SÓCRATES

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Filosofía 4º año SÓCRATES: UN EJEMPLO DE ACTITUD

FILOSÓFICA
Prof. Raquel Guinovart
Nace muy cerca de Atenas, hacia el año 470 A.C. Su padre era picapedrero fino o según
algunos, escultor; su madre, “excelente partera”. Pertenece a un grupo social poco
distinguido, pero en pleno auge frente a la decadencia de la aristocracia ateniense.

Como la mayoría de los atenienses fue hoplita (soldado de infantería); miembro de un


jurado y senador, aunque esto le correspondió por sorteo1 y durante muy poco
tiempo. Sin datos de él hasta los cincuenta años, desconocemos su oficio; sabemos de
su interés por muchas materias y de su afición a la lira y a la danza. Casado con
Xantipa, con la que tuvo tres hijos, sus relaciones con ella fueron difíciles tanto por el
áspero carácter de ella como por el poco cuidado de Sócrates con sus deberes
familiares.

De gran fortaleza física pero poco agraciado, conversador empedernido que no sale a
pasear al campo porque “nada le enseñan los árboles y las flores sino los hombres y la
polis”, desconcierta a sus interlocutores con su ironía hasta hacerles exclamar (según
Diógenes Laercio): “jamás sabemos si hablas en broma o en serio”. Este mismo autor
destaca su austeridad y su frugalidad en la comida, hasta el punto de atribuir a esta
última razón, el que no contrajera la peste de Atenas del año 429 A.C.

Controvertido y crítico, tiene problemas tanto con el gobierno de los demócratas, a los
que considera ineptos y demagogos, como con los aristócratas, a los que acusa de
defender sus intereses de clase hasta la corrupción. Con todo, respeta y acepta el
nomos (leyes) de su ciudad hasta el punto de acatar la sentencia que lo condena a
muerte.

Acusado de negar los dioses del Estado y de corromper a la juventud, es llevado ante el
tribunal compuesto por quinientos un jueces. Sus seguidores intentan persuadirlo
inútilmente de que abandone la ciudad. Pero huir suponía renunciar a lo que
consideraba la máxima gloria de ser griego. Cuarenta días más tarde bebía la cicuta
rodeado de su mujer, sus hijos y sus más fieles seguidores, tras un último diálogo sobre
la inmortalidad del alma que recoge PLATÓN en El Fedón

1
La elección por sorteo era lo más habitual ya que era vista como lo más democrático: las elecciones
favorecerían a los más ricos, elocuentes y famosos, mientras que el sorteo repartía el trabajo de la
administración entre toda la ciudadanía, integrándolos dentro de la experiencia democrática que, en
palabras de Aristóteles, suponía “gobernar y ser gobernado por turnos”. La asignación por sorteo de un
cargo a un individuo estaba basada simplemente en su condición de ciudadano, y no en su mérito o
cualquier forma de popularidad que pudiera ser comprada. Este método fue considerado un medio para
prevenir la compra corrupta de votos y dar a los ciudadanos una igualdad política total, ya que todos
tenían la misma probabilidad de obtener un cargo gubernamental. No era obligatorio, los ciudadanos
tenían que postularse para ser elegidos por cualquiera de los dos medios.
1. La situación histórica

En el año 508 a.c. Clístenes propuso a sus conciudadanos atenienses que Atenas
sufriera una revolución política: que todos los ciudadanos compartieran el poder
independientemente de su estatus social, que Atenas se volviera una «democracia».

Bajo este régimen político ocurrieron las dos guerras Médicas, en las que Persia
intentó invadir las polis griegas. En el año 478 a.c. se produce el triunfo definitivo de
Grecia que tuvo como artífices principales a los atenienses y les inspiró confianza en sí
mismo y en su régimen democrático. Es en el siglo V, hasta el comienzo del siglo IV
(399 a.c.) que se desarrolla la edad de oro ateniense que culmina con el proceso y
condena de Sócrates.

Las guerras persas y las exigencias posteriores de la hegemonía imperial de Atenas


habían impuesto la extensión, a todos, de los deberes militares y, por consiguiente, de
los derechos políticos. La economía agrícola feudal se había transformado en
economía industrial y comercial; nuevas clases –de mercaderes, artesanos, marineros-
participan en el gobierno del estado. Se siente la necesidad de preparar nuevas élites
dándoles una cultura político-jurídica basada en el conocimiento de los problemas
intelectuales y morales, y asistida por una dialéctica 2 capaz de imponerse y triunfar en
las asambleas y en los tribunales. La adquisición de semejante cultura exige maestros
que ofrezcan la enseñanza que el público reclama y está dispuesto a pagarles. Es así
como aparecen los sofistas, que viven de su magisterio y exigen remuneración a los
discípulos, por lo que orientan su actividad a la esfera más restringida de los ricos. En
eso estriba una de las diferencias fundamentales entre ellos y Sócrates que Jenofonte
nos presenta vivamente en el relato de un diálogo de su maestro con el sofista
Antifonte:

“¡Oh, Sócrates! –dice el sofista-, yo creo que eres justo pero en modo alguno sabio; y
me parece que tú mismo lo reconoces al no cobrar retribución alguna por tu
conversación. Sin embargo, a nadie entregarías gratuitamente, o por menos de su
valor, tu abrigo, tu casa u otra cosa que te pertenezca. Es claro, pues, que si
atribuyeras algún valor a tu conversación también por ésta cobrarías una retribución
que nno fue inferior a su justo precio. Se te podrá, entonces, llar justo, ya que no
engañas a nadie por avidez, pero no sabio, ya que lo que conoces nada vale”.

“¡Oh, Antifonte! –contesta Sócrates- nosotros creemos que la hermosura y la sabiduría


pueden emplearse igualmente tanto de manera honesta como deshonesta. Si una
mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se la llama prostituta; e,
igualmente, a quienes venden su sabiduría por dinero a los que la buscan se los llama
sofistas, vale decir, prostitutos. Al contrario, si alguien enseña todo lo bueno que sabe

2
Teoría y técnica retórica de dialogar y discutir para descubrir la verdad mediante la exposición y
confrontación de razonamientos y argumentaciones contrarios entre sí.
a quienquiera vea bien dispuesto por naturaleza y se convierte en su amigo, creemos
que ése cumple con el deber del ciudadano óptimo.”

La oposición entre uno y otro no consiste sólo en el hecho de que el sofista cobre una
remuneración por su enseñanza, sino también en que, de acuerdo con esta diferencia,
los sofistas vinculen la elección de sus discípulos a la situación económica de los
jóvenes, en tanto que Sócrates sólo la vincula a la disposición intelectual y moral que
revelen.

El magisterio de Sócrates

Sócrates no escribió nada. Este abstenerse de la enseñanza escrita suele explicarse con
el motivo que Platón le hace enunciar en el Fedro: la escritura es como la pintura,
cuyas imágenes están presentes ante nosotros como personas vivas, pero que si las
interrogamos callan majestuosamente; así, el discurso escrito no sabe dar
explicaciones, si alguien las pide, ni defenderse por sí mismo, sino que necesita
siempre la intervención de su padre.
Pero el motivo más esencial aparece en otros diálogos platónicos, cuando en la misma
enseñanza oral Sócrates evita los discursos largos que sólo permiten al discípulo una
pasiva función de oyente. La forma propia de la enseñanza socrática es el diálogo en
donde el maestro pregunta más que contesta, excita la reflexión activa del discípulo y
provoca su respuesta obligándolo a buscar para descubrir; o sea: es un despertador de
conciencias e inteligencias, no un proveedor de conocimientos.

Para Sócrates “la vida sin examen es indigna del hombre” (Apología), en tanto que el
conocimiento de sí mismo constituye la condición o mejor, la esencia misma de la
sabiduría y de la virtud, únicas que nos transforman en mejores a cada uno de
nosotros. “Conócete a ti mismo” significa: adquiere conciencia de tu fin y de tus faltas
reales; la primera de éstas, la que impide toda enmienda espiritual, es la creencia de
no tener faltas, esto es, falta de conocimiento de sí mismo y de la verdad que se
esconde bajo la ilusión y pretensión de sabiduría. Saber que no se sabe, es decir,
adquirir conciencia de los problemas y de las lagunas que escapan a la pretendida
sabiduría: he ahí el primer resultado del examen y conocimiento de sí mismo, primera
sabiduría verdadera.

“Querefonte –narra Sócrates en la Apología- habiendo ido una vez a Delfos, tuvo la
osadía de preguntar al oráculo si había alguien más sabio que yo. Y la Pitia le constó:
“Nadie”. Al oír esto yo pensé: ¿Qué quiere decir el Dios?, ¿qué es lo que esconde en sus
palabras?, pues tengo certeza de no ser sabio, ni mucho menos. Entonces, ¿qué quiere
decir cuando afirma que soy el más sabio entre los hombres? Y largo tiempo estuve
pensando qué era lo que quería decir. Después me puse a indagar. Interpelé a uno de
los que pasan por sabios y me dije: ahora voy a desmentir el vaticinio y a mostrar al
oráculo que éste es más sabio que yo, aunque él ha dicho que yo lo soy. Pero, al
examinarlo, he aquí lo que me ocurrió. Al conversar con él descubría que parecía sí
sabio a muchos y sobre todo a sí mismo, pero que no lo era. E intenté demostrarle: “Tú
crees ser sabio y no lo eres…”. Al irme pensé: en verdad soy más sabio que él pues
nadie entre nosotros sabe nada bello y bueno, pero él cree saber y no sabe: yo no sé,
pero tampoco creo saber. Y por esta pequeñez parece que soy más sabio: porque no
creo saber lo que no sé”.

La conciencia de su ignorancia representa para el hombre una verdadera sabiduría, en


cuanto por ella su espíritu se purifica del error. “En cambio –dice Sócrates en el Sofista-
me parece ver una especie de ignorancia que es la más grande y peligrosa y tiene por sí
sola un volumen igual al de todas las otras juntas”. “¿Cuál es?” “La que no sabe y cree
saber, pues origina todos los errores que cometemos con nuestra inteligencia.”

2. La refutación como purificación y estímulo para la investigación. La mayéutica.

La mayéutica, como específico método socrático que se propone ayudar a que cada
uno “dé a luz” la verdad de que es portador, consta de dos momentos o partes:
Negativa y demoledora la primera, Positiva y constructiva la segunda. En un primer
paso (Ironía), se trata de descubrir la falsedad de las opiniones corrientes que se
sostienen sobre las cosas, en particular, sobre las que interesan al ciudadano –la
justicia, la sensatez, la mesura, el saber, la virtud- o, al menos, la poca seguridad que el
interlocutor tiene de las mismas. Mediante hábiles preguntas intenta convencerle de
que tiene opiniones y acepta afirmaciones que, al someterlas a un examen detenido,
en realidad llevan a la contradicción y a un callejón sin salida (Refutación). Ésta es la
parte negativa del método, que debe entenderse como una liberación de la ignorancia
que es una exigencia fundamental en el método socrático. La refutación tiene la misión
de suscitar en los otros la conciencia de su ignorancia, y por eso no llega ni debe llegar
a una conclusión positiva sino a un resultado negativo que, sin embargo, es
preparación y estímulo para la investigación reconstructiva.

La pedagogía socrática es activa, no permite que aquel a quien se refuta permanezca


en la actitud pasiva sino que lo obliga a cooperar activamente en la refutación, etapa
que el educador dirige más que efectúa.

Al engendrar respecto al conocimiento, una duda metódica, la convierte en


preparación necesaria y estímulo para la investigación. Después de la refutación, se
presenta la segunda parte del método socrático, la mayéutica o arte del
alumbramiento. Consiste en “alumbrar” mediante la aplicación constante del
razonamiento expresado en el diálogo, la verdad sobre las cosas, lo que son realmente
la virtud, la justicia, lo bueno, etcétera. Esta parte conduce a la definición o el acuerdo
pactado al que, mediante el discurrir en común, han llegado todos los participantes.

El diálogo –intercambio de logos- bien llevado, desemboca en el descubrimiento, por


parte de los interlocutores, de la definición acertada de lo que se busca. Sócrates está
convencido de que el hombre posee en sí una capacidad cognoscitiva segura por
voluntad de los dioses. En efecto, hay saberes que la divinidad se ha reservado pero
hay otros muchos conocimientos que han dejado a nuestro alcance. Entre éstos está lo
concerniente al arte de gobernar y al establecimiento de las cosas convenientes para la
ciudad. El resultado que se obtenga de la discusión –en la que se irá poniendo de
manifiesto la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares y, Cque rija como
valor en esa sociedad. De esta manera, el acuerdo, al que se llega después y como
consecuencia del diálogo, adquiere valor universal frente a la opinión y el
interés particular: “Es verdadero lo que aparece a todos como verdadero”.

Ese diálogo no es la defensa de la opinión de cada uno contra el otro, ni el particular


punto de vista de cada cual, sino el esfuerzo común de alumbrar la verdad entre todos,
recuperar el significado de las palabras que ya todos y cada uno pueden emplear con la
seguridad de entender lo mismo, superando así la imposibilidad de un diálogo
edificado sobre el puro relativismo de las opiniones. “Con que así era como decía que
llegaban a ser los hombres mejores y los más felices y los más capaces para discutir y
dialogar: y aún decía que el dialogar o discutir se decía en griego “dialégesthai” de los
que se juntaban en común a reflexionar discerniendo y distinguiendo, esto es
“dialégontas”, las cosas en sus géneros y clases”. (Jenofonte: Recuerdos socráticos,
libro IV, cap. V, 12).

Fragmentos de Sócrates, Rodolfo Mondolfo

¿Cómo procederemos para adquirir el conocimiento de lo que son la virtud, la


justicia, etc.? Sócrates estaba dispuesto a sugerir un método, tanto para los otros
como para sí mismo. El conocimiento se adquiere en dos etapas a las que se refiere
Aristóteles cuando dice que Sócrates podía en justicia reclamar para sí el mérito de
dos cosas: el argumento inductivo y la definición general. Estos términos lógicos un
tanto secos, que indudablemente hubieran sorprendido al mismo Sócrates, no
parecen tener mucha relación con la moral: pero, para Sócrates esa relación era
vital. La primera fase consiste en recoger ejemplos a los cuales todos estén de
acuerdo en que se les puede aplicar el nombre de justicia (si es la justicia de lo que
se trata). Después, esos ejemplos de acciones justas son sometidos a examen a
examen para descubrir en ellos alguna cualidad común por virtud de la cual merecen
aquel nombre. Esta cualidad común, o más probablemente este grupo o nexo de
cualidades comunes, constituye su esencia en cuanto actos justos, y es, en realidad,
abstraído de las condiciones accidentales de tiempo y circunstancias que
corresponden individualmente a cada uno de los actos justos, lo que define la
justicia. Así, pues, el argumento inductivo, es un llevar a la mente desde los ejemplos
particulares, reunidos y considerados colectivamente, a la comprensión de su
definición común.

Los filósofos griegos, William K. C. Guthrie

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