Métodos de Estudio Guitarra
Métodos de Estudio Guitarra
Métodos de Estudio Guitarra
MÉTODOS DE GUITARRA
por Matanya Ophee
Traducido por Melanie Plesch
Copiado literalmente
de http://www.guitarandluteissues.com/methods/castilia.htm
Esta ponencia es una breve historia de los métodos para guitarra publica-
dos por guitarristas de habla española, ya sea en España o en otros países.
Sobre este tema se han publicado un número considerable de artículos y
tesis doctorales. En tal sentido, deben mencionarse los nombres de Paul
Cox, Danielle Ribouillault, Joseph Holecek, Nicola di Lascio, Brian Jeffery,
Mario dell’Ara y Erik Stenstadvold. Además de tratar la significancia histórica
de los métodos principales, yo diría que la mayor parte de estos estudios se
preocuparon fundamentalmente por analizar los aspectos técnicos de la
ejecución guitarrística tal como aparece demostrada por los diferentes
autores. Otro enfoque que considero inadecuado en estas obras es que, si
bien estaban tratando de cubrir el tema desde todos los ángulos posibles,
se concentraron únicamente en aquéllos métodos de la primera mitad del
siglo XIX provenientes de Europa Central y Occidental que han llegado hasta
nosotros.
La mayor parte de los métodos impresos en los últimos tres siglos estaba
dirigida directamente al estudiante y daban por sentado que no había un
profesor disponible. Inclusive, a menudo estaban diseñados para evitar al
profesor aún en aquéllos casos en los que se suponía que el alumno conta-
ba con uno. Puede decirse que aquéllos métodos que gozaron de numero-
sas ediciones, como por ejemplo los de Carulli y Carcassi, tuvieron éxito
porque permitieron a los aficionados aprender la técnica básica ya fuera
que tuvieran acceso a un maestro o no. Como muchos guitarristas de mi
generación recordarán, estos libros también servían como textos didácticos
“listos para llevar” y como tal fueron usados por nuestros maestros.
El prólogo continúa con una descripción detallada de las razones que lleva-
ron a Moretti a añadir un compendio completo de la teoría general de la
música: él no podía enviar a sus clientes a Italia a buscar libros de teoría y
no pudo encontrar ningún libro en castellano que satisficiera sus requeri-
mientos. Desde el punto de vista pedagógico, el libro de Moretti no es un
método práctico para el aficionado medio. Ello no obstante, es una fuente
de información indispensable para la historia de la pedagogía de la guitarra
española, habiendo sido quizás el primer intento serio de sistematizar el
conocimiento acerca de la guitarra y sus posibilidades, un esfuerzo que
sería llevado a su máxima expresión por Moretti mismo y por Giuliani, Sor y
Aguado en los años subsiguientes.
(*La tapa que se muestra aquí es la de la segunda edición del mismo libro
de 1816. Con cambios menores, es básicamente el mismo libro de 1799,
publicado en facsímil por Tecla Editions. Copia en el Bryant Library, Dart-
mouth College, Hanover, New Hampshire, call Nº MT582.F35.)
El año 1820 vio la aparición en Madrid del primer método para guitarra
escrito y publicado por Dionisio Aguado, su Colección de Estudios. Este
pequeño trabajo cambiaría para siempre la naturaleza de la pedagogía gui-
tarrística, si bien no se le dio mucha importancia en la época de su publica-
ción. En esta obra Aguado sienta las bases para un nuevo enfoque de la
pedagogía guitarrística totalmente distinto de todo lo publicado hasta
entonces en Europa. Aguado nos dice que sus razones para escribir esta
obra fueron las siguientes:
La parte práctica del libro está dedicada a los 46 estudios. Dicha parte
comienza con una larga discusión sobre la estética de la música y una des-
cripción completa del sistema de estudio de Aguado. Además de prestar la
necesaria atención a la ubicación correcta de los dedos de ambas manos,
dice, uno debe seguir las siguientes reglas:
1. Los estudios deben ser aprendidos en el orden en el cual se
presentan.
Cinco años después, en 1825, Aguado publicó en Madrid una nueva y mejo-
rada versión de su Escuela de Guitarra. Si queremos entender en forma
realística el desarrollo de nuestra disciplina es necesario apreciar la verda-
dera contribución de esta obra monumental a la pedagogía guitarrística. Al
no poder presentar su contenido completo, permítanme hacer una breve
descripción.
Las primeras 22 lecciones han sido diseñadas como piezas a una sola voz,
ocupando habitualmente no más de dos renglones de música y limitadas
enteramente a los primeros cuatro casilleros. Obsérvese aquí que Aguado
no utiliza el concepto de posición. Las 22 lecciones están escritas en su tota-
lidad en el registro más grave del instrumento y requieren solamente el uso
del pulgar de la mano derecha. Comienzan con ritmos simples binarios en
blancas y negras y progresivamente incorporan esquemas con puntillos,
tresillos, sextillos, doble puntillo, síncopas y staccatos. La elección de tonali-
dades es totalmente arbitraria. Decididamente, esta es una dieta estricta y
en cierto modo ascética para los estudiantes, pero sin duda el tipo de ejerci-
cio de lectura a primera vista que inculcará al alumno un seguro sentido
del ritmo.
El círculo se lee en sentido contrario a las agujas del reloj. Por ejemplo, el
acorde de Do mayor, que aparece a las tres, comienza en la posición Do, y
se desplaza a lo largo de las posiciones Re, Mi, La y Si. La intención de Agua-
do no es enseñar los acordes de memoria, sino más bien establecer la lógi-
ca subyacente a la armonía del diapasón de la guitarra. El presupuesto es
que, una vez entendida esta lógica, no será necesario memorizar cientos de
estructuras de acordes. El mismo enfoque se aplica no sólo a los acordes
mayores y menores sino también a todos los acordes disonantes posibles,
como la séptima de dominante, la séptima disminuida y la sexta
aumentada.
En el año siguiente, 1826, Aguado viajó a París donde vivió hasta 1838. Poco
tiempo después de su llegada publicó en dicha ciudad dos ediciones de
la Escuela, ambas realizadas para él por un impresor parisiense. La primera
de ellas fue la segunda edición castellana, corregida y aumentada y, casi
simultáneamente con ésta, una versión en francés traducida por François
de Fossa. La versión en castellano estaba evidentemente destinada al mer-
cado español y, quizás, el sudamericano, dado que incluye en su portada la
dirección del negocio de Muñoa en Madrid. Texto y música son casi idénti-
cos a la edición madrileña de 1825, pero ello no obstante, presenta varios
cambios significativos. Una comparación y análisis detallado nos ayudaría
probablemente a entender el proceso de adaptación que Aguado se vio for-
zado a realizar a consecuencia de su traslado a París.
Quizás la mejor descripción de aquéllo que el libro de Sor intentó ser puede
encontrarse en una edición del mismo libro aparecida a mediados del siglo
XIX, arreglada y publicada por su alumno Napoleón Coste. En la Introduc-
ción a este libro, Coste dice:
La segunda mitad del siglo XIX vio el surgimiento de varios virtuosos espa-
ñoles tales como Antonio Cano, Tomás Damas y Julián Arcas. Estos ejecu-
tantes se contentaron con usar para sus clases el Nuevo Método de Aguado,
el cual continuó reimprimiéndose.
En 1921, un tal Pascual Roch publicó una obra en tres volúmenes con la
escuela “oficial” de Tárrega, una obra que deleitó a algunos e indignó a
otros discípulos cuyas memorias de las enseñanzas de su maestro eran dis-
tintas de las de Roch.
En los 140 años que pasaron desde la publicación del último libro de Agua-
do han pasado muchas cosas en el mundo de la guitarra. Un número consi-
derable de gente ha dejado la impronta del poder de su personalidad en el
repertorio y la formación musical de la generación más joven. Debemos
considerar este desarrollo desde el punto de vista del presente estudio, o
sea, el desarrollo de la pedagogía guitarrística en sus estadios iniciales,
intermedios y avanzados. No interesa aquí la técnica tal como aparece apli-
cada por los virtuosos profesionales en el escenario de una sala de concier-
tos. Sin embargo sí interesa a este trabajo la manera en la cual esos mis-
mos virtuosos transmiten los frutos de su conocimiento y experiencia a
otros cuando se ponen el hábito de “El Maestro.” Dentro de las limitaciones
de este punto de vista, debemos observar que a pesar de la bulla que
meten muchos de los así llamados innovadores, las cosas no han cambiado
mucho desde 1849 con respecto a la forma de enseñar la guitarra en las
etapas iniciales.
A menudo oímos argumentos apoyando la idea de que la pedagogía de la
guitarra es hoy muy superior a lo que fue jamás en el siglo XIX. Esa es la
razón, nos dicen, por la cual los ejecutantes actuales son mucho mejores.
Hasta donde podemos decir basándonos en las grabaciones disponibles,
empezando por las de Miguel Llobet en los años veinte, indudablemente
tenemos hoy un grupo de jóvenes virtuosos mucho mejor equipados desde
el punto de vista técnico que lo que lo eran sus maestros hace sólo unas
pocas décadas. Es necesario tener en cuenta que no tenemos forma de
comparar la generación actual de guitarristas con aquéllos que fenecieron
antes del advenimiento de la grabación fonomagnética. ¿Es John Williams
un “mejor” guitarrista que Giulio Regondi? ¿Es Manuel Barrueco un ejecu-
tante más “musical” que Fernando Sor? ¿Es Abel Carlevaro un “mejor” maes-
tro que Ferdinando Carulli? Nunca lo sabremos, aún cuando pudiéramos
ponernos de acuerdo sobre el significado de palabras tales como “mejor” y
“musical.” La cuestión es que no se ha encontrado una correlación demos-
trable entre la sabiduría de un método con el éxito alcanzado en la sala de
conciertos por aquéllos que lo usaron durante sus estudios, ni en el siglo
XIX ni ahora. Una vez que un intérprete alcanza una cierta masa crítica
todas las influencias del pasado, maestros, métodos, conciertos, master-
classes, etc., son sólo un elemento más en el crecimiento personal del eje-
cutante, tan importantes como educación general, estabilidad emocional,
felicidad personal, estado físico, etc., sin olvidar padres acomodados que
puedan financiar una carrera de concertista. Los aspectos referentes a la
educación musical no pueden ser por sí y en sí mismos los únicos factores
determinantes en el éxito o el fracaso de un intérprete determinado. A
menudo escuchamos las pretensiones infladas de algunos maestros que se
mandan la parte adjudicándose la responsabilidad del ascenso a la fama de
algún joven virtuoso. En muchos casos las pretensiones están justificadas.
Pero sabemos de algunos guitarristas increíbles que nunca tuvieron un
maestro y que sin embargo se las arreglaron para llegar a la cima. Inmedia-
tamente vienen a la mente los nombres de Andrés Segovia y Benvenuto
Terzi. También sabemos de algunos maestros excelentes dotados con infi-
nita compasión y sabiduría junto con un profundo conocimiento de la músi-
ca que sin embargo no fueron dotados de discípulos de similar cualidad. Lo
contrario también es cierto: sabemos de algunos maestros muy mediocres
(hay uno en cada pueblo) que de algún modo se las ingeniaron para produ-
cir alumnos brillantes. Su reputación está relacionada no tanto
con qué enseñan y cómo, sino con qué alumnos le tocaron en suerte. Nada
hay intrínsecamente malo o incorrecto en estos fenómenos, ésta ha sido la
forma en la cual se ganaron y perdieron fortunas a lo largo de las últimas
tres siglos de pedagogía guitarrística, y lo sigue siendo. El historiador cuida-
doso que trata de averiguar qué enseñó un maestro y cómo lo hizo deberá
separar la paja del trigo para determinar qué es realmente nuevo y revolu-
cionario y qué es el mismo dogma disfrazado con el brillo deslumbrante de
nuevas y pomposas terminologías.
Todo esto nos lleva a pensar que, en un último análisis, el éxito del proceso
de transmisión de información desde el maestro al alumno no depende de
ningún método o libro, teoría pedagógica, programa sancionado guberna-
mentalmente o la adhesión ciega a este o aquél culto. Depende, como lo
hizo siempre, de un fenómeno singular que no puede repetirse nunca con
exactitud, la combinación particular de maestro-alumno y su singular inter-
acción. Todos los autores de métodos, compiladores de programas e ins-
pectores del gobierno han tratado de inmiscuirse entre el maestro y el
alumno. Dicha interferencia nunca mejoró el proceso. Como ya lo dijera
Carulli en 1819, no hay reemplazo para la sabiduría y compasión de un
maestro de carne y hueso.
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