¿Seré Pariente de Napoleón?

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¿Seré pariente de Napoleón?

y otras historias

Francisco José Paoli Bolio


SUGERENCIA para utilizar este cuadro en el diseño de portada
contraportada o interior del texto

Napoleón, 1792, (23 años) teniente del 1er Batallón de Córcega, retrato del pintor
Félix Philippoteaux, 1834.
En mi niñez empecé a tener vagamente la duda de si era pariente de
Napoleón Bonaparte. Debo confesar que lo vago y poco acuciante de esa duda
era en gran medida porque conocía muy poco o casi nada, de la biografía de ese
personaje. Pero la interrogante se me fue acentuando conforme fui caminando
hacia la juventud y, se hizo cada vez más intensa e informada en la madurez, por
lo que les voy a contar enseguida.

Una llamada sorpresiva de los Paoli de Ciudad del Carmen

Cuando tenía apenas diez años tuve el primer indicio de mi posible


parentesco con el corso más famoso de la historia: Napoleón Bonaparte. Fue en
la sobremesa de una comida dominical durante la breve temporada que pasé en
Ciudad del Carmen, Campeche con mis parientes Paoli, encabezados por las cinco
hijas de mi bisabuelo Casimiro Paoli Giulliani. Casimiro Paoli y su hermano menor,
Pablo, habían desembarcado en la Isla del Carmen en el año de 1865 procedentes
de Bastia, que por muchos años fuera capital de otra isla: Córcega. El par de
jóvenes corsos fueron echando raíces y, a finales del siglo XIX, se naturalizaron
mexicanos. Para entonces ambos se habían casado con mujeres de familias
prominentes de la localidad carmelita. Los hijos que procrearon, a su vez, se
casaron con habitantes de Tabasco y de Yucatán y, de toda la descendencia, el
único varón y, por tanto, el único que transmitió el apellido a la siguiente
generación fue mi abuelo, Francisco María. En cambio mi padre, Iván Jorge,
también único hijo varón, tuvo cuatro hijos, todos los cuales pudimos poner a
nuestros hijos el apellido corso. Y los cuatro Paoli Bolio, nacidos en Mérida,
tuvimos descendencia que multiplicó un poco a los escasos Paoli que hay en
México.
Bisabuelo Casimiro Paoli con su hijo Francisco Maria, mi abuelo
El abuelo Casimiro se casó con una criolla carmelita María Atilana Urquiola Rosado con la
que tuvo cinco hijos.

La curiosidad y las interrogantes sobre el posible parentesco entre un


personaje corso de gran prestigio, Pasquale Paoli 1, y Napoleón Bonaparte me
fueron sembradas en una pintoresca comida en Ciudad del Carmen. Todo
empezó una mañana de finales de junio de 1951 con una llamada telefónica a mi

1
) A veces me refiero en este texto a Paoli como Pasquale (en corso-italiano), como lo
hacen algunos, y otras como Pascal, que es la forma en que los franceses llaman a los que
se llaman Pascual, usanza de ese mismo nombre en castellano.
casa, que contestó mi joven madre, Carmen Bolio de Paoli. La sorpresiva llamada
a Mérida era de mi tía abuela Lila, la hija menor de la familia Paoli Urquiola, a la
que había pertenecido mi abuelo. La tía abuela, totalmente desconocida para mí,
le dijo a mamá que sus hermanas y ella así como sus esposos estaban muy
interesados en conocer al nieto, que además llevaba el mismo nombre, de su
único hermano varón, Pancho, quien había muerto en la Ciudad de México antes
de cumplir los 37. Por tal motivo estaba invitándome a pasar una temporada con
ellos durante el mes de julio, que era de grandes celebraciones para los
carmelitas. Como es el mes de vacaciones de los niños no le trastornará nada,
Carmita, explicó la tía Lila y le aseguró a mamá que me cuidarían bien y me
consentirían. Mi madre, desconcertada por aquella petición tan inesperada pero
reparando en la amable invitación que me hacían, respondió que lo consultaría
con papá y que, si él aceptaba, me enviarían a Ciudad del Carmen.
Mi padre estuvo de acuerdo, y yo no tuve más remedio que estarlo
también, porque en realidad en aquel tiempo casi no tenía ni voz ni voto. La
consulta que se me hizo, y lo recuerdo vagamente, fue una tierna consideración a
mi párvula existencia.

Me quedé intrigado por esa invitación para pasar unas semanas con
familias que, si bien llevaban mi apellido, no había tratado nunca. No sabía cómo
eran y yo nunca había vivido con extraños en mis contados años de vida. Además,
mi padre apenas conoció al suyo, ya que el pobre abuelo había fallecido cuando
papá era más chico que yo en aquel momento. La abuela Chonita enviudó a los
treinta y tres años y se quedó con dos hijos: Iván Jorge, de 8 y María Cristina, de
6. Así que, aunque las tías abuelas de Ciudad del Carmen -me explicó mi madre-
eran hermanas de mi abuelo y, por tanto, parientes bastante cercanos, mi familia
meridana no había tenido trato mayor con la familia carmelita, aunque disgusto
tampoco. Simplemente había una gran distancia por vivir las dos familias alejadas
y sin mayor comunicación. Realmente mi mayor relación en la Mérida de mi niñez
fue con los familiares de mi madre, de apellidos Bolio y Espinosa, y con los de mi
abuela paterna, Gutiérrez y Cervera, que también vivían en la Ciudad Blanca
desde muchas generaciones atrás; en esa querida ciudad se habían casado Chichí
Chon, como le decíamos cariñosamente a mi abuela en jerga yucateca, y mi
abuelo Francisco María Paoli, quienes luego de algunos años y dos hijos se
trasladaron a la Ciudad de México.
María Encarnación (Chonita) Gutiérrez Cervera, abuela paterna, en su boda
A la muerte de mi abuelo Pancho, que empezaba a destacarse como
abogado en la capital de la República2, mi abuela decidió irse con sus dos
pequeños hijos a Nueva York, donde había sido educada y tenía buenas
amistades. Vivieron en la Gran Manzana cerca de tres lustros, tras los cuales
empezaron a volver a Mérida. Mi padre precipitó el regreso de su familia cuando
apenas había cumplido su mayoría de edad, momento en el que decidió hacerse
cargo de la herencia del abuelo Pancho Paoli, al que ahora los tíos carmelitas
querían recordar a través del nieto que llevaba su nombre y apellido. Corría la
segunda mitad de los años treinta cuando papá conoció a mamá, Carmen Bolio
Espinosa, una joven muy alegre, simpática y fiestera a la que enamoró. Se
casaron en Mérida en el año de 1937, en la pequeña iglesia colonial de Santa
Lucía. En esa querida ciudad de sureste mexicano nacimos mis tres hermanitos y
yo, que soy el mayor. Me bautizaron y registraron civilmente como Francisco
José, con los apellidos Paoli y Bolio. Mi nombre de pila no se debió a una
identificación o admiración que mis padres tuvieran por el noble y legendario
emperador austriaco, Francisco José, marido de Isabel de Baviera -representada
por la guapísima Rommy Schneider en la película Sissi Emperatriz que yo había
visto con gran regocijo- sino el resultado de una transacción entre papá y mamá
para que llevara el nombre de los abuelos paterno y materno, en ese orden. Mi
abuelo materno, José María Bolio Méndez, era miembro de una vasta familia
largamente asentada en la Península de Yucatán pues, de acuerdo con el libro A
través de las centurias de José María Valdés Acosta, el primer miembro de la
familia Bolio llegó a la península yucateca en 1610.

2
) Consultando periódicos viejos, me encontré un anuncio del despacho jurídico de mi
abuelo Francisco Paoli, ubicado en la prestigiada calle céntrica de Plateros, hoy Madero:
“Quintana y Paoli” Abogados.
Portada A través de las Centurias,1923.

Cuando yo nací mis familiares de apellido Bolio habían pasado poco más
de trescientos treinta años en tierra yucateca. En contraste con el centenario
arraigo de los Bolio, la familia Paoli tenía sólo tres cuartos de siglo en este
continente. Mi bisabuelo Casimiro Paoli Giuliani, un par de décadas después de
haber llegado a América, se había naturalizado carmelita y mexicano y para
entonces ya era un empresario prominente. Durante el último tercio del siglo XIX
el bisabuelo Casimiro fue nombrado alcalde de Ciudad del Carmen. Los Paoli eran
pues migrantes relativamente recientes -newcomers- junto a los Bolio.
Ya siendo adulto, averigüé que la migración corsa, que no corsaria como
podría deducirse por su llegada a una región de Campeche, arribó a diversos
destinos del Atlántico americano y, puntualmente, a Puerto Rico, Venezuela y
Uruguay donde existen registros de la llegada de familias procedentes de la Isla
mediterránea. También llegaron los corsos por el Pacífico a Ecuador, Perú y
Argentina.
El bisabuelo Casimiro arribó a México por la Laguna de Términos y llegó a
la Isla del Carmen, que algunos erróneamente han dicho que tenía un nombre
maya, Tris. Esto último es completamente falso, según me explicó Michel
Antonchiew, un amigo francés gran conocedor de la historia y la geografía
peninsular y, por ende, amante de los mapas y los documentos antiguos. Él me
aclaró que el nombre sobre la isla que aparece en los mapas (Tris) no es un
término maya sino la abreviatura de Términos, como se llama esa inmensa
cuenca marítima en el Golfo de México.
Aquella invitación para pasar buena parte del mes de julio de 1951 en
Ciudad del Carmen despertó mi curiosidad por la familia paterna que, me dijeron,
era muy rica e iba a ser muy amable conmigo. Viajaría en avión por primera vez
solo y llegaría a aquella isla del tesoro en la que vivieron el bisabuelo Casimiro, su
esposa, doña Atilana, y sus cinco hijos: Carmelita, Luisa, Adelina, Lila y Pancho, mi
abuelo. La curiosidad, sin embargo, no canceló el temor que sentí ante el
inminente viaje y la estancia con desconocidos, por más que mamá trató de
tranquilizarme contándome que durante su luna de miel papá y ella habían
pasado por Ciudad del Carmen y conservaba gratos recuerdos de aquellos días
con las familias que habían formado las hermanas de mi abuelo.
- Son gente muy buena y muy amable que te tratará muy bien; pero si no
te sientes a gusto y quieres regresar antes de lo previsto, llámame por
teléfono y yo arreglo que regreses a Mérida.
Una vez tomada la resolución, me mandaron en un avión de Mexicana de
Aviación con un letrero -prendido a la camisa con alfiler de seguridad- con mi
nombre y el de los parientes que me irían a recoger en el “puerto aéreo”, como
entonces se decía.
Muchos años después supe que ese aeropuerto había sido construido
durante la Segunda Guerra Mundial por los norteamericanos, quienes querían
tener un punto estratégico en el Golfo de México para poder aterrizar sus aviones
y, supongo, vigilar y proteger con artillería aérea cualquier posible ataque a sus
costas cercanas.
En cuanto aterrizó el avión bajé, intrigado, de la mano de una hermosa
azafata que me llevó con tía Lila, su esposo don Carlos Rivas Fortunat y algunos
de sus hijos que habían ido a recibirme. ¿Quiénes y cómo serían esos parientes a
los que veía por primera vez? ¿Cómo sería esa Ciudad del Carmen que llevaba el
nombre de mamá? ¿Tendría playas como las de Progreso en las que yo me
divertía tanto con mis primos y amigos? Era la primera ocasión en que me
separaba de mis padres y de los dos “hermanitos” que entonces tenía. Muy
pronto me di cuenta de que la promesa de mis padres de que la pasaría muy bien
resultó no sólo algo cierto, sino una muy pobre expectativa del agasajo de casi un
mes que viví con esa rama de los Paoli, sus hijos y sus amigos.
Llegando a su casa, lo primero que me gustó es ver que un cine, el Rivas-
Paoli, exhibía públicamente mi apellido; era algo totalmente desconocido. Y
también me llamó la atención que, como eran concesionarios de la distribuidora
automotriz Willis, tuvieran varios jeeps, muy comunes en la Isla porque
transitaban muy bien por sus calles que, en su mayoría, eran de arena. Poco a
poco fui enterándome de que los tíos Rivas Paoli tenían otros negocios y
propiedades en esa pequeña comunidad campechana que se sentía yucateca y
que claramente estaba muy vinculada con Mérida en el sentimiento de sus
habitantes.
Cine Rivas-Paoli, Ciudad del Carmen

La casa de los Rivas-Paoli, situada en el mero centro de la ciudad, estaba


pegada, pared con pared, al cine que me entusiasmó egocéntricamente por llevar
mi apellido. Era una casona de pueblo, de gran amplitud y techos altos, llena de
ventiladores que atenuaban el calor y la intensa humedad de la isla. De uno de los
costados del comedor y la sala, amueblados con muebles austriacos de mimbre,
asomaban inesperados balconcitos que se metían a la sala-galerón del cine Rivas-
Paoli. Y, desde que entramos a la casa, me informaron que podía gustar las
funciones de cine por las tardes después de la merienda. Me dijeron también que
dormían en hamacas, lo que no me causó ninguna preocupación porque en
Mérida yo estaba habituado a pasar mis noches en esas mecedoras aéreas
hechas de finos hilos de algodón que con su frescura contribuían al sueño. Lo que
sí me resultó un tanto sorpresivo y un poco mandado fue lo que me dijo el tío
abuelo, don Carlos Rivas:
-Aquí las camas, chiquito, sólo se usan para hacer niños.
Don Carlos Rivas, un hombre muy alto al que yo vi como un gigante, notó
mi azoro y, creo que para infundirme confianza, me contó que éramos paisanos
porque él había nacido muy cerca de Mérida, en el Puerto de Progreso. Su
referencia fue eficaz para familiarizarme ya que Progreso representaba para mí
no sólo un lugar conocido sino muy grato. Desde que tuve algún uso de razón
pasaba todos los años las vacaciones veraniegas en sus playas porque mamá
alquilaba una casa en los corredores de Xculuquiá. Eran dos cuadras de portales
de madera con pequeñas casas que en las esquinas remataban con dos grandes
mansiones de mampostería. En una de ellas vivían los Peón de Regil, padres de
otro Francisco, al que motejábamos “Pimba”, y que en realidad era mi primo. Nos
divertíamos mucho juntos jugando largamente en los corredores y la orilla del
mar o haciendo diabluras como poner trampas para los paseantes; colocábamos
espinas en el fondo de hoyos que hacíamos en la playa y que luego tapábamos
con papel periódico y cubríamos con arena. Y desde los corredores esperábamos
acechantes a que los paseantes playeros dieran el mal paso dentro de los
agujeros encubiertos y se espinaran. Durante los años de niñez que pasé en
Yucatán llegué a tener una amistad muy cercana con “Pimba”. Otro amigo al que
recuerdo de aquellos tiempos y travesuras, en particular de los corredores
progreseños, es Oswaldo Cámara Cervera; él, además, era pariente porque mi
abuela Chonita tenía el segundo apellido de Oswaldo.
Todavía tengo muy presentes los felicísimos días de aquella breve estancia
veraniega en El Carmen. Desde uno de los balconcitos de la casa disfruté varias
películas que me autorizaron por considerarlas propias para mi edad. Una de esas
cintas la vi varias veces: El siete machos, protagonizada por Cantinflas, mi cómico
favorito. Todavía recuerdo algunas estrofas de la letra y la armonía del corrido
que servía de fondo al filme: “Yo soy el siete machos, mi orgullo es ser bandido/ y
verme perseguidooo, por toda la nación…” Y por la plaza y los jardines frente a la
casona pegada al cine se desplegaba la feria; iba todos los días. Los tíos me daban
diariamente monedas (“gastada”) para subir a los juegos mecánicos, el carrusel,
el pulpo, la silla voladora, la rueda de la fortuna, el martillo… o para jugar a la
lotería, cubriendo con frijolitos las figuras que iban siendo “cantadas” y tirar con
rifles de municiones a las figuritas de lata colorida con formas de patos, lobos,
osos y venados que desfilaban provocadores a dos metros de distancia de mis
ojos.
Una de las actividades que más gocé y que nunca hubiera esperado
practicar es la publicidad que se le hacía a los programas de los cines Rivas Paoli y
Carmelita, que también era propiedad de los tíos. Desde los jeeps y pick-ups de la
familia se lanzaban volantes impresos que íbamos doblando en forma de
avioncitos -palomitas les decíamos allá- que reportaban las películas y los días y
horarios en los que iban a proyectarse. Íbamos por las calles tirando en las
puertas y patios de las casas aquellos programas literalmente volantes e
invitando de viva voz a que acudieran al espectáculo a quienes nos tropezábamos
en el camino. Supe luego que aquellos volantes se imprimían en una pequeña
imprenta en la parte trasera del foro cinematográfico del Rivas-Paoli. Aunque yo
me quedaba a ver alguna película, participé también algunas noches de la
emoción de mis primas -que eran en realidad mis tías- antes de irse con sus
amigas al baile en el Casino. Todo era fiesta el mes de julio en honor de la Virgen
del Carmen; pero la celebración en grande era el día 16, el santo de mamá, que
en Mérida celebramos muchos años en la quinta de mis abuelos en el barrio de
Itzimná.

Apunte sobre Córcega, Pasquale Paoli y Carlo Bonaparte


Por curiosidad sobre mi propia identidad -o egocéntricamente si se
prefiere- he ido indagando un poco a lo largo de mi vida sobre los Paoli de
Córcega. El interés inicial fue desencadenado por la conversación de sobremesa
en cuestión presenciada durante aquella visita a Ciudad del Carmen. En aquella
plática dominical sólo los mayores participaron, pero no se opusieron a que los
menores que estábamos presentes escucháramos. A los postres y algunas cubas
libres de por medio, se dijo que Napoleón Bonaparte era realmente hijo del gran
libertador de Córcega, Pasquale Paoli, nuestro antepasado, y no de Carlo
Buonaparte como decían las biografías del que fuera emperador de Francia.
Como es fácil imaginar, en aquella reveladora estancia de niñez con mis
tíos yo no sabía nada de la historia de Córcega cuando llegué a la Laguna de
Términos, y mucho menos que en esa isla mediterránea estaban los orígenes de
mi apellido paterno. Apenas había empezado a conocer algo de la historia de
Yucatán y de México como estudiante de primaria cuando escuché el nombre de
Pasquale Paoli y frases como padre biológico y padre oficial que, a todas luces, les
hacían mucha gracia a todos. Tampoco sabía que Napoleón Bonaparte había sido
emperador de Francia y un gran militar que le hizo la guerra a países tan remotos
como Egipto y Rusia.
Al son que mezclaba la chunga y los acontecimientos verdaderos, se
presentaba como argumento el notable el parecido entre Napoleón y Pasquale
Paoli, no sólo por la apariencia física sino sobre todo por el genio militar y político
del que ambos hicieron gala. Eso contrastaba, decían, con la ausencia de esas
virtudes en los otros hijos del coronel Carlo Bonaparte y la señora Leticia
Ramolino: todos ellos personas bastante apagadas, seres grises de la infantería
de la vida. Y, en efecto, Napoleón, en contraste con sus hermanos, fue desde
pequeño un ser inteligente, perceptivo, con grandes aptitudes y también
enormes ambiciones. Dadas, pues, las características de los dos generalísimos, se
presumía en la conversación, Paoli y Bonaparte eran padre e hijo. Desde luego
estábamos en los tiempos en que no había exámenes de ADN para determinar la
paternidad; “lo único seguro es la maternidad” dijo alguien entre las risotadas
consecuentes de los comensales que, animados por unos tragos, festejaban
estruendosamente que, en su calidad de jefe político de la isla, Pasquale Paoli
enviaba frecuentemente al abogado Carlo Buonaparte, su asistente y luego
secretario particular, a parajes lejanos de la isla para poder visitar por las tardes a
doña Leticia. Por si fuera poco, todos los comensales daban por hecho que, dado
que llevábamos el mismo apellido, Pasquale Paoli era nuestro pariente. Las
intervenciones de mis jocosos parientes carmelitas eran esencialmente de chiste
y chisme, y no tenían mayor fundamento, según pensé equivocadamente durante
años. En aquella sabrosa conversación yo me reía ingenuamente por imitación,
como hacen los monos, sumándome como autómata a la hilaridad general sin
comprender del todo por qué reían tanto. Ese mismo chisme lo llegué a conversar
muchos años más tarde cuando yo mismo era mayor de edad y podía platicar de
esas cosas con mis padres en las sobremesas dominicales que teníamos en la casa
de Coyoacán donde vivíamos en la Ciudad de México en la segunda mitad del
siglo XX.

Resulta obvio que mi interés en el tema surgió por la idea de que el gran
jefe corso padre de la patria podía haber sido mi pariente. Y tenía sentido, ya que
tanto mi bisabuelo Casimiro como mi tatarabuelo Francesco habían nacido en esa
isla mediterránea. Pero, por más que estuve buscando en varias biografías de
Napoleón, no volví a saber nada de aquella historieta familiar. En realidad aún no
sé qué parentesco pudieron tener mis ancestros con el general Pasquale Paoli.
Muchos años después de aquella intrigante noticia en Ciudad del Carmen he ido
dos veces a Córcega con ganas de respirar los aires de mis antepasados y
tratando de encontrar rastros de ellos.

La isla corsa, vecina de Cerdeña y Sicilia, alcanza alturas de más de dos mil
metros sobre el nivel del mar. Su población original proviene de la Toscana y fue
poblada por etruscos. Poco a poco fueron llegando a la isla griegos, romanos,
pisanos y, finalmente, genoveses como los Paoli. Córcega también tiene desde
hace siglos pobladores de origen africano, específicamente berebere, que se
asentaron en alguna de región de la isla.
Mapa de Córcega

“La Serenísima República de Génova fue un Estado independiente creado


por la ciudad costera de Génova en 1096, situado en Liguria, en la costa
noroccidental de Italia, que se mantuvo Estado independiente entre los siglos XI y
finales del XVIII”, nos dice Wikipedia. Durante cinco siglos (1284-1768) la isla de
Córcega fue una posesión de la República de Génova, con algunas intervenciones
de los aragoneses, que fundan la población conocida como Corte en el año de
1376 y que mantuvieron el control de esa región isleña hasta 1434. En 1453
Génova logra imponer nuevamente su dominio en la isla, y un siglo más tarde las
tropas del rey de Francia, Enrique II, apoyadas por Sampiero Corso, desembarcan
en la isla y, aunque lo intentan, no logran dominarla. A pesar de todo en 1559 el
Tratado de Cateau-Cambrésis restituye la isla a los genoveses. No es sino hasta el
siglo XVIII cuando se registra la declinación de la República de Génova,
aprovechando lo cual los corsos se liberan y forman un gobierno propio,
encabezado por su gran caudillo Pasquale Paoli. Ese debilitamiento del poder
genovés en la zona, estuvo marcado entre otros elementos por los diversos
levantamientos populares que duraron cuatro décadas y fueron promovidos a
partir del año de 1729. Los corsos querían ser un país independiente de los
poderosos europeos que trataban de dominarlos y explotarlos. Uno de ellos, al
primero que identifico en esta historia con mi apellido, fue Giacinto Paoli, un
luchador notable por la independencia corsa aunque, como nuestros Hidalgo y
Morelos, no lo consiguió. La rebelión más exitosa fue encabezada por un hijo de
Giacinto, Pasquale Paoli, quien emuló la lucha de su padre pero con más recursos
y contando con el apoyo entusiasta de más corsos que lo siguieron y lucharon a
su lado. Parte del éxito de Pasquale se debió a su esmerada formación militar que
lo llevó a ser un gran estratega y su capacidad para convertirse en un líder
político ilustrado y popular. Desde luego, contribuyó a todo esto el gran prestigio
que había adquirido por su persistente empeño independentista.
Tras su victoria, el general Pasquale Paoli fue electo jefe político de la
nación corsa en 1755 y gobernó su isla cerca de tres lustros. La fama de Pasquale
Paoli se conserva, después de más de dos siglos, en la memoria del pueblo corso,
y ya en el siglo XXI se le sigue considerando un héroe, lo que puede advertirse en
muchas de las principales calles y plazas de las poblaciones corsas que llevan su
nombre. Uno lo encuentra claramente reconocido en la historia como “Babbu di
una Patria", el padre de la patria corsa. Gracias a él Córcega fue considerada una
nación en el siglo XVIII, un período crucial para Europa y para la humanidad. Su
personalidad ha atraído la admiración de pensadores muy relevantes que
percibieron no sólo las capacidades del líder, sino las notables características
como seres libres de los corsos y su determinación para luchar por su
independencia. Entre esos pensadores pueden mencionarse dos franceses,
Rousseau y Voltaire. Este último, en su libro Prècis du Siecle de Louis XIV,3 expresa
una gran admiración por los corsos, pueblo de hombres libres capaces de dar la
vida por la independencia de su patria. Cuenta en un pasaje de esa obra que
durante una de sus muchas batallas libradas en las inmediaciones del río Golo,

3
) El FCE, tiene una versión en español de esta obra de Voltaire, titulada El Siglo de Luis
XIV.
cuando se vieron obligados a llamar a retirada porque los combatientes enemigos
los iban derrotando, decidieron hacer una muralla amontonando uno sobre otro
a sus muertos para detener el avance de sus enemigos y ganar tiempo. Para
rematar la escena Voltaire exclama: ¡el arma principal de los corsos era su pasión
patriótica y su coraje!

El paso por el gobierno de Pasquale se conoce como el período paolienne,


que impulsó en forma notable la educación universal y otras muchas reformas. El
caudillo corso ha sido considerado por algunos historiadores como liberal,
demócrata y progresista, aunque otros lo ubican en las filas del despotismo
ilustrado.

En relación con Carlo María Buonaparte, padre oficial de Napoleón, se


dice que durante un buen tiempo tuvo graves dificultades económicas por tratar
infructuosamente de ejercer la abogacía, lo que provocó que descuidara el cultivo
y administración de las tierras que había heredado. Sus problemas se agravaron
al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a los franceses.
Siguiendo al héroe nacional de Córcega, Carlo María Buonaparte apoyó a los
isleños, que defendían la independencia con las armas, y corrió sus riesgos,
combatió a su lado y, cuando lograron la victoria y se declararon independientes,
alcanzó el grado de coronel. Luego se convirtió en el secretario particular del
gobernante de la isla, Pasquale Paoli.
Por más de trece años Córcega fue conducida por los principios e
instituciones que debían establecerse en una Constitución. Después de su victoria
sobre los genoveses y con el gran impulso paolista, no sólo consigue Córcega su
liberación y se declara república independiente, sino que su gobierno realiza una
serie de reformas sociales que marcan en la conciencia de muchos europeos a
Pasquale Paoli como un gran estadista reformador liberal. Ese gran líder corso se
vuelve una leyenda porque gobierna con la ley y las ideas progresistas. Él y otros
corsos distinguidos invitan a Jean Jacques Rousseau a preparar una Constitución
republicana para su pueblo. Rousseau acepta y, juntos, con el apoyo de otros
juristas preparan la Ley fundamental con anterioridad al proceso revolucionario
que produjo las constituciones francesas de 1791 y 1793. La carta de invitación
que le dirige Pasquale Paoli a Jean Jacques Rousseau para que los ayude a
formular la Constitución Corsa tiene un gran atractivo para el pensador de la
Ilustración porque, entre otras cosas, le pide ser el “hombre sabio” que los
oriente tal como sugiere en El Contrato Social, donde elogia a los corsos y sus
esfuerzos por convertirse en un país independiente. El pensador no sólo acepta la
invitación sino que pone manos a la obra pidiéndole al jefe del Estado Corso en
formación que le envíe información sobre el territorio, la población, el clima y las
principales actividades de sus habitantes, a fin de estar en condiciones de
formular los principios e instituciones requeridos para conformar una República
independiente y liberal que sea capaz de adueñarse de un poder democrático
estable. Rousseau formula un plan a cuatro años para ir implementando las
instituciones republicanas que propone, sin poner ninguna condición: su trabajo
fue ad honorem. Los ensayos de Rousseau sobre las posibles constituciones de
Córcega y Polonia4, son considerados como antecedentes del constitucionalismo
europeo, cuestión que me entusiasmó más para seguir indagando en esa historia.
Los corsos se habían convertido en uno de los mayores ejemplos del continente
europeo del combate contra los regímenes tiránicos. Rousseau había escrito
antes de esos ensayos en su famoso Contrato Social: “hay todavía en Europa un
país capaz de legislación: es la Isla de Córcega” 5.
Desafortunadamente la Constitución de Córcega no llegó a promulgarse.
El proyecto constitucional que prepararon Paoli y los juristas corsos apoyados en
el estudio de Rousseau nunca se promulgó y fue cancelado por los franceses que

4
) J.J. Rousseau, Escritos Constitucionales, contiene dos ensayos del pensador franco
ginebrino: “Proyecto de Constitución para Córcega” y “Consideraciones sobre el Gobierno
de Polonia y su proyecto de reforma”, publicado por Tecnos, Madrid, 2018, 2ª Edición.
5
) Libro II, Capítulo 10
lograron conquistar la isla por las armas y dieron al traste con la República
paoliana tras la batalla de Ponte Novu en 1769.

Después de su derrota, el líder corso obtuvo la protección de los ingleses y


se refugió en Londres, donde vivió hasta el año de 1793. Al año siguiente,
considerando que las condiciones en su isla lo permitían, regresó a Córcega e
incluso fue electo gobernador en la Convención de Bastia en 1793 debido al
enorme prestigio que tenía. Ese año la Ciudad y Puerto de Bastia era todavía la
capital de la Isla. Paoli, dueño del poder local en esa ciudad, hace un último
esfuerzo para constituir una república independiente. Napoleone, que ya había
alcanzado la condición de oficial del ejército francés, pensó en sumarse a las
fuerzas de Paoli para liberar nuevamente a Córcega, pero no se entiende con él y
decide regresar a Francia para continuar su carrera en el país de quienes hasta
entonces consideró como enemigo. Paoli confió en que contaría con el apoyo de
sus amigos ingleses para conformar un gobierno anglo-corso, así que en 1794 se
rebela nuevamente y vuelve a levantarse contra los franceses. Pero no consigue
el esperado apoyo inglés por lo que una vez más y definitivamente es derrotado.
Regresa al exilio londinense en octubre de 1795.
Nunca volvió vivo a su Córcega; falleció en Londres en 1807 y ahí fue
enterrado. Después de ocho décadas sus restos fueron trasladados de regreso a
su patria isleña y desde 1889 se encuentran en un mausoleo de la pequeña
ciudad donde nació, Morosaglia, en el Departamento de la Alta Córcega.

En una de mis pesquisas al respecto de esta historia, encontré un artículo


del antropólogo profesor de la Universidad de Columbia, Sebastien R. Le
Morillon6, sobre la influencia que tuvo en la vida de Napoleón Bonaparte su

6
) Sebastien R. Le Morillon is Research Assistant in the Department of Anthropology at Columbia
University, New York.
formación en valores patrióticos y autonómicos durante su infancia y
adolescencia en Córcega. Recuerda LeMorillon que Napoleón nació tres meses
después de que Pasquale Paoli había sido derrotado por los franceses en Ponte
Novu. Con esta derrota, Carlo Buonaparte y su esposa, fieles de Paoli, se vieron
en graves dificultades y se ocultaron donde pudieron para evitar ser perseguidos
por los nuevos dominadores galos. Esta situación provocó que la familia
descuidara sus propiedades y sufriera una severa crisis económica. La fidelidad a
los valores autonómicos y patrióticos aparentemente duró poco y unos meses
después de la terrible derrota de Paoli, Carlo Buonaparte, para librarse de la
persecución, decidió trasladarse a Francia, donde tenía amigos que lo
protegieron. Más tarde trabajó con el gobierno francés de la isla y logró rescatar
algunos de sus bienes.
Leticia, su esposa, y sus hijos, contando con el apoyo de amigos, paisanos y
parientes, particularmente de un acaudalado tío, permanecieron en Córcega.
Cuando sus hijos varones tuvieron edad escolar los trasladó a Francia para que se
formaran en escuelas francesas. Pero a pesar de estar exiliados y educándose en
Francia, en el fondo de su corazón los Buonaparte se mantuvieron fieles a la
idiosincrasia libertaria por la que los corsos habían luchado tanto tiempo.
Napoleone no hablaba francés sino corsu, un dialecto italiano de la isla
que fue su lengua materna; pero poco a poco fue adquiriendo la lengua de los
que habían dominado su isla asistiendo a escuelas del reino de Francia, en las que
muy pronto mostró una enorme capacidad para el aprendizaje, especialmente
para las matemáticas. Durante todo el tiempo de su formación escolar y militar
en la Academia del ejército francés mantuvo su identidad corsa y su talante
rebelde e independentista, que mostró de distintas maneras. El historiador y
novelista Max Gallo, en su biografía novelada, Napoleón, narra magistralmente
esa etapa y destaca la acendrada identidad corsa de Napoleón así como su deseo
de escribir una Historia de Córcega y de seguir los pasos de su héroe nacional.
Cuenta uno de sus compañeros de escuela 7, que en alguna ocasión escuchó a
Napoleone exclamar “¡Yo seré un Paoli!”… El propio Napoleón recuerda en sus
Memorias que en Córcega se le había dado la vida y con ella transmitido el
apasionado amor de los corsos por la independencia de su herida tierra.
Paralelamente a su exitosa carrera militar, ganando batallas y prestigio
que lo hizo merecedor del grado de general del ejército francés, Napoleón se
dedicó a estudiar las ideas de la Ilustración francesa y llegó a conocer a fondo las
obras de Rousseau. Se dice que podía recitar de memoria pasajes enteros de El
Contrato Social. Es muy importante destacar que la asimilación de las ideas
liberales le permitieron convertirse en un gran estadista y edificador de un
imperio.

(AQUí Podría insertarse el cuadro del Teniente Napoleón Bonaparte,


insertado al principio de este texto).

Vuelta a la sobremesa carmelita de mi niñez

En aquella comida dominical, germen de mi interés en la vida de Napoleón


y del héroe corso, estaba presente un pariente cuyo segundo apellido era Paoli:
era hijo de la tía Carmelita Paoli Urquiola. Había heredado un importante ingenio

7
) Su compañero de escuela fue Louis Antoine Fauvelet de Bourrienne, quien, a decir de LeMorillón fue
intimo amigo de Napoleone en la Escuela Militar de Brienne, se convirtió con el paso del tiempo en un
destacado diplomático francés y escribió Las Memorias de Napoleón Bonaparte, libro aparecido en 1831, de
acuerdo con el reporte de Sebastien LeMorillón, revista History Today, noviembre, 2015.
azucarero, el “Dos Patrias”, y ya en ese entonces era un político famoso pues se
mencionaba como candidato a gobernador del estado de Tabasco. Me
presentaron al tío “Pico” (Federico Jiménez Paoli) con la impresionante
información para mí de que aquel tío, al que pintaban como legendario y que
nunca se quitaba la “cuarenta y cinco” del cinto, había venido de Villahermosa
para conocer al nieto de su tío Pancho Paoli, único hermano varón de su madre.
Me saludó amablemente y echó mano a la cartera que guardaba en la bolsa
trasera del pantalón y me extendió un billete de cinco pesos para que me los
gastara en la feria. Tuve entonces mi primera fortuna, y una de las que he
disfrutado con la mayor libertad. En aquel movimiento para sacar la cartera, me
dejó ver el tío Pico con toda claridad que portaba tremendo pistolón. No sé si
quedé más maravillado por los cinco pesotes que me dio de “gastada” o por su
arma, que después supe era sólo para uso oficial del ejército. Lo que entendí
desde entonces fue que el tío “Pico” Jiménez Paoli era muy respetable por esos
dos factores: su cartera repleta y su “cuarenta y cinco”. Muchos años más tarde
oí contar una anécdota a Juan José Rodríguez Prats; una simpática anécdota de
las que platica en sabrosas recordaciones: se encuentran en Villahermosa dos
políticos que estaban señalados como aspirantes al gobierno de Tabasco; uno de
ellos era precisamente el tío Pico y el otro era don Francisco Santamaría, que
contaba con un gran prestigio como intelectual y una larga carrera política. Se
saludaron, y Santamaría le preguntó: ¿Cómo está Federico, que está haciendo? Y
el tío Pico le contestó, “estoy jugando para gobernador, don Francisco…” a lo que
Santamaría remató, “yo también, pero yo no estoy jugando, yo voy a ser
gobernador!” Y don Francisco fue el gobernador electo (o designado por el
Presidente como se usaba entonces), del Estado de Tabaco.

Pasquale Paoli y Leticia Ramolino


Algún día de la segunda década del siglo XXI tuve el atrevido impulso de
preguntarle al doctor Google (el más famoso y prestigiado buscador de la red de
internet), quién era el padre de Napoleón Bonaparte. Y fui sorprendido por la
aparición en la pantalla de mi computadora de un artículo publicado en la sección
cultural de la Revista Siempre!8: “¿Quién fue el padre de Napoleón?” se
preguntaba el autor de ese texto quien, según después averigüé, era un profesor
tlaxcalteca que investigaba sobre cuestiones históricas. Este hecho me dio mayor
confianza para darle crédito a su artículo. El relato que encontré fue tan puntual
que me produjo la sensación de tratarse de un acto de magia, como tantos otros
hallazgos que La red me ha permitido hacer. La respuesta que daba el profesor a
la pregunta era:

“surgió cuando un grupo -llamado `El Recuerdo Napoleónico´- festeja la


fecha de la proclamación de Napoleón (18 de mayo de 1804) como Emperador de
los franceses, y que este año (se refiere a 2014) cumple 210 años. Este grupo que
tiene especial interés en saber si existe todavía una descendencia del emperador,
encargó que se hiciera una investigación la cual es llevada por el genetista Gérard
Lucotte. Y los resultados revelan lo siguiente: Los cromosomas `Y´ de Napoleón
Bonaparte (1769-1821) pertenecen al grupo “corso-sardo” muy distinto a los
cromosomas de Napoleón III (1808-1873) que son del tipo “caucásico” y esto hace
imposible su vinculación sanguínea. Por lo tanto se demuestra que Napoleón III
nunca fue descendiente del emperador. También se demuestra que la
descendencia de Napoleón Bonaparte terminó con la muerte de su hijo Napoleón
II, en el año de 1832. Pero hay algo más, surge una hipótesis interesante: la
infidelidad de María Letizia Ramolino (madre de Napoleón Bonaparte) hacia Carlo
Bonaparte. Pudo haber sucedido cuando María Letizia con su belleza e
inteligencia impactó a Pascal Paoli -un político muy influyente del archipiélago-
en una visita a Túnez, quien había organizado una cena de gala, donde dispuso

8
) Jaime Luis Albores Téllez, “¿Quién fue el padre de Napoleón Bonaparte?”, publicado en
la sección Cultura en México del semanario Siempre!, de fecha 24 de mayo de 2014.
que quería ver a las más hermosas mujeres de Córcega con la finalidad de
agasajar a los emisarios tunecinos. Durante esta cena hubo baile, vino, y Pascal
Paoli quedó maravillado de la belleza de María Letizia, dándole un trato especial,
en el centro de la primera fila, donde exhibió su encanto y maneras ganándose la
admiración de todos los viajeros y de sus compatriotas. Se siguieron frecuentando
constantemente hasta que la situación política cambió para Córcega, cuando las
tropas francesas desembarcaron en la isla para anexionarla (1769). Se dice que
María Letizia ya estaba embarazada de Napoleón cuando ya no pudo ver más a
Pascal Paoli, pues la revuelta de Ponte-Novo, fue sofocada con gran violencia por
los franceses y Pascal Paoli tuvo que irse de la isla y Carlo Bonaparte se vio
obligado a dejar la vida política para dedicarse a administrar sus propiedades,
llevando una vida tranquila. En fin, tal vez los estudios que se siguen haciendo del
ADN de Napoleón Bonaparte nos digan que realmente es hijo de Pascal Paoli y
Napoleón Bonaparte se convierta en Napoleón Paoli. Y sí puede ser porque Pascal
fue un intrépido general en jefe de Córcega que luchó contra el dominio de
Génova, es llamado “El Padre de la Patria” por los corsos y fue también uno de los
primeros dirigentes en Europa en establecer un régimen de inspiración
democrática con una Constitución.

“El grupo `El recuerdo Napoleónico´ sabrá qué pasó con la dinastía,
porque próximamente exhumarán el cuerpo de Luis Bonaparte, hermano del
emperador y padre de Napoleón III, los cuales serán sometidos a exámenes
genéticos. También sería bueno que exhumaran los restos de Pascal Paoli.
¿Sabremos quién fue el padre de Napoleón Bonaparte?”

La lectura de ese artículo no sólo me hizo recordar la sobremesa de la


comida aquella de mi niñez en Ciudad del Carmen sino algunas circunstancias de
la biografía del emperador francés. Durante mucho tiempo había pensado que
mis parientes Paoli de Ciudad del Carmen especulaban sólo como un juego sobre
la relación entre Pasquale Paoli y Leticia Ramolino. Pero después de leer ese
artículo del escritor tlaxcalteca publicado en la sección cultural de la Revista
Siempre! me quedó claro que alguna información importante debieron tener
cuando señalaban que Napoleón era auténticamente hijo de Pasquale Paoli.
Agrego al respecto algunas referencias del tiempo en el que se dieron las
relaciones entre Pasquale y Leticia. Ella estaba embarazada del niño que fue
bautizado como Napoleone en 1769, poco después de que el general Paoli fuera
derrotado y los franceses empezaran a perseguir y detener a sus seguidores,
entre quienes se encontraba el padre oficial de Napoleón. En esas circunstancias,
Leticia y su marido Carlo son protegidos y escondidos durante un par de meses
por parientes y amigos, hasta que Carlo escapa a Francia para ponerse a salvo.
Leticia decide ir a su ciudad, Ajaccio, para dar a luz al que sería el emperador de
Francia. Cuando los hijos varones mayores tuvieron edad para ir a la escuela,
Carlo gestionó becas para que estudiaran en escuelas francesas. Napoleone
ingresó al colegio de Autun, dirigido por seglares desde la supresión de los
jesuitas. A cargo del abate Chardon, que le dio lecciones de francés, el pequeño
Napoleón era capaz, al cabo de sólo tres meses, de sostener fluidamente una
conversación y escribir pequeños ensayos. Fue admitido en la escuela Escuela
militar de Brienne y luego enviado a la escuela militar de París, donde se gradúa
como oficial del ejército francés a los 16 años y emprende un viaje a Córcega para
visitar su familia. Es su isla natal, goza Napoleone de una licencia concedida por el
ejército francés del que formaba parte. Para entonces ya había cambiado su
nombre de pila y apellido italianos (Napoleone Buonaparte), que llevó durante los
años de su adolescencia, por el nombre de Napoleón Bonaparte, que le permitía
presentarse como más francés que italiano. Sin embargo, a pesar de que maquilló
su nombre, no cambió sus ideales de ser, como buen corso, un libertador de su
isla, tal como lo había hecho Paoli que también se formó como estratega militar
en Francia. Napoleón había sido reconocido primero como subteniente, tras
aprobar sus exámenes de oposición. Después consigue ser asignado a un
regimiento, el de La Fère, que tenía batallones en Córcega. Allí continúa por
varios meses su entrenamiento y se interna notablemente en el aprendizaje de
matemáticas avanzadas, necesarias para ser un buen estratega y para diseñar la
logística militar. El regimiento de La Fère al que está adscrito el subteniente
Napoleón Bonaparte es llamado a acudir a Lyon donde se ha desatado una
rebelión obrera. Bajo la conducción del bisoño oficial recién graduado, el segundo
batallón de La Fére controla a los obreros amotinados, después de lo cual le llega
a Bonaparte el permiso que había solicitado para ir a Córcega a ver a su familia.
Cumple en Córcega los 17 años y se reintegra por alrededor de dos años en su
natal Ajaccio, disfrutando de dos licencias sucesivas del ejército francés, gustoso
de ver a su madre y pequeños hermanos, que han quedado, como él, huérfanos,
porque su padre Carlo había muerto dos años atrás. Napoleón se ve obligado a
ser el jefe de familia y proteger a su madre y hermanos menores. Pero, además,
mantiene la firme intención de iniciar junto a Pasquale Paoli, que ha regresado a
Córcega, una nuevo movimiento de independencia.
Pero ¿cómo es que el general Pasquale Paoli ha vuelto a Córcega y ha
logrado una posición importante en Bastia, la principal ciudad y puerto de la isla?
Después de unos años de exilio en Londres, el Babu Paoli regresa a Córcega para
ser electo gobernador de esa Ciudad, la que era hasta entonces capital de
Córcega. Napoleón entonces piensa en ponerse a las órdenes del gran líder
independentista y plantearle su deseo de colaborar con él para reemprender la
lucha autonómica de la patria corsa, con la confianza de que sería apoyado por
los ingleses, principales enemigos de Francia. Paoli y Napoleón hablan sobre el
proyecto de restablecer la república y Paoli le concede al joven Bonaparte, recién
nombrado oficial del ejército francés, el mando de un batallón de las milicias
corsas que el mismo Paoli había empezado a reorganizar. Todas las fuentes
refieren que sobreviene una confrontación entre ambos por diferencias de
puntos de vista entre el viejo líder corso y el joven oficial Napoleón, quien decide
volver a Francia para continuar con su carrera militar y política ascendente.
Durante mi segunda visita a Córcega, en el verano de 2017, visité un
pequeño Museo de la Ciudad de Bastia, que muestra la historia de aquella
inmensa roca que protege a la que fuera por siglos la capital de la isla de donde
partió, rumbo a la Península de Yucatán, mi bisabuelo Casimiro Paoli Giuliani en
el año de 1865. Visité detenidamente el museo a lo largo de toda una mañana y
encontré un cuadro con la figura de Pasquale Paoli. No resistí la idea de sacarme
una foto (selfie) con ese posible antepasado. También estuve deduciendo con
algunos datos y formulando la hipótesis de la posible hermandad de mi
tatarabuelo, Francesco María Paoli, con Giacinto Paoli, padre de Pasquale. Esa
hipótesis me permitía pensar que yo era sobrino bisnieto del padre de la patria
corsa, no necesariamente su descendiente directo… Pero aunque ésta es una
hipótesis que no he podido comprobar, me puedo pensar pariente consanguíneo
de Napoleón, con la referencia que encontré en el artículo del profesor
tlaxcalteca mencionado antes.
Selfie con retrato de Pasquale Paoli, en Museo de la Ciudad de Bastia,
Córcega, 2017.
Corolario: encuentro en Paris con el presidente de la Asamblea Francesa.

El año 2000 tuve nuevas noticias sobre mi posible parentesco con


Pasquale Paoli. Fue una información también inesperada, sorpresiva como la que
me llegó en aquella comida dominical con mis parientes carmelitas e, igualmente,
desencadenada por una llamada telefónica, esta vez desde París. Yo era entonces
presidente de la Cámara de Diputados y me avisaron que tenía una llamada de la
embajada de México en París. La llamada me la hacía el encargado en ese
momento de la representación mexicana en Francia, Porfirio Thierry Muñoz Ledo,
hijo de mi amigo y entonces también diputado a la LVII Legislatura, Porfirio
Muñoz Ledo y Lazo de la Vega. Conocí al joven diplomático unos años atrás en la
Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana en la que yo era
profesor y en la que él se había graduado como abogado. El joven Muñoz Ledo
me explicó que estaba encargado de la Embajada en ese momento porque el
Embajador y el ministro consejero habían sido cambiados a otras
responsabilidades y estaba esperando que llegara el nuevo embajador que
asumiría el cargo. La razón de la llamada que me hacía era porque él a su vez
había recibido esa mañana una petición de la oficina del diputado presidente de
la Asamblea Nacional de Francia. La Asamblea Nacional tenía la información de
que en unos días yo iba a pasar por París, y el Presidente de la Asamblea francesa
(un diputado socialista del que no recuerdo el nombre) tenía interés en
entrevistarse conmigo. Le dije a Porfirio Thierry que, en efecto, tenía previsto un
viaje la semana siguiente para ir a Varsovia, con objeto de cumplir una tarea de
diplomacia parlamentaria con la Dieta de Polonia; y, por cuestión de los vuelos,
pasaría unas horas en el aeropuerto Charles De Gaulle para tomar una conexión
con la línea polaca que me llevaría a Varsovia. Le expliqué que no tendría tiempo
para esa entrevista. El joven diplomático me dijo entonces que en vista del
insistente interés del presidente de la Asamblea Nacional Francesa de
entrevistarse conmigo, ellos podían gestionar el cambio con la aerolínea polaca
para poder pasar unas horas más en Paris y atender la reunión con el diputado
presidente del cuerpo legislativo francés. Acepté su propuesta y quedó arreglada
esa entrevista. Avisé a los legisladores polacos que llegaría un día después de lo
originalmente previsto para que hicieran el favor de modificar la agenda que me
habían preparado. Cuando llegué a Paris me esperaba en el Charles De Gaulle
Porfirio Thierry con una camioneta negra en la me llevó directamente a la
Asamblea Nacional francesa. Tuve ahí una recepción muy amable, y cuando
estuve reunido con el diputado presidente y después de intercambiar saludos y
mensajes de bienvenida, me preguntó: “¿Discúlpeme, quiero preguntarle si tiene
usted antepasados franceses? No, le dije, no sé que los tenga. Entonces me dijo:
nosotros aquí en la Asamblea tenemos información de que un personaje corso,
Pasquale Paoli, es pariente cercano de usted. Tal vez pueda aclararme si eso es
correcto. Entonces reparé en que Córcega desde el año de 1769 era una provincia
francesa. El presidente de la Asamblea me informó que tenían mucha
información sobre Pasquale Paoli, que había sido un prohombre de la política y
había tratado de llevar las ideas de la Ilustración a una Constitución, que Juan
Jacobo Rousseau había sido su amigo y que había colaborado con él en la
formulación de esa Constitución. Entendí entonces que para la Asamblea
francesa era muy importante tener registrada mi existencia, porque tenía el
apellido Paoli, el mismo de don Pasquale, el personaje que había impulsado el
constitucionalismo francés. También me preguntó si tenía interés en solicitar la
ciudadanía francesa a la que podía tener derecho mostrando los antecedentes de
mi bisabuelo corso, pariente cercano de Pascal (el nombre francés para Pasquale)
Paoli. Yo le dije que, por el momento y mientras fuera presidente de la Cámara de
Diputados en México y en consecuencia la del Congreso de la Unión, no sería
prudente solicitar la ciudadanía de otro país. El presidente de la Asamblea
francesa me dijo que entendía perfectamente que al ser yo representante del
Poder Legislativo de mi país, no debía ostentar otra nacionalidad. Pero también
me dijo que si más adelante yo tuviera ese interés podía explorar la obtención de
la nacionalidad francesa.
Con esta última noticia sobre la relación de mis familiares con Pasquale
Paoli, procedente de una autoridad del gobierno francés, me quedé mucho más
picado para averiguar cuál es mi relación con este personaje extraordinario al
que, además, reputaban como padre de Napoleón. No he podido saberlo, aunque
sí formular la hipótesis de que el padre de Pasquale, Giacinto Paoli, era hermano,
probablemente mayor, de mi tatarabuelo Francesco Maria Paoli de quien,
además, llevo el primer nombre.
Pero la verdad es que sigo teniendo la duda que me ha asaltado
constantemente con grados de intensidad creciente. Mientras más información
he encontrado, que aparentemente me iba a resultar en una iluminadora
respuesta, se me han multiplicado las interrogaciones y me he propuesto diversas
hipótesis alternativas: 1) la más fácil: no tengo ningún parentesco con Napoleón y
se trata de una especulación sin fundamento; 2) Existe la posibilidad de que haya
alguna relación de parentesco sanguíneo, y sólo será esa despejada la duda una
vez que se hicieran los análisis de ADN de Napoleón y Paoli una vez que se
hubieran exhumado sus restos.
Y tengo que terminar esta historia con alegría y tranquila hilaridad
recordando una salida de mi querido Cantinflas, el mayor humorista mexicano
que conozco: “como pue que sí, pue que no, y lo más seguro es que quien sabe!”
Y me pregunto finalmente ¿qué cambiaría en mi vida y en mi identidad si
Napoleón fuera mi pariente? Realmente en nada, ni en un ápice. Uno es lo que es
lo que es -dijera Hegel- por lo que hace, por lo que ha hecho; y no por la
consanguinidad con personaje alguno.
2. Carta de amor a la Ciudad de Mérida 9

Querida ciudad:

En la adolescencia, cuando me colmaba la afición de leer poesía,


tuve un raro estremecimiento al pasar sobre el poema de Pablo Neruda
“Canto de amor a Leningrado”, ciudad maravillosa que ha vuelto a
llamarse San Petersburgo. Avancé en el poemario nerudiano y descubrí
un “Nuevo canto de amor a Leningrado”. No entendía entonces, bien a
bien, cómo y por qué el poeta hacía declaración de amor a una ciudad.
Después fui encontrando otros poemas de amor dedicados a las
ciudades: a Federico García Lorca describiendo con plástica profusión
metafórica su Granada, o pintando a Córdoba, lejana y sola; a Rafael
Alberti diciendo: “Yo te miraba, oh Cádiz, bahía de los mitos, arsenal de mi
infancia, murallas combatidas…”
En cascada me vienen poemas declaradores de amor urbano. Una
muy conspicua, la de odio del gran cocodrilo Efraín Huerta, dedicada a la
Ciudad de México, que hace unas semanas Mira espigó y acompañó con
hermosas escenas chilangas. Caen muchas estrofas sobre mi memoria al
escribir esta carta que pretende ser una declaración de amor a Mérida.

9
Publicada originalmente en la revista Mira No. 99 como “Mérida, mi amor”, México,
D.F., 20 de enero de 1992. pág. 11. En esa revista publiqué durante muchas semanas de
más de un año, cartas dirigidas a diversos actores sociales y políticos. Esta la dirigí a
Mérida como una evocación de la niñez, ya que viví en ella los primeros catorce años de mi
existencia.
Mi ciudad que en estos días celebra su cumpleaños 450, y a la cual
el entrañable poeta Fernando Espejo Méndez dedica ocho armoniosos
sonetos. Blanca Mérida que casi siempre recuerdo encharcada, húmeda,
vaporosa, tal vez por vaga asociación con los ámbitos líquidos del origen.
O quizá, como dijo Pellicer, porque amo más el agua que la tierra porque
ella duplica el cielo.
También vislumbro a Mérida, nostálgico, con muchas calles sin
asfaltar. Así estaba la mía, por ella iba driblando charcos con la bici. Vivía
en una quinta frutal de Itzimná, con sus corredores, su pozo misterioso y
su veleta holandesa que me permitía soñar con el vuelo. La veleta tocaba
un alto mango que, por otro lado, extendía ramas a la azotea. Aquel lugar
aéreo era el de mis aventuras más riesgosas y encumbradas. Allí era
Tarzán de los monos y columpiaba mi albedrío irresponsablemente,
gozosamente.
Mérida, ciudad del origen y quisiera que también del final. Si
pudiera escoger donde morir, allí me gustaría. Entre caracoles y conchas
de los patios que muestran que Yucatán hace no muchos milenios estaba
bajo el mar. Allí rodeado de árboles con frutos acaramelados, abejas
doradas, pájaros cantantes y sonantes, piedras calizas y rostros mayas,
místicos y tiernamente afectivos.
Ixcanziho, donde se arrullan críos, y antes amores, en hamacas de
entramados gentiles, muchas tejidas en cárceles.
Mérida blanca, pero mestiza. Criolla, pero mayahablante, sabedora
de mil y un vocablos y gestos que vienen de la profunda etnia de
Nachicocom. T’ho, de pájaros surtidores de cantos exponenciales. Ciudad
de sabores gozosos: achiote encarnado en tamal y cochinita pibil; chiles
quemados para el chilmole, atole de maíz nuevo, chulibul y aromático
habanero.
Mérida olfativa, como las tardes de López Velarde: hueledenoche
de dulzura agresiva, mariposas novieras, flores de mayo para presentar a
la Virgen, flamboyanes como estandartes, lluvias de oro derramadas en
las escarpas hirvientes y pequeñas trompetas anaranjadas del ciricote.
Mérida de almendros maternales y reales palmas, de pasturales
ramones, crotos multicolores y tulipanes efímeros.
Te declaro mi amor, incubado en la niñez y adolescencia, y
cultivado en esta madurez huacha en la que medio respiro y medio
pienso.
Besa tu suelo,
Francisco.

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