Manufacturers

Robert D. Cuff, “A ‘Dollar-a-Year Man’ in Government: George N. Peek


69

and the War Industries Board”. Business History Review (Invierno de


1967), p. 417.
70
Sobre el Consejo Industrial, ver Robert F. Himmelberg, “Business,
Antitrust Policy, and the Industrial Board of the Department of
Commerce, 1919”, Business History Review (Primavera de 1968), pp. 1-
23.

818
1
Export Association, había defendido desde hacía
mucho la opinión que el gobierno debía promover y
coordinar la cooperación industrial. Redfield veía
aparecer una cuña con la transferencia de la División de
Conservación del CIB a su departamento poco después
del armisticio. Redfield continuó con el estímulo de
tiempo de guerra de las asociaciones comerciales y para
ese fin creó un consejo asesor de antiguos cargos del
CIB. Uno de esos asesores era George Peek, otro era
el ayudante de Peek en el CIB, el ejecutivo maderero
de Ohio William M. Ritter. Fue Ritter en realidad
quien dio la ieda del Consejo Industrial.

El Consejo Industrial, concebido por Ritter en enero de


1919 y adoptado e impulsado con entusiasmo por el
secretario Redfield, fue un pan astuto. Externamente, y
tal y como lo promovió el presidente Wilson y otros en
la administración y el Congreso, el consejo era
sencillamente un dispositivo para conseguir
mayores reducciones de precios y por tanto para
rebajar el inflado nivel general de precios y estimular la
demanda de consumo. Por tanto aparentemente no
tenía nada que ver con la anterior dirección
cartelizadora y por tanto se ganó la aprobación del
presidente, que creó en nuevo consejo a mediados de
febrero. A petición de Ritter, George Peek fue
nombrado presidente del CI; otros miembros incluían
al propio Ritter; George R. James, jefe de una empresa
de productos deshidratados y expresidente de la
sección del algodón y el hilo del CIB; el fabricante de
piezas de acero Samuel P. Bush, exjefe de la División
de Instalaciones del CIB; el fabricante de productos de

828
2
acero de Atlanta, Thomas Glenn, también un veterano
del CIB, y dos “extraños”, uno representando al
Departamento de Trabajo y otro a la Administración de
Ferrocarriles.

Pronto el CI hizo ver su propósito rea, pero


previamente camuflado: no reducir, sino estabilizar los
precios a los altos niveles existentes. Además, el método
de estabilización sería el ansiado pero previamente
rechazado camino de ratificar acuerdos industriales de
precios a los que se llegaba en colaboración con el
consejo. Decidiéndose por esta política cartelizadora a
principios de marzo, el CI intentó su primera aplicación
poco sorprendentemente en una conferencia con la
industria del acero en 19-20 de marzo de 1919.
Abriendo la conferencia, el presidente George Peek
declaraba que el evento podría resultar “marcar una
época”, especialmente en establecer “una cooperación
real genuina entre gobierno, industria y mano de obra,
de forma que podamos eliminar la posibilidad de
fuerzas destructivas”71. Por supuesto, los hombres del
acero estaban encantados, alabando la “gran
oportunidad (…) para llegar a un contacto cercano con
el propio gobierno”72. El CI dijo a la industria del acero
que cualquier acuerdo para mantener precios acordado
por la conferencia sería inmune ante las leyes antitrust.
No solo la lista de precios ofrecida por el CI a los
hombres del acero aún muy alta incluso para aunque
71
Himmelburg, “Industrial Board”, p. 13.
72
El profesor Urofsky conjeturaba de las reducciones de precios
ordenadas y muy moderadas en el acero durante los primeros meses de
1919 que Robert S. Brookings había dado en secreto luz verde a la
industria del acero para proceder con su propia fijación de precios.

838
3
fuera ligeramente inferior a los precios existentes, sino
que Peek acordó anunciar en público que los precios
del acero no bajarían más en lo que quedaba de año.
Peek aconsejó a los hombres del acero que esta
declaración sería su mayor activo, pues “no sé qué no
habría dado en mi pasado si en mi propia empresa
pudiera haber dicho que el gobierno de Estados Unidos
dice que este es el precio más bajo que se pueda
conseguir”73.

El acuerdo CI-acero rebajaba los precios del acero en


un modesto 10 al 14%. Los productores pequeños de
al to coste estaban disgustados, pero las grandes
acereras dieron la bienvenida al acuerdo como una
reducción coordinada y ordenada de los precios
inflados y especialmente dieron la bienvenida a la
garantía del Consejo del precio fijado para el resto del
año.

El eufórico CI procedió a realizar conferencias


similares para las industrias del carbón y los materiales
de construcción, pero aparecieron rápidamente dos
nubes oscuras: el rechazo de la Administración de
Ferrocarriles del propio gobierno para fijar el precio
fijado y acordado para las vías de acero y para el carbón
y la preocupación del Departamento de Justicia por la
evidente violación de las leyes antitrust. Los hombres
del ferrocarril que dirigían la AF se oponían
especialmente al precio reducido pero todavía alto que
se iban a ver obligados a pagar por las vías de acero, a
un tipo que declaraban que era al menos dos dólares
73
Himmelburg, “Industrial Board”, p. 14n.

848
4
por tonelada por encima del precio del mercado libre.
Walker D. Hines, jefe de la AF denunció al CI como
una agencia de fijación de precios, dominada por el
acero y otras industrias y pedía su abolición. Esta
reclamación fue secundada por el poderoso secretario
del Tesoro, Carter Glass. El Fiscal General coincidía en
que la política del CI era una fijación ilegal de precios y
violaba las leyes antitrust. Finalmente, el presidente
Wilson disolvió el Consejo Industrial a principios de
mayo de 1919: la planificación industrial bélica por fin
se había disuelto y su cartelización formal iba a
reaparecer una década y media después.

Aun así seguían quedando remanentes del colectivismo


bélico. El alto precio mínimo del trigo en tiempo de
guerra de 2,26$ el bushel se mantuvo para la cosecha
de 1919, continuando hasta junio de 1920. Pero el resto
más importante del colectivismo bélico fue la
Administración de Ferrocarriles. Cuando William
Gibbs McAdoo dimitió como jefe de la AF al final de
la guerra, fue sucedido por el antes jefe operativo de
facto, el ejecutivo de ferrocarriles Walker D. Hines. No
se reclamó una vuelta inmediata a la operación privada,
porque el sector del ferrocarril estaba generalmente de
acuerdo en una regulación drástica para educir o
eliminar la “derrochadora” competencia en el
ferrocarril y coordinar el sector, para fijar precios para
asegurar un “beneficio justo” y para prohibir huelgas
mediante arbitraje obligatorio. Este era el impulso
general del sentimiento ferroviario. Además, estando
bajo el control efectivo de la AF, no había prisa para
que las vías volvieran a la operación y jurisdicción

858
5
privadas por medio del menos fiable CCI. Aunque el
plan de McAdoo de posponer cinco años la fecha
establecida de 1920 para la vuelta a la operación privada
obtuvo poco apoyo, el Congreso procedió a usar este
tiempo durante 1919 para reforzar la monopolización
de los ferrocarriles.

En nombre de la “gestión científica”, el senador Albert


Cummins (R., Iowa) procedió a conceder los sueños
más apreciados por los ferrocarriles. La propuesta de
Cummins, aprobada con entusiasmo por Hines y el
ejecutivo de ferrocarriles, Daniel Willard, ordenaba la
consolidación de numerosos ferrocarriles y establecería
las tarifas ferroviarias de acuerdo con un retorno “justo”
y fijo sobre la inversión de capital. Se prohibirían las
huelgas y todas las disputas laborales se resolverían por
arbitraje obligatorio. Por su parte, la Asociación de
Ejecutivos del Ferrocarril presentaba un plan legislativo
similar a la propuesta de Cummins. También era
similar a la propuesta de Cummins la de la Asociación
Nacional de Propietarios de Acciones Ferroviarias, un
grupo compuesto principalmente por cajas de ahorros
y empresas de seguros. Frente a estos planes, la Liga
Nacional de Ciudadanos de Ferrocarriles, compuesta
por inversores individuales en ferrocarriles, proponía
una consolidación obligatoria en una corporación
nacional del ferrocarril y una garantía de ganancias
mínimas para esta nueva compañía.

Todos estos planes estaban pensados para inclinar el


equilibrio prebélico claramente a favor de los
ferrocarriles y en contra de las navieras y, como

868
6
consecuencia, la propuesta de Cummins, al ser
aprobada en el Senado, generó problemas en la
Cámara. El problema fue fomentado por las navieras,
que reclamaban una vuelta al antiguo estatus quo
cuando estaba al mando el CCI dominado por las
navieras. Además, la experiencia bélica había resultado
amarga para las navieras, que, junto con el propio CCI,
reclamaban una vuelta al servicio de calidad superior
proporcionado por la competencia del ferrocarril en
lugar de la mayor monopolización proporcionada por
las diversas leyes del ferrocarril. Sin embargo no resulta
ninguna sorpresa que uno de los principales grupos
empresariales fuera del ferrocarril fuera la Asociación
de Negocios Ferroviarios, un grupo de fabricantes y
distribuidores de suministros y equipos ferroviarios. La
Cámara de Representantes, a su vez, aprobó la Ley
Esch, que esencialmente restablecía el gobierno del
CCI anterior a la guerra.

El presidente Wilson había puesto presión sobre el


Congreso para tomar una decisión, amenazando con la
vuelta de los ferrocarriles a la operación privada, dando
la fecha del 1 de enero 1920, pero, bajo la presión de
las ferroviarias que ansiaban impulsar la propuesta de
Cummins, Wilson extendió el plazo hasta el 1 de
marzo. Finalmente, el comité de la conferencia
conjunta del Congreso informó de la Ley de
Transportes de 1920, un compromiso que era
esencialmente la Ley Esch que devolvía los ferrocarriles
al CCI anterior a la guerra, pero añadiendo las
disposiciones de Cummins de una garantía por dos
años para que los ferrocarriles establecieran tarifas que

878
7
proporcionaran un “beneficio justo” del 5,5% en la
inversión. Además, por el acuerdo tanto de navieras
como ferroviarias, el poder para establecer
tarifas mínimas ferroviarias se concedía ahora al CCI.
Este acuerdo era el producto de ferrocarriles ansiosos
por establecer un mínimo en las tarifas de carga y las
navieras ansiosas de proteger incipientes transportes
por canal contra la competencia ferroviaria. Además,
aunque las protestas de los sindicatos ferroviarios
bloquearan la disposición de la prohibición de huelgas,
se creó un Consejo Laboral del Ferrocarril para tratar
de resolver disputas laborales74.

Con la vuelta de los ferrocarriles a la operación privada


en marzo de 1920, el colectivismo bélico finalmente
parecía por fin desaparecer de la escena
estadounidense. Pero realmente nunca desapareció,
pues la inspiración y modelo que generó para un estado
corporativo en Estados Unidos continuó guiando a
Herbert Hoover y otros líderes en la década de 1920 y
volvió enteramnte con el New deal y en la Segunda
Guerra Mundial. De hecho, proporcionó las líneas
maestras para el estado monopolista corporativo que
iba a establecer el New Deal, aparentemente de forma
permanente, en los Estados Unidos de América.

74
Sobre las maniobras que llevaron a la Ley de Transportes de 1920, ver
err, op. cit., pp. 128-227.

888
8
CAPÍTULO II

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL COMO


CONSUMACIÓN: EL PODER Y LOS
INTELECTUALES

I. Introducción
Frente a historiadores anteriores que consideraban a la
Primera Guerra Mundial como la destrucción de la
reforma progresista, estoy convencido de que la guerra
llegó a Estados Unidos como la “consumación”, la
culminación, la verdadera apoteosis del progresismo en
la vida estadounidense75. Considero al progresismo
como básicamente un movimiento a favor de un Gran
Gobierno en todas las áreas de la economía y la
sociedad, en una fusión o coalición entre diversos
grupos de grandes empresarios, liderados por la casa
Morgan y grupos crecientes de intelectuales tecnócratas
y estatistas. En esta fusión, los valores e intereses de
ambos grupos se buscarían a través del gobierno.
Las grandes empresas serían capaces de utilizar el
gobierno para cartelizar la economía, restringir la
competencia y regular producción y precios y asimismo
podrían desarrollar una política exterior militarista e
imperialista para obligar a abrir los mercados en el

75
El título de este escrito se toma del pionero último capítulo de la
excelente obra de James Weinstein, The Corporate Ideal in the Liberal
State, 1900-1918 (Boston: Beacon Press, 1968). El último capítulo se
titula “La guerra como consumación”.

898
9
exterior y aplicar la espada del Estado para proteger las
inversiones en el exterior. Los intelectuales podrían
conseguir trabajo en el Gran Gobierno para defender y
ayudar a planificar y dotar de personal a las operaciones
del gobierno. Ambos grupos creían también que, con
esta fusión, el Gran Estado podría usarse para
armonizar e interpretar el “interés nacional” y
proporcionar así una “vía intermedia” entre los
extremos del laissez faire “caníbal” y los amargos
conflictos del marxismo proletario.
Animando asimismo a ambos grupos de progresistas,
había un protestantismo pietista postmilenarista que
había conquistado las áreas “yanquis” del
protestantismo del norte en la década de 1830 y había
impulsado a los pietistas a utilizar los gobiernos locales,
estatales y finalmente al federal para erradicar el
“pecado”, para hacer santo Estados Unidos y
posteriormente el mundo y así traer el Reino de Dios a
la tierra. La victoria de las fuerzas de Bryan en la
convención nacional demócrata de 1896 destruyó al
Partido Demócrata como instrumento para católicos
romanos y luteranos alemanes “litúrgicos” defensores
de la libertad personal y el laissez faire y creó el sistema
de partidos en buena parte homogéneo y relativamente
no ideológico que tenemos hoy. Después del cambio
de siglo, esta evolución creó un vacío ideológico y de
poder que cubriría el creciente número de tecnócratas
y administradores progresistas. De esa forma, el centro
del gobierno paso del legislativo, al menos parcialmente
sujeto al control democrático, al poder ejecutivo
oligárquico y tecnocrático.

909
0
La Primera Guerra Mundial trajo la consumación de
todas estas tendencias progresistas. El militarismo, el
servicio militar obligatorio, la intervención masiva
interior y exterior, una economía colectivizada
de guerra, todo llegó durante la guerra y creó un
poderoso sistema cartelizado que la mayoría de sus
líderes dedico el resto de su vida a tratar de recrear,
tanto en la paz como en la guerra. En la capítulo de la
Primera Guerra Mundial de su magnífica obra, Crisis
and Leviathan, el profesor Robert Higgs se concentra
en la economía de guerra y destaca las interconexión
con el servicio militar.
En este artículo, me gustaría concentrarme en un área
que olvida relativamente el Profesor Higgs: la llegada al
poder durante la guerra de varios grupos de
intelectuales progresistas.76 Uso el término “intelectual”
en el sentido amplio descrito penetrantemente por F.A.
Hayek: es decir, no meramente teóricos y académicos,
sino asimismo todo tipo de creadores de opinión en la
sociedad: escritores, periodistas, predicadores,
científicos, activistas de todo tipo, lo que Hayek llama
“vendedores de ideas de segunda mano”77. La mayoría
de estos intelectuales, de cualquier tendencia y
ocupación, eran o bien pietistas postmilenaristas

76
Robert Higgs, Crisis And Leviathan (Nueva York: Oxford University
Press, 1987), pp. 123-158. Para mi propia explicación de la economía
bélica colectivizada de la Primera Guerra Mundial, ver Murray N.
Rothbard, "War Collectivism in World War I", en R. Radosh y M.
Rothbard. eds., A New History of Leviathan: Essays on the Rise of the
American Corporate State (Nueva York: Dutton. 1972), pp. 66-110.
F.A. Hayek, "The Intellectuals and Socialism," en Studies in Philosophy,
77

Politics and Economics (Chicago: University of Chicago Press, 1967), pp.


178 y ss.

919
1
mesiánicos consagrados o bien antiguos pietistas,
nacidos en una casa profundamente pietista, que,
aunque entonces secularizados, aún poseían una
intensa creencia mesiánica en la salvación nacional y
mundial a través de Gran Gobierno. Pero, además,
extraña pero característicamente, la mayoría
combinaban en su pensamiento y activismo un fervor
moral o religioso mesiánico con una devoción empírica,
supuestamente “libre de valores” y estrictamente
“científica” a la ciencia social. Ya fuera la profesión
médica que combinaba devoción científica y moral para
acabar con el pecado o una postura similar entre
economistas o filósofos, esta mezcla es típica de los
intelectuales progresistas.
En este artículo me ocuparé de diversos ejemplos de
individuos o grupos de intelectuales progresistas,
exultantes ante el triunfo de su credo y su propio lugar
en ello, como resultado de la entrada de Estados
Unidos en la Primera Guerra Mundial. Por desgracia,
las limitaciones de espacio y tiempo impiden ocuparse
de todas las facetas de la actividad en tiempo de guerra
de los intelectuales progresistas; en particular lamento
tener que omitir el tratamiento del movimiento de
reclutamiento, un fascinante ejemplo del credo de la
“terapia” de la “disciplina” liderado por intelectuales y
empresarios de primer orden en el ámbito de J.P.
Morgan.78 También tendré que omitir tanto la

78
Sobre el movimiento de reclutamiento, ver en particular Michael
Pearlman, To Make Democracy Safe for America: Patricians and
Preparedness in the Progressive Era (Urbana: University of Illinois Press,
1984). Ver también John W. Chambers II, “Conscripting for Colossus:
The Adoption of the Draft in the United States in World War I”, tesis

929
2
presentación de la guerra por los predicadores de la
nacional como los impulsos del periodo de guerra hacia
la centralización permanente de la investigación
científica.79
No hay mejor epígrafe para el resto de este artículo que
una nota de enhorabuena enviada al presidente Wilson
después de su declaración de guerra el 2 de abril de
1917. La nota fue enviada por el terno de Wilson y
compañero pietista y progresista del sur, el Secretario
del Tesoro, William Gibbs McAdoo, Un hombre que
había pasado toda su vida como industrial en la ciudad
de Nueva York, firme en el ámbito de J.P. Morgan.
McAdoo escribía a Wilson: “¡Has hecho una cosa
grande noblemente! Creo firmemente que es voluntad
de Dios que Estados Unidos deba hacer este servicio
trascendente a la humanidad en todo el mundo y que
tú eres Su instrumento elegido”.80

doctoral, Columbia University. 1973; John Patrick Finnegan, Against the


Specter of a Dragon: the Campaign for American Military Preparedness,
1914-1917 (Westport, Conn. Greenwood Press, 1974) y John Gany
Clifford, The Citizen Soldiers: The Plattsburg Training Camp
Movement (Lexington: University Press of Kentucky, 1972).
79
Sobre los clérigos y la guerra, ver Ray H. Abrams, Preachers Present
Arms (Nueva York: Round Table Press, 1933). Sobre la movilización de
la ciencia, ver David F. Noble, America By Design: Science, Technology
and the Rise of Corporate Capitalism (Nueva York: Oxford University
Press, 1977) y Ronald C. Tobey, The American Ideology of National
Science, 1919-1930 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1971).
80
Citado en Gerald Edward Markowitz, “Progressive Imperialism:
Consensus and Conflict in the Progressive Movement on Foreign Policy,
1898-1917”, tesis doctoral, Universidad de Wisconsin, 1971, p. 375, un
trabajo desgraciadamente olvidado sobre un tema muy importante.

939
3
II. Pietismo y ley seca
Una de las pocas omisiones importantes en el libro del
profesor Higgs es el papel esencial del protestantismo
pietista postmilenaerista en el camino hacia el estatismo
en Estados Unidos. Dominante en las áreas “yanquis”
del norte a partir de la década de 1830., la forma
“evangélica” agresiva del pietismo conquistó el
protestantismo del sur en la década de 1890 y
desempeñó un papel crucial en el progresismo después
del cambio de siglo y a lo largo de la Primera Guerra
Mundial. El pietismo evangélico sostenía que un
requisito para la salvación de cualquier hombre es que
haga todo lo que pueda para hacer que se salven todos
los demás y hacer todo lo posible significaba que el
Estado debe convertirse en un instrumento crucial para
maximizar las posibilidades de salvación de la gente. En
particular, el Estado desempeña u papel central en
eliminar el pecado y en “hacer sagrados los Estados
Unidos”.
Para los pietistas, el pecado se definía muy ampliamente
como cualquier fuerza que pudiera nublar las mentes
de los hombres de forma que no pudieran ejercitar su
libre albedrío teológico para alcanzar la salvación. De
particular importancia fueron la esclavitud (hasta la
Guerra de Secesión), el Demonio del Ron y la Iglesia
Católica Romana, encabezada por el anticristo de
Roma. Durante décadas tras la Guerra de Secesión, la
“rebelión” tomo el lugar de la esclavitud en las
acusaciones pietistas contra su gran enemigo político, el

949
4
Partido Demócrata81. Luego en 1896, con la conversión
evangélica del protestantismo del sur y la admisión en
la Unión de los poco poblados y pietistas estados
montañeses, William Jennings Bryan fue capaz de
aunar una coalición que transformó a los demócratas en
un partido pietista y acabó par siempre con ese partido
que en tiempo actuó orgullosamente como defensor del
cristianismo “litúrgico” (católico y luterano alto alemán)
y de la libertad personal y el laissez faire82.83
Los pietistas del siglo XIX y principios del XX eran
todos postmilenaristas: Creían que la Segunda Llegada
de Cristo solo se produciría después de que el milenio
(mil años del establecimiento del Reino de Dios sobre
la tierra) se hubiera construido mediante el trabajo
humano. Los postmilenaristas han tendido por tanto a
ser estatistas, con el Estados convirtiéndose en un

81
De ahí la famosa imprecación lanzada al final de la campaña de 1884
que llevó a los demócratas a la presidencia por primera vez desde la
Guerra de Secesión, de que el Partido Demócrata era el partido del “ron,
el romanismo y la rebelión”. En esa frase, el ministro protestante de Nueva
York podía resumir las preocupaciones políticas del movimiento pietista.
82
Para una introducción a la creciente literatura de historia política
“etnorreligiosa” en Estados Unidos, ver Paul Kleppner, The Cross of
Culture (Nueva York: The Free Press, 1970) e ídem, The Third Electoral
System, 1853–1892 (Chapel Hill, N.C.: University of North Carolina
Press, 1979). Para la última investigación sobre la formación del Partido
Republicano como partido pietista, reflejando la interrelacionada triada de
preocupaciones pietistas (antiesclavitud, prohibición y anticatolicismo), ver
William E. Gienapp, "Nativism and the Creation of a Republican Majority
in the North before the Civil War", Journal of American History 72
(Diciembre de 1985): 529-559.
83
Los luteranos alemanes eran en buena parte luteranos “altos” o litúrgicos
y confesionales que daban importancia a la Iglesia y sus credos y
sacaramentos más que a una experiencia pietista y de “renacimiento” de
conversión emocional. Los escandinavos americanos, por otro lado, eran
principalmente pietistas luteranos.

959
5
instrumento importante para eliminar el pecado y
cristianizar el orden social para acelerar la vuelta de
Jesús84.
El profesor Timberlake resume esmeradamente este
conflicto político-religioso:
Frente a estas sectas extremistas y apocalípticas que
rechazaban y se apartaban del mundo por ser este
desesperadamente corrupto y frente a las iglesias más
conservadoras, como la católica romana, la
episcopaliana protestante y la luterana, que tendían a
asumir una actitud más relajada respecto de la
influencia de la religión en la cultura, el protestantismo
evangélico buscaba superar la corrupción del mundo de
una manera dinámica, no solo convirtiendo a los
hombres a la fe en Cristo, sino asimismo cristianizando
el orden social mediante el poder y la fuerza del estado
para transformar la cultura de forma que la comunidad
de los files pueda mantenerse pura y l obra de salvación
de los no regenerados pueda resultar más fácil. Así que

84
El cristianismo ortodoxo agustino, seguido por los litúrgicos, es “a-
milenarista”, es decir, cree que el “milenio” es sencillamente una metáfora
para la emergencia de la Iglesia Cristiana y que Jesús volverá sin ayuda
humana en un momento no especificado. Los “fundamentalistas”
modernos, como se les ha llamado desde los primeros años del siglo XX,
son “premilenaristas”, es decir, creen que Jesús volverá para dar paso a mil
años de Reino de Dios sobre la tierra, un tiempo marcado por diversas
“tribulaciones” y por el Armagedón, hasta que llegue el fin de la historia.
Los premilenaristas o “milenarianos”, no tienen la pulsión estatista de los
postmilenaristas; por el contrario, tienden a centrarse en predicciones y
señales del Armagedón y de la venida de Jesús.

969
6
la función de la ley no era simplemente restringir el mal,
sino educar y alentar85.
Tanto la ley seca como la reforma progresista fueron
pietistas y como ambos movimientos se extendieron
después de 1900 se entremezclaron progresivamente.
El Partido de la Prohibición, una vez limitado (al menos
en su programa) a un solo asunto, se hizo cada vez más
abiertamente progresista después de 1904. La Liga
Anti-Saloon, el principal medio de agitación
prohibicionista después de 1900, también estuvo
notablemente dedicado a la reforma progresista. Así, en
la convención anual de la Lige en 1905, el reverendo
Howard H. Russell se alegraba del creciente
movimiento por la reforma progresista y alababa
particularmente a Theodore Roosevelt, como ese “líder
de molde heroico, de absoluta honestidad de carácter y
pureza de vida, ese hombre líder de esta mundo”86. En
la convención de la Liga Anti-Saloon de 1909, el
reverendo Purley A. Baker loaba el movimiento
sindical como una santa cruzada por la justicia y un
reparto equitativo. La convención de la Liga de 1915,
que atrajo a 10.000 personas, se destacó por la misma
mezcla de estatismo, servicio social y cristianismo
combativo que había caracterizado la convención
nacional del Partido progresista en 191287. Y en la

James H. Timberlake, Prohibition and the Progressive Movement, 1900-


85

1920 (Nueva York: Atheneum, 1970), pp. 7-8.


Citado en Timberlake, Prohibition, p. 33.
86

87
La convención del Partido Progresista fue una poderosa fusión de todas
las tendencias principales del movimiento progresista: economistas
estatistas, tecnócratas, ingenieros sociales, trabajadores sociales, pietistas
profesionales y socios de J.P. Morgan & Co. Los líderes del evangelio
social, Lyman Abbon, el reverendo R. Heber Newton y el reverendo

979
7
convención de la Liga de junio de 1916, el obispo
Luther B. Wilson dijo, sin que nadie le contradijera,
que todos los presentes sin duda alabarían las reformas
progresistas entonces propuestas.
Durante los años progresistas, el evangelio social se
convirtió en parte de la ortodoxia del protestantismo
pietista. La mayoría de las iglesias evangélicas crearon
comisiones de servicio social para proclamar el
evangelio social y prácticamente todas las
denominación adoptaron el credo social establecido
por la Comisión de la Iglesia y el Servicio Social del
Consejo Federal de Iglesias. El credo reclamaba la
abolición del trabajo infantil, la regulación del trabajo
femenino, el derecho del trabajador a organizarse (es
decir, la negociación colectiva obligatoria), la
eliminación de la pobreza y una división “equitativa” de
la producción nacional. Y en lo alto como asunto de
preocupación social estaba el problema del alcohol. El

Washington Gladden, eran importantes delegados del Partido Progresista.


El Partido Progresista se proclamaba como “el recrudecimiento del
espíritu religioso en la vida política estadounidense”. El discurso de
aceptación de Theodore Roosevelt se titulaba significativamente “Una
profesión de fe” y sus palabras estaban salpicadas de “amenes” y de
continuos cantos de himnos cristianos pietistas de los delegados reunidos.
Cantaban “Adelante, soldados cristianos”, “El himno de batalla de la
república” y especialmente en himno evangélico “Seguiremos,
seguiremos, seguiremos a Jesús”, con la palabra “Roosevelt” sustiuyendo
a Jesús en cada estrofa. El horrorizado New York Times resumía la
inusual experiencia calificando a la agrupación progresista como “una
convención de fanáticos”. Y añadía: “No fue una convención en absoluto.
Fue una asamblea de entusiastas religiosos. Era una convención como la
de Pedro el Ermitaño. Era un campamento metodista de seguidores
convertido a términos políticos”. Citado en John Allen Gable, The Bull
Moose Years: Theodore Roosevelt and the Progressive Party (Port
Washington, NY: Kennikat Press, 1978), p. 75.

989
8
credo mantenía que el alcohol era un serio obstáculo
hacia el establecimiento del Reino de Dios en la tierra
y defendía la “protección del individuo y la sociedad del
mal social, económico y moral del tráfico de alcohol”88.
Los líderes del evangelio social eran fervientes
defensores del estatismo y la ley seca. Estos incluían al
reverendo Walter Rauschenbusch y el reverendo
Charles Stelzle, cuyo panfleto Why Prohibition! (1918)
fue distribuido, tras la entrada de Estados Unidos en la
Primera Guerra Mundial, por la Comisión de la
templanza del Consejo Federal de Iglesias a líderes
obreros, miembros de Congreso e importantes cargos
públicos. Un líder del evangelio social particularmente
importante fue el reverendo Josiah Strong, cuya revista
mensual, The Gospel of the Kingdom, era publicada
por el American Institute of Social Service de Strong.
En un artículo apoyando la ley seca en el número de
julio de 1914, The Gospel of the Kingdom alababa el
espíritu pregresista que estaba por fin terminando con
la “libertad personal”:
La “libertad personal” por fin es un rey sin corona,
destronado, a quien nadie reverencia. La conciencia
social está tan desarrollada y se esta haciendo tan
autocrática que instituciones y gobiernos deben hacer
caso a sus mandatos y compartir así su vida. Ya no
estamos asustados por ese antiguo duende:
“paternalismo en el gobierno”. Afirmamos
contundentemente que es asunto del gobierno ser

88
Timberlake, Prohibition, p. 24.

999
9
justamente eso: paternal. Nada humano puede ser
ajeno a un verdadero gobierno89.
Como verdaderos cruzados, los pietistas no se
contentaban con la eliminación del pecado solo en
Estados Unidos. Su el pietismo estadounidense estaba
convencido de que los estadounidenses eran el pueblo
elegido por Dios, indudablemente la tarea religiosa y
moral de los pietistas no podía detenerse aquí. En cierto
sentido el mundo era de Estados Unidos. Como decía
el profesor Timberlake, una vez que el Reino de Dios
estuviera en curso de establecerse en Estados Unidos
“era por tanto misión de Estados Unidos extender estos
ideales e instituciones en el extranjero, para que el
Reino pudiera establecerse en todo el mundo. Los
protestantes estadounidenses por tanto no se
contentaban con trabajar para el Reino de Dios en
Estados Unidos, sino que se sentían obligados a ayudar
también en la reforma del resto del mundo”90.
La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra
Mundial proporcionó la consumación de los sueños
prohibicionistas. En primer lugar, toda la producción
de alimentos se puso bajo el control de Herbert
Hoover, jefe de la Administración de Alimentación.
Pero si el gobierno de EEUU iba a controlar y asignar

89
Citado en Timberlake, Prohibition, p. 27. Cursivas en el artículo. Como
como decía el reverendo Stelzle en Why Prohibition!: “No existe un
derecho individual absoluto a hacer ninguna cosa concreta o a comer o
beber ninguna cosa concreta o a disfrutar de la asociación de la propia
familia o incluso a vivir, si eso entra en conflicto con la ley de la necesidad
pública”. Citado en David E. Kyvig, Repealing National
Prohibition (Chicago: University of Chicago Press, 1979), p. 9.
90
Timberlake, Prohibition, pp. 37-38.

100
100
recursos alimenticios, ¿permitiría que el precioso
suministro escaso de grano fuera absorbido por el
“desperdicio”, si no el pecado, de la fabricación de
alcohol? Aunque menos de 2% de la producción
estadounidense de cereales iba a la fabricación de
alcohol, pensad en los niños hambrientos del mundo
que podrían alimentarse en otro caso. Como lo
expresaba demagógicamente el semanario
progresista The Independent: “¿Tendrán comida los
muchos o tendrán bebida los pocos?” Para el aparente
propósito de “conservar” grano, el Congreso escribió
una enmienda en la Lever Food and Fuel Control Act
del 10 de agosto de 1917, que prohibía absolutamente
el uso de alimentos, por tanto de grano, para la
producción de alcohol. El Congreso habría añadido
una prohibición sobre la fabricación de vino o cerveza,
pero el presidente Wilson convenció a la Liga Anti-
Saloon de que podía conseguir el mismo objetivo
lentamente y evitar así el filibusterismo de los
antiprohibicionistas en el Congreso. Sin embargo,
Herbert Hoover, un progresista y un prohibicionista,
convenció a Wilson para que emitiera una orden, el 8
de diciembre, reduciendo enormemente el contenido
de alcohol de la cerveza y limitando la cantidad de
alimentos que podían utilizarse en su fabricación91.
Los prohibicionistas fueron capaces de usar la Lever
Act y el patriotismo de guerra para el bien. Así, Mrs. W.
E. Lindsey, esposa del gobernador de Nuevo México,

Ver David Burner, Herbert Hoover: A Public Life (Nueva York: Alfred
91

A. Knopf, 1979), p. 107.

101
101
hacía un discurso en noviembre de 1917 que hablaba
de la Lever Act y declaraba:
Aparte de la larga lista de terribles tragedias que
siguieron al tráfico de alcohol, el desperdicio
económico es demasiado grande como para tolerarse
ahora. Con tanta gente de las naciones aliadas a las
puertas de la inanición. Sería una ingratitud criminal
que continuáramos fabricando whisky92.
Otra justificación para la ley seca durante la guerra era
la supuesta necesidad de proteger del alcohol a los
soldados estadounidenses, por su salud, su moral y sus
alamas inmortales. En consecuencia, en la Selective
Service Act del 18 de mayo de 1917, el Congreso
establecía que debían establecerse zonas secas
alrededor de cualquier base militar y se ilegalizó vender
o incluso dar alcohol a cualquier miembro del
estamento militar dentro de estas zonas, incluso en el
hogar de alguien. Cualquier hombre ebrio de servicio
era sometido a consejo de guerra.
Pero el impulso más importante hacia la ley seca
nacional fue la propuesta de decimoctava enmienda de
la Liga Anti-Saloon, prohibiendo la fabricación, venta,
transporte, importación o exportación de todo licor
embriagante. Fue aprobada por el Congreso y remitida

James A. Burran, "Prohibition in New Mexico, 1917". New Mexico


92

Historical Quarterly 48 (Abril de 1973): 140-141. Por supuesto, Mrs.


Lindsey no mostraba ninguna preocupación sobre si los alemanes y los
países aliados y neutrales de Europa estaban sometidos a inanición por el
bloqueo naval inglés. Las únicas áreas de Nuevo México que se resistieron
a la campaña de la ley seca en el referéndum de noviembre de 1917 fueron
los distritos fuertemente hispano-católicos.

102
102
a los estados al final de diciembre de 1917. Los
argumentos antiprohibicionistas de que la ley seca sería
inaplicable encontraron la habitual apelación de los
prohibicionistas a los grandes principios: ¿Deberían
abolirse las leyes contra el asesinato y el robo
sencillamente porque no pueden aplicarse
completamente? Y los argumentos de que la propiedad
privada sería injustamente confiscada fueron también
dejados de lado con la opinión de que la propiedad
dañina para la salud, la moral y la seguridad del pueblo
había estado siempre sujeta a confiscación sin
indemnización.
Cuando la Lever Act hace una distinción entre licores
fuertes (prohibidos) y cerveza y vino (limitados), la
industria cervecera trata de salvar la piel alejándose de
la tentación de las bebidas espirituosas. “La verdadera
relación con la cerveza”, insistía la Asociación de
Cerveceros de Estados Unidos, “es con los vinos ligeros
y los refrescos, no con los licores fuertes”. Los
cerveceros afirmaban su deseo de “eliminar, de una vez
por todas, las cadenas que unen nuestros saludables
productos con los espirituosos fuertes”. Pero esta
actitud cobarde no les valdría de nada a los cerveceros.
Después de todo, uno de los objetivos principales de los
prohibicionistas era aplastar a los cerveceros, de una vez
por todas, ya que su producto era la misma encarnación
de los hábitos de bebida de las odiosas masas germano-
estadounidenses, tanto católica como luterana, ambas
litúrgicas y bebedoras de cerveza. Los germano-
estadounidenses eran entonces el blanco de la burlas.
¿No eran todos agentes del satánico káiser, que deseaba
conquistar el mundo? ¿No eran agentes conscientes de

103
103
la temible Kultur de los hunos, dispuesta a destruir la
civilización estadounidense? ¿Y no eran alemanes la
mayoría de los cerveceros?
Y así la Liga Anti-Saloon tronaba que “los cerveceros
alemanes en este país han hecho ineficientes a miles de
hombres en este país y están así perjudicando a la
república en su guerra contra el militarismo prusiano”.
Aparentemente, la Liga Anti-Saloon no tenía en cuenta
el trabajo de los cerveceros alemanes en Alemania, que
estaban presumiblemente realizando el inestimable
servicio de hacer inútil el “militarismo prusiano”. Se
acusaba a los cerveceros de ser pro-alemanes y de
subvencionar a la prensa (aparentemente estaba bien
ser pro-inglés y subvencionar a la prensa si no se era
cervecero). La cumbre de las acusaciones vino de un
prohibicionista: “Tenemos enemigos alemanes”,
advertía, “también en este país. Y los peores de estos
enemigos alemanes, los más traicioneros, los más
amenazantes son Pabst, Schlitz, Blatz y Miller”93.
En este tipo de ambiente, los cerveceros no tuvieron
ninguna oportunidad y la Decimoctava Enmienda fue a
los estados, prohibiendo toda forma de alcohol. Como
veintidós estados ya habían prohibido el alcohol, esto
significaba que solo hacían falta nueve más para ratificar
esta notable enmienda, que implicaba directamente a la
constitución federal en lo que siempre había sido, como
mucho, un asunto de policía de los estados. El trigésimo
sexto estado ratificó la Decimoctava Enmienda el 16 de
enero de 1919 y al finalizar febrero, todos los estados,

93
Timberlake, Prohibition, p. 179.

104
104
menos tres (Nueva Jersey, Rhode Island y Connecticut)
habían hecho inconstitucional, además de ilegal, al
alcohol. Técnicamente, la enmienda entraría en vigor el
siguiente enero, pero el Congreso aceleró las cosas
aprobando la War Prohibition Act del 11 de
septiembre de 1918, que prohibía la producción vino y
cerveza después del siguiente mayo y prohibía la venta
de todas las bebidas embriagantes después del 30 de
junio de 1919, una prohibición que continuaría en
efecto hasta el fin de la desmovilización. La ley seca total
nacional empezó el 1 de julio de 1919, con la
Decimoctava Enmienda entrando en vigor seis meses
después. La enmienda constitucional necesitaba una ley
de aplicación del Congreso, que este proporcionó con
la Volstead Act, aprobada superando el veto de Wilson
al final de octubre de 1919.
Con la batalla contra el Demonio del Ron ganada en
casa, los incansables defensores del prohibicionismo
pietista buscaron nuevos territorios a conquistar. Hoy
Estados Unidos, mañana el mundo. En junio de 1919,
la triunfal Liga Anti-Saloon reclamó una conferencia
internacional para la ley seca en Washington y creaba
una Liga Mundial Contra el Alcoholismo. Después de
todo, hacía falta una ley seca mundial para acabar la
obra de salvar al mundo para la democracia. Los
objetivos prohibicionistas fueron expresados
fervientemente por el reverendo A.C. Bane en la
convención de la Liga Anti-Saloon de 1917, cuando la
victoria en Estados Unidos ya era visible. Bane tronaba
ante una multitud que gritaba salvajemente:

105
Estados Unidos estará “por todo lo alto” en la mayor
batalla de la humanidad [contra el alcohol] y plantará el
victorioso estandarte blanco de la ley seca sobre el
punto más elevado de la nación. Luego al ver las manos
que nos hacen señas de nuestras naciones hermanas al
otro lado del mar, luchando contra el mismo antiguo
enemigo, continuaremos con el espíritu del misionero
y el cruzado a ayudar a eliminar el demonio de la bebida
en toda la civilización. Con Estados Unidos enseñando
el camino, con fe en Dios omnipotente y mostrando
con manos patrióticas nuestra inmaculada bandera, el
emblema de la pureza cívica, pronto concederemos a la
humanidad el don incalculable de la Ley Seca
Mundial94.
Por suerte, los prohibicionistas encontraron que el
mundo reticente era una nuez demasiado dura de
romper.

III. Mujeres en guerra y en elecciones


Otra consecuencia directa de la Primera Guerra
Mundial, que llegó en pareja con la ley seca pero
permaneció, fue la Decimonovena Enmienda,
aprobada en el Congreso en 1919 y ratificada por el
mismo al año siguiente, que permitía votar a las
mujeres. El sufragio femenino había sido desde hacía
mucho tiempo un movimiento aliado directamente con
el prohibicionismo. Desesperados por combatir una
tendencia demográfica que parecía ir contra ellos, los

94
Citado en Timberlake, Prohibition, pp. 180-181.

106
pietistas evangélicos reclamaban el sufragio femenino (y
lo consiguieron en muchos estados occidentales). Lo
hacían porque sabían que mientras que las mujeres
pietistas eran social y políticamente activas, las mujeres
étnicas o litúrgicas tendían a estar ligadas culturalmente
al hogar y la cocina y por tanto era menos probable que
votaran.
Por tanto, el sufragio femenino aumentaría
enormemente el poder del voto pietista. En 1869 el
Partido Prohibicionista se convirtió en el primer partido
en apoyar el sufragio femenino, lo que continuaba
haciendo. El Partido Progresista era igualmente
entusiasta acerca del sufragio femenino: fue el primer
partido nacional que permitió mujeres como delegadas
en sus convenciones. Una importante organización
sufragista femenina fue la Unión de la Templanza de las
Mujeres Cristianas [Women's Christian Temperance
Union], que llegó a la enorme cifra de miembros de
300.000 en 1900. Y tres presidentas sucesivas del
principal grupo sufragista femenino, la National
American Woman Suffrage Association (Susan B.
Anthony, Mrs. Carrie Chapman Catt y la Dra. Anna
Howard Shaw) empezaron sus carreras como activistas
en el prohibicionismo. Susan B. Anthony lo decía
claramente:
Hay un enemigo de los hogares de esta nación y ese
enemigo es la ebriedad. Todos los relacionados con la
casa de juego, el burdel y la taberna trabajan y votan en
bloque contra el voto de las mujeres y yo digo, si creéis
en la castidad, si creéis en la honestidad y la integridad,

107
entonces tomar las medidas necesarias para poner el
voto en manos de las mujeres95.
Por su parte, la Alianza Germano-Estadounidense de
Nebraska envió una apelación durante el referéndum
fracasado de noviembre de 1914 sobre sufragio
femenino. Escrita en alemán, la apelación declaraba:
“Nuestras mujeres alemanas no quieren el derecho de
voto y como nuestros oponentes desean el derecho de
sufragio principalmente para el propósito de poner el
yugo de la ley seca sobre nuestros cuellos, deberíamos
oponernos a él con todas nuestras fuerzas”96.
La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra
Mundial proporcionó el impulso para superar la
importante oposición al sufragio femenino, como un
corolario al éxito de la ley seca y como recompensa a la
vigorosa actitud de las mujeres organizadas en el
esfuerzo bélico. Para cerrar el círculo, mucha de la
actividad consistió en eliminar el vicio y el alcohol, así
como en introducir educación “patriótica” en las
mentes de grupos inmigrantes a menudo sospechosos.
Poco después de la declaración de guerra de EEUU, el
Consejo de Defensa Nacional creó un Comité
Consultivo sobre Trabajos de Defensa de Mujeres,
conocido como el Comité Femenino. El propósito del
comité, escribe un relato contemporáneo que lo
celebraba, era “coordinar la actividades y los recursos
de las mujeres organizadas y desorganizadas del país,

95
Citado en Alan P. Grimes, The Puritan Ethic and Woman
Suffrage (Nueva York: Oxford University Press, 1967), p. 78.
Grimes, Puritan Ethic, p. 116.
96

108
para que su poder pueda utilizarse inmediatamente en
tiempo de necesidad y proporcionar un canal nuevo y
directo de cooperación entre mujeres y el
departamento gubernamental”97. La presidenta del
Comité Femenino, trabajando enérgicamente y a
jornada completa, era la antigua presidenta de la
National American Woman Suffrage Association, la
Dra. Anna Howard Shaw, y otro miembro importante
era la actual presidenta del grupo sufragista e igualmente
importante sufragista, Mrs. Carrie Chapman Catt.
El Comité Femenino empezó enseguida a establecer
organizaciones en ciudades y estados en todo el país y
el 19 de junio de 1917 realizó una conferencia de más
de cincuenta organizaciones nacionales femeninas para
coordinar sus esfuerzos. Fue en esta conferencia donde
“se impuso la primera tarea concreta a las mujeres
estadounidenses” por el infatigable Jefe de
Alimentación, Herbert Hoover98. Hoover incluía la
cooperación de las mujeres de la nación en su
ambiciosa campaña para controlar, restringir y cartelizar
el sector alimentario en nombre de la “conservación” y
eliminación del “desperdicio”. Celebrando esta unión
de las mujeres estaba una de las mujeres del Comité
Femenino, la escritora progresista y aireadora de
escándalos Mrs. Ida M. Tarbell. Mrs. Tarbell alababa
las “creciente conciencia en todas partes de que esta
gran empresa de la democracia que estamos iniciando
[la entrada en guerra de EEUU] es un asunto nacional
y si un individuo o una sociedad va a poner de su parte,

Ida Clyde Clarke, American Women and the World War (Nueva York:
97

D. Appleton and Co., 1918), p. 19.


Clarke, American Women, p. 27.
98

109
debe actuar bajo el gobierno de Washington”. “Nada
más”, decía Mrs. Tarbell, “puede explicar la acción de
las mujeres del país en unirse como están haciendo hoy
bajo una dirección centralizada”99.
El entusiasmo de Mrs. Tarbell podría haberse
aumentado por el hecho de que era una de las
directoras en lugar de una de las dirigidas. Herbert
Hoover llegó a la conferencia femenina con la
propuesta de que cada mujer firmara y distribuyera una
“tarjeta de promesa de comida” a favor de la
conservación de comida. Aunque el apoyo de la
promesa de comida entre el público fue menor que el
previsto, los trabajos educativos para promover la
promesa se convirtieron en la base del resto de la
campaña femenina de conservación. El Comité
Femenino nombró a Mrs. Tarbell como presidenta de
su comité sobre Administración Alimentaria y no solo
organizó incansablemente la campaña, sino que
también escribió cartas y artículos en periódicos y
revistas a su favor.
Además del control de los alimentos, otra función
importante e inmediata del Comité Femenino era
intentar registrar a todas las mujeres del país para
trabajar como voluntarias y cobrando en apoyo del
esfuerzo bélico. A toda mujer con dieciséis años o más
se le pidió que firmara y enviara una tarjeta de registro

Ibíd., p. 31. En realidad, las actividades de aireado de escándalos de Mrs.


99

Tarbell se limitaban en buena medida a Rockefeller y la Standard Oil.


Estaba muy a favor de los líderes empresariales en el entorno de Morgan,
como atestigua sus biografías laudatorias del juez Elbert H. Gary, de US
Steel (1925), y Owen D. Young, de General Electric (1932).

110
con toda la información pertinente, incluyendo
formación, experiencia y tipo de trabajo deseado. De
esa manera, el gobierno conocería el paradero y la
formación de todas las mujeres y gobierno y mujeres
podrían servirse mejor unos a otros. En muchos
estados, especialmente en Ohio e Illinois, los gobiernos
estatales crearon escuelas para formar a las registradas.
Y aunque el Comité Femenino siguió insistiendo en que
el registro era completamente voluntario, el estado de
Louisiana, como dijo Ida Clarke, desarrolló una idea
“novedosa y clara” para facilitar el programa: el registro
de las mujeres se hizo obligatorio.
El gobernador de Louisiana, Ruftin G. Pleasant,
decretó al 17 de octubre de 1917, como día del registro
obligatorio y un grupo de funcionarios del estado
colaboró en esta operación. La Comisión de
Alimentación del Estado se aseguraba de que las
promesas de alimentación eran asimismo firmadas por
todos y el Consejo Escolar del Estado concedió fiesta el
17 de octubre de forma que los maestros pudieran
acudir al registro obligatorio, especialmente en los
distritos rurales. Seis mil mujeres fueron comisionadas
oficialmente por el estado de Louisiana para realizar el
registro y trabajaron junto con los funcionarios de
Conservación de Alimentos y agentes parroquiales de
propaganda. En las áreas francesas del estado, los
sacerdotes católicos prestaron una valiosa ayuda al
apelar personalmente a todas las parroquianas
femeninas a cumplir con sus obligaciones de registro.
Se circularon panfletos en francés, se pusieron
pancartas atravesando las calles y se realizaron discursos
pidiendo el registro por parte de mujeres activistas en

111
cines, escuelas, iglesias y tribunales. Se nos informa de
que todas las respuestas fueron interesadas y cordiales;
no se menciona ninguna resistencia. También se nos
indica que “incluso los negros estuvieron muy
animados, reuniéndose a veces con gente blanca y a
veces a llamada de sus propios pastores”100.
Ayudando también al registro de mujeres y el control
de alimentos había otra organización más pequeña,
pero ligeramente más siniestra que había sido creada
por el Congreso como una especie de grupo bélico
anterior a la guerra en una gran Congreso para el
Patriotismo Constructivo, realizado en Washington DC
a finales de enero de 1917. Era la National League for
Woman's Service (NLWS), que estableció una
organización nacional posteriormente oscurecida y
superada por el más grande Comité Femenino. La
diferencia era que la NLWS estaba concebida sobre
líneas muy abiertamente militares. Cada unidad local de
trabajo se llamaba “destacamento”, bajo un
“comandante de destacamento”, los destacamentos de
distrito y de estado se reunían en “campamentos”
anuales y toda mujer miembro vestía un uniforme con
una escarapela e insignia de la organización. En
particular, “la base de formación para todos los
destacamentos es un ejercicio físico estándar”101.
Una parte esencial del trabajo del Comité Femenino era
dedicarse a la “educación patriótica”. El gobierno y el
Comité Femenino reconocían que las mujeres de etnias
inmigrantes eran las que más necesitaban esa
100
Ibíd., p. 277, pp. 275-279, p. 58.
101
Ibíd., p. 183.

112
instrucción esencial, así que establecieron un comité de
educación, encabezado por la enérgica Mrs. Carrie
Chapman Catt. Mrs. Catt indicaba bien el problema al
Comité Femenino: Millones de personas en Estados
Unidos no tienen claro por qué estamos en guerra y por
qué, como parafrasea Ida Clarke a Mrs. Can, hay “una
necesidad imperativa de ganar la guerra si hay que
proteger a las generaciones futuras de la amenaza del
militarismo sin escrúpulos”102. Supuestamente, el
militarismo de EEUU, al tener “escrúpulos”, no era
ningún problema.
Abundaban apatía e ignorancia, seguía Mrs. Catt, y
proponía movilizar a veinte millones de mujeres
estadounidenses, las “mayores creadores de
sentimientos de cualquier comunidad”, para empezar
un “vasto movimiento educativo” para hacer que las
mujeres “se alistaran entusiastamente para empujar en
la guerra hacia la victoria tan rápidamente como sea
posible”. Sin embargo, como continuaba Mrs. Catt, la
claridad de los objetivos de guerra que reclamaba
equivalía en realidad a apuntar que estábamos en guerra
“lo quiera o no lo quiera la nación” y que por tanto los
“sacrificios” necesarios para ganar la guerra “deben
hacer voluntaria o involuntariamente”. Estas
declaraciones recuerdan a argumentos en apoyo de las
recientes acciones militares de Ronald Reagan (“Tiene
que hacer lo que tiene que hacer”). Al fin, Mrs. Catt
solo podía llegar a un argumento razonado para la

102
Ibíd., p. 103.

113
guerra, aparte de esta supuesta necesidad, que debía
ganarse para hacer que “la guerra acabe con la guerra”103.
La campaña de “educación patriótica” de las mujeres
organizadas era en buena medida para “americanizar” a
las mujeres inmigrantes convenciéndolas
enérgicamente (a) de que se nacionalizaran como
ciudadanas estadounidenses y (b) a aprender “inglés
materno”. En la campaña, llamada “América primero”
[“America First”], se promovía la unidad nacional
haciendo que los inmigrantes aprendieran inglés y
tratando de que las mujeres inmigrantes tomaran clases
de inglés por las tardes. Las mujeres patriotas
organizadas estaban asimismo preocupadas por
preservar la estructura familiar de los inmigrantes. Si los
niños aprenden inglés y sus padres lo ignoran, los niños
se burlarán de los mayores, “desaparece la disciplina y
el control de los padres y se debilita toda la estructura
familiar”. Así que una de las grandes fuerzas
conservadoras en la comunidad se convierte en
inoperativa”. Así que, para conservar “el control
maternal de los jóvenes (…) se hace imperativa la
americanización de las mujeres extranjeras mediante el
idioma. En Erie, Pennsylvania,los clubs femeninos
nombraban “matronas de manzana”, cuyo trabajo era
conocer a las familias extranjeras del vecindario y
respaldar a las autoridades escolares en pedir a los
inmigrantes aprender inglés y que, en palabras bastante
ingenuas de Ida Clarke, “se convierten en vecinas,
amigas y verdaderas madres confesoras de las mujeres
extranjeras en la manzana”. A uno le gustaría escuchar

103
Ibíd., p. 104-105.

114
algunos comentarios de las receptoras de las atenciones
de las matronas de manzana.
En términos generales, como resultado de la campaña
de americanización, concluye Ida Clarke, “las mujeres
organizadas de este país pueden desempaeñar un papel
importante en hacer del nuestro un país con un idioma
común, un propósito común, un grupo común de
ideales: unos Estados Unidos unificados”104.
NI el gobierno ni sus mujeres organizadas olvidaron las
reformas económicas progresistas. En la organización
de la conferencia de junio de 1917, del Comité
Femenino, Mrs. Carrie Catt destacaba que el mayor
problema de la guerra era asegurarse de que las mujeres
recibían “igual paga por igual trabajo”. La conferencia
sugería que se establecieran comités de vigilancia para
protegerse frente a la violación de las “leyes éticas” que
gobernaban el trabajo y también de que se aplicaran
rigurosamente todas las leyes que restringían
(“protegían”) el trabajo femenino e infantil.
Aparentemente, había algunos valores ante los que la
maximización del esfuerzo de guerra se encontraba en
segundo lugar.
Mrs. Margaret Dreier Robins, presidenta de la National
Women's Trade Union's League, alababa el hecho de
que el Comité Femenino estuviera organizando comités
en todos los estados para proteger unos estándares
mínimos para el trabajo femenino e infantil en la
industria y reclamaba salarios mínimos y horarios
menores para las mujeres. Mrs. Robins advertía
104
Ibíd., p. 101.

115
concretamente que “no solo se emplean a trabajadoras
femeninas no sindicalizadas en gran número para pagar
menos en el mercado de mano obra para rebajar los
estándares industriales, sino que están relacionadas con
grupos en centros industriales de nuestro país que son
los menos americanizados y los más ajenos a nuestras
instituciones e ideales”. Así que “americanización” y
cartelización iban de la mano105.106

105
Ibíd., p. 129. Margaret Dreier Robins y su marido Raymond eran
prácticamente una pareja progresista paradigmática. Raymond era un
nómada nacido en Florida y buscador de oro con éxito que sufrió una
conversión mística en Alaska y se convirtió en predicador pietista. Se
mudó a Chicago, donde se convirtió en un líder en la obra de la casa de
acogida de Chicago y en la reforma municipal. Margaret Dreier y su
hermana Mary eran hijas de una familia rica y socialmente prominente de
Nueva York que trabajaba y financiaba a la emergente National Women's
Trade Union League. Margaret se casó con Raymond Robins en 1905 y
se mudó a Chicago, convirtiéndose pronto en presidenta de liga durante
mucho tiempo. En Chicago, los Robins lideraron y organizaron causas
políticas progresistas durante más de dos décadas, convirtiéndose en
líderes importantes del Partido Progresista de 1912 a 1916. Durante la
guerra, Raymond Robins realizó una considerable actividad diplomática
como jede de la misión de la Cruz Roja a Rusia. Sobre los Robins, ver
Allen F. Davis, Spearhead for Reform: the Social Settlements and the
Progressive Movement, 1890-1914 (Nueva York: Oxford University Press,
1967).
106
Para más acerca de trabajo femenino en la guerra y el sufragio femenino,
ver la historia ortodoxa del movimiento sufragista: Eleanor
Flexner, Century of Struggle: The Woman's Rights Movement in the
United States (Nueva York: Atheneum, 1968), pp. 288-289.
Curiosamente, el National War Labor Board (NWLB) adoptó
francamente el concepto de “igual paga por igual trabajo” para limitar el
empleo de mujeres trabajadoras al imponer costes mayores al empresario.
El “único control”, afirmaba el NWBL sobre el excesivo empleo de las
mujeres “es no hacer más rentable emplear mujeres que hombres”. Citado
en Valerie I. Conner, "'The Mothers of the Race' in World War I: The
National War Labor Board and Women in Industry", Labor History 21
(Invierno 1979-80): 34.

116
IV. Salvando a nuestros jóvenes del alcohol y el
vicio
Una de las principales contribuciones de las mujeres
organizadas al esfuerzo de guerra fue colaborar en un
intento de salvar a los soldados estadounidenses del
vicio y del Demonio del Ron. Además de establecer
rigurosas zonas de ley seca en torno a todo campamento
militar en Estados Unidos, la Selective Service Act de
mayo de 1917 también prohibía la prostitución en
amplias zonas en torno a los campamentos militares.
Para aplicar estas disposiciones, el Departamento de
Guerra ya tenía una Comisión de Actividades en
Campamentos de Instrucción, una agencia pronto
imitada por el Departamento de la Armada. Ambas
comisiones estaban encabezadas por un hombre a la
medida del trabajo, el trabajadores progresistas de la
casa de acogida de Nueva York, reformista político
municipal y antiguo alumno y discípulo de Woodrow
Wilson, Raymond Blaine Fosdick.
El historial, la vida y la carrera de Fosdick eran
paradigmáticos en los intelectuales y activistas
progresistas de esa época. Los antepasados de Fosdick
eran yanquis de Massachusetts y Connecticut y su
bisabuelo fue de pionero al oeste en un carromato para
convertirse en granjero de frontera en el corazón de
yanquis trasplantados del Burned-Over District,
Buffalo, Nueva York. El abuelo de Fosdick, un
predicador ordinario pietista convertido en un
renacimiento baptista, era un prohibicionista que se
casó con la hija de un predicador y se convirtió en
profesor de escuela pública en Buffalo durante toda su

117
vida. El abuelo Fosdick llegó a ser superintendente de
educación en Buffalo y a batallar por un sistema escolar
público expandido y fortalecido. El padre de Fosdick
siguió en la misma línea. Era un profesor de una escuela
pública en Buffalo que llegó a ser director de un
instituto. Su madre era profundamente pietista y una
férrea defensora de la ley seca y el sufragio femenino.
El padre de Fosdick era un devoto protestante pietista y
un republicano “fanático” que dio a su hijo Raymond
como segundo nombre el de su héroe, el veterano
republicano de Maine, James G. Blaine. Los tres hijos
de los Fosdick, el hermano mayor Harry Emerson,
Raymond y su hermana melliza, Edith, en este
ambiente, forjaron todos carreras en el pietismo y el
servicio social.
Mientras estaba activo en la administración reformista
de Nueva York, Fosdick hizo una amistad
trascendental. En 1910, John D. Rockefeller, Jr., como
su padre, un baptista pietista, era presidente de un gran
jurado especial para investigar y tratar de eliminar la
prostitución en la ciudad de Nueva York. Para
Rockefeller, la eliminación de la prostitución iba a
convertirse en una campaña ferviente y para toda la
vida. Creía que el pecado, como la prostitución, debía
ser criminalizado, puesto en cuarentena y enterrado
mediante una supresión rigurosa.
En 1911, Rockefeller empezó su cruzada creando la
Oficina de Higiene Social, a la que dotó con 5 millones
de dólares durante el siguiente cuarto de siglo. Dos años
más tarde fichó a Fosdick, entonces locutor en la cena
anual de la clase de biblia baptista de Rockefeller, para

118
estudiar los sistemas policiales en Europa en relación
con actividades para acabar con el gran “vicio social”.
Inspeccionado la policía estadounidense después de su
periodo en Europa por orden de Rockefeller, Fosdick
se asombró de que el trabajo de policía en Estados
Unidos no fuera considerado una “ciencia” y de que
estuviera sujeto a “sórdidas” influencias políticas107.
En ese momento, el nuevo Secretario de Guerra, el
progresista y antiguo alcalde de Cleveland, Newton D.
Baker, estaba preocupado por informes de que en áreas
cercanas a los campamentos del ejército en Texas en la
frontera mexicana, donde se había movilizado tropas
para combatir al revolucionario mexicano Pancho Villa,
estaban plagadas de tabernas y prostitución. Enviado
por Baker para investigar los hechos en el verano de
1916, con los duros oficiales del ejército burlándose
llamándole “reverendo”, Fosdick se horrorizó al
descubrir tabernas y burdeles prácticamente por todas
partes cerca de los campamentos militares. Informó de
su consternación a Baker y, a sugerencia de Fosdick,
Baker aplicó mano dura a los comandantes del ejército
y su actitud laxa hacia el alcohol y el vicio. Pero Fosdick
estaba empezando vislumbrar otra idea. ¿No podía la
supresión de lo malo verse acompañada por un
estímulo positivo de lo bueno, de alternativas
recreativas honestas al pecado y el licor que pudieran

107
Ver Raymond B. Fosdick, Chronicle of a Generation: An
Autobiography (Nueva York: Harper & Bros., 1958), p. 133. Ver también
Peter Collier y David Horowitz, The Rockefellers: An American
Dynasty (Nueva York: New American Library, 1976), pp. 103-105. A
Fosdick le asombraba particularmente que los policías estadounidenses
que patrullaban las calles fumaran puros. Fosdick, Chronicle, p. 135.

119
disfrutar nuestros jóvenes? Cuando se declaró la guerra,
Baker rápidamente nombró a Fosdick como presidente
de la Comisión de Actividades en Campamentos de
Instrucción.
Armado con los recursos coactivos del gobierno federal
y construyendo rápidamente su imperio burocrático
desde solo una secretaria a una plantilla de miles,
Raymond Fosdick abordó con determinación su doble
tarea: eliminar el alcohol y el pecado dentro y alrededor
de todo campamento militar y llenar el vacío de
soldados y marineros estadounidenses
proporcionándoles recreo sano. Como jefe de la
División de Aplicación de la Ley de la Comisión de
Campamentos de Instrucción, Fosdick seleccionó a
Bascom Johnson, abogado de la American Social
Hygiene Association108. Johnson fue nombrado mayor y

108
La American Social Hygiene Association, con su influyente
revista Social Hygiene, fue la principal organización en lo que se sonocía
como la “cruzada de la pureza”. La asociación se creó cuando el médico
de Nueva York, Dr. Prince A. Marrow, inspirado por los movimientos
contras las enfermedades venéreas y a favor de lo continencia pedida por
el sifilógrafo francés, Jean-Alfred Fournier, creó en 1905 la American
Society for Sanitary and Moral Prophylaxis (ASSMP). Pronto los términos
propuestos por la delegación de Chicago de la ASSMP, “higiene social” e
“higiene sexual”, se utilizaron ampliamente por su pátina médica y
científica y en 1910, la ASSMP cambió su nombre a American Federation
for Sex Hygiene (AFSH). Finalmente, a finales de 1913, la AFSH, una
organización de médicos, se fusionó con la National Vigilance Association
(anteriormente American Purity Alliance), un grupo de clérigos y
trabajadores sociales, para formar la global American Social Hygiene
Association (ASHA).
En este movimiento de higiene social, lo moral y lo médico iban de la
mano. Asó, el Dr. Morrow daba la bienvenida al nuevo conocimiento
sobre enfermedades venéreas porque demostraba que “el castigo por el
pecado sexual”, ya no tenía que “reservarse al más allá”.
El primer presidente de la ASHA fue el presidente de la Universidad de

120
su personal de cuarenta abogados agresivos se
convirtieron en subtenientes.
Utilizando el argumento de la salud y la necesidad
militar, Fosdick creó una División de Higiene Social de
su comisión, que promulgó el lema “Listo para la
lucha”. Utilizando una mezcla de fuerza y amenazas de
retirar las tropas federales de las bases si las ciudades
recalcitrantes no obedecían, Fosdick consiguió abrirse
paso a palos suprimiendo, si no la prostitución en
general, al menos todo barrio de tolerancia importante
en el país. Al hacerlo, Fosdick y Baker, empleando
policía local y policía militar federal, excedían con
mucho su autoridad legal. La ley autorizaba la
presidente a cerrar todo barrio de tolerancia en una
zona de cinco millas en torno a cada campamento o
base militar. Sin embargo de los 110 barrios de

Harvard, Charles W. Eliot. En su discurso de la primera reunión, Eliot


dejaba claro que la abstinencia total del alcohol, el tabaco e incluso las
especias era parte integrante de la cruzada anti-prostitución y a favor de la
pureza.
Sobre médicos, la cruzada de la pureza y la formación de la ASHA, ver
Ronald Hamowy, "Medicine and the Crimination of Sin: 'Self-Abuse' in
19th Century America", The Journal of Libertarian Studies I (Verano de
1972): 247-259; James Wunsch, "Prostitution and Public Policy: From
Regulation to Suppression, 1858–1920", Tesis doctoral, University of
Chicago, 1976 y Roland R. Wagner, "Virtue Against Vice: A Study of
Moral Reformers and Prostitution in the Progressive Era", tesis doctoral,
University of Wisconsin, 1971. Sobre Morrow, ver también John C.
Burnham. "The Progressive Era Revolution in American Attitudes
Toward Sex", Journal of American History 59 (Marzo de 1973) 899, y Paul
Boyer, Urban Masses and Moral Order in America, 1820-
1920 (Cambridge Harvard University Press, 1978), p 201. Ver también
Burnham, "Medical Specialists and Movements Toward Social Control in
the Progressive Era: Three Examples", en J. Israel, ed., Building the
Organizational Society: Essays in Associational Activities in Modem
America (Nueva York: Free Press, 1972), pp. 24-26.

121
tolerancia cerrados por las fuerzas militares, solo 35
estaban incluidos en la zona de prohibición. La
supresión de los otros 75 fue una extensión ilegal de la
ley. Sin embargo, Fosdick triunfó: “Mediante los
esfuerzos de esta Comisión [de Actividades en
Campamentos de Instrucción] el barrio de tolerancia
prácticamente a dejado de ser una característica de la
vida ciudadana estadounidense”109. El resultado de esta
destrucción permanente del barrio de tolerancia fue,
por supuesto, llevar la prostitución a las calles, donde
los consumidores se verían privados de la protección de
un mercado abierto o de regulación.
En algunos casos, la cruzada federal anti-vicio encontró
una considerable resistencia. El secretario de la armada,
Josephus Daniels, un progresista de Carolina del Norte,
tuvo que llamar a los marines para patrullar las calles de
una resistente Phildelphia y, con las protestas enérgicas
del alcalde, se utilizaron tropas navales apara aplastar el
legendario barrio de tolerancia de Storyville, en Nueva
Orleáns, en noviembre de 1917110.

En Daniel R. Beaver, Newton D. Baker and the American War Effort


109

1917-1919 (Lincoln, Nebr.: University of Nebraska Press, 1966), p. 222.


Ver también ibíd., pp. 221-224 y C.H. Cramer, Newton D. Baker: A
Biography (Cleveland: World Publishing Co., l96l), pp. 99-102.
Fosdick, Chronicle, pp. 145-147. Aunque sí se prohibió la prostitución
110

en Storyville después de 1917, Storyville, contra lo que dice la leyenda,


nunca “cerró”: los tabernas y salones de baile permanecieron abiertos y
contra los relatos habituales, el jazz nunca desapareció en Storyville o
Nueva Orleáns y por tanto nunca se alejó río arriba. Para una visión
revisionista del impacto del cierre de Storyville en la historia del jazz, ver
Tom Bethell, George Lewis: A Jazzman from New Orleans (Berkeley:
University of California Press, 1977), pp. 6-7 y Al Rose, Storyville, New
Orleans (Montgomery, Ala.: University of Alabama Press, 1974).
También sobre el posterior Storyville, ver Boyer, Urban Masses, p. 218.

122
En su arrogancia, el ejército de EEUU decidió extender
su cruzada anti-vicio a tierra extranjeras. El general John
J. Pershing publicó un boletín oficial para miembros de
la Fuerza Expedicionaria Estadounidense en Francia
indicando que “la continencia sexual es tarea de los
miembros de la F.E.E., tanto para el desarrollo vigoroso
de la guerra como para la salud limpia del pueblo
americano después de la guerra”. Pershing y los
militares estadounidenses trataron de cerrar todos los
burdeles franceses en áreas donde estaban situadas las
tropas estadounidenses, pero no tuvieron éxito debido
a que los franceses protestaron amargamente. El
premier Georges Clemenceau apuntaba que la
consecuencia de la “prohibición total de las prostitución
regulada en la vecindad de las tropas estadounidenses”
era solo aumentar “las enfermedades venéreas entre la
población civil del barrio”. Finalmente, Estados Unidos
tuvo que contentarse con declarar las áreas civiles
francesas fuera de los límites para las tropas111.
La parte más positiva del trabajo de Raymond Fosdick
durante la guerra fue proporcionar a los soldados y
marineros un sustitutivo constructivo del pecado y el
alcohol, “diversiones saludables y compañía sana”.
Como podía esperarse, el Comité Femenino y las
mujeres organizadas colaboraron con entusiasmo.
Siguieron la orden del secretario de guerra Baker de
que el gobierno “no podía permitir que estos jóvenes
estuvieran rodeados por un entorno vicioso y

Ver Hamowy, "Crimination of Sin", p. 226 n. La cita de Clemenceau está


111

en Fosdick, Chronicle, p. 171. El leal biógrafo de Newton Baker declaraba


que Clemenceau, en su respuesta, demostraba “sus tendencias animales
como ‘tigre de Francia’”. Cramer, Newton Baker, p. 101.

123
desmoralizante, ni podemos dejar de hacer nada que
los proteja de las poco sanas influencia y formas crudas
de tentación”. Sin embargo, el Comité Femenino
encontraba que en la gran tarea de salvaguardar la salud
y la moralidad de nuestros jóvenes, su mayor
problema resultaba ser proteger la moral de sus chicas
jóvenes movilizadas. Pues desgraciadamente, “donde
están acampados los soldados, resulta grande el
problema de impedir que las jóvenes se vean engañadas
por el atractivo y el romance de la guerra y los
seductores uniformes”. Tal vez por suerte, el comité de
Maryland propuso el establecimiento de una “Liga
Patriótica de Honor que inspirará a las jóvenes a
adoptar los patrones más elevados de femineidad y
lealtad a su país”112.
Ningún grupo estaba más encantado con los logros de
Fosdick y su Comisión de Actividades en
Campamentos de Instrucción que la floreciente
profesión de los trabajadores sociales. Rodeados de
auxiliares seleccionados de la Playground and
Recreation Association y la Russell Sage Foundation,
Fosdick y los demás “trataban en la práctica de crear
una casa de acogida masiva alrededor de cada
campamento. Ningún ejército había visto nunca nada

Clarke, American Women, pp. 90, 87, 93. En algunos casos, las mujeres
112

organizadas tomaron la iniciativa para ayudar a eliminar el vicio y el alcohol


del su comunidad. Así en Texas en 1917, el Comité Femenino Anti-Vicio
de Texas lideró la creación de una “Zona Blanca” alrededor de las bases
militares. En otoño, el comité se extendió a la Asociación de Higiene
Social de Texas para coordinar la obra de erradicar la prostitución y las
tabernas. San Antonio resultó ser su mayor problema. Lewis L.
Gould, Progressives and Prohibitionists: Texas Democrats in the Wilson
Era (Austin: University of Texas Press, 1973), p. 227.

124
parecido antes, pero era una consecuencia del
movimiento de organización de recreo y comunidad y
una victoria para quienes habían estado reclamando un
uso creativo del tiempo de ocio”113. La profesión de los
trabajadores sociales calificó al programa como un
enorme éxito. La influyente revista Survey resumía el
resultado como “la más estupenda pieza de trabajo
social en tiempos modernos”114.
Los trabajadores sociales también estaban exultantes
acerca de la ley seca. En 1917, se animaba a la
Conferencia Nacional de Caridades y Correcciones
(que cambió su nombre por ese tiempo a Conferencia
Nacional de Trabajo Social) a eliminar cualquier
postura libre de valoras que pudiera tener y ponerse
claramente a favor de la ley seca. Al volver de Rusia en
1917, Edward T. Devine, de la Sociedad de
Organización de Caridad de Nueva York exclamaba
que “la revolución social que siguió a la prohibición del
vodka fue más profundamente importante que la

Davis, Spearheads for Reform, p. 225.


113

Fosdick, Chronicle, p. 144. Después de la guerra, Raymond Fosdick


114

tuvo fama y fortuna, primero como Subsecretario General de la Liga de


Naciones y luego el resto de su vida como miembro del pequeño círculo
cercano a John D. Rockefeller, Jr. Bajo esta condición, Fosdick llegó a
convertirse en jefe de la Fundación Rockefeller y en biógrafo oficial de
Rockefeller, Entretanto, el hermano de Fosdick, el reverendo Harry
Emerson, se convirtió en el ministro parroquial de Rockefeller, elegido
por este, primero en la Iglesia Presbiteriana de Park Avenue y luego en la
nueva interdenominacional Iglesia de Riverside, construida con fondos de
Rockefeller. Harry Emerson Fosdick fue el principal auxiliar de
Rockefeller en batallar, dentro de la iglesia protestante, a favor del
protestantismo “postmilenarista, estatista y “liberal” y contra la marea
creciente del cristianismo premilenarista, conocido como
“fundamentalista” desde los años anteriores a la Primera Guerra Mundial.
Ver Collier y Horowitz, The Rockefellers, pp. 140-142, 151-153.

125
revolución política que abolió la autocracia”. Y Robert
A. Woods, de Boston, el Gran Anciano del
movimiento de las casas de acogida y veterano defensor
de la ley seca, predijo en 1919 que la Decimoctava
Enmienda, “uno de los acontecimiento más grandes y
mejores de la historia”, reduciría la pobreza, eliminaría
la prostitución y el delito y liberaría “enormes
potencialidades humanas suprimidas”115.
Woods, presidente de la Conferencia Nacional del
Trabajo Social durante 1917-18, llevaba mucho tiempo
denunciando el alcohol como “un mal abominable”.
Pietista postmilenarista, creía en el “estadismo
cristiano”, que, con una “propaganda de los hechos”,
cristianizaría el orden social en una vía corporativa
comunal para la glorificación de Dios. Como muchos
pietistas, a Woods no le preocupaban credos o dogmas,
salvo para hacer avanzar a la cristiandad de una forma
comunal; aunque era un activo episcopaliano, su
“parroquia” era la comunidad en su conjunto. En su
trabajo de acogida, Woods había estado desde hacía
mucho a favor de aislar y castigar al borracho y al
vagabundo. Los “borrachos inveterados” iban a recibir
crecientes niveles de “castigo”, con periodos cada vez
mayores de cárcel. El “mal del vagabundeo” iba a
eliminarse rodeando y encarcelando a los vagos, que se
recluirían en talleres de vagabundos y obligados a
realizar trabajos forzados.
Para Woods, la guerra mundial era un acontecimiento
crucial. Había avanzado el proceso de

Davis, Spearheads for Reform, p. 226; Timberlake, Prohibition, p. 66;


115

Boyer, Urban Masses, p. 156.

126
“americanización”, un “gran proceso humanizador
mediante el cual todas las lealtades, todas las creencias
deben aunarse en un orden mejor”116. La guerra había
desatado maravillosamente las energías del pueblo
estadounidense. Sin embargo ahora era importante
mantener el impulso de la guerra en el mundo
postbélico. Alabando la sociedad colectivista de guerra
durante la primavera de 918, Robert Woods hacía la
pregunta crucial: “¿Por qué no debería ser siempre así?
¿Por qué no continuar en los años de paz, este
organismo cercano, enorme y sano de servicio, de
camaradería, de poder creativo constructivo?”117
V. Los colectivistas de New Republic
La revista New Republic, fundada en 1914 como
órgano intelectual principal del progresismo, era la viva
encarnación de la floreciente alianza entre los intereses
de las grandes empresas, en particular la casa Morgan y
la creciente legión de intelectuales colectivistas. El
fundador y director de New Republic fue Willard W.
Straight, socio de J.P. Morgan & Co., y su financiero fue
la esposa de Straight, la heredera Dorothy Whitney. El
editor principal del influyente nuevo semanario era el
colectivista y teórico veterano del nuevo nacionalismo
de Teddy Roosevelt, Herbert David Croly. Los dos
coeditores de Croly eran Walter Edward Weyl, otro
teórico del nuevo nacionalismo, y el joven y ambicioso
antiguo oficial de la Sociedad Socialista Intercolegial, el

116
Eleanor H. Woods, Robert A. Woods; Champion of
Democracy (Boston: Houghton Mifflin, 1929), p. 316. Ver también ibíd.,
pp. 201-202, 250 y ss., 268 y ss.
Davis, Spearheads for Reform, p. 227.
117

127
futuro experto Walter Lippmann. Cuando Woodrow
Wilson empezó a llevar a Estados Unidos a la Primera
Guerra Mundial, la New Republic, aunque
originalmente rooseveltiana, se convirtió en entusiasta
defensora de la guerra y en virtual portavoz del esfuerzo
de guerra de Wilson, la economía colectivistas de
tiempo de guerra y la nueva sociedad moldeada por la
guerra.
En los altos niveles de raciocinio, indiscutiblemente el
principal intelectual progresista, antes, durante y
después de la Primera Guerra Mundial, fue el defensor
del pragmatismo, el profesor John Dewey, de la
Universidad de Columbia. Dewey escribía
frecuentemente para la New Republic en este periodo y
fue claramente su principal teórico. Yanqui nacido en
1859, Dewey era, como decía Mencken, “del
indestructible linaje de Vermont y un hombre de la
máximo sobriedad soportable”. John Dewey era hijo de
un tendero de un pequeño pueblo de
Vermont118. Aunque fue un pragmático y un humanista
secular durante la mayor parte de su vida, no es muy
conocido que Dewey, en los años anteriores a 1900, fue
un pietista postmilenarista, buscando el desarrollo
gradual de un orden social cristianizado y del Reino de
Dios en la tierra mediante la expansión de la ciencia, la
comunidad y el Estado. Durante la década de 1890,
Dewey, como profesor de filosofía en la Universidad de
Michigan, expuso su visión del pietismo postmilenarista
en una serie de clases ante la Asociación Cristiana de

118
H.L. Mencken, "Professor Veblen", en A Mencken
Chrestomathy (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1949), p. 267.

128
Estudiantes. Dewey argumentaba que el crecimiento de
la ciencia moderna hacía entonces posible que el
hombre estableciera la idea bíblica del Reino de Dios
en la teirra. Una vez los humanos se vieran libres de las
restricciones del cristianismo ortodoxo, un Reino de
Dios verdaderamente religioso podría conseguirse en
“la Vida encarnada común, el propósito que anime a
todos los hombres y aunarlos en un todo armonioso de
simpatía”119.
Así que la religión actuaría junto a la ciencia y la
democracia, todo lo cual echaría abajo las barreras entre
hombres y establecería el Reino. Después de 1900, le
fue fácil a John Dewey, junto con la mayoría de los
demás intelectuales postmilenaristas de la época, a
trasladarse gradual pero decisivamente del estatismo
cristiano progresista postmilenarista a estatismo secular
progresista. El camino, la expansión del estatismo y el
“control social” y la planificación, seguían igual. Y
aunque el credo cristiano desaparecía del paisaje, los
intelectuales y activistas continuaron poseyendo el
mismo celo evangélico para la salvación del mundo que
sus padres y ellos mismos habían poseído una vez. El

119
Citado en un importante artículo de Jean B. Quandt, "Religion and
Social Thought: The Secularization of Postmillennialism", American
Quarterly 25 (Octubre de 1973): 404. Ver también John Blewett, S.J.,
"Democracy as Religion: Unity in Human Relations", en Blewett, ed., John
Dewey: His Thought and Influence (Nueva York: Fordham University
Press, 1960), pp. 33-58 y John Dewey: The Early Works, 1882-1989, eds.,
J. Boydstan et al., (Carbondale: Southern Illinois University Press, 1969–
71), vols. 2 y 3.

129
mundo se salvaría y debía salvarse aún mediante el
progresismo y el estatismo120.
Un pacifista en medio de la paz, John Dewey s preparó
para liderar el desfile para la guerra mientras Estados
Unidos se acercaba a la intervención armada en la
contienda europea. Primero, el enero de 1916 en
la New Republic, Dewey atacaba a la abierta condena
de la guerra “de los profesionales pacifistas” como una
“fantasía sentimental”, una confusión de medios y fines.
La fuerza, declaraba era sencillamente “un medio de
conseguir resultados” y por tanto no puede ser alabada
o condenada por sí misma. Luego, en abril, Dewey
firmo un manifiesto pro-aliados, no solo deseando una
victoria aliada, sino asimismo proclamando que los
aliados estaban “luchando por conservar las libertades
del mundo y los altos ideales de la civilización. Y
aunque Dewey apoyaba la entrada de EEUU en la
guerra para poder derrotar a Alemania, “un trabajo
duro, pero que ha de hacerse”, estaba mucho más
interesado en los maravillosos cambios que la guerra
traería sin duda en la política interior estadounidense.
En particular, la guerra ofrecía una oportunidad de oro
para conseguir un control social colectivista en interés
de la justicia social. Como decía una historiadora:
Como la guerra reclamaba un compromiso supremo
con el interés nacional y necesitaba un grado de
planificación pública y regulación económica sin

Sobre la secularización general del pietismo postmilenarista después de


120

1900, ver Quandt, "Religion and Social Thought", pp. 390-409 y James H.
Moorhead, "The Erosion of Postmillennialism in American Religious
Thought, 1865-1925", Church History 53 (Marzo de 1984): 61-77.

130
precedentes debido a ese interés, Dewey veía la
perspectiva de una socialización permanente, un
reemplazo permanente del interés privado y posesivo
por el interés público y social, tanto dentro como entre
las naciones121.
En una entrevista en el New York World unos pocos
meses después de la entrada de EEUU en la guerra,
Dewey decía exultante que “esta guerra es posible que
se el principio del fin de las empresas”. Pues por las
necesidades de la guerra “estamos empezando a
producir para usar, no para vender y el capitalista no es
un capitalista [ante] la guerra”. Las condiciones
capitalistas de producción y venta están ahora bajo
control público y “no hay razón para creer que se
recupere nunca el viejo principio (…) La propiedad
privada ya ha perdido su santidad (…) la democracia
industrial está en camino”122.

Carol S. Gruber, Mars and Minerva: World War I and the Uses of the
121

Higher Learning in America (Baton Rouge: Louisiana State University


Press, 1975), p. 92.
Citado en Gruber, Mars and Minerva, pp. 92-39. Ver también William
122

E. Leuchtenburg, "The New Deal and the Analogue of War", en J.


Braeman, R. Bremner y E. Walters, eds., Change and Continuity in
Twentieth-Century America (Nueva York: Harper & Row, l966), p. 89.
Por razones similares, Thorstein Veblen, profeta de la supuesta dicotomía
de la producción para el lucro frente a la producción para el uso, defendía
la guerra y empezaba a inclinarse abiertamente por el socialismo en un
artículo en New Republic en 1918, posteriormente reimpreso en su The
Vested Interests and the State of the Industrial Arts (1919). Ver Charles
Hirschfeld, "Nationalist Progressivism and World War I", Mid-
America 45 (Julio de 1963), p. 150. Ver también David
Riesman, Thorstein Veblen: A Critical Interpretation (Nueva York:
Charles Scribner's Sons, 1960), pp. 30-31.

131
En resumen, la inteligencia se usaba por fin para
ocuparse de problemas sociales y esta práctica está
destruyendo el viejo orden y creando un nuevo orden
social de “control democrático integrado”. La mano de
obra está adquiriendo más poder, la ciencia por fin se
moviliza socialmente y los controles públicos masivos
están socializando la industria. Esta evolución,
proclamaba Dewey, era precisamente por lo que
estábamos luchando123.
Además, John Dewey veía grandes posibilidades
abiertas por la guerra para la llegada del colectivismo
mundial. Para Dewey, la entrada de Estados Unidos en
la guerra creaba una “conexión plástica” en el mundo,
un mundo marcado por una “organización mundial y
los inicios de un control público que cruza fronteras e
intereses nacionales” y que también “prohibiría la
guerra”124.
Los editores de New Republic adoptaron una postura
similar a la de Dewey, excepto en que llegaron incluso
antes a ella. En su editorial en el primer número de la
revista en noviembre de 1914, Herbert Croly
profetizaba jovialmente que la guerra estimularía el
espíritu del nacionalismo estadounidense y por tanto lo
acercaría a la democracia. Al principio reticente acerca
de las economías colectivistas de guerra en Europa,
la New Republic pronto empezó a alabarlas y a pedir
que Estados Unidos siguiera el ejemplo de las naciones

123
Hirschfeld, "Nationalist Progressivism", p. 150.
124
Gruber, Mars and Minerva, p. 92.

132
europeas en guerra y socializara su economía y
expandiera los poderes del Estado.
Mientras Estados Unidos se preparaba para entrar en
guerra, New Republic, examinando el colectivismo
bélico en Europa, se regocijaba en que “en su lado
administrativo, el socialismo ha conseguido una victoria
soberbia y convincente”. Es verdad que el colectivismo
bélico europeo era un poco adusto y autocrático, pero
no temamos, Estados Unidos podía usar los mismos
medios para objetivos “democráticos”.
Los intelectuales de la New Republic también estaban
encantados con el “espíritu bélico” en Estados Unidos,
pues ese espíritu significaba “la sustitución por las
fuerzas nacionales y sociales y orgánicas de las fuerzas
privadas más o menos mecánicas que operan en la paz”.
Los propósitos de la guerra y de la reforma social
podían ser un poco diferentes, pero, después de todo,
“ambos son propósitos y por suerte para la humanidad,
una organización social que sea eficaz es tan útil para
una como para la otra”125. Menuda suerte.
Mientras Estados Unidos se preparaba para entrar en la
guerra, la New Republic buscaba ansiosamente la
inminente colectivización, segura de que traería
“inmensas ganancias en eficiencia y felicidad nacional”.
Después de que se declarara la guerra, la revista

Hirschfeld, "Nationalist Progressivism", p. 142. Resulta curioso que para


125

los intelectuales de New Republic, los individuos privados realmente


existentes son desdeñados como “mecánicos”, mientras que entidades
inexistentes como las fuerzas “nacionales y sociales” eran alabadas como
“orgánicas”.

133
reclamaba que la guerra se usara como “una
herramienta agresiva de democracia”.
“¿Por qué no debería servir la guerra”, se preguntaba la
revista, “como pretexto a utilizar para imponer
innovaciones en el país?” De esta manera, los
intelectuales progresistas podían liderar el camino hacia
la abolición de “los males típicos del creciente
capitalismo competitivo e inculto”.
Convencido de que Estados Unidos alcanzaría el
socialismo mediante la guerra, Walter Lippmann, en un
discurso público poco después de la entrada
estadounidense, proclamaba su visión apocalíptica del
futuro:
Los que hemos ido a la guerra para garantizar la
democracia en el mundo hemos expresado una
aspiración aquí que no acabará con la eliminación de la
autocracia prusiana. Nos dirigiremos con nuevos
intereses contra nuestras propias tiranías: contra
nuestras minas de Colorado, nuestras autocráticas
industrias del acero, talleres y barrios degradados. Hay
una fuerza desatada en Estados Unidos. Sabremos
cómo usarla126.

126
citado en Hirschfeld, "Nationalist Progressivism", p. 147. Una minoría
de socialistas a favor de la guerra se separó del Partido Socialista
antibelicista para formar la Liga Social Democrática y unirse a un frente
pro-bélico organizado y financiado por la administración Wilson, la
American Alliance for Labor and Democracy. Los socialistas pro-bélicos
daban la bienvenida a la guerra por proporcionar “un brillante progreso
en el colectivismo” y opinaban que después de la guerra, el socialismo de
estado existente evolucionaría hacia el “colectivismo democrático”. Los

134
De hecho, Walter Lippmann había sido el principal
halcón entre los intelectuales de la New Republic.
Había empujado a Croly a respaldar a Wilson y apoyar
la intervención y luego había colaborado con el coronel
House para empujar a Wilson a entrar en guerra.
Pronto Lippmann, un entusiasta del reclutamiento
obligatorio, tuvo que afrontar el hecho de que él mismo,
con solo 27 años y buena salud, estaba a punto de poder
ser reclutado. Sin embargo, de alguna manera,
Lippmann no consiguió unificar teoría y praxis.
El joven Felix Frankfurter, profesor progresista de
derecho en Harvard y cercano al personal editorial
de New Republic, acababa de ser seleccionado como
ayudante especial del Secretario de Guerra, Baker.
Lippmann sentía de alguna manera que sus propios
servicios inestimables podría usarse mejor planificando
el mundo postbélico que batallando en las trincheras.
Así que escribió a Frankfurter pidiendo un trabajo en la
oficina de Baker. “Lo que quiero hacer”, solicitaba, “es
dedicar todo mi tiempo a estudiar y especular sobre las
aproximaciones a la paz y la reacción desde la paz.
¿Crees que puedes conseguirme una dispensa con esta

socialistas pro-bélicos incluían a John Spargo, Algie Simons, W.J. Ghent,


Robert R. LaMonte, Charles Edward Russell, J.G. Phelps Stokes, Upton
Sinclair y William English Walling. Walling sucumbió tanto a la fiebre
bélica que denunció al Partido Socialista como una herramienta
consciente del Káiser y defendía la supresión de la libertad de expresión
para pacifistas y socialistas anti-bélicos. Ver Hirschfeld, "Nationalist
Progressivism", p. 143. Sobre Walling, ver James Gilbert, Designing the
Industrial State: The Intellectual Pursuit of Collectivism in America, 1880-
1940 (Chicago: Quadrangle Books, 1972), pp. 232-233. Sobre
la American Alliance for Labor and Democracy y su papel en el esfuerzo
de guerra, see Ronald Radosh, American Labor and United States Foreign
Policy (Nueva York: Random House, l969), pp. 58-71.

135
presuntuosa base?” Luego se apresuraba a reafirmar a
Frankfurter que no había nada “personal” en esta
solicitud. Después de todo, explicaba “las cosas que hay
que pensar son tan grandes que no debe haber ningún
elemento personal mezclado en esto”. Una vez
Frankfurter abrió el camino, Lippmann escribió al
secretario Baker. Aseguró a Baker que solo estaba
pidiendo un trabajo y una dispensa del reclutamiento
por súplicas de otros y por rígida sumisión al interés
nacional. Como decía Lippmann en una notable
demostración de palabrería:
He consultado a toda la gente cuyo consejo aprecio y
me piden que solicite la dispensa. Bien puedes
entender que no es algo agradable de hacer y aun así,
después de buscar en mi alma tan ingenuamente como
sé, estoy convencido de que puedo servir mucho más
eficazmente que como recluta en los nuevos ejércitos.
Sin duda.
Como guinda, Lippmann añadía una importante pizca
de “desinformación”. Pues, como escribió
lastimeramente a Baker, el hecho es “que mi padre está
muriendo y mi madre está absolutamente sola en el
mundo. No conoce el estado de mi padre y no puedo
decírselo a nadie por miedo a que se sepa”.
Aparentemente nadie más “sabía” tampoco la situación
de su padre, incluyendo a su padre y a la profesión

136
médica, pues el anciano Lippmann se las arregló para
sobrevivir los siguientes diez años127.
Una vez asegurada su dispensa del reclutamiento,
Walter Lippmann salió volando muy excitado a
Washington, para ayudar a dirigir la guerra y, pocos
meses después, a ayudar a dirigir el cónclave secreto del
coronel House con historiadores y sociólogos
establecido para planear la forma del futuro tratado de
paz y el mundo de posguerra. Que otros lucharan y
murieran en las trincheras; Walter Lippmann tenía la
satisfacción de saber que su talento, al menos, se usaba
para su mejor uso por el recién emergente Estado
colectivista.
A medida que avanzaba la guerra, Croly y los demás
editores, habiendo perdido a Lippmann para el gran
mundo futuro, alababan toda nueva evolución de la
economía de guerra masivamente controlada. La
nacionalización de ferrocarriles y navegación, el sistema
de prioridades y asignación, el dominio total de todas
las partes del sector alimentario lograda por Herbert
Hoover y al Administración Alimentaria, la política a
favor de los sindicatos, los altos impuestos y el
reclutamiento obligatorio fueron todos alabados por
la New Republic como una expansión del poder de la
democracia para planificar para el bien general. Al dar

De hecho, Jacob Lippmann iba a contraer cáncer en 1925 y morir dos


127

años después. Además, Lippmann, antes y después de la muerte de Jacob,


se mostró completamente indiferente respecto de su padre. Ronald
Steel, Walter Lippman and the American Century (Nueva York: Random
House, l981), p. 5, pp. 116-117. Sobre el entusiasmo de Walter Lippmann
por el reclutamiento, al menos para otros, ver Beaver, Newton Baker, pp.
26-27.

137
paso el armisticio al mundo de posguerra, la New
Republic miraba atrás a lo que había hecho en la guerra
y lo encontró bueno: “Revolucionamos nuestra
sociedad”. Todo lo que quedaba era organizar una
nueva convención constitucional para completar el
trabajo de reconstruir Estados Unidos128.
Pero la revolución no se había terminado
completamente. A pesar de las objeciones de Bernard
Baruch y otros planificadores de tiempo de guerra, el
gobierno decidió no hacer permanente la mayoría de la
maquinaria colectivista bélica. A partir de entonces, la
mayor ambición de Baruch y los demás fue hacer del
sistema de la Primera Guerra Mundial una institución
permanente en la vida estadounidense. El epitafio más
agudo de la política de la Primera Guerra Mundial lo
realizó Rexford Guy Tugwell, el más abiertamente
colectivista del grupo de cerebros del New Deal de
Franklin Roosevelt. Recordando el “socialismo de
guerra de Estados Unidos” en 1927, Tugwell lamentaba
que si la guerra hubiera durado más, el gran

128
Hirschfeld, "Nationalist Progressivism", pp. 148-150. Sobre la New
Republic y la Guerra, y particularmente sobre John Dewey, ver también
Christopher Lasch, The New Radicalism in America, 1889-1963: The
Intellectual as a Social Type (Nueva York: Vintage Books, 1965), pp. 181-
224, especialmente pp. 202-204. Sobre los tres editores de New Republic,
ver Charles Forcey, The Crossroads of Liberalism: Croly, Weyl,
Lippmann and the Progressive Era, 1900-1925 (Nueva York: Oxford
University Press, 1961). Ver también David W. Noble, "The New
Republic and the Idea of Progress, 1914-1920", Mississippi Valley
Historical Review, 38 (Diciembre de1951): 387-402. En un ibro
titulado The End of the War (1918), el editor de la New
Republic , Walter Weyl aseguraba a sus lectores que “la nueva solidaridad
económica, una vez conseguida, no puede desaparecer nunca”. Citado en
Leuchtenburg. "New Deal", p. 90.

138
“experimento” podía haberse completado: “Estuvimos
a punto de tener una máquina industrial internacional
cuando estalló la paz”, se lamentaba Tugwell. “Solo el
armisticio impidió un gran experimento en el control de
la producción, el control de los precios y el control del
consumo”129. Tugwell no tenía de qué preocuparse:
pronto habría otras emergencias, otras guerras.
Al acabar la guerra, Lippmann iba a convertirse en el
principal experto periodístico de Estados Unidos.
Croly, tras romper con la Administración Wilson sobre
la dureza del Tratado de Versalles, fue destituido al
descubrir que la New Republic ya no era portavoz de
algún gran líder político. Al final de la década de 1920
iba a descubrir un líder colectivista nacional ejemplar en
el extranjero en Benito Mussolini.56 El que Croly
acabara sus días como admirador de Mussolini no es
ninguna sorpresa cuando sabemos que desde su
infancia se había empapado de doctrinas autoritarias
socialistas del positivismo de Auguste Comte por parte
de un padre sobreprotector. Estas opiniones iban a
marcar a Croly a lo largo de su vida. Así, el padre de
Herbert, David, fundador del positivismo en Estados
Unidos, defendió el establecimiento de enormes
poderes del gobierno sobre la vida de todos. David
Croly defendía en crecimiento de trusts y monopolios
como medios tanto para ese fin como para eliminar los
males de la competencia individual y el “egoísmo”.
Como su hijo, David Croly fue contra el “miedo al
gobierno” jeffersoniano en Estados Unidos y veía a
129
Rexford Guy Tugwell, "America's War-Time Socialism" The
Nation (1927), pp. 364-365. Citado en Leuchtenburg, "The New Deal",
pp. 90-91.

139
Hamilton como un ejemplo para contrarrestar esa
tendencia130.
¿Y qué pasó con el profesor Dewey, el decano de los
intelectuales pacifistas convertido en tambores de
guerra? En un periodo poco conocido de su vida, John
Dewey dedicó los años inmediatos de la posguerra,
1919.21, a enseñar en la Universidad de Pekín y viajar
a Extremo Oriente. China estaba entonces en un
periodo turbulento sobre las cláusulas del Tratado de
Versalles que transferían los derechos de dominio en
Shantung de Alemania a Japón. Se había prometido
esta recompensa al Japón por parte de británicos y
franceses en tratados secretos a cambio de entrar en
guerra contra Alemania.

130
En enero de 1927, Croly escribía un editorial en la New Republic, “An
Apology for Fascism”, apoyando un artículo que lo acompañaba, “Fascism
for the Italians”, escrito por el distinguido filósofo Horace M. Kallen, un
discípulo de John Dewey y exponente del pragmatismo progresista. Kallen
alababa a Mussolini por su postura pragmática y en particular por el élan
vital que Mussolini había infundido en la vida italiana. Es verdad, concedía
el profesor Kallen, que el fascismo es coercitivo, pero sin duda esto es algo
temporal. Advirtiendo el excelente desempeño del fascismo en economía,
educación y reformas administrativas, Kallen añadía que “a este respecto,
la revolución fascista no se parece a la revolución comunista. Ambas son
la aplicación por la fuerza (…) de una ideología a una condición. Cada una
debería tener la oportunidad más libre una vez empezada”. El editorial de
la New Republic que lo acompañaba apoyaba la tesis de Kallen y añadía
que “las críticas extranjeras deberían cuidarse de prohibir un experimento
político que apareció en toda una nación y aumentó la energía moral y
dignificó sus actividades al subordinarlas a un propósito común
profundamente sentido”. New Republic 49 (12 de enero de 1927), pp.
207-213. Citado en John Patrick Diggins, "Mussolini's Italy: The View from
America", tesis doctoral, University of Southern California, 1964, pp. 214-
217.

140
La Administración Wilson estaba dividida en dos
bandos. Por un lado estaban los que querían atenerse a
la decisión de los aliados y que pensaban usar a Japón
como maza contra la Rusia bolchevique en Asia. En el
otro estaban quienes ya habían empezado a hacer sonar
las alarmas acerca de la amenaza japonesa que estaban
comprometidos con China, a menudo debido a
conexiones con los misioneros protestantes
estadounidenses que querían defender y expandir sus
poderes extraterritoriales de gobierno en China. La
Administración Wilson, que había adoptado
originalmente una postura pro-china, cambió en la
primavera de 1919 y apoyó las disposiciones de
Versalles.
En esta situación compleja, John Dewey saltó, ni viendo
ninguna complejidad y por supuesto considerando
impensable que ni él ni Estados Unidos se quedaran
fuera toda la refriega. Dewey saltó en apoyo total de las
postura nacionalista china, alabando al movimiento de
la Joven China e incluso apoyando a la pro-misionera
YMCA en China como “trabajadores sociales”. Dewey
tronaba que aunque “no espero ser un chauvinista”,
debería culparse a Japón y que Japón era la gran
amenaza en Asia. Así que apenas Dewey había dejado
de ser un defensor de una terrible guerra mundial,
empezaba a abrir el camino hacia una aún mayor131.

Nacido en Irlanda, David Croly se convirtió en un importante periodista


131

en la ciudad de Nueva York y llegó a ser editor del New York World.
Croly organizó el primer Círculo Positivista en Estados Unidos y financió
una gira de discursos en Estados Unidos al comteano Henry Edgar. El
Círculo Positivista se reunía en casa de Croly y en 1871, David Croly
escribió A Positivist Primer. Cuando nació Herbert en 1869, fue

141
VI. La economía al servicio del estado: El
empirismo de Richard T. Ely
La Primera Guerra Mundial fue la apoteosis de la
creciente idea de los intelectuales como servidores del
Estado y participantes menores en el gobierno del
Estado. En la nueva fusión de intelectuales y Estado,
cada uno fue ayudante poderoso del otro. Los
intelectuales podían servir al Estado alabando sus
hechos y proporcionado justificación para los mismos.
También hacían falta intelectuales para ocupar cargos
importantes como planificadores y controladores de la
sociedad y la economía. El Estado podía asimismo
servir a los intelectuales restringiendo su entrada en las
diversas ocupaciones y profesiones y aumentando así su
renta y prestigio. Durante la Primera Guerra Mundial,
los historiadores fueron particularmente importantes
para proporcionar al gobierno propaganda de guerra,
convenciendo a la gente de la maldad propia de los
alemanes a lo largo de la historia y de los satánicos
planes del Káiser. Los economistas, particularmente los
economistas y estadísticos empíricos, fueron de gran
importancia en la planificación y control de la economía
de la nación en tiempo de guerra. Los historiadores que
desempeñaron papeles importantes en la propaganda
bélica has sido estudiados con bastante extensión; los
economistas y estadísticos, desempeñando un papel

consagrado por su padre a la Diosa de la Humanidad, el símbolo de la


Religión de la Humanidad de Comte. Ver la ilustradora biografía reciente
de Herbert por David W. Levy, Herbert Croly of the New
Republic (Princeton: Princeton University Press; 1985).

142
menos obvio y supuestamente “libre de valores”, han
recibido mucha menos atención132.
Aunque es una generalización obsoleta decir que los
economistas del siglo XIX eran defensores
incondicionales del laissez faire, sigue siendo cierto que
la teoría económica deductiva resulto ser un poderoso
baluarte contra la intervención pública. Pues
básicamente la teoría económica mostraba la armonía y
el orden propios del libre mercado, así como las
contraproducentes distorsiones y trabas económicas
impuestas por la intervención del estado. Para que el
estatismo dominara la profesión económica, era por
tanto importante desacreditar la teoría deductiva. Una
de las formas más importantes de hacerlo era avanzar la
idea de que, para sr “genuinamente científica”, la
economía tenía que rehuir la generalización y las leyes
deductivas y dedicarse sencillamente a la investigación
empírica de los hechos de la historia y las instituciones
históricas, esperando que de alguna manera acaben
apareciendo leyes de estas investigaciones detalladas.
Así, la escuela histórica alemana, que consiguió el
control de la disciplina económica en Alemania,
proclamaba ferozmente no solo su devoción por el
estatismo, sino asimismo su oposición a las leyes
deductivas “abstractas” de la economía política. Fue el
primer grupo importante dentro de la profesión
económica en defender lo que posteriormente llamaría
Ludwig von Mises la “anti-economía”. Gustav
Schmoller, el líder de la escuela histórica, declaraba

Ver Jerry Israel, Progressivism and the Open Door: America and China,
132

1905-1921 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1971).

143
orgullosamente que su tarea principal y la de sus colegas
en la Universidad de Berlín era formar a “los
guardaespaldas intelectuales de la Dinastía
Hohenzollern”.
Durante las décadas de 1880 y 1890, los jóvenes
graduados brillantes en historia y ciencias sociales iban
a Alemania, el hogar del doctorado, para conseguir los
suyos. Casi todos volvieron a Estados Unidos a enseñar
en universidades y las recién creadas escuelas de grado,
imbuidos con la excitación de las “nuevas” economía y
ciencia política. Era una “nueva” ciencia social que
alababa el desarrollo alemán y bismarckiano de un
poderoso Estado de bienestar y guerra, un Estado
aparentemente por encima de todas las clases sociales,
que reunía a la nación en todo integrado y
supuestamente armónico. La nueva sociedad y política
iba a estar dirigida por un gobierno central poderoso,
cartelizando, dictando, resolviendo y controlando,
eliminado así el capitalismo competitivo del laissez faire
por un lado y la amenaza del socialismo proletario por
otro. A la cabeza o cerca de ella de la nueva distribución
iba a estar la nueva raza de intelectuales, tecnócratas y
planificadores, dirigiendo, ocupando cargo, haciendo
propaganda y promoviendo “sin egoísmo” el bien
común mientras gobernaban y se enseñoreaban del
resto de la sociedad. En resumen, haciéndolo bien al
hacer el bien. Para la nueva raza de intelectuales
progresistas y estatistas en Estados Unidos, esto era
realmente una visión embriagadora.
Richard T. Ely, prácticamente el fundador de esta
nueva raza, fue el principal economista progresista y

144
también el maestro de la mayoría de los demás. Como
ardiente pietista postmilenarista, Ely estaba convencido
de que estaba sirviendo también a Dios y a Cristo.
Como muchos pietistas, Ely había nacido (en 1854) en
una rama sólida yanqui y puritana antigua, en medio de
fanático Burned-Over District del oeste del estado de
Nueva York. El padre de Ely, Ezra, era un sabatario
extremo, impidiendo a su familia jugar o leer libros el
domingo y un prohibicionista tan fanático que, incluso
siendo un granjero empobrecido y marginal, rechazaba
cultivar cebada, un cultivo muy apropiado para sus
tierras, porque podría utilizarse para hacer ese
monstruosamente pecaminoso producto, la
133
cerveza . Graduado en el Columbia College en 1876,
Ely fue a Alemania y recibió su doctorado en
Heidelberg en 1879. En varias décadas enseñando en
Johns Hopkins y luego en Wisconsin, el enérgico y
creador de imperios Ely se convirtió en enormemente
influyente en el pensamiento y la política
estadounidenses. En Johns Hopkins creó una galería de
alumnos y discípulos estatistas influyentes en todos los
campos de las ciencias sociales, así como en economía.

133
Para un retrato refrescantemente ácido de las acciones de los
historiadores en la Primera Guerra Mundial, ver C. Hartley Grattan, "The
Historians Cut Loose", American Mercury, Agosto de 1927, reimpreso en
Haw Elmer Barnes, In Quest of Truth and Justice, 2ª ed. (Colorado
Springs: Ralph Myles Publisher, 1972), pp. 142-164. Un relato más
extensor es George T. Blakey, Historians on the Homefront: American
Propagandists for the Great War (Lexington: University Press of
Kentucky, 1970). Gruber, Mars and Minerva, se ocupa de la universidad
y la sociología, pero se concentra en los historiadores. James R. Mock y
Cedric Larson, Words that Won the War (Princeton University Press,
1939), presenta la historia del “Comité Creel”, el Comité de Información
Pública, el ministerio de propaganda oficial durante la guerra.

145
Estos discípulos estaban encabezados por el economista
institucionalista pro-sindicatos, John R. Commons, e
incluían a los sociólogos del control social, Edward
Alsworth Ross y Albion W. Small; John H. Finlay,
Presidente del City College de Nueva York; el Dr.
Albert Shaw, editor de la Review of Reviews e
influyente consejero y teórico de Theodore Roosevelt;
el reformista municipal Frederick C. Howe y los
historiadores Frederick Jackson Turner y J. Franklin
Jameson. Newton D. Baker fue formado por Ely en
Hopkins y Woodrow Wilson fue asimismo alumno
suyo allí, aunque no hay evidencia directa de influencia
intelectual.
A mediados de la década de 1880, Richard Ely fundó
la American Economic Association en un intento
consciente de comprometer a la profesión económica
con el estatismo frente a los viejos economistas del
laissez faire agrupados en el Political Economy Club.
Ely continuó como secretario-tesorero de la AEA
durante siete años, hasta que sus aliados reformistas
decidieron debilitar el compromiso de la asociación con
el estatismo para inducir a los economistas del laissez
faire a unirse a la organización. En ese momento, Ely,
encolerizado, abandonó la AEA.
En Wisconsin en 1892, Ely formó una nueva Escuela
de Economía, Ciencia Política e Historia, rodeándose
de antiguos alumnos y dio a luz la Idea de Wisconsin,
que, con la ayuda de John Commons, consiguió
aprobar una serie de medidas progresistas de regulación
pública en Wisconsin. Ely y los demás formaron un
grupo de asesores no oficial pero poderoso para el

146
régimen progresista del gobernador de Wisconsin,
Robert M. La Follette, que empezó en la política de este
estado como defensor de la ley seca. Aunque nunca fue
alumno en las clases de Ely, La Follette siempre se
refería a este como su maestro y el creador de la Idea
de Wisconsin. Y Theodore Roosevelt declaró una vez
que Ely “me introdujo por primera vez en el
radicalismo en economía y luego me hizo sensato en mi
radicalismo”134.
Ely fue también uno de los más conocidos intelectuales
postmilenaristas de la época. Creía fervientemente que
el Estado es la herramienta escogida por Dios para
reformar y cristianizar el orden social hasta que llegara
Jesús y pusiera fin a la historia. El Estado, declaraba Ely,
“es religiosos en su esencia” y, además, “Dios trabaja a
través del Estado en llevar a cabo Sus propósitos más
universalmente que a través de ninguna otra
institución”. La tarea de la iglesia es guiar al Estado y
utilizarlo en estas reformas necesarias135.
Como activista y organizador inveterado, Ely fue
importante en el movimiento Chautauqua evangélico y
allí fundó la es cuela de verano “Sociología Cristiana”,
que infundió a la influyente operación Chautauqua los
conceptos y el personal del movimiento del Evangelio
Social. Ely era amigo y socio cercano de los líderes del
Evangelio Social, reverendos Washington Gladden,

Ver la útil biografía de Ely, Benjamin G. Rader, The Academic Mind


134

and Reform: The Influence of Richard T. Ely in American


Life (Lexington: University Press of Kentucky, 1966).
Sidney Fine, Laissez Faire and the General-Welfare State: A Study of
135

Conflict in American Thought 1865-1901 (Ann Arbor: Univenity of


Michigan Press, 1956), pp.239-240.

147
Walter Rauschenbusch y Josiah Strong. Con Strong and
Commons, Ely organizó el Instituto de Sociología
Cristiana136. Ely también fundó y se convirtió en
secretario de la Unión Social Cristiana de la Iglesia
Episcopaliana, junto con el socialista cristiano, W.D.P.
Bliss. Todas estas actividades estaban influidas por el
estatismo postmilenarista. Así que el Instituto de
Sociología Cristiana pretendía presentar el “reino [de
Dios] como el ideal completo de sociedad humana a
conseguir en la tierra”. Además,
Ely veía el estado como la mayor fuerza redentora de la
sociedad. A los ojos de Ely, el gobierno era el
instrumento dado por Dios a través de que teníamos
que trabajar. Su preminencia como instrumento divino
se basaba en la abolición tras la Reforma de la división
entre lo sagrado y lo secular y en el poder del Estado
para implantar soluciones éticas a problemas públicos.
La misma identificación de lo sagrado y lo secular que
tuvo lugar entre el clero liberal permitía a Ely al tiempo
divinizar el estado y socializar el cristianismo: pensaba
en el gobierno como principal instrumento de
redención de Dios137.

Fine, Laissez Faire, pp. 180-181.


136

Quandt, "Religion and Social Thought", pp. 402-403. Ely no esperaba


137

que el Reino del milenio estuviera lejos. Creía que era tarea de las
universidades y las ciencias sociales “enseñar las complejidades del deber
cristiano de hermandad” para llegar a la Nueva Jerusalén “que estamos
todos esperando ansiosamente”. La misión de la iglesia era atacar toda
institución malévola, “hasta que la tierra se convierta en una nueva tierra y
todas sus ciudades en ciudades de Dios”.

148
Cuando llegó la guerra, Richard Ely estuvo por alguna
razón (tal vez porque estaba en sus sesenta) fuera del
ajetreo del trabajo bélico y la planificación económica
en Washington. Se lamentaba amargamente de que “no
he tenido una parte más activa de la que pude tener en
esta mayor guerra de la historia del mundo”138. Pero Ely,
compensó esta falta lo mejor que pudo: prácticamente
desde el inicio de la Guerra Europea, animó al
militarismo, la guerra, la “disciplina” del reclutamiento
y la supresión de la disidencia y la “deslealtad” en el
interior. Militarista toda su vida, Ely intentó ser
voluntario en la Guerra Hispano-Estadounidense, pidió
la represión de la insurrección filipina y fue
particularmente partidario del reclutamiento y el trabajo
forzoso para “holgazanes” durante la Primera Guerra
Mundial. En 1915 Ely estaba haciendo campaña para
un servicio militar obligatorio inmediato y al año
siguiente se unió a la fervientemente pro-belicista y muy
influida por las grandes empresas Liga de la Seguridad
Nacional, donde pidió la liberación de la “autocracia”
para el pueblo alemán139.
Al defender el reclutamiento, Ely era cuidadosamente
capaz de combinar argumentos morales, económicos y
prohibicionistas para este: “El efecto moral de sacar a
los jóvenes de las esquinas de las calles y fuera de las
tabernas y ejercitarlos es excelente y los efectos

Gruber, Mars and Minerva, p. 114.


138

Ver Rader, Academic Mind, pp. 181-191. Sobre las filiaciones a grandes
139

empresas de líderes de la Liga de la seguridad Nacional, especialmente


J.P. Morgan y otros en el ámbito de Morgan, ver C. Hartley Grattan, Why
We Fought (Nueva York: Vanguard Press, 1929) pp. 117-118 y Robert D.
Ward, "The Origin and Activities of the National Security League, 1914-
1919", Mississippi Valley Historical Review, 47 (Junio de 1960): 51-65.

149
económicos son igualmente beneficiosos”.140 De hecho,
para Ely, el reclutamiento servía casi como una panacea
para todos los males. Era tan entusiasta acerca de la
experiencia de la Primera Guerra Mundial que volvió a
prescribir su curalotodo favorito para aliviar la
depresión de 1929. Propuso un “ejército industrial”
permanente en tiempo de paz dedicado a obras
públicas y compuesto por reclutas jóvenes para realizar
trabajos físicos vigorosos. Este reclutamiento insuflaría
en la juventud estadounidense los esenciales “ideales
militares de dureza y disciplina”, una disciplina en un
tiempo proporcionada en el campo pero indisponible
para la mayoría del populacho que ahora crecía en las
amaneradas ciudades. Este ejército reclutado, pequeño
y dispuesto podría así absorber rápidamente a los
desempleados durante las depresiones. Bajo el mando
de “unos generales económicos”, el ejército industrial
“iría al trabajo con relativa calma con todo el vigor y
recursos de mente y músculo que empleamos en la
Guerra Mundial”141.

140
La Cámara de Comercio de Estados Unidos explicaba los beneficios
económicos a largo plazo del reclutamiento de que para la juventud
estadounidense sustituiría “con un periodo de útil disciplina a un periodo
de desmoralizante libertad sin límites”. John Patrick Finnegan, Against the
Specter of Dragon: The Campaign for American Military Preparedness,
1914-1917 (Westport, Conn.: Greenwood Press, 1974), p. 110. Sobre el
amplio y entusiasta apoyo dado al reclutamiento por la Cámara de
Comercio, ver Chase C. Mooney y Martha E. Layman, "Some Phases of
the Compulsory Military Training Movement, 1914-1920", Mississippi
Historical Review 38 (Marzo de 1952): 640.
141
Richard T. Ely, Hard Times: The Way in and the Way Out (1931),
citado en Joseph Dorfman, The Economic Mind in American
Civilization (Nueva York: Viking, 1949). vol. 5, p. 671, y en Leuchtenburg,
"The New Deal", p. 94.

150
Privado de un puesto en Washington, Ely hizo de la
eliminación de la “deslealtad” en el interior su principal
contribución al esfuerzo bélico. Pidió la suspensión
total de la libertad económica mientras durara.
Cualquier profesor, declaraba, que expresara
“opiniones que nos perjudiquen en este terrible
conflicto”, debería ser “despedido”, si no “fusilado”. El
centro concreto de la formidable energía de Ely fue una
feroz campaña para tratar de que su viejo aliado en la
política de Wisconsin, Robert M. La Follette, fuera
expulsado del Senado de EEUU por continuar
oponiéndose a la participación de Estados Unidos en la
guerra. Ely declaró que sus “sangre hervía” ante la
“traición” y los ataques de La Follette a los beneficios
económicos obtenidos por la guerra. Entrando él
mismo en batalla, Ely fundó y se convirtió en presidente
de la delegación de Madison de la Legión de la Lealtad
de Wisconsin y montó una campaña para expulsar a La
Follette142. La campaña pretendía movilizar a la facultad
de Wisconsin y apoyar las actividades ultrapatrióticas y
de ultrahalcones de Thodore Roosevelt. Ely escribió a
TR que “debemos aplastar el lafollettismo. En su
incansable campaña contra el senador de Wisconsin,
Ely tronaba que La Follette “ha sido de más ayuda al
Káiser que un cuarto de millón de
143
tropas” . “Empirismo” rampante.

Ely creó un juramento super-patriótico para la delegación de Madison


142

de la Legión de la Lealtad, prometiendo sus miembros “eliminar la


deslealtad”. El juramento también expresaba un apoyo incondicional a la
Ley de Espionaje y a “trabajar contra el lafollettismo en todas sus formas
antibelicistas”. Rader, Academic Mind, pp. 183 y ss.
Gruber, Mars and Minerva, p. 207.
143

151
La facultad de la Universidad de Wisonsin estaba
plagada de acusaciones en todo el estado y el país de
que su fracaso en la denuncia de La Follette era una
prueba de que la universidad (desde hacía mucho afín
a las políticas estatales de La Follette) apoyaba sus
políticas desleales antibelicistas. Azuzada por Ely,
Commons y otros, el Comité de Guerra de la
universidad escribió y distribuyó una petición, firmada
por el presidente de la universidad, todos los decanos y
un 90% de la facultad que resulta ser uno de los
ejemplos más sorprendentes de capitulación académica
ante el aparto del Estado en la historia de Estados
Unidos. Usando no demasiado sutilmente la expresión
constitucional de la traición, la petición protestaba
“contra esas declaraciones y acciones del senador La
Follette que han dado ayuda y comodidad a Alemania
y sus aliados en la guerra actual; deploramos su
defectuosa lealtad en apoyar al gobierno en el
seguimiento de la guerra”144.
Al fondo, Ely hacía todo lo posible para movilizar a los
historiadores estadounidenses contra La Follette, para
demostrar que había dado ayuda y comodidad al
enemigo. Ely fue capaz de conseguir los servicios del
Consejo nacional del Servicio Histórico, la agencia de
propaganda establecida por historiadores profesionales
durante la guerra, y de la propia arma de propaganda
del gobierno, el Comité de Información Pública.
Advirtiendo que el esfuerzo debía permanecer en
secreto, Ely movilizó a los historiadores bajo la tutela de
estas organizaciones para investigar periódicos y revistas

144
Ibíd.

152
alemanes y austriacos para tratar de construir una
historia de la supuesta influencia de La Follette,
“indicando el estímulo que ha dado a Alemania”. El
historiador E. Merton Coulter reveló el espíritu del
objetivo que animaba estas investigaciones: “Entiendo
que va a ser un relato neutral e ingenuo de la acción del
senador [La Follette] y su efecto, pero todos sabemos
que no puede llegar sino a una conclusión: algo similar
a la traición”145.
El profesor Gruber indica bien que esta campaña contra
La Follette fue “un notable ejemplo de los usos de la
intelectualidad para el espionaje. Estaba muy lejos de la
investigación desinteresada de la verdad por un grupo
de profesores para movilizar una campaña secreta de
investigación para encontrar munición para destruir la
carrera política de un senador de Estados Unidos que
no compartía su opinión de la guerra”146. En todo caso,
no se encontró ninguna evidencia, el movimiento
fracasó y el profesorado de Wisconsin empezó a
alejarse desconfiando de la Legión de la Lealtad147.

Ibid., pp. 208, 208n.


145

146
Ibid., pp. 209-210. En su autobiografía, escrita en 1938, Richard Ely
reescribe la historia para ocultar su ignominioso papel en la campaña
contra La Follette. Reconocía haber firmado la petición de la facultad,
pero luego tenía el valor de afirmar que “no era uno de los cabecillas,
como pensaba La Follette, a la hora de divulgar esta petición”. No se
menciona su campaña secreta de investigación contra La Follette.
Para más sobre la campaña anti-La Follette, ver H.C. Peterson y Gilbert
147

C. Fite, Opponents of War: 1917-1918 (Madison: University of


Wisconsin Press, 1957), pp. 68-72; Paul L. Murphy, World War I and the
Origin of Civil Liberties in the United States (Nueva York: W.W. Norton,
1979), p. 120 y Belle Case La Follette y Fola La Follette, Robert M.
LaFollette (Nueva York: Macmillan, 1953), volumen 2.

153
Después de que se extirpara la amenaza del Káiser, el
armisticio encontró al profesor Ely, junto con sus
compatriotas en la Liga de la Seguridad Nacional, listos
para pasar a la siguiente ronda de represión patriótica.
Durante la campaña de investigación anti-La Follette de
Ely, este había pedido la investigación del “tipo de
influencia que había ejercido [La Follette] contra
nuestro país en Rusia”. Ely apuntaba que la
“democracia” moderna requiere un “alto grado de
conformidad” y que por tanto la “amenaza más seria”
del bolchevismo, que Ely calificaba de “germen de
enfermedades sociales”, debía ser combatido “con
medidas represivas”.
Sin embargo en 1924 se acabó la carrera de represión
de Richard T. Ely, y lo que es más, en un extraño
ejemplo del funcionamiento de la justicia poética, cayó
en su propia trampa. En 1922, el muy traducido Robert
La Follette fue reelegido para el senado y también
arrasó con los progresistas al volver al poder en el
estado de Wisconsin. En 1924 los progresistas
consiguieron el control del Consejo de Rectores y
empezaron a segar el césped debajo de su antiguo aliado
académico y creador de imperios. Ely creyó entonces
prudente irse de Wisconsin junto con su Instituto y
aunque prosperó algunos años en el noroeste, se había
acabado los mejores días de fama y fortuna de Ely.

154
VII. La economía al servicio del estado:
Gobierno y estadística
La estadística es un requisito vital, aunque muy
subvalorado, del gobierno moderno. El gobierno no
puede siquiera presumir controlar, regular o planificar
ninguna porción de la economía sin el servicio de sus
oficinas y agencias de estadística. Privad al gobierno de
sus estadísticas y será un gigante ciego e indefenso, sin
idea de qué hacer o dónde hacerlo.
Podría replicarse que también las empresas necesitan
estadísticas para funcionar. Pero las necesidades de
estadísticas de las empresas son mucho menores en
cantidad y también distintas en calidad. Las empresas
pueden necesitar estadísticas en su propia área micro de
la economía, pero solo sobre sus precios y costes: hay
poca necesidad de amplias colecciones de datos o de
agregados integrales y holísticos. Las empresas tal vez
puedan confiar en sus propios datos recogidos
privadamente y no compartidos. Además, mucho
conocimiento empresarial es cualitativo, no
enclaustrado en datos cuantitativos, y de un tiempo,
área y ubicación concretos. Pero la burocracia pública
no podría hacer anda si se le obliga a limitarse a datos
cualitativos. Privado de las pruebas de pérdidas y
ganancias para ser eficiente o de la necesidad de servir
eficazmente a los consumidores, cargando tanto costes
de capital como de operaciones sobre los
contribuyentes y obligado a cumplir normas fijas y

155
burocráticas, el gobierno moderno esquilado de masas
de estadísticas no podría hacer prácticamente nada148.
De ahí la enorme importancia de la Primera Guerra
Mundial, no solo al proporcionar el poder y el
precedente para una economía colectivizada, sino
asimismo en acelerar la llegada de los estadísticos y las
agencias estadísticas del gobierno, muchos de los cuales
permanecieron en el gobierno, listos para el próximo
salta adelante del poder.
Por supuesto, Richard T. Ely defendió la nueva
aproximación de “ver y mirar”, con el objetivo de
recoger hechos para “moldear las fuerzas en
funcionamiento en la sociedad y mejorar las
condiciones existentes”149. Más importante es que una
de las principales autoridades en el crecimiento del
gasto público lo ha ligado a estadísticas y datos
empíricos: “El avance en la ciencia económica y las
estadísticas fortaleció la creencia en las posibilidades de
ocuparse de problemas sociales mediante la acción
colectiva. Ayudó a aumentar la actividad estadística y
otras búsquedas de hechos del gobierno”150. Ya en 1863

Así, T.W. Hutchison, desde una perspectiva muy diferente, advierte el


148

contraste entre la insistencia de Carl Menger en los fenómenos


beneficiosos no planificados de la sociedad, como el mercado libre, y el
crecimiento de la “autoconciencia social” y la planificación pública.
Hutchison reconoce que un componente crucial de esa autoconciencia
social son las estadísticas del gobierno. T.W. Hutchison, A Review of
Economic Doctrines, 1870-1929 (Oxford: Clarendon Press, 1953), pp.
150–151, 427.
Fine, Laissez-Faire, p. 207.
149

Solomon Fabricant, The Trend of Government Activity in the United


150

States since 1900 (New York: National Bureau of Economic Research,


1952), p. 143. Igualmente, un trabajo prestigioso sobre el crecimiento del

156
Samuel B. Ruggles, delegado estadounidense del
Congreso Nacional de Estadísticas en Berlín,
proclamaba que “las estadísticas son los mismos ojos
del estadista, permitiéndole conocer y medir con una
visión clara y comprensiva toda la estructura y economía
del cuerpo político”151.
En sentido contrario, esto significa que sin estos medios
de visión el estadista ya no sería capaz de intervenir,
controlar y planear.
Además, está claro que se necesitan las estadísticas del
gobierno para tipos concretos de intervención. El
gobierno no podría intervenir para aliviar el desempleo
si no se recogen estadísticas de desempleo y de ahí el
impulso para esa recogida. Carroll D. Wright, uno de
los primeros Comisionados de Trabajo en Estados

gobierno en Inglaterra lo decía así: “La acumulación de información


factual acerca de las condiciones sociales y el desarrollo de la economía y
las ciencias sociales aumentó la presión por la intervención pública (…) Al
mejorar las estadísticas y multiplicarse los estudiosos de las ciencias
sociales, la existencia continua de esas condiciones se mantuvo ante el
público. El mayor conocimiento de las mismas llegó a círculos influyentes
y creó movimiento obreros de clase con armas factuales”. Moses
Abramovitz y Vera F. Eliasberg, The Growth of Public Employment in
Great Britain (Princeton: National Bureau of Economic Research, 1957),
pp. 22-23, 30. Ver también M.I. Cullen, The Statistical Movement in Early
Victorian Britain: The Foundations of Empirical Social Research (Nueva
York: Barnes & Noble, 1975).
151
Ver Joseph Dorfman, "The Role of the German Historical School in
American Economic Thought". American Economic Review, Papers and
Proceedings 45 (Mayo de 1955), p. 18. George Hildebrand destacaba el
énfasis inductivo de la Escuela Histórica Alemana en que “quizá haya
entonces alguna relación entre este tipo de enseñanza y la polaridad de
ideas primitivas de planificación física en tiempos más recientes”. George
H. Hildebrand, "International Flow of Economic Ideas-Discussion", ibíd.,
p. 37.

157
Unidos, estaba muy influido por el famoso estadístico y
miembro de la Escuela Histórica Alemana, Ernst Engel,
jefe de la Oficina Estadística real de Prusia. Wright
buscaba recoger estadísticas de desempleo por esa
razón y, en general, para “la mejora de las
desafortunadas relaciones industriales y sociales”.
Henry Carter Adams, un antiguo alumno de Engel y,
como Ely, “nuevo economista” estatista y progresista
creó la Oficina Estadística de la Comisión Interestatal
de Comercio, creyendo que “una actividad estadística
en constante crecimiento por parte del gobierno era
esencial para controlar naturalmente las industrias
monopolísticas”. Y el profesor Irving Fisher, de Yale,
deseando que el gobierno estabilizara el nivel de
precios, reconocía que escribió The Making of Index
Numbers para resolver el problema de la falta de
fiabilidad de las cifras de los índices. “Hasta que no
pueda afrontarse esta dificultad, apenas puede
esperarse que la estabilización se convierta en realidad”.
Carroll Wright era bostoniano y progresista. Henry
Carter Adams, hijo de un predicador congregacionista
pietista de Nueva Inglaterra misionero en Iowa, estudio
para ser ministro en el alma máter de su padre, el
Seminario teológico de Andover, pero pronto
abandonó esta vía. Adams ideó el sistema contable de
la Oficina de Estadística de la ICC. Este sistema “sirvió
como modelo para la regulación de servicios públicos
aquí y en todo el mundo”152.

152
Dorfman, "Role", p. 23. Sobre Wright y Adams, ver Joseph
Dorfman, The Economic Mind in American Civilization (Nueva York:
Viking Press, 1949), vol. 3, 164-174, 123 y Boyer, Urban Masses, p. 163.

158
Irving Fisher era hijo de un predicador congregacionista
pietista de de Rhode Island y sus padres eran ambos de
la viaje clase yanqui, siendo su madre una estricta
sabatista. Como corresponde a lo que su hijo y biógrafo
llamaba su “espíritu de cruzada”, Fisher era un
declarado reformista inveterado, pidiendo la
imposición de numerosas medidas progresistas
incluyendo el esperanto, la ortografía simplificada y la
reforma del calendario. Era particularmente entusiasta
respecto de purgar al mundo de “iniquidades de la
civilización como el alcohol, el té, el café, el tabaco, el
azúcar refinado y la harina blanca”153.
Durante la década de 1920 fue el profeta de la llamada
nueva era en la economía y en la sociedad. Escribió tres
libros durante la década de 1920 alabando el noble
experimento de la ley seca y alabó al gobernador
Benjamin Strong y el Sistema de la Reserva Federal por
seguir su consejo y expandir dinero y crédito para
mantener el nivel general de precios prácticamente
constante. Debido el éxito de la Fed en imponer la
estabilización de precios de Fisher, este estaba tan
seguro de que no podría haber depresión ya en la
década de 1930 que escribió un libro que afirmaba que
no pudo ni pudo haber un crash bursátil y que los
precios de las acciones rebotarían rápidamente. A lo
largo de la década de 1920, Fisher insistió en que como

Además, el primer profesor de estadística en Estados Unidos, Roland P.


Falkner, era un alumno destacado de Engel y traductor de las obras del
ayudante de Engel, August Meitzen.
153
Irving Norton Fisher, My Father Irving Fisher (Nueva York: Comet
Press, 1956), pp. 146-147. También para Fisher, ver Irving
Fisher, Stabilised Money (Londres: Allen & Unwin, 1935), p. 383.

159
los precios en general permanecían constantes no había
nada incorrecto acerca del enorme auge en las acciones.
Entretanto puso en práctica sus teorías invirtiendo
fuertemente la considerable fortuna de su esposa
heredera en bolsa. Después del crash, dilapidó el
dinero de su cuñada cuando se agotó la fortuna de su
mujer, reclamando frenéticamente al mismo tiempo
que el gobierno inflara el dinero y el crédito y reinflara
los precios de las acciones a sus niveles de 1929. A pesar
de su dilapidación de dos fortunas familiares, Fisher
consiguió culpar casi a todos menos a sí mismo de la
debacle154.
Como veremos, a la vista de la importancia de Wesley
Clair Mitchell en el florecimiento de la estadística
públicas en la Primera Guerra Mundial, la opinión de
Mitchell sobre las estadísticas es de particular
importancia155. Mitchell, un institucionalista y alumno
de Thorstein Veblen, fue uno de los primeros
fundadores de la investigación estadística moderna en
economías y aspiraba claramente a poner las bases para

154
Fisher, My Father, pp. 264-267. Sobre el papel e influencia de Fisher
durante esta periodo, ver Murray N. Rothbard, America's Great
Depression, 4ª ed. (Nueva York: Richardson & Snyder, 1983). Ver
también Joseph S. Davis, The World Between the Wars, 1919-39, An
Economist's View (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1975), p.
194 y Melchior Palyi, The Twilight of Gold, 1914-1936: Myth and
Realities (Chicago: Henry Regnery, 1972), pp. 240, 249.
Wesley C. Mitchell era de una vieja estirpe yanqui. Sus abuelos fueron
155

granjeros en Maine y luego al oeste de Nueva York. Su padre siguió el


camino de muchos yanquis al emigrar a una granja al norte de Illinois.
Mitchell estudió en la Universidad de Chiacgo donde estuvo fuertemente
influido por Veblen y John Dewey. Dorfman, Economic Mind, vol. 3,
456.

160
una planificación “científica” del gobierno. Como decía
el profesor Dorfman, amigo y alumno de Mitchell:
“está claro que el tipo de invención social más necesaria
hoy es una que ofrezca técnicas concretas mediante las
que pueda controlarse y operarse el sistema social con
un beneficio óptimo para sus miembros”. (Cita de
Mitchell). Para esto buscó constantemente extender,
mejorar y refinar la recogida y tabulación de datos (…)
Mitchell creía que el análisis del ciclo económico (…)
podría indicar los medios para alcanzar un control
social ordenado de la actividad empresarial156.
O como decía la mujer y colaboradora de Mitchell en
sus memorias:
[Mitchell] veía la gran contribución que podía hacer el
gobierno a la comprensión de los problemas
económicos y sociales si los datos estadísticos recogidos
independientemente por diversas agencias federales se
sistematizaran y planificaran de forma que pudieran
estudiarse sus interrelaciones. La idea de desarrollar
estadísticas sociales no solo como registro sino como
base para la planificación aparece pronto en su propia
obra157.
Particularmente importante en la expansión de la
estadística en la Primera Guerra Mundial fue la

Dorfman, Economic Mind, vol. 4, 376, 361.


156

Cursivas añadidas. Lucy Sprague Mitchell, Two Lives (Nueva York:


157

Simon and Schuster, 1953), p. 363. Para más sobre este tema, ver Murray
N. Rothbard, "The Politics of Political Economists: Comment", Quarterly
Journal of Economics 74 (Noviembre de 1960): 659-665.

161
creciente insistencia, por parte tanto de intelectuales
como de grandes empresarios progresistas, en que la
toma de decisiones democráticas debía reemplazarse
cada vez más por las administrativas y tecnócratas. Las
decisiones democráticas o parlamentarias eran liosas,
“ineficientes” y podían llevar a una limitación
significativa del estatismo, como había ocurrido durante
el máximo auge del Partido Demócrata durante el siglo
XIX. Pero si las decisiones fueran en buena parte
administrativas y tecnocráticas, el floreciente poder del
estado podía continuar sin controles. El desplome del
credo del laissez faire de los demócratas en 1896 dejaba
un vacío de poder en el gobierno que la gente
administrativa y corporativa estaba ansiosa por ocupar.
Así que, cada vez más, esos grupos de grandes empresas
como la Federación Cívica Nacional divulgaron la idea
de que las decisiones gubernamentales deberían estar
en manos del eficiente técnico, el supuesto experto
neutral. En resumen, el gobierno, en prácticamente
todos sus aspectos, debería estar “separado de la
política”. La investigación estadística con su aura de
empirismo, precisión cuantitativa y neutralidad política,
estaba al frente de ese énfasis. En los municipios, un
movimiento de reforma progresista cada vez más
poderoso trasladaba decisiones de elecciones en
distritos de barrio a gestores profesionales de toda la
ciudad y superintendentes escolares. Como corolario,
el poder político se estaba trasladando cada vez más de
los distritos de clases trabajadoras y de etnias luterana

162
germana y católica a grupos de empresarios pietistas de
clase alta158.
En el momento en que llegaba en Europa la Primera
Guerra Mundial, una coalición de intelectuales y
empresarios de grandes compañías progresistas estaba
dispuesto para patrocinar a nivel nacional institutos y
think tanks de investigación estadística. Sus opiniones
han sido bien resumidas por David Eakins:
Las conclusiones a las que llegó esta gente en 1915 era
que el descubrimiento de hechos y la creación de
políticas tenían que aislarse de la licha de clases y
librarse de los grupos de presión política. Las reformar
que llevarían a la paz industrial y el orden social, habían
llegado a creer estos expertos, solo podían derivarse de
datos determinados por descubridores de hechos
objetivos (como ellos mismos) y bajo los auspicios de
organizaciones sobrias y respetables (como las que solo
ellos podían crear). El sistema capitalista podía
mejorarse solo por una confianza decidida en los
expertos separados del alboroto de la política
democrática. En énfasis estaba en la eficiencia… y la
política democrática era ineficiente. Una aproximación
a la creación de política nacional económica y social
fuera de los tradicionales procesos democráticos estaba

Ver en particular James Weinstein, The Corporate Ideal in the Liberal


158

State, 1900-1918 (Boston: Beacon Press, 1968) y Samuel P. Hays, "The


Politics of Reform in Municipal Government in the Progressive
Era", Pacific Northwest Quarterly 59 (Octubre de 1961), pp. 157-169.

163
emergiendo así antes de que Estados Unidos entrara
formalmente en la Primera Guerra Mundial159.
Varios empresarios e intelectuales actuaron al mismo
tiempo financiando esos institutos de investigación
estadística. En 1906-07, Jerome D. Greene, secretario
de la Corporación de la Universidad de Harvard, ayudó
a fundar un elitista Club de las Tardes del Martes en
Harvard para explorar asuntos importantes en
economía y ciencias sociales. En 1910 Greene ascendió
a un puesto aún más poderoso como director general
del Instituto Rockefeller de Investigación Médica y tres
años más tarde se convirtió en secretario y CEO de la
poderosa organización filantrópica, la Fundación
Rockefeller. Greene empezó inmediatamente a trabajar
para crear un instituto de investigación económica
financiado por Rockefeller y en marzo de 1914 creó un
grupo exploratorio en Nueva York, presidido por su
amigo y mentor en economía, el primer decano de la
Escuela de Negocios de Grado de Harvard, Edwin F.
Gay. La idea esencial era que Gay se convertiría en jefe
de una organización nueva, “científica” e “imparcial”, el
Instituto de Investigación Económica, que recogería
datos estadísticos, y que Wesley Mitchell sería su
director160.

David Eakins, "The Origins of Corporate Liberal Policy Research, 1916-


159

1922: The Political-Economic Expert and the Decline of Public Debate",


en Israel, ed., Building the Organizational Society, p. 161.
Herbert Heaton, Edwin F. Gay, A Scholar in Action (Cambridge:
160

Harvard University Press, 1952). Edwin Gay había nacido en Detroit en


una familia con raíces en Nueva Inglaterra. Su padre había nacido en
Boston y se mudó al negocio maderero de su suegro en Michigan. La
madre de Gay es hija de un rico predicador y maderero. Gay entró en la

164
Los consejeros de John D. Rockefeller, Jr. que se
oponían, se impusieron sin embargo a Greene y el plan
del instituto se vino abajo161. Mitchell y Gay presionaron,
entonces bajo el liderazgo del viejo amigo, jefe
estadístico y vicepresidente de AT&T, Malcolm C.
Rorty. Rorty se alineó en apoyo de la idea de varios
estadísticos y hombres de negocios progresistas,
incluyendo al editor de libros y revistas de negocios,
Arch W. Shaw; E.H. Goodwin, de la Cámara de
Comerció de EEUU; Magnus Alexander, estadístico y
asesor del presidente de General Electric, igual que
AT&T, de tendencia Morgan; John R. Commons,
economista y ayuda de campo de Richard T. Ely en
Wisonsin, y Nahum I. Stone, estadístico, antiguo
marxista, líder del movimiento de “dirección científica”
y director laboral de la empresa de ropa Hickey
Freeman. Este grupo estaba en proceso de formación

Universidad de Michigan, estuvo muy influido por las enseñanzas de


Dewey y luego estuvo en una escuela de grado en Alemania durante más
de doce años, obteniendo finalmente su doctorado en historia económica
en la Universidad de Berlín. Las principales influencias alemanas de Gay
fueron Gustav Schmoller, jefe de la Escuela Histórica, que destacaba que
la economía debía ser una “ciencia inductiva”, y Adolf Wagner, también
de la Universidad de Berlín, que estaba a favor de la intervención a gran
escala del gobierno en la economía a favor de la ética cristiana. De vuelta
en Harvard, Gay fue la fuerza principal, en colaboración con la Cámara
de Comercio de Boston, en impulsar una ley de inspección de fábricas en
Massachusetts y a principios de 1911 Gay se convirtió en presidente de la
delegación de Massachusetts de la American Association for Labor
Legislation, una organización fundada por Richard T. Ely dedicada a
reclamar la intervención pública en las áreas de sindicatos, salarios
mínimos, desempleo, obras públicas y bienestar.
161
Sobre el tira y afloja entre consejeros de Rockefeller sobre el Instituto
de Investigación Económica, ver David M. Grossman, "American
Foundations and the Support of Economic Research, 1913-
29", Minerva 22 (Primavera-Verano 1982): 62-72.

165
de un “Comité sobre Renta Nacional” cuando Estados
Unidos entró en guerra y se vio forzado a archivar
temporalmente sus planes162. Sin embargo, después de
la guerra, el grupo creó la Oficina Nacional de
Investigación Económica en 1920163.
Mientras que la Oficina Nacional no tomó su forma
final hasta después de la guerra, otra organización,
creada bajo supuestos similares, consiguió obtener el
apoyo de Greene y Rockefeller. En 1916 fueron
convencidos por Raymond B. Fosdick para fundar el
Institute for Government Research (IGR)164. El IGR
tenía un objetivo ligeramente distinto del grupo de la
Oficina Nacional, ya que derivaba directamente de la
reforma progresista municipal y la profesión de las
ciencias políticas. Uno de los dispositivos importantes
utilizados por los reformistas municipales era la oficina
privada de investigación municipal, que trataba de
apropiarse de la toma de decisiones frente a cuerpos
democráticos supuestamente “corruptos” en favor de
organizaciones eficientes y no partidistas encabezadas
por tecnócratas y científicos sociales progresistas.
En 1910 el presidente William Howard Taft, intrigado
por la posibilidad de centralizar el poder en un jefe

Ver Eakins, "Origins", pp. 166-167; Grossman, "American Foundations",


162

pp. 76-78; Heaton, Edwin F. Gay. Sobre Stone, ver Dorfman, Economic
Mind, vol. 4, 42, 60-61 y Samuel Haber, Efficiency and Uplift: Scientific
Management in the Progressive Era 1890-1920 (Chicago: University of
Chicago Press, 1964), pp. 152, 165. Durante su periodo marxista, Stone
había traducido La miseria de la filosofía, de Marx.
Ver Guy Alchon, The Invisible Hand of Planning: Capitalism, Social
163

Science, and the State in the 1920's (Princeton: Princeton University Press,
1985), pp. 54 y ss.
Collier y Horowitz, The Rockefellers, p. 140.
164

166
ejecutivo propio de la idea de presupuesto ejecutivo,
nombró al “padre de la idea del presupuesto”, el
científico político Frederick D. Cleveland, como jefe de
la Comisión de Economía y Eficiencia. Cleveland era el
director de la Oficina de Investigación Municipal de
Nueva York. La Comisión Cleveland incluía asimismo
al científico político y reformador social Frank
Goodnow, profesor de derecho público en la
Universidad de Columbia, primer presidente de la
American Political Science Association y de Johns
Hopkins, y a William Franklin Willoughby, antiguo
alumno de Ely, asistente del director de la Oficina del
Censo y posteriormente presidente de la American
Association for Labor Legislation165. La Comisión
Cleveland estuvo encantada de decir al presidente Taft
precisamente lo que quería oír. La Comisión
recomendaba cambios administrativos radicales que
crearían una Oficina de Control Administrativo Central
para constituir una “rama de información consolidad y
estadística de todo el gobierno nacional”. Y en el centro
de la nueva Oficina estaría la División del Presupuesto,
que iba a desarrollar, a la orden del presidente, y luego
presentar “un programa anual de empresas para el
Gobierno federal a financiar por el Congreso”166.
Cuando el Congreso se resistió a las recomendaciones
de la Comisión Cleveland, los disgustados tecnócratas
decidieron establecer un Institute for Government

165
Eakins, "Origins", p. 168. Ver también Furner, Advocacy and
Objectivity, pp. 282-286.
Stephen Skowronek, Building a New American State: The Expansion
166

of the National Administrative Capacities, 1877-1920 (Cambridge:


Cambridge University Press, 1982), pp. 187-188.

167
Research en Washington para batallar por estas y otras
reformas similares. Con la financiación garantizada por
la Fundación Rockefeller, el IGR estaba presidido por
Goodnow, con Willoughby como su director.167 Robert
S. Brookings asumió la responsabilidad en la
financiación.
Cuando Estados Unidos entró en guerra, los líderes
presentes y futuros de la NBER e IGR fueron todos
figuras y estadísticos clave en Washington en la
colectivizada economía de guerra.
Pero el más poderoso del creciente número de
economistas y estadísticos implicados en la Primera
Guerra Mundial fue Edwin F. Gay. Arch W. Shaw, un
entusiasta de una rígida planificación de los recursos
económicos en tiempo de guerra fue nombrado jefe del
nuevo Consejo de Economía Comercial por el Consejo
de Defensa nacional tan pronto como Estados Unidos

El vicepresidente del IGR era el comerciante y maderero jubilado de St.


167

Louis y antiguo presidente de la Universidad Washington de St. Louis,


Robert S. Brookings. El secretario del IGR era James F. Curtis, antiguo
Secretario Ayudante del tesoro con Taft y ahora secretario y
subgobernador del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. Otra
gente en el Consejo del IGR eran el ex presidente Taft; el ejecutivo de
ferrocarriles , Frederick A. Delano, tío de Franklin D. Roosevelt y
miembro del Consejo de la Reserva Federal; Arthur T. Hadley,
economista y presidente de Yale; Charles C. Van Hise, presidente
progresista de la Universidad de Wisconsin y aliado de Ely; el reformista
e influyente joven profesor de derecho de Harvard, Felix Frankfurter;
Theodore N. Vail, presidente de AT&T; el ingeniero y empresario
progresista Herbert C. Hoover y el financiero R. Fulton Cutting, directivo
de la Oficina de Investigación Municipal de Nueva York. Eakins, "Origins",
pp. 168-169.

168
entró en guerra.168 Shaw, que había enseñado y servido
en el consejo administrativo de la Escuela de Negocios
de Harvard, llevó el consejo con gente de esta escuela:
el secretario era el economista de Harvard, Melvin T.
Copeland y los demás miembros incluían al decano
Gay.
El consejo, que posteriormente se convertiría en la
poderosa División de Conservación del Consejo de
Industrias Bélicas, se concentró en restringir la
competencia en la industria eliminando el número y
variedad de productos e imponiendo una uniformidad
obligatoria, todo en nombre de la “conservación” de
recursos para ayudar en el esfuerzo de guerra. Por
ejemplo, el empresas de ropa se habían quejado
ruidosamente de la grave competencia debido al
número y variedad de estilos, así que Gay pidió a las
empresas de ropa que formaran una asociación
comercial para trabajar con el gobierno para acabar con
el exceso de competencia. Gay trató también de
organizar a los panaderos, de forma que no seguirían la
costumbre habitual de recuperar el pan duro y no
vendido de las tiendas. A finales de 1917, Gay estaba
cansado de utilizar la persuasión voluntaria y pedía al
gobierno que utilizara medidas obligatorias.
El máximo poder de Gay llegó a principios de 1918
cuando el Consejo de Navegación, que había
nacionalizado oficialmente toda la navegación oceánica,
decidido a restringir drásticamente el uso de barcos de

168
Sobre el Consejo de Economía Comercial, ver Grosvenor B.
Clarkson, Industrial America in the World War: The Strategy Behind the
Line, 1917-1918 (Boston: Houghton Mifilin, 1923), pp. 211 y ss.

169
comercio civil y a usar la mayoría de la navegación para
transportar tropas estadounidenses a Francia.
Nombrado a principios de enero 1918 como
simplemente un “experto especial” por el Consejo de
Navegación, Gay en poco tiempo se coinvirtió en la
figura clave en redirigir la navegación del uso civil al
militar. Pronto Edwin Gay se había convertido en
miembro de Consejo de Comercio Bélico y jefe de su
departamento estadístico, que emitía licencias
restrictivas para las importaciones permitidas; jefe del
departamento estadístico del Consejo de Navegación;
representante del Consejo de Navegación en el Consejo
de Comercio Bélico; jefe del departamento estadístico
del Departamento de Trabajo; jefe de la División de
Planificación y Estadística del Consejo de Industrias de
Guerra y, sobre todo, jefe de la nueva Oficina Central
de Planificación y estadística. La Oficina Central se
organizó en el otoño de 1918, cuando el presidente
Wilson pidió al presidente del Consejo de Industrias de
Guerra, Bernard Baruch, que elaborara un informe
mensual de todas las actividades bélicas del gobierno.
Este “resumen” evolucionó en la Oficina Central,
responsable directamente ante el presidente. La
importancia de la oficina se apunta por parte de un
historiador reciente:
La nueva Oficina representó la máxima división
estadística de la movilización, convirtiéndose en
“adivino y profeta” mientras duró, coordinando a más
de mil empleados dedicados a la investigación y, como
agencia responsable para dar al presidente una imagen
concisa de toda la economía, convirtiéndose en la

170
máxima aproximación a una “comisión estadística
centralizada”. Durante las etapas posteriores de la
guerra creó un repositorio de trabajos estadísticos,
organizó enlaces con el personal estadístico de todos los
consejos bélicos y centralizó el proceso de producción
de datos para toda la burocracia bélica. Al acabar la
guerra, recordaba Wesley Mitchell, “estábamos muy
avanzados en desarrollar por primera vez una
organización sistemática de las estadísticas federales”169.
En un año, Edwin Gay había ascendido de experto
social a jefe incuestionable de una red gigantesca de
agencias estadísticas federales, con más de mil
investigadores y estadísticos trabajando bajo su control
directo. No sorprende por tanto que Gay, en lugar de
entusiasmarse con la victoria estadounidense, por la que
había trabajado tan duramente, viera al armisticio “casi
un golpe personal” que le llevó “al abismo del
desaliento”. Todo su imperio de estadísticas y control
acababa de aunarse y desarrollarse en una poderosa
maquinaria cuando repentinamente “llegó ese
desgraciado armisticio”170. Una paz verdaderamente
trágica.
Gay trató valientemente de mantener en marcha la
maquinaria de guerra, quejándose continuamente de
que muchos de sus ayudantes se marcharan y
denunciando amargamente a la “manada hambrienta”
que, por alguna razón, estaba reclamando un fin

Alchon, Invisible Hand, p. 29. Mitchell dirigía la sección de estadísticas


169

de precios del Comité de Fijación de Precios del Consejo de Industrias


Bélicas.
Heaton, Edwin Gay, p. 129.
170

171
inmediato de todos los controles de tiempos de guerra,
incluyendo los más cercanos a su corazón, el comercio
exterior y la navegación. Pero uno a uno, a pesar de
todos los esfuerzos de Baruch y muchos de los
planificadores de tiempo de guerra, desaparecieron el
Consejo de Industrias de Guerra y otras agencias
bélicas171. Durante un tiempo, Gay puso sus esperanzas
en su Central Bureau of Planning and Statistics (CBPS),
que, en un fiero episodio de lucha burocrática interna,
trató de hacer que el grupo clave económico y
estadístico aconsejara a los negociadores
estadounidenses en la conferencia de paz de Versalles,
desplazando así al equipo de historiadores y científicos
sociales reunidos por el coronel House en la
Investigación. A pesar de una victoria oficial y un octavo
tomo de informes del CBPS enviado a Versalles por el
presidente del equipo europeo del CBPS, John Foster
Dulles, del Consejo de Comercio Bélico, la oficina tuvo
poca influencia en el tratado final172.
Habiendo llegado final e irrevocablemente la paz,
Edwin Gay, respaldado por Mitchell, hizo todo lo
posible para mantener al CBPS como una organización
permanente en tiempo de paz. Gay argumentaba que la
agencia, con él mismo permaneciendo por supuesto a
su cabeza, podía proporcionar datos continuos a la Liga
de Naciones y sobre todo podía servir como los propios
ojos del presidente y moldear el tipo de presupuesto

Ver Rothbard, "War Collectivism", pp. 100-112.


171

Ver Heaton, Edwin Gay, pp. 129 y ss. y el excelente libro sobre la
172

Investigación, Lawrence E. Gelfand, The Inquiry: American Preparations


for Peace, 1917-1919 (New Haven: Yale University Press, 1963), pp. 166-
168, 177-178.

172
ejecutivo que promovía la Comisión Taft. El miembro
del personal del CBPS y economista de Harvard,
Edmund E. Day, contribuyó con un memorando
indicando tareas concretas para la oficina para ayudar a
la desmovilización y la reconstrucción, así como
justificación para que la oficina se convirtiera en parte
permanente del gobierno. Una cosa que podía hacer
era hacer un “lienzo permanente” de condiciones
empresariales en Estados Unidos. Como dijo Gay al
presidente Wilson, utilizando su analogía organicista
favorita, una consejo permanente serviría “como un
sistema nervioso para la enorme y compleja
organización del gobierno, proporcionado al cerebro
controlador [el presidente] la información necesaria
para dirigir la operación eficiente de los distintos
miembros”173. Aunque el presidente fue “muy cordial”
con el plan de Gay, el Congreso rechazó aceptarlo y el
30 de junio de 1919 el Central Bureau of Planning and
Statistics desapareció finalmente, junto con el Consejo
de Comercio Bélico. Edwin Gay tendría que buscar
ahora empleo, si no en el sector privado, sí al menos en
el casi independiente.
Pero no podía negarse a Gay y Mitchell. Tampoco el
grupo Brookings-Willoughby. Su objetivo sería
alcanzado más gradualmente y con medios ligeramente
distintos. Gay se convirtió en editor del New York
Evening Post bajo el mando de su nuevo propietario y
amigo de Gay, el socio de J.P. Morgan, Thomas W.
Lamont. Gay también ayudó a formar y se convirtió en

Heaton, Edwin Gay, p. 135. Ver también Alchon, Invisible Hand, pp.
173

35-36.

173
primer presidente de la Oficina Nacional de
Investigación Económica en 1920, con Wesley C.
Mitchell como director de investigación. El Instituto
para la Investigación Pública alcanzó su objetivo
principal, estableciendo una Oficina de Presupuesto en
el Departamento del Tesoro en 1921, con el director
del Instituto para la Investigación Pública, William F.
Willoughby, ayudando en el borrador que creaba la
oficina174. La gente del Instituto para la Investigación
Pública pronto extendió su papel para incluir la
economía, creando en Instituto de Economía
encabezado por Robert Brookings y Arthur T. Hadley,
de Yale, con el economista Harold G. Moulton como
director175. El instituto, financiado por la Carnegie
Corporation, se fusionaría luego, junto con el Instituto
para la Investigación Pública, en la Brookings
Institution. Edwin Gay también se trasladó al campo de
la política exterior convirtiéndose en secretario-tesorero
y jefe del Comité de Investigación de la nueva
organización extremadamente influyente, el Consejo de
Relaciones Exteriores176.

174
En 1939, la Oficina del Presupuesto se transferiría la Ofinia Ejecutiva,
completando así el objetivo del Instituto para la Investigación Pública.
175
Moulton era profesor de economía en la Universidad de Chicago y
vicepresidente de la Asociación del Comercio de Chicago. Ver Eakins,
"Origins", pp. 172-177; Dorfman, Economic Mind, vol. 4, 11, 195-197.
176
Gay había sido recomendado al grupo por uno de sus fundadores,
Thomas W. Lamont. Fue sugerencia de Gay que el Consejo de Relaciones
Exteriores empezara su principal proyecto estableciendo una revista “con
autoridad”, Foreign Affairs. Y fue Gay quien seleccionó a su colega
historiador de Harvard, Archibald Cary Coolidge, como primer editor y
al reportero del New York Post Hamilton Fish Armstrong como editor
ayudante del Consejo de Relaciones Exteriores. Ver Lawrence H. Shoup
y William Minter, Imperial Brain Trust: The Council on Foreign

174
Y finalmente, en el campo de las estadísticas públicas,
Gay y Mitchell encontraron una ruta al poder más
gradual pero de mayor alcance a través de la
colaboración con Herbert Hoover, que pronto sería
Secretario de Comercio. Tan pronto como Hoover
asumió el puesto a principios de 1921, extendió el
Comité Asesor del Censo para incluir a Gay, Mitchell y
otros economistas y luego lanzó la Encuesta de
Negocios Actuales de carácter mensual. La Encuesta
estaba pensaba para complementar las actividades
informativas de las asociaciones de comercio
cooperativo y, al proporcionar información de negocio,
ayudar a estas asociaciones en el objetivo de cartelizar
sus respectivos sectores.
El secreto en la operaciones de negocio es un arma
crucial de la competencia y por el contrario, la
publicidad y el compartir información es una
herramienta importante de los cárteles para controlar a
sus miembros. La Encuesta de Negocios Actuales
mostraba la producción actual y los datos de inventarios
proporcionados por las industrias colaboradoras y
revistas técnicas. Hoover también esperaba que a partir
de estos servicios, “el programa estadísticos podría
[acabar proporcionado] el conocimiento y la previsión
necesarios para combatir las condiciones de pánico o
especulativas, impedir el desarrollo de sectores

Relations and United States Foreign Policy (Nueva York: Monthly Review
Press, 1977), pp. 16-19, 105, 110.

175
enfermos y guiar la toma de decisiones para allanar en
lugar de acentuar el ciclo económico”177.
Al promover esta doctrina de cartelización, Hoover
encontró resistencia tanto de algunos empresarios que
se resistían a los entrometidos cuestionarios y a
compartir secretos competitivos como del
Departamento de Justicia. Pero como formidable
constructor de imperios, Herbert Hoover consiguió
arrebatar los servicios estadísticos del Departamento de
tesoro y establecer una “división de eliminación de
desperdicios” para organizar asociaciones
empresariales y comerciales para continuar y expandir
el programa de “conservación” del tiempo de guerra de
uniformidad obligatoria y restricción del número y
variedad de productos en competencia. Como
secretario auxiliar para encabezar este programa,
Hoover contrató al ingeniero y publicista Frederick
Feiker, socio del imperio editorial de Arch Shaw.
Hoover también contrató a un ayudante importante y
discípulo veterano en el general de brigada Julius Klein,
protegido de Edwin Gay, que había encabezado la
división latinoamericana de la Oficina de Comercio
Exterior e Interior. Como jefe de la nueva oficina, Klein
organizó diecisiete nuevas divisiones de exportación de
materias primas (similares a las secciones de materias
primas durante el colectivismo de tiempos de guerra)
cada una de ellas con “expertos” sacados de los
respectivos sectores y cada una organizando

Ellis W. Hawley, "Herbert Hoover and Economic Stabilization, 1921-


177

22", en E. Hawley, ed., Herbert Hoover as Secretary of Commerce:


Studies in New Era Thought and Practice (Iowa City: University of Iowa
Press, 1981), p. 52.

176
cooperaciones regulares con comités asesores
industriales paralelos. Y a través de todo esto Herbert
Hoover realizó una serie de discursos muy publicitados
durante 1921, declarando cómo un programa de
comercio bien diseñado por el gobierno, así como un
programa en la economía interior, podían actuar ambos
como estimulantes para la recuperación y como
“estabilizadores” permanentes, evitando al tiempo
medidas tan desafortunadas como abolir los aranceles y
recortar los salarios. La mejor arma, tanto en el
comercio exterior como en el interior, era “eliminar los
desperdicios” mediante una “movilización cooperativa”
de gobierno e industria178.
Un mes después del armisticio se reunieron
conjuntamente en Richmond, Virginia, la American
Economic Association y la American Statistical
Association. Los discursos presidenciales los realizaron
hombres al frente del atractivo nuevo mundo que
parecía avecinarse de la planificación pública, ayudada
por la ciencia social. En su discurso a la American
Statistical Association, Wesley Clair Mitchell
proclamaba que la guerra había “llevado al uso de
estadísticas, no solo como registro de lo que había
pasado, sino asimismo como un factor vital en la
planificación de debía hacerse”. Como había dicho en
su última lección en la Universidad de Columbia la
primavera anterior, la guerra había demostrado que
cuando la comunidad desea alcanzar un gran objetivo,

178
Hawley, "Herbert Hoover", p. 53. Ver también ibíd., pp. 42-54.

177
“en un plazo breve pueden alcanzarse cambios sociales
de largo alcance”.
“La necesidad de planificación científica del cambio
social”, añadía, “nunca ha sido mayor, la posibilidad de
realizar estos cambios de una manera inteligente nunca
ha sido tan buena”. La paz traerá nuevos problemas,
opinaba, pero “parece imposible” que los diversos
países “intenten resolverlos sin utilizar el mismo tipo de
dirección centralizada ahora empleada para matar a sus
enemigos en el exterior para el nuevo fin de reconstruir
su propia vida en el interior”.
Pero el empirista y estadístico cuidadoso también daba
una advertencia. Una amplia planificación social
requiere “una comprensión precisa de los procesos
sociales” y eso solo puede proporcionarlo la
investigación paciente de la ciencia social. Como había
escrito a su mujer ocho años antes, Mitchell destacaba
que lo que se necesitaba para la intervención y
planificación pública es la aplicación de los métodos de
las ciencias físicas y la industria, particularmente
investigación y mediciones cuantitativas. Frente a las
ciencias físicas cuantitativas, decía Mitchell a los
estadísticos reunidos, las ciencias sociales son
“inmaduras, especulativas, llenas de polémicas” y lucha
de clases. Pero el conocimiento cuantitativo podía
reemplazar a dicha lucha y conflicto por un
conocimiento preciso comúnmente aceptado,
conocimiento “objetivo (…) tratable en formulaciones
matemáticas” y capaz de predecir fenómenos de
grupo”. Un estadístico, opinaba Mitchell, “tiene razón
o no” y es fácil demostrar si es así. Como consecuencia

178
del conocimiento preciso de los hechos, preveía
Mitchell, podemos lograr “experimentos inteligentes y
planificación detallada en lugar de agitación y lucha de
clases”.
Para alcanzar estos objetivos vitales solo economistas y
estadísticos proporcionarían el elemento crucial, pues
tendríamos que “confiar más y más en gente formada
para que planifique por nosotros los cambios, para que
los monitorice, para que sugiera cambios”.+179+
En una línea similar, los economistas reunidos en 1918
recibieron el discurso visionario presidencial del
economista de Yale, Irving Fisher. Fisher buscaba una
“reconstrucción mundial” económica que
proporcionaría gloriosas oportunidades a los
economistas para satisfacer sus impulsos constructivos.
La lucha de clases, advertía Fisher, continuaría sin duda
sobre la riqueza de la nación. Pero al idear un
mecanismo de “reajuste”, los economistas de la nación
podían ocupar un papel envidiable como árbitros
independientes e imparciales de la lucha de clases,
tomando estos científicos sociales desinteresados las
decisiones cruciales para el bien público.
En resumen, tanto Mitchell como Fisher, sutilmente y
tal vez de forma poco consciente, defendían un mundo
de posguerra en el que sus propias profesiones
supuestamente imparciales y científicas podían levitar
por encima de las estrechas luchas de clase por el
producto social y por tanto aparecer como una nueva

Alchon, Invisible Hand, pp. 39-42; Dorfman, Economic Mind, vol. 3,


179

490.

179
clase dirigente “objetiva” comúnmente aceptada, una
versión del siglo XX de los reyes-filósofos.
Podría no ser incorrecto ver cómo les fue a estos
científicos sociales, eminentes en sus propios campos y
portavoces de formas distintas de la Nueva Era de la
década de 1920, en sus disquisiciones y guía de la
sociedad u la economía. Irving Fisher, como hemos
visto, escribió varias obras celebrando el supuesto éxito
de la ley seca e insistió, incluso después de 1929, en que
como el nivel de precios se había mantenido estable, no
podía haber depresión o crash en el mercado bursátil.
Por su parte, Mitchell culminó una década de ajustada
alianza con Herbert Hoover dirigiendo, junto con Gay
y la Oficina Nacional, una enorme obra escrita
apresuradamente sobre la economía estadounidense.
Publicada en 1929 al acceder Hoover a la presidencia,
con todos los recursos de la economía y la estadística
científica y económica a la vista, no hay ni siquiera un
atisbo en Recent Economic Changes in the United
States de que pudiera haber un crash y una depresión a
la vista.
El estudio de Recent Economic Changes se originó y
fue organizado por Herbert Hoover y fue Hoover quien
consiguió la financiación de la Carnegie Corporation. El
objetivo era celebrar los años de prosperidad
supuestamente producidos por el planificación
empresarial de la Secretaría de Comercio de Hoover y
descubrir cómo el posiblemente futuro presidente
Hoover podía mantener la prosperidad asimilando sus
lecciones y haciéndolas parte permanente de la
estructura política estadounidense. El tomo declaraba

180
así que para mantener la prosperidad actual,
economistas, estadísticos, ingenieros y gestores
ilustrados tendrían que crear “una técnica de equilibrio”
a implantar en la economía.
Recent Economic Changes, ese monumento a la
tontería “científica” y política, tuvo tres ediciones
rápidas y fue ampliamente publicitado y recogido con
agrado en todas partes180. Edward Eyre Hunt, durante
mucho tiempo ayudante de Hoover en la organización
de sus actividades de planificación, estaba tan
entusiasmado que continuó alabando el libro y su
panegírico de la prosperidad estadounidense a lo largo
de 1929 y 1930181.
Resulta apropiado acabar nuestra sección sobre
gobierno y estadísticas advirtiendo un grito poco
sofisticado pero perspicaz. En 1945, la Oficina de
Estadísticas Laborales se dirigió al Congreso para otra
larga lista de aumentos en las asignaciones para
estadísticas públicas. En el proceso de preguntas al Dr.
A. Ford Hinrichs, jefe de la OEL, el representante

Una excepción fue la reseña crítica en la Commercial and Financial


180

Chronicle ( 18 de mayo de 1929), que se burlaba de la impresión que se


daba al lector de que la capacidad de Estados Unidos “de una prosperidad
económica es casi ilimitada”. Citado en Davis, World Between the Wars,
p. 144. También sobre Recent Economic Changes y las opiniones de los
economistas del momento, ver ibíd., pp. 136-151, 400-417; David W.
Eakins, "The Development of Corporate Liberal Policy Research in the
United States, 1885-1965", tesis doctoral, University of Wisconsin, 1966,
pp. 166-169, 205 y Edward Angly, comp., Oh Yeah? (Nueva York: Viking
Press, 1931).
181
En 1930, Hunt publicó un resumen popularizador en forma de
libro, An Audit of America. On Recent Economic Changes, ver también
Alchon, Invisible Hand, pp. 129-133, 135-142, 145-151, 213.

181
Frank B. Keefe, congresista conservador republicano
de Oshkosh, Wisconsin, planteó una pregunta eterna
que no ha sido aún respondida completa y
satisfactoriamente:
No hay duda de que sería bueno tener una gran
cantidad de estadísticas. Me estoy preguntando si no
nos estamos embarcando en un programa que sea
peligroso mientras añadimos y añadimos y añadimos a
esto.
Hemos estado planeando y consiguiendo estadísticas
desde 1932 para tratar de responder a una situación que
era de carácter local, pero no hemos sido nunca capaces
siquiera de responder a esa cuestión. Ahora estamos
implicados en una cuestión internacional. Me parece
que hemos gastado una enorme cantidad de tiempo en
gráficos y estadísticas y planificación. Lo que le interesa
a mi gente es de qué va todo esto. ¿A dónde vamos y a
dónde vais?182

182
Department of Labor - FSA Appropriation Bill for 1945. Audiencia ente
el Subcomité de Asignaciones, 78º Congreso, 2ª sesión, parte I
(Washington, 1945), pp. 258 y s., 276 y s. Citado en Rothbard, "Politics of
Political Economists", p. 665. Sobre el aumento de economista y
estadísticos en el gobierno, especialmente en tiempo de guerra, ver
también Herbert Stein, "The Washington Economics Industry", American
Economic Association Papers and Proceedings 76 (Mayo de 1986), pp. 2-
3.

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