¿Seré Pariente de Napoleón?
¿Seré Pariente de Napoleón?
¿Seré Pariente de Napoleón?
y otras historias
Napoleón, 1792, (23 años) teniente del 1er Batallón de Córcega, retrato del pintor
Félix Philippoteaux, 1834.
En mi niñez empecé a tener vagamente la duda de si era pariente de
Napoleón Bonaparte. Debo confesar que lo vago y poco acuciante de esa duda
era en gran medida porque conocía muy poco o casi nada, de la biografía de ese
personaje. Pero la interrogante se me fue acentuando conforme fui caminando
hacia la juventud y, se hizo cada vez más intensa e informada en la madurez, por
lo que les voy a contar enseguida.
1
) A veces me refiero en este texto a Paoli como Pasquale (en corso-italiano), como lo
hacen algunos, y otras como Pascal, que es la forma en que los franceses llaman a los que
se llaman Pascual, usanza de ese mismo nombre en castellano.
casa, que contestó mi joven madre, Carmen Bolio de Paoli. La sorpresiva llamada
a Mérida era de mi tía abuela Lila, la hija menor de la familia Paoli Urquiola, a la
que había pertenecido mi abuelo. La tía abuela, totalmente desconocida para mí,
le dijo a mamá que sus hermanas y ella así como sus esposos estaban muy
interesados en conocer al nieto, que además llevaba el mismo nombre, de su
único hermano varón, Pancho, quien había muerto en la Ciudad de México antes
de cumplir los 37. Por tal motivo estaba invitándome a pasar una temporada con
ellos durante el mes de julio, que era de grandes celebraciones para los
carmelitas. Como es el mes de vacaciones de los niños no le trastornará nada,
Carmita, explicó la tía Lila y le aseguró a mamá que me cuidarían bien y me
consentirían. Mi madre, desconcertada por aquella petición tan inesperada pero
reparando en la amable invitación que me hacían, respondió que lo consultaría
con papá y que, si él aceptaba, me enviarían a Ciudad del Carmen.
Mi padre estuvo de acuerdo, y yo no tuve más remedio que estarlo
también, porque en realidad en aquel tiempo casi no tenía ni voz ni voto. La
consulta que se me hizo, y lo recuerdo vagamente, fue una tierna consideración a
mi párvula existencia.
Me quedé intrigado por esa invitación para pasar unas semanas con
familias que, si bien llevaban mi apellido, no había tratado nunca. No sabía cómo
eran y yo nunca había vivido con extraños en mis contados años de vida. Además,
mi padre apenas conoció al suyo, ya que el pobre abuelo había fallecido cuando
papá era más chico que yo en aquel momento. La abuela Chonita enviudó a los
treinta y tres años y se quedó con dos hijos: Iván Jorge, de 8 y María Cristina, de
6. Así que, aunque las tías abuelas de Ciudad del Carmen -me explicó mi madre-
eran hermanas de mi abuelo y, por tanto, parientes bastante cercanos, mi familia
meridana no había tenido trato mayor con la familia carmelita, aunque disgusto
tampoco. Simplemente había una gran distancia por vivir las dos familias alejadas
y sin mayor comunicación. Realmente mi mayor relación en la Mérida de mi niñez
fue con los familiares de mi madre, de apellidos Bolio y Espinosa, y con los de mi
abuela paterna, Gutiérrez y Cervera, que también vivían en la Ciudad Blanca
desde muchas generaciones atrás; en esa querida ciudad se habían casado Chichí
Chon, como le decíamos cariñosamente a mi abuela en jerga yucateca, y mi
abuelo Francisco María Paoli, quienes luego de algunos años y dos hijos se
trasladaron a la Ciudad de México.
María Encarnación (Chonita) Gutiérrez Cervera, abuela paterna, en su boda
A la muerte de mi abuelo Pancho, que empezaba a destacarse como
abogado en la capital de la República2, mi abuela decidió irse con sus dos
pequeños hijos a Nueva York, donde había sido educada y tenía buenas
amistades. Vivieron en la Gran Manzana cerca de tres lustros, tras los cuales
empezaron a volver a Mérida. Mi padre precipitó el regreso de su familia cuando
apenas había cumplido su mayoría de edad, momento en el que decidió hacerse
cargo de la herencia del abuelo Pancho Paoli, al que ahora los tíos carmelitas
querían recordar a través del nieto que llevaba su nombre y apellido. Corría la
segunda mitad de los años treinta cuando papá conoció a mamá, Carmen Bolio
Espinosa, una joven muy alegre, simpática y fiestera a la que enamoró. Se
casaron en Mérida en el año de 1937, en la pequeña iglesia colonial de Santa
Lucía. En esa querida ciudad de sureste mexicano nacimos mis tres hermanitos y
yo, que soy el mayor. Me bautizaron y registraron civilmente como Francisco
José, con los apellidos Paoli y Bolio. Mi nombre de pila no se debió a una
identificación o admiración que mis padres tuvieran por el noble y legendario
emperador austriaco, Francisco José, marido de Isabel de Baviera -representada
por la guapísima Rommy Schneider en la película Sissi Emperatriz que yo había
visto con gran regocijo- sino el resultado de una transacción entre papá y mamá
para que llevara el nombre de los abuelos paterno y materno, en ese orden. Mi
abuelo materno, José María Bolio Méndez, era miembro de una vasta familia
largamente asentada en la Península de Yucatán pues, de acuerdo con el libro A
través de las centurias de José María Valdés Acosta, el primer miembro de la
familia Bolio llegó a la península yucateca en 1610.
2
) Consultando periódicos viejos, me encontré un anuncio del despacho jurídico de mi
abuelo Francisco Paoli, ubicado en la prestigiada calle céntrica de Plateros, hoy Madero:
“Quintana y Paoli” Abogados.
Portada A través de las Centurias,1923.
Cuando yo nací mis familiares de apellido Bolio habían pasado poco más
de trescientos treinta años en tierra yucateca. En contraste con el centenario
arraigo de los Bolio, la familia Paoli tenía sólo tres cuartos de siglo en este
continente. Mi bisabuelo Casimiro Paoli Giuliani, un par de décadas después de
haber llegado a América, se había naturalizado carmelita y mexicano y para
entonces ya era un empresario prominente. Durante el último tercio del siglo XIX
el bisabuelo Casimiro fue nombrado alcalde de Ciudad del Carmen. Los Paoli eran
pues migrantes relativamente recientes -newcomers- junto a los Bolio.
Ya siendo adulto, averigüé que la migración corsa, que no corsaria como
podría deducirse por su llegada a una región de Campeche, arribó a diversos
destinos del Atlántico americano y, puntualmente, a Puerto Rico, Venezuela y
Uruguay donde existen registros de la llegada de familias procedentes de la Isla
mediterránea. También llegaron los corsos por el Pacífico a Ecuador, Perú y
Argentina.
El bisabuelo Casimiro arribó a México por la Laguna de Términos y llegó a
la Isla del Carmen, que algunos erróneamente han dicho que tenía un nombre
maya, Tris. Esto último es completamente falso, según me explicó Michel
Antonchiew, un amigo francés gran conocedor de la historia y la geografía
peninsular y, por ende, amante de los mapas y los documentos antiguos. Él me
aclaró que el nombre sobre la isla que aparece en los mapas (Tris) no es un
término maya sino la abreviatura de Términos, como se llama esa inmensa
cuenca marítima en el Golfo de México.
Aquella invitación para pasar buena parte del mes de julio de 1951 en
Ciudad del Carmen despertó mi curiosidad por la familia paterna que, me dijeron,
era muy rica e iba a ser muy amable conmigo. Viajaría en avión por primera vez
solo y llegaría a aquella isla del tesoro en la que vivieron el bisabuelo Casimiro, su
esposa, doña Atilana, y sus cinco hijos: Carmelita, Luisa, Adelina, Lila y Pancho, mi
abuelo. La curiosidad, sin embargo, no canceló el temor que sentí ante el
inminente viaje y la estancia con desconocidos, por más que mamá trató de
tranquilizarme contándome que durante su luna de miel papá y ella habían
pasado por Ciudad del Carmen y conservaba gratos recuerdos de aquellos días
con las familias que habían formado las hermanas de mi abuelo.
- Son gente muy buena y muy amable que te tratará muy bien; pero si no
te sientes a gusto y quieres regresar antes de lo previsto, llámame por
teléfono y yo arreglo que regreses a Mérida.
Una vez tomada la resolución, me mandaron en un avión de Mexicana de
Aviación con un letrero -prendido a la camisa con alfiler de seguridad- con mi
nombre y el de los parientes que me irían a recoger en el “puerto aéreo”, como
entonces se decía.
Muchos años después supe que ese aeropuerto había sido construido
durante la Segunda Guerra Mundial por los norteamericanos, quienes querían
tener un punto estratégico en el Golfo de México para poder aterrizar sus aviones
y, supongo, vigilar y proteger con artillería aérea cualquier posible ataque a sus
costas cercanas.
En cuanto aterrizó el avión bajé, intrigado, de la mano de una hermosa
azafata que me llevó con tía Lila, su esposo don Carlos Rivas Fortunat y algunos
de sus hijos que habían ido a recibirme. ¿Quiénes y cómo serían esos parientes a
los que veía por primera vez? ¿Cómo sería esa Ciudad del Carmen que llevaba el
nombre de mamá? ¿Tendría playas como las de Progreso en las que yo me
divertía tanto con mis primos y amigos? Era la primera ocasión en que me
separaba de mis padres y de los dos “hermanitos” que entonces tenía. Muy
pronto me di cuenta de que la promesa de mis padres de que la pasaría muy bien
resultó no sólo algo cierto, sino una muy pobre expectativa del agasajo de casi un
mes que viví con esa rama de los Paoli, sus hijos y sus amigos.
Llegando a su casa, lo primero que me gustó es ver que un cine, el Rivas-
Paoli, exhibía públicamente mi apellido; era algo totalmente desconocido. Y
también me llamó la atención que, como eran concesionarios de la distribuidora
automotriz Willis, tuvieran varios jeeps, muy comunes en la Isla porque
transitaban muy bien por sus calles que, en su mayoría, eran de arena. Poco a
poco fui enterándome de que los tíos Rivas Paoli tenían otros negocios y
propiedades en esa pequeña comunidad campechana que se sentía yucateca y
que claramente estaba muy vinculada con Mérida en el sentimiento de sus
habitantes.
Cine Rivas-Paoli, Ciudad del Carmen
Resulta obvio que mi interés en el tema surgió por la idea de que el gran
jefe corso padre de la patria podía haber sido mi pariente. Y tenía sentido, ya que
tanto mi bisabuelo Casimiro como mi tatarabuelo Francesco habían nacido en esa
isla mediterránea. Pero, por más que estuve buscando en varias biografías de
Napoleón, no volví a saber nada de aquella historieta familiar. En realidad aún no
sé qué parentesco pudieron tener mis ancestros con el general Pasquale Paoli.
Muchos años después de aquella intrigante noticia en Ciudad del Carmen he ido
dos veces a Córcega con ganas de respirar los aires de mis antepasados y
tratando de encontrar rastros de ellos.
La isla corsa, vecina de Cerdeña y Sicilia, alcanza alturas de más de dos mil
metros sobre el nivel del mar. Su población original proviene de la Toscana y fue
poblada por etruscos. Poco a poco fueron llegando a la isla griegos, romanos,
pisanos y, finalmente, genoveses como los Paoli. Córcega también tiene desde
hace siglos pobladores de origen africano, específicamente berebere, que se
asentaron en alguna de región de la isla.
Mapa de Córcega
3
) El FCE, tiene una versión en español de esta obra de Voltaire, titulada El Siglo de Luis
XIV.
cuando se vieron obligados a llamar a retirada porque los combatientes enemigos
los iban derrotando, decidieron hacer una muralla amontonando uno sobre otro
a sus muertos para detener el avance de sus enemigos y ganar tiempo. Para
rematar la escena Voltaire exclama: ¡el arma principal de los corsos era su pasión
patriótica y su coraje!
4
) J.J. Rousseau, Escritos Constitucionales, contiene dos ensayos del pensador franco
ginebrino: “Proyecto de Constitución para Córcega” y “Consideraciones sobre el Gobierno
de Polonia y su proyecto de reforma”, publicado por Tecnos, Madrid, 2018, 2ª Edición.
5
) Libro II, Capítulo 10
lograron conquistar la isla por las armas y dieron al traste con la República
paoliana tras la batalla de Ponte Novu en 1769.
6
) Sebastien R. Le Morillon is Research Assistant in the Department of Anthropology at Columbia
University, New York.
formación en valores patrióticos y autonómicos durante su infancia y
adolescencia en Córcega. Recuerda LeMorillon que Napoleón nació tres meses
después de que Pasquale Paoli había sido derrotado por los franceses en Ponte
Novu. Con esta derrota, Carlo Buonaparte y su esposa, fieles de Paoli, se vieron
en graves dificultades y se ocultaron donde pudieron para evitar ser perseguidos
por los nuevos dominadores galos. Esta situación provocó que la familia
descuidara sus propiedades y sufriera una severa crisis económica. La fidelidad a
los valores autonómicos y patrióticos aparentemente duró poco y unos meses
después de la terrible derrota de Paoli, Carlo Buonaparte, para librarse de la
persecución, decidió trasladarse a Francia, donde tenía amigos que lo
protegieron. Más tarde trabajó con el gobierno francés de la isla y logró rescatar
algunos de sus bienes.
Leticia, su esposa, y sus hijos, contando con el apoyo de amigos, paisanos y
parientes, particularmente de un acaudalado tío, permanecieron en Córcega.
Cuando sus hijos varones tuvieron edad escolar los trasladó a Francia para que se
formaran en escuelas francesas. Pero a pesar de estar exiliados y educándose en
Francia, en el fondo de su corazón los Buonaparte se mantuvieron fieles a la
idiosincrasia libertaria por la que los corsos habían luchado tanto tiempo.
Napoleone no hablaba francés sino corsu, un dialecto italiano de la isla
que fue su lengua materna; pero poco a poco fue adquiriendo la lengua de los
que habían dominado su isla asistiendo a escuelas del reino de Francia, en las que
muy pronto mostró una enorme capacidad para el aprendizaje, especialmente
para las matemáticas. Durante todo el tiempo de su formación escolar y militar
en la Academia del ejército francés mantuvo su identidad corsa y su talante
rebelde e independentista, que mostró de distintas maneras. El historiador y
novelista Max Gallo, en su biografía novelada, Napoleón, narra magistralmente
esa etapa y destaca la acendrada identidad corsa de Napoleón así como su deseo
de escribir una Historia de Córcega y de seguir los pasos de su héroe nacional.
Cuenta uno de sus compañeros de escuela 7, que en alguna ocasión escuchó a
Napoleone exclamar “¡Yo seré un Paoli!”… El propio Napoleón recuerda en sus
Memorias que en Córcega se le había dado la vida y con ella transmitido el
apasionado amor de los corsos por la independencia de su herida tierra.
Paralelamente a su exitosa carrera militar, ganando batallas y prestigio
que lo hizo merecedor del grado de general del ejército francés, Napoleón se
dedicó a estudiar las ideas de la Ilustración francesa y llegó a conocer a fondo las
obras de Rousseau. Se dice que podía recitar de memoria pasajes enteros de El
Contrato Social. Es muy importante destacar que la asimilación de las ideas
liberales le permitieron convertirse en un gran estadista y edificador de un
imperio.
7
) Su compañero de escuela fue Louis Antoine Fauvelet de Bourrienne, quien, a decir de LeMorillón fue
intimo amigo de Napoleone en la Escuela Militar de Brienne, se convirtió con el paso del tiempo en un
destacado diplomático francés y escribió Las Memorias de Napoleón Bonaparte, libro aparecido en 1831, de
acuerdo con el reporte de Sebastien LeMorillón, revista History Today, noviembre, 2015.
azucarero, el “Dos Patrias”, y ya en ese entonces era un político famoso pues se
mencionaba como candidato a gobernador del estado de Tabasco. Me
presentaron al tío “Pico” (Federico Jiménez Paoli) con la impresionante
información para mí de que aquel tío, al que pintaban como legendario y que
nunca se quitaba la “cuarenta y cinco” del cinto, había venido de Villahermosa
para conocer al nieto de su tío Pancho Paoli, único hermano varón de su madre.
Me saludó amablemente y echó mano a la cartera que guardaba en la bolsa
trasera del pantalón y me extendió un billete de cinco pesos para que me los
gastara en la feria. Tuve entonces mi primera fortuna, y una de las que he
disfrutado con la mayor libertad. En aquel movimiento para sacar la cartera, me
dejó ver el tío Pico con toda claridad que portaba tremendo pistolón. No sé si
quedé más maravillado por los cinco pesotes que me dio de “gastada” o por su
arma, que después supe era sólo para uso oficial del ejército. Lo que entendí
desde entonces fue que el tío “Pico” Jiménez Paoli era muy respetable por esos
dos factores: su cartera repleta y su “cuarenta y cinco”. Muchos años más tarde
oí contar una anécdota a Juan José Rodríguez Prats; una simpática anécdota de
las que platica en sabrosas recordaciones: se encuentran en Villahermosa dos
políticos que estaban señalados como aspirantes al gobierno de Tabasco; uno de
ellos era precisamente el tío Pico y el otro era don Francisco Santamaría, que
contaba con un gran prestigio como intelectual y una larga carrera política. Se
saludaron, y Santamaría le preguntó: ¿Cómo está Federico, que está haciendo? Y
el tío Pico le contestó, “estoy jugando para gobernador, don Francisco…” a lo que
Santamaría remató, “yo también, pero yo no estoy jugando, yo voy a ser
gobernador!” Y don Francisco fue el gobernador electo (o designado por el
Presidente como se usaba entonces), del Estado de Tabaco.
8
) Jaime Luis Albores Téllez, “¿Quién fue el padre de Napoleón Bonaparte?”, publicado en
la sección Cultura en México del semanario Siempre!, de fecha 24 de mayo de 2014.
que quería ver a las más hermosas mujeres de Córcega con la finalidad de
agasajar a los emisarios tunecinos. Durante esta cena hubo baile, vino, y Pascal
Paoli quedó maravillado de la belleza de María Letizia, dándole un trato especial,
en el centro de la primera fila, donde exhibió su encanto y maneras ganándose la
admiración de todos los viajeros y de sus compatriotas. Se siguieron frecuentando
constantemente hasta que la situación política cambió para Córcega, cuando las
tropas francesas desembarcaron en la isla para anexionarla (1769). Se dice que
María Letizia ya estaba embarazada de Napoleón cuando ya no pudo ver más a
Pascal Paoli, pues la revuelta de Ponte-Novo, fue sofocada con gran violencia por
los franceses y Pascal Paoli tuvo que irse de la isla y Carlo Bonaparte se vio
obligado a dejar la vida política para dedicarse a administrar sus propiedades,
llevando una vida tranquila. En fin, tal vez los estudios que se siguen haciendo del
ADN de Napoleón Bonaparte nos digan que realmente es hijo de Pascal Paoli y
Napoleón Bonaparte se convierta en Napoleón Paoli. Y sí puede ser porque Pascal
fue un intrépido general en jefe de Córcega que luchó contra el dominio de
Génova, es llamado “El Padre de la Patria” por los corsos y fue también uno de los
primeros dirigentes en Europa en establecer un régimen de inspiración
democrática con una Constitución.
“El grupo `El recuerdo Napoleónico´ sabrá qué pasó con la dinastía,
porque próximamente exhumarán el cuerpo de Luis Bonaparte, hermano del
emperador y padre de Napoleón III, los cuales serán sometidos a exámenes
genéticos. También sería bueno que exhumaran los restos de Pascal Paoli.
¿Sabremos quién fue el padre de Napoleón Bonaparte?”
Querida ciudad:
9
Publicada originalmente en la revista Mira No. 99 como “Mérida, mi amor”, México,
D.F., 20 de enero de 1992. pág. 11. En esa revista publiqué durante muchas semanas de
más de un año, cartas dirigidas a diversos actores sociales y políticos. Esta la dirigí a
Mérida como una evocación de la niñez, ya que viví en ella los primeros catorce años de mi
existencia.
Mi ciudad que en estos días celebra su cumpleaños 450, y a la cual
el entrañable poeta Fernando Espejo Méndez dedica ocho armoniosos
sonetos. Blanca Mérida que casi siempre recuerdo encharcada, húmeda,
vaporosa, tal vez por vaga asociación con los ámbitos líquidos del origen.
O quizá, como dijo Pellicer, porque amo más el agua que la tierra porque
ella duplica el cielo.
También vislumbro a Mérida, nostálgico, con muchas calles sin
asfaltar. Así estaba la mía, por ella iba driblando charcos con la bici. Vivía
en una quinta frutal de Itzimná, con sus corredores, su pozo misterioso y
su veleta holandesa que me permitía soñar con el vuelo. La veleta tocaba
un alto mango que, por otro lado, extendía ramas a la azotea. Aquel lugar
aéreo era el de mis aventuras más riesgosas y encumbradas. Allí era
Tarzán de los monos y columpiaba mi albedrío irresponsablemente,
gozosamente.
Mérida, ciudad del origen y quisiera que también del final. Si
pudiera escoger donde morir, allí me gustaría. Entre caracoles y conchas
de los patios que muestran que Yucatán hace no muchos milenios estaba
bajo el mar. Allí rodeado de árboles con frutos acaramelados, abejas
doradas, pájaros cantantes y sonantes, piedras calizas y rostros mayas,
místicos y tiernamente afectivos.
Ixcanziho, donde se arrullan críos, y antes amores, en hamacas de
entramados gentiles, muchas tejidas en cárceles.
Mérida blanca, pero mestiza. Criolla, pero mayahablante, sabedora
de mil y un vocablos y gestos que vienen de la profunda etnia de
Nachicocom. T’ho, de pájaros surtidores de cantos exponenciales. Ciudad
de sabores gozosos: achiote encarnado en tamal y cochinita pibil; chiles
quemados para el chilmole, atole de maíz nuevo, chulibul y aromático
habanero.
Mérida olfativa, como las tardes de López Velarde: hueledenoche
de dulzura agresiva, mariposas novieras, flores de mayo para presentar a
la Virgen, flamboyanes como estandartes, lluvias de oro derramadas en
las escarpas hirvientes y pequeñas trompetas anaranjadas del ciricote.
Mérida de almendros maternales y reales palmas, de pasturales
ramones, crotos multicolores y tulipanes efímeros.
Te declaro mi amor, incubado en la niñez y adolescencia, y
cultivado en esta madurez huacha en la que medio respiro y medio
pienso.
Besa tu suelo,
Francisco.