Como Muere El Sol - Bruno Bellmer
Como Muere El Sol - Bruno Bellmer
Como Muere El Sol - Bruno Bellmer
Bruno Bellmer
Al galope va pensándose, le comienza el dolor en el costado, lleva miedo en sus pestañas al saber
que va a morir, trae la mejilla zurcida, la que le otorga
el mote con el que se le conoce por la región: el Rajada.
Lleva mares de alcohol en el gañote, luego de tal serena tarde el sol quema dejando un océano de
nubes incendiadas en el cielo, ahora que la sosiega tarde se le pinta de sangre el Rajada va con el
costado perforado por un balazo.
Con el tiempo comiéndole la vida alza la mirada, su rostro está decadente; el caballo aprieta el paso,
el mundo salvaje va cantándole a su sangre, el alazán zarandea la cabeza y con cada movimiento sus
cabellos ondulan en la velocidad, el Rajada va cerrando ya los ojos, sabiéndose muerto, en la
simultaneidad de sus pensamientos se acuerda de los breñales en su vida, no baja la cabeza, mejor
morir con los ojos en alto, perdiéndose en la naturaleza que le vio crecer, en aquellas tierras vírgenes
que demoraban, aquellas brasas en las iris del vaquero se acrecientan.
El Rajada siente como el rojo cuaco desacelera, apaciguándose como su propia vida se le está
desintegrando, fusionándose con el paisaje rojizo que deja el sol.
El Rajada cae de sopetón sobre las tierras, el caballo prefiere caminar, como buscando fugarse para
siempre ahora que su jinete se le muere. El Rajada mira su sombrero de cuero negro, se acerca poco
a poco, arrastrándose junto a la polvareda que levanta al ritmo de su penosa andanza, el viento
sopla y es más que puro y limpio.
Zumba el viento como zumbaron el par de revólveres del Rajada, así cuando iba creándose más piel
de bestia, zumba el viento como zumbaron los bramidos de sus muertos, y el Rajada intenta ponerse
de rodillas, irse levantando con las últimas fuerzas.
Se coloca su sombrero.
Lo piensa bien, nadie mirará su muerte, tal y como nadie vio su nacer.
El caballo se mira ya a lo lejos. El Rajada se tienta el costado ensangrentado, la melancolía dilatada
en sus cabellos oscuros le produce un grito hueco, un grito ahogado, un grito que va sólo para
dentro, sólo para sí. El Rajada sabe que las cosas fueron así... no había de otra para él... es un ente
del salvajismo, un primate en comparación con lo que le dice que no siga más. Ahora entiende su
tristeza, esa tristeza que le cobijó por semanas, ahora entiende que ya presentía su muerte.
El Rajada anda de pie. No quita la mano del costado. No sabe ni el nombre de aquel que es su
asesino. Y anda a la deriva, intentando alcanzar a su caballo, y camina mugiendo como lumbre viva.
Ha soñado cuanto podía soñar, y ahora no quiere cerrar los ojos. El Rajada siempre fue perseguido
por los buitres, por lo feroz del mundo, y él que se creía lo más feroz.
La sedienta tarde se le va acabando. Anda sólo pensando sonseras, que se quiere quedar, que se
quiere morir, que ya la sangre se le salga toda, que no quede ni gota, que mejor no se le acabe, que
ojalá y nadie halle su cuerpo, que ojalá y nadie lo olvide, ahora se pregunta para qué seguir
correteando el horizonte.
El Rajada no alcanza a su caballo.
Se tumba boca abajo y se va yendo como muere el sol.
SEMBLANZA
Bruno Bellmer (Ciudad de México), cuentista y novelista, en su carrera literaria ha sido antologado
por las editoriales La Sangre de las Musas, Colectivo Entrópico y Necro Editorial; con Vitrali Ediciones
ha publicado los libros “Funky Gun”, “Psicosis en Ciudad Ruido”, “Deja de rascarle los huevos al
Diablo” y “Como muere el sol”.