Pedro Boga Mar Adentro

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Pedro boga mar adentro (Lucas 5:1-11)

Superficialidad o Profundidad
El sol se va levantando despacio sobre las montañas que rodean el mar de Galilea. El aire
es fresco y puro. Algunas nubes todavía están pintadas con los colores rojizos que
pronostican un día caluroso. El barco se va acercando lentamente a la orilla. Los
pescadores levantan gradualmente los remos, como si cada uno pesara cien kilos.
Tan pronto desembarcan se les acercan algunos probables compradores y otros curiosos
de esos que abundan por todas partes, y preguntan:
― ¿Qué tal estuvo la pesca?
― Mala, responde uno de ellos haciendo un gesto con la cara mostrando su descontento.
― ¿Y sacaron algo? ― pregunta otro.
― Nada — contesta Pedro.
Los indiscretos no se quieren dar por vencidos e insisten:
― ¿Pero no sacaron ni siquiera esos chiquitos que casi no sirven para nada?
― ¡Ya les dije que no sacamos nada y nada significa nada! —refunfuña Pedro.
― ¡Cuando yo no pesco no pesca nadie! —agrega seguidamente, irritado.
Ellos habían experimentado muchas veces una pesca pobre, pero siempre había algunos
de esos peces pequeños y comunes que no eran los más cotizados. Han sufrido esa
noche un fracaso total.
Con cara de pocos amigos Pedro y sus compañeros empiezan a limpiar las redes que se
han ensuciado con algas, cangrejos y otros restos inservibles que ha dejado la resaca.
Simón dice:
― ¡Yo no sé por qué me dediqué a la pesca!
El otro con cara de no dormir le responde:
― Yo tampoco, ¡y que vamos a hacer!
Es entonces que un grupo bastante grande se acerca. La gente rodea a un hombre que
se llamaba Jesús. Se decía que había sanado a uno en la sinagoga que tenía un espíritu
inmundo. También se rumoreaba que había sanado a otros cuantos en Capernaum.
El gentío se amontonó para escuchar a ese “profeta” de Galilea. No querían desatender ni
siquiera una palabra. Tenían miedo que ese murmullo constante que las multitudes
producen pudiera hacerles perder algo importante.
Después de un rato “el Nazareno” deja de hablar y se dirige a uno de los barcos. Es el de
Pedro. Entonces dice a éste que lo apartase de tierra un poco. Desde ese improvisado
púlpito le enseña a la multitud.
Por último, la prédica del Nazareno llega a su punto final. Ya había dicho todo lo que tenía
que decir. La “dosis” de enseñanza se había completado. Alcanzó al punto en que no era
necesario repetir más ni traer nuevos conceptos. Quizás alguno le pidió que siguiera
hablando pero ya se había dicho todo lo que esa multitud debía escuchar.

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El púlpito era muy inusual pero adecuado. La voz potente y clara del Redentor se
escuchaba con el trasfondo del ruido agradable y apaciguador que hacen las olas cuando
se despliegan mansamente sobre las orillas de la playa.
Pedro y sus amigos quedan pasmados cuando escuchan la sugerencia de Jesucristo:
“Boga adentro y echad vuestras redes para pescar”. Ellos están a un nivel que el agua les
llega a las rodillas. Pedro responde: “Maestro toda la noche hemos estado trabajando y
nada hemos pescado”. Hace una larga pausa y hace un gesto con sus manos como
diciendo: ¿qué puedo hacer? Observa el rostro bondadoso de Jesús y agrega “mas en tu
palabra echaré la red”.
Pedro con sus compañeros empiezan a remar mar adentro.
Se escucha el ruido rítmico de los golpes de los remos partiendo el agua como si fuera un
machete. Con cada golpe cientos de gotas saltan como si el mar estuviera chorreando
sangre blanca. Estos hombres tienen músculos acostumbrados a deslizar esa pesada
barca. El pescador no hace más preguntas. Sabe muy bien lo de bogar mar adentro.
Las siluetas de los hombres en la playa se hacen más pequeñas y apenas se distinguen
como bultos oscuros. Por fin llegan a cierto punto. Las olas golpean la barca suavemente.
Hay un poco de viento. El pescador mira al Maestro buscando su aprobación. El Mesías
hace una seña afirmativa y ellos empiezan a tirar las redes. Después de un rato ellos
vuelven a mirar al Nazareno. Como preguntándole: ¿Podemos ya empezar a recoger las
redes? El Mesías hace otro gesto de aprobación.
Cuando empiezan a tirar se dan cuenta que no es nada fácil. Apenas pueden hacerlo.
Uno de los pescadores le dice a Pedro:
― ¡Esto está tan pesado que parece que pescamos al pez que se tragó a Jonás!
― ¡Cuidado! ―grita el otro― la red no aguanta, se va a romper.
Cientos de peces grandes han quedado atrapados en la red.
Los ojos de Pedro y colaboradores parece que se saldrán de sus órbitas.
“Y habiéndolo hecho encerraron gran cantidad de peces y su red se rompía”.
Estos hombres nunca habían visto algo así. Sí que habían escuchado las historias que
todos los pescadores cuentan. Cada vez que la misma se repite el pescado ha crecido un
palmo. Pero aquí las redes estaban repletas de peces grandes y “gorditos”. No había
entre ellos alfeñiques.
Al fracaso de toda la noche sin pescar nada se alterna una mañana luminosa y con la
bendición del Señor una pesca extraordinaria.
Gritan haciendo señas a los de la otra barca. El patrón les pregunta:
― ¿Qué pasa, por qué están tan alborotados? ¿Tienen algún problema?
― ¡Vengan enseguida ― exclama Pedro ― no podemos con todo el cardumen!
“Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que
viniesen a ayudarles: y vinieron y llenaron ambas barcas de tal manera que se
hundían” (Lc 5:7). Las redes parecía que se iban a romper pero aguantaron. La barca
parecía que se iba a hundir, pero no, no naufragó.
― ¡Carguen más que mi barca apenas aguanta! —vociferaba Pedro.
Simón Pedro nunca había visto algo así en toda su vida de pescador. Mira a Jesús y se
da cuenta que es mucho más que un maestro de religión. Cae sobre sus rodillas. Sus ojos

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están cubiertos de lágrimas por la emoción y exclama tartamudeando: “Apártate de mí
Señor, porque soy hombre pecador”.
El maestro con toda naturalidad le responde: “No temas desde ahora pescarás hombres”.
Por fin llegan a tierra. Los mismos curiosos se acercan a observar. Unos elogian lo
copioso de la pesca; otros, la sin igual destreza de Pedro.
― Nunca he tenido una pesca como esta —comenta Pedro― ¡Con ella me despido!
¡Hoy es mi último día trabajando como pescador!
Los curiosos han quedado de boca abierta.

La historia bíblica y yo
Dios tiene un propósito al permitir el fracaso en la pesca de Pedro y sus compañeros.
Lo que ellos ignoran es que en su plan maravilloso, Él ha hecho lo que hace el joyero
cuando quiere mostrar una perla o un diamante. Para que resalte lo pone sobre un fondo
de terciopelo negro. Cuando el Señor obra así en nuestra vida y solo vemos el fondo
oscuro, nos desanimamos. Uno de los problemas del fracaso es que se sufre por la
pérdida en sí. Es decir, Pedro ha perdido el dinero que él pensaba ganar. Pero a su vez
hay otra desventura: la de las personas a nuestro alrededor que nos miran
compasivamente preguntándose: “¿Cómo es posible que si tienen la bendición de Dios
les vaya tan mal?”.
Noten que el versículo 3 declara: “y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud”.
No sabemos por qué utilizó el barco de Pedro y no otro. Quizás por la sencilla razón de la
confianza que con él tenía. ¿Acaso no había sanado a su suegra? Conociendo la
personalidad del futuro apóstol nos damos cuenta que él estuvo pronto a poner todo lo
que tenía a disposición del Señor.
En la vida espiritual del creyente todo comienza con un poco de separación. Pedro,
estando con sus amigos lavando las redes, a la solicitud del Mesías lo deja todo para
complacerle. Primero el Nazareno ordena que la barca se aparte un poco de la orilla, y
luego se distancie más remando mar adentro a lo más profundo.
Las aguas superficiales son normalmente tranquilas. Las profundas pueden estar agitadas
y ser aún peligrosas.
Recuerden a aquella María que ungió al Señor con ese perfume precioso y costoso. ¿Se
acuerdan del jovencito que permitió que sus pocos panes y peces fueran utilizados por el
Señor y como resultado varios miles fueron alimentados? En cada caso que alguien ha
puesto de lo suyo para el servicio del Señor hay una bendición o un reconocimiento. En
este caso Pedro puso a disposición del Mesías su embarcación.
¡Cómo me gustaría saber lo que Él les enseñó!
Sin duda que pronunció frases semejantes a aquellas que dijo al paralítico: ¿Qué es más
fácil decir tus pecados te son perdonados o levántate y anda? (Lc 5:23). 0 quizás
palabras como las que anunció a Nicodemo: “os es necesario nacer otra vez”. O
expresiones como las dichas a la mujer samaritana: “El que bebiere del agua que yo le
daré para siempre no tendrá sed”. O como le dijo a Marta: “El que cree en mí aunque esté
muerto volverá a vivir” (Jn 11:25).
Vivimos en una sociedad y tiempos de superficialidad: en las conversaciones, en las
lecturas, inclusive hasta en los libros sobre temas “espirituales”.

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En nuestros estudios bíblicos, queremos un mensaje corto que muchas veces dura menos
que un 30% de lo que nuestros padres escuchaban. ¡Y qué triste cuando tenemos
superficialidad en el ministerio de la palabra!
El Señor le dijo a Pedro “boga a lo profundo”. ¿Sugerencia o una orden?
Quizás lo correcto fuera que Pedro dijera algo así como: Señor voy a hacer lo que tu me
mandas y nada más. Pero alega: “hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado
nada”. Insinúa — como haríamos nosotros ―, “si no pescamos nada no es porque no lo
hayamos intentado”. Pero la segunda parte de la frase ilumina el carácter de Pedro al
decir: “más en tu palabra echaré la red”.
Me imagino al pescador pensando algo así: “Maestro, tu eres el hijo de un carpintero;
nada más lejos de ellos que el arte de pescar. ¡Yo soy un pescador profesional!
Pero si lo pensó, se contuvo. Se habían afanado toda la noche sin resultados. Es una
confesión de mucho tiempo y esfuerzo invertido para fracasar como nunca les había
pasado. Sin duda que intentaron en zonas prometedoras, las más hondas y las no tan
profundas. Es que aquella noche es como si alrededor del barco de Pedro hubiera bajo el
agua un letrero luminoso advirtiendo a los peces: “Prohibido pasar”. Y cuando el barco se
desplazaba a otro lugar el anuncio también se movía. Era como una barrera impenetrable
cerrando el paso hacia las redes.
El Señor Jesús le muestra al futuro apóstol cómo Él está en control absoluto de la
naturaleza. Lo que ningún ser humano puede hacer Él lo puede.
Observamos que las redes “se rompían”. Esta es una expresión elocuente por la magnitud
de la pesca: lo que por la impresión se teme que va a suceder no acontece.
La obediencia al Señor siempre trae bendición. De romperse la red todo se hubiera
perdido. Ninguna persona que ha sido alcanzada por la red del Evangelio de la Gracia de
Dios se puede perder; eso es estar en la mano del Hijo y la del Padre sin nadie que de allí
los arrebate (Jn 10:28-29).
Nos preguntamos: ¿cómo podría tener una bendición abundante del Señor? Cuando
Pedro pescó y fracasó el Señor no estaba con él. Cuando se produce el milagro, el Señor
está muy cerca de él, precisamente en la misma embarcación. Pedro dice: “apártate de mí
que soy un hombre pecador”. Él se da cuenta de que Jesús es santísimo y él es un
pecador.
El mismo David plantea la pregunta en el Salmo 15: “¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu santo monte? El que anda en integridad y hace justicia. Y habla
verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua. Ni hace mal a su prójimo. Ni
admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado pero
honra a los que temen a Jehová. El que aun jurando en daño suyo no por eso cambia.
Quien su dinero no dio a usura. Ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas
cosas, no resbalará para siempre”.
Los que estaban en la otra barca vinieron para ayudar y fueron bendecidos, aunque
ajenos a los detalles y pormenores de lo que los otros fueron testigos. Siento que muchas
veces ― hablando en forma figurada ―, somos como los que estaban en la otra barca.
Compartimos las bendiciones pero no tenemos la apreciación gloriosa de la persona del
Señor. No podían ellos tener la misma sensación de Pedro en cuanto a la naturaleza
pecaminosa humana y la santidad del Señor.
Años después, en su epístola, el apóstol hablando del monte de la transfiguración dijo:
“como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 P 1:16).

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El pescador hizo algo que no tendría que hacer a menos que Jesús fuese divino. Se
arrodilló delante del Mesías. Mucho tiempo después un centurión romano se arrodilla
delante de Pedro pero éste le dice: “Levántate pues yo mismo también soy hombre” (Hch
10:26). Observemos que Jesús no le dijo que no lo hiciera.
El Señor no se podía apartar de él dado que estaban en el barco, pero tampoco lo hizo
cuando llegaron a tierra firme.
Esta escena nos trae de inmediato a la memoria al profeta Isaías cuando éste tiene la
visón de la gloria de Dios y dice: “¡Ay de mí! que soy muerto, porque siendo hombre
inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto
mis ojos al Rey Jehová de los Ejércitos” (Is 6:5).
Cada vez que hay una revelación de la gloria de Dios, el ser humano se hace muy
consciente de su naturaleza pecaminosa. Pero insistimos, el Señor en su bondad no se
apartó de Pedro.
Nosotros hubiéramos sospechado que el Mesías hubiera utilizado un prodigio
espectacular de curación o de resurrección para convencer a Pedro y conseguir que él
aceptara el llamado. Pero no fue así, Pedro era un pescador y Jesús le va a ofrecer un
milagro de su propio ámbito cotidiano.
Pedro cayó de rodillas tomando la misma posición que va a tomar el endemoniado
gadareno (Lc 8:28).
Vemos cierta similitud con la escena de Apocalipsis: “Cuando yo le vi, caí como muerto a
sus pies. Y él puso su diestra sobre mí diciéndome: “No temas yo soy el primero y el
último y el que vive y estuvo muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos” (Ap
1:17).
La palabra “profundo” es el mismo término que se menciona en (Mt 13:5) cuando se nos
dice de la semilla que nació y se quemó y se secó porque no tenía profundidad. Hay un
peligro de sembrar sin profundidad.
Tenemos la profundidad en relación a la sabiduría y conocimiento de Dios. “Porque Dios
encerró a todos en incredulidad para tener misericordia de todos”, y luego en el versículo
33: “¡oh profundidad de las riquezas de la sabiduría (sofía) y ciencia de Dios cuán
insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Ro11:33). Una profundidad
que hay que admirar.
Observamos la profundidad en relación a la naturaleza divina. “Dios nos las reveló por el
Espíritu porque el Espíritu todo lo escudriña aún lo profundo de Dios” (1 Co 2:10). Una
profundidad que hay que escudriñar.
Así llegamos a otra “hondura” muy preciosa. La del amor de nuestro Salvador. “Que
habite Cristo por la fe... para que podáis comprender con todos los santos cual sea la
anchura y la longitud y la profundidad y la altura y conocer el amor de Cristo que excede a
todo conocimiento” (Ef 3:18). Es una profundidad en la que nos regocijamos.
Pero hay un precipicio que no podemos ignorar y se debe evitar. Hablando de la iglesia en
Tiatira leemos “lo que ellos llaman las profundidades de Satanás” (Ap 2:24).

Detalles técnicos
El texto bíblico nos dice que “el Señor se sentó”. Nosotros para hablar en general nos
paramos, pero era costumbre de los israelitas sentarse para enseñar. Jesús estaba
sentado al lado de un pozo cuando encontró a la mujer samaritana (Jn 4). En Juan 8 en

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relación con la mujer adúltera se nos dice que estaba sentado y les enseñaba. En Mateo
5 al comienzo del Sermón del Monte se dice específicamente que “sentándose vinieron a
él sus discípulos y les enseñaba”.

Las cosas que no pasaron


• Pedro le dijo al Señor que se apartara de él y el Señor no se apartó.

• La red parecía que se rompía pero no se rompió.

• Las dos barcas parecerían que se iban a hundir pero no se hundieron.

• Pedro creyó que era un día de fracaso y el Señor lo cambió en un día muy
productivo con su bendición.

El líder que hay en cada uno


El dirigente obedece los principios de la Palabra de Dios así como Pedro obedeció al
mandato del Verbo de Vida. Cuando no lo hace no puede contar con la bendición del
Señor porque Él no puede honrar nuestra desobediencia.
Así como Pedro puso su embarcación a disposición del Señor, el líder está dispuesto a
poner sus posesiones y aún el tiempo, para el servicio de nuestro Salvador.
El adalid reconoce que no tiene la perfección, santidad y conocimiento que le gustaría
tener y está dispuesto a reconocerlo y lucha para lograrlo.
Trata de “remar mar adentro” en la palabra de Dios, la cual medita y la estudia
regularmente.

Temas para grupo de estudio


1. ¿En qué se muestra la obediencia de Pedro?
2. Cuando Pedro dice “apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador”, ¿lo hacía por
humildad o por otra razón?
3. ¿Qué significa profundidad espiritual?
4. ¿Quiénes son en un modo figurativo “los de la otra barca”?
5. ¿Qué significa ser “pescador de hombres”?

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