La Cruz Del Sur. #3

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L a C r u z d e l S i n

BAJO B S U 1 V B DE F V E V T E
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“SECCION VIDA”
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b a n c o d e seguros d el esta d o
I l ________________________________
L a C r a i f l f e l S u r

Revista de Arte y Letras


Director Editor

Alberto Lasplaces Alfredo Vila

SUMARIO
F U G A S - Clemente Estable
C A N T E J O N D O - Carlos M. de Vallejo
EL M U N D O ES B U E N O - Cuento de Hugo L. Ricaldoni
P U E B LO DE M IG UES - A V IS O - Versos de Mario Esteban Crespi
G E R M A N C A B R E R A , E S C U L T O R por J. M. M.
C A N C IO N DE L A H ER ID A A N S IO S A - C A N C IO N PARA LA HORA
T R IS T E - Versos por Giselda Welker
M O TIV O S DE C R IO L L E D A D , por Juan M. Filartigas
E L O G IO DE L O S B O R R IC O S O R ILL E R O S - E LO G IO DEL O LV ID O PRE­
S U N T O - Versos de Campos Cervera
DE E R N E S T O M O R A L E S
N O C T U R N O M A R ITIM O - Cuento de Juan Marin
F IL IA C IO N P O E T IC A DE JA IM E TO R R E S B O D E T, por J . Carrera Andrade

P AR AG U AY A R TIS TIC O - N. Bleu


REVISTAS RECIBIDAS - N O TA S Y COMENTARIOS

PARTE GRÁFICA

C A R A T U L A : Bajo relieve de fuente, por Germán Cabrera


M A T E R N ID A D - A N U N C IA C IO N - LUGAR DE REPOSO PARA UN
P R A D O - Esculturas de Germán Cabrera

N.o 32
AÑO V
DiracotAn u Administración: C*rtito M>

JULIO-AGOSTO 1931 MONTEVIDEO


F U G A S

Salen esta s fu g a s d e la s o le d a d y ma en un descuido en que no atendemos


ran al s ile n c io a b s o lu to : la nada, no si la razón razona bien o si la razón ra­
al polv o, qu e el G én esis a seg u ra su
du ración p o r e l re torn o. N o m e p e r­
zona mal, o sencillamente, si la razón
ten ecen — lo que h u y e n o es de n a ­ razona.
die — y s ó lo p o r e x tra v ío se pod rá n
• • •
en treten er en e l ca m in o. — T ie n e n En el cartesiano cogltnm ergo sun, el
la profu n d a sin ce r id a d de lo que testigo es testimonio de sí mismo y para
m u ere y n o cu ltiv a n el p r e s tig io p o r
el fa v o r del e log io, n i so n m en d ig a s
sí. Y antes del rogitum sabe ya que exis­
del a p lau so y d e la g loria . C ulm in a n te, porque se siente vivir primero que
cu a n d o lleg an a s e r fu g a en sí. pensar, a no ser que llamemos pensar
"tout ce qui nous passe par la tête” . El
La esencia de la fuga es el completo testigo y la existencia constituyen psico­
aniquilamiento, la total desaparición, la lógicamente un complejo irreductible a
antítesis, el revés de las leyes de la Quí­ sus elementos. Pero lo que no pueda dar­
mica y de la Física. Desde la volatiliza­ se en el yo consciente, sea por inspira­
ción instantánea en el vacío, en la nada, ción, sea por intuición, sea por razona­
que es la fuga perfecta, a la integral con­ miento, ¿cabe, en rigor, negarlo como
servación de la materia (la hipótesis de se niega la nada porque no es “ pensa­
la desnaturalización se anularía con la ble” ?
identidad de materia y energía) ábrense Una imposibilidad lógica o psicológi­
todos los caminos penosos de la fuga. ca no implica siempre una imposibilidad
En todas las cosas hay algo que huye, absoluta.
que huye para siempre, que huye sin re­ No basta, por otra parte, pensar o in­
torno, que deviene nada... tuir para que lo pensado o intuido ad­
El cambio es como la huida de un Ber quiera certeza de que existe. En la ob­
en otro: el ser que huye de sí mismo. servación del mundo interior, como en
La fuga deja sus impurezas por el ca­ la observación del mundo exterior, hay
mino de perfección que va de la huida que contar con hechos y con ilusiones,
de un ser con respecto a otro, a la huida y en todo caso, de modo expreso o tácito
de sí mismo, a la huida absoluta, a la interpretamos fatalmente: la conciencia
huida en sí, a la nada... Pero todo lo de los hechos ya es en sí cierto grado
que se expresa con palabras como nada de interpretación, no de explicación; y
y vacío significa, para Bergson, “menos todo proceso mental consciente está
pensamiento que afección, o más exac­ compenetrado de un proceso autopeda-
tamente, coloración afectiva del pensa­ gógico, que nos permite entendernos un
miento”. T sería un imposible pensar el poco a nosotros mismos.
vacío, la nada, porque en la idea de un • • •
objeto concebido como no existente ha­ Dos momentos no racionales — pre-
bría más y no menos que en la idea de lógico el uno, post-lógico el otro — cons­
este mismo concebido como existente: tituyen el principio y el fin de todo razo­
aquélla implica ésta y su eliminación. namiento: el enfoque, que le da direc­
Del magistral análisis de Bergson sali­ ción y el desenlace, que le concreta o le
mos sin el convencimiento de que la na­ vacía el contenido, recayendo en lo real
da carezca totalmente de sentido y su o en lo absurdo, que puede ser indepen­
agudísima penetración y la fuerza má­ diente de la suficiencia o insuficiencia
gica de su estilo plástico y sinfónico a del razonamiento. No sólo en loa casos
la vez, no desvanece en nosotros la idea de sofismas, cuya agua fuerte es el sim ­
de que en todo hay algo que deviene ple sentido común, le bon sens de Des­
nada, a la manera de la amnesia que es cartes, el sentido común hlperlógico de
algo de la memoria que devino nada. Vas Ferre Ira o la experiencia correcta,
Quizás la nada sea una imposibilidad resistencia en creer suficiente o insufi­
lógica y psicológica; pero la conclusión ciente un razonamiento, una demostra­
la nada es una imposibilidad absoluta, ción o una prueba y en que grado lo son
parécenos el desenlace de un proceso ló­ de verdad.
gico, debido a un astuto golpe de esgri- Hay quienes en cuestiones arduas lis*

4
gan muy pronto a la evidencia, y en miento sería una experiencia interna
otras sencillas, nunca. Por defecto de que no diferiría de la experimentación
sensibilidad, unos hombres no compren­ objetiva más que en la manera de expre­
den a otros; pero por defecto de rigor, sarse; hay, sin embargo, una diferencia
muchos creen ver a través de los cuerpos notable: en el razonamiento la verdad
opacos! y el error están dados por él mismo,
De un coeficiente personal de creen­ mientras que en la experimentación es­
cia y hasta de dogmatismo, variable en tán dados por las cosas, que no pocas se
los distintos momentos de la vida, de­ vuelven contra nuestros juicios, aunque
pende en gran parte la evidencia sobre se hayan basado en los hechos. Con har­
uno u otro aBunto, sea intuitiva, sea por ta frecuencia nuestra lógica es como los
demostración. malos profesores, a quienes nunca les
• • •
fracasa una experiencia y llegan siempre
A veces la sensibilidad peca de blan­ bien a la demostración que se habían
dura y el rigor, de resistencia. Suelen propuesto realizar).
ser una virtud o un defecto, porque en • • •
la investigación de la verdad, aquélla Generalmente en cada generación
tiende a perdernos en la fantasía y ésta, unas pocas cabezas aportan idebs que
en la incomprensión de muchas cosas las otras diluyen en una gran masa de
indemostrables. Reobrando pueden co­ palabras. El tiempo, que es el mejor
rregirse recíprocamente y lograrse así cristalizador, las vuelve a sus formas pu­
un difícil justo equilibrio. Y es fatal que ras. Pero siempre tendrá un gran valor
reobren, pero si no estamos advertidos, moral y pedagógico darlas a conocer, a
se mejoran o se perjudican, aunque en través de propias meditaciones, con acti­
Filosofía — com o en Ciencia — acaso vidades espirituales de elevación.
la primacía del rigor, que aumenta con • • •
la cultura y madurez del espíritu, nos El aforismo acaso sea el estilo del por­
haga errar menos que la primacía de la venir. Un sentido cada ves máa exigente
sensibilidad. de lo esencial Irá imponiendo la breve­
Existe, es cierto, una ceguera para los dad. Gran escritor es el que dice mucho
matices en la percepción de la realidad, con pocas palabras. En la concentrada
tanto objetiva como subjetiva; pero tam­ forma aforística, las ideas de una época
bién existe la ilusión de poder distin­ vivirán siempre. Bajo la balunda de bi­
guirlos ignorando los colores. llones de libros, tendrá el hombre que
• • • usar del lenguaje escrito como sugestión
P or razonamiento admitió Pascal la antes que como expresión y análisis. Al
divisibilidad de la materia hasta lo infi­ estilo flojo a fuerza de decir de mil y
nito. Si aceptáramos un limite, discurría, una maneras la misma idea, sucederá el
tendríamos que aceptar también que ce­ estilo tenso que deja al lector el ejerci­
ro extensión más cero extensión es igual cio y la alegría de descubrir su conteni­
a una extensión, lo que evidentemente do, que las cosas demasiado dichas se
es absurdo. Y aquí que Pascal, luego de agotan pronto y enojan a quienes tienen
enseñarnos con tanta hondura que el es­ el espíritu listo y grávido a la vea. por­
píritu de geometría y el de sutileza tie­ que van dirigidas como lecciones a pár­
nen dominios propios, muchas veces ol­ vulos.
vidó esta enseñanza com o un distraído Perdurarán, naturalmente^ los análi­
discípulo de sí mismo. En su tentativa sis cuya penetración nunca pueden aca­
de demostración por el absurdo, parte de bar las mentalidades medianas, por la
la premisa tácita de que lo Indivisible es verdad y belleza de matices (la aaaaes
lo in extenso, de que la divisibilidad fi­ de los franceses) que escapan a todo
nita presupone el límite en la nada ex­ estilo aforístico. Sin embargo, si el afo­
tensión. rismo no expresa los matices, los e n *
Y por razonamiento también negó con su luz, com o una puesta ds Sol, pues
Spencer que la divisibilidad infinita pue­ deja tras de sf un crepúsculo de sngee-
da pensarse, pues exigiría un número in­ tloaes.
• • •
finito de sucesiones de estados de con­
ciencia, para lo cual necesitaríamos un Los intelectuales de vidrio, com o el
tiempo Infinito. Nótase en esto una Iden­ licenciado de Cervantes, temen que la
tificación oculta entre divisibilidad pen­ cultura les quiebre la originalidad, por­
sada y divisibilidad experimentada (co ­ que creen que es ana carga! No comprsa-
mo para Mach y RIgniano, el razona­ den que el mundo grande es et más pie-

ft
pío por ser auténtica y definitivamente El hombre que anda y medita es el
uno. silencio que se mueve en medio del
El tidjia.no ahorcó a su compatriota ruido.
porque de vuelta de un viaje de riesgo, • • •
sostuvo que habían otras tierras que la Kant es la paz pensativa de un estre­
Isla de Fidji. .. ¡Es un derecho de legí­ llado cielo de otoño.
tima defensa, pues muchas celebridades
se volatilizan en el vasto mundo de la Definición nocturna de una ciudad con
cultura.' los focos encendidos: la civilización vi­
Los grandes hombres de todos los tiem­ gilando al hombre que duerme.
pos se han caracterizado por la ascen­ • # •
sión paralela de la cultura y de la origi­
nalidad; no parece que de otra manera Como golondrinas, todos los sonidos
se culmine en los momentos cenitales anidan en el oído: la cabeza del hombre
de las obras maestras. está llena de nidos.
• • #
,• • •
En tanto nosotros nos vamos y nos va­ La atención es el martín pescador de
mos para siempre, el viento se queda sa­ la idea en el caudaloso río interior.
• • •
cudiendo la cabeza al árbol, para ver si
suelta la idea de la vitalización de la ma­ La luz vive cansada buscando una som­
teria, que es el único fruto que el hom­ bra donde descansar y la sombra vive en
bre no ha podido arrancarle. perpetuo "susto", escondiéndose detrás
de las cosas.

C l e m e n t e E s t a b l e

6
C A N T E J O N D O

i . M . D I TALU JO

'Te fuiste, Carmen Case na. Se quemaron sus pinceles


Tu vida nada esperaba. como tus pestañas mágicas.
Te habrá sentado a su vera
La Virgen de la Esperanza.
Sobre el andaluz tronío Por las callejas moronas
se quebró tu útlima danza. vaga en pena tn alma trágica.
Te fuiste, Carmen Casena. Te fuiste, Carmen Caserna,
moviendo tus fieras ancas. llena de cañi arrogancia.

Sobre el tinglado flamenco


Agitaban los palillos bailaste tn última danza
tu» exangües manos blancas. Por tn vida y por tn muerte
— ¡016! — te dijo la muerte enmudecen las guitarras.
y arrebolaste tus faldas. Sobre tn cuerpo serrano
En el carbón de tus ojos llora Córdoba, la Maja.
se consumieron tus ansias.
Tu pañolón de Manila
te ha servido de mortaja. Te fuiste, Carmen Casen*,
Te fuiste, Carmen Casena. moviendo tus fieras ancua
porque ya nada esperabas.
cá d ii, m i

é « V * I » • I •
C a r l o s H • r i •
IK
E L M U N D O ES B U E N O

D E L U B B O « L A D R I L L O S B O JO S •
QUE A C A B A DE APAH ECKB

El hombre marchaba adelante, dando Le golpeó en el hombro y le ordenó:


grandes zancadas, el muchacho iba a su — Sigue. ¡Hay que dejar a las familias
zaga, clavando las alpargatas rotosas en hacer sus cosas con tranquilidad!. . .
su huella. ¿Tu nunca has tenido fa m ilia ?...
Al llegar frente a la puerta de una — S í... Un perro lanudo.
tienda de comestibles se detuvo brusca­ — Ya es a lg o ... ¿Y qué m á s ? ...
mente, y extendiendo la mano dijo: — Una lata con malvones.
— ¡M ira !... — ¿ R o jo s ? ...
Desde la acera se distinguía una habi­ — Sí, rojos, los otros no parecen mal­
tación pequeña y sucia, con las paredes vones. Y un trozo de vidrio de au­
cubiertas por estantes de madera. mento . . .
Un mostrador de zinc con un grifo de — ¿Y para q u é ? ...
bronce cerraba el paso, y en un rincón — Para observar los cuernos de los es­
derramaba fulgores rojizos una hornilla carabajos, y mirar los ojOB de las mos­
atestada de carbones encendidos, en la cas . . .
que una anciana freía filetes de pes­ — ¡Ah, a h !. . .
cado. Sigueron caminando por la calle aba­
Muy cerca, sentada en un banco cojo, jo. Era una arteria rica de barrio pobre,
una mujer daba un plato de sopa a un n’.- llena de luces y de tableros oscilantes.
¿o de crenchas revueltas, con laB me­ Sobre la calzada pasaban velozmente
jillas cruzadas por tiznes de hollín, en los automóviles, y los tranvías hacían
tanto acunaba a otro más pequeño con temblar los cristales con su pesado ro­
un rítmico movimiento de la rodilla. dar barrullento.
— ¡Mira, — repitió el hombre, — ahí Cruzaban con indiferencia entre los
tienes cóifto es posible pasarla bien, sin grupos de curiosos, agolpados ante* las
romperse mucho la cabeza!. . . casas de radio absorviendo melodías
El muchacho alzó hasta él sus ojos negras y canciones del suburbio-
azules y sonrió sin convicción, restre­ — ¿Te gusta ca n ta r?... — le Interro­
gando la nuca contra el cuello de la cha­ gó, contemplándolo de reojo.
queta. — Prefiero oir. Cansa menos y aprove­
— ¡Tienen fuego y c o m e n !... — res­ cha m ás. . .
pondió alegremente, pegando con el pie — ¡C aram ba!... ¿Sabes que piensas
en las lozas de piedra gris. b ie n ? ...
—Ta ves. El bienestar no es patrimo­ — Pues siempre me han dicho lo con­
nio de unos pocos. Todo estriba en sa­ trario . . . Por eso tengo el cuerpo lleno de
berlo buscar... cardenales. . .
— T usted... ¿y usted lo ha bus­ — No habrás sabido tratar a la gente.
cado?. .. Dile a todos de “ señor” , y cuando pidas
—No. Nunca me ha preocupado otra solicita el doble, para transar sin gruñir
cosa que vivir con libertad. Me confor­ por la mitad de lo que esperabas reci­
mo con respirar hondamente el aire fres­ bir. .. ¡Y ya verás!. . .
co de la mañana, tomando mate. . . — Lo he intentado.
—Pero suele pasar hambre. . . — ¿ Y ...?
—¿Quién te lo ha d ich o ... ? — Nada. Como si oyeran llover. Cuan­
— Usted mismo. do no me daban un empellón, para que
—Tienes razón. Pero pese a todo man­ desapareciera. . .
tengo lo expuesto: ¡la dicha es fá cil!. . . Le inquietaba esa intransigencia in­
De la trastienda llegaba un canto de fantil, amasada con amargura. Buscó en
fonógrafo, chillón y desagradable, segui­ lo hondo de un bolsillo, y de él extrajo
do por un silbido agudo y ágil, que era una pulgarada de tabaco negro y moli­
como la sombra de las notas jugueto­ do, con el que comenzó a llar un ciga­
nas. rrillo.

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— ¡No pareces muy satisfecho de tu tello de claridad brillaba en loa dientes
vida, muchacho!. . . fuertes y sanos.
—¿Qué pretende...? ¿Qué baile por­ Podía tener cualquier edad. Bajo una
que me cuela el frío hasta los hue­ capa de miserias y privaciones, la guía
sos?. .. de los años se borronea, y sólo queda la
—Sería un modo de entrar en calor. juventud o la ancianidad exterior, tan
—Pero no me quitaría el mal hu­ distinta a la otra. Pero la madurez le
mor . . . aclaraba un tanto la barba que le cubría
—Mala suerte, ¡por qué el mundo es las quijadas, y bajaba el labio inferior
bueno!. . . con fatiga, sobre el mentón redondeado
Le lanzó una mirada de asombro: y graso.
—¿Lo dice en serio?. . . Parecía pensar en algo muy grave,
— ¿Y por qué n o. . . ? Yo no me quejo. hasta que preguntó de improviso:
Si no estoy mejor eB por mi culpa. —¿Y dices que te llamas?.. .
—Y por la de los demás. —Beto.
— V a m o s ... ¿cuántOB años tieneB ?... —Te pido el nombre completo.
—Catorce. —Además “ el Flauta” , y el mote de la
—Pues representas diez, y hablas co­ calle o barrio en que me guarezco. . .
mo si en realidad tuvieras cuarenta. . . —Basta. Ahora me sobran. Cada es­
¡Mal balance!. . . quina puede ser tu madre. . .
Habían llegado a una bocacalle calma —Y mi padre la calle que va por to­
y obscura, y por ella giraron alejándose das . . .
por bajo de una frondosa fila de paraí­ — ¡E so!. . .
sos, junto a paredes lisas y bajas. Caminaban, caminaban siempre, so­
El Bilencio tenía allí sosiego de pozo, bre la acera cuyos flancos se iban des­
y sólo Be rizaba en el temblor de las ho­ poblando, penetrando por los portillos
jas, apeñascadas contra las estrellas en bocanadas de viento húmedo, que ahu­
mantos quebradizos. Las dos siluetas yentaba bandadas de hojas secas.
aparecían y Be esfumaban en el círculo El campo salía a su encuentro, escol­
amarillento de la luz de los focos, alta tado por fábricas y escuelas, con sus nu­
la una, baja la otra, hermanadas en la merosos ojos muertos, con sus ventanas
misma vejez grisácea de sus ropas. sin postigos y sus escudos desteñidos.
— ¿Queda lejos a ú n ...? — inquirió el Algunos charcos espejeaban junto a
muchacho, cruzando las manos a la es­ los troncos, y el barro se deslizaba bajo
palda. los cercos, en tanto que tras las zarzas
— Según sea tu cansancio. . . se sentía el movimiento de las aves de
—Ves, viejo, ya me duelen los pies- corral, trasnochando su quietud.
— Entonces armate de coraje. ¡Loa po­ Y marchaban sin cesar, hombre y ni­
bres no tenemos carruaje!. . . ño, renunciación presente y promesa de
— ¿Muchas cuadras?... carne vencida, indiferentes a la ciudad
— Más de las que esperas. Pero ya te que se distinguía fugazmente desde la
podrás tirar más tarde en tu cama. . . altura, como un» sábana púrpura colga­
— ¿C am a?... da de las nubes, y en una torre muy al­
— O montón de bolsas mugrientas, ta, perlada de puntos luminoso»
tanto da. A nadie se le ocurrió aclarar Llevaban su drama consigo, con avi­
el punto y todos han dormido mejor que dez de usureros.
al sereno. . . El dolor era su único capital.
— ¿Es qué hemos sido tantos, bub huée-
p ed es?... II
—Cada comienzo de invierno me trae
uno. Aquello estaba escrito.
— Creía ser el primero. Tuvieron que pasar las cosas así. para
— Y no serás el último. Para quien no que sobre la cueva indiferente y hueca
tiene nada, un techo de latas herrum­ pesara la mano negra e implacable de la
brosas es un mundo. adversidad.
— No tema que extrañe nada. . . Beto cayó enfermo.
— ¿El q u é ? ... Una mañana no pudo levantarse, a
— Mis comodidades de a n te s... quebrar con el dedo el vaho qne cubría
Rió el hombre. Cuando lo hacía, bu los vidrios de la única ventana de la
ancha cara se Iluminaba, adquiriendo choza, y se quedó boca arriba, duro a
una profunda gracia barroca, y un des­ impasible, mirando como el hombre en­

9
cendía en ángulo de la vivienda una Da­ —Espera. No te muevas- Trataré de
ma temblorosa y débil, que se despere­ hallar algún yuyo que te cure. . .
zaba crepitando de entre una pira de ta­ —¿Yuyos?... ¿Cree que me sana­
blillas partidas. rían ? ...
El aire se fué poniendo espeso de hu­ —Como con la mano. ¡Ya verás!.. .
mo, y el rocío del techo, que se iba fun­ Salió del rancho, hacia el que se in­
diendo con el sol que trepaba por el cielo, clinaba con languidez un montecillo de
se oía caer con intermitencias de paso tártagos, de troncos lisos y finos, y echó
cojo sobre un cacharro de afuera. a andar por la senda que trepaba la ba­
Viendo que el muchacho no daba se­ rranca, por cuya rampa caía un ejército
ñales de incorporarse, el hombre le in­ de cacerolas desventradas.
terrogó, sin volverse hacia él: —Viejo, — gruñó, — estás haciendo
—Vamos... ¡El señor aguarda el des­ tonterías. . .
ayuno en el lecho!... Aquel muchacho le amargaba la vida.
—Se ha quedado corto. Poco a poco le había ido tomando cari­
—¿Por qué?... ño, conforme la extraña sociedad se ro­
—Espero al médico. bustecía con el rodar del tiempo y de los
Sopló el fuego, hasta que los carrillos acontecimientos.
le brillaban con el esfuerzo, y mientras Le había hecho conocer todos los se­
aspiraba nuevamente aire, bromeó: cretos de su rebelde vagancia, y sabo­
—¿Jaqueca?... rear el encanto de la modorra de la sies­
—N o... ¡Peste!... ta, respaldados en los cubos de cemento
Giró un tanto la cabeza y lo observó de la rambla nueva, de cara al mar, que
con incredulidad. chicoteaba por lo bajo, hirviendo en su
—¿Qué buscas, — le preguntó; — es espuma.
que le huyes al frío?... Con su bolsa al hombro hurgaron las
—Boberías. . . montañas de desperdicios de la quema,
—¿Entonces?... y en los altos de inmundicias que se iban
—Es que estoy mal, de verdad. ¿Por hacinando en los zanjones de los terre­
qué no me cree?... nos baldíos. O caminaron durante horas
Se incorporó, hasta besar con la fren­ junto a las vías del ferrocarril, atiaban­
te en una traviesa ahumada que cruza­ do a través de las tapias, y entre las mer­
ba de pared a pared, y avanzó unos pa­ caderías acumuladas en las estaciones
sos, de modo que el rectángulo lumino­ suburbanas.
so de la ventana se alojó entre sus an­ Fué su maestro del arte de vivir de la
chos hombros. nada y del silencio, y el otro le ofreció
Escrutó con atención el rostro flacu- su socan.ona filosofía de pilluelo traspa­
cho y pálido, las orejas amoratadas y co­ sado de incertidumbres, con algo de re­
rridas en ángulo hacia la mejilla, y los tozar de cachorro callejero.
párpados que se hinchaban sobre el glo­ Se tornaron inseparables, aliando sus
bo del ojo, enrojecido. miserias en un solo gesto de soberbia, y
—Me estás convenciendo de que no corrieron bajo el arco de la luna la mis­
es buena tu cara... ma historia de amores invisibles, bur­
—Es que yo quisiera creer lo contra­ lados por el llanto de los perros.
rio. ¡Pruebo a hacerlo!... Casi ya no recordaba dónde ni cómo
Estiró lentamente la mano y le acari­ le había hallado:
ció las sienes. Dejó los dedos quietos por ¿En el polvo del arroyo, despedido por
un momento, y luego los retiró con pres­ la acritud de una riña?. ..
teza. ¿Vomitado por el túnel cegado de un
— ¡Caramba, con este frío !. . . corredor a obscuras, disputando a un pe­
—Tienes calentura, — comentó. rro un trozo de carne fr ía ? ...
Salivó con calma en la tierra del piso, ¿Lanzado por la rueda de rayos amari­
y puso la planta del pie encima. llentos de una jardinera, huyendo del
—Ahí tienes... Habrá que ayunar... casco de un p olicia n o?...
—¿Olvida que ya lo hago desde an- Tal vez; puede que así fuera; pero no
tesdeayer?. . . podría precisarlo, tan falta de distancia
Se rascó una oreja con embarazo, y estaba su vida.
luego tomó una gorra con visera de hu­ Lo cierto es que ahora avanzaba veloz­
le que colgaba de un clavo, y le reco­ mente por el campo desierto, que el arra­
mendó: bal engullía por una calle de eucallptus,

10
en busca de algo que le cortara esa fie­ —Y a ... Te comprendo... ¡Así vamos
bre que le ardía por dentro. mal!. . .
Su paso era vivo y su guiñar más in­ Pero él también ae sentía intranquilo.
quieto, cuando salvaba los abrojales y los La fiebre no se marchaba, y por el con­
apeüuscamientos de cardos violetas, in­ trario, cada vez parecía sentirse más a
dagando en el pasto despeinado y re­ guato allí, curándose de humo.
vuelto que pisoteaba nerviosamente. La médica había llegado una tarde en
Hacía tie mpo, mucho, había apren­ que nubes terroBaa disparaban azuzadas
dido a conocer a los yuyos y sus virtu­ por la borrasca del Norte, y ae había
des, terapéutica proletaria que sabe a marchado poco máa tarde, dejando doa o
brebaje de indios, y confiaba en el re­ trea nombres, una botelllta verde y una
cuerdo para dar con lo que buscaba. gran duda ácida.
Una vaca pampa, con el ternero col­ — ¡Quién aabe!. . . ¡Ha comido dema­
gado de la ubre, le miraba tontamente, siado poco!. . .
como compadeciéndolo. — ¿Era suya la culpa, acaao?. . . Cuan­
¿A é l? ... ¡Sí toda la ciudad era su­ do vino, ya el hambre le había enfriado
ya! . . . loa ojos azules, y lo poco que le pudo
III ofrecer fué siempre auperlor a su viejo
abandono.
Creció como una pompa de jabón Pero quiso hacer más, aún. Decidió
a punto de estallar- buscar trabajo, y cerrar los dedos sobre
Pero no estalló, porque sino la histo­ el mango de una pala, o en la empuña­
ria hubiera terminado allí. dura de un martillo.
El mal se fué corriendo por el cuerpo, ¡Trabajar!. . . ¿Llegaría el muchacho
escabulléndose por las venas azules, que a comprender todo lo que significaba su
envolvían a los miembros en una tela­ sacrificio?. . .
raña irregular. No importaba. Una extraña sensación
Muchos cabos de vela se transforma­ del deber le Impedía a hacerlo, olvidan­
ron en una gruesa lágrima de sebo, so­ do cuarenta años de rebellón.
bre el cajón situado junto a su cabeza, Ignoraba cómo y dónde se podía tra­
mientras el hombre observaba las osci­ bajar, aunque Imaginaba que algo así
laciones de la calentura, como en una debía realizarse en los talleres que ten­
caldera de vapor. dían a las tardes púrpuras sus altas chi­
Le contemplaba largamente, disolvien­ meneas de ladrillo, el canto de sus sire­
do su atención en el triscar del cascabel nas, y la larga legión de obreros vestidos
de un caballo que pasaba trotando a la de azul, como muñecos; o en las huertas
distancia, o en el resoplar del viento en­ que estiraban en las cuchillas los tablo­
tre las tablas de los postigos. nes afelpados de sus sembradíos.
De tanto en tanto vertía agua en un Ignoraba casi todo, pero era dueño de
jarro sin asa, y dejaba correr unas go­ una certidumbre: la de que era necesa­
tas entre sus labios resecos y endureci­ rio llevar por las noches unos reales al
dos, que absorvían el líquido como are­ rancho, con que llenar la olla que colga­
nilla. ba de un trípode de alambre oxidado, o
Después se sentaba otra vez en cucli­ con que renovar el brebaje con gusto a
llas, velando el jadear de fuelle del pe­ campo y con olor a bajío.
cho, que subía y bajaba con intermiten­ Por eso se lanzó al encuentro de la
cias dolorosas. ciudad, que nunca le había negado el pre­
Cuando se removía bajo las ropas que cio de su libertad.
le cubrían, se inclinaba hacia él, y le No demoraré en volver, con el pri­
preguntaba en voz baja: mer puñado de monedas, blancas y lus­
— ¿Duermes?. . . trosas como una luna nueva, — le ase­
— ¡O ja lá !... guró al partir la primera vez.
Le palmeaba las manos, y le comuni­ Regresó a las muchas horas con la ca­
caba misteriosamente: beza inclinada, y un algo de desconcier­
— ¡La tuna ya tiene flo re s!. . . to en el pelo revuelto. Entró, arrojó el
— ¿B onitas?. . . saco al azar, y se encaró con las brasas,
— ¡Color sangre!. . . ¡Tendremos hi­ que se dormían bajo una crosta de ce­
gos más tard e!. . . niza.
— Al menos usted los com erá. . . — ¿ . . . ? — aventuró el muchacho, con
Fruncía el ceño con enojo, y le amo­ bus azules ojos cubiertos de melancolía.
nestaba: —Aún nada. . . Pero no hay que apre-

11
surarse. ¡Tenemos mucho camino por mo, las posibilidades de dar con una ocu ­
delante. . . pación.
Lo dijo, pero su voz no goteaba con­ Se vló asediado, acorralado, casi ven­
fianza, como antes. Dirfase que había cido, hasta que sacudió las manos con
divisado en los hombres y en las cosas, ira, y se decidió a todo.
algo que nunca notara. Le faltaba solamente una cosa : ¡ro ­
Y la escena se volvió a repetir, en una, bar! . . .
dos, numerosas oportunidades, ahicán-
IV
dose de más en más sus esperanzas, y
creciendo el desconcierto de su alma. Y se resolvió a robar.
Parecía que toda la labor encomenda- Fué su último sacrificio. Estuvo man­
da a la inmensa colmena cercana, había teniéndose en equilibrio sobre su inde­
dado con los brazos capaces de cumplir* finible moral de buhonero, hasta que la
la, y que ya no cabía nadie más junto a seguridad de que todo se term inaba lo
los tornos y a las prensas de largas pa­ precipitó al encuentro de lo irrem edia­
lancas oscilantes. ble.
— Soy Joven. . . — les aducía. Tomaría por su mano lo que se le ne­
Y luego, ante una negativa: gaba en cambio de si humillación, y co n ­
— No exijo nada extraordinario. ¡Den­ quistaría por la astucia algo que rogó,
me tan sólo medio J o rn a l!... casi de rodillas, dispuesto a encerrarse
Y continuaba chocando contra la re­ en la incómoda callejuela de un horario-
sistencia pasiva, pero firme, del patro­ Ese día se echó al hom bro una bolsa
no, por lo que argüía, como arma deci­ vacía, y se escabulló silenciosam ente del
siva: cuartucho.
—Tengo h am bre... ¡Tengo un hijo Beto flotaba en el borde del delirio, y
enferm o!. . . sus ojos le rozaban sin verlo, perdidos
Entonces l¡e daban la espalda, y se en una ola vaga y transparente.
alejaban, como diciendo: Al ir a cerrar la puerta, creyó oir que
—-Caramba, que poca imaginación pa­ le llamaba, pero al volverse le vió, rígi­
ra tejer el cuento. . . do y muy pálido, con una angustiosa se­
Reiniciaba la marcha, mordido por el renidad dibujada en el semblante, tal c o ­
dolor y la indignación, en tanto que un mo lo dejara.
grito de protesta crecía en su espíritu: — Es mejor que no sepas n a d a .. . Y . . .
— ¿Qué es preciso hacer para adquirir ruega por t í . .. y por mí m u ch a ch o!. . .
el derecho a conservar una existencia Partió, casi corriendo, tropezando con
tan inofensiva y tan poco molesta como los trastos viejos esparcidos por el cam­
la del pequ eño?... Cuando nada le soli­ po, hundiéndose en la noche quieta y te­
cité al mundo, éBte le ofreció cuanto pre­ nebrosa, como una bestia perseguida por
cisaba para llenar de placidez su cuartu­ los perros.
cho g r is ... Y ahora que pedía un trozo Se encaminaba al acaso, sin rumbo,
de pan a cambio de su esfuerzo, de su dejando que la suerte, o la fatalidad, le
sincero afán por ser útil, de la seguri­ guiaran a su capricho.
dad de su entrega a la máquina comple­ No quebraba un solo rumor la calma
ja y vasta, todas las puertas se le ce­ de la hora. Diríase que mil pupilas se­
rraban lentam ente... ¡No interesaba guían su vagar, atentas a sus gestos, es­
el trabajo de un hombre, sobraba la co­ crutándole con severidad de juez.
laboración de esos hombros vigorosos, — Si Dios existe, me comprenderá, —
habituados a cargas estrellas. . . reflexionaba mentalmente, — com o des­
Sin embargo, al retornar a la cueva, cargándose de una mole que le aplastaba
extendía su sonrisa sobre los dientes. sin tocarlo.
—Creo que al fin tengo asegurado el Y continuaba su marcha, azuzado por
puesto. . . — mentía, — han prometido el temor de regresar demasiado tarde.
conchabarme en una fundición. No será No había tomado ni un sorbo de al­
nada espléndido, pero es a lg o ... Ya ve­ cohol, podía jurarlo, pero se sentía po­
remos de mejorar, más tarde. . . seído de la locura de la embriaguez,
El Beto le contemplaba, y dudaba. atontado por mil cuadros que se le so­
Veía asomar la interrogante en sus pu­ breponían vertiginosamente en la Imagi­
pilas, y se doblaba avergonzado. nación.
Cada vez estaba peor el muchacho. Hasta que perdió la noción de sí mis­
Y de día en día eran menores, asimis­ mo . . . Y durante cuatro o cinco horas

12
vivió una existencia artificial, siguiendo suave alboroto de un corral, que sacu­
como un autómata a su obsesión. día a la brisa el sueño ya gustado-
— ¡Es preciso salvarlo, — se repetía Se detuvo. Pesó un segundo el valor de
sin cesar, reanimándose cuando com­ b u esfuerzo, y recordó los límpidos ojos

prendía que sus rodillas no podían m&s azules del enfermo. Entonces siguió el
aguantarlo en pie. muro hasta un ángulo, clavó en el hue­
Y recomenzaba el camino, sin decidir­ co de loa ladrillos el extremo de las bo­
se a cumplir su propósito: Costaba hacer tas, y con un seco envión de loa codos y
aquello, mil diablos. . . las muñecaB cayó del otro lado, sobre una
Rondó casas dormidas, de batientes vidriera que se quebró con estrépito.
cerradas y rejas de hierro; depósitos Sintió anudársele la garganta bajo la
abandonados y de portones sellados con prealón del terror, mlentraa que loa la-
grandes cerrojos; almacenes instalados 1 idos del corazón le repercutían como al-
en la obscuridad con su haz de luces y dabonazoa en la cabeza, deacentrada por
su vago resonar de copas y cuerdas de la angustia.
guitarra; y los amplios zaguanes de lo­ Se recogió sobre loa talones, pronto a
sas de marmol, por los que se derrama­ escabullirse o a defenderse. Nada. La
ba en la calle el llanto de un niño o la quietud recobraba su sitio, sin que ae al­
voz de un viejo, regañando con aspe­ terara la inmovilidad del fondo del co­
reza. rral.
Giró alrededor de todas esas posibles Serenado, dió o tres paaoa. Embistió
víctimas, sin atreverse a robar, y dicién­ un tronco que le desgarró la chaqueta,
dose perplejo: “ ¿Siempre se librará es­ desvió las ramas de una higuera, que le
ta lu c h a ? ...” . pegaron en la boca, y desplazó con cui­
Pero el reloj luminoso de un iglesia, dado un tanque de hojalata a medio lle­
entrevisto como en sueños, lo trajo a la nar con agua.
realidad, con el mudo reproche de sus Prosiguió marchando. Descorrió el
brazos negros abiertos hacia el cielo, so­ pestillo de una puerteclta de alambre te­
bre el campo dorado de la esfera. jido, y extendió las manos hacia donde
Se extremeció y se dirigió sin una va­ sentía removerse algo vivo e Inquieto.
cilación hacia un barracón de techo en Tembloroso, aferró a ciegas un ala de
pendiente, con fisonomía de granero, al plumón rígido y callente, y luego otra
que forcejó largamente todas las entra­ más, cubriendo los cuellos flexibles bajo
das. Más las buenas cerraduras burgue­ la ropa, acallando el cacareo de pro­
sas rechazaron con facilidad sus inten­ testa.
tos. CaBl acariciando aquella carne grasa
y bien cebada, rehizo su trayecto, ansio­
Reanudó su esfuerzo contra el porta­ so de aire libre, sintiendo en su nuca el
lón de un garage, pero el roncar de un apremio del peligro. Cruzó por bajo el
motor le arrojó de allí, como una mal­ árbol, esquivó la estaca agazapada en la
dición; y más tarde el eco de unas pisa­ sombra, y trepó sobre el cobertizo, en­
das sobre la tierra húmeda le hizo huir, torpecido por su carga, sintiendo en los
cuando ya aferraba contra el cuerpo un jarretes el escozor de la carrera próxima.
cajón de gasolina, tomado audazmente Su frente rebasó la tapia. Allá, a lo le­
en la entrada de un sótano en tinie­ jos, la tierra y el cielo se partían en una
blas. vaga línea de claridad, haciendo resal­
Con el rodar del tiempo crecía su exci­ tar un mar de contornos confusos.
tación, al chocar en todas direcciones Quiso saludar al día que apuntaba.
contra algo que le contenía. Pero al mismo tiempo resonaba un es­
Jamás su miseria contempló una tampido en dirección al edificio que res­
aventura como aquella, cien veces co­ paldaba el patio achatado a su piés, y
menzada y otras tantas abandonada, pa­ una lluvia de perdigones golpeaba con­
reciendo que todo se confabulaba para tra la pared, como una ráfaga de viento
impedir el logro de su delito, que pese en un hacinamiento de hojas secas.
a todo era su salvación. . . Dió un grito de dolor y rebotó contra
Hasta que ya de regreso, con temor la acera.
de que la faja cárdena del amanecer lo V
sorprendiera en su herrar interminable
por el arrabal despoblado y yerto, escu­ La fiebre había ido descendiendo pau­
chó por encima de un paredón coronado sadamente, y tras una ausencia de días
por una sierra de cascos de botella, el volvía a reconocer las paredes sucias e

13
inhospitalarias, iluminadas por el lívido no podía dormir más. .. y quise ir a sa­
resplandor del alba- ludar al sol, recostado contra la ba­
El muchacho percibió un rumor junto rranca. ..
a la entrada, y recién comprendió que —¿Y esas gallinas?...
estaba solo, y que en el fogón la calde­ —Mías... Nuestras... Las he ganado
ra inclinada y vacía caía sobre los tron­ anoche... JA buen precio!. . .
cos apagados. El muchacho esbozó una sonrisa de
Pero casi sin intermitencia apareció complacencia, y se dejó deslizar sobre
el hombre, respirando con dificultad, la almohada, arrebujándose hasta las
conduciendo dos grandes gallinas dora­ orejas.
das colgadas de la cintura. —¿Ha ¡pegado a don vencer a al­
Su expresión impresionaba. Era. la de guien?. ..
una persona que vuelve a su refugio des­
pués de haber luchado dolorosamente, y — Sí, — respondió gravemente, — es­
parecía tan deprimido como el mismo taba cierto de que lo haría... No podía
Beto. ser de otro modo: ¡el mundo es
Pero éste no vió nada, satisfecho de bueno!. . .
recobrar su contacto con la realidad, y Y se oprimía la carne del muslo, cu­
ante el espectáculo de aquel trofeo de bierto de sangre pegajosa, mientras en­
Cresta encendida. cendía una cerilla contra la úña del pul­
—¿Había salido?... — pregutó en voz gar.
muy baja. Una rara sensación de sueño crecía en
—Sí, — contestó — hace un rato. Ya su interior...

14
P U E B L O D E M I G U E S
A V I S O

Se necesita un valle para Ilustrar con cuentos de pastores,


con fugas de matreros y descansos del paisaje.
Se necesita un lago, una laguna o una fuente
para atrapar la luna el día que se decida a quedarse
para siempre en el agua.

Se necesita un río para ponerle un límite al andarín


que recorre la ilusión de los niños, el hastío de los viejos
y la frivolidad de las muchachas.

Se necesita:
un viejo popular y rezongón
para que se diviertan los muchachos;
una negra grandota bien fiel a los patrones;
un perro policía, de esos como la gente;
un cura que se preocupe de la iglesia, reconstruida hace más de 20 año»
y aún sin revocar,
a pesar de los grandes funerales habidos,
el registro eclesiástico y la generosidad popular.

Se necesita una vereda que permita


eludir el barrial,
que impide visitar, cuando ha llovido,
al Secretario del Concejo Auxiliar.

Se necesita una muchacha que se escape de amor a la ciudad,


en contraste con la novia infinita que se queda de amor en el pueblo.

Se necesita un mucbacho taciturno que apague el último la luz,


porque su cabeza trepida de anhelos
y tiene la aguja del amor y el dolor solitarios
clavada en la almohadilla de su corazón.

¡Que vaya un acordeón a restaurar las polcas escondidas


en el rancho más viejo de la tardecita:
de repente florecen los viejos malvones
y los paragüitas de novia!

¡Que vuelvan las serenatas de mi tiempo'.


¡Vamos, Bonifacio! ¡Vamos, Bautista! ¡Vamos, Fermín!
¡Después del baile templaremos las guitarras
y templaremos el violín:
iremos a sacudir los sueños más queridos
y los penetraremos de amor!
( “ Sobre las olas": Vals. “ Sueño de primavera” : Canción).

M a r i o € * • • * *

15
GERMAN CABRERA, ESCULTOR

Bajo la máscara de una fácil despreo­ mano y doloroso en que se abisma el es­
cupación, de un chiste malo, o de una píritu temblante de inquietud. La carne
sonrisa que a veces se nos antoja mue­ germinadora triunfa en las formas vi­
ca, escuda Germán Cabrera, contra los vientes de los senos, y una súplica ine­
que lo conocen poco, su espíritu inquie­ fable, de inmortalidad, de piedad, fluye
to y la onda de luz, movimiento y color de las manos trémulas e implorantes y
en que ese espíritu se mece. de la boca torturada y fresca. Otra vez
Poco de observarlo, nos alcanza su nos seduce la gracia del modelado y de
mirada lejana. A poco de hablar con él, la composición.
nos ennoblece la emoción, y al darnos El proyecto para lugar de reposo en
luego la mano, nos gana la impresión un parque es una muestra acabada del
de que la dá del todo, como alguien dijo moderno sentido decorativo que Cabrera
del gran Ernesto Herrera. pone en sus obras.
Y así, se ve su obra, y así se explica Contiene este trabajo, desde la fuente
su obra: producto de un temperamento al altorelieve y la línea general de purí­
sensible, fino, y pleno de amor y de bon­ sima armonía, todos los atributos de fi­
dad. nura y elegancia para entusiasmar, ade­
Frente a su “ Maternidad” , nos seduce más de una comprensión ambiental aca­
de inmediato la ternura, la emoción, el bada.
amor, la divina fatalidad que fluye del Cabrera es, indudablemente, uno de
grupo simple y armonioso, construido los más originales escultores jóvenes de
con una gracia y una sobriedad notables. estas tierras. Original a fuerza de tem­
La nobleza de líneas, la originalidad peramento, de emoción, de ilustración
de buena ley, que informan esta obra de general, y de nobleza, y no con la gro­
Cabrera, hablan de su respeto hondo y tesca originalidad “ pour épater” con que
sensible por el arte y por la vida. Tiene algunos quieren salvar su falta de sen­
detalles esta “ Maternidad” , de una her­ sibilidad, de inteligencia y de talento.
mosura, de una intimidad, conmovedoras, Es un placer grande rendir homenaje
tales la mano sobré la que reposa el a un artista de tan puros valores com o
cuerpo del niño y la voluptuosidad bea­ Germán Cabrera. El porvenir cita a este
tífica con que la mejilla de la madre se hombre joven, trabajador, humilde y res­
acaricia en el cuerpecito del hijo- ner­ petuoso ante el arte, para cercanos triun­
vioso, inocente y. vivo, que apoya el bra- fos definitivamente consagratorios. Nos­
cito conquistador sobre la cabeza en éx­ otros le agradecemos de esta manera la
tasis, como sobre un mundo- belleza y la vida que han tocado nues­
El artista desaparece tras la obra rea­ tro espíritu con las formas de sus crea­
lizada. Nuestro espíritu es subyugado ciones millonarias en salud artística y
por el calor de vida que emana del plás­ en fuerza constructiva.
tico momento, y la simplicidad del es­ Esa belleza que triunfa en las escul­
pectáculo nos llena de la poesía honda turas de Cabrera, surge pura y simple­
que gustamos en ciertos momentos ante mente de la concepción artística emoti­
los queridos paisajes exteriores o inte­ va, fácil y serena. En todas sus obras se
riores, olvidados a fuerza de conocidos. advierte la gracia de ese don y la pro­
Otra de las obras de Cabrera, la fundidad de un concepto arraigado en bu
“ Anunciación” , muestra la fuerza tem­ espíritu desde las lejanías de un crepús­
peramental del artista. Hay en esa cara, culo en que sus ojos, anchos, de un
en esos brazos, en todo ese cuerpo grá­ asombro milagroso, se abrieron a fo r­
vido ceñido por las finas vestiduras li­ ma, luz y color frente a la inexhausta y
geras a la verdad de la brisa, un mo­ primera madre.
vimiento tan expresivo, que trasciende
de la figura femenina todo un poema hu­ J. M. M.

16
lY U G A H 1)K K K I 'O M I P A R A U N 1*U A1>0
CAN CIO N D E L A, H E R I D A AN SIO SA

Flor Invisible, tus sienes


llevo en lo« dedos prendida.
Pálido cáliz de cobre
mi cabeza a ti inclinada.
Aspiro, dulce, tu boca
en cada apretado pétalo.
El viento, redes de nervios
ha destrenzado en el mar.
Triste, con mi ansiosa herida
estoy, tomo amarga miel.
Retamas en flor, me brindan
abejas de oro y perfume.
El cielo afina sus gasas;
Ya es tarde para vendimias!
Triste con mi clara herida,
estoy como un laúd mudo. . .

CAN C IO N PAHA LA H O R A T R IST E

Busca mi beso en las hojas muertas


Busca mi talle en loa Juncos ocres.
No al duro mar bruñido
No- al cristal de los vientos
Irá el hilo de ópalos de mi llanto
Sino a los estanques con dormidos muscos.
Gacelas de la brisa besarán mis bambros
MU corolas de oro Indinarán su* tallos
Al verme los párpados como seda plúmbeos.
Busca mi pena en los prados dulces
Busca mía ojos en loa saúcos húmedos.

wfÉÉil
M O T I V O S DE C R I O jL I í E D A D

PAHA A L B E R T O L A S P L A C K S

EL 03TBU rrados de luz yesquera entretienen el


viaje.
Una realidad de corazón bajo el peso Diligencia del camio, tambor vivo del
de cielo vivo es el Ombú. Un ojo que tie­ campo, llevas amistad humana, como una
ne esa mirada hacia adelante de los pá­ mano amiga de pueblo en pueblo.
jaros. En las madrugadas sobre su fren­
te se avecinan colores tiernos, y por las LA FLECHA
tardes la sombra se apreta tanto que
atrae a las estrellas. Está solo, para que Dulce llama de muerte que temblaba
el viento detenido vuelva a empezar en en el cielo como una caricia de sed de
él. Sus raíces van basta un fondo sordo, io fugitivo y enemigo. Por su culpa la
donde se tarda en llegar. Sabe del expe­ Muerte alisa un pájaro que florecía el aire
rimento de resistir y del placer de jugar­ con su canto, o detiene el venado ágil que
le pulseadas al Pampero. El vacaje, en su carrera dejaba rayas dulces en la
cuando pasa con la aurora perdida, mi­ rosada mañana.
ra con ojos tiernos la frescura escondi­ En la pelea tiene vías cortas para el
da en un coraje sufrido de hojas. Su co­ odio, y sus puntas de sed llevan la som­
lor es duro para la tenacidad del sol y bra para el nunca jamás. Los heridos pe­
es reconcentrado como la melancolía. chos de los guerreros la balancean co­
Es solemne y sensible en esta ampli­ mo un gajo, mientras hay el grito corto
tud tan natural de su paisaje, y con el y terrible del corazón encontrado. Como
cielo descendido a sus bordes, como una un resplandor de odio va de yuyal a yu­
copa de frescura, se da en la dureza lisa ya] en un doble juego de muerte.
de la Pampa, dejando un recuerdo dul­
ce de amistad a su sombra- EL ESPINILLO
Así es el árbol pampeano, como un co­
razón entre las distancias sumergidas. Una vejez de raíces y una dulzura de
luceB sobre hojas indigentes, así es el
LA DILIGENCIA árbol de la pura hazaña luciente, con
sus felpas amarillas o blancas, como go­
Colores claros sobre la madrugada, tas del sol olvidadas que cautivan la sed
que lanceaba luces detrás de los cerros. de los pájaros que regresan ceñidos de
La serenidad dulce del campo da el buen sombras en los atardeceres. Baca gran­
día junto a la ventanita oscura de la de de taciturnidad, hinca en el aire bo­
noche, que con elogios agrios de erra- canadas de aroma que va en la alegría
jes y de hierros viejos, avanza en pelo­ de los vientos en líricos enredos, entre
tón en una cinta angosta de camino. El abejas y chicharras dando suavidad nup­
latigazo sonoro del mayoral flota sobre cial bajo las tiras de cielo que unen dos
una nube de chingolos. La hierba voltea miradas o dos corazones.
rocío sobre el casco de los caballos, que Tiene brazos de amor para los pája­
Biguien el rumbo viajero del cencerro ros y las abejaB que hacen sus cajas vi­
del cuarteador. La diligencia amarilla vas en su nudos, en la amistad pura que
y rosada, con el bostezo perezoso de sus halla raíz de música en píos.
ventanas oscuras, con humildad de pai­ Espinillo, gauchito de amores finos con
sana pobre, mueve con su trote la ancha el sol, misterio conseguido de la luz en
pereza del aire extenso, y lentamente tus flores, eres una velez y una dulzura
con su andar de matrona, en el fervor en los campos del Uruguay.
de los días achica distancias. Un poco
de ella va quedando en los pueblos de TUPA
paso, mientras va tanteando horizontes (D io« de los charrúas)
y recogiendo amaneceres hasta llegar al
final de ruta. Tupá, amor dulce, niño blanco del país
Pasajeros de risas chacotonas y na­ en donde crece la luna; paloma de cielo

20

i .... ■ .. í i
en el pecho negro de la muerte. Tienes EL CEIBO
el dominio de la brisa que dobla las flo­
res, y de la cachimba que derrama aguas Infantil lujo de la aurora. Ojo manso
lentas- El mangangá con sed te zumba del río de alucinadas gotas de sol. Tus
una ronda, y el avestruz te da plumas flores mueven la sed de los pájaros y
grises para tu penacho. Tu pecho es de adornan la guerrera frente del cacique
olor fino com o el ubajay, y en cuya san­ guaraní. Cielo espiritual gotea entre tus
gre el Tubichá m oja sus flechas. ramas y apaga su celeste en el azul del
¡Ahú! ¡Ahú! bajo las lunas que rue­ río. La virgen india de carita asustada
dan en tu sonrisa, ya dicen los guerre­ y de brazos ágiles, enjoyó su garganta
ros mientras afilan en el viento sus lan­ joven con el coral oscuro de tus flores.
zas; el hechicero de larga melena, junto El cardenal te entregó su penacho como
a la olla de pintado rojo, hace que las una flor más mientras mira su pecho
vírgenes bailen la danza de la llama de amarillo en el nudo oscuro del río. La
anillo azul. Tupá escucha desde las ra­ noche de seda te llena de estrellas rojas
mas y hace que la luz grite ágil en los bajo la luna afilada.
pechos de los guerreros.

J u a n F i l a r t í g a s
ELOGIO D E LOS BORRICOS ORILLEROS

Borrico orillero de largas orejas;


manso como el agua,
bueno como el pan;
eres la estampa viva de la paciencia.
Transeúnte de todos los horizontes,
sobre tu lomo llevas, con sospechosa resignación,
los dos “cargueros” llenos de esperanzas
de la mujer de las orillas.
Por los caminitos del destino,
vienes y vas, mansamente. . .
Para la morena campesina,
cuya ansiedad maternal adelanta la madrugada
por lo menos dos horas cada día;
para la recia hembra, a quien llevas y traes del mercado
tienes más importancia que para un millonario
un Rolls-Roys de 50 H. P.
San Rucio;:
Gustavo Riccio — un hombre de corazón sencillo —
una vez — al mirarte pasar,
por el hilo sin fin del camino de polvo —
me murmuró al oído:
“Es más macho que muchos que visten pantalones,
porque le da el sustento a la mujer sin hombre”
Yo, distraídamente le barajé esta frase:
Es mucho, pero mucho más macho de lo que tú supones;
también le da el sustento
al hombre de la humilde campesina,
y a veces hasta le paga el vicio!
dándole el puñadito de monedas
con que le retribuye la ciudad
su esfuerzo cotidiano.
Con esas moneditas, el amo de su ama
pagará su embriaguez del Domingo.
Pero en medio de todo, San Rucio,
la gente no es totalmente ingrata contigo,
ya que por lo menos le ha dado una tradición a tu cuna:
así como los hijos de los ricoB se encargan a París,
cuando deseas ver florecida tu raza
consignas los pedidos al Cerro Lambaré. . .
Y en la fecha indicada
te llegan cuatro varas larguísimas: las patas,
una recia pelambre y dos orejas rotundas.
Con estas cuatro varas, tu hijo remará las distancias
y cuando llegue al extremo
de la cinta de polvo del camino
con las antenas de sus orejas levantadas al cielo
escuchará el mensaje que le lanza tu voz paternal
desde las orillas de los extrasuburbios. . .

C a m p o . C e r v e r a

22
SO LILO Q U IO D EL OLVID O PRESUNTO

Lejana mía:
¿qué pensarás ahora de mí;
ahora que estoy más allá de tu vida;
ahora que solamente puedo verte en el espejo furtivo del recuerdo?
Recuerdo: algo que se va como el humo,
algo que se disuelve en el agua del Tiempo. . .
¡Ah, si hubiera sido en otras épocas!
no hubiera vacilado en apagar la lumbre temblorosa de tu imágen
con la humedad salobre de unas lágrimas.
Pero hoy ya no puede ser:
¡estoy tan cerca del ocaso!
Comprendo que a pesar de mi sed de horizontes
estos mis ojos ciegos no te recobrarán:
si saliera a buscar las huellas de tus pasos por el luengo sendero
¡no te reencontraría! ¡no te sabría encontrar!
No obstante, para mis evocaciones,
has de Ber eternamente lejana y presente,
porque yo te llevo aprisionada para siempre,
atada a mí por el hilo de seda, de una saudade imprecisa-
A veces te presiento: me parece que es tu voz
la que se aproxima hasta el silencio ceñudo de mis noches
y agita en torno mío el vacío glacial que ampara a tu recuerdo.
Pero luego comprendo que las distancias no se salvan con presentimientos
y que el Tiempo no es un vano cortinaje de humo:
siento que algo más hay detrás de todo eso: Tú.
Pero ha de llegar la hora en que has de pensar en mí
sin ternura y sin odio.
Y entonces comenzará a deshacerse ante tus ojos todoel pasado irredimible
Primero será mi voz la que morirá: Luego,
se irán desdibujando mis facciones
como hebras de humo que se fugan sobre las alas del viento;
y por último,
un día en que tendrás-más que nunca-los labios constelados de sonrisas,
ya no recordarás que mi nombre tenía tantas letras
como tus dedos. . .
¡Otoño! ¡Otoño! Oro viejo de crepúsculos...
Hojas secas echadas a rodar por los yermos caminoB...
Presiento que es llegada la hora en que ya no sabré qué hacer
con este manojo de mis esperanzas anochecidas de sombras. . .
Lejana mía: novia presunta vaciada en carne de ensueños
y tallada a golpes de esperanzas transeúntes:
mientras esta mía hora se deshoja en pétalos de minutos inefables
adivino que mis manos ungidas aún de adioses
ya han recibido de tí el bautismo del olvido..........

En Asunción, a 14-15 de Enero de 1931.


DE E R N E S T O M O R A L E S

Pa sa « L A C R U Z D E L HUB •

EL OPTIMISMO tanoso, porque era el origen de la epi­


demia que asolaba al pueblo continua­
En un accidente de caza, un hombre mente.
quedó tuerto. Un amigo, al saber eso, Y el pueblo se am otinó. Nunca lo ha­
fué a verle, y se le presentó compungido, bía hecho. Los actos más atroces del ti­
en circunstancias de compadecer. rano los soportó el pueblo y no soportó
Pero lo halló alegre, tanto que el otro, que cegaran aquel río pantanoso, del que
asombrado, se atrevió a preguntarle: bebía, origen de enfermedad y muerte.
— Vine a tí creyendo hallarte triste, Pero el tirano, esta vez, se obstinó en
adolorido por la desgracia que te priva llevar un poco de felicidad al pueblo que
de un ojo. Te hallo sereno, casi alegre. por veinte años hiciera desgraciado
¿Pero acaso el haberte quedado tuerto siempre.
te produce alegría? Y el pueblo, exasperado al fin, recor­
Respondió él optimista: dó todos los actos atroces del tirano; se
—El haberme quedado tuerto no me sublevó y, derribándole, tiró su troncha­
produce alegría; pero sí me produce ale­ da cabeza al río que él anhelaba cegar
gría pensar que, en vez de haber queda­ para bien de t o d o s .. .
do tuerto pude haberme quedado ciego. Hay hombres que desean hacer feli­
La posibilidad de una desgracia mayor, ces a los demás hombres, sin pedir el
me hace ver que no soy tan desdichado. consentimiento de los que quieren hacer
felices.
EL PREDICADOR Sin embargo, es más peligroso querer
llevar la felicidad a los demás hombres
Un predicador cristiano llegó a una is­ que llevarles la desdicha-
la de salvajes idólatras.
Iba a predicarles. Pero estuvo obser­ LA RIQUEZA
vándolos. Si es cierto que adoraban a
las piedras de determinada forma y co­ A y B eran am igos y parientes. A, da­
lor y a las estrellas, al sol y a la luna, do al com ercio de las ideas, había deja­
tambiéjn pudo comprobar que los idó­ do que la filosofía le rebosase de precio­
latras eran buenos, piadosos, sencillos so líquido el corazón.
en sus costumbres, castos, sabios, ple­ B, en cambio, am bicioso del placer
nos de amor los unos para los o tr o s ... que da el dinero, lo buscaba, pero sin
No les predico a Cristo. fortuna. Supo B que un pariente lejano
¿Qué necesidad tienen de saber el había muerto y que él quizás tenía dere­
nombre de aquél que llevaban dentro da cho a su cuantiosa herencia.
sus corazones como una llama pura? Se consagró a conquistarla.
A, todas las noches solía visitarlo, ju­
LA VOLUBLE HUMANIDAD gar con él una partida de dom inó, oír
i confidencias, las alternativas de su
Hay hombres que desean hacer felices pleito, sus temores y sus esperanzas. . .
a los demás hombres, sin pedir el con­ Una noche entró A.
sentimiento de los que quieren hacer fe­ B, lo recibió desdeñosamente.
lices. A, entonces, lo felicitó:
Sin embargo es más peligroso querer — ¿Bien, hombre, veo que has gana­
llevar la felicidad a los demás hombres do el pleito y que es tuya la herencia!
que llevarles la desdicha. B, se admiró:
El tirano, seguramente, no sabía esto. — ¡Aún no lo he dicho a nadie! ¿Cómo
Porque veinte años llevaba de oprimir lo has sabido?
a su pueblo, sin que éste, sumiso protes­ A, filosóficamente, sonriendo, le res­
tara. pondió :
Pero una vez, ocurriósele al tira­ — Por la manera desdeñosa con que me
no que era necesario cegar un río pan­ has recibido.

24
LA INCOMPRENSION Un leve yuyo que casi no se levanta­
ba de la tierra, contestó al orgulloso:
Orgulloso de sí mismo, de sus verdes —No la alaban por su color, precisa­
y frescas hojas, el repollo preguntó, des­ mente. Ni su mérito está en su tamaño.
afiante : La alaban por su aroma.
—¿Pero por qué alaban tanto a la ro­ Y el repollo siempre agresivo:
sa? ¿Por qué es colorada? Yo, en cam­ —¿Aroma? ¿Qué es eso?. . .
bio, Boy más grande.

MI FERVOR EN TU CABELLO

PAB4 « L A CRUZ D E L S U R »

P lu m aje de zorzal ea tu cabello.


Relámpagos de azul lo hacen más negro.
Con el sabor del viento.
Con el color del miedo.
Ternura hasta en las yemas de mía dedos
para tocar tu pelo.
Mi boca ea una braaa. Rosa fuego
prendida a tu cabeza, arde mi beso.
Hay un llamear de Infierno,
y una aureola de novia te da el cielo.
Plumaje de zorzal ea tu cabello,
y como el niño, tiemblo.

S á

25
n o c t u r n o M A R I T I M O

Pa ra •L A CHUZ D EL 8U B •

Con una mar endiablada que nos sa­ reposaban de las h oras terribles que a ca ­
cudía hasta la última célula del cerebro, bábamos de vivir.
el “Cóndor” navegaba sobre el Mar de Un violen to tem poral de sur, n os g o l­
Irlanda, con proa al sur. peaba desde hacía cu atro días. T o d o se
El viento silbaba contra el puente, y había roto a bordo. L as co c in a s a p a g a ­
las olas en la noche espesa y profunda das nos privaban de un p o c o de ca lo r
levantaban sus lenguas gigantes, barrien­ para los cuerpos la cio s y h am breados.
do el pequeño barco de uno a otro lado. Una avería en las m áquinas n os tu vo m ás
Envuelto en mi capa de agua, caladas de diez horas al garete en m itad del m ar
las altas botas y mi sombrero de hule, d esen ca d en a d o.. .
protegiéndome de la escasa estructura El aire abajo, después de tan tas h o ­
del puente, cumplía mi cuarto de guardia, ras con las escotillas cerradas se h acía
de 12 a 4, sin más compañía en la infi­ irrespirable, cargado de aceite, de p e tró ­
nita soledad que el tim onel. . . leo y de la respiración de cin cu en ta cu e r­
Allí iba el muchacho con las manos fi­ pos hum anos en cerrad os en tre los m u­
jas en la rueda, soportando impasible el ros de acero.
chapuzón, mientras sus ojos clavados en Eran las tres de la m a ñ a n a . . .
el compás, se esforzaban por mantener Luces lejanas pasaban c o m o libélulas,
en medio de los abismos que nos traga­ com o gusanos de luz arrastrán dose so ­
ban y las montañas que nos ascendían, bre el horizonte.
un rumbo fijo y desesperado. Tenía las m anos y lo s p ies ateridos,
¿Dónde estaban las horas embrujadas y unos deseos enorm es de ech arm e a c o ­
de las lunas tropicales, llenas de guita­ rrer, de andar, de saltar, de g rita r m uy
rras de Hawai, con tamboriles y con car­ fuerte hasta rom perm e los pulm ones, pa­
ne morena y desnuda, fragante a jun­ ra escuchar el eco de m i p rop ia v o z en
gla y a frutas exuberantes?... aquel cam po de silen cio.
Una nostalgia inmensa de luz, de co­ Ante mí, estaba la carta de n a v eg a ­
lor, de sol, se apoderaba de mi alma, ción fija al tablero y apenas resgu arda­
aquella noche, mientras el submarino, da de los aletazos del v ien to y de los
levantando su proa afilada, para luego, golpes de las olas. La luz de una a m p o­
de nuevo sumergirla en la onda fría, lleta me daba un círcu lo de claridad r o ­
cruzaba a 20 millas los mares del norte, jiza.
jélido y tempestuoso. Más allá estaba la som bra densa.
Pasamos frente a Liverpool, pero muy El agua se abría b a jo la p roa del sub­
afuera en la alta mar, esquivando el marino con un ru m or b la n co y cru el y
track de los grandes cargos y los transa­ el monstruo de torso ondulante parecía
tlánticos donde el tráfico es intenso, y arrojar sobre el pequeño c a sco toda su
nosotros en nuestra pequeñez, apenas avalancha de centauros profu n dos, de
visibles nuestras luces, cuando una ola huracanes o scu ro s. . .
nos alzaba, corríamos el riesgo de ser ¿P or qué aquel .hom bre de o jo s o b li­
arrasados por la proa de uno de esos gi­ cuos y am arillenta figura que iba ju n to
gantes. a mi en la noche, no a rrojaba una pala­
Ahora, en la pequeña cámara, recosta­ bra com o una serpentina de hum anidad,
dos sobre los cojines, amontonados casi que viniera a anudarse en el v a cío e s­
unos encima de otros, los demás oficia­ pantoso de las tinieblas? ¿ P o r qué n o me
les dormían. h ablaba?. . .
Con las ropas todavía puestas, en las ¿P or qué no le hablaba y o a é l ? . . .
caras un rictus de indecible cansancio, En la pista sin orillas de esa n och e de
el pelo mojado pegado contra las sienes, maelstroom, el tim onel con sus m anos

26
rígidas sobre la rueda y los ojos suspen­ Carne de rosa y de glicina.
didos sobre el giro-compás, era para mi En sus senos, de ámbar y coral dor­
como un ídolo de piedra, un Slva cruel mían dos poemas de ternura, Y su voz
e impasible, en cuyas venas la sangre no tenía la melodía de las canciones de los
latía. Era una figura de cera arranca­ bardos adolescentes retornando desde el
da de uno de c b o s escalofriantes museos fondo de las brumas.
londinenses. . . Aquella noche, séptima desde que nos
¿Cuántas horas, cuántos días, cuantos separáramos, Burgía ante mí, blanca y
años, la escena se había repetido igual doliente como una Ofelia flotando en las
para él y para m í ? ... El con otros ofi­ tinieblas.
ciales. . . T o con otros tim oneles!. . . Quería alejar de mí, su imagen fría y
Pero esta noche estaba llena de oscu­ dolorosa.
ros presagios. Del otro lado de aquel Y empujaba los flecheros de mi recuer­
cielo bajo y enmarañado se adivinaban do, los arqueros de mi fantasía, hacia
los mundos estelares bañados en la luz los paisajes quemantes, donde el deseo
de sus anillos espectrales. Parecía que se expande como orquídeas monstruosas
por arriba de aquel muro de nubes se iba a la orilla de la selva, sobre arenas de
a oir, como el ruido de mil aviones, el oro, junto a océanos de fuego. . .
concierto wagneriano de los planetas gi­ Llamaba a mi memoria las dulces mu-
rando sobre sus ejes de cristal. . . Acá, latitas de Jamaica, las ardientes negre-
era la sombra húmeda y amortiguada. . . sas de Ceylán, las morenas desnudas y
De improviso, la voz de aquella mujer cantantes de Honolulú. . .
se irguió junto al borde del abismo, es­ Mas era todo en v a n o !. . .
pantosa, igual que allá en el último ta­ Las Imágenes se escapaban al conju­
blón del embarcadero. Aquel grito inhu­ r o . . . Huían en desordenado tropel de
mano de dolor, aquel llamado, aquel fantasmas inexistentes.
adiós. . . Ese grito que fué como el va­ Y allí se quedaba mi corazón estreme­
ciamiento horrible de un profundo ab- cido, amarrado a la cruz de un grito ne­
ceso sentim ental. . . Ese grito se alza­ gro. ..
ba en medio de la n o ch e !. . . Mi conciencia se hundía en un pozo
Romance de amor que apenas durara verde y helado, como aquellos ojos que
treinta noches, con sus treinta crepúscu­ pasaron por el fondo de las nieblas es­
los y sus treinta amaneceres. cocesas, dulces, vestidos de lluvia como
Bajo laB colinas, el pueblecito de pes­ de un luto transparente. . .
cadores escoceses dormía arrinconado en Tratando de escaparme del delirio,
el fondo de sus “ fjords” , perdido entre quise hablar.
su malla azul de canales y el capricho M a s.. . , ¿a q u ié n ??...
de sus islas. Aquel hombre de mirada oblicua y
Cada tarde al irme a tierra, de regreso amarilla, parecía una pieza mecánica
de nuestras penosas sumergidas, en que del submarino, de ese submarino que co­
para probar nuestro Bubmarino, nos pa­ rría a veinte millas contra el temporal
sábamos las horas evolucionando a 200, entregado a mis manos, perdidas en el
a 300 pies, hundidos en aquel mundo ver­ vértigo.
de y transparente de los jardines oceá­ Tomé uno de sus brazos azules, y de
nicos. Ella estaba allí, sobre las maderas frente al rostro Inmóvil, en el cual las
carcomidas del “ Muelle V iejo” , recor­ gotas de agua temblaban como sobre una
tando contra el cielo gris su trajecito piel de aceite, hablé:
de patinadora de los hielos. — ¿Conociste a Mary Nicholson allá
— Aló b o y !. . . en Invem ess?. . .
— Aló B a b y!. . . Sin que un músculo se contrajera en
Voluptuosidad y embrujo de treinta su semblante de piedra, salió la voz des­
noches de amor. colorida :
Alta, flexible, llena de armonías mus­ — Sí. Conocí a Mary Nicholson, mi Ca­
culares y suavidades de flor de acuario, pitán . . .
en sus ojos las luces de aquellos cielos — Pues mira, — exclamé entonces.
nórdicos se teñían de una lívida dulzu­ ¿La ves allí, adelante, en el lomo de esa
ra de musgo humedecido. . . ola que viene contra nosotros, blanca,

37
extraña mirada se cruzó entre nosotros.
Bajé a la cámara y me tendí en el le­
U * blanca como »»« S™" fl« r cho revuelto, temblando de frío.
amarina y »»■ »« A la siguiente tarde, entramos en Car-
respondió. cas¡ su surrándolo diff. .> , . .
Me fui a tierra y envié el telegrama
—Pues bien, dUe, Nlcholson ha
en su oído helado.. • Mary m urgente:
“ Mary Nicholson. Inverness. — Dime
muerto!!-••
algo de tí” .
7 g S r S a r is .ia p e r .y -t a .... Aquel telegrama no tuvo nunca, ¡nun­
ca! una respu esta...
No haW*»“ “ á*Je mañana, aubió
Cuando a las » o-nardía una
un teniente a relevarme de guardia,
FILIA C IO N POETICA DE JAIM E TORRES BODET

Perfección y medida. — El nombre de quista de la expresión justa. El verso


Jaime Torres Bodet ha viajado por to­ está hecho de un material transparente
das las latitudes sobre el lomo de media y fluido que corre con naturalidad arras­
docena de libros. Las revistas literarias, trando imágenes inéditas. No hay abun­
en su vuelo cosmopolita, han preparado dancia sino selección y sobriedad clási­
un amplio horizonte a la voz del poeta. ca. Amplitud resonante donde irrumpen
Nos era ya conocida y amada la mane­ frecuentemente las flautas cortas y del­
ra de su canto; pero es sólo en “ Destie­ gadas de los endecasílabos.
rro” donde hallamos su filiación poética Los motivos modernos, abordados con
definitiva, o sea la medida exacta de un dejo de maestría y clasicismo, ad­
su sueño y la estatura verdadera de su quieren un encanto nuevo y perdurable.
poesía. Se exalta sobre todo el viaje. Entendido
Jaime Torres Bodet nos da esta vez que en tren de lujo que no se parece
una versión pura del mundo. En su li­ en nada sin embargo al “ pullman” de
bro las cosas se iluminan de pronto, en Paul Morand y de A. O. Bamabooth que
su cara más secreta, con una luz ino­ canta cínicamente “ les borborygmes” .
cente. Mundo de lo imperceptible y lo Nuestro poeta viaja en un vagón de fel­
impalpable, en su construcción hay algo pas y vidrios asépticos.
de la arquitectura del humo. Desterrado May un escalofrío de urbe civilizada
de la realidad, el poeta crea otras rea­ en esos poemas donde se mezclan las
lidades — de materia poética — igual­ realidades mecánicas, las pausas efíme­
mente vivas y animadas: “ La cigüeña ras del silencio, los panoramas baraja­
de la lámpara, el oso amaestrado de la dos al azar, la obsesión purificadora del
alfombra y esos misteriosos cirujanos hielo, el secreto descubierto de las co­
que son las sillas, se congregan de noche sas que nos circundan. El poeta inventa
para la autopsia de las lunas muertas” . una especie de mitología moderna: La
“ El espejo cuenta al revés sus cadáve­ Virgen de los Termómetros, el Visir de
res: Los visillos amortajan a los paisa­ los Cines, las Reinas de los Telescopios.
jes reclusos. Como en el Teatro de Coc- La poesía de Torres Bodet es densa,
teau, del armario sale un médico a exa­ rica, nutrida de bellezas interiores, ho­
minar la herida del clavel en la solapa nestamente disimuladas; y el material
del vestido inmóvil” . “ Por la humedad idiomàtico de que está construida apa­
de los muros resbala una galera dor­ rece rejuvenecido, ganancioso de exce­
mida” (1). lencias y virtudes nuevas. Las palabras
La poesía de Torres Bodet es arbitra­ son tan ligeras que podrían pesarse so­
rla, sobrerrealista. Es una rehabilita­ lamente “ en una balanza de música” .
ción de la fantasía de los mejores tiem­ Hay algunas que se han unido por pri­
pos de la creación literaria. Está poesía mera vez en acoplamientos sorprenden­
se mantiene sin un desmayo de principio tes y otras que se han embellecido por
a fin, desarrollándose en versos largos y vecindades armoniosas. El vocabulario
numerosos como los pliegues del mar. es hermoso y disciplinado y en él cada
Los bloques límpidos, cargados de líri­ palabra está cumpliendo su rol poético.
ca sal, dejan al descubierto de vez en “ Destierro" es una serie de poemas
cuando una escama reluciente o un mi­ ejemplares de la intimidad. No es on
neral maravilloso. destierro del cielo, como el del poeta de
En este “ Destierro” no hay tortura ín­ “ Sobre los ángeles", sino un destierro en
tima ni drama. Hay la lus de la pupila el Sueño. La narración de este viaje a
asombrada ante un- espectáculo Irreal. través del sueño está contenida en el
La expresión poética se ordena confor­ libro desde la partida, ante la presencia
me a los cánones de la arquitectura, en Invltadora y sobrenatural de la lámpara,
una sabia simetría, y alcanza los pla­ hasta el “regreso” al mundo de las for­
nos más altos de la serenidad. No hay mas concretas y familiares. Torrea Bo­
rastros de lucha interior por la con- det nos ha dado con su última obra uno
de los mejores exponentes de la poesía
(1 ) ¡alm o T orrea Bodefc D w 4 a n % BdUortal E tp M **
G olp e, Madrid. 1430.
de evasión en nuestra lengua.

29
Imagen.— Un libro de poesía es un re­ “ en que los automóviles estampan
gistro del mundo. Registro en extensión tropeles de fantasmas
o en profundidad. El ser poético viaja lo sobre paredes de papel poroso.”
mismo a lo largo de los continentes geo­ (Pág. 95)
gráficos que a través de las latitudes es­ (Aquí pasa una sombra de Rafael A l-
pirituales del planeta. Muchas veces se berti).
enriquece de singulares hallazgos. El Humorismo, casi podríamos decir tam-
poeta, por un pequeño salario de gozo, mién sentido de lo que los franceses lla­
emplea su vida en esta especie de registro man “ bizarre” , hay en los siguientes imá­
civil de la belleza, investiga el parentes­ genes:
co de las cosas y lo anota virginalmente "La Tierra cuelga del clavo
en su cuaderno. en que la colocó una máñana de invierno
Jaime Torres Bodet cataloga imágenes el señor Laplace” .
de aparente sencillez aunque de perspec­ (Pág. 102)
tivas recónditas. Más bien dicho, por “ ¿Qué metálico Dios
medio de imágenes registra sus impre­ en este mar de nieve en que me lanzo
siones del mundo exterior y relata su pro­ ordena
pia historia emocional. Su imagen es la pesca de mi cuerpo destrozado?
sintética, destilada como una esencia (Pág. 119)
sutil, cuajada en múltiples facetas, “ quí­
"L a Tierra está pendiente del capricho
micamente pura” . Imagen despojada,
de un jugador de billar” .
geométrica, precisa como un teorema y
(Pág. 55)
hecha para ser captada totalmente por
los ojos, sin intervención de la voz, me­ “ Y no hemos traído del Diluvio
nos del canto. Poesía visual, en esque­ una sola tarjeta postal.
mas donde se adivina el trabajo de la (Pág. 103)
mente y la aportación de la cultura. De Imágenes de lo arbitrario, invención
una cultura conquistada a fuerza de las pura:
más altas disciplinas y de la poda severa “ Se oyen pisadas que no se acercan, tes­
de lo espontáneo y lo exuberante. tigos que no declaran, tambores que no
El ojo del poeta sigue el contorno del [redoblan,
mundo material, aprisiona su ser pro­ cornetas
fundo y verdadero, lo guarda cuidadosa­ en que el ejército aguarda la orden de
mente hasta su cristalización definitiva un emperador fusilado” .
y lo devuelve luego en categoría de pen­ (Pág. 15)
samiento. El sentido del color, el humo­ “ en que se oye el gemido de la puerta de
rismo — un humorismo que resuma ape­ plata que cierra
nas de algunos poemas, — la construc­ un Arzobispo demente sobre una iglesia
ción de lo arbitrario, se nos manifiestan de llamas” .
discretamente en imágenes compactas. (Pág. 24)
He aquí una crlstalogía de “ Destierro” . “ Para que no pidamos socorro a los án-
Imágenes de color: [geles
"Todo el invierno ha llegado en esta el Ladrón de Bagdad ha cortado las venas
de los teléfonos” .
carta de Rusia.
(Pág. 21) (Pág. 103)
Esta imágenes de juego ágil, desfilan­
“ la ternura de una toronja en el país de
do sin fin en una pista transparente y
un frutero vacío” .
vasta, hacen que su creador ocupe un
(Pág. 22)
lugar señalado en el panorama literario
“ la hoja de la retama hispanoamericano de hoy, donde le ve­
contaha el color del tiempo” . mos pensativo, asomado a una alta ven­
(Pág. 31) tana, con la raíz del sueño marcada en
"y la soledad de la garza se multiplica de la frente. El notable hispanista y crítico
pronto por la frecuencia del francés Pillement dice: “ Torres Bodet
[mirlo.” es el Qlraudoux de lengua española, con
(Pág. 83) toda su invención, toda su exquisita li­
"Batallas del sonido contra el aire, bertad, su emoción discreta y su sonrisa
de la voz contra el eco, del color tierna y cómplice” .
contra la geometría del diamante. Disciplina«— Lo que aprendemos sobre
Te encarcelaré con triángulo«, fulgor.” todo, en el último libro de Torres Bodet
(Pág. 44) es la disciplina poética. Todas las voces

80
confusas que pugnan por escaparse de Jorge Luis Borges, el “ ramoniano” Oli­
la garganta del hombre, son ahogadas verio Glrondo y Leopoldo Marechal en
por el poeta para dar salida solamente al la Argentina. Y así casi en todo el ca­
canto organizado y limpio. Su poesfa es sillero continental.
una construcción diáfana e inteligente, Jaime Torres Bodet es también, y sin
cuyos elementos se superponen en equi­ ceder en calidad al poeta, un prosista
librio perfecto hasta lograr la estabilidad magnífico. "Margarita de Niebla” y la
y la altura premeditadas. El constructor "Educación sentimental” son obras ri­
trabaja en andamios de maravilla y con cas en contenido estético. Aun en la ma­
niveles de luz. Toda su obra está bañada teria más ancha de la prosa trabaja T o­
en el resplandor de la creación intele- rres Bodet con una preocupación arqui­
tual. tectural. Espíritus de la talla de Benja­
En nuestra América, donde aún sub­ mín Jarnés afirman que estos dos libros
sisten el énfasis y la declamación ampu­ colocan a su autor "en la más firme je­
losa, al amparo de los pseudocrfticos que rarquía del idioma castellano” .
proclaman que la poesía “ genuinamen- Nuestro poeta llegó a playas españo­
te americana” debe ser grandilocuente, las con un bagaje de libros y un espí­
la obra poética de Torres Bodet es un ritu madurado al calor de la concentra­
ejem plo. Ejemplo y modelo del control ción y el estudio. Tuvo que esforzarse y
que la inteligencia debe ejercer sobre el batallar contra una "muralla de hom­
impulso lírico. La poesía a gritos, la bres” para dejar ver la luz que traía en
"poesía en bruto” , si se nos permite la la frente. Ya lo dice él mismo: “ He te­
expresión, está en derrota ante la poe­ nido que aprender a nadar en una com­
sía civilizada. La aparición del poema petencia de náufragos” . Luego, su obra
culto es ya, felizmente, una realidad en se impuso. Las mejores revistas de Occi­
muchos países hispanoamericanos. dente la comentaron con elogio. Los crí­
En el M éxico admirable de hoy se ha­ ticos españoles señalaron al reclón ve­
llan, al lado del claro maestro Alfonso nido puesto de honor entre los jóvenes
Reyes y del autor de "D estierro” , el Car­ Y ahora es el poeta que nos hace la más
los Pellicer de "Cam ino” — que es una aguda insinuación de esta hora con su
vía real hacia la plenitud, — Ortiz de “ Embarque hacia la Geometría” , que es
Montellano, Javier Villaurrutla, Sal­ el viaje hacia las líneas disciplinadas,
vador Novo, González R ojo. En Cuba, la perfección, la nitidez, y la medida. No
Juan Marinello y ahora Eugenio Florit. hay duda que allegará innumerables es­
En Colombia, Luis Vidales, Castañeda píritus su propaganda de belleza, su men­
Aragón. En el Perú, el interesante César saje de sobriedad y de altura. Jaime T o­
Vallejo, Alberto Hidalgo, Guillén, Xavier rres Bodet es el embajador de la nueva
Abril, Martín Adán y otros. En Chile, el poesía hispanoamericana en España.
profundo Neruda, Salvador Reyes, Juan
Marín, Gerardo Seguel y muchos más. Barcelona, Abril de 1931.

f o r g e C a r r e r a A n d r a d e

SI
PARAGUAY ARTISTICO

Con la exposición de los ocho cuadros, Enrique Marsal, Herich Pietzunka y A l-


con que el Paraguay concurre a la Ex­ fred Kamprat, traídos especialmente de
posición Pan Americana, que se acaba Europa para dictar cursos en el Instituto
de inaugurar en Baltimore, se ha cerrado Paraguayo, que está bajo la dirección del
el ciclo artístico del año 30, y, sería inte­ profesor Giménez. Dicho cuarteto ha rea­
resante hacer quizá, algunas considera­ lizado una laboriosa obra cultural, eje­
ciones al respecto. cutando varios conciertos de Beethoven,
El Paraguay, engarzado en el corazón Haydn, Grieg, Smetana y Borodín.
de América del Sud, sin un paso directo Al mismo profesor Remberto Giménez,
hacia el mundo, sufre las influencias de se debe la creación de la Orquesta Sinfó­
los países circunvecinos, que como un nica, con los profesores antes nombrados
tamiz se interponen a las corrientes es­ y alumnos del Instituto. Este año han
pirituales de Europa hasta llegar a estas ejecutado la 3.* Sinfonía de Beethoven,
playas. El movimiento artístico, por lo además de composiciones de Weber, W ág-
tanto, si bien tiende hacia una europeiza­ ner, Grieg, Rossini, etc. Se ha llevado a
ción, pierde en su paso por los países cabo, casi a razón de un con cierto m en­
limítrofes el sello de lo típicamente euro­ sual, donde los músicos prestaban su c o ­
peo, para llegar como una simple tenden­ laboración desinteresada, pues la econ o­
cia espiritual, que incidiendo en lo típico, mía del país no permite aún la fijación
dá como consecuencia un arte autóctono de sueldos. Y es más interesante el he­
con la tendencia a recoger los procedi­ cho, pues a Asunción no ha llegado nun­
mientos técnicos de los países de donde ca ningún solista célebre y m enos aún
vinieren. Por esa razón, si en otros paí­ conjuntos sinfónicos.
ses el artista debe forzar su inclinación En las artes plásticas, — que deberían
de lo europeo hacia lo típicamente natu­ ser motivo de un estudio especial, — se
ral, aquí va de lo típicamente natural destacan en primer orden los pintores
hacia lo técnico europeo. Juan A. Samundio, Modesto Delgado R o ­
Y es natural que así sea. El Paraguay das, Pablo Alborno y Holdenjara, todos
vive aún las consecuencias de su histo­ ellos han realizado estudios en Europa,
ria. El aislamiento en que lo sumió Fran­ donde han ido becados por el gobierno.
cia, el desastre material y moral como La naturaleza paraguaya es pródiga en
consecuencia de la guerra de la Triple motivos, ya sea por sus paisajes donde
Alianza y la lucha de los caudillos revo­ la vegetación tiene un colorido, difícil de
lucionarios que está aún al alcance de encontrar, quizá, en otros países, com o
la mano, han sido consecuencias de la en sus serranías, llenas de quebradas y
cristalización de la civilización o cultura, pomposamente adornadas por una vege­
y que sufriese un colapso en su floreci­ tación natural. El tipo autóctono presen­
miento, debiendo el artista reconcentrar­ ta también características fáciles a la im­
se en sí mismo. Y estos hechos son des­ presión artística.
graciadamente tan recientes, que el arte No existiendo una pintura anterior que
no ha podido sobreponerse a ellos e ini­ les sirva de margen y contra la cual
ciar un camino decisivo de extraterrito­ deban luchar, el problema de las nuevas
rialidad. tendencias pictóricas no ha llegado a
Sin embargo, se nota un gran afán en­ constituir un problema. Inspirados más
caminado hacia la realización de una que todo en el impresionismo italiano,
etapa artística. De la nada está surgiendo han recogido de través, pero sólo com o
un movimiento cultural. En música, el problema espiritual, a la distancia, todas
profesor Remberto Giménez, egresado las inquietudes de profundidad porque lu­
del conservatorio que dirige el profesor chan las tendencias modernas, dejando
Alberto Williams, en Buenos Aires, des­ de lado la literatura y el chauvinismo de
pués de varios cursos intensivos en Pa­ que fatalmente tuvo que usarse en Euro­
rís y Berlín, bajo la dirección de Lucién pa. Así, tanto Delgado Rodas com o Sa­
Capet y Alejandro Petschicoff respectiva­ mundio, resuelven el plano decorativo y
mente, ha organizado primeramente un la profundidad por medio de las nubes
cuarteto de cuerdas con los profesores de sus paisajes y la división natural de

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planos en la arquitectura de la compo­ Pablo Alborno, que durante mucho
sición. tiempo estuvo alejado de las telas a vuel­
Este año, se han llevado a cabo sólo to a ellas con nuevos bríos. Alborno y
dos exposiciones pictóricas, en el local Holdenjara, nos tienen prometidas dos
del Gimnasio Paraguayo, espécimen de exposiciones para este año.
Academia de Bellas Artes. La primera de Con la concurrencia a la exposición de
ellas, del pintor Modesto Delgado Rodas, Baltimore, el Paraguay entra a la con­
que aborda más que todo la figura, re­ quista de un puesto en el desarrollo ar­
tratos, desnudos, de composición vigoro­ tístico americano, del cual estaba ale­
sa, donde el tipo autóctono con su vestido jado. Es un nuevo resurgimiento, promi-
característico, alterna con el paisaje de sor para el futuro, y, hecho con toda
contrafondo. La segunda exposición, la abnegación, pues dada la mala economía
realizó Juan A. Samundio, paisajista por del país casi ningún artista puede vivir
excelencia, que siente con intensidad el de su arte.
colorido exhuberante de la flora para­
guaya, asf com o también la emoción de N. BLEY.
los cerros abruptos y la corriente impe­
tuosa de los arroyos que surcan todo el Asunción.
territorio.

R E V I S T A S R E C I B I D A S

La Pluma, N.» 19. Editor: Oraini Bertanl. Mon­ Crónica del Arte. Publicación del Museo Pro­
tevideo. vincial de Bellas Artes. Director: Emilio Peto-
Alfar, N.* 70. Director: Julio J. Casal. rutti. Año 1A N.» 1. La Plata (Rep. Argentina).
Repertorio Americano, Tomo XXII, N.os 13, 14, Brújula. Revista mensual independiente de Arte
15 y 16. Director: J. García Monje. San José (Cos­ e Ideas. N.os 10, 11 y 12. Buenos Aires.
ta R ica). Cuyo - Buenos Aires. Literatura, Arte. Crítica.
Nosotros, N.os 263, 264, 265. Directores: Alfredo N.os 3 y 4. Mendoza (Rep. Argentina).
A. Bianchi y Roberto GuistI. Buenos Airee. Hontanar. Revista mensual de literatura y arta.
La Reforma Social, Tomo XLVIII, N.os 5 y 6. Loja (Ecuador). N.os 2 y 3.
Director: Jacinto López. Nueva York. Megáfono. Revista universitaria. N.os 8 y 7.
Indice. Mensuario de cultura. San Juan de Puer­ Buenos Aires.
to Rico, N.os 24, 25 y 26. Argentina. Periódico de arte y critica. Director:
Revista Bimestre Cubana. Volumen XXVII. N.os Córdova Iturburu. N.os 1, 2 y 3. Buenos Aire*.
2 y 3. La Habana (Cuba). Cartel. Boletín editorial. J. Samet Buenos Airea.
Contemporáneos. Revista mejicana de cultura. La Antena. Organo de cultura nacional y ex­
N.os 34 y 35. Méjico. tranjera. Panamá. N.os del 1 al 12.
Portucale. Volumen IV. N.os 18 y 19. Porto Vértice. Organo oficial de la Asociación José E.
(Portugal). Rodó. N.os VII y VIII. Montevideo.
Revista de las Españas. N.os 53, 54, 55, 56, 57 Nervio. Ciencias. Artes. Letras. N.oa 4 y 5.
y 58. Publicación de la Unión Ibero-Americana. Buenos Aires.
Madrid. Miscelánea. Publicación mensual. N.os 1 y 4.
Rieles. Organo del Centro Universitario “ Di- Quito (Ecuador).
nancla". N.os 13 y 14. Quito (Ecuador). Front. Revista internacional N. 3. Holl&nd.
El libro y el pueblo. Revista de Bibliografía y La Revue Mundiale. Año XLII. Volumen CCII-
Biblioteconomia, órgano del Departamento de Bi­ Parls.
bliotecas de la Secretarla de Educación Pública. L’ Esprit Francata. Año 3.'. N.* 56. París.
N.os 1, 2, 3 y 4. Tomo IX. Méjico. Cultura Venezolana. Revista mensual- Director:
Barandal. Revista mensual. N.oa 1 y 2. Méjico. José A. Tagliaferro. N.os 109 y 110. Caraca».

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n o t a s y c o m e n t a r i o s

PAUL MORAND DIBUJO* DE MARRADAS

Hemos tenido entre nosotros dos días apenas Una exposición de Rafael Barradas es siempre
a Paul Morand, uno de los mis personales y un acontecimiento en nuestro ambiente, un lujo
originales representantes de la novela francesa para el espíritu y la sensibilidad. En el Palacio
de la "post-guerra”. Dos días, una conferencia, Sarandí acaba de Inaugurarse una, interesantísi­
chispeante y espiritual como todas las suyas, so­ ma, Integrada por muchos de sus dibujos, inéditos
bre el tema: "Las mujeres contra los hombres”. y desconocidos para nosotros. Razones imperio­
En el salón de actos de la Universidad, que re­ sas de tiempo no nos permiten ocuparnos ahora
sultó pequeñísimo para la cantidad de personas como sería nuestro deseo de esa explicación, pero
que quisieron oírlo, Morand disertó sobre los avan­ la recomendamos a todos aquellos compatriotas
ces de la mujer en nuestra época iconoclasta de que no hagan girar su vida alrededor de las fluo
tradiciones y costumbres. Se refirió más a la tuaciones del $; de un goal de Tito Borjas; de un
mujer europea y norteamericana que a la nues­ uppercut del “ burro de los mataderos”, o del par­
tra, esculpida todavía en el molde semlcolonlal tido verde, azul, o tornasol. Estamos seguros de
de que no se ha podido libertarse. El autor de que para quien sea capaz de elevarse un poco
"Femó la nuit” y de "L’Europe galante”, es uno sobre las miserias circundantes esta muestra de
de Jos más profundos conocedores de ese intere­ Rafael Barradas constituirá una verdadera libe­
sante tipo nuevo de mujer que se ha emancipado ración.
de todos los prejuicios seculares sin perder los
encantos eternos de la feminidad, y el que cono­ E X P 0 8 IC I0 N -V E N T A DE P IN T U R A Y
cemos a través de novelas y crónicas más o me­ E S C U L TU R A
nos brillantes y verídicas. De nosotros, Morand,
no puede haber llevado impresión alguna, fuera Para el día 20 del corriente mes está anun­
del mal efecto que ha de haberle producido ese ciada la apertura en el Palacio Sarandí, de la Ex­
monumental adefesio del Palacio Salvo, cuya sola posición - venta de obras de nuestros principales
vista impulsa a todos viajeros inteligentes que pintores y escultores. Plasma así en realidad la
nos visitan, a volver al vapor cuanto antes. Nues­ iniciativa del Director de Correos Dr. César Mi­
tro compañero Gervasio Guillot Muñoz, presentó randa al crear una Oficina Postal de Difusión
con palabra galana y finida y en paro francés Artística, y puesta bajo la vigilancia de nuestro
literario, al gran escritor, amigo Juan M. Fllartlgas. Esta primera mues­
tra de nuestro arte plástico nacional parece que
"C A R TE L" va a ser excepcional, y aunque no se lograran
muchas ventas debido a la mala situación eco­
Se anuncia la reaparición de "Cartel”, bajo la
nómica del país servirá por lo menos como un
dirección de Alfredo Mario Ferreiro y Hugo L.
Ricaldoni. Deséamosle larga vida. gallardo testimonio de la capacidad de nuestros
artistas. Han sido Invitados y tenemos entendido
CARLOS M. de V A LLEJO que han prometido concurrir los siguientes: es­
cultores: Michelena, Pena, Zorrilla de San Mar­
Se encuentra en nuestra ciudad, en uso de li­ tín, Cabrera, Pose, D’Anlello, Chalar, Barblerl,
cencia reglamentarla, el sefior Carlos María de Savio, Prattl, Cantú, A. González, Furest, Ma­
Vallejo, cónsul del Uruguay en Cádiz. La perso­ rino Galn, Calandria, Demlcherl, Manila R liso,
nalidad de Vallejo es conocida y sumamente apre­ etc. Pintores: Rosé, Cúneo, Arzadum, Pese» Cas­
ciada en nuestro ambiente literario, y su último tro, Laborde, Rodríguez, Bazzurro, Urta, Viera,
libro "Disco de sefiales”, versos de vanguardia, Lecour, Sgarbl, Aguerre, De Simón«, Saredo, Bra­
le ha valido el más hermoso éxito de su carrera vo, Danerf, Buxareo, Balparda, Fablnl de Fusco,
literaria. Director de "Renovación", revista de Oblol de Mufioz Montoro, Pastor, Salgeiro, Barra­
Arte que ve la luz en la ciudad andaluza en que das, Flgarl, Carvajal Vlctorlca, Costlglloso, Belli-
reside, ha probado ser también un experto ani­ ni, Nieto, Carafí, Baletti, Blelll, Rlvello, Mllo
mador y un crítico agudo y cordial. Sus amigos Bereta, Castellanos, Fayol, Frangolla, Argüí, Fe­
de ésta — que los tiene Innumerables, — lo han rrari, Heider, Allseri, Franch, Méndez Magarlfios,
agasajado de todas maneras, tratando de hacerle Lázaro, Pereyra, Pareja, Benzo, Padilla, Balpar­
lo más grata posible su estada en esta ciudad de da Castellanos, Prevostl, Rúfalo, Ivone Chapuls,
sus amores y preferencias. Nuestro saludo. ?tc.

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