!acepto El Desafio! - Alar Benet
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¡Acepto el desafío!
Bolsilibros: Servicio Secreto - 227
ePub r1.0
jala y xico_weno 19.11.17
Título original: ¡Acepto el desafío!
Alar Benet, 1954
UN DETECTIVE PRIVADO
CRIMEN AL ATARDECER
***
Larmon, apenas se hubo apeado del autocar, miró en torno suyo en busca
de un automóvil, descubriéndole a unos veinte metros, en la acera opuesta de
la calle, Hizo una seña al chofer y segundos después se hallaba cómodamente
instalado en el interior del vehículo.
—A Nidda Strasse.
El coche emprendió la marcha. La distancia que separaba al taxi del lugar
indicado por el cliente era de unos quinientos metros. El conductor ignoraba
que Paul habíase dado cuenta de que un «Studebaker» modelo 1940, al que
observó varias veces desde la ventanilla del autocar, se arrimó a la acera al
verle sus ocupantes descender, deteniéndose. A través del cristal de la
ventanilla, Larmon pudo darse cuenta de que el coche iba en pos del vehículo
que le llevaba y no tuvo duda de que era vigilado.
—Doble la esquina de Düsseld Strasse muy despacio y continúe la
marcha normalmente. Tenga.
Entregó cinco dólares al chofer que, habituado a las excentricidades de
algunos de sus pasajeros, se apresuró a tomar el dinero mientras murmuraba:
—No quiero pleitos con la policía.
—No los tendrá. Huyo de mi detective particular. El conductor, sin más
comentarios, hizo lo que su cliente le indicaba, aminorando la velocidad en la
unión de Düsseld Strasse con Friedrich-Ebert, Paul, sin vacilaciones, saltó a
tierra para meterse en un portal con la mayor rapidez posible. Varios
transeúntes le miraron con extrañeza, pero al identificarte por el porte como
americano, siguieron su camino sin ánimo de prestarle ayuda ni tampoco de
cruzarse en su camino. ¡Que se las arreglara como pudiese!
Oculto en uno de los laterales de la entrada al edificio, Paul vio cómo el
«Studebaker», en cuyo interior iban dos hombres, se perdía a lo lejos, detrás
del taxi, y, con una sonrisa satisfecha, abandonando su escondite, dirigióse a
Nidda Strasse para poner en práctica su plan.
Iba a penetrar en una de las dos casas de vecindad con el propósito de
hacer una rápida visita a todos los inquilinos a fin de descubrir al americano
que aseguraban ser amigo suyo, que bien podía camuflarse bajo el nombre y
apariencia alemana, pero no llegó a hacerlo. Un germano de anchos hombros
y corta estatura, propinándole un empellón lo suficientemente fuerte como
para derribarle, empezó a gritar:
—¡Detened al ladrón! ¡Acaba de robarme la cartera!
Sin esperar a que acudieran en su ayuda, el desconocido abalanzóse sobre
Paul entablando con él una feroz lucha que fue interrumpida por la oportuna
llegada de uno de los policías municipales que, armados de pistolas,
garantizaban el orden en la zona libre de Alemania.
No sin esfuerzo y haciendo antes sonar el silbato para pedir ayuda a sus
más próximos camaradas, que no tardaron en acudir en número de tres, pudo
separar a los contendientes. Larmon, rojo de ira, exclamó:
—¡Este hombre se ha vuelto loco!
—¡Deténganle! Es un ratero.
Paul, encolerizado, quiso agredir al que le acusaba, pero los robustos
brazos de dos agentes se lo impidieron.
—¡Quieto! —dijo el policía que intervino en primer término—. Nadie
debe emplear la violencia. —Volvióse al germano—. ¿Qué es lo que le falta?
—La cartera. Le vi metérsela en el bolsillo derecho de la americana.
Grande fue la sorpresa de Paul al ver que el agente le sacaba del lugar
indicado por el alemán un billetero negro. Su estupor duró unos segundos.
—¿Es esto suyo? —inquirió el policía a su compatriota.
—Sí. Llevo tarjetas a mi nombre, Alois Hilgers, ayudante del doctor
Gorgen. Me dirigía a la clínica. Tengo un trabajo urgente. ¡Deténganle! Hay
que poner a buen recaudo a los enemigos de la sociedad. Las fuerzas de
ocupación nos agradecerán el servicio. Hasta las dos de la madrugada podrá
encontrarme en el laboratorio del doctor Gorgen. A partir de esa hora estaré
en casa. ¿Puedo marcharme?
—Hágalo, señor. Nos basta con este individuo. Sin duda se trata de un
indeseable que quiere entorpecer las amistosas relaciones entre Estados
Unidos y Alemania.
Pese a las protestas de Paul, que temía ser cacheado por carecer de
licencia para llevar la «German Luger», el agente le condujo a las oficinas de
la Jefatura. El detective mostró su documentación al inspector Hermann
Nissen quien, sonriendo, aparentaba no conocerle. Nissen era un hombre de
carácter seco. Sus subordinados se extrañaban de verle con aquel rostro
jovial.
—Bien, señor Larmon. Se le acusa de haber arrebatado la cartera a un
ciudadano alemán. Por si fuera poco, se encontró la prueba del delito en uno
de sus bolsillos. ¿En el derecho o en el izquierdo? —preguntó al agente, con
germana meticulosidad.
—En el derecho.
—La víctima era el doctor Alois Hilgers, según me ha dicho.
—Sí. Aquí tiene su tarjeta.
Paul, que no cesaba de mirar su reloj de pulsera, con un gesto de
superioridad afirmó:
—Ese médico no existe. El individuo me agredió y, en la lucha, debió de
introducirme su billetero en el bolsillo.
—En el derecho —puntualizó, sarcástico, Hermann Nissen.
—En efecto. En el derecho. ¡Lo mismo da! Es imposible que un doctor se
preste a tal superchería. Lo que se pretende es hacerme perder un tiempo
precioso para…
—¿Para qué? —interrogó el inspector.
—No importa. ¿Tiene inconveniente en ponerse al habla con ese médico,
Nissen? ¡Usted sabe que soy incapaz de convertirme en un ladrón!
El alemán, divertido, insinuó:
—Las tentaciones son, a veces, superiores a la voluntad. Recuerde el
último caso en que actuamos juntos. El que se apoderó de las joyas fue hasta
entonces un sujeto intachable. No. No hay que descartarle a usted como
sospechoso, a no ser que se demuestre plenamente lo contrario. —El
inspector miró a los agentes—. Vuelvan a sus cometidos. Si necesito parte
por escrito, se lo pediré.
—A la orden, señor.
Los dos policías abandonaron el despacho de Hermann extrañados de la
cordialidad de su jefe, un jefe tan severo, para con un vulgar ladrón. Apenas
quedaron solos, Larmon, agresivo en parte, preguntó a Nissen:
—¿Va a hacer lo que le he pedido?
—No es necesario. El doctor Gorgen es el médico de mis hijos y ninguno
de sus ayudantes, a quienes conozco, se llaman así. ¿Quién quiere meterle en
líos, Paul? Siéntese y fume un cigarro conmigo. No olvido que en dos
ocasiones ha sido usted mi más eficaz colaborador.
El detective miró su reloj de pulsera. ¡Las ocho y cuarto! Ya estaría
Jacqueline esperándole con el menea je obtenido en el «Festival Exposición»
de Frankfurt.
—Gracias, Hermann. Me es imposible. He de reunirme con mi secretaria.
—¿No admite mi ayuda a título particular? Sea sensato, Paul. Me consta
que se encuentra usted en un gran apuro, a juzgar por las arrugas de su frente.
—¿Puede acompañarme?
—Sí. Iremos en mi coche. Por el camino me explicará el lío en que se ha
metido.
El inspector tardó unos segundos en disponerlo todo hasta su regreso y,
poco después, renunciando a los servicios de un chofer uniformado, puso en
marcha el motor de un «Mercedes» anticuado, con motor de enorme potencia.
—Le escucho. Larmon.
El detective, tras una breve vacilación, contó la verdad al miembro de la
policía. Al terminar, Hermann no hizo ningún comentario. Paul dióse cuenta
de que la mandíbula del alemán era más cuadrada que nunca, signo de
profunda concentración mental en aquel hombre, quizá tardo en sus
reacciones, sin las genialidades de los que en América represen catan la Ley,
pero de extraordinaria tozudez, eficacia e inteligencia. Nissen era un
engranaje de la perfecta máquina de las fuerzas de seguridad de la zona libre,
un hombre capaz de anteponer a todo el cumplimiento del deber. Larmon
conocía su historia. Fue comandante de carros de combate durante la guerra y
nada pudieron hacerle los tribunales de desnazificación por demostrarse que
se limitó a cumplir órdenes recibidas, incluso con heroísmo, por lo que se
hizo merecedor de la Cruz de Hierro en los combates de la defensa de Berlín.
Al terminar el conflicto bélico, pidió la separación del Ejército y, para
mantener a su esposa y tres hijos, presentóse a las oficinas aliadas solicitando
formar parte de las fuerzas de policía a fin de contribuir a mantener la paz y
el orden en el territorio. Admitieron su ingreso como agente de la Policía
Municipal para después pasarle a la Brigada de Servicios Especiales donde
varias destacadas actuaciones y su brillante historial le convirtieron en
inspector jefe.
—¿Qué opina, Hermann?
—Aún nada. ¿Cree en la veracidad de la amenaza que le hicieron de
asesinarle antes o después si tomamos precauciones oficiales?
—Sí. Fue una suerte que estuviera usted de servicio.
Nissen, sin responder, detuvo el vehículo dos manzanas antes de llegar a
la esquina de las calles Nidda y Moselstri Windmühl. Desde donde se
apearon, los dos hombres pudieron descubrir a Jacqueline Bradford, que
paseaba impaciente.
Al acercarse a la muchacha y observar ésta la presencia de Hermann,
respiró satisfecha:
—¿Qué tal, inspector? Me maravilla el sentido común de mi jefe.
—¡Déjese de bromas! —reprochó Paul con aspereza—. ¿Consiguió esa
carta?
—Sí. Anny Strauss me ordenó que permaneciera en el autocar y fue a
recogerla para que el mensajero no notara la ausencia de usted. Aquí la tiene.
Entregó a Larmon un sobre de tarjeta, que el joven se apresuró a rasgar,
sacando una mecanografiada cuartilla.
EL MISTERIO SE COMPLICA
***
UN DETECTIVE BURLADO
TERROR EN FRANKFURT
LAZOS DE SANGRE
***
CARA A LA MUERTE
FIN
Notas
[1]Jardín Zoológico, Museo de Historia Natural, Jardín de las plantas exóticas
y casa natal de Goethe (reconstruida), respectivamente. (En alemán en el
original. N. del T. <<
[2]El récord actual de velocidad de 1212 Km, fue rebasado por el North
American F-100 que llegó a 1219 Km. Sin embargo, como es condición
sobrepasar en el 1 por 100 la hazaña anterior, no fue válida tal marca. <<
[3] Sopa especial hecha con pasas, nueces, almendras y avellanas. <<
[4]El Deutschland uber alles fue escrito por Hofmann von Failersieben en el
siglo XIX y es un elevado canto patriótico. Dos de sus versos dicen: «Unidad,
Justicia y Libertad a la patria alemana. Levántate Alemania al calor de esa
esperanza». Las autoridades de ocupación prohibieron dicho himno. <<
[5]España presentó algunos de sus productos con extraordinario éxito (N. del
E.). <<
[6]Werner Egk nació en 1901 en Auchssheim (Baviera), estudiando en Italia
y en Munich con Carl Orff. Entre sus óperas más notables destacan «Peer
Gynt», «Circe» y «Columbus». Es autor, asimismo, de obras de orquesta,
tales como «Franzósische Suite», «Allegria» y «Geórgica» y de ballets entre
los que se han hecho famosos «Ein Sommertag», «Joan von Zarissa» y
«Abraxas». Su cantata «Furchtlosigkeit und Wohlwollen» es muy popular en
Alemania. <<
[7] Las autopistas alemanas son conocidas popularmente por Autobathn. <<
[8] Diario norteamericano impreso en idioma alemán. <<