El Futuro de La Edición
El Futuro de La Edición
El Futuro de La Edición
Michael Bhaskar
Escritor, editor digital, investigador y cofundador de Canelo
Angus Phillips
Director del Oxford International Centre for Publishing de la Universidad de Oxford Brookes
H
asta cierto punto, gran parte de lo que hacemos se basa en la pre-
dicción, en tratar de adivinar el futuro. Desde los gobiernos que in-
tentan planificar ingresos y gastos fiscales, pasando por las empresas
que tratan de pronosticar la última tendencia de consumo o una tecnología
punta para los hogares, e incluso las familias ávidas por saber qué sucederá
con sus vidas la próxima semana, lo cierto es que se invierten ingentes recur-
sos para lidiar con el problema del futuro. Sin embargo, nuestros poderes
adivinatorios dejan mucho que desear, y normalmente cuanto más expertos
somos, peores resultan nuestros pronósticos en la práctica. Una y otra vez
hacemos vaticinios erróneos sobre el futuro, y aquí el conocimiento no es
antídoto de nada. En muchísimas ocasiones no logramos que los pronostica-
dores rindan cuentas, ni examinamos con rigor aquello que se predijo. Si lo
hiciéramos, nos encontraríamos con que los analistas de bolsa, muy bien re-
munerados por cierto, suelen ser mucho peores a la hora de pronosticar el
precio de una cartera de valores que las meras suposiciones. En otras palabras,
sería mejor seleccionar acciones al azar que seguir los dictados de los líderes
de la industria.
El sector editorial y los libros están sometidos también a estos pronósti-
cos erróneos. A un nivel básico, en la edición comercial casi ningún editor es
capaz de detectar una tendencia rupturista hasta que esta se destapa, o al
menos hasta que ha alcanzado una especie de masa crítica social oculta y
estalla de improviso en toda la industria. Nadie predijo el éxito de Stieg Larsson
ni el de E. L. James hasta que ocurrió; en solo unos meses pasamos de no
tener ningún libro sobre el concepto danés de hygge, a tener muchísimos.
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A un nivel macro, el resultado es igual de pobre. Veamos algunos ejem-
plos. Se han hecho muchas predicciones sobre el mercado del libro electró-
nico, y la mayoría se han equivocado. Por ejemplo, en 2013 la consultora PwC,
una fuente respetable, publicó un informe argumentando que para 2017 el
mercado del libro electrónico sería más importante que el del libro impreso.
Sin embargo, esto no ocurrió. Curiosamente, dicho informe se hacía eco de
una profecía de PwC de finales de la década de 1990 que preveía algo similar
para mediados de la de 2000: que el libro electrónico crecería de forma expo-
nencial y valdría miles de millones. Una vez más, el pronóstico no se cumplió.
Ya es bastante difícil pronosticar qué sucederá con la tecnología, y si a esto se
le une la intrincada matriz cultural y económica que es la industria del libro,
la cosa se vuelve más complicada.
La gente sigue insistiendo en que el mercado del libro infantil (y al mar-
gen de él, las ganas de los niños por leer) está en graves problemas por la
amenaza del paisaje digital de los medios sociales. Las encuestas sugieren un
descenso en los niveles de lectura infantil. Los estudios indican que hay menos
niños que leen en su tiempo libre. Y sin embargo, en los últimos siete años el
libro infantil ha sido el área de mayor crecimiento de la edición comercial,
alcanzando cifras récord de ventas año tras año. De alguna manera aquí hay
una desconexión clara: las predicciones no funcionan. Al momento de escri-
bir este texto, la publicación de libros infantiles se encuentra en un estado
mucho más saludable de lo que muchos expertos habían pronosticado.
Muchos de estos pronósticos forman parte de un género conocido: la
muerte de la edición y/o del libro. Algunos siguen creyendo en «la inevitable
muerte de la edición tradicional de libros». Sin embargo, como ha demos-
trado Price, académica de Harvard, dichas afirmaciones tienen una muy
célebre historia. A principios de la década de 1990, The New York Times Book
Review publicó un artículo donde se pronosticaba el «Fin de los libros». In-
cluso entonces, el vídeo y los ordenadores estaban destinados a poner el
punto final a la era del libro. El artículo afirmaba que, como el Dios de Niet-
zsche, los libros estaban muertos y los habíamos matado nosotros. Sin em-
bargo, Price ha encontrado declaraciones similares de la década de 1830,
donde se afirma que el libro está siendo «asesinado», en este caso por el
periódico. Su dictamen es que «cada generación reescribe el epitafio del libro
y lo único que cambia es el nombre del homicida». En una parábola que va
desde H. G. Wells, que escribió sobre un futuro sin libros, hasta Stanislaw
Lem y sus «protolectores electrónicos», los escritores de ciencia ficción y los
futurólogos siempre han aventurado que los libros desaparecerían. En reali-
dad, esto forma parte de una tradición más amplia que considera la lectura,
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la escritura y el libro como algo reprobable: una tradición que se extiende
desde Sócrates hasta Jonathan Franzen. Pero a pesar de que parece que los
libros y la edición están condenados, lo cierto es que ambos están todavía
muy presentes.
El mundo es innatamente complejo y su complejidad hace que las pre-
dicciones exactas sean excepcionales, difíciles y en algunos casos virtualmente
imposibles. En 1997 no había mucha gente en la industria editorial capaz de
profetizar que veinte años más tarde la incipiente librería Amazon sería res-
ponsable de un asombroso 45 % de las ventas de libros en Estados Unidos.
Incluso una década más tarde, esto se nos habría antojado una hipótesis ex-
traordinaria. Al igual que la idea de que a Amazon le iba a interesar menos
vender libros, que convertirse en una máquina para generar patentes en áreas
como el aprendizaje automático, la robótica y la tecnología de los drones. Y
aún menos habríamos llegado a creer que la capitalización del mercado de
Amazon empequeñecería a la de toda la industria editorial; y que según Mor-
gan Stanley incluso la creación de subunidades en la empresa, como la de
alojamiento en la nube o la de publicidad, daría a esas divisiones una capita-
lización de mercado mayor que la de las tres grandes editoriales del mundo
juntas (Pearson, RELX y Thomson Reuters). Si los líderes de la industria
editorial hubieran profetizado esto, habrían comprado acciones de Amazon,
o deberían haberlo hecho.
Los vaticinios se equivocan o dan en el blanco de igual manera. Las
predicciones caducan y pueden llevarte por el camino equivocado. Como
afirmó William Goldman sobre Hollywood: «Nadie sabe nada». Lo mismo
ocurre con el mundo de la edición, tanto en el día a día en el que las editoria-
les deben asumir constantemente riesgos desconocidos, como en un sentido
más amplio, en lo que respecta al enfoque general de la industria. ¿Cómo
pensar entonces en el futuro?
[...]
Tienes un largo vuelo por delante. Ninguna de las películas que te ofrecen
parecen atractivas y no puedes dormir. Así que decides leer. Pero ¿leer qué?
Enciendes tu nuevo dispositivo digital y le pides una novela, algo absoluta-
mente apasionante con helicópteros, comandos militares, nazis en la luna,
romances a raudales y, por qué no, gatos. Si bien unos años atrás habría sido
imposible dar con una mezcla tan improbable, incluso con la tecnología más
sofisticada de búsqueda y recomendación, hoy estás de suerte: tu dispositivo
y su servicio de lectura incorporado no necesitan escanear el material existente
para dar con la coincidencia más cercana. No, en vez de eso, el aparato se
limita a escribirte la historia. En cuestión de segundos te ha entregado una
novela totalmente personalizada de exactamente 95.000 palabras, que es ab-
solutamente apasionante y está llena de helicópteros, comandos militares,
nazis en la luna, romances a raudales y, cómo no, gatitos.
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El sistema funciona no solo según tus especificaciones, sino con un co-
nocimiento aún más meticuloso de tus gustos de lectura: conoce cada libro
que has comprado previamente y cuenta con datos concretos no solo de la
lectura de estos títulos, sino también de las historias personalizadas leídas.
Sabe por qué apagas el dispositivo y qué te mantiene leyendo con avidez
mucho después de la hora de acostarte. Sabe con qué personajes te identificas
más, sabe calcular la longitud ideal de las frases y el vocabulario según los
diferentes tipos de contenidos, tareas que van más allá de los poderes de
cualquier escritor de carne y hueso. Sin esfuerzo, puede entregarte la novela
de la que hablamos, pero mientras esperas el equipaje en la terminal del ae-
ropuerto te das cuenta de que necesitas una introducción a la economía del
país, y también te lo brinda: en 10.000 palabras te hace un perfecto análisis de
la máxima calidad, adaptado a tu negocio, pero con un enfoque de resumen
ejecutivo.
Como es natural, las editoriales empiezan a desaparecer. La gente toda-
vía quiere leer a los viejos clásicos y los derechos de autor permiten a las
editoriales sacar algún partido de sus catálogos. Pero su cuota de mercado se
reduce inexorablemente año tras año. Algunas personas son «solo lectores de
humanos» y esto mantiene a algunos escritores, aunque a pequeña escala, en
una posición análoga a la de la poesía con respecto a las novelas o la televisión
de hoy. Para la mayoría de los lectores, sin embargo, la experiencia del trabajo
generado por inteligencia artificial ha sido tan satisfactoria, y los costes tan
baratos, que ya no van a volver atrás. No pueden resistirse a la capacidad del
sistema para entregarles materiales asombrosos, excelentes y de cualquier tipo:
idiosincrásico, literario, incluso poético. Por supuesto, quienes salen ganando
son las empresas de tecnología. Detrás de todos esos libros se encuentra un
software propietario, centralizado en una gran plataforma, cuya acumulación
de datos ha convertido a esas empresas en líderes del mercado de una forma
abrumadora. Al registrarte en el hotel, esto no te importa demasiado: dos
textos de calidad te han entretenido a un coste mínimo, apenas unos céntimos.
Tu experiencia de lectura es muy similar en la forma, pero la industria que
hay detrás se ha transformado por completo.
¿Improbable? Es cierto que esto excede el alcance de la tecnología actual.
Sin embargo, impulsados por redes neuronales de aprendizaje profundo y
algoritmos de aprendizaje por refuerzo, los avances en inteligencia artificial
han ido a buen ritmo. La derrota del campeón mundial de Go en el labora-
torio de inteligencia artificial DeepMind, con su software AlphaGo, tuvo lugar
mucho antes de lo que se creía posible. Al tener exponencialmente muchas
más combinaciones que el ajedrez, es imposible que la «fuerza bruta» gane al
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Go. Pero el aprendizaje automático puede probar otros enfoques mediante el
cálculo de estrategias óptimas. Basándose en suficientes datos de entrena-
miento, no sería descabellado sugerir que podrían empezar a imitar esas ca-
denas de datos que se conocen como libros. Con la potencial repetición de
millones o billones de veces en un corto período de tiempo, las mejoras po-
drían ser fulminantes.
[...]
a su disposición
Para leer libros ya tenemos Kindle Unlimited, donde los usuarios pueden
acceder a más de un millón de libros electrónicos y miles de audiolibros, todo
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por una cuota mensual (al momento de escribir este texto, 7,99 libras en Reino
Unido). Los títulos incluyen la serie de Harry Potter y El cuento de la criada
de Margaret Atwood. Hay cajas de suscripción que mes a mes nos traen a
casa una selección sorpresa de títulos en papel. ¿Qué otros modelos son po-
sibles? Digamos que por una suscripción mensual pudiéramos acceder a bi-
bliotecas locales de préstamo con los últimos best-sellers en papel, además de
a una cuidada selección de ficción literaria clásica. Nunca más necesitaríamos
comprar un libro. Este es un servicio que en la actualidad ya ofrecen las bi-
bliotecas públicas, aunque todo el sistema se encuentra bajo presión por culpa
de los presupuestos deficitarios.
Y el día que queramos comprar un libro, tal vez como un regalo especial
o para decorar nuestra sala de estar, podremos encargar un ejemplar impreso
mientras tomamos un café en un centro de impresión local. O hacer que nos
envíen varios títulos a nuestra casa. También podremos probar con los prime-
ros capítulos gratis y devolver aquellos títulos que no hayan despertado nues-
tro interés. El modelo de probar antes de comprar estará financiado en parte
por los autores. En lugar de recurrir al sistema actual, donde al autor se le paga
unos derechos al margen de si el lector termina o no de leer su libro (basta con
que lo compre), ahora los autores solo reciben su dinero una vez que el libro
ha sido leído. La opinión de los usuarios no solo posibilita el pago de derechos
de autor, sino que también contribuye al desarrollo de la siguiente obra. Los
autores de éxito desarrollan su propio servicio directo a los lectores, lo que
resulta mucho más fácil gracias a la tecnología blockchain, que permite servicios
de pago seguros sin necesidad de contar con un intermediario como Amazon.
«La información quiere ser libre», gritó Silicon Valley. «¡No, nada de eso!»,
respondió la industria editorial. Pero en los contextos digitales el precio de la
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información está cayendo y las editoriales están atrapadas en este movimiento,
una tendencia que, si continúa de forma indefinida, hará que los libros elec-
trónicos terminen siendo gratis. Es un modelo que ya hemos visto emerger
en la edición de monografías de acceso abierto, tal como sucede con los libros
de UCL Press y de Open Book Publishers.
En las ventas se observa que no solo el precio de los libros electrónicos
es mucho menor que el de los libros en papel, sino que además se están aba-
ratando con el tiempo. Un estudio encargado a la editorial digital Canelo
(realizado por este autor) demostró que entre 2016 y 2017 el precio medio de
un libro impreso en el top 100 de Amazon aumentó de 5,66 libras esterlinas en
febrero de 2016 a 6,15 libras en octubre de 2017. En las mismas fechas, el pre-
cio para un libro electrónico de los 100 títulos más vendidos era menos de la
mitad: 2,55 libras en 2016 y 2,43 libras en 2017. Si se observa el precio medio
de los diez más vendidos en 2016, el de los libros en papel era de 6,25 libras y
el de los libros electrónicos de 2,85 libras, mientras que en 2017 eran de 8,19 y
3,19 libras respectivamente (en 2017 las cifras para el libro electrónico se vieron
sesgadas por los lanzamientos de Philip Pullman y Dan Brown, con precios
más elevados). Los títulos que ocupaban el primer puesto de la lista tenían un
precio de 7,49 libras por 0,99 libras en 2016 y de 9,00 libras por 0,98 libras en
2017. De los 100 títulos más vendidos de Kindle, 38 se vendían a una libra o
menos en 2016. En 2017, eran 55 los que se vendían a una libra o menos.
Aunque la encuesta es solo una instantánea y no puede ser utilizada para
extrapolar conclusiones generales, basta con echar un vistazo a cualquier
gráfica sobre libro electrónico para ver que los libros con un precio de 0,99
(dólares o libras) son lo habitual. Una vez que los libreros se llevan su parte,
y en ciertos territorios se paga el IVA, el beneficio que les queda a la editorial y
al autor por copia vendida es insignificante. A partir de aquí, avanzar hasta
hacer que un libro electrónico sea gratis es solo un pequeño paso, pero signi-
ficativo, y considerarlo así es un ejercicio de captación de audiencias; de
hecho, para las editoriales esto no es algo inaudito (por ejemplo, Apple iBooks
tiene el Libro Gratis de la Semana).
En Reino Unido, las ventas de los libros en papel y sus precios también
han caído. De hecho, los precios han caído muchísimo en términos reales
desde el año 2000. Sin embargo, hay evidencias de que han empezado a subir
de nuevo, aproximadamente desde 2014-2015. Las editoriales están aumen-
tando el precio de los libros en papel, con los de cartoné a la cabeza. Si en
su día el libro electrónico nos condujo a un ciclo deflacionario, al añadir
competencia de precios a un mercado ya de por sí muy competitivo, quizás
ahora la dinámica haya cambiado. En una cultura digital efímera puede aumen-
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tar el valor de lo tangible, de los libros estéticamente atractivos y bien aca-
bados; el libro impreso puede haber encontrado su papel como antídoto al
mundo ingrávido del contenido gratis y a la malevolencia de los gigantes
tecnológicos. Una vez más los libros son, o podrían ser, productos artesana-
les, no artículos de consumo genéricos producidos en masa. Un diseño me-
ditado, un papel de buen gramaje, una producción esmerada: en este
escenario todo cuenta.
Mientras tanto, el ámbito digital (un universo progresivamente separado
del papel, como sugiere la misma discrepancia de títulos entre esos dos top
100 de Amazon) parece moverse inexorablemente hacia un panorama donde
los libros sean gratis y todo sea por captar público. La edición se ha convertido
finalmente en dos mundos, casi en dos industrias: una de alto valor y de tira-
das pequeñas; y otra de minúsculo valor y, en gran parte, autopublicada, un
mundo de ilimitadas lecturas gratuitas.
Era una ciudad normal y corriente, y la muerte de las librerías llegó lenta-
mente. La primera en desaparecer fue una de las grandes cadenas que un día
simplemente bajó la persiana. La siguiente fue la vieja librería de toda la vida,
que llevaba allí desde siempre. Y luego los supermercados y otros grandes
puntos de venta decidieron que los libros ya no valían la pena, y que el espa-
cio de las estanterías se debía utilizar mejor para productos más simples y más
rápidos de vender. Pero la cosa no quedó ahí.
Después de todo, aún había una última gran cadena de libros, una em-
presa que se había recuperado tras algunos años de inestabilidad y que volvía
a derrochar pasión por los libros. En lugar del antiguo local independiente,
abrieron una nueva librería que además vendía café, comida, artículos de
papelería, y que abría hasta bien entrada la noche. De hecho, por un tiempo
parecía que todo iba bien; los ingresos se habían estancado, pero se mantenían.
Pero esto fue solo un paréntesis antes de un nuevo cambio.
La supervivencia de los comercios de toda la vida se volvió más difícil.
Solo las tiendas más selectas y especializadas en la gama alta, y las tiendas de
saldos de la gama más baja, encontraron su nicho. Todo lo que quedaba en-
tremedias sufrió una presión atroz. El hábito de «comprar vía escaparate»,
según el cual los clientes examinan los productos en la tienda para comprar-
los después por internet con descuento, no solo no había desaparecido sino
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que se estaba intensificando. A medida que las tiendas del centro de la ciudad
iban cerrando, había más y más locales vacíos. Y cuantos más cerraban, más
empeoraba la atmósfera de ruina en la ciudad y menos razones había para
que los clientes entraran a curiosear.
La afluencia de clientes, el alma del comercio minorista, comenzó a
decaer. Las reclamaciones de propietarios y ayuntamientos no se quedaron
atrás; se renegociaron los contratos de alquiler, pero solo al constatar que
faltaba efectivo y que la cadena del libro estaba claramente en crisis. El margen
de maniobra del Gobierno en cuanto a las tarifas comerciales era inexistente.
De vez en cuando aparecía en el horizonte algún benefactor corporativo, que
acababa por admitir que el esfuerzo no valía la pena. Aumentaron las deudas.
Las facturas quedaban pendientes, y las editoriales comenzaron a retener li-
bros clave. Poco a poco, la cadena de librerías se volvió cada vez más débil
hasta que un día se hundió. Sus ejecutivos trataron de revivirla, pero el mer-
cado ya se había transformado.
Mientras tanto, la nueva librería independiente dedicaba cada vez menos
espacio a los libros. Nadie los compraba. La gente, sin embargo, compraba
postales y tomaba café en grandes cantidades. La oferta de libros disminuyó
hasta treinta, luego veinte, diez, hasta que un día la venta de libros dejó de ser
una buena idea: de aquel propósito original solo quedaron unos cuantos libros
ocultos simbólicamente detrás del mostrador. Aparte de algunas tiendas de
segunda mano, no había ningún lugar en la ciudad donde vendieran libros, y
esto era casi igual en todos lados. Las librerías habían dejado de existir. La
gente seguía leyendo, por supuesto, pero compraba todos los libros online,
tanto en papel como digitales. Era mucho más barato y más cómodo. Las
editoriales, los autores y algunos lectores lloraron la pérdida de las librerías,
por su propio bien; de alguna manera percibieron que, con su desaparición,
el futuro de la lectura y de los libros pendía de un hilo.
el resurgir de lo analógico
conclusión
Este texto es un extracto de Los fundamentos del libro y la edición. Traducción de Íñigo García Ureta. Trama
editorial, Madrid, 2021.
LOS FUNDAMENTOS
DEL LIBRO Y LA EDICIÓN
MANUAL PARA ESTE SIGLO XXI
Michael Bhaskar & Angus Phillips [eds.]
N
unca en la historia ha
los fundamentos existido un momento más
del Libro importante para la creación y
y la Edición la transmisión de conocimiento. Por un
manual para este siglo xxi lado, las tecnologías de la comunicación
posibilitan transformaciones antes
Los fundamentos del libro y la edición
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