Guattari y Rolnik - Micropolitica Cartografias Del Deseo

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2.

Subjetividad e historia

1. Subjetividad: superestructura -ideología- representación vs producción


En lugar de ideología es preferible hablar siempre de subjetivación, de producción de subjetividad.
El sujeto es algo que encontramos como un dominio de una supuesta naturaleza humana. Propongo, por el
contrario, la idea de una subjetividad de naturaleza industrial, maquínica, esto es, esencialmente fabricada,
modelada, recibida, consumida.
Las máquinas de producción de subjetividad varían. En los sistemas tradicionales, por ejemplo, la subjetividad
es fabricada por máquinas más territorializadas, a escala de una etnia, de una corporación profesional, de
una casta. En el sistema capitalista, la producción es industrial y se da a escala internacional.

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Así como se fabrica leche en forma de leche condensada con todas las moléculas que le son propias, se
inyectan representaciones en las madres, en los niños, como parte del proceso de producción subjetiva.
Muchos padres, madres, Edipos y triangulaciones son requeridos para recomponer una estructura restringida
de familia. Se da una suerte de reciclaje o de formación permanente para volver a ser mujer o madre, para
volver a ser niño, o mejor, para pasar a ser niño, pues los adultos son infantiles.

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Todas estas cuestiones de la economía colectiva del deseo dejan de parecer utópicas a partir del momento en
el que dejamos de considerar la producción de subjetividad como un caso particular de superestructura,
dependiente de las pesadas estructuras de producción de las relaciones sociales; a partir del momento en el
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que consideramos la producción de subjetividad como materia prima de la evolución de las fuerzas
productivas en sus formas más «desarrolladas». La materia prima del propio movimiento que anima la actual
crisis mundial, esa especie de voluntad de potencia productiva que revoluciona la propia producción a través
de las revoluciones científicas y biológicas, a través de la incorporación masiva de la telemática, de la
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informática y de la ciencia de los robots, a través del peso cada vez mayor de los equipamientos colectivos y
de los medios de comunicación de masas.
Si los marxistas y progresistas de todo tipo no comprendieron la cuestión de la subjetividad porque se
encerraron en un dogmatismo teórico, esto no es lo que ha sucedido con las fuerzas sociales que hoy
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administran el capitalismo. Estas fuerzas han entendido que la producción de subjetividad tal vez sea más
importante que cualquier otro tipo de producción, más esencial que el petróleo y que las energías.
Tales mutaciones de la subjetividad no funcionan sólo en el registro de las ideologías, sino en el propio
corazón de los individuos, en su manera de percibir el mundo, de articularse con el tejido urbano, con los


procesos maquínicos del trabajo y con el orden social que soporta esas fuerzas productivas. Si eso es verdad,
no es utópico considerar que una revolución, una transformación a nivel macropolítico y macrosocial,
concierne también a la producción de subjetividad.
Estas cuestiones que parecían marginales, se vuelven fundamentales con el nacimiento de inmensas minorías
que, juntas, constituyen la mayoría de la población del planeta.
Todo lo que es producido por la subjetivación capitalística se trata de sistemas de conexión directa entre las
grandes máquinas productivas, las grandes máquinas de control social y las instancias psíquicas que definen
la manera de percibir el mundo. Las sociedades «arcaicas» que aún no se han incorporado al proceso
capitalístico, los niños aún no integrados en el sistema o las personas que están en los hospitales psiquiátricos
y que no consiguen (o no quieren) entrar en el sistema de significación dominante, tienen una percepción del
mundo completamente diferente de la que se acostumbra a tener desde la perspectiva de los esquemas
dominantes.

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No contrapongo las relaciones de producción económica a las relaciones de producción subjetiva. Pero
esa
producción de competencia en el dominio semiótico depende de su confección por el campo social como un
todo: es evidente que para fabricar un obrero especializado no existe sólo la intervención de las escuelas
profesionales. Existe todo lo que pasó antes, en la escuela primaria, en la vida doméstica, toda una suerte de
aprendizaje que consiste en habitar la ciudad desde la infancia, ver televisión, en definitiva, estar inmerso en
todo un ambiente maquínico.

En realidad, la producción de un bien manufacturado no se restringe a una esfera, a la esfera de la fábrica. La


división social del trabajo implica una cantidad enorme de trabajo asalariado fuera de la entidad productiva
(en los equipamientos colectivos, por ejemplo), y de trabajo no asalariado, sobre todo el trabajo hecho por las
mujeres. Aquello que llamé producción de subjetividad del CMI no consiste únicamente en una producción
de poder para controlar las relaciones sociales y las relaciones de producción. La producción de subjetividad
constituye la materia prima de toda y cualquier producción.
La noción de ideología no nos permite comprender esta función, literalmente productiva, de la subjetividad.
La ideología permanece en la esfera de la representación, cuando la producción esencial del CMI no es sólo la
de la representación, sino la de una modelización de los comportamientos, la sensibilidad, la percepción, la
memoria, las relaciones sociales, las relaciones sexuales, los fantasmas imaginarios, etc.
La problemática micropolítica no se sitúa en el nivel de la representación, sino en el nivel de la producción de
subjetividad. Se refiere a los modos de expresión que pasan no sólo por el lenguaje, sino también por niveles
semióticos heterogéneos.
Todos los fenómenos importantes de la actualidad implican alguna dimensión del deseo y de subjetividad.
Estamos embarcados en este proceso de división social general de la producción de subjetividad y no hay
vuelta atrás. Pero, por eso mismo, debemos interpelar a todos aquellos que ocupan una posición docente en
las ciencias sociales y psicológicas, o en el campo del trabajo social, todos aquellos cuya profesión consiste en
interesarse por el discurso del otro. Se encuentran en una encrucijada política y micropolítica fundamental. O
hacen el juego a esa reproducción de modelos que no nos permiten crear salidas a los procesos de
singularización o, por el contrario, trabajan para el funcionamiento de esos procesos en la medida de sus
posibilidades y de los agenciamientos que consigan poner a funcionar. Eso quiere decir que no hay
objetividad científica alguna en ese campo, ni una supuesta neutralidad en la relación.
En realidad, esas teorías sirven para justificar y legitimar la existencia de esas profesiones especializadas, de
esos equipamientos discriminadores y, por lo tanto, de la marginalidad de algunos sectores de la población.
Las personas que, en los sistemas terapéuticos o en la universidad, se consideran simples depositarias de un
saber científico o simples canales de transmisión del mismo, sólo por eso, ya hicieron una opción
reaccionaria. Sea cual sea su inocencia o su buena voluntad, ocupan efectivamente una posición de refuerzo
de los sistemas de producción de la subjetividad dominante. Y no se trata del destino de su profesión.
Desde el punto de vista micropolítico cualquier praxis puede ser o no policíaca; ningún cuerpo científico,
ningún cuerpo de referencia tecnológica garantiza una justa orientación. La garantía de una micropolítica
procesual, aquella que construye nuevos modos de subjetivación singularizante no se encuentra en ese tipo de
enseñanza. La garantía de una micropolítica procesual sólo puede -y debe- ser encontrada a cada paso, a
partir de los agenciamientos que la constituyen, en la invención de modos de referencia, de modos de praxis.
Invención que permita elucidar un campo de subjetivación y, al mismo tiempo, intervenir efectivamente en
ese campo, tanto en su interior como en sus relaciones con el exterior. Para el profesional de lo social, todo
dependerá de su capacidad de articularse con los agenciamientos de enunciación que asuman su
responsabilidad en el plano micropolítico.

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2. Subjetividad: sujeto (individual o social) vs agenciamientos colectivos de enunciación
En lugar de sujeto, de sujeto de enunciación o de las instancias psíquicas en Freud, prefiero hablar de
«agenciamiento colectivo de enunciación». El agenciamiento colectivo no corresponde ni a una entidad
individuada, ni a una entidad social predeterminada.
La subjetividad es producida por agenciamientos de enunciación. Los procesos de subjetivación o de
semiotización no están centrados en agentes individuales (en el funcionamiento de instancias intrapsíquicas,
egoicas, microsociales), ni en agentes grupales. Esos procesos son doblemente descentrados. Implican el
funcionamiento de máquinas de expresión que pueden ser tanto de naturaleza extrapersonal, extraindividual
(sistemas maquínicos, económicos, sociales, tecnológicos, icónicos, ecológicos, etológicos, de medios de
comunicación de masas), como de naturaleza infrahumana, infrapsíquica, infrapersonal (sistemas de
percepción, de sensibilidad, de afecto, de deseo, de representación, de imagen y de valor, modos de
memorización y de producción de ideas, sistemas de inhibición y de automatismos, sistemas corporales,
orgánicos, biológicos, fisiológicos, etc.).
Toda la cuestión está en elucidar cómo los agenciamientos de enunciación reales pueden poner en conexión
esas diferentes instancias. Esa posición puede aun no estar verdaderamente teorizada, pero, con certeza, está
plenamente en acción en todo el desarrollo de la sociedad.

3. Producción de subjetividad e individualidad


Sería conveniente disociar radicalmente los conceptos de individuo y de subjetividad. Los individuos son el
resultado de una producción en masa. El individuo es serializado, registrado, modelado. La subjetividad no es
susceptible de totalización o de centralización en el individuo. Una cosa es la individuación del cuerpo. Otra
la multiplicidad de los agenciamientos de subjetivación: la subjetividad está esencialmente fabricada y
modelada en el registro de lo social.
En el modo de subjetivación del sueño, es fácil constatar una explosión de la individuación de la subjetividad.
En el acto de conducir un automóvil, no es la persona en tanto individuo, en tanto totalidad egoica la que lo
está conduciendo; la individuación desaparece en el proceso de articulación servomecánica con el automóvil.
Está claro que siempre se reencuentra el cuerpo del individuo en esos diferentes componentes de
subjetivación; siempre se reencuentra el nombre propio del individuo; siempre existe la pretensión del ego de
afirmarse en una continuidad y en un poder. Pero la producción del habla, de las imágenes, de la sensibilidad,
la producción del deseo no se ajustan en absoluto a esa representación del individuo. Esa producción es
adyacente a una multiplicidad de agenciamientos sociales, a una multiplicidad de procesos de producción
maquínica, de mutaciones de los universos de valor y de los universos de la historia.
Parece oportuno partir de una definición amplia de subjetividad para, en seguida, considerar como casos
particulares los modos de individuación de la subjetividad: momentos en los que la subjetividad dice yo, o
superyo (ego o superego), momentos en los que la subjetividad se reconoce en un cuerpo o en una parte de un
cuerpo, o en un sistema de pertenencia corporal colectiva.
El lucro capitalista es, fundamentalmente, producción de poder subjetivo. Eso no implica una visión idealista
de la realidad social: la subjetividad no se sitúa en el campo individual, su campo es el de todos los procesos
de producción social y material. Lo que se podría decir, es que, evidentemente, un individuo siempre existe,
pero sólo en tanto terminal; esa terminal individual se encuentra en la posición de consumidor de
subjetividad. Consume sistemas de representación, de sensibilidad, etc., que no tienen nada que ver con
categorías naturales universales.

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Los jóvenes que pasean por las calles equipados con un walkman establecen con la música una relación que
no es «natural». Al producir ese tipo de instrumento, la industria altamente sofisticada que lo fábrica no está
haciendo algo que simplemente transmite «la» música u organiza sonidos naturales. Lo que esa industria hace
es inventar un universo musical, otra relación con los objetos musicales: la música viene de dentro y no de un
punto exterior. En otras palabras, lo que esta industria hace es inventar una nueva percepción.
Otro ejemplo es el de los niños. De hecho, ellos perciben el mundo a través de los personajes del territorio
doméstico, sin embargo esto es sólo en parte verdadero. Gran parte de su tiempo discurre delante de la
televisión, absorbiendo relaciones de imagen, de palabras, de significaciones. Tales niños tendrán toda su
subjetividad modelizada por ese tipo de aparato.
Otro ejemplo, aun, son las experiencias hechas por antropólogos en sociedades llamadas primitivas. Han
presentado videos a algunas tribus y han constatado que el video era mirado como un objeto incluso
divertido, pero como cualquier otro. Esa reacción nos muestra que el tipo de comportamiento que consiste en
quedarse completamente concentrado en el aparato, en una relación de comunicación directa, sólo existe en
nuestra sociedad. Es ella la que lo produce.
Parto de la idea de una economía colectiva, de agenciamientos colectivos de subjetivación que, en algunas
circunstancias, en algunos contextos sociales, pueden individualizarse. En el lenguaje no son dos individuos,
un emisor y un receptor, los que lo inventan en el momento en el que están hablando. Existe el lenguaje como
hecho social y existe el individuo hablante. Lo mismo ocurre con todos los hechos de subjetividad. La
subjetividad está en circulación en grupos sociales de diferentes tamaños: es esencialmente social, asumida y
vivida por individuos en sus existencias particulares. El modo por el cual los individuos viven esa subjetividad
oscila entre dos extremos: una relación de alienación y opresión, en la cual el individuo se somete a la
subjetividad tal como la recibe, o una relación de expresión y de creación, en la cual el individuo se reapropia
de los componentes de la subjetividad, produciendo un proceso de singularización.
No son los hechos de lenguaje ni los de comunicación los que producen subjetividad. La subjetividad es
manufacturada como lo son la energía, la electricidad o el aluminio. Un individuo es el resultado de un
metabolismo biológico del cual participan su padre y su madre. Podríamos ver las cosas de esa manera, pero,
en realidad, la producción del individuo ahora depende también de la industria biológica y hasta de la
ingeniería genética. Y es evidente que, si esa industria no se hubiese lanzado en una carrera permanente para
responder a las oleadas de virus que atraviesan regularmente el planeta, la vida humana habría sido
destruida. Actualmente, el perfeccionamiento y la producción de respuestas inmunológicas forman parte de
la creación de la vida en este planeta.
No existe una subjetividad del tipo «recipiente» donde se colocarían cosas esencialmente exteriores, que
serían «interiorizadas». Son ejemplos de «cosas» de este tipo: cierta manera de utilizar el lenguaje, de
articularse con el modo de semiotización colectiva; una relación con el universo de las tomas de corriente
eléctrica, en las cuales uno puede electrocutarse; una relación con el universo de circulación en la ciudad.
El individuo está en la encrucijada de múltiples componentes de subjetividad. Algunos son inconscientes,
otros son más del dominio del cuerpo, otros son más de los «grupos primarios», otros, son de la producción de
poder. Mi hipótesis es que existe también una subjetividad aun más amplia: la subjetividad capitalística.
Sería conveniente definir de otro modo la noción de subjetividad, renunciando totalmente a la idea de que la
sociedad, los fenómenos de expresión social son la resultante de un simple aglomerado, de una simple
sumatoria de subjetividades individuales. Es la subjetividad individual la que resulta de un entrecruzamiento
de determinaciones colectivas de varias especies, no sólo sociales, sino económicas, tecnológicas, de medios de
comunicación de masas, entre otras.

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GUATTARI. Un hecho subjetivo es siempre engendrado por un agenciamiento de niveles semióticos
heterogéneos. El engendramiento histórico de las modelizaciones del inconsciente corresponde a un
fenómeno de inmensa transformación de los modos de territorialización subjetiva. Algunos modos de
referencia subjetiva o modos de producción de subjetividad fueron literalmente barridos del planeta con el
ascenso de los sistemas capitalistas. Existe un movimiento general de desterritorialización de las referencias
subjetivas. Hasta la Revolución Francesa y el romanticismo, la subjetividad permaneció ligada a modos de
producción territorializados -en la familia extensa, en los sistemas corporativos, de castas, de segmentación
social- que no reconducían la subjetividad operativa al nivel específico del individuo.
Con la emergencia de un nuevo tipo de fuerza colectiva de trabajo, con la delimitación de un nuevo tipo de
individuación de la subjetividad, se instaló la cuestión de como inventar nuevas coordenadas de producción
de la subjetividad. Se ha ido asistiendo a un confinamiento de la familia y a una delimitación de la infancia.
En los sistemas anteriores a las formaciones capitalistas, la producción de la subjetividad en el niño no estaba
completamente centrada en el funcionamiento de la familia conyugal. Una compleja economía de integración
de las distintas franjas de edad y de articulación con el campo social circundantes, mantenía la subjetividad
en relaciones de dependencia permanente. Las disparidades eran siempre, de algún modo, complementarias.
La noción de responsabilidad individuada es una noción tardía, así como las nociones de error y de
culpabilidad interiorizada. En cierto momento, se asistió a un confinamiento generalizado de las
subjetividades, a una separación de los espacios sociales y a una ruptura de todos y cada uno de los antiguos
modos de dependencia. Con la Revolución Francesa, no sólo todos los individuos se volvieron de derecho, y no
de hecho, libres, iguales y hermanos, sino que también tuvieron que rendir cuentas a leyes transcendentales,
leyes de la subjetividad capitalística. En esas condiciones, fue necesario fundar el sujeto y sus relaciones sobre
otras bases: la relación del sujeto con el pensamiento, la relación del sujeto con la ley moral, la relación del
sujeto con la naturaleza, la relación con el otro. En esa deriva general de los modos territorializados de la
subjetividad se desarrolló una reescritura permanente de los procedimientos de subjetivación en el campo
general de las transformaciones sociales.
La evolución de la novela como un todo puede ser remitida a esas diferentes tentativas de creación de sistemas
de referencia para los nuevos modos de producción de la subjetividad. Es interesante señalar como los
sistemas de modelización de la novela están siempre, en cierta manera, relacionados con los sistemas de
modelización del psiquismo. Freud siempre buscó sus referencias en la mitología antigua, sin embargo, las
traducía a un cierto tipo de novela familiar mucho más próxima a la obra de Goethe, por ejemplo.
También los sistemas de modelización presentes en las concepciones de la organización de las luchas sociales
están relacionados con los sistemas de modelización del psiquismo. Basta pensar en los tipos de producción
subjetiva engendrados por el movimiento obrero, a través de la II Internacional, del leninismo o del maoísmo.
Tal vez se trate de algo mucho menos palpitante que las expresiones ficcionales del sentimiento, pero sin duda
alguna nos remiten a un modo de expresión que no tiene nada que ver con referirse directamente a la
evolución de la subjetividad burguesa.
Si considerásemos lo que efectivamente pasa en el campo de la creación artística y científica, jamás
encontraríamos sistemas de centralización, instituciones que controlasen totalmente los procesos creativos.
De algún modo, las producciones artísticas y científicas proceden de agenciamientos de enunciación que a la
vez atraviesan no sólo las instituciones y las especialidades, sino además países y hasta épocas. Hay siempre
una suerte de multicentrismo de los puntos de singularización en el campo de la creación. Esto no impide que
haya, en un momento o en otro, un individuo creador o una escuela. Sólo en la cabeza de los generales y de
los déspotas de la cultura existe la idea de que se pueda planear una revolución, aunque ésta sea cultural. Por
esencia, la creación es siempre disidente, transindividual, transcultural.

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