Producción de La Naturaleza, F
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Rodolfo Oliveros
RESUMEN
En el presente texto reflexionaremos sobre la problemática de la fractura del meta-
bolismo social en la sociedad capitalista contemporánea, como resultado de la totalización
del capital. En ese sentido, el objetivo es analizar cómo el despliegue del capitalismo ha INFORMACIÓN:
https://doi.org/10.46652/pacha.v3i7.92
requerido de relaciones coloniales e imperiales de dominación sobre diversos espacios y ISSN 2697-3677
sobre la naturaleza. Esto ha producido una fractura metabólica que se presenta como la Vol. 3, No. 7, 2022. e21092
Quito, Ecuador
escisión en el intercambio de materiales y energía entre la forma social y la forma natu- Enviado: febrero 17, 2022
ral, produciendo las crisis ambientales actuales. Este proceso ha implicado una manera Aceptado: abril 16, 2022
Publicado: abril 22, 2022
particular de pensar la naturaleza y de relacionarse con ella, que ha justificado, según Sección Dossier | Peer Reviewed
sus propios términos, su expoliación, pero al mismo tiempo, su producción bajo la forma Publicación continua
ABSTRACT
CONFLICTO DE INTERESES
In this text, we will reflect on the problem of the rift of the social metabolism in El autor declara que no existe conflicto
contemporary capitalist society, as a result of the totalization of capital. In this sense, de interés posible.
FINANCIAMIENTO
the objective is to analyze how the deployment of capitalism has required colonial and
No existió asistencia financiera de
imperial relations of domination over various spaces and over nature. This has produced a partes externas al presente artículo.
metabolic rift that appears as the split in the exchange of materials and energy between AGRADECIMIENTO
N/A
the social form and the natural form, producing the current environmental crises. This pro- NOTA
cess has implied a particular way of thinking about nature and of relating to it, which has Este artículo es resultado de la
tesis de maestría en Geografía:
justified, according to its own terms, its plundering, but at the same time, its production “La conservación ambiental como
under the properly capitalist form. This reflection is situated in Marxist critical thought and estrategia de conservación del capital.
La Reserva de la Biosfera Maripos
the method of critical political economy, emphasizing its geographical deployment and Monarca en Michoacán.” presentada
the theory of uneven geographical developments. Some results of this reflection do not en 2021, en la UNAM.
allow us to affirm that, in its future, capitalism unfolds unevenly, and from its totalization
it always requires an exteriorized, that is, the production of hegemonic spaces, properly
capitalist, and spaces dependent, in which the capital does not determine the set of re-
lationships. In addition, that the process of colonial and, later, imperial domination, were
central in its consolidation as a hegemonic system and as a central factor in the current
planetary socio-ecological crisis. ENTIDAD EDITORA
Keywords: Social metabolism; rift metabolism; colonialism; subsumption; produc-
tion of nature.
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1. Introducción
En las últimas décadas, han surgido propuestas que ponen en el centro de la crítica al ca-
pitalismo y de su concepción de naturaleza, las visiones del mundo de las sociedades que no son
plenamente capitalistas -indígenas y campesinas-, históricas y contemporáneas. Cuyo proceso
de reproducción se configuraba como un modo distinto de vida, por ejemplo, el modo de pro-
ducción doméstico (Meillasoux, 1984), o el modo de producción campesino (Wolf, 2009; Palerm,
1998). Estas sociedades, con formas propias de entender y relacionarse con la naturaleza, en mu-
chas ocasiones han sido más útiles para reflexionar sobre la relación sociedad-naturaleza, a partir
de hacer evidente, en principio, la falsa universalidad del concepto de naturaleza impuesta por la
modernidad capitalista, reconociendo la sujetidad -agencia- que la propia naturaleza encarna y,
por lo tanto, la no separación frente a la cultura, sino su unidad. Sin embargo, reconocer la sujeti-
dad de la naturaleza, no nos permite profundizar en la crítica de la concepción de la naturaleza en
el pensamiento moderno y su socavamiento en el capitalismo, al respecto, Marx en los Grundrisse,
afirma que:
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Es precisamente esta separación o enajenación del sujeto social con respecto a la natura-
leza, lo característico del modo de producción capitalista, cuyas consecuencias son la producción
de fracturas en el metabolismo social, dando lugar a lo que conocemos hoy en día como crisis
socioecológica. Sin embargo, la crisis actual pone en cuestión la socialidad histórica vigente, la
modernidad capitalista, no como límite fatal, pero sí como condición de su transformación.
El objetivo del presente texto es reflexionar sobre las condiciones que han posibilitado la
fractura del metabolismo social capitalista, sus formas de configuración y las representaciones
hegemónicas de la naturaleza que le dotaron de un fundamento ideológico, que será impuesto
durante el proceso dominación colonial y su posterior consolidación como modo de producción
hegemónico.
Para este artículo he recuperado tanto la categoría de Marx de metabolismo social como
la producción de la naturaleza del geógrafo escocés Neil Smith. En ese sentido, el artículo se
plantea desde una visión marxista, poniendo atención al despliegue espacial del capitalismo, y de
la configuración contemporánea de la naturaleza y la crisis socioecológica que ello implica, así
como el lugar que tiene el proceso colonial y el colonialismo interno. En tanto que la idea de la
fractura metabólica, si bien fue analizada por Marx y Engels, recientemente ha sido profundizada
por el sociólogo John Bellamy Foster.
externa y una naturaleza universal, que son contradictorias y complementarias al mismo tiempo;
la primera excluye lo humano, la segunda lo integra (Smith, 2020). Afirman Adorno y Horkheimer
(2009) que la modernidad capitalista busca aprender la naturaleza y dominarla por completo y
mediante el conocimiento, someterla y ponerla al servicio del hombre -en términos patriarcales-.
De esta manera, se buscó liberar a la sociedad del ámbito de la necesidad, es decir, de la escasez
absoluta; la cual, lejos de ser superada, fue ampliada artificialmente, extendiendo la subordina-
ción de la praxis al medio natural, es decir, al inmenso aparato técnico productivo que somete
nuestros cuerpos a la máquina (Mumford, 2013), y que convierte a la naturaleza en el medio de
dominación y explotación del ser humano (León, 2016).
En ese sentido, el historiador de la técnica, Lewis Mumford (2013), afirma que el capitalis-
mo abrió un momento extraordinario en la relación del ser humano con la técnica. La cual, pasó
de configurarse como una relación orgánica a una maquínica, es decir, que el ser humano pasó
de utilizar las herramientas a estar condicionado por ellas. Incluso, como sostiene Federici (2013),
ello implicó cambios en la concepción del cuerpo humano, que pasó de ser considerado un re-
ceptáculo de poderes mágicos a un cuerpo mecánico. Esto posibilitó, por un lado, su conversión
a simple fuerza de trabajo asalariada y, por el otro, es la base del pensamiento científico moderno
y entre otras cosas, impulsa el desarrollo de la medicina.
En ese sentido, la noción moderna de naturaleza produce una ruptura entre las fuerzas
productivas materiales y la politicidad del sujeto social, limitando su capacidad de autotransfor-
mación y, en tanto universal, mantiene la necesidad de su conquista o veneración. La concepción
ideológica de la sociedad burguesa sobre la naturaleza, posibilita la existencia, también ideoló-
gica, de un concepto de naturaleza humana que funciona como marco para justificar la división
de la sociedad en clases sociales y la subordinación de unas naciones a otras. Esto permite hacer
evidente lo que Sahlins (2011) llamó el mito occidental de la naturaleza humana. Basado en la idea
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hobbesiana de Leviatán, que ve como irremediable la necesidad del Estado como forma de control
del cuerpo social, la jerarquía como mejor forma de gobierno y control de la maldad innata del
ser humano.
En el discurso crítico de Marx, el metabolismo social es una categoría central para com-
prender la relación y unidad histórica de la sociedad con la naturaleza. Que, en su forma general,
es el proceso de trabajo que posibilita la producción y reproducción de las condiciones materiales
de la existencia humana. En este sentido, recuperamos de Marx una premisa central: “El hombre
se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural” (Marx, 1984, p. 215). En ese senti-
do, el metabolismo social conjunta las dos temporalidades humanas que resultan de su praxis: la
del trabajo vivo y la del trabajo muerto (León, 2016). En última instancia, la actividad creadora de
la humanidad es naturaleza actuando y comunicándose consigo misma.
La actitud del sujeto ante la realidad está expresada en la finalidad con la que ha empren-
dido su actividad; en ese sentido, la transformación de ecosistemas diversos en milpas, potreros,
campos agroindustriales, presas, ciudades o áreas naturales protegidas, expresa claramente la
finalidad con la que se lleva a cabo dicha transformación, ello implica una escala y los resultados
no esperados. Pero también, es el proceso mediante el cual se producen conocimientos, con-
ceptos, hipótesis, teorías o leyes, mediante las cuales el ser humano penetra en la realidad; en
otras palabras, se actúa conociendo y se conoce actuando. Es por ello que, mediante el trabajo,
la naturaleza desarrolla su proceso creativo y alcanza una significación cósmica (Sánchez, 2011;
Schmidt, 2011).
Con el avance del proceso de acumulación de capital, la naturaleza es, cada vez más, re-
sultado directo de la producción social; en ese sentido, la separación entre la naturaleza y la so-
ciedad carece ya de sentido, puesto que la naturaleza que precedió a la existencia humana ya no
existe. La relación de la sociedad con la naturaleza es un producto histórico que se da al interior
de la naturaleza, haciendo evidente su unidad (Smith, 2006 y 2020). En ese sentido, la naturaleza
estaría mediada por la sociedad y la sociedad por la naturaleza; de aquí se desprende la impor-
tancia del concepto de metabolismo social.
De esta forma podemos ver cómo la unidad de la naturaleza, planteada por Marx, resulta
del trabajo concreto, del trabajo vivo de los seres naturales, y es realizada en la praxis; el trabajo
reúne las distintas facetas de la naturaleza en una totalidad estructurada, pero en devenir. Que no
es homogénea, ni una identidad abstracta, y es necesario comprender el papel que desempeña la
actividad humana productiva en su diferenciación. Si bien, en los Manuscritos económicos filosó-
ficos hace hincapié en la unidad, en El capital, planteará la relación con la naturaleza, a partir de
procesos históricos concretos, como la división del trabajo, el desarrollo de la manufactura y la
industria, así como la penetración del capital en la agricultura y el comercio mundial.
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Engels (1976) fue el primero en dar cuenta del impacto que tendría, en la fertilidad del
suelo, el surgimiento de las ciudades, a partir de la industria, su separación del campo y la degra-
dación de las condiciones ambientales, en uno y otro lugar. Afectando, profundamente, las condi-
ciones de vida de los obreros. En el Tomo III de El capital, Marx aborda este problema analizando
el aprovechamiento de las deyecciones en la producción y el consumo (Marx, 1981) que profun-
diza al analizar las consecuencias del proceso de acumulación de capital y específicamente de la
agricultura capitalista. Que se consolidó en el contexto de la segunda revolución industrial, una
revolución científica asociada a la química de los suelos y la industria de los fertilizantes (Foster,
2005).
Desde el comienzo, este proceso comienza a buscar las soluciones a los problemas am-
bientales de los países capitalistas en territorios coloniales, ya sea apropiándose de fertilizantes
naturales, materias primas, exportando los procesos de producción y las deyecciones de la indus-
tria. En la época de Marx, es de sobra conocido que una de las primeras soluciones a la pérdida
de la fertilidad del suelo fue el saqueo de las islas del actual Perú para la obtención del guano,
un importante fertilizante. Hecho que solo fue posible por las relaciones coloniales entre países
dependientes y países centrales.
Pero, el metabolismo social debe ser analizado también en el propio ciclo de producción
capitalista, dado que el intercambio de una mercancía que es no valor de uso hacia otras manos
para quien son valores de uso -el llamado momento de metamorfosis de las mercancías-. Aquí
se encuentran las bases que nos permiten analizar el modo de producción capitalista como un
ecosistema (Moore, 2014). Además, la circulación de mercancías, es decir, la superación de las
barreras individuales y locales del intercambio directo de productos, hace que se desarrolle a
escalas más amplias el metabolismo del trabajo humano (Marx, 1984).
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Sin embargo, para que ello sea posible es necesario, también, la superación de las rela-
ciones coloniales que subordinan a la mayoría de la sociedad a una clase hegemónica y a su ne-
cesidad de ganancia por medio del incremento constante de la producción y de la especulación.
En ese sentido, podemos afirmar que la producción de la naturaleza alcanza una escala sin
precedentes en el capitalismo contemporáneo. En este proceso, el desarrollo del conocimiento
por medio de la industria jugará un papel fundamental para el desarrollo de las fuerzas producti-
vas, lo que marca, podríamos decir, el fin de la llamada primera naturaleza, aquella que no había
sido mediada por el trabajo social; esta primera naturaleza será ahora producida, por medio de
la llamada segunda naturaleza (Smith, 2020). De esta forma, la mercancía sería la expresión de la
unidad de ambas naturalezas que Marx va a llamar: forma natural y forma valor.
La fractura del metabolismo es crucial, ya que, como afirma Bolívar Echeverría, la contra-
dicción valor-valor de uso es “el núcleo, la esencia misma de todo un conjunto de contradiccio-
nes, de conflictos, de opresiones, de represiones, de explotaciones que constituyen la existencia
cotidiana de los seres humanos” (Echeverría, 1998, pp. 8-10) en la modernidad capitalista. Esta co-
tidianidad se presenta como un absurdo, en la que, teniendo la posibilidad de garantizar la vida y
su enriquecimiento, la condena a su autodestrucción. Un modo de vida, dice Bolívar, en la que, en
medio de la posibilidad de la abundancia, reproducirse significa mutilarse, sacrificarse, oprimirse
y explotarse, unos a otros. Ello es así porque la reproducción social no responde a una finalidad
capaz de sintetizarse, sino a uno ajeno, el telos cósico del valor que se valoriza. Esta contradicción
se hace presente de forma patente en la producción de la naturaleza, por un lado, se nos presenta
como la forma natural absoluta y al mismo tiempo es valorizada (Echeverría, 1998).
Sin embargo, la contradicción valor de uso – valor está neutralizada en la sociedad capita-
lista, en tanto que su forma natural y su forma valor no se expresan de forma simultánea, esa es
la razón de que la contradicción nunca estalla de forma inmediata (Echeverría, 1998). Para Bolí-
var, la contradicción entre la forma social natural y la forma valor, es fundamental para entender
el proceso de mercantilización de la naturaleza y los efectos que se desprenden de ello, para el
proceso de reproducción social. Es por ello que, la contradicción capital-naturaleza es una forma
particular o desplegada de esa contradicción.
Ello nos permite afirmar, siguiendo a Jason Moore (2013), que el capitalismo es, y debe
ser analizado como un sistema socioecológico planetario, que organiza la naturaleza por medio
del valor. En este sentido, nos propone articular la acumulación, la búsqueda de poder y la pro-
ducción de la naturaleza en una unidad dialéctica. Lo novedoso de este proceso es que el capital,
en tanto sujeto sustitutivo, se universalizó y subordinó a los demás elementos de la vida social,
incluida la naturaleza, estableciendo un proceso de dominio colonial sobre ella (Alimonda, 2011).
Como veremos más adelante, lo que marca esta etapa es el proceso de enajenación con respecto
de la naturaleza.
Este proceso histórico ha posibilitado que, en la actual etapa neoliberal, se den cambios
sustanciales en la mercantilización tradicional de la naturaleza; tomando la forma de nuevos bie-
nes y males ecológicos, donde la mercantilización y la financiarización -especulación-, se pre-
senta como la forma dominante, es lo que algunos/as han llamado la neoliberalización de la na-
turaleza (Smith, 2007 y Durand, 2014), solamente posibilitada por su previa subordinación por
medio de relaciones coloniales. Esta tendencia ha profundizado la producción universal de la
naturaleza gracias al desarrollo de las fuerzas productivas por medio de la ciencia. Ámbitos como
la biotecnología, han puesto en el escenario, la posibilidad de que el capital no dependa más de la
naturaleza externa y pueda por sí mismo crear naturaleza, controlarla en sus procesos generales,
incluida la producción de la fuerza de trabajo (Smith, 2006).
Esto nos permite comprender, cómo es que un valor de uso que en origen no es una mer-
cancía sea tratada como tal y que el valor de cambio sea lo que determine su mediación. A la par,
algunos aspectos de la naturaleza han sido profundamente alterados por la actividad humana,
sin que esté involucrado trabajo socialmente necesario y, por lo tanto, no sean mercancías, por
ejemplo: las modificaciones al clima, los ciclos biogeoquímicos, la contaminación de los océanos,
etc. Sin embargo, es necesario recordar a Engels cuando nos advertía que la dominación de la
naturaleza no significa un control total sobre ella:
En esto radica una de las diferencias principales sobre la concepción ideológica del domi-
nio de la naturaleza en la modernidad capitalista, que parte de la dicotomía naturaleza/sociedad
y la concepción materialista, dice Engels:
...todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la
naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir,
como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con
nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella
y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a
las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber
aplicarlas acertadamente. (1982, p. 152)
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(2001, p. 162); es decir, que la destrucción de la naturaleza puede dar origen al aumento de los
“costos de los elementos del capital” y, además, bajo condiciones específicas, la destrucción de
la naturaleza reduciría el tiempo de “revolvencia del capital”. Estas crisis ambientales repercuten,
además, en la propia salud de la población, coadyuvando al descenso de la tasa de ganancia del
capital. En ese sentido, la degradación ambiental requiere de un gran desembolso “no producti-
vo” por parte del capital, para la protección y limpieza del medio ambiente. En otras palabras, que
la crisis económica puede ser una crisis no solamente de sobreproducción, sino de subproduc-
ción, es decir, pegar del lado de los costos.
Para O’connor la segunda contradicción del capitalismo es un punto de partida para una
teoría marxista ecológica. Parte de las contradicciones centrales de las sociedades divididas en
clase, las que se presentan entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, por un
lado, y las condiciones de producción, por otro, así como su expresión en forma de crisis eco-
nómica y ecológica. Esto le permite incluir el concepto de escasez, en un sentido marxista y no
malthusiano. Así como el papel central de la crisis de subproducción derivada de los crecientes
costos de reproducción de las condiciones de producción. Una consecuencia de la creación de
un ambiente social tóxico y de las inversiones para impedir una mayor destrucción ambiental, así
como la reparación ecológica de los daños causados en el pasado.
Este gasto del capital, que llama gasto improductivo, debe ser relacionado con la crisis
fiscal del Estado, el crecimiento del capital ficticio y con la internacionalización del capital. En este
sentido afirma que, en un enfoque ecomarxista, las estructuras de crédito/deuda deben ser inter-
pretadas como resultado de la subproducción -y no de la sobreproducción- de capital, derivado
de todo el argumento anterior.
Si la primera contradicción del capital pega por el lado de la demanda, la segunda por el
lado de los costos; como las externalidades negativas que genera la destrucción ambiental y/o
la contaminación; por ejemplo, nos dice que las materias primas y la energía caras, genera los
incentivos para que capitales individuales “reciclen, utilicen sustitutos, o produzcan y usen más
eficientemente determinada cantidad de materiales o de combustibles” (2001, p. 217). La primera
se presenta como crisis de realización, la segunda como una crisis de liquidez, es decir, un proble-
ma para realizar el valor y el plusvalor. La actual crisis, afirma, se enfrenta tanto a la primera como
a la segunda contradicción, la elevación de los costos y la baja de demanda en el mercado. En ese
sentido, la crisis económica tiene dos tipos de efectos distintos sobre la naturaleza:
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2) Por otro lado, las industrias o sectores en problemas casi con seguridad tratarán de usar
más eficientemente la energía y las materias primas que necesitan (O’connor, 2001). Tendencia
que es más extensa en países como Alemania, que son “modelos” de economías en proceso de
“descarbonización”.
En este sentido, le interesa analizar cómo el proceso de producción capitalista genera una
contradicción que le lleva a trastocar sus propios mecanismos de reproducción y las consecuen-
cias ecológicas que conlleva.
En contra de las afirmaciones, como las de O’connor, de que el capitalismo caerá por sus
propias contradicciones. David Harvey sostiene que el capital tiene la capacidad de funcionar
indefinidamente, provocando la degradación progresiva del planeta y empobrecimiento, con el
consecuente aumento de las desigualdades sociales y de la deshumanización. Así como la intensi-
ficación de una negación cada vez más represiva y autocrática, la vigilancia policial totalitaria por
parte del Estado, un sistema de control militarizado y una democracia totalitaria (Harvey, 2014).
Para el geógrafo inglés el capital ha sido capaz, a lo largo de su historia, de resolver sus
dificultades medioambientales. No han sido pocos los que, viendo los problemas ecológicos pro-
ducidos por el capital, han afirmado la inminencia de un horizonte apocalíptico, aunque más tarde
o más temprano fuera sorteado por el capital.
A partir de la crisis capitalista de los años 70, el declive de la producción a nivel mundial y
la primacía cada vez más consolidada del capital financiero sobre el productivo, trajo consigo una
nueva forma de mercantilización de la naturaleza, nuevos bienes y males ecológicos, produciendo
una nueva escasez; lo que podemos llamar una destrucción natural permitida, que conocemos
como capitalismo verde. La naturaleza es reconsiderada en tanto mercancía, mientras más natu-
ral mejor, piense en una Reserva de la Biosfera cuyo principal valor de uso es su capacidad para
reunir el valor de cambio bajo las nuevas condiciones de escasez creado, un ecosistema no “alte-
En ese sentido, la noción de “capital natural” planteada desde la economía verde se cen-
tra en la reproducción del capital y no en las condiciones de reproducción de las especies y los
ecosistemas. La economía verde es un proyecto implementado a partir del giro neoliberal, en él
se busca materializar la idea del “desarrollo sustentable”, buscando un cambio técnico de la eco-
nomía mundial. Este planteamiento surge desde el FMI, el BID y la ONU (Delgado, 2013). En este
sentido, sólo puede ver a la naturaleza como mercancía y como servicio. Esto, eventualmente,
desembocó en todos los programas conocidos como Pago por Servicios Ambientales (PSA). Que,
además, refuerza la idea de una naturaleza fragmentada en recursos o “activos ambientales”,
nuevamente, la naturaleza sujeta a relaciones coloniales.
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riores; procesos que implican la mercantilización de la naturaleza en una nueva escala: desde
los commodities subatómicos como los genes manufacturados en laboratorio, hasta ecosistemas
configurados por la lógica del capital. Todo ello ha derivado en un descontrolado proceso de con-
quista y colonización por medio de la biopiratería, en el que las corporaciones recorren el mundo
buscando material genético para patentar y producir innovaciones científicas, lo que Foster ha
llamado el imperialismo ecológico.
Este proceso es descrito por Neil Smith como el paso de la subsunción formal a la real de
la naturaleza al capital. El primero fue fundamental como estrategia de acumulación durante el
colonialismo y el saqueo de los bienes naturales que se dio, principalmente en América y África, y
que es reconfigurado y ampliado, por ejemplo, bajo la forma del colonialismo interno.
Por otro lado, la subsunción real de la naturaleza está marcada, en primer lugar, por la
intensificación de la dependencia del patrón de acumulación de capital a la naturaleza. Este paso
de la subsunción formal a la real tiene dos cambios fundamentales: el capital no solo sigue circu-
lando por medio de la naturaleza, ahora, la circulación de la naturaleza se da a través del capital:
como es la biotecnología y la geo-ingeniería (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Con-
centración, 2018), una vía para la producción de nueva naturaleza.
Todo circula ahora como una mercancía: desde un gen, un organismo, hasta los productos
de consumo alimenticio diario, el proceso de fotosíntesis de las plantas como variable de valor
para el capital agroindustrial y su inversión en los ciclos productivos siguientes, por mencionar
algunos casos. En otras palabras, las características y elementos naturales son agentes activos
en todas las fases del proceso de acumulación de capital, mientras que el dinero es una variable
ecológica, la transferencia de nutrientes a través de los ecosistemas puede ser al mismo tiempo
un flujo de valor (Harvey, 2014). Esto profundiza la producción de la naturaleza, por medio de un
intenso desarrollo tecnológico, elevando el nivel de apropiación de plusvalía relativa. Esta nueva
naturaleza producida circula en el mercado financiero disfrazada de futuros de materias primas,
créditos ecológicos, acciones corporativas, derivados del medio ambiente, propiedad intelectual,
capital natural (Smith, 2007).
El capitalismo verde, en ese sentido, representa una disputa al interior de las clases domi-
nantes. Por un lado, están los que buscan aprovechar el capital natural de un determinado país,
impulsando las políticas de conservación y, por otro lado, un capital de vaqueros, que busca ga-
nancias inmediatas, principalmente, en el campo energético y en el mercado del medio ambiente
como una posibilidad en expansión, pero aún lejana. En este sentido, el rechazo del protocolo de
Kyoto, por parte de Estados Unidos, es garantía de una disputa al interior de la clase dominante
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mundial sobre los detalles de cómo sacar provecho de “la nueva conciencia ambiental” y quién
va a sacar provecho de la nueva capitalización de la naturaleza; en el escenario contemporáneo
Europa busca colocarse como el referente de una economía verde, mientras China realiza gran-
des inversiones en energía solar, eólica e hídrica. En Estados Unidos, para la hegemónica industria
fósil no es conveniente, incluso geopolíticamente, la transición energética y bajo la era Trump se
transparentó el discurso de la clase hegemónica al respecto.
La industria extractiva es la dominante en ciertas regiones del planeta, que van más a allá
de la simple distinción norte-sur, son relaciones coloniales internacionales, pero también se con-
figura como un colonialismo interno en distintas formaciones sociales, una relación que amenaza
con expandirse a una escala transplanetaria: colonización, exploración científica y explotación de
lo que todavía llamamos “espacio exterior”. El ecosistema capitalista mundial acentúa el inter-
cambio desigual económico y ecológico: transferencia de agua, energía, biomasa, nutrientes, etc.
El comercio mundial es lo que mantiene unido al sistema global capitalista, pero la acentuación de
la desigualdad y de los desarrollos geográficos irregulares, provoca que los beneficios, sean solo
para unos cuantos, provocando, además, tensiones geopolíticas. En este sentido, las valoraciones
económicas de la naturaleza, como la llaman los economistas ecológicos, es arbitrario, genera
una “explosión indiscriminada de los valores de uso disponible hasta llegar al colapso ecológico”
(Harvey, 2014).
Harvey sostiene que, en tanto, las contradicciones que se dan entre la naturaleza y el capi-
tal, son internas al capital, no tiene la capacidad de destruir su propio ecosistema y puede equili-
brar estas contradicciones. Afirma que los datos que se tienen hasta ahora no apoyan las tesis de
un colapso inminente del capitalismo ante los riesgos medioambientales, como lo había analizado
O’connor. La degradación de la naturaleza no es un límite fatal para el capital, antes bien, tiene la
capacidad de sobreponerse a ellas, a costa de la sociedad, claro está, pero sin poner en peligro el
proceso de valorización del valor.
Sin embargo, hay dos riesgos que amenazan el futuro del capital: la primera es que la clase
rentista logre la capacidad de apropiarse de la totalidad de la riqueza y de la renta, profundizando
las relaciones de dependencia de unos países a otros, de unas regiones a otra y de unas clases a
otra. Ello, sin presentar atención a la producción, generando una caída de la tasa de ganancia y
el incentivo de invertir a cero; con la crisis económico social en el contexto de la pandemia del
Covid-19, vivimos por breves momentos esta situación cuando la cotización del petróleo se dio en
números negativos. En otras palabras, “la apropiación de las fuerzas naturales y la ocupación de
los puntos claves del ecosistema del capital podrían amenazar con el estrangulamiento del capital
productivo” (Harvey, 2014, p. 255).
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aspectos de la naturaleza se intensificarán, “la infinita y cada vez más absurda acumulación expo-
nencial de capital se ve acompañada de una infinita y cada vez más absurda invasión del mundo
de vida por la ecología del capital” (Harvey, 2014, p. 256).
Una variable central tanto del análisis de Smith y Harvey, como en el de O’connor, y que
los diferencia de los análisis de la ciencia reduccionista y de la economía neoclásica, es la impor-
tancia que otorgan a la lucha de clases, no solamente como expresión de la contradicción capi-
tal-trabajo, sino como un elemento que definirá la propia forma de socialidad que trascenderá a
la sociedad capitalista y que será capaz de establecer una nueva relación del ser humano como
parte de la compleja red de vida que llamamos naturaleza. En última instancia, afirma Smith, no
es posible dar marcha atrás al proceso de la producción de la naturaleza, la lucha es por tener la
capacidad social de decidir, de forma plena y no enajenada, qué producimos y cómo lo produci-
mos; en ese sentido, el concepto de producción de la naturaleza, se convierte en una herramienta
para la acción política.
En la etapa contemporánea, y a más dos décadas de iniciado el siglo XXI, este proceso
que hemos descrito en las secciones anteriores, se ha profundizado, guiado por la lógica de la
valorización del valor, con implicaciones de carácter geopolítico, que ha consolidado el imperia-
lismo y colonialismo ecológico (Foster y Clark, 2004). Esto implica el saqueo de recursos natu-
rales, la transformación de ecosistemas enteros, movimientos masivos de trabajo y población,
el aprovechamiento de las vulnerabilidades ecológicas de ciertas zonas para imponer controles
imperialistas. Así como la descarga de desechos ecológicos en la periferia del sistema capitalista
mundial, que incrementa el poder de las potencias imperialistas y de las que tratan de disputar
dicha hegemonía como China. Todo ello ha contribuido a reforzar el sistema de dependencia de
los países del Tercer Mundo, renovando los lazos de coloniaje, a los países más poderosos, pero
ahora también a las grandes corporaciones.
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en la industria del transporte y un consumo de combustibles cada vez mayor. Posterior a la segun-
da guerra mundial, la producción de automóviles individuales ha sido exponencial, aumentando
con ello el consumo de combustibles.
Más de 100 millones de personas sufrirán las consecuencias de las inundaciones, más de
600 millones padecerán hambre, la malaria podría afectar a más de 300 millones y hasta 3.000
millones de personas sufrirán la escasez de agua (Tanauro, 2011). La migración o desplazamiento
por causas ambientales seguirá aumentando debido a las pérdidas de fertilidad del suelo, la se-
quía, inundaciones y la deforestación, como consecuencia de su explotación desenfrenada y en
confluencia con los otros factores del cambio climático.
El problema que como sociedad tenemos frente al cambio climático y a la crisis socioeco-
lógica, requiere de la búsqueda de diversas alternativas a fenómenos multidimensionales, que se
presenta en diversas escalas y con diferentes temporalidades, consolidando e incrementando el
desarrollo geográfico desigual, el coloniaje y la dependencia. Las alternativas que hasta ahora se
han planteado, impulsadas por organismos internacionales como la ONU y el PNUMA, además de
muchas ONG, se han efectuado por medio de la creación de comisiones intergubernamentales
y la firma multilateral de acuerdos internacionales. Sin embargo, los alcances de estos esfuerzos
han sido limitados debido a que los grandes capitales y los gobiernos de las grandes potencias
han frenado o bloqueado la aplicación de dichos acuerdos y obligado a los países dependientes a
implementar políticas públicas en sentido contrario a los acuerdos internacionales.
Como mencionamos párrafos arriba, a partir de la década de 1990, se dio un giro en las
políticas ambientales a nivel mundial, marcado por la Cumbre de Río de 1992 y el acuerdo Kyo-
to, escenarios en los que organismos internacionales como el FMI, BM, la Unión Europea y los
diferentes gobiernos van a tener un papel muy importante. Sin embargo, una década anterior,
estos mismos organismos influyeron de manera estructural en la política económica de los paí-
ses del sur global. En los que se conserva la mayor parte de los ecosistemas y de biodiversidad,
por medio de los llamados planes de ajuste estructural (PAE). Promoviendo la orientación de las
economías hacia la exportación de materias primas, con el objetivo de que estos países puedan
pagar las “deudas” contraídas con estos organismos y con los países acreedores. No está por de-
más recordar que la mayor parte de los países de América Latina, nunca salieron de este modelo
agroexportador.
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Sin embargo, la exigencia de los PAE a las economías dependientes, no les permitió pa-
gar las deudas financieras contraídas con los organismos internacionales, y además, ello llevó a
un aumento de la degradación ambiental en estos países. Incrementando la “deuda ecológica”,
tomando en cuenta que, por ejemplo, los treinta países más ricos, que representan el 20% de la
población, producen y consumen el 85% de los productos químicos sintéticos, 80% de la energía
fósil y el 40% del agua dulce (Martínez y Oliveres, 2010; Ramonet, 2010: 94-95). Incluso, hay quien
afirma que, proponiendo un cálculo de lo que representa en dólares las emisiones de carbono de
los países del Norte, éstos tendrían una deuda ecológica de aproximadamente 13 billones de dóla-
res por año. Al menos tres veces la deuda que los países del sur tienen con los del norte, eso es lo
que representa el imperialismo ecológico (Foster y Clark, 2004). Estos procesos habían sido deli-
neados por los representantes de la teoría de la dependencia en AL. Ruy Mauro Marini afirmó que
el lugar de las naciones latinoamericanas en el concierto de la economía mundial capitalista es:
En este proceso, va a jugar un papel central el intercambio desigual, por medio del cual
las naciones desarrolladas pueden vender sus mercancías producidas por encima de su valor.
Por otro lado, las naciones dependientes, buscando mecanismos de compensación, aumentan
el grado de explotación, una característica estructural de los países dependientes, dando lugar a
la llamada superexplotación del trabajo (Marini, 1974). Esta dinámica, vista en términos espaciales,
además de configurar una particular forma de división territorial del trabajo, incrementa la des-
igualdad entre diferentes espacios, a veces nacionales, a veces locales, que compiten entre sí por
atraer las inversiones de capital, lo que profundiza la desigualdad geográfica en diversas escalas.
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De este modo, podemos ver una relación estrecha entre el patrón de acumulación de
capital en la etapa neoliberal y una nueva división territorial del trabajo, que podemos llamar capi-
talismo dependiente neoliberal con relaciones coloniales -en el sentido dado por Pablo González
Casanova-. En este esquema, las economías de los países pobres se orientan hacia la exportación
de materias primas, a la industria maquiladora, y al sector servicios que son cada vez más extrac-
tivos, como es el Turismo. Es la profundización del desarrollo geográfico desigual del capitalismo,
que no solamente divide el planeta entero entre países y corporaciones, sino que reparte de for-
ma desigual los bienes medioambientales y los costes ecológicos.
Los PAE impuestos por el FMI, a los países que solicitan renegociar la deuda, implicaron,
principalmente: control de la inflación y de los salarios -empeñado en impedir que estos mejo-
ren-, disminución del déficit comercial mediante la reducción de importaciones y el impulso de
las exportaciones. Modificaciones en el tipo de cambio -casi siempre mediante devaluaciones-,
equilibrio presupuestario, reducción de gastos sociales y de inversiones públicas, planes de pri-
vatización, desregulación de precios y eliminación de las subvenciones a los bienes de consumo
básico. Apertura de los mercados y de las inversiones al capital extranjero, liberalización de los
movimientos de capitales y deslocalilzación, por solo mencionar los principales mecanismos (Oli-
veres; 2010; Ramonet, 2010). Davidson Budhoo, principal economista del FMI en la preparación
de este cambio en las economías, lo relata así: “Todo el trabajo que realizamos después de 1983
descansaba en el sentimiento de la misión que nos animaba, el Sur tenía que privatizase o morir.
Para eso, creamos el ignominioso caos económico que marcó a América Latina y a África entre
1983 y 1988” (Ramonet, 2010: 49).
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subsunción formal, como afirmó Marini. Estos planes de ajuste estructural tienen, directamente,
consecuencias ambientales, ya que la presión para la generación de exportaciones de materias
primas impacta de manera frontal en la deforestación y al agotamiento de los bienes medioam-
bientales (Oliveres, 2010). Por un lado, debido a la industria forestal, principalmente ilegal y, en
segundo lugar, por cultivos que puedan ser destinados para al mercado externo, como el aguaca-
te hass en México, la soja en Brasil y Argentina, por mencionar algunos. Las relaciones de depen-
dencia de los países periféricos a los centrales y el otro colonialismo interno, han intensificado
los desarrollos geográficos y ecológico desiguales, posibilitando relaciones de dominación de un
sector social y cultural, frente al resto de clases sociales subalternas y de las etnias minoritarias.
Cuál de las estrategias es favorecida por el capital, es una cuestión que pasa por compren-
der los ciclos del capital y el papel fundamental que han tenido las crisis, así como las distintas
escalas en que se establecen las relaciones de dependencia. Por ejemplo, la crisis del 2008 que
aún no cierra su ciclo y que se encuentra en una nueva etapa ampliada con la crisis del 2020 y la
pandemia, además del actual contexto de guerra interimperialista, es el pretexto perfecto para
que las industrias extractivas, estados y empresas, presionen para revertir políticas de protección
ambiental y de reducción de gases de efecto invernadero, con la promesa de recuperar el creci-
miento económico, que tan solo en la crisis del 2008 vio desaparecer a nivel planetario 20 billones
de euros (Ramonet, 2010). Esto fue muy claro con el auge minero en América Latina y las legisla-
ciones que fueron colocadas por encima de cualquier forma de protección ambiental, buscando
valores refugio como el oro.
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A esta crisis sistémica del capital se sumaron diferentes procesos que afectaron de forma
desigual a los países de América Latina, uno de ello fue el aumento de los precios del petróleo,
materias primas y alimentos, los llamados commodities, que los estados latinoamericanos apro-
vecharon para dar un impulso a la industria extractiva y a la agroindustria -ya fueran gobiernos
progresistas o de derechas- pero afectando a las poblaciones que no cuentan con seguridad
alimentaria, este proceso ha sido denominado por Svampa (2012) como el consenso de los com-
modities.
Según la FAO, en el año 2008 las personas que padecen hambre crónica en el mundo pasa-
ron de 840 a 963 millones; resultado también de una financiarización de la agricultura por medio
de la cual los inversores trataron de refugiarse, comprando masivamente cosechas a mercados
de futuros, coadyuvando al aumento de precios (Ramonet, 2010: 25, 83). Verdaderas terapias de
shock, que permitieron reforzar el control sobre las poblaciones y seguir avanzando en el proceso
de privatización y despojo (Elkisch, 2018). Este proceso se vio reforzado por el desacoplamiento
de los precios de los alimentos con sus costos de producción, por medio del conocido dumping,
pero permite a los países centrales vender por debajo de su valor la producción agrícola, profun-
dizando la crisis en el campo de los países dependientes y aumentando el poder de las corpora-
ciones agroindustriales.
La especulación con los precios de los commodities en los mercados de futuros produce
una masa dineraria sin representación de valor, generando burbujas financieras, como la del 2007
en el sector inmobiliario de Estados Unidos. Posterior a esta crisis los inversores en estos mer-
cados de futuro decidieron diversificarse a través de mecanismos como el fondo de índice de
materia primas, lo que provocó la creación artificial de un sector de refugio para para la inversión:
las materias primas.
Estas nuevas mercancías “ecológicas”, surgieron alrededor de los años setenta bajo la
idea de créditos de contaminación, y que para los años ochenta se concretaron en los primeros
modelos de “deudas por naturaleza”, nos dejan vislumbrar este momento novedoso de subsun-
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ción real de la naturaleza al capital. En estas nuevas iniciativas participan organizaciones no gu-
bernamentales, bancos y gobiernos de retención de deudas y organismos internacionales como
el FMI y el Banco Mundial, así como los gobiernos deudores.
De esta forma los ecosistemas se convierten cada vez más en bancos de biodiversidad
a disposición de las grandes empresas transnacionales y de los gobiernos hegemónicos, refor-
zando la dependencia de los países pobres. En algunos casos, una parte de la deuda nacional es
perdonada si las naciones deudoras aceptan conservar diversas áreas naturales (Smith, 2007;
Rodríguez, 2012). Estos mecanismos son justificados por los supuestos efectos favorables frente
a la destrucción de los ecosistemas, aunque no es del todo cierto. Un ejemplo de ello son las ANP
que son entregadas para el ecoturismo, y la naturaleza supuestamente “prístina”, es orientadas al
consumo del “gran turismo”, generando más desigualdad y vulnerabilidad.
Otro problema aquí planteado es, desde el punto de vista de la economía neoclásica, si
la reducción de las emisiones de GEI puede ser rentable. Como hemos visto, las propuestas y
programas que se han implementado tienen en el fondo una lógica basada en el potencial econó-
mico y de mercado. Lo que de entrada planeta una contradicción, ya que en el escenario actual la
“eficacia medioambiental” implicaría, por ejemplo, un cambio tecnológico a nivel planetario y el
aumento de los precios al carbono, con el fin de incentivar la sustitución por energías renovables.
Ello significa establecer sobrecostes a ciertas mercancías o a ciertos procesos productivos, que
en términos de una economía de mercado son impensables porque sería un ataque a la “com-
petitividad”. Por ello es poco probable que veamos en el futuro cercano y a mediano plazo, un
acuerdo en el que los países desarrollados y las principales empresas transnacionales acepten un
precio al carbono que estabilice las emisiones de CO2 entre 445-490 ppm, que sería el mínimo
para evitar el límite de los 2o C de aumento en la temperatura del planeta (Tanauro, 2011).
De esta forma, podemos ver como las relaciones coloniales tanto transnacionales como
internas, son un mecanismo que ha favorecido la destrucción de los ecosistemas. Ha surgido un
imperialismo ecológico capaz de apropiarse de bienes medioambientales, estableciendo contro-
les monopólicos, a la vez que es capaz de producir nueva naturaleza. Esto tiene como consecuen-
cia la fractura del metabolismo social, y quienes más resentirán los efectos de esta fractura, serán
las clases subalternas de los países dependientes.
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5. Conclusión
Una de las concreciones de este proceso y por medio del cual se moviliza, son las relacio-
nes de dependencia y dominación que toman la forma de relaciones coloniales entre países y a lo
interno de los estados contemporáneos. Lo que nos coloca en la necesidad de romper con dicha
dependencia y reconocer al mismo tiempo, la importancia de la lucha de clases y de liberación
nacional (González Casanova, 2003), que, sin embargo, no pueden limitarse a actuar dentro un
solo estado-nación y tienen que escalar el conflicto, ser capaz de moverse de forma dinámica
entre distintas escalas.
¿Cómo podemos hacer frente a la fractura metabólica producida por el capital? No desde
la lógica del valor, sino desde la construcción de una práctica que nos permita superar las rela-
ciones de explotación, alienación y dependencia, que nos posibilite generar y restaurar la relación
metabólica. En ese sentido, podemos afirmar que el desarrollo de las fuerzas productivas en el
capitalismo ha abierto la posibilidad de la unidad de la naturaleza, pero es incapaz de realizarla. El
aparato instrumental del capital quiebra constantemente esa posibilidad, una sociedad post-ca-
pitalista, tendría que convertir en real la unidad de la naturaleza y responder a la pregunta: ¿Quién
controla la producción de la naturaleza? ¿Qué es y que no es socialmente necesario en la socie-
dad?
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Referencias
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AUTOR
Rodolfo Oliveros. Doctorante de la Nova Lisboa FCSH en Antropologia–Políticas e Imagens da Cultura e Museo-
logia y en Ciencias Antropológicas por la UNAM. Maestro en geografía por la UNAM, licenciado en Antropología
Social por la ENAH. Profesor de la licenciatura en Etnología de la ENAH.
Rodolfo Oliveros
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