Caso Anna o Por Karina G

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Revista de Psicoterapia Psicoanalítica de la AMPP (2016), nº 20, 67-99

ANNA O. Y EL MITO DE LA CURA1

Karina Glauberman2

Sin duda es propio de un espíritu de lo más miserable servirse


siempre de lo creado y nunca de lo que ha de crearse.

Jheronimus Bosch, en El bosque tiene oídos, el campo tiene ojos.

La cura

El síntoma por el que Breuer fue llamado por la familia de Bertha


Pappenheim en el mes de noviembre de 1880, fue una tos persistente de
la que se temía un cuadro de tuberculosis. Breuer descartó la enfermedad,
pero vio claramente un severo desorden psíquico. Describió un primer
tiempo de incubación de la enfermedad, que iba desde el tiempo en que
empezó a cuidar a su padre hasta el mes de diciembre, en que había
desarrollado una serie de parálisis y anestesias y presentaba la alternancia
de dos estados de conciencia bien diferenciados. A partir de diciembre su
estado requiere que guarde cama en forma permanente. En este periodo
de enfermedad manifiesta padece de alucinaciones en las que el cabello y
sus lazos se convierten en serpientes negras, de contracturas de varios
miembros y de desorganización del lenguaje con pérdidas graduales de la
sintaxis y la gramática hasta, la casi pérdida total del lenguaje. En este
periodo, Breuer observa que dicha pérdida obedece a un mecanismo
psíquico evidente: cuando se había sentido ofendida por algo, decidía no
hablar de ello. Breuer la obligaba a hablar ella superaba la inhibición y

1 Este artículo es un extracto de la Tesis doctoral inédita: Anna O.: la invención del
psicoanálisis. UCM. 2015. Fue presentado en el Ciclo sobre Clínica de la escucha,
organizado por la AMPP, el 16 de junio de 21016.
2 Karina Glauberman. Psicoanalista. Miembro de Entre-dichos y de Apertura,

Sociedad Psicoanalítica de Buenos Aires. kglau@me.com

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recuperaba la expresión en inglés y luego, gradualmente, en francés y en


italiano; mejora hacia la primavera y deja la cama a principios de abril.

Su cuadro empeora con la muerte de su padre el 5 de abril de 1881, tiene


dificultades para ver y reconocer a las personas a excepción de Breuer, a
quien le permitía alimentarla en este periodo en el que rechaza la comida.
Breuer se ausenta unos días y al volver la encuentra muy desmejorada,
rechazando de plano todo alimento, sumida en terroríficas alucinaciones
durante el día, que dice en voz alta. Por la tarde tiene un estado
somnoliento y por las noches se encuentra en un estado de profunda
hipnosis que ella denomina clouds. Breuer comprueba que en ese estado es
capaz de narrar dichas alucinaciones, y despierta con la mente despejada,
serena y alegre. Le sorprende sobremanera este contraste. A principios de
junio desmejora nuevamente y Breuer se ve en la necesidad de trasladarla
a una casa de campo cerca del sanatorio de Inzersdorf. No duerme y
rechaza la comida. Tanto Breuer como su familia la habían visto en ese
estado hipnótico representar unas escenas imaginadas, acompañándolas
de unas palabras masculladas. Si alguien repetía dichas palabras, las
recogía animada e inventaba historias a partir de ellas: cuentos de hadas.
Esto la serenaba. Las historias se fueron haciendo más sombrías hasta
convertirse nuevamente en terroríficas alucinaciones. Sólo se podía
esperar el alivio si reproducía dichas historias aterradoras expresándolas
verbalmente. Es a esto a lo que Bertha dio el nombre en inglés de talking
cure y chimney sweeping, y se convirtió en el procedimiento regular que él
facilitaba -dice escuetamente en el historial- recurriendo a “estratagemas
tales como repetir una fórmula con la que ella solía comenzar sus
cuentos”. También relata que tuvo que recurrir al Cloral y que ella sacó
beneficio de un perro de Terranova que le regalaron, demostrando valor
al enfrentarlo para defender a un gato pequeño y compasión hacia pobres
y enfermos de los que más tarde se ocupó.
De vuelta en Viena, y tras una nueva desmejora luego de otra ausencia de
Breuer, se abocan en el cuarto periodo de la enfermedad, a la remoción
progresiva de los síntomas a través de la rememoración de sus recuerdos
traumáticos. A esto le sucedió otro fenómeno mental completamente

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sorprendente y nuevo: dos estados conscientes distintos, como en el


periodo anterior, pero ahora en el segundo estado, vivía en el invierno de
1880-1881 olvidando por completo los eventos que le sucedieron a
excepción de la muerte de su padre, mientras que en el primer estado
vivía en el invierno siguiente, lo que permitió a Breuer investigar los
sucesos previos del periodo de incubación de la enfermedad.

Esta abreacción, tal como Breuer la llamaría, de los recuerdos


subyacentes a esos síntomas parecían producir su remisión. Como el
trabajo era tedioso y largo, Breuer recurrió a la hipnosis en vez de utilizar
los estados nocturnos espontáneos de Bertha. Llegó así a los recuerdos
que precedieron a la alucinación de la serpiente en el lecho de enfermo de
su padre que había concluido con una parálisis. Breuer describe,
entonces, cómo se liberó de las alteraciones que había sufrido y cómo
pudo recuperar el alemán. Breuer especifica que este restablecimiento
requirió mucho tiempo.

Breve reseña de la polémica suscitada en torno a la cura

Elizabeth Roudinesco en La batalla de cien años: Historia del psicoanálisis en


Francia (2000) -como otros-, le atribuyen a Bertha Pappenheim la
invención de la cura psicoanalítica (aunque aclara que hubo que esperar a
Freud para el descubrimiento del inconsciente) a la que llamó talking cure
(cura por la palabra) y luego chimney sweeping (deshollinamiento de
chimenea) al referirse al trabajo de rememoración. Allí hace referencia a la
polémica que suscitó la investigación historiográfica del caso, una vez
presentado y publicado como un tratamiento inédito, basado en la
catarsis y en la abreacción y del que aún se pueden extraer nuevas
conclusiones.

En 1953 se publica el primer volumen de la biografía de Sigmund Freud


escrita por Ernest Jones (1985), revelando la verdadera identidad de la

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paciente: Bertha Pappenheim -para desagrado de sus herederos-, y


también su estrecha relación con la familia de Martha Bernays.
Las primeras noticias sobre la polémica las data Mikkel Borch-Jacobsen
(1996) en 1916, quien afirma que la paciente sufrió una severa crisis a
continuación de la cura, escamoteada en la descripción del caso y a partir
de la cual vivió y vive en inmejorable estado de salud y de plena actividad.
A su vez, Carl Jung en un seminario privado en 1925, llega más lejos al
referir comentarios confidenciales hechos por Freud que aludían a su
desconfianza respecto de los primeros casos. El primer caso que tuvo con
Breuer del que se ha hablado como un brillante ejemplo de éxito terapéutico, no lo fue
realmente en absoluto. Dice, a su vez, que esto era un secreto a voces en el
círculo íntimo. De modo que Marie Bonaparte al regresar de Viena en
1927, donde Freud le habló de la “historia de Breuer” apuntó en su
diario: ¡The rest is well known: Anna's relapse, her fantasy of pregnancy, Breuer's
flight!3.
Roudinesco afirma que Jones en la biografía presentó una visión
caprichosa del final de la cura al plantear que Breuer se asustó frente el
carácter sexual que adquirió repentinamente la transferencia amorosa de
su paciente, específicamente por la manifestación de los signos del final
de un embarazo histérico. Lo medicalizó al nombrarlo como pseudociesis
afirmando que fue por este motivo que Breuer interrumpió el tratamiento
y emprendió una segunda luna de miel en Venecia en la que concibió a su
última hija, Dora, quien se suicidaría en la vida adulta. Relata asimismo, a
modo de confirmación, que diez años más tarde Freud buscó su ayuda
por un caso de histeria y en la visita, al señalar Freud que los síntomas de
la paciente revelaban un fantasma de embarazo, Breuer no pudo soportar
la repetición de un hecho pasado: Sin pronunciar palabra, tomó el bastón y el
sombrero, y se precipitó a salir de la casa. Jones construyó esta versión de la
historia a partir de diversos recuerdos de Freud y de pasajes del diario
inédito de Marie Bonaparte que ésta puso a su disposición.

3Nota del Equipo Editorial: ¡El resto es bien conocido: la recaída de Anna, su
fantasía de embarazo, Breuer voló!

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Mikkel Borch-Jacobsen hace saber que Elisabeth Roudinesco tiene acceso


al diario y que consultado y cotejado con la correspondencia entre Martha
Bernays y Freud, desenterrada por John Forrester y Peter Swales, no
pudo concluirse que el embarazo histérico seguido de la escena del parto
histérico haya sido un hecho sino una reconstrucción de Freud extraída
por él, a la que dio total consistencia y legitimidad médica al denominarlo
pseudociesis.

En la carta del 31 de octubre de 1883, Freud informa a Martha sobre la


salud de su amiga Bertha, le dice que va mejor y que se está liberando de
su adicción a la morfina y añade que Breuer interrumpió el tratamiento.
Supe esto por un colega, asistente del director médico, quien es muy conocido allí y a
veces sustituye el Dr. Breslauer. Está encantado con la joven por su apariencia
provocativa a pesar de su cabello gris, por su ingenio y su inteligencia. Creo que si como
psiquiatra no supiera cuán pesada puede ser la inclinación hacia una enfermedad
histérica, ya se hubiera enamorado de ella. Pero por favor, Marthita, se muy discreta.
Y guarda también discreción sobre lo que te voy a contar. Breuer también tiene muy
buena opinión sobre ella y dejó de atenderla porque podía ser una amenaza para la
felicidad de su matrimonio. Su pobre esposa no soportó que se dedicara exclusivamente
a una mujer de quien obviamente hablaba con gran interés. No podía dejar de sentirse
celosa de las demandas que otra mujer le hacía a su marido. No manifestaba sus celos
de manera tormentosa o llena de odio, sino con un silencioso reconocimiento. Se enfermó
y estuvo triste hasta que él lo notó y descubrió cuál era la razón. Naturalmente eso fue
suficiente para que él dejara de atender a B.P. No vayas a contarle esto a nadie,
Marthita.

Martha le contesta: Muchas veces he querido preguntarte por qué Breuer dejó de
atender a Bertha. Me imaginaba que las personas que no estaban al tanto se
equivocaban al decir que dejó de atenderle porque se había dado cuenta de que no podía
ayudarla. Es curioso que nada más que su médico actual se haya acercado a la pobre
Bertha; ella que cuando aún estaba sana hubiera podido volver loco al hombre más
sensato: ¡Qué mala suerte tuvo esta joven! Te vas a reír de mí, mi amor, pero anoche
casi no pude dormir pensando en que yo estuviera en el lugar de la dulce Frau
Mathilde.

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A lo que Freud responde: Mi adorado ángel, tenías razón en pensar que me iba a
reír de ti, lo hice con mucho gusto. ¿De veras puedes pensar que alguien te va a
disputar el derecho a tu amado o más adelante a tu esposo? ¡Claro que no! Él siempre
será tuyo y tu único consuelo tendrá que ser que él no quiere que sea de otra manera.
Para padecer como Frau Mathilde, habría que ser la esposa de un Breuer ¿no crees?

En este intercambio, nos dice Forrester (1996), aparece colocado el


tratamiento en una compleja trama de relaciones médicas y familiares (es
de destacar que en febrero de 1880, tras la muerte súbita del padre de
Martha Bernays, Berman Bernays, su madre nombra al padre de Bertha
Pappenheim tutor de sus hijos, falleciendo en abril de 1881) en la que la
identificación de Martha con Mathilde Breuer, apunta directamente a la
relación del médico con la paciente y no del médico con su esposa
reconociendo un elemento de repetición, resaltando su aspecto trágico y
recalando en lo que más tarde Freud teorizará.
En 1909, en Cinco conferencias sobre el psicoanálisis en la Clark University de
Worcester, Freud habló del caso “Anna O.” siguiendo la versión de los
Estudios sobre la histeria, pero cinco años más tarde, en cambio, en su
Contribución a la historia del psicoanálisis (1914), retomó la tesis del amor de
transferencia (implícita en la carta del 31 de octubre de 1883 antes
mencionada): Tengo fuertes razones para suponer que Breuer, después de haber
descartado todos los síntomas, debió necesariamente descubrir, basándose en nuevos
indicios, la motivación sexual de esta transferencia, pero sin advertir la naturaleza
universal e inesperada del fenómeno, de manera que, impresionado por un untoward
event (suceso adverso), detuvo abruptamente su investigación. No me informó
directamente de ello, pero me ha proporcionado, en distintas épocas, suficientes puntos
de referencias como para poder justificar esta suposición. A continuación, Freud
subraya que Breuer le expresó su reprobación de la etiología sexual de las
neurosis.

En su Presentación autobiográfica de 1925, Freud insiste en que Breuer


adivinó la etiología sexual de la enfermedad de Anna O., agregando luego
una frase que se acerca a la versión que diera Jones en 1953: Al fin atiné a
interpretar rectamente ese caso y a reconstruir, basándome en algunos indicios que

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Breuer me había dado al comienzo, el desenlace de su tratamiento. Después que el


trabajo catártico pareció finiquitado, sobrevino de pronto a la muchacha un estado de
amor de transferencia, que él omitió vincular a su enfermedad, por lo cual se apartó de
ella estupefacto. Precisa que el historial del caso había sido abreviado y
censurado por respeto a la discreción médica, y que su publicación se había hecho
necesaria por razones científicas: había que demostrar que el tratamiento
de Anna O. era anterior a los realizados por Pierre Janet con pacientes
idénticas. La misma idea aparece en el Obituario a Breuer (1985): Más
tarde tuve razones para suponer que también un factor puramente afectivo lo había
disuadido de proseguir su labor en el esclarecimiento de la neurosis. Había tropezado
con la infaltable transferencia de la paciente sobre el médico, pero no aprehendió la
naturaleza impersonal de este proceso.
Siete años después, en una carta del 2 de junio de 1932 a Stefan Zweig
dice: Lo que realmente sucedió con la paciente de Breuer lo pude adivinar más tarde,
mucho después de la ruptura de nuestras relaciones, cuando de pronto recordé algo que
Breuer me había dicho en otro contexto antes de que empezáramos a colaborar y que
nunca repitió. Al anochecer de aquel día en que habían desaparecido todos los
síntomas de ella, lo mandaron llamar para que viera de nuevo a la paciente; la
encontró confundida y retorciéndose con calambres abdominales. Cuando le preguntó
qué le pasaba, ella le contestó: “¡Va a nacer el hijo del Dr. B.!”. Presa del horror,
huyó y dejó a la paciente con un colega. Durante los meses que siguieron ella
permaneció en un sanatorio luchando por recuperar su salud. Luego añadió: En ese
momento tenía en sus manos la llave que hubiera abierto ‘las puertas a las madres’
pero la dejó caer.

En 1927, Freud le había hecho la misma confidencia a Marie Bonaparte,


quien narra también en estos pasajes inéditos y celosamente guardados,
que la “enfermedad” de Mathilde Breuer la había llevado a un intento de
suicidio: El 16 de diciembre, en Viena -escribe la princesa-, Freud me contó la
historia de Breuer. Su mujer había intentado suicidarse hacia el final de la cura de
Anna-Bertha. Lo que siguió es bien conocido: recaída de Anna, fantasma de
embarazo, huida de Breuer.

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Estas diferentes versiones, expuestas por Freud a lo largo de los años,


plantea Elizabeth Roudinesco en su Diccionario de Psicoanálisis, traducen con
evidencia la fragilidad del testimonio humano. Freud tenía ‘falsos’ recuerdos,
reconstruía los hechos y los interpretaba a su manera. La fábula del embarazo nervioso
de Anna O. fue no obstante recibida como una certidumbre por el conjunto de la
comunidad freudiana, en todas sus tendencias. Nacida de una palabra de Freud, fue
después utilizada por su biógrafo a los fines de la historia oficial. En 1953, para
Jones se trataba de pintar a Freud con los rasgos de un sabio heroico, el único capaz,
contra la ciencia de su época, de comprender la etiología sexual de la histeria y elaborar
una nueva teoría de la sexualidad. Se desacreditaba en consecuencia al personaje de
Breuer, presentado como pusilánime e ignorante. En cuanto a Anna O., junto a
Emmy von N. (Fanny Moser), se convertía en una figura mítica de los orígenes del
freudismo, curada de su histeria gracias al método catártico, del que había surgido
triunfalmente el psicoanálisis (1999).

Por su parte, en 1970 el historiador Henri F. Ellenberger emprendió la


investigación que permitiría revisar la historiografía oficial y comprender,
en función de quién había sido Bertha Pappenheim, por qué su caso se
había narrado de ese modo. En su artículo de La historia de Anna O.
Estudio crítico con documentos nuevos, publicado en 1972, el autor se propone
contribuir, investigando “las fuentes primarias, reubicando los hechos en
su contexto general” y “cesar de reproducir indefinidamente versiones
sacadas de la leyenda oficial”. Su deseo es tan animado, que los
documentos nuevos que promete el título, son fruto de lo que merece
llamarse su expedición personal. Durante la preparación de su libro El
descubrimiento del inconsciente (1976) emprende en Viena una encuesta sobre
Bertha Pappenheim de la que obtiene numerosos datos, y en una
biografía sobre ella encuentra una fotografía “mostrando una joven mujer
de buena apariencia con ropas de amazona” fechada en 1882. Gracias a la
autora recibe del actual detentor de la fotografía original la autorización
de examinarla y bajo una luz especial de la policía de Montreal registra
una parte de la dirección del fotógrafo. “Este descubrimiento destacaba la
siguiente cuestión: ¿qué hacía Bertha en traje de amazona en Constanz,
Alemania, en la época en la que se la suponía gravemente enferma en una

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casa de salud cerca de Viena?”. Con Dora Edinger, concluye que podría
haber estado en tratamiento en una de las casas de salud que existían en
esta parte de Europa. “Efectivamente, muy cerca de Constanz, había una
casa de salud muy conocida en la pequeña ciudad suiza de Kreuzlingen: el
sanatorio de Bellevue”. A través de su director logra reunirse con dos
documentos nuevos: una copia del escrito por Breuer mismo, donde
presenta a Anna O. con su verdadero nombre y, una observación de uno
de los médicos del sanatorio. En él se revela que no sólo no había sido
curada de sus síntomas histéricos en el curso de la cura sino que, además,
no había sido tratada con el método catártico. El término no aparece en
el informe, ni tampoco el de abreacción. Breuer recurrió más bien a la
hipnosis y después, para aliviar las dolorosas neuralgias de la paciente que
se revelaron de origen orgánico, le aplicó dosis importantes de cloral y
morfina, como solía hacer con sus pacientes cuando necesitaban sedación
o alivio del dolor y que la hicieron, durante un tiempo, adicta a la
morfina. Muchos años después, y ya sin intervención médica, Bertha se
restableció completamente.

El informe de Breuer desenterrado por Ellenberger, fue publicado por


primera vez en 1978 por Albrecht Hirschmüller (1989), su biógrafo, que
añadió otros elementos a la investigación. En él, Breuer subrayaba
también que el diagnóstico de histeria no era evidente y que barajaba
diversas enfermedades cerebrales. Ellenberger nos habla de muchos
detalles que aparecen en el informe, luego omitidos en la versión ulterior
de 1895: dificultades de Bertha con su madre, disputas con su hermano
jamás mencionadas en los Estudios sobre la Histeria y varias menciones al
“apasionado amor por su padre que la mimaba”. Consigna también su
actitud negativa hacia la religión: Ella es completamente irreligiosa... la religión
sólo juega un rol en su vida como un objeto de luchas y de oposición silenciosa, aunque
por amor a su padre se adaptara exteriormente a todos los ritos religiosos de su
familia, estrictamente judía ortodoxa (1972).
Consta que, desde la primavera de 1880, Bertha comienza a sufrir
neuralgias faciales y agitaciones musculares. El informe confirma que
Breuer no la vio durante ese tiempo. En este período -en que su padre

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estaba ya enfermo- Bertha alucina una serpiente negra que sale de la


pared reptando para matar a su padre. Quiso atraparla pero no pudo mover su
brazo derecho; le parecía ver sus dedos transformados en otras tantas serpientes con
minúsculas cabezas en lugar de sus uñas. Llena de angustia trató de orar pero no pudo
hablar hasta el momento en que recordó un versículo inglés. (...) Otros síntomas son
descriptos; muchos de ellos sobrevenían en un momento particular de distracción que
ella llamaba en inglés time missing. Durante este período Bertha se consagraba
enteramente a cuidar de su padre enfermo con el consiguiente agravamiento de sus
síntomas. Breuer la ve aquí por primera vez, diagnostica una tos histérica y reconoce
que está “mentalmente enferma”, cosa que había escapado a la atención de su familia.
Respecto del segundo período de su enfermedad, que llama “la
enfermedad manifiesta”, no aparecen nuevos datos pero Ellenberger
retoma una secuencia: ella queda muda, Breuer llama a esto “afasia” y
menciona que comenzó después de sentirse moralmente herida por su
padre. Acto seguido, agrega que un sentimiento nostálgico le sobreviene
al serle prohibido verlo. En este período, Breuer registra el efecto
tranquilizante que resulta del hecho de escucharla hablar por la noche.
Respecto del tercer período, Ellenberger nos dice que este informe aporta
numerosos detalles. Para comenzar supimos por qué la muerte de su padre fue un
shock tan grande para ella. Durante los dos meses precedentes le habían rehusado el
permiso de verlo y le habían contado permanentemente mentiras respecto de su estado.
El 5 de abril, en el momento en que su padre se estaba muriendo, llamó a su madre y
le pidió que le diga la verdad. Pero la reaseguraron y la mentira continuó algún tiempo.
Cuando Bertha supo que su padre estaba muerto se indignó: le habían “robado” su
última mirada y sus últimas palabras. A partir de ese momento, una transformación
marcada apareció en su estado. La ansiedad dejó paso a una triste insensibilidad, con
deformaciones de sus percepciones visuales. (…) Para poder reconocer a alguien estaba
obligada a cumplir con lo que ella llamaba en inglés un “recognizing work”.
La única persona a quien ella reconocía inmediatamente era Breuer.
Manifestaba una actitud extremadamente negativa hacia su madre y en menor
grado hacia su hermano.

En este tiempo Breuer recomienda el traslado a una casa de campo


cercana al sanatorio luego de varias tentativas de suicidio y aclara que fue

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efectuado sin engaños, pero, por la fuerza. La enfermedad de Bertha había


alcanzado su punto más álgido, y Breuer trataba de tranquilizarla dejándola
contar sus historias. Pero esto no siempre era fácil; debía hacer grandes esfuerzos
para estimularla e introducía cada historia con una fórmula en inglés, no revelada
antes en los “Estudios sobre la histeria”: And there was a boy..., y no recogida con
interés por ningún historiador.
Breuer se va de vacaciones y al volver encuentra a Bertha en un estado
lamentable: Su imaginación parecía agotada, pero una evolución inesperada
comienza en ese momento.
Ellenberger dice que el relato de 1882 aporta una versión más completa
del origen de la “talking cure”. Breuer se dio cuenta que algunas de las quimeras de
su paciente (las designaba en francés con el nombre de ‘caprices’) podían desaparecer al
llevarlas hacia las ‘incitaciones psíquicas’ que habían sido su causa. Pero la enferma
manifestaba toda otra serie de ‘caprices’ tal como acostarse con las medias puestas.
Una noche contó a Breuer que en la época en que su padre estaba enfermo y cuando le
prohibían verlo, ella acostumbraba levantarse de la cama durante la noche, ponerse las
medias, e ir a escuchar detrás de su puerta hasta que una vez fue sorprendida por su
hermano. Luego de haber contado este incidente a Breuer, el ‘capricho’ de las medias
desapareció. (...) Breuer se dio cuenta de que ciertos ‘caprichos’ podían ser tomados
simplemente como un pensamiento fantástico imaginado por la enferma (...) y luego se
afirma el descubrimiento de que los síntomas de apariencia neurológica podían ser
llevados a desaparecer por el mismo medio.

Para Ellenberger, el final del informe es decepcionante: sólo aclara que en


Viena la paciente empeora “por razones inexplicables”. Durante toda la
semana de la fiesta judía de Hannuka contaba a Breuer historias
fantásticas que había imaginado en la misma época del año precedente:
eran día por día, las mismas historias -probablemente en alusión a lo que se
comenta recién en 1895-, un extraño desdoblamiento en que la personalidad
enferma vivía con una diferencia de exactamente trescientos sesenta y cinco días en
relación a la personalidad sana.

El informe no contiene nada sobre el cuarto período de la enfermedad, ni


hay ninguna mención al embarazo. La observación del sanatorio registra

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“rasgos histéricos” en la paciente, una “desagradable irritación contra su


familia, que pasaba horas enteras bajo el retrato de su padre y hablaba de
ir a visitar su tumba a Pressburg, y que perdía habitualmente por las
noches el uso de la lengua alemana: (...) Llegaba a terminar en inglés una frase
que había comenzado en alemán y que comprendía y hablaba francés por más difícil
que le resultara ciertas noches.
Ellenberger, por su parte, concluye su investigación subrayando que el
famoso “prototipo de curación catártica no fue una curación ni una
catarsis”, y que quizá ni siquiera había habido una histeria. El historiador
confirmó que Freud y Breuer decidieron publicar el historial en forma de
caso prínceps para reivindicar mejor, contra Janet quien había publicado
L´Automatisme psychologique en 1889 y según lo confirmó Albrecht
Hirschmüller, la prioridad del descubrimiento de la cura catártica. En
1895, Breuer ya había abandonado el campo de la cura catártica, en
desacuerdo con Freud en numerosos puntos. Sin embargo, había sido el
creador del método, y sólo la publicación de la historia del tratamiento de Bertha
Pappenheim podría demostrarlo. Consciente de las dificultades enfrentadas por la
joven, no sólo en cuanto a la relación transferencial, sino también con respecto a su
curación, Breuer vaciló en publicar el historial, Freud insistió, y como Bertha había
dejado la ciudad de Viena donde era conocida, decidió contar su historia en los
“Estudios sobre la histeria” dándole la forma de un tratamiento catártico con curación,
considerando que, si bien la evolución de la salud de Bertha no había sido satisfactoria,
en el momento de la cura se había producido la eliminación de ciertos síntomas
histéricos mediante una psicoterapia de tipo catártico.

Roudinesco (2000), recogiendo luminosamente la polémica sostenida a lo


largo de los años, afirma que: A pesar del gran trabajo pionero de Ellenberger y
el aporte de Hirschmüller, quien demostró que Bertha Pappenheim superó su
enfermedad mediante un compromiso militante que excluyó la relación carnal con los
hombres, los psicoanalistas más serios continuaron considerando que los cánones de la
historiografía oficial eran verdades intocables.
Tal fue, en particular, el caso del psicoanalista francés Moustapha Safouan
en 1988. Basándose en una novela de Lucy Freeman (1977) dedicada a
Anna O. formuló la hipótesis de que el -embarazo nervioso- de Anna O.

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había sido inducido por un deseo inconsciente de Breuer de asociar tres


figuras femeninas que llevaban el nombre de Bertha: su hija, su madre, su
paciente. Este razonamiento remitía en parte al del psicoanalista
norteamericano George Pollock, quien en 1968 había señalado la
identidad de los tres nombres, y llegado a la conclusión de que Breuer
repetía una situación edípica no resuelta. El empleo de la teoría lacaniana
del significante venía así a reforzar la leyenda inventada por Jones en
1953 y las interpretaciones más clásicas de la escuela norteamericana. En
los Estados Unidos, a partir de 1985 y bajo el impulso de la historiografía
revisionista, algunos investigadores se aplicaron a demostrar que Freud
había sido un mistificador. Apropiándose del cuerpo de las mujeres para
las necesidades de su propaganda, había falsificado la verdad, primero
con Breuer y después contra él, a fin de promover al psicoanálisis como
único método de curación de las enfermedades psíquicas. Después, Jones
habría reforzado, siempre contra Breuer, la imagen oficial del héroe
solitario. Para este enfoque que negaba la existencia misma de cualquier
innovación freudiana, Bertha Pappenheim se convirtió en una
simuladora.

Según Peter Swales y Mikkel Borch-Jacobsen, partidarios de la tesis de la


simulación, la paciente habría fingido ser histérica para burlarse de su
médico. ¡Revancha de una mujer y de la identidad femenina, contra la ciencia de los
hombres! A fuerza de desconocer la historia de la conciencia subjetiva de los científicos,
de reducir los mitos fundadores a mistificaciones, y de pasar del culto positivista del
archivo a la denuncia antifreudiana, la historiografía revisionista norteamericana
terminó en 1995 por adoptar, a propósito de Anna O., el mismo método interpretativo
denunciado en Jones, y por abrazar, en nombre de la defensa de la diferencia de los
sexos, las tesis más retrógradas de los médicos de fines del siglo XIX, que consideraban
que la histeria era una simulación.

En su libro Remembering Anna O., Mikkel Borch-Jacobsen (1996), que le


ha valido un sitio en El libro negro del Psicoanálisis (C. Meyer. 2005) afirma,
efectivamente, que Freud inventó los hechos según su conveniencia ya

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Karina Glauberman

que no hay historiografía sino mitografía. Es una fantasía de Freud hecha para
explicar el abismal fracaso de la original ‘talking cure’.
Con este estéril propósito ahonda en la investigación que le permite
afirmar que la pseudociesis, no es mencionada en el informe de Breuer a
Binswanger, ni aparece en el Informe del Dr. Laupus de Bellevue -
segundo informe en cuestión-, ni se menciona en ninguna carta de su
madre o prima a Binswanger por lo que infiere que es pura invención ya
que supone que si el episodio hubiera tenido lugar realmente, Breuer no
omitiría mencionar tal espectacular síntoma a su colega a la hora de
ingresarla y al contrario sí mencionar que: el elemento sexual estaba
extraordinariamente poco desarrollado y que nunca lo encontró representado en
ninguna de sus numerosas alucinaciones. Famoso por sus diagnósticos no se ve por qué
Breuer se arriesgaría a verse contradicho y menos cuando aseguraba en el informe que
Bertha no era una simuladora ni una falsa enferma.
Mikkel Borch-Jacobsen concluye que la evidencia indica que la historia
esparcida por Jones es un mito psicoanalítico basado en rumores y
chismes profesionales que se aproxima bastante al relato clásico de la
historia de la pseudociesis que cuenta Jones, hallado en la carta de Freud
a Stefan Zweig del 2 de junio de 1932: Por intentar situar por qué no aparecen
ni rastros de la pseudocyesis en los trabajos de Freud publicados y como es difícil ver si
Breuer ha confirmado una ‘reconstrucción’, si hubiera habido alguna deberíamos
suponerla en el rechazo de Breuer a seguir colaborando.
Como ya señalé, Freud atribuyó la ruptura entre ellos a la resistencia de
Breuer a la sexualidad (Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico.
1914).
Mikkel Borch-Jacobsen afirma que es posible que Breuer hubiese
confirmado parcialmente esta parte de la historia al ser increpado por su
hija ya que de hecho no parece haber tenido demasiado en secreto las
complicaciones emocionales en que el tratamiento de Bertha lo sumió, en
lo que describe como una “ordalía” en carta a August Forel del 21 de

80
Anna O. y el mito de la cura

noviembre de 1907, en cita de Mikkel Borch-Jacobsen (1996): I swore at the


time that I would never put myself through such ordeal again4.

Sostiene que nada de esta afirmación justifica el salto que supone concluir
que Breuer admite haber huido bajo el terror incontrolable de la erupción
de una transferencia erótica masiva. Hay evidencias de que Breuer era
perfectamente capaz de observar el elemento sexual en sus pacientes
histéricas y no hay razón para no creer que él se hubiera sorprendido de
la extraordinaria falta de desarrollo sexual en Bertha y atribuirle a Freud el
haber hecho virar esas declaraciones hasta convertirlas en signos de
“resistencia” y de “represión”, siendo la reescritura del caso por parte de
Freud pura interpretación. Hirschmüller apunta que Breuer compartía el
viejo prejuicio médico sobre la relación entre histeria y “secretos de
alcoba” de la época tal como él mismo lo hizo saber en Estudios sobre la
Histeria. De todo esto concluye Mikkel Borch-Jacobsen, que la leyenda
pudo haber empezado como un chisme de circulación interna sin
necesidad de ser verificado, sujeto a todo tipo de modificaciones y
adiciones.
Menciona, a su vez, que en 1895 en el New York Times, el periodista
Daniel Goleman publicó unas notas tomadas por Franck Hartman,
psicoanalista, que declaraba haber tenido acceso al diario inédito -y
celosamente guardado de Marie Bonaparte antes mencionado-, y
parafraseándolo, escribió que Freud dijo a la princesa que una de las
razones por las que Breuer dejó de tratar a Bertha Pappenheim era por
que estaba tan obsesionado con su paciente que su mujer, celosa, intentó
suicidarse, hecho que nadie había sacado públicamente a la luz.
Elisabeth Roudinesco pudo rastrear el pasaje del diario antes mencionado
de Marie Bonaparte donde, efectivamente, el 16 de diciembre de 1927
consta: Freud told the Breuer’s story. His wife tried to kill herself toward the end of

4
Nota del Equipo Editorial: “En aquél momento juré que no volvería pasar por
una experiencia así otra vez”.

81
Karina Glauberman

Anna-Bertha treatment. The rest is well known5. Se sabe que ella puso a
disposición de Jones algunos pasajes de su diario, seguramente éste fue
uno de ellos, después de que Jones publicara una versión tan distinta de
los hechos un año antes. Jones no hizo en las siguientes ediciones
ninguna mención a este rumor formalmente refutado en la carta de Freud
a Martha del 31 de octubre de 1883, donde concluye que la versión de la
pseudociesis sería una versión piadosamente censurada de hechos aún
más extravagantes y salvajes comentados de la historia, para Mikkel
Borch-Jacobsen.

Es curioso que ninguno de los autores recoja la conjetura de Forrester en


Las mujeres de Freud (1996) que habría servido, al menos, para quitarle al
suceso algo de su mistagogia: Podemos aventurar una explicación especulativa de
cómo esta frase relacionada con el bebé del doctor B. fue vinculada con el nacimiento de
Dora Breuer -y de esta manera mostrar por qué acobardó tanto a Breuer. Breuer narró
cómo ‘el revivir de Bertha del año previo continuó hasta que la enfermedad llegó a una
conclusión definitiva en junio de 1882’. Si el 7 de junio de 1882 ella estaba reviviendo
los acontecimientos del 7de junio de 1881, bien podría estar reviviendo las experiencias
de Breuer (y de su esposa) de ese día: 7 de junio de 1881 son casi exactamente nueve
meses antes del nacimiento de Dora Breuer. Con su grito: ¡ahora viene el niño del
doctor B.! Ella reconoció (y quiso que su médico supiera que lo hacía) que eventos en la
vida personal de él al igual que en la de ella habían tenido lugar en aquel momento, 7
de junio de 1881. El ‘ahora’ del bebé que estaba viniendo era el ahora de 1881, no de
1882. De modo que en ese momento de la doble cronología, Bertha pudo haber
querido, con el anuncio del nacimiento, repetir la concepción de la propia hija de
Breuer; y Breuer pudo haberlo interpretado, correcta pero renuentemente, como tal. El
hecho de que Berta eligiera esta fecha, este aniversario, para la demostración de su
sexualidad reprimida fue interpretado por Breuer como una señal de un
entrelazamiento inaceptable de su vida personal con su vida profesional. Pudo haberse

5
Nota del Equipo Editorial: “Freud contó la historia de Breuer. Su esposa trató
de suicidarse hacia el final del tratamiento de Anna-Bertha. El resto es bien
conocido”.

82
Anna O. y el mito de la cura

dado cuenta de pronto de que Bertha seguía su vida personal muy de cerca, a su esposa
y sus hijos. Se podría decir que ahora ella lo cuidaba, le había asignado el papel de
padre, pero de una forma que dejaba abierta la ambigüedad de que algún día podría
cuidar el bebé de él, el bebé del doctor B. además de al padre. (...) Fue cuando Bertha
pareció invadir su propio matrimonio a través de la extraña evocación de la escena de
la concepción de su hija cuando Breuer se asustó.

Está claro, tal como lo afirma Elisabeth Roudinesco, que Breuer de algún
modo se desentiende de su parte en el descubrimiento de la transferencia
y tiene bastante reparo en tratar el tema de la sexualidad, lo desvincula del
caso y se desvincula de su papel en la historia del psicoanálisis a diferencia
de Freud que ve, en los Estudios sobre la histeria, el germen del psicoanálisis.
A pesar de Jones y de la historiografía revisionista norteamericana no se
puede atribuir el mito a la intención de falsificación de la historia ni
buscar la verdad histórica que la rebata. Se ha modulado una ficción y
Freud toma parte en ella, en palabras de Elisabeth Roudinesco, para dar
solución teórica al famoso problema de las causas genitales que la
historiografía revisionista deniega intentando demostrar que Freud no
inventó nada.

El mito de la cura

Llegado a este punto, la talking cure ha devenido un mito, el de la primera


cura por la palabra. A la par que un mito, un torbellino en el que algunos
significantes se profieren y desmienten, se localizan y se pierden en los
argumentos y rumores, para volver a irrumpir donde no se los esperan.
Pensar la cura como un mito es legitimar a estos significantes en un
discurso nuevo, el del psicoanálisis: hay niño, hay sexualidad, hay muerte,
hay huída, hay verdad, hay mentira, hay héroe y hay falta.
Decíamos: “No se trata de rectificar un mito, de constatar su realidad, ni
de sustituirlo por otro. ¿Qué muestra? -se pregunta Lacan en relación a lo
que llama el baloncito de Anna O. del que Freud queda tan embarazado-, se
puede especular pero tampoco se trata de precipitarse sobre el lenguaje del cuerpo.

83
Karina Glauberman

Contrariamente a lo que se dice, no hay verdad sobre lo real, puesto que lo real se
perfila como excluyendo el sentido.
Si entre Bertha Pappenheim y Breuer habían logrado modular un diálogo que por un
buen tiempo burla el sentido, desarmando a su paso sus cristalizaciones sintomáticas
en un movimiento inédito, eso llega a su fin. El sentido -dice Lacan- indica la
dirección hacia donde eso va a encallar. (...) El niño con el que Breuer embraga el decir
de Bertha, deviene, entonces, el niño del Dr. Breuer y el silencio cae sobre el discurso
que ahora calla. Ya no se sabe por qué, que hubiera una vez un niño le era tan
propicio, ni el desfiladero por el que la castración lo expulsa del paraíso (Glauberman,
K. 1999).

Queda por analizar, qué pasa si no nos precipitamos, con Lacan (1995),
sobre el lenguaje del cuerpo -que sorprendentemente, insiste en el
significante del embarazo en una de las escasas alusiones al historial-, y si
no nos precipitamos tampoco sobre Freud, como el revisionismo
norteamericano para acometer un parricidio, ni concluimos en que la
historia del psicoanálisis es la simple chismografía por el que las esposas y
las solteronas entran en corro en la historia del psicoanálisis. ¿Qué aporta
el mito que se ha tejido en torno a la primera cura del psicoanálisis?, ¿qué
función tiene el mito para el psicoanálisis?, ¿qué función tiene en la cura?,
¿con qué hilos se ha urdido?, ¿sobre qué bastidor?, ¿qué muestra y qué
oculta a su vez el mito?

Sólo diremos en esta ocasión que coincidimos con Elizabeth Roudinesco


al decir, en relación a las pacientes de los Estudios sobre la histeria que
Ninguna de ellas se ‘curó’ (en referencia a la crítica del revisionismo histórico
norteamericano), pero nada permite decir que la experiencia de la cura no
transformó su existencia. En el caso de Bertha Pappenheim el hecho de que
la cura se interrumpiera destroza el puente que le habría permitido cruzar
hacia una vida de deseo aunque, tomando prestada su iconografía textil,
sale de la experiencia con un diseño. Queda por definir las operaciones en
juego.

84
Anna O. y el mito de la cura

Acerca de la vida adulta de Bertha Pappenheim

En noviembre de 1888, cuando ya había fallecido su padre, se trasladó


con su madre a Frankfurt donde se instalaron cerca de sus parientes. En
general tenía interés por los desarrollos más recientes en política, ciencia,
economía, arte, y muchas de las mujeres se interesaban en las actividades
feministas: en la mejora de la educación para las niñas, el voto de las
mujeres, el trabajo político y comunitario. Algunos eran judíos ortodoxos,
otros sólo mantenían una conexión formal con la comunidad judía.
Muchos de ellos participaban activamente en el trabajo social comunitario
de la ciudad, como la prima que introdujo a Bertha Pappenheim en el
comedor social. No hay ninguna fuente directa de la gradual
profundización de la conciencia social de Bertha Pappenheim, aunque sí
se sabe que leía publicaciones feministas, especialmente la revista
feminista alemana Die Frau. A principios de los años ’90, Bertha
Pappenheim organizó una pequeña guardería para niños judíos, clases de
costura y un club para niñas, y en 1895 se hizo colaboradora y luego
asumió la dirección de un orfanato para niñas judías que llevaba una
asociación de mujeres judías. Al mismo tiempo publicó a su costa y bajo
un seudónimo algunos relatos y ensayos, y en 1899 realizó la traducción
del clásico feminista inglés escrito en 1792 por Mary Wollstonecraft. El
movimiento feminista alemán, fuertemente influenciado por
profesionales del mundo de la educación, discutía frecuentemente
clásicos del feminismo. Bertha Pappenheim se empapó del feminismo
alemán con su énfasis característico en la educación, como condición para
acceder a la ciudadanía plena para las mujeres, que tenía un punto de
contacto con su resentimiento temprano contra los padres judíos
tradicionales que descuidaban la educación de las hijas.
Durante los doce años en que fue directora del orfanato orientó a las
niñas sobre sus futuras carreras, escribió pequeñas obras literarias
impresas en papel de novela barata -que en su mayoría desaparecieron- y
a través de la correspondencia con las personas a su cargo del orfanato
que han sobrevivido sabemos de su inteligencia, calidez, de su agudo

85
Karina Glauberman

sentido del humor y de su fuerte sentido de su responsabilidad como


educadora.

En 1902 Bertha Pappenheim organizó a unas mujeres jóvenes que


trabajaban bajo su mando en un grupo denominado Asistencia Femenina,
activo en el trabajo social moderno. En 1904 su núcleo constituyó el
comienzo de la federación nacional que fundó entre las mujeres judías: la
Liga de Mujeres Judías, equivalente de los grupos de mujeres católicos y
protestantes de los que diferían porque la organización judía carecía de
cooperación masculina, ya que ningún rabino mostraba interés en un
trabajo de este tipo. También distinto porque estaba formada por unas
pocas mujeres solteras, ya que las trabajadoras sociales judías y
enfermeras profesionales de la comunidad eran muy escasas y se
encontraban más a gusto en organizaciones profesionales no
confesionales. La ausencia de este tipo de profesionales le dio a Bertha
Pappenheim suma autoridad e hizo de ella una presidente un poco
autoritaria y difícil. Sus demandas enérgicas consiguieron, finalmente, que
el veinte por ciento de las mujeres judías en Alemania se involucraran en
la Liga.
Bertha Pappenheim tenía muy presente la responsabilidad igualitaria de
las mujeres a la hora de pensar en establecer una sociedad justa, tenía el
don de inspirar a otros, así como un gran poder de impulsar el trabajo.
Gradualmente se fue orientando hacia el estudio de sus orígenes, de lo
que resultó una serie de traducciones de documentos sobre la vida de las
mujeres en el gueto pre moderno, la traducción de las memorias de su
ancestro Glückel von Hameln y un estudio de su árbol genealógico en el
que ubicó rasgos recurrentes de enfermedad mental y, sobre todo, un
profundo conocimiento e interés de la situación de las mujeres en la
comunidad judía de esa época. Se interesó especialmente por el flujo de
judíos en situación de necesidad extrema del Este de Europa, y
particularmente, por el sufrimiento de las mujeres y las niñas.

El otro asunto que la desvelaba era la prostitución y la trata de blancas


dentro de la religión judía, así como la falta de interés por parte de las

86
Anna O. y el mito de la cura

autoridades de acabar con esta lacra. En 1905 murió su madre a los


setenta y cinco años, y se trasladó cerca de su amiga y pariente Louise
Goldschmidt, donde preparó sus viajes de investigación al Este. En 1905
fue a la frontera austro-rusa a recoger a huérfanos de progromos y, en
1907, estableció un Hogar en Isenburg con una donación de Louise
Goldschmidt, primera casa de acogida para madres solteras, jóvenes en
situación de marginalidad o con algún tipo de perturbación psicológica, y
emprendió sus viajes, cuyo principal objetivo era investigar por sí misma
la existencia de judíos detrás de la financiación de la trata de blancas y la
evidencia de que traían chicas pobres y mujeres hasta los puertos de
ciudades de Alemania. Con frecuencia eran detenidas sin que los cónsules
interpusieran ninguna acción, ya que estas mujeres no tenían ni pasaporte,
ni nacionalidad, ni lugar a dónde dirigirse. El problema de la prostitución
había sido incorporado a la actividad social por las feministas inglesas y
alemanas, pero no existía ninguna mujer judía prominente o destacada
entre ellas. Bertha Pappenheim descubrió que el problema era muy
embarazoso tanto para los rabinos alemanes como para los líderes de la
comunidad judía y que, incluso, las mujeres judías feministas activas,
tenían muy poco conocimiento de cómo hacer frente legalmente a estos
problemas sociales donde había grandes intereses y mucha vergüenza en
juego.

Por otra parte, era una mujer típicamente vienesa, de gran encanto
personal, ingenio y que amaba profundamente la belleza. Su pequeña casa
en Isenburg donde pasó el final de su vida, estaba amueblada con todo
tipo de curiosidades recolectadas en sus viajes después de las visitas a
hospitales, escuelas o prostíbulos en cualquier ciudad extranjera, donde se
recuperaba emocionalmente visitando las tiendas de antigüedades y de
segunda mano. Era coleccionista de piezas de plata que había heredado
de su familia, de encajes y piezas textiles y apreciaba el vidrio antiguo.
Durante las reuniones hacía trabajos de encaje de bolillos y enhebraba
perlas. Desde sus expediciones al oriente próximo, Polonia y Rusia
escribía observaciones a sus colaboradores en Frankfurt. Sus
descubrimientos le hicieron denunciar públicamente ante su comunidad

87
Karina Glauberman

las lacras sociales que asolaban a su pueblo y mostrar que debían dejar de
anteponer la negación y enfrentarlas con la acción.
Dora Edinger nos aclara, que tuvo muy poco éxito en sus esfuerzos para
influir en los rabinos ortodoxos y modernizar las leyes judías en materia
de mujeres, pero sobreponiéndose a ello y a las críticas, se dedicó a su
trabajo en Isenburg. Esa casa pionera en su tipo extendió luego su
asistencia a niños en situación de abandono o dependencia. Financiada y
de propiedad de la Federación Nacional, fue su directora durante casi
treinta años. Viviendo en una casa anexa, compartió la vida de las
internas, se ocupó de darle sentido a la observancia religiosa con piezas
de teatro que escribía y otras iniciativas culturales. Su sensibilidad estética
y sus intereses, la llevaron a hacerse retratar ataviada como uno de sus
propios antepasados que, curiosamente, constituía su ideal de mujer. Al
inicio de su trabajo había fundado guarderías e instituciones para jóvenes
trabajadoras, clubs culturales y centros de orientación vocacional y
ocupacional. En ese tiempo su actividad se volcó a colocar a niños
sobrevivientes de los progromos, o afectados por dichas lagunas jurídicas
de la ley judía en hogares de acogida, gestionar adopciones y en mejorar
su salud.

Durante la primera guerra mundial, su trabajo en la Galicia Oriental se


vio prácticamente interrumpido, pero cuando las jóvenes de la Rusia
ocupada fueron trasladadas por las autoridades alemanas a fábricas de
munición alemanas, estableció un trabajo social en la localidad dirigido a
ellas y sus organizaciones colaboraron con las asociaciones de ayuda
voluntaria a estas mujeres. Después de la guerra, había tanta necesidad,
que no se podía seguir financiando la actividad con los recursos de los
judíos alemanes golpeados por la inflación. Bertha Pappenheim apeló a
todos sus contactos nacionales para lograr el patrocinio de la Federación
Internacional a sus instituciones. Afectada por la creciente ola de
antisemitismo se volcó hacia la espiritualidad judía, que en esos años
floreció en Francfurt bajo el liderazgo de Franz Rosenzwieg y de Martin
Buber.

88
Anna O. y el mito de la cura

En el Lehrhaus, casa de enseñanza, Bertha Pappenheim llevó a cabo un


trabajo pedagógico con grupos de estudio sobre la ética del trabajo social
y seminarios para paliar el sufrimiento psicológico, la escasez de comida y
combustible.
Reforzó sus contactos internos mediante frecuentes viajes al extranjero,
especialmente a Inglaterra y a Oriente Próximo. En 1909 visitó a sus
parientes en Estados Unidos y estuvo una temporada en el asentamiento
judío de New York, en el lower east side y también visitó Palestina, pese a
su rechazo del sionismo que para ella significaba la pérdida de los valores
de la tradición judía, especialmente respecto a la familia, y en 1926 visitó
las colonias de los AgroJoints en Crimea. Los acontecimientos de 1933
fueron un terrible golpe para ella: la noche de los cristales rotos, el
incendio del Reichstag. Durante algún tiempo, dice Dora Edinger, creyó
que sería posible campear el temporal replegándose en la comunidad
judía, creencia que compartía con muchos judíos alemanes.

En esos años hizo una gran amistad con una joven muy cercana a su
trabajo que sería su asistente, Hanna Karminski, nacida en 1897 y
deportada en 1942, quien se convertiría en la secretaria ejecutiva de la
organización nacional, de mucha ayuda a la hora de suavizar las
dificultades que surgían entre la líder mayor y la complexión joven y
cambiante de la organización nacional. En el último verano de su vida,
viajó a Viena y se ocupó personalmente de donar su colección de encajes
al Museo de Artes Decorativas de Viena, donde todavía se encuentra.
Estando en Viena, supone Dora Edinger, destruyó los documentos de su
periodo crítico y seguramente pidiese a su familia en Viena, que no diera
ningún tipo de información sobre ello después de su muerte. Había
sufrido durante años de manera intermitente de problemas de vesícula,
pese a llevar una vida tan activa, ayudada por su médico, el Dr. Minkel de
Isenburg, y en su camino de vuelta a Viena tuvo que ser operada. Aún así
llevó a cabo otro viaje a Amsterdam para encontrarse con Henrietta
Szold, la líder sionista americana que venía a Alemania para organizar la
emigración de judíos jóvenes, de entre los quince y diecisiete años a
Palestina, a la que ella tanto se oponía. Cuando supo que dos líderes en el

89
Karina Glauberman

campo de la educación de las niñas judías del seminario de Beth Jacob en


Cracovia, Polonia, habían muerto, decidió viajar a allí, una empresa
mucho más agotadora que la de sus viajes anteriores. Intercedió ante el
comité del Seminario de judíos ortodoxos para añadir en Cracovia, al
departamento para la formación de enfermeras y de trabajadores sociales,
una unidad que se dedicase a la formación de los profesores que hiciera
más fácil su integración social. Durante los siguientes meses estuvo
ayudando a las trabajadoras sociales de su entorno que estaban siendo
despedidas de todos los sitios, e intentó concienciar a las autoridades de
las escuelas para niños judíos alemanes que ya no eran admitidos en las
escuelas alemanas, sobre la necesidad de agregar un noveno año de
educación escolar, para impedir que los niños abandonen sus familias
siendo tan jóvenes. Su informe fue publicado en el Blätter, la publicación
de la Liga, y esa fue su última contribución.

Las cartas que escribió en el verano del 35-36 mostraban que era
plenamente consciente del poco tiempo que le quedaba de vida. Durante
su enfermedad sufría constantemente por las iniciativas inacabadas. Nos
relata Dora Edinger, que sobre el final de sus días y a comienzos del
régimen de Hitler, el panfleto nazi Der Stürmer editó impresiones
públicas de sus primeros escritos donde exponía la participación de los
judíos en la trata de blancas, que era exactamente lo que sus más cautos
colaboradores habían temido, mientras ella los consideraba hipócritas y
cobardes. Poco antes de su muerte un comentario en contra de Hitler
hecho por una chica débil mental de la institución, denunciado por un
empleado, la hizo comparecer ante la Gestapo local. Nos dice Dora
Edinger en su breve biografía, que esta experiencia la hizo recapacitar y
hacer saber a la presidente en funciones de la Liga, Otillie Schöenewald,
que entendía su postura política, que hasta entonces había considerado
muy cauta. Bertha Pappenheim murió poco tiempo después de haber
advertido a las mujeres que quedaban de que tenían que continuar con su
trabajo y de admitir que se había equivocado en sus apreciaciones sobre el
nazismo.

90
Anna O. y el mito de la cura

Es de suponer que su transmisión fue una transmisión ética: se sigue


intentando confirmar la veracidad de los hechos que reproduce también
Melinda Given Guttmann advirtiendo de que pudieran ser apócrifos: tras
su muerte, noventa y tres jóvenes toman los baños rituales y luego se
suicidan en masa cuando los nazis ocupan y anuncian la intención de
convertir en burdel una casa del Seminario Beth Jacob de Polonia,
movimiento que Bertha Pappenheim había apoyado y ayudado a
modernizar, y que representaba una verdadera alternativa para las mujeres
que deseaban prepararse laboralmente en un tiempo en que su horizonte
era la miseria, la ignorancia y la prostitución.
Sólo unos años mas tarde todo se desvaneció en la Shoa, tanto en
Alemania como en el Este de Europa, muchas de estas mujeres que la
acompañaron en su trabajo emigraron y adaptaron su método de trabajo
bajo otras condiciones. Su íntima amiga Hanna Karminski permaneció en
su puesto hasta su deportación. Finalmente Dora Edinger nos hace saber
que muy pocos libros de Bertha Pappenheim, y menos aún de sus
numerosos escritos, se han conservado y que el hecho de que todavía
existan algunos es signo de la lealtad de sus amigos que permitieron
mantener viva la memoria de esta gran figura en una era trágica.

Bertha Pappenheim tuvo una relación notable con las lenguas y


especialmente con el ídish6. Esto la llevó a acometer el trabajo de
traducción de las Memorias de Glückel de Hameln y de las grandes obras de
la religión y de la literatura ídish.

En cuanto al feminismo de Bertha Pappenheim es importante reseñar las


principales campañas de la Liga de Mujeres Judías que ella misma fundó y
cómo estuvo marcado este aspecto de actuación por su ortodoxia judía,
lo que no le impidió tener una visión crítica y llevar adelante una labor
signada por estos dos compromisos. Paradójicamente, de esta tensión,

6Lengua que hablaban en la época los judíos del Este, gestada en la época
medieval germana cuando los judíos desplazados adoptaron el alto alemán
medio mezclándolo con el semita, el arameo y el eslavo.

91
Karina Glauberman

surge su lucha contra la trata de blancas dentro mismo del judaísmo,


enmarcada, entre otras tensiones, con la que impuso la aparición y
consolidación del nazismo. Otro tanto sucedió con su labor destinada a
erradicar la figura de la Agunah, la mujer condenada por la ley judía a
causa de la falta del documento que acredite la muerte o el divorcio o
abandono del marido, que impedía a estas mujeres, rehacer sus vida,
dejándolas libradas al ejercicio de la prostitución como único medio de
vida, y convirtiendo a sus hijos nacidos de otras uniones en bastardos, a
los que se negaba la pertenencia a la religión judía y a los que no acogían
sus instituciones de beneficencia.
Es de resaltar la labor de creación de numerosas instituciones pioneras
como resultado del encuentro con la inexistencia de recursos a medida
que iba extendiendo su labor.
En una de sus tantas alocuciones sobre el lugar de la mujer en la religión
judía, dijo que: Ninguna educación en la vida adulta puede reparar el pecado
cometido contra el alma de la mujer judía, y por consiguiente, contra el judaísmo por la
exclusión de la mujer, que ha sido mantenida en la ignorancia, en el impedimento de
desarrollar su ser cultivando sólo su fuerza física al servicio del hombre. La esposa
judía en la vida familiar debe transportar los ladrillos como una bestia de carga, por lo
que es normal que sea limitada y que su actividad más sofisticada sea servir el pescado
‘guefilte’. Si es que existe una justicia en el mundo por venir, las mujeres harán las
leyes y los hombres traerán los hijos al mundo.

En cuanto al arte y a sus creaciones es importante señalar su temprano


interés literario, que tuvo una evolución amarga en el periodo de su
enfermedad juvenil debido a la prohibición que pesa sobre la religión
judía de representar imágenes, que hizo un anatema de la casi total
actividad artística en ciertos sectores ultraortodoxos, y que suponemos
que sumió a Bertha Pappenheim en un infierno de tribulaciones ante la
piadosa deuda que tenía con su padre, eminente talmudista perteneciente
a ese sector religioso, frente a las que Breuer oficiará -en principio- de
temperado alumbrador. La Haskalá, ilustración judía, ayudó a los artistas
a abstraerse de dichos preceptos y dio paso al movimiento expresionista
judío, aunque siguió siendo anatema dentro de la ortodoxia judía. Su

92
Anna O. y el mito de la cura

primera actividad literaria fue el cuento de hadas del que rastreamos sus
orígenes. De la época de la publicación de los Estudios sobre la Histeria es
su primer libro -publicado bajo el seudónimo de “Paul Berthold”-:
Pequeñas historias para niños, colección que es posible que ella leyera a su
prima Anna Ettinger, quien la alentó a que se dedicara a la literatura. Su
traducción de Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wolstonecraft
de 1899, fue firmada como “P. Berthold” al igual que la pieza en tres
actos Derechos de las Mujeres de 1900. En el mismo año publica El problema
judío en Galicia, que firma como “P. Berthold”, añadiendo entre paréntesis
su nombre completo, para pasar a firmar, a partir de entonces, sólo con
su nombre una obra compuesta de muy variados géneros: cuentos de
hadas, relatos, ensayos sobre temas sociales, judaísmo, derechos de las
mujeres, trabajo social, etc., epistolarios, obras de teatro, poemas,
canciones, aforismos y plegarias.

Recreó la tradición del salón vienés al comprar una pequeña casa lindera
al Hogar de Isenburg que quería que sirviera de centro de la cultura judía
y donde organizaba la tarde de los martes y el shabat, la noche de los
viernes. Las tardes de los martes eran conducidas a la manera de los
salones tradicionales, pero sin los artificios ni pretensiones, ni la presencia
mayoritaria masculina característicos de los salones de su juventud en
Viena y que emulaba en una versión singular. Tenía también un trasfondo
religioso y político.

Otro aspecto importante de la relación de Bertha Pappenheim con el arte


es el de inspiración de caracteres o de personajes. La tragedia de Hugo
von Hoffmansthal, Elektra, llevada a la ópera con música de Richard
Strauss, el drama Totentanz de Frank Wedekind y el monodrama
operístico, Erwartung -La espera- de Arnold Schönberg y Marie
Pappenheim fueron escritas décadas antes de que Ernst Jones revelara
que Anna O. era Bertha Pappenheim, es probable que los autores
estuvieran enterados de la identidad de Anna O. Hoffmansthal, Marie
Pappenheim y Schönberg vivían en Viena, donde el vínculo entre Anna
O. y Bertha Pappenheim era popularmente conocido, según su sobrino,

93
Karina Glauberman

Paul Homburger. Wedekind tenía fuertes conexiones con Viena. Escribió


la Danza de la muerte o Danza macabra cuando se estrenaba en Viena su
pieza La caja de Pandora, donde él mismo interpretaba el papel de Jack, el
destripador. La danza de la muerte había sido publicada en Die Fackel de
Karl Kraus.

Tal como su padre había coleccionado copas de oro y plata que tenía
expuestas en una vitrina Biedermeier, Bertha Pappenheim coleccionó piezas
de encaje, objetos de hierro fundido, estatuillas de porcelana y de perlas, y
piezas de cristal que tuvo expuestas por épocas en la misma vitrina.
Consideraba su colección de encajes un gran tesoro: “documentos de
artesanía femenina, gusto y cultura”, lo llamaba su “mohoso tesoro”. Se
refiere a ellos en varias oportunidades y parecen constituir un objeto de
alto valor simbólico. Abundan las referencias a los hilos y diseños, del
mismo modo que su existencia está indudablemente anudada a su época y
a sus raíces a partes iguales. Conjugó sus numerosos viajes para recabar
información sobre la situación de las mujeres judías en Europa Oriental y
de los judíos del Este en general, cumplir funciones de representación
buscando apoyos para la lucha contra la trata de blancas, llevar adelante
proyectos específico como el apoyo a talleres de artesanía y encajes, con
el coleccionismo de arte, que le permitía sobreponerse a la dura evidencia
de su trabajo social. Según consta en el catálogo de la exposición del
Museo de Artes Aplicadas de Viena, a donde las donó en vida luego de
largas y arduas negociaciones, las “olía” en tiendas de antigüedades, de
segunda mano; los buscaba entre marchantes y vendedores privados.

¿Qué podemos concluir acerca de la cura a la luz del mito?

Cuando hablamos de neurosis de transferencia, hablamos de un sujeto, tal


como lo concibió Lacan, que se localiza entre la persona que habla, su
Otro -complejo de Edipo- y su A -orden simbólico, estructura del
lenguaje- (Eidelsztein, A. 2008 y 2005). En el inicio de la cura se parte de
la relación entre este sujeto, en tanto portador de una falta. Es decir, que

94
Anna O. y el mito de la cura

no hablamos en principio del sujeto del inconsciente en relación al objeto


particular del deseo -el a- tal como se expresa en la fórmula del fantasma.
En el momento inaugural de la cura el deseo está elidido en favor de lo
que el Otro demanda al sujeto. Para que la pregunta por el deseo pueda
plantearse es necesario producir una operación que consiste en poner este
objeto particular en juego, objeto que el síntoma se encarga de inhabilitar.
Esta demanda, en principio no es demanda de una satisfacción sino de
presencia de la madre ya que encarna el lugar potencial de colgamiento de
las necesidades y el lugar también del lenguaje, invistiéndole del poder de
privarlo de aquello que satisface sustituyéndolo por su presencia aunque
con un resto relativo a la necesidad.
De este proceso adolecerá la cura cuando el neurótico busque una
demanda, en concreto que se le demande, y cuando esto no ocurre, el
neurótico modula sus demandas, a la par que ofrece algo de sus síntomas
(no así su angustia). Al mismo tiempo, ante la inexistencia del significante
que represente al sujeto en el Otro (A) se identificará al Ideal del Yo, I
(A), insignia de la omnipotencia del Otro. Aporta una identidad alienante
y propicia la aparición del sujeto a través de una versión inaugural: “el
dicho primero” del mismo modo que la identificación imaginaria, la
imagen del otro, el yo ideal, introduce lo otro como fuente del yo.

Podemos ahora pensar que Anna O. y “su baloncito” instituyen un sujeto


sin barrar, producto de una demanda en transferencia “de niño”
modulada entre Breuer y Anna O., una vez que enferma este padre
ilustrado que enseña a su hija a leer a la edad de cuatro años y que luego
muere (Freeman, L. 1977), parece ser para Bertha Pappenheim, como para
Hamlet, en la flor de su pecado. Este padre que ya nombramos
discordante, podríamos decir, alcanzado por la Ilustración, revela su otra
cara en ausencia: ella queda encadenada -tomando literalmente la figura
de la Agunah ya mencionada- al fundador de la sinagoga ultraortodoxa de
Viena, que dicta una vida de esposa y madre según los preceptos judíos y

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Karina Glauberman

los ideales de época7. Lo que ha sido estofa del mito del psicoanálisis lo
ha sido, en realidad, de la demanda en transferencia. El Había una vez un
niño... con que Breuer embraga su discurso pone en escena el niño que la
demanda trae para su propia sorpresa, demanda que resulta una maniobra
exitosa para conducir a la transferencia a Bertha Pappenheim, pero que
deja a Breuer atrapado en la sugestión que lo disuadirá de continuar en la
práctica del psicoanálisis en ciernes, no así de su interés. De dicha
sugestión da cuenta también el mito: Breuer huye y engendra un niño.

El amor en juego en la demanda tendrá también ocasión en Bellevue, en


plena etapa “casadera” donde parece que Bertha Pappenheim deja
prendado a algún médico. Hacerse Uno con el Otro (A) implica dar
cuerpo al Ideal del Otro (A): alumbrar un niño, ser madre, donde la barra
no juega ningún papel. Pero aquello que en lo simbólico aporta identidad,
aunque petrifique en un lugar sin movilidad simbólica, sin chance de
alojar un sujeto en los intervalos, configura en lo imaginario la posibilidad
de identificarse al objeto de la demanda de amor, de lo que da cuenta su
temprano relato En el país de las cigüeñas.
La cura inmortalizada en el mito no queda desestimada, como para el
revisionismo nortemericano, sino que queda en un impasse que habilita la
vía de la significación del yo que permitirá a Bertha Pappenheim un
espectacular despliegue de identidades sociales y lazos, con un fondo de
dolorosa reflexión sin salida de la que da cuenta su peculiar estilo, el del
erizo, figura de la que Freud se vale en Psicología de las masas y análisis del yo
de la pluma de Schopenhauer8. La demanda, de orientarse hacia el objeto,
resulta una promesa de valor para el analizante, lo dirige hacia la pregunta
por su deseo y por el acto que le concierne.

7 En el cuento de Bertha Pappenheim El hada del estanque se puede ver la

estructura del drama en juego. Si bien el amor representa una salida, el castigo es
insoslayable. La acción se resuelve con la congelación y la criatura tiene otra
vida, anclada/encadenada a la tierra.
8 Tal como lo explica Luis Cernuda en el prefacio de Donde habite el olvido: Como

los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces
inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.

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Anna O. y el mito de la cura

Por último, nos preguntamos también si el caso germinal del psicoanálisis


podía echar algo de luz a su pervivencia como disciplina. Hemos
encontrado en su exploración una advertencia. La de no retroceder ante
el engaño de toda verdad, no obturar la brecha, no esterilizar
definitivamente la abertura infernal que evocara Lacan9, que nos habita.
El psicoanálisis en ciernes, en su caso inaugural, encontró obstáculos para
hacer hablar en una dirección que no sea la de remozar o reforzar el
destino, sino para leer y sostener su desafío. Hemos encontrado en
Bertha Pappenheim esa inspiración.

Resumen

El artículo presenta un recorrido que va de la cura de Anna O. presentada


en los Estudios sobre la histeria, a la polémica suscitada a partir de rumores,
comunicaciones y publicaciones que dan lugar a un mito sobre la cura.
Dicho mito da cuenta de la invención de un lazo social inédito y de un
método de abordaje del sufrimiento humano por medio de la palabra y a
la espera de sus creaciones imprevistas, pero que resulta un obstáculo a la
reapertura del caso y del contexto en el que se moduló, dejando también
en la oscuridad la existencia adulta de Bertha Pappenheim que
bosquejamos.

Summary

This paper presents a path from Anna O´s cure as it is presented in


Studies on Hysteria by Breuer and Freud, to the controversy emerged from
rumors, communications and publications about this case that rise a myth
about the cure. The myth was built from a supposed hysterical pregnancy
9
Serge André (1977) propone de modo similar la idea bouche-trou, tapa-agujeros:
lo puede constituir el ideal de la maternidad, el amor de Dios o el imperativo del
orgasmo o (agregamos) del Goce.

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Karina Glauberman

product of an unexpected transference. We propose that it presents the


invention of an unprecedented social bond by approaching to human
suffering through the word and its unexpected creations. We also note
that the myth about this cure has been an obstacle to the reopening of
the case and the context in which it was modulated and that also left in
the dark Bertha Pappenheim´s adult life wich is likewise sketched here.

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