Caso Anna o Por Karina G
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Karina Glauberman2
La cura
1 Este artículo es un extracto de la Tesis doctoral inédita: Anna O.: la invención del
psicoanálisis. UCM. 2015. Fue presentado en el Ciclo sobre Clínica de la escucha,
organizado por la AMPP, el 16 de junio de 21016.
2 Karina Glauberman. Psicoanalista. Miembro de Entre-dichos y de Apertura,
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3Nota del Equipo Editorial: ¡El resto es bien conocido: la recaída de Anna, su
fantasía de embarazo, Breuer voló!
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Martha le contesta: Muchas veces he querido preguntarte por qué Breuer dejó de
atender a Bertha. Me imaginaba que las personas que no estaban al tanto se
equivocaban al decir que dejó de atenderle porque se había dado cuenta de que no podía
ayudarla. Es curioso que nada más que su médico actual se haya acercado a la pobre
Bertha; ella que cuando aún estaba sana hubiera podido volver loco al hombre más
sensato: ¡Qué mala suerte tuvo esta joven! Te vas a reír de mí, mi amor, pero anoche
casi no pude dormir pensando en que yo estuviera en el lugar de la dulce Frau
Mathilde.
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A lo que Freud responde: Mi adorado ángel, tenías razón en pensar que me iba a
reír de ti, lo hice con mucho gusto. ¿De veras puedes pensar que alguien te va a
disputar el derecho a tu amado o más adelante a tu esposo? ¡Claro que no! Él siempre
será tuyo y tu único consuelo tendrá que ser que él no quiere que sea de otra manera.
Para padecer como Frau Mathilde, habría que ser la esposa de un Breuer ¿no crees?
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casa de salud cerca de Viena?”. Con Dora Edinger, concluye que podría
haber estado en tratamiento en una de las casas de salud que existían en
esta parte de Europa. “Efectivamente, muy cerca de Constanz, había una
casa de salud muy conocida en la pequeña ciudad suiza de Kreuzlingen: el
sanatorio de Bellevue”. A través de su director logra reunirse con dos
documentos nuevos: una copia del escrito por Breuer mismo, donde
presenta a Anna O. con su verdadero nombre y, una observación de uno
de los médicos del sanatorio. En él se revela que no sólo no había sido
curada de sus síntomas histéricos en el curso de la cura sino que, además,
no había sido tratada con el método catártico. El término no aparece en
el informe, ni tampoco el de abreacción. Breuer recurrió más bien a la
hipnosis y después, para aliviar las dolorosas neuralgias de la paciente que
se revelaron de origen orgánico, le aplicó dosis importantes de cloral y
morfina, como solía hacer con sus pacientes cuando necesitaban sedación
o alivio del dolor y que la hicieron, durante un tiempo, adicta a la
morfina. Muchos años después, y ya sin intervención médica, Bertha se
restableció completamente.
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que no hay historiografía sino mitografía. Es una fantasía de Freud hecha para
explicar el abismal fracaso de la original ‘talking cure’.
Con este estéril propósito ahonda en la investigación que le permite
afirmar que la pseudociesis, no es mencionada en el informe de Breuer a
Binswanger, ni aparece en el Informe del Dr. Laupus de Bellevue -
segundo informe en cuestión-, ni se menciona en ninguna carta de su
madre o prima a Binswanger por lo que infiere que es pura invención ya
que supone que si el episodio hubiera tenido lugar realmente, Breuer no
omitiría mencionar tal espectacular síntoma a su colega a la hora de
ingresarla y al contrario sí mencionar que: el elemento sexual estaba
extraordinariamente poco desarrollado y que nunca lo encontró representado en
ninguna de sus numerosas alucinaciones. Famoso por sus diagnósticos no se ve por qué
Breuer se arriesgaría a verse contradicho y menos cuando aseguraba en el informe que
Bertha no era una simuladora ni una falsa enferma.
Mikkel Borch-Jacobsen concluye que la evidencia indica que la historia
esparcida por Jones es un mito psicoanalítico basado en rumores y
chismes profesionales que se aproxima bastante al relato clásico de la
historia de la pseudociesis que cuenta Jones, hallado en la carta de Freud
a Stefan Zweig del 2 de junio de 1932: Por intentar situar por qué no aparecen
ni rastros de la pseudocyesis en los trabajos de Freud publicados y como es difícil ver si
Breuer ha confirmado una ‘reconstrucción’, si hubiera habido alguna deberíamos
suponerla en el rechazo de Breuer a seguir colaborando.
Como ya señalé, Freud atribuyó la ruptura entre ellos a la resistencia de
Breuer a la sexualidad (Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico.
1914).
Mikkel Borch-Jacobsen afirma que es posible que Breuer hubiese
confirmado parcialmente esta parte de la historia al ser increpado por su
hija ya que de hecho no parece haber tenido demasiado en secreto las
complicaciones emocionales en que el tratamiento de Bertha lo sumió, en
lo que describe como una “ordalía” en carta a August Forel del 21 de
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Sostiene que nada de esta afirmación justifica el salto que supone concluir
que Breuer admite haber huido bajo el terror incontrolable de la erupción
de una transferencia erótica masiva. Hay evidencias de que Breuer era
perfectamente capaz de observar el elemento sexual en sus pacientes
histéricas y no hay razón para no creer que él se hubiera sorprendido de
la extraordinaria falta de desarrollo sexual en Bertha y atribuirle a Freud el
haber hecho virar esas declaraciones hasta convertirlas en signos de
“resistencia” y de “represión”, siendo la reescritura del caso por parte de
Freud pura interpretación. Hirschmüller apunta que Breuer compartía el
viejo prejuicio médico sobre la relación entre histeria y “secretos de
alcoba” de la época tal como él mismo lo hizo saber en Estudios sobre la
Histeria. De todo esto concluye Mikkel Borch-Jacobsen, que la leyenda
pudo haber empezado como un chisme de circulación interna sin
necesidad de ser verificado, sujeto a todo tipo de modificaciones y
adiciones.
Menciona, a su vez, que en 1895 en el New York Times, el periodista
Daniel Goleman publicó unas notas tomadas por Franck Hartman,
psicoanalista, que declaraba haber tenido acceso al diario inédito -y
celosamente guardado de Marie Bonaparte antes mencionado-, y
parafraseándolo, escribió que Freud dijo a la princesa que una de las
razones por las que Breuer dejó de tratar a Bertha Pappenheim era por
que estaba tan obsesionado con su paciente que su mujer, celosa, intentó
suicidarse, hecho que nadie había sacado públicamente a la luz.
Elisabeth Roudinesco pudo rastrear el pasaje del diario antes mencionado
de Marie Bonaparte donde, efectivamente, el 16 de diciembre de 1927
consta: Freud told the Breuer’s story. His wife tried to kill herself toward the end of
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Nota del Equipo Editorial: “En aquél momento juré que no volvería pasar por
una experiencia así otra vez”.
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Anna-Bertha treatment. The rest is well known5. Se sabe que ella puso a
disposición de Jones algunos pasajes de su diario, seguramente éste fue
uno de ellos, después de que Jones publicara una versión tan distinta de
los hechos un año antes. Jones no hizo en las siguientes ediciones
ninguna mención a este rumor formalmente refutado en la carta de Freud
a Martha del 31 de octubre de 1883, donde concluye que la versión de la
pseudociesis sería una versión piadosamente censurada de hechos aún
más extravagantes y salvajes comentados de la historia, para Mikkel
Borch-Jacobsen.
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Nota del Equipo Editorial: “Freud contó la historia de Breuer. Su esposa trató
de suicidarse hacia el final del tratamiento de Anna-Bertha. El resto es bien
conocido”.
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dado cuenta de pronto de que Bertha seguía su vida personal muy de cerca, a su esposa
y sus hijos. Se podría decir que ahora ella lo cuidaba, le había asignado el papel de
padre, pero de una forma que dejaba abierta la ambigüedad de que algún día podría
cuidar el bebé de él, el bebé del doctor B. además de al padre. (...) Fue cuando Bertha
pareció invadir su propio matrimonio a través de la extraña evocación de la escena de
la concepción de su hija cuando Breuer se asustó.
Está claro, tal como lo afirma Elisabeth Roudinesco, que Breuer de algún
modo se desentiende de su parte en el descubrimiento de la transferencia
y tiene bastante reparo en tratar el tema de la sexualidad, lo desvincula del
caso y se desvincula de su papel en la historia del psicoanálisis a diferencia
de Freud que ve, en los Estudios sobre la histeria, el germen del psicoanálisis.
A pesar de Jones y de la historiografía revisionista norteamericana no se
puede atribuir el mito a la intención de falsificación de la historia ni
buscar la verdad histórica que la rebata. Se ha modulado una ficción y
Freud toma parte en ella, en palabras de Elisabeth Roudinesco, para dar
solución teórica al famoso problema de las causas genitales que la
historiografía revisionista deniega intentando demostrar que Freud no
inventó nada.
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Contrariamente a lo que se dice, no hay verdad sobre lo real, puesto que lo real se
perfila como excluyendo el sentido.
Si entre Bertha Pappenheim y Breuer habían logrado modular un diálogo que por un
buen tiempo burla el sentido, desarmando a su paso sus cristalizaciones sintomáticas
en un movimiento inédito, eso llega a su fin. El sentido -dice Lacan- indica la
dirección hacia donde eso va a encallar. (...) El niño con el que Breuer embraga el decir
de Bertha, deviene, entonces, el niño del Dr. Breuer y el silencio cae sobre el discurso
que ahora calla. Ya no se sabe por qué, que hubiera una vez un niño le era tan
propicio, ni el desfiladero por el que la castración lo expulsa del paraíso (Glauberman,
K. 1999).
Queda por analizar, qué pasa si no nos precipitamos, con Lacan (1995),
sobre el lenguaje del cuerpo -que sorprendentemente, insiste en el
significante del embarazo en una de las escasas alusiones al historial-, y si
no nos precipitamos tampoco sobre Freud, como el revisionismo
norteamericano para acometer un parricidio, ni concluimos en que la
historia del psicoanálisis es la simple chismografía por el que las esposas y
las solteronas entran en corro en la historia del psicoanálisis. ¿Qué aporta
el mito que se ha tejido en torno a la primera cura del psicoanálisis?, ¿qué
función tiene el mito para el psicoanálisis?, ¿qué función tiene en la cura?,
¿con qué hilos se ha urdido?, ¿sobre qué bastidor?, ¿qué muestra y qué
oculta a su vez el mito?
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Por otra parte, era una mujer típicamente vienesa, de gran encanto
personal, ingenio y que amaba profundamente la belleza. Su pequeña casa
en Isenburg donde pasó el final de su vida, estaba amueblada con todo
tipo de curiosidades recolectadas en sus viajes después de las visitas a
hospitales, escuelas o prostíbulos en cualquier ciudad extranjera, donde se
recuperaba emocionalmente visitando las tiendas de antigüedades y de
segunda mano. Era coleccionista de piezas de plata que había heredado
de su familia, de encajes y piezas textiles y apreciaba el vidrio antiguo.
Durante las reuniones hacía trabajos de encaje de bolillos y enhebraba
perlas. Desde sus expediciones al oriente próximo, Polonia y Rusia
escribía observaciones a sus colaboradores en Frankfurt. Sus
descubrimientos le hicieron denunciar públicamente ante su comunidad
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las lacras sociales que asolaban a su pueblo y mostrar que debían dejar de
anteponer la negación y enfrentarlas con la acción.
Dora Edinger nos aclara, que tuvo muy poco éxito en sus esfuerzos para
influir en los rabinos ortodoxos y modernizar las leyes judías en materia
de mujeres, pero sobreponiéndose a ello y a las críticas, se dedicó a su
trabajo en Isenburg. Esa casa pionera en su tipo extendió luego su
asistencia a niños en situación de abandono o dependencia. Financiada y
de propiedad de la Federación Nacional, fue su directora durante casi
treinta años. Viviendo en una casa anexa, compartió la vida de las
internas, se ocupó de darle sentido a la observancia religiosa con piezas
de teatro que escribía y otras iniciativas culturales. Su sensibilidad estética
y sus intereses, la llevaron a hacerse retratar ataviada como uno de sus
propios antepasados que, curiosamente, constituía su ideal de mujer. Al
inicio de su trabajo había fundado guarderías e instituciones para jóvenes
trabajadoras, clubs culturales y centros de orientación vocacional y
ocupacional. En ese tiempo su actividad se volcó a colocar a niños
sobrevivientes de los progromos, o afectados por dichas lagunas jurídicas
de la ley judía en hogares de acogida, gestionar adopciones y en mejorar
su salud.
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En esos años hizo una gran amistad con una joven muy cercana a su
trabajo que sería su asistente, Hanna Karminski, nacida en 1897 y
deportada en 1942, quien se convertiría en la secretaria ejecutiva de la
organización nacional, de mucha ayuda a la hora de suavizar las
dificultades que surgían entre la líder mayor y la complexión joven y
cambiante de la organización nacional. En el último verano de su vida,
viajó a Viena y se ocupó personalmente de donar su colección de encajes
al Museo de Artes Decorativas de Viena, donde todavía se encuentra.
Estando en Viena, supone Dora Edinger, destruyó los documentos de su
periodo crítico y seguramente pidiese a su familia en Viena, que no diera
ningún tipo de información sobre ello después de su muerte. Había
sufrido durante años de manera intermitente de problemas de vesícula,
pese a llevar una vida tan activa, ayudada por su médico, el Dr. Minkel de
Isenburg, y en su camino de vuelta a Viena tuvo que ser operada. Aún así
llevó a cabo otro viaje a Amsterdam para encontrarse con Henrietta
Szold, la líder sionista americana que venía a Alemania para organizar la
emigración de judíos jóvenes, de entre los quince y diecisiete años a
Palestina, a la que ella tanto se oponía. Cuando supo que dos líderes en el
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Las cartas que escribió en el verano del 35-36 mostraban que era
plenamente consciente del poco tiempo que le quedaba de vida. Durante
su enfermedad sufría constantemente por las iniciativas inacabadas. Nos
relata Dora Edinger, que sobre el final de sus días y a comienzos del
régimen de Hitler, el panfleto nazi Der Stürmer editó impresiones
públicas de sus primeros escritos donde exponía la participación de los
judíos en la trata de blancas, que era exactamente lo que sus más cautos
colaboradores habían temido, mientras ella los consideraba hipócritas y
cobardes. Poco antes de su muerte un comentario en contra de Hitler
hecho por una chica débil mental de la institución, denunciado por un
empleado, la hizo comparecer ante la Gestapo local. Nos dice Dora
Edinger en su breve biografía, que esta experiencia la hizo recapacitar y
hacer saber a la presidente en funciones de la Liga, Otillie Schöenewald,
que entendía su postura política, que hasta entonces había considerado
muy cauta. Bertha Pappenheim murió poco tiempo después de haber
advertido a las mujeres que quedaban de que tenían que continuar con su
trabajo y de admitir que se había equivocado en sus apreciaciones sobre el
nazismo.
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6Lengua que hablaban en la época los judíos del Este, gestada en la época
medieval germana cuando los judíos desplazados adoptaron el alto alemán
medio mezclándolo con el semita, el arameo y el eslavo.
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primera actividad literaria fue el cuento de hadas del que rastreamos sus
orígenes. De la época de la publicación de los Estudios sobre la Histeria es
su primer libro -publicado bajo el seudónimo de “Paul Berthold”-:
Pequeñas historias para niños, colección que es posible que ella leyera a su
prima Anna Ettinger, quien la alentó a que se dedicara a la literatura. Su
traducción de Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wolstonecraft
de 1899, fue firmada como “P. Berthold” al igual que la pieza en tres
actos Derechos de las Mujeres de 1900. En el mismo año publica El problema
judío en Galicia, que firma como “P. Berthold”, añadiendo entre paréntesis
su nombre completo, para pasar a firmar, a partir de entonces, sólo con
su nombre una obra compuesta de muy variados géneros: cuentos de
hadas, relatos, ensayos sobre temas sociales, judaísmo, derechos de las
mujeres, trabajo social, etc., epistolarios, obras de teatro, poemas,
canciones, aforismos y plegarias.
Recreó la tradición del salón vienés al comprar una pequeña casa lindera
al Hogar de Isenburg que quería que sirviera de centro de la cultura judía
y donde organizaba la tarde de los martes y el shabat, la noche de los
viernes. Las tardes de los martes eran conducidas a la manera de los
salones tradicionales, pero sin los artificios ni pretensiones, ni la presencia
mayoritaria masculina característicos de los salones de su juventud en
Viena y que emulaba en una versión singular. Tenía también un trasfondo
religioso y político.
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Tal como su padre había coleccionado copas de oro y plata que tenía
expuestas en una vitrina Biedermeier, Bertha Pappenheim coleccionó piezas
de encaje, objetos de hierro fundido, estatuillas de porcelana y de perlas, y
piezas de cristal que tuvo expuestas por épocas en la misma vitrina.
Consideraba su colección de encajes un gran tesoro: “documentos de
artesanía femenina, gusto y cultura”, lo llamaba su “mohoso tesoro”. Se
refiere a ellos en varias oportunidades y parecen constituir un objeto de
alto valor simbólico. Abundan las referencias a los hilos y diseños, del
mismo modo que su existencia está indudablemente anudada a su época y
a sus raíces a partes iguales. Conjugó sus numerosos viajes para recabar
información sobre la situación de las mujeres judías en Europa Oriental y
de los judíos del Este en general, cumplir funciones de representación
buscando apoyos para la lucha contra la trata de blancas, llevar adelante
proyectos específico como el apoyo a talleres de artesanía y encajes, con
el coleccionismo de arte, que le permitía sobreponerse a la dura evidencia
de su trabajo social. Según consta en el catálogo de la exposición del
Museo de Artes Aplicadas de Viena, a donde las donó en vida luego de
largas y arduas negociaciones, las “olía” en tiendas de antigüedades, de
segunda mano; los buscaba entre marchantes y vendedores privados.
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los ideales de época7. Lo que ha sido estofa del mito del psicoanálisis lo
ha sido, en realidad, de la demanda en transferencia. El Había una vez un
niño... con que Breuer embraga su discurso pone en escena el niño que la
demanda trae para su propia sorpresa, demanda que resulta una maniobra
exitosa para conducir a la transferencia a Bertha Pappenheim, pero que
deja a Breuer atrapado en la sugestión que lo disuadirá de continuar en la
práctica del psicoanálisis en ciernes, no así de su interés. De dicha
sugestión da cuenta también el mito: Breuer huye y engendra un niño.
estructura del drama en juego. Si bien el amor representa una salida, el castigo es
insoslayable. La acción se resuelve con la congelación y la criatura tiene otra
vida, anclada/encadenada a la tierra.
8 Tal como lo explica Luis Cernuda en el prefacio de Donde habite el olvido: Como
los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces
inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
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Resumen
Summary
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Bibliografía
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