Los Aztecas
Los Aztecas
Los Aztecas
energía vital.
Plantas visionarias
Astrología
Aromas e inciensos
Sin embargo, la planta aromática por excelencia es, sin duda alguna, el
copal, un término genérico en lengua nahuatl --el idioma de los
aztecas, entre otras etnias-- que designa una serie de árboles y
arbustos, la mayoría de ellos de la familia burseráceas, cuya resina se
utilizaba y se utiliza todavía como incienso. La importancia del copal
para los aztecas queda bien reflejada en estas palabras del cronista
Francisco López de Gómara (1511-1566): «Perfumaban los ídolos con
hierbas, flores, polvos y resinas; pero el mejor humo y el más común
es el que llaman copalli, que se parece al incienso». López de Gómara
también dijo del copal que era el perfume ideal para los sacrificios y
una ofrenda muy apreciada por los dioses y Sahún, por su parte,
describió con estas frases los ritos que conllevaban su utilización:
«tanto de noche como de día, los sátrapas ofrecían incienso en los
templos con incensarios de tierra cocida (...) con un mango hueco de
un codo que contenía y hacía de cascabel. Todos los habitantes del
pueblo, cada mañana y cada tarde, incensaban las estatuas que tenían
en sus oratorios o en los umbrales de sus casas; los padres y las
madres obligaban a sus hijos a hacer lo mismo».
Los aztecas aplicaban la hierba Huacalxochitl para las amígdalas
inflamadas.
El abundante uso del copal que hacían los mexicas para adorar y
aplacar a sus dioses nos recuerda la importancia que para ellos revestía
la religión en todos los aspectos de la vida, incluido el de la salud y de
la enfermedad. Varios dioses aztecas tenían, según se creía, el poder
de provocar enfermedades. Tlaloc, por ejemplo, podía producir,
cuando enviaba sus malos aires, dolencias tan diversas como
hinchazones, parálisis parciales o totales, úlceras, lepra, hidropesía y
enfermedades de la piel. Tlazolteol y sus compañeras, las diosas del
amor y del deseo, castigaban con la melancolía y la consunción a los
amantes adúlteros e incluso a sus respectivos hijos. Y Xochipilli, el
dios de las flores, de la música, de la danza y de la juventud, castigaba
a las personas que no respetaban los tabúes, por ejemplo, a los que no
guardaban abstinencia sexual durante las épocas de ayuno,
causándoles hemorroides, llagas purulentas y enfermedades venéreas.
Sin embargo, algunos de estos dioses podían sanar las enfermedades
que ellos mismos habían provocado si atendían a las preces y a los
sacrificios que les hacían los pacientes y sus allegados. Xochipilli, las
divinidades de la montaña y Tlaloc eran los ejemplos más conocidos
de estos dioses ambivalentes. Xochipilli era además el patrón divino
del «sueño florido», nombre con el que los mexicas designaban el
trance visionario ritual y, como tal, reinaba sobre el ololiuhqui, los
hongos psilocibios, el peyote, el tlapatl o toloache (Datura sp.), la
salvia de los adivinos o hierba de la María Pastora (Salvia divinorum),
el sinicuichi (Heimia salicifolia), el grano mixitl y otros entéogenos.
Farmacopea azteca
Además de las invocaciones, los gestos y las fórmulas mágicas, los
médicos aztecas utilizaban numerosas prácticas terapéuticas basadas
en un conocimiento, muy avanzado para la época, de la anatomía y el
funcionamiento del cuerpo humano y de las propiedades de las plantas
y los minerales. Su farmacopea comprendía algunos minerales, la
carne de algunos animales y un asombroso número de plantas. Entre
los remedios minerales figura la obsidiana, que finamente molida
servía de emplasto para cicatrizar las heridas con rapidez, y también
unas misteriosas «piedras de sangre» cuyas virtudes fueron exaltadas
por Sahagún y que, según él, permitían curar las graves hemorragias
nasales que asolaban Nueva España. Otro misterioso remedio mineral
citado por Sahagún era la piedra de lluvia «que caía de las nubes,
penetraba dentro de la tierra y engordaba de año en año» y que, según
el misionero cronista, servía para curar la fiebre y el espanto causado
por el trueno.
Notas