Tres Poemas Ineditos de Jose Luis Rey

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TRES POEMAS INEDITOS DE JOSE LUIS REY

TRES POEMAS IN ED IT O S DE JOSÉ LUIS REY


LAS TROPAS NAPOLEÓNICAS ATRAVIESAN MI CUARTO

Estos hombres que vienen a morir


¿por qué pisan mi ropa? Muy al fondo
he visto yo las cúpulas lacadas,
al fondo del espejo, donde siempre es verano.
Y ahora
los pesados cañones, los soldados cayendo, las botas de charol,
una vida tras otra,
hundiéndose en la nieve. ¿Tú te acuerdas?

Yo tuve aquí una vez catorce años,


en esta habitación. Días claros: la estepa
era entonces un mar de trigo eléctrico.
Por la mañana íbamos a clase.
Por la tarde, escuchábamos un disco.
Y en aquella cabaña de la cómoda
vivía Pushkin, padre de los pájaros.

Debajo de la cama pasaba un río alegre.


Aguas primaverales.
Yo era tan delgado que podía nadar,
nadar hacia Moscú. Y del piso vecino
llegaba aquel vapor del blanco samovar.
Mi familia danzaba en el tejado.
Cuarto mío de entonces: las dachas florecientes
se extendían al lado de las sillas.
Turguéniev sonreía en un zapato.
Y el correo del zar galopaba en el techo.

Amor mío, Natasha, míranos.


Los osos saben escapar del miedo.
¿Recuerdas tú los bailes? Aquella ceremonia,
tanto gesto y tú apenas tenías joyas:
solo algunas estrellas en la espalda.
Después todo fue curvo, una aceleración.
Al subir, las palabras moldean el espacio
y esto ocurrió con mis poemas, mira:
aquel verano vino de mi voz.

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TRES POEMAS INÉDITOS DE JOSÉ LUIS REY

Pero aquello pasó.


Y dejé de cantar. La humedad ha crecido
y veo un mapa verde en la pared.
Tendremos que llamar a los pintores.
El invierno es muy duro. No se puede dormir
con miles de franceses pisando la almohada.
Hace ya tanto frío que también los caballos
se tienden en la alfombra, dispuestos a morir.
No hay calefacción.
Y el granizo golpea las ventanas.

Nunca más hablaré, nunca más hablaré.


Mi mente estaba llena de una dicha.
El vendaval destrozará el jarrón.
Y yo querré nadar en las cortinas,
pero se habrán helado para siempre.

Y los hombres que pisan estas sábanas


han de morir para aprender a ver.
Ay, yo me fui tan lejos.
Dejé mi habitación por tantos años.
Y ahora mira el desastre: las paredes
están llenas de moho
y las tropas no dejan de pasar.

Yo que todo lo tuve y responde la nieve:


yo que todo lo vi por vez primera.
Nunca más cantaré.
Mi mente estaba llena de una dicha.
La nieve crecerá hasta la lámpara.
Pero nunca diré cómo es posible
vivir entre los muertos de la luna.

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EL MAELSTROM EN LA SOPA

En el viaje al confín del alimento,


al fondo de la luz no masticatile,
en esta expedición al sol hirviendo, en nuestro descender
a los misterios de otro corazón
que burbujea en el volcán, volando
en los lagos del norte, en nuestra vida gótica,
en azafrán dorado de los fiordos,
en este remolino acaba el mundo.
La cuchara del náufrago y el cuerpo adolescente
ya no sirven, se quiebran en la fuerza del descenso.
Y el vacío nos lleva, ni siquiera una pluma escapará
de tanta clara gloria.
En el borde del plato se congregan las ranas
como monjas en torno de una espiga.
Acordaos de mí, acordaos de mí,
dice el hombre que va a ser absorbido
y alzando así los ojos
ve arriba una vez más el jarrón con las flores amarillas,
el día puesto allí, desordenado,
el viejo humilde don
que se aleja en el aire. El remolino
ya convierte sus piernas en raíces del mar
y en círculos desciende, más amplios cada vez,
con cangrejos, sirenas y podrido pescado.
Todos los hombres se hunden en la sopa.
Abismo, ten piedad,
pues en la rueda azul del alimento
solamente quisimos ser muy jóvenes
para apretar los pájaros que cantan
en las axilas de una mujer.
Suena, sopa, despierta a tus ahogados.
Y lánzalos, escúpelos de nuevo
a la tierra caliente de Abraham.
En los tobillos del día, en sus escamas,

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han de tenderse los despiertos y


cantar, cantar, cantar.
Y del cuerpo aterido, encallado en la costa,
se derrama otra vez
el primero y el siempre último amor.

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MI LUCHA CON LA MOSCA

Ángel mío, ¿me anuncias mi mañana?


Anúnciame también otro esplendor.
Ángel negro y sonoro, tartamudo,
¿qué sol has visto en mí
que me cantas y el mar nos ha cercado?
Qué solos estamos, ¿verdad?
Qué solos estamos.
De mi cuerpo al cristal, el paraíso
es tu misión que zumba, tu ovillo peligroso.
Tanto luchamos y ninguno puede
abrir esa ventana.
Ni tú ni yo veremos quién te envía
a escribir en mi piel con tus espadas, con los dedos de Ruth.
Mi familia marchó, yo luché con la mosca.
Una mañana y una tarde y un día
estuve luchando con ella.
Se rompieron los sellos más líquidos de otoño.
Detrás de la ventana era amarilla
la eternidad.
Y el oro peregrino
se detuvo en las cofias asombradas
de las muchachas belgas al salir del sermón.
Nada supe después, nada aprendí,
sino una montaña
transparente, un alud de leves huesos
hacia arriba, rocío del milagro.
Yo que pude haber visto
el temblor de la eterna primavera,
yo que pude haber sido
otro ángel más dócil,
tuve solo la gloria de luchar
al borde del Edén.
Si vuelves, mosca mía, si regresas
de pronto y ya no estoy,
si acaso duermo en una calabaza,

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despiértame, exterminio,
despiértame sonando, clarín de Apocalipsis,
mi azul revelación.
Y yo, que aguardo el día, lucharé,
yo que espero la gracia.

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