Madres Con Una Misión - Gloria Furman

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#MadresConUnaMisión

Madres con una misión


El ministerio diario de las madres en el gran plan de Dios
Gloria Furman
© 2021 por Poiema Publicaciones

Traducido del libro Missional Motherhood: The Everyday Ministry of Motherhood


in the Grand Plan of God © 2016 por Gloria Furman. Publicado por Crossway, un
ministerio editorial de Good News Publishers; Wheaton, Illinois 60187, U.S.A.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de La
Santa Biblia, Nueva Versión Internacional © 1986, 1999, 2015, por Biblica, Inc.
Usada con permiso. Las citas bíblicas marcadas con la sigla RVC han sido
tomadas de La Santa Biblia, Versión Reina-Valera Contemporánea © 2009,
2011, por Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla NBLA, de La
Nueva Biblia de las Américas © 2005, por The Lockman Foundation; las
marcadas con la sigla LBLA, de La Biblia de las Américas © 1986, 1995, 1997,
por The Lockman Foundation.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser
reproducida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida de
ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia,
grabación, u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial.

Poiema Publicaciones
info@poiema.co | www.poiema.co

SDG
Dedicado con mucho afecto a

Tiffany James y Tiffany Sumlin,


quienes fueron madres con una misión

para muchas chicas universitarias,

realizando su labor en oración,


enseñándoles el evangelio,

y compartiendo sus propias vidas.


Contenido

Resumen

Reconocimientos

Introducción: ¿De qué trata este libro?

Parte 1: La maternidad en el gran plan de Dios

1. "Madre" también es un verbo

2. Esperando a nuestro Salvador

3. El nacimiento de la maternidad

4. El Dios que salva

5. Finalmente, asentándose

6. Reincio de la misión
Parte 2: El ministerio diario de la maternidad

7. Cristo, el Creador de la maternidad

8. Cristo, el Redentor de la maternidad

9. Cristo, el Profeta de toda madre

10. Cristo, el Sacerdote de toda madre

11. Cristo, el Rey de toda madre

12. Cristo, la vida de resurrección de toda madre

Conclusión: La maternidad misional es acerca de un


Hombre

Notas de texto
Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con una misión:

a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus promesas, y a cuidar


de otros por medio del poder que tenemos en Cristo.
Reconocimientos

Los libros son un proyecto comunitario, y hay muchos a

quienes quiero agradecer por su ayuda.


A mi esposo, David, gracias por todo —por tu tiempo y

energía, por tus oraciones y tu amor. Y gracias a Aliza,


Norah Claire, Judson y Troy por inspirarme con su fe y su

amor por los “vecinos que todavía no conocen las buenas

noticias”.
Estoy agradecida por la influencia de mi madre,

Catherine, cuya paciencia llena de esperanza es de gran

aliento para mí.


Varias mujeres han compartido conmigo su sabiduría,

sus habilidades, y su tiempo ayudándome a darle forma al

contenido de este libro a través de conversaciones


personales o de la revisión del manuscrito. Este libro resultó

mucho mejor gracias a Theresa Barkley, Kris Lawrence,

Angelia Stewart, Jenny Davis y Bev Berrus. Un

agradecimiento especial a Karalee Reinke, cuya capacidad

de enfocarse en el evangelio le dio más agudeza y color a


cada página.

Me gustaría agradecer a todo el equipo de Crossway por

su valioso apoyo, especialmente a Justin Taylor, Amy Kruis,

Angie Cheatham y Lidia Brownback.

No creo que muchos hombres piensen que sus nombres


puedan aparecer en un libro que habla acerca de la

maternidad, pero le debo un agradecimiento especial a

estos estudiosos en particular. Ellos han moldeado mi

perspectiva a través de sus diversos escritos, y me han

mostrado cómo la teología bíblica tiene mucho que ver con

el significado y la misión de la maternidad. Estoy agradecida

por los ministerios de G. K. Beale, Kevin Vanhoozer, Tom


Schreiner, D. A. Carson, John Piper, T.  Desmond Alexander,

Graeme Goldsworthy y Geerhardus Vos.

No podría haber comenzado ni terminado de escribir

este libro de no haber sido por la ayuda generosa de Katlyn


Griffin, y el estímulo de Andrew Wolgemuth. ¡Gracias!
Introducción
¿De qué trata este libro?

No eres “simplemente” una mamá.

Mi misión al escribir este libro es demostrar cómo la


maternidad es parte de la misión de Dios, y así destruir de

una vez por todas la noción insípida de que la maternidad

es insignificante. No hay tal cosa como “simplemente una


mamá”, porque no hay nada “simple” en el llamado a la

maternidad. Eso es una mentira malévola que sale del

mismo infierno. Nunca has conocido a alguien que sea


“simplemente” una mamá o “simplemente” una mujer.

También quiero insistir en que todas debemos ser madres .

Toda mujer ha sido creada para cuidar la vida que Dios

mismo crea. Y es por eso que Satanás odia a las mujeres

que cuidan de los demás.


Soy consciente de que hablar de destrucción, del

infierno, y de Satanás puede sonar un poco melodramático

en una introducción, pero espero que antes de terminar de

leer el primer capítulo puedas darte cuenta de cómo la

maternidad es despreciada y trivializada hoy en día. Desde


que la serpiente susurró la primera mentira en los oídos de

la primera mujer, hemos estado en guerra, luchando contra

los poderes y principados del mal que antes nos tenían

cautivos por nuestro pecado. Hay fuerzas operando en este

mundo que están empeñadas en desterrar la vida,

especialmente la vida que ha sido creada a la imagen de

Dios. Pero ahora la gracia de Dios se ha manifestado,


trayendo salvación a todos los hombres (Tit  2:11). Satanás

intenta destruir la vida, pero Dios nos llama a cuidar la vida.

Este libro demuestra que la maternidad es una misión a la


luz de la obra de Jesús en la creación, en la redención, y de

Su triunfo sobre Sus enemigos.

Quiero que sepas que no estoy en contra del aspecto

romántico de la maternidad—para nada. Me he quedado

asombrada al contemplar las pestañas de mis bebés y

desearía tener la capacidad de guardar por siempre en mi


memoria los sonidos, olores, y sensaciones de ciertos

momentos de mi maternidad. Conozco la emoción y la

esperanza que uno experimenta cuando se le enciende una

bombilla a un niño o a una mujer que uno está discipulando.

Hay noches en las que no puedo dormir de la emoción que

siento al pensar en cosas de las cuales podría hablar con mi

vecina, que ahora está interesada en el cristianismo. El otro

día mi hijo menor hizo su primer chiste, y el escándalo que

hicimos en el carro fue tan grande que hubieras pensado

que mínimo los Medias Rojas de Boston ganaron la Serie


Mundial. Mi hija diseñó y construyó un hábitat para una

oruga y unas mariquitas que encontró cuando estuvimos de

vacaciones, y yo tomé fotos desde todos los ángulos

posibles. Tengo una amiga que me escribió para contarme

de la fidelidad de Dios durante su primera semana siendo


madre. Disfruto increíblemente de todas las emociones que

acompañan la maternidad y el discipulado. También aprecio

la capacidad que tiene una madre de darle estabilidad a su


familia en este mundo tan enfermo y lleno de pecado. Estoy

convencida de que esos momentos tan preciosos y el amor

tan profundo de una madre por sus hijos o de una mujer por

sus discípulos, alcanzan nuevas dimensiones cuando el

fundamento teológico que los sostiene es sólido.

El amor de una madre es un don poderoso. Todas las

tarjetas para el Día de las Madres están de acuerdo

conmigo, pero ¿de dónde viene este don? ¿Qué tipo de don

es? ¿Por qué lo experimentamos? ¿Hacia dónde apunta? En

este libro quiero demostrar que el ministerio diario de la

maternidad es parte de la misión de Dios. La naturaleza de

nuestro cuidado es misional. La maternidad es un don

porque es un recordatorio de que la vida es un don.

Dios no creó la maternidad “simplemente” como una

lista de tareas pendientes. Dios no creó la maternidad

“simplemente” para que te regalen una tarjeta de

felicitación. Dios no creó la maternidad “simplemente”


como algo trivial e insignificante. “Dios es un espíritu
infinito, eterno e inmutable en Su ser, sabiduría, poder,

santidad, justicia, bondad, y verdad”.1 Nada de lo que Él

hace o desea puede ser intrascendente o pequeño. Ninguna

mujer hecha a la imagen de Dios, hecha para la misión de

Dios, podría ser “simplemente” una madre. La maternidad

misional es un ministerio estratégico diseñado por Dios para

llamar a la gente a adorar a Aquel que está sentado en el

trono sobre el cielo.

Me emociona explicar mejor esta idea porque mi

corazón se estremece cada vez que la recuerdo. Pensar que


Dios me ha llamado para ser una madre con una misión—y

que es por Su gracia—me deja sin palabras. Este libro tiene

un punto principal, expuesto en dos partes las cuales se

encuentran entre una introducción y una conclusión, que

serían como dos sujetalibros. Aquí está el resumen del libro

en una frase:

Jesús invita a todas las mujeres a ser madres con

una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en Sus

promesas, y a cuidar de otros por medio del poder

que tenemos en Cristo.


Cuando desempacas una maleta después de un viaje,

sueles sacar primero aquello que necesitas con más

urgencia. Tal vez sacas primero tu cepillo de dientes o algún

medicamento, y dejas la ropa sucia para después. Primero

sacas lo que más necesitas. Así que, en primer lugar,

explicaré por qué toda mujer debe ser una madre misional

(no solo las madres biológicas o adoptivas). En el resto de la

primera parte veremos el fundamento de la maternidad

misional, que en realidad no es más que un resumen de la

más grande historia, enfocándonos en la forma en que Dios

ha revelado Su patrón misional para la maternidad, y cómo

Él da promesas de acuerdo a este plan.

Después de esto, en la segunda parte, estudiaremos las

implicaciones de esta grande historia en nuestra

maternidad misional. En esos capítulos veremos algunas de

las muchas maneras en que las madres cristianas de todo el

mundo muestran el patrón y las promesas de Dios a medida

que hacen discípulos de Cristo. Por último, por supuesto,


tengo una conclusión que es el segundo sujetalibros. En “El

fin de la maternidad” veremos que “La maternidad misional

trata acerca de un hombre”.


Nos embarcaremos en una emocionante aventura a

través de las páginas de la Biblia para ver la obra de Dios en

la creación y el sustento de la maternidad con el fin de

cumplir Su misión de glorificarse a Sí mismo en toda la

tierra. Recientemente vi un video en YouTube de un águila

que fue liberada desde la azotea del Burj Khalifa, el edificio

más alto del mundo, con una cámara GoPro atada a su

cuerpo. Las imágenes capturadas por la cámara son


abrumadoras. El ave planeaba por el firmamento, muy por

encima del horizonte, donde el cielo y el mar se encuentran,


inclinando sus alas para conducirnos hacia una vista

panorámica del desierto arábigo, para finalmente


sumergirse en un descenso dramático hacia la metrópoli—lo

vimos todo. Espero que al leer este libro experimentes algo


parecido a lo que sientes cuando ves uno de esos vídeos

que cambian o amplían tu perspectiva.


Dios nos colocó a cada una de nosotras en familias,

iglesias, denominaciones, ciudades, países, culturas, y


épocas diferentes. Cada una tiene fortalezas y debilidades,
responsabilidades y privilegios. Soy una madre de cuatro

niños, y las buenas obras que Dios ha preparado para mí las


llevo a cabo en y alrededor de un apartamento que está en
un octavo piso, en un barrio que se encuentra en el casco

antiguo de Dubai, una ciudad muy diversa en el Oriente


Medio. Una de mis amigas, que también es miembro de

nuestra iglesia, es una mujer soltera que ya es mayor,


trabaja en una oficina corporativa, viaja mucho e invita a

sus compañeros de trabajo a que participen de estudios


bíblicos. Nuestra maternidad misional se ve diferente por
nuestros contextos, pero la fuente y el objetivo de nuestro

ministerio son los mismos. Ambas podemos estar


conscientes de algunas de las cosas que Dios está haciendo

en nuestros ministerios en un momento dado, pero solo Él


conoce la amplitud y profundidad de Su actividad en y a

través de nosotras.2
En la introducción explicaré mejor por qué este libro es

para todas las mujeres en sus respectivos ministerios


cotidianos, y espero que haya grupos de mujeres que lo

vayan a leer juntas. Estoy orando para que tengas la


oportunidad de sentarte con una taza de café y una amada

hermana en Cristo. Y si tienes que escoger entre las dos


cosas, busca el café. (¡Es broma! Busca a tu hermana.)
Estoy orando para que haya amigas que hablen acerca de
esto mientras van en el carro o sentadas en el tren de

camino al estudio bíblico. Estoy orando por madres que se


sienten con las piernas cruzadas en la alfombra, una

cargando el bebé de la otra, listas para estudiar este libro


juntas, en comunidad. Estoy orando por aquellas madres

que ahora están con el nido vacío y que decidieron leer este
libro con una amiga. Y estoy orando por las nuevas madres,

que podrían hacer como hice yo cuando no podía volverme


a dormir después de darle el pecho a mis hijos: leer a la luz

brillante de la lamparita que tienes enganchada en la


cabeza (¡el mejor regalo del baby shower!), e intercambiar

correos electrónicos con amigas que estén despiertas al otro


lado del mundo.

Seguramente muchas de las que estén leyendo este


libro sean de contextos muy diferentes al mío y al de otras
mujeres. Como en todas las conversaciones, siempre es

tentador llevarlo todo a nuestro pequeño mundo. (¡Ay, cómo


detesto esta mala costumbre mía!). Aunque en este libro

esté hablando de mi propio contexto particular, mi


compromiso es asegurarme de que cualquier exhortación
que les haga brote de la palabra de Dios. Lo último que

ustedes necesitan es un libro lleno de recomendaciones


extrañas y a medias que casi nunca funcionan. Este libro no

es un catálogo de mis ideas creativas para que puedas vivir


de forma misional—creo que esas ideas creativas van a

surgir en tu propio corazón a medida que el Espíritu


fortalezca tu fe y guíe a tu familia.
El objetivo de Madres con una misión es mostrarte con

claridad lo que la palabra de Dios dice acerca de Su misión,


cómo la maternidad encaja en la misma, y lo que Cristo ha

hecho para estimularnos y ayudarnos a cumplir nuestro


ministerio diario como madres. En cuanto a la aplicación

personal, estoy orando para que el Señor haga Su obra y te


muestre cómo puedes aplicar estas verdades en tu vida.

Podrás encontrar una aplicación personal en cada página, a


medida que te preguntes a ti misma: “¿Cómo se ve la

misión de Dios en mi propia vida? ¿Qué significa esto para


nuestra vida, como miembros las unas de las otras en el

cuerpo de Cristo? En este libro en particular, creo que va a


ser útil pensar en las aplicaciones específicas para las
madres misionales, en términos de “mente, corazón, mano,

y boca”:

¿De qué manera esta verdad renueva mi mente?


¿Necesito cambiar lo que pienso acerca de Dios, Su

misión, el evangelio , la maternidad, mi misión o


alguna otra cosa?

¿De qué manera esta verdad anima mi corazón a amar


a Jesús? ¿Hay afectos en mi corazón que necesito que

Él cambie?
¿De qué manera esta verdad fortalece mis manos para

el servicio sacrificial de cuidar a otros? ¿Cómo quiere el


Señor que yo le sirva?

¿De qué manera esta verdad abre mi boca para que yo


pueda compartir las buenas noticias? ¿Qué quiere Dios
que le diga a los discípulos y a los no creyentes a mi

alrededor?

Pidámosle ayuda al Señor a medida que vayamos


descubriendo la asombrosa virtud de Jesucristo, y la misión

que Él ha diseñado para nuestra maternidad.


Parte 1

LA MATERNIDAD EN EL
GRAN PLAN DE DIOS

Cuidando vidas ante la muerte


1

“Madre” también es un verbo

Me despidieron de mi primer trabajo a la semana de

haberme contratado. No me acuerdo muy bien de los

detalles, así que tengo que confiar en lo que dicen mis


padres acerca de lo ocurrido. Después de todo, todavía

estaba cursando la primaria. La lectura es mi pasatiempo

favorito, y mi obsesión por la palabra escrita empezó a


desarrollarse desde muy temprana edad. Una de mis

maestras en la primaria se dio cuenta de esto. Mi maestra

pensó que mi pasión y mis habilidades serían un estímulo

para algunos de los niños en mi clase que estaban


atrasados en lectura, así que me pidió que ayudara a

algunos de mis compañeros.

El acuerdo no duró mucho tiempo. Mi maestra

decepcionada le explicó a mis padres que aunque a su hija

le gustaba leer, la pequeña Gloria carecía de la paciencia


necesaria para ayudar a otros niños. Pero no recuerdo

haberme sentido mal porque me hayan “despedido”. No

tener que invertir mi valioso tiempo de lectura enseñándole

a otros niños no me parecía una gran pérdida.

Mi maestra tenía razón. No tenía paciencia para cuidar


de otros, porque yo creía que servir a los demás y sacrificar

mi tiempo de lectura era una pérdida para mí. Es probable

que no lo haya expresado tan claramente, pero puedo

imaginarme a mis ocho años de edad, suspirando y

gimiendo: “Ahhh. ¿Tengo que hacer esto?”. Hay un viejo

dicho: “El mundo no gira alrededor de ti”. Pero desde el día

en que nacemos hasta el día de nuestra muerte, esa es la


historia que todas preferimos vivir, ¿no es cierto?

La verdadera historia
Si uno de mis hijos estuviera a punto de ser atacado por un

oso, me enfrentaría al oso sin pensarlo dos veces. Es con

esa ferocidad que esta mamá osa ama a sus cachorros. Así

que, ¿por qué tengo que luchar contra mis sentimientos de

egoísmo cuando descubro que uno de mis hijos se comió el

último pedazo de mi pastel de cumpleaños? Es increíble que


hasta el día de hoy sigo luchando con el mismo

egocentrismo que me caracterizaba a los ocho años de

edad. En realidad, ser consciente de esa verdad es un

regalo. Dios ha sido tan bondadoso y paciente conmigo

durante todos estos años.

Entonces, ¿cómo es que amamos apasionadamente a

las personas en nuestras vidas y a la vez nos cuesta tanto

servirles? Hay una guerra que se está librando en nuestro

interior. El cuento de hadas resultó ser una farsa. Ya hemos

vivido suficiente como para saber que el mundo no gira


alrededor nuestro, pero sin duda preferimos el guión que

dice que somos las protagonistas. Si vamos a entender la

misión de nuestra maternidad, necesitamos conocer la

verdadera historia.
La verdadera historia de mi vida es que antes estaba

perdida y alguien me halló. Dios me transformó de una

manera muy poderosa durante mi primer año en la


universidad. Él me rescató de entre los muertos y le dio vida

a mi alma, quitó mi corazón de piedra y me dio un nuevo

corazón de carne que deseaba amarle. Ahora, debo usar

palabras precisas para explicarles lo que realmente sucedió,

porque Dios me convirtió a Cristo, no a una idea de la

“feminidad bíblica”. Mi salvación no fue determinada por mi

fidelidad al vivir el diseño divino de la feminidad, sino más

bien por la fidelidad de Dios al salvarme a través de la obra

de Cristo en la cruz. Como veremos más adelante en las

Escrituras, Jesús diseñó la feminidad para Sí, creando

mujeres portadoras de Su imagen para que le siguieran

fielmente. Con agrado afirmo y celebro el diseño de Dios

para las mujeres, tal y como Él lo ha revelado en Su Palabra.

Mi iglesia es muy diversa étnicamente hablando, y disfruto

ver a mujeres de más de setenta nacionalidades viviendo su

diseño y su misión dada por Dios de cuidar a otros. Con sus

diversos y hermosos acentos, cada una de esas amigas en


la Iglesia del Redentor en Dubái diría que no existe una sola
cultura o una sola súper mujer que encarne el arquetipo

más piadoso de la perfección femenina. ¡Solo Jesucristo es

el foco, la esperanza, y la ayuda de todas las mujeres en

todo el mundo!

La Biblia está llena de verdades que fueron reveladas

incluso en la sala de personas ordinarias. Así que, en ese

mismo sentir quiero compartirles un poco más acerca de

dónde vengo (además de la historia de cuando me

“despidieron” en tercer grado). Mi esposo, David, es un

hombre que ama al Señor y que se ha comprometido a vivir


la misión que Jesús le ha dado. Cuando nos casamos,

éramos jóvenes y fuertes; nada podía detenernos. En

muchos sentidos, no necesitaba ejercitar la paciencia con

mi marido ni cuidar de él de manera sacrificial. Éramos

bastante capaces de cuidar de nosotros mismos, ¡y en

ocasiones hasta me costaba seguirle el ritmo! Cuando

ambos estábamos en el seminario, recuerdo que me daba

pánico la idea de ser madre. Cuando la gente nos

preguntaba acerca de tener hijos, nosotros siempre

decíamos: “Vamos a esperar cinco años”.


Pero esos cinco años pasaron volando. A medida que

transcurría el tiempo, entre las demandas del seminario y

una docena de viajes misioneros cortos, me empecé a

acostumbrar a la idea de ser madre. Poco después, aprendí

de una de mis mentoras que mi ansiedad en esta área no

estaba excluida de la “Regla de 1 Pedro 5:7”.3 Duramos casi

dos años “intentando”, antes de que llegara nuestra

primera hija, y durante cada uno de esos meses de espera

yo pasaba por un ciclo de emociones encontradas: de

esperanza, a decepción, a alivio. En aquellos días, Dios me

enseñó mucho acerca de Su soberanía y Su bondad. Más

adelante, aquella tarde en que nació nuestra hija, la

incertidumbre me golpeó como un tsunami. Al terminar de

alimentarla por primera vez, la enfermera me recordó lo

siguiente de manera muy espontánea: “Muy bien, querida;

Ahora pon tu alarma para que te despiertes en dos horas y

le des el pecho otra vez”. ¿Otra vez? Agotada como nunca

antes en mi vida, no tenía las fuerzas ni la claridad para orar


con elocuencia. Simplemente necesitaba el pan para ese

día: “Padre, no tengo ni idea de lo que estoy haciendo.


Dame lo que sea que necesite para hacer lo que me has

llamado a hacer”.

Ahora, años más tarde, mi falta de paciencia sigue

manifestándose en la forma en que amo a mi marido, quien

ha desarrollado una enfermedad nerviosa acompañada con

ciertos impedimentos físicos. Mi egoísmo se manifiesta en la

forma en que cuido de mis cuatro hijos pequeños. Mi

egocentrismo se manifiesta en la forma en que me relaciono


con mis amigos en la iglesia, y en mi compromiso de

amarles como hermanos y hermanas en Cristo. Se


manifiesta en la forma en que oro por mis vecinos y les

testifico.
Pero. ¡Alabado sea el Señor! No tengo que esconderme

detrás de la excusa: “Estoy demasiado ocupada pensando


en mí misma para servir a los demás; tendrás que encontrar

a alguien más”. El evangelio le dice a una pecadora


quebrantada como yo, que en realidad soy parte de una

historia diferente. Jesús invita a todas las mujeres a ser


madres con una misión: a seguir Su ejemplo, a confiar en
Sus promesas, y a cuidar de otros por medio del poder que

tenemos en Cristo. Jesucristo está trabajando en una misión


que va a cumplir con toda seguridad, y nos invita a
participar de ella para la alabanza de Su gloriosa gracia.

Vocabulario vital
¿Alguna vez le has pedido a un niño pequeño, en medio de

una rabieta, que “use sus palabras”? Yo también. Cuando


hablamos acerca de teología y de maternidad, no solo

necesitamos usar nuestras palabras; tenemos que utilizar


las palabras adecuadas. Tenemos que ser intencionales en

el uso de nuestras palabras, especialmente palabras acerca


de quién es Jesús y lo que Él está haciendo. Pero también

tenemos que ser intencionales cuando usamos palabras


para la maternidad. Cuando digo “madre”, quiero que
consideres el sustantivo como un verbo. Cuando leas la

palabra “cuidar”, quiero que recuerdes todo lo que implica:


discipular, servir, atender, criar, enseñar, mostrar

hospitalidad, y más.
Las mujeres que tienen hijos biológicos o adoptivos no

son las únicas llamadas a ser madres. La maternidad es un


llamado para todas las mujeres. Toda mujer cristiana está

llamada a ser una madre espiritual, haciendo discípulos en


todas las naciones. Nuestro cuidado maternal es, por
naturaleza, misional. En este libro veremos por qué nuestro

instinto maternal tiene que tomar la forma de la cruz, y


cómo el mismo Jesús es Aquel quien hace esta obra en

nuestros corazones, desde adentro hacia afuera.


Tal vez esas palabras hacen que el manto de tus

muchas responsabilidades se sienta un poco más pesado:


cuidar de un padre enfermo, aconsejar a una nueva amiga

en la iglesia, preocuparte por un hijo rebelde, animar a tu


marido cansado, servir a un prójimo que sufre, u orar por un

misionero que esté pasando por tiempos difíciles.


Cuando pienso en mi responsabilidad de cuidar de

aquellos que me rodean (y de aquellos que están al otro


lado del mundo), puedo sentir cómo mi orgullo es aplastado.

Sí, Señor, quebranta nuestro orgullo y cultiva en nosotros un


corazón humilde a medida que hacemos más y más
sacrificios para cuidar de nuestros hijos, ministrar a

nuestros amigos, y alcanzar a los perdidos.


Nuestra fe necesita ser fortalecida con una esperanza

verdadera –no con esperanzas falsas. Si eres como yo, ya


has probado suficiente de lo falso como para saber que no
tienes tiempo para esperanzas falsas. Ninguna de las

inspiraciones débiles y de las esperanzas falsas que el


mundo ofrece pueden soportar el peso del estrés, de la

fatiga, del pecado, del dolor del parto, o de la tristeza. Las


esperanzas falsas no pueden calmar tus miedos cuando

estás sentada en la sala de espera mientras un ser querido


está en el quirófano; no pueden recoger tu corazón roto del
suelo después de haber visto un vídeo sobre el aborto; no

pueden enfrentarse a las implicaciones de la muerte; no


pueden mirar al pasado ni al futuro para alabar a Jesús. Las

esperanzas falsas solo pueden hacerte mirar hacia atrás y


decir cosas como: “¿Cómo pude haber sido tan tonta?”. A

medida que vayamos viendo esta gran historia de lo que


Dios está haciendo en el mundo, se hará evidente que

nuestras esperanzas falsas nos engañan. Mantente atenta a


medida que lees, y pídele al Señor que examine tu corazón.

Muchas veces me sorprendo al ver las esperanzas falsas a


las que me aferro en busca de mi comodidad. Es mi oración

que el Señor avive nuestros corazones cuando recordemos


una y otra vez que necesitamos la verdadera esperanza del

evangelio, ¡la que nunca nos decepcionará!


A medida que degustemos más y más esa verdadera

esperanza del evangelio, nuestro apetito por las falsas


esperanzas empezará a desaparecer. Necesitamos recordar

que el dolor del crecimiento, aunque sea difícil de soportar,


en última instancia es parte de nuestro gozo. Dios crea cada

uno de nuestros días con oportunidades para ser mujeres


gozosas, dadoras de vida, y portadoras de Su gloria. Solo

Cristo es lo suficientemente poderoso como para llevar a


cabo esta obra en y a través de nosotras. Ser madres con

una misión no se trata de hacer cosas para Dios en tus


propias fuerzas. La maternidad misional es un camino de fe

en el que las débiles (es decir, todas nosotras) siempre


deben tener sus ojos puestos en la cruz.

Así que empecemos a caminar juntas. Encontraremos el


patrón que Dios nos ha encomendado para la maternidad
misional. Y luego, escucharemos las buenas noticias acerca

del Cristo que cumple todas las promesas de Dios. ¿Has


oído el dicho: “Tienes que aprender a caminar antes de

querer volar”? Bueno, vamos a volar antes de que


caminemos. En la primera parte de este libro vamos a volar

alto y rápido sobre la antigua historia. Dios revelará Su


patrón y nos dará Sus promesas. Hay muchísimos hilos en el
tapiz que Dios teje con la historia de la redención, y la

maternidad misional es solo uno de ellos. Veremos cómo la


sombra de la cruz está presente a lo largo del Antiguo
Testamento. Y después, en la segunda parte, vamos a

caminar a paso lento, deteniéndonos para considerar


algunos detalles más de cerca.
2

Esperando a nuestro Salvador


Un breve resumen del Antiguo Testamento

Podrías preguntarte por qué hay un resumen del Antiguo


Testamento en un libro escrito para madres. O podrías

preguntar por qué este capítulo no es un resumen de ambos

Testamentos, ¡del Antiguo y del Nuevo! Ambas preguntas

son buenas. Puesto que fue Dios quien creó la maternidad,


es necesario que examinemos Su Palabra. Por amor a la

brevedad, decidí limitarme a la narrativa del Antiguo

Testamento en la parte 1 del libro, y en la parte 2 veremos

la persona y la obra de Jesucristo de forma “sistemática”.


Cuando entendemos la gran historia de Dios, vemos que

la maternidad misional no es un estilo de vida definido por

los productos o cosas particulares que consumes o dejas de

consumir, o por las actividades que haces o dejas de hacer.

Un estilo de vida es algo que uno puede escoger hacer


según su cultura, preferencias y recursos. La historia de la

redención nos enseña que la verdadera maternidad

cristiana es por gracia mediante la fe. Esto no se trata

meramente de un estilo de vida; es lo que debe caracterizar

la vida de alguien que ha nacido de nuevo. Cuidamos de


otros de una manera que sea consistente con el hecho de

que Cristo realmente resucitó de entre los muertos. Así que

nuestra maternidad misional no se trata de lo que hacemos,

de lo que comemos o de cómo decoramos nuestras casas,

sino de vivir creyendo toda palabra que sale de la boca de

Dios y de dar frutos espirituales que den testimonio de la

realidad del evangelio.


Si queremos aprender acerca de la maternidad misional,

primero tenemos que ir a la Biblia—al principio—porque

sabemos que la Biblia es la historia de Dios. Él escribió un

libro para nosotros.


Nuestra mayor necesidad

No conozco todas las circunstancias a las que te tendrás

que enfrentar en el día de hoy. Sería un poco tonto de mi

parte tratar de hablar acerca de todos los problemas a los

que se enfrentan las mujeres en todo el mundo. Pero hay un

libro que nos habla acerca de nuestro mayor obstáculo, del


estorbo que más nos desalienta, y nuestra situación más

desesperada. La Biblia nos dice quién es Dios y cómo

podemos conocerlo.

Nuestra necesidad más importante es estar en una

relación correcta con Dios. Cualquier otra necesidad que

tengas es insignificante en comparación, tanto como una

hormiga en el sótano de un rascacielos en Shanghái. Todas

tus demás necesidades apuntan a esa gran necesidad de

conocer y ser conocida por Dios. ¿Tienes hambre? Es un

puntero que te ayuda a entender que fuiste diseñada para


vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios. ¿Tienes

sed? Es un puntero que te ayuda a entender que tu sed

espiritual solo puede ser saciada por el agua viva que Jesús

da. ¿Tienes frío? ¿Estás asustada? ¿Ansiosa? ¿Triste? ¿Sola?

¿Perdida? Estas necesidades apuntan al único Dios que te


creó, que te ama y que entregó a Su Hijo para que muriera

en tu lugar, y así tú pudieras amarlo a Él en espíritu y en

verdad, para siempre. ¿Sientes como la eternidad late en tu


corazón?

Estas imágenes y punteros sirven para recordarnos

verdades eternas. ¡Y necesitamos todos los recordatorios

que nos puedan dar! Es asombroso considerar todos los

mensajes contrarios (es decir, mentiras) con que nos

bombardean cada día. Este mundo (Ef  2:2) es un sistema

perverso dirigido por Satanás. Las fuerzas espirituales y

poderes malignos están aliados con el diablo, a quien Pablo

llama el dios de este siglo (2Co  4:4, RVC). Estos poderes

malignos han diseñado, organizado y puesto en marcha la

corriente de este mundo, de tal manera que nuestra caída e

inclinación al pecado se hace cada vez más evidente, y la

meta es hacernos creer que “las cosas son así y punto”. Al

enfrentarnos con la muerte, simplemente decimos: “Así es

la vida”. Vivimos en un mundo regido por obscenidades que

se hacen pasar por la realidad, tales como: “Esto es todo lo

que hay”, “Haz lo que te diga tu corazón”, y “Tu mejor vida


es ahora”. Según el mundo, la vida en general no tiene
sentido, y la humanidad es solamente un grupo de cúmulos

de células optimistas. Así que un estómago gruñendo solo

existe para recordarte que te saltaste el almuerzo, y nada

más.

La Biblia renueva nuestra mente para que podamos

identificar las mentiras de este mundo. Esta claridad es

fundamental para la maternidad misional. ¿A qué mujer no

le han mentido acerca de quién es Dios, de por qué se hizo

el mundo, y de lo que significa la maternidad? La corriente

de este mundo quiere que vivamos como zombis—


indiferentes hacia Dios y hacia nuestra necesidad

desesperada de Él.

Alabado sea Dios que no nos abandonó y no dejó que

siguiéramos el curso de este mundo, como zombis que van

por la vida sin dirección alguna. Él intervino. Él se ha

revelado en Su Palabra y envió a Su Hijo, la Palabra hecha

carne. En la Palabra de Dios, la Biblia, leemos acerca de la

verdadera historia.

Necesitamos olvidarnos de la historia equivocada


Dios es el autor de la más grande historia que se come a

todas las pequeñas historias de almuerzo. Para vivir el

diseño de Dios para nuestras vidas y seguir Su plan para

nuestra maternidad misional, necesitamos conocer Su

historia.

Las mujeres necesitan conocer Su historia por varias

razones. En primer lugar, somos tan propensas a

preocuparnos excesivamente sobre los detalles de nuestras

historias de hormigas diminutas que no vemos el

rascacielos. En segundo lugar, es necesario conocer Su

historia porque las historias moldean nuestras mentes. Su

Palabra nos muestra una imagen verdaderamente cristiana

de la misión de Dios para las madres, y cómo y por qué

debemos cumplirla. En tercer lugar, cuando conocemos y

amamos Su historia, nos ayuda a evitar que vivamos la

historia equivocada. No queremos vivir esa historia

equivocada caracterizada por el miedo ansioso, las

comparaciones eternas, un cuidado indiferente, y una


búsqueda de paz con el mundo bajo los términos del

mundo. Y, en cuarto lugar, es necesario conocer esta

historia para que podamos traspasarla a otros.


Y luego está la razón que abarca todas las demás

razones: necesitamos conocer a Jesús. ¿Quién es Él? ¿Cuál

es Su patrón? ¿De qué maneras cumple Él las promesas de

Dios? ¿Qué tienen que ver Su patrón y el cumplimiento de

esas promesas con mi misión de ser madre?

En el resto de este capítulo, vamos a dar un paseo

supersónico sobre el Antiguo Testamento. Fíjate en la forma

en que la sombra de la cruz se vislumbra en el horizonte.


Deja que el Espíritu empape tu imaginación y piensa en

todas las formas en que Jesús transforma tu maternidad en


Su misión de cuidar vidas. Las implicaciones y las

aplicaciones las veremos en la parte 2 del libro, pero ahora


también es un buen momento para que vayas pensando en

algunas maneras en que esta buena noticia puede cambiar


la forma en que cuidas y discipulas. Luego, en el resto de

esta sección (la parte 1), hablaremos un poco más en


detalle, época por época. Verás que hay algunas preguntas

en los capítulos en las cuales tal vez quieras profundizar


aún más usando tus herramientas de estudio bíblico.
Así que ve y busca una taza de café recién hecho y

amárrate el cinturón de seguridad.4 Es un breve resumen,


pero oro que el Señor lo use para ayudarte a ver a Cristo
más claramente en la Escritura, y que esto llene tu corazón

de gratitud y gozo en Él.

Jesús nos hizo parte de Su historia

Su historia comienza desde antes que existiera el tiempo. El


Dios trino—Padre, Hijo y Espíritu Santo—existía en perfecta

comunión en la eternidad pasada. Dios creó todo lo que se


puede ver (y lo que no se puede ver) para Su propia gloria.

Todo era bueno en el reino universal de Dios.


Dios creó al hombre y a la mujer a Su imagen, sopló

aliento de vida en Adán y lo puso en un jardín, le dio


propósito al hombre y a la mujer, equipó a Adán y a Eva
para que sometieran la tierra más allá del jardín y ampliaran

Su jardín-templo sobre toda la tierra. Siendo un Padre bueno


y amoroso, Dios estuvo con y para Sus hijos.

Pero Adán dejó que una serpiente astuta tergiversara


las palabras de Dios. Nuestros primeros padres rechazaron a

Dios, y en lugar de creer las palabras de Dios, escucharon


las palabras de la serpiente, comieron del fruto prohibido

del conocimiento del bien y del mal, y cayeron. Ellos


pecaminosamente optaron por intentar lo imposible: la
independencia de Dios. Intentaron llegar a ser sabios, pero

demostraron que eran unos necios. En un solo bocado, la


muerte entró en el mundo. Todo en la tierra entró

rapidamente en un proceso de destrucción. Sus corazones


se volvieron contra ellos mismos. Al igual que la serpiente,

se convirtieron en mentirosos y acusadores. En lugar de


cuidar del otro, cada uno buscaba su propio beneficio. En

lugar de dar testimonio de la pureza de Dios en el jardín que


Él hizo, la presencia de ellos lo contaminó. Dios pronunció

una maldición como resultado de su pecado. Hubo juicios:


espinas, malas hierbas, dolores de parto y conflictos.

Pero Dios no abandonó a los portadores de Su imagen


para que sufrieran bajo Su ira sin darles una vía de escape.

Él prometió que la descendencia de la mujer vencería sobre


la serpiente y su descendencia. Este fue el inicio del
conflicto cósmico.

Adán creyó la promesa de Dios por la fe. El hombre y la


mujer seguirían siendo coherederos, embajadores y

portadores de la imagen de Dios. Él le dio a su esposa un


nombre que estaba lleno de esperanza, un nombre lleno de

fe en la gracia futura de Dios:

El hombre llamó el nombre de su mujer Eva, por


cuanto ella era madre de todos los vivientes

(Gn 3:20).

¿Viste eso? La muerte entró en la creación a causa de su

pecado, pero la nueva vida entró en la creación a causa de


la gracia. Eva sufrió dolores de parto y con la ayuda del

Señor dio a luz a su hijo Caín. Este niño creció y se puso del
lado de la serpiente, asesinando a su hermano, Abel, el cual

era justo. Creemos que arreglar la cama solo para volver a


acostarnos sobre ella es un ejercicio inútil. Pero me

pregunto, ¿qué habrá pensado Eva de la inutilidad en este


momento? ¿Qué había pasado con todo aquello acerca de la
procreación y la simiente prometida de la mujer? Pero la

historia continúa, y la esperanza nunca se pierde mientras


Dios siga siendo fiel a Sus promesas. Eva dio a luz a otro

hijo, Set.
Todos necesitamos las intervenciones de Dios

A pesar de los muchos dolores de parto, la descendencia de


Adán y Eva se multiplicó sobre la faz de la tierra. Y el

pecado se multiplicó junto con ellos. Los corazones de los


hombres llegaron a estar tan saturados de maldad que Dios

envió un diluvio para juzgar a la humanidad y limpiar la


tierra, pero Él decidió salvar a una familia junto con algunos

animales. Dios hizo un pacto con Noé y a los portadores de


Su imagen les reiteró Sus instrucciones de multiplicarse y

gobernar la tierra.
Pero el diluvio no podía limpiar el corazón del hombre.

Los descendientes de Noé se multiplicaron y así mismo se


multiplicó su rebelión. Entonces Dios en Su misericordia

confundió su idioma en Babel, y el pueblo se extendió sobre


la faz de la tierra.
Todo trabajo que involucre cuidar a alguien es una

especie de intervención—entre un niño y sus hábitos


destructivos, entre un amigo y su desánimo, entre un

refugiado y su falta de vivienda, entre una persona


desvalida y el descuido. Esta ha sido nuestra historia desde

la caída. Ni una sola de nosotras tiene esperanza alguna a


no ser por la intervención de la gracia de Dios. En Génesis
12, nos presentan a un hombre que Dios había escogido de

entre todas las personas en la tierra, un pagano que


adoraba la luna y su anciana esposa estéril: Abraham y
Sara.

Dios hizo un pacto con Abraham y le prometió una tierra


espaciosa, una descendencia abundante, y una bendición

mundial. Pero, ¿cómo se iba a multiplicar esta pareja de


ancianos?

Una vez más, vemos la intervención de la gracia de Dios


cuando Sara, una mujer mayor, concibió y perseveró en el

parto hasta dar a luz a un hijo. Sara no sería la única mujer


que tendría que luchar con los dolores del juicio

relacionados a la concepción y la labor de parto. Todas


somos afectadas de alguna manera u otra por estas cosas—

infertilidad, aborto involuntario y labor de parto—, ya sea


que este sufrimiento sea el de nuestro propio cuerpo o del

cuerpo de la mujer que nos dio a luz, o de la mujer que está


sentada a nuestro lado. Toda mujer debe mirar a la simiente

prometida de la mujer para encontrar esperanza y ayuda.


Dios venció la esterilidad de muchas otras mujeres
después de Sara, mostrando la fortaleza de Su poder para

proveer el Libertador que Él había prometido. Pero


Abraham, Isaac y Jacob vivieron en tiendas de campaña y

no ocuparon la tierra que Dios les había prometido, ni


vivieron para ver cómo ellos serían de bendición para el

mundo entero. Vivieron y murieron por la fe.


El final de Génesis es sombrío. El pueblo de Dios está

viviendo en Egipto, y el número de la descendencia de


Abraham eran unas setenta personas. Con esa cantidad de

granos de arena solo puedes hacerle una playa a una


hormiga. El pueblo de Dios se había multiplicado, pero

estaban pereciendo como esclavos de un rey que estaba


empeñado en un genocidio. En Su misericordia, Dios levantó
a parteras que le temían a Él en lugar de temerle al faraón,
y rescató a Moisés, quien a su vez rescataría al pueblo de

Dios cuando Él juzgara a Egipto. Los hijos de Israel


caminaron hacia su libertad cruzando por puertas cubiertas
con la sangre de corderos, y luego entre paredes de agua de
mar.
La misión de Dios sigue en marcha
Del otro lado del agua, en un monte, Dios le dio Su ley a Sus

hijos. Ahora el propósito global de Dios para este pueblo


comienza a tomar forma. Al igual que el primer hombre y la
primera mujer, los hijos de Israel fueron llamados a cuidar
de todo el mundo, siendo un reino de sacerdotes a través de
los cuales Dios enviaría Su bendición. El pueblo fue llamado

a ser fiel al pacto, a obedecer al Señor, a depender de Él


para recibir el pan de cada día, y amarle. Es evidente que el
pueblo no podría cumplir con esta misión si Dios no estaba
con ellos.

Dios habitó entre Su pueblo en el tabernáculo. Además


de las instrucciones detalladas sobre cómo construir el
tabernáculo, Dios le dio instrucciones específicas a Su
pueblo en cuanto a la forma en que debían ofrecer

sacrificios agradables a Él. Aún así, Dios es completamente


santo y está apartado de los hombres pecaminosos, y la
sangre de toros y machos cabríos no puede quitar el pecado
de manera permanente. Así que Dios en Su gracia

estableció un medio a través del cual estos sacrificios


estarían vinculados a un sacrificio futuro por el pecado. El
pueblo tenía que vivir por fe mediante la gracia, y debía
multiplicar el número de los seguidores del único Dios

verdadero. Su deber era conocer, obedecer y utilizar la


Palabra de Dios para difundir el conocimiento del Señor
sobre toda la tierra. Esa comisión nos suena muy familiar,
pero la verdad es que todos somos fácilmente engañados

por nuestra idolatría.


Si Dios no interviene en nuestras vidas, seríamos tan
infieles como Israel. El pueblo no había sido liberado de la
esclavitud, no realmente. Debido a su esclavitud al pecado,

Israel se negó a entrar en la Tierra Prometida porque ellos


habían oído que había gigantes en la tierra. Luego, cuando
finalmente siguieron a Dios hasta la tierra, rechazaron los
jueces que Él había enviado para salvarlos. Los ídolos de las
naciones eran más atractivos. Fueron días horrorosos en los

que “cada uno hacía lo que le parecía mejor” (Jue 17:6).


Entonces Israel pidió un rey como los que tenían las
naciones paganas. Abraham dijo que de Judá vendría un
cetro—un rey. La simiente de la mujer—el linaje real—

continuó cuando en la pequeña ciudad de Belén, un


descendiente de Judá llamado Booz actuó como pariente

redentor y se casó con una viuda gentil.


El bisnieto de Booz y Rut, David, fue ungido para ser
rey, y él puso su confianza en el Señor. Dios estableció Su
pacto con David, pero David pecó. Empezando por su
adulterio y hasta el asesinato que cometió, era evidente que

este rey no era justo. ¿Y su hijo Salomón? Durante el


gobierno de Salomón, la paz y la prosperidad se
multiplicaron, pero así también se multiplicaron sus esposas
e ídolos. La historia de Salomón me hace preguntarme si, en

medio de la fatiga de cuidar de los demás y de nuestro


cansancio por luchar contra nuestro pecado, nos
conformamos felizmente con un reino salomónico en
nuestros hogares. Solo queremos que al menos haya una

paz relativa alrededor de las fronteras de nuestra familia,


pero nuestros corazones están lejos del Señor. Sé que esta
es mi tendencia. ¡Pero gloria a Dios que no nos permite
disfrutar de la paz en este tipo de escenario! Y que tampoco

permitió que Israel se quedara contento allí.


Los reyes de Israel se rebelaron infinitamente contra
Dios. Los profetas se lamentaban y se quejaban contra Dios
por no cumplir Su pacto, según ellos. Sin embargo, las

personas siguieron un patrón predecible: convicción de


pecado, arrepentimiento, reincidencia, rebelión, repetición.
Luego el patrón se rompió cuando los sacaron de sus casas
y los enviaron al exilio. ¿Y qué de las promesas de Dios

durante ese tiempo?


Las promesas no habían sido anuladas; aún estaban
vigentes. El pueblo de Dios cantó canciones acerca de Él, de
Su fidelidad y de su anhelo por Él. En el camino, ellos

hablaron sobre lo que significaba vivir una vida de sabiduría


en “el temor del Señor” (Pro 1:7). Cantaron una canción que
tararea la melodía de una pasión sin obstáculos que se
consumará el día en que el Novio divino se una con Su
novia.

Los profetas hablaron la palabra del Señor, diciendo: “Él


volverá a ser misericordioso con nosotros. Seremos
liberados por un nuevo éxodo. Se acerca un nuevo pacto
que no será escrito en piedras, sino en los corazones. Un

nuevo día de reposo. Un nuevo rey davídico. Un nuevo


templo. Dios habitará en medio de Su pueblo una vez más,
y será para siempre. Él nos llevará a una nueva creación en
la que el pecado y la muerte ya no impedirán que nos

deleitemos en Dios. Dios juzgará a Sus enemigos, y la


cabeza de la serpiente será aplastada por siempre bajo los
pies del Justo”.
Dios cumplió con llevar un remanente de exiliados de

vuelta a la tierra. El regreso, sin embargo, no fue tan triunfal


como ellos esperaban. ¿Dónde estaba aquel nuevo templo
tan grandioso? ¿Y el Rey justo? ¿Qué hay de la presencia de
Dios? Las personas aún estaban sumergidas en pecado.

Esta creación no parecía muy nueva. ¿Y dónde estaba su


descanso? Ellos fueron gobernados por un rey gentil quien
estuvo a cargo de ayudar a propagar el reino romano, no el
reino de Dios, sobre la faz de la tierra.

Eso me recuerda al típico momento en que una


enfermera le dice a una madre que acaba de iniciar la labor
de parto que probablemente le falta un buen rato, y que
sencillamente tendrá que seguir esperando y tener

paciencia, y no, ella no tiene forma de saber cuánto falta


realmente. “Pero no te puedes rendir ahora, porque es
demasiado tarde para que vuelvas a casa. Así que solo trata
de relajarte”. ¡¿Qué?!
La oscuridad no puede vencer la luz
En medio de esta oscura situación, resplandeció una luz:
“En Él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad”
(Juan 1:4).

Jesús era Aquél a quien ellos esperaban: la simiente de


la mujer, enviado no para ser servido, sino para servir y
para dar Su vida en rescate por muchos; el Hijo del Hombre,
el Hijo de Dios.

Pero el enemigo de Dios no se rindió, diciendo: “Me


imaginé que venías. Muy bien, aquí están los cautivos.
Aplasta mi cabeza ya, por favor”. No. Desde el momento en
que nació, Jesús entró en conflicto con el enemigo de Dios.
La encarnación de la segunda persona de la Trinidad fue la

entrada de la nueva creación a los tiempos que pronto


pasarían. La Palabra de Dios, quien creó todas las cosas con
una palabra y con el fin de llevar a cabo la redención, se
ocupó de hacer la obra que vino a realizar: deshacer las

obras del pecado, de Satanás, y de la corriente de este


mundo. A lo largo de Su vida, sufrió rechazo y murió en la
cruz en manos de aquellos que no deseaban ver que Su
reino llegara ni que Su voluntad se hiciera en la tierra como
en el cielo.
Los acontecimientos de ese fin de semana, ya unos dos
mil años atrás, marcaron el giro de la historia cósmica. La

reivindicación del sacrificio del Hijo—la resurrección del


Cristo—es algo que nunca debemos olvidar. Repito: tu y yo
siempre debemos procurar que nunca, nunca se nos olvide
la Pascua. Si crees que la preocupación, la frustración, la

fatiga, la ingratitud o la inutilidad de tu trabajo maternal es


lo más grande que te está pasando en estos momentos,
recuerda esto: ¡Jesús está vivo!
Los efectos de la resurrección de Jesús no son tan

evidentes a simple vista. Nuestros ojos están cegados. Es


por eso que el evangelio tiene que ser proclamado—no es
algo que simplemente se nos ocurre por nuestra cuenta. Los
muertos no despiertan y se dicen a sí mismos:

Creo que necesito una justicia ajena. ¡Sí! Necesito

una santidad que venga de fuera, no de mí mismo.


Apuesto a que hay una deidad trina que creó todas
las cosas, y que la segunda persona de esta Trinidad
se encarnó. Apuesto a que el Hijo de Dios y el Hijo
del Hombre vivió la vida que nunca podría vivir, y
que murió en mi lugar con el fin de expiar la ira que

Dios tiene contra mí. Y… apuesto a que si me aferro


a este Dios-hombre por gracia mediante la fe,
entonces seré salvo.

No, no se nos ocurre pensar algo así. Todos necesitamos que


nos prediquen el evangelio. Dios es el que nos da vida, nos

abre los ojos, y nos invita a obedecer Su gran comisión,


para hacer discípulos de todas las naciones por medio de Su
poder y siguiendo Su patrón, confiando en Sus promesas.
Esta es la historia que tengo que recordar. Esta es la

historia que tiene que dominar por encima de todas las


situaciones y preguntas en mi vida: ¿Qué comeremos? ¿Qué
beberemos? ¿Qué nos pondremos? El carro está dando
problemas otra vez—¿qué conduciremos? La agenda está

demasiado llena—¿qué dejaremos de hacer? El médico dice


que no hay esperanza de sanación, solo podremos manejar
el dolor—¿qué cambiaremos? Revisas tu cuenta de Twitter y
lees una historia que hace que tu corazón estalle dentro de
ti—Señor, ¿qué haremos?
Necesito entender que mi vida tiene un propósito, que

mi trabajo no es en vano, y que la noche ya casi termina.


Tengo que experimentar algo mucho más grande que yo—
algo grande, firme, divino.
Hay un precursor que ya sacó nuestros cadáveres de la

tumba y los llevó a la plenitud de una vida resucitada. Jesús


ascendió al cielo (¡hay un Hombre en el cielo!), y Él está
siendo adorado como el Cordero inmolado de Dios que ya
venció. El Padre lo sentó a Su diestra, pero Él sigue estando

presente en nuestras vidas. Él habita en los corazones de


Sus seguidores por medio del Espíritu Santo. Por medio de
ese Espíritu, Él da testimonio a nuestros corazones de que
somos hijos de Dios. El exilio no fue el fin, porque Jesús

marcó el comienzo de la era de la resurrección.


Incluso ahora, la nueva creación prometida, la cual es
mejor de lo que el Edén podría haber sido jamás, ya está en
proceso por medio de la obra del Espíritu en la nueva
humanidad de hombres, mujeres y niños redimidos por

Cristo, de todas las tribus que hay en la tierra. Lo viejo ya


pasó. Ha llegado lo nuevo. Y se acerca el día en que el
Cordero volverá a la tierra una vez más como juez.

Cualquier terror o amenaza en el ámbito visible o invisible


no es más que una sombra de la ira del Cordero contra Sus
enemigos. Después que Él haya eliminado para siempre
toda impureza y toda maldad, permanecerán los que han
sido lavados por la sangre expiatoria del Cordero. Y,

finalmente, Su reino vendrá y prosperará en todo su


esplendor y plenitud.
Dios es el que salva. Aquí en la tierra, esperamos con
paciencia el retorno de Jesús. Mientras tanto, tenemos una

misión que cumplir por la gracia de Dios. Será llevada a


cabo tanto en avivamientos extraordinarios, como en
nuestros ministerios cotidianos, pero siempre por el poder
del Espíritu. Parece que nos estamos adelantando un poco,

con toda esta charla acerca del fin de este siglo y el


comienzo de la eternidad. Pero, ¿sabes qué? En realidad,
nosotras debemos fijar nuestra mirada en el horizonte de la
eternidad con Jesús. Debemos fijar nuestra mirada en el

rostro de Dios en Cristo. Tenemos que ver y disfrutar a


Jesús.
3

El nacimiento de la maternidad
Desde la creación hasta el padre Abraham

Después de haber presentado la propuesta para Madres con


una misión, me di cuenta de que lo que estoy intentando

hacer en la parte 1 es una locura. ¿Cómo se puede resumir

algo como el plan épico de Dios para la historia de la

redención y cómo encaja la maternidad en él, en tan solo


unos breves capítulos?

Aunque estoy segura de que este es el camino a seguir

para este libro, todavía me siento intimidada al intentar

resumir una historia tan grandiosa y alucinante. Sin


embargo, me anima el hecho de que este tipo de resumen

valdrá la pena para las mujeres ocupadas que decidan leer

este libro, porque la práctica de resumir (y la intimidación

que la acompaña) es algo que hacemos todo el tiempo.

Todas conocemos esa intimidación que nos da cuando un


niño nos hace una pregunta profunda. Todas hemos sido

desconcertadas al darnos cuenta de que alguien a quien

conocemos pasó por una tragedia inesperada. Todas nos

sentimos frustradas cuando nos damos cuenta de que un

tiempo precioso se nos escapa con demasiada rapidez.


Todas nos hemos quedado inmóviles y sin palabras después

de leer algunos titulares en las noticias. El panorama

general nos ayuda a seguir adelante. Para utilizar términos

teatrales, debido a que todos somos personajes viviendo

una historia, todos estamos improvisando de acuerdo al

guión que hemos resumido de manera inconsciente en

nuestros corazones.
¿Qué se supone que estemos haciendo como madres?

¿Y cuál es el fin de nuestra misión? Necesitamos conocer la

gran historia que comienza con la antigua historia.


La Palabra narradora

Tal y como había dicho, veremos cómo la sombra de la cruz

está presente a lo largo del Antiguo Testamento. La misma

Biblia que Jesús leyó tiene algo que decirnos a las madres

de hoy en día. Esa idea era nueva para mí cuando me

convertí, y cuando entendí que la simiente prometida de la


mujer en Génesis 3:15 era Jesús, no sabía si mi cerebro iba

a derretirse de la confusión o explotar de alegría. Siendo

nueva creyente, recuerdo haber pensado que realmente era

una buena noticia, porque durante toda mi infancia estuve

bajo la impresión de que “el dios del Antiguo Testamento”

era algo diferente a “el dios del Nuevo Testamento”.

Pensaba que el primer dios estaba enojado con todos los

pecadores, y que era algo bueno que ese dios se haya

transformado en Jesús y haya empezado a amar a los

pecadores. No sabes el alivio que sentí al descubrir que


estaba equivocada. ¿Quién podría confiar o amar a un dios

que cambia arbitrariamente? Alabado sea nuestro Dios trino

—Padre, Hijo, y Espíritu Santo—que nunca cambia. Él nos ha

dado Su Palabra, la cual es un mensaje unificado de Su plan

para glorificarse a Sí mismo al salvar a Sus hijos perdidos.


Leer el Antiguo Testamento a la sombra de la cruz hace

que mi corazón arda dentro de mí, al igual que le sucedió a

los discípulos en el camino a Emaús. El Cristo resucitado se


apareció a ellos mientras iban por el camino, y lo que les

dijo les llenó de asombro y emoción:

Entonces, comenzando por Moisés y por todos los

profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas

las Escrituras (Lc 24:27).

¿Se imaginan haber estado allí en el camino con los


discípulos cuando se dieron cuenta de que habían estado

hablando con Jesús, Aquel que venció el pecado y la

muerte? La unidad del mensaje de la Biblia corre a través de

todos los sesenta y seis libros y a través de ambos

Testamentos. Cuando estudiamos esta unidad, lo llamamos

“teología bíblica”.5 Cuando Jesús habla acerca de esta

unidad, Él está demostrando que toda la Biblia trata acerca

de Él.

Por supuesto, debemos ser cuidadosas al estudiar la

Escritura a través de esta lente; ¡no queremos ver cosas

que realmente no estén allí! Dicho más claramente, tu


teología bíblica está bien encaminada cuando logras ver

cómo toda la Escritura apunta al evangelio. La Biblia es

acerca de Jesucristo y de lo que Él hizo por nosotros a fin de

restaurarnos a una relación correcta con Dios. Jesús es el

personaje central de la Palabra de Dios. Juan, el discípulo

amado de Jesús, va al grano en la primera línea del relato

que él escribió como testigo presencial:

En el principio ya existía la Palabra. La Palabra

estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra (Jn 1:1,

RVC).

Jesús es la Palabra. La Biblia es Su historia. Él es la Palabra a

través de la cual fueron creadas todas las cosas.

Porque por medio de Él fueron creadas todas las

cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles,

sean tronos, poderes, principados o autoridades:

todo ha sido creado por medio de Él y para Él

(Col 1:16).
Necesitamos entender cómo Jesús—Su existencia,

encarnación, enseñanzas, milagros, obras, muerte,

resurrección, ascensión, entronización y regreso—es la

realidad que gobierna todo lo que podemos ver y lo que no

podemos ver.

Como dije anteriormente, fue un alivio descubrir que

ese concepto de un Dios cambiante y arbitrario es una

herejía. También es un alivio darme cuenta y recordar que

todo en la vida trata acerca de Cristo y no de mí. Si yo soy

el centro del universo, entonces tengo que luchar por

mantener a Dios, a mis hijos, a mi esposo, a mis amigos, mi

trabajo, y a todos los conductores distraídos en la fila de la

escuela orbitando a mi alrededor. Emitir ese tipo de

atracción gravitatoria es un trabajo excepcionalmente duro,

y eso hace que me frustre (como mínimo). Todos esos

planetas siguen tratando de volar hacia el espacio. Cuando

leo que Jesucristo es el centro de todo, suspiro de alivio, me

arrepiento de mi arrogancia, y lo contemplo felizmente en


adoración. También tengo que recoger mi mandíbula del

suelo cuando caigo en cuenta de que la Palabra decidió

crear, narrando Su creación en Su historia.


Dios hizo todo lo que puedes ver (y lo que no puedes

ver)

Se ha dicho que las mujeres son capaces de hacer muchas

cosas a la vez. Puede que eso sea verdad, pero en mi propia

experiencia, no soy muy buena recordando las tantas

verdades que quisiera tener frescas en mi mente en todo

momento. Es por eso que aprecio recordatorios básicos,

tales como: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”


(Gn  1:1). Es como un buen vaso lleno de perspectiva para

esos momentos en los que siento que tengo el peso del


mundo sobre mis hombros. Antes de que desestimemos

rápidamente este hecho acerca de la creación de Dios con


un “Sí, sí, ya lo sé”, vamos a pausar y considerar lo que

dice. Además, antes de descartar esta sección con un rápido


“Sí, sí, ya lo vimos en el resumen del Antiguo Testamento”,

pausemos y recordemos que ahora estamos adentrándonos


en las aplicaciones específicas de la historia del Antiguo

Testamento y en la forma en que todo se relaciona con


nuestras vidas.
En primer lugar, somos criaturas. ¿Cómo explicamos

toda la impresionante belleza y el quebrantamiento


desgarrador que vemos en medio nuestro? Los seres
humanos—criaturas— son increíbles y condenables a la vez.

Somos finitos, hechos del polvo, con almas inmortales que


nunca morirán, que tristemente son adictas a Candy Crush,

que están adornadas con diferentes tipos de ombligos, y


que se preocupan por la dirección en la que debe rodar el

papel higiénico en el baño. Somos criaturas que bailan


Haka, que comen shawarmas, que hacen el amor, que
corren maratones, que caminan sobre la luna, que

promueven el aborto, que se unen por medio de pactos


matrimoniales, que amamantan bebés, que construyen

bombas nucleares, que rescatan pajaritos huérfanos, que


tienen esclavos, que liberan esclavos, que componen

sinfonías, que entrenan delfines, que diseñan


computadoras, que muestran compasión, que reciben a los

refugiados, que persiguen sueños.


Los seres humanos son responsables del descubrimiento

del tocino curado en miel de abeja, y de bombardear


escuelas en Siria. ¿Quiénes nos creemos que somos? ¿Por

qué hacemos lo que hacemos? Para empezar a entendernos


a nosotros mismos, tenemos que saber que somos
criaturas: criaturas dependientes, frágiles y que algún día
rendirán cuentas. Somos criaturas humildes a las cuales un

Dios santo quiso revelarse. Que el Dios Creador se revele a


nosotros es una gracia profunda que no deberíamos

atrevernos a ignorar o tomar a la ligera.


Este mismo Dios Creador, que es antes de todas las

cosas, hace que todas esas cosas y nosotros formemos un


todo coherente (Col  1:17). Esto es asombroso. El hecho de

que este Dios quiera revelarse a nosotros nos dice mucho


acerca de quién Él es. Dice que Él es el tipo de Dios que

crearía seres vivos con una necesidad de conocerle y que


luego Él se revela a esas criaturas para que puedan

conocerle. No, Dios no está necesitado; nosotros estamos


necesitados. No hay nada deficiente en el Dios trino ni en Su

obra creadora. Su creación es una emisión explosiva de Su


plenitud inherente. Los serafines claman los unos a los otros
ante el trono del Dios vivo:

Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda


la tierra está llena de Su gloria (Is 6:3).
A lo largo del día, mientras estamos conduciendo al trabajo,

elaborando un informe, sintiendo que un bebé nos patea


desde adentro, durmiendo tranquilamente, o barriendo

nuestra terraza, la sala del trono en el cielo resuena con una


alabanza constante. Ya sea que lo veamos o no, nosotros

como criaturas siempre estamos en el extremo receptor de


la bondad que emana de Dios. Como hijos de Dios, se nos
ha dado el privilegio de la gracia que nadie podría merecer.

El Catecismo Menor de Westminster responde a la pregunta


“¿Qué es la obra de la creación?” de esta manera:

La obra de la creación consiste en que Dios ha


hecho todas las cosas de la nada, por el poder de Su

Palabra, en el espacio de seis días y todas muy


buenas.6

De la nada, la Palabra poderosa de Dios hizo que existieran

los koalas y los cuásares.


Humillémonos en sumisión reverente, expectante y

gozosa ante este Dios santo. Dios creó todas las cosas como
un desbordamiento de Su plenitud. Incluso los cielos

cuentan la gloria de Dios (Sal  19). Y Él te ha creado para


que lo conozcas—¡solo piénsalo! Pregunta: ¿Cómo Dios creó

al hombre? El mismo catecismo lo resume de esta manera:

Dios creó al hombre, varón y hembra, según Su

propia imagen, en conocimiento, justicia y santidad,


con dominio sobre las criaturas.7

Tómate un momento y mira los remolinos impresos en tu

dedo pulgar, que son únicos en toda el mundo. Aguanta tu


respiración por un segundo y piensa en el hecho de que Él

hizo y te da el oxígeno que llena tus pulmones. ¿Por qué te


creó?

La gloria del polvo que obedece la Palabra


Dios habló al caos acuático, diciendo: “¡Que exista la luz!”

(Gn  1:3). Y la luz apareció. Entonces Dios habló a la


atmósfera, y apareció aún más creación: los cuerpos de

agua, la tierra sólida, plantas con semillas en su interior,


estrellas, enjambres de criaturas marinas, y todos los

animales en la tierra que se arrastran, que galopan, que


trepan, o que vuelan. Y vio Dios que era bueno.
A continuación, en el sexto día de la creación, “Dios creó
al ser humano a Su imagen; lo creó a imagen de Dios.

Hombre y mujer los creó” (Gn 1:27).


Génesis 2 nos da una descripción más detallada de la
creación de Adán. “Y Dios el  Señor formó al hombre del

polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el


hombre se convirtió en un ser viviente” (Gn 2:7). El Creador

se inclinó para recoger un poco de tierra, para Él mismo


elaborar Su propia eikon (“imagen” en griego), y darle vida

al portador de Su imagen con Su propio aliento. Los otros


seres vivos fueron formados de la tierra (Gn  2:19), pero se

nos dice que el hombre fue aquel en quien Dios sopló


aliento de vida.

Ahora, esto sería curioso si pensamos que el aliento de


Dios es simplemente oxígeno. Nosotros respiramos oxígeno.

Pero también lo hacen los leopardos, las ballenas azules, las


babosas y los periquitos. ¿Los animales recibieron el aliento

de Dios por igual? No, lo único que tienen es aliento a


zoológico. La palabra en hebreo aquí es ruah, que puede

referirse a “espíritu”, “viento” y “aliento” (dependiendo del


contexto). Para resumir la mayoría de las explicaciones
dadas por los estudiosos de la Biblia, este ruah que Dios
sopló en el primer hombre es el mismo ruah que resucitó los

cuerpos sin vida en el valle de los huesos secos (Ez  37:9-


10), y el mismo ruah que Jesús sopló sobre Sus discípulos

cuando dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20:22). El aliento


de Dios fue lo que hizo de Adán “un alma viviente”

(1Co 15:45, NBLA).
No estamos completamente vivos a menos que el

Espíritu more en nosotros. La historia de la creación


muestra que Dios es el que da vida a nuestras almas. ¡Pero

eso no es todo! También nos dio palabras para nuestras


vidas. Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, y

le dio palabras. Y entonces Dios mandó al hombre, diciendo:


“Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del
árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer.
El día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn 2:16-17).

Más tarde, después de que Dios creó a la mujer, Dios


bendijo a Adán y a Eva, y les repitió su propósito: “Sean
fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos

los reptiles que se arrastran por el suelo” (Gn  1:28). Eran


dos portadores complementarios de Su imagen (masculino y
femenino), encargados de una misión especial, sometidos a

la Palabra de Dios, y dependientes del Espíritu de Dios.


Mira otro pasaje familiar en una de las cartas de Pablo a
Timoteo y nota lo que dice acerca de la Palabra de Dios.
¿Ves la conexión?

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para

enseñar, para reprender, para corregir y para


instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios
esté enteramente capacitado para toda buena obra
(2Ti 3:16-17).

A menudo nos sentimos tentadas a relegar la Escritura y

verla como un bonito accesorio en nuestras vidas, pero ¿hay


alguna parte de la vida que no esté incluida en este pasaje?
El aliento de Dios convierte al hombre en un alma viviente.
Y el aliento de Dios convierte la Palabra de Dios en una obra

viviente—la Escritura—que es enteramente suficiente para


enseñar, reprender, corregir, instruir y capacitar al hombre
de Dios para toda buena obra. ¡Toda buena obra! (Sí, eso
significa que Dios quiere que estés equipada con Su Palabra
para hacer la buena obra de la maternidad.) Dios le asignó
buenas obras a Adán y a Eva para lograr la expansión de

jardín-templo de Dios sobre la faz de la tierra y la


multiplicación de los portadores de Su imagen dependientes
de Su Palabra. Y fue la misma Palabra de Dios que los
equipó para que pudieran hacerlo. Lo mismo es cierto para

nosotras hoy en día. Como dijo Nehemías, “hombres y


mujeres… todos los que podían comprender” necesitan la
Palabra de Dios (Neh 8:2).
Pero tendemos a olvidar esto. A menudo vivimos como

si esta no fuera la realidad. Cuando me despierto por la


mañana (o alguien me despierta), me vienen muchos
pensamientos a la mente antes de pensar en la Palabra de
Dios. Puedo repasar todo lo que tenemos para ese día,
hacer una o dos listas de tareas pendientes, y mirar fotos de

las tazas de café de mis amigas en mi teléfono. Y todo esto


sin haber salido de mi cama, y antes de pensar en la
Palabra de Dios. ¿Recuerdas que Jesús reprendió a Satanás
cuando le tentó en el desierto? Jesús citó Deuteronomio 8:3,

diciendo: “Escrito está: ‘No solo de pan vive el hombre, sino


de toda palabra que sale de la boca de Dios’” (Mt 4:4). Dios
nos creó para que fuéramos completamente dependientes

de Su Palabra. Pero, ¿cómo podemos hacer esto cuando hay


palabras volando hacia nosotros desde todas las
direcciones, desde vallas publicitarias en la carretera, y
desde los teléfonos en nuestras mesitas de noche?
Recibimos tantos mensajes contradictorios acerca de

nuestra creación, nuestra misión y nuestra historia. ¿Cuáles


de todas esas palabras creemos?

La serpiente astuta
Vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios fue la
tarea privilegiada y la ontología, o la realidad, de Adán y
Eva. Dios habla, y la humanidad vive de lo que sea que Dios

haya dicho.
Esa es la realidad. Pero no tienes que leer mucho en
Génesis para encontrarte con el Distorsionador de mensajes
—el Enemigo de Dios. Satanás quería que la historia fuera

acerca de él:

Decías en tu corazón:
“Subiré hasta los cielos.
¡Levantaré mi trono

por encima de las estrellas de Dios!


Gobernaré desde el extremo norte,
en el monte de los dioses.
Subiré a la cresta de las más altas nubes,

seré semejante al Altísimo” (Is 14:13-14).

La arrogancia absoluta de esas declaraciones me hace


temblar. Dios creó al hombre y a la mujer para que fuesen
los portadores de Su imagen y sus gerentes sobre la
creación, por lo que les dio Sus palabras para que vivieran

de ellas. Ellos necesitaban que las palabras de Dios, y la


historia de Dios, guiaran sus vidas. Pero el Enemigo intentó
hacer que la historia fuera acerca de él. Satanás engañó al
hombre y a la mujer para que llevaran su imagen decrépita,

extendieran su reino infernal, y vivieran de sus palabras


venenosas.
Satanás entró en la serpiente, y Adán le permitió entrar
al jardín puro de Dios, donde no había nada profano. Adán

permitió que la serpiente hablara con Eva, su gloriosa,


coheredera y vicegobernadora sobre toda la creación, y

Satanás siseó atisbos de duda al oído de la mujer:

¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de


ningún árbol del jardín? (Gn 3:1).

El alma de la mujer cayó en el engaño de ese primer siseo

de duda. Tal vez las palabras de Dios no son confiables. Tal


vez hay una palabra mejor que la de Dios. Tal vez somos
nosotros los que tenemos que juzgar a Dios.
En la respuesta de Eva, vemos la arrogancia de un
legalista. Ella minimizó la libertad que Dios les había dado

de comer libremente, y le respondió a la serpiente:


“Podemos comer del fruto de todos los árboles” (Gn  3:2).
Luego de esto, se inventa su propia regla de no tocar la
fruta, y luego minimizó el juicio de Dios de un “Ciertamente

morirás” a un “De lo contrario, morirás” (Gn  3:3). Satanás


afirmó las dudas de Eva, diciendo: “¡No es cierto, no van a
morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol,
se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios,

conocedores del bien y del mal” (Gn 3:4-5). Mientras tanto,


Adán estaba allí, escuchando cómo las palabras de Dios
eran cuestionadas, juzgadas, tergiversadas y mal aplicadas.
Su deber era someter a la serpiente satánica y pisarle la
cabeza en ese mismo instante. Adán y Eva ya eran como
Dios, y ellos habían confiado en que Dios les había dicho

todo lo que necesitaban saber. ¿Quién se pensaba este


mentiroso que era, rechazando a Dios y haciendo sus
propias promesas? Este es un hilo que corre a lo largo de la
historia humana—las mentiras de la serpiente. En la parte 2

examinaremos ese hilo un poco más de cerca y veremos


cómo afecta la forma en que cuidamos y discipulamos a
otros. Por ahora, vamos a seguir con la gran historia.
Ya sabemos lo que sucede en el resto de la historia.
Adán y Eva rechazaron las palabras de Dios y se rebelaron

contra Su gobierno. ¿Cómo respondió Dios? Dios llamó a sus


hijos expuestos y caídos mientras ellos se escondían de Él
entre los arbustos.

La simiente prometida de la mujer


Dios le dice al hombre: “¿Dónde estás?” (Gn  3:9). ¿Puedes
escuchar los latidos del corazón misericordioso de Dios en

esta pregunta? Es la misma pregunta que todos tuvimos


que enfrentar cuando fuimos salvos. ¿Dónde estás? Si Dios
hace esta pregunta, está implícito que no estamos con Él. Y
la misericordia en la misma implica una segunda pregunta:
¿Sabes que no estás conmigo? Hubo un tiempo en mi vida

en el que no sabía que no estaba con el Señor. Yo creía que


estaba bien por mi familiaridad con la iglesia y el
cristianismo. Después de todo, Dios y yo no estábamos en
desacuerdo entre nosotros, o al menos eso pensaba yo. Sin

embargo, eso era como tratar de taparme con hojas de


higuera. Por la gracia de Dios, cuando en mi corazón
escuché la pregunta “¿Dónde estás?”, no me escondí de
Dios entre los arbustos del orgullo y la vergüenza, sino que

corrí hacia Él para ser vestida de Cristo. Y así Dios llamó a


Adán. En un acto de misericordia, no permitió que Adán y
Eva se escondieran de Él. Dios es quien toma la iniciativa.
Podemos leer el diálogo entre Dios, el hombre y la mujer

en Génesis 3:9-13. Su culpa es más que evidente, pero en


lugar de arrepentirse ante Dios, ellos decidieron que su
rebelión se debía a sus circunstancias. Adán culpó a Eva, y
Eva culpó a la serpiente. Y así comenzó el legado humano
de evitar la confesión de nuestro pecado en un vano intento
de evitar al Dios que está en todas partes y que ve todas las
cosas. En este punto de nuestro relato de la gran historia,
quizás deberíamos hacer una pausa para reconocer nuestra

propia propensión a acumular puntos en el juego de la


culpa, y admitirle a Dios que necesitamos de Su gracia.
Y no nos detendremos ahí. Recordemos lo que sucedió
después. Dios tuvo misericordia de nosotros. Incluso en el
pronunciamiento de Sus justas sentencias, podemos oír los

latidos del corazón misericordioso de Dios. El Señor Dios


maldijo a la serpiente y reveló Su plan maestro para redimir
a Sus hijos caídos. Escucha esta buena noticia:

Pondré enemistad entre tú y la mujer,

y entre tu simiente y la de ella;


su simiente te aplastará la cabeza,
pero tú le morderás el talón (Gn 3:15).

¿Escuchaste la esperanza? Estás leyendo este libro porque


Dios no exterminó al hombre y a la mujer en ese instante

(como pudo haberlo hecho con toda la razón). Sea cual sea
la condición de nuestras vidas en la actualidad, la única
razón por la que hay sangre corriendo por nuestras venas y
aire llenando nuestros pulmones es la misericordia de Dios.
Hay muchas etapas en la vida de una mujer, como veremos
más adelante, pero por ahora, entiende que estás en una

etapa de la vida. Y si estás en Cristo, estás en una etapa


eterna de una vida imperecedera. La misericordia que Dios
le mostró al hombre y a la mujer tenía un propósito: que Él
pudiera llevar a cabo Su plan a través de la simiente de la

mujer.

La madre de todo ser viviente

En este punto del libro, puede que tu mente esté inundada


de preguntas acerca de Eva, acerca del aumento de sus
dolores de parto, sobre su “deseo” para su marido (Gn 3:16,
RVC), y toda pregunta bajo el sol que pueda estar

relacionada. Por amor a la brevedad, no podemos


sumergirnos en esas aguas profundas en este capítulo, pero
luego trataremos con algunos de estos asuntos. Ahora
(como debería ser en todo momento, pero en especial

llegando a esta parte de Su historia) es tiempo de


postrarnos en gratitud y adoración. Recibimos las palabras
de Dios con gratitud porque sabemos que estamos
completamente necesitadas. Nos sometemos a Él con
alegría porque Él no nos ha dado lo que merecemos. Todo

nuestro pasado ha sido por gracia. Todo nuestro futuro será


por gracia. Y cualquiera que sea la circunstancia en la que
te encuentres hoy, todo es por gracia. Los ojos de toda
madre deben estar sobre su Dios, quien le ha dado el regalo
de cuidar vidas ante la muerte.

Adán creyó en la promesa de la gracia futura de Dios, y


en un acto de fe le dio a su esposa un nombre que le
favorecía. Era un nombre que estaba lleno de esperanza:

El hombre llamó Eva a su mujer, porque ella sería la

madre de todo ser viviente (Gn 3:20).

A través de la mujer vendría Aquel que Dios había


prometido que aplastaría la cabeza de la serpiente. “Dios
el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los
vistió” (Gn  3:21). Así que Dios restauró a Adán y Eva a Sí

mismo a través del sacrificio de un inocente y cubrió su


vergüenza. Todo esto lo hizo por Su propia iniciativa. ¿Ves
cómo se estableció el patrón para nuestra salvación?
El diluvio purificador
En Génesis 4:1 leemos que “el hombre se unió a su mujer

Eva, y ella concibió y dio a luz a Caín”. La madre de todo ser


viviente sufrió muchos dolores de parto y dio a luz a un hijo.
Luego dijo: “¡Con la ayuda del  Señor, he tenido un hijo
varón!” ¿Sería este el bebé que crecería y aplastaría la

cabeza de la serpiente? La respuesta, sabemos, tenía que


ser que no, ya que Caín era de la simiente de Adán, y nació
en pecado. Con el tiempo, Caín se unió al destructor de la
vida, y mató a su hermano justo, Abel.

Ante la muerte, sin embargo, la vida continuó. La gente


se multiplicó sobre la faz de la tierra. Y su pecado se
multiplicó junto con ellos. Generación tras generación
perversa, los portadores de la imagen distorsionada

pululaban sobre la tierra, gobernando y sometiendo, pero no


en el nombre del Señor. “El Señor vio que era mucha la
maldad de los hombres en la tierra, y que todos los planes y
pensamientos de su corazón eran siempre los de hacer solo
el mal” (Gn 6:5, RVC). Pero había un hombre que halló favor

ante los ojos del Señor—Noé (Gn 6:8). Por la misericordia de


Dios, y no por nada bueno que hubiera en él, Noé (junto con
su familia) se salvó de la ira de Dios. Dios envió un diluvio

para purificar la tierra del mal y acabar con toda la


humanidad (excepto una familia). El arca de Noé era un
zoológico flotante de esperanza que contenía el futuro de la
humanidad y que permaneció por la promesa de Dios de
enviar al Mesías.

Después del diluvio, mientras sus piernas se


acostumbraban a estar sobre tierra firme otra vez, Dios hizo
un pacto con Noé y repitió la orden que le había dado a
Adán originalmente: “Sean fecundos, multiplíquense y

llenen la tierra” (Gn  9:1). Sin embargo, el agua del diluvio


no purificó los corazones de los hombres y las mujeres que
estaban dentro del arca. Los hijos de Noé y sus esposas
dieron a luz a niños que también estaban caídos, al igual

que ellos. Nuevamente la tierra empezó a llenarse de


portadores rebeldes de la imagen de Dios. ¿Qué esperanza
tenían las dadoras de vida en ese entonces? ¿Dónde estaba
el Mesías prometido que aplastaría a la serpiente? El

testimonio de esta esperanza se perdió, y el pueblo se


dedicó a trabajar en una torre con el único propósito de
exaltarse a sí mismos por encima de los cielos.
“Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el

cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser


dispersados por toda la tierra” (Gn  11:4). Dios descendió y
en Su misericordia confundió su idioma, de modo que no
podían entenderse entre sí, así que abandonaron su necia

misión (por el momento). Por cierto, ¿dónde estaríamos sin


las intervenciones de Dios en nuestras vidas? Nuestra única

esperanza es que Dios nos salve por Su misericordia. El

dragón ataca a la simiente prometida de la mujer,


intentando destruir a ese hijo tan esperado. Y las naciones

bramarán hasta que la serpiente y su simiente sean

vencidas por siempre.

La esterilidad no es un obstáculo

Hasta este punto de la historia, el fruto del vientre no había

traído una liberación final. ¡Pero el triunfo de la vida


prevaleció a través de los muchos dolores de parto! La vida

continuó a pesar de que ahora había muerte, lo cual era


abundante evidencia de la paciencia y de la promesa de un

Dios santo. Nosotros, al igual que las matriarcas de nuestra

fe, tenemos nuestras manos llenas de abundante evidencia


de la paciencia de Dios hacia nosotras. No tenemos

suficientes horas en el día para llevar a cabo todo el trabajo

materno que Él nos ha dado. Ya sea que tengamos cero hijos


biológicos o doce, nuestras oportunidades para cuidar de

otros y de nutrir a otros en la fe son abrumadoras.


Dios se reveló a una pareja de ancianos paganos que

adoraban a la luna, llamados Abraham y Sara. Él les dijo que

ellos eran parte de Su historia:

Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y

vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una


nación grande,  y te bendeciré; haré famoso tu

nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que

te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por


medio de ti serán bendecidas todas las familias de

la tierra! (Gn 12:1-3).

¿No es maravillosa esta historia? El Señor escogió a una

pareja de ancianos, que tenían exactamente cero hijos, con

el fin de mostrarle al mundo cuán comprometido Él estaba


en cumplir Su promesa.
Lo de la bendición global no es una novedad, porque ya
lo habíamos visto en la creación, cuando Dios les da el

mandato de someter la tierra como vicegobernadores de

Dios con el propósito de extender Su reino. La misión de


Dios sigue en marcha; Él sigue enviando y usando a Su

pueblo. Ahora, Dios hizo Su pacto con Abraham,

prometiendo ser su escudo y darle una gran recompensa


(Gn 15:1-21). Pero él y su esposa todavía no tenían hijos, tal

y como le señaló Abraham a Dios, por si Él no se había


percatado. Un vientre infértil no era un obstáculo en el plan

de Dios, sino un recipiente para Él mostrar Su gloria. Dios

venció la esterilidad de Sara, y ella dio a luz un hijo, al cual


llamó Isaac. Ella le puso por nombre “risa”, algo que

seguramente hacía que esta anciana recordara su gran


esperanza al mecer a su recién nacido. El tema de la

esterilidad se ve a lo largo de toda la historia de Dios, pues

Él unió a muchos de los hombres en esta familia de la fe con


mujeres infértiles. El poder de Dios se hace evidente en

nuestra debilidad humana para que sea Él quien reciba la

gloria. Es Su historia.
Esta es tu herencia, ya sea que tengas cero hijos

biológicos o tantos que la gente a tu alrededor siempre te

pregunte: “¿Realmente querían tener tantos niños?” Es tu


herencia porque se trata de una herencia de fe en el Dios

que vence nuestra esterilidad espiritual y resucita a los


muertos. La esperanza de estos santos del pasado es la

misma que la nuestra. No ponemos nuestra esperanza en

alguien que nace de una simiente perecedera (1P 1:23)—“ni


por deseos naturales, ni por voluntad humana” (Jn  1:13).

Ponemos nuestra esperanza en el evangelio, el cual

permanece para siempre.


Nuestra velocidad va aumentando en este vuelo sobre

la historia de la redención. Al continuar nuestro recorrido


sobre el Antiguo Testamento, no dejemos de mirar hacia el

horizonte y de estar atentas a la llegada de la simiente

prometida de la mujer. Sigamos con esta historia de Dios,


específicamente con los hijos de Jacob en Egipto.
4

El Dios que salva


Desde Egipto hasta la Tierra Prometida

Dios hizo que montañas de granito salieran de los mares.


Dios hizo a los canguros con unas bolsas especiales para

que lleven allí a sus bebés canguros mientras saltan sobre

sus enormes pies de Hobbit. Él diseñó todos los copos de

nieve que caen desde las nubes hasta llegar a la lengua de


tu hijo. Al contemplar la creación, nos damos cuenta de que

nuestra capacidad ni se compara con la del Señor. Pero en

lugar de buscar a Dios para que nos salve, seguimos

intentando salvarnos por nuestros propios medios.


Sometemos la tierra y nos inventamos nuevas

tecnologías con el fin de hacernos un nombre para nosotros

mismos. Tenemos hijos, nos gloriamos solo en el hecho de

que son reflejos de nuestras imágenes—sus ojos y su color

de pelo—, y no le damos gracias a Dios por Su ayuda. En


todas las culturas, desde nómadas como los beduinos hasta

hipsters suburbanos, tratamos de imitar imágenes de cosas

creadas, y creemos las promesas que esas cosas nos

ofrecen y no pueden cumplir. ¿Hay esperanza para

pecadores como nosotros? ¿Quién actuará como un


mediador entre pecadores que apenas pueden enfocar un

solo pensamiento en su santo Creador?

Somos maestros los unos de los otros. Pastores, líderes

del ministerio de mujeres, padres y madres. ¿Es posible que

hombres, mujeres y niños perdidos sean restaurados a una

relación salvadora con Dios a través del testimonio de esos

portadores de Su imagen que ya han sido restaurados?

La misión fallida de adorar

De toda la gente malvada que había en la tierra, Dios quiso

salvar a unos cuantos. En Génesis 12, nos encontramos con


Abraham y Sara, elegidos por Dios para que fueran parte de

Su misión de glorificarse a Sí mismo en toda la creación.

Vemos sombras de Cristo y de Su cruz en muchos aspectos

de las vidas de esta pareja y su familia: lo que casi fue un

sacrificio del único hijo de Abraham en la montaña y la

provisión del sacrificio de parte de Dios; la forma en que el


siervo fiel sale a buscar una esposa para el hijo de un padre;

una bendición y una herencia obtenidas al esconderse bajo

las ropas de otro; lo que hermanos envidiosos destinaron

para mal, Dios lo encaminó para bien al salvar muchas

vidas. Pero aún así, los patriarcas vivieron en un país

extranjero. Ellos no vivieron en la tierra que Dios les había

prometido; ni tampoco vivieron para ver cómo ellos mismos

serían una bendición para todas las naciones. Todas estas

personas vivieron, y murieron, por la fe.

Así que, a pesar de que ahora el pueblo era un poco


más numeroso, están muy lejos de experimentar el

cumplimiento pleno de las promesas de Dios. Al final del

libro del Génesis, llegan a ser unas setenta personas. El

libro de Éxodo continúa con la historia de Dios, y allí leemos

que “ los hijos de Israel se reprodujeron y se multiplicaron, y


aumentaron bastante en número y en fuerza, y el país se

saturó de ellos” (Ex  1:7, RVC). Pero luego leemos que a

pesar de que se habían multiplicado, ahora eran esclavos.


No era solo que los israelitas no estaban viviendo en su

tierra prometida, sino que también estaban siendo objeto de

malos tratos e infanticidios. Es por esto que Dios levantó a

parteras que cuidaron de muchas vidas ante la muerte y

rescataron a muchos niños antes de que fueran asesinados,

petición que había salido de un faraón paranoico. En lugar

de sacrificar a bebés indefensos, pusieron sus vidas en

riesgo. “De este modo los israelitas se hicieron más fuertes

y más numerosos. Además, Dios trató muy bien a las

parteras” (Ex 1:20). Una princesa egipcia lo sacó del agua, y

Moisés luego sacó al pueblo de Egipto a través del Mar Rojo.

Ya te sabes la historia. Dios se reveló a Moisés en la

zarza ardiente y le dijo Su nombre: “Yo Soy”(Ex  3:14). Le

encargó a Moisés que fuera al faraón y hablara de parte de

Él, diciendo: “Israel es Mi primogénito.  Ya te he dicho que

dejes ir a Mi hijo para que me rinda culto, pero tú no has

querido dejarlo ir. Por lo tanto, voy a quitarle la vida a tu


primogénito” (Ex  4:22-23). Faraón se negó; su corazón se
endureció; y luego vino el río de sangre, las ranas, los

piojos, el granizo, y otras plagas que cayeron sobre los

egipcios. Él no hizo caso de la advertencia, y se negó a

dejar que el hijo primogénito de Dios, Israel, se fuera.

Finalmente, Dios envió a Su ángel vengador para que

matara a todos los primogénitos de los egipcios, entre ellos

el hijo primogénito del faraón, tal y como había dicho.

Los hebreos se libraron de esa sentencia siguiendo las

instrucciones de Dios a la perfección. Él les dijo que debían

matar un cordero de Pascua y esconderse detrás de su


sangre, la cual tenían que pintar sobre sus puertas. La ira de

Dios pasó sobre ellos, y quedaron con vida. El faraón

rebelde cedió, dejó ir a Israel, pero luego los persiguió por el

desierto hasta el Mar Rojo. Israel estaba atrapado entre un

ejército y una gran masa de agua. Pero Dios abrió las aguas

de forma milagrosa, y el pueblo de Dios caminó hacia su

libertad a través de puertas ensangrentadas y paredes de

agua. ¡Y el pueblo cantó! No llegaron al otro lado del Mar

Rojo pavoneándose por su gran hazaña. Se trató de un acto

de adoración al Señor, su libertador, por Su pacto de amor.

El pueblo de Dios empezó a darse cuenta de que la única


forma en que llegarían a la tierra que se les había prometido

sería por medio de una liberación sobrenatural. Guarda este

evento en tu mente y corazón, pon mucha atención a la

historia para que veas los recordatorios de este magnífico

rescate, y puedas entender que se trata de un tipo de otras

liberaciones que estaban por venir.

¿Misión abortada?

Parecía que todas las tristezas de los hebreos ya llegaban a

su fin. Sus espaldas, encorvadas por generaciones de

trabajo esclavo, empezaron a enderezarse. Ellos estaban en

camino a la tierra que Dios les había prometido—¡al fin!

Pero sus corazones todavía estaban enfocados en sí

mismos. Una y otra vez, mientras caminaban a través del

desierto, siguiendo a Moisés, el líder designado por Dios, se

quejaban contra Dios y peleaban con Moisés. Si lees hasta

la mitad de Éxodo, es posible que te sorprendas. Lo que

ocurrió en un desierto muy, muy lejano (bueno, no tan

lejano al lugar en que estoy escribiendo en este momento)

nos parece un hecho histórico oscuro. Independientemente

del lugar en que te encuentres, esta escena es tan familiar


para todas nosotras que ni da risa. Dios nos alimenta con

nuestro propio pan del cielo y con agua que sale de las

rocas, pero no estamos contentas si no tenemos lo que sea

que tengan ellos allá en Egipto. Con solo un par de fotos de

las comidas de otros en las redes sociales, me doy cuenta

de que no soy tan diferente a las mujeres de Israel que

estaban malhumoradas por el maná que usaban para hacer

pan. Tanto los corazones de los hebreos como los nuestros


hoy día necesitan ser renovados.

Probablemente has escuchado el dicho: “Dios no tiene


un ‘Plan B’”. Puede parecer un cliché, pero es cierto. Lo que

sucedió en el Sinaí es una ilustración colorida del plan


deliberado y perfecto de Dios de llenar la tierra con Su

gloria, utilizando a Su pueblo para llevar a cabo dicha


misión. Moisés subió a la montaña para encontrarse con

Dios. ¿Puedes creer lo que Dios le dijo?

Anúnciale esto al pueblo de Jacob; declárale esto al


pueblo de Israel: “Ustedes son testigos de lo que

hice con Egipto, y de que los he traído hacia Mí


como sobre alas de águila. Si ahora ustedes me son
del todo obedientes, cumplen Mi pacto, serán Mi
propiedad exclusiva entre todas las naciones.

Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán


para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa.

Comunícales todo esto a los israelitas” (Ex 19:3-6).

Increíble. Dios se comprometería con un montón de gente


quejosa y los iba a convertir en un reino de sacerdotes

comisionados. Pero cuando ellos escucharon el trueno y la


trompeta, y vieron el humo y las nubes, ya no querían que

Dios les hablara (Ex 20:18-21). El pueblo debía permanecer


al pie de la montaña, los sacerdotes y los setenta ancianos

fueron un poco más arriba en la montaña, y solo Moisés


subió al Monte Sinaí para encontrarse con Dios y recibir la

ley de Dios para el pueblo. Luego, “Moisés fue y refirió al


pueblo todas las palabras y disposiciones del Señor, y ellos

respondieron a una voz: ‘Haremos todo lo que el Señor ha


dicho’” (Ex  24:3). Moisés realizó una ceremonia de sangre

con la sangre de animales sacrificados y dijo: “Ésta es la


sangre del pacto que, con base en estas palabras, el Señor
ha hecho con ustedes” (Ex 24:8). Y ahí lo tienen—un pacto
entre el Señor y Su pueblo.

Durante los siguientes cuarenta días y cuarenta noches,


Moisés estaba en medio del remolino de humo y fuego

consumidor en Sinaí, mientras Dios escribía Sus


mandamientos en tablas de piedra para la instrucción del

pueblo. En esa montaña, el Señor le reveló a Moisés las


cosas que Él había planeado utilizar con el fin de facilitar Su

relación con Su pueblo. Él es Yo Soy, el Santo de Israel. Él le


dio instrucciones a Moisés para la construcción de Su

tabernáculo y el ar… Espera. ¿Qué? ¿Su tabernáculo? ¿Una


morada para Dios entre los hombres? Sí, eso es correcto.

Esta buena noticia debe haber sorprendido inmensamente


al pueblo:

…donde también me reuniré con los israelitas. Mi

gloriosa presencia santificará ese lugar… Habitaré


entre los israelitas, y seré su Dios. Así sabrán que Yo

soy el Señor su Dios, que los sacó de Egipto para


habitar entre ellos. Yo soy el Señor su Dios

(Ex 29:43, 45-46).
El tabernáculo facilitó la presencia de Dios entre Su pueblo.

Esto debería traer sobriedad y asombro a los corazones de


aquellos en quienes habita el Espíritu. Se nos olvida

constantemente. Qué presuntuosas podemos llegar a ser.


Decimos como si nada: “¡Dios está contigo!”. Y de hecho,

Dios está con nosotros. Pero Su presencia entre nosotros


costó lo que ninguna de nosotras podría haber pagado.
Volvamos a los israelitas. ¿Cómo iba a funcionar este

plan? ¿Cómo era que un Dios santo iba a habitar en medio


de un pueblo pecador? Seguimos con las instrucciones que

el Señor le dio a Moisés en el monte. Estas instrucciones


estaban apuntando a cosas celestiales. En esencia, su

obediencia a las instrucciones de Dios con respecto a los


sacrificios estaría atada por la fe a un sacrificio futuro y final

por sus pecados. Él les dio instrucciones en cuanto al arca


del pacto, a la mesa de los panes de la proposición, al

candelero de oro, al altar de bronce, al atrio, a la lámpara


de aceite, a las vestiduras sacerdotales, a la consagración

de Sus sacerdotes, al altar del incienso, a la fuente de


bronce para el lavado sacerdotal, y al sábado. “Y cuando

terminó de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las


dos tablas de la ley, que eran dos lajas escritas por el dedo

mismo de Dios” (Ex 31:18).


Dios le dio palabras a Sus criaturas necesitadas porque

dependían de Su Palabra. Estas palabras, la ley, servirían


como una guía para llevarnos a Cristo (Ga  3:23-24). Estos

sacrificios estaban ligados a un sacrificio futuro y final por


sus pecados. Estos patrones y promesas eran los medios a

través de los cuales Él habitaría en medio de Su pueblo.


“Estos sacerdotes sirven en un santuario que es copia y

sombra del que está en el cielo, tal como se le advirtió a


Moisés cuando estaba a punto de construir el tabernáculo:

‘Asegúrate de hacerlo todo según el modelo que se te ha


mostrado en la montaña’” (Heb  8:5). Dios le dio dones de

gracia a Su pueblo para así poder darse a Sí mismo. ¿Qué


más podría alguien necesitar? Por supuesto, ¡aparte de
aquello a lo que estas sombras estaban apuntando! Un día

el Señor su Dios levantó de entre ellos a un profeta como


Moisés; ellos le escucharon (Dt  18:15;. ver también

Hch  3:22; 7:37). Y luego, en la plenitud del tiempo, vino


Jesús, su último Profeta. Y pronunció las palabras: “No
piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he
venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt 5:17).

Misión reiniciada
Pero nos estamos adelantando. Pensarías que Israel habría

estado ansioso por obedecer las instrucciones de Dios.


Después de todo, Dios los había rescatado de la esclavitud y

los llevaría a la tierra que les había prometido. Estaban


súper entusiasmados y listos para seguir a Jehová donde
sea que Él los llevara. ¿No?

Bueno, eso no fue exactamente lo que sucedió en el


campamento base en el Sinaí. Mientras Moisés estaba en la

montaña, su hermano Aarón (su sacerdote) escuchó al


pueblo y se ocupó de organizar una orgía idolátrica

alrededor de un becerro de oro. ¿Qué rayos?


Evidentemente, el pueblo de Dios no entendía muy bien su

misión. No entendían que habían sido salvados para adorar


a Dios. Ellos no tuvieron en cuenta la comisión que Dios les

había dado de llenar la tierra de fieles que amaran la gloria


de Dios.
¿Se había echado todo a perder? No si tienes fe en el
Dios que cumple Sus promesas. Moisés demostró su fe

persistente (y casi presuntuosa) en la fidelidad de Dios:

Acuérdate de Tus siervos Abraham, Isaac e Israel. Tú

mismo les juraste que harías a sus descendientes


tan numerosos como las estrellas del cielo; ¡Tú les

prometiste que a sus descendientes les darías toda


esta tierra como su herencia eterna! (Ex 32:13).

¿Te atreverías a pedirle a Dios que recuerde Su promesa?

Moisés era un hermano audaz. Pero su audacia ante Dios se


basaba en lo que Dios había dicho de Sí mismo. Podemos

estar completamente seguras de que Dios mantendrá Su

pacto, y que Él seguirá siendo santo. Él aplastará la cabeza


de Su enemigo, Satanás. Él preservará a Su nación santa de
sacerdotes portadores de Su imagen para que sean
mediadores de Su bendición en todo el mundo. Él será

glorificado entre todas las naciones de la tierra, tan cierto


como que las aguas cubren el mar. Dios es fiel. Nunca
piensen, amadas madres, que están solas a la hora de hacer
la buena obra que este Dios les ha encomendado.
La morada de Dios en medio de los hombres
La palabra tabernáculo significa tienda de campaña. Y a

pesar de que era una tienda temporal, no era ni un típico


hogar hebreo ni una caravana gigante. A pesar de que los
hebreos lo construyeron de acuerdo a las instrucciones de
Dios, el tabernáculo era una sombra simbólica de una
realidad celestial que está fuera de los límites de la

ingeniería humana y la tecnología. Podrías incluso verlo


como una especie de ventana—donde ves el candelabro, el
pan, las cortinas, el aceite y la sangre—para ver a Cristo. El
tabernáculo fue dado para mejorar nuestra visión espiritual,

aunque ningún detalle fue dejado a nuestra imaginación. El


Señor Dios dejó claro que no habría improvisaciones cuando
se tratara de Su morada y de las reglas en cuanto a cómo
las personas pecaminosas podrían acercarse a Su santa

presencia (Ex  25:40). Y tampoco debemos improvisar


nuestra propia reconciliación con Dios. Para relacionarnos
correctamente con Él, somos completamente dependientes
de Su revelación a nosotras.

Él proveyó para Su pueblo en ese entonces, y Él provee


para Su pueblo hoy. ¡Y de qué manera nos provee para que
cuidemos vidas y hagamos discípulos! Si ahora tomáramos
unos minutos para escribir todas las formas en que Dios nos

provee para que tengamos comunión con Él y con los que


nos rodean, ¡no tendríamos tiempo de ver el resto de la
gran historia! Vayamos y miremos un poco más de cerca a
través de la ventana del tabernáculo para ver las formas

específicas en que Dios le proveyó a Israel.


Si fuéramos a acampar en algún lugar (una actividad
que, personalmente, prefiero evitar), entonces tendríamos
cierta libertad en cuanto a la forma en que quisiéramos

armar el campamento. ¿Buscamos madera para hacer una


fogata, o simplemente utilizamos la barbacoa que ya está
ahí? ¿Colocamos una soga para colgar la comida y así
mantenerla lejos de las alimañas, o simplemente dejamos la
comida en el carro? Todas estas son preguntas que yo sería

feliz de no tener que considerar. En cuanto al tabernáculo,


los israelitas no tenían la libertad de innovar con las
respuestas a este tipo de preguntas. El diseño, los muebles
y los sacrificios del tabernáculo de Dios fueron hechos de

acuerdo a Sus especificaciones. De lo contrario, no habrían


representado la realidad de las cosas celestiales (Heb 9:11-
24). El diseño específico de Dios es crucial para entender el

propósito específico de Dios para el tabernáculo en el


desierto.
En primer lugar, piensa en los límites del tabernáculo.
¿Recuerdas cómo la montaña tembló en medio del humo, el
fuego, los truenos y los relámpagos? A la congregación se le

permitió permanecer al pie del Sinaí, los sacerdotes fueron


un poco más arriba de la montaña, y solo a Moisés se le
permitió ir a la cima de la montaña y estar en la presencia
de Dios. El tabernáculo tenía límites que correspondían al

Sinaí. Y aún más, como señala y expone G. K. Beale en su


libro El templo y la misión de la Iglesia, el tabernáculo (y
más adelante, el templo) corresponde a los límites del
universo.8

Antes de que tu mente explote de alegría, deja que tu


imaginación santa medite brevemente en este
pensamiento: el atrio exterior del tabernáculo, donde los
sacerdotes ofrecían sacrificios, corresponde al mundo en

que vivimos. Los cristianos debemos presentar nuestros


cuerpos como sacrificios vivos (santos y aceptables) en este
lugar, que es nuestra adoración espiritual (Ro 12:1-2). Jesús,
nuestro Sumo Sacerdote entró al lugar santísimo en el cielo,

a la sala del trono del Dios altísimo, llevando Su sangre


como el sacrificio necesario para el nuevo pacto.
Hablaremos mucho más de esto a su debido tiempo, pero
por ahora, compañeras de maternidad, sabemos esto:

cuando servimos a los demás—discipulando, cambiando


pañales, salvando vidas en un centro para embarazadas,
apilando sillas después de la escuela dominical—se trata de
mucho más que simplemente hacer buenas obras. Se trata

de un acto de adoración santo y agradable hecho para el


Señor. Todo esto es posible porque nuestro Sumo Sacerdote,
Jesús, nos abrió el camino. Su sangre habla por nosotras en
nuestra expiación y en nuestro trabajo sacerdotal hecho en
este atrio exterior que es el mundo. Tu servicio a Dios es

santo.
Dios no se había paseado en medio de Su pueblo como
lo hacía en el jardín (Gn  3:8). Pero después, a través del
ministerio de la obra sacerdotal que se haría en este

tabernáculo, Dios decidió que moraría en medio de Su


pueblo una vez más:
Estableceré Mi morada en medio de ustedes, y no

los aborreceré. Caminaré entre ustedes. Yo seré su


Dios, y ustedes serán Mi pueblo (Lv 26:11-12).

Desde afuera del tabernáculo, la congregación podía ver la


enorme columna de humo de la presencia de Dios cuando

descendía sobre el Lugar Santísimo. Dios es santo, y Él no


puede permanecer en presencia de pecadores. La expiación
era necesaria, así que Él permitió que el adorador entrara
en Su presencia a través de un mediador. Un sacerdote

traería el sacrificio apropiado y aceptable al altar. Después


de haberse limpiado en la cuenca designada para el lavado
sacerdotal, y solo así, ese mediador ofrecía sacrificios
representativos dentro de la tienda por la gente que estaba

afuera. “Yo soy el SEÑOR su Dios, así que santifíquense y


manténganse santos, porque Yo soy santo. No se hagan
impuros por causa de los animales que se arrastran”
(Lv  11:44). Dios, sabiendo que Sus criaturas dependían de
Sus palabras, les dio Su santa Palabra, escrita por Su propia

mano en tablas de piedra. Les habló de la expiación por sus


pecados y les dio una ventana a través de la cual podían
mirar para ver algo mejor que la celebración anual del Día
de la Expiación (Lv 16:30). ¿Puedes ver a Jesús a través de
la ventana del tabernáculo?

A diferencia de los otros sumos sacerdotes, Él no


tiene que ofrecer sacrificios día tras día, primero por

Sus propios pecados y luego por los del pueblo;


porque Él ofreció el sacrificio una sola vez y para
siempre cuando se ofreció a Sí mismo (Heb 7:27).

…entró una sola vez y para siempre en el Lugar

Santísimo. No lo hizo con sangre de machos cabríos


y becerros, sino con Su propia sangre, logrando así
un rescate eterno (Heb 9:12).

…ahora, al final de los tiempos, se ha presentado


una sola vez y para siempre a fin de acabar con el

pecado mediante el sacrificio de Sí mismo


(Heb 9:26).

La ley es solo una sombra de los bienes venideros, y


no la presencia misma de estas realidades. Por eso
nunca puede, mediante los mismos sacrificios que
se ofrecen sin cesar año tras año, hacer perfectos a
los que adoran (Heb 10:1).

Los detalles de la adoración en el tabernáculo resaltan las

múltiples perfecciones de la persona y la obra de Jesús.


Algún día, vendría un Sumo Sacerdote perfecto y le pondría
fin a los sacrificios de una vez por todas, sacrificándose a Sí
mismo.

Levántate, oh Señor
Y así Dios, su Dios, optó por ir delante de ellos y llevarlos a

la tierra que Él le había prometido a sus antepasados. En el


desierto, una y otra vez, las personas se dieron cuenta de
que uno realmente no quiere ir donde Dios no esté, y que
uno realmente no quiere alejarse del lugar en el que Dios

habita. La cercanía de Dios era su bien. La presencia de


Dios era el bien del pueblo. Cientos de años más tarde, el
salmista Asaf lo expresó así en el Salmo 73:
“Perecerán los que se alejen de Ti;
Tú destruyes a los que te son infieles.
Para mí el bien es estar cerca de Dios.

He hecho del Señor Soberano mi refugio


para contar todas Sus obras” (Sal 73:27-28).

¿Te diste cuenta de lo que ese salmo está asumiendo? Para


algunas personas (enemigos de Dios), la cercanía de Dios
no es su bien. Cuando la nube iba delante del pueblo y los

sacerdotes tomaban el arca y se ponían en marcha, Moisés


decía: “¡Levántate,  Señor!  Sean dispersados Tus enemigos;
huyan de Tu presencia los que te odian”. Y cuando el arca se
detenía, Moisés decía: “¡Regresa,  Señor, a la incontable

muchedumbre de Israel!” (Nm  10:35-36). El patrón se


estableció: al pueblo no le interesaba ir a ninguna parte si
no estaban siguiendo a su Dios. Y después de muchos
rescates, y de una provisión milagrosa tras otra, el pueblo

se dio cuenta de que cuando estaban separados de Dios,


estaban indefensos.
¿No te suena familiar esta historia? A mí sí. Y cuando
digo “historia”, me refiero a esta misma mañana, cuando
me preocupaba al preguntarme: “¿Qué comeremos? ¿Qué
beberemos? ¿Qué nos pondremos?”, y me olvidaba de que
la vida es más que la comida y que la ropa. Nuestra

capacidad para proveerle a las personas que están bajo


nuestro cuidado no proviene en absoluto de nuestra propia
capacidad, como si tuviéramos poder en nosotras mismas.
Nuestra provisión—energía, tiempo, recursos (¡café!)—viene

del Señor. No debemos ir a ningún lugar si Dios no nos está


guiando hacia allí. No tenemos nada en nosotras mismas
para dar. Nosotras, al igual que los hijos de Israel, somos
totalmente dependientes de Dios, independientemente de

que lo reconozcamos o lo apreciemos. Si crees que te


cuesta mucho recordar esto, en un momento verás que no
estás sola en esa lucha.
Dios iba delante de Su pueblo como su líder y guerrero.

Él demostró una y otra vez que era fiel a Su misión de


exaltar Su nombre en toda la tierra. Y el medio
extraordinario y lleno de gracia que Él escogería para
exaltar Su nombre fue la forma en que decidió amar a Su
pueblo y bendecirlo por ninguna otra razón que el puro

afecto de Su voluntad. El Señor es un Dios que guarda Sus


pactos. Las bendiciones abundan en Su presencia—
bendiciones relacionadas con Su reino. El Israel olvidadizo

necesitaba recordar esta verdad, al igual que lo


necesitamos nosotras. Considera la bendición que Dios le
dio a Moisés, para que Aarón, el sacerdote, la proclamara
sobre el pueblo:

¡Que el Señor te bendiga, y te cuide!

¡Que el Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti,


y tenga de ti misericordia!
¡Que el Señor alce Su rostro sobre ti,
y ponga en ti paz! (Nm 6:24-26, RVC).

Esas palabras se repiten en la liturgia de algunos cultos de


adoración cristianos, y es fácil pasar por alto su importancia
por la familiaridad. Es bueno pausar y pensar en lo que Dios
está diciendo aquí. Dios dijo que esta bendición indicaba
que Su nombre estaría sobre el pueblo de Israel, y que los

bendeciría (Nm  6:27). El Señor cumple Sus promesas, Él


exaltará Su nombre en toda la tierra, las naciones le verán y
le temerán, y toda la tierra se llenará de Su gloria. Esta paz
a la que Él se refiere es más que una tranquila tarde de
verano en el patio con una limonada. Es la paz que
sobrepasa todo entendimiento, por encima de cualquier tipo

de paz que el mundo pueda dar. Es la paz de Dios, que nos


ha sido dada a través de Cristo. Escucha lo que dijo el
último Cordero Pascual en la última cena:

La paz les dejo; Mi paz les doy. Yo no se la doy a

ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se


acobarden (Jn 14:27).

¿Que no nos angustiemos ni nos acobardemos? Horas


después de que Él dijera esas palabras, Jesús fue levantado
en la cruz. Su Padre derramó hasta la última gota de Su ira

sobre Su Hijo inocente mientras colgaba en el madero. Tres


días más tarde, Su tumba estaba vacía. Cuarenta días
después, ascendió de nuevo al cielo. El rostro del Señor fue
literalmente “levantado” a medida que ascendía, y una

nube lo llevó fuera de la vista de los discípulos. Jesús les dio


Su perfecta paz y el Espíritu Santo que les había prometido.
Él les dio Su nombre para que difundieran la buena noticia
de Su futuro y prometido regreso.
Siglos antes, el pueblo que se encontraba en el desierto

no estaba tan seguro de que esa bendición vendría y de que


la promesa era cierta. Solo en retrospección fue que
personas como el rey David pudieron decir cosas como esta:

“Cuando saliste, oh Dios, al frente de Tu pueblo,


cuando a través de los páramos marchaste,

la tierra se estremeció,
los cielos se vaciaron,
delante de Dios, el Dios de Sinaí,
delante de Dios, el Dios de Israel” (Sal 68:7–8)

Está claro que es Dios quien está en una misión aquí. Y Él


no fallará. Moisés envió a doce espías a la tierra prometida,
que manaba leche y miel, y solo dos espías regresaron
confiados en el Señor. Los otros diez hombres vieron a los
gigantes de la tierra y se derritieron en sus sandalias. Ellos

no estaban tan seguros de que el Señor podía hacer lo que


había dicho que haría. Tal vez pensaron que esas promesas
de Dios no eran para ellos.
¿Hasta cuándo?

Un espíritu de duda y de incredulidad se extendió por todo


el campamento. Nosotras, al igual que los hijos de Israel,
muchas veces quisiéramos hacerle esa pregunta al Señor:
“¿Hasta cuándo?” Pero cuando Dios respondió a las dudas

de aquella generación infiel, Él hizo una pregunta similar


que nos hace reflexionar a nosotras también:

¿Hasta cuándo esta gente me seguirá

menospreciando? ¿Hasta cuándo se negarán a creer


en Mí, a pesar de todas las maravillas que he hecho

entre ellos? (Nm 14:11).

Dios juzgó a esa generación, y ellos estuvieron

deambulando por el resto de sus vidas. Josué y Caleb fueron

librados para que llevaran a sus hijos a la tierra prometida.


Pero el pueblo aún no entendía. Ellos igualmente intentaron

entrar a la tierra, a pesar del juicio que Moisés les había

anunciado que vendría de parte de Dios. “Pero ellos se


empecinaron en subir a la zona montañosa, a pesar de que

ni Moisés ni el arca del pacto del Señor salieron del


campamento” (Nm  14:44). Fueron completamente
derrotados por los que habitaban allí. Pero Dios conocía su

debilidad y tuvo compasión de Su pueblo. Él les envió más

recordatorios para que obedecieran Su palabra y más


advertencias diciéndoles “que no deben prostituirse ni

dejarse llevar por los impulsos de su corazón ni por los


deseos de sus ojos” (Nm  15:39). Les recordó que Él es el

Dios que los sacó de la tierra de Egipto. Les recordó que Él

sigue siendo “el Señor su Dios” (Nm 15:41).


¿Cuándo iban los hijos de Israel a ser fieles a su parte

del pacto? Nunca. Tendría que haber una intervención sin


precedentes. Alguien tendría que cumplir el pacto por ellos.

Muchos años más tarde, un maestro de la ley, Nicodemo,

vino a Jesús por la noche para hacerle preguntas. Como


alguien que procuraba obedecer la ley, él se preguntaba lo

mismo. Nicodemo quería saber cómo era que Jesús hacía las

cosas increíbles que hacía—Sus milagros y Su enseñanza


autoritativa acerca de la ley. Después de que Jesús le

explicó que el que nace de nuevo vive como una nueva


creación, y que esto es necesario si uno quiere ver el reino,

Él volvió a contar una anécdota de ese tiempo de la historia

de Israel en que ellos estaban en el desierto. En Números


21, el pueblo estaba quejándose y pronunciándose en
contra de Dios una vez más:

Para qué nos trajeron ustedes de Egipto a morir en

este desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua! ¡Ya


estamos hartos de esta pésima comida! (Nm 21:5).

Esa “pésima comida”, para ser más precisas, fue el


milagroso maná del cielo que Dios hizo llover sobre ellos

para darles de comer mientras ellos deambulaban. En

respuesta a su traición, Dios envió serpientes abrasadoras


para que mordieran y mataran al pueblo. El pueblo

aterrorizado confesó sus pecados, y clamaron al Señor en

arrepentimiento. Así que Dios le dijo a Moisés que hiciera


una serpiente y la pusiera en un poste para que la gente

pudiera mirarla y vivir (Nm  21:5-9). Jesús le explicó a


Nicodemo que habría otro levantamiento similar, pero que

esta vez el resultado sería que muchos vendrían a ser una

nueva creación: “Como levantó Moisés la serpiente en el


desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del

hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eternal”

(Jn 3:14-15).
Dios hace llover Sus bendiciones sobre nosotras, y Su

misericordia transforma la manera en que cuidamos de los

demás. Pero a veces es fácil pensar que somos nosotras las


que le ofrecemos misericordia a aquellos a quienes

servimos. Aquí hay una clara implicación para nosotras


como madres: ¿Quieres misericordia? Mira a Cristo en fe. Y

esa es la misericordia que tus seres queridos más necesitan.

¿Hay niños bajo tu cuidado, discípulos en tu iglesia, vecinos


en tu edificio? Apúntales hacia la cruz. Todos los que creen

en Jesús serán rescatados de algo mucho más letal que las

serpientes venenosas. Serán rescatados de la ira de Dios.


No hay provisión de Dios en tu vida que sea inútil. Él nos

rescata con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero


inmaculado de Dios, de la necedad que heredamos de

nuestros antepasados (1P  1:18-19). Si has criado o estás

criando hijos, puede que a veces mires a tu esposo y le


preguntes: “¿Cuándo es que estos niños van a aprender?”

Es en esta parte de nuestra lectura del Antiguo Testamento

que empezamos a preguntarnos lo mismo acerca de los


hijos de Israel. Este pueblo sigue caminando conforme a la

necedad que heredaron de sus antepasados. Al seguir


leyendo, nos preguntamos con una punzante sensación de

temor en nuestros corazones: ¿Algún día aprenderán a


esperar la provisión de Dios?

Corazones circuncidados

Pues bien, los bebés que nacieron en el desierto crecieron.


Cuarenta años atrás, sus padres habían caminado a través

del Mar Rojo en tierra firme. Luego, a la sombra del monte

Nebo, el pueblo acampó en las llanuras de Moab. A través


de Moisés, Dios reafirmó Su pacto con Israel a las puertas

de la tierra prometida. Josué y Caleb estaban listos para


guiar al pueblo, porque Dios le dijo a Moisés que no podía

entrar. Su desobediencia frente a la roca en el desierto de

Zin lo había descalificado para entrar en la tierra (Nm 20:12;


27:14). La desobediencia de Moisés y las consecuencias de

su pecado son desconcertantes a primera vista. Es cierto


que él no obedeció a Dios en esa ocasión, pero ¿era tan

importante? Sí, lo era y lo sigue siendo. ¿Sería esta próxima

generación la que llegaría a ser fiel en esas áreas en que


Moisés no lo fue? Es difícil exagerar la importancia que tiene

el recordar quién es el Dios a quien servimos. Él es santo.


Aunque tengamos una idea de lo que Dios pudiera hacer a

través de nuestro ministerio diario de maternidad, Dios es el

único que prueba nuestros corazones (1Ts 2:4). La misionera


y conferenciante Elisabeth Elliot dijo en su testimonio

durante la conferencia Urbana: “La obediencia es nuestra

responsabilidad. Los resultados de esa obediencia son de


Dios y solo de Dios”.9 Así que nuestra meta en toda nuestra

labor maternal es ser siervas fieles y gozosas.


En Deuteronomio encontramos un breve recuento de la

historia nacional de Israel. ¿Quién es el actor principal? Es el

Señor, quien es eternamente fiel. Oh, ¡cuán grandes y


poderosas son las obras que Él ha hecho a favor de Su

pueblo! Con tal de exaltar Su nombre entre las naciones y

difundir Su gloria por toda la tierra, Él amó a Su pueblo, a


pesar de su rebelión. A pesar de sus quejas, su temor, sus

murmuraciones y su incredulidad, el Señor escogió a Israel


para que fuera “Su posesión exclusiva entre todos los

pueblos de la tierra” (Dt 7:6). Él fijó Su amor soberano sobre

ellos, y los llevó a una tierra infinitamente mejor que


cualquier lugar que hubiesen podido imaginar (Dt  8:7-10).

¿Podría esta tierra ser suya para siempre? ¿Era posible que
este pueblo, cuyos padres tenían un terrible historial de

fidelidad a Dios, rompiera con ese vergonzoso ciclo de


pecado?

¿Fueron capaces de ejercer la disciplina necesaria para

lidiar con su pecado? ¿Habría sido suficiente como para


decir que cumplieron con su parte del pacto? ¿Podrían haber

añadido algunas medidas adicionales a las 613 leyes solo


para asegurarse de que no estaban pecando? ¿Hubiera eso

sido de ayuda? No estaría de más, ¿cierto? Falso. Mira el

tipo de obediencia que Dios requiere:

Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios?

Simplemente que le temas y andes en todos Sus


caminos, que lo ames y le sirvas con todo tu

corazón y con toda tu alma, y que cumplas los

mandamientos y los preceptos que hoy te manda


cumplir, para que te vaya bien. Al Señor tu Dios le

pertenecen los cielos y lo más alto de los cielos, la

tierra y todo lo que hay en ella. Sin embargo, Él se


encariñó con tus antepasados y los amó; y a ti, que

eres Su descendencia, te eligió de entre todos los


pueblos, como lo vemos hoy. Por eso, despójate de
lo pagano que hay en tu corazón, y ya no seas terco

(Dt 10:12–16).

Como mamá, muchas veces me conformo con que mis hijos

hagan lo que les pido. Cuando les digo que asuman la

responsabilidad de hacer sus tareas, quiero que las hagan y


punto. Pero, ¿de dónde viene esa obediencia a la cual Dios

se está refiriendo aquí? Dios les demandaba una obediencia

de corazón. Ninguna señal física (como la señal de la


circuncisión) era suficiente. Sabemos que este patrón nos

está apuntando a la nueva creación. Necesitamos un


corazón nuevo. Para que el pueblo de Dios realmente le

amara y le obedeciera, necesitaban algo más que reglas.

Necesitaban corazones nuevos—corazones con Su ley


perfecta escrita sobre ellos. Dios tuvo que transformar a Su

pueblo de adentro hacia afuera.


Moisés le presentó al pueblo las bendiciones y las

maldiciones de Dios. ¿Escogieron la vida (Dt 30:19-20)?


5

Finalmente, asentándose
De la comodidad a la cautividad

Este mes, nuestra hija mayor estuvo en su vuelo número


noventa y cinco, y solo tiene ocho años de edad. Nadie tuvo

que enseñarle a preguntar: “¿Ya llegamos?” Cuando no

hemos llegado, nuestro corazón suele enfocarse en lo largo

que es el viaje. Después de que Moisés murió a las puertas


de la tierra prometida, Dios comisionó a Josué para que

fuera el nuevo líder, prometiéndole: “No te dejaré ni te

abandonaré” (Jos  1:5). Los hijos de Israel estaban listos y

con un optimismo sorprendente: “Nosotros obedeceremos


todo lo que nos has mandado, e iremos adondequiera que

nos envíes” (Jos  1:16). No pierdas de vista este tema de la

presencia del Señor en medio de Su pueblo. Fíjate en todas

las veces que sale esta misma frase, y piensa en lo increíble

que es que un Dios santo habite en medio de pecadores


como nosotros.

Sean fuertes y valientes. No teman ni se asusten

ante esas naciones, pues el Señor su Dios siempre

los acompañará; nunca los dejará ni los


abandonará… El Señor mismo marchará al frente de

ti y estará contigo; nunca te dejará ni te

abandonará. No temas ni te desanimes (Dt 31:6, 8).

Además, David le dijo a su hijo Salomón: “¡Sé fuerte

y valiente, y pon manos a la obra! No tengas miedo

ni te desanimes, porque Dios el  Señor, mi Dios,


estará contigo. No te dejará ni te abandonará hasta

que hayas terminado toda la obra del templo del

Señor” (1Cr 28:20).
Si Dios nos envía, nos acompañará hasta el final. Él no nos

abandonará en la obra que Él mismo nos ha encomendado

hacer. A medida que vayamos y hagamos discípulos en

todas las naciones, podemos estar seguras de la presencia

de Cristo. “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre,

hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Jesús está con nosotros


hasta el fin del mundo, porque ha borrado nuestros pecados

y satisfizo la ira de Dios contra nosotros. “Elí, Elí, ¿lama

sabactani?”, gritó en agonía mientras estaba la cruz

(Mt  27:46). Cristo tomó nuestro pecado sobre Sí mismo, y

fue abandonado en la cruz por Su Padre para que

pudiéramos estar con Él por siempre. Hasta que Él regrese y

nos lleve a la buena tierra de la nueva creación ya

consumada, nuestro deber es hacer discípulos en todas las

naciones. Sé fuerte y muy valiente querida lectora. Cristo

está contigo en la buena obra que te ha encomendado.

El mini-éxodo a través del Jordán

Dios quería que esa nación que dependía de Su Palabra

fuera guiada por un líder lleno de esa Palabra. Dios le dijo a


Josué que llenara su mente con la perfecta ley de Dios de
día y de noche, y que se asegurara de “obedecer toda la ley

que Mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella para

nada; solo así tendrás éxito dondequiera que vayas”


(Jos  1:7). La bendición de la obediencia estaba asegurada:

“Así prosperarás y tendrás éxito” (Jos 1:8). Este es el camino

del hombre recto. Dichoso es el hombre “que no sigue el

consejo de los malvados… sino que en la ley del  Señor  se

deleita, y día y noche medita en ella… ¡Todo cuanto hace

prospera!” (ver Sal 1:1-6).

Todo esto suena tan maravillosamente ideal, la imagen

de la perfección en el paraíso. Desde nuestro vuelo sobre el

Antiguo Testamento, la lista de bendiciones y maldiciones

de Dios en Deuteronomio todavía resuena en nuestros

oídos. Pero, al mismo tiempo, la ingratitud del pueblo de

Israel todavía nos deja un sabor rancio en la boca. La

rebelión está ligada al corazón del hombre, pero Dios exige

perfección. Cuando vemos a Josué asumiendo el liderazgo,

nos preguntamos si el pueblo realmente se va a esforzar en

hacer todo lo que Dios había ordenado para que pudieran

heredar la tierra. ¿Llegarían los hijos de Adán y las hijas de


Eva a tener su Edén nuevamente? ¿Podría haber algo mejor
que una tierra que mana leche y miel? ¿No estaban todavía

allí esos gigantes que habían aterrorizado a sus padres?

En Josué 3, el arca que contenía la Palabra de Dios iba

delante del pueblo cuando atravesaban las aguas del río

Jordán. Dios apiló las aguas del río para que la nueva

generación tuviera su propio mini-éxodo, caminando a

través de un cuerpo de agua en tierra seca. Fuera de Egipto,

fuera del desierto (¡al fin!), y hasta llegar a la tierra

prometida. Ya no más maná en el desierto, sino frutas y

vegetales frescos de la tierra (Jos 5:12). Desde Jericó hasta


Hai y los amorreos, desde Cades Barnea hasta Gaza, y

desde Gosén hasta Gabaón, todo les fue dado porque

obedecieron al Señor. Josué le recordaba continuamente al

pueblo la comisión del Creador en Génesis 1:28: Obedezcan

Su palabra, sometan y gobiernen en Su nombre, difundan

Su gloria. Pero cuando el pueblo desobedeció, sufrió

opresión. Algunos de sus enemigos aún vivían entre ellos.

Aun así, leemos en Josué 21:45 que Dios se mantuvo fiel: “Y

ni una sola de las buenas promesas del  Señor  a favor de

Israel dejó de cumplirse, sino que cada una se cumplió al

pie de la letra”.
Las últimas palabras de Josué fueron de esperanza, y les

hicieron recordar la gran advertencia contra la idolatría:

Pero así como el  Señor  su Dios ha cumplido Sus

buenas promesas, también descargará sobre

ustedes todo tipo de calamidades, hasta que cada

uno sea borrado de esta tierra que Él les ha

entregado.  Si no cumplen con el pacto que

el Señor su Dios les ha ordenado, sino que siguen a

otros dioses, adorándolos e inclinándose ante ellos,

tengan por seguro que la ira del  Señor  se

descargará sobre ustedes y que serán borrados de

la buena tierra que el  Señor  les ha entregado

(Jos 23:15-16).

Son palabras duras, ¿verdad? El pueblo de Dios necesitaba

un lugar donde finalmente pudieran descansar del caos que

había en sus corazones. Mientras ellos se estuviesen

prostituyendo con dioses falsos y estuviesen apartados de

Dios, no iban a encontrar el verdadero descanso. “Serán

borrados de la buena tierra” es un llamado a la reflexión y a


la sobriedad. A la luz de esta preocupante realidad, Josué

toma una decisión audaz:

Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor


(Jos 24:15).

¿Podría haber una visión más grandiosa del propósito de la

familia que esta? ¿Podría haber un llamado más épico a la


fidelidad para un currículo de consejería prematrimonial?
¿Podría haber un verso más perfecto para enmarcárselo a

unos recién casados? Todo mi ser está de acuerdo y dice:


“¡Sí! ¡Esto es lo que quiero para mi familia!” Y es verdad; la

más alta aspiración de toda familia cristiana debería ser que


todos tengan este tipo de mentalidad centrada en Cristo.

Fuimos creados para vivir justamente bajo el dominio del


Rey. Pero toda familia tiene sus problemas, ¿verdad? Toda

familia se pregunta: ¿Realmente podemos ser fieles a este


llamado?

Quizás los hebreos se miraban entre sí mientras


sembraban semillas en los campos que habían tomado de

sus enemigos, diciendo: “Cuidado con meter la pata”.


Quizás las mujeres advertían a sus amigas de los peligros
de admirar los panteones de ídolos de sus vecinos, diciendo
“Escucha, Israel: El  Señor  nuestro Dios es el único  Señor”

(Dt  6:4). Quizás sus corazones latían con las promesas de


Dios y los recuerdos de Su fidelidad. Quizás las madres y los

padres aprovechaban las oportunidades para instruir a sus


hijos en la buena Palabra del Señor cuando se sentaban en

sus casas, cuando iban por el camino, cuando acostaban a


los niños, y cuando se sentaban juntos a desayunar. Quizás
pasaban viajeros por la tierra, veían la palabra de Dios en

sus puertas, y quedaban maravillados de estas personas


extrañas que insistían en que Dios es invisible, en que no

habita en imágenes talladas, y en que Él hizo y mantiene un


pacto de amor fiel con ellos. Quizás.

Al final del libro de Josué, vemos que Israel estaba


deseoso de hacer todo lo que Dios había dicho: “Solo al

Señor nuestro Dios serviremos, y solo a Él obedeceremos”


(Jos  24:24). El pueblo dijo que ellos sí podían ser fieles en

aquellas cosas en que Adán y Eva no pudieron servir al


Señor ni obedecer Su voz. Pero entonces, unos pocos

versículos más adelante, tenemos que leer entre líneas:


“Durante toda la vida de Josué, el pueblo de Israel había
servido al  Señor. Así sucedió también durante el tiempo en
que estuvieron al frente de Israel los jefes que habían

compartido el liderazgo con Josué y que sabían todo lo que


el  Señor  había hecho a favor de Su pueblo” (Jos  24:31).

Vaya… Y ahora que ya no quedaba ninguno de los líderes


que Josué había entrenado, ¿a cuál Dios iba el pueblo a

servir?

Próximo capítulo: Días de horror

La historia de Dios continuó. ¿Qué pasó con los israelitas


optimistas? ¿Se resistieron a los dioses de las naciones que

habitaban entre ellos, esas que adoraban a las sirenas de


las imágenes creadas, mientras estas las seducían a la

idolatría con su canto irresistible? Josué desafió al pueblo


diciéndoles: “Elijan ustedes mismos a quiénes van a servir”

(Jos  24:15). Pero no pasó mucho tiempo antes de que el


pueblo se olvidara. Poco después se levantó una nueva

generación que no conocía al Señor. En Jueces 2:10 leemos


que después de que esa última generación de israelitas

piadosos murió, se levantó una generación que ni conocía al


Señor, ni reconocía las obras que Él había hecho a favor de
Israel. En una sola generación, su fe había desaparecido.

Ellos sencillamente asumieron que Dios y su misión no


importaban, y eso fue mortal.

Después que los padres murieron, ya ellos no estaban


recibiendo una herencia piadosa. El corazón humano es

increíblemente perverso; el pueblo realmente escogió por sí


mismo a quién serviría. Y la familia de Dios se desintegró.
Todos los individuos, las familias y las tribus sirvieron a los

ídolos y se olvidaron del Señor. No importaba cuántos


postes tuvieran las leyes de Dios escritas sobre ellos,

cuántos devocionales hacían por las mañanas, ni cuántos


versículos de la Biblia se supieran de memoria. A pesar de

toda su devoción religiosa, no se deleitaban en el Señor. Y


debemos entender lo siguiente, queridas lectoras

maternales: el deleite en el Señor no es algo que podemos


darle a nuestros hijos o a nuestros discípulos. Solo podemos

ayudar a enseñarlo, sugerirlo, ejemplificarlo y afirmarlo. La


salvación es del Señor.

Qué alivio que podamos leer el libro de Jueces con una


visión retrospectiva 20/20, ¿verdad? A pesar de que la

nación de Israel sufrió las consecuencias de su


desobediencia a Dios, ellos se mantuvieron en su incesante

búsqueda del paraíso. Pero el paraíso recuperado no es la


herencia que el Señor tiene en mente para Sus hijos. Otro

Edén acabaría en otro desastre. Ellos necesitaban un nuevo


éxodo que los liberara de una vez por todas. Ninguna

liberación terrenal y a corto plazo podría lograrlo. Dios había


puesto la noción de la eternidad en sus corazones (Ec 3:11,

RVC), y en su lucha por aferrarse a la vida eterna que tanto


deseaban, se conformaron con los ídolos de las naciones. El

costo de esta traición fue alto. Pero Dios no fue sorprendido.


Esos días terribles también fueron designados por Él, para

que apuntaran al Juez que gobernaría perfectamente, que


sometería a todos Sus enemigos, y que traería la bendición

incomparable de la obediencia a la Palabra de Dios. Los


israelitas vivieron en la tierra, sí, pero una mejor patria
estaba por venir—la celestial (Heb 11:16). En ese lugar sí se

cumpliría su anhelo de experimentar la plenitud de Dios.


Pero en ese entonces, incluso estando en Canaán, vivirían

con una nostalgia que solo se cura en la eternidad.


Esta es la manera en que Dios ha escrito Su historia: los

que merecen muerte y castigo eterno reciben vida por


gracia. El libro de Jueces es un registro de la gracia de Dios
para con Su pueblo. Él les dio juez tras juez para librarlos de

las manos de sus enemigos. Pero, ¿todo ese despliegue de


bondad tolerante movió a Su pueblo al arrepentimiento? Por
un tiempo, sí. Pero en última instancia, no. La escena final

del libro describe la brutal violación en grupo y asesinato de


una mujer indefensa. Y luego la última línea de Jueces nos

cae como una tonelada de ladrillos: “En aquella época no


había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía mejor”

(Jue 21:25).
Las que vivimos en países donde aparenta haber cierto

orden no podemos entender plenamente lo que esto


significa. Podríamos decir que era algo así como la ley de la

selva, pero peor. No había ni una sola familia intachable en


la nación. Estos capítulos describen el peor de los tiempos.

Las leemos y nos dan ganas de llorar. Pero en medio de sus


lágrimas, habían destellos de esperanza. Tal como era en

esos días de horror, así lo es hoy. Si estás viva hoy en día,


no importa lo horrible que sean tus circunstancias, porque la

vida misma es evidencia que apunta a la paciencia de un


Dios todopoderoso y Su promesa de que algún día llenará la
tierra de adoradores que le adoren en espíritu y en verdad.
Vives en tiempos de fecundidad espiritual sin precedentes a

través de la obra del Espíritu, en los cuales la obligación del


pueblo de Dios no es simplemente llenar la tierra con bebés,

sino multiplicar portadores fieles de la imagen de Dios a


través de la procreación y el discipulado, para así alcanzar a

todas las naciones con el evangelio. El patrón y la promesa


de Dios siguen vigentes hoy en día. ¿Sientes cómo va

aumentando la anticipación? Vamos a echarle un vistazo al


libro de Rut.

Hay un bizcocho en el horno, en la casa del pan


Antes mencionaba el hecho de la vida misma. Este hecho de
la vida, recuerda, está en contraste con la muerte que

merecen los pecadores. ¿Qué sería de la nación de Israel,


ese pueblo que Dios había dicho que amaba porque había
escogido amarle? Pasa la última página de Jueces, y verás
dónde te lleva ese canon que afirmamos como la santa
Palabra de Dios. “En los días en que los jueces

gobernaban…”(Rut  1:1, RVC). Ay, aquí vamos otra vez. En


los días en que los jueces gobernaban, hubo hambre en la
tierra. La leche y la miel se habían acabado, y la nación
estaba bajo la disciplina de Dios.

Nos presentan a un hombre cuyo nombre es demasiado


irónico. Elimélec significa “Dios es Rey”, pero este hombre
sacó a su familia de la tierra prometida al territorio que
Dios, su Rey, no les había dado. Intentando escapar de una
muerte a causa del hambre, en lugar de encontrar vida, lo

único que Elimélec encontró fue la muerte. Allí en Moab, él


murió. Sus dos hijos se casaron con mujeres gentiles, que
también estaba prohibido. Sus dos hijos también murieron,
dejando a sus dos nueras sin hijos. Noemí, la viuda, estaba

en la miseria. Su marido había llevado a la familia a una


destrucción segura. Pero la tensión de este drama aumenta
cuando se supo que Belén, “la casa del pan”, había sido
reabastecida y que el hambre había terminado (Rut  1:6).

Noemí quería volver a casa, por lo que instó a sus nueras de


Moab a que volvieran con sus familias. Noemí dijo: “¡La
mano del  Señor se ha levantado contra mí!” (Rut  1:13).
Puede que nuestras situaciones no sean tan físicamente

desesperantes como las de esta viuda; lo perdió todo y al


regresar no le esperaba nada. Sin embargo, la agradable
ironía de la declaración de Noemí de que “la mano del Señor
se [había] levantado contra [ella]”, se enfatiza en el

siguiente verso. Rut, su nuera gentil, “se quedó con ella”


(Rut 1:14, RVC).
Como mujeres maternales, es sumamente útil que
veamos el gran panorama porque nosotras mismas

pasamos por momentos como estos, y la gente a nuestro


alrededor también. Aun en esos momentos en que creamos
que nuestro Dios nos ha abandonado, Él sigue
sosteniéndonos. La mano de Dios no estaba en contra de

Noemí; Él la estaba sosteniendo en Sus manos de gracia a


través de Rut. En momentos como estos, podemos cantar
con Horacio Spafford, un hombre que perdió a su hijo por
una enfermedad, sus riquezas en el gran incendio de
Chicago, y a sus cuatro hijas en un naufragio, “Cualquiera

que sea mi suerte diré: ‘Estoy bien, tengo paz, ¡gloria a


Dios!’”.
Tal vez ya te sabes la historia. Allí, en Belén, “la casa del
pan”, los esfuerzos de Rut por proveer comida para ella y

para su suegra fueron guiados por la mano invisible de la


buena providencia de Dios. Ella trabajó en un campo de
cebada y fue bendecida abundantemente por el dueño del

campo. Booz, el pariente redentor, jugó su papel en el


rescate de Noemí (y de Rut) de su ruina terrenal. El niño que
vino del matrimonio de Booz y Rut sería un canal de gracia.
El nieto que Rut colocó en el regazo de Noemí no era otro
que Obed, que fue el padre de Isaí, padre de David. Y de

David, ese joven pastor, vendría el más grande Pastor y Rey


que el mundo jamás haya visto. Pero nos estamos
adelantando otra vez. ¿O no? Al ver la fidelidad de Dios para
con esta viuda desamparada, las mujeres de Belén le

dijeron a Noemí: “¡Alabado sea el  Señor, que no te ha


dejado hoy sin un redentor! ¡Que llegue a tener renombre
en Israel!” (Rut 4:14). Y ahora nosotras, al igual que Noemí,
podemos decir que gracias a que el Señor nos redimió,

estamos “aparentemente tristes, pero siempre alegres;


pobres en apariencia, pero enriqueciendo a muchos; como
si no tuviéramos nada, pero poseyéndolo todo” (2Co 6:10).
Dios incluyó a estas personas en Su historia, y su

historia es también nuestra historia. Las políticas para los


parientes redentores en el antiguo Israel nos parecen tan
lejanas, tan ajenas. Pero este es nuestro árbol familiar—
todos los que dicen vivir por gracia mediante la fe en el Rey

son coherederos del reino junto con estas personas. En


nuestro linaje de fe hay una mujer moabita, una gentil que
llegó a ser parte de la familia de Dios. ¿Esa “simiente de la
mujer” que Dios había prometido llegó a través de Rut? Esto

es asombroso. Al igual que Israel en los días en que


gobernaban los jueces, nos enfrentamos diariamente a
tentaciones de proveer para nosotras mismas según nuestro
propio criterio de lo que es aceptable. Experimentamos la

sequedad del hambre en este mundo caído, y somos


tentadas a abandonar la herencia de fe que Dios nos ha
dado y a hacer las cosas a nuestra manera. Sufrimos
dolores y pérdidas, y Dios nos disciplina con amor porque
somos Sus hijas, y llegamos a la conclusión de que la mano

de Dios se ha levantado contra nosotras. Necesitamos ojos


para ver.
“¡Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor!” La
bandera del amor leal a Dios vuela en nuestros corazones. Y

vuela alto porque Dios es fiel a Su pacto. Incluso cuando


somos infieles, Su gracia nos guarda. “Si somos infieles, Él
sigue siendo fiel,  ya que no puede negarse a Sí mismo”
(2Ti 2:13). La muerte expiatoria del futuro Rey y Pastor es la

prueba concluyente. Seguíamos siendo Sus enemigos—


súbditos que eran desleales a Él en todos los sentidos. Sin
embargo, fue en ese entonces que Él murió por nosotros,
para reconciliarnos con Dios (Ro  5:10). En medio del

hambre, en medio del exilio, y en medio de nuestro regreso


a Dios, encontramos gracia por causa de Jesús. Y así
continuamos en este linaje de fe, obteniendo una herencia
por gracia, al igual que Noemí cuando estuvo desamparada.

¿Un rey para gobernarlos a todos?


El vientre de Ana había sido cerrado por el Dios en cuyas

manos está la vida de todo ser vivo. En medio de su dolor,


ella lloró y oró delante del Señor en Silo para que le
concediera un hijo. Ella no estaba tratando de manipular a
Dios con sus oraciones, sino que en humildad estaba

reconociendo su dependencia de Dios. Este es el tipo de


oración que resuena en el corazón de toda madre:
impotente pero llena de esperanza. Oramos tal y como lo
describe J. I. Packer en su libro Evangelismo y la soberanía

de Dios:
La oración del cristiano no es un intento de forzar la
mano de Dios, sino un humilde reconocimiento de
una dependencia impotente.10

Si hay una oración latiendo en tu corazón, órala. Dios es


honrado cuando confesamos nuestra dependencia y

esperanza en Él. Dios respondió la oración de Ana cuando


nació su primer hijo, Samuel, y ella cumplió su promesa de
dedicarlo al Señor para que sirviera en el tabernáculo. (Esa
dedicación fue planeada desde antes de él haber sido

concebido.) Samuel creció en la casa del Señor, sirviéndole


día y noche. ¡Vaya infancia!
Samuel era un sacerdote fiel. Cuando envejeció, puso a
sus dos hijos como jueces sobre el pueblo, pero pronto se

hicieron famosos en Israel por aceptar sobornos y pervertir


la justicia (1S 8:1-3). ¿Por qué? ¿Por qué es que la gente no
puede simplemente andar en los caminos del Señor? Tan
pronto se levanta un líder y le da esperanza a la gente, la

fatalidad de sus defectos sale a la luz. Samuel no logró


refrenar a sus hijos malvados. Los ancianos de Israel se
juntaron y se acercaron a Samuel con esta demanda:
Tú has envejecido ya, y tus hijos no siguen tu
ejemplo. Mejor danos un rey que nos gobierne,
como lo tienen todas las naciones (1S 8:5).

Ellos querían un rey. Realmente, designar a un rey no estaba

prohibido, y Samuel sabía que ese día iba a llegar (pero tal
vez no se imaginaba que llegaría mientras él estuviera
vivo). Él conocía las leyes que el Señor había decretado en
cuanto a los reyes, antes incluso de que conquistaran la

primera ciudad en Canaán.


El deseo del pueblo de tener un rey no era una petición
extraña. Dios mismo había planteado este asunto cuando
Moisés era el líder del pueblo. Llegaría el día en que el
pueblo pediría un rey, por lo que el Señor les dio

instrucciones para cuando llegara ese momento:

Cuando tomes posesión de la tierra que te da el


Señor tu Dios, y te establezcas, si alguna vez dices:
“Quiero tener sobre mí un rey que me gobierne, así

como lo tienen todas las naciones que me rodean…”


(Dt 17:14).
Los reyes debían ser elegidos de entre el pueblo (no de
entre los extranjeros). El rey no podía “aumentar el número
de sus caballos”, “tomar para sí muchas mujeres”, o

“amontonar para sí oro y plata en abundancia”. Él debía


aprender a “temer al Señor su Dios, y para que cumpla
todas las palabras de esta ley y de estos estatutos, y los
ponga por obra. Así su corazón no se colocará por encima
de sus hermanos, ni se apartará ni a diestra ni a siniestra

del mandamiento” (Deut. 17:16-20 RVC). Pero, ¿existía en


medio del pueblo un hombre como este: un hombre que
gobernaría y sometería la tierra en el nombre del Señor, tal
y como Adán debió haberlo hecho? Un hombre que no se

apartaría del mandamiento de Dios, ni a la derecha ni a la


izquierda, tal y como Adán debió haberlo hecho? ¿Un
hombre que no se descalificaría a sí mismo por su codicia,
inmoralidad e idolatría? ¡Oh, que las bendiciones de Dios

fuesen derramadas a través de Su ungido! ¡Habría paz en


todas partes! ¡Todo el mundo adoraría al Señor! Pero,
¿podría realmente existir un rey que viviera de toda palabra
que sale de la boca de Dios y trajera las bendiciones de Dios

como ningún hombre había sido capaz de hacer en toda la


historia? ¿O sería un rey que, al igual que Adán, fallaría y
traería aún más juicio?
No es de extrañar que Samuel se haya desalentado al

escuchar la petición de los ancianos. Así que le preguntó al


Señor sobre qué hacer al respecto. La respuesta de Dios,
probablemente, le sorprendió:

Considera seriamente todo lo que el pueblo te diga.

En realidad, no te han rechazado a ti, sino a Mí,


pues no quieren que Yo reine sobre ellos. Te están
tratando del mismo modo que me han tratado a Mí
desde el día en que los saqué de Egipto hasta hoy.
Me han abandonado para servir a otros dioses. Así

que hazles caso, pero adviérteles claramente del


poder que el rey va a ejercer sobre ellos (1S 8:7-9).

Con renuencia, Samuel ungió a Saúl como rey de Israel


según la instrucción del Señor. Saúl comenzó bien, pero con

el tiempo demostró que no estaba calificado para gobernar.


Su reinado fue marcado por el irrespeto a los mandatos de
Dios, la insistencia en hacer las cosas a su manera, y unos
celos desenfrenados. El primer rey de Israel fue un fracaso
épico. Parecía que la voluntad de Dios no se estaba
haciendo en la tierra como en el cielo. Al igual que los

israelitas fieles que lloraron por estos acontecimientos, creo


que como madres podemos desalentarnos profundamente
por las cosas que aparentan ser fracasos totales. Podemos
llegar a olvidar que ciertamente Dios cumplirá Sus
promesas al final. Aunque nos lamentamos, y con razón, por

las pérdidas que experimentamos en este mundo caído, no


nos afligimos como los que no tienen esperanza. ¡Mira lo
que sucede ahora!

¡Aleluya! Y reinará eternamente y para siempre


Y luego, desde la “casa del pan”, se eligió a un pastorcillo
para que gobernara. Siguiendo las instrucciones de Dios,

Samuel ungió a David para que fuera rey, con todo y que
Saúl todavía estaba en el trono. El Espíritu del Señor vino
sobre David desde aquel día en adelante (1S  16:13). Su
tiempo como rey pronto llegaría, pero aún no había llegado.

El enemigo de Dios sabía que algo estaba pasando, por lo


que incitó a Saúl para que intentara matar a David con su
lanza. Por la gracia de Dios, el ungido escapó una y otra vez
de la mano del malvado Saúl. Durante años. ¡Años!

Pero, por desgracia, incluso David, el hombre de quien


Dios dijo que era “conforme a Mi corazón” (Hch  13:22),
demostró que era otro hijo de Adán. Su reinado se vio
empañado por su lujuria, por asesinato y por sus fracasos.

El pecado de Adán nos ha contaminado a todos. De tal palo


tal astilla. Los filisteos rodearon a Israel y de vez en cuando
se colaban. David no era el triturador de serpientes que
estaban esperando. El pueblo estaba siendo amenazado

desde adentro y desde afuera. ¡Y el pueblo tuvo que


enfrentar su pecado! Desde el rey hasta los sacerdotes y el
pueblo, ¿quién puede estar delante del Señor?
Es por eso que 2 Samuel 7 es tan sorprendente. Dios

había sido más que paciente con esos israelitas que no


habían cumplido con su parte del pacto. Su “reino de
sacerdotes” había sido perpetuamente inmundo. En lugar
de ser mediadores de la bendición de Dios para las naciones
y de llevarlas a adorar al único Dios verdadero, ¡el pueblo

continuamente servía a los ídolos de las naciones! Todas


estamos moviendo la cabeza en este momento porque
vemos que esta historia se repite incluso hoy en día. Dios

escoge a un pueblo para que sea como una ciudad sobre


una colina y comparta el evangelio con personas que no
tienen esperanza, y estamos distraídos con el brillo de sus
dioses. ¡Hay tantas cosas que podríamos decir en cuanto a
cómo esto se relaciona con nuestra maternidad! Por ahora,

vamos a centrarnos en el hecho de que estamos aquí


porque Dios, por Su amor y fidelidad, le hizo una promesa a
David. De su linaje vendría un hijo que sería diferente de
Adán. Dios reina sobre todas las cosas y no puede ser

contenido por Su creación, y sin embargo, habitaría con Su


pueblo. A David le prometió: “Tu trono quedará establecido
para siempre” (2S  7:16). Para siempre significa para
siempre. ¿Qué podría haber respondido David? Él sabía que

no se merecía esta gracia, y sin embargo, por gracia, tuvo el


valor de decir “sí y amén” a todo lo que Dios prometió que
haría: “Pues Tú mismo,  Señor  omnipotente, lo has
prometido. Si Tú bendices a la dinastía de Tu siervo, quedará

bendita para siempre” (2S  7:29). Finalmente, la gente


podría ver y probar la supremacía de Dios en la tierra como
en el cielo. Pero, ¿cuando? ¿Podríamos comenzar con la

fiesta, por favor?

El Rey que reinaría con sabiduría

Alrededor del año 961 a. C., el hijo de David, Salomón,


sobrevivió a un intento de golpe de estado y se estableció
como el rey legítimo sobre Israel. Dios le había dado a

Salomón una sabiduría única y sin precedentes (1R  10:24).


Por ejemplo, Salomón le había solicitado específicamente a

Dios la capacidad de discernir entre el bien y el mal, para

poder ser un buen juez para el pueblo (1R 3:4-9).11 Mientras


que Adán intentó adquirir el conocimiento del bien y del mal

de una forma engañosa y fue juzgado por ello, Salomón le


pidió dicha sabiduría directamente a Dios, y Él se la quiso

conceder.

Salomón construyó un templo glorioso para reemplazar


el tabernáculo, adornándolo con imágenes de jardines

recubiertas de oro. Como resultado, ya no había necesidad


de un lugar temporal para el arca de Dios y para Su

presencia, pues ahora se trataba de un edificio permanente.

¡Era una vista deslumbrante! Había oro en todas partes, y


se menciona al menos treinta veces en la narración que

describe el reinado de Salomón. Su sabiduría abarcaba

incluso áreas únicas, tales como la ganadería, la horticultura


y la silvicultura. (¿Te recuerda esto a otra persona que fue

designado vicegobernador especial de Dios?)12 El pueblo de


Israel se multiplicó y llegaron a ser “tan numerosos como la

arena que está a la orilla del mar” (1R  4:20). “Tanto en

riquezas como en sabiduría, el rey Salomón sobrepasó a los


demás reyes de la tierra. Todo el mundo procuraba visitarlo

para oír la sabiduría que Dios le había dado” (1R 10:23-24).


Naciones—toda la tierra—entraron a la presencia de

Salomón para ser bendecidas. ¿Ya te estás emocionando?

Y, además, el pueblo estaba feliz. Para ser más


específica, comieron y bebieron y fueron felices (1R  4:20).

La paz, la abundancia y los banquetes eran su nueva

normalidad. ¿Podría este ser el reino eterno de las


bendiciones consumadas de Dios? Odio tener que decirte

esto, pero échale un vistazo a 1  Reyes  10:14-29 y


encontrarás una pista en cuanto a lo que está a punto de

suceder. En contra de los mandamientos del Señor en

Deuteronomio  17, Salomón estaba ocupado adquiriendo


muchos caballos de Egipto, muchas esposas para sí mismo
de entre las naciones, y plata y oro para añadirlos a sus

tesoros. Salomón no le había entregado todo su corazón a

Dios. Él no amaba al Señor su Dios con todo su corazón,


alma, mente y fuerzas. En 1  Reyes  11, vemos la causa de

este espiral descendente: Salomón se aferró a un millar de

mujeres que desviaron su corazón del Señor. Su idolatría era


profusa, y construyó templos y altares para que sus mujeres

extranjeras adoraran a los demonios. “Así que Salomón hizo


lo que ofende al  Señor  y no permaneció fiel a Él como su

padre David” (1R  11:6). Él condujo al pueblo de Israel por

mal camino, adorando imágenes de cosas creadas. Durante


todo este tiempo, todo el pueblo estaba comiendo,

bebiendo y disfrutando de la felicidad. Solo el cielo sabe


cuántos portadores de la imagen de Dios se sacrificaron a

Satanás en esos días, bajo el reinado del rey que quería ser

sabio.
Bajo el dominio de los hijos de Salomón, el reino de

Israel se dividió en la tribu del norte y la tribu del sur, cada

una con su propio rey. La nación de sacerdotes del Señor ya


no existía—estaban divididos y eran cada vez más paganos.
La gente de la tribu del norte rechazó a Dios, y fue llevada

al cautiverio por los asirios (722 a. C.). La gente de la tribu

del sur también rechazó a Dios, y fue llevada al cautiverio


por los babilonios (586 a. C.). Jerusalén cayó ante las

naciones, y el templo fue destruido.


El salmo 72, un salmo que fue escrito por (o para)

Salomón, habla acerca de un reinado, pero que

evidentemente no se refería al suyo. ¿Puedes imaginar qué


tipo de rey podría reinar de esta manera?

Oh Dios, otorga Tu justicia al Rey,

Tu rectitud al príncipe heredero (v 1).

El rey hará justicia a los pobres del pueblo

y salvará a los necesitados;


¡Él aplastará a los opresores! (v 4).

Que domine el Rey de mar a mar,

desde el río Éufrates hasta los confines de la tierra (v 8).

Que ante Él se inclinen todos los reyes;

¡que le sirvan todas las naciones! (v 11).


Se compadecerá del desvalido y del necesitado,

y a los menesterosos les salvará la vida.


Los librará de la opresión y la violencia,

porque considera valiosa su vida (vv 13-14).

Que Su nombre perdure para siempre;

que Su fama permanezca como el sol.

Que en Su nombre las naciones


se bendigan unas a otras;

que todas ellas lo proclamen dichoso (v 17).

Bendito sea por siempre Su glorioso nombre;

¡que toda la tierra se llene de Su gloria! (v 19).

Todas esas promesas estaban por venir; el escenario ya


estaba listo. La verdad es que en ocasiones sí parecía que la

liberación vendría a través de algunos de esos reyes. Pero


ese Hijo real que impartiría justicia, que traería bendición

sobre los pueblos, que aplastaría la cabeza de la serpiente,

y que reinaría sobre las naciones, aún no había llegado.


Ahora, con el reino de Israel dividido, el pueblo exiliado, y
sus tierras ocupadas, ¿tendría el Rey un reino sobre el cual

gobernar cuando finalmente llegara?


6

Reinicio de la misión
Del exilio al regreso y hasta el reino

Todavía estamos volando rápido y alto sobre la antigua


historia. Los patrones de Dios están siendo revelados, y Él

está dando Sus promesas. Este tapiz de la gracia es

sorprendente, emocionante y hermoso. Y la cruz! Podemos

ver la cruz que se avecina en el horizonte. Pero, ¿cuando le


veremos a Él—exaltado, levantado y muy enaltecido

(Is  52:13)? ¿Cómo va Jesús a cumplir Su voluntad a través

de nosotros a medida que cuidemos de los demás de

acuerdo a Su patrón, aferrándonos a Sus promesas? ¡Pronto


veremos esas respuestas! Vamos a echar un vistazo más de

cerca a esta última época en el Antiguo Testamento.

La nación de Israel estaba en desorden. Aunque en su

historia hubo algún que otro rey fiel, la trama principal de la

nación de Israel estuvo marcada por la división y por reyes


malvados. A pesar de esta confusión nacional, los profetas

se mantuvieron proclamando la Palabra de Dios como el

estándar. Puede que haya parecido que los hombres y reyes

llegaron al escenario por sí mismos, pero Dios siempre es

soberano sobre el guión. Él es el soberano a quien toda


carne debe su lealtad. Él no dará Su gloria a otro. Los

pecados de la nación fueron graves, y los profetas

expusieron sus pecados a la luz de la verdad. Dios levantó

profetas para que anunciaran el juicio y las promesas de

Dios. ¡Acuérdense del Señor! ¡Acuérdense del Señor!

Elías predicó, reprendió a reyes y reinas, y profetizó.

Oseas le mostró al pueblo una parábola viviente del amor


incesante de Dios hacia Su mujer prostituta, los

descendientes de Abraham. Jonás fue enviado a Nínive,

navegó en dirección contraria, y fue gentilmente desviado


por Dios, quien lo envió en un viaje de tres días dentro del

vientre de un pez.

Pero el pueblo, en general, no se arrepintió. Los pobres

que habitaban entre ellos fueron pisoteados. Las viudas y

los huérfanos fueron abandonados a morir en la cuneta. Los

ricos vivían de banquete en banquete, ignorando el


sufrimiento de los que estaban en sus puertas. Reyes

gobernaron para su propio beneficio. Así que Dios utilizó las

potencias de ese entonces—naciones en Sus manos—para

sacar a Su pueblo de su tierra y llevarlo al cautiverio. Los

asirios sacaron a Israel de la parte norte de la tierra. Los

babilonios conquistaron a Judá en el sur. Durante este

tiempo, Miqueas e Isaías profetizaron el juicio de Dios

debido a la adoración hipócrita del pueblo. Las

consecuencias que sufrirían por rechazar los caminos de

Dios y por su idolatría descarada serían graves:

Escuchen esto ustedes,

gobernantes del pueblo de Jacob,

y autoridades del reino de Israel,

que abominan la justicia y tuercen el derecho,


que edifican a Sión con sangre

y a Jerusalén con injusticia…

Por lo tanto, por culpa de ustedes


Sión será como un campo arado;

Jerusalén quedará en ruinas,

y el monte del templo se volverá un matorral

(Miq 3:9-10, 12).

¿Te imaginas el horror que les debe haber causado esta

noticia? La paz y la prosperidad que la nación había

disfrutado bajo el reinado de Salomón ahora no era más que

un recuerdo.

Recuerdos lejanos de paz

Era un lunes por la mañana durante el cautiverio, y el

pueblo estaba encadenado a una nación pagana, eran

expatriados en un país extranjero, y ya no podían adorar en

el templo ni ofrecer los sacrificios necesarios por sus

pecados. Un día más en el exilio. Cada día se despertaban y

cada noche se acostaban en sus camas—perdidos.


El remanente tendría que aprender que su hogar no era

su refugio. El Señor era su refugio. Nosotros, también, como

“extranjeros y peregrinos” en un mundo pasajero,

necesitamos saber que nuestro hogar no es nuestro refugio;

Dios es nuestro refugio. Cuidamos vidas ante la muerte y

utilizamos nuestros hogares como un medio para propagar

el evangelio. Para los que esperan en el reino venidero,

nuestros hogares son menos como retiros y más como una

red de trincheras en las que planificamos y hospedamos

para el avance del reino en esta oscuridad presente.


Nuestros hogares son centros de hospitalidad en los que le

mostramos la luz de Cristo a desconocidos y a nuestros

vecinos. Y son centros de abastecimiento para embajadores

que van de paso, ayudándoles en su camino mientras se

ocupan en los negocios del Rey.

En medio de la oscuridad y la perdición del exilio,

resonaron las palabras de esperanza del Señor a través de

los profetas. Estas son solo algunas de esas palabras.

¿Reconoces a Jesús en estos pasajes?


Pero de ti, Belén Efrata,

pequeña entre los clanes de Judá,

saldrá el que gobernará a Israel;

sus orígenes se remontan hasta la antigüedad,

hasta tiempos inmemoriales (Miq 5:2).

Sobre Sus hombros pondré la llave de la casa de

David; lo que Él abra, nadie podrá cerrarlo; lo que Él

cierre, nadie podrá abrirlo (Is 22:22).

Les daré un corazón que me conozca, porque Yo soy

el Señor. Ellos serán Mi pueblo, y Yo seré su Dios,

porque volverán a Mí de todo corazón (Jer 24:7).

El pueblo seguramente pensó: ¿Cómo será posible todo

esto? Belén estaba invadida. La casa de David no tenía

poder. Y el pueblo estaba siendo disciplinado y con razón

por su pecado de no amar al Señor su Dios con todo su

corazón. Ellos nunca se volvieron al Señor, al menos no

completamente. Las promesas de Dios parecían estar cada

vez más lejos. ¿Cumpliría Él con cada palabra que les había
dado? ¿O era que los profetas realmente eran tan ilusos

como algunos decían?

Después de todo, los reyes y los ancianos se resistían

continuamente a las enseñanzas de los profetas y

terminaron asesinándolos. ¿Debía el pueblo creerle a los

profetas? ¿O es que los profetas murieron en vano,

aferrándose a promesas falsas y creyendo en sus

imaginaciones religiosas hiperactivas? He hablado con


gente que hoy en día tiene este punto de vista en cuanto a

la palabra de Dios: imaginación religiosa hiperactiva. Citan


la ciencia y se preguntan si las personas religiosas tienen

algún tipo de trastorno genético. Ellos piensan que ese tipo


de trastorno puede llevarte a ser un fundamentalista

irritante. O peor aún, un terrorista violento. ¿Qué hace el


mundo con personas que se aferran a su creencia en lo

invisible?

En medio del fuego y de leones

Cuando nuestro pecado sale a la luz y Dios nos llama al


arrepentimiento, eso es una muestra de la gracia de Dios

hacia nosotros, pero no siempre lo vemos de esa manera.


En la mayoría de los casos, el pueblo de Israel no se
arrepentía cuando los profetas lo confrontaban con su

pecado. Pero sucedió algo diferente durante el reinado de


Josías. Después de que el rey Josías reformó el templo para

que el pueblo volviera a adorar al Señor de manera


exclusiva, muchos en Judá se arrepintieron. (Su abuelo, el

rey Manasés, había convertido el templo en el paraíso de un


ídolo.) Josías se deshizo de los ídolos que habían puesto en
el templo. En un sentido, el pueblo ahora estaba adorando a

Dios en verdad, pero les costó todo—específicamente, todos


sus ídolos. Haríamos bien en considerar su ejemplo. ¡Qué

difícil debió haber sido destruir ese primer ídolo! “¿Estamos


seguros de esto? ¿Nos quedamos con alguna reliquia en

caso de que el Señor no sea suficiente?” Es humillante


pensar en la frecuencia con la que hacemos este tipo de

razonamiento en nuestro propio corazón. Una vez más,


Packer nos ayuda a ver una conexión particular entre el

arrepentimiento y la fe. Cuando hablamos con nuestros


hijos, amigos y vecinos, y les instamos a que pongan su fe

en Cristo, no podemos darles a entender que esa gracia es


barata y que pueden seguir aferrados a sus ídolos. “Si
vamos a ser honestos, no debemos ocultarles que, en un
sentido, ese perdón gratuito les va a costar todo”.13

Para poder adorar a Dios en verdad, los israelitas


tuvieron que deshacerse de todo aquello a lo que se habían

aferrado en el pasado. Pero incluso en esta nueva adoración


a Dios, el pueblo aún tenía sus luchas. Jeremías les habló de

parte del Señor, reprendiendo a Israel por su pecado y


advirtiéndole de la inminente invasión de Babilonia.

Jeremías también habló sobre los días venideros en que Dios


haría un nuevo pacto diferente a ese pacto con el que Israel

no había podido cumplir fielmente.


Pero para el pueblo, la noticia de un nuevo pacto sonaba

demasiado buena para ser verdad. Y no es para menos—


¿has leído las lamentaciones de Jeremías acerca de la

invasión? Había devastación por todas partes, pero Jeremías


sabía algo que avivó el fuego de su fe. ¿En qué había puesto
su esperanza?

Pero algo más me viene a la memoria,


lo cual me llena de esperanza:

El gran amor del Señor nunca se acaba,


y Su compasión jamás se agota.

Cada mañana se renuevan Sus bondades;


¡muy grande es Su fidelidad!

Por tanto, digo:


“El Señor es todo lo que tengo.

¡En Él esperaré!” (Lam 3:21-24).

Y siempre está amaneciendo en algún lugar, ¿cierto?


Jeremías predicó vida ante la muerte. Era evidente que

nadie era fiel, excepto el Señor. El pueblo no tenía razón


alguna por la cual esperar algo que no fuera más juicio,

porque, después de todo, ellos lo merecían. Para que no


presumieran de la gracia de Dios, Jeremías les dejo claro

que Dios mismo no lo permitiría. Estos versículos que están


a continuación los citamos con frecuencia, pero ¿ves ahora

cómo son desconcertantes y casi increíbles? Este nuevo


pacto era, bueno, nuevo. Era nuevo en todos los sentidos.

¿Te suena familiar esta descripción?

“Este es el pacto que después de aquel tiempo haré


con el pueblo de Israel”, afirma el Señor: “Pondré Mi

ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo


seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo. Ya no tendrá

nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su


hermano: ‘¡Conoce al Señor!’, porque todos, desde

el más pequeño hasta el más grande, me


conocerán”, afirma el Señor. “Yo les perdonaré su

iniquidad, y nunca más me acordaré de sus


pecados” (Jer 31:33-34).

En medio del engaño de los últimos tiempos, el Espíritu de


Dios desencadenaría la restauración que había sido
anunciada para esos tiempos. Aun en medio de una era de

corrupción interna y persecución externa, el Señor guardará


para Sí un remanente. Estas personas verán cómo su

lamento se transformará en gozo, y estarán satisfechos con


Su bondad.

Este nuevo y mejor pacto estaría mediado por Cristo,


nuestro Sumo Sacerdote, y se haría con el “Israel

escatológico”, los elegidos del remanente judío y los


elegidos gentiles. Estos son los que constituyen el

“verdadero Israel” por gracia mediante la fe. Para estos “ha


preparado el Señor un sacrificio y ha purificado a Sus
invitados!” (Sof  1:7). El carnero trabado en un matorral, el
macho cabrío expiatorio enviado al desierto, el cordero

pascual: todos estos patrones apuntaban al sacrificio por el


pecado que se haría una vez y para siempre. La sangre que
habla con más fuerza que la sangre de Abel es la sangre de

Cristo (Heb 12:24).
Así que, ¿qué hace el mundo con personas que están

dispuestos a morir por su creencia en Dios e insisten en Su


verdad? Bueno, en realidad, el mundo sabe qué hacer con

personas que están dispuestos a morir por sus creencias.


Conspirar contra ellos. Aprobar una ley para atraparlos.

Arrojarlos al fuego. Tirarlos a los leones (Dn  3; 6). Daniel y


sus compatriotas fieles en Babilonia sobrevivieron a los

atentados contra sus vidas encomendándose a la


misericordia de Dios. El cuarto Hombre estuvo con ellos en

medio del fuego, y envió a Sus ángeles para que cerraran


las bocas de los leones. Dios preservó al remanente de

manera milagrosa, guardándolos para Sí. Lo mismo es cierto


incluso cuando notamos que el espíritu del anticristo que

Daniel había profetizado convence a muchos de


menospreciar a Dios, despreciar Su santidad, y aferrarse a
doctrinas falsas. El apóstol Pablo dijo que “el misterio de la
maldad ya está ejerciendo su poder” (2Ts 2:7). Este tipo de

misterio no es un misterio de tipo novela policíaca clásica,


sino una sorprendente revelación sin precedentes. La

tribulación de los últimos tiempos sobre la cual Daniel habló


persistirá durante la era de la iglesia. Hay falsos maestros

engañosos trabajando en este mismo momento, aunque el


anticristo encarnado todavía no ha aparecido para exaltarse

a sí mismo y creerse superior a todos los dioses, a la vista


de la iglesia en todo el mundo (Dn  11:36). Cuando eso

ocurra, la persecución se extenderá por toda la tierra, el


templo será profanado, y los falsos maestros propagarán

sus mentiras desde el interior de la comunidad del pacto.14


El que lea, que entienda.
Ezequiel profetizó, y cuando Jerusalén cayó, el pueblo
fue llevado cautivo a Babilonia. Aunque la vida en Babilonia

no era demasiado terrible para la mayoría de ellos (con la


excepción de unos pocos judíos fieles que caminaron en
medio del fuego y un hombre que fue arrojado a los leones
por orarle a Dios), el pueblo aún no podía adorar al Señor de

la forma en que Él lo había prescrito. Conozco a muchas


personas que hoy en día viven de esta manera, incluso en
lugares en los que se sienten como que están “en casa”. A

veces los expatriados no sienten que están en el exilio, sino


que la gente llega a acomodarse en medio de las naciones y
se piensan que están en casa. Pero pronto viene un hogar
mejor. ¡Mantente atenta! El Espíritu le daría vida a sus
almas, y un día el valle de los huesos secos se levantaría del

polvo.

¿No hay lugar como el hogar?

En el año 539 a.C., Babilonia fue tomada por los medo-


persas. Más adelante, Ciro le permitió a los judíos volver a
casa para que establecieran su propia provincia bajo su
dirección. El corazón del rey estaba en la mano del Señor, y

él envió a los judíos de regreso a Judea para que pudieran


reconstruir su templo. A pesar de la oposición de los locales,
y a pesar del hecho de que algunos del remanente
decidieron no regresar, el templo fue reconstruido en

Jerusalén. Pero no era igual que antes. Notarás que todas


las profecías acerca de la restauración empezaron a
cumplirse, pero también notarás que la restauración que
hizo el pueblo fue imperfecta. El nuevo templo, tan
maravilloso como lo fue para muchos, era inferior. La

generación de los mayores lo sabía, y se lamentó. El pueblo


estaba decepcionado y descontento, pero igualmente
deseoso de adorar al Señor.
Más adelante, Nehemías fue despachado del exilio para

regresar a casa y reconstruir los muros de la ciudad. Un rey


pagano dio lo que se necesitaba para hacer este gran
trabajo. Una joven mujer judía, Ester, fue escogida de entre
todo un harén para tener una audiencia con el rey persa. La

mano invisible de Dios guió su heroica labor a través de


circunstancias asombrosas, y ella salvó a su pueblo de un
genocidio por racismo (Ester 8). No sería la última vez que
enfrentarían la muerte por causa de su origen étnico.
Cientos de años más tarde, en el año 63 a.C., Pompeyo

el Grande ignoraba la red enmarañada de dilemas políticos


que le rodeaban y se marchó precipitadamente hacia
Jerusalén para enfrentarse a los persas y conquistar Judea.
Luego se percató del gran desafío que estaba ante él:
Pues vio que las paredes eran tan firmes, que sería

difícil derrumbarlas; y que el valle que tenía que


atravesar para llegar a las paredes era terrible; y
que el templo, que estaba dentro de ese valle,
estaba rodeado por una gran pared, de tal manera
que si llegaban a conquistar la ciudad, el templo

sería un segundo lugar de refugio para el enemigo


retirarse.15

Los judíos se negaron a rendirse y se atrincheraron en una


parte de la ciudad. Después de un asedio de tres meses, las

tropas de Pompeyo invadieron la fortaleza de los judíos y


masacraron a doce mil personas. Profanaron el templo e
irrumpieron en el Lugar Santísimo, donde solo el sumo
sacerdote podía entrar. A todos los que quedaron en Judea,

les dijeron: “Rinde homenaje o muere”. El reino que una vez


fue la nación de Israel, dejó de existir. ¿Podría la promesa de
Isaías cumplirse realmente?

Presten atención, que estoy por crear


un cielo nuevo y una tierra nueva.
No volverán a mencionarse las cosas pasadas,

ni se traerán a la memoria (Is 65:17).

Una voz resuena desde la ciudad,


una voz surge del templo:
Es la voz del que da a sus enemigos
su merecido (Is 66:6).

Los judíos pasaron a estar bajo el dominio de los romanos.


Sus dioses paganos eran un escándalo para los judíos.
Algunos estaban cansados de vivir en estas condiciones.
Algunos aprendieron a simplemente aceptar su suerte y se

olvidaron por completo de esperar al que aplastaría a la


serpiente. Después de todo, Dios no les había hablado
durante cuatrocientos años ya. Cuatrocientos años. Atrás
quedaron las personas que conocieron a personas que

habían escuchado a un profeta que hablaba en el nombre


del Señor. ¿Se había olvidado Dios de ellos? ¿Dónde estaba
su libertador?
Pero, santa la noche. Mientras el mundo estuvo envuelto
en sus contiendas, Él apareció. ¡Nuestra esperanza! ¡La luz

de un nuevo día sin igual!16


Nació el Salvador

En la provincia de Judea, alrededor del año 4 a.C., durante el


reinado de César Augusto, apareció la luz en medio de la
oscuridad. El Espíritu Santo reposó sobre una virgen, y Dios
concibió a Su Hijo a través de la simiente de una mujer. Pero

la oscuridad oyó acerca de la luz e intentó apagarla.


Satanás incitó el odio del rey Herodes, y él desató un
infanticidio específicamente para la comunidad judía,
ordenando que sus bebés varones fuesen exterminados en

una noche. Las lágrimas de Raquel ya habían sido contadas


por el Señor, que había dicho cientos de años antes:

Se oye un grito en Ramá,


lamentos y amargo llanto.

Es Raquel, que llora por sus hijos


y no quiere ser consolada;
¡sus hijos ya no existen!
(Jer 31:15; cf. Mt 2:13-18).

Pero hubo un niño que escapó de la espada de Herodes.

Todos los ángeles del cielo estaban listos y a la disposición


del Señor para proteger a Su Ungido, y el Padre envió a un
guerrero alado para que le advirtiera a José acerca de la
masacre de Herodes. Este padre adoptivo esperó que
avanzara la noche para entonces huir con el niño y su
madre hacia Egipto. Esto, también, sucedió conforme al plan

de Dios: “Desde que Israel era niño, Yo lo amé; de Egipto


llamé a Mi hijo” (Os 11:1).
Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada
vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente

(Lc 2:52). Este último Adán fue victorioso sobre cada uno de


sus enfrentamientos con la serpiente. En ningún momento
sucumbió a las tentaciones del diablo para que le adorara.
Por el Espíritu de Dios, echó fuera a los demonios,
demostrando que el reino de Dios finalmente había llegado

(Mt 12:28).
Debido a que Él es el Hijo de Dios, y que solo Dios
puede hacer esto, Jesús ofrecía vida eterna. Jesús hizo una
oferta que ningún profeta, sacerdote o rey podría haber

hecho jamás. Él obedeció la ley que Moisés y los sacerdotes


habían mediado pero que no podían obedecer. Él trajo
bendiciones del reino y estableció el trono eterno que David
no pudo establecer por su pecado. Y Adán. ¡Oh, Adán! Jesús,
primicias de los que murieron, tiene en Sí mismo a todo
aquel que nacería según Su naturaleza. Mientras que todos
los que estén en Adán morirán, todos los que estén en
Cristo vivirán (1Co  15:22). ¿Quién puede cumplir una

promesa como esta? Solo Cristo.

Esta es la causa de la condenación: que la luz vino


al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a
la luz, porque sus hechos eran perversos (Jn 3:19).

Debido a su pecado y debido al plan eterno de Dios, ellos

condenaron al Hijo del hombre a que muriera en una cruz.


Pero lo que el hombre y Satanás destinaron para mal, el
Dios trino lo encaminó para bien desde la eternidad pasada.
Y es que, allí en la cruz, al que no cometió pecado alguno,

por nosotros Dios lo trató como pecador para que en Él


recibiéramos la justicia de Dios (2Co 5:21). Al Padre le plació
derramar Su ira sobre Su Hijo—por nosotros. El Hijo del
hombre, que obedientemente había hecho el firme

propósito de ir a Jerusalén desde antes de los siglos, tuvo


que sufrir al aplastar la cabeza de la serpiente. Él murió, fue
sepultado, y fue dejado por muerto en una tumba en un
jardín. Parecía que la simiente prometida de la mujer había
sido derrotada.

Ve, dilo en las montañas


Pero tres días después, todo cambió. Lo viejo había pasado,
y había llegado lo nuevo. En ese jardín nació la nueva

creación. Y sucedió de tal manera que había que contárselo


a los demás. Todavía necesitamos que nos lo recuerden.
“Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han
podido extinguirla” (Jn 1:5).

¡Escucha! Todos aquellos que sean sacados de Adán y


puestos en el último Adán serán nuevas creaciones en Él
(2Co 5:17). Los portadores de la imagen de Dios que llegan
a ser una nueva creación hecha a la imagen del Hijo amado
de Dios, ahora caminan, hablan, sirven, viven y mueren por

amor a Cristo. Ellos son la iglesia, esa nación multiétnica de


sacerdotes que hacen sacrificios de vida aceptables a Dios
en el atrio exterior del mundo. Su testimonio es una luz para
las naciones: no hace falta que vayas a un templo con un

cordero para sacrificarlo; lo que necesitas es llegar a formar


parte del templo del Cordero inmolado.
Cristo comisionó a Sus seguidores a que fueran por todo
el mundo, bautizando y enseñando a los hombres, mujeres
y niños de todas las naciones a obedecer todo lo que Él

ordenó. El Dueño de la casa volverá, y Él ha dejado a sus


comisarios encargados de hacer Su voluntad mientras Él
esté ausente. Jesús dijo: “¡Miren que vengo pronto! Traigo
conmigo Mi recompensa, y le pagaré a cada uno según lo

que haya hecho” (Ap 22:12). Y resucitaremos y viviremos en


esa nueva creación que ya estará en toda su plenitud y
esplendor—por siempre. Amén.
También los gentiles serán introducidos en el reino,

unidos a los creyentes judíos en el cuerpo de Cristo, la


iglesia. A pesar de que esta inclusión fue una sorpresa para
muchos, siempre estuvo en el corazón de Dios:

A los hijos de los extranjeros que me sigan y me


sirvan, y que amen Mi nombre y sean Mis siervos; y

a todos los que observen el día de reposo y no lo


profanen, y se aferren a Mi pacto, Yo los llevaré a Mi
santo monte, para que se alegren en Mi casa de
oración. Sus holocaustos y sus sacrificios serán bien
recibidos sobre Mi altar, porque Mi casa será
llamada casa de oración para todos los pueblos.

Todavía habré de reunir con ustedes a otros que


estoy por reunir (Is 56:6-8, RVC).

Por la gracia de Dios, los gentiles son las “otras ovejas que
no son de este redil” que fueron atraídas cuando
escucharon la voz del Pastor (Jn  10:16). Otras ovejas

perdidas también escucharán Su voz. Y responderán.


Tenemos esta gran certeza en nuestra misión de discipular a
las naciones.
Así que aquí estamos, en el final de la parte 1. La nueva

era ha irrumpido en la vieja era. En la parte 2 veremos


cómo las promesas de Dios se han ido cumpliendo.
Necesitamos un héroe. Aquí está el Salvador al que toda
madre debe mirar:

…porque todas las promesas de Dios son en Él sí, y

en Él amén, por medio de nosotros, para la gloria de


Dios. (2Co 1:20 RV60).
¿Cómo es que Jesús es el “sí” y el “amén” de todas las
promesas de Dios? ¿Eso qué quiere decir para nosotras

como madres? ¿Cómo es que Jesús va a establecer Su reino


celestial? ¿Cómo va Él a utilizar nuestra maternidad
misional? ¿Cómo va Jesús a cumplir todo lo que Dios nos ha
prometido—todas esas promesas a las que nos aferramos

cada día de nuestro ministerio maternal?


Hemos concluido nuestro recorrido sobre el Antiguo
Testamento. ¡Espero que la altitud de esta perspectiva
general no te haya dejado mareada! Salgamos a hacer

discípulos y cuidar de ellos, y sigamos explorando más a


fondo este reino de Dios, sus patrones, y las promesas que
se van cumpliendo en la persona de Cristo.
Parte 2

EL MINISTERIO DIARIO
DE LA MATERNIDAD

Por tanto, vayan y hagan discípulos


7

Cristo, el Creador de la
maternidad

Mi esperanza en la parte 1 era que viéramos que esta gran

historia realmente no se centra en nosotras. Dios es el

centro. He orado para que tú y todas las demás mujeres que


lean la primera mitad de este libro se sientan debidamente

pequeñas, dependientes, descentralizadas, pero que a la

vez, con esta misma perspectiva centrada en Dios, se


sientan importantes. Como vimos en la introducción, el Dios

que existía desde antes de los tiempos no creó nada sin

sentido. A través de la persona y la obra de Jesucristo,


veremos el patrón de Dios vivido a la perfección y Sus

promesas cumplidas. El propósito de la parte 2 es que en

cada capítulo resuene esta verdad: la maternidad misional

se trata de Jesús.

Creo que como madres—biológicas y espirituales—


tendemos a sentir que somos bastante centrales. No estoy

diciendo esto con desprecio, sino como algo que veo en mi

propia vida y en las vidas de mujeres que conozco. En

nuestra iglesia hay una señora africana de edad adulta.

Desde el momento (inmediato) en el que ella entra al hotel


en que nos reunimos como congregación, le rodean las

mujeres que discipula. La esposa de un pastor asiático está

constantemente atendiendo a las necesidades físicas y

emocionales de sus tres hijos. Una mujer en la comunidad

asiática oriental de nuestra iglesia tiene un ministerio que

es prácticamente 24/7 con las jóvenes que se sientan en su

sala de estar para disfrutar de una dulce comunión. Mi


punto es el siguiente: las personas en nuestras vidas saben

dónde ir cuando necesitan comida, protección y ayuda. Ellos

saben dónde ir para poder crecer. Vienen a ti, mujer

maternal, para que les cuides y les proveas. No hay presión,


¿verdad? Afortunadamente, sabemos que es Dios quien es

fiel en proveer lo que necesitan.

Cuando digo que sentimos que somos centrales, parte

de la razón es que a veces somos, literalmente, centrales.

Piensa en un montón de niños de kínder que buscan a su

maestra cuando suena el timbre. Piensa en las jovencitas


que esperan ansiosamente en las puertas del local de tu

iglesia hasta que llegue ella—esa mamá gallina que cuida

de las mujeres solteras. Piensa en esas nuevas madres que

en medio de su cansancio acuden a madres mayores con

preguntas, preocupaciones y peticiones de oración. Hay

madres cuidando en medio de todo esto, siempre rodeadas

de necesidades. Son canales de la gracia de Dios, tal y

como Él las diseñó. Es natural que las mujeres maternales

tiendan a sentirse centrales.

Los peculiares árboles de la sangre de dragón y

adoradores comprados por la sangre preciosa de

Cristo

Para introducir el punto principal de este capítulo, quiero


contarles acerca de una isla espectacular que está cerca de
la península arábiga. Esta pequeña isla escondida de

Socotra se encuentra en el Golfo de Adén, cerca de las

costas de Yemen y Somalia. La isla encanta a los biólogos


que la visitan, con sus más de setecientas especies de flora

y fauna, en donde se incluyen unos peculiares árboles de la

sangre de dragón, unos cómicos árboles de pepino y

decenas de aves en peligro de extinción. Nuestro Creador

muestra Su sabiduría incomparable a través de la

biodiversidad única que hay en esta isla.

Pero hay una creación en esa isla que es más ingeniosa

que esas plantas extrañas y más hermosa que los animales

exóticos. Alrededor de 100,000 portadores de la imagen del

único Dios verdadero viven en Socotra. Actualmente, la

tribu indígena Al-Mahrah (de origen árabe) es un grupo de

personas no alcanzadas, lo que significa que tienen poco o

ningún acceso al evangelio de Jesucristo. El Cordero que fue

inmolado desde antes de la fundación del mundo es digno

de la adoración de toda persona en Socotra. Todo el mundo

quiere ir a ver sus árboles de la sangre de dragón, pero

Jesús ha comprado adoradores de esa tribu con Su preciosa


sangre. ¿Cómo van a escuchar estas buenas noticias a
menos que alguien les diga? Y ¿cómo alguien va a decirles a

menos que se levante y vaya? Me gusta la manera clara en

que Packer explica nuestra tarea para que la entendamos

mejor:

La forma que Dios escogió para salvar a los

hombres es enviando a Sus siervos para que les

prediquen el evangelio, y a la Iglesia se le ha

encargado ir por todo el mundo con ese mismo

propósito.17

Ora para que el Señor de la mies envíe obreros que

difundan Su fama en Socotra. A mi esposo y a mí nos gusta

bromear (aunque en realidad no es una broma) diciendo

que no hay tal cosa como un misionero aburrido. Todo el

que está en el campo misionero quiere y necesita

compañeros de trabajo para la cosecha, y oran con

regularidad que Dios les envíe más ayuda. ¡Ora para que el

Señor levante siervos que ayuden a equipar y enviar a más

misioneros!
Aunque el mundo es asombrosamente hermoso, la

creación más valiosa de Dios son los portadores de Su


imagen. Sin esta verdad fundamental, no existe la

maternidad misional. Si Cristo no creó la maternidad,

entonces la misión de la maternidad se convertiría en un

inútil intento de retrasar nuestra inevitable muerte. En

aquellas culturas en las que no se valoran las intenciones de

Cristo para la maternidad, se cree que la maternidad debe

evitarse a toda costa o que la maternidad debe ser adorada.

Si sabemos que Cristo es el Creador de la maternidad,

¿cómo afecta esto nuestra perspectiva? Esa es la pregunta

que queremos contestar en este capítulo.

La maternidad y el sentido de la vida

Estás aquí porque Dios te creó y sostiene tu vida con el

poder de Su Palabra. Él llenó la tierra de cosas buenas para

que las disfrutes. Las provisiones que tienes—ya sea por el

sudor de tu propia frente o la de otro—son en última

instancia el resultado de Su bondad. En medio de Su buena

creación, el Creador puso a Sus íconos animados, y dijo que

eran muy buenos. La vida humana es el resultado del plan

intencional de Dios, y esto no es algo trivial que podemos

ignorar. Su plan sigue siendo el mismo desde el principio:


glorificarse a Sí mismo en todo el cosmos. Para que Dios sea

la deidad suprema, Él debe valorar Su gloria por encima de

todas las cosas. Si no lo hace, eso sería idolatría.18 La forma

en que Dios hace esto es satisfaciéndonos consigo mismo

para siempre. Él quiere que veamos que Su hermosura es

suprema, y que debemos admirarlo y amarlo sobre todas las

cosas. Y Él no solo quiere que veamos estas cosas, sino que

también probemos estas verdades. ¿De qué sirve solo mirar


la miel? Para disfrutarla plenamente tienes que comértela.

Dios tiene un plan perfecto para darse a conocer, y Él


ha diseñado roles específicos y centrados en Dios para los

portadores de Su imagen. Pero desde que ocurrió el colapso


cósmico en el jardín del Edén, cuando nuestros primeros

padres pecaron, las mujeres hemos estado cuidando vidas


ante la muerte.

Catalina, una mujer soltera que trabaja en la lavandería


que está en el supermercado al que voy, dejó su país de

origen en busca de trabajo. Ella trabaja turnos de doce


horas, seis días a la semana, y vive en un apartamento de
una habitación con otras quince mujeres. Todas ellas se han

trasladado a esta ciudad con el mismo propósito: para ganar


dinero y enviarlo a casa para alimentar bocas hambrientas,
para construir viviendas, y para cuidar de padres ancianos.

Ana, una mujer que vive en nuestro edificio, huyó de su país


de origen antes de que su dictador fuera destituido y

ejecutado. Ella está agradecida de poder vivir en este país


pacífico con su esposo y sus cuatro hijos, sobre todo porque

sus hijos pueden ir a la escuela sin miedo. Nunca olvidaré la


mañana en que nos enteramos de que el presidente Obama
había sido reelegido. Yo estaba en casa de Ana cuando vi la

noticia en la televisión. Se volvió hacia mí y dijo:


“Felicidades por las elecciones pacíficas de tu país. Todo el

mundo puede ir a votar sin temor a ser asesinado en el


camino”.19

Mis amigas no conocen a Jesús (todavía). A pesar de


que tienen una especie de incentivo para vivir para el

mundo venidero, esa vida que están esperando solo existe


en su imaginación. Día tras día, solo están viviendo para

llegar al otro día y seguir proveyéndole a sus seres


queridos. Es una misión noble. Pero la misión de su cuidado

sacrificial podría ser radicalmente reorientada si


entendiesen que Cristo es el Creador de la maternidad. La
maternidad sirve para llevar a cabo Sus propósitos en el
mundo.

Cuando sembramos en los campos, juzgamos casos,


piloteamos aviones, organizamos información, pintamos

cuadros, alimentamos a los hambrientos, barremos la


cocina, asfaltamos las carreteras, le cambiamos los pañales

a los bebés, construimos ciudades, y nos resistimos al mal,


nuestro deber es reflejar la imagen de Cristo. Cuando

reflejamos la imagen de Cristo, apuntamos hacia Él. En los


minutos que te tomó leer estos últimos párrafos, miles de

millones de portadores de la imagen de Dios recibieron la


gracia común de Dios en medio de sus quehaceres. Algunos

despertaron a un nuevo día para ver que el sol salió una vez
más. Otros se durmieron bajo un cielo lleno de estrellas,

esmog, lluvia monzónica, o polvo, una vez más. Todas


somos criaturas dependientes de Dios, cuidando vidas ante
la muerte. Dios diseñó Su creación para que le alabe, y Su

creación de la maternidad no es una excepción.


Pero la gran mayoría de la gente no sabe esto. Viven sus

días y noches creyendo la mentira pagana de que la vida no


es más que comida y ropa (Mt  6:25-34). Y luego mueren.
Sabemos acerca de la vida bios (física), según lo que esté

de moda en el momento y nuestras preferencias culturales.


Sabemos que la vida es buena, pero nuestra interpretación

de ese concepto variará dependiendo de las imágenes que


nos han mostrado desde que éramos bebés. Sin embargo,

¿podríamos decir que vivimos una vida zoe (espiritual)? La


definición que Jesús nos da de la vida eterna está centrada
en el conocimiento de algo:

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el


único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has

enviado (Jn 17:3).

Dios se reserva el derecho de diseñar la maternidad

Ahora les voy a arruinar un poco el final del libro. Cristo creó
la maternidad para Sí mismo. Puesto que Dios es el Creador

y nosotras las criaturas, Dios es quien tiene el derecho de


diseñar la maternidad. En la parte 1 vimos como Dios, quien

existía antes de todas las cosas, en Su infinita sabiduría


decidió crear al hombre y a la mujer. Él nos creó diferentes,

pero similares; iguales en dignidad, pero diferentes en


cuanto a nuestros roles. Sin embargo, es crucial que no

pensemos que esto significa que tengamos menor


importancia o valor. Diferente, en este caso, significa

simplemente que “no es igual”. Ambos sexos, masculino y


femenino, no son iguales, y tanto hombres como mujeres

han sido creados a la imagen de Dios. Los roles específicos


para cada género son diferentes, pero el propósito de todos

es el mismo: glorificar a Dios. La forma en que una mujer


cuida y protege la vida es diferente a la forma en que un

hombre cuida y protege la vida. Esto nos lo confirman la


sociología, la historia, la biología, la observación empírica y

la teología.
Estas expresiones del cuidado masculino y femenino de

la vida varían de una cultura a otra. He aquí un breve


ejemplo de la cultura en la que vivimos. Cuando mis hijos
van caminando por la acera y ven que un hombre mayor

viene caminando hacia ellos, saben que pueden recibir una


palmadita en la cabeza, una bendición, un caramelo,

algunas monedas, o todo lo anterior. (Sí, aquí a los niños se


les paga por ser niños. No es que alcance para sus

matrículas universitarias, pero sí para que al menos se


compren una leche con chocolate.) Cuando me aventuré a ir
por primera vez al supermercado con mis cuatro hijos, mi

pequeño recién nacido lloraba en la cola de la caja. La mujer


que estaba delante de nosotros y la mujer que estaba
detrás de nosotros discutían sobre quien iba a cargar al

bebé chillón en sus brazos. La señora mayor ganó la


discusión, y con mucho gusto le pasé a mi bebé para poder

descargar mi carrito de la compra sobre el mostrador y


pagarle a la cajera. Puso la pequeña y sudorosa cabeza de

mi bebé debajo de su barbilla, lo envolvió con su chal, y le


susurró al oído una dulce canción en su idioma. Ahora, está

claro que los hombres también pueden cantarle a los bebés,


y que las mujeres pueden bendecir a los niños con sus

palabras y con caramelos. Si miras a tu alrededor, verás que


hay muchas más maneras en que los hombres y las mujeres

sirven y protegen las vidas a su alrededor, y en términos


generales, de una cultura a otra, los hombres y las mujeres

cuidan de esas vidas de forma diferente.


Así que anímate en tu maternidad. Dios te ha diseñado

para que le sirvas de una manera intencional y necesaria.


Por supuesto, Él no te necesita, pero Él nos ha diseñado
para que nos necesitemos los unos a los otros. Dios es
autosuficiente, y Él creó a los seres humanos con la

necesidad de que le conozcan. Los colocó en un mundo


lleno de cosas que muestran Sus cualidades invisibles, es

decir, Su eterno poder y Su naturaleza divina (Ro  1:20). Él


caminó con Adán y Eva, y les dio Sus palabras para que

vivieran en base a ellas. Pero también está sentado en un


trono rodeado de serafines con seis alas y seres celestiales

increíblemente asombrosos que le alaban día y noche. Él


creó la vida humana a Su imagen; así que sonríe, mamá.

Debido a que Dios es profundo, Su diseño para tu


maternidad es profundo.

Dios diseñó a las mujeres para que cuiden de acuerdo

a Su imagen
Pero debido a que vivimos “al oriente del jardín del Edén”
(ver Gn 3:24), somos tentadas a adorar las cosas creadas en
lugar de adorar a Dios. Somos tentadas a intercambiar la
gloria de Dios por algo inferior a Dios, lo cual es idolatría.

Dios nos diseñó para mostrar la imagen de Su Hijo amado,


pero nos dejamos engañar por los poderes y principados
malignos que se oponen a Dios. La corriente de este mundo
está empeñada en oponerse a que reflejes la imagen de

Cristo.
Probablemente has escuchado la frase “la imagen lo es
todo”. En la historia tenemos un montón de evidencia que
demuestra que somos criaturas que buscan reflejar
imágenes, desde las tribus antiguas que construyeron

tótems con imágenes de animales, a las modelos que


desfilan en las pasarelas de Milán con los trajes más finos, a
los soldados que llevan un uniforme específico por
requisitos particulares, y hasta las amas de casa que llenan

sus despensas con productos de alguna marca especial.


Siempre estamos reflejando la imagen de algo o alguien. Mi
hija no quiere representar nada que ella considere “infantil”.
Mi hijo quiere ser como Spiderman. Yo solo quiero encarnar

la comodidad. (¿Ya podemos hacer una pausa para el café?


¿Y por qué es que el ejercicio tiene que implicar sudor? ¿Hay
alguna manera de hacer todas estas cosas sin tener que
tomar decisiones difíciles y hacer sacrificios? Si es así, me

apunto.)
Así que aquí hay dos grandes preguntas para las que
creemos que Cristo creó la maternidad:

1. ¿Vivo la idea de que “la imagen lo es todo” en mi

maternidad?
2. ¿Mi cuidado maternal demuestra que Cristo lo es
todo?

Las respuestas a estas preguntas son importantes


porque revelan aquello a lo que estamos apuntando con

nuestra labor. Dado que Jesucristo es el Creador de la


maternidad, la misión de la maternidad es glorificarle.
Cuando te miras al espejo te ves a ti misma, pero ¿qué
quieres que vean los demás cuando te miren? ¿Tus cosas?

¿Tu trabajo? ¿Tu matrimonio? ¿Tu cuerpo? ¿Tus hijos? ¿Tu


ministerio diario? ¿Tus discípulos? ¿Tus accesorios? Son
preguntas difíciles, pero tenemos que hacerlas debido a
quien Dios es. No tenemos ninguna autoridad por encima

del Dios vivo. La prioridad de adorarlo en Espíritu y en


verdad está por encima de la razón humana, las creencias
científicas, las opiniones teológicas, las tradiciones de las
iglesias, el consenso cultural, y todo lo demás.
Cuestionarnos acerca de las imágenes que reflejamos en

nuestras vidas no es algo secundario.


¿Por qué nos hacemos estas preguntas tan dolorosas
acerca de nuestro pecado? ¿Acaso somos legalistas que
buscan justificarse cumpliendo con ciertos requisitos
moralistas? De ninguna manera. No nos hacemos estas

preguntas para llegar a un punto de perfección en el que


podamos decir: “¡Por fin! Lo logré. Estoy apuntando
perfectamente hacia Dios en todo lo que hago”. No, nos
hacemos estas preguntas porque es necesario que veamos

la manera tan perfecta en que Cristo apunta hacia Sí


mismo. Al pie de la cruz, el pecado de exaltarnos a nosotras
mismas no nos condena porque miramos hacia arriba y
vemos al Hombre que llevó ese pecado tan lejos como está

el oriente del occidente. No nos atemoriza pensar que


veremos nuestro pecado; nos emociona el evangelio de la
gracia que dice que podemos arrepentirnos de nuestro
pecado porque, gracias a Cristo, ese pecado ya no tiene

poder sobre nosotras. Examinamos nuestros corazones por


gracia mediante la fe, identificamos nuestros pecados por
gracia mediante la fe, confesamos nuestros pecados unas a
otras por gracia mediante la fe, nos arrepentimos de

nuestros pecados por gracia mediante la fe, y nos


animamos unas a otras para correr la carrera con
resistencia por gracia mediante la fe.
Así que, ¿cuáles son algunas de las formas particulares

en que se distorsiona el diseño de Dios para que reflejemos


la imagen de Su Hijo? ¿Cómo reclama Jesús esa gloria que le
pertenece? Por razones de espacio, me enfocaré en una sola
cosa: el consumismo.

Dios diseñó a las mujeres para que cuiden vidas


mientras consumen Su Palabra

Recuerda que en la parte 1 dijimos que Dios creó a Adán y a


Eva para que fueran criaturas dependientes de Su Palabra.
Tenían que vivir de acuerdo con la realidad de que el
hombre vive “de toda palabra que sale de la boca del
Señor” (Dt 8:3). Pero recuerda que, como dirían mis amigos

Shai y Blair Linne, Adán y Eva “decidieron comerse la


mentira”.20 Satanás le ha ofrecido a todos la misma mentira,
desde los patriarcas e Israel hasta Jesús y Sus discípulos.
Satanás no es innovador. Su trabajo consiste en convencer a
hombres y mujeres para que vivan de toda palabra que sale

de su boca en lugar de la de Dios. El diablo sabe que el


Creador nos diseñó para ser consumidores, así que él obra
con el fin de que hagamos un banquete con las cosas de
este mundo y nos olvidemos de Dios. Satanás encauza la

corriente de este mundo para llenarnos con el mundo en


lugar de permitir que seamos llenos del Espíritu.
El consumismo es una preocupación idólatra por lo
material. Pero el consumismo no se limita a mujeres

occidentales ricas que viven en suburbios. Puedes ser una


mamá dalit* que vive en un barrio pobre de Mumbai y ser
esclava del consumismo. El consumismo tiene menos que
ver con la cantidad de cosas que tienes, y más que ver con

cuánto tu corazón desea lo material. La premisa básica es la


siguiente: Puedes poseer muchas cosas, pero ¿tus cosas te
poseen a ti?
Tal vez sientes que tienes que consumir ciertas cosas.

Ves un comercial de ocho segundos y de repente te sientes


vacía, preguntándote si es que necesitas comprar eso que
están anunciando. Ves una mujer que lleva puesto algo que
te gusta, y te imaginas a ti misma con aquello puesto. A la
hija de tu amiga le dieron un regalo de cumpleaños, y ya te
imaginas a tu propia hija con él. Revisas tu muro en
Facebook y todas las imágenes de tus amigos provocan
hambre en ti: sus almuerzos, sus pendientes, su té, la forma

de sus cuerpos, sus vacaciones, y su vida. Satanás es el


arquitecto de la corriente de este mundo, y él refuerza la
mentira de que no es necesario vivir de toda palabra que
sale de la boca del Señor. Él te miente diciéndote que no es

posible que tu vida sea algo más que comida y ropa; la


mentira de que solo los idiotas renuncian a tesoros en la
tierra para ganar tesoros en el cielo; la mentira de que el
verdadero tonto es aquel que no se preocupa por el
mañana; la mentira de que si buscas el reino de Dios y Su

justicia, terminarás grandemente decepcionada.


Así es como funciona. Entrena al consumidor para que
consuma rellenos temporales. Dile que compre o haga todo
lo que haga falta hasta asegurarse de que tiene lo que

necesita. Dile que busque la felicidad al aprenderse ese


remedio casero, al comprar ese adorno, al reorganizar ese
horario, al inscribir a sus hijos en aquel programa, o al forjar
en sí misma la imagen que quiere reflejar. Todas esas cosas
son bastante fáciles de hacer si tienes suficiente dinero,
disciplina, tiempo, energía o recursos terrenales.
Pero hay una trampa: lograr todo eso y vivir creyendo la
mentira de que tu imagen te dará la paz que anhelas solo te

dará una satisfacción momentánea. Y entonces necesitarás


otra dosis. A los ídolos hay que darles mantenimiento.
Siempre nos dejan con ganas de algo más, algo mejor, algo
nuevo, o algo que tiene nuestro prójimo. Consumiendo,

somos consumidas. Cuando los dioses de este mundo se


aprovechan de nuestras necesidades y redirigen nuestra
esperanza lejos de la persona de Dios, obstaculizan de
forma indirecta nuestra obediencia a la Gran Comisión.

¿Cuántos misioneros han sido frenados por el consumismo?


(No nos alcanza el dinero para ir.) ¿Cuántas de nuestras
ofrendas han sido disminuidas por la vista corta del
consumidor? (No nos alcanza el dinero para dar.) ¿Cuántas

de nuestras familias han sido limitadas por pronósticos de


gasto consumista? (No nos alcanza el dinero para tener más
hijos.) Necesitamos las promesas de Jesús para silenciar el
canto de la sirena del consumismo. Él nos ha dado a las
madres con una misión la promesa de que Él nos sostendrá:
“Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin
del mundo” (Mt  28:20). ¿Confiaremos en Él más de lo que
confiamos en nosotras o en nuestras pertenencias?

Puede que en tu comunidad ya hayas visto circular


algunos antídotos para el consumismo. Compra menos,
deshazte de lo que no estés usando, vive con sencillez, sé
minimalista y come sano. Cualquiera de estas técnicas
pueden ser útiles en tu lucha contra el consumismo, pero si

no lidias con tu corazón, seguirás teniendo hambre. Y si


sigues teniendo hambre, vas a consumir más y más—más y
más minimalismo, más y más comida sana, y más y más
reciclaje. ¿Ves la ironía? A menos que entendamos lo que

pasa en nuestros corazones—a la luz de que Dios nos diseñó


para que consumamos Su Palabra—nunca nos llenaremos.
El ídolo del consumismo siempre está hambriento, y sus
adoradores nunca están satisfechos. Pero las mujeres que

adoran al Señor vivirán de Su palabra, andarán en Sus


caminos, y serán llenas de Su Espíritu.
En las revistas vemos unas casas gloriosas que quieren
hacernos creer que los que viven en dichas casas tienen

todo lo que se ve en esa imagen. La promesa para el


consumidor es la siguiente: “¿Sientes que tu vida es un
desorden y que no tienes paz? Si tuvieses un espacio de
almacenamiento como este, tendrías paz”. Y así

sucesivamente. Pero la Biblia nos enseña algo diferente en


cuanto a nuestros hogares. Los israelitas remanentes se
dieron cuenta de que su hogar no era su refugio. Hoy en día,
nosotras también necesitamos recordar esto. Tenemos que

saber que nuestro hogar no es una proyección de nuestra


imagen, sino un espacio en el que trabajamos para mostrar
la imagen de Cristo. Nuestro hogar debe apuntar a una paz
que va más allá de las combinaciones de colores y los

adornos. Apunta al hecho de que el Señor es nuestro


refugio. En Él encontramos el shalom que tanto buscamos.
Tu casa no es tu refugio; Cristo lo es. (Esto lo discutiremos
más en el capítulo 12, en la sección “El hogar: un ministerio

estratégico para la mujer como una nueva creación”).


Si estás llena de la Palabra de Dios, no serás engañada
por todos esos cantos de sirena y las tantas imágenes
publicitarias que ves a diario. Cuando Jesús llama a una
mujer, le pide que venga y muera a sí misma. En ese

momento, su alma nace de nuevo como “una nueva


creación” (2Co  5:17). Lo viejo en ella ya se ha ido, y ahora
ella es una nueva criatura. Ella es sacada de Adán y puesta

en Cristo. Cristo le da Su Espíritu Santo como un sello para


que more en ella, y eso significa que volverá por ella para
consumar Su obra y resucitar su cuerpo glorificado. Ese día
pronto llegará, pero por ahora Él empieza con su corazón.
Su corazón ya no tiene que estar consumido con cosas. Ya

esas cosas no tienen poder sobre su corazón. Ella no tiene


que comerse la mentira que Adán y Eva se comieron, ahora
que ha sido regenerada por el último Adán, quien es la
verdad. Las mujeres maternales que se deleitan en la

Palabra de Dios le muestran al mundo que ellas han


aprendido el secreto para tener contentamiento.
Así que seamos madres que dependen de la Palabra.
Llenémonos de la Palabra de Dios hasta la saciedad y

sacudamos las puertas del infierno con nuestra fe. Satanás


no puede obligarnos a que confiemos en nuestras cosas (o a
que deseemos tener cosas en las cuales confiar). Ese
tormento causado por la avaricia no nos puede destruir,

porque Cristo aplastó el ídolo del consumismo en Su cruz.


Nada nos faltará si confiamos en Él. Nada le faltará a
nuestros hijos si confían en Él. Confiemos en que Él es el
pan que necesitamos cada día. Confiemos en que Él es el

pan que nuestros hijos y nuestros discípulos necesitan cada


día. Cuando confiemos en el pan de vida de esta manera,
estaremos listas para que Él nos envíe al mundo y
repartamos de ese pan a los demás. La misión de Cristo de

glorificarse a Sí mismo es nuestra misión, y Él se deleita en


liberar a madres de la idolatría del consumismo para que
podamos mostrarle al mundo que Él es suficiente.

Dios diseñó a las mujeres para que compartieran Su


shalom
Dios creó a la mujer para que cuidara vidas al difundir Su

fama por toda la tierra. Pero ya no vivimos en el jardín del


Edén, aquel que Dios diseñó como un “templo” de Su
presencia entre los hombres y que ellos debían extender a
lo largo del desierto. Ese paraíso se perdió cuando Adán y

Eva trataron de borrar la línea entre su condición de


criaturas y la divinidad de Dios, en su intento de satisfacer
su deseo de llegar a ser como Dios.
Ahora vivimos al este del Edén, en el desierto de este

mundo, donde hay unas cuantas iglesias locales que están


llenas de seguidores de Cristo, y ellos son el templo del
Espíritu Santo. A través de la obra del Espíritu, el reino de
Dios se está expandiendo. Dios está llevando a cabo Sus
propósitos todo el tiempo en todo el mundo, una cosecha

tras otra. El pan de vida está satisfaciendo a nuestras


hermanas en Cristo, y Él está siendo compartido y
transmitido a través de mujeres en todo el mundo.
A través del gran conflicto cósmico en la cruz, Jesús le

da a Sus seguidores Su shalom, la paz que sobrepasa todo


entendimiento. No hay trucos, no hay ganchos, ni
promociones para que salgas a comprarla. La cruz habla de
nuestra dignidad y valor como seres humanos, así como de

nuestra vergüenza como transgresores de la ley de Dios. En


la cruz vemos la solución subversiva de Cristo al problema
de nuestro pecado. Las autoridades y los poderes malignos
no podían entender eso; de haberlo entendido no habrían

crucificado al Señor de la gloria (1Co  2:8). A través de la


cruz, la gracia y la paz de Dios fluyen hacia nosotros.
Cuando nuestros oídos modernos oyen la palabra paz,
pensamos en la ausencia de conflicto, pero la palabra

hebrea shalom habla de la presencia de plenitud. Todo el


trabajo maternal que hacemos apunta hacia la paz, ya sea
que se trate de la paz que damos cuando bajamos una
fiebre con un paño frío, cuando calmamos un estómago

hambriento con una comida, o cuando abrazamos a alguien


para calmar una tormenta emocional.

Todo esto es parte de nuestro diseño como cuidadoras

creadas a la imagen de Dios. La paz temporal que damos a


través de nuestra maternidad es un retrato de esa paz

permanente que todos anhelamos. Dios diseñó a las

portadoras de Su imagen para que cuidaran vidas, y para


que lo hicieran apuntando hacia la plenitud del shalom que

solo Él puede dar. Su paz es lo que satisface el vacío que


tratamos de llenar consumiendo cosas materiales. El mundo

y sus imágenes ya no tienen poder sobre nosotras, no

tenemos por qué seguir cayendo en sus engaños. El sonido


de los himnos de los nuevos cielos y la nueva tierra en

nuestros corazones ahoga el canturreo de este mundo, que


ya está pasando. “¡Al que está sentado en el trono y al

Cordero,  sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder,


por los siglos de los siglos!” (Ap  5:13). Las madres que

están llenas de la Palabra, que llevan a cabo sus diversas

funciones y llamados en sus hogares, iglesias y


comunidades, saben y valoran gozosamente esta realidad

con todo su corazón: Cristo es todo, y Él es central.

** Los dalit o “intocables” son los miembros más pobres y discriminados de la sociedad india. En un
sistema de castas que aún pervive, las personas que nacen dalit mueren en esa condición.
8

Cristo, el Redentor de la
maternidad

Durante una de nuestras comidas fraternales en la iglesia,

mi hijo de tres años fue atrapado rondando la mesa de

postres como un velocirráptor acechando su presa. Antes de


atacar, una de mis amigas interrumpió su concentración.

Ella se inclinó y le dijo: “No sé si puedes comerte una

rosquilla ahora. ¿Qué dice tu madre?” Todo el que estaba


cerca le escuchó responder: “¿Qué dice mi mamá? Mi mamá

dice: ‘¡Descarga el inodoro!’”.


La única esperanza de toda madre

A veces repetimos lo mismo tantas veces que sonamos

como discos rayados. Apuesto a que si alguien te colgara

una grabadora de voz alrededor del cuello y luego escucha

lo que se grabó en todo el día, seguro que encontraría


algunos patrones interesantes. Las palabras que salen de

nuestra boca revelan aquello que es importante para

nosotras. Lo que decimos y escribimos revela donde está

puesta nuestra esperanza. Nuestras palabras demuestran lo

que hay en nuestro corazón.


El que me haya escuchado ayer seguro pensó que mi

esperanza estaba puesta en una de mis amigas. Hablaba de

cómo había estado esperando volver a saber de ella. Volví a

leer varias veces los últimos correos electrónicos que

habíamos intercambiado. Me quedaba mirando mi teléfono,

y revisaba mi bandeja de entrada una y otra vez. Siempre

que conversaba con mi esposo, surgían mis inseguridades


en cuanto a la forma en que había interactuado con ella.

¿Debería haber dicho algo más? ¿Tal vez en otro momento?

¿O de una manera diferente? ¿Cómo habrá interpretado

nuestra última conversación sobre esos temas tan


importantes? No le estaba prestando la misma atención a

mis hijos ni a sus preguntas. Jugué una ronda de UNO con

ellos, mientras el brillo de la pantalla del celular me

iluminaba la cara. El mensaje que le estaba enviando a los

que me rodeaban era bastante claro. Pero si pones la

grabadora de voz durante la mañana en que empacamos


nuestras maletas para salir del país, podrías pensar que mi

mayor meta en la vida es asegurarme de que no haya nada

de basura ni ropa sucia en la casa. ¡Sonaba como un disco

rayado (y gruñón)! ¿Qué debo hacer? Lo que hay en nuestro

corazón sale a través de una variedad de comunicaciones,

verbales y no verbales, todo el tiempo. Las mujeres

maternales también emiten un montón de mensajes a la

vez: “cepíllate los dientes… ten cuidado con eso… tendrás

que tener esa conversación difícil con él… toca la puerta…

lee esto primero… revisa tu tarea… te amo… Jesús te ama.”

Ninguna otra noticia

Para ser hacedoras de discípulos, el evangelio debe ser

nuestro mensaje principal. Nuestro mayor interés debe ser


obedecer, comunicar y vivir en la realidad del evangelio. El
evangelio influye sobre la forma en que reaccionamos al

sufrimiento que vemos a nuestro alrededor. Al evangelizar,

nuestro objetivo es comunicar las buenas noticias de una


manera clara y precisa. Y el evangelio nos impulsa a soñar

en grande y ser creativas a la hora de invitar al mundo a

adorar junto a nosotras a los pies de Jesús por toda la

eternidad. Hacer discípulos es la prioridad de la maternidad

misional.

El evangelio es la buena noticia de la maternidad

misional. Ninguna otra noticia se compara. Ninguna de las

tendencias en salud, ningún consejo de seguridad, ningún

currículum escolar, ninguna prueba de embarazo positiva,

ningún club social, ninguna oferta de compra, ni ningún

líder ministerial puede salvarte de tu mayor problema: tu

pecado. Jesucristo es el Salvador de todas las madres que

creen, y Su persona y Su obra es el mensaje que

proclamamos.

¿Cómo dice aquel viejo himno? “¿Qué le puede dar

perdón a mi hija? / ¿Solo el hecho de que ganó el premio a

la más respetuosa de su clase? / ¿Y un nuevo corazón? /


¿Solo darle comida orgánica y saludable?” ¡Por supuesto
que no! No le damos esperanzas falsas y mundanas a

nuestros hijos. Les recordamos la buena noticia: el

evangelio.

¿Qué me puede dar perdón?


Solo de Jesús la sangre.

¿Y un nuevo corazón?

Solo de Jesús la sangre.21

El evangelio no es un buen consejo para las madres; es una

noticia que da vida. Es algo que proclamamos. Es un

anuncio. Así que a la luz de esta verdad, tengo un anuncio

que proclamar.

Primero las malas noticias, luego las buenas noticias

Houston, tenemos un problema. Buenos Aires, tenemos un

problema. Barcelona, tenemos un problema. Mundo,

tenemos un problema. Dios es infinitamente santo, y esto es

una mala noticia para miles de millones de pecadores como

nosotras. Nos enderezamos ante la ley de Dios porque

creemos que estamos a la altura. O por lo menos mucho


más que aquella madre de allí, ¿verdad? Si no estamos

orgullosamente enderezadas ante la justa ley de Dios,

entonces la estamos ignorando y creando nuestro propio

código moral. Pero no podemos ni siquiera ser consistentes

con nuestras propias reglas humanas. Nadie puede.

Fallamos en cada punto. Lo que necesitamos es que alguien

nos haga ver que nuestros esfuerzos santurrones son

inútiles debido a quien es Dios.

Pero ¿quién podrá soportar el día de Su venida?

¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él

aparezca? Porque será como fuego de fundidor o

lejía de lavandero (Mal 3:2).

Ninguna otra pregunta en todo el universo es más

importante que esta. ¿Quién podrá mantenerse en pie

cuando Dios aparezca? Dios es la realidad suprema, y es

con Él que debemos reconciliarnos. Sin embargo, al igual

que como sucedió con todas esas generaciones de personas

que vimos en la parte 1, nadie puede mantenerse en pie.

No, ni siquiera uno. Lo que necesitamos es misericordia

divina.
Y Dios nos ha mostrado misericordia. Antes del principio

de los tiempos, antes de que nosotros pecáramos, el Dios

trino ideó el plan de nuestra redención. Este amor

todopoderoso no pudo ser frustrado ni por el reino más

oscuro, ni por las cadenas más pesadas, ni por la cubierta

más vil de nuestra vergüenza, ni por la más fuerte

inclinación al pecado, ni por la mancha más indeleble de

culpabilidad, ni por el enemigo más condenable. Este Dios


no solo podía crear vidas, sino que podía resucitar vidas.

Nada podría detener a este Dios; ni diluvios, ni guerras, ni


esclavitud, ni agua, ni fuego, ni cautiverio. Él daría a

conocer Su nombre en toda la tierra. Derramaría Su amor


sobre Su pueblo escogido, porque permanece fiel a Su

pacto. Restauraría a pecadores indignos para Sí mismo.


Nuestras almas, aunque el infierno quiera destruirlas, Él

nunca (no, nunca) las podrá olvidar:22

Dios nos escogió en Él antes de la creación del


mundo, para que seamos santos y sin mancha

delante de Él (Ef 1:4).
Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para
hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua

mediante la palabra, para presentársela a Sí mismo


como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni

ninguna otra imperfección, sino santa e intachable


(Ef 5:25-27).

En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas

acciones, estaban alejados de Dios y eran Sus


enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos

santos, intachables e irreprochables delante de Él,


los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo

mediante Su muerte, con tal de que se mantengan


firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin

abandonar la esperanza que ofrece el evangelio.


Éste es el evangelio que ustedes oyeron y que ha

sido proclamado en toda la creación debajo del


cielo, y del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor

(Col 1:21-23).

Dios no nos llamó a la impureza sino a la santidad


(1Ts 4:7).
Malaquías preguntó: “¿Quién podrá soportar el día de Su
venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él

aparezca?” En Cristo tenemos la respuesta:

¡Al único Dios, nuestro Salvador, que puede

guardarlos para que no caigan, y establecerlos sin


tacha y con gran alegría ante Su gloriosa presencia,

sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad,


por medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de

todos los siglos, ahora y para siempre! Amén


(Jud 24-25).

Dios está extendiendo Su misericordia hacia nosotros por

medio de Su Hijo. Jesús murió por los pecadores, y por


medio de nuestra fe en Él podemos estar en la presencia de

Dios justificados. Cuando nos arrepentimos de nuestro


pecado, creyendo en este evangelio, ganamos a Cristo.

Nadie será absuelto por ignorancia; ni tú, ni tus hijos, ni


tu vecina de al lado, ni tu amigo que vive del otro lado del

planeta. No hay gloria maternal, ministerio misional, ni


ningún otro logro que pueda limpiarte de tu pecado. Todos

estamos sin excusa por nuestro pecado. Si llegamos a la


presencia de Dios manchados por nuestra maldad, seremos

consumidos por Su ira. Esta es nuestra necesidad eterna,


pero nuestras necesidades cotidianas nos confunden.

Sentimos que nuestra mayor necesidad es un carro que


funcione mejor, o un niño que obedezca perfectamente, o

una amiga en quien podamos confiar, o un esposo que nos


aprecie, o una iglesia que valore nuestros dones, o un
ministerio que nos satisfaga, o un cuerpo del cual estemos

orgullosas, o una cuenta bancaria que no nos preocupe.


Cualquiera de estas cosas puede parecer nuestra mayor y

más urgente necesidad. Pero todas ellas palidecen en


comparación con nuestra necesidad de estar limpias ante la

presencia de Dios, a quien toda gloria, majestad, dominio y


autoridad pertenecen para siempre. Podemos sentirnos

justificadas o empoderadas ante nuestras amigas si


cumplimos con nuestra lista de requisitos maternales, pero

no ante un Dios santo, que requiere que seamos perfectas


como Él es perfecto. Nuestro mayor problema: nuestro

pecado (no el pecado de otro). La única solución: Cristo.


Nuestra redención depende únicamente de la persona y

la obra de Jesús. Punto.


Redimidas del verdadero fracaso

¿Te sientes como un fracaso? Ahora están muy de moda los


memes que muestran “#momfails” (algo así como “fracasos

maternales”). En cuanto a que esta tendencia ayuda a que


otras mujeres vean que no están solas en su lucha, me

parece una idea saludable. Pero como cristianas cuya


esperanza está en el evangelio, tenemos que tener cuidado

al calificar algo como un “fracaso”. La redención en la que


nosotras creemos es de gran alcance, transformadora y

eterna. No es un hashtag popular o una frase cursi.


Hay varios momentos en el día en los que siento que

quiero ser liberada de ciertas cosas. Quiero ser liberada de


tener que encontrar comida que sea saludable para

nosotros. Quiero ser liberada de la preocupación por el


futuro académico de mis hijos. Quiero ser liberada de la
gran cantidad de tiempo que se necesita para llevar a mis

hijos a la escuela. Quiero ser liberada de las tardes largas


que me impiden tomar una siesta para recargar mis pilas.

Quiero ser liberada de sentirme necesitada cuando no he


estado con mi esposo en todo el día (o en doce días, como

cuando él viaja). Las cosas que son parte de nuestro diseño


—nuestra necesidad de otros en la comunidad, nuestras
limitaciones físicas, vivir en cuerpos que son “tiendas

terrenales”, y nuestra falta de conocimiento— no son


fracasos. No tenemos necesidad alguna de arrepentirnos de
esas cosas, porque esta es la forma en que Dios nos diseñó.

Dios no necesita arrepentirse de habernos hecho de esta


forma, porque Él se reserva el derecho de crear todo en

cualquier forma que Su santa voluntad desee. Las mamás


no necesitan ser redimidas de su diseño dado por Dios. Pero

aquí hay otro lugar en el que tenemos que “usar nuestras


palabras” con mucho cuidado. Tenemos que ser muy, muy

cuidadosas al llamar algo pecado. Si se trata de un pecado,


requiere de expiación.

Pero a menudo colocamos errores mundanos y pecados


impuros en el mismo nivel. Jesucristo no tiene necesidad de

derramar Su sangre por la necesidad que tiene una madre


de tener comunión con otras mujeres. El Hijo eterno de Dios

no fue a la cruz para sufrir la crucifixión y la ira de Dios con


el fin de expiar la incapacidad de una madre para lograr

todo lo que quiere hacer en un día. El Cordero de Dios no


fue azotado, herido por Dios, ni abatido simplemente
porque las mujeres no saben todo lo que hay que saber
acerca de la nutrición, o la Biblia, o el desarrollo de la

infancia, o lo que sea. Antes de que nos aferremos a la


doctrina de la justificación por la fe para ser redimidas de

nuestra supuesta calamidad, o antes de que proclamemos


la gloriosa verdad de que somos contadas justas en Cristo

por la fe en Él, debemos considerar la naturaleza de nuestra


necesidad.

Si esa necesidad se debe a tu pecado, a esa rebelión vil


en contra de tu Hacedor, entonces te arrepientes. Cree que

la sangre de Cristo cubre tus pecados por la fe y asegura tu


perdón ante un Dios santo. Cree que la justicia de Cristo te

ha sido imputada para que puedas presentarte en santidad


y sin mancha delante de Dios. Dices lo mismo que le
enseñas a tus hijos a decir cuando se les da un regalo. A la
luz del perdón que obtienes por causa de Cristo, le dices a

Dios: “¡Gracias!” Te glorías en Su gracia. Jesús destruyó el


poder de la corriente de este mundo en el que estabas
atrapada; redimió tu vida para que andes en novedad de
vida; y a través de Su sacrificio, destruyó el poder del

pecado en tu vida. Amén y amén.


Pero si tu necesidad es simplemente porque eres un ser
humano (es decir, no eres omnisciente, no eres

omnipresente, no eres omnipotente, no eres Dios), entonces


tienes motivos para alegrarte. Piensa en el amor de la
segunda persona de la Trinidad, quien escogió habitar
dentro de un cuerpo terrenal igual que el tuyo. Piensa en la
intencionalidad del Dios trascendente que te creó a ti, una

criatura, para que le conocieras. Piensa en cómo tu


necesidad apunta a la suficiencia de Cristo. Piensa en lo
sabio que es Dios al diseñarte de tal forma que debes
depender de Él para todo lo que necesitas. Dices lo mismo

que le enseñas a tus hijos a decir cuando se les da un


regalo. A la luz de toda tu debilidad y fragilidad, le dices a
Dios: “¡Gracias!” Y te glorías en Su gracia.

La ruta más rápida desde el perdón hasta la


maternidad
Seguimos hablando de cuidar vidas ante la muerte. Si en

este capítulo no trazo una línea recta desde este concepto


hasta nuestra redención una y otra vez, entonces me temo
que la frase comenzará a perder su significado. Así que aquí
está otra línea recta: debido a que Jesús nos ha redimido,
podemos cuidar vidas ante la muerte. Debido a que nuestro

Salvador nos ha liberado de la esclavitud del pecado,


podemos hacer lo que Él puede hacer: podemos cuidar
vidas ante la muerte.
La relación entre nuestras buenas obras y nuestra

redención es una de causa y efecto, pero no en la forma en


que funcionan otras religiones del mundo. Muchos de
nuestros vecinos tienen la esperanza de que están haciendo
suficientes buenas obras como para compensar sus malas

obras. Ellos viven con un ligero sentimiento de culpa por su


falta de entusiasmo en cuanto a las cosas que sus religiones
les dicen que deberían estar haciendo. No hay una cruz en
su fe; solo dedos cruzados. Sin embargo, nosotras hemos
sido liberadas, pero no por algo que hayamos hecho.

…y ser fortalecidos en todo sentido con Su glorioso


poder. Así perseverarán con paciencia en toda
situación, dando gracias con alegría al Padre. Él los
ha facultado para participar de la herencia de los

santos en el reino de la luz. Él nos libró del dominio


de la oscuridad y nos trasladó al reino de Su amado

Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de


pecados (Col 1:11-14).

Veamos más de cerca ese pasaje de Colosenses 1. ¿Quién


nos ha facultado? ¿Nos facultamos nosotras mismas por
nuestras buenas obras y el cuidado sacrificial hacia los

demás? No, nuestro Padre nos ha facultado. El escogió


reconocer nuestra fe en Su Hijo como justicia. Ahora, ¿para
qué nos ha facultado? ¿Hemos sido facultadas para pagarle
una retribución en cuotas semanales de penitencia, diezmos

y asistencia a la iglesia hasta el fin de los tiempos? No, Él


nos ha facultado para que compartamos la herencia de los
santos. No hay forma en que podamos retribuir un regalo
como ese. Ninguna cantidad de huérfanos adoptados,

ninguna cantidad de comidas llevadas a otros, ninguna


cantidad de hijos concebidos, ninguna cantidad de
programas organizados, ninguna cantidad de viajes para
recaudar fondos para las misiones. No servimos al Señor
con el fin de obtener el perdón, sino que le servimos con

gozo porque hemos sido perdonadas.


Rescatadas del inútil patrón de la autosuficiencia

El clímax de la historia humana, como vimos en el resumen


del Antiguo Testamento, nos muestra que el patrón para
nuestro cuidado maternal fue establecido según el carácter
y los valores de Dios. Cada vez que el pueblo de Dios

intentaba hacer algo sin Él, fracasaban y traían juicio sobre


sí. La primera y única persona que cuidó de otros de forma
perfecta fue un hombre: Jesús. Todas Sus promesas para
nosotras fueron compradas en la cruz. Su cuidado

cruciforme es una poderosa demostración de la gracia


tangible de Dios a través de nuestras debilidades y
sufrimientos.
Creo que la pregunta a la que nos enfrentamos con más
frecuencia es: ¿Glorificamos gozosamente a Dios por

diseñar este patrón cruciforme para nuestro trabajo como


cuidadoras de los demás? Es maravilloso que Jesús, “por el
gozo que le esperaba, soportó la cruz” (Heb. 12:2), pero
¿yo? ¿Cómo puedo entregar gozosamente la comodidad de

mi horario para servir a otros? ¿Cómo puedo entregar


gozosamente mi cuerpo para llevar a otro dentro de mí
durante nueve meses? ¿Cómo puedo entregar gozosamente
mis miedos e inseguridades, coger una Biblia y discipular a

otras mujeres? ¿Cómo puedo entregar gozosamente mi café


para hacer lo que sea? La respuesta a todas esas preguntas
la encontramos en la cruz. Seguimos a Cristo, que entregó
Su vida para cuidar nuestras vidas.

Servir a los demás desde una posición de debilidad


personal es vergonzoso para las que somos orgullosas. Nos
gusta ser vistas como autosuficientes. Disfrutamos de las
miradas de admiración y que nos digan: “¡Increíble! ¿Cómo

lo haces?” Decimos que no es nada, pero saboreamos esas


palabras y las reproducimos en nuestras mentes. La
maternidad que es realmente cristiana se lleva a cabo
desde una postura de debilidad y dependencia. Cuidamos

vidas ante la muerte por gracia mediante la fe en Jesús. La


cruz es todo para nosotras, no es un accesorio ni una red de
seguridad. Él nos ha dado un ministerio cruciforme de
cuidar de otros diariamente, y nos ha rescatado de la

antigua e inútil manera en que cuidábamos de otros. No


cuidamos a los demás con el fin de obtener el perdón, sino
que lo hacemos porque ya hemos sido perdonadas. Somos
libres de tener que salvarnos a nosotras mismas o de fingir
que somos fuertes. Somos libres de querer cuidar a nuestros
hijos de ciertas formas para ganarnos la aprobación de otras
mujeres. Nuestros niños son libres de la carga injusta de
convertirse en nuestros salvadores o de demostrar nuestra

valía. (Y todos los hijos de Dios dijeron: “¡Amén!”) Y los


elegidos entre las naciones son libres para ver y disfrutar la
suficiencia de Cristo, no el imperialismo de las mujeres
privilegiadas física, económica o socialmente.

La maternidad misional nos libera de nuestro


trastorno obsesivo estacional

La visión misional de la maternidad ayuda a corregir nuestra


miopía maternal. Nos impulsa a confiar en la victoria de
Jesús en la cruz y a anhelar la gracia futura que recibiremos
por lo que Él ya hizo.
A veces eso suena como una esperanza religiosa un

tanto lejana y abstracta, ¿no? Pero la bendita esperanza—la


gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo
(Tito 2:13)—es una esperanza más cierta que la siesta de tu
recién nacido esta tarde, más confiable que el hecho de que

tu marido llegue a casa a tiempo, y más firme que tu


compromiso de orar por tu amiga no creyente. El regreso de
Cristo es el futuro de esta edad presente, la cual está
pasando. Su segunda venida marcará el inicio de la plenitud
de la nueva creación. Puedes contar con eso. No, debes

contar con eso. Tienes que anhelarlo. Debes aferrarte a esa


bendita esperanza. No serás decepcionada. No podemos
decir lo mismo de otras esperanzas, ¿verdad?
Nos gusta animarnos a nosotras mismas y unas a otras

con estímulos a corto plazo, tales como: “Solo aguanta un


ratito más; te prometo que te sentirás mejor en el segundo
trimestre”. O: “Desde que consigamos esto o nos
deshagamos de aquello, la vida en casa será más fácil”. O:

“Cuando los muchachos ya lleguen a cierta edad, nuestra


vida familiar será más agradable”. “Seguro que este nuevo
estudio bíblico o este libro solucionará mis problemas”. Y
esos pensamientos pueden ser de alguna ayuda. Pero estas

ayudas temporales no se pueden comparar con la


esperanza que recibimos cuando consideramos lo que está
por venir.
Estamos esperando algo que aún no ha llegado. No
llegó cuando el arca tocó tierra firme. No llegó cuando Sara
pudo tener hijos. No llegó cuando los hebreos fueron
liberados de la esclavitud egipcia. No llegó cuando
conquistaron Canaán. No llegó durante la dedicación del

templo. No llegó cuando los exiliados empezaron a regresar,


ni cuando construyeron el templo, ni cuando reconstruyeron
la pared. Cuando hablamos de poner nuestra mirada en lo
que está por venir, no estamos refiriéndonos al final de este
día tan difícil. O al final de este día tan espectacular. Ni a lo

que pasará en cinco años o en setenta y cinco años. O en


quinientos años. Nuestra visión tiene que ir mucho más allá
de cualquier idea terrenal que tengamos, hasta que nuestra
visión sea la de un mundo nuevo en la eternidad. Contrario

a lo que muchos pensarían, cuando nosotras como madres


ponemos nuestra mirada en este futuro, nuestros
pensamientos son tan celestiales que somos de inmensa
bendición donde sea que nos encontremos hoy. Pero si

queremos decirlo de la manera más precisa, deberíamos


decir que, en realidad, esa visión no es celestial, sino que es
terrenal, pero de la nueva tierra. Estamos poniendo nuestra
mirada en la nueva creación consumada. Pensar en la

nueva tierra corrige nuestro trastorno obsesivo estacional.


Corrige nuestra miopía y restaura nuestra visión de la
misión de Dios de glorificar Su nombre en toda la tierra.
Es probable que hayas oído hablar del trastorno afectivo

estacional (TAE). Es una condición común entre las personas


que viven cerca de los polos norte o sur, donde la luz se
limita drásticamente durante ciertas temporadas del año. A
veces el TAE afecta a personas que viven en las regiones del

mundo donde suele estar nublado y lloviendo. Los locales


dicen sentirse lo suficientemente tristes como para
combinar con esas nubes oscuras que nunca se van. Pues el
trastorno obsesivo estacional (TOE) es simplemente algo

que me inventé para recordarme a mí misma la esperanza


que tengo en Cristo. El TOE es una condición en la que estás
preocupada buscándole un nombre a tus circunstancias
temporales. Las defines, comparas tus circunstancias a las

de los demás de manera obsesiva, y codicias una


temporada que Dios no te ha dado. Yo sufro temporalmente
del TOE y me automedico con cosas como el café, la queja y
el soñar despierta. Cuando esto termine, o esto comience, o
esto cambie, o podamos solucionar este problema —o lo
que sea—,entonces estaré contenta. El último día de clases.
Olvídalo, ¡el primer día de clases! ¿Te suena familiar?

La visión misional de nuestra maternidad, enfocada en


el regreso de Cristo, nos recuerda que todas estamos
actualmente en la temporada de la vida. Todas estamos en
esta temporada: las que tienen el nido vacío, las solteras,
las viudas, las nuevas madres, las estudiantes de

secundaria, ¡y todas las demás mujeres! Es cierto de todas


nosotras. Tenemos la oportunidad de vivir fuera del jardín.
Tenemos la oportunidad de vivir.

La vida en la “nueva normalidad” eterna


Necesito que mi visión miope de la maternidad sea
corregida con una perspectiva eterna. De lo contrario, no

voy a mantener mi mirada fija en el horizonte de la


eternidad. No voy a creer (ni a vivir como si creyese) que el
pecado—mi pecado y el pecado de mis hijos y el pecado de
mis prójimos—es nuestro mayor problema. No voy a

predicarme el evangelio de Jesucristo ni a mí misma ni a


nadie. Voy a ignorar las necesidades más profundas a mi
alrededor y a fingir que son insignificantes. Me miraré
fijamente al ombligo y esperaré que llegue una nueva
“temporada”, dejando a un lado el hecho de que ahora

mismo y siempre estoy en la temporada de la vida.


Esta vida es un regalo de Dios, que a pesar de nuestro
pecado, es sencillamente abrumador. Estamos vivas con un
propósito—para dar a conocer los hechos poderosos del

Señor entre las naciones. Deja que tu mente medite en la


realidad de que ahora mismo Jesús está intencionalmente
sosteniendo nuestras vidas por el poder de Su palabra.
¡Cuánta misericordia! Cualquiera que sea la temporada en

que nos encontremos, y cualquiera que sea el tipo de


trabajo maternal que estemos llevando a cabo, y sin
importar lo mucho que dure esta temporada, la vida en
Cristo es nuestra nueva normalidad. Y lo seguirá siendo en

treinta billones de años. Estamos en la temporada de la vida


en Cristo, ¡para siempre! Y este año. En este mes. Hoy.
Ahora mismo. Su tumba está vacía. En algún lugar en
Palestina hay un agujero en una roca que una vez tuvo un
cuerpo sin vida durante tres días, hasta que Jesús, la

resurrección y la vida, salió. El mundo no ha sido el mismo


desde entonces. Por la gracia de Dios, tu y yo vivimos a la
luz de esta renovación cósmica. ¡Eso es demasiado! No

puedo ni siquiera comenzar a entender todo lo que eso


implica. Tenemos la oportunidad de disfrutar de la eternidad
ahora mismo.
Teniendo esas promesas de la gracia futura de Dios que
fortalecen nuestras manos y corazones, podemos disfrutar

de una perspectiva eterna mientras cuidamos de otros. En


medio del dolor de la vida en un mundo caído, gemimos con
esperanza, sabiendo que cuando la nueva creación llegue
en toda su plenitud, no recordaremos ninguno de nuestros

gemidos. A la luz de esta visión a largo plazo, no son más


que problemas del “mundo pasado”. Debido a que Cristo
venció la muerte y resucitó para vivir eternamente, el
sufrimiento no es el final de nuestra historia. Podemos

regocijarnos porque las miles de veces que morimos a


nosotras mismas en un día nos están trayendo ganancia, un
eterno peso de gloria. Cuidamos de otros a la luz de la
promesa de la gracia futura de Dios en Cristo.

Jesús redimió nuestra maternidad de la futilidad de


pecado. Seguimos el patrón de Cristo cuando entregamos
nuestras vidas. Servimos con las fuerzas que Él da, y
anhelamos el cumplimiento de las promesas de Dios por la

fe. Vivimos Su gran historia, la historia que dice:

Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva


creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo
nuevo! (2Co 5:17).

Lo viejo no habría pasado si Cristo no hubiera llegado.


Cuidamos de los demás siendo nuevas creaciones en Cristo.

Esa es nuestra historia. Vamos a vivir en base a eso.

Nuestro trabajo maternal hecho para la gloria de Cristo es


una parte integral de la nueva creación, un reino invisible

que está creciendo como una semilla de mostaza en un


jardín, y extendiéndose por toda la masa como levadura. Es

la historia que dice:

Porque por gracia ustedes han sido salvados


mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino

que es el regalo de Dios, no por obras, para que


nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios,

creados en Cristo Jesús para buenas obras, las


cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las

pongamos en práctica (Ef 2: 8-10).

Hacemos las buenas obras que Dios dispuso para nosotras,

sabiendo que nuestra salvación (y la salvación de aquellos a

quienes cuidamos) es un regalo de Dios por gracia mediante


la fe. Nos gloriamos en Jesucristo y apuntamos hacia Él. Esa

es nuestra historia. Vamos a vivir en base a eso. La

maternidad misional no se enfoca en nuestras obras, sino


en la obra que Cristo ya hizo por nosotras en la cruz.

Nosotras imitamos Su patrón cruciforme con libertad y con


gozo, porque ya hemos sido perdonadas. Esperamos las

promesas que Él aseguró para nosotras en la cruz. Y el Dios

trino se lleva toda la gloria cuando las mujeres dicen: “de


buena gana gastaré todo lo que tengo, y hasta yo misma

me desgastaré del todo por ustedes” (2Co 12:15), porque es

Dios quien obra en nosotras para que difundamos Su gloria


entre todas las naciones.
9

Cristo, el Profeta de toda


madre

No es de extrañar que nos cueste confiar en los demás.

Desde que ocurrió aquel descalabro cósmico en el jardín del

Edén, cuando nuestros primeros padres se sometieron al


diablo y se rebelaron contra Dios, hemos estado plagados

de dudas. ¿En quién podemos confiar? El mundo nos ofrece

un montón de cosas en las cuales confiar para que dejemos


de confiar en Dios. Se nos dice que cada uno de nosotros

tiene una historia, y junto con la mentira posmoderna de

que toda verdad es relativa y que debemos seguir nuestro


corazón, tenemos la idea de que “lo que es verdad para ti

es verdad para ti”. Si cada uno tiene su propia historia, esa

será su propia interpretación de la verdad y de lo que

significa ser confiable, por lo que nadie puede decir que

conoce la verdad. Confía en mí. Confía en ti mismo. Confía


en los expertos. No confíes en nadie. No sabemos de dónde

viene la verdad. O si realmente existe la verdad. Si no

estamos seguras de que Dios ha hablado (y que Él es quien

define lo que es verdad), entonces ¿qué nos mueve a ir al

otro lado del mundo, o a la sala de estar, para contarle a


alguien acerca de Él? Si no estamos seguras de que Dios ha

definido la verdad, entonces ¿qué nos mueve a ser madres

con una misión?

El ataque a la verdad no es nada nuevo. En el tribunal

irregular que se burlaría de la verdad, diferente a todo lo

que el mundo había visto hasta ese entonces, los jefes de

los sacerdotes y el Sanedrín presentaron cargos falsos


contra Jesús. Jesús, la verdad encarnada, fue acusado de

mentir. Pero Jesús se quedó callado. Y entonces el sumo

sacerdote le dijo: “Te ordeno en el nombre del Dios viviente

que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt  26:63).


Eso le dijo el sumo sacerdote de Israel al Gran Sumo

Sacerdote de todo el pueblo de Dios. El sumo sacerdote le

ordenó al Sumo Sacerdote que le dijera la verdad “en

nombre del Dios viviente”, y Él es el Dios viviente. El Dios

viviente respondió y fue condenado a muerte.

Más tarde, el concilio se burló del verdadero Sumo


Sacerdote, diciendo: “A ver, Cristo, ¡adivina quién te pegó!”

(Mt 26:68). Con sus burlas, cumplieron la profecía. Y con la

respuesta pacífica de Jesús, también se cumplió la profecía.

Ya había hablado suficiente. Estas son Sus propias palabras,

las palabras del Dios viviente, habladas por medio de Su

profeta Isaías:

Ofrecí Mi espalda a los que me golpeaban,

Mis mejillas a los que me arrancaban la barba;

ante las burlas y los escupitajos

no escondí Mi rostro (Is 50:6).

Maltratado y humillado,

ni siquiera abrió Su boca;

como cordero, fue llevado al matadero;


como oveja, enmudeció ante Su trasquilador;

y ni siquiera abrió Su boca (Is 53:7).

Jesús fue odiado y acusado de blasfemia, y hoy en día el

mundo odia y acusa a Sus seguidores de lo mismo

(Jn  15:18-25). Al mundo no le interesa nuestra lealtad a la

Palabra de Dios, más bien quieren tener una sociedad sin

Dios. Sin embargo, servimos a un reino diferente; servimos

a un rey diferente. Las madres con una misión sirven como

embajadoras del Rey Jesús, llevando Sus buenas noticias a

un mundo perdido.

¿Escuchamos? ¿Vemos?

La verdad viene de Dios, y toda la Palabra de Dios es

verdad. Cada uno de Sus rectos juicios permanecen para

siempre (Sal  119:160). Los jefes de los sacerdotes y el

concilio creían esto. Pero ellos no creyeron que “el Verbo se

hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado

Su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del

Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Al ver la gloria


de Jesús, no creyeron que Jesús estaba lleno de la gloria del
Señor (Ex  40:34-35). Al ver la humanidad de Jesús, no

pudieron ver que Dios realmente había venido a morar en

medio de los hombres una vez más.

Los jefes de los sacerdotes creían que Dios, muchas

veces y de varias maneras, habló a nuestros antepasados

en otras épocas por medio de los profetas. Pero rechazaron

la idea de que en estos días finales Dios nos ha hablado por

medio de Su Hijo (Heb 1:1-2). Al oír hablar a Jesús, ellos no

escucharon a Jesús y no escucharon la palabras que el

Señor habló a través de Su mayor Profeta. Si no creemos


que Cristo cumplió la profecía, entonces tampoco le

veremos ni le escucharemos. Si confiamos en la justicia de

Cristo, moriremos a nosotras mismas mil veces al día con tal

de servir a los demás. ¿Qué debemos hacer para que

aumente nuestra confianza en Cristo por el bien de nuestra

fe y de nuestra determinación a dar testimonio ante

nuestros hijos y amigos? Correr hacia Cristo mismo, la

Palabra viva.

Cristo afirmó que Él era la suma de toda verdad de Dios,

y el cielo respondió con un estruendoso: “¡Amén!” Cuando

la piedra fue quitada en la mañana de la Pascua, reveló algo


más que una tumba vacía: también reveló la aprobación de

Dios en cuanto al sacrificio de Cristo. Por esa aprobación de

Dios, podemos deshacernos de una vez y por todas de

nuestros problemas de confianza, y proclamar a gran voz el

mensaje del evangelio que Él nos ha confiado.

Y la verdad es que ahora necesitamos la Palabra de

Cristo más que nunca. Como madres y hacedoras de

discípulos, todo el tiempo estamos oyendo alternativas a la

verdad. Vemos como nuestros amigos y nuestros hijos creen

muchas mentiras y se hacen amigos de sus ídolos. Tengo

una amiga que se está ahogando en deudas, consumida por

su búsqueda de gangas que ella no necesita. Otro amiga se

la pasa frente al espejo, obsesionada con perfeccionar su

imagen. Hemos oído historias de grupos de personas

inmersas en mentiras, desde la cuna hasta la tumba. Los

predicadores de la prosperidad venden bendiciones. Los

brujos venden maldiciones. Los videntes venden fortunas.

¿Quién nos librará de las mentiras satánicas que tratan de


arrastrarnos hacia sus agujeros negros de muerte?

Jesucristo está en contra de todas las mentiras que

jamás nos hayan dicho, que hayamos creído, o que


hayamos difundido. Él es el Profeta de toda madre.

Por qué nos importa que Jesús sea nuestro Profeta

¿Qué significa eso de que Jesús es nuestro Profeta? ¿Por qué

nos debe importar?

Cuando entendemos nuestro legado espiritual, el

escepticismo no halla cabida en nuestros corazones.


Tenemos que volver al Antiguo Testamento para ver por qué

es tan importante que Jesús sea nuestro Profeta. ¿Qué es un


profeta, exactamente? El rol del profeta era hablar con el

pueblo de Dios, así como Aarón habló con Faraón por Moisés
(Ex  4:15-16). Básicamente, el profeta es aquel que recibe

las palabras de Dios de manera directa (como Aarón las


recibió de parte de Moisés) y, sin interpretarlas o ajustarlas,

presenta esas palabras. El término profecía puede significar


“anuncio”, pero en el contexto del Antiguo Testamento por

lo general se refiere a eventos que vendrían en el futuro


inmediato de Israel, de Judá y de las naciones.23 Muchos

oráculos (es decir, mensajes de parte de Dios) se


superponen en cuanto al tiempo y la naturaleza de su

cumplimiento. Me gusta pensar que los profetas son como


los Ejecutores del Pacto, aunque suene como un nombre de
superhéroes. Dios le hablaba a los profetas acerca de Su

pacto, y ellos debían anunciar esos mensajes. Cuando el


profeta profetizaba, no debía especular; tenía que declarar

las mismas palabras de Dios.


Lee las noticias internacionales esta semana, y tendrás

una idea de los días turbulentos en los que vivimos. Esta


semana, un hombre armado mató a treinta y ocho personas
que estaban tomando el sol en una playa de un hotel de lujo

en Túnez. La Corte Suprema de los Estados Unidos legalizó


el matrimonio homosexual en los cincuenta estados. Unos

carros bomba de los Yihadistas del Estado Islámico


explotaron frente a una mezquita chií en Kuwait y frente a

un hospital militar en Yemen. Lo que comemos nos puede


dar cáncer, los gobiernos son todos corruptos, y los precios

siguen subiendo. ¿Qué nos dice Dios en estos tiempos tan


locos? ¿Es única nuestra situación?

Bueno, los días de los profetas también fueron tiempos


de locura en la historia de Israel. Más o menos desde el año

760 a.C. (comenzando con Amos) hasta el 460 a.C.


(terminando con Malaquías), el pueblo de Dios sufrió un
caos político, social y militar sin precedentes. En primer
lugar, la guerra civil dividió a hermanos y hermanas. La

apostasía del pueblo apestaba en todos los lugares altos


como un absceso rebosado de pus infectada. Se enfrentaron

a la oposición de Asiria y Babilonia, enemigos mucho más


temibles que los cananeos. El pueblo estaba asustado,

esclavizado al pecado, y confundido. Los hijos de Israel


necesitaban escuchar la voz Dios. Nuestras situaciones hoy

en día no son tan diferentes.


¿En quién podrían confiar? Había cientos de profetas en

aquellos días, incluyendo a los falsos profetas, pero solo


dieciséis profetas fueron escogidos por Dios para anunciar

los oráculos (mensajes de parte de Él) que serían


registrados en Su Palabra. Moisés había dicho: “El Señor  tu

Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A


Él sí lo escucharás” (Dt 18:15). ¿Dónde estaba este profeta?
¿Cuando iba a venir? Determinar la diferencia entre un

profeta falso y uno verdadero era una cuestión de vida o


muerte eterna. ¿Cuáles oráculos sobre la vida, la salud, la

prosperidad y la seguridad debían creer? ¿ Cuáles oráculos


sobre la muerte, la enfermedad, la destrucción y la
deportación debían creer? ¿Y qué de nosotras? ¿Quién habla

en nombre de Dios? ¿En quién debemos nosotras de


confiar?

Dios le advirtió al pueblo acerca de los falsos profetas


que “alientan en ustedes falsas esperanzas”, que “cuentan

visiones que se han imaginado y que no proceden de la


boca del  Señor” (Jeremías 23:16). Su mensaje para los
hombres y mujeres que despreciaban la Palabra de Dios era:

“…gozarán de bienestar”. A todos aquellos que en su


obstinación seguían su propio corazón, les decían: “…no les

sobrevendrá ningún mal” (Jer. 23:17). Lamentablemente no


es muy diferente a las promesas de los políticos, las

incoherencias de los gurús espirituales, y las presunciones


de los predicadores de la televisión que se transmiten a

través de miles y miles de antenas parabólicas, desde el


norte de África hasta Centroamérica. Esas antiguas

advertencias son para nosotras en el día de hoy. No hay un


momento en que el mundo no esté ofreciéndonos

oportunidades y justificaciones para que despreciemos la


Palabra de Dios y sigamos nuestro propio corazón. Estos

falsos profetas dicen: “Escucha la Palabra del Señor”, pero


en realidad quieren que escuchemos las mentiras del dios

de este siglo.

Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la

sana doctrina, sino que, llevados de sus propios


deseos, se rodearán de maestros que les digan las

novelerías que quieren oír. Dejarán de escuchar la


verdad y se volverán a los mitos (2Ti 4:3–4).

Al igual que las vajillas, las colecciones de falsos maestros

tienden a venir en juegos. Si escuchamos a un falso


maestro, es probable que terminemos escuchando a otro

falso maestro. Sabemos por el testimonio de las Escrituras


que las mujeres son especialmente vulnerables a estas

serpientes que se meten en las casas y atrapan a las que


son más débiles (2Ti 3:1-9). Hoy en día, los falsos maestros

no necesariamente tienen que ir de puerta en puerta en una


comunidad para comenzar a atrapar a personas y hogares

con sus mentiras venenosas. Debido a los avances que


hemos hecho en la tecnología, los falsos maestros pueden

entrar en nuestros hogares a través de cables de fibra


óptica. Podemos alimentarnos con doctrinas falsas a través
de los teléfonos que mantenemos en nuestro bolsillo
trasero. El discernimiento es crítico para nuestra salud

espiritual, y no se trata de tener un espíritu “crítico”. El


discernimiento espiritual es un don para la iglesia. ¿Cómo
puede una madre saber si lo que cree es una mentira?

¿Cómo puede saber si ha estado coleccionando maestros


que se adaptan a sus propias pasiones, o si está volviendo a

los mitos? Estas son preguntas importantes que vale la


pena hacernos entre creyentes; a tu esposo si estás casada;

y a tus líderes en la iglesia. Entre muchas otras razones, nos


importa que Jesús sea nuestro profeta porque lo

necesitamos. Estamos desesperadas por la verdad, porque


nuestra vida eterna depende de ella.

Jesús habla en nombre de Dios, porque Él es Dios


Nuestros ojos casi que ignoran subtítulos como el que está

justo encima de esta línea, usualmente porque contienen


palabras conocidas y son verdades innegables en nuestras

iglesias. Pero si proclamas esta verdad en la piscina


comunitaria, en una reunión familiar, desde una plataforma

en la calle, en una fiesta del vecindario, o en la cafetería de


tu oficina, verás como la gente se molesta. ¿Cómo podemos
estar tan seguras? Tenemos que estar completamente

seguras de que no tenemos absolutamente ninguna


necesidad de buscar otro profeta después de Jesús.

El Hijo de Dios es Aquel que cumple con todas las


palabras que Él mismo habló por medio de Isaías al

advertirle al pueblo de las consecuencias de su falta de fe y


su desobediencia. Él se describió a Sí mismo como el Siervo

sufriente que pagaría por los pecados de muchos. Hay


muchos lugares en la Escritura donde Él explica cómo sería

Su reino:

Jesús habló a través de Jeremías cuando él acusó a


Judá por sus vínculos idólatras y le comunicó Su dolor
por su falta de arrepentimiento. Jesús describió los
alcances cósmicos de Su juicio y Su salvación venidera.

Y ¡oh, Sus hermosas ilustraciones acerca del nuevo y


mejor pacto que Él haría!
Jesús pronunció Sus palabras a través de Su profeta
Ezequiel con impresionantes representaciones de cómo

sería cuando Dios hiciera Su morada en la tierra una


vez más. El Verbo mismo habló a través de Sus
profetas acerca de lo malvado que es el pecado y cómo

Dios ciertamente castigaría el pecado. Dijo que era


posible escapar de la ira de Dios, pero solo por Su
gracia.
A través de Daniel, Jesús se reveló como triunfante
sobre todo el mal que hay en el mundo, debajo del

mundo y fuera de este mundo. Nadie se mete con el


Anciano de Días.
Jesús derrotó a Sus enemigos a través de diversas
maniobras de poder, tales como el enfrentamiento de

los profetas de Baal contra Elías en 1 Reyes 18:20-40.


Todo esto fue en respuesta a la oración de Su profeta:
“…que esta gente reconozca que tú,  Señor, eres Dios,
y que estás convirtiendo a Ti su corazón!” (1R 18:37). Y

así fue. “Cuando todo el pueblo vio esto, se postró y


exclamó: ‘¡El  Señor  es Dios! ¡El  Señor  es Dios!’”
(1R  18:39). Oh que todas las personas pudieran decir:
“¡Amén!”, y que cada nación destruya sus ídolos y

adore a Jesús.
El Verbo que escribe la historia es Aquel que nos llama a
arrepentirnos de nuestros pecados, a destruir nuestros

ídolos, a descender de nuestros lugares altos y abandonar


de una vez y por todas los esquemas engañosos de este
mundo. Jesús nos llama a confiar en Aquel que diseñó la
historia de acuerdo a Su voluntad y que orquestó cada

minuto del futuro. Sabemos en cuál lado queremos estar.


Hablar acerca del “lado equivocado de la historia” no tiene
sentido, pues toda la historia está del lado de Jesús. Sigue
siendo Su historia.

Esto está sucediendo ahora mismo


Cada madre necesita saber en lo más profundo de su ser

que Jesucristo es Aquel a quien todos los profetas estaban


apuntando. Jesús es el Rey davídico que había sido
profetizado y que reina sobre las naciones. Jesús ha vencido
a Sus enemigos, y a través de Su Espíritu está
estableciendo Su iglesia—ese magnífico “templo”

multiétnico en la tierra. Dios ha establecido Su morada


entre hombres y mujeres a través de Su Espíritu. Jesús es el
verdadero Hijo—haciendo lo que ni Adán, ni Israel, ni David
pudieron hacer—que vive fielmente de cada palabra que

sale de la boca de Dios. De entre todas las naciones de la


tierra, Jesús está llamando a un pueblo para Sí mismo, para
que sean “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo que pertenece a Dios” (1P 2:9). Jesús está sacando a
personas de Adán y colocándolas en Sí mismo. Jesús está

reemplazando corazones de piedra con corazones de carne.


Con cada día que pasa, el día del Señor se va acercando, y
esa no es una esperanza vana. La maternidad es un
ministerio estratégico en las manos del Hijo del Hombre que

fue profetizado.
Tenemos un rol sacerdotal en el que le presentamos
nuestras súplicas a Dios por medio de Cristo, súplicas por
Sus ovejas elegidas que están esparcidas entre las

naciones. “¡Señor, escúchanos! ¡Señor, perdónanos! ¡Señor,


atiéndenos y actúa! Dios mío, haz honor a Tu nombre y no
tardes más; ¡Tu nombre se invoca sobre Tu ciudad y sobre
Tu pueblo!” (Daniel 9:19). Tenemos el rol real de difundir la

luz del evangelio por todo el reino tenebroso de Satanás,


animándonos unas a otras y edificándonos unas a otras
(1Ts  5:1-11). Y tenemos un rol profético, a medida que
escuchamos y obedecemos al único y verdadero Dios que

se ha revelado en Su Palabra, y hablamos con la verdad


acerca de Él y de Su actividad en el mundo. Como madres
con una misión, para nosotras es de particular importancia
el escuchar y obedecer lo que Dios ha revelado como Sus

propósitos para nosotras como mujeres. Nuestras amigas,


subculturas y gobiernos tienen sus propias ideas acerca de
la imagen que debemos mostrar y cómo hacerlo, pero
¿cuadran esas imágenes con lo que el Creador ha dicho en

Su Palabra? ¿Es coherente con la forma en que Jesucristo


está moldeando a las mujeres para que sean madres con
una misión que hacen discípulos en todas las naciones?
Nuestro rol profético en el mundo deriva del hecho de
que hemos sido creadas a la imagen de Dios y recreadas a

la imagen de Cristo. Desde las amas de casa en Santa Clara


hasta las abuelas en Nepal, todas las culturas del mundo
tienen sus propias ideas de la imagen que las mujeres
deben representar. (Y ni hablar de cómo esas ideas cambian

con el tiempo.) Dependiendo de la imagen que cada cultura


tenga, a las mujeres se le asignan “trabajos de mujer”. El
razonamiento es el siguiente: las mujeres hacen lo que
hacen porque eso es lo que son. Tal razonamiento puede ser

correcto, pero si la imagen es incorrecta, entonces también


lo será el rol. Basta pensar en la pornografía o el voyerismo
farandulero como ejemplos de esto. ¿Cuál es la imagen
percibida de las mujeres dentro de esos esquemas? ¿Cuál,

entonces, sería el rol que desempeña la mujer al mostrar


esa imagen? Piensa en las imágenes de las madres en tu
propia cultura. ¿A quién o qué se supone que deben de
encarnar? ¿Cuáles son las funciones que estas madres

deben desempeñar?
En medio de todo este mar de ideas, la Biblia afirma la
verdad inmutable de que las mujeres están hechas a la
imagen de Dios. Las mujeres hacen lo que hacen porque

Dios las hizo de esa manera. Reflejamos la imagen del


Creador, porque eso es lo que somos: generadoras de la
imagen de Dios. La imago Dei implica necesariamente
capacidades y habilidades dadas por Dios, pero también

implica que nuestras actividades son igualmente ordenadas


por Dios. Las mujeres muestran la imagen de su Creador a
través del ejercicio de la función y el llamado de Dios para
ellas (o, en otras palabras, su vocación). Podríamos decir
que los términos vocación y misión son sinónimos. Nuestro
Padre ha diseñado una función para nosotras y nos ha
llamado a ejercerla mediante el cumplimiento de la misión
que Él nos dio. Trabajando, dirigiendo, hablando, sirviendo,

cuidando, liderando, enseñando y construyendo—todas


estas capacidades y más son dones de Dios como provisión
para la misión que Él nos dio de hacer discípulos en todas
las naciones.

Ahora mismo, en todo el mundo, las mujeres están


naciendo de nuevo y siendo transformadas a la imagen de
Cristo al contemplar la gloria suprema y permanente de Su
ministerio (2Co  3:16-18). Este nuevo nacimiento es una
palabra profética al mundo que nos ve. A través del

evangelio de Dios, las mujeres están siendo conformadas a


la imagen de Su Hijo. Jesús está renovando a las madres
misionales, no a la imagen de Eva antes de que cayera, sino
a algo más glorioso: a Su propia imagen. Las mujeres que

están en Cristo hacen lo que hacen porque para eso es que


Cristo las está recreando. Las madres con una misión están
experimentando el poder transformador de Jesús a medida
que Él va dándoles nuevas habilidades para trabajar, dirigir,
hablar, servir, cuidar, liderar, enseñar y construir según Su
patrón cruciforme, fortalecidas por Su Espíritu, y para que
Su gloria sea conocida en el mundo. No se trata de ser
súper mamás; se trata de ser madres con una misión. Me

encanta como lo dijo Susan Hunt en su libro Spiritual


Mothering [Maternidad espiritual]:

A medida que el deseo creciente de una mujer de


imitar a Dios produce obediencia a Su Palabra, ella

va desarrollando características maternales. Nuestra


femineidad nos capacita para la maternidad;
nuestra fe produce ciertas características de esa
maternidad. Algunas de las características que
vemos en las Escrituras son la fuerza, la excelencia,

la ternura, la generosidad, el deseo de nutrir y


cuidar, el consuelo, la compasión, el afecto, la
protección y el sacrificio.24

El Verbo hecho carne es Cristo mismo, y cuando Su Palabra

mora en abundancia en Sus nuevas creaciones, entonces el


mundo puede ver cómo Su Palabra profética está obrando
hoy.
¿Qué más pudiera Él añadir? ¿Y cómo hemos de
responder?
Los consejeros ambulantes, los gurús de tipo “descúbrete a

ti misma”, y los foros de Internet no se comparan con Jesús.


Pero lo cierto es que sus palabras nos resultan muy
atractivas, porque somos débiles, egocéntricas y estamos
necesitadas. Pareciera que un escritor de himnos particular
compuso uno de sus himnos conmigo en mente. El famoso

himno, “Cuán firme cimiento”, en realidad comienza con


una pregunta confrontadora, y la respuesta, que es muy
reconfortante para nosotras, está implícita:

¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe,

De Dios en Su eterna Palabra de amor!


¿Qué más Él pudiera en Su libro añadir?
Si todo a Sus hijos lo ha dicho el Señor.25

Jesús es la Palabra excelente a la que las madres se aferran


por la fe. Él es la verdad. Pero a menudo no estamos

satisfechas con lo que Él ha dicho acerca de lo que somos,


lo que tenemos que hacer, y lo que Él está haciendo en el
mundo. Pero, ¿qué más pudiera Él añadir? ¿Hay algo más
que Jesús haya podido decir para convencernos? Ahogada
en nuestras mil actividades cotidianas, desplazada por las
aplicaciones de nuestros teléfonos inteligentes, y

descuidada a pesar de nuestras buenas intenciones, nuestra


devoción a la Palabra de Dios va disminuyendo cada vez
más. Padre, ¡Tú nos diste a Jesús! ¡Ayuda nuestra
incredulidad! La Palabra de Dios escribió una historia, y

estamos viviendo en ella. ¡Participemos en ella con gozo!


El Rey Jesús es el arquitecto de la historia, y toda la
historia apunta hacia el reino que Él está estableciendo. Él
aún está obrando para reunir todas las cosas en Sí mismo,

cuando se cumpla toda palabra anunciada a través de Sus


profetas. Las mujeres maternales miran a Jesús como Aquel
que hace y cumple todas las promesas de Dios. Jesús habló
con la verdad acerca de los patrones, tipos y profecías en

“todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de Él”


(Lc  24:27, RVC). Él es perfecto, suficiente y verdadero. Su
Palabra, por lo tanto, es perfecta, suficiente y verdadera.
¿Qué tipo de respuestas se le exigen a todos los que
escuchan la Palabra de Dios y ven las antiguas profecías
cumplidas en Jesús? ¿Cómo deberíamos de responderle a
Aquel que es Dios, tanto individual como colectivamente?

Este tipo de respuesta a Cristo es polémica en el


mundo: no le pedimos que bendiga nuestra voluntad;
buscamos Su voluntad. No seguimos nuestro propio
corazón, seguimos Su corazón.26 Va en contra de esa
autonomía nuestra que adora la privacidad. Significa que no

creamos nuestra propia verdad; nos sometemos a Su


verdad. No sé si piensas igual que yo, pero ver la cosas de
esta manera es muy reconfortante para mí. ¿Cuántas veces
a lo largo de tus días tienes que enfrentar decisiones

difíciles, hablar palabras sabias en situaciones que lo


requieran, y hacer sacrificios por el bien de los demás? Aquí
vemos la belleza de esa fe infantil a la que Cristo nos llama.
Esta amonestación en Colosenses 2:8 es para nosotras:

Cuídense de que nadie los cautive con la vana y


engañosa filosofía que sigue tradiciones humanas,
la que va de acuerdo con los principios de este
mundo y no conforme a Cristo.
Todo nuestro trabajo maternal es conforme a Cristo. Su
Palabra nos libera de la cautividad de los pensamientos

inútiles que van de acuerdo con los poderes malvados de


este mundo. Somos siervas de Cristo, como solía decir
Pablo, y para eso es que Su Palabra nos libera.
Al ponernos al día con un café, charlar en la parada del

autobús, publicar algo en las redes sociales, tener comunión


en el salón social de la iglesia, dar clases en un aula, dirigir
en la sala de juntas—en medio de todas estas actividades,
todas nuestras palabras han de someterse a la verdad de la

Palabra de Cristo. Su veracidad es el quid de todo esto, ya


que si Su Palabra no es verdad, entonces somos las más
dignas de lástima y merecedoras de cualquier persecución
que recibamos del mundo por repetir Sus palabras. Pero si

Cristo es veraz, entonces no temeremos mal alguno, porque


Él está con nosotros. Tal como Él dijo: “Pero esto sucede
para que se cumpla lo que está escrito en la ley de ellos:
‘Me odiaron sin motivo’” (Jn 15:25; cf. Sal 35:19; 69:4.). Y lo
que es cierto con respecto a Jesús es cierto con respecto a

Su iglesia. Fue odiado y rechazado por el mundo, sí. Y fue


reivindicado y glorificado por el Padre.
Las madres con una misión son mujeres llenas de la

Palabra. Según el patrón de Cristo y por Su poder, tomamos


nuestra cruz en medio de nuestra maternidad. No hay
“martirio maternal” en el reino de Dios. Tomar nuestra cruz
en medio de nuestra maternidad significa que damos aun
cuando tengamos que morir a nosotras mismas, no como

masoquistas, sino por el gozo puesto delante de nosotras.


Así dio Jesús, como “el dador alegre” por excelencia, que no
da de mala gana ni por obligación (2Co  9:7). Somos libres
en Cristo para ser esa nueva creación en Él: mujeres hechas

a Su propia imagen. Nuestras acciones son coherentes con


Su diseño y no con los diseños del diablo. Todas las buenas
obras que hacemos están diseñadas estratégicamente para
mostrar la gloria de Dios, no para exhibir la imagen de las

cosas creadas. Durante todo el día y en todo el mundo, el


trabajo que hacemos en nuestra maternidad misional
adorna la verdad del evangelio de Dios que hablamos con
nuestros labios, escribimos con nuestras manos y tecleamos

con nuestros pulgares. Estamos seguras de que Su Palabra


es segura.
El evangelio te llevará a otros lugares para que

cuides de otros con el evangelio


Nuestra confianza en la Palabra de Cristo es lo que nos
mueve a potenciar nuestros “privilegios de mujeres” en
situaciones sociales en todo el mundo, esas donde los

ministros varones no son necesariamente eficaces ni


bienvenidos. Estoy pensando en los zenanas* que hay en

aldeas de la India, en los clubes de damas y salones de té

de la alta sociedad saudí, y esas salas de estar en el norte


de África que son exclusivamente para mujeres. Puede que

las únicas personas que Jesús llame para que le sirvan en

estas sociedades y situaciones sean las misioneras.


Podría contarte historias de criadas filipinas que

trabajan para familias de grupos no alcanzados sin que se


les pague. Estas mujeres valientes le cantan canciones de

cuna acerca de Jesús a bebés que son marcados desde su

nacimiento para servir a otro dios. Hay estilistas que le


secan el pelo a mujeres que las desprecian, y esperan algún

día poder contarles sobre Aquel que fue despreciado para


salvarlas a ellas. Muchas jóvenes solteras de nuestra iglesia

trabajan para aerolíneas locales e internacionales, y pasan


horas de vuelo con personas no alcanzadas, aparte de los

días que pasan en ciudades donde el evangelio aún no está

muy diseminado. Las parteras que sirven en África reciben a


los bebés y salvan las vidas de sus madres, y le enseñan a

estas mujeres acerca del Hombre que es el camino, la


verdad y la vida. Si alguna vez llegamos a conocernos en

persona, recuérdame contarte una historia acerca de una

obstetra, cuya fidelidad al evangelio y cuyo amor sacrificial


por una tribu fueron los medios que Dios utilizó para

empezar a mover el corazón de un rey. En la mayoría de las


escuelas alrededor del mundo, las niñas están en aulas

diferentes a las de los niños. Si hiciera una lista de todos los

increíbles testimonios que he escuchado de mujeres que


están enseñándole a niñas en estas aulas, me pasaría de la

cantidad de palabras permitidas por capítulo. La gracia

extraordinaria de Dios es lo que mueve a estas mujeres a


comunicar Su Palabra con fidelidad en estos escenarios

cotidianos.
Esta misma confianza en la Palabra de Cristo hace que

mi amiga se mantenga sirviendo en una región del mundo

donde la gente sufre de forúnculos y otras enfermedades de


la piel. Un día, le empezaron a salir forúnculos en la cara.
En. Su. Cara. Se miraba en el espejo y veía las cicatrices en

su piel, piel que antes era suave y uniforme. Ella no hubiera

tenido esas cicatrices si no estuviera viviendo


sacrificialmente entre ese grupo de personas, pero sabe que

su Salvador tampoco tendría Sus cicatrices si no hubiera

dado Su vida como un sacrificio por la suya. Ahora, ya sabes


que no puedes vivir en un lugar o servir de alguna manera y

hacer algún tipo de sacrificio a menos que creas que vale la


pena. ¿Es la Palabra de Dios veraz? ¿Jesús realmente quiere

un testigo en ese lugar? ¿De verdad quiere que sea su

familia la que esté allí? Las cicatrices de Jesús son preciosas


para nosotras, porque en ellas vemos Su amor. Las

cicatrices de mi amiga son hermosas para las discípulas que


ella está haciendo porque en ellas ven otra manifestación

del amor de Cristo. ¿Qué clase de amor considera una tez

clara y el confort material como pérdidas con el fin de


conocer a Cristo y de ser usada para que otros le conozcan?

Estas madres con una misión son embajadores de Jesús,

potenciando sus “privilegios de mujeres” para el avance del


evangelio. Solo Jesús sabe cuántas mujeres más Él llamará
para que le sirvan de esta manera. Tal vez sabes de una

situación en tu comunidad en la que puedes utilizar tus

“privilegios de mujer”. ¿Hay una mamá soltera en tu


edificio, un centro de rehabilitación para adolescentes

abusadas en tu comunidad, o un centro de recursos para


embarazadas en tu ciudad? La Palabra de Cristo nos mueve

a dejar de pensar tanto en nosotras mismas y caminar

hasta aldeas, atravesar la ciudad un sábado por la mañana,


o cruzar el área de juegos del parque para conocer a alguien

nuevo. Los pies hermosos que están calzados con el

evangelio de la paz son los que nos llevan paso a paso por
el camino. Romanos 10:15 dice:

¿Y cómo predicarán si no son enviados? Tal como


está escrito: “¡Cuan hermosos son los pies  de los

que anuncian el evangelio del bien!” (LBLA)

En ese versículo, Pablo está citando de Isaías 52, y el


profeta no está hablando de hacerse una pedicura en Judea

con sales del Mar Muerto. Él está hablando de algo mucho


más hermoso que nuestra idea de pies bonitos. Nuestra

belleza viene de aquello que llevamos—el evangelio. La


confianza de Cristo en la Palabra le llevó a dar Su vida para

salvar a Sus ovejas, y nosotras seguimos a nuestro Pastor y


hacemos lo mismo de mil maneras cada día. Tal vez algunas

de nosotras seremos llamadas a renunciar a nuestra vida


física por el avance del evangelio.

A medida que salimos y cuidamos discípulos,

deberíamos alegrarnos, regocijarnos, porque Emanuel—Dios


con nosotros—está aquí. Su Palabra nos asegura que se le

ha dado autoridad sobre todas las cosas, y Él está con

nosotras hasta el final del mundo. Su Palabra nunca pasará.


¿Hacia dónde te está impulsando el evangelio hoy?

* El zenana o zanana (en persa, de las mujeres) hace referencia a la parte de la casa reservada para las
mujeres y su séquito en países como la India o Pakistán; por extensión, se usa para referirse a un
grupo de mujeres o una habitación donde se reúnen aunque no sea en estos países.
10

Cristo, el Sacerdote de toda


madre

Cada mañana, entre 4:00 y 5:00 a.m., suena el llamado a la

oración por los altavoces que están en las mezquitas de mi

barrio. Si ya estoy despierta y sentada en la sala de estar,


puedo oír cómo resuena contra los muros de cemento de

nuestro edificio. Puedo oír cuando se cierra la puerta pesada

de mi vecino de enfrente, el zapateo de sus sandalias por el


pasillo, y sus llaves tintineando en su bolsillo. Él responde al

llamado y camina hacia la mezquita más cercana para hacer

un ritual de limpieza y orar.


En la parte 1 vimos que, en el Antiguo Testamento, Dios

prescribió sacrificios por el pecado del pueblo, y que serían

realizados por la tribu sacerdotal de Leví. Esos sacrificios

eran un patrón para un sacrificio futuro. Cientos de años

después, después de haber sacrificado cientos de miles de


animales a favor del pueblo, se hizo el último sacrificio por

los pecados. Afirmamos lo que dice la Escritura de que “es

imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos

quite los pecados” (Heb  10:4). Así que, ¿de qué se trataba

la adoración en el templo? Era una sombra temporal de algo


permanente.

Siempre se habla de que las madres hacen muchos

sacrificios. Podríamos calcular el costo de tener hijos en

valor monetario, en tiempo invertido, en sueño perdido, en

alimentos consumidos y en estrías ganadas. Pero los

sacrificios de nuestra maternidad misional le costaron la

vida a alguien. Soportamos estos sufrimientos pasajeros por


el bien de otros que, en última instancia, fueron comprados

por otra persona. Este capítulo trata acerca de la persona

que pagó el precio de nuestro ministerio sacerdotal.


El cuadro que Ezequías pintó

En Éxodo 19:6, el Señor apartó a Israel para que fuera un

reino de sacerdotes y una nación santa. Pero ellos

quebrantaron el pacto con el Señor, no hicieron sacrificios

aceptables a Dios, y difamaron Su nombre en la tierra que

Dios les llamó a gobernar. Una generación tras otra


descuidó este llamamiento santo. Hasta que un día, Dios

levantó a un rey cuyo corazón fue perturbado por la

gravedad de este orgullo nacional.

El joven rey Ezequías estaba al tanto de la amenaza

asiria a lo largo de las fronteras, pero él sabía que algo aún

más terrible y amenazante estaba dentro de su mismo país:

la negligencia arrogante del pueblo de Dios. En

2 Crónicas 30 leemos que el pueblo de Dios no había estado

celebrando la Pascua, y los sacerdotes no se habían

mantenido apartados de la manera en que Dios les había


ordenado.

Hubo un remanente fiel en Jerusalén que quería celebrar

la Pascua, y el rey Ezequías envió mensajeros por toda la

tierra para que otros vinieran a celebrar con ellos. El texto

dice que cuando los mensajeros iban de ciudad en ciudad,


las personas “se reían y se burlaban de ellos” (v 10). “No,

no iremos a la casa del Señor para celebrar Su Pascua”, fue

su respuesta. “No obstante, algunos de las tribus de Aser,


Manasés y Zabulón se humillaron y fueron a Jerusalén” (v

11). Un remanente fiel del pueblo—los escogidos para ser

“un reino de sacerdotes y una nación santa”—respondió al

llamado del rey para adorar.

En el siguiente versículo, leemos que la mayoría de la

gente no se había purificado para la fiesta, y además se

comieron la cena pascual sin seguir las instrucciones de

Dios. Uno esperaría algún tipo de retribución divina por esta

falta, ¿no? Pero el pueblo tenía un mediador real:

Pero Ezequías oró así a favor de ellos: “Perdona,

buen Señor, a todo el que se ha empeñado de todo


corazón en buscarte a Ti, Señor, Dios de sus

antepasados, aunque no se haya purificado según

las normas de santidad” (vv 18-19).

El rey Ezequías hizo el papel de un sumo sacerdote,

pidiéndole al Señor que perdonara el pecado del pueblo, y

Dios respondió afirmativamente. “Y el  Señor  escuchó a


Ezequías y perdonó al pueblo” (v 20). Después de haber

celebrado la Pascua, el pueblo salió a las ciudades de Judá y

destruyó las imágenes idolátricas que habían creado, y

derribó los altares que habían hecho para adorar a los

demonios. Ezequías, el rey sacerdote, reorganizó a los

sacerdotes y restableció en todo su reino la adoración que

era aceptable al Señor.

Eso mismo hizo Ezequías en todo Judá, actuando

con bondad, rectitud y fidelidad ante el  Señor  su

Dios. Todo lo que emprendió para el servicio del

templo de Dios, lo hizo de todo corazón, de acuerdo

con la ley y el mandamiento de buscar a Dios, y

tuvo éxito (2Cr 31:20-21).

Mantente alerta conmigo. A través del profeta Isaías,

contemporáneo de Ezequías, la Palabra eterna dijo lo

siguiente con respecto a este asunto: “Pero a ustedes los

llamarán ‘sacerdotes del  Señor’;  les dirán ‘ministros de

nuestro Dios’” (Is 61:6).


El sacerdocio eterno de Cristo a favor de las mamás

Así que, miles de años después, ¿qué tiene esto que ver con

nosotras? ¿O con la maternidad? La conexión es una línea

directa entre nosotras y el plan de Dios para que todos los

de Su pueblo sean Sus sacerdotes, no solo los que estén

relacionados biológicamente con Leví. Por la fe y por medio

de la sangre de otro, estamos relacionadas con un

descendiente de Judá, Jesucristo, y es a través de Jesús que

tenemos nuestro ministerio sacerdotal. La intercesión

sacerdotal y el liderazgo real de Ezequías son una imagen

de lo que Jesús hace por nosotros. Nuestro Sacerdote y Rey

Jesús nos limpia con Su propia sangre, sangre derramada en

Su sacrificio por nuestros pecados. Él nos aparta para que

seamos como piedras vivas “con las cuales se está

edificando una casa espiritual. De este modo llegan a ser un

sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que

Dios acepta por medio de Jesucristo” (1P 2:5).

¿Cómo cumplió Jesús Su profecía en Isaías 61? La


enseñanza más clara que tenemos en el Nuevo Testamento

sobre este tema se encuentra en Hebreos 7, donde se

compara el sacerdocio de Melquisedec con el de Jesús. (Hay


que admitirlo—eso del orden sacerdotal de Melquisedec es

un poco difícil de entender.) ¿Quién es Melquisedec? ¿Por

qué Abraham le pagó su diezmo? ¿Cuál es la conexión con

Jesús? ¿Esto hace algo por mi fe? ¿Cómo cambia el

sacerdocio de Cristo la forma en que cambio pañales? ¿Cuál

es la forma correcta de escribirlo en español?

Estas preguntas son válidas. Pero no son preguntas

amenazantes, para nada. La Biblia está preparada para


responderlas y así fortalecer tu fe para la maternidad a

través de su enseñanza acerca del sacerdocio de Cristo.


Primero veamos algunas preguntas importantes que nos

servirán de base para otras preguntas sobre esta doctrina.


Jesús era del linaje real de Judá, no del linaje sacerdotal de

Leví. Entonces, ¿cómo puede Jesús ser sacerdote? Jesús


rompió las reglas en el templo. Expulsó a los cambistas y

limpió el atrio exterior del templo, y sanó a algunos de los


que estaban en el templo en el día de reposo. Él no

aprobaba la forma en que los judíos estaban manejando el


lugar que Dios había designado para que le adoraran.
Entonces, ¿qué tipo de ministerio sacerdotal está ejerciendo

Jesús, si no lo está haciendo en el lugar y de la forma en que


el pueblo había estado ofreciendo sacrificios durante
generaciones? ¿Por qué Jesús es diferente a todos los

sacerdotes que habían estado sirviendo al pueblo? Vamos a


tener que mantener la gran historia en mente para

examinar todo esto. En Hebreos 8 dice que Jesús es nuestro


Sumo Sacerdote y Rey exaltado. Mira esto:

Ahora bien, el punto principal de lo que venimos

diciendo es que tenemos tal Sumo Sacerdote, aquel


que se sentó a la derecha del trono de la Majestad

en el cielo, el que sirve en el santuario, es decir, en


el verdadero tabernáculo levantado por el Señor y

no por ningún ser humano (Heb 8:1-2).

Con solo leer rápidamente ese breve resumen, podemos

ver que el sacerdocio de Cristo tiene mucho que ver con


nuestra maternidad. Melquisedec nos apunta hacia Jesús.
Jesús es nuestro Sumo Sacerdote, y Él es nuestro Rey. Él ha

cumplido perfectamente con los roles de sacerdote y rey


que ni el primer Adán ni ninguno de sus hijos pudo cumplir.

Eso significa que Cristo es suficiente.


El problema de lo “suficiente” es común para las madres
en todo el mundo. Incluso en mi contexto internacional, no

sé cuántas veces he escuchado a otras mujeres decir (o me


he dicho a mí misma) que la razón por la que podemos

dormir tranquilas es que sabemos que “hacemos hasta


donde podemos”. Calmamos nuestra ansiedad maternal con

el chupete de nuestros logros. Pero al final del día, nunca


estamos completamente seguras de que hemos terminado

con nuestro trabajo maternal, en el sentido de haber hecho


lo “suficiente”. ¿Hemos hecho lo suficiente para preparar a

ese niño para el éxito relacional o académico o dental? (Esta


mañana una amiga me dijo que estaba preocupada por los

problemas de ortodoncia de su hija. “¿He hecho lo suficiente


por sus dientes?”) ¿Hemos hecho lo suficiente para

enseñarle a nuestros discípulos a caminar en los caminos


del Señor? ¿Hemos hecho lo suficiente para demostrarle a
los demás que nosotras somos suficientes (o más

suficientes de lo que son los demás)? ¿Hemos hecho lo


suficiente para convencer a nuestros egos frágiles de que

somos suficientes ante nuestros ojos?


Tendemos a justificarnos a nosotras mismas, e

intentamos ocultar nuestra vergüenza hasta de nosotras


mismas. Y puesto que no hay una manera en que en

realidad podamos justificar nuestro pecado ni ocultar


nuestra vergüenza con éxito, sencillamente optamos por

cambiar las reglas del juego. Cambiamos el estándar divino


de la santidad de Dios por el estándar mundano de los
logros maternales (definidos y medidos según nuestra

cultura). Vimos en nuestro resumen del Antiguo Testamento


que ni siquiera el mejor de los candidatos a la aprobación de

Dios—ni Adán, ni Noé, ni Abraham, ni David, ni Salomón, ni


nadie—puede cumplir con el estándar perfecto de Dios.

El sacerdocio de Jesús es mejor que el supuesto


evangelio de la prosperidad para mamás

También Satanás esta consciente de nuestros fracasos. Él


sabe que no hay forma alguna en que podamos redimirnos

a nosotras mismas ni expiar nuestros propios pecados. Así


que para que no sintamos el peso de la ley, ni veamos la

vileza de nuestro pecado y luego clamemos a Dios por Su


gracia, Él obra para hacernos creer que no necesitamos esa
gracia. Solo necesitamos un empujoncito. Solo necesitamos

una mano. Solo necesitamos una segunda oportunidad. Solo


necesitamos pasar la página. Solo necesitamos una

resolución o una meta más alcanzable. Solo tenemos que


amarnos más a nosotras mismas.

Estas mentiras son mortales.


Satanás ha diseñado el curso de este mundo y obra a

través de sacerdotes falsos que venden una seguridad falsa.


El supuesto evangelio de la prosperidad forma parte de este

esquema malvado, y le dice a las madres que Jesús les dará


un súper conocimiento para criar a sus hijos, una súper

capacidad para servir, y el súper poder de volar en círculos


alrededor de todas las pobres madres que están perdidas.

Estos charlatanes dirían: “Toda la gloria sea dada a Jesús,


quien quiere ser el viento debajo de tu capa de Súper
Mamá!”

Amigas, no compren esas mentiras—son un montón de


tonterías súper heréticas. Tenemos un Sumo Sacerdote que

está sentado a la diestra del trono de la Majestad en los


cielos, un ministro en los lugares santos, en el verdadero

tabernáculo creado por el Señor, no por el hombre. El


supuesto evangelio de la prosperidad quiere que busques a
Dios para que Él “arregle” tus debilidades maternales, de

manera que descuides tu necesidad más profunda y más


urgente: la expiación por tus pecados. Puede parecer que
estás siendo salvada cuando prosperas materialmente y

como madre. Puede parecer que otras mujeres se salvan


cuando prosperan económicamente, cuando están

saludables, o educan bien a sus hijos. Pero Jesús no es una


máquina expendedora que te da todo lo que tu corazón

quiera. Jesús es el Sacerdote que te da la expiación que tu


alma necesita. Huye lo más rápido que puedas de los falsos

maestros que quieren venderte un dios que existe para tu


gloria maternal.

Claro que podemos sentirnos bien al final de un día


productivo, en el que se ataron todos los cabos sueltos y

servimos hasta más no poder. Pero nos gloriamos sobre


todo en el hecho de que Jesucristo hizo expiación por

nuestros pecados, fue exaltado a la diestra de Dios, y se


sentó en el trono. Los seres celestiales caen postrados en la

sala del trono del cielo, pero el Hijo del Hombre se sienta.
Nuestro Sumo Sacerdote es el Rey exaltado del universo.
¿Qué madre quiere coronarse a sí misma como “suficiente”
cuando tiene a Cristo? Nosotras no. Queremos que el poder

de Cristo se perfeccione en madres débiles como nosotras.


Así que gloriémonos gustosamente en nuestras debilidades,

para que el poder de Cristo more en nosotras (2Co  12:9).


(Nota que nos gloriamos en nuestras debilidades, no en

nuestros pecados.) El rey Saúl sobresalió muy por encima


del resto de Israel, pero le faltaba una cosa—y por eso cayó.

No tenía un corazón para Dios. Podemos estar muy por


debajo del resto del mundo en cuanto a las cosas que otros

estiman, como el poder, el privilegio, la fertilidad y la


belleza, pero nuestros corazones son para Dios. Una y otra

vez, el testimonio de la Escritura demuestra que incluso un


corazón para Dios es un don de la gracia. Es por esto que el
credo de la madre misional es: “La gloria, Señor, no es para
nosotros; no es para nosotros sino para Tu nombre, por

causa de Tu amor y Tu verdad” (Sal 115:1).

Ofreciendo sacrificios sacerdotales como madres por

causa de Jesús
El punto de Hebreos 7 es que tenemos un Sumo Sacerdote
que hace expiación por nuestros pecados y hace que

nuestros sacrificios sean aceptables ante un Dios santo.


Jesús ha hecho, y está haciendo, lo que solo Él puede hacer.
Su sacerdocio no se obtuvo a través de “un requisito legal
respecto a linaje humano, sino conforme al poder de una
vida indestructible” (Heb  7:16). Debido a que Él resucitó,

Jesús es nuestro Sacerdote por siempre. Él no le da un


empujoncito a las madres para que luego ya vayamos solas
por el resto del camino, hasta llegar al final de una larga
temporada o hasta la resolución de una relación tensa o

hasta completar una tarea difícil o hasta el final de una


labor dolorosa. Todo nuestro trabajo maternal debe hacerse
a través de Jesús, quien hace que sea santo y agradable
ante Dios en virtud de la sangre del Cordero perfecto de

Dios.
Cuando se acerca el Día de las Madres (el cual yo
celebro tres veces aquí en el Medio Oriente—el Día de las
Madres árabe, el Día de las Madres británico, y el Día de las

Madres americano), oímos hablar mucho acerca de los


sacrificios que hacen las madres. Incluso el mundo reconoce
que las mujeres hacen sacrificios por el bien de los demás, y
celebra la virtud que hay en esto. Y yo digo: “¡Amén!”

Aprecio las dulces tarjetas y los regalos que me hacen mis


hijos, y admiro el profundo valor teológico que hay en
honrar a alguien que cuida vidas ante la muerte. (¡Díselo
casualmente a tus amigas no creyentes cuando se acerque

el próximo Día de las Madres en tu país!)


Sin embargo, independientemente del día, el sacerdocio
de Jesús nos da un paradigma para que la forma en que
veamos nuestros sacrificios maternales sea claramente

cristiana. Si queremos que nuestro sacerdocio y nuestro


reino maternal sean aceptables ante un Dios santo, Jesús
debe ser nuestro Sumo Sacerdote. No nos atrevemos a
acercarnos a la presencia de Dios sin estar cubiertas por la
sangre del Cordero. Es por esta razón que las mujeres

cristianas tienen un gran motivo para regocijarse: las


mujeres que están participando en la nueva creación a
través del nuevo nacimiento, por las misericordias de Dios,
ahora están presentando sus cuerpos como sacrificios vivos

y santos, aceptables a Dios,  que es su culto racional


(Ro  12:1). A través de nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo,
nuestras buenas obras son agradables a nuestro Padre. Él

está complacido con Su Hijo, y gracias al ministerio


sacerdotal de Su Hijo, Él está muy complacido con nosotras.
Nuestro Padre confirmó el ministerio sacerdotal de Jesús con
un juramento:

El Señor ha jurado y no cambiará de parecer:

“Tú eres sacerdote para siempre,


según el orden de Melquisedec”
(Sal 110:4; cf. Heb 7:21).

Las mamás confían en la suprema suficiencia del sacrificio


de Cristo. Cristo es el que entró una sola vez en el

santuario, no por medio de la sangre de machos cabríos ni


de becerros, sino por medio de Su propia sangre,
obteniendo redención eterna para todos los que confían en
Él. Su ministerio a nuestro favor no es apenas o meramente

suficiente, sino que es algo mucho mayor:

La sangre de machos cabríos y de toros, y las


cenizas de una novilla rociadas sobre personas
impuras, las santifican de modo que quedan limpias
por fuera. Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de

Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció


sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de
las obras que conducen a la muerte, a fin de que
sirvamos al Dios viviente! (Heb 9:13-14).

Cuando se trata del trabajo que hacemos para el Señor, no

tenemos por qué dudar y hacer algo “por si acaso”, ni


pensar que “hacemos hasta donde podemos”. La
confirmación de Dios en cuanto al sacerdocio de Cristo hace
que Jesús sea el garante de un mejor pacto. Su sacerdocio

es permanente, porque continúa por siempre. De modo que


Él es capaz de salvar a todos los que se acercan a Dios a
través de Él, ya que Él vive por siempre para interceder por
ellos (Heb  7:22-25). Nuestra eternidad está asegurada en

esas manos que fueron atravesadas por clavos, así que


cualquier sacrificio que hagamos en nuestra maternidad no
es para añadirle algo al Suyo. Es para profundizar nuestro
gozo en Su obra, la cual es suficiente.

Hace unas horas, era una mamá gruñona con hijos


gruñones, y estaba muy consciente del hecho de que todos
somos pecadores. Pero Dios, en Su gran misericordia, envió

a unas cuantas personas a nuestra puerta para interrumpir


nuestras palabras groseras y nuestros corazones codiciosos.
Pero incluso antes de que vinieran a la puerta, el Espíritu
Santo ya estaba ayudándome a entender todo nuestro

pecado.
Entiendo que estoy empezando a participar de la vida
de resurrección que Jesús compró para mí con Su sangre. La
conciencia que tengo de mi pecado (incluso en este ejemplo

mundano, que algunos dirían que “no es la gran cosa”) está


acompañada por un verdadero arrepentimiento, que en vez
de llevarme a decir: “Qué pena, lo haré mejor esta noche”
para justificarme, me lleva a confesar: “Ay, Jesús, solo Tú

haces todo bien”. Estoy de acuerdo con el estándar de la


perfecta santidad de Dios y confieso con mi boca: “No soy
suficiente. Ni cerca. Perdóname”. Y estoy de acuerdo en que
la propiciación por mis pecados se llevó a cabo por el mismo

Dios cuando entregó a Su único Hijo en la cruz. “Sí, Padre,


solo Cristo puede pagar mi deuda. Estoy confiando en Él”.
Me aparto del pecado que Jesús canceló en la cruz, donde
ofreció una vez y para siempre ese sacrificio por los
pecados. Ya el pecado no tiene poder sobre mí. Puedo ver
que Jesús es más dulce que mi pecado. El canto de la sirena
del pecado es ahogado por el grito de Jesús en la cruz:
“¡Consumado es!” Verlo en esa cruz me ayuda a entender

que el perdón de mis pecados no trata mayormente acerca


de mí. El punto es la gloria de Jesús, que Su nombre sea
conocido en toda la tierra. Cuando sea levantado, atraerá a
todos hacia sí mismo (Jn  12:32). Con los ojos de la fe, veo

que Jesús está sentado en el trono celestial, mientras que


Sus enemigos están siendo puestos por estrado de Sus pies.
Por esa ofrenda única de Su cuerpo en la cruz, ha hecho
perfectos para siempre a los que está santificando
(Heb  10:12-14). Hay muchos de esos que Él está

santificando que todavía andan por ahí, esperando ver a


Cristo levantado. ¿Quién va a mostrárselo? Si tu lucha con la
impaciencia es como la mía, entonces es probable que
frecuentemente tengas la oportunidad de mostrarle a tus

hijos en particular la forma en que alguien se gloría en la


obra terminada de Cristo en la cruz, confesando tu pecado
de impaciencia y arrepintiéndote del mismo frente a ellos.
Todas queremos ver al Señor y vivir, por lo que hay que
buscar “la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie
verá al Señor” (Heb  12:14). La santidad que Dios requiere
está en Cristo, nuestro Sumo Sacerdote. ¡Y Cristo es

nuestro! Por Su gracia, nos ocupamos en nuestra propia


salvación con temor y temblor, porque Dios es el que
produce en nosotras tanto el querer como el hacer para que
se cumpla Su buena voluntad (Fil  2:12-13). Durante todo

este peregrinaje terrenal hacia nuestro hogar en los cielos


nuevos y tierra nueva, nuestro Rey y Sacerdote estará
guiándonos hasta el final del camino. Nuestro Rey y
Sacerdote se complace en obrar en nosotras y a través de

nosotras, a medida que servimos a nuestros esposos, hijos,


iglesia, amigos y vecinos.

El reino misional de sacerdotisas que reinan para


Jesús
Decimos mucho “nosotros” en la iglesia, ¿no es así?
Hablamos en plural porque nuestra Biblia nos dice que

somos un pueblo. Necesitamos entrenar nuestras mentes


para siempre pensar en nosotras mismas como parte del
pueblo de Dios, especialmente debido a la influencia del
individualismo occidental en nuestras culturas. Cuando
hablábamos de Ezequías y de lo que hizo por Israel al

consagrarlos para la Pascua, leímos en 1  Pedro  2:5 que


Jesús nos ha convertido en un reino de sacerdotes y
sacerdotisas. Lo hizo para llevar a cabo el plan de Dios de
que los portadores de Su imagen fuesen sacerdotes y
sacerdotisas para Él. Pero, ¿con qué fin? En muchas

religiones del mundo, vemos que los sacerdotes son un


mero espectáculo o una figura ceremonial. ¿Qué debemos
hacer como sacerdotisas de Dios en el mundo? Unos
versículos más abajo, vemos la razón por la que hemos sido

apartadas:

Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio,


nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para
que proclamen las obras maravillosas de Aquel que

los llamó de las tinieblas a Su luz admirable


(1P 2:9).

Nuestros pecados tenían que ser expiados para que Jesús,


nuestro Rey y Sacerdote, pudiera hacer de la iglesia un
reino de sacerdotes y sacerdotisas para nuestro Dios, y así
reinar en la tierra nueva (Ap 5:10). Su ministerio sacerdotal
a nuestro favor es misional, y el ministerio sacerdotal que Él

nos ha encomendado también es misional. También vemos


que Él nos dio este ministerio a nosotros como cuerpo—
como creyentes, todos somos una raza, un sacerdocio, una
nación y un pueblo.

Mientras escribo este libro, el Estado Islámico (Daesh)


está convocando a todos los que se identifican con su
ideología malvada para que vengan a vivir en la tierra que
ellos han declarado como suya. La idea es la siguiente: ser

fiel es vivir donde viven los fieles. En el Nuevo Testamento,


tenemos un modelo completamente diferente en cuanto a
reunirnos se refiere. En Hebreos 12:22-24 vemos dónde han
ido todos los que se identifican con Jesús—no a un país

terrenal o a un partido político, ni a una escuela o empresa


o edificio—sino a Jesucristo mismo.

Por el contrario, ustedes se han acercado al monte


Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios
viviente. Se han acercado a millares y millares de
ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los
primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado a

Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos


que han llegado a la perfección; a Jesús, el
mediador de un nuevo pacto; y a la sangre rociada,
que habla con más fuerza que la de Abel.

Si estás en Cristo, que es el primogénito de entre los

muertos, entonces perteneces a la iglesia de los


primogénitos. Es por eso que nos reunimos con un cuerpo
local de creyentes—nos reunimos con Cristo mismo. Cuando
Dios te resucitó con Cristo, te hizo sentar con Él en las

regiones celestiales (Ef  2:6). Entendemos que en última


instancia, “la Jerusalén celestial… es nuestra madre”
(Ga  4:26). Ser fiel es vivir en Cristo, el único que es
verdaderamente fiel, y seguirle. ¿Hacia dónde va? El salió

del campamento para ser el mediador de Su nuevo pacto y


rociar Su sangre sobre el resto de los primogénitos que
están inscritos en los cielos, pero que aún no han venido a
Él. Entonces, ¿dónde deberíamos nosotros ir como iglesia?
Tenemos que ir donde Él fue:
Por eso también Jesús, para santificar al pueblo
mediante Su propia sangre, sufrió fuera de la puerta

de la ciudad. Por lo tanto, salgamos a Su encuentro


fuera del campamento, llevando la deshonra que Él
llevó, pues aquí no tenemos una ciudad
permanente, sino que buscamos la ciudad venidera.

Así que ofrezcamos continuamente a Dios, por


medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de los labios que confiesan Su
nombre. No se olviden de hacer el bien y de

compartir con otros lo que tienen, porque esos son


los sacrificios que agradan a Dios (Heb 13:12–16).

Jesús invita a Sus seguidores a unirse a Él, fuera del


campamento, a dispersarse por Su mundo, para extender
Su reino al sufrir con Él. Tal vez has escuchado algunas

oraciones en las que se le pide a Dios que “vaya delante de


nosotras” en nuestra labor ministerial de cada día. Amigas,
¡Él ya lo ha hecho! Sigámosle. Juntas, vayamos hacia la sala
de estar a cuidar de ese niño, hacia la mujer que está en la

oficina de al lado, hacia el otro lado de la cafetería, hacia la


fiesta donde la gente adora lo que puede ver, hacia los

refugiados que comen en el albergue donde sirven los


platos favoritos de su país, y hacia los de Sebuyau en
Malasia. Y cuando estemos entre ellos, ofrezcamos un
sacrificio de alabanza a Dios por medio de Cristo. Esos son
los sacrificios que agradan a Dios.

Cuando las madres con una misión se reúnen para

orar
La oración ha sido la magnífica obra de los sacerdotes de
Dios desde que Él los apartó del resto de Su nación elegida,
Israel. Nosotras, como judías y gentiles que han creído en
Jesucristo, ahora somos esa nación santa por causa de la

persona y la obra del Mesías. Sin embargo, el significado es


mucho más profundo de lo que parece a simple vista. La
oración es una de esas cosas que tendemos a asumir.
Recibimos una carta con peticiones de oración y pensamos:

“Ah, sí. Claro que voy a orar. Pero, ¿qué puedo hacer?” Si
eso es una lucha para ti, entonces quiero compartir algo
contigo para animarte. La oración es algo que Dios ha
ordenado y que Su Espíritu Santo, la tercera persona de la
Trinidad que habita en los creyentes, facilita. Es natural que

veamos una oportunidad de servir y nos preguntemos:


“Señor, pero ¿cómo?” Es sobrenatural que pienses en todas
las formas en que tienes que servir a diario, y digas: “Señor,
contigo todo es posible. Incluso ahora”. Por medio de Jesús

somos intercesoras sacerdotales.


Nunca podríamos enfatizar demasiado la importancia de

la oración, porque Dios manda a Su pueblo a orar. La

oración es el medio que Dios ha escogido para llevar a cabo


Su obra en el mundo. Con solo unos pocos clics en la página

web del Proyecto Josué o en tus noticias de Facebook, verás

que tenemos una enorme labor por hacer con respecto a la


Gran Comisión. El discipulado de las naciones es una

hazaña imposible sin la fuerza y el poder de Dios. Sin


embargo, nuestra debilidad no debe llevarnos a tirar la

toalla. Deberíamos verlo como una tremenda oportunidad

para que Dios muestre Su poder a través de vasos frágiles


como nosotras. Y esto nos lleva a la oración.

Dios se complace en responder nuestras oraciones


cuando son guiadas por el Espíritu y están llenas de fe, y

envía Sus recursos en abundancia para que se lleve a cabo


Su ministerio. Juan Calvino decía que la oración es “el

ejercicio principal de la fe”.27 Con los ojos de la fe, vemos

que Dios es capaz. Él está dispuesto, así que le creemos y


oramos. Lo contrario, la falta de oración, es una expresión

de nuestra falta de fe en que Dios es capaz o que está


dispuesto. Hemos visto cómo toda la Escritura da testimonio

de la soberanía absoluta de Dios, y creemos eso igual que

creemos otras verdades, tales como: “No tienen, porque no


piden” (Stg  4:2). Así que le creemos a Dios, y oramos. Le

pedimos a Dios que haga cosas que solo serían posibles por
Su voluntad soberana y Su poder. Los discípulos se

acercaron a Jesús y le rogaron: “Señor, enséñanos a

multiplicar panes y peces”. No, ellos dijeron: “Señor,


enséñanos a orar”. Si no sabemos qué pedir (y ninguna de

nosotras realmente sabe), entonces podemos abrir Su

Palabra y pedirle que Su voluntad sea hecha en la tierra


como se hace en el cielo. Animarnos las unas a las otras a

orar no es legalismo; para nosotras, orar debería ser como


respirar.

Oramos más cuando realmente creemos en la soberanía

de Dios. Escucha cómo Martyn Lloyd-Jones anima a los


predicadores a orar. Está hablando con predicadores, pero
las madres también pueden ser edificadas por sus palabras:

Siempre responde a cada impulso que tengas de

orar… ¿De dónde viene? Es la obra del Espíritu


Santo (Fil 2:12-13). Esto suele conducir a algunas de

las experiencias más extraordinarias en la vida de


un ministro. Así que nunca te resistas, no lo

pospongas, no lo ignores porque estás ocupado.

Entrégate, cede a ese impulso; y no solo te darás


cuenta de que no has estado perdiendo el tiempo

con respecto al asunto con que estás lidiando, sino

que en realidad te fue de gran ayuda para el


mismo… Tal llamado a la oración nunca debe ser

considerado como una distracción; siempre


responde a él inmediatamente, y dale gracias a Dios

si te pasa con frecuencia.28

Dios se deleita tanto en las oraciones de Su pueblo, que nos


da muchas ilustraciones para que podamos entender esto

mejor. Recuerda que Él ordenó que en el tabernáculo

hubiera un altar para quemar incienso (Ex  30:1). Y el


salmista le pide a Dios que al aceptar su incienso, acepte

también sus oraciones:

“Que suba a Tu presencia mi plegaria


como una ofrenda de incienso;

que hacia Ti se eleven mis manos


como un sacrificio vespertino” (Sal 141:2).

Jesús es “el testigo fiel, el primogénito de la resurrección, el

soberano de los reyes de la tierra” (Ap  1:5). Él nos ama y


nos ha liberado de nuestros pecados por medio de Su

sangre, e hizo de nosotras un reino de sacerdotisas para Su


Dios y Padre. ¡Y Él viene con las nubes! Todo ojo le verá,

incluso los que le traspasaron, y todos los pueblos de la

tierra harán lamentación por causa de Él (vv 6-7). La visión


apocalíptica de Jesús que describió el apóstol Juan, cuando

le escribió a las iglesias, es de tremenda importancia

teológica. En Su vida de resurrección, en el cielo, Jesús


sigue siendo un hombre— y está “vestido con una túnica

que le llegaba hasta los pies y ceñido con una banda de oro
a la altura del pecho” (Ap 1:13). Esas son las vestiduras del

sumo sacerdote. Este es Jesucristo, nuestro Sumo


Sacerdote, cuyo sacrificio en la cruz expió nuestros pecados

y cuya sangre purifica los sacrificio vivos que le ofrecemos a


Dios.

La oración es el mayor privilegio de la maternidad


misional. Ora por la iglesia mundial, por la iglesia en tu país,

y la iglesia en tu ciudad. Ora por ti y por tu familia. Ora

regularmente con otras mujeres y no te aísles de la


bendición que Dios derrama por medio de la oración

colectiva. Oramos porque Dios nos hizo para que fuéramos

sacerdotisas para Él.


“Mantén la calma y ora” es más como: “Ora, y luego

hazte a un lado para que veas al Dios todopoderoso enviar


Su fuego del cielo y sacudir los cimientos de la tierra”. Mira

lo que Dios hará con las súplicas de madres que han orado y

que oran en todo el mundo:

Se acercó otro ángel y se puso de pie frente al altar.

Tenía un incensario de oro, y se le entregó mucho


incienso para ofrecerlo, junto con las oraciones de

todo el pueblo de Dios, sobre el altar de oro que

está delante del trono.  Y junto con esas oraciones,


subió el humo del incienso desde la mano del ángel

hasta la presencia de Dios.  Luego el ángel tomó el

incensario y lo llenó con brasas del altar, las cuales


arrojó sobre la tierra; y se produjeron truenos,

estruendos, relámpagos y un terremoto (Ap  8:3-5;

ver Ap 5:8).

Hoy en día, las misiones son básicamente fruto de la

oración. Y en aquel día en que todas las oraciones


ordenadas se hayan orado, Dios le pondrá fin al mundo que

conocemos. Su voluntad se hará en la tierra como en el

cielo.
Nuestra maternidad sacerdotal, misional y colectiva

debe ser puesta en práctica para con todos y en cualquier


lugar al que Jesús nos envíe. Jesús está teniendo

misericordia de tus hijos, ya que Él permitió que tuvieran

una sacerdotisa en la habitación de al lado, cuyas oraciones


suben como incienso delante de Él cuando te acercas

confiadamente al trono de la gracia e intercedes por las

almas de tus hijos. Jesús está teniendo misericordia de tus


vecinos y de tus compañeros de trabajo. Él está teniendo
misericordia de tu vecindario. El favor del Señor y Su

misericordia se están extendiendo cada vez más a personas


en todo el mundo, porque Él pagó el precio de nuestro

sacerdocio terrenal.
11

Cristo, el Rey de toda madre

Hombres ciegos seguían a Jesús y gritaban en medio de su

oscuridad: “¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!”

(Mt  9:27). Cuando Jesús se retiró de las multitudes a la


región de Tiro y Sidón, una mujer cananea vino corriendo

hacia Él, clamando: “¡Señor, Hijo de David, ten compasión

de mí! Mi hija sufre terriblemente por estar endemoniada”


(Mt  15:22). Plebeyos cortaban ramas de los árboles y las

tendían junto con sus mantos sobre el camino para recibir a

Jesús en Jerusalén, gritando: “¡Hosanna al Hijo de David!

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en

las alturas!” (Mt  21:9). Niños pequeños clamaban y


chillaban de alegría en el templo: “¡Hosanna al Hijo de

David!” (Mt 21:15). ¡Ha llegado la misericordia! ¡Ha llegado

la salvación! Son las personas simples y sencillas las que,

simple y sencillamente, reconocen al Rey.

Sí, Natanael, algo bueno salió de Nazaret (Jn 1:46). Él es


Jesús, el nazareno, que es también el verdadero nazareo

(Nm  6:2), apartado para Dios y totalmente comprometido

con Él en todos los sentidos. Y Él es Dios, de quien “son el

consejo y el entendimiento” (Job  12:13). Jesús es el retoño

prometido del tronco de Isaí, el vástago que florece y que ha


sido ungido por el Espíritu Santo de sabiduría,

entendimiento, consejo, poder, conocimiento y de temor del

Señor (Is 11:1-2).

Y si el Rey está aquí, entonces el reino de Dios ha

llegado. Cuando el Rey Jesús se levantó de entre los

muertos, victorioso sobre el pecado y la muerte, anunció

que se le había dado “toda autoridad en el cielo y en la


tierra” (Mt  28:18). Este mensaje fue anunciado por Sus

discípulos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y llegará

hasta los confines de la tierra. Sin excepción, no hay

guardería, ni barrio, ni estación de tren, ni consultorio


médico, ni género, ni tribu que esté fuera del alcance del

Hijo de David. Pedro le llevó el evangelio al centurión

italiano Cornelio, porque “Dios no hace acepción de

personas”, y le compartió a este soldado que “Dios ungió a

Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder”

(Hch 10:34, 38 RVC). Jesús es el Rey de todas las personas


en todas partes y en todos los tiempos. El llamado y el

mensaje de la maternidad misional son los mismos que

anunciaba Pedro:

Él nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne


testimonio de que ha sido nombrado por Dios como

juez de vivos y muertos. De Él dan testimonio todos

los profetas, que todo el que cree en Él recibe, por

medio de Su nombre, el perdón de los pecados

(Hch 10:42-43).

Como súbditas leales del Rey, Aquel que juzgará a los vivos

y a los muertos, ¿cómo hemos de cuidar de nuestros hijos,

discipular a otras mujeres, y alcanzar a las naciones?

Queremos ser súbditas fieles de nuestro Rey porque Él es

digno de recibir nuestra adoración. Este capítulo trata sobre


cómo la realeza de Cristo afecta la forma en que vemos

nuestro llamado como mujeres que cuidan vidas ante la

muerte.

La realeza eterna de Cristo tiene todo que ver con


nuestra maternidad hoy en día

La eternidad nos recuerda que nuestra vida aquí es

temporal. La maternidad misional no es solo para mujeres

que han dado a luz a través de sus cuerpos, o para aquellas

que han adoptado niños que otras dieron a luz. La

maternidad a la que toda mujer cristiana está llamada

consiste en hacer discípulos de todas las naciones. Todas

debemos trabajar en esto, en oración y con la expectativa

de que Dios, en Su misericordia, le conceda a nuestros

discípulos el nuevo nacimiento en Cristo. Puesto que Jesús

es digno de recibir la adoración de los portadores de Su

imagen que Él ha creado, todo ser humano es digno de

nuestra labor y cuidado en esta tarea del discipulado. En

este sentido, no puede haber una mujer cristiana que diga

que no puede tener hijos. Nuestro deber es transmitir el

evangelio a la próxima generación de adoradores, los cuales


transmitirán el evangelio a la siguiente generación, y así

sucesivamente. El objetivo de nuestro maternidad es

proclamar las buenas nuevas a la próxima generación, “a un

pueblo que aún no ha nacido” (Sal  22:31). Transmitimos el

evangelio, porque sabemos que es lo único que le dará a

nuestros hijos la fuerza y la motivación para entregar sus

propias vidas al hacer discípulos.

En teoría, afirmamos que vale la pena entregar nuestras

vidas por esta misión. En la vida real, si me preguntan si

vale la pena intercambiar mi lujosa comodidad, no


respondería tan rápido. En estos momentos, no estoy tan

segura de que estoy de acuerdo con Pablo en que “el vivir

es Cristo y el morir es ganancia” (Fil  1:21). Pero, ¿y si las

madres realmente creyéramos que todas y cada una de las

veces que morimos a nosotras mismas por la causa de

Cristo es ganancia? ¿Cómo cambiaría la forma en que

pastoreamos a nuestros hijos y a otras mujeres? A pesar de

que le estaba hablando a los cristianos de América, las

palabras de David Platt son aplicables a cada creyente que

se sienta tentado a vivir para el mundo:


Tú y yo estamos en la antesala de la eternidad.

Pronto ambos estaremos de pie ante Dios para dar

cuenta de nuestra gestión del tiempo, de nuestros

recursos, de nuestros dones, y en última instancia,

del evangelio que se nos ha confiado. Cuando llegue

ese día, estoy convencido de que no estaremos

deseando habernos dedicado más a vivir “el Sueño

Americano”.29

Si vivimos a la luz de la eternidad y abrazamos la muerte de

Cristo como ganancia, nuestras vidas van a cambiar. Uno de

los cambios que predigo es que desaparecerá el síndrome

de la mamá helicóptero. La mamá helicóptero es aquella

que vuela sobre los demás con la intención de controlarlos a


ellos y/o a las circunstancias que les rodean. Probablemente

has escuchado el término “mamá helicóptero” en lo que

respecta a cómo algunas madres tienden a controlar

obsesivamente a sus hijos. Los psicólogos infantiles en

Occidente han estado documentando esto como una

tendencia social y publicando sus opiniones en artículos en

línea. A veces, los pronósticos que publican de niños que se


crían de esta manera son bastante preocupantes:

depresión, ansiedad, bajo rendimiento en la escuela, y

problemas financieros. En su artículo “Crianza helicóptero—

es peor de lo que piensas”, Hara Estroff Marano expresa su

preocupación por el aumento en la cantidad de padres

helicóptero, diciendo que “la independencia dio un gran

salto hacia atrás”.30 Ella razona que si eliminamos los

riesgos para nuestros hijos, “impediremos que sean


autosuficientes”. Marano, una psicóloga, cree que el estado

de la crianza hoy en día es “peor de lo que pensamos”.


Ninguna mujer quiere estas cosas para sus hijos o para las

personas de las que está cuidando.


He escuchado a padres cristianos diciendo que detestan

esa tendencia, pero tenemos que reconocer un problema


que es incluso peor que esa pérdida de independencia de la

que Marano y otros se lamentan. La mayor preocupación en


cuanto a la crianza helicóptero no es que los niños no

aprenderán a ser independientes, sino que, sin darnos


cuenta, estaremos enseñándoles que no podemos confiar
en la fidelidad de Dios. Debido a que nos hemos creído el

cuento de que las mejores cosas en la vida son la salud, la


juventud, la seguridad financiera y la autoconfianza,
transmitimos ese mismo mensaje de manera subliminal en

nuestra crianza. Al criar a nuestros hijos, hacemos todo “lo


que podemos” para conseguir y mantener esas cosas tanto

para nosotros como para ellos. La consecuencia principal de


esta crianza obsesiva es simplemente que si no vivimos la

verdad de la gran historia, no seremos capaces de


transmitir esa gran historia. ¿Qué le estamos transmitiendo
subconscientemente a nuestros hijos acerca de Dios, de sí

mismos, y del llamado a difundir Su gloria por todos los


rincones de la tierra? Puede que a nuestros discípulos les

parezca que Dios, que es tan grande, tan fuerte y potente,


realmente no es muy diferente a nosotros. Dios no es

poderoso para salvar; Mami lo es.


¿Corremos el peligro de preocuparnos tanto con la

eliminación de riesgos en el mundo de nuestros hijos que


incluso nos olvidamos de animarles a asumir riesgos por el

evangelio? Por ahora, olvidemos eso de que si debemos o


no dejar que un niño se suba al tobogán más alto, se coma

un cereal con colorantes artificiales, o cruce la calle. Piensa


en la decisión de cambiar de cultura para el avance del
evangelio. ¿Estamos criando a nuestros hijos de tal manera
que un día ellos puedan decir con convicción: “Creo que

Jesús me llama a seguirlo en [llena el espacio: un lugar


difícil, un ministerio arriesgado, una universidad con menos

prestigio para poder estar cerca de una iglesia local, etc.]?”


¿Vamos a celebrar la bondad de Dios por haber guiado a

nuestros hijos a tomar riesgos y hacer sacrificios por Su


misión, para difundir Su gloria sobre la faz de la tierra? ¿O

vamos a responder con la objeción común que muchos


jóvenes escuchan de sus padres hoy: “¿Y qué va a pasar con

todo lo que hemos invertido en ti? ¿Vas a desperdiciarlo?”


Tenemos que entender que nuestra obsesión con la

seguridad no es lo que más debe preocuparnos con


respecto a la crianza helicóptero; es la intolerancia al riesgo.

Cuando invertimos cantidades poco saludables de energía


en entrenar a nuestros hijos y discípulos para que tengan
miedo, van a adoptar de manera inconsciente ese concepto

tan pobre que tenemos de Dios. La mentalidad viene


siendo: “Si Dios no está a nuestro favor, entonces nosotros

tenemos que estar a nuestro favor”. Cuando analizamos


nuestra obsesión con la seguridad, podemos ver que no es
coherente con la sabiduría de Dios, sino que es una

estrategia demoníaca para obstaculizar la misión de Dios.


Mi amigo Tim Keesee estaba hablando del terror y la

paranoia que había en la China durante el gobierno de Mao,


pero sus palabras también son muy acertadas con respecto

a este tema en particular: “El terror sin límites es la mejor


manera de controlar a la mayor cantidad de personas,
desde la cuna hasta la tumba”.31 ¿Quién está gobernando

sobre nuestra forma de pensar acerca de la maternidad?


¿Es el Rey Jesús o algún impostor?

Si nuestro objetivo como mayordomas de lo que Dios


nos ha dado es conseguir lo más que podamos del Sueño

Americano, ya sea para nosotras o para nuestros hijos,


estamos traicionando a nuestro Rey y viviendo como si Su

reino no tuviera valor alguno. Me estoy diciendo esas duras


palabras a mí misma también—precisamente ahora que mi

familia se está preparando para visitar los Estados Unidos


por tres semanas, y no puedo dejar de pensar en todo lo

que me podré comer y comprar. Necesitamos renovar


continuamente nuestra mente con la Palabra de Dios y

recordar Su historia. De lo contrario, vamos a caer


inconscientemente en este tipo de crianza, que está muy

vinculada al supuesto evangelio de la prosperidad, que dice


que nuestra mejor vida debe ser ahora. Cientos de padres

cristianos se ponen de pie frente a sus congregaciones cada


semana y dedican sus hijos al Señor. Llenos de esperanza y

expectativas, afirmamos que los hijos son un regalo del


Señor. Pero, me pregunto, ¿cuál es exactamente la

naturaleza de nuestra inversión? ¿Realmente a cuál reino


fue que dedicamos nuestros hijos?

La realeza de Jesucristo y Su autoridad sobre todas las


cosas en el cielo y en la tierra es un dulce aliento para el

corazón de esta madre. Mi prioridad no debe ser someterme


a las reglas y normas maternales de la cultura en que vivo.

Necesito tener una visión renovada de quién reina sobre


nuestra familia. Necesito ver a Jesús. ¿Es Jesús digno de
nuestra adoración cuando uno o varios de nosotros estamos

enfermos? ¿Vale la pena quedarme en un lugar donde las


atenciones de salud no sean tan buenas, con tal de poder

predicar el evangelio allí? Cuando pienso en la formación de


mis hijos, ¿primero reviso lo que dicen los blogueros o voy a

la Biblia? ¿Jesús es digno de que yo aguante las miradas de


reojo que recibo de personas a mi alrededor cuando
instruyo a mis hijos de una manera que le honra? ¿Estoy

más preocupada por la comida que comen mis hijos que por
lo que consumen sus almas? ¿Le enseño a mis hijos que el
éxito mundano debe ser su principal objetivo o que la

misión de Dios debe ser su razón de ser? ¿Creo que Jesús


está dispuesto a proteger y guiar nuestras vidas mientras

peregrinamos por este mundo lleno de incertidumbre y de


riesgos? ¿Le recuerdo a mis hijos, con mis palabras y mis

acciones, que Dios nos ama lo suficiente como para hacerse


cargo de todos los “¿y sí…?” en nuestro futuro? ¿Mis hijos

piensan que sirvo al dólar todopoderoso o al Dios


Todopoderoso? ¿Criamos a nuestros hijos con abnegación

radical, como si estuviéramos esperando una salvación que


no es de este mundo? Porque la estamos esperando.

La realeza de Jesús nos ayuda a ser realistas


En un sentido, la maternidad misional es verdaderamente

radical. Es radical porque el mundo no cree que Jesús es


digno de toda nuestra lealtad. Dirían que está bien quitarse

el sombrero ante Él y reconocer Su buena moral, pero


piensan que es una obscenidad que le adores con toda tu
vida como si fueras una especie de “sacrificio vivo”.

También se podría decir que este tipo de maternidad no es


radical, porque sencillamente se corresponde con la realidad

del reino de Cristo. La maternidad misional es nuestro


ministerio diario debido a la Pascua. Después de que Jesús

fue colgado en una cruz, ofreciéndose a Sí mismo de una


vez y por todas como el sacrificio perfecto por nuestros

pecados, Sus discípulos lo pusieron en una tumba prestada.


Al tercer día, la vida regresó a Su cuerpo. Sus pulmones se

llenaron de aire, Su corazón empezó a latir, y abrió Sus ojos.


La piedra fue quitada, y salió de la tumba. Jesús no morirá

nunca más. Él venció al pecado, a la muerte y a Satanás. Su


Padre le dio toda autoridad en el cielo y en la tierra, sin
excepción. Esa es la realidad.
Si vives a la luz de esta realidad, tu vida será

maravillosamente, hermosamente y pacíficamente


“auténtica”. En otras palabras, estará alineada con la
verdad. Pero como todavía vivimos en un mundo que está
lleno de pecado, Jesús sigue ocupado con los negocios de

Su Padre. Nada impedirá que Jesús haga lo que vino a hacer


—traer a todos los pródigos a casa, rescatar Sus ovejas
perdidas, y reinar sobre el universo con justicia, trayendo

shalom como nunca antes. Este Jesús es el que estuvo de


pie en la cima de una montaña y le dijo a Sus discípulos
desconcertados que ellos iban a hacer lo imposible, porque
Él tenía el derecho de pedirles que lo hicieran, y porque al
hacerlo, Él estaría con ellos:

Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: “Se me


ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por
tanto, vayan y hagan discípulos de todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y

del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a


obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y
les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta
el fin del mundo” (Mt 28: 18-20; ver Mr 13:10; 14:9;

Lc 22:44-49; Jn 20:21; Hch 1:8).

La Gran Comisión es la esencia de la maternidad misional.


Cada vez que miremos a nuestros hijos y a las mujeres que
estemos discipulando y a los vecinos que viven al otro lado
de la calle, tenemos que recordar que todos aquellos que
creen en el nombre de Jesús fueron elegidos en Él desde
antes de la fundación del mundo. Hacer discípulos de todas

las naciones es la expresión de una fe auténtica en Dios. Es


la antítesis de la corriente de este mundo, que dice que la
maternidad es uno de los tantos medios a través de los
cuales podemos conseguir lo que nos interese (dinero, cosas

materiales, reconocimiento, entre otros), aparte de que


debes mantenerte joven y saludable en el proceso. Cuando
discipulamos, tenemos la oportunidad de enseñarle a
nuestros hijos y a nuestras amigas a distinguir la verdadera

historia de las mentiras del mundo. No solo es una


oportunidad, sino que es nuestro deber. Si no nos
esforzamos en discipular a nuestros hijos, Satanás va a
encontrar a alguien que lo haga. Parte de la responsabilidad
de una madre es ayudar a sus hijos y a sus discípulos a

identificar las influencias culturales que les rodean y los


impulsos carnales dentro de ellos. Les mostramos una mejor
historia—la verdadera historia. La canción de la redención
en Cristo es más poderosa que cualquier canto de sirena

que el mundo tartamudee.


En nuestro discipulado, que puede ser en cualquier

momento y en cualquier lugar, desde la esquina de una


biblioteca hasta el suelo sucio de una choza, queremos que
la imaginación de nuestros discípulos esté empapada de la
Escritura. Al hacer esto, podremos ayudarnos a nosotras
mismas y a los demás a vivir a la luz de la verdad

reconfortante de que Jesús es el Rey que ascendió y que


ahora es exaltado, y que Él está llevando a cabo Su obra de
reunir todas las cosas en Sí mismo (Ef  1:10). ¿Cómo
hacemos esto? Mientras más nos sumerjamos en la historia

de Dios, de principio a fin, más aumentará nuestra


capacidad de identificar lo que es real y lo que no es real. Lo
que es real, por ejemplo, es el hecho de que el evangelio es
poder de Dios para la salvación. “A la verdad, no me

avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la


salvación de todos los que creen: de los judíos
primeramente, pero también de los gentiles” (Ro 1:16).
Sabemos, entonces, que lo que no es real es la

sospecha que a veces tenemos de que todo esto del


cristianismo es una farsa y que todo el mundo está “bien”
sin Jesús. Eso es una mentira que viene del mismo infierno.
No tenemos necesidad alguna de avergonzarnos de la

verdad. El evangelio es el medio que Dios ha escogido para


llevar a cabo la salvación. El evangelio es la pieza central de
nuestras relaciones con nuestros hijos, esposo, discípulos,
vecinos y extraños en la calle. Ninguna de nosotras está

“muy bien” sin Cristo. Todas somos criaturas necesitadas


que dependen de la gracia de Dios, y nuestra necesidad
más profunda es contemplar a nuestro Dios y vivir para
contarlo. Esta profunda necesidad solo la satisface el

evangelio. Ya sea que estemos en nuestros comedores, en


nuestros carros, en nuestros despachos, en el centro
comercial, o donde sea que se nos da la opción de servir a
un rey diferente, debemos esforzarnos por encauzar
nuestras conversaciones hacia el evangelio. El Hombre cuya

voz es tan fuerte como el estruendo de una catarata


(Ap  1:15) nos ha mandado a predicar Su evangelio con
valentía y sin temor. Toda la Escritura apunta hacia Jesús
porque todas las promesas de Dios se cumplirán en Él. Es

un verdadero gozo vivir en esa realidad.

El Rey Jesús ordena cada momento maternal en tu


vida

Hemos leído en la Palabra de Dios, y en este libro, que los


seres humanos somos portadores de la imagen de Dios. A
Adán y a Eva se les dio la tarea real de llenar la tierra con
más portadores de la imagen del único y verdadero Rey

(Gn  1:26-28). La vida después de la caída es un don de la


gracia, del cual nunca debemos presumir ni rechazar, así
que nos gozamos en Dios al ver que Él sigue dándole vida a
más y más portadores de Su imagen (incluso a aquellos que

nosotros los humanos calificaríamos como “accidentes”).


Recuerdo cuando entendí claramente la soberanía de Dios
durante los casi dos años que estuvimos intentando
concebir nuestro primer hijo. Cuando alguien me señaló un

simple dato biológico, que cada óvulo fertilizado es un ser


humano, lo vi clarísimo. Dios no había determinado que
naciera el hijo (o los hijos) que nosotros esperábamos
durante esos meses. Con todo y que estaba triste por el

vacío en mis brazos, y con razón, tenía una nueva paz en mi


corazón. Esa misma paz alentó mi corazón cuando
finalmente tuvimos una niña, y yo estaba segura de que
Dios había ordenado el nacimiento de esta niña (porque Él
no comete errores ni tiene accidentes). Esa misma paz
fortalece mi fe hoy, cuando la crianza de mis hijos se me
hace difícil. Todos los minutos y días y años de nuestras
vidas están contados por un Dios de amor que hace todo

bien. El Rey Jesús ordena que hayan hijos y discípulos y


madres en Su tiempo para Él glorificarse como a Él le
plazca. Esto debe llenarnos de una paz que sobrepasa todo
nuestro entendimiento terrenal.

Saber lo que dice la Escritura acerca de la realeza de


Jesús arroja luz sobre la forma en que vemos nuestro
tiempo. Esta es una de las ideas que nos ayuda a entender
cómo el concepto de la mayordomía tiene todo que ver con
nuestra sala de estar (y con nuestro escritorio). Casi

siempre vemos la eternidad como algo muy lejano e


intangible. (A menos que estés planchando camisas, ahí ya
se vuelve muy real.) Hoy, en este mismo momento, porque
Jesús es Rey, nuestra obsesión debería ser buscar primero el

reino de Cristo en todo lo que hagamos. Una muy buena


forma de renovar nuestro entendimiento para pensar de
esta manera es recordando que las personas tienen almas
eternas. Sabemos que muchos no lo ven de esta manera; en
Occidente se nos dice que las personas no tienen alma y
que solo son células, y en Oriente se nos dice que las
personas son almas (que podrían o no tener valor).
Debemos interactuar con todos, recordando, como dijo C. S.

Lewis en su ensayo “El peso de la gloria”, que “nunca has


hablado con un simple mortal”.32
La maternidad es misional porque ninguna mamá le ha
enseñado a un simple mortal acerca de cómo “las manos

son para ayudar y no para golpear a tu hermana”. Nunca


has limpiado puré de la cara de un simple mortal. Nunca has
orado por un simple mortal por teléfono mientras conduces
al trabajo. Nunca te has sentado al lado de un simple mortal

en un avión. Nunca has recibido una bolsa de comida para


llevar de un simple mortal. El hecho de que Cristo reine
sobre todas estas almas inmortales significa que nuestro
discipulado de las naciones es un verdadero gozo que debe

llenarnos de asombro. La inmortalidad suena como un tema


que solo discuten y debaten los cristianos maduros, pero
Jesús dice que para vivir para la eternidad necesitamos la fe
de un niño:
Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se
vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los
cielos (Mt 18:3).

Cuando miramos a nuestros hijos, al empleado de la

lavandería, y a la persona que sale en la foto de un artículo


sobre el tráfico sexual, tenemos que fijar los ojos de nuestro
corazón en la eternidad, “pues sabemos que Aquel que
resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros

con Él y nos llevará junto con ustedes a Su presencia”


(2Co  4:14). Queremos que el soberano Señor Jesús le
conceda misericordia a estas personas para que se
arrepientan de sus pecados y confíen en Él, y así resuciten

para vida eterna y no para condenación eterna en el


infierno. Oramos para que así sea. Tu hijo no solo es tu
bebé, sino que podría ser tu hermano o hermana en el
Señor. ¡Piénsalo! Tu hija, una hermanita. Tu hijo, un

hermanito. Cuando nuestros hijos ponen su fe en Cristo, son


adoptados en Jesús como coherederos junto con nosotros
(Ro  8:17). Esta es una identidad que trasciende las
relaciones terrenales. Si fuera verdad eso de ser
“simplemente una mamá”, entonces, claro, nuestro
propósito se podría resumir en cosas tales como
entrenamiento en control de esfínteres, lograr una infancia

libre de enfermedades, o ayudar a nuestros hijos


académicamente para que puedan ser estudiantes de honor
y “hagan una diferencia en la sociedad” algún día. Pero si la
salvación es del Señor (Sal  3:8), y lo es, entonces nuestra

maternidad es misional. Las madres somos las que


evangelizamos, pero el Señor es el que da la fe.33 Existimos
para apuntar a los demás hacia el Rey en todos nuestros
momentos maternales, mientras cuidamos vidas de acuerdo

al patrón de Cristo y nos aferramos a Sus promesas.

El regreso del Rey

Cada uno de nosotros existe para glorificar a Dios. Esto


incluye a cada individuo en la tierra, a nuestros propios hijos
(nacidos, no nacidos, y los que aún no se han concebido), y
a nuestros prójimos (desde los que viven en tu casa hasta

los que viven en la casa de al lado y en la casa que está al


otro lado del mundo). Todos estamos esperando el día en
que el Señor Jesucristo regrese a juzgar y reinar sobre el
universo. Este día se está acercando, ya sea que seamos
conscientes de ello o no. Nuestra mayordomía no trata

simplemente de una manera de pasar el tiempo hasta que


Jesús regrese; es nuestra preparación para recibir lo que Él
nos tiene preparado para cuando estemos reinando con Él
(Lc 19:11-27).
Solemos hablar del retorno del Rey, pero millones y

millones de personas ni siquiera han oído hablar de la


primera vez que Él vino. Somos nosotras las que tenemos
que contarle esta gran historia a nuestros hijos:

Dios creó el mundo y todo lo que en él hay, nuestros

primeros padres Adán y Eva pecaron en el jardín,


por lo que toda la humanidad cayó en pecado y toda
la creación fue maldita; luego Dios en Su
misericordia le dio Su ley a Israel para revelarles Su

santidad y apartar una pequeña familia para que


fueran Su pueblo escogido. Pero Israel no pudo
obedecer la ley y rechazó al Mesías que Dios envió
para rescatarlos. Sin embargo, niños, ¡escuchen!
Ahora el misterio del evangelio ha sido revelado:
Dios está llamando a todos los hombres y mujeres
de todas partes a que se arrepientan de sus

pecados y pongan su confianza en Su ungido, cuya


salvación es por Su gracia mediante la fe. Ahora
estamos en medio de esa historia, una historia que
se originó en el Dios trino y que ahora se está

desarrollando en el escenario de la historia. Estamos


en Su historia. El mandato amoroso a arrepentirnos
de nuestros pecados y amar a Dios con todo nuestro
corazón, alma, mente y fuerzas es para cada uno de

nosotros. ¿Qué haremos con nuestros pecados


contra Dios? ¿Qué haremos con Su invitación a
confiar en Cristo? ¿Qué haremos con nuestras vidas
ahora que sabemos esto?

La maternidad misional es un ministerio estratégico

diseñado por Dios para llamar a la gente a adorar al que


está sentado en el trono en el cielo. El que está sentado en
ese trono es santo. Cuando Juan estaba describiendo su
visión en Apocalipsis, dijo que en el trono de Dios había

“relámpagos y truenos;  y delante del trono ardían siete


antorchas de fuego,  que son los siete espíritus de Dios”

(Ap 4:5). Dios recibe alabanza continua incluso de criaturas


como esas que ninguna de nosotras ha visto jamás, y que
día y noche dicen sin cesar:

Santo, santo, santo, es el Señor Dios Todopoderoso,


que era y es y ha de venir! (Ap 4:8).

Tenemos que saber que la gloria de Dios está siendo


alabada y seguirá siendo alabada, y que nada va a
interrumpir Su alabanza. A nosotras nos interrumpen todo el
tiempo. ¡Todo el tiempo! Si tienes hijos pequeños en casa o

un teléfono en tu bolsillo, entonces sabes lo que se siente


cuando te interrumpen. Pero Dios nunca es interrumpido.
Ahora mismo Jesús está siendo adorado en el cielo, y dentro
de muy poco tiempo, nos encontraremos con Él.
Lanzaremos nuestras coronas delante de Él y le alabaremos,

diciendo:

Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria,


la honra y el poder, porque Tú creaste todas las
cosas; por Tu voluntad existen y fueron creadas

(Ap 4:11).

Por mucho que yo quiera escuchar a mis hijos alabando mis


increíbles habilidades maternales, prefiero que alaben a
Jesús. Necesitan alabar a Jesús, no a nosotras. Ellos tienen

un asiento en primera fila para ver y participar en la meta


de nuestra familia de no saber nada excepto a Jesucristo y a

este crucificado (1Co  2:2). Naturalmente, queremos que

ellos piensen que sus padres son maravillosos, pero lo que


necesitan saber en lo más profundo de su ser es que no hay

nadie más maravilloso que el Dios a quien adoramos.


Criamos a nuestros hijos a la vez que atesoramos a nuestro

perfecto Padre (Mt  5:48), quien promete guardarnos en

perfecta paz si nuestros pensamientos perseveran en Él


(Is  26:3). Afirmamos la verdad con nuestras palabras, sí. Y

adornamos el evangelio a través de nuestras reacciones a

las noticias, a las estadísticas y a los diálogos internos que


solemos tener cuando estamos ansiosas. Jesús es digno de

todo. Puesto que la salvación le pertenece al Señor


(Sal  3:8), dejaremos a nuestra familia en las manos
poderosas y compasivas de nuestro Rey, y lo haremos a la

luz de Su inminente regreso.


12

Cristo, la vida de resurrección


de toda madre

¡Jesús es capaz de darle vida en abundancia a todos los que

invoquen Su nombre en fe! Y todas las mujeres cristianas en

todo el mundo dijeron: “¡Amén!” Sin embargo, hoy es


jueves por la tarde, y los niños están rogándome que

bajemos al parque, pero afuera hace un calor insoportable,

y actualmente estamos en medio del mes de Ramadán, por


lo que no se les permite beber agua mientras estén fuera,

así que no tiene sentido ir a derretirnos en el parque. Aparte

de que papá ya casi viene a casa, y él va a querer pasar un


rato con los niños mientras desciframos qué vamos a cenar,

y el lente de contacto me está molestando desde hace rato,

así que probablemente debería ir a chequearme los ojos

otra vez, pero esta semana no tengo tiempo. ¡Ay! La abuela

quiere hablar con nosotros por Skype antes de que nos


vayamos de viaje (a pesar de que la veremos mañana

cuando lleguemos), y ese difícil caso de consejería con el

que estamos lidiando sigue viniéndome a la mente, y me

olvidé de mover la ropa de la lavadora a la secadora, pero al

menos ya finalmente recordé a quién le tenía que escribir la


nota de agradecimiento que tenía pendiente. ¿Cuál era esa

verdad teológica tan alentadora en la que estaba meditando

hace unos segundos?

¿Entiendes por qué el teólogo Kevin Vanhoozer comparó

el discipulado con el concepto de uno despertarse?

Discipular es como despertar y recordarnos una y otra vez

que estamos vivos en Cristo, cien veces al día, hasta el día


en que ya no necesitemos que se nos recuerde que estamos

eternamente en Cristo porque ya lo podremos ver.

Las distracciones están por todas partes; no tienes que

salir a buscarlas. Las distracciones se disuelven con


facilidad, pero el discipulado es didáctico. Tenemos que

aprender a Cristo (Ef  4:20). A medida que salimos y

cuidamos de nuestros discípulos, nosotras mismas tenemos

que ser aprendices. Creo que una de las realidades más

fascinantes y motivadoras de nuestra fe es que cuando

confiamos en Cristo, Dios nos coloca en Cristo. Estar en


Cristo es la nueva normalidad ahora y para siempre. La vida

de resurrección que vemos en nuestro Salvador resucitado

ahora es nuestra en pequeñas cucharaditas. Si alguna vez

has ido a una heladería y te has olvidado a qué sabe un

helado en particular (o fingiste que se te olvidó, no que yo

sepa nada de eso, pero he sabido de casos), entonces

probablemente te han dado una cucharita pequeñita con

unos tres gramos de helado “solo para ver” si quieres

comprar más. Piensa que el contenido de este capítulo es

como una de esas pequeñas cucharitas para ayudarte a


recordar a qué sabe el ser una nueva creación en Cristo. Si

lees los textos en sus contextos más amplios (es decir, a la

luz de toda la Biblia), verás que pueden ser cucharas mucho

más grandes, incluso hasta podrías pasar de una cuchara a

una retroexcavadora (mi hijo me acaba de decir que así le


llaman a la excavadora más potente que usan en las

construcciones).

Así que agarren sus cucharas, que vamos a sumergirnos


en algunos pasajes deliciosos que cambian radicalmente la

forma en que cuidamos de los demás a la luz de la

resurrección.

¿Qué rayos estoy esperando?

Siempre experimento una dosis de choque cultural cuando

veo comerciales en la televisión durante nuestras visitas a

los Estados Unidos. Hay comerciales que están diseñados

para convertir a los niños en consumistas, y comerciales

hechos para hacer que los pobres gasten más dinero a

través de engaños de financiación. Hay incluso comerciales

que presentan a gente cualquiera como médicos o como

gente que tiene autoridad para recomendar ciertos

medicamentos. Te dicen: “Piénsalo. Es probable que estés

enfermo. Hay tanta gente que sufre de estos síntomas y no

recibe el tratamiento adecuado. Tienes que hacer una cita

ahora mismo para preguntarle a tu médico si (insertar aquí

el nombre de un medicamento caro y milagroso) es para ti”.


Esto encaja bien con nuestra ilusión de que somos los

dueños de nuestro destino. O, como dijo Nacho Libre: “Yo

soy el guardián de mi propio destino”. A riesgo de sonar

como Nacho, tener control es tener poder, y tener poder es

tener la prerrogativa de la paz personal. Lo he visto en mi

propia vida cuando intento solucionar los problemas de mis

hijos y de las personas que me rodean. Si tengo suficiente

energía, entonces puedo resolver los problemas y traer paz.

Pero la Biblia dice que Dios me ha colocado en una mejor

historia.
La Palabra de Dios afirma que la vida y la muerte están

en las manos competentes, soberanas y amorosas de Jesús.

Jesús es el autor de la vida (Hch  3:15). En su ministerio

terrenal, Jesús resucitó a los muertos para demostrarnos Su

poder sobre la vida y la muerte. Después, el mismo Jesús se

levantó de entre los muertos. El Cristo ascendido y exaltado

le dijo a Juan que Él había muerto, “pero ahora vivo por los

siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del

infierno” (Ap  1:18). Algún día Jesús le dirá a la muerte y al

Hades que entreguen a sus muertos para Él declarar Sus

justos juicios. Todos los que han mirado al Cordero vivirán


con Él en gloria por siempre, y todos los que han

despreciado Su testimonio serán castigados en un tormento

eterno.

Ciertamente les aseguro que ya viene la hora, y ha

llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo

de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque así como

el Padre tiene vida en Sí mismo, así también ha

concedido al Hijo el tener vida en Sí mismo, y le ha

dado autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo

del hombre. No se asombren de esto, porque viene

la hora en que todos los que están en los sepulcros

oirán Su voz, y saldrán de allí. Los que han hecho el

bien resucitarán para tener vida, pero los que han


practicado el mal resucitarán para ser juzgados

(Jn 5:25-29).

La autoridad de Cristo hoy es lo que hace que nuestra

maternidad misional sea urgente. Él es el dueño de todos

nuestros destinos. Recordar que Jesús es el Hijo de Dios y el

Hijo del Hombre que tiene autoridad sobre toda persona que

ha vivido es de suma importancia en nuestra vida diaria. Tú,


querida lectora, dependes de Él. Tus hijos también. Puedes

decirle a tus hijos que te hagan caso y que obedezcan tus

instrucciones, pero en última instancia tus hijos deben

seguir a Cristo, arrepentirse de su pecado, morir a su carne,

y tomar su propia cruz. La vida y la muerte también le

sirven a Cristo. Incluso ahora, aún en este mundo caído, los

que confían en este Cristo se levantan espiritualmente de

los muertos, aunque sus cuerpos se deterioren y


eventualmente mueran. ¿Cuidamos de otros como si

estuviéramos vivas en Cristo y le obedecemos a Él con


gozo? ¿O cuidamos de otros como si no tuviéramos

esperanza alguna de resurrección y obedecemos al mundo?


También tenemos que recordar que eventualmente

tendremos cuerpos nuevos. En los Evangelios, cuando Jesús


se le apareció a muchas personas después de Su

resurrección de entre los muertos y antes de Su ascensión a


los cielos, se nos dio un vistazo de lo que serán nuestros

nuevos cuerpos. La nueva era interrumpió esta vieja era


durante esos cuarenta días, y desde entonces todo ha
cambiado. Jesús ahora está ocupado en cumplir la profecía

triunfante que habla acerca del rey davídico:


Así dijo el Señor a mi Señor:
“Siéntate a Mi derecha

hasta que ponga a Tus enemigos


por estrado de Tus pies” (Sal 110:1)

Jesús se encargará de someter a Sus enemigos; la Escritura

nos lo asegura. Al misionero David Sitton le gusta hablar de


“una muerte con propósito”, diciendo, “¿Se te ha ocurrido

alguna vez que Dios te ama y que tiene un plan maravilloso


para tu muerte?”34 Eso sí que es desconcertante. Nos

desconcierta porque nos enfocamos en la vida aquí mismo y


ahora mismo. Queremos la mejor casa ahora, la mejor salud

ahora, la mejor reputación ahora, y la mejor cuenta


bancaria ahora. Queremos una vida próspera ahora porque

no confiamos en que la vida venidera será nuestra mejor


vida. Y tenemos miedo. “Lo único que quiero es un bebé

sano”. “Lo único que quiero es no tener otro bebé”. “Esta


casa me hace tan feliz”. “Quiero lograr mi sueño de ser un

___”. Amigas y compañeras de maternidad, debido a que el


Rey Jesús está en Su trono, sometiendo a todos Sus

enemigos y proveyéndonos todo lo que necesitamos para la


vida y la piedad en esta misión que Él nos ha dado,
realmente no tenemos por qué temer. En lugar de temer,

podemos gozarnos en medio de nuestra debilidad, de


nuestra enfermedad, de muchos niños, de pocos niños, de

un montón de personas necesitadas en nuestra vida, del


desempleo, de la tensión financiera, y del dolor, sabiendo

que Él está haciendo muchas más cosas, y mucho mejores,


de las que nos imaginamos. Podemos hacer cosas que

consideramos como menos satisfactorias para nosotras,


como servir en el ministerio de la iglesia, simplemente

porque eso es lo que la iglesia necesita y porque Jesús nos


ha equipado para servirle a Él y edificar Su cuerpo. (Utilizo

el ministerio de niños como ejemplo porque suelo escuchar


quejas como esta: “Me gustaría servir en la iglesia, pero no

necesitan ‘mis dones’. Solo necesitan ayuda en el ministerio


de niños y eso no es ‘lo mío’”. ) Debido a que Jesús
regresará, y Él nos está permitiendo degustar Su vida de

resurrección ahora, podemos servir como Él sirvió en los


contextos donde Él nos envíe. Podemos ir a lugares que

nunca hubiéramos imaginado nos harían felices, porque no


necesitamos que esos lugares nos den felicidad. Jesús nos
hace felices. No hay lugar al que podamos ir en el mundo de

nuestro Padre, en el que Aquel que dice ser la resurrección y


la vida no nos pueda satisfacer de acuerdo a Su Palabra.

Volvamos a las 4:37 p.m., jueves por la tarde. Tengo


noticias que son mucho mejores que cualquier promesa que

te hayan querido vender en Internet. Jesús me ofrece una


vida mejor que cualquier otra que yo pueda crear con la
cámara de mi teléfono inteligente y un filtro de Instagram.

No hay un final más hermoso y satisfactorio para cualquier


historia que se haya escrito que “felices por siempre”, y

Dios me ha hecho parte de la historia que está por encima


de todas las historias. Fíjate en la felicidad eterna que

caracteriza ese final de Su historia:

Y esta es la voluntad del que me envió: que Yo no

pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo


resucite en el día final.  Porque la voluntad de Mi

Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en


Él, tenga vida eterna, y Yo lo resucitaré en el día

final (Jn 6:39-40).
Nadie puede venir a Mí si no lo atrae el Padre que

me envió, y Yo lo resucitaré en el día final” (Jn 6:44).

El que come Mi carne y bebe Mi sangre tiene vida

eterna, y Yo lo resucitaré en el día final” (Jn 6:54).

Se nos ha dado una vida en este cuerpo para que tomemos


nuestra cruz cada día. Una vida en este mundo caído donde

podemos pasar nuestros días y noches cuidando vidas ante


la muerte. Vivimos y morimos para ser resucitadas por

Cristo en el último día.


La Biblia nos apunta hacia el verdadero final feliz, y,

además, nos dice que esto es en realidad el nuevo inicio.


Las secuelas de las películas y los libros nunca dan la talla,

¿verdad? Nosotras anhelamos la resurrección, ese momento


en que recibiremos cuerpos nuevos para poder ser parte de

la nueva creación, ese cosmos consumado y eterno. Al final


de Su historia, Jesús nos describe todas las cosas que van a

suceder cuando Él disuelva el antiguo cosmos y finalmente


materialice el cosmos de la nueva creación, el cual

sobrepasa nuestra imaginación. Tal y como Él nos dijo, cada


día tiene ya sus problemas (Mt  6:34). Ese es solo un
pequeño ejemplo de cómo la esperanza de resurrección
simplemente eclipsa cualquier ilusión de control que tenga

sobre mi horario, sobre mi día con mis hijos mientras vivo


mi vida. Quiero buscar primero el reino de Dios y Su justicia.
Jesús, ¿hacia adónde enviarás a tus hijas hoy?

Vivir a la luz de la resurrección de Cristo es tener una


mentalidad tan celestial que seamos de inmenso beneficio

terrenal. Cuando animo a las mujeres diciéndoles que nadie


es “simplemente una mamá”, hay un pasaje que uso más

que cualquier otro:

Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas

de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de


Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba,

no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su


vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando

Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste,


entonces también ustedes serán manifestados con

Él en Gloria (Col 3:1-4).

Hermana, nosotras hemos muerto, y nuestras vidas están


escondidas con Cristo en Dios. No nos pertenecemos.
Nuestros hijos no nos pertenecen. Nuestras casas no nos
pertenecen. Nuestras cosas no nos pertenecen. Nada es

nuestro. Todo es de Él y para Su gloria. Y esa es la increíble


realidad a la que podemos despertarnos cada día.

¡Ayudémonos unas a otras a recordarlo!

El hogar: un ministerio estratégico para la mujer

como una nueva creación


La mayoría de nosotras despierta en su propia casa cada

día. La casa u hogar, como vemos en Tito 2, no es un


accesorio para que mostremos nuestras personalidades

únicas (contrario a lo que muchos piensan en Occidente). Es


un ministerio cotidiano estratégico diseñado por Dios para
adornar Su evangelio en esta era en la que la nueva

creación ha llegado a la antigua creación. Nuestra labor


doméstica, cuando la hacemos a la luz de las ramificaciones
cósmicas de la resurrección de Jesús, es un ministerio que
puede sacudir las puertas del infierno.
El texto clásico al que solemos ir es Tito 2. Sé que

cuando algunas de las lectoras oyen que alguien dice “Tito


2”, piensan en los estándares de su subcultura en cuanto al
hogar y se sienten desalentadas. Esas interpretaciones de
nuestra subcultura pueden afectar mucho a una madre

misional que quiere agradar al Señor, pero que no cumple


con los estándares mundanos que existen hasta en la
iglesia. Sin embargo, otras de nosotras oímos “Tito 2” y
somos animadas, porque recordamos que somos libres.
Somos libres para entregarnos a la noble labor de la Gran

Comisión, de entrenar a las más jóvenes y priorizar el


ministerio en nuestras casas. Escuchamos una exhortación
a recordar Tito 2, y sencillamente tiene sentido, conforme a
todo lo que sabemos acerca del Señor y Su voluntad para

nuestras vidas hasta que Él regrese. Vemos esto como algo


que nos libera para salir a buscar formas creativas de no
descuidar nuestro compromiso esencial de cuidar de
aquellos en nuestra casa. Nuestro ministerio es multiforme.

Nuestra labor es apoyar a nuestros esposos en sus trabajos


y ministerios, y nuestra maternidad misional es como un
discipulado uno-a-uno (¡o uno-a -___!) en el que entrenamos
a nuestros hijos en los caminos de Dios. Administramos

nuestra casa para que esté alineada con la verdad de Dios y


así facilitar el ministerio del evangelio. Y todo lo otro que
Dios nos haya llamado a hacer, lo hacemos para la
edificación del cuerpo de Cristo.

El contexto es clave, sobre todo cuando se trata de


entender la Escritura. Tito 2 no es una excepción. Cuando
Pablo escribió esta carta, esto era lo que estaba sucediendo
en las vidas de los recipientes. Supuestamente, Roma era la

ciudad eterna. Se decía que Roma estaba en constante


expansión, creciendo en poder, honor y riqueza. ¿Te suena
familiar? Nadie quería estar en el “lado equivocado de la
historia” y oponerse a Roma. Después de todo, Roma le

estaba ofreciendo a la gente una nueva era en la historia.


Pero sabemos que la Pascua cambió todo. Cuando Jesús
murió y resucitó, inauguró una nueva era que fracturó la
anterior, de modo que la forma actual de este mundo ya
está desapareciendo (1Co  7:31). Esta es la realidad de la

cual Pablo les estaba escribiendo. Vivimos en un mundo


post-Pascua, en el que nos toca administrar pequeños
puestos de avanzada para difundir las buenas noticias del
evangelio. El soberano Señor Jesús ascendió, está siendo

exaltado, y está reinando. Su reino viene, y es el antitipo de


la ciudad del hombre.
Pablo escribió acerca de cómo esta vida es temporal y

pasajera, y de cómo hemos sido salvadas para vida eterna.


Somos coherederas. Con lo fácil que es dejarse atrapar de
nuevo por el curso de este mundo o desanimarnos por lo
mundano de la vida cotidiana, tenemos que mantenernos
enfocadas en las cosas que no se ven. Tenemos que

mantener esas cosas en mente al examinar lo que nos dice


Tito 2. Al principio, pareciera que Pablo está exhortando a
las mujeres a preocuparse solamente con las cosas que se
ven, como esposos, hijos y hogares, pero es necesario

recordar que hay algo invisible y espiritualmente poderoso


que sucede cuando le damos prioridad a esos ministerios.
Es la vida de resurrección.
Basta pensar en los problemas de los cretenses no

creyentes en Tito 1:10-16. Muchos eran “rebeldes,


charlatanes y engañadores” que estaban “arruinando
familias enteras al enseñar lo que no se debe; y lo hacen
para obtener ganancias mal habidas” (vv 10-11). De

acuerdo con uno de sus propios profetas, “los cretenses son


siempre mentirosos, malas bestias, glotones perezosos” (v
12). ¡Y Pablo estaba de acuerdo (v 13)! Le explicó al Pastor
Tito que estas personas malvadas decían conocer a Dios,

pero negaban a Dios con sus obras; de hecho, eran


“incapaces de hacer nada bueno” (v 16).
Pero Dios, en Su gran misericordia y a pesar de toda esa
depravación, salvó a algunos cretenses. Así que ahora esta

comunidad de pecadores rescatados debe vivir como


nuevas criaturas en Cristo, porque eso es lo que son. Es en
esta verdad que el Pastor Tito debe basar su enseñanza y su
ministerio. Pablo le dice a Tito: “Tú, en cambio, predica lo

que va de acuerdo con la sana doctrina” (Tit  2:1). Lo que


sigue en el resto de las instrucciones de Pablo son una serie
de expresiones de autenticidad que caracterizan a las
nuevas creaciones. Los creyentes de Creta habían sido
totalmente transformados. Sus almas muertas resucitaron a

la vida. Sea cual sea el beneficio que le saquemos a las


cosas prácticas que Pablo está a punto de enumerar aquí, lo
que necesitamos saber por encima de todo es “lo que va de
acuerdo con la sana doctrina”. Esa doctrina es el evangelio

—la Palabra de Cristo. Es la voluntad de Dios. Estos


mandatos son para la gloria de Dios y nuestro bien, y vienen
de Aquel que nos creó y sabe lo que es mejor para nosotros,
y sabe cómo será más engrandecido en las vidas de los

portadores de Su imagen.
Así que esto es lo que los creyentes de la iglesia en
Creta (y en la tuya y la mía) deben hacer para agradar al
Señor, ser obedientes, y aptos para toda buena obra:

Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes,


sanos en la fe, en el amor y en la paciencia.
Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su
porte y maestras del bien, no calumniadoras ni

esclavas del vino; deben enseñar a las mujeres más


jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos,  a ser
prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas y
sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios

no sea blasfemada (Tit 2:2-5, RVC).

¿Blasfemada? No sé en tu caso, pero esa palabra no suele


estar en mi vocabulario cotidiano. Necesitamos un poco
más de contexto para entender este término mejor. Hay
otro pasaje en el Nuevo Testamento que conecta el manejo

del hogar con la difamación del evangelio por parte del


Enemigo. En 1  Timoteo  5:3-14, Pablo le da instrucciones
sobre cómo la iglesia debe cuidar de las viudas, y sobre
cuáles eran esas viudas que la iglesia debía cuidar. Más
adelante, él menciona a las viudas más jóvenes y advierte
que ellas“se acostumbran a estar ociosas y andar de casa

en casa. Y no solo se vuelven holgazanas sino también


chismosas y entrometidas, hablando de lo que no
deben. Por eso exhorto a las viudas jóvenes a que se casen
y tengan hijos, y a que lleven bien su hogar y no den lugar a

las críticas del enemigo” (vv. 13-14). Pablo exhortó al Pastor


Timoteo para que aconsejara a las viudas más jóvenes a
que se casaran de nuevo, formaran familias y administraran
sus hogares, ya que Satanás estaba listo y dispuesto a
ofrecerles un llamado diferente.

Volvamos a Tito 2, y fijémonos de nuevo en la segunda


parte del versículo 10. Ahí encontramos la razón del nuevo
código de conducta de los cretenses: “para que adornen la
doctrina de Dios nuestro Salvador en todo respecto” (LBLA).

Es en nuestras vidas cotidianas donde se refleja el señorío


de Cristo sobre el mundo y Su actividad continua en el
mismo. Jesús dijo en Hechos 1:8 que seríamos sus testigos
en Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra. No
solo damos testimonio cuando abrimos la boca para
transmitir el mensaje del evangelio intencionalmente a un
no creyente. También damos testimonio acerca del señorío y
el ministerio de Cristo a medida que “adornamos” la verdad

con lo que hacemos y dejamos de hacer. Cuando las


mujeres mayores enseñan a las más jóvenes a amar a sus
maridos y a sus hijos, y a administrar sus hogares a la luz
del señorío de Cristo, están actuando de acuerdo con la

realidad de la nueva creación en Cristo. Cuando nuestras


acciones están alineadas con la Palabra de Dios, su verdad
es adornada, en lugar de ser blasfemada por un estilo de
vida que no es coherente con esa Palabra.

El tema de las “buenas obras” aparece mucho en la


carta de Pablo a Tito. El término aparece trece veces en el
Nuevo Testamento, y un tercio de esas trece se encuentran
en Tito:

“Con tus buenas obras, dales tú mismo ejemplo en


todo. Cuando enseñes, hazlo con integridad y
seriedad” (Tit 2:7).
“Jesucristo… Él se entregó por nosotros para
rescatarnos de toda maldad y purificar para Sí un
pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (Tit 2:13-14).

“Este mensaje es digno de confianza, y quiero que lo


recalques, para que los que han creído en Dios se
empeñen en hacer buenas obras. Esto es excelente y
provechoso para todos” (Tit 3:8).
“Que aprendan los nuestros a empeñarse en hacer

buenas obras, a fin de que atiendan a lo que es


realmente necesario y no lleven una vida inútil”
(Tit 3:14).

Si somos salvas por gracia mediante la fe, ¿por qué se hace


tanto énfasis en las buenas obras aquí? Si no nos
aseguramos de que nuestras palabras y acciones estén
alineadas con el evangelio que hemos creído, aumentan las

probabilidades de que la Palabra de Dios sea blasfemada. Ya


que ciertamente no queremos que nuestra conducta sea
una ocasión para que Satanás difame a Cristo, ¿cómo
podemos llegar a estar enteramente capacitadas para toda

buena obra? Adornaremos la doctrina de Dios si


consumimos, amamos, obedecemos y enseñamos la
palabra de Dios:

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para

enseñar, para reprender, para corregir y para


instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios
esté enteramente capacitado para toda buena obra
(2Ti 3:16-17).

Puedes utilizar las mejores técnicas para limpiar tu casa,

pero igual terminará ensuciándose de nuevo. Es fácil


frustrarse por esto. (Tengo cuatro hijos—¡lo sé!) Pero es la
Palabra de Dios la que hace la obra de Dios en nuestros
corazones, dando lugar a frutos espirituales que perduran

hasta la eternidad.
Para no desanimarnos con las demandas tan exigentes
y radicales de este capítulo en Tito, tenemos que recordar el
evangelio. Pablo también lo sabía; basta con ver lo que

sigue en Tito 2:

En verdad, Dios ha manifestado a toda la


humanidad Su gracia, la cual trae salvación  y nos
enseña a rechazar la impiedad y las pasiones
mundanas. Así podremos vivir en este mundo con

justicia, piedad y dominio propio, mientras


aguardamos la bendita esperanza, es decir, la
gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo.  Él se entregó por nosotros para
rescatarnos de toda maldad y purificar para Sí un

pueblo elegido, dedicado a hacer el bien (Tit  2:11-


14).

¿Puedes ver las increíbles implicaciones cósmicas de


nuestra maternidad misional a causa de la muerte y

resurrección de Cristo? Jesucristo es el más grande amo de


casa misional que el mundo jamás haya visto. Él construye
Su casa, y pone Su casa en orden. Él es la cabeza de Su
iglesia, y la ama a la perfección. Él la alimenta con Su

Palabra. Cristo reina con superioridad soberana; Él es el


motivo de todo nuestro gozo. Debemos vivir nuestras vidas
centradas en Su señorío soberano sobre el cosmos.
Cosechamos el fruto de Su Espíritu, si vivimos en este
mundo con justicia, piedad y dominio propio, mientras
esperamos Su venida; Él es nuestra bendita esperanza.

¿Que nuestra casa esté bajo el señorío de Cristo y que


estemos esperando Su regreso significa que nuestra casa
debe estar siempre limpia y ordenada? Yo no lo creo, y
espero que no. Tuve que mover una pila de ropa que no he

doblado para poder sentarme en esta silla y escribir. Tito 2


no responde a la pregunta: “¿Pueden las mujeres trabajar
fuera de sus casas?” Hay algunos que piensan que sí, pero
creo que pierden de vista la idea general del pasaje. La

pregunta que Tito plantea y que debemos preguntarnos es:


“¿Cómo podemos ser mujeres cristianas que trabajan de tal
manera que la santidad y la esperanza de Dios sean
evidentes en nuestras vidas?” Tito 2 no dice que las mujeres

cristianas tienen que ser diosas domésticas; lo que explica


es cómo las mujeres cristianas muestran a Dios a través de
sus casas. Eso es lo que va de acuerdo con la sana doctrina
—con el evangelio. Ser fieles en las cosas prácticas, como
amar a nuestros esposos e hijos y administrar bien nuestros

hogares, honra al evangelio y le muestra al mundo la


belleza del evangelio. Nosotras no administramos nuestra
casa porque nuestra esperanza está en nuestra casa.

Administramos nuestra casa porque nuestra esperanza está


en Cristo.

La maternidad misional se extiende desde el hogar


hacia el mundo
Nuestra maternidad misional empieza en nuestra Jerusalén
(es decir, en nuestros hogares), y se extiende desde allí

hasta los lugares más lejanos del mundo. Primero tenemos


que amar al prójimo que está en la habitación de al lado,
empezando por aquellos que dejan huellas de mantequilla
de maní en nuestros pantalones, o las que llaman
incesantemente cuando tienen una crisis emocional. Eres

llamada a ser fiel allí mismo, donde estás. Si eres cristiana,


entonces ya estás participando de la nueva creación por
medio de la muerte y resurrección de Jesús. Él te ha dado
Su Espíritu, el cual te guía para que vivas de acuerdo con la

verdad de la Palabra de Dios. Nuestras vidas son


testimonios. Son testimonios para los prójimos que viven al
final del pasillo, los que nos encontramos en el
supermercado, y en la calle mientras conducimos, y todos
ellos son testigos de los poderes y principados cósmicos.

¡Jesús venció a la muerte! Nuestra fidelidad a estas cosas es


evidencia de que Dios, en Su gracia, está llevando a cabo
Su nueva creación a través de nosotras.
La Palabra de Dios nos ayuda a recordar que la

maternidad misional es una herramienta estratégica en las


manos traspasadas de Aquel que está reuniendo todas las

cosas en Sí mismo. Jesús ascendió y le dejó Su Espíritu a los

Suyos. Mira todo lo que Cristo sigue haciendo en el mundo a


través de nuestras manos y de nuestros pies; a través de

nuestras casas y de todos nuestros ministerios, que se

extienden desde el interior de nuestras casas hacia el


mundo exterior. ¡Observa! ¡Y maravíllate! Y no lo olvides: Él

volverá. Y cuando vuelva, saldará todas las cuentas y


veremos la plenitud de Su nueva creación en la

consumación de Su reino.
Conclusión
La maternidad misional es acerca de un Hombre

Hemos tenido toda una aventura, ¿verdad? En nuestra

visión general de la antigua historia, vimos que Dios reveló


Su patrón para el cuidado de las vidas, y vimos las

promesas que Él nos dejó. Vimos la profunda misericordia

que se nos ha mostrado—¡vida! Y además, gracia


incomparable—¡vida eterna! Todos esos hilos de la historia

de la redención se entretejen para darnos un vistazo de

nuestro Salvador Jesús, quien es poderoso para salvar y


humilde de corazón a la vez. Toda nuestra maternidad

misional existe por causa de la cruz y se lleva a cabo bajo la

sombra de la cruz.

Hermanas, tenemos muchos motivos para gozarnos hoy.

La gracia de Dios se está extendiendo a más y más


personas. Esta es nuestra labor de amor hacia Dios y hacia

nuestros prójimos: vivir para extender la gracia de Dios a

más y más personas, haciendo que abunden la acciones de

gracias para la gloria de Dios (2Co  4:15). Las madres con

una misión sabemos muy bien que estamos cuidando vidas


ante la muerte. Espero que al leer este libro, la visión

general del Antiguo Testamento y la forma sistemática en

que hemos examinado la persona de Cristo, hayas podido

ver más claramente cómo la maternidad es acerca de Jesús.

El objetivo de todo nuestro trabajo maternal es que Su

gracia se extienda a más y más personas, hacer que

abunden las acciones de gracias a Dios, glorificarle a Él


(2Co 4:15).

El dramático y asombroso final de la maternidad

misional
Que la buena noticia del evangelio se ofrezca libremente a

las naciones como su única esperanza, y esto siendo una

manera en la que Él tiene misericordia “de todos”

(Ro 11:32), hace que sea un juicio inescrutable y una forma

incomprensible de Dios obrar. Podemos confiar plenamente

en que el plan de salvación de Dios a través de Su Hijo Jesús


será llevado a cabo por Su Espíritu. De eso no hay duda. Si

Él es capaz de planificar ese tipo de rescate para los

elegidos de Israel y los elegidos de todas las naciones,

entonces es seguro que Su mano lo hará. Él llevará todo a

término en el día de Cristo, cuando Él aparezca con los

ejércitos celestiales y veamos el resplandor de Su gloria. ¿Te

lo imaginas? Es por esto que la idea de vivir misionalmente

o de hacer que nuestra maternidad sea misional es algo

demasiado grande para nosotras. ¿Mera maternidad?

Imposible. El plan de redención de Dios y la glorificación de


Su Hijo a través de nuestro cuidado maternal son cosas

demasiado sublimes para nosotras. Pero Él lo ha hecho así,

y estamos muy emocionadas ante la posibilidad de servir a

nuestro Rey de esta manera: “Proclamen Su gloria entre las

naciones, Sus maravillas entre todos los pueblos” (Sal 96:3).


Estimada lectora, todas somos parte de todas las

naciones. El término “extranjera” es relativo. Es más, una

vez estaba de pie en una estación de tren hablando con una


muchacha que acababa de conocer, cuando ella respondió a

su teléfono móvil y le dijo a la persona en la otra línea:

“Estoy hablando con una extranjera”. ¡Y yo que pensaba

que la que hablaba con una extranjera era yo! Todas somos

parte de las naciones, y todas rendirán cuentas ante Dios, lo

que significa que Él reina sobre tu vida y la mía. Él reina

sobre la vida de nuestros hijos y de sus hijos y de los hijos

de sus hijos. Lo que Él dice que va a hacer, su brazo seguro

lo hará. Y las naciones se alegrarán, y las naciones cantarán

con júbilo (Sal 67:4). Sus ovejas perdidas van a oír Su voz, y

le van a seguir (Jn  10:27). Todos nuestros prójimos van

camino a la eternidad. ¿Vamos a aprovechar nuestro

poderoso ministerio de la maternidad misional para que

ellos también puedan tener gozo eterno? Tenemos todas las

razones para confiar en la causa de las misiones y en que

nuestro trabajo como madres con una misión sacudirá las

mismas puertas del infierno, porque Cristo está seguro de


que recibirá toda adoración, Él es el Cordero que fue

inmolado por nosotros y fue exaltado sobre todo nombre.

Hay un día señalado para el final de nuestra maternidad

misional. Llegará con toda seguridad. Todas las prisas en

medio de nuestro trabajo diario no son más que una

fracción de la urgencia que deberíamos tener al pensar en

ese día. Pronto llegará el día en que el Hijo del Hombre

vendrá en la gloria de Su Padre (Mt  16:27). ¡Cuánto gozo

habrá en aquel día para los esperan ansiosamente el

regreso de Cristo, de toda tribu, lengua y nación! Y cuánta


angustia habrá para todos los que no estén en Cristo. Hasta

ese día, el mensaje que Dios dejó, de la paz que solo

encontraremos a través de Cristo, retumba en nuestros

oídos y hace que nuestros corazones ardan. En el amor

capacitado por la gracia, vivimos realizando una misión,

implorando a nuestros hijos y a nuestros prójimos que se

arrepientan de sus pecados y adoren al Cordero que fue

inmolado por ellos, y así puedan probar y ver que Dios es

bueno.

Que más y más de nuestros prójimos, tanto los que

viven cerca como los que están dispersos en todo el mundo,


puedan unirse a nosotros cuando cantemos eternamente

para la alabanza de la gloria de Dios por siempre.

La salvación viene de nuestro Dios, que está

sentado en el trono, y del Cordero! (Ap 7:10).

Que podamos exaltar a Cristo en nuestras habitaciones, en

nuestros comedores, en nuestros muros de Facebook, en las

escuelas de nuestros hijos, en la sala de espera del


consultorio médico, en tierras extranjeras, y donde sea que

Jesús nos quiera enviar.

“La maternidad misional no es para las débiles de

corazón”
Si decimos que se nos ha dado el ministerio de la

reconciliación, entonces haríamos bien en disfrutar de esa

reconciliación, estudiar esa reconciliación, deleitarnos en

esa reconciliación, y descansar profundamente en esa

reconciliación. Si tenemos poco gozo en Cristo, ¿cómo

podremos compartirlo con las personas que están sentadas

alrededor de nuestra mesa, con los que están en los


refugios de nuestra ciudad o con los que están en un

orfanato en otro continente? De esa abundancia de ese

gozo en Cristo, le rogamos a nuestros hijos, a la madre del

apartamento de al lado, y con los medios que se nos den, le

rogamos a otros pecadores alrededor del mundo:

Amigo, ¿qué vas a hacer con tu pecado? ¿Dónde vas

a encontrar verdadera esperanza y paz duradera?

Ven conmigo. Ven conmigo a la cruz. ¡La


necesitamos! ¡Todos la necesitamos

desesperadamente! “De hecho, Cristo es el fin de la


ley, para que todo el que cree reciba la justicia”

(Ro  10:4). “Vengan a ver a un hombre que me ha


dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el
Cristo?” (Jn  4:29). “El Espíritu y la novia dicen:

‘¡Ven!’; y el que escuche diga: ‘¡Ven!’ El que tenga


sed, venga; y el que quiera, tome gratuitamente del

agua de la vida” (Ap  22:17). Reconcíliate con Dios


por medio de Cristo. No hay otra manera. ¿Vendrás

conmigo a los pies de Jesús?


Ninguna criatura que sea “simplemente una mamá” podría
pronunciar tales palabras. Solo alguien a quien se le haya

dado el ministerio de la reconciliación puede hablar de esa


manera.

Es posible que hayas leído en alguna de esas tarjetas de


felicitación que la maternidad no es para las débiles de

corazón. No lo creas. La maternidad tiene que ser para las


débiles de corazón. Ser madre es estar en misión: Jesús
llama y equipa a las mujeres para el discipulado—las llama

a seguirle mientras Él hace que la gloria de Dios sea


conocida en todos los rincones de la tierra. En su Gran

Comisión, Jesús te llamó a ti y a todos los discípulos para


que vayan y envíen, aunque la guardería sea el lugar más

lejano al que llegues. Estás en misión, y tu trabajo es para el


Señor. Algunas mujeres viajan más lejos para llevar el

evangelio y sacrifican hasta sus propias vidas. Si echamos


un vistazo a la historia de la iglesia, vemos que aun había

madres con una misión entre los mártires elegidos de la


iglesia. ¿Sabías que el tiempo no nos alcanzaría si

empezáramos a hablar de los testimonios de estas mujeres?


Lee acerca de mujeres como Lucía, Blandina, Perpetua,
Betty Stam y Betty Olsen, e imita su fe. Incluso hoy en día,
las mujeres se encuentran entre aquellos que pierden la

vida por su fe, y sus almas claman a gran voz ante el altar
de Dios: “¿Hasta cuándo, soberano Señor, santo y veraz,

seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar


nuestra muerte?” (Ap  6:10). Que Dios fortalezca nuestra fe

para que proclamemos Su buena noticia ante la muerte y


muramos a nosotras mismas un millón de veces.

Morir a nosotras mismas un millón de veces no es fácil.


Este tipo de maternidad solo puede ser para las débiles de

corazón, para las que confían en Jesús, quien ha


demostrado ser nuestro único sustento. Tal y como escribió

Russell Moore, presidente de la Comisión de Libertad Ética y


Religiosa, en un artículo que denuncia la industria del aborto

en América: “La presencia de los débiles, de los vulnerables,


y de los dependientes requiere de una guerra espiritual”.35
Puede que no perdamos nuestras vidas por causa del

evangelio, pero puede que seamos llamadas a sacrificar


gozosamente nuestra comodidad, nuestros excesos, y

nuestra reputación para poder cuidar las vidas físicas y


espirituales de los débiles, los vulnerables y los
dependientes. A medida que hacemos estos sacrificios,

recordamos que cuando luchamos por preservar la vida,


tanto dentro como fuera del vientre, nuestra lucha no es

contra sangre y carne. Nuestra lucha no es contra sangre y


carne en ningún punto de nuestro trabajo maternal. Pueden

decir que simplemente estás alimentando a un niño


hambriento, simplemente llenando unos papeles,
simplemente doblando la ropa, o simplemente pagando las

facturas. Pero nosotras sabemos que cuidar vidas ante la


muerte no tiene nada de simple. Dios nos da Su propia

armadura espiritual (Ef 6:10-18) para ayudarnos a defender


toda la vida que Él crea, para preservar nuestra fe, y para

defendernos de la opresión satánica cuando soportamos las


burlas y la persecución por cuidar vidas en todo momento

(especialmente las vidas más vulnerables entre nosotras) en


nuestro hogar, en nuestro lugar de trabajo, en nuestro

vecindario y en todo el mundo. Por cierto, esta armadura


espiritual hasta se ajusta por encima de nuestra ropa

elástica de maternidad.36
Hay mucho trabajo por hacer y muchas personas por

amar. No hay manera en que podamos hacer esto solas. Las


madres tienen que ser fortalecidas por la gracia para hacer

los sacrificios necesarios y para hacer todas las cosas


mundanas y rutinarias que hacen que el evangelio avance.

Ninguna celebridad te va a invitar a su programa para


premiarte con un montón de regalos por orar con tus hijos,

por organizar un baby shower para una madre soltera, por


visitar a un misionero, por enviarle cartas a tus

representantes legislativos, o por discipular a niñas


adolescentes en tu iglesia. Solo Jesús sabe cuántas mujeres

fieles y llenas de fe han trabajado tras bastidores en Su


Gran Comisión. Y Él sabe cuántas otras madres con una

misión se levantarán para servirle con toda la fortaleza


maternal que Él da. Espero que te anime, querida lectora,

saber que Jesús está edificando Su cuerpo a través del


trabajo de mujeres que están enviando misioneros,
enseñando la Biblia, mostrando hospitalidad, ayudando a

los que sufren, y haciendo muchas otras buenas obras.


El mundo dice que eres simplemente una mamá y que

tu ministerio maternal no es de interés periodístico. El


mundo dice que tu trabajo es mundano, pero cada

momento en tu maternidad y en tu discipulado es único—


sin precedentes en la historia y nunca se repetirá. Tu trabajo
de evangelismo y discipulado hecho por medio del poder del

Espíritu le da gloria a Jesús y cuenta para la eternidad. Y eso


hace que el cielo se regocije.

La forma en que Jesús guía a las madres con una


misión

La maternidad misional es un estilo de vida que resulta de


tu amor por el evangelio. Todas necesitamos la gracia de
Dios para ser madres con una misión. Para llevar a cabo

nuestra misión bíblica, necesitamos que el Espíritu nos


ayude a morir a nosotras mismas y a siempre darle gracia

abundante a los demás, porque Cristo nos amó y murió por


nosotras (2Co 5:14). Pero somos pecadoras que viven en un

mundo caído, y nos distraemos, nos desanimamos, y nos


aislamos. El problema que solemos tener al llevar a cabo

nuestra misión no tiene que ver con la misión ni con el


mensaje; el problema radica en nuestro pecado. Nuestro

mayor problema no es que carecemos de los recursos o de


la creatividad o de las ideas o de la planificación adecuada

para la misión. Nuestro mayor problema es nuestro pecado.


Sin el evangelio, la maternidad misional no contiene
ningún mensaje de esperanza duradera. Tenemos todas las

razones para regocijarnos, porque el problema de nuestro


pecado quedó resuelto de una vez y por todas en la cruz de

Jesucristo. Para Él poder guiarnos a trabajar junto a Él en Su


misión de cuidar vidas y darle vida eterna a los que Él

quiera, Jesús primero tiene que librarnos de la muerte. Jesús


nos libró de la ira de Dios:

Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos

reconciliados con Él mediante la muerte de Su Hijo,


¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados,

seremos salvados por Su vida! (Ro 5:10).

Jesús venció a la muerte:

Y si el Espíritu de Aquel que levantó a Jesús de entre


los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a
Cristo de entre los muertos también dará vida a sus
cuerpos mortales por medio de Su Espíritu, que vive

en ustedes (Ro 8:11).
Jesús llevó nuestro pecado en Su propio cuerpo:

Él mismo, en Su cuerpo, llevó al madero nuestros


pecados, para que muramos al pecado y vivamos

para la justicia. Por Sus heridas ustedes han sido


sanados (1P 2:24).

Jesús hace que nuestras almas muertas cobren vida:

… [Dios] nos dio vida con Cristo, aun cuando


estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes

han sido salvados! (Ef 2:5).

Jesús nos libra de una separación eterna de Dios y nos da


Su Espíritu para que more en nosotras:

…el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede

aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí


lo conocen, porque vive con ustedes y estará en
ustedes (Jn 14:17).

Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta


el fin del mundo (Mt 28:20).
Jesús nos da Su propia justicia, porque sin esa justicia no
podríamos estar ante un Dios santo por toda la eternidad:

Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios


lo trató como pecador, para que en Él recibiéramos
la justicia de Dios (2Co 5:21).

Amiga, ¿crees todo esto? ¿Tu fe en Cristo está moldeando la


forma en que ves tu rol como mamá y discipuladora?

¿Pensar en Su cruz te da esperanza y fortaleza? ¡Oh, amiga!


Eso espero. Tú y yo tenemos todas las razones para huir de
nuestro pecado, aferrarnos a la cruz de Jesús, y tomar
nuestra cruz para seguir a Cristo y llevar a cabo Su misión

para nosotras. Jesús está dispuesto y es capaz de llevarnos


todo el camino hasta llegar a casa. Fue Su plan desde antes
de los tiempos, y todo es de Él y para Él. Mira cómo la Biblia
describe nuestro ministerio:

Todo esto proviene de Dios, quien por medio de

Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el


ministerio de la reconciliación (2Co 5:18).
Cuando nos vemos necesitadas de Su gracia, y cuando

vemos que nuestros hijos y discípulos también están


necesitados de esa gracia, ya que son como nosotras,
entonces veremos la cruz como nuestra respuesta para
todo, ya que fue la respuesta de Jesús para todo. Ahora no
hay nada que impida que disfrutemos de Dios por siempre.

Vamos a correr junto a Él donde quiera que Él nos lleva


mientras estemos vivas en esta tierra. Este es el tiempo en
que debemos obedecer Su Gran Comisión y dejar que la
misma transforme nuestra maternidad en una misión.
Notas

1
Catecismo Menor de Westminster, Pregunta 4.
2
Este pensamiento proviene de una cita de John Piper, la cual se explica en

este artículo: http://www.desiringgod.org/articles/every-moment-in-2013-

god-will-be-doing-10-000-things-in-your-life.
3
“Depositen en Él toda ansiedad, porque Él cuida de ustedes”.
4
Exención de responsabilidad: Mi amiga Teresa me dijo que leyó “Jesús nos

hizo parte de Su historia” en quince minutos, y ella lee bastante rápido. Por

favor, ¡discúlpame si el café se te enfría demasiado después de haberlo

leído!
5
Jim Hamilton escribió una guía útil y breve para un mejor entendimiento de la

teología bíblica. Si te gustaría leer una obra compacta acerca de la historia

unificada de la Biblia, te recomiendo que empieces con este libro. What Is


Biblical Theology?: A Guide to the Bible’s Story, Symbolism, and Patterns

[¿Qué es la teología bíblica?: Una guía para entender la historia, los

simbolismos y los patrones de la Biblia] (Wheaton, IL: Crossway, 2014).


6
Catecismo Menor de Westminster, Pregunta 9.
7
Íbid., Pregunta 10.
8
G. K. Beale, The Temple and the Church’s Mission: A Biblical Theology of the

Dwelling Place of God [El templo y la misión de la iglesia: Una teología

bíblica del lugar en que Dios habita] (Downers Grove, IL: IVP Academic,
2004), s.l.
9
Elisabeth Elliot, testimonio en la conferencia Urbana, 1996. Puedes ver el

video de ese testimonio en este enlace: https://www.youtube.com/watch?

v=0Q4X_DOT0d0.
10
J. I. Packer, Evangelism and the Sovereignty of God [El evangelismo y la

soberanía de Dios] (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1991), 11–12.


11
“Así mismo, 1 Reyes 3:9 es probablemente una forma más en que vemos a

Salomón como un tipo de Adán”. G. K. Beale, A New Testament Biblical


Theology: The Unfolding of the Old Testament in the New [Teología bíblica

del Nuevo Testamento: La revelación del Antiguo Testamento en el Nuevo]

(Ada, MI: Baker Academic, 2011), 69.


12
Génesis 2:15, 19–20.
13
Packer, Evangelism and the Sovereignty of God [El evangelismo y la

soberanía de Dios], 73.


14
Beale, New Testament Biblical Theology [Teología bíblica del Nuevo

Testamento], 203.
15
Josefo, Wars of the Jews [Las guerras de los judíos], 1:141.
16
Placide Cappeau de Roquemaure, “O Holy Night” [“Santa la noche”], 1847.
17
Packer, Evangelism and the Sovereignty of God [El evangelismo y la

soberanía de Dios], 33.


18
John Piper explicó esto de manera exquisita en su libro Desiring God:
Meditations of a Christian Hedonist [Sed de Dios: Meditaciones de un

hedonista cristiano], rev. y exp. (Colorado Springs, CO: Multnomah, 2003).


Y en todos los demás libros que ha escrito.
19
Raquel y Ana no son sus verdaderos nombres.
20
Shai Linne,“The Perfection of Beauty” [“La perfección de la belleza”], en el
album The Attributes of God [Los Atributos de Dios], Lamp Mode

Recordings, 2011.
21
Robert Lowry, “Nothing but the Blood” [“¿Qué me puede dar perdón?”],

1876.
22
“How Firm a Foundation” [“Cuán Firme Cimiento”] atribuido a “K”, en A
Selection of Hymns from the Best Authors [Una selección de himnos de los

mejores autores], comp. John Rippon, 1787.


23
Solo para ilustrarlo, aquí están algunas estadísticas: menos del 2 por ciento

de las profecías del Antiguo Testamento son mesiánicas, menos del 5 por
ciento se refiere a nuestra era del nuevo pacto, y menos del 1 por ciento se

refiere a eventos que están por venir.


24
Susan Hunt, Spiritual Mothering: The Titus 2 Model for Mentoring Women
[Maternidad espiritual: El modelo de Tito 2 para la mentoría de mujeres]

(Wheaton, IL: Crossway, 1992), 15.


25
“How Firm a Foundation” [“Cuán Firme Cimiento”], atribuido a “K”.
26
Si quieres un excelente recurso para aprender a discernir la voluntad de
Dios y leer consejos sabios contra la popular frase “sigue tu corazón”, por

favor, lee el libro de Kevin DeYoung llamado Haz algo (Medellín: Poiema
Publicaciones, 2020).
27
Esta frase proviene del título del capítulo 20 en el tercer volumen de la
Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino (1536).
28
Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers [La predicación y los

predicadores] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1972), 170–171.


29
David Platt, Radical: Taking Your Faith Back from the American Dream

[Radical: Rescatando tu fe del Sueño Americano] (Colorado Springs, CO:


Multnomah, 2010), 216.
30
Hara Estroff Marano, “Helicopter Parenting—It’s Worse Than You Think”
[“Crianza helicóptero—es peor de lo que piensas”], página web de

Psychology Today,
https://www.psychologytoday.com/blog/nationwimps/201401/helicopter-
parenting-its-worse-you-think.
31
Tim Keesee, “No Regrets, No Retreat” [“No hay lamentos, no hay vuelta

atrás”], Episodio 8, serie en DVD Dispatches from the Front [Cartas desde

el frente de batalla]. Esta excelente serie está disponible en:

http://www.frontlinemissions/info.
32
C. S. Lewis, The Weight of Glory [El peso de la gloria] (NewYork: HarperOne,

2001), 45–46.
33
Esta línea es una adaptación de una cita en Evangelism and the Sovereignty
of God [El evangelismo y la soberanía de Dios] de Packer, 40. “El

evangelismo es responsabilidad del hombre, pero Dios es quien da la fe”.


34
Para leer más acerca de este concepto, ver David Sitton, Reckless Abandon:

A Gospel Pioneer’s Exploits Among the Most Difficult to Reach Peoples

[Completo abandono: Las hazañas de un pionero en el evangelio entre los

pueblos más difíciles de alcanzar], 2da ed. (Greenville, SC: Ambassador


International, 2013).
35
Russell Moore, “Planned Parenthood vs. Jesus Christ” [Planned Parenthood

vs. Jesucristo], del blog Moore to the Point, 4 de agosto, 2015,

http://www.russellmoore.com/2015/08/04 /planned-parenthood-vs-jesus-

christ/.
36
En un artículo llamado “A Pregnant Woman’s Defense against the Schemes

of the Devil” [“La defensa de una mujer embarazada ante las


maquinaciones del diablo], en el blog de Desiring God (26 de mayo, 2012),

comento que el pasaje acerca de la armadura spiritual en Efesios 6:10–18

es particularmente pertinente para mujeres embarazadas que están


lidiando con asuntos relativos a las “Mommy Wars” [“Guerras de mamás” ]

en sus culturas. http://www.desiringgod.org/articles /a-pregnant-woman-s-

defense-against-the-schemes-of-the-devil.

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