DP
DP
DP
2
Moderadora
Caro
Traducción
branjelina Nelly Vanessa
Caro Niki26
Grisy QueenWolf
Karikai Walezuca Segundo
Corrección
Nanis
Diseño
Moreline
3
SINOPSIS 5 14 151
1 6 15 162
2 21 16 173
3 33 17 182
4 43 18 195
5 51 19 206
6 61 20 217
7 73 21 226
8 84 22 235
9 95 23 249
4
Memphis Ward llega a Quincy, Montana, en el quinto peor
día de su vida. Necesita una ducha. Necesita un bocadillo. Necesita un poco
de cordura. Porque mudarse al otro lado del país con su bebé recién nacido
es, con diferencia, la mayor locura que ha hecho nunca.
Pero tal vez se necesita un poco de locura para construir una buena
vida. Si dejar atrás el pasado requiere miles de kilómetros y una nueva
ciudad, lo hará si significa un futuro mejor para su hijo. Incluso si requiere
dejar de lado el glamour de su vida anterior. Incluso si requiere trabajar
como ama de llaves en The Eloise Inn y vivir en un departamento sobre un
garaje.
Es allí, en el quinto peor día de su vida, donde conoce al hombre más
atractivo que jamás haya visto. Knox Eden es un sueño hermoso y
pecaminoso, un chef y su casero temporal. Con su mandíbula afilada y
rasposa y sus brazos tatuados, es tosco y rudo y todo lo que ella nunca ha
tenido y nunca tendrá. Porque después del primer peor día de su vida,
Memphis aprendió que una buena vida también requiere r e n u n c i a r a
sus sueños. Y un hombre como Knox Eden sólo será
un sueño.
5
Memphis
—J
uniper Hill. Juniper Hill. —Tomé la nota adhesiva
del portavasos para comprobar que tenía el
nombre de la calle correcto. Juniper Hill—. Ahí.
No. Es. Juniper. Hill.
Mi palma pegó en el volante, agregando un golpe a cada palabra. La
frustración se filtró por mis poros mientras escaneaba desesperadamente el
camino en busca de una señal de tráfico.
Drake gritó en su asiento de auto, ese grito de dolor, desgarrador, con
la cara roja. ¿Cómo podría un ruido tan fuerte provenir de una persona tan
pequeña?
—Lo siento bebé. Casi estamos allí. —Teníamos que estar cerca,
¿verdad? Este miserable viaje tenía que terminar.
Drake lloró y lloró, importándole un carajo mis disculpas. Solo tenía
ocho semanas y, aunque este viaje había sido duro para mí, para él
probablemente fue como una tortura.
—Estoy arruinando todo, ¿no?
Tal vez debería haber esperado y haber hecho este viaje cuando fuera
mayor. Tal vez debería haberme quedado en Nueva York y lidiar con la
mierda. Tal vez debería haber tomado cien opciones diferentes. Mil.
Después de días en el auto, comencé a cuestionar todas mis decisiones,
especialmente esta.
Escapar de la ciudad parecía la mejor opción. Pero ahora...
El grito de Drake decía lo contrario. 6
Parecía hace una década cuando empaqueté mi vida, nuestra vida, y la
cargué en mi auto. Una vez, había sido una niña que había crecido en una
mansión. Una chica que había tenido un jet privado a su disposición. Me di
cuenta de que las únicas posesiones verdaderamente mías cabrían en un
sedán Volvo... humilde.
Pero había hecho mi elección. Y ya era demasiado tarde para dar
marcha atrás.
Miles de kilómetros y finalmente llegamos a Quincy. El sitio de nuestro
nuevo comienzo. O lo sería si podía encontrar Juniper Hill.
Mis oídos estaban zumbando. Me dolía el corazón.
—Shh. Bebé. Casi estamos allí.
Él ni entendía ni le importaba. Tenía hambre y necesitaba un cambio
de pañal. Había planeado hacerlo todo cuando llegáramos a nuestro lugar
alquilado, pero era la tercera vez que conducía por este tramo de carretera.
Perdidos. Estábamos perdidos en Montana.
Habíamos venido hasta aquí y estábamos perdidos. Tal vez habíamos
estado perdidos desde la mañana en que salí de la ciudad. Tal vez había
estado perdida durante años.
Deslicé mi teléfono y revisé el GPS. Mi nueva jefa me había advertido
que este camino aún no estaba en un mapa, así que me dio instrucciones
en su lugar. Tal vez las había escrito mal.
La vocecita de Drake se quebró. El llanto se detuvo por una fracción de
segundo para poder volver a llenar sus pulmones, luego siguió llorando. A
través del retrovisor y del espejo sobre su asiento, su carita estaba arrugada
y sonrojada y sus puños apretados.
—Lo siento —susurré mientras las lágrimas empañaban mi visión.
Cayeron por mis mejillas y no pude quitarlas lo suficientemente rápido.
No te rindas.
Mi propio sollozo se escapó, uniéndose al de mi hijo, y salí de la
carretera hacia el arcén.
Pero Dios, quería renunciar. ¿Cuánto tiempo podía una persona
aferrarse al extremo de su cuerda antes de que se le resbalara el agarre?
¿Cuánto tiempo podía una mujer mantenerse serena antes de quebrarse?
Aparentemente, la respuesta era de Nueva York a Montana. Probablemente
estábamos a solo unos kilómetros de nuestro destino final y las paredes
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comenzaban a desmoronarse.
Un sollozo se mezcló con un hipo y las lágrimas fluyeron hasta que mis
llantas se detuvieron, el auto estaba estacionado y estaba abrazando el
volante, deseando poder abrazarme también.
No te rindas.
Si fuera solo yo, me habría rendido hace meses. Pero Drake contaba
conmigo para aguantar. Él sobreviviría a esto, ¿verdad? Nunca sabría que
habíamos pasado unos días miserables en el auto. Nunca sabría que,
durante los primeros dos meses de su vida, lloré casi todos los días. Nunca
sabría que hoy, el día en que comenzaríamos lo que esperaba fuera una vida
feliz, en realidad había sido el quinto peor día en la vida de su madre.
No te rindas.
Cerré los ojos con fuerza, cediendo a los sollozos por un minuto. Palpé
ciegamente a lo largo de la puerta, presionando el botón para bajar las
ventanas. Tal vez un poco de aire limpio ahuyentara el hedor de tantos días
en el auto.
—Lo siento, Drake —murmuré mientras él continuaba llorando.
Mientras ambos llorábamos—. Lo lamento.
Una mejor madre probablemente saldría del auto. Una mejor madre
abrazaría a su hijo, lo alimentaría y lo cambiaría. Pero luego tendría que
volver a dejarlo en su asiento de automóvil y lloraría, como lo había hecho
durante la primera hora de nuestro viaje esta mañana.
Tal vez estaría mejor con una madre diferente. Una madre que no lo
hubiera hecho viajar por todo el país.
Se merecía una mejor madre. Y un mejor padre.
Teníamos eso en común.
—¿Señorita?
Jadeé, casi saltando de mi cinturón de seguridad cuando la voz de una
mujer cortó el ruido.
—Lo siento. —La oficial, una mujer bonita de cabello oscuro, levantó
las manos.
—Oh Dios mío. —Me tomé el corazón con una mano mientras la otra
apartaba un mechón de cabello de mi cara. En el retrovisor, vi las familiares
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luces azules y rojas de un auto de policía. Mierda. Lo último que necesitaba
era una multa—. Lo siento, oficial. Puedo mover mi auto.
—Todo está bien. —Se inclinó, mirando dentro de mi auto—. ¿Está todo
bien?
Me limpié furiosamente la cara. Deja de llorar. Deja de llorar.
—Solo un mal día. En realidad, un muy mal día. Tal vez el quinto peor
día de mi vida. El sexto. No, el quinto. Llevamos días en el auto y mi hijo no
deja de llorar. Tiene hambre. Yo tengo hambre. Necesitamos una siesta y
una ducha, pero estoy perdida. He estado manejando durante treinta
minutos tratando de encontrar este lugar donde se supone que debemos
quedarnos.
Ahora estaba divagando con una policía. Fantástico.
La divagación era algo que había hecho cuando era niña cada vez que
mi niñera me descubría haciendo algo malo. No me gustaba estar en
problemas y mi respuesta era hablar para solucionarlo.
Papá siempre lo había llamado poner excusas. Pero no importaba
cuántas veces me había regañado, las divagaciones se habían convertido en
un hábito. Un mal hábito que corregiría más adelante en la vida en un día
que no figurara entre los diez peores días.
—¿A dónde va? —preguntó la mujer, mirando a Drake, que seguía
gritando.
No le importaba que nos hubieran detenido. Estaba demasiado
ocupado diciéndole que era una madre horrible.
Me apresuré a encontrar la nota adhesiva que había dejado caer y se la
mostré a través de la ventana abierta.
—A Juniper Hill.
—¿Juniper Hill? —Su frente se arrugó y parpadeó, leyendo la nota
adhesiva dos veces.
Se me cayó el estómago. ¿Era malo? ¿Sería en un vecindario no
recomendable o algo así?
Cuando traté de encontrar un alquiler en Quincy, las ganancias habían
sido escasas. Las únicas opciones eran casas de tres o cuatro habitaciones,
y no solo no necesitaba tanto espacio, sino que estaban fuera de mi
presupuesto. Teniendo en cuenta que era la primera vez en mi vida que tenía
presupuesto, estaba decidida a ceñirme a él. 9
Así que llamé a Eloise Eden, la mujer que me contrató para trabajar en
su hotel, y le dije que después de todo no podría mudarme a Quincy.
Cuando me prometió encontrarme un apartamento, pensé que tal vez
un ángel de la guarda me había estado cuidando. Excepto que tal vez ese
apartamento tipo estudio en Juniper Hill era en realidad una choza en las
montañas y estaría viviendo junto a traficantes de metanfetaminas y
delincuentes.
Lo que sea. Hoy, aceptaría a los adictos al crack y a los asesinos si
significaba pasar veinticuatro horas sin este auto.
—Sí. ¿Sabe dónde está? —Lancé una mano hacia el parabrisas—. Mis
instrucciones me llevaron justo aquí. Pero no hay un camino marcado como
Juniper Hill. O cualquier camino marcado, punto.
—Los caminos rurales de Montana rara vez están marcados. Pero
puedo mostrarle cómo llegar.
—¿En serio? —Mi voz sonó tan pequeña cuando otra ola de lágrimas
rompió la presa.
Hacía tiempo que nadie me ayudaba. Los pequeños gestos se
destacaban cuando eran raros. En el mes pasado, las únicas personas que
me ofrecieron ayuda fueron los residentes de Quincy. Eloise. Y ahora esta
hermosa desconocida.
—Por supuesto. —Extendió una mano—. Soy Winslow.
—Memphis. —sollocé y estreché su mano, parpadeando demasiado
rápido mientras trataba de detener las lágrimas. Fue inútil. Era exactamente
el choque de trenes que parecía ser.
—Bienvenida a Quincy, Memphis.
Respiré y, maldita sea, esas lágrimas siguieron cayendo.
—Gracias.
Me dio una triste sonrisa, luego se apresuró a regresar a su auto.
—Estaremos bien, bebé. —Había una pizca de esperanza en mi voz
mientras me frotaba la cara.
Drake siguió llorando mientras salíamos del camino y seguíamos a
Winslow hasta un grupo de árboles. Entre ellos había un estrecho camino
de tierra.
Había pasado por este camino. Tres veces. Excepto que no era un 10
camino real. Ciertamente no era una calle residencial. Ella redujo la
velocidad, sus luces de freno se encendieron, y giró por el carril. El polvo
salió volando de debajo de sus neumáticos mientras seguía el camino,
alejándose cada vez más de la carretera.
Mis ruedas encontraron cada bache y cada agujero, pero el rebote
pareció ayudar porque los lamentos de Drake se convirtieran en un gemido
mientras seguía una curva en el camino hacia una colina que se elevaba por
encima de la línea de árboles. Su cara estaba cubierta de oscuros arbustos
de hoja perenne.
—Juniper Hill.
Vaya. Fui una idiota. Si me hubiera detenido y mirado a mi alrededor,
probablemente habría notado eso.
Mañana. Mañana, le prestaría atención a Montana. Pero no hoy.
El camino continuó durante otros kilómetros, siguiendo la misma línea
de árboles, hasta que finalmente doblamos una última esquina y allí, en un
prado de pastos dorados, había una deslumbrante casa.
Ninguna choza de montaña. Sin cuestionables vecinos. Quienquiera
que fuera el dueño de esta propiedad la había sacado directamente de una
revista de decoración del hogar.
La casa era de una sola planta, se extendía a lo largo y ancho con la
colina como telón de fondo. El revestimiento negro estaba roto por enormes
láminas de cristal transparente. Donde una casa normal tendría paredes,
este lugar tenía ventanas. A través de ellas pude ver la cocina abierta y la
sala de estar. Al fondo, un dormitorio con una cama cubierta de blanco.
La vista de sus almohadas me hizo bostezar.
Separado de la casa había un amplio garaje de tres lugares con una
escalera que conducía a una puerta en un segundo piso. Eloise había dicho
que me había encontrado un desván.
Tenía que ser ese. Nuestro hogar temporal.
Winslow se estacionó en el camino circular de grava. Me acomodé
detrás de ella, luego me apresuré a salir de mi asiento para rescatar a mi
hijo. Con Drake desatado, lo levanté sobre mi hombro, abrazándolo por un
largo momento.
—Lo hicimos. Por fin.
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—Estaba harto de su asiento de seguridad. —Winslow se acercó con
una amable sonrisa—. Tengo un bebé de dos meses. A veces le encanta el
auto. La mayoría de las veces, no tanto.
—Drake también tiene dos meses. Y ha sido un soldado —murmuré.
Ahora que finalmente había dejado de llorar, podía respirar—. Este ha sido
un viaje largo.
—¿De Nueva York? —preguntó, mirando mis matrículas.
—Sí.
—Ese es un largo viaje.
Esperaba que hubiera valido la pena. Porque no había forma de que
regresara. Adelante solo para dar pasos, de ahora en adelante. La ciudad
era un recuerdo.
—Soy la jefa de policía —dijo—. Conoces a Eloise Eden, ¿verdad?
—Um... ¿sí? —¿Le había dicho eso?
—Divulgación completa. Memphis es un nombre único y Eloise es mi
cuñada.
—Ah. —Maldita sea hasta la luna y de regreso. Esta era la cuñada de
mi nueva jefa, y acababa de causar una primera impresión épicamente
horrible—. Ejem... ¿Cuáles eran las posibilidades?
—¿En Quincy? Bastantes —dijo—. ¿Trabajarás en la posada?
Asentí.
—Sí. Como ama de llaves.
Antes de que Winslow pudiera decir algo más, la puerta principal de la
casa se abrió y una linda morena salió corriendo, sonriendo y saludando.
Eloise. Sus ojos azules brillaban, del mismo color que el cielo sin nubes
de septiembre.
—¡Memphis! —Se apresuró en mi camino—. Lo hiciste.
—Lo hice —susurré, moviendo a Drake para extender mi mano.
Cualquier maquillaje que me hubiera puesto hace dos días en nuestro
hotel en Minnesota había desaparecido por la fatiga y las lágrimas. Mi
cabello rubio estaba recogido en una descuidada cola de caballo y mi
camiseta blanca estaba manchada de naranja en el dobladillo de una bebida
energética que me había estallado esta mañana. No me parecía en nada a la
versión de Memphis Ward que había hecho una entrevista virtual con Eloise
hace unas semanas. Pero esta era yo. No había ninguna realidad oculta.
12
Era un desastre.
Eloise se movió directamente a mi espacio, ignorando la mano que le
ofrecí para abrazarme.
Me tensé.
—Lo siento, huelo mal.
—Para nada. —Rio—. ¿Conociste a Winn?
Asentí.
—Tuvo la amabilidad de ayudarme cuando me perdí.
—Oh no. —La sonrisa de Eloise se desvaneció—. ¿Mis direcciones
fueron malas?
—No. —Lo deseché—. Nunca he conducido por un camino de tierra. No
lo esperaba.
Hasta este viaje, no había conducido mucho. Sí, había tenido un auto
en Nueva York, pero también tenía chofer. Afortunadamente, había pasado
suficiente tiempo detrás del volante yendo y viniendo de los Hamptons para
sentirme cómoda haciendo este viaje.
—¿Podemos ayudarte a desempacar? —preguntó Winslow, señalando
hacia el desván.
—Oh está bien. Lo puedo manejar.
—Ayudaremos. —Eloise apretó el botón de apertura del maletero.
Las bolsas de lona y las maletas que había metido dentro prácticamente
saltaron. Sí, todas mis pertenencias cabían en mi Volvo. Pero eso no
significaba que no había sido una tarea meterlas dentro.
Se echó una mochila al hombro y luego sacó una maleta.
—Realmente, puedo hacer esto. —Mi rostro se puso rojo al ver a mi
nueva jefa sacando mis cosas. La bolsa que llevaba tenía mi ropa interior y
tampones.
Pero Eloise me ignoró y se dirigió a la escalera de acero del garaje.
—Confía en mí esta vez. —Winslow caminó hacia el maletero—. Cuanto
antes aceptes a Eloise, más fácil será tu vida. Es persistente.
Como cuando se negó a escuchar cuando tuve que rechazar la oferta
de trabajo. Me había ordenado que fuera a Montana, prometiéndome que 13
tendríamos un hogar una vez que llegáramos.
—Estoy aprendiendo eso. —Me reí. Era la primera risa que tenía en.…
bueno, en mucho tiempo.
Sostuve a Drake más cerca, respirando su olor a bebé. Allí de pie, con
los pies en el suelo, me permití respirar de nuevo. Por un latido. Luego dos.
Dejo que las suelas de mis zapatos se calienten con las rocas. Dejo que mi
corazón se hunda en mi garganta y regrese a mi pecho.
Lo hicimos.
Quincy podría no ser nuestro hogar para siempre. Pero los para
siempres eran para soñadores. Y dejé de soñar el día que comencé a
clasificar mis peores días. Había habido tantos, que había sido la única
manera de seguir avanzando. Saber que ninguno había sido tan horrible
como el primer-peor día. Saber que, si había sobrevivido a ese, podría
soportar el segundo y el tercero y el cuarto.
Hoy era el quinto.
Había comenzado en una gasolinera en Dakota del Norte. Me detuve
anoche para dormir un poco. Veinte minutos, eso es todo lo que quería.
Entonces había planeado volver a la carretera. Drake estaba drogado y no
quería despertarlo llevándolo a un hotel de mala muerte.
Dormir en el auto había sido una imprudente decisión. Pensé que
estaba a salvo bajo las brillantes luces del estacionamiento. Mis ojos no
habían estado cerrados durante más de cinco minutos cuando un
camionero tocó mi ventana y se lamió los labios.
Me alejé a toda velocidad y, con suerte, le atropellé los dedos de los
pies.
Mi corazón latió con fuerza durante la siguiente hora, pero una vez que
la adrenalina se disipó, el profundo agotamiento del alma se metió debajo
de mi piel. Tenía miedo de quedarme dormida al volante, así que me detuve
en la interestatal para saltar y trotar en el lugar bajo las estrellas. Me estiré
durante treinta segundos antes de que un insecto volara debajo de mi
camiseta y me dejara dos mordiscos en las costillas.
La picadura me había mantenido despierta durante la siguiente hora.
Al amanecer, encontré otro desvío para detenerme y cambiar a Drake.
Cuando lo levanté de su asiento, me escupió por toda la camiseta, lo que me
obligó a darme un baño de toallitas húmedas. Cualquier día normal, no
hubiera sido gran cosa. Pero había sido una gota más y mi espalda estaba
a punto de romperse. 14
Durante nuestra última parada en la gasolinera, empezó a llorar. Con
excepción de algunas siestas cortas, en realidad no se había detenido.
Horas de ese gemido y estaba frita. Estaba cansada. Estaba asustada.
Estaba nerviosa.
Mis emociones luchaban entre sí, peleando por tomar el primer lugar.
Luchando por ser la que me empujara al límite.
Pero lo logramos. De alguna manera, lo habíamos logrado.
—Vamos a ver nuestro nuevo lugar. —Besé a Drake mientras se
retorcía (debía tener hambre) y luego lo moví a la cuna de mi brazo. Con una
mano, levanté la siguiente bolsa de la pila, pero había olvidado lo pesada
que era. La correa de nailon se me escapó de los dedos y la bolsa cayó al
suelo—. Puaj.
—Yo la recogeré. —Una profunda y áspera voz sonó detrás de mí, luego
se escuchó el crujido de unas botas sobre la grava.
Me puse de pie, lista para sonreír y presentarme, pero en el momento
en que vi al hombre caminando hacia mí, mi cerebro se revolvió.
Alto. Amplio. Tatuado. Precioso.
¿Por qué había seguido conduciendo anoche? ¿Por qué no me había
detenido en un hotel con ducha?
No estaba en ningún lugar para enamorarme de un chico. La nueva
Memphis, mamá Memphis, estaba demasiado ocupada quitándose las
manchas de fórmula de sus camisetas para acicalarse para los hombres.
Pero la antigua Memphis, soltera, rica y siempre dispuesta a un orgasmo o
dos, realmente le gustaban los hombres sexys y barbudos.
Él se agachó y recogió la bolsa de lona antes de sacar la maleta más
grande del maletero. Sus bíceps tensaron las mangas de su camiseta gris
mientras las llevaba hacia el garaje. Caderas estrechas. Antebrazos
tendinosos. Piernas largas cubiertas con vaqueros desteñidos.
¿Quién era? ¿Vivía aquí? ¿Importaba?
Drake gimió y ese sonido apagó el rayo láser que había sido mi mirada
en el esculpido trasero de este tipo.
¿Qué diablos estaba mal conmigo? Dormir. Necesitaba dormir.
Antes de que alguien pudiera atraparme mirándolo, bajé la barbilla y
corrí tras él, deteniéndome lo suficiente para agarrar la bolsa de pañales del
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asiento trasero.
El metal de las escaleras emitía un zumbido bajo con cada paso. El
hombre casi había llegado al rellano cuando Eloise apareció.
—Bien, estás ayudando. —Le sonrió y luego nos indicó a todos que
entráramos—. Knox Eden, conoce a Memphis Ward. Memphis, este es mi
hermano Knox. Esta es su casa.
Knox dejó las bolsas y levantó la barbilla.
—Hola.
—Hola. Este es Drake. Gracias por alquilarnos tu apartamento.
—Estoy seguro de que se abrirá otro lugar en la ciudad. —Le lanzó a
Eloise una mirada—. Pronto.
La tensión que se extendía por el desván era más densa que el tráfico
en la Cuarta-Tercera Este desde FDR Drive hasta la Quinta Avenida.
Winslow estudió los pisos color miel mientras Eloise entrecerraba la
mirada hacia su hermano.
Mientras tanto, Knox no hizo nada para disimular la irritación en su
rostro.
—Es, eh... ¿Este lugar no está en renta? —Sería normal que mi día
llegara a algún lugar donde no fuera bienvenida.
—No, no lo está —dijo él mientras Eloise decía:
—Sí, lo está.
—No quiero causar ningún problema. —Mi estómago se revolvió—. Tal
vez deberíamos encontrar otro lugar.
Eloise cruzó los brazos sobre el pecho y levantó las cejas mientras
esperaba que su hermano hablara. Era demasiado bonita para ser
intimidante, pero no me gustaría estar en el lado receptor de esa mirada.
—Bien —se quejó Knox—. Quédate todo el tiempo que necesites.
—¿Estás seguro? —Porque sonaba mucho como si estuviera mintiendo.
Había escuchado una buena cantidad de mentiras como miembro de la alta
sociedad de Nueva York.
—Sí. Iré a buscar el resto de tus maletas. —Knox pasó a mi lado, el olor
a salvia y jabón llenó mi nariz.
—Lo siento. —Eloise se llevó las manos a las mejillas—. Está bien,
necesito ser honesta. Cuando llamaste y dijiste que no había ningún
apartamento en la ciudad, también investigué un poco. Y tienes razón. No
16
hay nada disponible en tu rango de precios.
Gruñí. Así que me había empeñado con su reacio hermano. Era un caso
de caridad.
La antigua Memphis habría rechazado la caridad.
Mamá Memphis no tenía ese lujo.
—No quiero entrometerme.
—No lo haces —dijo Eloise—. Él podría haberme dicho que no.
¿Por qué tenía la sensación de que era difícil para la gente decirle que
no? ¿O que rara vez lo aceptaba como respuesta? Después de todo, así fue
como conduje hasta aquí.
Después de una entrevista de Zoom de una hora, me enamoré de la
idea de trabajar para Eloise y ni siquiera había visto las instalaciones del
hotel. Sonrió y se rio durante nuestra conversación. Me preguntó por Drake
y elogió mi currículum.
Acepté este trabajo no porque aspirara a limpiar habitaciones, sino
simplemente porque era la anti-madre. No había nada frío, despiadado o
astuto en Eloise. Mi padre la odiaría.
—¿Estás segura acerca de esto? —pregunté.
—Absolutamente. Knox simplemente no está acostumbrado a tener
gente aquí. Pero estará bien. Se adaptará.
¿Era por eso que había construido una casa llena de vidrio? Aquí
afuera, no necesitaba la privacidad de las paredes. La ubicación le daba
aislamiento. Y yo me estaba entrometiendo.
No teníamos un contrato de arrendamiento. Tan pronto como se abriera
una vacante en la ciudad, dudé que a Knox le importara perder mi cheque
de alquiler.
Subió la escalera a grandes zancadas, el ruido sordo de sus botas
resonó por todo el desván. Su figura llenó la entrada cuando entró con otras
tres bolsas.
—Puedo conseguir el resto —le dije mientras los dejaba en el suelo—.
Y me callaré. Ni siquiera sabrás que estamos aquí.
Drake eligió ese momento para dejar escapar un chillido antes de
acariciar mi pecho.
La boca de Knox se frunció en una fina línea antes de retirarse
escaleras abajo. 17
—¿Podemos ayudarte a desempacar? —preguntó Winslow—. Prefiero
quedarme aquí que regresar a patrullar y escribir multas por exceso de
velocidad.
—No, está bien. Puedo manejarlo. No hay mucho. Solo mi vida entera
en bolsas. Gracias por rescatarme hoy.
—En cualquier momento.
—¿Todavía estamos en orientación mañana? —le pregunté a Eloise.
—Seguro. Pero si deseas instalarte uno o dos días antes del trabajo...
—No. —Negué—. Me gustaría entrar de inmediato.
Sumérgete de cabeza en esta nueva vida. Drake comenzaba en su
guardería mañana y aunque odiaba dejarlo por ese día, esa era la vida de
una madre soltera.
El costo de la guardería se tragaría el treinta y uno por ciento de mis
ingresos. Quincy tenía un bajo costo de vida en comparación con las
ciudades más grandes de Montana, y alquilar este desván por solo
trescientos dólares al mes me permitiría tener un colchón, los días de
semana no pagados no eran una opción. Aún no.
La vida habría sido más fácil, financieramente, en Nueva York. Pero no
habría sido una vida. Había sido una pena de prisión.
—Muy bien. —Eloise aplaudió—. Entonces te veré mañana. Entra
cuando estés lista.
—Gracias. —Extendí mi mano una vez más porque estrechar su mano
era importante. Era una de las pocas lecciones que mi padre me había
enseñado que no detestaba.
—Estoy tan contenta de que estés aquí.
—Yo también.
Winslow y Eloise se despidieron mientras salían por la puerta. Otro
gemido de Drake me envió volando a la acción, sacando un biberón de la
bolsa de pañales antes de acomodarnos en el sofá. Mientras se alimentaba,
inspeccioné mi nuevo hogar temporal.
Las blancas paredes estaban inclinadas con la línea del techo y una
gruesa viga de madera del color de los pisos corría a lo largo del espacio.
Habían cortado tres buhardillas en el lado que daba a la casa, lo que me
daba una vista de Juniper Hill y de las montañas índigo más allá. Las
alcobas y las medias paredes creaban diferentes compartimentos en la
18
planta.
Frente al sofá y detrás de un pequeño tabique había una cama cubierta
con una colcha de retazos. La cocina estaba a un lado del desván, junto a
la puerta, mientras que el baño estaba en el lado opuesto. El espacio era lo
suficientemente grande para una cabina de ducha, lavabo e inodoro.
—Tendrás que bañarte en el fregadero —le dije a Drake, quitándole la
botella vacía de la boca.
Me miró con sus hermosos ojos marrones.
—Te quiero. —No le había dicho eso lo suficiente en este viaje. No
habíamos tenido suficientes momentos como este, solo nosotros dos
juntos—. ¿Qué piensas sobre esto?
Drake parpadeó.
—A mí también me gusta.
Lo hice eructar, luego saqué una manta de bebé y lo acomodé en el piso
mientras me apresuraba a traer las últimas dos cargas y a desempacar.
Horas más tarde, mi ropa estaba doblada y guardada en la única
cómoda. Los cajones integrados en el marco de la cama los usé para los
atuendos de Drake. El pequeño armario estaba lleno cuando colgué algunos
abrigos y suéteres, luego guardé las grandes maletas llenas de maletas más
pequeñas llenas de bolsos y mochilas.
Compré dos sándwiches en la última gasolinera en la que me detuve,
pensando que no habría tiempo para ir a la tienda de comestibles, así que
comí mi jamón seco y suizo, bajándolo con un poco de agua, y seguí dándole
a Drake su primer baño en el fregadero de la cocina.
Se durmió en mis brazos antes de que lo colocara en su cuna portátil.
Reuní suficiente energía para ducharme y lavarme el cabello, luego me
derrumbé segundos después de que mi cabeza golpeara la almohada.
Pero a mi hijo no le gustaba mucho dejarme descansar estos días y
pasadas las once se despertó hambriento y quisquilloso. Un biberón, un
pañal limpio y una hora más tarde, no mostró signos de sueño.
—Oh bebé. Por favor. —Caminé a lo largo del desván, pasando junto a
las ventanas abiertas, con la esperanza de que el aire limpio y fresco lo
tranquilizara.
Excepto que Drake no lo estaba teniendo. Lloró y lloró, como lo hizo la
mayoría de las noches, retorciéndose porque simplemente no se sentía
cómodo. 19
Así que caminé y caminé, saltando y balanceándome con cada paso.
Una luz de la casa de Knox se encendió cuando pasé por una ventana.
Un destello de piel me llamó la atención y detuvo mis pies.
—Vaya.
Knox estaba sin camisa, vistiendo solo calzoncillos bóxer negros. Se
amoldaban a sus fuertes muslos. La cinturilla se aferraba a la V de sus
caderas.
Mi vecino, mi arrendador, no solo era musculoso, estaba cortado. Era
una sinfonía de ondulados músculos que cantaban en perfecta armonía con
su hermoso rostro.
Pura tentación, posada en la ventana de una mujer que no podía
permitirse el lujo de desviarse de su camino.
Pero ¿cuál era el daño en una mirada?
Revoloteé al lado del marco de la ventana, permaneciendo fuera de la
vista, y di otra mirada mientras levantaba una toalla para secarse las puntas
de su cabello oscuro.
—No todo lo de hoy fue malo, ¿verdad? —le pregunté a Drake mientras
Knox salía de su habitación—. Al menos tenemos una gran vista.
20
Knox
N
o había lugar en el que preferiría estar que de pie en mi
cocina, con un cuchillo en la mano, con los aromas de las
hierbas frescas y del pan horneado arremolinándose en el
aire.
Eloise atravesó la puerta batiente que conectaba la cocina con el
restaurante.
—Y justo por aquí está la cocina.
Corrección. No había lugar en el que preferiría estar que parado solo en
mi cocina.
—¿No es increíble? —preguntó por encima del hombro.
Memphis salió de detrás de Eloise, e hice una doble toma. Su cabello
rubio era lacio y colgaba en elegantes paneles sobre sus hombros. Las
brillantes luces resaltaban las motas color caramelo en sus ojos marrones.
Sus mejillas estaban sonrosadas y sus suaves labios pintados de un rosa
pálido.
Bueno... Mierda.
Estaba en problemas.
Era la misma mujer que conocí ayer, pero estaba muy lejos de la
persona agotada y extenuada que se había mudado al desván. Memphis
era... sorprendentes. Había pensado lo mismo ayer, incluso con círculos
azules debajo de sus ojos. Pero hoy su belleza distraía. Problema.
No tenía tiempo para problemas.
Especialmente cuando se trataba de mi nueva inquilina. 21
Mi cuchillo atravesó un lote de cilantro, mi mano se movió más rápido
mientras me enfocaba en la tarea en cuestión e ignoraba esta intrusión.
—Si el refrigerador en la sala de descanso está lleno alguna vez, podrás
guardar tu almuerzo aquí —dijo Eloise, señalando a la persona sin cita
previa.
Esperen. ¿Qué? El cuchillo cayó de mi palma, casi golpeando mi dedo.
Nadie guardaba su almuerzo aquí. Ni siquiera mis camareros. Por supuesto,
rara vez tenían que traer comida porque normalmente les preparaba una
comida. Aún... esa caminata estaría fuera de los límites.
Eloise sabía que estaba fuera de los límites. Excepto que mi hermana
maravillosamente molesta parecía decidida a obligar a Memphis a participar
en todos los aspectos de mi vida. ¿No era suficiente mi casa? ¿Ahora mi
cocina?
—Muy bien. —Memphis asintió, escaneando la habitación, mirando a
todas partes menos a donde estaba en la mesa de preparación de acero
inoxidable en el centro del espacio.
Inspeccionó la estufa de gas a lo largo de una pared, luego el lavavajillas
industrial a su espalda. En las paredes había estantes llenos de limpios
platos de cerámica y tazas de café. Estudió el suelo de baldosas, las hileras
de especias y los estantes repletos de ollas y sartenes colgantes.
—Aquí está la máquina de hielo. —Eloise caminó hacia el refrigerador,
levantando la tapa—. Sírvete.
—Está bien. —La voz de Memphis no era más que un murmullo
mientras se colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja. Había
prometido ayer estar callada. Supongo que también tenía la intención de
mantener ese voto en el hotel.
Miré a Eloise y luego señalé con la barbilla la puerta. El tour había
terminado. Esto era una cocina. Solo una cocina comercial con brillantes
luces y relucientes electrodomésticos. Y estaba ocupado. Este era mi tiempo
a solas para respirar y pensar.
¿Pero Eloise captó la indirecta y se fue?
Por supuesto que no. Ocupó espacio contra mi mesa y se inclinó. ¿Por
qué diablos se estaba inclinando?
Apreté los dientes y tomé mi cuchillo, agarrando el mango hasta que
mis nudillos estuvieron blancos. Normalmente le diría a Eloise que se
22
largara, pero estaba siendo amable en este momento. Muy agradable.
Esta amabilidad era la razón por la que accedí a dejar que Memphis se
quedara en el desván encima de mi garaje. Mi hermana me había pedido un
favor, y en este momento, se los estaba concediendo todos. Muy pronto,
tendríamos una conversación difícil. Una que había estado temiendo y
evitando. Una que cambiaría nuestra relación.
Hasta entonces, la dejaría invadir mi cocina y permitiría que su nueva
empleada se quedara en mi casa.
—Entonces, ese es el hotel —le dijo Eloise a Memphis.
—Es hermoso —dijo Memphis—. Verdaderamente.
Eloise rodeó la habitación con un dedo.
—Knox renovó la cocina y el restaurante el invierno pasado. Fue
entonces cuando mis padres anexaron el edificio de al lado para eventos.
—Ah. —Memphis asintió, sin dejar de ver a ningún lado menos a mí.
El crujido de cilantro bajo mi cuchillo llenó el silencio.
Mis padres eran dueños del hotel real, The Eloise Inn, pero el
restaurante y la cocina eran míos. El edificio en sí lo habíamos incorporado
como una entidad separada, las acciones se dividieron en partes iguales
entre nosotros.
Originalmente, este espacio había sido una cocina industrial más
pequeña adjunta a un salón de baile básico. Habían alquilado el espacio
para bodas y eventos, pero cuando me mudé a casa desde San Francisco
hace años, llené la habitación con mesas. Había funcionado como
restaurante durante un tiempo, pero le faltaba estilo y fluidez. Cuando les
dije a mamá y papá que quería convertirlo en un restaurante real,
aprovecharon la oportunidad de expandir la huella del hotel y apoderarse
del edificio de al lado.
Según nuestras proyecciones, el anexo se pagaría solo en los próximos
cinco años. Mis renovaciones se pagarían solas en tres, suponiendo que el
tráfico en el restaurante no se extinguiera. Teniendo en cuenta que tenía el
único restaurante de lujo en la ciudad, felizmente acaparaba ese mercado.
—¿Te importaría si salgo por un minuto? —le preguntó Memphis a
Eloise—. Me gustaría simplemente llamar y consultar con la guardería de
Drake. Asegurarme de que está bien.
—Seguro. —Eloise se enderezó, escoltándola hasta la puerta y
finalmente dejándome en paz. 23
Dejé el cilantro a un lado y fui al pasillo a agarrar un puñado de
tomates. Luego empujé las mangas de mi bata blanca de chef, aún no
manchada, hasta mis antebrazos antes de continuar cortando.
¿Podría dirigir este hotel? ¿Siquiera quería hacerlo? El cambio estaba
en el horizonte. Había que tomar decisiones, y las temía todas.
Más allá de las renovaciones, mucho había cambiado aquí el año
pasado. Sobre todo, la actitud de mis padres. Además del rancho de nuestra
familia, The Eloise Inn había sido la empresa comercial que más tiempo les
había consumido. Su deseo de mantener un dedo en el pulso del hotel
estaba disminuyendo. Rápido.
Ahora que papá se había retirado de administrar el rancho y le había
entregado el control a mi hermano mayor Griffin, mamá y papá parecían
tener prisa por delegar el resto de sus negocios en nosotros, los hijos.
Eso, y que papá se había asustado. A medida que avanzaba la demencia
del tío Briggs, papá casi se convenció a sí mismo de que sería el próximo.
Mientras su mente estaba fresca, quería que su patrimonio quedara
arreglado.
Griffin siempre había amado el rancho Eden. La tierra era parte de su
alma. Tal vez por eso el resto de nosotros no nos habíamos interesado en el
negocio del ganado. Porque Griffin era el mayor y había reclamado esa
pasión primero. O tal vez esa pasión era solo una parte de su sangre.
Nuestra familia se había dedicado a la ganadería durante generaciones y él
había heredado una alegría por ella más allá de lo que el resto de nosotros
podíamos comprender.
Mamá siempre decía que papá le transmitió su amor por el rancho a
Griffin mientras que ella nos había pasado su amor por la cocina a mi
hermana Lyla y a mí.
Mi sueño siempre había sido tener un restaurante. El de Lyla también,
aunque prefería algo pequeño, y ser dueña de Eden Coffee encajaba
perfectamente con ella.
Talia no se había interesado en ninguno de los negocios familiares, así
que usó su herencia de cerebros para asistir a la escuela de medicina.
Mateo era joven todavía. A los veintitrés años, aún no había decidido
qué quería hacer. Trabajó en el rancho de Griffin. Hizo algunos turnos cada
semana para Eloise, cubriéndola cuando tenía poco personal en la
recepción, lo cual sucedía a menudo.
A Eloise le encantaba The Eloise Inn y trabajar como gerente del hotel. 24
Mi hermana era el pulso de este hotel. Le encantaba como a mí me
apasionaba cocinar. Como si a Griffin adorara la ganadería. Pero mis padres
no se habían acercado a ella para hacerse cargo.
En cambio, vendrían a mí.
Sus razones eran sólidas. Tenía treinta años. Eloise tenía veinticinco.
Tenía más experiencia con la gestión empresarial y más dólares en mi
cuenta bancaria a los cuáles recurrir. Y aunque a Eloise le encantaba este
hotel, tenía un corazón tierno y gentil.
Era la razón por la que mamá y papá acababan de salir de una
desagradable demanda.
Su tierno corazón también fue la razón por la que contrató a Memphis.
Eso y la desesperación.
Nuestra proximidad al Parque Nacional Glacier atraía a personas de
todo el mundo a Quincy. Los turistas acudían en masa a esta zona de
Montana. Dado que The Eloise era el mejor hotel de nuestra ciudad, durante
los meses de verano, estábamos llenos.
La rotación en el departamento de limpieza era constante y
recientemente habíamos perdido a dos empleadas por trabajos de escritorio.
Sus vacantes habían estado abiertas durante seis semanas.
Eloise se había acostumbrado a limpiar habitaciones. Mateo también.
Mamá también. Con el ajetreo de las vacaciones acercándose rápidamente,
no podíamos darnos el lujo de estar faltos de personal. Cuando Memphis
presentó la solicitud y accedió a mudarse a Quincy, Eloise estaba
encantada.
Memphis no solo era un cuerpo humano capaz, un cuerpo sexy y ágil,
sino también estaba tan sobrecalificada para un trabajo de limpieza que, al
principio, Eloise pensó que su solicitud era una broma. Después de su
entrevista virtual, Eloise había dicho que realmente era un sueño hecho
realidad.
Me alegré por mi hermana porque era difícil encontrar empleados
sólidos. Esa felicidad había durado toda una semana hasta que Eloise
apareció en mi puerta y me rogó que dejara a Memphis vivir en el desván.
Prefiero una vida solitaria. Prefería ir a casa a una casa vacía. Me
gustaba la paz y la tranquilidad.
No habría nada de eso con Memphis y su bebé en el desván. Ese niño
había llorado durante horas anoche, tan fuerte que lo escuché desde el 25
garaje.
Había una razón por la que construí mi casa en Juniper Hill y no en
un terreno en el rancho. Distancia. Mi familia podía visitarme y si
necesitaban pasar la noche porque bebieron demasiado, pues... podrían
estrellarse en el desván. Sin pavimento. Sin tráfico. Sin vecinos.
Mi santuario.
Hasta ahora.
—Es temporal —me dije por enésima vez.
La puerta batiente que conducía al restaurante se abrió de golpe y
Eloise entró una vez más, con una amplia sonrisa en su rostro.
Miré por encima de su hombro, buscando a Memphis, pero Eloise
estaba sola.
—¿Qué sucede?
—¿Qué estás haciendo? —Se cernió sobre mi hombro.
—Pico de gallo. —No tenía un gran menú, pero era suficiente para
darles a los lugareños y a los huéspedes del hotel algo de variedad. Cada fin
de semana, el menú de la cena presentaba un plato principal especial. Pero
en su mayor parte, el desayuno y el almuerzo eran consistentes.
—Mmm. ¿Le harías a Memphis un plato de tacos?
El cuchillo en mi mano se congeló.
—¿Qué?
—O cualquier otra cosa que tengas a mano. Me di cuenta de que no
trajo nada con ella esta mañana.
El reloj de la pared marcaba las diez y media. Mis dos camareras
estaban en el comedor, enrollando los cubiertos en servilletas de tela y
volviendo a llenar el salero y el pimentero. Los lunes no solían estar
ocupados, pero tampoco estaban tranquilos.
No había tal cosa como tranquilidad en estos días.
Aparentemente ni siquiera en mi propia casa o cocina.
—No preparo el almuerzo de las otras amas de casa.
—Knox, por favor. Acaba de llegar. Dudo que haya tenido la
oportunidad de ir a la tienda de comestibles.
—Entonces déjala que se vaya temprano. No necesitas su limpieza hoy.
—No, pero tenemos papeleo que hacer. Y videos de orientación. Tengo 26
la impresión de que le gustarían las horas. La guardería es cara. ¿Por favor?
Suspiré. Por favor. Eloise empuñaba esa sola palabra de la misma
manera que un guerrero lo haría con una espada. Y estaba siendo amable.
—Bien.
—Gracias. —Tomó un cubo de tomate de la tabla de cortar y se lo metió
en la boca.
—¿Cuál es su historia?
—¿Qué quieres decir?
—Ese bebé tiene la misma edad que Hudson. —Nuestro sobrino tenía
dos meses y Winslow, aunque hacía turnos aquí y allá, todavía estaba de
baja por maternidad—. ¿No es muy joven tener un niño en la guardería a
tiempo completo?
—Es una madre soltera que trabaja, Knox. No todo el mundo tiene el
lujo de la licencia de maternidad.
—Lo entiendo, pero... ¿Cuál es la historia con el padre del niño? ¿Por
qué se mudó a Montana desde Nueva York? ¿Y por qué había hecho ese viaje
sola? Ese no fue un viaje seguro, especialmente con un bebé. Debería haber
tenido ayuda. ¿Cómo una hermosa mujer educada terminó viajando sola
por el país con un bebé y lo que parecían ser todas sus posesiones metidas
en un Volvo?
—No lo sé porque no es asunto mío. Si Memphis quiere hablar de eso,
lo hará. —Eloise entrecerró la mirada—. ¿Por qué lo preguntas?
Normalmente yo soy la curiosa. No tú.
—Está viviendo en mi casa.
—¿Tienes miedo de que te asesine mientras duermes? —bromeó Eloise,
robando otro tomate.
—Me gustaría saber quién está en mi propiedad.
—Mi nueva empleada, cuya vida personal es suya. Y una madre nueva
en Quincy. Por eso le prepararás el almuerzo. Porque supongo que no ha
tenido a nadie que le prepare una comida en semanas. La comida rápida no
cuenta.
Fruncí el ceño y caminé por la cocina, tomando un tazón para mezclar,
una cebolla y un limón.
Una vez más, Eloise se encariñaba con una empleada. Después de la
demanda, tanto mamá como papá le habían advertido que mantuviera los
27
límites profesionales. Pero en lo que se refería a Memphis, Eloise ya los había
cruzado.
Yo también, el día que acepté dejar que una mujer extraña y su hijo se
mudaran a mi propiedad.
Eloise miró el reloj.
—Estaré en la recepción por el resto del día. Memphis trabajará en el
papeleo en la sala de descanso del personal y luego verá videos de
orientación. ¿A qué hora debo enviarla aquí para el almuerzo?
—A las once. —Memphis podría comer con el resto de nosotros antes
de que llegara la fiebre del almuerzo—. Necesitas saber más sobre su
historia.
—Si tienes tanta curiosidad, pregúntale cuándo venga a comer. —
Eloise me dio su sonrisa victoriosa y desapareció.
Maldita sea. Amaba a mi hermana, pero junto con ese gran corazón,
era ingenua. Aparte de sus cuatro años de ausencia para ir a la universidad,
solo había vivido en Quincy. Esta comunidad la amaba. No se daba cuenta
de cuán tortuosas y horribles podían ser las personas.
Memphis no había hecho nada preocupante. Aún. Pero no me gustaba
lo poco que todos sabíamos sobre su historia. Había demasiadas preguntas
sin respuesta.
Dejé a un lado las preocupaciones y me concentré en la preparación
que había estado haciendo desde las cinco de la mañana. Mis días
comenzaban temprano, trabajando antes de que abriéramos el restaurante
para los huéspedes del hotel a las siete. Después de hacer un puñado de
tortillas y huevos revueltos esta mañana, me había estado preparando para
las comidas de esta noche. Mi sous chef, Roxanne, prepararía la cena esta
noche para que pudiera tener una noche libre.
Los minutos pasaron demasiado rápido y cuando la puerta se abrió,
miré el reloj para ver que eran exactamente las once.
—Hola. —Memphis me dio un susurro de sonrisa.
Con una sonrisa real, sería más un problema. Sería un huracán
dejando devastación a su paso.
—Um... Eloise dijo algo acerca de venir a almorzar.
—Sí. —Asentí hacia el lado opuesto de la mesa donde guardaba algunos
taburetes—. Toma asiento. 28
—No necesito nada. En realidad. Estoy segura de que estás ocupado y
no quiero entrometerme.
Antes de que pudiera responder, Eloise atravesó la puerta con mi
cocinero de línea, Skip, justo detrás de ella.
—No te estás entrometiendo.
—Hola, Knox. —Skip miró a Memphis, sus pasos tartamudearon
mientras hacía su propia revisión doble.
La belleza de Memphis llamaba la atención dos veces.
—Estamos haciendo el almuerzo. —Le hice señas a Skip para que se
pusiera un delantal.
Las presentaciones podían esperar. Por el momento, solo quería hacer
esta comida y enviar a Eloise y a Memphis fuera, para poder concentrarme
sin que los ojos color chocolate de Memphis siguieran cada uno de mis
movimientos.
¿Pero Skip sacó un delantal de la fila de ganchos? No. Porque
aparentemente nadie me estaba escuchando hoy.
—Soy Skip. —Extendió la mano.
—Memphis.
—Hermoso nombre para una hermosa dama. ¿Qué puedo hacerte para
el almuerzo? —Sostuvo su mano por un momento demasiado largo con una
estúpida sonrisa en el rostro.
—Tacos —espeté, rodeando la mesa para tomar un paquete de
tortillas—. Comeremos tacos. O lo haríamos si soltaras su mano y te
pusieras a trabajar.
—Ignóralo. —Skip se rio, pero le soltó la mano y fue a pasarse un
delantal por la cabeza. Por fin. Se ató el canoso cabello de la cara antes de
ir al fregadero a lavarse las manos. Durante todo el tiempo que hizo espuma
con el jabón, miró a Memphis.
—Skip —ladré.
—¿Qué? —Sonrió, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo.
Skip había trabajado en mi cocina desde que me mudé a casa hace
cinco años. Esta era la primera vez que quería despedirlo.
—Así que Knox es el dueño del restaurante —dijo Eloise, y se dio a ella
y a Memphis un vaso de agua—. Mis padres son dueños del hotel. Puede 29
haber ocasiones en las que te pidamos que ayudes a realizar las entregas
del servicio de habitaciones, dependiendo de lo ocupados que estemos. Es
una especie de enfoque de todas las manos a la obra por aquí.
—Estoy feliz de ayudar en lo que sea necesario. ¿También tienes
servicio de bar? ¿O simplemente atender los refrigeradores en la habitación?
—preguntó Memphis.
—¿Qué es un servicio de bar? —preguntó Eloise.
—Oh, es una tendencia más nueva —dijo—. La mayoría de los hoteles
de lujo en las principales ciudades ofrecen un servicio de bar, como carritos
de Bloody Mary entregados en habitaciones individuales o un servicio de
guardia en el bar del hotel.
El rostro de Eloise se iluminó.
Mierda.
—Sin servicio de barra. —Aplasté esa creación antes de que le crecieran
piernas—. Aquí no tenemos un bar completo. Todo lo que sirvo es cerveza y
vino. Ambos están incluidos en el menú del servicio de habitaciones, que es
diferente al menú del restaurante.
—Entendido. —Memphis tomó un sorbo de su agua, su mirada se
dirigió a mis manos cuando comencé a servir.
Skip hizo un trabajo rápido al asar los camarones que había puesto en
un adobo rápido.
Los ojos de Memphis se abrieron cuando colocó seis en su plato, como
si fuera la primera comida real que había tenido en mucho tiempo.
—Entonces, eh... ¿Cómo encaja la jefa Eden en tu familia?
—Está casada con nuestro hermano mayor, Griffin —explicó Eloise—.
Somos seis. ¿Y tú? ¿Algún hermano o hermana?
—Una hermana. Un hermano.
—Tal vez vengan de visita. Les damos a los empleados un descuento
del diez por ciento.
Memphis negó y bajó la mirada hacia la mesa.
—No somos, um... cercanos.
Eso explicaba por qué su hermana ni su hermano habían venido a
Montana con ella. Mis hermanos me volvían loco de remate, pero no podía
imaginar la vida sin ellos. Pero ¿y sus padres? Memphis no ofreció nada
más, y Eloise, con quien normalmente podía contar que era entrometida 30
como el infierno, no preguntó.
Mis manos se movieron automáticamente para ensamblar dos platos,
y cuando estuvieron listos, los deslicé sobre la mesa.
—Gracias. —Memphis acercó el plato poco a poco, doblando con
cuidado un taco antes de darle un mordisco.
A algunos chefs no les gustaba ver a la gente comer su comida. Temían
la cruda reacción. Yo no. Me encantaba ver ese primer bocado. En mis
primeros días en la escuela culinaria, aprendí de las expresiones, tanto
buenas como malas.
Excepto que debería haber mirado hacia otro lado.
Memphis gimió. Una sonrisa tiró de la comisura de sus labios.
Cualquier otra persona y yo nos hubiéramos dado una palmadita en la
espalda y lo tomaríamos como un trabajo bien hecho.
Con Memphis, mi corazón latió con fuerza y una oleada de sangre subió
a mi ingle. Verla comer era erótico. Sólo otra mujer había tenido el mismo
impacto. Y me había jodido sin piedad.
Problema. Maldito problema. Necesitaba a Memphis fuera de mi cocina
y, en poco tiempo, fuera de mi desván.
—Esto es increíble —dijo.
—Son solo tacos —gruñí, concentrándome en los otros platos. No
quería sus cumplidos. Preferiría que odie la comida.
—Knox es el mejor —dijo Eloise, tomando su propio bocado.
—Ha pasado mucho tiempo desde que alguien cocinó para mí. —
Memphis tomó una cucharada de mi pico fresco, preparando su próximo
bocado—. A menos que cuenten a Ronald McDonald.
La boca de Eloise estaba demasiado llena para hablar, pero eso no
importaba. Te lo dije estaba escrito en toda su cara. Su teléfono sonó y lo
levantó de la mesa, ahogando un gemido mientras tragaba.
—Tengo que tomar esto. Ven a buscarme cuando hayas terminado —le
dijo a Memphis antes de recoger su plato y salir corriendo de la habitación.
El timbre de la puerta del callejón sonó. Nuestro proveedor de alimentos
venía todos los lunes. Bendito por llegar tres horas antes. Era la excusa
perfecta para escapar de esta cocina, pero antes de que pudiera hacer un
movimiento, Skip cerró la tapa plana y se desató el delantal.
—Yo iré. Tú sigue comiendo. 31
—Gracias —dije con dientes apretados.
No llevé mi plato al taburete al lado de Memphis. Inhalé un taco
mientras estaba de pie junto a la mesa de preparación. El sonido de nuestra
masticación se mezcló con la apagada voz de Skip mientras conversaba con
el repartidor.
Entonces sonó un teléfono.
Memphis dejó su comida y sacó su teléfono de su bolsillo. Miró la
pantalla con el ceño fruncido y luego silenció la llamada. Ni dos segundos
después, volvió a sonar. También la rechazó.
—Lo siento.
—¿Necesitas contestar eso?
—No, está bien. —Excepto que la tensión en su rostro decía que no
estaba bien. Y no volvió a tocar su comida. ¿Qué demonios?—. Gracias por
el almuerzo. Estaba delicioso.
Le hice un gesto con la mano cuando se puso de pie para recoger su
plato.
—Solo déjalo.
—Ah, de acuerdo. —Se limpió las manos en los pantalones grises. Su
suéter negro colgaba de sus hombros, como si alguna vez le hubiera
quedado bien, pero ahora estuviera demasiado suelto. Luego se fue,
corriendo fuera de la cocina con su teléfono apretado en su agarre.
Skip bajó por el pasillo con una caja y la dejó sobre la mesa. El
repartidor lo siguió con una carretilla.
Firmé el pedido y luego comencé a guardar mis productos en la alacena.
—Entonces, ¿quién era esa? —preguntó Skip—. ¿Nuevo recepcionista?
—Ama de llaves.
Sonrió.
—Es una guapa. ¿Estás interesado?
—No —mentí, recogiendo una manzana para pasar el pulgar por la
tensa y cerosa piel—. Una vez que termine la fiebre del almuerzo, hagamos
un pastel de manzana o dos para el menú de postres de la cena.
En otra vida, en otro mundo, perseguiría a una mujer como Memphis.
Pero había pasado los últimos cinco años en la realidad.
Era empleada del hotel. Mi inquilina temporal. Nada más. 32
Memphis Ward no era asunto mío.
Memphis
L
os números en el reloj del microondas se burlaban de mí
mientras paseaba a lo largo del desván. Con cada vuelta, el
brillo verde me llamaba la atención y me gané un suspiro de
desesperación.
Las tres diecinueve.
Drake había estado llorando desde la una.
Llevaba llorando desde las dos.
—Bebé. —Una lágrima resbaló por mi mejilla—. No sé qué hacer por ti.
Él gimió, con la cara roja y la nariz arrugada. Se veía tan miserable
como me sentía.
Le había dado un biberón. Le había cambiado el pañal. Lo había
envuelto. Lo había desenvuelto. Lo había mecido en mis brazos. Lo había
apoyado contra un hombro.
Nada había funcionado. Nada de lo que estaba haciendo lo hacía dejar
de llorar.
Nada de lo que estaba haciendo era... lo correcto.
¿Todas las nuevas madres se sentían así de impotentes?
—Shh. Shh. Shh. —Caminé hacia una ventana abierta, necesitando un
poco de aire fresco—. Está bien. Estará bien.
Antes de irme de Nueva York, su pediatra me había dicho que los
cólicos normalmente alcanzaban su punto máximo a las seis semanas y
luego comenzaban a disminuir. Pero Drake parecía estar empeorando.
33
Sus piernas se pusieron rígidas. Sus ojos estaban cerrados con fuerza.
Se retorció, como si la última persona en la tierra con la que quisiera estar
atrapado fuera conmigo.
—Está bien —susurré mientras mi barbilla temblaba. esto pasaría
Eventualmente, esto pasaría. Nunca sabría cómo me había atormentado
cuando era un bebé. Nunca sabría que estaba flotando por encima del fondo.
Nunca sabría que ser madre era tan malditamente difícil.
Simplemente sabría que lo quería.
—Te quiero cariño. —Besé su frente y cerré los ojos.
Dios, estaba cansada. Dejé de amamantarlo porque estaba muy
quisquilloso. Tal vez eso había sido un error. La costosa fórmula para el
estómago sensible que se suponía ayudaría solo agotó mi cuenta bancaria.
Me dolían los pies. Mis brazos me dolían. Me dolía la espalda.
Mi corazón me dolía.
Tal vez estaba en mi cabeza. Tal vez esta mudanza había sido una idea
horrible. Pero la alternativa...
No había habido una alternativa. Y como había estado aquí menos de
una semana, no estaba lista para llamar a esto un error. Aún no.
No te rindas.
—Un día más, ¿verdad? Lo haremos un día más, luego descansaremos
este fin de semana.
Mañana, hoy, estaría derrochando en un café con leche triple antes de
ir al hotel. La cafeína me ayudaría a pasar el viernes. Y este fin de semana,
recargaríamos.
Solo tenía que sobrevivir un día más.
Mis primeros cuatro días en The Eloise Inn habían pasado volando. El
lunes, lo pasé haciendo papeleo y orientación. El martes, salté a la limpieza.
Después de tres días de fregar, quitar el polvo, pasar la aspiradora y hacer
las camas, me dolían todos los músculos del cuerpo. Músculos que ni
siquiera sabía que existían estaban gritando.
Pero había sido una buena semana. De acuerdo, el listón de los buenos
días no era tan alto, pero llegamos al jueves, o al viernes, y eso fue una
victoria.
Drake había sido un ángel en la guardería. Todas las noches, cuando
lo recogía, me preparaba para la noticia de una expulsión. Pero Drake 34
parecía guardar estos ataques para la noche. Para las horas oscuras cuando
la única persona que lo escuchaba llorar era yo.
Secándome las últimas lágrimas, me alejé de la ventana y reanudé mi
paseo. Su llanto no parecía tan fuerte cuando me movía.
—Shh. —Lo reboté suavemente, acunándolo en un brazo mientras mi
otra mano frotaba su vientre. Tal vez eran gases. Probé con las gotas antes
de ponerlo en su cuna a las ocho. ¿Debería darle más?
La maternidad, había aprendido en los últimos dos meses, no era más
que un ritual de cuestionarse a una misma.
Bostecé, arrastrando un largo suspiro. La energía para llorar estaba
disminuyendo. Dejaría que mi hijo llevara esa antorcha por el resto de la
noche.
—¿Quieres probar tu chupete de nuevo? —pregunté, caminando hacia
el mostrador de la cocina donde lo había dejado antes. Lo probé alrededor
de las dos y media. Lo escupió—. Aquí, bebé. —Pasé el plástico por su boca,
esperando que lo tomara. Lo chupó por un segundo, y por ese segundo, el
desván estuvo tan silencioso que en realidad podía escuchar mis propios
pensamientos. Luego, el chupete se fue volando al suelo y si los bebés
pudieran hablar, me habría dicho que me metiera ese impostor de pecho de
plástico por el trasero.
Sus gritos tenían este ritmo entrecortado con un tirón cada vez que
necesitaba respirar.
—Oh, bebé. —Mis ojos se inundaron. Aparentemente, mis lágrimas no
se habían desvanecido después de todo—. ¿Qué estoy haciendo mal?
Un golpe sacudió la puerta, atravesando el ruido de Drake.
Grité. Mierda. La luz del exterior era más brillante. Había estado tan
concentrada en el bebé que no me di cuenta cuando la luz del dormitorio de
Knox se encendió. Me limpié la cara, haciendo todo lo posible para secarla
con una sola mano, luego corrí hacia la puerta y vi a Knox a través de la
pequeña ventana cuadrada en su cara.
Oh, no parecía feliz.
Eché el cerrojo y abrí la puerta.
—Lo lamento. Lo siento mucho. Abrí las ventanas para que entrara un
poco de aire porque estaba cargado y ni siquiera pensé que podrías
escucharlo. 35
El oscuro cabello de Knox estaba despeinado. Las mangas de su
camiseta gris habían sido cortadas, revelando sus esculpidos brazos. A la
luz de la luna, la tinta negra de los tatuajes se mezclaba casi invisiblemente
con su bronceada piel. Los pantalones de chándal que usaba colgaban bajos
en su estrecha cintura, cubriendo sus descalzos pies.
Había cruzado el camino de grava sin zapatos.
Tragué. O tenía los pies muy duros o estaba muy enojado. Dada la
tensión en su mandíbula, probablemente lo último.
—Lo siento. —Miré a Drake, deseando que se detuviera. Por favor
detente. Cinco minutos. Entonces podrás gritar hasta el amanecer. Solo
detente por cinco minutos.
—¿Está enfermo? —Knox cerró las manos en puños sobre las caderas.
—Tiene cólicos.
El amplio pecho de Knox se elevó cuando respiró hondo. Se pasó una
mano por la barbilla sin afeitar antes de cruzar los brazos sobre el pecho.
Dios, tenía muchos músculos. El ceño fruncido en su rostro solo se sumaba
a su atractivo.
La antigua Memphis siempre quería salir y jugar sucio cuando Knox
estaba presente. Quería tirar de los largos mechones de cabello que se
rizaban en su nuca.
Por favor, detente. Ese fue para mí, no para Drake. Habría tiempo para
fantasear con Knox más tarde, como cuando Drake tuviera dieciocho años
y fuera a la universidad. Encerraría esta imagen mental durante un tiempo
en que mi hijo no gritara y yo no llorara. Cuando hubiera dormido más de
dos horas seguidas.
—¿Siempre llora? —preguntó Knox.
—Sí. —La verdad era tan deprimente como lo hubiera sido mentir—.
Cerraré mis ventanas.
Knox bajó la mirada hacia mi hijo y la expresión de dolor que cruzó su
rostro me hizo querer subirme a mi auto y conducir lejos, muy lejos.
—Lo siento —susurré.
Por Knox. Por Drake.
Otra deprimente verdad. Esa disculpa era todo lo que tenía para dar.
Knox no dijo una palabra más mientras descendía las escaleras, luego
cruzó el espacio entre el garaje y la casa, haciendo una mueca al dar unos 36
pocos pasos en la grava, antes de desaparecer en su casa.
La búsqueda de apartamento acaba de subir a la lista de tareas
pendientes.
—Maldita sea. —Subí al rellano, dejando que el aire fresco calmara el
rubor de mi cara—. Bebé, debemos tener esto bajo control. No podemos ser
expulsados. Aún no.
Drake soltó otro grito y luego, como si pudiera sentir mi desesperación,
contuvo el aliento y cerró la boca.
Me congelé, dejando que el aire de la noche se deslizara a través de
nosotros hacia el apartamento. Contuve la respiración y conté los segundos,
preguntándome cuánto duraría.
Drake se retorció y dejó escapar un gemido, pero luego sus ojos se
cerraron.
Duerme. Por favor, duerme.
Su pecho se estremeció con las réplicas de un ataque tan enorme. Los
tirones sacudieron su diminuto cuerpo, pero se acurrucó más en mis brazos
y abandonó la lucha.
—Gracias. —Levanté la cabeza hacia las estrellas. Cada una era una
joya esparcida sobre seda negra recubierta de polvo de diamante. Había
tantas aquí, más de las que había visto en mi vida—. Vaya.
La luz del dormitorio de Knox se apagó.
¿Estaba haciendo esto el karma, poniéndome al lado de un hombre tan
bueno? ¿Era esta su prueba para ver si realmente había cambiado?
Hace un año, hubiera pestañeado y me hubiera puesto mi vestido más
sexy con tacones de doce centímetros. Habría coqueteado y bromeado hasta
que me prestara la atención que anhelaba. Luego, cuando me cansara del
juego, me habría puesto mi lápiz labial rojo rubí y le habría dejado rayas en
todo el cuerpo.
Ese tubo de lápiz labial estaba en algún lugar de Nueva York, en una
caja con mis vestidos más sexys y tacones de doce centímetros. Quizás mis
padres habían tirado esa caja a la basura. Tal vez uno de sus asistentes la
había guardado en una sala de almacenamiento donde acumularía polvo
durante años.
Nada de eso importaba.
No tenía necesidad de lápiz labial, no aquí.
37
Y sospechaba que Knox no era el hombre típico. Probablemente se
habría reído del intento de convertirlo en mi juguete personal. Me gustaba
eso de él.
Un bostezo obligó a mis ojos a apartarse del cielo y me retiré adentro.
En lugar de arriesgarme a acostar a Drake en su cuna y despertarlo, lo llevé
a mi cama y lo tapé con algunas almohadas. Luego me acurruqué a su lado
con mi mano en su vientre.
Solo habría un hombre en mi cama.
Mi pequeño.
Cuando mi alarma sonó a las seis, me desperté de golpe, más atontada
de lo que había estado en años. Drake todavía estaba dormido, así que lo
dejé en la cama y me apresuré a darme una ducha. No teníamos una
cafetera en el desván, probablemente porque cualquiera de los invitados de
Knox simplemente iría a su gigantesca cocina a tomar una taza por la
mañana.
Si tenía suficiente dinero en efectivo después del alquiler, la guardería,
la gasolina, la comida, la fórmula, los pañales y algunos atuendos nuevos
para Drake porque se estaba quedando sin los demás, compraría una
cafetera con mi primer cheque de pago. O simplemente me tomaría el café
gratis en el hotel porque ya sabía que no habría dinero.
Esa palabra había cambiado en dos cortos meses. Una vez, el dinero
había sido un concepto. Una ocurrencia tardía. Ahora, era un lujo perdido.
Lo había cambiado por mi hijo.
Drake se despertó cuando cambié su pijama por ropa y bostecé tantas
veces mientras lo preparaba para ir a la guardería que me dolió la
mandíbula. Ni siquiera el brillante sol de la mañana pudo ahuyentar la
niebla mental cuando salí y corrí hacia mi auto.
La camioneta de Knox ya se había ido. Al principio, supuse que se había
estacionado en el garaje, pero luego supe que se estacionó afuera, más cerca
de la casa.
—Ooo-ooh. —Drake se arrulló cuando el asiento de su automóvil hizo
clic en la base.
—Viernes, cariño. Hagamos que pase nuestro viernes, ¿de acuerdo?
La entrega a la guardería fue dolorosa, como lo había sido todas las
mañanas de esta semana. Odiaba dejar a Drake con otra persona. Odiaba
perderme sus horas felices. Pero no era como si pudiera limpiar habitaciones 38
de hotel con un bebé atado a mis pechos.
No había elección. El dinero que había ahorrado en mi trabajo en Nueva
York casi se había agotado. La mayoría se fue en comprar el Volvo. El resto
fue escondido en caso de una emergencia.
Entonces Drake iría a la guardería.
Mientras me labraba una vida para nosotros con mis propias manos,
sudor y lágrimas.
Main Street era mi parte favorita de este pequeño pueblo. Era el corazón
y centro de Quincy. Tiendas minoristas, restaurantes y oficinas abarrotaban
las cuadras. The Eloise se alzaba orgulloso como el edificio más alto a la
vista.
Miré con anhelo el Eden Coffee mientras pasaba. Eloise me había dicho
que su hermana mayor, Lyla, era la dueña. Los lattes habían sido una vez
un elemento básico de mi dieta. Y aunque tenía un billete de veinte en mi
bolso y había planeado derrochar, no pude detenerme.
No cuando el café en el hotel era gratis.
Veinte dólares era más de una hora de trabajo.
Estacioné en el callejón detrás de The Eloise, agarrando mi bolso y el
pequeño recipiente de plástico que contenía mi sándwich de mantequilla de
maní. Sin mermelada. Igual que el café con leche, era una indulgencia que
debía esperar. La mejor comida que había que comido en semanas habían
sido los tacos de Knox. ¿Por qué era tan sexy que un hombre pudiera
cocinar? Ningún hombre con el que hubiera salido me había preparado una
comida.
La camioneta de Knox estaba en el espacio más cercano a la entrada
de empleados. ¿Habría podido dormir anoche? ¿O se habría escapado al
restaurante después de que lo despertáramos?
—Me correrán. —Pero gracias a mi papá, no sería la primera vez.
Un timbre tintineó en mi bolsillo. Una mirada a la pantalla y silencié el
ruido. Cada vez que pensaba en Nueva York, mi teléfono sonaba.
Treinta y siete. Esas eran treinta y siete llamadas en una semana.
Estúpido.
Me apresuré a entrar y encontré a Eloise en la habitación de empleados,
llenando una taza de café. 39
—Buenos días —dije mientras guardaba mis cosas en un casillero. Con
suerte había cubierto los círculos oscuros debajo de mis ojos con lo último
de mi corrector.
—Buenos días. —Sonrió. Eloise siempre tenía una sonrisa.
Me enteré ayer de que ambas teníamos veinticinco años. Sus
veinticinco parecían mucho más ligeros que los míos. Envidiaba eso.
Envidiaba su sonrisa. Si hubiera sido alguien que no fuera Eloise,
probablemente la habría odiado por eso. Pero a Eloise era imposible no
estimarla.
Metí mi almuerzo en la nevera, fui al reloj y marqué mi tarjeta.
Anticuado, como el hotel. En mi primer trabajo por hora, me gustaba el
ruido sordo de la máquina al estampar. Luego corrí a la alacena por una
taza, llenándola hasta el borde de la taza. El primer sorbo estuvo demasiado
caliente, pero eso no me impidió soplarle en la parte superior y luego tomar
otro trago, con la lengua hirviendo y todo.
—Esto podría salvarme la vida.
Eloísa se rio.
—¿Larga noche?
—Drake estuvo despierto un par de horas. —Me encogí—. Despertamos
a Knox.
—Ah. Por eso llegó tan temprano. El empleado de noche dijo que
apareció alrededor de las cuatro. Normalmente no llega hasta las cinco.
—Oh no. —Cerré los ojos—. Lo lamento. Te prometo que seguiré
buscando un nuevo lugar.
—Estás bien. —Eloise me rechazó—. Además, no hay otro lugar, y te
necesito.
Era agradable escuchar a alguien decir que me necesitaban. No había
escuchado eso en, bueno... en un largo tiempo.
—Gracias, Eloise.
—¿Por qué?
—Por arriesgarte conmigo. Y por darme un horario tan bueno.
Eloise me había dado el turno de lunes a viernes. Estaba aquí para
limpiar mientras los huéspedes salían de sus habitaciones, de ocho a cinco,
de lunes a viernes. El turno de fin de semana pagaba más, pero sin la
guardería, no era opción. 40
—Me alegro de que estés aquí —dijo—. Espero que lo estés disfrutando.
—Lo hago. —Limpiar las habitaciones era un trabajo honesto. No me
había dado cuenta de cuánto necesitaba mi corazón algo verdadero y real.
Y una parte de mí lo amaba simplemente porque imaginaba a mi familia
encogiéndose al pensar en mí con guantes de goma amarillos.
Los hoteles habían pagado toda mi vida, primero en Nueva York, ahora
en Montana. Era apropiado. Los años que pasé en hoteles de cinco estrellas
y algunos tutoriales en línea habían sido mi educación para la limpieza.
—Me encanta este hotel. —Otra verdad. The Eloise Inn era encantador,
pintoresco y acogedor. Exactamente la atmósfera que muchos hoteles se
esforzaban por crear y pocos lograban.
—A mí también —dijo.
—Está bien, bueno, será mejor que me ponga en ello. —Levanté mi taza
a modo de saludo.
—Estaré aquí todo el día si necesitas algo. —Salió de la sala de
descanso conmigo y se dirigió al vestíbulo mientras doblaba la esquina hacia
la lavandería, donde teníamos los carritos de limpieza y la lista de
habitaciones listas para ser abordadas.
La otra ama de llaves del turno de día no debía haber llegado todavía
porque ambos carritos de limpieza estaban empujados contra la pared. Elegí
el que había estado usando toda la semana, luego tomé una tarjeta maestra
del gancho en la pared. Con mi café en una mano, conduje el carrito con la
otra hacia el ascensor del personal.
The Eloise Inn tenía cuatro pisos con el más grande en el último piso.
Fui hasta la cima, donde una pareja había abandonado la habitación más
grande de la esquina. Trabajé incansablemente durante dos horas para
tener esa habitación y otras dos listas para los próximos invitados,
bostezando todo el tiempo.
Para cuando mi primer descanso de quince minutos llegó a las diez,
estaba muerta de pie. El café negro no lo estaba cortando.
Una pareja me pasó mientras caminaban por el pasillo, cada uno con
tazas para llevar de Eden Coffee, y mi estómago gruñó.
Un café con leche. Me quedaría sin mermelada ni fruta durante la
semana a cambio de un solo café con leche.
Me apresuré a sacar mi billetera de mi casillero, luego caminé rápido
para salir por las puertas delanteras del vestíbulo. Tres puertas más abajo 41
y al otro lado de la calle, el lindo edificio verde me hizo señas.
El aroma de granos de café, azúcar y pasteles me saludó incluso antes
de llegar a la entrada de Eden Coffee. Mi estómago gruñó más fuerte. No
había desayunado esta mañana, así que rebusqué en mi billetera, buscando
suficiente cambio para comprarme una magdalena o un bollo.
Demonios, limpiaría los baños de la cafetería por un rollo de canela o
una rebanada de pan de plátano.
Siete de veinticinco centavos, tres de diez y seis de cinco centavos más
tarde, estaba buscando otra moneda de veinticinco centavos cuando doblé
la esquina para entrar por la puerta. Levanté la mirada justo antes de
estrellarme contra un pecho muy sólido y ancho.
Mis monedas salieron volando.
También lo hizo el café del hombre.
—Oh, Dios mío, lo siento mucho. —Mi mirada viajó arriba, arriba, hasta
un par de familiares e impresionantes ojos azules. Enojados ojos azules.
La barbuda mandíbula de Knox se apretó de nuevo, el ceño fruncido
fijo en sus flexibles labios. En una mano sostenía su propio café. En el otro,
su teléfono. Ninguno de los dos había estado prestando atención.
Ninguno de nosotros estaba corriendo con mucho sueño.
Su camiseta gris tenía una mancha marrón sobre el esternón. Cambió
su taza de café a la otra mano, sacudiendo las gotas de sus nudillos.
—Estás en todas partes, ¿no?
—Lo prometo, no estoy tratando de molestarte.
—Esfuérzate más.
Me estremecí.
Pasó a mi lado y desapareció sin decir una palabra más.
Sí, me desalojarían.
Lo que significaba que no podría pagar ese café con leche después de
todo. Maldita sea.
42
Knox
E
sfuérzate más.
Fue una idiotez decirlo. Culpé a la falta de sueño por mi
mal genio.
—Buenos días, Knox. —Un oficial de préstamos del banco me saludó
mientras caminaba hacia mí, frenando como si quisiera detenerse y
conversar.
—Hola. —Levanté mi taza y seguí caminando hacia el hotel. Dado mi
estado de ánimo, hoy sería mejor quedarme en la cocina y evitar la
conversación.
El aire otoñal era fresco y limpio. Normalmente me tomaría unos
minutos para respirarlo, reduciendo mi ritmo, pero en este momento, todo
en lo que podía concentrarme era en el café en mi maldita camiseta.
El centro de Quincy estaba tranquilo esta mañana. Los niños estaban
en la escuela. Las tiendas y los restaurantes de Main estaban abiertos, pero
el bullicio del verano casi había terminado. La gente disfrutaba de la calma
de septiembre y se recuperaba de los meses que había pasado complaciendo
a los turistas. Este era el momento en que los lugareños tomaban
vacaciones.
Había planeado unas. Unas vacaciones en casa. Terminar algunos
proyectos en el jardín antes del invierno. Averiguar si todavía recordaba
cómo encender la televisión o leer un libro. Pero con Memphis allí...
Las vacaciones fueron canceladas, con efecto inmediato. No confiaba
en mí mismo a su alrededor. No con esos bonitos ojos marrones salpicados
de miel y rebosantes de secretos. 43
Bebí lo último de mi americano mientras caminaba, con la esperanza
de que la media taza restante me alimentara durante la mañana. En lugar
de cruzar la puerta principal del hotel, doblé la esquina y seguí el largo del
edificio de ladrillo hasta el callejón y la entrada de servicio del restaurante.
La llave estaba atorada en la cerradura, algo que arreglaría en mis
vacaciones canceladas. La puerta se cerró de golpe detrás de mí mientras
caminaba hacia mi pequeña oficina en la cocina.
Mi escritorio estaba despejado excepto por el horario del personal que
había estado preparando esta mañana. Las facturas habían sido pagadas.
La información de la nómina estaba fuera de mi contable. Uno de los
beneficios de estar aquí antes del amanecer era que, por primera vez en
meses, mi trabajo de oficina se haría antes del desayuno en lugar de después
de la hora punta de la cena.
Tiré mi taza de café a la basura, luego fui al armario en la esquina,
estirándome detrás de la cabeza para quitarme la camiseta. Con ella metida
en una mochila, tiré de la camiseta de repuesto que guardaba aquí en caso
de derrames.
Esfuérzate más.
La vergüenza en el rostro de Memphis fue un castigo por mis duras
palabras. ¿Cuál diablos era mi problema? Vivía en el desván. Estuve de
acuerdo en dejar que se mudara. Era hora de dejar de quejarse y de
negociar.
—Maldición. —Le debía una disculpa.
La hora del almuerzo del viernes estaría ocupada con muchos
lugareños aquí para disfrutar el final de su semana. Cubriría todas las
comidas hoy, lo que significaba que no llegaría a casa hasta después del
anochecer. Mi ventana para rastrear a Memphis era ahora. Así que salí de
la oficina y de la cocina, atravesando el restaurante.
—Hola, April.
—Hola. —Sonrió desde su asiento en una de las tapas redondas, donde
estaba limpiando carpetas de cheques—. Casi termino con esto. Entonces,
¿qué te gustaría que hiciera?
—¿Te importaría revisar las botellas de cátsup en el vestidor?
—Para nada. —April solo había sido camarera aquí durante unos
meses, tomando el trabajo después de que ella y su esposo se mudaron a 44
Quincy. Él era conductor de camiones y salía la mayoría de las veces, lo que
significaba que April siempre estaba despierta para un turno adicional
porque su hogar era un lugar solitario.
—Volveré en unos minutos. Si Skip llega antes de esa hora, ¿le dirías
que empiece con la lista que dejé sobre la mesa?
—Cosa segura.
—Gracias. —Mis pasos resonaron en la vacía habitación.
El restaurante era mi favorito así, cuando estaba tranquilo y silencioso.
Pronto habría gente en las mesas, la conversación se mezclaría con el
tintineo de los cubiertos en los platos. Pero ver las mesas puestas y listas
para los clientes era la única vez que realmente podía apreciar en qué se
había convertido este espacio. Más tarde, cuando estaba ocupado, estaba
demasiado concentrado en la comida.
Durante la mayor parte de la vida del edificio, este había sido un salón
de baile con llamativo papel pintado, desgastada moqueta y sin intimidad.
Ahora era completamente diferente, excepto por los altos techos.
Knuckles.
El ambiente era tan cambiante y suave como la comida. Había tallado
bolsillos en el gran espacio, reduciendo el número de mesas. A lo largo de la
pared trasera, construí una habitación para que los camareros llenaran
agua y refrescos. Al lado había una hielera para vino y cerveza. No había
licencias de licor disponibles en Quincy, pero había dejado espacio para
agregar un bar algún día en caso de que abriera uno.
Las mesas eran de un rico nogal. Una fila de reservados de cuero color
caramelo abrazaba una pared. Una rejilla negra separaba un rincón para
grandes cenas. Una de las paredes exteriores de ladrillo originales que había
estado oculta debajo de placas de yeso había quedado expuesta. Las luces
colgantes y los apliques arrojaban un dorado brillo sobre las mesas. Las
ventanas a lo largo de la pared del fondo dejaban entrar la luz durante el
día y aumentaban el ambiente por la noche.
Este era mi sueño realizado. Y parte de por qué me encantaba tanto era
porque podía empujar las puertas de vidrio y entrar al vestíbulo del hotel.
Cuando era niño, pasaba muchas horas aquí con mamá. Mientras papá
estaba ocupado administrando el rancho, mamá se había hecho cargo del
hotel. ¿Cuántos libros para colorear había terminado sentado debajo de sus
pies en el vestíbulo de caoba, en el mostrador de la recepción de Gany?
¿Cuántos autos de juguete había deslizado a volar por el suelo? ¿Cuántos 45
juegos de Lego había construido en la repisa de piedra de la chimenea?
Este era el escenario de mi juventud. Griffin había preferido montar al
lado de papá en el rancho. Me había unido a mamá. Cuando me mudé a
casa después de terminar la escuela culinaria y trabajar durante años en
San Francisco, ni siquiera había sido una cuestión de dónde quería abrir
un restaurante.
Mamá y papá habían estado renovando y actualizando el hotel durante
los últimos cinco años. Knuckles fue el último gran proyecto por un tiempo.
Eloise tenía algunas ideas propias, pero tendrían que esperar.
Al menos lo harían si me hiciera cargo.
Estaba hablando con un invitado en el mostrador de recepción. Giré en
la dirección opuesta y me dirigí a la lavandería. Una de las lavadoras estaba
girando mientras dos secadoras zumbaban mientras las sábanas del interior
caían. Había un carrito de limpieza fuera de la sala de descanso, así que me
acerqué a la puerta y encontré a Memphis en la cafetera.
Tenía los hombros caídos hacia adelante mientras sostenía una taza de
cerámica. El teléfono en su bolsillo sonó y lo sacó, mirando la pantalla.
Luego, como había hecho en mi cocina, lo silenció y lo empujó.
—Treinta y nueve —murmuró.
¿Treinta y nueve qué? ¿Quién la estaría llamando? ¿Y por qué no
respondía?
Esas preguntas no eran asunto mío. Y no era por qué estaba aquí.
—Memphis.
Jadeó y saltó, la taza en su mano tembló.
—Oh hola.
—Lamento haberte asustado.
—Está bien. —Miró mi camiseta limpia—. Perdón por tu otra camiseta.
—Está bien. —Observé la taza—. ¿No conseguiste un café de la tienda?
—No, yo, eh... acababa de cambiar de opinión. Este café es bueno.
Eso era una maldita mentira. Era amargo y aburrido, por eso iba a
Lyla's todas las mañanas a tomar un espresso.
Cuando chocamos, estaba concentrado en mi taza, deseando haberle
puesto una tapa. Deseando no haber estado enviándole mensajes de texto a
Talia. Le envié una nota esta mañana preguntándole si era normal que un
bebé de dos meses llorara tanto. Ella respondió con un sí y un emoji de ojos
46
en blanco.
La cabeza de Memphis también debe haber estado agachada. Y había
habido un distintivo sonido de monedas chocando con el cemento.
Ella había estado buscando cambio. Por eso no me había visto cruzar
la puerta. Había planeado pagar un café con cambio suelto. Cambio que le
había quitado de la mano.
Tal vez no lo había recogido después de que la dejé en la acera. O tal
vez no había tenido suficiente.
—¿Por qué no tomaste un café?
—Cambié de opinión. —Se llevó la taza a los labios. Desde más allá del
borde, me envió una mirada. Fue sutil, pero el fuego chisporroteó en esos
ojos marrones. Si dejaba que la llama ardiera, me derribaría y no dejaría
nada más que cenizas—. Si me disculpas, estoy tratando de no estar en
todas partes. —Luego pasó rápidamente junto a mí hacia el pasillo.
Sí, me lo merecía. Y peor.
El carrito de la limpieza traqueteó mientras lo alejaba, luego las puertas
del ascensor resonaron cuando se cerraron.
—¿Por qué no puedo decirle que no a mi hermana? —murmuré antes
de regresar a la cocina, donde Skip silbó mientras cortaba en cubitos una
pila de papas rojas.
—Buenos días —dijo.
—Buenos días. —Tomé una bata blanca limpia del gancho y me la
abotoné, subiendo las mangas por mis antebrazos. Estaba a punto de
alcanzar un cuchillo cuando bajé la cabeza.
Había ido a disculparme con Memphis.
En realidad, no me había disculpado. Mierda.
Este plan de mantener la distancia no funcionaría si necesitaba dos
viajes para entregar cada mensaje.
Me pellizqué el puente de la nariz.
—¿Dolor de cabeza, Knox? —preguntó Skip.
—Sí. —Su nombre era Memphis Ward.
Tenía la piel suave, impecable bajo la luz de la luna. Tenía oscuros
círculos debajo de los ojos que me molestaban muchísimo. Tenía una
camiseta negra de hombre que usaba en lugar de pijama, y por más que
volvía a anoche, no podía recordar si llevaba pantalones cortos debajo o solo 47
bragas.
Tal vez si pudiéramos coexistir, ella yendo en una dirección mientras
yo iba en la otra, sobreviviríamos a este contrato de arrendamiento a corto
plazo. Con algo de espacio, podría desterrar todos los pensamientos sobre
sus tonificadas piernas y rosados labios.
—Olvidé algo —le dije a Skip, luego me dirigí al vestíbulo.
Eloise estaba en el mostrador de recepción, sentada en una silla alta
mientras hacía clic en la pantalla de la computadora. Los huéspedes con los
que había estado hablando antes ahora estaban sentados en el sofá frente
a la apagada chimenea. Cuando mi hermana me vio llegar, sonrió.
—Hola. ¿Qué sucede?
—Estoy buscando a Memphis. Vi su cabeza arriba. ¿Sabes en qué piso
está?
—En el segundo, creo. ¿Por qué?
—Por nada. —Lo deseché—. Solo quería hablar con ella sobre algo.
—¿Cómo te va con ella en tu casa?
—Bien —mentí, luego, antes de que pudiera hacer más preguntas,
caminé hacia las escaleras, prefiriéndolas a los ascensores.
Cuando llegué al segundo piso, miré a ambos lados del pasillo y vi el
carrito de limpieza a mi izquierda. Mis tenis se hundieron en la lujosa
alfombra del pasillo mientras caminaba hacia la habitación. El olor a cera
de limón para muebles y el limpiador de vidrios flotaba desde la puerta
abierta.
Me detuve al lado del carrito. Su taza de café estaba apoyada entre una
pila de paños limpios y de toallas de papel. El líquido negro aún humeaba.
Cuando miré dentro de la habitación, mi boca se secó. Mi pene tembló.
Memphis estaba inclinada sobre la cama, extendiendo una sábana
ajustable sobre el colchón. Sus ajustados vaqueros se aferraban a las ligeras
curvas de sus caderas. Se moldeaban a la perfecta forma de su trasero. Su
cabello rubio colgaba sobre su hombro mientras trabajaba.
Que me jodan ¿Por qué ella? ¿Por qué Eloise había puesto a una mujer
como Memphis en mi propiedad? ¿Por qué no pudo encontrarme a una
jubilada de cincuenta y siete años llamada Barb que enseñara clases de
natación en el centro comunitario?
Hacía tiempo que no me atraía una mujer. ¿Por qué Memphis? Era tan
48
complicada como el paté de pato en croûte. Sin embargo, no podía apartar
la mirada.
Su teléfono volvió a sonar y se puso de pie, sacándolo de su bolsillo.
Resopló ante la pantalla y, como había hecho en la sala de descanso, pulsó
el botón de declinar.
—Cuarenta.
¿Cuarenta llamadas? Las fosas nasales de Memphis se ensancharon
cuando guardó el teléfono y miró fijamente la cama sin hacer.
¿Cuál demonios era su historia? La curiosidad me tenía enganchado.
¿Por qué estaba aquí? ¿El padre del niño era el que había estado llamando
sin parar?
No es de mi maldita incumbencia. Demasiado dramatismo. Y había
renunciado al drama después de Gianna.
Me aclaré la garganta, pasando junto al carrito de limpieza como si no
hubiera estado mirando ni escuchando.
—Hola.
—Oh, eh... Hola. —Los ojos de Memphis se abrieron como platos
mientras se quitaba un mechón de cabello suelto de la frente. Luego cruzó
los brazos sobre su pecho, su mirada chispeó con ese mismo fuego.
Era bajita, su mirada me golpeó en medio del pecho. O tal vez solo era
alto. Nunca había ido por las mujeres bajitas. Pero el impulso de levantarla,
llevarla a la altura de los ojos y besar esa deliciosa boca me golpeó con tanta
fuerza que tuve que obligarme a no moverme.
—¿Necesitas algo? —preguntó.
—Vine a disculparme. Sobre lo que dije afuera de Lyla's. Lo lamento.
Sus hombros cayeron.
—Lamento haberte despertado anoche. Debería haber dejado la
ventana cerrada, pero estaba mal ventilada.
—No te preocupes por eso.
En verdad, no había sido el llanto del niño lo que me había despertado.
Habían sido un par de faros. En el momento en que me levanté de la cama
y parpadeé para alejar el sueño de la niebla, solo había captado el brillo de
las luces traseras en el camino.
Elegí Juniper Hill porque no tenía tráfico. Pero de vez en cuando, 49
alguien tomaba un camino equivocado. O los chicos de secundaria
pensarían que se habían topado con una carretera desierta donde podían
estacionarse e ir al asiento trasero solo para toparse con mi casa.
Después del auto, ahí fue cuando escuché al niño. Una vez que escuché
su llanto, no pude no escucharlo. Se había prolongado durante la noche,
trayendo consigo recuerdos que había tratado de olvidar durante años.
—Bien... Todavía lo siento —dijo Memphis.
—¿Siempre te disculpas tanto? —bromeé. Pensé que tal vez me ganaría
una sonrisa. En cambio, parecía que estaba a punto de llorar.
—Supongo que estoy compensando las disculpas que debería haber
hecho pero que no hice.
—¿Por qué dices eso?
—No importa. —Lo rechazó con un movimiento de su delicada
muñeca—. Gracias por tu disculpa.
Asentí, volviéndome para irme, pero me detuve.
—No te preocupes por la ventana. Déjalo abierta por la noche si eso
ayuda.
—Bien.
Sin otra palabra, mientras aún podía evitar hacer más preguntas, salí
de la habitación y regresé a mi cocina.
E
l microondas de la sala de descanso sonó. Con el tenedor entre
los labios, llevé el recipiente humeante a la mesa redonda del
rincón. El almuerzo no era lujoso, ninguna de mis comidas era
lujosa en estos días, pero se me hizo agua la boca mientras
revolvía los fideos amarillos antes de soplar un bocado. Tenía el tenedor
levantado a mis labios cuando un gran cuerpo llenó el marco de la puerta.
—¿Qué es eso? —preguntó Knox.
Dejé mi utensilio y miré mi recipiente.
—¿Qué?
—¿Qué estás comiendo?
—Macarrones con queso. —Dah… Me tragué el comentario de
sabelotodo y no señalé que la mayoría de los chefs estaban familiarizados
con el concepto de macarrones con queso. Estaba andando con cuidado en
lo que a Knox se refería. Bien… con todos estaba preocupada pero
especialmente él.
Había pasado casi una semana desde nuestra colisión en el café, y solo
lo había visto de pasada. Hasta que tuviera un alquiler de reemplazo en fila,
le estaba dando a Knox un gran margen.
La búsqueda de apartamento no había tenido éxito en el mejor de los
casos. Todos los jueves, cuando salía el periódico local, buscaba en los
anuncios clasificados una lista, pero no había nada nuevo disponible. Llamé
a la oficina de bienes raíces en la ciudad, con la esperanza de que pudieran
tener una pista, pero la mujer con la que hablé no tenía información y me
advirtió que los alquileres en mi rango de precios escaseaban aún más 51
durante el invierno.
El desalojo no era una opción. Evitar a Knox sería la clave para
permanecer en su desván hasta la primavera.
Pasé el último fin de semana descansando y jugando con Drake.
Visitamos la tienda de comestibles por algunos artículos esenciales y luego
lo llevé a un parque local a dar un paseo bajo los coloridos árboles de otoño.
Entré en mi turno del lunes por la mañana con más energía de la que había
tenido en semanas. Pero hoy era jueves y Drake había estado despierto
anoche durante tres horas.
Knox necesitaba dejarme en paz para que pudiera devorar estos
carbohidratos simples con la esperanza de que me dieran un impulso para
terminar el día.
Tenía un bolígrafo y un bloc de notas en una mano. En algún momento
de la última semana, se había recortado la barba, dándole forma a los
contornos cincelados de su mandíbula. Las mangas de su chaqueta de chef
estaban levantadas hasta sus antebrazos como siempre parecía hacer, y
aunque era una prenda bastante sin forma, se amoldaba a sus bíceps y
anchos hombros.
Mi corazón hizo su pequeño trino inducido por Knox. No importaba
cuántas veces lo viera, me robaba el aliento. Incluso cuando miraba ceñudo
mi comida.
—¿Qué tipo de macarrones con queso? —preguntó.
¿Era una pregunta capciosa?
—Um... del tipo regular que compras en la tienda de comestibles?
Eloise apareció detrás del hombro de Knox, empujándolo hacia la
habitación.
—Hola. ¿Qué está pasando?
Knox lanzó una mano en mi dirección.
—Vine a inventariar el suministro de café. Está comiendo macarrones
con queso.
La mirada de Eloise, del mismo color llamativo que la de su hermano,
se dirigió a mi almuerzo. Se encogió.
—Oh. Es, eh... ¿Es del tipo de caja azul?
—Sí.
Arrugó la nariz, luego se dio la vuelta y desapareció por el pasillo. 52
—¿Qué tiene de malo el tipo de caja azul? —Era el más barato. Y estaba
usando mis dólares sabiamente.
Un día, me mudaría del desván de Knox. Algún día me gustaría tener
mi propia casa. Un día, me gustaría tener un jardín y un patio cercado donde
Drake pudiera tener un cachorro.
Un día.
Si iba a llegar a ese día, requeriría sacrificios como macarrones con
queso y fideos ramen.
Knox se acercó, directamente a mi espacio, y levanté la barbilla para
mantener su rostro a la vista. Frunció el ceño y tomó mi contenedor de
plástico, llevándolo al bote de basura en la esquina. Un toque en el costado
y mis fideos cayeron al fondo del forro negro.
—Oye. —Salí disparada de mi silla—. Ese era mi almuerzo.
Y no podía darme el lujo de caminar por Main a un restaurante para
un reemplazo. Maldito sea. Mordí el interior de mi mejilla para mantener la
boca cerrada.
No lo llames imbécil. No lo llames imbécil.
—Tenemos una regla en este edificio —dijo, yendo al armario de la sala
de descanso donde guardamos el café. Abrió la puerta, inspeccionó el
contenido y luego escribió algo en su libreta—. Nada de macarrones con
queso de caja azul.
—Bueno, no conocía esa regla. La próxima vez, dime las reglas y me
aseguraré de seguirlas. Pero no tires mi almuerzo. Tengo hambre. —En el
momento justo, mi estómago gruñó.
—Vamos —ordenó y salió de la habitación.
Suspiré, con los hombros caídos, y caminé detrás de él con el tenedor
todavía en la mano.
Knox ni siquiera me dedicó una mirada mientras me guiaba hacia
Knuckles.
Todavía era temprano, solo las once y cuarto, pero ya la mitad de las
mesas estaban llenas. Dos camareras se movían por la sala, entregando
menús y vasos de agua.
Knox pasó junto al cartel de Por favor, siéntese y siguió el pasillo
principal a través de la sala.
53
No había estado aquí con las luces encendidas. Cuando Eloise me llevó
en mi primer día de trabajo para mostrarme el lugar, estaba oscuro y
silencioso. Incluso ahora, con los colgantes brillando y la luz entrando por
las ventanas de la pared exterior, la habitación tenía un borde oscuro.
El estilo encajaba con Knox. Moderno, temperamental y masculino.
Ladrillos a la vista. Color de pared profundo. Ricos tonos de madera.
Cabinas de cuero coñac. Era exactamente el estilo que a mi padre le
encantaba para los restaurantes de su hotel.
Todo lo que faltaba en un restaurante de Ward Hotel era el código de
vestimenta. Papá requería que los hombres usaran chaqueta y corbata.
También exigió que sus mucamas y recepcionistas usaran uniformes.
Estaba feliz de que Knuckles y The Eloise fueran tan relajados, que mis
vaqueros, camisetas y tenis fueran la vestimenta estándar de limpieza.
La gente saludó cuando vieron a Knox. Asintió y les devolvió el saludo,
pero no aminoró el paso. Pasó junto a ellos y, a su paso, los rostros se
volvieron hacia mí.
Agaché la barbilla y mantuve los ojos en el suelo, sin querer que me
notaran.
La vieja Memphis, la niña ingenua y malcriada, se habría pavoneado
por una habitación como esta. Se habría deleitado con la atención. Habría
acentuado cada paso con el clic de un tacón de aguja que costaba miles de
dólares. Habría tenido diamantes en las orejas y oro en las muñecas. Se
habría sentado en el mejor asiento del restaurante, ordenado la comida más
cara y picoteado su comida, dejando que la mayor parte se tirara a la basura.
¿Cuántas mucamas habían pasado en mi vida? Nunca había
reconocido a una sola. O las criadas que habían trabajado en la propiedad
de mis padres. Si hubiera pasado un ama de llaves, la vieja Memphis habría
levantado la nariz.
La vieja Memphis estaba muerta. Había matado esa versión de mí
misma. La apuñalé hasta la muerte con los fragmentos de un corazón roto.
Buen viaje. La vieja Memphis, aunque no del todo mala, había sido una
mocoso. Suave y tonta. Ella no habría sobrevivido el año pasado. Habría
aceptado y cedido a las demandas de su familia. Ella no habría sido la madre
que Drake necesitaba.
Mi hijo no sería mimado. Le enseñaría a trabajar duro. Cómo luchar
por una vida en sus propios términos. Cuando pasara junto a una mucama 54
en un hotel, se detendría para dar las gracias.
Tal vez había perdido mi brillo, pero era una mejor persona sin él.
Knox empujó la puerta batiente de la cocina, sosteniéndola para que lo
siguiera adentro.
El aroma de tocino, cebollas y pan con mantequilla llenó mi nariz,
haciendo que mi hambre creciera. La mesa de acero inoxidable en el centro
de la habitación estaba repleta de tazones para mezclar. Los más pequeños
tenían salsas, los más grandes ensaladas. Se colocaron cinco tablas de
cortar en el medio. Uno tenía una variedad de verduras en rodajas, lechuga,
pepinillos y tomates, todo listo para cubrir sándwiches y hamburguesas.
Otro tenía una pechuga de res, cortada en rodajas finas.
—¿Me trajiste aquí para torturarme? —pregunté.
Knox se rio entre dientes, no del todo una carcajada sino más bien un
estruendo desde lo más profundo de su pecho. Se acercó al lado de la mesa
donde Eloise y yo nos habíamos sentado el primer día y sacó un taburete.
—Toma asiento.
—Hola, Memphis. —Skip miró por encima del hombro desde donde
estaba en la parte superior plana, caramelizando algunas cebollas.
—Hola —saludé y me senté.
—¿Quieres almorzar? —preguntó.
—Lo tengo. —Knox levantó una mano y caminó hacia un estante repleto
de ollas y sartenes. Sacó una olla y la llenó de agua. Luego lo puso sobre
una llama con una pizca de sal antes de desaparecer en la alacena y regresar
con cuatro bloques de queso diferentes. Troceó y ralló hasta hervir el agua,
luego volcó una caja de pasta seca.
Knox se movía por la cocina con dominio y gracia. Era como ver un
baile.
Un movimiento a mi lado robó mi atención. Skip deslizó un plato y una
servilleta frente a mí, luego me guiñó un ojo. Atrapada… Había estado
mirando a Knox como atrapada bajo un hechizo.
Me sonrojé.
—Gracias.
—¿Quieres un tenedor nuevo? —Asintió hacia el que aún estaba en mi
puño.
55
—Este está bien. —Lo puse en el plato.
Skip volvió a sus tareas y arrancó un ticket que salió rodando de una
pequeña impresora negra pegada a la pared. Lo leyó y luego lo sujetó a un
clip que colgaba junto a una rejilla para calentar. Las bombillas brillaron de
color naranja contra el estante de metal plateado.
Mi mirada se desvió hacia Knox mientras servía ensaladas en tres
platos blancos. Sus manos sacaron exactamente la cantidad correcta de
lechuga de un tazón. Flexionó los antebrazos mientras rociaba las verduras
con zanahorias ralladas y picatostes de una asadera. Luego agregó tomates
cherry en rodajas y roció con una vinagreta morada.
Esos ojos azules permanecieron enfocados, ni una vez a la deriva en mi
dirección. Si me sintió mirando, no levantó la vista.
Y una vez más, quedé fascinada con cada uno de sus movimientos. Sus
pasos. Sus manos. Su cara. Su cabello era lo suficientemente largo para
rizarse en la nuca. Mi madre lo habría llamado desaliñado, aunque yo diría
que era sexy. Había visto lo que había debajo de esa bata mi primera noche
en el desván. Sabía cómo se veían esos rizos empapados.
Un pulso bajo floreció en mi centro. Siempre había prisa en lo que a
Knox se refería, pero esto era un proceso, como un hilo que se enrolla
alrededor de un carrete, enrollándose más y más apretado con cada vuelta.
Knox era más tentador que cualquier comida.
Más peligroso que el cuchillo en su mano.
La puerta batiente se abrió de golpe y una hermosa mujer de cabello
castaño entró corriendo. Un delantal negro estaba atado alrededor de su
cintura. Su blusa blanca de manga larga estaba perfectamente almidonada.
—Hola, Knox. No tenemos chardonnay en el enfriador de vino.
¿Tenemos más por ahí?
—Hay más en el sótano —respondió, volviendo a la tabla de cortar, esta
vez con un chile rojo. Lo que me hubiera llevado minutos cortar, lo cortó en
segundos, las piezas precisas y delicadas—. Me olvidé de agarrarlo esta
mañana. Llama a la recepción. Eloise u otra persona puede traernos algo.
—Puedo ir a buscarlo —le ofrecí.
La mujer me miró y sonrió.
—Eres Memphis, ¿verdad? ¿Una de las mucamas? Soy April.
—Hola —saludé—. Un placer conocerte.
56
—Aquí. —Knox sacó un juego de llaves de su bolsillo—. La bodega está
a dos puertas de la sala de descanso. ¿Te importaría?
—Para nada. —Tomé las llaves y salí corriendo de la cocina.
No podía, no quería, dejarme distraer por un hombre guapo. No otra
vez. Mi corazón no podía soportar romperse de nuevo.
No es que Knox estuviera interesado de ninguna manera. En verdad,
yo no era tan interesante. Dejé de preocuparme por mi atractivo el día que
la vida de Drake crecía en mi estómago.
Corriendo al sótano, abrí la puerta y entré, escaneando los estantes
tenuemente iluminados. La temperatura era más fresca aquí y se me puso
la piel de gallina en los brazos desnudos.
Había estado caliente toda la mañana. Por lo general, cuando limpiaba
una habitación, era justo después de que el huésped se había duchado, y
hacía que las habitaciones estuvieran bochornosas.
Escaneé las etiquetas de los vinos, algunas las reconocí. Mis dedos
recorrieron el elegante cuello de un cabernet de una bodega que había
visitado en Napa años atrás. Era una botella que ya no podía pagar.
Un día.
Me moví hacia los estantes de vino blanco, cargué una variedad, luego
los saqué de la bodega, cerrándolos detrás de mí. En el poco tiempo que
había estado fuera, el número de clientes del restaurante parecía haberse
duplicado. Sin Knox llamando la atención, menos me notaron cuando corrí
de regreso a la cocina, depositando las botellas de vino en la mesa de
preparación.
—Gracias. —Knox asintió hacia mi plato—. Tu almuerzo.
Un cuenco humeante de macarrones con queso estaba junto al plato
que Skip había traído. En otro estaba la misma ensalada que Knox había
preparado para un pedido.
Tomé mi silla, sabiendo que nunca me lo comería todo, pero tomé mi
tenedor y me sumergí en los macarrones con queso primero. Ricos y
cremosos, los sabores explotaron en mi lengua. Un gemido escapó de mi
garganta. Los chiles le dieron fuerza a la salsa. El queso era pegajoso, ácido
y complejo.
Knox estaba parado en el lado opuesto de la mesa, y cuando me
encontré con su mirada, no había nada más que absoluta satisfacción en
su rostro.
57
—Esto es realmente bueno.
—Lo sé. —Arqueó una ceja—. No más de caja azul.
—Compré un paquete de diez.
—Sacrilegio. Siempre mantengo ingredientes a mano por si quieres
más.
—Gracias. —Una sonrisa tiró de la comisura de mi boca mientras me
lanzaba por otro bocado. No me molestaría que cocinara para mí. Guardaría
mi pasta barata y queso en polvo para las cenas en casa.
Cuando llegara a casa por las noches los comería, nunca sabría.
Había prestado demasiada atención a su agenda esta semana, sobre
todo con la esperanza de mantenerme fuera de su camino. Pero también
para un pequeño vistazo. La emoción que venía con Knox era adictiva. Solo
una mujer tonta no apreciaría a un hombre tan guapo, y yo estaba tratando
con todas mis fuerzas de no ser una mujer tonta.
Knox volvió a cocinar mientras yo comía con abandono. Arrancó un
comprobante de pedido de la impresora y se unió a la fila de otros. Mientras
Skip se encargaba de la parte superior de una ensalada, Knox dispuso los
platos y luego dejó caer una canastilla de papas cortadas larga y
delicadamente en una freidora.
—¿Por qué Quincy? —su pregunta fue pronunciada mientras cortaba
un rollo de pan ciabatta. Estaba tan concentrada en el pan que me tomó un
momento darme cuenta de que su pregunta era para mí.
—Quería un pueblo pequeño. Un lugar seguro para criar a Drake.
Estaba pensando en California. Un influencer al que sigo en Instagram
estaba entusiasmado con estos pequeños pueblos de la costa. Pero eran
demasiado caros. —Por mucho que me hubiera encantado vivir junto al
océano, no había forma de que pudiera pagarlo.
—¿Eres de Nueva York?
—Lo soy. Estaba cansada de la ciudad.
Sacó las papas fritas, luego untó el pan ciabatta con alioli, equilibrando
lo que parecían diez pedidos a la vez.
Cuando estaba en la cocina, tenía que concentrarme haciendo la
comida, cocinando una cosa a la vez. Probablemente haría una mueca si
supiera que preparar mis macarrones de caja azul me había llevado tanto
tiempo como a él hacerlos desde cero.
—Entonces, ¿cómo aterrizaste en Montana? —preguntó. 58
—Ese mismo influencer hizo una entrevista con una panadera en Los
Ángeles. La panadera, dijo que su lugar favorito para vacacionar era Quincy.
Que ella y su esposo pasaron una Navidad aquí y se enamoraron del pueblo.
Así que lo busqué.
Las fotos del centro de la ciudad me encantaron al instante. Las
calificaciones escolares y el costo de vida habían sellado el trato.
Knox soltó una risa seca mientras negaba con la cabeza.
—Cleo.
—Cleo. Sí, ese era el nombre de la panadera. ¿La conoces?
—Invadió mi cocina en sus vacaciones esa Navidad. Nunca he visto a
nadie hacer tanta comida en unas pocas horas. Nos hemos mantenido en
contacto. De hecho, le envié algunas recetas hace unas semanas. Incluida
esa. —Señaló hacia mi plato—. Mundo pequeño.
—Sí que lo es.
Aunque esperaba, por mi bien y el de Drake, que no lo fuera. Que a lo
largo de los kilómetros entre Montana y Nueva York, sería capaz de poner
cierta distancia entre el futuro y el pasado.
Montana tenía un atractivo por muchas razones. Esta comunidad
íntima y amistosa era una. Otra era la falta de Hoteles Ward en todo el
estado.
Mi abuelo había fundado el primer Hotel Ward cuando tenía veinte
años. A lo largo de su vida, había convertido su empresa en una cadena de
hoteles boutique antes de pasarle el negocio a mi padre. Bajo el mandato de
papá, la empresa se había cuadriplicado en los últimos treinta años. Casi
todas las principales áreas metropolitanas del país tenían un Hotel Ward, y
recientemente había comenzado a expandirse a Europa.
Pero no había ninguno en Montana. Ni uno solo.
—Leí la entrevista de Cleo, luego vi la oferta para un puesto de limpieza
y la solicité —dije.
—Y ahora estás aquí. —Knox dejó de servir y apoyó las manos sobre la
mesa, fijando su mirada en la mía. Las preguntas nadaban en sus ojos.
Preguntas que no iba a responder.
—Ahora estoy aquí y será mejor que vuelva al trabajo. —Me levanté de
la mesa—. Gracias por el almuerzo. Estaba delicioso. 59
—Nos vemos, Memphis —gritó Skip por encima del hombro.
—Adiós. —Me dirigí a la puerta, mirando hacia atrás por última vez.
La mirada de Knox me estaba esperando. Su expresión era casi ilegible.
Casi. La sospecha estaba escrita en sus hermosos rasgos. Y la intriga.
Probablemente porque quería mi historia.
Pero esa historia era mía y sólo mía.
Iba por la mitad del restaurante cuando mi teléfono sonó en mi bolsillo.
Lo saqué, comprobando para asegurarme de que no era la guardería. No lo
era. Así que pulsé rechazar y lo guardé.
Sesenta y tres.
A este ritmo, serían cien antes de finales de septiembre.
Tal vez para entonces, las llamadas cesarían.
60
Knox
—G
racias por la cena. —Griffin me dio una palmada
en el hombro mientras estábamos en el porche
de su casa.
—De nada.
Los macarrones con queso que había hecho para Memphis la semana
pasada me habían dado un antojo, así que hoy había hecho una tanda
enorme de sobra. Antes de venir a ver a Griff y Winn con una sartén para la
cena, había dejado una en casa de mamá y papá también.
—Bonita noche. —Griffin respiró largamente. El aroma de las hojas y
la lluvia y las temperaturas más frescas estaba en el aire.
—Sin duda. —Me apoyé en una de las vigas de madera, contemplando
el terreno mientras daba un sorbo a mi cerveza.
Rodeada de árboles y con las montañas a lo lejos, la casa de Griffin era
la razón por la que había construido la mía. Quería tener mi propio refugio
lejos del bullicio de la ciudad. Nuestros estilos eran totalmente diferentes.
Griff prefería un aspecto tradicional con abundancia de madera, mientras
que yo prefería las líneas elegantes y modernas del cristal.
Aunque nuestras casas eran diferentes, el entorno era el mismo.
Un paisaje montañoso y agreste. Árboles de hoja perenne con aroma a
pino durante todo el año. El sol y el cielo azul. Hogar.
Se oyó un grito desde el interior de la casa y Griffin se enderezó,
volviéndose hacia la puerta principal mientras Winn salía con mi sobrino de
dos meses, Hudson, agitándose en sus brazos. 61
—Ten, te toca. —Le entregó el bebé a su padre—. Me quiere durante el
día, pero sólo a Griff por la noche.
Mi hermano asintió a su hijo.
—Tenemos mucho que hablar por la noche, ¿verdad, vaquero? Y a veces
sólo necesitas un nuevo par de brazos.
El lloriqueo de Hudson cesó cuando mi hermano recorrió la longitud
del porche.
Mi corazón se retorció al verlo.
Yo quería a Hudson. Pero su nacimiento había desencadenado
recuerdos que había hecho todo lo posible por olvidar en los últimos cinco
años. Recuerdos que no estaban tan enterrados como creía.
Griffin no había conocido a Gianna, ni a ninguno de mis hermanos.
Mamá y papá la habían visto una vez en unas vacaciones en San Francisco,
pero eso había sido antes de Jadon. Mi familia sabía lo que había pasado,
pero era algo de lo que me negaba a hablar después de mudarme a casa.
Nadie sabía lo difícil que era estar cerca de un bebé.
—La cena estuvo increíble. —Winn sonrió con sueño—. Exactamente lo
que se me antojaba.
—Cuando quieras. —Le guiñé un ojo mientras se llevaba una mano a
la barriga.
Era el principio de su segundo embarazo, pero sospeché que antes de
que pasara mucho tiempo vendrían al restaurante con más frecuencia.
Mientras estuvo embarazada de Hudson, me tomé como un reto personal
alimentar los antojos de mi cuñada.
—¿Cómo van las cosas en el restaurante? —preguntó, sentándose en
una de las mecedoras del porche.
—Bien. Con mucho trabajo. —Roxanne estaba dirigiendo el espectáculo
esta noche. Los miércoles solían ser lentos en esta época del año, así que
cuando me dijo que dejara de dar vueltas y me fuera a casa después de
comer, le hice caso.
Griffin seguía paseando con Hudson, murmurando palabras a su hijo
que yo no podía entender.
—Es su voz. —Winn siguió mi mirada—. Creo que porque es más
profunda. A esta hora de la noche, la voz de Griff es lo único que lo hace
dormir.
62
—Tiene sentido. —No siempre era fácil ver a Griffin con su hijo, pero
eso no era algo que admitiera ante ellos. Ni a nadie—. ¿Te sientes bien? —le
pregunté a Winn.
—Sólo un poco cansada. Pero creo que eso será lo normal durante unos
años.
Griffin se dirigió hacia nosotros.
—Quizá para cuando tengamos el siguiente, Hudson duerma toda la
noche.
—Ese es el sueño. —Winn cruzó los dedos—. ¿Cómo te va con
Memphis?
—Muy bien. No la veo mucho. —Y eso había sido a propósito. Había
una razón por la que no me había tomado mucho tiempo libre últimamente.
Por eso me quedaba en Knuckles. Había una razón por la que en mi inusual
noche fuera del restaurante, me había escapado a la comodidad de la casa
de mi hermano y no a la mía.
Griffin y yo teníamos un vínculo formado por años de juventud en los
que escondíamos travesuras y sufríamos las consecuencias cuando
nuestros padres nos atrapaban inevitablemente causando problemas. Había
sido mi mejor amigo desde que nació. Nos conocíamos mejor que la mayoría,
y probablemente por eso no había preguntado por Memphis. Podía sentir
que no quería hablar de ella.
¿Qué iba a decir? Me sentía atraído por ella. Cada vez que ella entraba
en la habitación, mi corazón se detenía y mi polla se agitaba. Si ese hubiera
sido el final de la historia, si hubiera sido sólo una mujer de paso por la
ciudad, la habría perseguido esa primera noche.
Pero no era una turista que hoy está aquí y mañana se irá. No había
forma de escapar de ella, ni en el trabajo ni en casa. Luego estaba el niño.
Ver a Drake era más difícil que ver a Hudson. No estaba seguro de la
razón, pero cada vez que lloraba, me atravesaba el pecho. Tal vez era porque
Memphis estaba lidiando con él sola. Ella soportaba el peso de sus gritos.
Llevaba el peso sobre sus delgados hombros.
Pero no era mi problema. No era mi lugar para interferir.
Ya había tenido suficiente drama para toda la vida y Memphis tenía el
drama escrito en su bonita cara.
Me había llevado cinco años construir una vida en Quincy. Me fui de
San Francisco como un hombre roto. Había vuelto a casa para recuperarme. 63
Para empezar de nuevo. Para volver a un lugar donde había tenido buenos
días con la esperanza de encontrarlos de nuevo.
Cinco años y allí estaba. Amaba mi trabajo. Amaba a mi familia. Amaba
mi vida.
Sin cambios.
En cuanto Memphis se fuera del ático, sería más fácil quitármela de la
cabeza.
Bebí el último trago de mi cerveza mientras los párpados de Hudson
empezaban a caer.
—Será mejor que me vaya a casa. Los dejo para que lo lleven a la cama.
—Gracias, Knox. —Winn bostezó.
—Que pases una buena noche. —Me acerqué, me incliné para besar su
mejilla y luego estreché la mano libre de mi hermano. Alboroté el cabello
oscuro de mi sobrino y toqué su nariz—. Haz que tus padres descansen,
chico.
Hudson tenía una pequeña mano sobre el corazón de Griff.
Maldita sea, eso dolía. A medida que Hudson crecía, se había
suavizado, pero no había desaparecido. Dejé que se extendiera por mi pecho,
y luego bajé corriendo los escalones del porche hacia mi camioneta.
Mi viaje a casa fue a través de un laberinto de caminos de grava. La
autopista era una ruta más directa a casa, pero tomar las carreteras
secundarias me daba tiempo para bajar las ventanillas y simplemente
pensar.
Cuando me detuve antes en casa de mamá y papá, me preguntaron si
había tomado una decisión sobre el hotel. El tío Briggs había tenido una
semana difícil. Había salido de excursión sin avisar a nadie, y aunque
probablemente había estado lúcido al principio, había tenido un episodio y
se había perdido.
Perdido en la tierra donde había vivido toda su vida.
Afortunadamente, papá lo había encontrado justo antes de que
oscureciera. Briggs había tropezado y se había torcido el tobillo. Así que
después de un viaje a Urgencias —Talia había sido la doctora de guardia—
habían llevado a Briggs a casa. Pero el susto había estimulado la urgencia
de papá por obtener mi respuesta.
64
Una respuesta que no tenía que dar.
Una parte de mí quería estar de acuerdo, simplemente porque los haría
felices. Tenía los mejores padres del mundo. Nos dejaban fracasar cuando
necesitábamos fracasar. Nos echaron una mano cuando estaba claro que no
podíamos levantarnos por nosotros mismos. Nos querían
incondicionalmente. Nos dieron todas las ventajas posibles.
Pero si decía que sí al hotel, no sería por mí. Sería por ellos.
¿Quería a The Eloise? No quería que fuera para alguien ajeno a la
familia. ¿Pero para mí? Tal vez. Pero no estaba seguro. Todavía no.
Llegué a mi desvío y me dirigí hacia Juniper Hill, desapareciendo entre
los árboles hacia mi aislado rincón del mundo. Al ver la casa, mis ojos se
dirigieron al desván.
Incluso escondida detrás de paredes, puertas y ventanas, Memphis
llamaba mi atención. Lo había hecho desde el día en que llegó.
Su Volvo estaba estacionado junto a las escaleras, y ese auto era tan
misterioso como mi inquilina. Era un modelo nuevo y los Volvo no eran
precisamente baratos. Entonces, ¿por qué sobrevivía con comidas baratas y
limosnas?
No era asunto mío.
Había acudido al rescate de Gianna todos esos años cuando debería
haberme ocupado de mis propios asuntos. Lección aprendida.
Estacioné en el espacio más cercano a mi puerta y me dirigí al interior.
Antes del invierno, tendría que buscar otra forma de estacionar para que
nuestras dos camionetas no quedaran afuera en la nieve, pero por ahora,
dejar mi camioneta afuera significaba una forma más de mantener mi
distancia.
La casa estaba tranquila. El aroma de los macarrones con queso
permanecía en la cocina. Me dirigí a la nevera, en busca de otra cerveza, y
luego me retiré a la sala de estar para ver la televisión hasta el anochecer.
La abundancia de ventanas hizo que, cuando el sol comenzó a ponerse
por debajo de la cresta de Juniper Hill, lo captara desde todos los ángulos.
La luz rosa, anaranjada y azul caía en cascada sobre las paredes,
desvaneciéndose a cada minuto hasta que el resplandor plateado de la luz
de la luna ocupaba su lugar.
Debería haber sido relajante. La película número uno en Netflix debería
haber mantenido mi atención. Se suponía que este era mi santuario, pero 65
desde el día en que Memphis se había mudado, había sido una cadena
constante para mis pensamientos. Una distracción.
¿Estaba cocinando la cena? ¿Estaba durmiendo? ¿El lugar era lo
suficientemente grande para ella? ¿Estaba buscando otro departamento?
¿Quería que buscara otro piso?
Sí. Tenía que irse. No podíamos hacer esto para siempre, ¿verdad?
Necesitaba recuperar mi hogar. Sin embargo, la idea de ella en la ciudad,
por su cuenta, me hizo sentir incómodo.
Ella no era mi responsabilidad. Era una mujer adulta, capaz de vivir
sola. Tenía veinticinco años, la misma edad que Eloise. Casi la misma edad
que Lyla y Talia, que tenían veintisiete. ¿Sentía la necesidad de mantener a
mis hermanas cerca? No. ¿Entonces por qué Memphis? ¿Y dónde demonios
estaban sus padres? ¿Qué había pasado con esos hermanos que había
mencionado?
Me quedé mirando la televisión, dándome cuenta de que había visto
casi toda la película de suspenso y no tenía ni una maldita idea de qué se
trataba.
—Dios.
La inquietud se agitó bajo mi piel. Me levanté del sofá, fui a mi
habitación a buscar un pantalón corto para hacer ejercicio y desaparecí en
el gimnasio que había montado en el sótano.
Después de una hora alternando entre la cinta de correr y las pesas,
subí las escaleras empapado de sudor. Afortunadamente, el entrenamiento
había servido para algo y mi energía acumulada se había agotado, así que
me dirigí a la ducha.
El descanso había sido escaso en las últimas semanas. El último tramo
sólido de ocho horas había sido antes de que Memphis se mudara. Drake
tenía un par de pulmones y, aunque debería dormir con las ventanas
cerradas, todas las noches tenía demasiado calor y había dormido con ellas
abiertas desde que tenía uso de razón.
Vestido sólo en calzoncillo, me metí en la cama, y apagué la luz de la
mesita de noche. Mi cabeza se apoyó en la almohada y, mientras una suave
brisa recorría la habitación, el cansancio se impuso.
Pero, como había ocurrido durante semanas, mi sueño se vio
interrumpido por el llanto de un bebé.
66
Me desperté de golpe y me pasé una mano por la cara antes de mirar
el reloj que había junto a la lámpara. 2:14.
Había dormido más de lo normal. La semana pasada me había
despertado alrededor de la una. O tal vez llevaba una hora despierto y yo
estaba demasiado cansado para darme cuenta.
Enterré la cara en la almohada, deseando que el sueño volviera a
aparecer. Pero cuando el llanto continuó, resonando en la noche oscura,
supe que estaría despierto hasta que dejara de hacerlo.
—Mierda.
Ese chico era decidido, lo reconozco. Mientras me tumbaba de
espaldas, mirando el techo iluminado por la luna, él lloraba y lloraba.
Si aquí se escuchaba mucho, ¿cuánto se escuchaba en ese desván? No
había dormido, pero tampoco Memphis. Aunque lo intentaba a diario,
ninguna cantidad de maquillaje podía ocultar las ojeras.
La imagen de Griffin sosteniendo a Hudson apareció en mi mente.
Luego otro bebé, otro par de brazos de años atrás. Una escena que no me
permitía recordar.
Los llantos de Drake se acumulaban, uno tras otro, cada vez más
fuertes, minuto tras minuto, noche tras noche, hasta que fue como si me
gritara. Ya era suficiente. No podía quedarme aquí sin hacer nada.
Me quité la sábana de las piernas y salí de la cama, deteniéndome en
el vestidor para tomar una camiseta. Luego me dirigí a la puerta,
deteniéndome para ponerme unas chanclas para no destrozarme las plantas
de los pies con la grava.
El aire nocturno era fresco contra la piel desnuda de mis brazos y
piernas mientras cruzaba el camino de entrada. Subí las escaleras de dos
en dos, moviéndome antes de dudar de mi decisión, y llamé a la puerta.
Una luz se encendió, iluminando la ventana de cristal de la puerta.
La cara de Memphis estaba en el cristal de al lado, sus ojos marrones
muy abiertos y llenos de lágrimas. Estaba preciosa. Siempre estaba
hermosa. Pero esta noche parecía pender de un último hilo.
Se limpió las mejillas antes de abrir la puerta.
—Estoy tan...
—No te disculpes. —Entré y me quité los zapatos, luego extendí los
67
brazos, agitando uno de ellos—. Entrégalo.
—¿Qué? —Se apartó, interponiendo un hombro entre su bebé y yo.
—No voy a hacerle daño. Sólo quiero ayudar. —Tal vez lo que ese niño
necesitaba era otro par de brazos. Otra voz.
Ella parpadeó.
—¿Eh?
—Escucha, si él duerme, yo duermo, tú duermes. ¿Podemos... intentar
algo más que esto? Déjame pasearlo un rato. Probablemente no importará,
pero al menos podrás tomar un respiro.
Los hombros de Memphis cayeron y miró a su hijo llorando.
—No te conoce.
—Sólo hay una manera de arreglar eso.
Dudó un momento más, pero cuando Drake soltó otro lamento y dio
una patada con sus pequeños pies, se movió hacia mí.
El traspaso fue incómodo. Sus brazos parecían reacios a soltarlo, pero
finalmente, cuando lo tenía acunado en el pliegue de un codo, se apartó.
Sus hombros permanecían rígidos mientras se rodeaba con los brazos y
apenas me dejaba espacio para respirar.
—No lo dejaré caer—le prometí.
Ella asintió.
Pasé junto a ella, caminando a lo largo del desván. Mis pies descalzos
se hundieron en la alfombra de felpa, y no fue hasta que crucé la habitación
que finalmente miré bien al niño en mis brazos.
Dios, esto era una mala idea. Una muy mala idea. ¿En qué demonios
había estado pensando? Seguía llorando, porque sí, no me conocía. Y era
demasiado similar. Era demasiado duro.
Lo único que me impidió salir corriendo fue su cabello.
Tenía el cabello rubio de su madre.
No negro, como el de Jadon. Rubio.
Este no era el mismo niño. No era la misma situación.
Tragué con fuerza, más allá del dolor, y caminé hacia la puerta.
—Drake.
Rubio, el bebé Drake. Era un gran nombre. Era un chico fuerte. Eso 68
también era diferente. Drake parecía fuerte. Como Hudson, tenía un buen
peso. Y Memphis lo había estado cargando por su cuenta todas las noches.
—Muy bien, jefe —le dije a Drake—. Tenemos que bajar el tono.
Su pecho se agitó mientras su respiración se entrecortaba entre un
grito.
—Necesito dormir. Tú también. Y tu madre también. ¿Qué tal si
dejamos el turno de noche? —Me dirigí de nuevo al extremo opuesto de la
habitación, pasando por delante de Memphis, que aún no se había movido.
Me golpeé contra la pared y me giré, dirigiéndome a la puerta de nuevo. Todo
mientras Drake lloraba—. Estás bien. —Lo hice rebotar mientras caminaba,
acariciando su trasero en pañales. Llevaba un pijama hasta los pies, la tela
azul estampada llena de cachorros—. Cuando era niño, tenía un perro. Se
llamaba Scout.
Seguía caminando, a pasos lentos y medidos, hacia la puerta, y luego
hacia la ventana.
—Era marrón, con las orejas caídas y la cola rechoncha. Su actividad
favorita en verano era correr por los aspersores del jardín. Y en invierno,
saltaba a los bancos de nieve más grandes, enterrándose tanto que no
estábamos seguros de que saliera.
Memphis finalmente se movió y se dirigió al sofá, posándose en un
brazo. Llevaba una fina camisa de noche negra con mangas que le llegaban
hasta los codos y un escote bajo. El dobladillo terminaba en los muslos y se
levantó al sentarse.
No era alta, pero tenía buenas piernas. Aparté los ojos de la piel tensa
y suave y moví a Drake para que se apoyara en un hombro. Luego le acaricié
la espalda, con una mano tan larga que la base de mi palma estaba en la
parte superior de su pañal y las yemas de mis dedos rozando los suaves
mechones de cabello de su nuca.
Hizo falta un viaje más hasta la puerta y de vuelta antes de que el llanto
se convirtiera en gemidos. Luego desapareció, arrastrado por una ventana
abierta.
El silencio era ensordecedor.
Memphis jadeó.
—Normalmente tardo horas.
—Mi hermano Griffin tiene un hijo de esta edad.
—Está casado con Winslow, ¿verdad? 69
Asentí.
—Sí. Estuve allí esta noche y Hudson no quería a su madre. Pero Griffin
lo tomó y lo calmó. Probablemente sólo necesitaba una voz diferente.
Memphis bajó la barbilla, su cabello rubio cayó alrededor de su rostro.
Pero no pudo ocultar la lágrima que goteaba en su regazo.
—¿También necesitas que te lleve en brazos? ¿Que te acaricie la
espalda? ¿Que te hable de mis mascotas de la infancia? —bromeé.
Ella levantó la vista y sonrió, secándose la cara.
—Sólo estoy muy cansada.
Drake soltó un chillido pero no empezó a lamentarse de nuevo.
—Puedo cargarlo —dijo.
—Acuéstate. Yo lo pasearé hasta que se duerma.
—Tú no...
—... tienes que hacer eso. —Terminé su frase—. Pero voy a hacerlo. Ve
a descansar.
Se levantó, caminó hacia la cama, y se deslizó bajo las sábanas. Luego
se aferró a una almohada, sosteniéndola cerca de su pecho.
—¿Cómo te convertiste en chef?
—Eso no es dormir.
—Cuéntame de todos modos.
Me acerqué a la pared y pulsé el interruptor de la luz, bañando el
desván en la oscuridad.
—Mi madre es una cocinera fantástica. Mientras crecía, mi padre
estaba siempre ocupado en el rancho. Se llevaba mucho a Griff, pero yo era
demasiado joven, así que me quedaba en casa con mamá y mis hermanas
gemelas cuando eran bebés. Nos llevaba con ella al hotel durante el día y
luego, por la noche, las ponía en los columpios o en una zona de juegos y
me ponía a mí en la encimera para ayudar a hacer la cena.
Mi primer recuerdo es de cuando tenía unos cinco años, el verano antes
de empezar el jardín de infantes. Mamá estaba embarazada de Eloise. Las
gemelas eran pequeñas y siempre me perseguían. Griff había estado
aprendiendo a montar y yo me había sentido excluido.
Mamá había estado ocupada con algo, así que le dije que yo haría la
cena. Debió pensar que estaba bromeando porque aceptó.
70
No recordaba tanto los platos de patatas fritas y galletas saladas, sino
la cara de asombro que puso cuando entró en la cocina después de haber
atendido a las gemelas y me encontró sentado en la encimera, intentando
hacer sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada.
—Yo tenía otros intereses. Los deportes. Los caballos. Pasaba los
veranos trabajando en el rancho junto a Griffin y papá. Pero siempre volvía
a la cocina. Cuando terminé la escuela secundaria, supe que la universidad
no era para mí, así que me inscribí en la escuela gastronómica. Aprendí
mucho. Trabajé en algunos restaurantes increíbles hasta que llegó el
momento de volver a casa.
Memphis tarareó, un sonido soñador y somnoliento.
Y su hijo estaba totalmente dormido sobre mi pecho.
Probablemente era seguro acostarlo, volver a mi propia cama, pero
seguí caminando. Por si acaso.
—¿Por qué se llama Knuckles? ¿El restaurante? —La voz de Memphis
no era más que un susurro, amortiguado por la almohada.
—Era mi apodo en la escuela de cocina. Mi primera semana traté de
impresionar a un instructor. Me puse arrogante. Estaba rallando unas
zanahorias y no presté atención. Me resbalé y me rallé los nudillos.
—Ouch —siseó.
—Me hice un montón de cortes y quedé en ridículo. —Todavía me
quedaban algunas cicatrices en la mano.
—Y te ganaste un apodo.
—Cuando hicimos la remodelación del restaurante, me senté con el
arquitecto y me preguntó por un nombre para un cartel. Me vino a la cabeza
Knuckles y eso fue todo. —Me desvié de mi camino y llevé a Drake a la cuna
del rincón, y me agaché para dejarlo.
Sus brazos se levantaron al instante por encima de su cabeza. Sus
labios se separaron. Sus pestañas formaban medias lunas sobre sus suaves
mejillas. Era... precioso.
Me llevé la mano al pecho y me froté el escozor. Luego me levanté y miré
hacia la cama.
Memphis estaba dormida, sus labios también estaban separados. Un
hombre podía perderse en esa clase de belleza.
Antes de cometer una estupidez, como quedarme allí y mirarla hasta el
amanecer, salí del desván con facilidad, y cerré la puerta detrás de mí antes
71
de dirigirme a mi propia cama.
El sueño debería ser fácil. Estaba tranquilo. Oscuro. Excepto que cada
vez que cerraba los ojos, la imagen de Memphis aparecía en mi cabeza. El
cabello rubio recorriendo su mejilla. La forma de sus labios. La suave
hinchazón de sus pechos bajo la camisa de noche.
Tal vez el llanto de su hijo no me había impedido dormir.
Tal vez era la propia mujer la que rondaba mis sueños.
72
Memphis
E
l ruido sordo de los pasos subiendo la escalera del desván y el
suave golpe que le seguía se estaban convirtiendo en mis
sonidos favoritos. Puede que sólo subiera para abrazar a
Drake, pero cada vez que Knox aparecía en mi puerta en mitad
de la noche, era como un cálido abrazo.
Hacía mucho tiempo que no me abrazaban.
Entró directamente, quitándose los zapatos antes de robarme a un
Drake lloroso de los brazos. Un destello de dolor cruzó su rostro, como si se
hubiera cortado con un papel. Tal vez fuera sólo mi imaginación, pero
juraría que lo veía cada vez que sostenía a Drake. Desapareció en un
instante cuando Knox emprendió su camino habitual por la habitación.
—¿Cuál es el problema esta noche, jefe? —Esa voz suave y profunda
era tan reconfortante para mí como para mi hijo.
—Siento haberte despertado.
Giró hacia la pared y frunció el ceño. Knox, había aprendido, no era fan
de mis disculpas.
Las hice a pesar de todo.
—Descansa, Memphis. —Señaló con la cabeza hacia la cama, pero me
dirigí al sofá, envolviendo una manta alrededor de mis hombros.
En el último mes, había pasado doce noches en este sofá, viendo cómo
el hombre más guapo que jamás había visto cargaba a mi hijo. Doce noches,
y mi enamoramiento con Knox Eden era tan fuerte como el café que
preparaba cada mañana en mi nueva cafetera. 73
El tiempo había cambiado y las frías temperaturas nocturnas de
octubre hacían que no fuera necesario dejar la ventana abierta. No estaba
segura de cómo Knox había oído el llanto de Drake desde su casa, pero no
me había atrevido a preguntar. Sin embargo, fuera lo que fuera lo que
supiera, simplemente estaba agradecida por el indulto.
Y por un poco de tiempo a solas con un hombre casi demasiado bueno
para ser verdad.
—¿Estaba así anoche? —preguntó Knox.
—No. Sólo lloró por un biberón, pero después de que le di de comer, se
volvió a dormir.
—Progreso. Sigue creciendo y superaremos esto. —Knox puso a Drake
sobre su ancho hombro, exactamente donde mi hijo prefería estar.
Tal vez era porque Knox tenía un hombro tan grande para dormir. Tal
vez era su olor o su voz o la fácil cadencia de su contoneo. Mi hijo prefería
el pecho de Knox al mío.
Mi hijo no era tonto.
Estaba tan encantada como mi bebé.
Knox llevaba esta noche un chándal gris que se le acumulaba en los
pies. Llevaba una camiseta blanca sin mangas, con sus tatuajes a la vista.
—¿Qué significan tus tatuajes? —le pregunté.
Lo tenía en la punta de la lengua desde hacía semanas. Mi curiosidad
por Knox era tan insaciable como peligrosa. Cuanto más aprendía, más me
aplastaba.
—El águila es mi pájaro favorito. —Señaló con la cabeza su lado
izquierdo y las alas emplumadas se enroscaron en su bíceps. El rostro de la
feroz criatura era tan inquietante como hermoso.
Knox pasó por el sofá y se movió para mostrarme su lado derecho. Las
luces nocturnas blancas y azules que había añadido al desván iluminaban
las líneas y los círculos negros de su piel.
—Estos son planetas. Tengo uno en el omóplato que es el contorno de
Marte. No es que me guste la astronomía. Representan nuestros caballos.
Papá compró ocho caballos hace años y Eloise les puso nombres de
planetas. Marte es el mío.
—¿Sales a montar a menudo?
—No tanto como me gustaría. Lo tengo en el rancho para que tenga 74
compañía. Intento sacarlo una vez al mes, más o menos.
Mi caballo se llamaba Lady. También se pavoneaba como tal. Mi
hermana y yo habíamos tomado clases de equitación cuando éramos niñas,
porque en aquella época era la actividad extraescolar más popular entre la
alta sociedad neoyorquina. Luego, una amiga de mamá había calificado la
actividad de anticuada y se negó a enviar a sus propias hijas. Una semana
después, mis padres habían vendido a Lady y yo me había visto obligada a
soportar las clases de piano en su lugar.
—¿Has montado antes? —preguntó.
—No desde hace mucho tiempo.
No se ofreció a llevarme a Marte. No habría aceptado.
Esto, estas noches oscuras, eran todo lo que me permitía tener de Knox.
Drake estaba progresando y en poco tiempo, estas visitas terminarían.
Volveríamos a ser sus inquilinos temporales. Sería su compañera de trabajo,
que rara vez se cruzaría en su camino. Y algún día, seguiría adelante.
Cuando ese día llegara, necesitaba mi corazón intacto. Todo mi corazón.
El llanto de Drake comenzó a disminuir, pasando de una cadena de
gritos rotos a un gemido entre respiraciones agitadas.
—Ahí vamos —murmuró Knox, con su mano extendida sobre la espalda
del bebé. El hombro ancho, el zumbido de nuestra conversación, funcionaba
como un encanto en Drake cada vez.
—¿No debería ser yo quien hiciera que dejara de llorar? —La admisión
se deslizó de mis labios antes de que pudiera detenerla. La culpa y la
vergüenza nublaron mi voz. Debería ser yo, ¿no? Drake era mío.
—Lo eres. —Knox se detuvo frente a mí, imponiéndose con mi pequeño
hijo en sus enormes brazos—. Me dejaste entrar por la puerta, ¿verdad?
—Sí. —Tal vez la maternidad no era ser siempre la persona en la que
se apoyaba tu hijo, sino encontrar a la persona que necesitaban cuando tú
no eras suficiente. Por el bien de Drake, para que descansara, había dejado
de lado mi orgullo y había dejado que Knox interviniera para ayudar.
La mujer que se ganara sus fuertes brazos para abrazarlo de verdad
sería una chica muy afortunada. Me acurruqué más en mi manta,
enroscando las piernas debajo de mí mientras seguía cada paso de Knox.
El agotamiento era un compañero constante de mis momentos de
vigilia. La única razón por la que era capaz de mantener los ojos abiertos
era porque la imagen de Knox y Drake era una que no quería perder. Era la 75
razón por la que elegía el sofá en lugar de acurrucarme en la cama.
Verlos juntos era un sueño. Una fantasía de una vida diferente si
hubiera tomado mejores decisiones.
Drake había dejado de llorar y estaba a punto de dormirse. Este
interludio estaba a punto de terminar. Por el bien de mi hijo, estaba
agradecida. Por el mío...
Sería difícil cerrar la puerta detrás de Knox cuando se fuera.
Un bostezo estiró mis labios y lo aparté.
—Lo siento.
—¿Ahora te disculpas por bostezar? —Me lanzó una sonrisa mientras
pasaba por el sofá.
—Mi padre me regañó una vez por bostezar durante una reunión. Me
disculpé y no he dejado de hacerlo desde entonces.
Era la primera vez que mencionaba a mi padre en voz alta. Durante
más de un mes, había mantenido mi pasado bajo llave. Había esquivado las
preguntas sobre mi familia y las razones por las que me había mudado al
otro lado del país. La falta de sueño había hecho que mis paredes cayeran.
O tal vez fue sólo Knox. Él compartía libremente. Me hizo querer hacer
lo mismo.
—¿En serio? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—No hablas de tu familia.
—No hablo de muchas cosas.
—Eso es cierto. —La comisura de su boca se levantó—. ¿Dónde están
tus padres?
Suspiré, hundiéndome más en el sofá.
—Me imaginé que en algún momento lo preguntarías. Pero aún no he
descubierto cómo responder a esa pregunta.
—Es una pregunta sencilla, Memphis.
—Entonces la respuesta sencilla es Nueva York.
—¿Cuál es la respuesta complicada?
—La verdad hace que mi familia parezca... fea. —Por muy frustrada que
estuviera con ellos, no quería que los extraños pensaran que eran malas
personas. Eran quienes eran. Distantes. Ensimismados. Orgullosos. Eran el 76
producto de su entorno y de su riqueza extrema y egoísta.
Una vez, no había sido tan diferente. Tal vez eran feos. Pero sus
horribles acciones habían sido el catalizador de mi cambio. Gracias a ellos,
sería una mejor persona. A pesar de ellos.
Knox se dirigió a la puerta, deteniéndose junto a sus tenis desechados.
—Mejor deja que sea yo quien juzgue.
Miré el reloj del microondas.
—Esta no es realmente una conversación para las dos o siete de la
mañana.
Cruzó la habitación, tomando asiento en el extremo opuesto del sofá
con mi hijo dormido sobre su pecho.
—¿Son menos feos durante el día?
—No —susurré—. Mi padre nunca tuvo a Drake. Tú eres el único
hombre que lo ha llevado en brazos.
Se formó una arruga entre sus cejas.
—¿Él...?
—¿Murió? No. Está muy vivo. Mis padres, mi padre en particular, no
aprueban mis decisiones. Él marca la pauta de nuestra familia, y cuando
me negué a hacer las cosas a su manera, me repudió. Mi madre, mi hermana
y mi hermano siguieron su ejemplo. Aunque en realidad no importa porque
yo también los repudié.
Knox estudió mi cara.
—¿Qué quieres decir con que te repudiaron?
—Trabajé para mi padre. Me despidió. Vivía en uno de sus adosados de
Manhattan. Drake tenía cuatro semanas cuando su abogado me entregó el
aviso de desahucio de treinta días. Mis abuelos crearon fondos fiduciarios
para cada uno de sus nietos, pero exigieron que mi padre fuera el tutor hasta
que cumpliéramos treinta años. Fui a sacar algo de dinero para poder
mudarme y papá se negó a que el banco me concediera ningún retiro. Me
dejó sin nada más que el dinero que tenía en mi propia cuenta bancaria y
mi último sueldo.
—¿Hablas en serio? ¿Por qué?
—Quiere saber quién es el padre de Drake. Me niego a decírselo. Me 77
niego a decírselo a nadie. —Había una advertencia oculta en mi tono, que,
si Knox preguntaba, le negaría una respuesta—. A papá no le gustaba que
le dijeran que no era asunto suyo. Pero hay una razón por la que nadie sabe
quién es el padre de Drake. Pienso mantenerlo así.
Knox se inclinó hacia adelante, su agarre en Drake se hizo más fuerte.
—¿Hay algo que deba saber?
—No. Se ha ido de mi vida.
—¿Estás segura?
—Bastante. —Tenía un documento firmado para demostrarlo—. Mi
padre pensó que me llamaría la atención. Que, si me hacía la vida lo
suficientemente difícil, le diría todo lo que quería saber. Que podría seguir
moviendo mis hilos y que yo bailaría como una de sus pequeñas marionetas.
Tengo veinticinco años, no dieciséis. Mis decisiones son mías. Mis secretos
me pertenecen.
Knox se apoyó en el sofá, negando con la cabeza.
—Tienes razón. No me gusta mucho tu familia en este momento.
—Mi padre no está acostumbrado a que le digan que no. Es dueño de
un conglomerado hotelero. Y dirige su familia con tanta mano dura como su
negocio.
—¿Un hotel? —Las cejas de Knox se arquearon—. ¿Cuál?
—Hoteles Ward.
—¿No es una mierda? —Soltó una carcajada—. Después de la escuela
culinaria, trabajé en San Francisco. El restaurante estaba en un Hotel Ward.
Parpadeé.
—¿En serio?
—El mundo es pequeño.
—Así es. —Y también sabía exactamente de qué restaurante estaba
hablando.
Había estado en San Francisco numerosas veces, siempre alojada en el
hotel. ¿Había sido Knox el que cocinaba mis comidas? No me sorprendería.
Había sido un lugar favorito para comer.
—Me llaman así por el hotel favorito de papá en Memphis. Mi hermana
se llama Raleigh. Mi hermano se llama Houston. 78
Knox estudió mi perfil.
—Ward Hoteles no es una empresa pequeña.
—No, no lo es.
Era un negocio multimillonario de propiedad privada. Sólo las
propiedades inmobiliarias valían una fortuna.
Y había cambiado mi fondo fiduciario de treinta millones de dólares por
un trabajo de limpieza de catorce dólares por hora.
Tal vez había sido una decisión imprudente impulsada por la traición.
No teníamos mucho en Quincy.
Pero éramos libres.
—Estás limpiando retretes —dijo Knox.
Levanté la barbilla.
—No hay nada malo en limpiar retretes.
—No, no lo hay. —Me hizo un pequeño gesto con la cabeza—. ¿Qué
hacías antes de venir aquí? ¿Trabajabas para Ward?
—Era una ejecutiva de marketing para la empresa. Mi hermano se está
preparando para sustituir a mi padre, pero mi hermana y yo crecimos
sabiendo que siempre tendríamos trabajo en la empresa. Se esperaba que
trabajáramos allí. Yo empecé al día siguiente de graduarme en la
universidad.
—¿Dónde estudiaste?
—Me licencié en sociología en Princeton. No es exactamente útil, pero
fue interesante.
Knox guardó silencio durante un largo momento, y luego se rio.
—Princeton. ¿Por qué elegiste trabajar en The Eloise? ¿Por qué no
encontrar algo que pagara más?
—Los hoteles son lo que siempre he conocido. —Y aunque
probablemente podría haber encontrado un complejo turístico cómodo y
abrirme camino hasta un puesto de director general, papá había exigido a
sus ejecutivos, incluidas sus hijas, que firmaran una cláusula de no
competencia de diez años—. Parecía la opción más fácil —dije—. No es que
el trabajo sea fácil. Es el trabajo más duro que he tenido. Pero con tantos
otros cambios, quería la familiaridad de un hotel. Aunque nunca haya
limpiado una habitación en mi vida.
Parpadeó. 79
—¿En serio? ¿Nunca has limpiado antes de esto?
—Tuve una criada —admití—. Vi un montón de videos en YouTube
antes de empezar.
—Bueno... según Eloise, estás haciendo un gran trabajo.
—Gracias. —Me alegré de que estuviera oscuro para que no me viera
sonrojarme—. No seré un ama de llaves para siempre, pero nunca me dieron
la oportunidad de elegir mi propio camino. Cuando esté lista, encontraré
algo que pague más. Eso se apoya en mi educación. No hay muchas
oportunidades en una ciudad pequeña, pero estaré atenta. Por ahora, me
gusta donde estoy.
—Podrías haber elegido cualquier otra ciudad.
Negué con la cabeza.
—Elegí Quincy.
Esta ciudad era mía.
Era difícil explicar cómo me había encariñado tanto con este lugar en
tan poco tiempo. Pero cada vez que conducía por Main, se sentía más y más
como un hogar. Cada vez que iba al supermercado y mi cajera favorita,
Maxine, me felicitaba por tener un bebé tan adorable, sentía que mi corazón
se tranquilizaba. Cada vez que entraba en The Eloise, me sentía como en
casa.
—Mis padres odiarían estar aquí. —Sonreí.
—¿Es parte de su atractivo?
—Al principio. —Dejé caer mi mirada hacia mi regazo—. Sé cómo suena
todo esto. Es parte de la razón por la que no se lo he contado a nadie. La
pobre niña rica renuncia a su fortuna, se muda a Montana y vive de cheque
en cheque, todo porque estaba harta de que su padre le diera órdenes.
Decirlo en voz alta me hizo encogerme.
—No puse mi vida patas arriba para fastidiar a nadie. Lo hice por
Drake. Porque creo en mi corazón que esta es una vida mejor. Incluso si es
difícil. Incluso si estamos solos. —Habíamos estado solos desde el principio.
—¿Habrían hecho tu vida miserable en Nueva York? —preguntó Knox.
—La habrían controlado. Me habrían arrancado las decisiones de las
manos, especialmente cuando se trataba de Drake. —Habría tenido una
niñera y lo habrían enviado a un internado a los diez años—. No quiero vivir
bajo las reglas de otra persona simplemente porque maneja los hilos con mi
80
dinero.
—Puedo apreciar eso. ¿Y qué pasará cuando cumpla los treinta?
¿Cuando él no esté a cargo de tu fondo fiduciario?
—No lo sé —admití—. No voy a mantener la esperanza de que el dinero
esté ahí. Espero que mi padre encuentre la manera de tomarlo él mismo.
Probablemente comprará otro hotel en otra ciudad.
—¿Puede hacer eso? ¿Es legal?
Levanté un hombro.
—Siempre tengo la opción de luchar. Contratar un abogado e ir por ello.
Dentro de unos años, tal vez me sienta de otra manera, pero por el momento,
no quiero ser parte de esto. Tengo suficiente dinero ahorrado para comprar
mi coche. Cuando salga adelante, veré qué opciones tengo para comprar
una casa. Ahora mismo, es más importante para mí contar conmigo mismo
que con nadie más. Se suponía que mi familia iba a estar ahí para mí, pero
el primer peor día de mi vida, me dejaron de lado. Así que los he dejado ir.
Su frente se arrugó.
—¿Llevas la cuenta de tus peores días?
—Es una tontería, pero sí.
—¿Cuál fue el primero?
Le di una sonrisa triste.
—El día que tuve a Drake. También fue el primer mejor día de mi vida.
—Entiendo por qué fue el mejor día. —Extendió sus dedos por la
espalda de Drake. Por alguna razón, no parecía estar preparado para poner
al bebé en su cuna. Knox se limitó a sostenerlo, asegurándose de que mi
hijo durmiera—. ¿Por qué fue también el primer-peor día?
—Porque estaba sola. Mi hermano y mi padre están cortados por el
mismo patrón, así que no esperaba mucho de ellos, pero pensé que mi
madre al menos se presentaría en el hospital para el nacimiento de su
primer nieto. Tal vez mi hermana. Pero todos ignoraron mis llamadas y no
respondieron a mis mensajes. Estuve diecisiete horas de parto.
El llanto. El dolor. El agotamiento.
Ese fue el día en que la vieja Memphis murió. Porque se había dado
cuenta de que la vida que había vivido era tan superficial que ni una sola
persona había venido a sostener su mano. Ni familia. Ni amigos.
—La epidural no funcionó —dije—. Los médicos me dijeron finalmente 81
que tenían que hacerme una cesárea de urgencia. Me desperté un día más
tarde después de casi morir de una hemorragia posparto.
—Joder —murmuró Knox.
—Drake estaba sano. Eso era lo único que importaba. Acampamos en
el hospital durante un par de semanas, y cuando nos enviaron a casa, ya
estaba planeando una salida de la ciudad. Cuando papá me llamó para
decirme que tenía que mudarme, simplemente adelanté mi fecha de salida.
Por suerte, no me había despedido hasta que nació Drake. O tal vez
había renunciado. Teniendo en cuenta que había renunciado y él me había
despedido durante la misma conversación telefónica mientras estaba en una
cama de hospital, no estaba exactamente segura de cómo Recursos
Humanos había procesado eso. Lo único que me importaba era que mi
seguro seguía activo, por lo que había cubierto mis facturas médicas.
Papá debió pensar que después de que naciera Drake, cambiaría de
opinión. Que me sometería a su férrea voluntad. Tal vez si hubiera aparecido
en el hospital, lo habría hecho.
—Elegí Quincy. Me presenté en la posada. Compré el Volvo, y después
de que Eloise me ofreciera un trabajo, empecé a buscar alquileres aquí.
Cuando no pude encontrar uno después de una semana de búsqueda...
bueno, aquí estoy.
—Aquí estás. —Había algo en su voz. Un cariño donde antes había
habido irritación.
Knox y yo nos sentamos en el sofá, con los ojos fijos en la oscuridad.
Ahora él tenía mi historia, o la mayor parte de ella. Algunas partes eran
mías y sólo mías. Un día, podrían ser de Drake, pero eso era una
preocupación para el futuro.
Había partes de mi historia que detestaba. Partes de la historia en las
que había fallado. Pero sobre todo, empezaba a sentirme... orgullosa.
Venir a Quincy había sido la decisión correcta.
—Será mejor que duermas un poco. —Knox se levantó del sofá con un
movimiento fluido, llevando a Drake a su cuna. Knox lo acostó, apartando
el cabello de su frente, y luego se puso de pie y se dirigió a la puerta, donde
esperaba para verlo salir.
—Gracias. —Como siempre me disculpaba cuando llamaba a la puerta,
le di las gracias antes de que se fuera.
Knox se agachó para ponerse los zapatos, luego se puso de pie y asintió, 82
alcanzando el picaporte de la puerta. Pero se detuvo antes de salir y
adentrarse en la noche. Giró hacia mí, una torre de más de uno ochenta de
altura. Con los pies descalzos, sólo medía uno sesenta y cinco.
—No estás sola. Ya no.
Abrí la boca, pero no salieron palabras. Me estaba abrazando de nuevo,
sujetándome tan fuerte con esos brazos invisibles que no podía hablar.
Knox llevó la mano a mi mejilla y me colocó un mechón de cabello
errante detrás de la oreja. Con un solo roce de sus dedos, todas las
terminaciones nerviosas de mi cuerpo se encendieron. Se me cortó la
respiración.
—Buenas noches, Memphis. —Luego se fue, cerrando la puerta tras de
sí mientras se retiraba a su casa.
Una sonrisa se dibujó en mis labios.
—Buenas noches, Knox.
83
Knox
U
n pájaro cantó en el exterior y mi mirada se dirigió a las
ventanas por enésima vez en una hora. El camino de entrada
estaba vacío, igual que hace tres minutos.
—Grr. —Me pasé una mano por el cabello y saqué la
última camiseta de la pila de ropa limpia sobre la cama, y la llevé al armario
para colgarla. Luego llevé la cesta vacía al lavadero y me dirigí a la cocina.
Los platos estaban limpios. La nevera estaba llena. Toda la casa limpia.
Por primera vez en meses, me había tomado un día entero de descanso.
No era una gran hazaña. El verdadero logro había sido no entrar en
Knuckles en mi día libre. El restaurante me tenía atado y la mayoría de los
días de vacaciones, pasaba por allí para comprobarlo. Maternidad, según
Skip.
Pero hoy, no había salido de casa. Ni siquiera había llamado para ver
cómo iban las cosas. Los lunes eran días tranquilos, así que dudaba que
hubiera un bullicio enorme, sobre todo a finales de octubre. Sin embargo,
mis dedos ansiaban marcar el teléfono simplemente por la distracción.
Simplemente para no pensar en el reloj.
Eran las seis. ¿No debería Memphis estar ya en casa? En realidad, no
sabía a qué hora llegaba, siempre estaba en el restaurante, pero su turno
terminaba a las cinco. ¿Dónde estaba?
Habían pasado cinco días desde que me habló de su familia. Cinco días
y cinco noches sin Memphis. El restaurante había estado muy ocupado
durante el fin de semana con una avalancha de cazadores alojados en el
hotel. Nuestros caminos no se habían cruzado. Y cada noche, cuando volvía 84
a casa al anochecer, las luces del desván estaban apagadas. Drake no me
había despertado.
Con o sin su llanto, iría esta noche.
Es que... Maldita sea, la echaba de menos. Echaba de menos el dulce
aroma de su perfume. Echaba de menos su suave susurro. Echaba de
menos la forma en que agachaba la barbilla para ocultar el rubor.
Buscaba una excusa para visitarla, aunque sólo fuera para saludarla.
Para hacerle saber que la historia que había contado sobre sus padres no
me había asustado. No me extrañaba que se hubiera escapado a Montana.
Lo que había pasado, sola, era impensable.
Mi familia no hizo más que apoyarla, al borde de la exageración, pero
sólo porque les importaba. Ni en un millón de años mamá y papá tratarían
a sus hijas como habían tratado a Memphis. Ni en un millón de años
habrían dejado de abrazar a su nieto.
Mierda, pero ella era fuerte. La respetaba mucho por alejarse. Del
dinero. Del legado. Del control. La admiraba por poner la vida de su hijo en
primer lugar.
Por muy arriesgado que fuera, tenía que verla. Y con suerte me las
arreglaría para no besarla.
Porque maldita sea, quería besarla. Como casi la besé la otra noche.
Las seis y once. ¿Por qué no sabía su horario? ¿Y si necesitaba ayuda?
¿A quién llamaría? ¿Tenía siquiera mi número?
El golpeteo de mis dedos sobre los mostradores de granito llenó la
silenciosa casa. Había pensado que echaría de menos esto. El silencio. La
soledad. Pero había tenido un nudo de ansiedad en las tripas todo el día, el
lugar estaba demasiado quieto. Demasiado vacío. ¿Dónde estaba ella?
Las tareas domésticas no habían ayudado a calmar los nervios.
Tampoco la limpieza del garaje. Las tres casetas estaban limpias, y tanto
Memphis como yo tendríamos mucho espacio para estacionar cuando
llegara la nieve. No había planeado cocinar hoy. Tenía un montón de sobras.
Pero necesitaba un escape, cualquier cosa que me hiciera olvidar el
camino de entrada vacío, así que me dirigí a la despensa y saqué una bolsa
de harina de sémola.
No debería haber tardado mucho en hacer la pasta y estirarla. Excepto
que cada treinta segundos miraba hacia el carril, esperando ver un Volvo
gris en mi dirección. Lo único que había más allá del cristal era un frío día 85
de otoño.
Las hierbas de los prados habían pasado del verde al dorado. Los pinos
ponderosa estaban cubiertos de escarcha. Las montañas en la distancia
estaban cubiertas de blanco.
El otoño era mi estación favorita, y aparte de una pequeña afluencia de
cazadores a la zona, había más caras conocidas que no en Main estos días.
Estaríamos tranquilos en el hotel hasta las vacaciones. Este era el momento
de recuperar algo de descanso.
Pero hoy había sido todo menos relajante, y si me iba a sentir así en un
día de descanso, bueno... Sería madre hasta Navidad.
Con la pasta cortada y lista, busqué una olla y la puse a hervir. Luego
saqué un manojo de espinacas pequeñas y champiñones de la nevera.
Estaba buscando crema para hacer una salsa sencilla cuando, afuera, la
grava crujió bajo los neumáticos.
Lo más inteligente sería quedarme aquí, con la cara enterrada en la
nevera, pero la cerré de golpe y me dirigí a la puerta principal.
Memphis estaba abriendo el asiento de Drake cuando salí. Estaba
erguida, cargando su portabebés sobre un brazo, y cuando miró por encima
del techo del Volvo, se me encogió el corazón. Tenía la cara manchada. Tenía
los ojos enrojecidos como si hubiera llorado durante todo el viaje. Y Drake
estaba gritando.
Me recordó su primer día en Quincy. No me había gustado verlo
entonces. Estoy seguro de que no me gusta verlo ahora.
—¿Qué pasa? —Crucé el camino de entrada, moviéndome justo en su
espacio y tomando el asa del asiento del coche.
—Nada. —Hizo un gesto de despreocupación y lloriqueó—. Sólo es un
lunes.
—Memphis —advertí.
—Estoy bien. —Metió la mano en el auto y sacó el bolso de pañales de
Drake antes de cerrar la puerta y dirigirse al baúl, levantándolo para abrirlo.
Otra lágrima, una que no había podido secar, goteaba por su mejilla.
No me gustaba ver llorar a Drake. ¿Pero Memphis? Era como si me
dejaran sin aliento.
—Oye. —Fui a su lado y le puse la mano en el codo—. ¿Qué sucedió, 86
cariño?
—Yo sólo… —Sus hombros se hundieron—. Tuve un mal día.
¿Había pasado algo en el hotel? ¿Se trataba de su familia? ¿O del padre
de Drake? Había cientos de preguntas sin respuesta en lo que respecta a
Memphis y su pasado, pero Drake estaba llorando y ahora no era el
momento de indagar.
Así que pasé por delante de ella para tomar el paquete de pañales que
había en el maletero y me dirigí a la puerta.
—¿A dónde vas? —dijo a mi espalda mientras me dirigía a mi casa, no
a la suya.
—Llevo esto dentro.
—Vas en dirección contraria.
—Ven. —Seguí caminando en línea recta hacia mi casa, donde el olor a
limpiador de pisos y jabón de lavandería se aferraba al aire.
Cuando me dirigí a la cocina con el bebé, la puerta se cerró detrás de
mí. Puse los pañales en la isla junto con la silla de Drake, desabrochándole
el cinturón mientras los pasos de Memphis sonaban por encima de mi
hombro.
—Este mal día. ¿Está entre el top cinco?
Se acercó a mi lado, observando cómo levantaba a Drake de su asiento.
—No.
—Bien.
Antes de que pudiera acomodar a Drake en mi hombro, me arrebató a
su hijo de las manos, y lo acunó en sus brazos. Entonces respiró, una
respiración tan profunda y larga que parecía que había estado bajo el agua
durante cinco minutos y que por fin salía a la superficie.
Cerró los ojos y llenó de besos la frente de Drake. Su malestar cesó casi
de inmediato.
¿Cómo no se dio cuenta de lo mucho que le había sentado bien? Sí, tal
vez luchaban a la una de la madrugada. Pero ese niño la necesitaba como
ella a él. Esos dos estaban destinados a estar juntos.
Observarlos era como entrometerse en un ritual, un momento que
tenían cada día, llegar a casa y encontrar la paz juntos.
Les di un minuto, dirigiéndome a la nevera para descorchar una botella 87
de pinot grigio y servir dos copas.
—Estás ocupado —dijo—. No interrumpiremos tu noche.
Le acerqué su copa de vino.
—Quédate a cenar.
—¿Qué estás preparando? —Se quedó en la esquina de la isla,
observando la pasta y las verduras en la tabla de cortar.
—La cena. —Sonreí—. Lo descubrirás si te quedas.
Puso los ojos en blanco y una sonrisa jugueteó en la comisura de su
bonita boca. Pero tomó el vino y sus hombros comenzaron a alejarse
lentamente de sus orejas.
—Gracias.
—Siéntete como en casa.
Con Drake en su cadera, miró alrededor del espacio.
—Hoy no estuviste en el restaurante.
—¿Te diste cuenta?
Ella se encogió de hombros.
—Suelo estacionar al lado de tu camioneta.
Eso, o ella me buscaba. Quizás tan a menudo como yo la buscaba.
Me acerqué a la tabla de cortar y empecé a picar las espinacas mientras
ella rebuscaba en el bolso de los pañales y sacaba un biberón con leche en
polvo en el fondo.
Pasó por delante de mí y se dirigió al fregadero, llenando el biberón con
agua antes de agitarlo. Luego se dirigió al salón y se sentó en el sofá para
dar de comer a Drake.
Eché la pasta en el agua hirviendo y recogí su copa de vino, para
llevársela al salón.
—Tienes una casa hermosa. —Había una tristeza en su expresión
mientras hablaba.
—¿Qué es esa mirada? —Me senté en el borde de la mesa de café, con
las rodillas a escasos centímetros de las suyas.
Estaba demasiado cerca.
No estaba lo suficientemente cerca.
Cualquier línea que hubiera pretendido mantener entre nosotros se
estaba desvaneciendo. 88
—No sé qué me pasa hoy. —Miró a Drake—. Tiene casi cuatro meses.
¿Cómo es posible? ¿Cómo creció tan rápido?
—Me han dicho que eso es lo que hacen los niños.
Me dedicó una sonrisa triste.
—¿Crees que me quiere?
—Míralo y tendrás tu respuesta.
Porque aquel niño miraba a su madre como si hubiera colgado la luna
y las estrellas. Se tomó el biberón, descansando en sus brazos sin
preocuparse por nada.
Ella cerró los ojos y asintió. Luego se enderezó, quitándose de encima
la tristeza.
—Esta no es la típica casa de Montana. No es que haya estado en
muchas. Pero es diferente a todo lo que he visto conduciendo por la ciudad.
Es muy moderna.
—Si buscas casas de campo tradicionales, tendrás que visitar la casa
de mis padres. O la de Griff y Winn.
—Esto te queda bien. Las líneas limpias. Las ventanas. El ambiente
malhumorado.
—¿Estás diciendo que soy malhumorado?
Ella sonrió más ampliamente, la mayor victoria de mi día.
—Mírate en el espejo y tendrás tu respuesta.
—Bien jugado, señorita Ward. —Me reí y me levanté, volviendo a la
cocina.
Memphis terminó de dar de comer a Drake, y luego lo llevó a la isla,
mirando mientras yo trabajaba.
—¿Por qué elegiste este estilo de diseño?
—Cuando vivía en San Francisco, estaba en un estrecho departamento
de dos habitaciones con tres ventanas en total. Todas daban al edificio de
ladrillo del otro lado del callejón. Me volvía loco no poder mirar afuera y ver
más allá de seis metros.
No había árboles. No había césped. Ni siquiera el cielo. Para un tipo de
Montana que había crecido en un extenso rancho, ese departamento bien
podría haber sido una celda de prisión.
89
—Cuando me mudé a casa, sabía que quería vivir en el campo, pero fui
selectivo con la propiedad. Mis padres y Griffin sugirieron una parte del
rancho, pero yo quería estar más cerca de la ciudad. Cuando las carreteras
de invierno son una mierda, ellos no tienen que salir, pero yo tengo que
conducir hasta la ciudad cada día. Me tomé mi tiempo, esperando que la
propiedad adecuada apareciera en el mercado. Mientras esperaba, vivía en
el departamento del encargado del hotel.
—Oh, no sabía que había un departamento del encargado.
—Departamento es un término generoso —dije—. Era más pequeño que
tu desván. Pero ya no está. Estaba al lado de la cocina, y cuando
remodelamos, quité la pared para usar ese espacio para el vestidor y mi
oficina.
—Ah. —Asintió—. Supongo que no había ventanas en ese
departamento.
—Ni una. Estaba tan cansado de la luz artificial que cuando compré
este terreno y contraté a mi arquitecto, le dije que quería suficientes
ventanas para poder ver el exterior desde cada centímetro de la casa. Incluso
los baños.
Sus ojos recorrieron las paredes.
—Ahora tengo que ver estos baños.
Me reí y señalé el pasillo.
—Hay dos por ahí. Y luego uno en mi suite. Adelante. Yo terminaré esto
mientras tú lo compruebas.
Sonrió y se fue a explorar, llevándose a Drake con ella.
La vi desaparecer, con mi mirada recorriendo sus esbeltos hombros
hasta el suave balanceo de sus caderas. Sus vaqueros se ceñían a la curva
de su culo y a esas piernas largas y delgadas. Los mechones de su cabello
se agitaban contra su cintura.
Maldito sea ese cabello. A menudo, en el trabajo, lo llevaba recogido en
una coleta. Cuando iba al desván, solía llevar un moño desordenado. Era
más largo de lo que me había dado cuenta. Y todo lo que quería era envolver
esas ondas rubias alrededor de mi puño mientras tomaba su boca. Quería
ese cabello extendido sobre mi almohada y enhebrado entre mis dedos.
Mi polla se agitó.
—Concéntrate —murmuré.
Terminé con la pasta, preparé la salsa y añadí las verduras. Luego nos 90
serví un bol a cada uno, cubriéndolo con parmesano fresco y perejil italiano.
Llené su copa de vino cuando ella pasó por la cocina, dirigiéndose a mi
dormitorio.
Con las servilletas y los tenedores fuera, coloqué el asiento del auto de
Drake sobre la mesa para que pudiera sentarse y vernos comer.
—¿Alguna vez te preocupa que alguien entre en tu patio y te sorprenda
en la ducha? —preguntó Memphis al volver a la habitación.
El salón, la cocina y el comedor estaban conectados en un concepto
abierto. Eso significaba que, desde la cocina, podía seguir participando en
las conversaciones cuando tenía gente en casa.
—No, nadie viene aquí. Este verano me vio un ciervo.
Ella soltó una risita, otra victoria, y colocó a Drake en su asiento. Luego
tomó la silla más cercana a él y colocó la servilleta en su regazo.
—Gracias por esto. Por prepararme la cena y hacerme sonreír.
—Ya son dos agradecimientos desde que entraste por la puerta. —Abrió
la boca pero levanté una mano para detenerla—. No te disculpes.
—De acuerdo. —Una carcajada brilló en esos ojos marrones como el
chocolate, con motas de caramelo bailando. Esa risa me llegó directamente
a la ingle.
—Empieza a comer. —Tragué con fuerza y levanté el tenedor, pero se
quedó congelado en el aire cuando ella dio un giro a un bocado de pasta y
se lo llevó a la boca. Cuando su cabeza se inclinó hacia un lado mientras
masticaba y cerró los ojos, una mirada de puro placer cruzó su rostro.
Una mirada que quería ver mientras estaba enterrado dentro de su
apretado calor.
Ni siquiera se daba cuenta de su belleza, ¿verdad? Memphis era una
dulce tentación y un anhelo pecaminoso.
Drake dio una patada en su silla, dejando escapar un chillido de
felicidad. Dejé caer la mirada hacia mi cuenco, centrándome en la comida
en lugar de en su madre.
—Esto está delicioso —dijo.
—Es bastante sencillo.
—Tal vez para ti.
—¿Cocinas mucho? —pregunté.
Ella negó.
91
—No. Mis padres tenían un chef mientras crecía. Y comía mucho fuera
en la ciudad.
—¿Quieres que te enseñe a cocinar?
—Tal vez. —Otra sonrisa. Otra victoria.
Drake hizo otra serie de ruidos, manteniéndonos a ambos entretenidos
mientras comíamos.
—Supongo que hoy no durmió mucho la siesta en la guardería. —
Memphis apretó su pie cubierto de zapatos—. Tal vez realmente duerma
toda la noche.
—Tal vez. —Odiaba que esperara que no lo hiciera.
—Quería decirte que creo que encontré un nuevo alquiler.
El tenedor se me cayó de la mano, repiqueteando en mi cuenco vacío.
—¿Qué? ¿Dónde?
Cuando Eloise me había pedido que le diera a Memphis el desván,
había dicho que probablemente Memphis estaría fuera para el invierno.
Pues bien, el invierno estaba a la vuelta de la esquina, y la idea de que se
mudara me revolvía el estómago.
Era demasiado pronto, ¿verdad? Se acababa de mudar aquí. Acababan
de establecerse en la rutina. ¿Cuál era la maldita prisa?
—No está lejos del hotel, en realidad. —Me dijo la dirección y el corazón
se me subió a la garganta.
—No puedes vivir allí.
Su frente se arrugó.
—¿Por qué no?
—Porque sé de qué lugar estás hablando. Un dúplex azul claro,
¿verdad?
—Sí.
—Casi me mudé allí cuando volví a Quincy. Tiene un volumen de
negocio bastante alto porque está justo al lado de Willie's.
—¿Qué es Willie's?
—Un bar y el lugar de reunión local. Será ruidoso.
—Oh. —Frunció el ceño—. Acabo de estar allí y estaba tranquilo.
92
—Es lunes. Pasa por allí el viernes o el sábado por la noche.
—Maldición —susurró—. Bueno, prometo que estoy buscando.
—No te preocupes. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites.
En las semanas que llevaba aquí, me había encariñado con su auto en
la entrada. Me había acostumbrado a buscar su luz por las mañanas. Y me
gustaba saber que estaba dormida, cerca, cuando llegaba a casa cada
noche.
—Esto era un acuerdo temporal —dijo.
—¿Quieres irte? —Contuve la respiración, esperando la respuesta.
—No.
Gracias a Dios.
—Quédate. No necesitas mudarte.
—¿Estás seguro?
Me encogí de hombros.
—Será mucho más fácil enseñarte a cocinar si eres mi vecina.
Volvió a sonreír y se puso de pie, recogiendo nuestros platos vacíos.
—Voy a limpiar.
—Llevas todo el día limpiando.
—No me importa. —Se movió por la cocina con facilidad.
Me quedé mirándola sin vergüenza.
No me gustaba tener gente en mi cocina. Incluso mamá y Lyla sabían
que no debían entrometerse cuando venían. Por Memphis, haría una
excepción.
—Será mejor que lleve a Drake a casa y al baño —dijo mientras colgaba
un paño de cocina en el asa del horno.
—Yo lo subiré.
No discutió mientras levantaba a Drake con un brazo y utilizaba la
mano libre para tomar el asiento del auto mientras Memphis llevaba su
bolso y los pañales al desván. Cuando guardó sus cosas y Drake estaba
tumbado en una manta, me acompañó a la puerta.
—Gracias de nuevo por la cena.
—De nada. —El mechón de cabello, el mismo que le había colocado
detrás de la oreja la otra noche, cayó sobre su frente.
93
Mis dedos lo alisaron, ganándose un suspiro. Su mirada se dirigió a mi
boca.
Me acerqué hasta que la curva de sus pechos rozó mi camiseta.
Se puso de puntillas y levantó la mano hacia mi pecho. La palma de su
mano presionó mi duro pezón.
Me estaba inclinando, dispuesto a tomar esa boca y hacerla mía,
cuando Drake balbuceó.
Todo mi cuerpo se tensó antes de dar un paso atrás. Maldita sea. El
bonito rubor de las mejillas de Memphis hacía juego con el color de sus
labios.
—Tengo que irme.
—Sí. —Ella se apartó—. Será mejor que lo prepare para la cama.
—Buenas noches. —Me obligué a salir por la puerta y a ir a mi casa
para darme una ducha fría. Luego pasé el resto de la noche leyendo, o
mirando la misma página durante horas porque mi concentración era una
mierda, gracias a ese casi beso.
Dios, la deseaba. Hacía mucho tiempo que no deseaba a una mujer. Su
cuerpo. Su mente. Su tiempo. Lo quería todo.
Excepto... Drake.
El chico lo cambió todo.
La oscuridad se extendió por la casa mientras me metía en la cama,
deseando por primera vez no estar solo bajo este techo.
Mis padres y hermanos solían venir más a menudo. Pero eso fue antes
de que naciera Hudson, y ahora todos parecíamos reunirnos en casa de Griff
y Winn para que él estuviera cerca de su cuna.
Memphis y Drake habían traído vida a mi casa. Risas y ruido que ni
siquiera me había dado cuenta de que quería.
Odiaba dar clases de cocina. Era mi propio tipo de tortura. Pero por la
oportunidad de tener a Memphis aquí, sólo un poco más, lo soportaría.
Memphis. Su nombre estaba en mi mente mientras me dormía.
Memphis. Nunca supe por qué había llorado cuando llegó a casa.
Y a la mañana siguiente, cuando bajó las escaleras del desván con una
brillante sonrisa, decidí no preguntar.
94
Memphis
D
rake lloró en cuanto lo levanté de los brazos de Jill.
—Vamos, bebé. Es hora de ir a casa.
Cada día parecía más y más difícil recogerlo de la
guardería. Ella parecía más reacia a dejarlo ir. Y él estaba más irritable para
dejarse llevar.
—Está bien, Drakey. —Jill le alisó el cabello—. Ahora tienes que ir con
tu mamá. Pero te veré mañana.
La forma en que dijo tu mamá me puso los nervios de punta. Como si
yo fuera un intruso aquí, no su madre. Forcé una sonrisa tensa,
prácticamente arrancándolo de su alcance.
—Gracias, Jill.
Drake seguía llorando, mirándola como si ella debiera salvarlo.
—Que tengas una noche divertida. —Su sonrisa también parecía
forzada y tensa.
Jill tenía probablemente unos veinticinco años. Su cabello castaño
estaba cortado en una melena y tenía estos lindos anteojos con montura
negra. Cuando nos conocimos, me pareció genial que fuera tan joven. Su tía
era la dueña de la guardería y llevaba años trabajando aquí. De hecho, pensé
que tal vez podríamos ser amigas.
Ahora, quería pasar la menor cantidad de tiempo posible con ella.
—Adiós. —Tomé la bolsa de los pañales y llevé a Drake a su asiento del
auto, apartando el disfraz de Halloween que ella le había puesto para pasar
las correas sobre sus hombros. El arnés estaba demasiado apretado porque 95
este no era el disfraz que le había puesto esta mañana.
Al parecer, mi disfraz de cordero casero no había sido lo
suficientemente bueno.
Cuando llegué hace cinco minutos, encontré a Drake con un traje de
calabaza, con un sombrero verde.
Jill lo había comprado ella misma, sólo para él. Los otros tres bebés de
la guardería no tenían disfraces especiales, pero Drake era su favorito y no
tenía reparos en mostrarlo a diario.
Dudaba que lo hubieran acostado desde que lo había dejado esta
mañana. Jill lo llevaba en brazos constantemente, así que, en casa, cuando
lo ponía en una alfombra de juego o lo colocaba en una hamaca para poder
ir al baño o intentar preparar una comida o cambiarme de ropa, se ponía a
gritar como un loco.
Esta mañana le pedí que se asegurara de que tuviera un rato de juego
en la alfombra del piso. Ella se rio y bromeó diciendo que era demasiado
lindo para soltarlo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras él lloraba, con su voz
rebotando por el pasillo. La guardería era una casa que el dueño había
convertido para el cuidado de los niños. Había cuatro salas, cada una para
grupos de edad diferentes.
Tenía la esperanza de que Drake pudiera quedarse aquí, avanzando a
las distintas salas a medida que creciera, pero no podía seguir haciendo
esto. No podía aparecer aquí todos los días, dejarlo con el corazón
apesadumbrado y luego recogerlo y llorar de camino a casa porque él quería
a Jill, no a mí.
Era una reacción totalmente egoísta. Me había estado castigando
durante semanas.
Él era feliz aquí. Por eso lloraba. Ella lo mimaba porque lo quería. Eso
no era algo malo, ¿verdad? ¿Por qué me sentía tan mal?
Hace una semana, la noche en que Knox me hizo pasta, casi contesté
el teléfono cuando sonó. Casi había cedido. Ayer había sido lo mismo. La
llamada más reciente sumaba ciento veintiséis en total. Las rechacé todas.
Pero maldita sea, era tentador.
Podía volver a Nueva York y vivir del dinero de otros. Podría ser una
ama de casa hasta que Drake fuera al jardín de infantes. No más limpiar
habitaciones de hotel. No más comer Cup Noodles. No más presupuesto.
96
No más libertad.
No te rindas.
La nieve caía en una cortina de lunares mientras apuraba a Drake
hacia el auto. Había empezado a nevar alrededor del mediodía, y el clima no
mostraba signos de cambiar.
—Demasiado para truco o trato. —Tendría que conformarme con una
parada en el hotel, donde Eloise tenía un tazón de dulces. Luego volveríamos
a casa.
Sólo quería estar en casa.
Con el asiento de Drake abrochado, me puse al volante y me limpié las
lágrimas no derramadas. Luego cuadré mis hombros y conduje hasta The
Eloise, estacionando al lado de la camioneta de Knox en el callejón.
Agaché la cabeza mientras entraba para que los copos no volaran hacia
mi cara. La manta que había colocado sobre Drake lo mantuvo seco hasta
que llegué a la sala de descanso, donde me dispuse a cambiar a mi hijo por
su verdadero disfraz de Halloween.
El disfraz de calabaza estaba en la basura.
Sería más fácil si a Jill no le gustara Drake. Mucho más fácil. ¿Qué
clase de madre quería que el cuidador de su hijo no lo quisiera? Una celosa.
—¿Por qué soy un desastre?
Drake me miró fijamente pero no me dio una respuesta. Había dejado
de llorar en el camino.
Tenía que superar este asunto con Jill. Esto tenía que terminar.
Ella me molestó. Dios, me molestaba. Era su actitud hacia mí lo que
me irritaba. Pero no tenía muchas opciones.
No había otras guarderías con vacantes para bebés. Llamé a cada una
de ellas la semana pasada. Y no era como si pudiera hablar con el dueño.
¿Qué iba a decir? ¿Dígale a su sobrina que deje de querer tanto a mi hijo?
Jill lo malcriaba. ¿Y qué? Yo no podía. Esa era mi triste realidad. No
podía permitirme un disfraz caro ni quedarme en casa con él todo el día,
llevándolo en brazos. De alguna manera, tenía que deshacerme de esa
envidia que me carcomía y simplemente dejar que ella favoreciera a mi hijo.
Y me conformaría con los momentos que fueran míos. Como esta
noche.
97
Tiré del sombrero que había hecho sobre el cabello de Drake y le soplé
una pedorreta en el cuello, ganándome una sonrisa.
—No soy tan mala, ¿verdad?
Pataleó las piernas, retorciéndose para que lo levantara.
Lo levanté en mis brazos y besé su suave mejilla.
—Eres un cordero más bonito que una calabaza.
Tomé un body blanco y le pegué bolas de algodón por todo el cuerpo, y
luego había hecho lo mismo con un gorro blanco. A continuación, había
colocado el body sobre una camisa negra de manga larga y unos pantalones
a juego. Con un par de orejas de fieltro negras, era un corderito esponjoso.
La mayor parte del “truco o trato” tendría lugar en los barrios de la zona
esta noche, pero Eloise se había asegurado de que los niños que pasaran
por aquí no se fueran con las manos vacías. Había derrochado en Reese's
Cups, Butterfingers y Twix de tamaño grande.
Esperaba que las sobras estuvieran en la sala de descanso mañana por
la mañana. Con suerte, podría conseguir un Snickers para desayunar.
Con su asiento para el auto guardado en un rincón de la habitación,
llevé a Drake al vestíbulo, donde había un grupo de personas reunidas
alrededor del bol de dulces.
—Memphis. —Eloise me hizo un gesto para que me acercara al grupo.
Llevaba un sombrero negro de bruja y sostenía la escoba que había estado
cargando todo el día.
—Hola, Memphis. —Winslow estaba de pie junto a un hombre apuesto
que se parecía mucho a Knox, por lo que pensé que era apuesto.
—Hola, Winn. —La había visto unas cuantas veces en el hotel cuando
bajaba con su abuelo a comer. Como jefa de policía, solía llevar su placa y
su arma. Esta noche, un bebé de la edad de Drake, vestido como un león,
estaba apoyado en su cadera.
—Soy Griffin Eden. —Sus ojos azules se arrugaron a los lados mientras
extendía su mano. Aunque tenía la misma altura y complexión que su
hermano, Griffin no tenía tatuajes ni la mandíbula barbuda—. Encantado
de conocerte.
—Lo mismo digo.
Griffin era uno de los últimos hermanos Eden que aún no había
conocido.
98
Lyla visitaba el hotel a menudo, y solía traer una bandeja con sus
pasteles de Eden Coffee. Mateo, el más joven, trabajaba como recepcionista.
Los días en los que él estaba, yo pasaba por el vestíbulo y veía al menos a
una mujer coqueteando con él en el mostrador. Siempre era una chica
diferente.
Ahora el único hermano que me faltaba por conocer era la gemela de
Lyla, Talia. Era doctora en el hospital y la conocería en la revisión de cuatro
meses de Drake la semana que viene. Cuando llamé para pedir mi cita, me
dijeron que vería a la doctora Eden.
En el poco tiempo que estuve en la ciudad, había aprendido que los
Eden eran prácticamente famosos. Un Eden había fundado Quincy y su
familia había vivido aquí durante generaciones. Su rancho era uno de los
más grandes del estado y tenían una buena cantidad de negocios en la zona,
además del hotel.
Al parecer, los Eden eran un gran negocio en Quincy.
En Nueva York, una familia de prestigio habría hecho alarde de ello.
Los Ward ciertamente lo hacían. Pero todos los Eden que había conocido
parecían tan humildes. Tan reales. Como Knox.
Fue emocionante conocer a su familia. Conocer a las personas que más
lo amaban. Tal vez eso fue porque Oliver me había ocultado su vida. Porque
yo había sido su pequeño y sucio secreto.
No estaba segura de lo que pasaba con Knox. Casi me había besado la
otra noche. Lo habría dejado. Mi mejor juicio me gritaba que mantuviera
nuestra relación platónica. Permanecer en este lado de la línea, donde él era
sólo un amigo.
—Hola. —El profundo estruendo de su voz me provocó un escalofrío.
Demonios. Este era el problema con esa línea. Cada vez que él estaba
cerca, yo quería cruzarla.
Me giré para ver a Knox cruzar el vestíbulo. Se había quitado la bata
de chef y vestía una camiseta térmica de manga larga, con las mangas
subiendo por sus antebrazos nervudos.
Mi corazón dio el salto esperado.
Me miró mientras caminaba, pero, por lo demás, su atención estaba
puesta en su hermano.
—¿Están aquí para cenar?
99
Griffin extendió una mano para estrecharla con Knox.
—No, nos dirigimos a casa de mamá y papá para que vean el disfraz de
Hudson. Pero pensamos en asaltar el plato de dulces aquí primero.
—Asaltarlo. —Eloise le dio a Winn cuatro barras de dulce—. Dos para
Hudson. Y dos para el bebé.
—Gracias. —Winn extendió la mano sobre su vientre plano—. A éste le
encanta el azúcar.
—Tal vez eso significa que vas a tener una niña. —Eloise sonrió.
El vientre de Winn era plano, aún no se le notaba. Sólo la idea de añadir
otro bebé a la mezcla habría hecho que mi cabeza diera vueltas. Pero ella
tenía ayuda. Tenía un marido.
Tenía un Knox. Algo así. Por ahora. Sea lo que sea que eso signifique.
—Vamos a salir —dijo Griffin—. Llegar al rancho antes de que los
caminos empeoren. Nos vemos luego.
El teléfono sonó desde el otro lado del vestíbulo mientras Griffin
acompañaba a su familia fuera de las puertas de cristal.
—¿Podrías ocuparte del plato de dulces por mí? —preguntó Eloise y,
antes de que pudiera averiguar si me lo estaba pidiendo a mí o a Knox, salió
corriendo, escoba en mano, hacia el mostrador de la recepción.
—Todo engalanado, ¿eh, jefe? —Knox levantó una mano para tocar la
nariz de Drake, pero la retiró en el último momento. El destello de angustia
estaba allí y desapareció antes de que pudiera parpadear.
—Lo hice. No es perfecto, pero...
Se encontró con mi mirada y fue como si esos ojos azules pudieran ver
cada una de mis inseguridades, cada una de mis dudas.
—¿Cuáles son tus planes? ¿Truco o trato?
—No, hace demasiado frío. Eloise me contó la cantidad de dulces que
compró y estaba preocupada de que no viniera nadie.
—¿Te vas a casa? ¿O puedes quedarte un rato?
Casa era la opción correcta, pero todo lo que me esperaba en el desván
era la ropa sucia y sus odiados macarrones con queso de caja azul.
—Um... ¿me quedo?
—Bien. Vamos.
—¿Qué pasa con el plato de dulces? 100
Knox cogió un puñado de barritas, sonrió y me indicó con la cabeza
que lo siguiera. Luché contra una sonrisa y caminé con él por el vestíbulo,
saludando a Eloise mientras ella me devolvía el saludo, colgando el teléfono
para regresar a su puesto junto a la puerta.
—Está tan tranquilo aquí —dije mientras atravesábamos Knuckles.
Todas las mesas, excepto una, estaban vacías.
—Primera nevada. Halloween. —Knox señaló una cabina—. Toma
asiento. Vuelvo enseguida.
—De acuerdo. —Elegí la mesa de la esquina más alejada por si Drake
se ponía quisquilloso. Luego lo coloqué en mi regazo, lo hice rebotar
ligeramente y le di una cuchara para que la agarrara con su puño regordete.
Era extraño sentarse a una mesa como si fuera un invitado de verdad.
A excepción de los restaurantes de comida rápida en el viaje a Montana, no
había salido a comer desde Nueva York.
El menú de Knox tenía la mezcla perfecta de comida ligera y platos
fuertes. Nada de eso estaba dentro de mi presupuesto. Ni siquiera el menú
de un dólar de McDonald's entraba en mi presupuesto. Pero eso no
importaba porque Knox había dejado comidas regularmente.
Había trabajado todas las noches de la semana pasada, así que no
había habido clases de cocina ni visitas a su casa. Pero cada noche, al
anochecer, cuando Drake dormía y yo estaba acurrucada en la cama,
releyendo uno de los libros electrónicos que había comprado en mi vida
anterior, Knox se detenía de camino a casa.
Las visitas habían sido sin palabras. Veía el destello de sus faros.
Sentía la vibración de la puerta del garaje al abrirse y cerrarse. Oía el ruido
de sus pasos en los escalones.
Subía y bajaba la escalera sin llamar a la puerta antes de que
desapareciera en su casa.
La primera noche, me precipité hacia la puerta, envuelta en una manta.
Él ya había cruzado la mitad del camino de entrada. Una mirada por encima
del hombro y luego señaló con la cabeza el recipiente para llevar a mis pies.
La primera noche, había traído chile con pollo. La segunda, un guiso
con pan fresco. La lista seguía. Esas comidas me daban algo que esperar.
Algo cálido y reconfortante para recibirme en casa.
La puerta giratoria de la cocina se abrió y él salió con dos platos, cada 101
uno lleno con lo que parecían sándwiches de cerdo desmenuzado. Los dejó,
uno en mi lado y otro en el suyo, y luego se deslizó en la cabina.
—Pareces hambrienta. —Se metió una patata frita en la boca.
—No tienes que alimentarme.
Se encogió de hombros.
—Modifiqué mi receta de salsa barbacoa. Dame tu opinión sincera y no
me debes nada.
Mi estómago gruñó, y cambié a Drake para agarrar el sándwich. El
primer bocado fue... increíble. Cerré los ojos, saboreando el dulzor
ahumado, y dejé escapar un gemido.
—Vaya.
La mirada de Knox estaba fija en mis labios. Tenía la mandíbula
apretada.
—Lo siento —susurré.
—¿Te estás disculpando por comer?
No, me disculpé por el gemido. Tenía oídos. Sabía cómo había sonado.
Lo último que necesitábamos era más tensión sexual.
—No lo hagas —ordenó, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo estuvo tu día?
—Bien. —Hasta la recogida en la guardería, había ido bien—. Hoy no
había muchas habitaciones que limpiar y la otra ama de llaves quería irse a
casa temprano, así que sólo estaba yo.
—Probablemente habrá tranquilidad durante un par de semanas más
hasta Acción de Gracias. Apuesto a que podrías tomarte unos días libres si
quisieras.
—Está bien. —Necesitaba las horas—. He estado pensando en algo.
—¿Sí?
—La semana pasada dijiste que podía quedarme. Me gustaría hasta la
primavera, si te parece bien. La idea de mudarme en invierno era
desalentadora. No es que mi búsqueda de apartamentos haya arrojado otras
posibilidades.
—Como dije, quédate todo el tiempo que necesites.
Necesidad, no deseo. No me había dado cuenta hasta ahora, pero
también había dicho necesidad la semana pasada. No deseo. Necesidad.
Había una diferencia. Uno que causó una rigidez en mis hombros. 102
Dejé mi sándwich y me senté un poco más alto.
—Entonces me gustaría pagar más alquiler.
Knox se rio entre dientes.
—No es una broma.
—Sé que no fue una broma. Pero es innecesario.
—Tu casa es doscientos dólares más barata al mes que cualquier otro
lugar que miré.
Una arruga se formó entre sus cejas.
—Pensé que sólo habías mirado el que estaba al lado de Willie.
—Llamé a unos cuantos más.
Ahora le tocó a él dejar su sándwich.
—¿Cuándo?
—Desde que me mudé. Se suponía que el desván era sólo un lugar
temporal.
—Pero no necesitas mudarte.
Ahí estaba esa palabra de nuevo. Necesidad.
—Entonces déjame pagar más alquiler. Déjame hacerlo justo.
—No. Ya es justo.
—Eso es ridículo.
Knox frunció el ceño.
—Desperdiciar el dinero es ridículo. Ahórratelo. Gástalo en un disfraz
de Halloween o lo que sea.
Me estremecí y miré fijamente a Drake. Tres de las bolas de algodón
que había pegado en su sombrero se estaban deshaciendo. Quizá por eso
Jill había comprado un disfraz. Porque no tenía fe en que yo pudiera hacer
uno por mi cuenta.
Porque ella era mejor.
—¿Por qué no me dejas pagar más? —pregunté, con la voz débil.
—Porque tú no...
—¿Necesitas? —Terminé por él. La baba de la vergüenza se deslizó por
mi piel, y una comprensión con ella. ¿Es así como me veía esta familia?
¿Como un caso de caridad?
Tendría sentido. Tenía sentido por qué Eloise me había dado los 103
mejores turnos. Por qué me había conseguido un apartamento. Por qué
Knox se aseguró de mantenerme alimentada.
—Memphis, no necesito el dinero del alquiler.
—No se trata de que necesites el dinero. —Me encontré con su mirada
y la compasión en sus ojos era agobiante—. Se trata de que yo pueda
pagarlo.
—Pero no es necesario, cariño.
Cariño. Era la segunda vez que me llamaba cariño. La primera vez no
me di cuenta del matiz, pero en ese momento, me pareció un cariño que le
daría a un niño. A alguien menos.
A mí. Yo era menos.
—La salsa está deliciosa. —Quité la cuchara del puño de Drake y salí
de la cabina—. Disculpa.
—Memphis.
No dejé de moverme mientras él también se levantaba. Pero él no me
siguió mientras me apresuraba a salir del restaurante directamente a la sala
de descanso para recoger las cosas de Drake. Luego salimos por la puerta,
corriendo a través de la tormenta hacia mi auto.
No hubo lágrimas mientras conducía a través de la ciudad hacia la
autopista, recorriendo ese camino tan familiar hasta Juniper Hill. Estaba
demasiado aturdida para llorar. La confianza que había construido aquí en
Quincy se derritió, como los copos de nieve que golpearon mi parabrisas.
¿Cómo no había visto esto? ¿Cómo pude estar tan ciega? Los Eden eran
una familia adinerada y conocida. Las familias ricas y conocidas no se
relacionaban con personas como yo a menos que trataran de salvarlos.
Salvar a la gente pobre.
¿A cuántas galas había asistido en las que esa había sido la causa
tácita?
Yo era la pobre mujer desamparada que había llegado a Quincy con sus
pertenencias en el maletero de un coche. Yo era la mujer que no podía
permitirse una comida decente, así que recibía las sobras. Yo era la chica
que nunca había limpiado una habitación antes de su primer día como ama
de llaves.
Eloise me había hecho un cumplido tras otro desde que empecé a
trabajar en el hotel. Pero ella barrió todas las habitaciones después de que
yo terminara. Cada una de ellas. Siempre llevaba uno o dos pares de 104
pantuflas blancas en la mano, un regalo de cortesía para los huéspedes.
Excepto que podría haber añadido las pantuflas yo misma.
¿Había corregido mis errores? ¿Había enviado a otra mucama para
limpiar lo que yo había omitido?
Se me hizo un nudo en el estómago cuando estacioné en el garaje de
casa. Llevé a Drake al interior y le di el biberón antes de quitarle su tonto
disfraz. Se soltaron más bolitas de algodón y, cuando lo tuve desnudo para
el baño, todo estaba amontonado en el suelo.
Esperaba poder guardar ese disfraz, para ponerlo en una caja con sus
zapatos de bebé y su pulsera del hospital. En cambio, cuando Drake estaba
vestido con su pijama y en su hamaca, lo hice una bola y lo tiré a la basura.
Era basura. Me dolía tanto que me llevé una mano al pecho, frotándome el
dolor.
El teléfono sonó desde donde lo había dejado en la encimera de la
cocina. Me quedé helada, mirándolo desde la distancia. El nombre era
ilegible desde mi posición, pero sabía quién era.
Deja que suene.
Pero me acerqué, mirando ese botón verde.
Todo esto podría detenerse. El trabajo duro. Las lágrimas. El dolor.
Todo lo que tenía que hacer era responder a esa llamada. Todo lo que tenía
que hacer era presionar ese botón verde.
No más cheques de alquiler. No más relojes de tiempo. No más
limpiador de inodoros y guantes de goma.
No más caridad de la familia Eden.
Levanté la mano, mi dedo sobre la pantalla. Un toque para contestar la
llamada telefónica número ciento veintisiete y la vida volvería a ser más fácil.
Todo lo que tenía que hacer era sacrificar... me.
Todo lo que tenía que hacer era rendirme.
No te rindas.
Ríndete, Memphis.
Mi mano tembló y toqué la pantalla. Pero llegué demasiado tarde. Ya
había saltado el buzón de voz.
El aire se me escapó de los pulmones y fue entonces cuando las
lágrimas brotaron a borbotones con los sollozos que había estado 105
conteniendo durante demasiado tiempo.
El sonido de unos nudillos golpeando la puerta cortó mi histeria. Mi
cara se dirigió a la ventana y allí estaba él. Su expresión era ilegible. No lo
había oído llegar ni entrar en el garaje.
Me di la vuelta para que no pudiera verme secándome las lágrimas. Me
había atrapado llorando, pero teniendo en cuenta que yo lloraba casi todos
los días, y considerando que probablemente había venido a dejar una
comida porque sería malo que su caso de caridad se muriera de hambre, ¿a
quién diablos le importaba?
A mí no. Ya no. Estaba entumecida.
Cuadré mis hombros y me dirigí a la puerta. En el momento en que
abrí la cerradura, él entró, quitándose las botas. Y entonces me miró con el
ceño fruncido, como si mis lágrimas le hubieran molestado.
—Si quieres pagar más alquiler, bien. Paga más alquiler.
—Sí quiero. Y quiero que dejes de hacerme la comida.
—No.
—No soy un caso de caridad, Knox.
Sus manos se apoyan en las caderas.
—¿Es eso lo que piensas? ¿Que cocino para ti porque no puedes cocinar
para ti misma?
—Bueno... sí.
Se burló, girando la cabeza hacia el techo. Su nuez de Adán se balanceó
mientras murmuraba algo. Luego volvió a enfrentarse a mí, dando un largo
paso hacia delante para llenar mi espacio.
—Cocino para ti porque es la forma de demostrarle a alguien que me
importa. Cocino para ti porque me encanta la cara que pones después del
primer bocado. Cocino para ti porque prefiero cocinar para ti que para
cualquier otra persona.
—¿Qué? —Me quedé boquiabierta.
—No sé qué carajo estoy haciendo contigo, mujer.
Mi boca seguía abierta.
Lo que le vino bien a Knox.
106
Porque levantó sus manos, enmarcando mi rostro. Luego selló sus
labios sobre los míos.
Knox
E
ra un hombre que recordaba pocos besos. Tal vez fuera una
cosa de hombres. Pero sólo podía recordar con claridad tres.
El primero. Fue el verano anterior a mi primer año de
instituto con una chica —¿cómo se llamaba?— en la feria de
verano. También estaba la vez que besé a una amiga de Lyla cuando se
quedó a dormir en casa. Memorable no por el beso en sí, sino porque papá
nos había sorprendido besándonos en el armario y al día siguiente me había
obligado a apilar fardos de heno durante ocho horas.
Y luego Gianna. Recordaba el beso que le había dado antes de salir de
San Francisco.
El último beso.
Más allá de esos, todos se mezclaron. Las mujeres también. En los años
que pasaron desde que me mudé a Quincy, mantuve sexo casual. Me acosté
con turistas, noches sin compromiso, porque al llegar la mañana, se habrían
ido de Quincy, fácilmente olvidadas.
En años, ninguna había dejado huella.
Hasta Memphis.
Me pasé una mano por los labios, sintiendo aún su boca de la noche
anterior. Su sabor dulce, mezclado con las lágrimas saladas, permanecía en
mi lengua.
—Maldita sea. —¿En qué demonios había estado pensando? Era
Memphis. No había pasado ni un minuto sin complicación con ella. Pero,
maldita sea, cuando abrió la puerta anoche, cubierta de lágrimas y con la 107
barbilla levantada, e innegablemente hermosa, desconecté la parte racional
de mi cerebro y dije a la mierda.
Su boca había sido un paraíso. Cálida y húmeda. Sus labios eran un
maldito sueño. Suaves, pero firmes. Al principio, se había mostrado
indecisa, sorprendida probablemente, pero luego se había fundido en mí y
había demostrado que sabía cómo usar su lengua.
Pensar en esa boca perversa me había mantenido despierto casi toda
la noche.
La tentación casi me había vencido. Pero en lugar de empujarla hacia
dentro y llevarla a la cama, me aparté y me fui a mi casa, donde una ducha
fría no ayudó mucho a enfriar el deseo en mis venas.
La deseaba, más de lo que había deseado a nadie en mucho, mucho
tiempo. Y eso me daba miedo.
Si esto terminaba mal, ella se mudaría y se iría ¿a dónde? ¿Al alquiler
junto al bar? O peor, ¿a otra ciudad? No quería ser el tipo que la hiciera huir
de Montana y volver a esa maldita familia suya en Nueva York.
La nieve de ayer había cubierto el suelo. El camino de entrada era una
sábana blanca inmaculada, excepto por las huellas dobles que salían del
garaje y bajaban por la carretera. Memphis ya había salido para dejar a
Drake en la guardería y dirigirse al hotel. Por lógica, yo también debería
haberme ido ya. Había mucho trabajo que hacer.
Pero me quedé de pie junto al vidrio de mi habitación y miré fijamente
mi desván.
No, no era mío. Era de ella. Ese desván siempre pertenecería a
Memphis, incluso después de que ella se fuera.
Había cosas que decir. Memphis y yo habíamos tenido una larga
conversación sobre nuestro futuro, principalmente sobre cómo ella pensaba
que era un caso de caridad. Pronto aclararía esa mierda. Teníamos que
hablar del beso. De lo que ella quería. De lo que yo quería.
¿Qué demonios quería yo?
A ella. Pero no era tan simple. No con Drake.
Con el bajo número de huéspedes en el hotel, sería un día tranquilo en
Knuckles. Los miércoles, Lyla traía pasteles de la cafetería para el desayuno
de los huéspedes. Esta mañana, Skip se encargó de preparar un plato de
huevos revueltos, jamón y tocino. El trabajo de preparación era inevitable, 108
pero cuando por fin me aparté de la ventana y me dirigí a mi camioneta, no
era para ir a la ciudad.
Dirigí mis ruedas hacia el rancho.
Tal vez este era el lugar de Griffin ahora. Siempre sería de mamá y
papá. Pero el rancho también era mío. Pertenecía a nuestros corazones.
Había una hilera de heno en un prado nevado y estaba rodeado de
ganado pastando. La marca Eden en sus costillas, una E con una curva en
forma de corredor de mecedora por debajo, me hacía sentir orgulloso de los
logros de mi familia. Conducir a través del portón siempre hacía que mis
hombros se relajaran.
La casa de mamá y papá era el epicentro del rancho. Su casa de madera
estaba rodeada por una tienda y los establos. El granero también tenía un
desván, una inspiración para el mío, y el tío Briggs acababa de mudarse.
Mateo había ofrecido el espacio para que Briggs pudiera estar más
cerca de nuestros padres con la esperanza de que pudieran controlar su
demencia. Mientras tanto, Matty había tomado la cabaña de Briggs en las
montañas.
Así fue como nos criamos. Nos cuidábamos mutuamente.
Dos de los hombres contratados salieron del granero cuando me
detuve, ambos con abrigos Carhartt y Stetsons. Subieron a una camioneta
con la marca Eden estampada en el lateral de la puerta. Los saludé con la
mano mientras salían del terreno de grava y se dirigían por el camino de
tierra que atravesaba los prados y los árboles hasta la casa de Griffin.
La nieve del Cadillac de mamá ya se estaba derritiendo bajo el brillante
sol de la mañana. A media tarde, todo habría desaparecido. Esta tormenta
sólo había sido un anticipo de lo que estaba por venir.
Estacioné junto a la camioneta de papá y subí los escalones hasta el
porche cubierto. Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió.
—Buenos días, hijo. —Papá sonrió. Tenía las gafas puestas en la nariz
y una taza de café en la mano.
—Hola, papá. ¿Te estás yendo?
—No. —Me entregó la taza—. Te vi venir por la carretera.
—Gracias. —Tomé el café con la mano izquierda para estrechar la suya
con la derecha.
—Pasa. Tu madre está en la cocina con, y cito, “más malditas manzanas
del congelador”. 109
Me reí y lo seguí al interior, donde el aroma a canela y azúcar
impregnaba su hogar.
—Parece que será mejor que vaya a verla.
—Me estoy escondiendo en la oficina. Encuéntrame antes de que te
vayas. Me gustaría hablar del hotel. Para saber si has pensado en hacerte
cargo de él.
—No lo he hecho.
Su sonrisa se desvaneció.
—Me gustaría saber qué estás pensando.
—Lo sé. —Me froté la mandíbula—. Dame otras semanas. Que pase el
Día de Acción de Gracias.
—Por supuesto —susurró—. No quiero presionarte. Sólo quiero hacer
un plan.
—Es comprensible.
Me dedicó una pequeña sonrisa y se retiró a su despacho.
The Eloise era parte de esta familia, como el rancho. Dejarlo ir sería
como cortar una rama de nuestro árbol familiar.
Si no fuera por la demanda, si no fuera por Briggs, papá no tendría
tanta prisa por una respuesta. Pero cada vez que lo veía, sacaba el tema.
El hotel funcionaba casi en piloto automático para mis padres. Tenían
décadas de experiencia, especialmente mamá. Sí, tenían que echar una
mano aquí y allá. Pero su empresa de contabilidad manejaba la mayor parte
de las finanzas. Y Eloise se tomaba muy en serio su papel de gerente,
coordinando a los empleados, los horarios, los huéspedes y los suministros.
¿Podría manejarlo? Sí. ¿Quería hacerlo? Esa era una pregunta
totalmente diferente.
Entré en la cocina y encontré a mi madre en la encimera, con las manos
en un bol de masa.
—He oído que te gustan las manzanas.
Mamá levantó la vista y me dedicó una sonrisa diabólica.
—Voy a cortar ese manzano.
—¿El manzano de la abuela?
—¿Sabes cuántos cubos de cinco litros he llenado este año? Seis. He 110
pasado cuarenta años recogiendo y cortando y congelando manzanas. Estoy
tan harta de estas malditas manzanas que no puedo ver bien. ¿Sabes qué
tipo de pastel quiero hacer? De melocotón. O de cereza. O de chocolate.
—¿Así que estás diciendo que esta tarta de manzana está en juego? —
Me acerqué al mostrador y le pasé un brazo por los hombros, besando su
cabello.
—No. No puedes tenerla. —Mamá sacó las manos del bol, sacando la
masa harinosa y poniéndola sobre la encimera. Luego buscó un rodillo de
madera y me lo entregó—. Extiende eso por mí.
—La repostería es el fuerte de Lyla, no el mío —dije, dejando el rodillo
a un lado para poder lavarme las manos en el fregadero. Luego me dediqué
a extender la masa de la tarta, haciendo todo lo posible por apenas tocarla
para que quedara lo más esponjosa posible.
Mamá volvió con un molde de vidrio para tartas, observando a mi lado
mientras yo trabajaba. En otro tiempo, me habría ofrecido sugerencias y
consejos, pero ahora se limitaba a observar.
—¿Ves? No eres tan malo.
—Papá quiere hablar del hotel.
Ella tarareó.
—¿En qué estás pensando?
—No lo sé —admití—. Le romperá el corazón a Eloise.
—Tu hermana adora ese hotel. Pero también te quiere. Que tú te hagas
cargo no significa que ella no pueda hacerlo cuando esté preparada. Pero no
está preparada, Knox. Todos lo sabemos. Y si fuera honesta consigo misma,
Eloise también lo sabría.
—¿Estás segura de eso?
—Sí. Tal vez. —Suspiró largamente—. La protegimos durante la
demanda. Probablemente fue un error.
—No, creo que lo manejaron bien. Ya fue bastante duro para ella.
Eloise había contratado a un hombre en el servicio doméstico el año
pasado. Había empezado bien, trabajando a tiempo parcial. Pero un día se
saltó un turno. Eloise lo había dejado pasar y lo había cubierto. Había
sucedido tres veces más antes de que mamá se enterara.
Papá había acudido, se había reunido con el empleado y le había dado
una advertencia. Sin embargo, había vuelto a suceder, así que papá había 111
despedido al tipo. Una semana después, nos demandaron por despido
injustificado y acoso sexual.
El imbécil dijo que Eloise le había hecho una proposición. Lo había
invitado a salir con otros empleados a tomar una copa en Willie's, tratando
de ser una amiga en lugar de una jefa. Él había ido con ellos, y al final de la
noche, ella lo había abrazado.
Mis padres tenían razón. Eloise debería haberlo despedido la primera
vez, pero como lo había permitido, el abogado petulante del hombre pensó
que se haría rico demandando a la familia Eden.
Los juicios nunca eran fáciles y, aunque habían salido victoriosos, les
habían causado mucho estrés no deseado.
—Pensaré en el hotel —le dije a mamá—. Pero no estoy preparado para
decidir. Todavía no.
—Me parece justo. —Asintió y me dio un cuchillo.
Puse el molde de la tarta sobre la masa, trazando la curva del plato, y
luego ajusté la lámina al fondo mientras ella venía con una bandeja de
manzanas cubiertas de canela y azúcar.
Trabajamos en silencio, haciendo la tarta y metiéndola en el horno, una
tarea que habíamos hecho cientos de veces porque el árbol de la abuela era
un monstruo y mamá no era la única que había pasado los veranos
recogiendo manzanas.
Cuando estuvo en el horno, me lavé las manos y puse el café en el
microondas para que se calentara.
—¿Necesitas irte? —preguntó mamá—. ¿O puedes quedarte para llevar
esta tarta a Memphis?
—¿Memphis? ¿Mi Memphis?
Ella arqueó las cejas.
—¿Tu Memphis?
Mierda.
—Sabes lo que quiero decir.
—Es una mujer hermosa, por dentro y por fuera.
Parpadeé.
—No sabía que habías pasado mucho tiempo con ella.
112
—Oh, sólo hablé con ella un par de veces en el hotel. Pero me gusta.
Suspiré.
—A mí también.
—Lo dices como si fuera algo malo.
El microondas sonó y saqué mi café, lo llevé a la isla, donde tomé uno
de los taburetes.
—Es complicado.
El beso de anoche lo había cambiado todo.
—Desde que Gi…
Mamá levantó una mano, interrumpiéndome.
—No digas su nombre en esta casa.
Mamá odiaba a Gianna. No sólo por lo que me había hecho, sino porque
mamá y papá también habían salido perjudicados.
—Es el niño —confesé—. Si fuera sólo Memphis, explorar algo sería una
cosa.
Si fuera sólo Memphis, la habría besado hace semanas y nunca habría
dejado de hacerlo. Pero el bebé... ese bebé lo cambió todo.
Mamá me sonrió con tristeza.
—Eres un buen hombre.
—¿Lo soy? —Porque probablemente no debería haberla besado anoche.
—No dejes que lo que pasó en el pasado nuble el futuro.
—No puedo… —Cerré los ojos, admitiendo mis miedos—. No puedo
perder otro bebé
Mamá tomó el taburete junto al mío y colocó su mano sobre la mía.
—Esta no es la misma situación, Knox.
—Lo sé. —Pero podría acabar igual de mal.
Ya estaba encariñado. Con los dos.
Nos sentamos en silencio, sorbiendo café y contemplando el pasado,
mientras la tarta se horneaba. Cuando el temporizador del horno estaba a
la mitad, papá se unió a nosotros, y como si pudiera percibir el estado de
ánimo, no sacó el tema del hotel.
—¿Cómo está Briggs? —pregunté, preparado para un cambio de tema.
—Bien. —Un poco de tristeza siempre llenaba los ojos azules de papá 113
cuando hablaba de su hermano—. Sin episodios esta semana, gracias a
Dios.
Pasamos el resto del tiempo hablando de Briggs y de su última visita al
médico. Luego la tarta estuvo lista y mamá la sacó del horno, y la dejó enfriar
mientras yo tomaba una última taza de café.
La tarta, guardada en un recipiente de cerámica, me acompañó a la
ciudad y, cuando estacioné detrás de la posada, la llevé directamente a la
sala de descanso, encontré una nota adhesiva en un cajón y escribí
Memphis encima.
Mi intención era dirigirme a la cocina y ponerme a trabajar, pero
cuando empecé a recorrer el pasillo, mis pies me llevaron hasta el ascensor.
En lugar de parar en el vestíbulo, me arriesgué y me dirigí a la segunda
planta. Memphis no estaba allí, pero la encontré en el tercero.
Estaba limpiando un armario con un trapo de microfibra amarillo.
Llevaba el cabello recogido en una coleta y las puntas se agitaban contra su
columna. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos entrecerrados por la
concentración. Era demasiado atractiva para resistirse a ella.
Golpeé la puerta con los nudillos y entré en la habitación,
asegurándome de mantener más de un brazo de distancia entre nosotros
para no volver a besarla. No hasta que la conversación terminara.
—Si quieres pagar más alquiler, entonces págalo.
Ella parpadeó, poniéndose recta.
—Sí quiero.
—Hecho. —Asentí—. Como dije anoche, disfruto cocinando para ti. Si
no te gustan los extras del restaurante, bien. No los traeré. En casa suelo
tener bastantes cosas a mano, pero si alguna vez me faltan, podrías ir a la
tienda.
La esquina de su boca se levantó.
—Sólo envíame tu lista.
—No eres caridad. —Perdí la batalla con la distancia y acorté el espacio
entre nosotros—. Mi madre te hizo una tarta. Tampoco es caridad. Ella hace
tartas para la gente que le gusta.
—A mí también me gusta.
—Este trabajo no es caridad. Te lo has ganado. Te lo has ganado. Tú. 114
¿Lo entiendes?
Ella asintió.
—En voz alta, Memphis.
—Lo entiendo —susurró.
Mi mano se levantó para tirar del extremo de su cola de caballo.
—Ese beso no fue caridad.
—No pensé que lo fuera.
—Bien. —Tomé su mano, la llevé al borde de la cama y tomé asiento—
. No estoy para complicaciones en estos días.
—Lo entiendo. —Deslizó su mano de la mía, dejando caer su mirada a
su regazo—. Esto no tiene que ser nada. No me debes una explicación.
Podemos olvidar que el beso ocurrió.
No podría olvidarlo ni aunque lo intentara.
—¿Es eso lo que quieres?
—No.
—Yo tampoco.
Todo su cuerpo se desplomó.
—No quiero ser tu error.
Esas palabras contenían mucho dolor. Mucho peso. Ella había sido el
error de otra persona.
Si tuviera que adivinar, diría que fue el padre de Drake.
Memphis no había contado esa historia. Teniendo en cuenta que no se
lo había contado a su propia familia y que, para mantener su secreto, había
renunciado a un fondo fiduciario, dudaba que me lo contara.
Todavía no. Tal vez si yo me confesaba, se daría cuenta de que no era
la única con una historia.
—Cuando vivía en San Francisco, salía con una mujer. Gianna.
Estuvimos juntos durante un año. Y durante la mayor parte de ese año, ella
estaba embarazada.
Memphis se sentó más recta, con los ojos abiertos.
—¿Tienes un hijo?
Le dediqué una sonrisa triste.
—No. 115
—Oh, Dios. —Se llevó la mano a la boca.
—No es lo que piensas. Gianna tiene un hijo. Un hijo. Se llama Jadon.
—Pero... ¿no es tuyo?
—Pensé que era mío. Empezamos a salir y ella se quedó embarazada.
Ninguno de los dos lo esperaba, ciertamente no estaba planeado, pero lo
hicimos lo mejor posible. Gianna se mudó. Fui a las citas con los médicos.
Marqué nombres en el libro de nombres del bebé. La ayudé a decorar la
habitación del bebé en nuestro pequeño departamento. La sostuve durante
el parto.
—Tú eras el padre.
—Yo era el padre. Después de llegar a casa del hospital, pasé largas
noches paseando al bebé de un lado a otro del departamento.
Igual que había hecho con Drake.
—Esa era tu mirada. —Los ojos de Memphis se suavizaron—. Cuando
venías por la noche, había momentos en los que parecías miserable. Sólo
por un segundo. Esta es la razón.
—Sí. —No me había dado cuenta de que lo había notado. Pero estaba
aprendiendo que a Memphis no se le escapaba mucho—. Jadon tenía dos
semanas cuando todo se vino abajo. Gianna lo llevó a una cita con el médico.
Llegué a casa del trabajo cuatro días después y me dijo que no era mío.
Memphis jadeó.
—Knox.
Gianna había lanzado una bomba en mi vida y todo había explotado.
Después de un largo día, había llegado a casa, muerto de frío, y había
encontrado a Gianna en el sofá. Jadon había estado durmiendo. Me senté a
su lado, sabiendo al instante que algo iba mal. Y entonces ella me miró con
lágrimas en los ojos. Primero se había disculpado.
Luego se había llevado a mi hijo. Había cambiado mi vida.
—Ella me engañó. Al principio de nuestra relación, se acostó con un
tipo que conocía de la universidad. Ella sospechaba que Jadon podría no
ser mío, pero decidió no decir nada. Me dijo que esperaba que yo fuera el
padre. Pero entonces nació y... ella quiso saber la verdad.
La mano de Memphis se cerró sobre la mía.
—Lo siento.
—Yo también —susurré—. Hace mucho tiempo que no hablo de
116
Gianna.
—Lo entiendo. Es doloroso desenterrar el pasado.
—¿Por eso no hablas del tuyo?
—Sí. —Era sólo una palabra, pero había una súplica para que no
preguntara. Todavía no.
—Me habría quedado en San Francisco —le dije—. Habría estado allí
por Jadon. Pero Gianna y yo habíamos terminado, y ella tomó la decisión de
que si no íbamos a seguir juntos, era mejor terminar todo. Ella se mudó. Y
yo...
—Volviste a casa.
—Sí. Volví a casa.
—¿Hace cuánto tiempo fue esto?
—Cinco años.
—¿Has hablado con ella?
Sacudí la cabeza.
—No hay nada que decir. Y necesitaba dejar eso atrás.
Memphis estudió la alfombra durante un largo momento, mi historia
pesaba en el aire.
—Entonces, ¿dónde nos deja eso?
—Esperaba que tuvieras esa respuesta.
Sus ojos de chocolate se encontraron con los míos.
—No tengo muchas respuestas estos días.
—Encariñarse contigo es arriesgado. Encariñarse con él es… —Tragué
con fuerza—. Es aterrador.
—Si te duele. Si es aterrador… —Se formó una arruga entre sus cejas—
. ¿Por qué fuiste al desván? ¿Por qué sigues apareciendo?
Levanté un hombro.
—Parece que no puedo parar.
—¿Quieres hacerlo?
Levanté la mano, apartando una vez más ese mechón de cabello
rebelde.
—No.
117
Memphis
L
a historia de Knox seguía dando vueltas en mi cabeza, como un
libro o una película que no podía dejar de reproducir.
Había vivido un embarazo. Había visto nacer a su hijo.
Había sido padre. Luego, en un instante, su bebé había
desaparecido, había sido arrancado de su vida.
Sufría por él. Me enfadé por él. En las horas transcurridas desde que
llegué a casa, mis emociones habían sido una montaña rusa.
Knox y yo nos habíamos sentado antes en la habitación del hotel,
envueltos en el silencio hasta que finalmente él rozó sus labios con los míos
en un casto beso y se marchó sin decir nada más.
Drake dejó escapar una serie de balbuceos desde su alfombra de juego.
Los oohs, aahs y guhs, eran más frecuentes estos días.
Me estiré a su lado, observando cómo pateaba y movía los brazos. Sobre
él, el móvil de los animales de safari sonreía y se balanceaba cuando
golpeaba uno con el puño.
Él sonrió.
Yo sonreí.
Arrulló.
Yo arrullé, imitando su sonido.
La idea de que alguien se lo llevara me revolvía el estómago. La forma
en que Knox lo había soportado, la forma en que se había alejado...
Me llevé una mano al corazón y miré fijamente a mi hijo.
118
Seguíamos navegando por aguas turbulentas. Drake y yo estábamos a
punto de ahogarnos la mayoría de las veces. Justo la noche anterior había
estado a punto de estallar y contestar al teléfono.
Entonces Knox me había besado y, por mucho que quisiera decir que
había ayudado, ese beso me había hecho caer por una cascada.
La huella de sus grandes manos permanecía en mis mejillas. La suave
presión de sus labios. El recorrido de su lengua.
Un beso que cambia una vida. O para destruirla.
Más allá de las ventanas, el cielo se oscurecía, los días de Montana se
hacían cada vez más cortos a medida que se acercaba el invierno. Un
destello de luz me hizo levantarme del suelo y acercarme de puntillas al
cristal. El zumbido del garaje que se abría bajo el desván ondulaba bajo mis
pies cuando la camioneta de Knox entraba con facilidad en la entrada y se
colocaba en su puesto junto al Volvo.
Contuve la respiración cuando una puerta se cerró de golpe, mirando
por la ventana para ver en qué dirección se dirigía. Cuando empezó a cruzar
el camino de entrada hacia su propia casa, suspiré.
¿Me sentía aliviada? ¿Decepcionada? ¿Ambos?
Knox vaciló en su porche, mirando por encima de su hombro y hacia
mi ventana. Me vio y levantó una mano.
Le devolví el saludo.
Luego se fue bajo su propio techo, y encendió las luces a medida que
avanzaba por su casa.
Cerré los ojos y apoyé la frente en el frío cristal.
Knox era un buen hombre. Era tan fiable como el amanecer. Tan
impresionante como las puestas de sol de Montana. Era el tipo de persona
en la que quería que Drake se convirtiera.
Me quedé mirando su casa mientras él entraba en su dormitorio y
desaparecía en el baño, probablemente para darse una ducha después de
estar todo el día en el restaurante. Sólo una puerta me separaba de un Knox
desnudo. Me imaginé el agua cayendo sobre sus brazos musculosos.
Goteando sobre esos tatuajes. Bajando en cascada por los planos ondulados
de su pecho y su estómago.
Mi imaginación tendría que ser suficiente.
Me aparté de la ventana y recogí a Drake del suelo. Se había levantado
119
más tarde de lo normal, pero Jill me había dicho que había dormido una
siesta larga en la guardería, así que esta noche habíamos pasado más
tiempo jugando.
—Es mejor así —le dije a Drake mientras le preparaba el baño en el
fregadero.
Sonrió mientras chapoteaba en el agua espumosa.
Me dolía perder a Knox. Me dolía perderlo incluso antes de tenerlo. Pero
era mejor así. No tenía idea de lo que me deparaba el futuro. Me costaba
hacer planes para el mañana, y mucho menos para los próximos cinco años.
Y no sería la mujer que le quitara otro hijo a Knox.
128
Knox
M
emphis se rio cuando entré en la habitación del hotel que
estaba limpiando.
—¿No se supone que estás trabajando?
—Estoy en un descanso.
—Ajá —dijo—. Tuviste un descanso hace quince minutos.
—Veinte. —Le entregué el café con leche que acababa de recoger de lo
de Lyla.
—¿Qué es esto?
—Un café con leche.
Se quedó mirando el vaso de café de papel como si le hubiera traído un
ladrillo de oro y no una bebida que mi hermana se había negado a dejarme
comprar. Memphis bebió un sorbo de la tapa de plástico negro, y esa mirada
de pura alegría en su rostro...
Por esa mirada, por una risa, le llevaría un café todos los días.
—Gracias.
—Es sólo café, cariño.
Sus ojos se suavizaron.
—No para mí.
—No me mires así.
—¿Cómo?
Me acerqué más, colocando mi mano a su mandíbula. 129
—Como si necesitaras que te besaran.
Una sonrisa iluminó su rostro mientras se ponía de puntillas. Era
demasiado bajita para alcanzar mis labios, así que me incliné y sellé mi boca
sobre la suya, con mi lengua recorriendo su labio inferior.
Jadeó y su mano con el café se estiró hacia el soporte del televisor para
dejarlo. Pero su brazo no era lo suficientemente largo, así que se lo quité, lo
dejé a un lado, y luego la levanté y la llevé a la cama recién hecha y la acosté
sobre el edredón blanco.
Memphis se aferró a mí mientras le daba mi peso, presionándola contra
el colchón y deseando como el demonio haber pensado en cerrar la puerta.
Esta mujer me daba un hambre voraz. Su lengua se enredó con la mía
y solté un gemido bajo en su boca. Sabía a café dulce y vainilla.
Era el mejor momento que había tenido y hasta ahora lo único que
habíamos hecho era besarnos.
En la última semana, apenas había logrado mantener mis manos lejos
de ella. Tuve que poner al menos una planta de hotel entre nosotros para
poder trabajar, pero incluso así, encontré constantemente excusas para
salir de la cocina y perseguirla. Y la había besado tantas veces como ella me
lo había permitido.
Pero en cuanto estuve a punto de arrancarle la ropa, me detuve. Y
durante una semana, mis duchas habían sido tan frías como el aire de
principios de noviembre.
Joder, pero la quería. Si besarla era una indicación, seríamos un
maldito fuego en la cama. Pero ella no estaba preparada.
Memphis necesitaba que sea lento. Tranquilo. Quizá yo también.
Pero había sido realista con ella la semana pasada. Sabía en qué me
estaba metiendo. Con ella. Con Drake. Y era hora de dejar atrás el pasado.
Ella gimió cuando le mordí el labio inferior. Ese sonido se disparó
directamente a mi dolorida polla, así que aparté mi boca y dejé escapar un
gemido, dejando caer mi frente sobre la suya mientras respirábamos.
—¿Knox? —La voz de Eloise llegó al pasillo.
Memphis jadeó, tratando de apartarme, pero no me moví.
—Knox.
130
—¿Qué?
—Va a vernos.
—¿Y? —Mi hermana iba a verme encima de Memphis o me vería de pie
con un bulto más grande de lo normal detrás de mi vaquero.
Memphis empujó con más fuerza, así que me puse de pie, apartando
su mano y tirando de ella para que se pusiera de pie. Ella se apartó el cabello
de la cara mientras yo me limpiaba la boca y me ajustaba la polla. Sus
mejillas estaban sonrojadas. Se escabulló hacia el baño mientras mi
hermana llegaba al umbral.
—Oh, ahí estás. ¿Qué estás haciendo?
Señalé con la cabeza la taza de café.
—Para Memphis.
—Ah. Eso estuvo bien. —Me sonrió, como si supiera exactamente lo
que estaba haciendo en esta habitación. Tal vez lo sabía.
Memphis salió del baño con una lata de limpiacristales y un trapo.
—Hola.
—Hola. —Eloise sonrió—. Sólo vine a buscar a Knox. Hay alguien que
quiere verte.
—¿Quién?
Eloise se encogió de hombros.
—No lo sé. No me dio su nombre.
Tal vez era un cliente feliz. O uno molesto.
—De acuerdo. ¿Dónde está?
—En el vestíbulo. Lo señalaré.
Asentí y miré a Memphis, haciéndole un guiño.
—Nos vemos.
Ese guiño hizo que sus mejillas se encendieran más.
—Adiós.
Me reí y salí con Eloise de la habitación, siguiéndola por el pasillo hasta
la puerta de la escalera. Detrás de mí, Memphis estaba junto a su carrito de
la limpieza, con los ojos clavados en mi culo.
Cuando se dio cuenta de que la había atrapado mirando, simplemente 131
se encogió de hombros y sonrió.
Sonreí y bajé las escaleras, siguiendo a mi hermana hasta el vestíbulo.
Eloise señaló al hombre que estaba de pie junto a la chimenea rugiente
y tomó asiento en la recepción mientras yo me acercaba para presentarme.
El tipo estaba de espaldas a mí, con el cuerpo cubierto por una
chaqueta de tweed y el cuello envuelto en una gruesa bufanda de cuadros.
—Buenos días —dije, caminando alrededor del sofá para estar a su
lado—. Knox Eden.
—Buenos días. —Se quitó el sombrero de fieltro marrón, dejando al
descubierto su cuero cabelludo oscuro y calvo. Agarró el sombrero por el ala
mientras se giraba, con la mano extendida—. Lester Novak.
Lester Novak.
Mierda.
Le estreché la mano, fijándome en el bigote que tenía sobre el labio. Ese
bigote era el logotipo que utilizaba en sus artículos de la revista y en su
página web.
Lester Novak, un crítico gastronómico muy popular, estaba en el hotel
de mi familia. Y quería hablar conmigo.
—Encantado de conocerlo —dije, con mi voz firme traicionando mi
corazón acelerado.
—Lo mismo digo. —Señaló hacia el sofá—. ¿Puedo tener unos minutos?
—Por supuesto.
Lester no me preguntó si sabía quién era o bien porque esperaba que
un chef supiera su nombre o porque había visto el reconocimiento en mi
rostro. Probablemente ambas cosas.
Nos acomodamos en el sofá de cuero, y nos enfrentamos.
En la chimenea, el fuego rugía, ahuyentando el frío de finales de otoño
que entraba cada vez que se abrían las puertas del vestíbulo.
Los olores del café, el cedro y el pino carbonizado llenaban la
habitación. Olores que normalmente me darían una sensación de paz. Pero
estaba sentado frente a Lester Novak y sus ojos oscuros no delataban nada.
—Creo que tenemos una conocida en común —dijo—. Cleo Hillcrest.
—Sí. Cleo fue una huésped aquí hace un par de años. Ella, eh... bueno,
se apoderó de mi cocina una mañana e hizo suficientes pasteles de desayuno
132
para alimentar a todo el condado.
Se rio.
—Eso suena a Cleo. Su panadería es una de mis paradas favoritas
siempre que estoy en Los Ángeles.
—Tiene mucho talento.
Quise estrangular a Cleo el día que la encontré en mi cocina. Matty la
había dejado entrar para hornear un poco. Había usado más harina y azúcar
en una mañana que yo en un mes. Pero un bocado de un muffin y otro de
un rollo de canela y se me había pasado la irritación. Entonces me aparté y
dejé que la mujer hornease. Era su don.
En su último correo electrónico, había mencionado que estaba
intentando planear otra visita a Quincy con su guardaespaldas convertido
en marido. Cleo aún no lo sabía, pero Austin ya había acordado llevarla a
Quincy después de Navidad.
Si Lester Novak me diera una crítica positiva, les regalaría todas las
vacaciones de Cleo y Austin en The Eloise.
Demonios, debería de todos modos simplemente porque ella me había
enviado a Memphis.
—Cleo me habló de este encantador hotel en Montana —dijo—. Tenía
un hueco en mi agenda y decidí hacer una parada rápida. Como siempre,
Cleo tiene un gusto exquisito.
—Me alegro de que esté disfrutando de su visita.
—Así es. —Sonrió—. Knuckles. Interesante nombre para un
restaurante. El ambiente era... inesperado. Me recuerda a algo que
encontraría en una ciudad, no en un pequeño pueblo rural.
¿Era eso algo bueno? No podría decirlo por su tono.
—Podría haber puesto cráneos de ganado en las paredes y dejar que la
gente tirara cáscaras de cacahuete al suelo, pero dejaré que los bares de
Main hagan lo que la gente espera.
—Bien. —Su sonrisa se amplió—. Anoche cené en Knuckles.
Mierda. ¿Qué había cocinado? No había estado tan ocupado, y me
había apurado la última hora porque estaba ansioso por llegar a casa antes
de que Memphis se durmiera.
Había habido algunos pedidos de hamburguesas. Lester podría haber
133
sido uno, pero dado que sus críticas a cualquier cosa con carne roja eran
raras, suponía que no. Tal vez había sido los tacos de trucha a la parrilla. O
pizza.
—¿Y? —pregunté.
—No como muchas hamburguesas.
Maldita sea. Había comido una hamburguesa. Eran buenas, toda mi
comida era buena. Pero sólo eran hamburguesas. Era difícil ser realmente
creativo, por eso mi padre, ganadero de toda la vida, pensaba que las
hamburguesas eran hermosas.
Las hamburguesas eran una de las favoritas del lugar, pero podría
hacer mucho más con muchas otras cosas.
—Fue… —Se acarició el bigote. Sencilla. Repetitiva. Ordinaria—.
Fantástica.
Oh, gracias a Dios.
—Me alegro de que lo hayas disfrutado.
—La camarera mencionó que toda su carne proviene del rancho local
de su familia.
—Así es. Mi hermano mayor dirige el rancho. Cada año me entrega un
puñado de sus mejores novillos.
—Me gustó especialmente el cátsup. No es un condimento que haya
podido elogiar antes.
Me reí.
—Tendré que dar crédito por esa receta a mi madre.
—Hay una historia ahí, ¿no?
—La hay. —Sonreí—. Al crecer, éramos seis niños. Comíamos cátsup
como locos. Un día se nos acabó. Era pleno invierno y a mamá no le apetecía
conducir hasta la ciudad por las malas carreteras, así que decidió hacer un
poco con algunos tomates que había enlatado del jardín el verano anterior.
No creo que haya vuelto a comprar una botella de Heinz desde entonces.
Lester se rio y sacó una libreta y un bolígrafo del bolsillo de su
chaqueta.
—¿Le importaría que utilizara esa historia en mi reseña?
—En absoluto.
Se dedicó a tomar algunas notas, mientras mi mente daba vueltas. 134
Quincy, Montana, no era conocida por su escena gastronómica. A los
lugareños les importaba un bledo la reseña de un crítico. No se preocupaban
por la presentación. Les importaba que la comida estuviera caliente cuando
llegara a su mesa y que los precios fueran justos. Era una ventaja si
conseguía productos de productores locales.
Esa era la parte fantástica de vivir aquí. No había nada elegante. La
comida era para nutrir a los cuerpos trabajadores y si sabía bien, bueno...
ese era el objetivo.
Una crítica de Lester no llevaría a los amantes de la comida a las
puertas de Knuckles. Pero era un logro para mí. Era algo de lo que estaría
orgulloso durante años.
—Acabo de empezar a escribir un artículo mensual para la revista
Travel and Leisure. —Lester guardó su bolígrafo y su bloc de notas—. Me
gustaría presentar a Quincy, The Eloise y, en particular, a Knuckles.
—Será un honor. —No me molesté en ocultar mi sonrisa.
—Me quedaré esta noche y tengo ganas de otra cena.
—Los viernes por la noche hago un especial. Todavía no he decidido
qué será. ¿Alguna petición?
Se frotó las manos.
—Sorpréndame.
—De acuerdo. —Las ideas pasaron por mi mente. Pollo al Dijon.
Medallones de cerdo. Ternera Wellington. Las descarté todo al instante, ya
que tenía que ir a la despensa para ver qué tenía a mano. ¿Tal vez un
pescado?
Quincy era todo confort para mí. Era mi hogar. Tal vez prepararía los
macarrones con queso de Memphis y freiría un pollo con mi rebozado de
chipotle favorito.
—Para el artículo, la revista querrá enviar a un fotógrafo —dijo Lester—
. ¿Le importaría?
—No hay problema. Sólo dígame el día.
—Excelente. —Lester se puso de pie, extendiendo su mano una vez
más.
Me puse de pie y lo saludé.
—Gracias. De verdad.
—Como dije, fue un placer. Hasta esta noche.
135
—Si está explorando Quincy, me gustaría recomendarle Eden Coffee.
Mi hermana Lyla es la dueña. Aunque Cleo la supera cuando se trata de
rollos de canela y muffins. Por favor, no le diga a Lyla que he dicho eso.
Lester se rio.
—Ni una palabra.
—Pero Lyla hace un pastel de cerezas ácidas que es increíble. Consigue
las cerezas de los árboles de mamá y su masa es mágica. Hizo algunas esta
mañana. Si no se han agotado ya, no querrá perdérselo.
—Sabe, estaba pensando en tomar un café. —Apretó el nudo de su
bufanda—. Tendré que apresurarme.
Con un gesto de despedida, lo vi cruzar la planta del vestíbulo y salir
por las puertas. Cuando estuvo fuera de la vista de los grandes ventanales,
hice un gesto con el puño.
—Sí.
—¿Quién era? —preguntó Eloise cuando pasé junto al mostrador y me
dirigí a la escalera.
Levanté un dedo.
—Te lo digo en un segundo.
La primera persona a la que quería decírselo era a Memphis.
Subí las escaleras de dos en dos y me apresuré a encontrarla en el
segundo piso. Estaba terminando en la misma habitación donde habíamos
estado antes. El sonido de su teléfono sonó en el pasillo.
Estaba sorbiendo su café cuando entré en la habitación, declinando la
llamada. Memphis rechazó muchas llamadas.
—Hola —dije para no asustarla.
Sus ojos se desviaron en mi dirección y la arruga del entrecejo, la que
siempre acompañaba a las llamadas que nunca aceptaba, desapareció.
—Pasaron diez minutos.
Entré en su espacio, levantando una vez más el café de su mano.
Entonces enmarqué su cara y dejé caer mis labios sobre los suyos para darle
un rápido beso.
—¿Adivina qué?
Ella sonrió.
—¿Qué? 136
Repetí mi conversación con Lester de forma borrosa y, cuando terminé,
ella sonrió.
—Knox, esto es… —Sus manos volaron en el aire—. Es Lester Novak.
El Lester Novak.
—Lo sé. —Dios, me encantaba que ella supiera lo importante que era
esto. Que estuviera más emocionada que yo.
—Cuando trabajaba para Hoteles Ward, siempre intentábamos que se
pasara por el restaurante para hacer una crítica. Pero es casi imposible de
conseguir. Y está aquí. —Sus manos se levantaron de nuevo—. En Quincy.
—Y no odió mi comida.
—Por supuesto que no odiaría tu comida. Es obvio. Eres el mejor chef
que he conocido.
El cumplido se hizo de forma tan casual, como si estuviera afirmando
lo obvio. El cielo era azul. La nieve era blanca. Yo era el mejor chef del
mundo.
Es curioso que hace semanas una opinión como la de Lester hubiera
sido la regla por la que medía mi éxito. Ahora, mientras Memphis disfrutara
de sus comidas, no necesitaba la opinión de un crítico o cinco estrellas en
Yelp.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—No lo sé. Estaba pensando en comida casera. Le gustó la
hamburguesa. Creo que apegarse a la comida comprobada por Quincy será
lo mejor. Pero probablemente lo haré sobre la marcha. Eso suele ser lo
mejor.
Ella asintió.
—Estoy de acuerdo.
—¿Quieres quedarte? ¿Ir por Drake y cenar aquí?
—Sí, pero probablemente no debería. No quiero distraerte.
—Lo haces bastante. —Tiré del extremo de su cola de caballo. Luego,
como no podía parar, dejé caer mi boca sobre la suya y me perdí en la mujer
que estaba consumiendo todos mis pensamientos.
Se inclinó hacia el beso, levantándose para acercarse.
La estaba rodeando con mis brazos, atrapándola contra mi pecho,
cuando un carraspeo llegó desde la puerta. 137
Memphis se apartó, con los ojos muy abiertos. Detrás de nosotros,
Eloise estaba junto al carro de la limpieza en el pasillo.
—¿Debo fingir que no he visto eso? —preguntó Eloise.
—No. —Me reí, rodeando a Memphis con un brazo y tirando de ella
hacia mis brazos.
Ella se puso rígida.
—Knox.
—Ya es demasiado tarde, cariño. No es ciega.
—Oh, Dios mío. —Se llevó las manos a las mejillas, susurrando—: Me
van a despedir.
—Eloise, Memphis está preocupada porque la van a despedir.
—Knox —siseó Memphis, pinchándome en las costillas.
La ignoré y me giré hacia mi hermana.
—¿Vas a despedirla por besarme?
—Por supuesto que no.
—¿Ves? —Le sonreí a Memphis—. Pueblo pequeño, cariño. A nadie le
importa.
—Knox, sólo subí para asegurarme de que todo estaba bien —dijo
Eloise—. Y ya que lo está... cuando termines aquí, ¿podrías hacerme un
almuerzo temprano? Me olvidé uno hoy y me muero de hambre.
—Claro.
Eloise se retiró por el pasillo, y cuando oímos la puerta de la escalera
abrirse y cerrarse, Memphis se desplomó.
—No estaba seguro si a Eloise le importaría.
—No. Pero será mejor que le haga la comida antes de que tenga hambre.
Y antes de que necesite otra ducha fría.
Memphis me dedicó una sonrisa tímida.
—¿Estás bien con este ritmo?
—No hay prisa. —Besé la parte superior de su cabello—. No voy a
ninguna parte. Cuando estés lista, estaré aquí. Nos lo tomaremos con calma.
Pero no te escondas. No voy a mantenerte en secreto.
Las motas de caramelo de sus ojos bailaron.
—No esconderse. 138
Podría ser incómodo si me hiciera cargo del hotel y me convirtiera en el
jefe de su jefe. Pero eso era un problema de mañana. Esta noche, sólo quería
hacer la cena para Lester.
Entonces volvería a casa, a Memphis.
139
Memphis
C
uando estés lista, estaré aquí.
¿Estaba lista?
Hace una semana, no. Knox se había dado cuenta de
mi indecisión y no había presionado demasiado. ¿Pero ahora? Tal vez había
necesitado la semana para entender esto. Para dejar que me besara a
menudo. Para sonreír cuando él sonreía. Para abrir mi mente a la idea de
un alguien.
Tal vez había necesitado la semana para recordarme que Knox no era
Oliver. Y para recordarme a mí misma que no era la misma Memphis que se
había dejado cegar por el encanto de Oliver.
No me engañaba.
Estuve cegada.
La persona que me había robado la vista había sido yo. Había cerrado
los ojos a sus defectos y sólo veía buena apariencia, dinero y estatus.
Pero se me habían abierto los ojos gracias a un niño. Y cuando miré a
Knox, vi al mejor hombre que había conocido.
Tenía la apariencia. Tenía el encanto. Tenía el dinero y, en Quincy,
mucho estatus como Eden. Pero nada de eso parecía importarle. Le
importaba la honestidad y la integridad. La familia y el trabajo duro. Me
trataba como si fuera preciosa y deseada.
¿Estaba preparada?
Los faros entraron por la ventana y salté del sofá, corriendo hacia la
puerta. 140
Una mirada a Knox en la base de la escalera y no necesité hacerme más
preguntas.
Mi corazón respondió con un sonoro golpe. El rellano estaba congelado
y frío, pero salí con los pies descalzos de todos modos, esperando mientras
él subía corriendo las escaleras.
—¿Y bien? ¿Cómo ha ido?
Knox respondió abrazándome y llevándome al interior, empujando la
puerta tras nosotros con el pie. Entonces su boca estaba sobre la mía,
nuestros labios se fundieron en ese lento y delicioso enredo al que me había
vuelto adicta esta semana.
Me quedé sin aliento cuando finalmente me puso de pie.
—¿Entonces? ¿Le gustó la cena a Lester?
—Me dijo que era un atrevimiento servirle macarrones con queso. Le
dije que tenía una mujer en casa que me había prometido que era el mejor
del mundo. Estuvo de acuerdo.
—Sí. —Volé hacia él, saltando a sus brazos porque sabía que me
atraparía—. Lo sabía. Sabía que le encantaría lo que hicieras.
—Tengo sobras en la camioneta. ¿Quieres un poco?
—Más tarde. —Dejé caer mis labios sobre los suyos, perdiéndome en
su sabor y su lengua. Mis piernas se enrollaron alrededor de sus caderas y
cuando sentí su excitación presionando en mi centro, esta vez, no retrocedí.
Cuando uno de sus brazos se movió para sujetar mi muslo, me arqueé hacia
él, ganándome un gruñido bajo desde lo más profundo de su pecho.
Apartó su boca.
—Joder, sí que puedes besar.
Sonreí y le di un beso en la comisura de los labios.
—Bésame otra vez.
—Será mejor que salga por esa puerta mientras pueda.
—Quédate —susurré.
Su agarre se tensó, sus ojos se oscurecieron de lujuria.
—Memphis...
—Estoy lista. —Pasé mis dedos por su espeso cabello—. No lo estaba
hace una semana. Pero ahora lo estoy. 141
—¿Segura?
—Sí. —Confiaba en Knox. Con mi cuerpo. Con mi corazón.
Se estaba inclinando, sus labios casi rozando los míos, cuando se
congeló.
—¿Qué?
—Drake.
Oh, mierda. ¿Qué me pasaba? Había estado a segundos de saltar sobre
Knox y mi hijo estaba durmiendo en su cuna.
—Soy una madre horrible.
Knox se rio.
—No eres una madre horrible. Pero llevemos esto a mi casa.
—No tengo un monitor para bebés. —Eran caros, y como Drake y yo
vivíamos en una sola habitación, ¿qué sentido tenía?
—¿Crees que se quedará dormido si lo cargas?
—Tal vez.
—Vale la pena intentarlo. Tú agárralo. —Knox me puso de pie—. Voy
por la cuna.
Atravesé el desván de puntillas, levanté a Drake y lo envolví en una
manta.
En el tiempo que tardé en ponerme una chaqueta y zapatos, Knox tenía
la cuna plegada y el bolso de los pañales colgada del hombro.
Tal vez esto era imprudente. No hacía mucho, había tenido una
explosión nuclear de una ruptura. Sin embargo, mientras seguía a Knox por
el camino de entrada a su casa, mis pies bailaban sobre la grava. Una
sonrisa me pellizcó las mejillas.
Cada paso estaba lleno de expectación. Cada latido del corazón latía
bajo mi piel.
Knox Eden, por esta noche, era mío.
Condujo el camino hacia la casa y luego siguió recto por el pasillo hacia
las habitaciones de los invitados. Colocó la cuna de Drake como un hombre
que lo ha hecho cien veces, no una.
Como un padre.
Le di un beso en la cabeza a mi hijo. Drake dejó escapar un chillido 142
cuando lo acosté en su cama. Entonces contuve la respiración, tanto Knox
como yo, que se cernía sobre la barandilla de la cuna.
—¿Esto es raro?
—¿Qué? —susurró Knox.
—Mover a un bebé en la noche para que podamos... ya sabes. —Para
trepar a Knox.
—¿Crees que esto mató el ambiente?
—¿Lo hizo? —Por favor, di que no. Mi cuerpo estaba tenso y después de
una semana de besos, me dolía por más.
Knox tomó una de mis manos, llevándola a su duro y plano estómago.
Luego, con la palma de la mano cubriendo mis nudillos, la arrastró cada vez
más abajo sobre su vaquero. Su dureza me hizo jadear.
—¿Eso responde a tu pregunta?
Se me secó la boca. No era un pequeño bulto detrás de su cremallera.
Drake arrugó la nariz y se removió, pero luego se relajó y volvió a
quedarse dormido. Duerme. Por favor, cariño. Duerme.
Knox me agarró de la mano y me arrastró fuera de la habitación,
dejando la puerta abierta para que pudiéramos oír a Drake si lloraba. Luego
nos precipitamos por el pasillo. No frenó sus largas zancadas por mí, sólo
tiró, la urgencia de sus movimientos coincidía con la mía.
Pero supongo que no caminaba lo suficientemente rápido, porque
cuando llegamos al salón, se dio la vuelta y me subió por encima de un
hombro, llevándome el resto del camino hasta su dormitorio.
—Oh, Dios mío. —Me reí cuando su palma me golpeó el culo. Entonces
estaba volando por el aire, un grito atrapado en mi garganta, antes de
aterrizar en su cama—. Tu casa tiene muchas ventanas para ser un
cavernícola.
Sonrió, con su bello rostro apagado por la tenue luz de la luna que se
colaba por el cristal. Luego se inclinó hacia delante, con los brazos plantados
junto a mí en la cama.
—Eres mía. Hagamos esto esta noche o no.
Iba a hacer que me enamorara de él, ¿verdad?
Puse la palma de mi mano contra su mejilla barbuda, luego me incliné,
acortando la distancia, y tomé su boca.
La intensidad de Knox se encontró con la mía, y el deseo se enroscó 143
entre mis piernas. El dolor que sentía por él cobró nueva vida cuando sus
manos se deslizaron bajo la fina tela de la camisola que me había puesto
con el pantalón del pijama.
Me metió más en la cama y luego estaba en todas partes, besándome
el cuello mientras sus manos recorrían mis costillas y el suave oleaje de mis
pechos. Me quitó la chaqueta y la tiró al suelo.
Mis manos se enredaron en su cabello mientras dejaba que el aroma
de su habitación me envolviera. Jabón, salvia y Knox.
Cada toque, cada caricia, hacía que el latido de mi corazón fuera más
fuerte.
—Más.
Knox me ignoró y continuó con su deliciosa tortura, sin tocarme donde
yo necesitaba que me tocara, sólo acercándose. Y maldita sea, los dos
estábamos completamente vestidos. Estaba a punto de salirme de la piel si
no conseguía tocarlo.
Mis dedos abandonaron su cabello para tirar y jalar de su camiseta,
pero cada vez que tenía el dobladillo tirando de su columna, él se retorcía y
yo perdía mi agarre.
—Me estás matando.
—Lento. ¿Recuerdas?
—Es una idea horrible.
—Sólo me aseguro de que estás preparada. —Bajó, arrastrando su
lengua por mi clavícula. Su mano se deslizó por mi vientre, sumergiéndose
por debajo de la cintura elástica de mi pantalón pijama. Luego, esos largos
dedos estaban bajo mi braga, deslizándose por mis pliegues húmedos.
—Knox. —Me arqueé ante su contacto, mis ojos se cerraron.
Sus labios viajaron cada vez más abajo. Una mano se acercó para
liberar mi pecho. Entonces su boca caliente se cerró sobre un pezón y casi
me deshice.
Hacía mucho tiempo que no me sentía adorada. Sexy. Mi cuerpo cobró
vida bajo su contacto y cuanto más jugueteaba, más temblaba.
—No te corras —ordenó.
Mis ojos se abrieron de golpe.
—¿Qué?
Me dedicó una sonrisa malvada.
144
—No te corras. Todavía no.
—Entonces será mejor que te detengas.
Su mano salió de mi pantalón y se bajó de la cama. En el momento en
que se llevó la mano al dobladillo de la camiseta, me apoyé en un codo y me
negué a pestañear mientras se la pasaba por la cabeza. Lo había visto sin
camiseta a través de la ventana, pero maldita sea. No había nada como ver
de cerca esos abdominales. La definición de sus caderas era deliciosa. Tenía
la V que desaparecía más allá de la cintura de sus vaqueros.
Los tatuajes de sus bíceps envolvían sus hombros. Uno de ellos llegaba
hasta el pectoral. Si me dejara esta noche, con gusto recorrería las líneas
con las yemas de los dedos y la lengua.
Se quitó los zapatos mientras se desabrochaba el botón de los vaqueros.
La respiración entrecortada que escapó de mis labios hizo que Knox se
congelara.
—¿Demasiado rápido?
Sacudí la cabeza, con los ojos pegados a su larga y gruesa polla.
—Eres, um... vaya.
Plantó una rodilla en la cama, cubriéndome con ese cuerpo musculoso.
Un brazo buscó el cajón de la mesita de noche y cuando introdujo el condón
entre nosotros, me dio una oportunidad más para pisar el freno.
—Podemos dejar esto para otra noche.
—¿Por qué tratas de convencerme de no tener sexo contigo?
Me besó la punta de la nariz.
—Porque esta noche será el mejor momento que he tenido en años.
Quiero eso para ti también. Sin remordimientos.
—No me arrepiento.
Me sostuvo la mirada, buscando una pizca de duda. No encontró
ninguna.
Le empujé los hombros, obligándole a levantarse. Luego me quité la
camiseta y la tiré al suelo. Sus ojos se encendieron al ver mis pechos
desnudos. Esa apreciación fue suficiente para desterrar cualquier temor de
que mi cuerpo hubiera cambiado después del parto y hubiera perdido mi
atractivo.
Knox se inclinó y sus labios se fundieron con los míos. Luego fuimos 145
un lío de movimientos frenéticos mientras ambos trabajábamos para quitar
mi pantalón, sin dejar nada entre nosotros más que el calor.
Su peso se asentó en la cuna de mis caderas. Su cuerpo era una torre
de fuerza. Sus brazos, que me rodeaban la cara, evitaban que me aplastara,
pero se mantenía lo suficientemente cerca como para que el vello de su
pecho me rozara los sensibles pezones.
—Eres... eres un sueño —susurró—. Me di por vencido con ellos.
Se me cortó la respiración.
—Yo también.
Su beso fue suave y delicado mientras se colocaba en mi entrada. Luego
nos balanceó juntos, centímetro a centímetro.
Saboreé el estiramiento, la sensación de tenerlo tan duro dentro de mí.
Todo mi cuerpo se encendió mientras él se movía, entrando y saliendo, con
movimientos deliberados y medidos, hasta que le arañé los hombros,
instándole a seguir, cada vez más rápido.
Este hombre, santo Dios, tenía resistencia. Knox nunca se cansaba.
Nunca se detuvo, sólo folló, exactamente como se debe follar a una mujer.
Por mucho tiempo y con una atención extasiada.
El sonido de nuestras respiraciones entrecortadas resonaba en la
oscura habitación. La magnífica tensión aumentaba cada vez más con cada
una de sus embestidas hasta que me sentí como un cristal a punto de
romperse.
—Córrete. —Knox bajó su boca hasta mi pulso y chupó. Con fuerza.
Luego empujó sus caderas, golpeando ese punto interior que me hizo ver las
estrellas.
Exploté a su alrededor, pulsando y apretando, mientras el mundo
desaparecía. No había nada más que nosotros y la caída sobre el borde.
Los temblores sacudieron mi cuerpo y, con un gemido, enterró su cara
en mi cabello, con sus propios miembros temblando, y se entregó a su propio
orgasmo.
Su corazón tronó mientras se desplomaba sobre mí.
—Maldita sea, Memphis.
—Eso fue… —Lo rodeé con los brazos y las piernas, sin querer perder
el peso. Pero él se movió, rodando hacia su lado y tirando de mí hacia su
146
pecho.
—Eso fue un maldito fuego.
Sonreí contra su garganta, contenta de dormir exactamente así, con
nuestros cuerpos húmedos de sudor y enredados. Pero mi hijo tenía otras
ideas.
Un pequeño grito recorrió la casa. Me levanté de la cama y corrí por mi
ropa. Luego corrí a la cocina y me apresuré a buscar un biberón y leche de
fórmula del bolso de los pañales.
Acababa de llenarla de agua cuando un Knox sin camiseta llegó a
grandes zancadas por el pasillo, pasando por la cocina para ir al dormitorio
de invitados. Salió momentos después con Drake en brazos.
—Puedo hacerlo —dije.
—Ya lo tengo. —Me robó el biberón de la mano y se dirigió al sofá,
acomodándose con el bebé.
Me acurruqué en el otro extremo, metiendo las piernas debajo de mí.
Esos dos eran un espectáculo. Un sueño.
Drake parecía contento en los brazos de Knox. Knox también parecía
feliz.
—Este fue el mejor día —susurré—. Los cinco mejores.
—Háblame de ellos. Tus cinco mejores días.
—El primero ya lo conoces.
—El cumpleaños de Drake.
Asentí.
—Al principio del parto, cuando las contracciones no sucedían, una
enfermera me trajo una cesta de gorros de punto para bebés. Una mujer que
trabajaba como voluntaria en la guardería los hacía para todos los nuevos
bebés. Escogí uno de color gris suave y, mientras lo sostenía, tuve la
sensación de estar exactamente donde tenía que estar. ¿Alguna vez te has
sentido así?
—Sí. El día que me mudé a casa desde San Francisco y entré en la
cocina de The Eloise.
—Es una buena sensación.
—Así es. —Miró a mi hijo—. ¿Y los demás días?
147
—Mi tercer mejor día fue el día en que me gradué en la universidad.
Mis amigas y yo planeamos una fiesta increíble. Nos arreglamos y nos
fuimos de fiesta y bebimos champán y bailamos toda la noche.
El recuerdo de aquella noche no era tan brillante como antes. Hacía
meses que no hablaba con ninguna de aquellas amigas. Nos habíamos
distanciado un poco después de la universidad, cada una ocupada con sus
incipientes carreras. Luego quedé embarazada y mis noches de fiesta
desaparecieron y, con ellas, mis amigas.
Amigas que no eran realmente amigas. Todavía me gustaban sus fotos
en Instagram. Enviaban algún que otro mensaje para ver cómo estaban.
Pero nuestras vidas habían tomado direcciones diferentes.
—Mi cuarto mejor día fue un viaje que hice a Hawái por trabajo —dije—
. Acabábamos de abrir un hotel en Maui, y me fui a trabajar con el equipo
de marketing local para conseguir algunas fotos y contenidos para las redes
sociales. Volé temprano y pasé un día entero en la playa, leyendo y
durmiendo y sin hacer nada más que escuchar el sonido de las olas.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace un par de años. Fue mi día más tranquilo. —Porque no mucho
después, había conocido a Oliver. Y él había traído el caos a mi vida.
—Hace años que no voy a la playa. —Knox le quitó la botella vacía a
Drake y la dejó sobre la mesa auxiliar. Luego pasó a mi hijo por encima de
su hombro, dándole palmaditas en la espalda—. Bien, ¿cuál es el siguiente
mejor?
—El día que me mudé a mi casa en la ciudad. —Otro mejor día
manchado.
Esperaba comprar la casa de mis padres. La ubicación había sido
fantástica, a un corto paseo de algunos de mis restaurantes favoritos. Había
una cafetería a tres manzanas. Su único rival para un café con leche de
vainilla era Lyla's. El interior del adosado lo había decorado exactamente a
mi estilo, elegante y cómodo.
Le di a Knox una sonrisa triste.
—Realmente amaba ese lugar.
—¿Por eso tu padre te lo quitó?
—Probablemente.
Mi padre había querido salirse con la suya. Y como lo hizo durante toda
nuestra vida, mantuvo a sus hijos a raya quitándonos las cosas que 148
amábamos.
—Lo siento, cariño. Tengo que decir… que no me gusta tu padre.
—A mí tampoco me gusta.
Cuando le hablé a Knox por primera vez de mi familia, no quería que
me parecieran feos. Pero a medida que pasaban los días, cuando Knox se
relacionaba con Eloise o Anne iba al hotel a ver a sus hijos, empecé a ver el
verdadero color de mis padres. Negros, sin vida y vacíos.
Drake soltó un eructo tan fuerte que llenó la habitación. Yo reí a
carcajadas, Knox también, y luego Drake bostezó antes de quedarse
dormido.
—¿Cuál fue tu quinto mejor día?
—Te lo acabo de decir. La casa en la ciudad.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Así que hoy ha sido tu segundo mejor día?
—Sí.
—Dijiste que era el top cinco. ¿Pero era el número dos?
Sin duda.
Me había traído mi café favorito. Me había visitado toda la mañana para
darme un beso tras otro. Knox me había hecho sentir especial. Me quería.
Después de hablar con Lester, había venido a decírmelo primero. Y luego
esta noche... Tal vez estaba diciendo demasiado. La vieja Memphis habría
jugado de otra manera. Pero no estaba jugando. Ya no.
—Fue un día realmente bueno —dije.
Entonces, ¿por qué no sonreía?
El silencio se extendía por la habitación como la oscuridad y la noche
más allá de las ventanas. Un escalofrío recorrió mi piel mientras Knox
miraba fijamente hacia delante, sentado e inmóvil sin dar nada.
¿No le había gustado el día de hoy? Probablemente había tenido
innumerables días mejores. Este probablemente palidecía en comparación
con los días memorables de su vida. Tal vez pensó que mi clasificación de
buenos y malos momentos era una tontería.
No para mí.
Cuando vivías con tiburones, marcabas los días en los que una balsa
salvavidas venía flotando hacia ti.
149
—¿Qué he dicho mal?
—Nada. —Knox se levantó y llevó a Drake a la habitación de invitados.
Lo seguí y me quedé junto a la puerta mientras colocaba al bebé en su
cuna. Se me hizo un nudo en el estómago cuando Knox se giró y actuó como
si fuera a pasar por delante de mí. Pero cuando su pecho me rozó el hombro,
me tomó de la mano y me arrastró por la casa.
Dejó caer mi mano cuando entramos en su habitación y se frotó la
mandíbula con la palma de la mano.
—Hoy ha sido tu segundo mejor día.
—Bueno... sí. ¿Qué hay de malo en eso?
Sacudió la cabeza.
—Fue un día normal, cariño.
—Tal vez para ti. —Levanté un hombro—. Mis días normales no son
así.
—Eso es… —Knox se paseó a los pies de la cama, pisando la camisa
que no se había puesto—. Eso no está bien. Y joder, me duele. Me duele por
ti.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo que hoy sea el mejor día?
—Porque hoy ha sido normal. —Levantó una mano—. Un día normal y
bueno. Has trabajado. Yo trabajé. Volvimos a casa. Eso es todo.
—Pero fue lo mejor gracias a ti.
—Memphis. —Apretó una mano contra su corazón—. Me honras.
—Es sólo la verdad.
Se acercó a mí, tomando mi cara entre sus manos.
—Entonces aquí hay otra verdad. Me los voy a llevar. Voy a tomar todos
tus mejores días. Todos hasta que no puedas seguir la pista de los cinco
mejores porque hay tantos mejores que necesitarás cien para capturarlos
todos.
—¿Lo prometes? —susurré.
—Lo juro.
150
Knox
E
staba a tres pasos del pasillo cuando la vista en mi silla favorita
me detuvo a mitad de camino.
Memphis tenía a Drake sobre sus rodillas, sujetándolo
por las axilas. Se inclinó y le sopló un beso en el cuello,
haciéndolo reír. Cuando él se reía, ella se reía. Cuando sus ojos brillaban,
los de él hacían lo mismo. Él tenía los ojos de ella, chocolate salpicado de
oro.
Los dos estaban en su propio mundo en esa silla.
Memphis se había levantado de la cama cuando empezó a hacer ruidos
esta mañana. Me había apresurado a ducharme, pero ahora veía el error de
mis actos. Debería haber estado aquí, observando desde la barra porque,
maldita sea, eso era una vista.
Nada más allá de mis ventanas podría compararse.
Memphis respiró exageradamente y volvió a besarlo, lo que le valió otra
carcajada. Una gran carcajada para una persona tan pequeña.
Drake tendría una vida feliz. Ella se aseguraría de ello.
Y después de anoche, yo también lo haría.
Ya no había vuelta atrás. No después de la última noche.
Ella me había dado sus mejores días. Yo le daría los míos.
A ambos.
Me moví y entré en la sala de estar, dirigiéndome al respaldo de la silla.
—Hola. —Memphis sonrió mientras me miraba. 151
—Hola. —Le aparté el cabello rubio de la cara y me incliné hacia
delante, doblándome por la cintura para besarla. Luego robé a Drake de su
regazo—. Buenos días, jefe.
Babeó y se metió un puño regordete en la boca.
Le besé la mejilla.
—Estás creciendo.
Drake respondió bajando ese puño y soltando un chillido que llenó la
casa. El ruido lo sobresaltó, sus ojos se agrandaron, y entonces lo hizo de
nuevo, estirándolo cada vez más fuerte.
Memphis se rio.
—Este es su nuevo truco de fiesta.
—Me gusta. —Lo acomodé contra mis costillas, lo llevé a la cocina, y
abrí la puerta del refrigerador.
Memphis me siguió, y se sentó en un taburete de la isla.
—¿Cuándo empieza con alimentos sólidos? —Saqué un cartón de
huevos.
—Cuando tenga seis meses.
—Faltan un par más. Entonces te engancharé, pequeño. No vamos a
hacer comida de bebé aburrida en esta casa. —Miré a Memphis—. ¿Los
bebés pueden tener... qué? ¿Qué es esa mirada?
Parecía estar a punto de llorar.
—Realmente no vas a ninguna parte, ¿verdad?
—No. —Abandoné la nevera y caminé alrededor de la isla, ocupando su
espacio—. Esto es nuevo. Nos tomaremos un poco de tiempo para
acostumbrarnos el uno al otro. Pero no soy el tipo de hombre que renuncia
a lo que es bueno. Y nosotros somos buenos. Estamos jodidamente bien,
cariño.
Ella asintió y sonrió, limpiándose los ojos.
—Estamos bien.
Le di un beso en la frente y le entregué a Drake.
—¿Qué quieres desayunar?
—Lo que sea que estés haciendo.
—¿Tienes hambre?
152
Se encogió de hombros.
—No me muero de hambre.
—¿Crees que puedes esperar una hora? Puedo hacer una quiche.
—Esperaré.
Le guiñé un ojo.
—Buena elección.
—Espera. —Ella levantó una mano mientras yo sacaba un tazón para
mezclar—. ¿Qué pasa con el trabajo?
—Hoy no voy a trabajar.
—Pero... es sábado.
Y desde el día en que se había mudado, había trabajado todos los
sábados.
—Anoche le envié un mensaje a Roxanne y le pregunté si podía
cubrirme hoy.
—¿Lo hiciste? ¿Cuándo?
—Después de que te durmieras. —Quería un día con ellos. Un día
completo, sin distracciones. Sólo otro día normal para mostrarle lo bueno
que puede ser lo normal—. ¿Tienes algún plan hoy?
—Um... no. Iba a limpiar el desván. Lavar ropa.
—¿Qué tal si nos quedamos aquí?
La sonrisa que apareció en su bonita boca hizo que mereciera la pena
el reproche que me haría Roxanne más tarde.
Nunca en mi vida había cancelado el trabajo para estar con una mujer.
Roxanne ya se había burlado de mí por haber abandonado el trabajo de
preparación para cazar a Memphis en el hotel. Así que la noche anterior,
cuando le dije que le daría un día extra de vacaciones en Navidad si
trabajaba para mí, me envió una cadena de emojis de corazón y de ojos rojos
y un único pulgar hacia arriba.
Fui a la despensa por harina y sal para hacer la masa de la tarta.
Memphis puso a Drake en una manta en el suelo del salón para que
diera patadas y chillara. Luego se sentó en la isla y me observó trabajar, con
su atención fija en cada uno de mis movimientos.
—Verte cocinar es mejor que la televisión.
Me reí y metí la quiche en el horno. Luego me lavé las manos y tiré la 153
toalla a un lado antes de deslizarme en el taburete junto al suyo, encajando
sus piernas entre mis rodillas abiertas. Le rocé los muslos, deseando que
llegara la primera siesta de Drake, cuando pudiera quitarle ese pantalón de
pijama.
—Bésame.
Se inclinó pero se detuvo, a un suspiro de mis labios.
—Di por favor.
—¿Y si no lo hago?
—Entonces no te besaré.
Sonreí, arrastrando mi boca por la suya.
—¿Segura?
—Di por favor.
—Por favor.
Se lanzó sobre mí, volando de su taburete. Sus brazos rodearon mis
hombros y su lengua estaba en mi boca. A la mierda el desayuno, no
necesitaba una maldita cosa más que esta mujer.
Drake lanzó un gemido, haciendo que Memphis y yo nos quedáramos
helados. Luego los dos nos reímos cuando siguió balbuceando, probando la
acústica de mi casa.
—Voy a ir al desván a buscar más pañales. —Miró el temporizador del
horno—. Tal vez tome una ducha rápida.
—Ve por ello. Yo vigilaré a Drake.
—¿Estás seguro? Puedo llevarlo conmigo.
—No. Es feliz. —Mi mano se deslizó sobre la curva de su culo—. Trae
todo lo que quieras para hoy. Y esta noche.
Ahora que había dormido en mi cama, no había manera de que pasara
otra noche en el desván.
—Gracias. —Me besó la mejilla y luego se apresuró hacia la puerta,
poniéndose los zapatos y tirando de la chaqueta más fuerte.
Cuando estaba en la escalera del desván, me estiré junto a Drake en el
suelo, pellizcándole los dedos de los pies y haciéndole cosquillas en la
barriga.
El dolor de estar cerca de él, el dolor que había sentido al principio,
había desaparecido. Cuando lo miré, no vi a Jadon. Sólo vi a Drake. Mi
pequeño jefe. 154
—Necesitamos más juguetes. —Cada vez que iba a casa de Griff y Winn,
Hudson tenía al menos tres juguetes nuevos. Su salón tenía una cesta
rebosante de peluches y chucherías de plástico—. Quizá tú y Hudson
puedan jugar juntos algún día. Construir fortalezas. Perseguir a los perros.
Ser compañeros. —Primos.
Me puse de espaldas, mirando el techo blanco. Mi cerebro se estaba
adelantando demasiado a la realidad.
Ese había sido también mi problema con Gianna. Había estado tan
perdido en la planificación del futuro, en la idea de mi propia familia,
revoltosa y alborotada, que había pasado por alto las señales de que ella
había estado guardando un secreto.
Poco después de saber que estaba embarazada, Gianna me miraba
fijamente y abría la boca, pero no salía nada. Hubo ocasiones en las que la
encontré mirando a la pared, con los brazos rodeando su vientre y la rodilla
rebotando salvajemente. Otras veces, cuando hablaba del futuro y de la
posibilidad de mudarnos a Montana algún día, su rostro palidecía.
—¿Qué pasa con tu padre? —Me puse de lado y miré a Drake. Tenía
los pies en las manos y un globo de baba en el labio inferior. Le limpié la
boca y suspiré—. ¿Quieres contármelo ya que tu madre no parece tener
ganas de hablar?
Se le escapó otro chorro de babas.
Ella me lo diría. Memphis acabaría explicando, ¿no?
—¿Qué más deberíamos desayunar? ¿Fruta? —Me levanté del suelo y
levanté a Drake, despeinándolo. Luego nos retiramos a la cocina, donde
ignoré mi propia mierda mental y me concentré en la comida.
No tenía sentido preocuparse. Memphis no era Gianna. No me había
confiado nada sobre su pasado ni sobre el padre de Drake y tenía que creer
que era por una razón. Que me lo diría cuando estuviera preparada. Sólo
que aún no habíamos llegado a ese punto.
Como le había dicho a Memphis esta mañana. Nos tomaríamos un poco
de tiempo para acostumbrarnos.
Estaba asaltando mi frutero, sacando un par de melocotones, cuando
el crujido de los neumáticos y el zumbido de un motor sonaron fuera.
—Por supuesto que aparecen en mi día libre —murmuré, seguro de que
era mi padre o un hermano. Pero cuando miré por la ventana que daba al
fregadero, un todoterreno negro desconocido se detuvo en la entrada—. 155
Alguien se perdió, ¿no? —le pregunté a Drake, caminando para recoger su
manta y envolverlo.
Estaba poniéndome un par de botas cuando un hombre de la misma
edad que mi padre salió de detrás del volante del todoterreno. Se ajustó la
corbata del cuello y tiró de las mangas de su traje.
Pero no vino hacia mi puerta. Tenía la mirada puesta en el desván.
Memphis estaba de pie en medio de la escalera, con la mano tan
apretada alrededor de la barandilla que incluso desde esta distancia podía
ver sus nudillos blancos.
—¿Qué demonios? —Me apresuré a ponerme las botas.
Cuando abrí la puerta, Memphis había bajado las escaleras para
ponerse delante del hombre, con los hombros rígidos. Su expresión era
inexpresiva y tan fría como la mañana de noviembre. Sus ojos se
entrecerraron. Sus labios estaban fruncidos.
La puerta del acompañante del todoterreno se abrió cuando yo bajaba
por la acera y salió una mujer vestida con un traje azul. Sus tacones se
tambaleaban sobre la grava mientras caminaba hasta situarse al lado del
hombre.
Sólo cuando miró por encima del hombro —no a mí, sino a Drake— y
se quitó las gafas de sol de la cara, reconocí el parecido. Los ojos marrones.
El cabello rubio. La bonita nariz y la hermosa barbilla.
Su madre.
Mi mano libre se cerró en un puño.
—No son bienvenidos aquí. —La voz de Memphis era fuerte y clara.
Maldita sea, no eran bienvenidos.
—¿No somos bienvenidos? —El hombre que supuse que era su padre
se burló—. Basta de este acto para llamar la atención, Memphis. Nos vamos.
Hoy.
—Buen viaje. —Su voz era tan plana como su mirada.
Pasé por delante de sus padres, adoptando una postura detrás de
Memphis. No fue fácil, pero mantuve la boca cerrada mientras su padre me
miraba de arriba abajo con sorna. Cuando la madre se quedó mirando a
Drake como si estuviera a punto de arrebatármelo, lo hice girar.
—He estado llamando —dijo su madre, con los ojos todavía clavados en 156
el bebé.
—Y no he contestado. —Memphis se movió, poniéndose delante de
Drake.
Ella era la que había estado llamando. Durante meses y meses.
Persistente, ¿no?
—Entra en el auto —dijo su padre.
—No. —El labio de Memphis se curvó—. No tienes nada que decir en
mi vida. Vete.
—¿Llamas a esto una vida? —Curvó el labio y miró al desván—. Estás
viviendo encima de un garaje. Estás limpiando habitaciones. Vives con el
salario mínimo.
—Eso es... espera. —Su columna, ya rígida, se convirtió en una barra
de acero—. ¿Cómo sabes dónde vivo y dónde trabajo?
—¿De verdad crees que te dejaría ir sin más?
Memphis se burló.
—Me has hecho seguir.
Su madre dejó caer la barbilla. Su padre levantó la suya.
Meses atrás, justo después de que ella se mudara aquí, había visto una
noche ese destello de faros en la carretera. Pensé que era alguien que se
había perdido. Pero tal vez había sido quien había enviado a seguir a
Memphis.
—¿Cuánto tiempo me has hecho seguir? —preguntó Memphis.
Su padre ni siquiera parpadeó ante su pregunta. Estaba claro que no
la consideraba digna de una explicación.
—Nos vamos. Sube al auto.
Era el turno de Memphis de parpadear.
—Firmaste una cláusula de no competencia —declaró su padre.
—¿Tu punto? —Cruzó los brazos sobre el pecho.
—Estás trabajando en un hotel.
—¿Es eso lo que te preocupa, papá? ¿Que comparta los secretos de la
empresa? Sólo limpio. Y Quincy, Montana, no es exactamente el mercado
para un desarrollo de Hoteles Ward.
—Podría llevarte a los tribunales.
¿Este hijo de puta realmente amenazaba con demandar a su propia 157
hija?
—Demándame. —Memphis se encogió de hombros—. La no
competencia no es ejecutable en Montana. Sí, lo he comprobado. Tampoco
he violado los términos de mi acuerdo de no divulgación al compartir
información confidencial. Pero demándame. Si quieres cortar los delgados
hilos de nuestra relación, demándame. En el muy improbable caso de que
un juez falle en mi contra, entonces puedes tener los veinte dólares a mi
nombre. Limpiaré baños y haré camas hasta que gane otros veinte. Pero
amenazarme, darme órdenes, no funcionó en Nueva York. Seguro que no
funcionará aquí.
Esa era mi chica. Ahí estaba el fuego. Me costó mucho contenerme para
no decir nada, pero no necesitaba que yo interviniera por ella. Lo haría si
tuviera que hacerlo, pero la determinación aparecía en sus ojos. Como si
estuviera teniendo la oportunidad de decir las cosas que se habían estado
acumulando en su mente durante meses.
—Tienes treinta segundos para cargar a ese niño y entrar en el auto.
—¿O qué?
—O tendrás noticias de nuestros abogados.
Memphis negó.
—¿Por qué están realmente aquí? ¿Por qué han estado llamando? ¿Qué
quieren de mí?
Su padre enderezó.
—Eres mi hija. Hay cosas que discutir. En privado. —Los ojos del
hombre se desviaron hacia los míos. Quizá se dio cuenta enseguida de que
yo no era de los que se dejan intimidar, pero su mirada no se mantuvo
durante mucho tiempo.
—No tengo nada que discutir contigo. —Memphis cruzó los brazos
sobre el pecho.
Se acercó a ella y le rodeó el codo con un brazo.
Y fue entonces cuando me enojé de verdad.
Agarré la muñeca de ese bastardo y la liberé.
—Estás entrando sin autorización. Vete de mi propiedad.
—No tienes nada que decir en esto. —Movió su mano libre para agarrar
a Memphis.
—Tócala de nuevo y nunca encontrarán tu cuerpo. 158
La madre jadeó. El padre palideció, apenas, pero fue suficiente.
Sin decir nada más, agarré la mano de Memphis y pasé junto a ellos,
caminando tan rápido que ella tenía que trotar cada pocos pasos para seguir
mi ritmo.
El temporizador del horno estaba sonando cuando entramos. Le
entregué a Drake, cerré la puerta de una patada y me dirigí al horno, para
sacar la quiche. Los bordes no estaban quemados, pero eran demasiado
oscuros.
Apoyé las manos en el fregadero, mirando por la ventana mientras sus
padres subían a su vehículo y desaparecían.
—Memphis...
Cuando me giré, estaba de pie junto a la ventana más cercana a la
puerta, con los ojos pegados a la carretera. Un torrente de lágrimas corría
por su cara y abrazaba a Drake con tanta fuerza que éste empezó a
retorcerse.
—Memphis. —Me acerqué a las ventanas, alcanzando a Drake. Pero
ella no lo dejó ir—. Dame al bebé, cariño.
Sacudió la cabeza.
—Lo tengo.
—Voy a dejarlo en el suelo para que podamos hablar.
Le costó un momento, pero finalmente lo soltó para que yo pudiera
extender la manta y ponerlo a jugar. Luego volví a la ventana y la envolví en
mis brazos.
—¿Por qué no me olvidan? —susurró. El dolor en su voz fue suficiente
para que los odiara y ni siquiera sabía sus nombres.
—Porque eres difícil de olvidar.
—Odio estar llorando. —Su voz se quebró.
—¿Por qué?
—Porque después de todo lo que me han hecho, no debería importarme.
Pero me importa. —Se le escapó un sollozo—. Por un momento, cuando los
vi llegar en coche, pensé... que tal vez estaban aquí para disculparse. Tal
vez estaban aquí para darme un abrazo y decir que me echaban de menos.
Y me alegré mucho de verlos porque, para bien o para mal, son mis padres. 159
Pero a ellos no les importa. ¿Por qué no se preocupan por mí?
Cayó hacia delante y, si no la hubiera sujetado, se habría desplomado
en el suelo. Así que la hice girar en mis brazos y la abracé con fuerza,
dejándola llorar en mi camiseta. Cuando por fin se detuvo, se puso de pie y
la expresión de su rostro era desgarradora.
Parecía más abatida que el día que había llegado.
—Ni siquiera preguntaron por Drake. —Su barbilla tembló—. Ni
siquiera me han preguntado su nombre.
—Lo siento. —Usé mi pulgar para atrapar una lágrima—. Lo siento
mucho.
—Son feos, ¿verdad? —Memphis se apartó, caminó hacia Drake, y cayó
de rodillas a su lado. Luego le tomó la mano, sacando consuelo de sus
pequeños dedos—. No los necesitamos, ¿verdad?
No, no los necesitaban.
—Olvidé sus pañales. —Sus hombros cayeron.
—Iré a buscarlos.
—Yo puedo.
—No. Tú te quedas. —Estaba demasiado enojado para quedarme quieto
y necesitaba que la tarea me calmara antes de que Memphis y yo tuviéramos
una conversación.
Me dirigí al desván, con el aroma del jabón de Memphis en el aire. Había
un cesto de la ropa sucia vacío en la encimera, así que lo agarré y lo llené
hasta el borde. Pañales. Fórmula. Champú. Ropa. Si tenía que mudarla a
mi casa con el cesto de la ropa sucia, que así fuera.
Cuando llegué a casa, Memphis se había movido al salón. Drake estaba
tomando un biberón y ella estaba acurrucada en la esquina del sofá,
encogida entre los cojines.
Que se joda esa gente.
—¿Cómo se llaman? —pregunté, dejando la cesta en el suelo y tomando
asiento junto a ella—. Tus padres. ¿Cómo se llaman?
—¿Por qué quieres saberlo?
—Para que cuando los maldiga, ya sea en mi cabeza o en voz alta,
pueda ser preciso.
Ella me dio una sonrisa triste.
160
—Beatrice y Victor.
Que se jodan Beatrice y Victor.
—¿Qué me estoy perdiendo, Memphis? —Porque tenía que haber más
en esta historia. ¿Por qué había rechazado las llamadas de su madre? ¿Por
qué su madre había seguido llamando? ¿Por qué habían venido a Montana
para intentar arrastrarla de vuelta a Nueva York?
—No lo sé —susurró—. Pero si tuviera que adivinar... diría que se
enteraron del padre de Drake.
—¿Estás lista para contarme sobre eso?
—No —susurró—. Todavía no.
—Pronto, cariño.
El pavor se apoderó de su expresión.
Se me formó un nudo en las entrañas.
Otra mujer con secretos.
Supongo que tenía un tipo.
161
Memphis
K
nox golpeó sus nudillos sobre la puerta del baño, luego se me
acercó en la encimera, colocando una humeante taza de café.
—Toma, cariño.
—Gracias. —Bajé mi cepillo y le di una sonrisa a través del espejo. Mi
cabello colgaba en mechones mojados por mi espalda y la tolla de felpa
blanca que había ceñido alrededor de mi pecho era tan grande que me
golpeaba las rodillas.
Dejó un beso en mi hombro desnudo y me dio una mirada que decía
que hoy no iba a ser el domingo relajante libre de estrés que había esperado.
Nuestro sábado no había tenido mucha diversión tampoco.
—Llamé al hotel. Hablé con Mateo. Ingresó a una pareja con el apellido
Ward anoche.
Mis manos se apretaron.
—No se fueron.
—Nop.
—Bueno… mierda.
—Básicamente. —murmuró.
Por supuesto que estarían en The Eloise, contaminando lo que era mío.
Había unos cuantos moteles en el área, pero ninguno era tan agradable.
¿Qué estaban haciendo mis padres aquí? ¿Por qué las llamadas? ¿Por
qué el investigador privado? Me habían dado la espalda cuando más los
había necesitado, pero ahora aparecían. ¿Ahora? Tal vez podía creer que no
162
había ningún motivo oculto si solo mamá hubiera visitado. Ella había
llamado por meses. Pero para que papá hiciera el viaje a Montana, había
algo más sucediendo.
Había habido desesperación en su voz ayer. Urgencia.
—Necesito hablar con ellos —gruñí.
—Dame diez minutos para bañarme. Luego nos iremos.
—Espera. —Levanté una mano antes de que pudiera quitarse la
camiseta —. Será mejor que vaya yo sola a hablar con ellos.
—No.
—Knox…
—No, Memphis.
Me acerqué, acomodando mis manos en sus costillas, sintiendo la
tensión en su cuerpo debajo la térmica de manga larga que se había puesto
esta mañana luego de salir de la cama.
—Amo que estés listo para seguirme a la batalla. Pero conozco a mis
padres. Conozco a mi padre. Si estás allí, no me dirá la verdad. Estará a la
defensiva.
Knox respiró profundo, sus fosas nasales ensanchándose. Luego su
figura se relajó y me envolvió en sus brazos.
—No me gusta esto.
—A mí tampoco.
—No me quedaré aquí. Iremos juntos. Drake y yo nos quedaremos en
el restaurante.
Asentí, enterrando mi rostro en su pecho, absorbiendo su fuerza.
—Está bien.
Besó mi frente, luego ambos nos pusimos en acción, yo secando mi
cabello mientras él se bañaba.
Había hecho siete viajes al apartamento ayer, cada vez bajo la excusa
de buscarle algo a Drake. Se iría con mi cesta de ropa sucia vacía y
regresaría con ella rebosando.
Mi champú y acondicionador estaban en la ducha. Mis otros neceseres
estaban en un cajón debajo de uno de los lavabos dobles. Mi ropa estaba
colgada en su armario. Mis bragas, calcetines y sujetadores estaban en un
cajón. Y casi todo lo de Drake estaba en la habitación de invitados. 163
En un solo día, prácticamente nos había mudado.
Nos estábamos moviendo a la velocidad de la luz, e incluso aunque mi
cerebro gritaba para que lo detuviera, mi corazón se negaba a luchar. En
cambio, solo lo había ayudado a organizar.
Si nos separábamos —Dios, esperaba que no nos separáramos— me
mudaría a la ciudad. Así que, ¿cuál era la diferencia entre mudarse de su
casa o del apartamento?
Mientras le cambiaba los pantalones de pijama a Drake y le ponía otra,
Knox recargó la bolsa de pañales. Cuando salí, lista para dirigirme al Volvo,
la camioneta de Knox estaba encendido, la cabina cálida, y la base para la
silla de coche de Drake estaba asegurado en la parte trasera.
El viaje a la ciudad fue silenciosa. Esta era la primera vez que había
ido de pasajera en décadas, y ver Quincy desde este ángulo era diferente. O
tal vez hoy mientras conducíamos, lo veía por lo que había convertido.
Casa.
El ayuntamiento ya estaba organizando para las festividades.
Guirnaldas de pino enrolladas alrededor de cada una de las lámparas que
bordeaban Main Street. Quincy Farm and Feed había vallado un cuarto de
su estacionamiento por árboles de navidad. El cine promocionaba el último
éxito en taquilla junto con El Grinch del doctor Seuss.
No había ido al cine todavía, pero cuando Drake fuera más grande,
iríamos regularmente los fines de semana. Una pizarra de cidra de manzana
gratis había sido puesta en la ventana de Wooden Spoon. Otra tienda a la
que todavía no había ido, pero tal vez me pasaría y le conseguiría a Knox un
utensilio de cocina. Conocía el frente de las tiendas, pero no sus interiores.
No había priorizado la exploración de Quincy, pero eso estaba a punto de
cambiar.
Desde que había dejado la ciudad, me había estado diciendo que no me
rindiera. Pero ¿todavía necesitaba los recordatorios diarios? Tal vez no.
No iba a renunciar a Quincy.
O a Knox.
—Oye. —Estiró un brazo a través de la cabina y capturó mi mano—.
¿Cambiaste de opinión sobre venir?
Enderecé mis hombros. 164
—No. Me encargaré de ellos.
—Allí está. —Me lanzó una sonrisa —. Allí está mi chica.
Sí, era suya. Y podía hacer esto.
Mientras nos acercábamos a The Eloise, vi el SUV que mis padres
habían estado conduciendo ayer. Mi ritmo cardiaco se disparó mientras nos
estacionábamos en el callejón detrás del hotel. Me tragué mis nervios y me
concentré en sacar a Drake de la camioneta.
—Lo cargaré —le dije a Knox cuando se estiró por la manija de la silla
de coche. Necesitaba el peso para evitar que mis manos siguieran
temblando.
Entramos y nos dirigimos directamente hacia el escritorio delantero,
donde Mateo estaba bebiendo un café para llevar de la tienda de Lyla.
—Hola. —Knox levantó su barbilla.
—Hola. —Mateo saltó de su banca y rodeó el mostrador, parándose
junto a su hermano.
Con una sombra de barba en su mandíbula, Mateo lucía más parecido
a Knox que nunca. Tenía el mismo anchor de figura, pero no había
construido tanto músculo todavía.
Mateo y Knox compartieron una mirada, luego golpeó mi codo con el
suyo.
—¿Cómo va todo, Memphis?
—Está todo bien.
—Sí —murmuró—. Están en la habitación 307.
—Está bien. —Puse la sillita en el suelo y me agaché para tocar la nariz
de mi hijo—. Sé bueno, cariño.
La sonrisa que me dio fue todo el incentivo que necesitaba para
enfrentar a mis padres. No iban a quitarnos esta vida.
Knox en acercó a su costado cuando me puse de pie.
—Estaremos aquí.
—Gracias.
Rozó un beso en mi boca, luego me dio un asentimiento firme mientras
me dirigía a los elevadores. Mis pisadas eran estables, en contraste con mi
acelerado corazón, mientras atravesaba el pasillo del tercer piso. Tomé un
fortalecedor aliento afuera de la habitación, luego levanté mi mano para
165
tocar.
Mi padre respondió la puerta usando otro traje italiano. Si estaba
sorprendido de verme, no dejó que se viera mientras me hizo un gesto para
que entrara.
—Memphis.
—Papá.
Esta era una de las habitaciones más grande, una habitación de
esquina con suficiente espacio para una pequeña mesa junto a la ventana.
Mamá estaba sentada, su espalda tan tiesa y recta como la mía. Excepto
que no era determinación la que la alimentaba. Se había sentado
tensamente su vida entera, al constante borde por mi padre.
Sus ojos se arrastraron sobre mi capucha y vaqueros. Su labio se curvó,
apenas, pero lo vi. A mamá nunca le habían gustado los vaqueros. Pasaba
su vida en pantalones a la medida y blusas de seda. Los de hoy era un color
crudo a juego. Diamantes decoraban sus orejas.
—Siéntate —ordenó papá, tomando una silla para sí.
Me chocó obedecer, pero habría bastante tiempo para pelear. Escogí el
asiento frente al suyo para poder sostener su mirada por esta conversación.
Lucía exactamente igual a hace meses atrás. Cabello rubio con vetas
blancas en las sienes. Ojos avellana que habrían sido coloridos si no fuera
por la constante mirada fría. Gracias a Dios que no nos parecíamos. Mi
hermana y hermano se parecían a papá, pero yo había sacado mis facciones
de mamá.
Houston y Raleigh no se habían molestado en llamar, así que no
desperdicié mi tiempo preguntando por su bienestar. A ellos ciertamente no
les había importado una mierda el mío.
—¿Por qué has estado llamándome? —le pregunté a mamá.
Sus ojos fueron a papá, culpa arrastrándose en su expresión. Tal vez
no sabía que había estado marcando diariamente mi número.
—Si realmente querías saber, tal vez debiste haber respondido el
teléfono —espetó papá. Está bien, tal vez si sabía sobre las llamadas.
—¿Por qué el investigador privado?
—Empacaste tu auto y te fuiste. —Mamá me miró como si la hubiera
166
ofendida. Como si hubiera escupido en su champaña.
—No había razón para que me quedara en Nueva York. —Nivelé una
mirada con papá—. No tenía trabajo. No tenía hogar.
Se reclinó en su asiento, dándome una mirada impasible por la que era
tan temido en las oficinas Ward.
—Esa fue tu decisión.
—¿La fue? —Arqueé una ceja.
—Queríamos asegurarnos de que estabas a salvo —dijo mamá, su voz
cayendo a nada más que un susurro.
Ella había querido saber que estaba segura. Hacer que me siguieran
debió haber sido su idea. Por la mirada en la expresión de papá, no podría
importarle menos.
—Si realmente estaban preocupados por mi seguridad, habrían venido
al hospital cuando estaba en labor.
—Lamento no estar allí. —Mamá miró a papá con acusación teñidos en
su bonito rostro—. Ese hombre de ayer. ¿Quién es?
—Knox Eden. Su familia posee este hotel.
—Oh, es…
Papá frunció el ceño. Una sola mirada y mamá dejó de hablar cuando
la apartó. Un movimiento de su muñeca como si sus preguntas no fueran
nada.
Se hundió en su silla. Mientras que papá no había cambiado en meses,
mamá parecía… cansada.
Las líneas alrededor de sus ojos eran más prominentes, no que hubiera
muchas. Tenía un equipo de esteticistas que la mimaban semanalmente
junto con un dermatólogo de clase mundial y el mejor pagado cirujano
plástico en Nueva York para asegurarse de que no luciera ni un día más de
cuarenta.
A diferencia de papá, mamá no venía de una familia con dinero. Se
había casado con un millonario, y por su prenupcial, hay poco que haría
para arriesgar el diamante de seis quilates en su dedo anular. Lucharía con
el tiempo y la edad a uñas y dientes hasta el final de sus días.
En un punto, sentí lastima por mamá. Amaba su estilo de vida y la
había atrapado a cada capricho de mi padre. Pero eso fue antes de que me
dejara sola. Antes de que se acobardara a su voluntad y, como resultado,
167
abandonara a su hija. Ya no quedaba lástima.
Podría llamar cada día desde ahora hasta el final de su vida. Era
demasiado tarde.
Había tomado su decisión.
Y yo había tomado la mía.
—¿Por qué estás realmente aquí? —Esa pregunta la dirigí a mi padre—
. Me gustaría la verdad esta vez. Porque no hay forma en la que viajarías
hasta aquí para rescatar a tu hija.
—Vendrás a casa. Cuando lleguemos a Nueva York, tendremos una
discusión más profunda.
—A menos de que planees poner una bolsa sobre mi cabeza y
arrastrarme al aeropuerto, no dejaré Quincy.
La mandíbula de papá se apretó.
—Has hecho tu punto, Memphis. Has tenido tu pequeño berrinche.
Suficiente.
—¿Crees que esto es un berrinche? —Bufé una risa seca—. Esta no soy
yo actuando para conseguir tu atención. No te necesito ni te quiero en mi
vida.
Imaginar a Drake diciéndome esa declaración habría sido como una
daga a través de mi pecho.
Mamá se estremeció.
Papá ni siquiera parpadeó.
—Si quieres una discusión profunda… —Le lancé las palabras—. La
tendremos aquí. Esta es tu ventana de oportunidad.
Apretó sus labios.
—Bien. —Hice un amago de ponerme de pie, pero extendió una mano.
—Recibí una llamada de una mujer.
Me acomodé en mi silla mientras los vellos de mi nuca se erizaban.
—¿Quién?
—No me dio su nombre. Pero afirma que tienes el hijo de Oliver MacKay.
Me tomó todo lo que tenía para reaccionar. Sentí el color drenarse de
mi rostro, pero no me moví. Apenas respiré.
—Está chantajeándonos. O le pagamos para quedarse callada o irá a la
prensa. Vendrás a casa para que podamos asegurarnos de que mantengas 168
la boca cerrada mientras mis abogados la evisceran.
Mi corazón latía tan duro que dolía. ¿Quién era esta mujer? ¿Cómo
podría saber sobre Oliver? A menos de que todo fuera una mentira. Tal vez
el investigador privado de mamá había hecho más que simplemente
seguirme a Montana. Tal vez la había cagado y dejado algún rastro a lo largo
del camino.
Papá era lo suficientemente testarudo para invadir la vida personal de
su hija.
—Esto es lo que no entiendo. —Levanté un dedo cuando papá abrió su
boca—. ¿Por qué quieres saberlo tanto? ¿Por qué?
—¿Por qué no solo me dices para que podamos lidiar con este desastre?
¿Es Oliver MacKay?
—No es asunto tuyo.
—Maldita sea, Memphis. —Se inclinó hacia adelante, un gruñido en su
voz—. Estás actuando como una niña insolente.
—No tienes derecho a controlar mi vida.
—Soy tu padre.
Sacudí mi cabeza.
—No entiendes el significado de esa palabra.
—Memphis, esto es tan mezquino —dijo mamá—. Tu padre está
intentando ayudar. Pero necesitamos toda la información.
—Esta mujer. Esta chantajista. Déjala ir a la prensa. —Era lo último
que quería, pero sospechaba que mi padre se sentía igual. Así que lo pondría
en evidencia.
Mientras que no admitiera o confirmara que Drake era hijo de Oliver,
no había nada más que especulación. Considerando que estaba en
Montana, este drama no me tocaría en lo más mínimo.
Pero definitivamente estropearía el día de papá.
—¿Oliver MacKay? —siseó papá—. ¿En serio, Memphis? Pensé que eras
más lista que eso. En cambio has actuado como una puta y ahora estoy
limpiando este desastre.
Mamá se tensó en su silla, pero ciertamente no vino a mi rescate.
Una puta. Tal vez. Dolió, pero no era la primera vez que había usado
esa palabra como un látigo.
169
—Si estás preocupado por tu reputación y un escándalo, entonces
págale a la mujer y termina con ello. O no le pagues. No me importa. Pero
te lo dije hace meses, mi hijo es mío y solo mío. Puedes o aceptar eso o no.
No importa. No te necesitamos.
—Usaré el dinero de tu fideicomiso.
—¿Estás aquí buscando permiso? Créeme, me di cuenta el día que me
fui de que el dinero nunca sería mío.
—¿Es cierto? ¿Es Oliver? —preguntó mamá.
Apreté mis labios.
—Memphis. —Papá enunció ambas sílabas de mi nombre. Eso
significaba que estaba pasando de enojado a furioso—. Te das cuenta de que
si esto sale, la gente creerá que estamos ligados a esa familia.
—¿Y?
Los ojos de papá se entrecerraron.
—No podemos permitirnos un escándalo con la mafia. He pasado mi
vida reconstruyendo nuestro buen nombre.
El trabajo de su vida había pasado en corregir los errores de su propio
padre.
Mi abuelo había empezado Hoteles Ward en Nueva York. Había sido
extremadamente rentable en un tiempo cuando otros hoteles no. Papá
nunca había confirmado exactamente por qué, pero cuando tenía doce, el
FBI había investigado el negocio.
La única razón por la que había sabido de ellos fue porque un agente
había venido a nuestra casa un día. Había estado enferma y no había ido a
la escuela. Mi niñera me había hecho quedarme en cama todo el día, pero
había querido ver televisión. Así que cuando pensó que estaba dormitando,
me había colado fuera de mi habitación.
Un agente del FBI había estado parado en nuestro porche haciéndole
preguntas a mamá. Me había sentado en la cima de las escaleras y escuché
todo.
Cualquier negocio ilegal que mi abuelo había hecho para salir adelante,
mi padre lo había desentrañado. Nada había salido de esa investigación, por
lo que sabía, y no había cosas ilegales en Ward, apostaría mi fondo
fiduciario.
Pero nuestro buen nombre se había vuelto la obsesión de papá. La sola
idea de que me hubiera enredado con Oliver MacKay, bueno…
170
Dudaba que hubiera volado a Montana si el padre de Drake hubiera
sido cualquier otro hombre.
—Nada de esto me involucra. Tienes montones de abogados que pueden
continuar protegiendo tu preciosa reputación. Lánzale tus chupasangres a
esta mujer, quien quiera que sea. No me importa.
—¿Le darías la espalda a tu familia?
—Ten cuidado, papá. Tu hipocresía está mostrándose. —Me puse de
pie, agotada de esta conversación—. Mi familia está aquí. Mi hijo es mi
familia. Ya sabes, ¿ese pequeño que ni siquiera pudiste mirar ayer? Su
nombre es Drake, por cierto.
Papá se puso de pie, apuntando un dedo a la mesa.
—No hemos terminado de hablar. Siéntate.
—No tuve la oportunidad de despedirme luego de que desahuciaras.
Así que remediaré eso hoy. Adiós, papá. Adiós, mamá. Buen viaje a casa.
Sin otra palabra, me dirigí a la puerta, abriéndola y saliendo al pasillo.
El elevador se abrió casi de inmediato luego de que presioné la flecha hacia
abajo y una vez estuve segura adentro, cerré mis ojos y respiré.
Si se quedaban esta noche, estaría limpiando su habitación mañana.
Humillación se arrastró por mis venas, y apreté más fuerte mis ojos.
Este solo era un obstáculo que cruzar. Se irían y eventualmente la
gente se olvidaría de que Victor y Beatrice tenían una segunda hija. Ellos
también me olvidarían.
El timbre del elevador sonó antes de que estuviera lista y las puertas
se abrieran. Mateo estaba en el escritorio delantero, sus ojos en su teléfono.
Cuando escuchó mis pisadas, levantó la mirada, listo para hablar, pero la
expresión en mi rostro debió hacerlo cambiar de opinión.
Simplemente asintió y me dejó escapar a Knuckles.
No había mucha clientela para desayunar. El hotel estaba en silencio
este fin de semana, pero de acuerdo a Eloise, cada habitación estaba
apartada para Acción de Gracias hace dos semanas.
No había pensado en las festividades. Nunca había pasado una lejos de
mi familia.
Familia.
Esa palabra no tenía mucho peso en el momento. Sonaba vacía en mi 171
mente.
Pero tenía a Drake. Siempre tendría a Drake.
Entré en la habitación y, ante la visión que me recibió, me detuve por
completo.
Knox estaba en el fregadero, el agua corriendo sobre una papa, pero no
estaba prestándole atención a la papa. Estaba pretendiendo mordisquear la
mejilla de Drake, consiguiendo una sonrisa babosa.
Los dos juntos eran tan auténticos y reales que mis ojos se inundaron.
Había dejado mi compostura en el tercer piso. La primera lágrima corrió por
mi rostro cuando Knox echó un vistazo sobre su hombro, encontrándome
junto a la puerta.
Dejó caer la papa y azotó un puño en el fregadero para cerrar la llave,
luego se acercó y me tiró en su pecho con su brazo libre.
—Debí haber ido contigo.
—No. —Sorbí, controlando las lágrimas—. Fue mejor que fuera sola.
—¿Se irán?
—No lo sé. Eso espero.
—Memphis, tienes que decirme qué está pasando.
—Lo sé. —Me aparté y miré a mi hijo. Un hermoso niño con cabello
rubio como el mío.
Y como el de su padre.
172
Knox
E
ra mediodía cuando llegamos a casa desde el hotel. Llamé y le
pedí a Roxanne que me cubriera de nuevo. Así que, mientras
esperábamos a que ella llegara, me puse a preparar algo para
Memphis y Drake que esperaban en mi oficina.
El viaje a casa se me hizo demasiado largo, al igual que las horas
anteriores. Lo único que quería hacer era averiguar qué diablos había
pasado con los padres de Memphis, pero cuando por fin cruzamos la puerta
de casa, Drake empezó a llorar.
—Se perdió su siesta de la mañana. —Memphis lo apoyó en una cadera
mientras mezclaba un biberón con otro. Luego lo llevó a la silla,
acomodándolo en su regazo.
—¿Tienes hambre? —le pregunté.
—Realmente no.
Sí, yo tampoco. Se me había hecho un nudo en el estómago desde que
entró en la cocina con lágrimas en los ojos. Así que fui al sofá y me senté en
el borde, apoyando los codos en las rodillas. Esperando.
Drake se terminó el biberón en un santiamén y, mientras Memphis lo
sostenía, se quedó dormido rápidamente
—¿Quieres que lo lleve y lo ponga en la cuna? —le pregunté.
—No, sólo lo cargaré. —Miró a su hijo y le pasó los dedos por la frente,
apartando los mechones de cabello de su cara—. Algunos días siento que
él es todo lo que tengo.
—Ya no. 173
Memphis levantó la vista y allí estaban de nuevo esas lágrimas. Verlas
dolía cada maldita vez.
—Te dije que mi padre se enfadó cuando me negué a hablarle del padre
de Drake.
Asentí.
—Lo hiciste.
—No está acostumbrado a que se le nieguen. No sé si alguna vez
escuché a alguien decirle que no. Así que su ego es...
—Lo entiendo. —Trabajé para chefs así al principio de mi carrera. Se
desquiciaban por algo trivial y se volvían locos, simplemente porque su
arrogancia lo hacía así.
—Cuando me negué a decírselo a papá, presionó y presionó. Cuanto
más exigía respuestas, menos hablaba yo. Es irónico, porque en medio de
todo eso, me llamó testaruda. Supongo que lo aprendí de él.
—Es un imbécil, Memphis.
—Bastante. —Suspiró—. Podría haber respetado mis deseos. Todavía
estaría en Nueva York si hubiera confiado en mí. Si me hubiera escuchado
cuando le dije que tenía mis razones para guardar el secreto. En cambio,
tuvimos una gran pelea y bueno... ya sabes el resto.
El resto significaba que había huido de casa, mudándose a través del
país sola con un bebé. Porque Victor Ward no pudo controlar a su hija.
Memphis miró a Drake una vez más, sus ojos se suavizaron.
—El padre de Drake no es un buen hombre.
Me senté derecho.
—¿Te lastimó?
—Sólo mi corazón —susurró.
Y por eso, odiaría al bastardo por el resto de mis días.
—El padre de Drake es un hombre llamado Oliver MacKay. —Se
encontró con mi mirada mientras sus hombros se desplomaban—. Nadie
más que tú ha escuchado esa frase.
—¿Nadie? —¿Ni siquiera tu madre? ¿O un amigo?
—Sólo tú. —Tragó con fuerza—. Y sé que no lo harás, pero tengo que
decirlo de todos modos. Por favor, nunca se lo digas a nadie. Nadie puede 174
saberlo.
¿Nadie puede saberlo?
—¿Por qué? Me estás asustando, Memphis. Si estás en peligro...
—No lo estoy. Oliver no quiere tener nada que ver conmigo tanto como
yo no quiero tener nada que ver con él.
—¿Entonces por qué es un secreto?
Ella bajó la barbilla.
—Porque su esposa es la hija de un jefe de la mafia italiana.
Si mi cerebro pudiera explotar, lo habría hecho. Qué. Mierda.
La habitación se quedó en silencio. La luz del exterior pareció
atenuarse, como si el sol estuviera cubierto por una nube. Y Memphis se
quedó perfectamente quieta, con su confesión resonando en el aire mientras
abrazaba a su bebé.
—Yo no. —Me pasé una mano por la barba, buscando algo que decir.
Mierda. ¿La mafia? No sabía nada de la mafia más allá de lo que había
visto en el cine y la televisión. Y Hollywood lo embellecía, pero estaba seguro
de que había un hilo de verdad.
—¿Por eso te mudaste aquí? —pregunté—. ¿Para escapar de la ciudad?
—No. Podría haberme quedado, alquilar un apartamento y encontrar
un trabajo en Nueva York, pero la ciudad había perdido su atractivo. Sobre
todo, por mi familia. Poner miles de kilómetros entre Oliver y yo era sólo una
ventaja. Me mudé aquí porque Montana sonaba como un sueño. Quería que
Drake tuviera espacio para respirar. Para pasear y jugar. Un hogar donde el
apellido Ward no significara nada y nadie intentara controlar su vida
sosteniendo un fondo fiduciario sobre su cabeza.
—Tiene sentido. —Si yo tuviera su familia, probablemente también me
habría ido al campo. Excepto que no sabía si habría pasado de esa cantidad
de dinero.
Lo había pensado la primera vez que me lo dijo, pero Dios, era fuerte.
No mucha gente se habría alejado de millones. Si Drake alguna vez dudaba
de su amor por él, yo estaría allí para dejárselo en claro.
—Oliver... —Hizo una mueca de disgusto—. Cuando nos conocimos, no
sabía quién era. No había oído su nombre antes. No es como si él estuviera
alguna vez en las noticias. Y hay muchos hombres ricos en Nueva York.
Me tensé, mis hombros se pusieron rígidos. Esto no iba a ser fácil de
175
escuchar. No me gustaba la idea de ella con ningún otro hombre, pero
especialmente con el que la había ayudado a hacer a Drake.
Una parte de mí estaría celosa de ese hijo de puta toda la vida.
—Nos conocimos en un hotel de Miami —dijo—. En el bar. Yo estaba
allí por trabajo. Y él también. Congeniamos y pasamos el fin de semana
juntos. Ninguno de los dos compartió muchos detalles personales. No fue
ese tipo de fin de semana.
Se me erizó la piel, pero me senté en silencio y escuché, con los dientes
rechinando.
—No fue hasta el final del fin de semana que nos dimos cuenta de que
ambos éramos de Nueva York. Me preguntó si podía volver a verme. Me
había divertido, así que, por supuesto, le dije que sí. Oliver es mayor, tiene
poco más de cuarenta años. Es carismático. Guapo. Adinerado. Poderoso.
Estar cerca de él era... adictivo. Y yo era una consentida, estúpida y tonta.
Había tanta culpa en su voz. Tanta vergüenza. Pesaba sobre sus
pequeños hombros y atenuaba la luz de sus ojos.
—Empezamos a salir, si es que se le puede llamar salir. Pasamos la
mayor parte de nuestro tiempo en mi casa. Algo en su apartamento del
Upper East Side. Él era un empresario. Yo trabajaba constantemente. Pero
él era mi escape. Y lo amaba. O... Pensé que lo amaba. —Su frente se
arrugó—. ¿Se puede amar a alguien cuando te mantiene en una burbuja?
—No, probablemente no. —Pensé que amaba a Gianna. Lo habría
jurado con sangre. Excepto que lo que habíamos tenido no era amor. Ni
siquiera cerca.
—Él no compartió muchos detalles personales. Yo tampoco. La
comunicación no era la protagonista de nuestra relación. Desde el principio
me preguntó si podíamos mantener nuestra relación para nosotros, sólo
para ver hacia dónde iba antes de que se hiciera pública. Me pareció bien,
porque estaba contenta de mantenerlo para mí. Pero después de tres meses,
quería más. Quería contárselo a mis amigos. Quería presumir de él. Así que
le pedí que me acompañara a una fiesta. Era una función elegante y
atrevida, pero a mí me encantaba lo elegante y atrevido.
—¿De verdad? —Eso no parecía propio de ella en absoluto.
—Han cambiado muchas cosas. —Levantó un hombro y asintió a
Drake—. Esa versión de mí murió el día que él nació.
—O tal vez encontraste a quien siempre quisiste ser.
176
Me dedicó una sonrisa triste.
—Quizás.
—¿Qué pasó en la fiesta?
—No lo sé. No fuimos. Le pedí que fuera mi cita y me dijo que no podía
ir porque su esposa estaría allí. Lo dijo como si fuera obvio. Que debería
haber sabido que sólo era su amante.
—No tenías ni idea.
Más culpa y más vergüenza nublaron su rostro.
—No. Tal vez debería haberlo hecho. Pero a la antigua versión de mí le
gustaba la burbuja.
—Confiaste en él.
—Un error.
—No el tuyo, cariño. —Ese hijo de puta la había engañado
intencionadamente.
—Rompí con él. Le llamé un montón de nombres y le dije que se olvidara
del mío. Luego, unas semanas después, no me sentía bien. No tuve mi
período y...
—Descubriste que estabas embarazada.
Ella tocó la mejilla de Drake.
—Fui negligente con mi control de natalidad. La irresponsabilidad era
otro defecto de mi antigua yo. Me saltaba un día la píldora. Pasaba la noche
en su casa y me dirigía directamente al trabajo, duplicando a la mañana
siguiente. Básicamente, era una maldita idiota. Pero no me arrepiento.
—No deberías. —Ese niño era un milagro.
Por lo que parecía, había transformado la vida de Memphis. Era casi
imposible mirarla e imaginar a la mujer que estaba describiendo.
Probablemente estaba siendo demasiado dura consigo misma. Pero no
dudaba de que había cambiado.
—Toda la verdad salió a la luz después de eso. Ese apartamento suyo
no era su casa. Sólo era donde había escondido a su puta secreta. —Su
barbilla tembló—. Mi padre me llamó puta hoy.
—¿Qué demonios? —Dios, ojalá hubiera golpeado a ese imbécil en la
cara ayer. No debería haberla dejado ir a hablar con ellos a solas.
Memphis se encogió de hombros, sus ojos evitando los míos.
—Mírame. —Esperé a que levantara la barbilla—. Que se joda por decir
177
eso.
—Sí —murmuró—. Aun así... Google me habría dicho exactamente
quién era Oliver. Lo busqué el día que me dijo que estaba casado. Internet
era muy informativo. Ese fue el segundo peor día de mi vida. El día que me
di cuenta de lo crédula y superficial que era.
—Esto no es culpa tuya. Confiar en alguien que te importa no es malo.
Se encontró con mi mirada, sus ojos se suavizaron. Ambos habíamos
sido engañados por personas que amamos. Yo también había confiado en
Gianna.
La distancia entre nosotros era demasiada, así que me puse de pie y
bordeé la mesa de café, tendiéndole una mano para ayudarla a ponerse de
pie. Luego tomé a Drake de sus brazos, manteniéndola sujeta mientras
tiraba de ella hacia el dormitorio de invitados.
En poco tiempo tendríamos una cuna de verdad. Sacaríamos esta cama
de aquí y la convertiríamos en una habitación infantil. Drake necesitaba su
propia habitación.
Acomodé a Drake en su cuna y luego tiré de Memphis hacia el colchón,
acurrucándola en mi pecho.
—¿Qué pasó cuando le dijiste que estabas embarazada?
—En ese momento, ya me había enterado de quién era su mujer y de
las especulaciones sobre su familia. Me asusté mucho. Tenía miedo de que
se enterara de la aventura, del bebé, y decidiera venir por nosotros. No iba
a decírselo a Oliver en absoluto, pero un día se presentó en mi casa.
—¿Él quería regresar contigo?
—No, quería mi silencio. Lanzó unas cuantas amenazas sobre su mujer
y cómo ella era celosa a veces. Que estaba conectada con una familia
peligrosa y que sería una pena tener problemas con el negocio de mi propia
familia. Todo estaba muy practicado, un mensaje que obviamente había
entregado antes. Me ofreció cincuenta mil dólares para mantener nuestra
aventura en secreto.
Me incliné hacia atrás, mirándola a los ojos.
—Pero no lo aceptaste, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
—No quería su dinero. Todo lo que quería era su acuerdo. Que mi hijo
fuera mío y sólo mío. Me quedaría tranquila si cediera todos los derechos.
178
Desde el principio, ella había luchado por Drake.
—Esa es mi chica.
Una sonrisa asomó en su boca.
—Casi no le dije sobre el bebé. Estuve a punto de callarlo. Pero no
quería mirar por encima del hombro toda mi vida, preguntándome si él lo
descubriría. Preguntándome si querría a Drake. Era mi ventana para
negociar y la tomé.
—Así que se ha ido.
—Se ha ido —susurró—. Y a menos que necesite el riñón o el hígado de
ese hombre o cualquier otro órgano para salvar la vida de Drake, nunca
volveré a hablar de él. Un día, estoy seguro de que Drake preguntará. Pero
eso es una preocupación para mañana. No lo quiero cerca de la vida de
Oliver.
—Bien. —Exhalé un profundo suspiro y la acerqué más. Era mejor así.
Y si Drake alguna vez necesitaba un riñón o un hígado o cualquier otro
órgano, podría tener el mío, suponiendo que fueran compatibles.
—No es bueno. —Se apartó y se tumbó de espaldas para mirar el
techo—. Alguien lo sabe.
—¿Qué? —Me puse rígido—. ¿Quién?
—No lo sé. Pero esa es la razón por la que mis padres están aquí. Una
mujer está chantajeando a papá. Dijo que iría a la prensa y diría que tuve
el bebé de Oliver.
—Mierda.
—Mucha. —Se frotó las sienes—. Tenía miedo de hacer demasiadas
preguntas hoy. Mamá y papá sospechan de Oliver, pero no iba a confirmarlo.
Hay toda una historia enrevesada ahí. Se rumorea que mi abuelo tenía
algunos vínculos con la mafia cuando fundó los hoteles Ward. Si es verdad,
papá los cortó hace décadas. Pero lo tiene asustado.
—Mierda —murmuré—. ¿Qué pasa si esta mujer va a la prensa?
—Lo negaré. Oliver lo negará. Pero las especulaciones correrán
desenfrenadas. Y su mujer, sin duda, sospechará que hemos tenido una
aventura.
—Ese es su problema. ¿Qué hay de Drake? ¿Qué tipo de acuerdo
hicieron?
—Tengo un documento firmado en el que dice que renuncia a todos los
derechos parentales. Pero... no está notariado. No está archivado. Estoy 179
apostando porque nunca vaya a cambiar de opinión. Si lo hace...
—Si lo hace, tendrá una maldita pelea en sus manos. No va a tener a
Drake.
— No va a tener a Drake —repitió.
—¿Y tus padres? ¿Qué van a hacer?
—No tengo ni idea. —Gimió—. Estoy segura de que este viaje no fue lo
que papá había planeado. Probablemente esperaba venir aquí, encontrarme
pobre y miserable y agradecer que me llevaran de vuelta a Nueva York en su
jet privado. En lugar de eso, les dije que se fueran a la mierda.
Cuando sacó la lengua, me reí.
—Hiciste lo correcto, quedándote callada.
—Eso espero. —Suspiró—. Mi padre sabe de Oliver y sus conexiones.
También sabe que cualquier vínculo con ellos dañaría su reputación. Ese es
el único hijo que realmente le importa. Su preciosa reputación. En el mejor
de los casos, paga a la mujer para que se quede callada. Probablemente
usará el dinero de mi fondo fiduciario.
—En el peor de los casos, esto se va al carajo.
—Sí. —Se tapó los ojos con las manos—. Qué desastre.
—¿Quién crees que es esta mujer? ¿Tu papá te lo dijo?
—No lo sabe. —Se sentó, acercándose al extremo de la cama para mirar
a Drake—. Tal vez sea una empleada. U otra amante.
El hijo de puta probablemente había estado con otras mujeres mientras
estaba con Memphis. Había tenido un tesoro, un tesoro de oro puro, y en
lugar de apreciarla, la había utilizado para su propia codicia.
Su pérdida. Mi ganancia.
—¿Crees que la mujer que contactó con tu padre podría ser su esposa?
—le pregunté.
—Tal vez. —Se encogió de hombros—. Aunque, ¿por qué necesitaría su
mujer chantajear a mi familia por dinero? Tiene mucho. Ella podría
simplemente divorciarse del culo de Oliver y tomar su dinero también.
—A menos que tenga un acuerdo prenupcial. —Me bajé de la cama. O,
si la mafia era tan despiadada como sospechaba que era, ella involucraría a
su familia y heredaría sus bienes tras su prematura muerte.
—Hay más. Algo sucedió, justo antes de que me fuera —dijo—. Estaba
en medio de las maletas, cargando el Volvo. Salí de mi casa de la ciudad 180
llevando una caja y había una mujer esperando. Una agente del FBI.
Se me cayó el estómago.
—¿El FBI está investigando a Oliver?
—No lo sé. Probablemente. Me mostró su placa y me preguntó si
conocía a Oliver MacKay. Dije: “¿Quién?” y me excusé para ir a ver a Drake.
Observé desde la ventana cómo se alejaba. Al día siguiente estaba en la
carretera.
Me froté la mandíbula.
—Un agente del FBI no chantajearía a tus padres por dinero.
—No. Tiene que ser alguien cercano a Oliver. Alguien a quien hizo
enojar. Y alguien que sabe que mi familia tiene dinero. —Memphis rodeó su
cintura con los brazos—. ¿Por qué no desaparece esto? Sólo quiero que
termine.
Me senté a su lado, atrayéndola a mis brazos.
—Terminará.
—¿Cómo?
—No lo sé, cariño.
—Tal vez debería volver a Nueva York. Averiguar quién es esa mujer.
Pagarle...
—No. No es una opción, Memphis.
Me miró, con esos ojos marrones llenos de disculpas.
—Nunca quise arrastrarte a todo esto.
—No me arrastraste a ninguna parte. Vine por voluntad propia. Salí
por la puerta principal, subí una escalera y entré en tu desván, ¿recuerdas?
Memphis me dedicó una sonrisa triste.
—Knox, no puedo cargarte con esto.
—Nunca has podido contar con nadie, ¿verdad?
Parpadeó, como si la realidad de su vida acabara de golpearla en la
cara.
—Estabas tan sola que te fuiste. Porque no tenías a nadie. Pero ahora
me tienes a mí. Y como te dije la otra noche, no me voy a ninguna parte. —
Tal vez si se lo decía lo suficiente, se lo creería.
—¿Lo prometes?
Dejé caer un beso en su boca. 181
—Lo juro.
Memphis
E
loise estaba registrando a los huéspedes cuando me acerqué a
la recepción, así que me quedé atrás, esperando a que tuvieran
sus tarjetas de acceso y se dirigieran a los ascensores. Se
acomodó en su asiento y se colocó un cabello suelto detrás de
la oreja mientras me acercaba.
—Uf. Hoy ha sido un no parar.
—No bromeabas sobre el ajetreo de las fiestas.
Durante el fin de semana, casi todas las habitaciones del hotel fueron
ocupadas. Los últimos huéspedes habían llegado hoy. Estábamos llenos
para toda la semana con turistas para el Día de Acción de Gracias.
Había estado ordenando las habitaciones ocupadas durante todo el día,
sustituyendo las toallas y la ropa de cama y ordenando. Había aspirado los
pasillos y limpiado el ascensor. Acababa de terminar de fregar la sala de
descanso. Cualquier cosa para mantenerse ocupado. El trabajo frenético y
el ritmo enloquecido habían sido una bendición. Me había permitido
canalizar mi energía nerviosa y mantener mi mente alejada de las
incógnitas.
Mis padres se habían marchado de The Eloise la semana pasada, no
mucho después de nuestra discusión, según Mateo. Probablemente se
habían ido mientras estábamos en Knuckles. No había tenido noticias de
ellos desde entonces.
Meses y meses de llamadas constantes de mi madre, ahora nada más
que el silencio. Tal vez se dio cuenta del daño que me había hecho. Tal vez
papá le había dicho que dejara de llamar. Tal vez se había dado por vencida. 182
Deseaba echar de menos a mi madre. Ojalá pudiera decir que había
echado de menos el timbre regular de mi teléfono. Pero era un alivio. No me
había dado cuenta del dolor que había supuesto cada una de sus llamadas,
de la amargura que habían traído a cada día.
Algún día, mi corazón no estaría tan magullado. Algún día, con suerte,
estos sentimientos hacia ella se suavizarían. Algún día, podría tomar el
teléfono y llamarla para variar.
Pero no hoy.
—¿Te vas ya? —preguntó Eloise, mirando el reloj.
—A menos que necesites que haga algo más. —Eran poco más de las
cinco. Había que recoger a Drake antes de las seis, pero tenía tiempo por si
necesitaba que entregara pantuflas o champán en una habitación.
—No, te has dejado la piel esta semana. ¿Te he dicho lo mucho que te
aprecio? Porque lo hago.
—Gracias. —Mi pecho se hinchó de orgullo. Cuando había trabajado
para Hoteles Ward, había sido raro recibir un cumplido. De mi jefe. De mi
padre. Papá marcaba el tono de la oficina y la amabilidad era una prioridad
lejana a los logros.
Pero Quincy era un lugar acogedor. La gente sonreía al pasar por la
acera y saludaba. Los vecinos cuidaban de los vecinos. Los desconocidos
invitaban a los desconocidos a una taza de café simplemente por
amabilidad.
—Hasta mañana —saludé a Eloise y me apresuré a ir a la sala de
descanso para fichar. Con el abrigo puesto y el bolso colgado del hombro,
me dirigí a Knuckles.
Knox y yo no nos habíamos visto desde que me fui al trabajo esta
mañana. Los dos habíamos estado desbordados por la afluencia de
invitados, y hoy él había empezado a preparar el banquete de Acción de
Gracias que serviría el jueves.
Pero, aunque habíamos pasado todo el día separados, me reconfortaba
saber que siempre estaba cerca. Si lo necesitaba, estaba allí.
Las mesas del restaurante estaban preparadas, algunas ya ocupadas.
La cocina estaba muy animada cuando abrí la puerta giratoria. Skip estaba
en la mesa de preparación, mezclando un bol de ensalada de pasta de maíz.
Roxanne estaba de pie junto a Knox, revisando una tarjeta de menú. Todos 183
me miraron cuando entré.
—Solo quería saludar —dije a la sala—. Ya me voy.
—Un minuto. —Knox levantó un dedo—. No te vayas todavía.
—De acuerdo. —Me aparté del camino para no ser golpeada si una
camarera entraba por la puerta.
—¿Cómo va todo, Memphis? —preguntó Skip.
—Un día ocupado. ¿Y tú?
—Lo mismo. —Golpeó el mango de su cuchara de madera en el lado del
cuenco y luego la llevó al lavavajillas. Al igual que Knox y Roxanne, llevaba
una bata de cocinero blanca y hoy combinaba con un pantalón suelto de
algodón con estampado de guepardo.
—¿Pantalones nuevos, Skip? —Normalmente llevaba vaqueros. Los
pantalones salvajes, atrevidos y holgados siempre habían sido el fuerte de
Roxanne.
—Bastante elegantes, ¿no? —Hizo un pequeño doble paso, bailando en
mi dirección—. Roxanne me dijo que no podía llevar su estilo.
—Porque no puede. —Llevaba el pantalón rosa de camuflaje. El color
brillante hacía juego con las mechas que recorrían su cabello rubio.
Skip se burló y adoptó una pose.
—Puedo.
Las bromas fáciles entre el personal del restaurante siempre me hacían
sonreír. Se burlaban unos de otros. Se burlaban de Knox. Pero por debajo
de las risas y las bromas, había respeto mutuo.
Knox elogiaba a su personal con regularidad. Les daba consejos y les
enseñaba nuevas técnicas. Y, a cambio, le adoraban.
Yo le adoraba. Cada día más.
—¿Todo bien, chicos? —preguntó Knox, desabrochando su bata.
—Sí. —Skip le hizo un simulacro de saludo.
Roxanne asintió.
—Todo bien. Vete de aquí.
—¿No trabajas esta noche? —pregunté.
Respondió desapareciendo en su oficina, regresando un momento
después con su abrigo Carhartt y las llaves de la camioneta.
—Está empezando una tormenta. No quiero que conduzcas sola. 184
—De acuerdo.
Su actitud protectora era algo natural. Era un hombre que se hacía
cargo. Pero, a diferencia de las órdenes gruñidas de mi padre y su
incapacidad para comprometerse, Knox lo hacía con cuidado, no con
control. Como la forma en que nos trasladó a su casa. No había preguntado.
Simplemente llenó mi cesta de ropa, un viaje cada vez, hasta que todo lo que
quedaba en el desván eran mis maletas vacías. Si me hubiera resistido, se
habría llevado todo.
—Hola. —Se detuvo a mi lado y dejó caer un beso en mi frente—. ¿Cómo
estuvo tu día?
—Hola. Bien.
—No viniste a verme en el descanso.
—Porque no me tomé un descanso.
Frunció el ceño y me puso la mano en la parte baja de la espalda,
dirigiéndome fuera de la cocina. Un hombre en una mesa junto a la pared
saludó. Knox levantó la barbilla, pero no dejó de caminar.
—¿Algo de tus padres hoy?
—Ni una palabra.
—Maldita sea.
—Más o menos —murmuré. Ambos queríamos que esto terminara.
Después de mi confesión de la semana pasada, Knox y yo habíamos
pasado horas hablando. Compartir lo de Oliver, soltar ese secreto, me había
quitado un peso de encima. Knox había intervenido y un problema que había
sido mío era ahora nuestro.
Nunca había estado en una relación así. Ni siquiera con mis padres.
Knox y yo habíamos decidido que lo único que se podía hacer con
respecto a mis padres y a ese chantajista era esperar. Nada bueno saldría
si me metía en medio de la situación. En todo caso, solo iluminaría la
verdad.
Esa mujer, fuera quien fuera, no tenía pruebas de que Oliver fuera el
padre biológico de Drake. Nuestra relación había sido secreta, Oliver se
había asegurado de ello, aunque yo no me hubiera dado cuenta en ese
momento. Probablemente estaba actuando por una corazonada, así que
mantendría a mi hijo y su ADN lejos, muy lejos de la ciudad.
Si mi padre decidía no pagarle, entonces la vida se complicaría. Pero 185
contaba con el primer amor de papá: su imagen.
Su reputación siempre había sido su prioridad. Era la razón por la que
sus hoteles tenían la etiqueta de hoteles boutique. Quería que el nombre
Ward fuera conocido por la extravagancia y la exclusividad.
—Nos ocuparemos. —Knox tomó mi mano—. Pase lo que pase, nos
ocuparemos. Juntos.
Juntos. Me quedé mirando su apuesto perfil y dejé que esa palabra
pasara por mi mente.
¿Era esto demasiado bueno para ser verdad? Mi corazón no podría
soportar que esto se desmoronara. Porque día a día, noche a noche, me
estaba enamorando de Knox.
Tal vez ya lo había hecho.
¿Se despertaría mañana por la mañana y se daría cuenta de que podría
tener mucho más que yo? ¿Se resentiría del drama que había traído a su
vida?
—¿Qué? —Knox me dio un codazo en el brazo.
—Nada. —Apreté su mano con más fuerza y la solté cuando salimos.
Una ráfaga de nieve me golpeó en el rostro. Jadeé ante el viento frío,
me metí más en el abrigo y me apresuré al auto.
—Entra. Yo limpiaré el parabrisas. —Me abrió la puerta y, mientras
encendía el motor, utilizó su manga para limpiar el cristal.
Encendí la calefacción mientras él limpiaba su camioneta, y luego me
dirigí al otro lado de la ciudad, a la guardería. El viento hacía volar copos de
nieve en el aire. Era tan denso que no podía ver más allá de una manzana.
Mis nudillos estaban tan blancos como el cielo cuando entré en el
estacionamiento de la guardería.
Knox estacionó a mi lado, esperando mientras entraba corriendo a
recoger a mi hijo.
Estaba en el pasillo cuando la voz de Jill me llamó la atención.
—Ya se ha acostado con él.
Mis pasos se ralentizaron y mis manos se agarraron a mis costados.
Otra vez no.
Nada había cambiado mucho con la guardería. Jill todavía me irritaba 186
muchísimo, pero adoraba a Drake. Así que, aunque tenía que arrancarlo de
sus brazos cada tarde, forzaba sonrisas falsas con los dientes apretados.
Era la primera vez en semanas que la escuchaba cotillear.
Probablemente porque solía estar sola en el cuarto de los niños.
Aceleré mis pasos, llegando a la puerta.
—Hola.
Los ojos de ambas mujeres se ampliaron. El sentimiento de culpa
apareció en sus expresiones. Sí, habían estado hablando de mí. Perras.
—Oh, hola. —Jill tenía a Drake en la cadera, no era una sorpresa.
Siempre lo llevaba en brazos.
—¿Tuvo un buen día? —pregunté, apresurándome a recoger sus cosas.
—Sí, estuvo perfecto. —Le besó la mejilla—. ¿Verdad que sí? Siempre
es perfecto. Pero no hizo la siesta de la tarde. Así que solo nos abrazamos.
Lo que significa que no lo había acostado para que pudiera tomar su
siesta de la tarde. Lo que significa que tendría que acostarlo temprano y
perder mi tiempo con él. Mis muelas empezaron a rechinar cuando fui a
cogerlo de sus brazos.
—Hola, bebé.
Vio mis manos extendidas y al instante comenzó a alborotarse.
Estoy tan jodidamente harta de esto. ¿Qué demonios? ¿Lo alimentó con
azúcar y le dijo que yo era el diablo todo el día? Estaría bien en diez minutos,
pero era como si ella lavara el cerebro de mi bebé todos los días.
—Está bien. —Jill lo rebotó. Pero no lo entregó—. Solo un sueñecito y
luego volverás. Te veré dentro de poco.
Forcé una sonrisa y se lo quité de las manos. Tras un rápido beso en
su mejilla, borrando el que ella había dejado, lo puse directamente en su
asiento de auto. Entonces empezó el llanto.
Odiaba su silla de auto. Esa era parte de la razón de la teatralidad
diaria, ¿no? Tal vez ese viaje desde Nueva York lo había puesto en contra de
este asiento de por vida.
—Oh, Drakey —cantó Jill—. Lo sé. A mí tampoco me gusta.
La odio. La odio. La odio.
En el momento en que se encajó el arnés, salí de la guardería, sin
molestarme en despedirme.
187
Drake lloró durante todo el trayecto hasta la puerta y, cuando salimos
a la nieve, se enfadó aún más. Las lágrimas inundaron mis ojos mientras lo
metía en el Volvo. Luego me puse al volante y di marcha atrás.
A una manzana de distancia, miré por el retrovisor y vi la camioneta de
Knox muy cerca. En el desastre de la recogida diaria de la guardería, había
olvidado que me había seguido a casa. Pero cuando las carreteras se
volvieron heladas y la ventisca pareció intensificarse en la autopista, me
alegré de tener sus faros cada vez que miraba por los espejos.
El viento hacía sonar las ventanillas del auto. El ruido no contribuyó a
mejorar el estado de ánimo de Drake, que siguió llorando. Cuando por fin
llegué al desvío hacia Juniper Hill, suspiré. Ya casi estamos en casa.
Excepto que no era mi casa, ¿verdad? Era de Knox.
Había venido hasta aquí para empezar una nueva vida. Me había
mudado al otro lado del país. Y poco más de dos meses después, estaba
viviendo bajo un techo que no era mío. Para robarle las palabras a Jill,
estaba alojada en su casa.
¿Qué pasaba si Knox decidía que éramos una carga demasiado pesada?
¿Si quería volver a su vida de soltero?
Todas las dudas, todas las inseguridades, me atormentaban en el
camino a casa. Todos los días. Mis nervios temblaban como los árboles en
el viento mientras conducía por la carretera de grava. La casa quedó a la
vista y pulsé el botón del garaje, entrando con facilidad. Tenía a Drake fuera
y el asa de su asiento sobre mi brazo mientras Knox se detenía en su propio
espacio.
—¿Qué le pasa a Drake? —preguntó, saliendo de su camioneta.
—Nada. —Hice un gesto de desprecio.
Sabía que era mentira, pero se quedó callado, guiando el camino hacia
su casa y cerrando la puerta cuando todos estábamos dentro.
—Agrandaremos la casa.
—¿Eh?
—No me gusta tener que llevarlo por la nieve para entrar. —Se agachó
y desabrochó a Drake, levantándolo. Solo cuando estuvo en los brazos de
Knox dejó de llorar.
Por supuesto que dejó de llorar. Estaba con su segunda persona
favorita.
188
Yo era un tercero reacio.
—Memphis.
—Knox. —Pasé junto a él, llevando el asiento del auto y la bolsa de la
guardería de Drake al dormitorio de huéspedes.
Mi soledad duró poco. Los pasos de Knox llegaron a la habitación.
—Saliste de la guardería al borde de las lágrimas.
—Sí, bueno... —Dejé la bolsa en el suelo y saqué los biberones sucios.
El cielo no permite que Jill los enjuague por mí—. Eso es normal.
—¿Por qué es normal?
—Porque Jill, la señora de mi guardería, adora a Drake. —Levanté las
manos—. Ella lo ama. Lo mima. Y cualquier otra madre se alegraría de que
su bebé sea amado y mimado, pero a mí me duele. Me duele que prefiera
quedarse con ella antes que venir a casa conmigo. Y me duele que no
tengamos realmente un hogar al que volver. Este es tu hogar. Yo no tengo.
Y mi único familiar es un niño pequeño que...
—Te ama. —Knox se adelantó y me entregó a Drake, aplastando el resto
de mi arrebato. Luego nos abrazó a los dos—. Te ama. Porque eres una
buena madre.
Miré a mi hijo, que había dejado de llorar y estaba ocupado agarrando
un puñado de mi cabello. Sus ojos marrones eran tan grandes y expresivos.
Su rostro era tan pequeño y perfecto.
—Él es todo mi mundo. Solo quería ser el suyo.
—Lo eres, cariño.
Me encontré con la mirada azul de Knox.
—¿Lo soy?
—¿Te mentiría?
No. La frustración me caló hasta los huesos.
—¿Qué me ha pasado? Solía estar muy segura de mí misma. Ahora lo
cuestiono todo. Dudo de mí constantemente. Y lo odio.
—Oye. —Me acercó a él y me acurruqué en su pecho, absorbiendo su
aroma picante. Sus brazos y ese olor habían sido las únicas razones por las
que había dormido esta semana. Me había abrazado todas las noches,
nuestros miembros entrelazados, nuestros cuerpos desnudos, hasta que
había apagado los miedos y la incertidumbre para descansar. 189
—¿Por qué me quieres? —susurré—. Soy un desastre.
—Ven conmigo. —Me soltó y me tomó de la mano, llevándonos a la
cocina. Luego sacó un taburete de la isla y dio una palmada en el asiento—
. Sujeta a Drake.
Agarré a mi hijo y lo apoyé en una rodilla, haciéndolo rebotar
suavemente.
Los fines de semana era más fácil dejarle en el suelo. Dejarle descansar
en su alfombra de juegos. Los días laborables, después de haber pasado
ocho o nueve horas en los brazos de Jill, me resultaba más difícil soltarlo.
Así que lo sostuve en brazos y ambos miramos a Knox recorrer la isla y sacar
comida de la nevera y la despensa.
Abrió un paquete de tocino y lo puso en una sartén, la grasa se derritió
y estalló al salpicar. Sacó un recipiente de harina y vertió una cucharada
directamente sobre la encimera. Luego hizo un pozo, rompiendo tres huevos
en el polvo blanco antes de espolvorearlo todo con sal.
Trabajó la harina y los huevos hasta formar una masa, con los dedos
sucios mientras la amasaba desde una masa pegajosa hasta esta bola
perfecta y suave. Luego se puso a trabajar con un cuchillo, picando el tocino
crujiente y luego el perejil antes de rallar el queso.
Siguió trabajando hasta que llenó dos cuencos con pasta carbonara, y
cuando puso el mío delante de mí, simplemente me besó la sien y me dio un
tenedor.
Drake empezó a retorcerse a mitad de la cena, así que me excusé y me
escapé para darle un largo baño. Luego me senté con él en la cama de
invitados y le di el biberón. Se quedó dormido casi al instante.
Knox estaba exactamente donde lo había dejado, sentado en la isla,
navegando por su teléfono. Rodeado de desorden. Cuando me oyó, dejó el
teléfono a un lado.
—¿Está dormido?
—Sí. —Alcancé mi cuenco, pero él me lo quitó de las manos, poniéndolo
exactamente donde había estado.
Cuando se levantó, su rostro era ilegible, su expresión cerrada.
—¿Te gustó la cena?
—Fue increíble. —Todo lo que hacía era increíble. 190
—Bien. Ahora mira alrededor.
La cocina era un desastre. Tenía salpicaduras de grasa en su camisa,
y la harina espolvoreaba sus vaqueros. Las encimeras y los fogones
necesitarían una limpieza a fondo. Había que fregar el suelo y poner el
lavavajillas.
—Los días más locos en la cocina terminan con comida en todas las
superficies. Esos son los días en los que salgo por la puerta tan agotado que
apenas puedo mantener los ojos abiertos en el camino a casa. La pasión
viene del desorden, Memphis. —Enhebró sus manos en mi cabello—.
También lo hace todo lo que dura.
Mi cuerpo se hundió.
—Te mereces algo...
—Tú.
—Iba a decir mejor.
—No. Te merezco. Porque te quiero. Y maldita sea, me lo he ganado.
Toda la mierda que pasé. El infierno que soportaste. ¿A quién demonios le
importa si está desordenado? —Movió una muñeca por la habitación—. Es
exactamente como debería ser.
—Pero...
—Maldita sea, Memphis. Deja de discutir conmigo. —En un instante
me levantó y me puso sobre la isla. Un tenedor salió disparado, cayendo al
suelo. Luego se puso entre mis piernas, sosteniendo mi mirada, nuestras
narices tocándose—. Déjame que te lo aclare. Tú eres mía. Drake es mío.
Para todos tus días y cada una de tus mañanas. Mía. ¿No me quieres?
—Por supuesto que te quiero.
—Entonces bésame, joder.
Puse mis manos en su rostro, pero cuando se inclinó, lo empujé hacia
atrás. Porque yo también tenía algo que decir.
—Tengo miedo.
—No me digas.
Puse los ojos en blanco.
—Me vuelvo un poco loca.
—¿Y qué? —Se inclinó de nuevo, esta vez más insistente—. Vuélvete
191
loca. Ten miedo. No me ahuyentarás.
Había un desafío en su voz. Como si supiera que quería dudar de él y
me retara a intentarlo. Me retó a empujar porque no se alejaría.
—Tú también eres mío —susurré.
—Lo sé. —Se inclinó, y esta vez dejé que capturara mis labios. Me pasó
la lengua por el labio inferior y, cuando me abrí para él, hurgó en su interior,
sin dudar ni un momento mientras me arrastraba entre sus brazos y me
llevaba por el pasillo hasta el dormitorio.
Me quitó los vaqueros y la camiseta de manga larga que llevaba,
dejándome solo con un sujetador negro y unas bragas. Liberé el botón de
sus vaqueros mientras él se llevaba la mano a la nuca y le quitaba la
camiseta por la cabeza.
Mis manos recorrieron los fuertes músculos de su pecho, cayendo
sobre el estómago ondulado y las líneas alrededor de sus caderas. Más allá
de las ventanas, la tormenta de nieve arreciaba. Aquí, nosotros, juntos,
estábamos en llamas.
Knox me rodeó la espalda con un brazo mientras su lengua y sus labios
me devoraban, sin soltarse mientras me mantenía pegada a su cálida piel.
Con su otra mano, hurgó bajo mis bragas y sus largos dedos encontraron
mi centro.
Acarició mis pliegues húmedos, torturándome con su tacto.
Jadeé contra su boca y empecé a temblar. Jugó conmigo, metiendo un
dedo dentro mientras me frotaba el clítoris. Mis caderas se movieron contra
su mano, siguiendo su ritmo.
—Knox —gemí.
—Córrete con mis dedos. Luego puedes tener mi polla. —Bajó sus
labios a mi cuello, se aferró a él y chupó mientras bombeaba sus dedos hacia
dentro y hacia fuera, acariciando mis paredes internas hasta que jadeé.
Levanté una pierna, enganchándola en su cadera mientras mis brazos
se enrollaban alrededor de su cuello y me sostenía, montando su mano
mientras me follaba con los dedos. Las estrellas estallaron en mi visión y me
corrí con un grito, un estallido de placer tan puro que no pude hacer nada
más que sentir.
—Joder, qué sexy. —Me mordisqueó el lóbulo de la oreja mientras las
réplicas resonaban en mis miembros. Luego me desenvolvió de su cuerpo y
me tumbó en la cama, quitándome las bragas y el sujetador.
192
Se metió el dedo en la boca, degustando mi sabor, y luego me separó
las piernas para que quedara abierta.
—No te muevas.
Asentí y llevé las manos a mis pezones, que estaban como guijarros, y
les di un tirón.
—Otra vez. —Knox se colocó en el extremo de la cama y observó.
Tiré de mis pezones, amando el brillo de sus ojos.
—¿Así?
—Otra vez.
Sonreí y seguí jugueteando con ellos mientras se quitaba los vaqueros,
con su gruesa excitación moviéndose libremente.
Rodeó con su puño el eje de terciopelo, acariciándolo una y otra vez
mientras me miraba. Una gota de semen se formó en su coronilla y me lamí
los labios.
—¿Quieres tu boca sobre mí, Memphis?
—Sí —susurré.
—Más tarde. Esta noche me voy a correr en tus bonitas tetas.
Mi respiración se agitó de nuevo.
—Toca tu clítoris.
Solté uno de los pechos, dejando caer mi mano sobre el nudo
endurecido entre mis piernas. En cuanto me toqué, mi espalda se arqueó
sobre la cama.
—No cierres las piernas —ordenó Knox.
Las mantuve abiertas mientras se acomodaba entre ellas, arrodillado
ante mí.
Su mano en el eje no dejaba de trabajar mientras bombeaba. La otra
apartó los dedos de mi centro.
—Tócate los pezones.
Obedecí. Al instante. En el dormitorio, en la vida. Todo el placer que le
proporcionara, me lo devolvería diez veces más.
Su mano volvió a encontrar mi clítoris, e igualó el ritmo de sus caricias
en ambos, haciéndome trabajar hasta que apenas podía respirar.
—Eso es, cariño. Vuelve a correrte.
193
Exploté, mis ojos se cerraron mientras el orgasmo recorría mi cuerpo.
Knox gimió e hizo exactamente lo que había prometido. Se corrió sobre
mi vientre y mis pechos. Vi cómo el éxtasis bañaba su hermoso rostro
mientras su nuez de Adán se movía con su liberación. Mientras se deshacía.
Por mí.
Un escalofrío recorrió sus hombros cuando abrió los ojos. Luego me
dedicó una sonrisa sexy y diabólica.
—Ahora eres un desastre.
Su desorden.
En ese desorden, había pasión.
En esa pasión, éramos perfectos.
194
Memphis
K
nuckles nunca había parecido tan mágico. Este restaurante
estaba destinado a estar lleno de gente, y no había ni una sola
mesa vacía. Desde el momento en que entré por la puerta, el
ruido me absorbió por completo. El tintineo de los cubiertos.
El estruendo de las conversaciones. El bullicio de las risas desenfrenadas.
El aroma de las especias y las hierbas me atrajo hacia el interior del
local. Pavo asado. Patatas cremosas. Arándanos picantes. Relleno de salvia
y pan de maíz dulce. Me rugió el estómago.
Drake sintió la emoción en el aire y soltó un pequeño chillido, moviendo
las piernas mientras pasábamos por el puesto de recepción.
Algunas de las personas que comían su festín de Acción de Gracias
eran huéspedes que reconocía de los pasillos del hotel. Otros eran
lugareños, la mayoría de los rostros no los conocía. Pero algún día, como
Knox, esperaba pasar por aquí y conocer a la mayoría de la gente por su
nombre.
Atravesé la puerta giratoria de la cocina, esperando el caos. En su
lugar, me recibieron más risas mientras Roxanne, Skip y Knox se situaban
alrededor de la reluciente mesa de preparación. El adolescente que lavaba
los platos estaba apilando platos limpios.
—¿Estoy en el lugar correcto? —pregunté.
Knox se rio y se acercó, tomando a Drake de mis brazos. Entonces su
boca estaba sobre la mía, su lengua recorriendo mis labios.
Parpadeé, sorprendida por el beso, pero luego llevé las manos a su
rostro para sujetarlo, riendo cuando gruñó y me soltó. 195
—Vaya. Eso sí que es un hola.
—Hola. —Su sonrisa era impresionante.
Drake enganchó una mano en su barba y tiró.
—Hola, jefe. —Knox le besó la mejilla y luego me atrajo a su lado—.
¿Qué tal la mañana?
—Supongo que no tan agitada como la tuya.
Como la guardería estaba cerrada por Acción de Gracias, había pasado
la mañana con Drake. Eloise, la mejor jefa del mundo, había cambiado los
turnos para que tuviera hoy y mañana libres. Trabajaría todo el fin de
semana, pero Knox se había ofrecido a cuidar de Drake.
Pasé una hora jugando con mi hijo, trabajando en la hora del vientre 1
y en las vueltas. Luego, durante la siesta de Drake, limpié la casa de Knox.
Había salido justo después de las cuatro para ir al restaurante y preparar
la comida de las fiestas.
Hoy Knuckles tenía un menú único y solo se podía reservar. Los
lugareños que no habían querido cocinar y los que estaban de visita en
Quincy habían reservado el día hacía meses. Todos los asientos estaban
ocupados.
—¿Cómo ha ido todo? —pregunté.
—Bien. Fácil. —Se rio mientras Roxanne y Skip se burlaban.
—Es la primera vez que respiro desde los cinco años —dijo Roxanne,
despojándose de un delantal mientras se dirigía al vestidor. Salió con tres
cuencos cuadrados de plata, cada uno de ellos cubierto con un envoltorio
de plástico transparente—. Me voy a casa a comer hasta caer en coma.
—Gracias por lo de hoy —dijo Knox.
—Ya lo creo. Nos vemos mañana.
Knox saludó con la mano mientras desaparecía por el pasillo para
escabullirse por la salida lateral. Luego me soltó, entregándome a Drake,
para desabrocharse la bata blanca.
—¿No necesitas quedarte? —pregunté, mirando hacia la puerta y a la
gente que había más allá.
—No, ya hemos terminado. Todas las mesas tienen comida. Habrá un
montón de platos que lavar, pero la cena familiar de Skip no es hasta esta
noche, así que va a cerrar. —Hizo un ovillo con su bata, llevándolo a un
196
cubo de lavandería, y recuperó las llaves y la chaqueta de su despacho—.
Llámame si necesitas algo.
1 La hora del vientre es el periodo del día que el bebé pasa despierto y boca abajo.
Skip levantó una mano.
—Feliz Acción de Gracias.
—Lo mismo para ti. —Knox volvió a robar a Drake, llevándolo en brazos
mientras salíamos de la cocina. Ni cinco pasos en el comedor y un hombre
se levantó de su mesa de ocho, con la mano extendida.
—Esta es una gran comida, Knox.
—Gracias, Joe. Te agradezco que hayas venido.
—Estábamos hablando de que esta será nuestra nueva tradición. —Joe
me miró y Knox me pasó la mano por los hombros.
—Joe, esta es mi novia, Memphis. Y este hombrecito es Drake.
—Encantado de conocerte —dijo Joe, estrechando mi mano.
—Hola. —Asentí y sonreí, esperando que la sorpresa no se reflejara en
mi rostro.
Novia. Ya había sido novia antes. Nunca ese estatus había sonado tan...
duradero.
Tardamos veinte minutos en cruzar la sala porque en cada mesa por la
que pasábamos, alguien paraba a Knox y le felicitaba por la comida.
Entonces él me presentaba como su novia. Una y otra vez. Cada vez, un
escalofrío recorría mi columna vertebral.
Hasta que finalmente llegamos a las puertas y escapamos al exterior, a
la nieve.
—Vayamos juntos. Mañana recogeremos mi camioneta.
—De acuerdo. —Seguí sus pasos a través de la nieve hasta el Volvo en
el estacionamiento.
La tormenta de la semana pasada había dejado más de treinta
centímetros. No mostraba signos de derretimiento. Pero este principio de
invierno estaba bien para mí.
La nieve hacía que Quincy fuera aún más encantador. Y, en cierto
modo, era como un capullo que nos aislaba del mundo exterior. Todavía no
tenía noticias de mis padres, y a medida que pasaban los días, mi ansiedad
disminuía.
La espera no era fácil, pero tenía muchas distracciones. Un niño. Y mi
197
Knox.
Nos subimos al auto y Knox tomó las llaves para poder conducir. Luego
nos pusimos en marcha hacia el rancho Eden.
Mis rodillas empezaron a rebotar cuando salimos de la autopista. Me
senté sobre mis manos para que no se movieran.
Los dedos de Knox tamborileaban sobre el volante, pero, a diferencia
de mí, no eran nervios. La energía irradiaba de sus anchos hombros y la
sonrisa de su rostro era embriagadora.
—Estás activo.
—Sí. —Sus ojos azules brillaban bajo el sol de la tarde—. Es el
restaurante. Hoy hubo mucho trabajo. Todavía estoy en esa onda.
—Te encanta, ¿verdad?
—De verdad que sí.
Una punzada de envidia golpeó.
—A mí no me encanta limpiar habitaciones.
Tomó una mano de debajo de mi muslo, entrelazando nuestros dedos.
—¿Qué te gusta?
¿Qué es lo que me gusta?
—No tengo ni idea. Nunca me dieron la libertad de decidir.
—Ahora no eres más que libre, cariño.
—Aparte de que necesito dinero para pagar el alquiler y la comida.
Hablando de eso, no has depositado mi último cheque del alquiler.
—¿No lo he hecho?
Fruncí el ceño.
—Si no lo cobras, me mudaré al desván.
Se rio.
—Lo cobraré.
—Gracias. —Miré a Drake en la parte de atrás y el espejo de frente para
poder ver su rostro. Su atención estaba absorta en la ventana y el mundo
exterior—. Sobre todo, quiero pasar tiempo con él. Más tiempo.
—Tienes una educación de la Ivy League. Apuesto a que, si te pones a
buscar, puedes encontrar algo en Internet. La gente está trabajando desde
casa más que nunca. Diablos, si quieres, podemos convertir el desván en 198
una oficina.
—Tal vez. —Eso era muy tentador—. Pero todavía no. No hasta que
tenga algunos ahorros.
—Puedo cubrirte.
—Gracias, pero no. —Mi independencia era demasiado importante.
—Eres testaruda —se burló.
—Absolutamente.
Se llevó mis nudillos a los labios.
—Me gusta que seas testaruda. Pero me gustaría aún más si amaras
tu trabajo.
—No me disgusta mi trabajo.
—Eso no es lo mismo.
—Lo sé —dije entre dientes—. Eloise no estaría contenta contigo si le
dijera que estás intentando que renuncie.
—Eloise no estaría contenta conmigo por muchas cosas en lo que
respecta al hotel. —Exhaló un largo suspiro—. Mis padres me han pedido
que me haga cargo.
—¿Qué? —Me senté más erguida—. ¿Cuándo?
—Hace tiempo que se discute. No he querido tomar una decisión, así
que lo he dejado de lado. Pero... No puedo ignorarlo para siempre. Su visión
es que todos los negocios de la familia permanezcan en la familia. Griffin
tiene el rancho. Lyla tiene Eden Coffee. El hotel es el siguiente signo de
interrogación y les gustaría que yo lo tomara.
¿Knox? ¿De verdad?
—No te enfades conmigo por esto, pero… siempre lo he visto como de
Eloise.
Me dedicó una suave sonrisa.
—Nunca me enfadaré cuando seas sincera. Y es de ella.
—Entonces, ¿por qué no querrían que lo tuviera?
—Ella es joven. Me encanta el corazón de mi hermana, pero hubo
ocasiones en las que se ha dejado llevar por ese corazón y ha tomado una
decisión comercial equivocada. Mamá y papá acaban de salir de un pleito
con un antiguo empleado. Ha sido... estresante.
—Oh. No lo sabía. —Eloise me había contado muchas cosas sobre su 199
familia, el hotel y Quincy en general, pero no sobre un pleito—. ¿Acaso
quieres dirigir el hotel?
—En realidad no —admitió—. Pero prefiero hacerme cargo antes de que
mamá y papá lo vendan.
Hice una mueca. El hotel no sería el hotel sin los Eden. Sin Eloise.
—Si lo hiciera, espero que no cambie mucho. No quiero quitarle el
trabajo a Eloise, pero en lugar de responder ante mis padres, lo haría ante
mí. Y yo me mantendría al margen, solo para intervenir en las
conversaciones más difíciles.
Teniendo en cuenta que rara vez veía a Harrison o a Anne en el hotel,
dudaba que a Eloise le importara ir a Knox en su lugar. Tal vez le gustara
tener a alguien más cercano con quien intercambiar ideas. Sin embargo...
¿por qué esto se sentía tan mal?
—Se siente como una traición —expresó la respuesta a mi pregunta no
formulada—. ¿Sabías que Eloise se llama así por nuestra tatarabuela, Eloise
Eden? Era su hotel.
—Me lo dijo al tercer día.
—Está orgullosa. Debería estarlo. Ha trabajado mucho. —Hizo un gesto
de descarte—. De todos modos... Quería que lo supieras. Que te pongas a
pensar. No tenemos que hablar de ello hoy.
Los nervios con los que había estado luchando toda la mañana se
dispararon cuando pasamos por debajo de un arco de troncos. En su vértice
estaba la marca del rancho Eden.
—¿Por qué estoy nerviosa? —No era que no hubiera conocido a toda la
familia de Knox. Sus hermanos estaban a menudo en el hotel. Sus padres
también. Talia era el médico de Drake.
Pero hoy era una función familiar en la casa de Harrison y Anne. Y yo
era la novia que se unía por primera vez.
—No tienes nada de qué preocuparte. Bueno, excepto que Eloise
mencionó hacer galletas. No te acerques a ellas.
Me reí mientras avanzaba por un camino de grava bordeado por vallas
de alambre de espino. Bajo los árboles de hoja perenne que se alzaban sobre
el terreno, el suelo estaba cubierto por un manto de nieve. Había paz.
Sereno.
—Esto es precioso —dije. 200
—Es un hermoso trozo de mundo.
Sonreí.
—Lo es. Pero me gusta más tu trozo en Juniper Hill.
—A mí también. —Me guiñó un ojo y condujo el resto del camino
mientras yo estudiaba el paisaje.
Mi corazón se aceleró cuando apareció una casa de madera con un
porche envolvente. La casa se alzaba orgullosa en un claro entre los árboles.
Más allá de un terreno amplio y abierto había un edificio para la tienda.
Enfrente había un enorme granero y unos establos.
Todos los tejados estaban cubiertos de nieve. Una columna de humo
salía de la chimenea de la casa. Una hilera de vehículos estaba fuera.
—¿Llegamos tarde? —pregunté.
—No. No vamos a comer hasta más tarde —dijo, deteniendo el auto—.
Pero supongo que todos han estado aquí la mayor parte del día, pasando el
rato.
—De acuerdo. —Mis dedos temblaron mientras me desabrochaba el
cinturón de seguridad.
Las comidas navideñas de mi familia solían ser cortas y tranquilas. Nos
sentábamos alrededor de la mesa, mirando nuestros teléfonos durante la
comida. En nuestro último Día de Acción de Gracias, el personal apenas
había empezado a recoger los platos vacíos antes de que todos nos
dispersáramos.
Papá y Houston desaparecían en el despacho para hablar de trabajo.
Mamá bebía demasiado champán y se iba a la cama temprano. Raleigh y yo
nunca habíamos sido cercanas. Ni de niñas, ni mucho menos de
adolescentes. Le encantaba ir de compras y viajar con sus amigas. No haría
nada que pusiera en riesgo su fondo fiduciario.
Todos habíamos sido nuestras propias islas.
Pero yo estaba cansada de estar en una isla. Hoy, quería pertenecer.
Knox salió del auto y tomó a Drake. Llevaba la bolsa de pañales sobre
un hombro y yo seguía en el asiento del copiloto. Se inclinó, mirándome
desde la puerta abierta.
—¿Necesitas un minuto? Puedo decirles que estás al teléfono.
Se excusaba mientras yo me ponía al día.
201
—No. —Tomé un último aliento fortificante y salí.
La puerta principal se abrió mientras subíamos las escaleras del
porche. Harrison, alto y ancho, como sus hijos, llenaba el umbral. El
brillante sol de invierno hacía resaltar los mechones grises enhebrados en
su cabello oscuro.
—Espero que tengan hambre. Anne está cocinando lo suficiente para
alimentar a cien personas.
Knox se rio.
—Suena como mamá.
—Me hizo comprar todos los contenedores de plástico nuevos en la
tienda para poder enviar los extras a casa con ustedes. Lo que significa que,
si quiero sobras, voy a tener que conducir hasta tu casa.
—Tengo las sobras del restaurante. —Knox le dio una palmada en el
hombro a Harrison cuando llegamos a la escalera superior—. Así que puedes
quedarte con las nuestras. Las esconderé en la nevera del garaje por ti.
—Bien hecho. —Harrison se rio y me abrazó—. Me alegro de que estés
aquí, Memphis.
—Gracias por recibirnos.
—Entra. —Se movió para arroparme contra su costado, haciendo que
el paso a través de la puerta fuera estrecho. Pero no me dejó ir mientras me
guiaba por la entrada hasta la cocina. Olía tan bien como el restaurante—.
Siéntete como en casa. No soy muy dado a las visitas guiadas, así que solo
tienes que husmear hasta que encuentres lo que necesitas.
Husmear. No había husmeado en casa de mis padres y era la casa en
la que había crecido.
—Qué bien. Por fin están aquí —dijo Anne mientras entrábamos en la
cocina, secándose las manos en una toalla antes de tirar de mí para
abrazarme.
En cuanto me soltó, Lyla ocupó su lugar. Entonces Eloise se unió a
nosotras desde el salón con su famosa sonrisa, la que nunca dejaba de
hacerme sonreír a mí. Mateo entró en la sala con un hombre mayor que
supe que era el hermano de Harrison, Briggs. Y finalmente Winslow y Griffin
llegaron desde un pasillo, acabando de acostar a Hudson para una siesta.
—¿En qué están trabajando? —preguntó Knox a Anne, acercándose a
la estufa y sacando la tapa de una olla.
202
—No toques eso. —Le dio un manotazo—. Estoy experimentando con la
salsa de arándanos.
—¿Quieres ayuda?
—Has estado cocinando todo el día. —Lo espantó hasta que se puso a
mi lado en el otro lado de la isla—. Lyla y yo estamos haciendo la cena.
—¿Puedo ayudar? —pregunté—. No soy una gran cocinera, pero Knox
me ha estado enseñando algunas cosas.
Nuestras lecciones de cocina eran poco frecuentes y estaban
impregnadas de juegos previos. Cada vez que me ponía delante de la
encimera, Knox se acercaba por detrás para juguetear con mi cabello o
arrastrar las palmas de sus manos por mi trasero. Pero había aprendido a
hacer algo más que macarrones con queso de caja.
Anne miró más allá de mí hacia donde Eloise hablaba con Griffin. Luego
señaló con la cabeza la bolsa de galletas que había en el mostrador.
—Si esas se encuentran accidentalmente con el cubo de la basura del
garaje mientras vas a agarrar algo de la nevera de fuera, estaría bien.
—¿Son realmente tan malas?
Anne y Lyla compartieron una mirada.
—Eliminación de galletas. En ello.
—Gracias —dijo Lyla, y luego volvió a pelar patatas.
La puerta principal se abrió y unos zapatos golpearon el suelo.
Entonces Talia entró en la habitación con una bata verde.
—¡Hola! ¿Soy la última en llegar?
—Sí. —Knox se acercó a besar su mejilla, pero lo ignoró y me abrazó.
Los Eden tenían algo más que ojos azules y cabello chocolate en común.
Todos ellos sabían cómo dar un abrazo que me daba ganas de llorar.
Se abrazaban sin dudar. No se ponían rígidos como mi madre. No les
preocupaba que se les borrara el maquillaje, como a mi hermana. No eran
reacios al contacto humano en general, como mi padre y mi hermano.
Los Eden se abrazaban.
Y, con cada uno, me di cuenta de lo solitaria que había sido mi vida.
—¿Cómo está mi pequeño Drake? —Talia lo tomó de Knox, besando su
mejilla. Se había deshecho en halagos en su revisión a principios de mes. Y
cuando lo declaró perfecto, inmediatamente estuve de acuerdo—. Mira lo
grande que estás.
203
—No seas acaparadora. —Harrison entró en la habitación y levantó a
Drake de los brazos de Talia—. Vamos, amigo. Vamos a ver un poco de
fútbol.
Drake soltó una retahíla de balbuceos y babas, amando la atención.
—No soy acaparadora. —Talia tomó una aceituna de la bandeja de
aperitivos de la encimera—. ¿Dónde está Hudson?
—Dormido. —Knox agarró un pepinillo y se lo metió en la boca mientras
Griffin y Winn se unían a nosotros.
—Esperemos que con una siesta no sea un terror durante la cena —
dijo Winn—. Estaba agotado.
—Porque se despierta antes del amanecer —murmuró Griffin, sacando
un taburete—. Mi hijo es un niño mañanero.
—El mío no. —Knox sacó el taburete junto a su hermano—. Es un búho
nocturno.
Toda la habitación se quedó quieta mientras mi aliento se atascaba en
mi garganta.
El mío. Una palabra corta, tres simples letras, y si había alguna duda
de que estaba enamorada de Knox Eden, se desvaneció.
Lo amaba porque él amaba a Drake.
Todos los ojos estaban puestos en Knox. Anne lo miraba fijamente con
las manos apretadas contra su corazón.
Se limitó a encogerse de hombros y a comer otro pepinillo.
—¿Lyla?
—Sí.
—Dile a mamá que su salsa de arándanos está a punto de hervir.
—Eso no… Oh, mierda. —Anne entró en acción, apartando la sartén de
la estufa.
Un pequeño grito llegó desde el pasillo y no pertenecía a mi hijo.
—Demasiado para una siesta —dijo Griff—. Voy por él.
Pero antes que pudiera ir a rescatar a Hudson, Talia salió volando por
el pasillo.
—No, no, no. Es mío.
—Tiene fiebre de bebé —dijo Lyla—. Gracias a Dios que no es
contagiosa. 204
La sala se rio y se instaló en una conversación fácil. Griffin y Knox
hablaron del rancho y de la próxima temporada de partos. Winn nos habló
de la llamada al 911 que había recibido ayer de una mujer que había
confundido una ardilla en su garaje con un ladrón. Entonces llegó su
abuelo, pops, con un pequeño ramo de flores para todas las mujeres de la
casa, incluida yo.
Tenía el ramo apretado contra mi nariz cuando Mateo volvió a la cocina
con Drake en un brazo.
—¿Quieres que lo tome?
—No. Talia cree que va a ser la tía favorita. Pero el tío Mateo está a
punto de robarle el protagonismo. —Le hizo cosquillas a Drake—. ¿No es
cierto, hombrecito? Si alguna vez necesitas algo, dulces, juguetes, comida
basura, soy tu hombre.
Knox se rio.
—Esto será interesante de ver.
Se me cerró la garganta. Mis pulmones no se llenaron de aire. Levanté
un dedo y me escabullí, encontrando un tocador al final del pasillo. Cerré la
puerta con facilidad, forzando el oxígeno en mis pulmones mientras me
apoyaba en el mostrador.
Mis ojos se inundaron cuando la puerta se abrió de nuevo y Knox
estaba allí, envolviéndome en sus brazos.
—Tu familia es... —Le miré a través del espejo—. Es hermosa. Es tan
hermosa que no podía respirar.
—¿Ya estás mejor?
Asentí, parpadeando las lágrimas. Lágrimas de felicidad.
—Este es el tercero.
—¿El tercer qué?
—El tercer mejor día.
Una magnífica sonrisa se extendió por su rostro.
—Como he dicho, cariño. Me los llevo todos.
Me puse de puntillas, buscando sus labios.
—¿Lo prometes?
—Lo juro.
205
Knox
E
ra extraño estar en la cocina de Knuckles y sentirse nervioso.
Ni siquiera en la noche del estreno me había sentido así. Mis
dedos no dejaban de rozar la mesa de preparación, así que me
los metí en los bolsillos de los vaqueros antes de marcar mis
huellas por todas partes.
Examiné todas las superficies de la habitación, desde los mostradores
relucientes hasta las estufas pulidas y los estantes con platos blancos que
brillaban bajo las luces.
El olor a lejía flotaba en el aire. No me había molestado mientras
limpiaba, pero ahora... esta cocina debería oler a comida. A vainilla, harina
y canela.
—Galletas. —Me puse en marcha y tomé un bol para mezclar de su
estantería. Luego empecé a sacar provisiones de la despensa. Estaba
echando un par de huevos en la mezcla de azúcar y mantequilla cuando se
abrió la puerta giratoria.
Memphis entró con Drake en la cadera. Su sonrisa cayó al ver el
desorden en la mesa de preparación, luego sus ojos se suavizaron.
—Estás nervioso.
—Estoy nervioso —admití, con los hombros caídos. Y ahora, en lugar
de una cocina limpia, tenía un lote de masa de galletas a medio empezar—.
Será mejor que limpie esto.
—No, no lo hagas. —Se acercó y se puso de puntillas, tirando de mi
bata para que me agachara y le diera un beso—. Haz lo que sea que estés
haciendo. 206
—Snickerdoodles 2.
216
Knox
—C
ierra los ojos. —Memphis me agarró de la mano,
deteniéndose ante las puertas del anexo del
hotel. Luego me condujo a través de ellas,
tirando de mí unos pasos antes de que nos
detuviéramos—. Bien, ábrelos.
En los últimos diez días, el salón de baile se había transformado para
una elegante boda de invierno. Se habían colgado luces doradas sobre la
pista de baile. Los ramos de flores rojas y verdes salpicaban las mesas
vestidas de blanco. Incluso las sillas se habían cubierto. En sus espaldas
había ramitas de acebo y bayas rojas.
—Vaya. —Dejé que Memphis me arrastrara hacia el interior de la sala,
pasando por mesas con platos dorados y copas de cristal.
—¿No es un sueño? —La sonrisa de Memphis se extendió por su
rostro—. Ha sido muy divertido ayudar a prepararlo todo.
La boda de mañana no sería un gran acontecimiento. Era para una
pareja local y habían limitado la lista de invitados a cien. Knuckles se
encargaba del catering. El hotel estaba lleno, no solo por los invitados a la
boda de fuera de la ciudad, sino por los que estaban en Quincy por las
vacaciones.
Las Navidades eran dentro de tres días y todos los miembros del
personal habían estado trabajando sin parar, especialmente Memphis.
Había seguido el ritmo de la limpieza, y cuando la novia pidió ayuda para
montar el salón de baile, Memphis fue la primera en ofrecerse.
—La tarta irá allí. Y el bar se instalará mañana en esa esquina. — 217
Señaló alrededor de la sala—. Y el DJ estará junto a la pista de baile.
Mañana por la mañana iré a asegurarme de que todas las flores tengan
agua.
—¿Trabajas mañana? —Era sábado y no lo había mencionado. Aunque
habíamos estado tan ocupados esta semana que cuando llegaba a casa cada
noche, no había mucha conversación. Ahorré la energía suficiente para darle
un orgasmo o dos antes de que ambos cayéramos rendidos.
—No, pero iba a ir a la ciudad a hacer unas compras de última hora.
Tal vez comprarle a tu madre algo para Navidad.
—Ya le hemos hecho un regalo. —Una tarjeta de regalo para el spa
local.
—Eso fue de tu parte. Quiero regalarle algo de mi parte. Además, no es
como si estuviera comprando para mi propia madre este año.
—Lo siento.
Levantó un hombro.
Habían pasado semanas sin noticias de sus padres, ni siquiera un
indicio de cómo habían manejado la situación del chantaje. Revisé los
periódicos de Nueva York en línea cada día. Memphis también lo hacía. No
se había mencionado a ningún miembro de la familia Ward ni a Oliver
MacKay.
Las llamadas de Beatrice habían cesado, por lo que supuse que Victor
había pagado y, a su vez, habían repudiado a Memphis una vez más. La
habían dejado en Montana.
Pero no estaba sola. Ya no.
Llegamos a la pista de baile y giré a Memphis en mis brazos.
—Baila conmigo.
—Echo de menos bailar. —Apoyó su cabeza en mi pecho mientras nos
balanceábamos en la silenciosa sala—. Cuando vivía en Nueva York,
siempre había un evento, una boda o una gala a la que asistir. La
conversación de la cena solía versar sobre negocios o sobre quién compraba
un nuevo yate o dónde iba fulano de tal en Europa. Siempre era lo mismo.
Pero me encantaba bailar.
—¿Y con quién bailabas?
Se inclinó para encontrar mi mirada.
—Con nadie importante. 218
—Buena respuesta. —La dejé ir, haciéndola girar una vez, y luego la
acerqué—. ¿Alguna vez Eloise te mostró fotos de cómo era esta habitación?
—No. ¿Por qué?
—Pídele alguna vez que te las enseñe. Entonces apreciarás realmente
la transformación. —El edificio estaba vacío, oscuro y mohoso. Su
renovación fue más que nada cosmética para limpiar el polvo y alegrar las
paredes.
—De acuerdo. —Sonrió, observando la habitación, con sus ojos
bailando.
Memphis tenía la misma expresión cuando miraba a Drake jugar o me
estudiaba en la cocina. Pero era la primera vez que la veía iluminarse por
algo aquí, en el hotel.
—Te encanta esto, ¿verdad?
—Me encanta. Siempre me han gustado las bodas. Ayudar con esto me
ha hecho pensar... la novia ha hecho toda la planificación. Ha tenido que
coordinarse con los proveedores y los lugares de alquiler. Le pregunté si
tenía un planificador de bodas, pero supongo que no hay ninguno en la
ciudad.
—No lo hay. Cuando Winn y Griffin se casaron, Winn también organizó
su boda.
—¿Y si...? —Exhaló un largo suspiro—. ¿Y si lo intentara? Lo haría en
mi tiempo libre. No sé si hay demanda, pero podría organizar cualquier
evento. Reuniones de empresa o fiestas de jubilación o bodas.
—Sí. —Lo que sea que mantuviera esa mirada en su rostro.
—Veo la forma en que amas Knuckles. También quiero eso. Si trabajar
significa tiempo lejos de Drake o de ti, quiero amarlo.
—Hazlo. Ayudaré en lo que pueda.
Se sonrojó.
—Entonces quizá lo haga.
La hice girar de nuevo y la dejé ir de mala gana.
—¿Qué tienes programado para el resto de la tarde?
—No mucho. Con las habitaciones llenas, he estado ordenando a
medida que la gente entraba y salía. Hay un huésped en el cuarto piso que
pidió una salida tardía, así que espero que ya esté libre. El siguiente
huésped que debía registrarse llamó hace una hora. Su vuelo se canceló, así 219
que es una habitación vacía.
Las habitaciones vacías eran una rareza en esta época del año.
—¿Y si la reservamos nosotros? Solo tú y yo. Podríamos ver si mamá
quiere quedarse a Drake esta noche. Podría hacerlo en nuestra casa.
Entonces mañana puedo levantarme e ir a la cocina. Y tú puedes comprobar
la boda antes de ir a casa.
Se mordió el labio con preocupación.
—Nunca lo he dejado solo por la noche.
—Alguna tiene que ser la primera. Si no nos gusta, nos vamos a casa.
—Um... —Respiró profundamente, luego sonrió—. De acuerdo.
Con su mano agarrada a la mía, la arrastré hasta la recepción.
Eloise no pestañeó cuando le dije que quería la habitación. Era
demasiado tarde para llenar la reserva, y hacía años que no me alojaba como
huésped real, algo que todos hacíamos de vez en cuando.
—Supongo que iré a limpiar nuestra habitación. —Memphis se rio
cuando Eloise le entregó las tarjetas de las llaves.
—Ven a verme cuando hayas terminado —le dije.
—Claro. —Se puso de puntillas, apretando mi camiseta en un puño
para arrastrarme a sus labios. Luego nos fuimos por caminos separados,
ella hacia los ascensores mientras yo me dirigía a Knuckles.
El comedor estaba vacío durante la pausa entre la comida y la cena. A
la hora siguiente comenzaría a llenarse cuando la gente empezara a entrar
a comer. Pero la cocina estaba ocupada, con todos los trabajadores en
cubierta, preparando la boda de mañana.
La música sonaba en la radio de la esquina. El aroma de las cebollas y
el ajo impregnaba el espacio. Skip y Roxanne discutían sobre qué bebida era
mejor: el ponche de huevo o el Tom y Jerry.
—Knox, ¿qué...?
—Ponche de huevo —respondí antes que Roxanne pudiera terminar su
pregunta, y luego desaparecí en mi oficina para revisar algunos correos
electrónicos.
La novia de la boda de mañana me había estado enviando correos
electrónicos a diario desde que empezamos a planificar el menú. Como era
de esperar, en cuanto abrí mi bandeja de entrada, había una nota suya 220
confirmando que teníamos suficiente champán para el evento. Algo que, si
Memphis hubiera sido su organizadora de bodas, podría haber confirmado
hace semanas.
Era una idea brillante. Quincy, y The Eloise, podrían usar un
planificador. Tal vez podríamos contratar a Memphis para ser la
coordinadora oficial de eventos del hotel. Eso supondría un aumento de
sueldo y, si quería expandirse hacia su propio negocio, también podríamos
darle esa flexibilidad.
Mi ordenador sonó con otro correo electrónico y me puse nervioso al
ver el nombre de Gianna. Al abrirlo, encontré un simple mensaje de “Feliz
Navidad” y una foto.
Era la foto que nos había hecho a Memphis, Drake y a mí en la cocina.
Memphis era el centro de atención, su rostro era tan bello que me costó
apartar la mirada. Ella me miraba mientras yo le sonreía. El único que
realmente miraba a la cámara era Drake.
Me alejé de mi escritorio y atravesé la cocina.
—Ya vuelvo.
Memphis estaba en el cuarto piso cuando la encontré en la habitación
vacía. Había quitado la cama y estaba limpiando el polvo cuando entré.
—Hola.
—Hola. —Sonrió—. ¿Qué pasa?
—Recibí esto hoy. —Saqué mi teléfono del bolsillo y abrí el correo
electrónico. Luego se lo entregué para que pudiera ver la foto.
Sus ojos se suavizaron.
—Me encanta.
—Te amo.
Memphis jadeó y el teléfono se le cayó de la mano, aterrizando con un
ruido sordo en la alfombra.
—¿Q-qué?
—No es exactamente como había planeado decirlo… —murmuré. Pero
ahora estaba ahí, y bueno... era la verdad—. Te amo.
Sus ojos buscaron los míos.
—Yo también te amo.
Golpeé mi boca contra la suya, mi lengua se adentró para probar su 221
dulzura.
Se aferró a mí, con las yemas de los dedos clavadas en mis brazos, sus
talones se levantaron del suelo mientras se ponía de puntillas.
Nos besamos hasta que nos quedamos sin aliento, entonces aparté mis
labios y liberé el botón de sus vaqueros.
—Knox. —Sus ojos se desviaron hacia la puerta abierta.
Levanté un dedo y me acerqué a ella para liberar el tope y dejar que se
cerrara de golpe. Cuando volví, arqueó las cejas.
—Llevo meses queriendo follar contigo en una de estas habitaciones.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Estoy en el trabajo.
—Entonces mañana lo limpiaremos y nadir sabrá lo que ha pasado. —
Me arrodillé, sosteniendo su mirada mientras le quitaba las zapatillas de los
pies. A continuación, sus vaqueros. Bajé la cremallera y mientras lo bajaba,
llevándome sus bragas, ella movió sus caderas y lo sacó de sus piernas—.
Sube a la cama. Quítate la camiseta. Luego, manos y rodillas.
Asintió, obedeciendo cada una de mis palabras. Se quitó la camiseta y
luego el sujetador. Luego me lanzó una sonrisa perversa mientras ponía una
rodilla en el colchón y dirigía ese hermoso trasero hacia mí. Su coño, bonito
y rosado, estaba húmedo y preparado.
Liberé mi pene de los vaqueros y me apresuré a ponerme el condón que
había guardado en el bolsillo. Luego, cuando estuve enfundado, arrastré mi
polla por sus pliegues mientras me colocaba tras ella, ganándome un
gemido.
—Esto va a ser duro y áspero.
—Sí —siseó, presionando hacia atrás.
Con una mano, me guie dentro de su resbaladizo canal. Con la otra,
agarré su cola de caballo, envolviéndola alrededor de mi puño. Y entonces
empujé hasta el fondo.
—Oh, Knox. —Se arqueó hacia mí, con el labio inferior aserrado entre
los dientes.
—Joder, te sientes bien. Tan jodidamente bien. —Cada vez era mejor y
mejor.
Tal vez era porque la amaba, cada día más.
Sus paredes internas se agitaron en torno a mi polla cuando la saqué 222
y la penetré. Ella gimió, un sonido embriagador y sensual que salió de su
garganta. Era el mismo gemido que me había dado la noche anterior cuando
se arrodilló y me dejó follar su boca.
—Dilo, Memphis. Dilo otra vez. —Empujé una vez más, sus pechos
rebotaban y se balanceaban mientras mis caderas golpeaban su trasero.
Memphis ronroneó:
—Te amo.
Me la follé con fuerza, empujón tras empujón. Llené la habitación con
el sonido de la piel golpeando la piel. De sus respiraciones entrecortadas y
sus gemidos. La hice trabajar con frenesí, sus manos se agarraban al
colchón, los dedos de sus pies se curvaban sobre el costado. La agarré por
el trasero, apretando con fuerza, hasta que voló sobre el borde.
Memphis palpitó a mi alrededor, apretando y apretando durante su
orgasmo. Estar dentro de ella era una adicción. Estaba a su merced. Solo
quedaba una caja de condones en casa, y cuando se acabaran, empezaría a
ir a pelo.
La reclamaría en todos los sentidos. La mandaba a dormir cada noche
chorreando mi semen.
Su clímax retrocedió y se desplomó sobre el colchón, apoyándose en
sus antebrazos. Pero yo seguí machacando, moviendo mis caderas cada vez
más rápido mientras le palmeaba el trasero. El ritmo se intensificó, la
presión en la base de mi columna vertebral me cegó, hasta que finalmente
la solté. Cuando las manchas blancas desaparecieron de mis ojos, caí sobre
ella, abrazándola con fuerza mientras el mundo volvía a estar enfocado.
Memphis soltó una risita cuando me separé.
—No puedo creer que hayamos hecho eso.
—Segundo asalto, esta noche. —Me reí, dirigiéndome al cubo de la
basura para deshacerme del condón y vestirme.
Se puso la camiseta, el sujetador y las bragas. Sus párpados estaban
pesados y bostezó mientras se sentaba en el colchón para ponerse los
vaqueros.
—Ahora quiero una siesta.
Mi mujer dormía mucho después del sexo.
—Iré hasta Lyla y te traeré un café con leche.
—Moca de menta doble, por favor. 223
—Ya lo tienes. —Besé su frente—. ¿Cuánto tiempo más tienes aquí?
—Treinta minutos. Ya he limpiado el baño. Solo tengo que quitar el
polvo, hacer la cama y pasar la aspiradora.
—Llamaré a mamá y me aseguraré de que está bien para hacer de
canguro. Si no puede, seguro que lo hará Talia. Te veré en el vestíbulo en
treinta minutos con tu café. Luego podemos ir a casa y preparar una bolsa.
—Me dirigí a la puerta, pero antes que pudiera tocar el pomo, me llamó por
mi nombre.
—¿Knox?
—Sí.
—Te amo.
Apreté una mano contra mi corazón.
—Te amo.
Con un guiño, la dejé para que terminara de trabajar mientras yo me
dirigía a la cocina para registrarme y tomar un abrigo. La nieve cubría
Quincy, pero las aceras estaban despejadas y las carreteras aradas. El sol
se acercaba al horizonte, hacia los picos de las montañas. Las farolas
iluminaban tenuemente mientras me dirigía donde Lyla.
Una pareja salió de la joyería de al lado, ambos riendo. Me quedé helado
cuando pasaron.
Memphis era mía. Drake era mío.
Una proposición de matrimonio en Navidad era un cliché, y me
importaba un bledo.
Cuando entré por la puerta, el hombre detrás del mostrador volvió a
verme. Su cabeza calva brillaba bajo las luces fluorescentes de la tienda,
todas ellas diseñadas para captar las joyas y hacerlas brillar.
—Oh... hola, Knox.
—Hola. —Levanté una mano y me dirigí directamente al estuche
central.
—¿Puedo ayudarte a encontrar algo?
El corazón me latía con fuerza, pero mi voz era firme.
—Un anillo de compromiso. Por favor.
Parpadeó y se puso en marcha, tendiendo un paño de terciopelo azul
marino. Luego colocó un anillo tras otro sobre el mostrador para que lo
inspeccionara, hablando de la talla y la claridad, mientras yo levantaba cada
224
uno y trataba de imaginarlo en el dedo de Memphis.
El undécimo anillo fue el ganador. Un diamante cuadrado rodeado de
un halo de piedras más pequeñas.
—Este. —Lo dejé a un lado y saqué mi cartera del bolsillo. Diez minutos
más tarde, salí de la joyería con el anillo en el bolsillo y fui a tomar un café
de Lyla.
Tenía dos vasos de papel en la mano cuando atravesé las puertas del
vestíbulo del hotel.
Memphis estaba de pie cerca del sofá junto a la chimenea, con los
brazos alrededor de la cintura. La forma en que se mordía el labio inferior y
la línea de preocupación entre sus cejas me hicieron caminar más rápido.
—¿Qué pasa?
Señaló con la cabeza la puerta del despacho justo cuando se abrió de
golpe y Eloise salió furiosa, intentando encogerse de hombros mientras
avanzaba. En cuanto mi hermana me vio, gruñó.
—Oh, joder.
—Eloise. —Mamá salió corriendo de la oficina, seguida por papá—.
Espera.
—Le dijeron lo del hotel —adiviné.
—Sí. —Memphis asintió—. Y ella acaba de renunciar.
225
Knox
—E
loise, espera. —Le entregué a Memphis nuestras
tazas de café y corrí para detener a mi hermana
antes de que pudiera salir corriendo por la puerta.
—Lo sabías. —Sus fosas nasales se
ensancharon—. ¿Cuánto tiempo han estado hablando de esto a mis
espaldas?
—Desde hace poco.
—Bien. —Intentó esquivarme, pero bloqueé su camino—. Si quieres el
hotel, es tuyo.
—No lo quiero. —La razón por la que había estado evitando este tema
era porque siempre supe lo que había en mi corazón. Cuando mis padres
cruzaron corriendo el vestíbulo, miré por encima del hombro de Eloise y les
dije lo mismo—. No quiero el hotel. Nunca ha sido mío.
—Porque es mío. —Eloise apretó los dientes—. Y ninguno de ustedes
cree que puedo manejarlo.
—Nunca dijimos eso. —Mamá se acercó a su lado y le tocó el codo.
Eloise apartó el brazo de un tirón.
—Crees que soy demasiado blanda.
—Tienes un gran corazón. —Papá vino a pararse a mi lado—. Eso no
es algo malo. Pero esta es una gran responsabilidad. Pensamos que Knox
podría ocupar nuestro lugar. Estar allí para darte alguna orientación.
Memphis se acercó poco a poco, escuchando pero no interviniendo.
226
Los ojos de Eloise se llenaron de lágrimas y de ira.
—Deberías habérmelo dicho, Knox.
—Tienes razón. Lo lamento.
—Esto es por la demanda, ¿no es así? ¡Estaba tratando de ser una
buena jefa! —La voz de Eloise resonó por la habitación—. No tenía idea de
que nos iba a demandar. Y nunca, nunca lo acosé. Lo siento. Cometí un
error. ¿Cuántas veces tengo que decir lo siento?
Levanté mis manos, con la esperanza de calmarla antes de que un
huésped entrara.
—¿Con qué frecuencia ella ha necesitado tu consejo, papá?
—Últimamente, no mucho —dijo—. A principios de este año...
—A principios de este año no tenía a Memphis. —Una lágrima rodó por
la mejilla de mi hermana.
Los ojos de Memphis se posaron en los míos y se agrandaron. Ella no
entendía cuánto bien hacía aquí, ¿verdad? No tenía idea de lo difícil que era
encontrar a alguien confiable y trabajador. No tenía idea de cuánto la amaba
Eloise.
No había forma de que Memphis limpiara habitaciones durante toda su
vida, pero le había dado a Eloise un estándar. Una barra con la que medir
a todos. La había visto llevar a las otras mucamas a un nivel superior. La
había visto presionarlas para que hicieran un mejor trabajo.
Y lo estaban haciendo.
—Sé que soy blanda. —La barbilla de Eloise comenzó a temblar—. Lo
estoy intentando. Es duro. Pero ya has tomado la decisión. No soy lo
suficientemente buena.
El rostro de papá palideció. Mamá cerró los ojos.
—No es eso, Eloise. —Me acerqué y puse mi mano en su hombro.
—Está bien. Tal vez debería irme. Empezar de nuevo en otra ciudad.
Los ojos de mamá se abrieron de golpe.
—No.
—Sólo... espera. —Un par de huéspedes cruzaron el vestíbulo. Asentí
cuando pasaron junto a nosotros, y luego, cuando el lugar estuvo despejado,
moví la barbilla para que todos me siguieran a la chimenea—. Tú también
—le dije a Memphis cuando se quedó atrás.
—Esta es una discusión familiar —susurró. 227
—Y tú eres parte de la familia. —Tenía el anillo en mi bolsillo para
probarlo. Así que la tomé del codo y la llevé a un sofá, poniéndola en un lado
con Eloise en el otro, esperando mientras mamá y papá tomaban el sofá de
dos plazas.
Me incliné hacia adelante sobre mis codos.
—No quiero más que el restaurante.
Tal vez quería más principios de este año. Antes de Memphis. Antes de
Drake. Pero si añadía algo a mi plato, no sería algo de aquí. Sería en casa.
Quería la flexibilidad para entrenar a los equipos deportivos de Drake
si le gustaban los deportes. O llevarlo a clases de piano o a la piscina. Quería
más hijos. Quería pasar noches en casa en Juniper Hill con mi esposa.
No más horas en la ciudad.
—Me haré cargo del hotel —dije, estirando la mano para ponerla sobre
la rodilla de Eloise antes de que pudiera levantarse del sofá—, hasta que
estés lista. Si mamá y papá quieren liquidar su patrimonio, transmitirlo,
entonces lo tomaré hasta que estés lista.
Frunció el ceño.
—Lo estoy…
—No realmente. —Le di una sonrisa suave—. Sabes que no lo estás.
Aún no. Pero lo estarás. No hay prisa.
—No, no hay prisa. —Papá suspiró—. Si Knox no lo quiere, podemos
seguir con las cosas como están. Todo este lío con Briggs, su demencia
empeorando, me tiene asustado. Simplemente no queríamos dejar nada sin
resolver en caso de que sucediera algo malo.
—Sabemos que amas este hotel —le dijo mamá a Eloise.
—Entonces no me lo quites —suplicó y me miró—. ¿Te preocupa que lo
arruine?
—No —admití. Ella trabajaría hasta los huesos antes de que eso
sucediera.
—Lo dejaremos así —declaró mamá—. Le daremos tiempo.
Los hombros de Eloise cayeron.
—Gracias.
Memphis bajó la barbilla, pero no antes de que captara el fantasma de 228
una sonrisa en sus labios.
Había tenido razón. Este era el hotel de Eloise.
El timbre de la recepción sonó y todos miramos para ver a un huésped
en el mostrador.
Eloise se secó los ojos y salió corriendo.
Mamá negó con la cabeza.
—Eso salió bien.
—Tenías razón. —Papá suspiró—. No deberíamos haberlo hablado hoy.
—¿Hablado qué? —pregunté.
—Tuvimos una conversación con Mateo esta mañana. Se está
mudando.
—¿Qué? —Me senté derecho—. ¿A dónde? ¿Desde cuándo?
Mamá se secó el rabillo del ojo.
—Ha estado buscando trabajo en Alaska. Vino esta mañana para
decirnos que lo contrataron como piloto.
Mierda. Finalmente estábamos todos en Quincy y ahora él se iba.
—¿Mateo es piloto? —preguntó Memphis.
Asentí.
—Obtuvo su licencia en la universidad.
—Vinimos a decirle a Eloise —dijo papá—. Dijo que ya lo sabía. Él se lo
contó, pero le pidió que no dijera nada. Me frustré y podría haber dicho algo
que no debería haber dicho sobre sus habilidades de comunicación.
—Se descontroló desde ahí —murmuró mamá.
Y en todo eso, le dijeron que me habían pedido que me hiciera cargo del
hotel.
—Vamos, Ana. —Papá se levantó de su asiento—. Vámonos a casa
antes de que me meta en más problemas.
Mamá se puso de pie y lo siguió lejos de la chimenea, pero él se detuvo
antes de que pudiera ir demasiado lejos y se volvió para mirar a Memphis.
—Estamos tan contentos de que estés aquí. No sé si Eloise te lo ha
dicho o no.
Memphis asintió. 229
—Lo ha hecho. Casi a diario.
Papá miró a mi hermana, que se veía tan feliz y alegre como cualquier
día. Como si esta discusión nunca hubiera sucedido. Más tarde, cuando los
huéspedes se fueran, dejaría caer su fachada. Pero en este momento,
sonreiría para los invitados porque este era su lugar.
—Creo que tal vez no he estado aquí lo suficiente —le dijo a mamá, pero
su mirada estaba fija en Eloise.
—Creo que ambos nos hemos perdido algunas cosas. —Lo tomó de la
mano y tiró de él hacia la puerta.
—Maldita sea. —Froté mis manos sobre mi cara—. No esperaba eso
hoy.
—Por lo que vale, creo que tomaste la decisión correcta.
—También lo creo. —Observé a mi hermana entregar a los huéspedes
las llaves de su habitación—. ¿Terminaste por hoy?
—Prácticamente. Veré qué necesita Eloise. ¿Todavía quieres quedarte
aquí esta noche?
—Sí. —Tal vez no esperaría hasta Navidad para darle este anillo. Tal
vez lo haría esta noche—. Comprueba si Eloise te deja ir a casa temprano.
Me escaparé también. Iremos a la casa y empacaremos para esta noche.
Todavía no he hablado con mamá sobre ser la niñera, pero creo que después
de todo esto, llamaré a Talia en su lugar.
—¿Estás seguro? —preguntó—. Podemos posponerlo.
—Estoy seguro. —Me puse de pie y recuperé nuestros cafés—. Roxanne
está a cargo del restaurante esta noche. Tengo la boda y la cena mañana.
Déjame hablar con mi personal. Asegúrame de que todo esté bien.
—De acuerdo. —Caminó conmigo hasta el mostrador, esperando para
hablar con Eloise mientras yo regresaba a Knuckles.
Quince minutos después, estábamos afuera y nos dirigíamos a su auto.
Le robé las llaves de la mano y abrí la puerta del pasajero del Volvo.
Llegaríamos una hora y media antes para recoger a Drake, pero eso le
daría a Memphis más tiempo con él antes de regresar al hotel. Más tiempo
para mí también. El caótico calendario de vacaciones me había alejado de
ambos.
No era sostenible a largo plazo. Quería pasar más noches en casa que
fuera, lo que significaba que tendría que ascender a Skip y contratar a otro
230
cocinero de línea, pero valdría la pena.
—¿Cómo estaba Eloise? —pregunté mientras conducía por la ciudad.
—Enojada. —Memphis se encogió de hombros—. Yo también lo estaría.
Siente que todos dudan de ella. Pero no renunciará. Quiere demasiado el
hotel.
—Bien.
—¿Me harías un favor? No quiero contarle lo de la planificación de
bodas. Aún no. No quiero dejar el equipo de limpieza. Especialmente ahora.
Lo que dijo Eloise... No la defraudaré.
Tomé su mano.
—Sé que no lo harás. Y podemos decírselo a la gente cuando quieras
decírselo.
—Pero...
—Oh, cielos.
Sonrió.
—Sé que estábamos esperando por si Jill me hacía enojar de nuevo
antes de mover a Drake. Pero si tu mamá todavía está dispuesta a cuidarlo,
me gustaría sacarlo de la guardería.
—Está bien por mí. ¿Jill dijo algo?
—No. Es solo…. ella. —Memphis se encogió de hombros—. No me
gusta. Estoy cansada de que llore cuando lo recojo. Tal vez eso no cambie
con tu mamá, pero eso es diferente.
—Estoy de acuerdo. —Si Drake amaba a mamá, sería porque ella era
su abuela.
—Me siento culpable. Yo solo... No me gusta allí. Y es mi hijo. No de
ella.
En realidad, era nuestro. Pero esa era una corrección que haría una
vez que el anillo en mi bolsillo estuviera en su dedo.
—No discutiré. Cuando lo recogí el lunes y lloró, me enojé. Lo entiendo.
A Memphis se le había hecho tarde, así que fui a buscar a Drake antes
de que cerrara la guardería. En el momento en que lo levanté de los brazos
de Jill, lloró.
Algo sobre toda la situación me sentó mal. Era como si Jill no lo hubiera
dejado en todo el día. Como si ella lo mimara intencionalmente para que él
231
la quisiera. Tal vez no tenía ni idea de lo que era, pero había algo raro en
ella. Algo que me había sentado mal.
Al igual que Memphis, si hubiera sido mala con Drake, habría sido más
fácil alejarlo. Pero ese chico la adoraba.
—Le preguntaremos a mamá este fin de semana —dije. Debido a que la
guardería estaría cerrada toda la próxima semana por las vacaciones, mamá
había accedido a cuidar a Drake—. Veamos si podemos hacer que este
cuidado de niños de Navidad sea permanente.
—Estoy segura de que la guardería me obligará a darles un aviso de
treinta días.
—Probablemente, pero tan pronto como mamá esté disponible para
cuidarlo, lo cambiaremos.
—Acordado. —Memphis sonrió—. Dios, ya me siento más ligera. Esta
podría ser la última recogida.
—El último escape de prisión. —Entré en el estacionamiento y dejé el
motor en marcha, luego seguí a Memphis adentro.
Caminó por el pasillo de la guardería, deteniéndose en la puerta para
hacer un barrido rápido de la habitación.
—Hola. ¿Dónde está Drake?
—Hola. —Una mujer que no era Jill miró el reloj—. Llegas temprano
para recogerlo.
—¿Entonces? —Me paré detrás de Memphis y crucé los brazos sobre
mi pecho—. ¿Dónde está?
—Ellos, eh... —La mujer tragó saliva—. Ella no ha vuelto todavía.
—¿De dónde? —Memphis dio un paso más cerca—. ¿Qué está
pasando?
—Necesito llamar a mi gerente. —La mujer dio un paso, tratando de
adelantarnos hacia la puerta, pero me moví y bloqueé su camino.
—¿Qué diablos está pasando? —Mi corazón comenzó a acelerarse—.
¿Dónde está nuestro hijo?
—Jill, eh... ella acaba de salir hace unos treinta minutos. Lo llevó a su
casa por un rato para cambiarle la ropa o algo así. Prometió estar de vuelta
a las cinco.
—¿Se lo llevó? —La mandíbula de Memphis se abrió—. Ella no tiene mi 232
permiso para sacar a mi hijo de este edificio.
—Es solo.…
—Al lado. —Memphis levantó una mano—. Eso es lo que dijiste la
última vez.
Sin una palabra más, recogió el asiento del automóvil de Drake y su
bolsa de pañales de su gancho, luego se dirigió a la oficina del centro, donde
dos mujeres mayores estaban charlando.
Me coloqué detrás de Memphis y la vi leer la cartilla a las damas y que
inmediatamente sacaría a Drake de sus instalaciones. Ambas afirmaron que
no tenían idea de que Memphis no le había dado su aprobación.
—Jill dijo que no te importaba. Que él podía ir con ella.
—No hice tal cosa —ladró Memphis—. Hemos terminado aquí. No
volverán a vernos.
—Requerimos un plazo de treinta dí…
—Termine esa oración y llamaré a mi cuñada, la jefa de policía, y le
haré saber que su personal está sacando niños de las instalaciones sin el
permiso de los padres. —Miré fijamente a las mujeres—. Creo que a eso lo
llaman secuestro.
Ambas palidecieron.
Memphis dio media vuelta y salió por la puerta, mirando a ambos lados.
Sus manos temblaban.
—No sé qué casa es la de ella.
—Espera aquí. —Irrumpí en el centro y exigí la dirección de Jill.
Cuando salí, Memphis estaba parada en la acera, con el asiento del
auto y la pañalera a sus pies y sus ojos llenos de preocupación.
—Es esta. —La conduje a la casa de al lado, una pequeña casa de un
solo nivel con revestimiento azul y una puerta verde. Todas las ventanas
estaban oscuras. La luz del porche estaba apagada.
No había nada más que silencio mientras tocaba el timbre una y otra
vez. Entonces golpeé mi puño en la puerta, pero no importaba. No había
nadie en casa.
—¿Estás seguro de que es esta? —preguntó Memphis.
—Dijeron la casa azul de al lado. —Todas las demás casas alrededor de
la guardería tenían un tono obscuro. 233
Volví a golpear la puerta sin obtener respuesta.
—¿Qué carajo? —Retrocedí, escaneando la calle.
El color abandonó el rostro de Memphis.
—¿Dónde está mi hijo?
234
Memphis
E
n cuestión de minutos, la calle se llenó de autos de policía.
Winn fue la última en llegar, salió de un SUV sin identificación
y corrió hacia donde estábamos. Sus oficiales nos siguieron,
acercándose para formar un bloqueo a nuestro alrededor.
Todo mi cuerpo temblaba mientras permanecía pegada al costado de
Knox.
Winn tomó mi mano, dándole un apretón.
—Cuéntamelo todo. Desde el principio.
La idea de decir las palabras —ella tomó a mi hijo— hizo que se me
cerrara la garganta. Como si supiera que no sería capaz de hacerlo, Knox
me abrazó con más fuerza y habló por mí.
Le contó cómo habíamos venido a recoger a Drake. Cómo habíamos ido
a la casa de Jill solo para encontrarla vacía. Cómo ambos corrimos hacia el
centro, aterrorizados y frenéticos, exigimos información del propietario y
otros cuidadores: no había mucho que compartir. Nadie en el edificio, ni las
mujeres de la oficina o la chica de recepción, tenían idea de a dónde llevaría
Jill a Drake.
Todo lo que sabíamos era que Jill se había ido con él, prometiendo
regresar pronto. Y luego había desaparecido.
Con cada palabra que decía Knox, los temblores en mis extremidades
se amplificaban hasta que estuve segura de que si no hubiera sido por su
brazo alrededor de mi espalda, me habría caído sobre la acera helada.
Winn absorbió su declaración como una esponja, escuchando sin hacer 235
comentarios hasta que terminó. Luego comenzó a dar órdenes a sus
oficiales.
—Consigan la información de Jill. Comiencen con su auto. Descripción.
Placas. Marca y modelo. Emitan una Alerta AMBER inmediatamente. Luego
busquen sus placas por la ciudad. Profundicen en su teléfono después de
eso. Veamos si podemos rastrearla hasta una torre de telefonía móvil.
—Lo tienes, jefa. —Uno de los hombres salió corriendo hacia las
puertas delanteras del centro.
—Revisen su casa —ordenó Winn a otros dos oficiales.
Salieron corriendo y solo unos segundos después, me estremecí ante el
estruendo de una puerta siendo pateada.
—¿Esto había pasado antes? —preguntó Winn.
Asentí, tragando el nudo en mi garganta.
—Una vez. Se llevó a Drake con ella para estar en su casa. Pero solo
fue por unos minutos. Le dije que no podía hacerlo de nuevo.
—¿Cuál es su relación con Drake? —preguntó Winn.
—Ella lo ama. Actúa como si lo amara. —Tal vez lo amaba demasiado.
Mi cabeza daba vueltas. Mis piernas comenzaron a desmoronarse.
—Respira. —Knox me abrazó más fuerte—. Respira, Memphis.
Llené mis pulmones, el escozor en mi nariz trajo un nuevo conjunto de
lágrimas.
—¿Crees que se lo ha llevado? ¿Que quiere quedárselo?
—Lo más probable es que esto sea solo una falta de comunicación —
dijo Winn—. Tal vez tuvo que correr a la tienda o algo así. Hoy llegaste
temprano, ¿verdad?
Asentí.
—Sí. Por lo general, no llego aquí hasta después de las cinco.
—De acuerdo. —Winn volvió a apretar mi mano y fijó su mirada en
Knox. El mensaje que se transmitió sin palabras hizo que se me hiciera un
nudo en el estómago. Allí había temor. Miedo. Y simpatía
Se estaba controlando por mí, pero no era la única que estaba
temblando, entumecida por el frío y el pánico.
—¿Por qué no esperan los dos en el auto? —sugirió—. Necesito hacer 236
más preguntas y algunas llamadas.
—Vamos, cariño. —Knox me acompañó al auto, nuestros pasos lentos
porque debe haber sabido que no confiaba en mis pies. Me ayudó a sentarme
en el asiento del pasajero, luego rodeó el capó del lado del conductor. En el
momento en que la puerta se cerró, sacó su teléfono y lo puso en altavoz.
Harrison respondió al primer timbre.
—Hola, Knox.
—Papá.
Una palabra y Harrison escuchó el temblor en la voz de Knox.
—¿Qué ocurre?
—Vinimos a buscar a Drake de la guardería. Él no está. Jill, la mujer
que lo cuida, se lo llevó.
—Oh Dios. —Harrison respiró hondo—. Llama a Winn.
—Ya lo hice. Están emitiendo una Alerta AMBER.
—También haré algunas llamadas. —Sin otra palabra, Harrison
terminó la llamada.
Los dedos de Knox volaron por la pantalla, llamando a otro contacto.
Una vez más, lo dejó en el altavoz.
—Gracias por llamar a The Eloise Inn. ¿Le puedo ayudar en algo?
respondió Eloise.
—Eloise. Soy Knox. —Repitió el mismo mensaje y cuando Eloise jadeó
en la línea, tuve que cerrar los ojos con fuerza para no llorar.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Eloise.
—Ayúdanos a correr la voz. Cuanta más gente los busque, mejor.
—En ello.
Knox suspiró y miró fijamente su teléfono, como si quisiera hacer más
llamadas pero no pudiera encontrar la fuerza para repetir la verdad
nuevamente.
—¿Es esto un mal sueño? —susurré.
Puso el teléfono en su muslo y me miró, sus propios ojos llenos de
lágrimas contenidas.
—Tiene que serlo.
—¿Qué pasa si no lo encontramos? 237
—No vayas allí. —Tomó mi mano, agarrándola con tanta fuerza que me
lastimó los nudillos. Pero me aferré al dolor, me aferré a él, de modo que me
quedé aquí, en este auto, y no di un paso por un camino impensable—. Lo
encontraremos.
—Lo encontraremos. —No había confianza en mi voz. Solo miedo.
Nos sentamos juntos en el auto frío, observando cómo Winn y su equipo
corrían de un lado a otro entre la guardería y la casa de Jill. Una multitud
se estaba reuniendo afuera de las puertas de la guardería.
Las dos mujeres de la oficina habían salido, ambas envueltas en
abrigos. Se aseguraron de mantener la cabeza baja y no mirar en nuestra
dirección mientras nos sentábamos inmóviles, nuestras respiraciones cortas
se convertían en volutas blancas en el auto. Ninguno pensó en encender el
motor, subir la calefacción. Los dos estábamos demasiado aturdidos.
Me senté y miré a través del parabrisas, una oración corriendo por mi
mente en bucle.
Encuéntrenlo. Encuéntrenlo. Por favor, tenemos que encontrarlo.
—Dejamos sus cosas. —Las palabras de Knox me sobresaltaron cuando
salió del auto corriendo hacia la acera.
Recogí el asiento del auto y la bolsa de pañales de Drake de la
guardería. ¿Cuándo los había dejado? ¿Antes o después de que fuéramos a
casa de Jill? No podía recordar ahora. Cada minuto parecía borroso, cada
segundo como una vida.
Me golpeó una nueva ola de mareo, arremolinándose en torno a los qué
pasaría si me negaba a pensar, y mucho menos a expresarme.
Knox recogió las cosas de Drake y las llevó al asiento trasero. Luego
volvió al asiento del conductor y, esta vez, giró la llave.
—No puedo solo sentarme aquí —murmuró. El calor apenas había
comenzado a fluir por las rejillas de ventilación antes de que saliera del auto
una vez más, esta vez acechando a Winn.
Se paró en el camino de entrada de Jill, hablando por teléfono.
Knox caminó directamente hacia ella, esperando que terminara la
llamada. En el momento en que guardó su teléfono, la puerta del garaje de
Jill se abrió. Estaba vacío. Donde debería haber habido un auto, sólo había
sombras.
238
¿A dónde habría ido? Drake no tenía su asiento de seguridad. ¿Y si
tuviera un accidente? ¿Había ido a la ciudad? Tal vez se había aventurado
al centro a tomar un café.
Mi mano encontró la manija de la puerta y la empujé, pero antes de
que pudiera salir, sonó una alarma a todo volumen en mi teléfono. El ruido
hizo eco en el aire, no solo de mi teléfono, sino de todas las demás personas.
La Alerta AMBER.
Para mi hijo.
Ese sonido estridente cortó a través de mi cuerpo, cortando mi corazón.
Apreté mi pecho, deseando que mi corazón siguiera latiendo. Encuéntrenlo.
Por favor, encuéntrenlo.
Dos autos entraron al estacionamiento, ambos casi exactamente al
mismo tiempo. Otros padres comenzaban a aparecer para recoger a sus
propios hijos. Sus rostros estaban nublados por la confusión y la
preocupación repentina antes de que cada uno se apresurara a entrar.
Excepto que dentro encontrarían a sus hijos.
Mientras yo no lo hacía.
Una ráfaga de energía encendió mis terminaciones nerviosas en un
zumbido. Sentarse en este auto, esperando, ya no era una opción. Salí,
envolviendo mis brazos alrededor de mi cintura, y me apresuré a reunirme
con Knox.
Me vio y tragó saliva, luego extendió una mano.
Lo tomé y me enfrenté a Winn.
—No puedo sentarme aquí. Me estoy volviendo loca.
—Tenemos a todos en el departamento buscando. La alerta está
emitida. Esperemos que nos llamen.
—¿Qué pasa si me dirijo a la ciudad? Quizás me cruce con ella. Tal vez
fue a la tienda o a las compras navideñas. Dijo que volvería antes de que yo
apareciera. Son casi las cinco.
—Sería mejor si te quedaras aquí —dijo Winn—. En caso de que
necesitemos información.
—Podrías llamarme. —Mis ojos se humedecieron—. Por favor. Por favor,
no me hagas sentarme aquí y mirar. Si fuera Hudson...
—De acuerdo. —Resopló profundamente—. Está bien. Mantén tu
teléfono cerca. 239
—Voy a irme ahora. —Me moví para dar un paso, pero antes de que
pudiera alejarme, la mano de Knox salió disparada y me rodeó el codo.
—Espera, cariño.
—¿Qué? —giré— ¿Vienes también?
—Tenemos que contarle a Winn toda la historia.
—¿Qué historia? —preguntó.
Me tomó un momento leer su rostro. Entonces me di cuenta y mi
estómago dio una voltereta.
Oliver. Mis padres. La mujer que había tratado de chantajearlos por
dinero.
—¿Crees que esto está relacionado? —le pregunté a Knox.
—No sé. —Su frente se arrugó—. Pero si lo es, Winn necesita la verdad.
Todo este tiempo, habíamos esperado a que mis padres se pusieran en
contacto con nosotros. Habíamos soportado su silencio, esperando el mejor
resultado posible. Excepto ¿y si eso hubiera sido un error? ¿Y si Drake
hubiera sido un objetivo durante meses? ¿Y si hubiéramos podido evitar que
esto sucediera?
—Memphis. —Winn puso su mano en mi hombro, sacándome de mi
cabeza—. Háblame.
—El mes pasado, alrededor del Día de Acción de Gracias, mis padres
se presentaron en Quincy. Nuestra relación es... tensa. Vinieron porque una
mujer los estaba chantajeando. Amenazó con exponer el nombre del padre
de Drake. Para decirle a la gente quién es su padre.
—¿Quién es su padre? —preguntó.
Miré a Knox.
Knox era el padre de Drake. En todas las partes importantes de esa
etiqueta, Knox era el padre de Drake.
Simplemente no compartían el mismo ADN.
—Su nombre es Oliver MacKay —dije, luego le conté toda la historia.
Winn plantó las manos en las caderas.
—¿Podrían haberse llevado a Drake? ¿Oliver, su esposa o tu familia?
—No sé. —Tal vez lo querían después de todo. O tal vez este era el
castigo de la esposa de Oliver por su infidelidad.
—Lo más probable es que Jill lo tenga —dijo Winn—. Dijiste que lo ama. 240
La dueña de la guardería confirmó que Drake es su favorito, por mucho.
Dado eso, mi corazonada es que probablemente se pasó de la raya. Lo llevó
a caminar a un parque o al centro o a visitar a un amigo.
—Pero... —Knox expresó las dudas escritas en el rostro de Winn.
—Necesitamos saber qué pasó con la mujer en Nueva York —dijo.
—Bien. —Con manos temblorosas, busqué entre mis contactos y
encontré el nombre de mi padre. Lo toqué y llevé el teléfono a mi oreja,
conteniendo la respiración mientras sonaba. Los latidos de mi corazón eran
tan fuertes y salvajes que sentí que mi pulso corría por mis venas.
—Memphis —respondió.
—¿Qué pasó con la mujer que te estaba chantajeando?
—Dejaste en claro que no te importaba el resultado. Tuviste tu
oportunidad…
—Mi hijo está desaparecido. —Mi voz se quebró—. ¿Qué pasó? Por
favor.
—¿Qué quieres decir con que desapareció?
—¡Sólo dime! —grité las palabras, el control sobre mi cordura comenzó
a romperse.
Antes de que pudiera escuchar la respuesta de mi padre, Knox me
arrancó el teléfono de la mano.
—Habla. Ahora.
Una lágrima rodó por mi mejilla mientras miraba a Knox. Su mandíbula
hizo tictac y sus fosas nasales se ensancharon ante cualquier cosa que
dijera mi padre. Luego dejó caer el teléfono de su oreja y terminó la llamada.
—¿Qué?
—Se negó a pagar. Le dije que se fuera a la mierda. No ha sabido nada
de ella desde entonces.
—Oh Dios. —Una mano voló a mi boca para contener un sollozo.
¿Cómo pude haber sido tan tonta? En las últimas semanas, me permití
tener esperanza. Me cegué. Mi padre nunca tuvo la intención de ayudarme.
Ni una sola vez.
Estaba a punto de estrellarme contra la acera cuando un fuerte brazo
me rodeó la espalda y me sostuvo.
—Él lo llamó fanfarronada. Y ella llamó igual a lo suyo. 241
—¿Tiene un nombre? —preguntó Winn.
Knox negó con la cabeza.
—No. No consiguió uno.
—Esto es mi culpa —susurré—. Debería haberme ocupado de eso yo
misma.
—No. Esto no es culpa tuya. —Knox tomó mi rostro entre sus manos,
sus pulgares limpiaban furiosamente para secar las lágrimas—. Tomamos
esta decisión juntos.
—Fue una decisión equivocada.
La angustia en su rostro solo hizo que mis lágrimas cayeran más
rápido.
—Lo sé.
—¿Qué hacemos? ¿Dónde está?
—Lo encontraremos. —Knox me atrajo hacia su pecho, sosteniéndome
fuerte mientras hablaba con Winn—. ¿Qué hacemos?
—Sé que no quieres escuchar esto, pero necesito que ambos esperen.
Gruñí en el pecho de Knox, el terror transformándose en frustración y
desesperación.
—No puedo sentarme en ese auto y no hacer nada. No puedo ver a las
madres entrar al centro y recoger a sus hijos. No puedo.
—Camina por la ciudad si quieres —dijo Winn—. Pero tenemos mucha
gente buscando a Jill. Me pondré en contacto con el equipo y volveré con
una actualización en breve.
—Entonces vamos. —Me soltó y agarró mi mano, tirando de mí por la
acera mientras nos dirigíamos a Main.
Mis piernas estaban rígidas y tambaleantes durante las dos primeras
cuadras, pero luego comenzaron a calentarse y mis pasos se alargaron.
Caminábamos en silencio pero el grito sordo en mi cabeza se hacía más
fuerte con cada paso.
Si mi padre no tenía idea de quién era la mujer que había tratado de
chantajearlo, había una persona que lo haría.
Me detuve tan abruptamente que mi mano resbaló del firme agarre de
Knox.
—¿Qué ocurre?
—Tenemos que saber quién era esta mujer. Incluso si no es ella,
242
tenemos que saberlo. —El tiempo de enterrar la cabeza en la arena había
terminado. Cometí el error de pensar que en Montana era inalcanzable. Tal
vez esto no tenía nada que ver con el chantaje, pero no iba a correr ese
riesgo.
—Vas a llamar a Oliver —supuso Knox.
Asentí y saqué mi teléfono, encontrando el número que había escondido
bajo un nombre falso.
—Sí —respondió, su voz tan fría como el aire invernal.
—¿Quién lo sabe además de nosotros?
—Nadie.
—Hay alguien —corregí—. Porque alguien está tratando de chantajear
a mi familia por dinero para mantener en secreto la paternidad de mi hijo—
. ¿Quién?
—Mierda —siseó.
—¿Quién es, Oliver?
—No sé.
Mi furia se disparó.
—No te atrevas a mentirme. Esto involucra a mi hijo. Te prometí que
me callaría, me alejé, pero me lo dirás. O mi próxima llamada telefónica será
para tú esposa.
—Haz eso y me llevaré a tu hijo.
—Nunca tocarás a mi hijo. Usaré cada dólar de mis millones para
arruinar tu vida. —Haría lo que fuera necesario para mantener a Drake a
salvo. Si eso significaba cumplir las órdenes de mi padre, que así sea—.
¿Quién?
El otro extremo de la línea quedó en silencio. Tan silencioso que no
estaba segura de si todavía estaba allí. Pero luego respiró y supe que había
elegido la autopreservación sobre sus secretos.
—Nadie sabía de nosotros.
—Entonces, ¿por qué el FBI pasó por mi casa antes de que me fuera de
la ciudad? Alguien tiene que saberlo, Oliver. ¿Quién?
Se oyó un crujido de fondo y luego el cierre de una puerta.
—¿Cuándo se te acercó el FBI? ¿Por qué no me lo dijiste? 243
—No estábamos exactamente en términos para poder hablar. Y no les
dije nada.
—¿Qué, exactamente, dijo el agente del FBI? —Había un filo en su voz.
Miedo. Bien. Estaba jodidamente aterrorizada. Él también podría estarlo.
—Nada. El agente me preguntó si te conocía. Le dije que no. —Una
verdad a medias. En ese momento, Oliver había muerto para mí—. No me di
cuenta de que estabas siendo investigado.
—No lo estoy.
Mentiroso.
—Si el FBI lo sabe, entonces alguien más lo sabe.
—Tal vez es un amigo tuyo. Alguien que supiera que tienes dinero y
pensara que podría estafarte.
—No. Te lo dije antes de irme, no le comenté a nadie que estábamos
juntos. —Porque él me había pedido que no lo hiciera. Y yo era una maldita
idiota.
—Ciertamente no fui yo —dijo.
Mi mano libre se cerró en un puño.
—Aparte de tu esposa, ¿a quién le importaría que tuviera a tu hijo?
—No es mi esposa.
—¿Entonces quién? ¿Por favor? —Odiaba rogarle a este hombre, pero
por Drake, me arrodillaría si eso significaba traerlo a casa a salvo.
—Podría ser esta mujer que estaba viendo. No estuvimos juntos mucho
tiempo. Seis meses. Mi tiempo con ella comenzó poco después de mi tiempo
contigo. Ella estaba... exigente.
—Quieres decir que ella sabía que estabas casado.
—Sí —murmuró.
—¿Cómo sabría esta mujer sobre mí?
—No lo sé —dijo—. A menos que me haya hecho seguir. No lo dudaría
de ella.
Había venido a mi casa dos veces después de nuestra ruptura. Una vez,
la noche en que me pidió que olvidara su nombre. La noche en que me había
ofrecido dinero. La noche que le conté sobre el bebé. Luego, solo unos días
después, había venido a ceder sus derechos de paternidad. 244
Si lo había estado siguiendo, tal vez también me hubiera seguido a mí.
¿Por celos? ¿Despecho? ¿Curiosidad? Cuando tuve a Drake, ella debió haber
adivinado que Oliver era el padre.
—Un nombre. Dame su nombre.
—Averie Flannagan.
—Averie Flannagan —repetí y Knox inmediatamente sacó su propio
teléfono, alejándose dos pasos para llamar a Winn.
—Adiós, Oliver.
—Memphis. —Me habló antes de que pudiera terminar la llamada—.
Esto no cambia nada.
—Nada —estuve de acuerdo y la línea se cortó.
No te rindas
Encontraríamos a Drake. Teníamos que encontrar a Drake.
—Winn va a investigar su nombre —dijo Knox—. Ver qué puede
encontrar.
—Si hubiera venido a Montana, dudo que se hubiera quedado en
Quincy. Tal vez deberíamos llamar a otros hoteles en el área.
—No hay muchos. El más cercano está a ochenta kilómetros de
distancia. —Levantó un dedo y se desplazó a través de su teléfono. Luego
marcó un número y se lo acercó a la oreja—. Sí, Hola. Mi nombre es Knox
Eden. Soy el dueño de The Eloise Inn en Quincy. Tuve una huésped que se
fue sin pagar los cargos de una habitación esta semana. He estado llamando
para avisar porque supongo que lo ha hecho en algunos hoteles de la zona.
¿Hay alguna posibilidad de que tengas a una Averie Flannagan en tu motel.
Hubo una pausa, luego Knox tomó mi mano y comenzó a marchar por
la acera, retrocediendo por donde habíamos venido.
—No hay problema. Hazme un favor, voy a llamar al sheriff local. No le
hagas saber que llamé. Lo aprecio. —Metió su teléfono en el bolsillo y
comenzó a correr.
Cualquier otro día me resultaría difícil mantener el ritmo, pero la
adrenalina y el miedo me hicieron igualar su ritmo, paso a paso, mientras
corríamos hacia la guardería.
Corrimos hacia mi auto, Knox gritando a Winn mientras abría la
puerta.
—Hay una Averie Flannagan alojada en el Motel Mountain de camino a 245
Missoula.
Winn chasqueó los dedos a un oficial y se fue a su propio SUV.
—Síganos. Quédense cerca.
Knox nos sacó del estacionamiento y cuando uno de los patrulleros se
alejó, con Winn justo detrás, condujo con los nudillos blancos en el volante
hacia la carretera.
Los kilómetros pasaron como un borrón, pero no importaba cuán
rápido condujéramos, no era lo suficientemente rápido. Mis rodillas
rebotaron. Mi estómago se revolvió.
—Esto es mi culpa. Debería haber llamado a Oliver antes. En Acción
de Gracias.
—No —dijo Knox—. Esta mujer está loca. Si realmente secuestró a
Drake, está loca. No podrías haber detenido esto.
—Podríamos haberle pagado.
—Y habría pedido más dinero hasta que no tuviéramos nada más para
dar.
—¿Y si le hizo algo? —Mi voz era apenas audible—. ¿Y si lo lastima?
Knox no respondió. Probablemente porque esas mismas preguntas
estaban en su mente.
Así que condujimos en silencio, acelerando a lo largo de la carretera,
hasta que un pequeño motel en forma de U apareció a lo largo de la
carretera, escondido en un bosque de árboles de hoja perenne.
Jadeé. Había tres autos del sheriff en el estacionamiento, cada uno con
las luces encendidas.
—Winn debe haber llamado.
Me negué a parpadear a medida que nos acercábamos más y más,
hasta que Knox redujo la velocidad para salir de la carretera.
Un oficial con una camisa marrón y pantalones a juego salió de una
habitación. Detrás de él, escoltada por otro policía uniformado, venía una
mujer.
Una mujer rubia de mi estatura. Tenía las manos esposadas a la
espalda.
—La conozco. —Negué con la cabeza, sin apenas creer lo que veía—. Es
la agente del FBI que vino a hablar conmigo.
—¿Qué? —dijo Knox—. ¿Estás segura? 246
—Sí. —¿Qué demonios?
Knox estacionó junto a un auto con matrícula de Nueva York. En el
momento en que se detuvieron los neumáticos, salí por la puerta. El sonido
que me saludó cuando mi pie tocó el pavimento fue el mejor sonido que
había escuchado en todo el día.
Un llanto. De un niño pequeño.
Mi pequeño.
Salí corriendo. Knox también.
—Alto. —Un oficial levantó las manos para detenernos, pero lo pasamos
de todos modos justo cuando Winn salía de la habitación del hotel con Drake
en sus brazos.
—Gracias a Dios. —Lo atraje hacia mi pecho y enterré mi nariz en su
cuello, salpicándolo de besos. Luego palpé cada centímetro de su cuerpo,
asegurándome de que estaba completo—. Estás bien.
—Está bien. —Knox envolvió sus brazos alrededor de ambos, su mejilla
en el cabello de Drake—. Lo encontramos.
Lo encontramos.
—Nunca volverás a dejar mi vista —dije, abrazando a Drake con más
fuerza.
Knox y yo nos aferramos a él, incluso cuando se movía y se retorcía
para ser liberado, solo alejándonos cuando una voz familiar llegó desde el
pasillo.
—No hubiera dejado que le pasara nada. —Jill, esposada y empujada
fuera de la habitación por un oficial, tenía lágrimas corriendo por su rostro.
En el momento en que nos vio, se congeló. Su boca se abría y cerraba, como
un pez fuera del agua jadeando por aire. Pero antes de que pudiera hablar
o dar alguna excusa tonta, giré con mi hijo y caminé hacia el Volvo.
Knox no se quedó atrás.
Winn tampoco.
—¿Hay alguna razón por la que debamos quedarnos? —le pregunté a
ella.
—No. Vete a casa. Vamos a detenerlas a ambos y yo misma las
interrogaré.
—Gracias.
Se acercó, pasando un dedo por la mejilla de Drake.
247
—Conduzcan con precaución. Los veré pronto.
Knox le puso la mano en el hombro, luego tomó a Drake y lo abrochó
en su asiento.
Me deslicé en el asiento trasero, esperando a que Knox se sentara al
volante.
Se encontró con mi mirada en el retrovisor.
Luego nos llevó a casa.
248
Memphis
N
ochebuena. Era la primera Navidad de Drake y no había ni
una pizca de espíritu navideño en la casa. Los eventos de
hace dos días todavía estaban demasiado crudos. En lugar
de podar un árbol o envolver regalos, pasaba mis horas de
vigilia esperando respuestas y rondando cerca de mi hijo.
Drake emitía sonidos desde la cama, levantando sus pies con las
manos, mientras yo doblaba la última carga de ropa.
Knox y yo nos habíamos tomado un descanso del hotel. Cuando su
personal se enteró de lo que había sucedido con Drake, todos insistieron en
que se quedara cerca de casa. Se habían encargado de la boda y estaban
organizando las fiestas de Nochebuena y Navidad en Knuckles.
Mateo y Anne se habían ofrecido como voluntarios para cubrir mis
turnos, limpiando las habitaciones y moviéndose por el hotel hasta que
estuviera lista para regresar.
No me alejaría por mucho tiempo. No pondría esa carga sobre ellos.
Pero por el momento, no me sentía cómoda estando bajo un techo diferente
al de mi hijo. Y Knox parecía sentir lo mismo. Mientras yo mantenía mi
mente ocupada limpiando la casa y lavando la ropa, él estaba de pie en la
cocina, preparándose para la cena de Navidad que tendríamos en el rancho
mañana.
Tal vez no tenía alegría navideña, pero no había un lugar donde
preferiría pasar mis vacaciones que con su familia.
Había perdido toda fe en los míos.
Mi madre había tratado de llamar una vez. La rechacé, optando por un 249
mensaje de texto para hacerle saber que Drake estaba bien y en casa. Había
llamado cuatro veces desde entonces. Si continuara, tal vez la próxima
semana respondería. Tal vez no.
Era una sensación extraña, el perder a tu familia. Habría sido
desgarrador si Knox no me hubiera reclamado ya como suya.
Anne había venido tres veces desde el viernes, Harrison y Griffin dos
veces. Eloise había venido el viernes por la noche después de que
regresáramos de ese motel. Talia había estado justo detrás de ella,
insistiendo en hacer una revisión rápida para asegurarse de que Drake
estaba bien. Y luego Lyla y Mateo habían aparecido con la cena.
El único miembro de la familia que no habíamos visto era Winn.
Y ella era la que habíamos estado anhelando ver.
—Memphis —llamó Knox desde la sala de estar—. Winn está aquí.
—Finalmente —murmuré. La camiseta que había estado doblando cayó
en la cesta. Tomé a Drake en mis brazos y lo llevé por el pasillo.
Knox le abrió la puerta a Winn y le besó la mejilla cuando entró.
—Hola.
—Hola. —Nos sonrió a los dos—. Lamento hacer esto hoy. Pero pensé
que probablemente estaban ansiosos por saber qué estaba pasando y que
sería mejor ahora que mañana con todos alrededor.
—Por favor. —Mi corazón estaba en mi garganta.
Todavía era temprano, apenas las diez de la mañana. Solo ayer, Winn
nos había dicho que todavía estaban interrogando a Averie y Jill. Pero el
tiempo había pasado lentamente y cada hora de espera se había sentido
como una semana.
—¿Podemos traerte algo? —preguntó Knox, acompañándola a la sala
de estar—. ¿Agua?
—No, estoy bien. —Presionó una mano contra su vientre que apenas
comenzaba a mostrarse, luego se sentó en la silla para que Knox y yo
pudiéramos sentarnos uno al lado del otro en el sofá.
Él levantó a Drake de mis brazos y lo acostó en la alfombra de juego
junto a nuestros pies. Luego se inclinó hacia adelante, con los codos en las
rodillas, y le dio a Winn el visto bueno para comenzar.
—Averie y Jill solicitaron abogados, lo que ha retrasado el proceso. Pero
Jill finalmente ha comenzado a cooperar. Y tenemos algunas pruebas para 250
ayudar a llenar los vacíos con el lado de la historia de Averie.
—¿Averie una agente del FBI?
Win sacudió la cabeza.
—No.
—Pero me mostró una placa. —Estaba en una billetera negra que abrió
cuando la vi afuera de mi casa.
—Encontramos una placa en su persona. Era falsa. Una buena
falsificación. No había forma de que lo supieras.
—Así que me engañó. —Mi corazón se hundió—. Ella solo estaba
tratando de obtener información sobre Oliver. ¿Por qué?
—Por lo que pudimos encontrar en su teléfono, tiene muchas imágenes
y videos de Oliver. Cuando digo muchas, es del tipo que esperaría ver de un
acosador.
—Cuando hablé con Oliver, sonaba como si ya la hubiera olvidado —
dije—. Si estuviera siendo acosado, ¿no lo sabría?
—No necesariamente. Ella también tenía videos de tu padre. Dudo que
él supiera que ella lo estaba siguiendo tampoco.
—¿Por qué? —Negué con la cabeza—. No entiendo por qué estaba
pasando todo esto.
—Tú y tu familia eran un objetivo. —Winn me dio una sonrisa triste—.
Supongo que Oliver le ofreció dinero a Averie para que guardara silencio
sobre su relación.
Resoplé.
—Probablemente le pagó los cincuenta de los grandes que no tomé.
—Después, ella debe haber aprendido sobre ti y tu familia. Pensó que
si Oliver le pagaba, tú también lo harías. Y sería una forma fácil de ganar
dinero.
—¿Crees que sabe cuánto vale Memphis? —preguntó Knox.
Winn asintió.
—Sí.
—No valgo nada —dije—. Ya no.
Knox puso su mano en mi rodilla.
—Dudo que ella lo haya visto de esa manera.
—Podría haber acudido a su esposa —le dije. 251
—No. —Knox suspiró—. Demasiado peligroso.
Yo era la ruta fácil a millones. Excepto que no tenía millones. Ya no.
—¿Por qué querría a Drake?
—Aquí es donde Jill entra en juego —dijo Winn—. De nuevo, sin una
confesión, no puedo estar segura, pero sospecho que después de que tu
padre le negara el dinero, ella decidió que necesitaba más municiones. En
concreto, una prueba de paternidad. Algo para chantajear a tu padre, tal
vez a Oliver también.
—Ahí entra Jill —murmuró Knox.
—Está completamente loca. —Winn puso los ojos en blanco—. Ella no
cree que haya hecho nada malo. Averie se acercó a ella hace semanas.
Fomentó algún tipo de relación. Le dijo que era la tía de Drake. Que su
hermano era su padre. La historia de Averie fue que te negaste a admitir que
Drake era el hijo de su hermano. Y antes de que pudieran obtener
respuestas, huiste de Nueva York.
Me quedé boquiabierto.
—¿Qué? ¿Y Jill le creyó?
—Aparentemente. Se había hecho amigas. Jill pensó que estaba
ayudando a Drake a reunirse con su familia.
—Oh, la odio. —Mis dientes rechinaron juntos.
Knox hervía a mi lado.
—Esa maldita perra.
—Averie convenció a Jill de que necesitaba su ayuda, pero no pudieron
encontrarse en Quincy. Para que no la reconocieras. Era demasiado
arriesgado que tomaras a Drake y desaparecieras como lo hiciste en Nueva
York. Así que Jill accedió a llevarse a Drake y reunirse con ella en ese motel.
Resulta que no estábamos tan lejos detrás de ella. Treinta minutos, tal vez.
Pensó que estaría de regreso en la ciudad a las cinco y que nunca te darías
cuenta. Excepto que tardó más en el motel porque el dinero que Averie
prometió a Jill no estaba allí.
—Espera. —Knox levantó un dedo—. ¿Dinero?
—Cien mil dólares. Averie dijo que era una recompensa que su
“hermano” estaba pagando a cualquiera que ayudara a reunirlo con su hijo.
—Pero Averie no tenía el dinero —dije.
252
Win sacudió la cabeza.
—No y Jill se negó a irse sin él.
—¿Y Jill creyó todo esto? —pregunté.
—No lo sé. —Winn se encogió de hombros—. Es lo que ella está
alegando.
—¿Crees que es la verdad? —preguntó Knox.
—Por desgracia sí. Jill está en pánico. No creo que tenga las agallas
para mentir cuando está frente a un cargo de secuestro.
—Por supuesto que es verdad. Cree que soy una madre horrible —dije—
. Probablemente estaba enamorada de Averie y pensaba que Drake estaría
mejor sin mí.
Knox puso su brazo alrededor de mis hombros.
—No eres una madre horrible. Está jodidamente loca, cariño.
—Entonces, ¿qué soy por dejar a Drake con ella?
Sus ojos se suavizaron.
—Yo también lo dejé allí. También lo hicieron otros padres. No pongas
esto sobre tus hombros. Ella es la única responsable. Solo ella.
—Debería haber confiado en mis instintos. —Y la culpa por ignorarlos
me acosaría en los años venideros.
—Knox tiene razón, Memphis —dijo Winn—. Esto no es tu culpa.
—¿Crees que Averie realmente estaba detrás de su ADN? ¿O iba a
llevarse a Drake?
—Mi corazonada es el ADN —dijo Winn—. Le pregunté a Jill si tenía la
impresión de que Averie tenía la intención de llevarse a Drake. Ella dijo que
todo lo que quería era su saliva y una muestra de cabello. Que ella apenas
le dedicó una mirada.
—Porque él no era lo que quería. —Knox resopló—. Ella estaba detrás
del dinero.
Winn asintió.
—Es mucha especulación en este momento, pero la mayoría de las
veces, nuestra especulación resulta estar cerca de la verdad.
Mi mente estaba dando vueltas de nuevo. Aunque en realidad no había
parado desde el viernes.
—¿Qué sigue? —preguntó Knox. 253
—Debido a que este es un caso de secuestro de niños, me comuniqué
con el FBI. Tienen los recursos que nosotros no tenemos para examinar la
vida de Averie en Nueva York. Quiero que la investigación sea lo más
exhaustiva posible con la esperanza de que pase mucho tiempo en prisión.
—Bien. —El aire salió de mis pulmones—. ¿Qué pasa con Oliver?
¿Hablarán con él?
—Espero que lo hagan. Y supongo que, después de todo lo que me has
dicho, negará conocerte.
—Bien por mí.
No tenía intención de volver a mencionar su nombre, aunque el FBI
llamara a mi puerta. Si la mujer de Oliver se enteraba de que era un
bastardo infiel, ese era su problema. No venía de mis labios.
—Tomarán el control y traerán fiscales federales —dijo Winn—. Me
mantendré en contacto con el agente principal del caso. Esperemos que nos
mantengan informados sobre lo que está pasando. Pero sobre todo,
esperamos. Hagan todo lo posible por seguir con sus vidas.
No se sentía suficiente. No había suficiente cierre.
Pero sospeché que sería todo el cierre que obtendríamos.
—Gracias por venir aquí hoy —le dije a Winn.
—Lo siento, no tengo más para ti. —Se puso de pie y la seguimos,
acompañándola hasta la puerta—. ¿Nos vemos mañana?
—Sí. —Knox asintió—. Feliz Nochebuena.
—Feliz Nochebuena. —Me tiró en un abrazo—. Eres una buena madre,
Memphis. Nunca dudes de eso.
—Gracias. —La abracé más fuerte, con la esperanza de que algún día
creería esas palabras. Tal vez con el tiempo, cuando Jill y Averie Flannagan
fueran solo una tenue pesadilla del pasado.
Winn saludó y se deslizó afuera. Había estado nevando todo el día en
copos blancos y esponjosos que salpicaban su cabello oscuro. Cuando sus
luces traseras eran un borrón por el camino, Knox cerró la puerta.
—Esto se siente…
—Inconcluso. —Envolvió sus brazos alrededor de mí—. Dudo que
confiese, que nos cuente todo, pero maldita sea, quiero respuestas.
Así era exactamente como me sentía yo también.
254
—¿Cómo superamos esto? ¿Cómo superamos los peores días?
—Haciendo más de lo mejor que podamos. —Besó la parte superior de
mi cabello y me dejó ir, moviéndose para sacar algo de su bolsillo—. Iba a
esperar hasta mañana. Te lo iba a dar cuando abriéramos regalos. Pero
después de todo lo que pasó, esperar se siente como una pérdida de tiempo.
Me moví, tratando de espiar lo que tenía en su puño. Pero lo había
cerrado en su palma.
Fue solo después de que se arrodilló que abrió su mano, revelando un
anillo de diamantes perfecto.
—Cásate…
—Sí. —Caí de rodillas, no dejándolo terminar, y estrellé mis labios
contra los suyos.
Me levantó, sin perder el ritmo cuando su lengua rozó la mía, y me llevó
al sofá, atrapándome debajo de su cuerpo ancho. Luego me besó como si lo
necesitara. Como si no hubiera preguntas sin respuesta. Como si no
existiera el mal en este mundo. Como si todo lo que necesitáramos estuviera
aquí, en esta casa y en este pueblo.
Knox me besó e hizo de hoy mi cuarto mejor día.
Drake graznó en el momento en que la mano de Knox se deslizó por
debajo del dobladillo de mi camiseta.
Apartó la boca y frunció el ceño hacia el tapete de juego.
—Hijo, tendremos que mejorar tus tiempos.
Hijo.
—Lo es, ¿sabes? Tu hijo.
—Lo sé. Nos casaremos y luego lo haremos oficialmente mío. Lo que
sea necesario.
—De acuerdo. —Se sentía extraño sonreír después de todo lo que había
pasado. Pero lo hice de todos modos. Sonreí tan ampliamente que me
dolieron las mejillas—. Te amo.
—Yo también te amo. —Me besó de nuevo—. Hasta el final de mis días,
Memphis. Tú, yo, Drake. Somos lo mejor del mundo, cariño. Somos tan
jodidamente buenos juntos. Y agregaremos un montón de bebés a la mezcla
para que siga siendo interesante. 255
Me reí.
—¿Ah, de verdad?
—Quiero una familia grande y caótica para llenar esta casa. Quiero
pisar juguetes en medio de la noche. Quiero separar peleas y vendar rodillas
raspadas. Quiero el desorden. Quiero la pasión. Quiero verte hacer crecer a
nuestros hijos.
En sus penetrantes ojos azules, vi ese futuro. Estaba lleno de mejores
días. Estaba lleno de amor por el hombre que me había robado el corazón.
—¿Lo prometes?
Knox sonrió.
—Lo juro.
256
Knox
Un año después...
C
on mi mano extendida sobre el vientre redondeado de
Memphis, miré a los ojos a mi hermana.
—¿Estas segura?
Talia frunció el ceño.
—Cada cita me preguntas si estoy segura.
—¿Bien? ¿Lo estás?
—No diría que Memphis y el bebé estaban bien si no estuvieran
realmente bien. —Puso los ojos en blanco y miró a mi esposa que estaba
descansando en la mesa de examen—. Es agotador.
—Intenta vivir con él. Esta mañana me agaché para recoger uno de los
juguetes de Drake y prácticamente me derribó para agarrarlo primero.
—Pensé que podría ser demasiado pesado.
Memphis me dio una mirada seria.
—Si Drake, el niño de un año, puede levantarlo, no es demasiado
pesado.
—Solo estoy siendo cauteloso. —Crucé los brazos sobre mi pecho.
Memphis estaba embarazada de seis meses, y teniendo en cuenta lo
que había sucedido cuando estuvo en trabajo de parto con Drake, no quería
correr ningún riesgo. Podían quejarse con cada respiro de que estaba siendo
sobreprotector. No me haría cambiar. Había estado así desde el día que ella 257
salió del baño con una prueba de embarazo positiva en la mano. Si recoger
cada juguete, mimar cada movimiento de Memphis y presionar un poco en
estos controles era el único control que tendría durante este embarazo, que
así sea.
—¿Cómo está su peso? ¿Está comiendo lo suficiente? —le pregunté a
Talia—. No cenó mucho anoche.
—Porque no tenía mucha hambre. Estás cocinando para mí seis veces
al día. No puedo seguir el ritmo. —Memphis plantó una mano sobre la mesa,
pero antes de que pudiera levantarse, la agarré del codo. Me gané otro giro
de ojos de mi hermana. Igual no me importaba.
—Su peso está bien, Knox. Todo está bien. ¿Te relajas? Dios, eres peor
que Griffin, y nunca pensé que diría esas palabras.
Fruncí el ceño.
—¿Lo soy?
Talia asintió.
—Diez veces peor.
—Mmm. Lo que sea.
Memphis simplemente sacudió con la cabeza y se rio.
—Te amo.
—Yo también te amo. —Me incliné para besarla, demorándome lo
suficiente para que Talia se aclarara la garganta—. Está bien. Será mejor
que vayamos a casa y relevemos a mamá.
—Los acompañaré a la salida —dijo Talia—. Son mi última cita por hoy.
—¿Quieres venir a cenar? —pregunté.
—Por supuesto. No es que tenga nada ni nadie esperándome en casa.
—Suspiró—. Déjame ir a mi taquilla y tomar mis cosas. Los veré en la
recepción.
Tomé la mano de Memphis y la ayudé a levantarse de la mesa. Luego,
una vez que se puso el abrigo, deambulamos por los pasillos del hospital.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo cuando llegamos a la sala de espera en el
primer piso. Un texto de Mateo.
—Mira esto. —Giré la pantalla a Memphis.
Mateo volaba aviones como piloto en Alaska, transportando personas y 258
suministros a áreas remotas del estado. La foto de hoy era de montañas
escarpadas cubiertas de nieve al atardecer.
—Va a ser raro no tenerlo en casa para Navidad —le dije, enviándole
un mensaje de texto rápido diciéndole que volara a salvo.
—Tu mamá dijo lo mismo hoy.
Todos lo extrañábamos, pero necesitaba escaparse y hacer algo por su
cuenta. Se había ido por casi un año, habiéndose ido poco después de las
vacaciones. Mateo no había salido a decirlo, pero me dio la impresión de que
aquí se había sentido como una sombra. Necesitaba espacio y tiempo para
encontrar su pasión. Tal vez era el volar.
Solo esperaba que algún día, sus alas lo trajeran a casa.
Las puertas de la entrada del hospital se abrieron y un hombre entró.
Miré por encima, luego hice lo volví a mirar bien.
—Mierda santa. Ese es Foster Madden.
—¿Quién? —preguntó Memphis, siguiendo el camino de Foster hacia el
mostrador de recepción.
—Foster Madden. Es el actual campeón de peso mediano.
—¿Eh?
—Recuerdas esa pelea que vimos este verano. Aquella en el que el tipo
noqueó a su oponente en el primer asalto.
Memphis parpadeó.
—Cariño, me estás matando.
Ella sonrió y me clavó el codo en las costillas.
—Es una broma. No lo reconocí, pero sí, recuerdo esa pelea.
—Es él.
—Me pregunto por qué está en Quincy.
Me encogí de hombros.
—¿Lo has visto en el hotel?
—No, pero si se hubiera registrado hoy, me lo habría perdido.
Ambos nos habíamos tomado el día libre para hacer algunas compras
navideñas con Drake. Luego nos reunimos con mamá en casa para que
pudiera cuidar a los niños mientras íbamos al hospital para la cita de 259
Memphis.
—Me gusta ese nombre —dijo—. Foster. ¿Qué opinas?
—Meh. —Desde el momento en que supimos que íbamos a tener un
niño, había estado lanzando ideas de nombres constantemente. Y cada uno
de ellos, los había rechazado.
—Me rindo. —Ella sacudió sus manos en el aire—. Eres imposible.
—Oye, eh... Perdón por interrumpir. —Foster hizo un gesto para llamar
mi atención, luego enganchó su pulgar sobre su hombro hacia el escritorio—
. ¿Saben si alguien está trabajando aquí hoy?
—La enfermera podría haberse ido ya. —El reloj marcaba las cinco—.
¿Está buscando una habitación? Podríamos orientarle en la dirección
correcta.
Detrás de él, se abrió una puerta y Talia salió caminando con una
sonrisa. Su larga cola de caballo oscura colgaba sobre un hombro y se había
puesto una chaqueta sobre su blusa médica azul bebé.
—Estoy buscando una doctora que trabaja aquí —dijo Foster—. Talia
Eden.
¿Por qué Foster Madden estaría buscando a Talia?
La sonrisa de Talia cayó. Sus pasos se detuvieron. Más rápido de lo que
jamás la había visto moverse, corrió detrás del mostrador de recepción.
—Eh... —¿Qué carajo?
Foster miró por encima del hombro, siguiendo mi mirada, pero ella se
había agachado tanto que era como si se hubiera desvanecido.
—Podría probar en urgencias —soltó Memphis—. Tal vez puedan
localizarla por usted. Simplemente salga por las puertas y baje por la acera
hasta el otro lado del edificio. Es difícil perderse.
—Lo aprecio. —Foster asintió, luego, tan rápido como había entrado,
se fue.
Memphis y yo compartimos una mirada, esperando hasta que se perdió
de vista.
—La costa está despejada —llamé.
Talia se incorporó, sus ojos apenas sobre la repisa del mostrador.
—¿Se ha ido?
—Si. —Asentí—. ¿Quieres decirme por qué te escondes de Foster
260
Madden?
—No. —Se puso de pie, caminando de puntillas alrededor del escritorio.
Sus ojos permanecieron pegados a las ventanas de vidrio, comprobando
para asegurarse de que se había ido—. Debería irme.
—¿Qué hay de la cena? —preguntó Memphis.
—La dejamos para la próxima. —Y antes de que pudiéramos decir otra
palabra, corrió, no trotó, sino que corrió, hacia las puertas. Salió a la acera
e hizo una revisión rápida de Foster, luego corrió a su auto en el
estacionamiento.
—De acuerdo —dije arrastrando las palabras—. ¿Qué diablos fue eso?
—¿Ella lo conoce?
—Ni idea. —Aparentemente lo suficiente como para reconocer su voz y
desde atrás—. La llamaré más tarde.
No es que esperara que me dijera nada. Talia se parecía mucho a mí.
Si no quería hablar de algo, no lo haría. Lyla y Eloise mostraban sus
emociones en sus hermosos rostros para que el mundo las viera. Talia
mantenía las suyas encerradas detrás de los ojos azules característicos de
nuestra familia.
—Estoy seguro de que no es nada. —Besé la sien de Memphis y luego
la ayudé a subir al auto. No quería que mi esposa se estresara por mi
hermana—. Recibí un correo electrónico de Lester hoy.
—¿En serio? —Memphis se enderezó—. ¿Qué dijo?
—Vendrá a Quincy en enero. La revista quiere que haga un artículo de
lo mejor de lo mejor o algo así.
—Y te eligió a ti. Por supuesto que te elegiría a ti. —Alzó su puño en
victoria—. Esto es increíble.
El artículo de Lester del año pasado había atraído a Quincy a más
personas de las que esperaba. El hotel estaba a punto de tener el mejor año
de su historia y el restaurante había duplicado mis proyecciones iniciales
de ingresos.
Esa cantidad de dinero significaba más personal. Y más personal
significaba que Memphis y yo teníamos más libertad y flexibilidad.
Ella no estaba trabajando como ama de llaves en estos días, pero una
261
o dos veces por semana, se ocupaba de la recepción porque realmente
disfrutaba el trabajo y ayudar a Eloise en el hotel. Le encantaba ser parte
del negocio familiar.
—He estado pensando en esa boda en mayo —dijo Memphis—. Tal vez
debería decirle a la novia que no.
—Absolutamente no.
Ella suspiró.
—Vamos a tener mucho que hacer. Drake es solo un niño. Tendremos
a un recién nacido. Nuestro horario ya está muy ocupado de por sí. No sé si
es inteligente agregar un trabajo de planificación de bodas a la mezcla.
—¿La quieres hacer?
—Bueno... Sí.
Me acerqué para tomar su mano.
—Entonces encontraremos una manera.
Si el sueño de Memphis era planificar bodas y eventos, haría lo que
fuera necesario para que eso sucediera.
Había planeado dos bodas el año pasado, una de las cuales fue la
nuestra. Nos casamos en el rancho, en un prado lleno de flores silvestres de
verano. Luego tuvimos una recepción en el hotel, llenando el espacio con
amigos y familiares que bailaron a nuestro lado bajo un manto de luces
mágicas.
Dos días después, fuimos al juzgado, donde adopté a Drake.
Todos éramos Eden. Y yo, por mi parte, me alegré de ver desaparecer
el nombre Ward.
El contacto con los padres de Memphis había sido mínimo el año
pasado. Ella les había dicho que nos íbamos a casar, sin una invitación real.
Su madre le había enviado flores. Su hermana le había enviado una tarjeta.
Ni una palabra de su padre y su hermano, pero a Memphis no le había
importado. Ya había decidido que si por algún milagro heredaba su fondo
fiduciario, tomaría el dinero y lo reservaría para los niños.
Llevábamos seis meses de embarazo y aún no se lo había informado a
Beatrice y Victor. Tal vez lo haría eventualmente, probablemente después de
que naciera el bebé, pero a medida que pasaba el tiempo, a medida que
construíamos nuestra propia vida, parecía más contenta con su distancia.
Sospechaba que la distancia se volvería permanente. 262
No necesitaba a esa familia.
Estábamos construyendo la nuestra.
Y sería sobreprotector en cada paso del camino.
Había pasado casi un año desde el incidente con Jill y Averie
Flannagan. Había días en los que no pensaba en ello, pero esos eran raros.
Los miedos eran una molestia constante, y solo esperaba que con el tiempo,
saldrían a la superficie cada vez menos.
Averie Flannagan pasaría la mayor parte de la década en una
penitenciaría. Esa perra podría pudrirse en la cárcel.
Jill estaba llegando al final de su sentencia de prisión, y aunque pronto
saldría en libertad condicional, dudaba que volviéramos a ver su rostro en
Quincy.
Al igual que no habíamos vuelto a saber de Oliver. El FBI nos interrogó
a Memphis y a mí una vez después del secuestro de Drake. Durante su
declaración, Memphis no mencionó el nombre de Oliver. Simplemente había
hablado del intento de chantaje de Averie y de ir a la guardería para
descubrir que Drake había desaparecido. Si se habían puesto en contacto
con Oliver durante su investigación, no lo sabíamos y no nos importaba.
Con un poco de suerte, sería olvidado por mucho tiempo.
Disminuí la velocidad en el giro a casa, salí de la autopista y bajé por
nuestro carril tranquilo.
—¿Qué tal Harrison?
—¿Tu papá? —preguntó Memphis—. ¿Qué hay de él?
—No, el nombre. Harrison.
—Oh. —Extendió una mano sobre su vientre—. Creo que eso sería
encantador.
—Yo también. —Sonreí—. Luego, a la siguiente la podemos llamar
Annie, como mamá.
Ella rio.
—Ya estás pensando en el próximo y este aún no ha nacido.
—Puedes elegir por los dos después de eso.
Memphis sacudió la cabeza, sus ojos color chocolate brillaban.
—¿Quieres cinco? Esto no lo sabía.
—Seis me parecen bien.
—Cinco. —Dibujó una línea en el aire—. Ese es mi límite.
263
—Cinco. —Me detuve en el garaje y, tan pronto como la camioneta
estuvo apagada, me incliné sobre la consola para terminar el beso que había
comenzado en el hospital.
El desván había estado prácticamente vacío desde que Memphis se
mudó. Pero cada vez que subía esas escaleras, pensaba en las noches que
había pasado paseando por el suelo.
Las noches en que me había enamorado de un niño pequeño. Y la mujer
de mis sueños.
Las mejores noches en Juniper Hill.
264
Knox
U
na niña pasó corriendo por la cocina, desnuda como el día en
que nació. Su cabello oscuro estaba mojado, gotas cayendo
por su espalda.
—Annie, más despacio.
—¡Está bien, papá! —Annie no habló, gritó. Cada palabra fue
pronunciada al mayor volumen que pudo reunir. Tenía cinco años y
comenzaría el jardín de infantes en un par de semanas.
Memphis tenía la esperanza de que sus maestros pudieran convencerla
de que no gritara.
No estaba conteniendo la respiración.
—¡Drake! —gritó Harrison desde la habitación que compartían. Los
niños habían estado durmiendo juntos durante tres años, no porque no
tuviéramos el espacio para que cada uno tuviera su propia habitación, sino
porque habían decidido acampar una noche y no se habían separado desde
entonces.
—¿Qué? —le gritó Drake desde su lugar en la cocina.
—¿Quieres jugar Nintendo?
—No ahora. Estoy ayudando a papá a preparar la cena.
Esta era nuestra tradición de los lunes por la noche. El restaurante
estaba cerrado y era raro que los niños tuvieran una actividad escolar o
extracurricular los lunes por la noche, por lo que se había convertido en una
cena familiar.
Pasábamos mucho tiempo con mis padres, hermanos y hermanas. Mis 265
padres nunca se perdían un recital de baile o un juego deportivo, sin
importar el grupo de edad. Mamá y papá todavía cuidaban a los pequeños
durante la semana. Los mejores amigos de los niños eran todos primos y las
fiestas de pijamas eran algo habitual.
Pero los lunes éramos solo nosotros. Los lunes eran para cenas de
pasta y galletas de postres.
Y en el último año, Drake se había convertido en mi sous chef
dispuesto.
Puse mi mano en su hombro, observándolo mientras amasaba la masa
de pasta.
—Poco más.
—Está bien. Luego, ¿puedo estirarla?
—Sí. Voy a poner a hervir el agua. —Lo dejé con su tarea y me moví por
la cocina, llenando una olla con agua. Luego revisé el pollo cociéndose en el
horno.
Disfrutaba mucho cocinando en Knuckles. Experimentaba y jugaba
con los sabores. El menú cambiaba constantemente. Pero mi cocina favorita
era esta.
Comida sencilla que comerían los niños. Y cocinar con mi chico.
Su amor por la cocina podría no durar. Pero tal vez, si tenía suerte, esto
era algo que siempre podríamos compartir. Mamá siempre decía cuánto le
recordaba Drake a mí a esa edad.
Se parecía a Memphis, pero por lo demás, era mío.
Mi hijo.
Un graznido llegó desde el pasillo, precediendo a Briggs mientras
marchaba, descalzo, hacia la sala de estar. Cuak. Cuak. Cuak. Graznaba por
cada paso que daba.
Papá le había dado un llamador de patos este verano en una de sus
salidas al rancho, uno de los días en que mamá tenía las manos ocupadas
en la casa y papá agarraba a uno o dos niños para llevarlos con él mientras
manejaba, inspeccionando ganado y caballos.
Briggs dormía con el llamador de patos. Se bañaba con el llamador de
patos. Caminaba con el llamador de patos.
Ese puto llamador de pato estaba a punto de desaparecer. 266
Cuak.
—Tómate un descanso de los graznidos, amiguito.
—Pero, papá. —Todo el cuerpo de mi hijo de tres años se derrumbó y
cayó de rodillas—. Mami no me dejó graznar en todo el día. Ella dijo hasta
la cena.
—Bien. —Levanté una mano—. Pero luego lo guardaremos para que los
patos puedan dormir un poco esta noche.
Cuak. Cuak.
Dos graznidos significaban sí. Un graznido significaba no.
Nombramos a Briggs en honor a mi tío, un hombre que había sido un
modelo a seguir para mí cuando era niño. Su demencia había empeorado en
los últimos años y era raro que nos reconociera a alguno de nosotros cuando
lo visitábamos en el hogar de ancianos. Pero cada vez que llevaba a mi
manada para saludarlo, les presentábamos a los niños y él tenía una gran
sonrisa en su rostro cuando se enteraba del nombre de Briggs.
Bueno, ¿qué sabes? Ese es mi nombre también.
Mi teléfono sonó en el mostrador y lo deslicé hacia arriba, colocándolo
entre mi hombro y mi oreja mientras le llevaba a Drake un rodillo.
—Hola, Griff.
—Hola. Necesito un favor.
—¿Qué favor?
—Winn acaba de llegar a casa. Se detuvo en la escuela y estaba
hablando con una de las chicas en la recepción. Descubrí que William se va
a mudar.
—¿Qué? ¿Cuándo? Acabo de hablar con él hace dos días.
William tenía un hijo en la clase de quinto grado de Hudson y Drake.
Había estado entrenando a su equipo de fútbol de bandera desde el jardín
de infantes.
—Supongo que surgió bastante rápido. Obtuvo un ascenso y se dirige
a Missoula.
—Maldita sea.
—Síp. ¿Y adivina qué hizo mi hermosa, pensativa y exasperante
esposa?
—Te inscribió como entrenador.
267
—Sí. Así que te inscribí como entrenador asistente. Gracias por el favor.
La práctica comienza el jueves a las cinco.
—Griff... —Él ya había colgado.
—¿Quién era? —Memphis salió del pasillo con Addison en la cadera.
Nuestra hija menor estaba envuelta en una toalla con capucha de unicornio.
—Griff. Me ofreció como voluntario para ser su entrenador asistente de
fútbol.
El rodillo resonó en la encimera y los ojos de Drake se dirigieron hacia
mí. La sonrisa, la esperanza en su rostro hizo que mi corazón se apretara.
—¿Tú y el tío Griff van a entrenarnos?
—¿Te parece bien?
Asintió salvajemente y tomó su rodillo.
Con cinco hijos y un restaurante que administrar, no teníamos mucho
tiempo libre. Pero no había forma de que me echara atrás, no si eso
significaba que esa sonrisa permanecía en el rostro de Drake.
Memphis entró en la cocina y se puso de puntillas, presionando un
beso en mi barbuda mejilla antes de susurrar:
—Lo resolveremos.
—Sí. —Metí un mechón de cabello detrás de su oreja, tomándome un
momento para apreciar a mi hermosa esposa.
Diez años juntos y la amaba cada día más.
—Pa-pii. —Addison puso su palma en mi nariz y me apartó—. Adiós.
Me reí entre dientes cuando Memphis la apartó para vestirla.
—Adiós, bebé.
Tenía casi dos años y estaba creciendo demasiado rápido. Su cabello
era rubio como el de Memphis pero había heredado mis ojos azules.
—Aquí, jefe. —Regresé hacia Drake para inspeccionar la pasta—. Se ve
bien. Adelante, comienza a cortarla en tiras. Entonces pueden ir
directamente al agua. Sacamos el pollo y lo dejamos reposar mientras
hacemos la salsa.
Hizo exactamente lo que le indiqué, trabajando con cuidado con el
cuchillo. El pollo estaba en una tabla de cortar, el horno estaba apagado y
Drake acababa de agregar la pasta al agua hirviendo cuando el golpeteo de 268
pies descalzos llegó a toda velocidad a la cocina.
—Pa-pii. —Addison se lanzó hacia mí. La toalla no estaba y estaba tan
desnuda como su hermana mayor—. Hola.
—Hola. —La levanté y la lancé al aire—. ¿Dónde está tu pijama?
—No pijam.
—Tienes que ponerte tu pijama antes de la cena.
—No. Pijam. —Apretó mi cara, tirando de mis labios.
Si fuera por mí, la dejaría sentarse desnuda en su silla simplemente
para evitar una rabieta. Memphis era la domadora de Addison, no yo.
—Memphis, tienes una fugitiva.
Le tomó un momento, luego apareció, saliendo de la habitación de
Annie.
Annie se rio y cruzó corriendo el pasillo, probablemente para aterrorizar
a Harrison. Al menos estaba vestida. Les daría tres minutos antes de que
uno o ambos lloraran por el videojuego.
Habíamos ampliado la casa hace unos cinco años, conectando el garaje
a la estructura principal y agregando un par de dormitorios para nuestra
prole. El diván se había convertido en el lugar de reunión popular para que
los niños mayores se escondieran y miraran una película mientras los más
pequeños se iban a la cama temprano.
Drake, Harrison y Annie dormirían allí esta noche. Y tan pronto como
se instalaran, Memphis y yo cerraríamos la puerta del dormitorio para
divertirnos.
Memphis entró corriendo en la cocina y robó a Addison.
—Señorita, debes vestirte.
—No pijam.
—¿Qué hay de los unicornios?
—Sí. Sí. Sí.
—Está bien, ve a buscarlos. —Memphis la dejó en el suelo y salió
corriendo.
Entonces mi esposa me sonrió y me siguió.
—¿Papá? ¿Está hecho? —preguntó Drake, de pie junto a la olla.
—Si. Lo colaré. Ve a convocar a la manada.
Salió corriendo, gritando: 269
—¡Cena!
Hace años, cuando le propuse matrimonio a Memphis, le dije que
quería una familia grande y bulliciosa para llenar esta casa. A menudo
pisaba juguetes en medio de la noche. No pasaba un día sin que rompiera
una discusión. Rodillas habían sido raspadas. Espinillas habían sido
magulladas. El ruido era ensordecedor.
Todo por culpa de la mujer que se había detenido en mi camino de
entrada, manchada de lágrimas y exhausta con un bebé que gritaba en sus
brazos. Una mujer que había cambiado mi vida.
Ella caminó por el pasillo, llevando a nuestros hijos a la mesa del
comedor. Me atrapó mirándola y su frente se arrugó.
—¿Qué?
—La casa es un desastre.
Sus ojos se suavizaron.
—Nuestro desastre.
270
Garnet Flats
(The Edens #3)