EL CASTIGO - Gregorio Maza Ramos
EL CASTIGO - Gregorio Maza Ramos
EL CASTIGO - Gregorio Maza Ramos
(1974)
Poeta y narrador natural de Cura Mori –Piura.
Publica en las revistas hispanoamericanas: “Los omniscientes”, “Factum”, “Los
Escribas” y “Choza de papel”
Ha escrito:
“Soy otro loco” ( 1994)
“Blanca esperanza” (1995)
“Latidos” (1996)
“Granada roja” (2011)
“El gran encanto” (2013)
“Pozo de los Ramos, historia de un pueblo peregrino” ( 2014)
“Panalito de miel” (2015)
“Incendiaste mi corazón” (2016)
“El agüita es sagrada” (2018)
“Gatilleros” (2019)
“Coronavírido” (2020)
EL CASTIGO
Bastantes años atrás, en el hermoso y frondoso valle que se
extendía a las faldas del gran Cerro Azul, ahora Cucungará, vivían
muchas ovejas pastando en los verdes campos, sumisas a su rutina
diaria. No se preocupaban de nada. ¡Mañana lloverá! —decían— y
tendremos harta hierba; agua no nos falta. Y así pasaban sus días,
comiendo y correteando de un lado a otro. Ni siquiera se tomaban
el tiempo de contemplar el rojizo atardecer.
—¿Usted qué sabe de la vida? Solo sabe de los arenales y las lagartijas que se come —contestó
sonriente el jefe de la manada.
—¡No sean tontas! Hablo de algo más peligroso. El Padre Sol ha dicho en mis sueños que una turba
de zorros y lobos se acercan, hambrientos y feroces, y que empleando su astucia acabarán con ustedes.
—¡Fuera de acá! —dijeron otras—. Llevamos muchos años aquí y nunca nos ha pasado nada. ¡Vete!
Lo que quieres es asustarnos. No lo conseguirás.
—Claro —contestó la lechuza—, pero se come con los oídos. Es el mismo proceso de comer hierba
u otra cosa, con la diferencia de que se digiere en el alma. Todo buen consejo es provechoso para nuestra
vida.
—Escúchenme: los lobos y zorros están cerca, harán de ustedes sus esclavos y su comida. La única
manera de vencerlos es aprender a descifrar este libro que el Padre Sol envía para ustedes. Deben
aprender a leer y comprender para que no se dejen engañar. Leyendo dejarán de ser ovejas.
—Nos basta con saber garabatear nuestro nombre. Lo que queremos es comer. ¡Lárgate de aquí!
Y diciendo esto, las ovejas se fueron a seguir disfrutando del delicioso pasto.
—¡Oigan, vuelvan! Tienen que leer; si no lo hacen, la ignorancia los mantendrá esclavizados y los
destrozará. La lectura es alimento y liberación —les volvió a decir la lechuza, pero nadie hizo caso.
Pasaron los días, y solo un adolescente chilalo se acercó por curiosidad a ver el gran Libro Dorado
que había dejado la lechuza en el grueso tronco de un viejo zapote. Quedó maravillado. ¡Asombroso!,
exclamó mientras sus claros ojos se deleitaban con las cosas que iba conociendo e imaginando.
—¡Oigan, ovejitas, vengan, miren el nuevo mundo que podemos tener! —les llamó
entusiasmado, pero fue desterrado por el rebaño ante tal atrevimiento de querer saber.
—¿Qué cosa? ¿Tú nos quieres enseñar? ¡Vete lejos! ¡Lárgate, pajarraco! —le ordenaron,
señalando un distante medanal, mientras tumbaban a cornazos el árbol donde tenía su hermoso ollero
recién construido.
Pronto, varios ojos relumbraron, como brasas en la oscuridad, desde lo alto de una loma. Eran los
anunciados visitantes, quienes de inmediato empezaron a comerse cuanta oveja se cruzara en su camino.
Los ovejos guardianes, tan luego se dieron cuenta de las desapariciones de sus compañeros, tomaron
precauciones. No hagan caso a extraños, decían. Pero los zorros y lobos, empleando su típica astucia,
ideaban nuevas formas para atrapar a sus presas, que caían en un abrir y cerrar de ojos, a pesar de que
las ovejas permanecían escondidas en matorrales de vichayos y macucharos.
En poco tiempo, la comunidad ovejuna iba siendo diezmada. Los pellejos putrefactos lucían
colgados en los algarrobos. Ante esto, el Ovejo Jefe decidió llegar a un acuerdo con el Jefe Lobo y Jefe
Zorro:
—No queremos más desaparecidos —dijo el ovejo, mostrando un rostro acongojado—. Queremos
ser amigos de ustedes, vivir en paz y hermandad.
—¡Qué bien! —contestó el Jefe Lobo, relamiéndose— Ya era tiempo. Tiene usted razón, no debe
haber más muertes. Seremos buenos amigos a cambio de algo.
—Claro, es algo fácil —dijo el Jefe Zorro, mientras escribía con serenidad; y mientras concluía la
redacción del documento, indicó—: solo tiene que firmar aquí, mi estimado amigo, y le prometemos, con
honor y por la memoria de nuestros ancestros, que ya no tendrán de qué preocuparse.
El ovejo recibió el escrito, lo miró, lo olfateó, pero no entendió nada de lo que decía. Solo escuchó
las palabras del Jefe Lobo hablándole al oído. Firma, le decía, firma, ovejito. Y fingiendo haber leído, trazó
su rúbrica con temor. Luego se retiró con un aire helado, propio de la duda, que iba enredándose en su
interior como una serpiente venenosa. Caminaba desalentado, acordándose de las palabras de la lechuza
sagrada: Deben aprender a leer y comprender para que no se dejen engañar. La lectura los hará libres…
¿Qué habré firmado?, se preguntó, mordisqueando un poco de hierba.
La noche abrió sus negros ojos sobre aquel inmenso valle. Las estrellas, traviesas y juguetonas, se
asomaron en el lienzo infinito del cielo.
Al día siguiente, seis lobos y seis zorros aparecieron frente a la comunidad ovejuna.
—Hola, amiguitos, hemos venido por la ofrenda al dios Lobo y dios Zorro —dijeron con gran
amabilidad.
Las ovejas y ovejos se quedaron inmóviles. ¿Qué cosa?, se preguntaron unos. Pero si nuestro dios
es el Sol y la Luna —dijeron otros.
—Ayer su jefe ha firmado un pacto: que a partir de hoy no tienen más dioses que el Lobo y el Zorro,
y están obligados a ofrendar seis de ustedes diariamente.
—Eso no es cierto —dijo abriéndose paso el Ovejo Jefe—. Firmé que seríamos amigos a cambio de
leche y hierba.
—Te dejaste engañar, mi estimado ovejito. Ahora debe honrar su palabra cumpliendo con la ofrenda
—dijo, amenazadoramente, un lobo de aspecto demoniaco, mostrando sus filudos colmillos.
De repente, desde lo alto, como un río a punto de desbordarse, una gran voz se dejó escuchar:
—Jefe Ovejo, ¿qué has hecho? —un silencio se clavó como daga en el corazón de los presentes—
Por no haber escuchado el consejo de la sagrada lechuza, toda tu raza perderá el habla y serán devorados
de inmediato, sin proferir grito alguno, castigo que también arrastrarán tus descendientes. Serán mansas
y balarán solo cuando les falte de comer. Y en cuanto al chilalo desterrado, se convertirá en un gran curaca
que juntará a lo largo del valle a todos aquellos que no se negaron a aprender del gran Libro Dorado, y
formará una etnia ingeniosa, valerosa y trabajadora. Con el tiempo volverá a su forma natural y, con su
canto, dará la hora al hombre de campo. Será indo mable. No podrán tenerlo cautivo.
Y así, enojado, el Padre Sol dispuso que los zorros y lobos deambularan en busca de su alimento
por haber querido ser dioses. La Madre Luna condenó a la lechuza
—por no insistir en su tarea de enseñar a leer— a graznar funestamente por las noches, en señal
de muerte y en memoria de las ovejas devoradas por los lobos.
Desde ese entonces, las ovejas solo balan cuando tienen hambre; pero cuando las atrapan o las
matan, no dan grito alguno. En las noches oscuras, la lechuza grazna sobre los techos cumpliendo su
eterna misión, y los lobos aúllan lastimeramente pidiendo perdón a la Madre Luna para que interceda
ante el Padre Sol y les sea devuelta el habla. Y del gran curaca, los huaqueros aún encuentran hermosos
ceramios y valiosas reliquias que hablan de la grandiosidad de nuestra etnia.
Por su parte, el hombre de campo labora con amor la Madre Tierra, acompañado del trino de las
avecillas, especialmente de la melodía milenaria y armoniosa de aquel pájaro hornero que hasta ahora no
puede mantener cautivo, pues cuando lo mete en una jaula, sacude las alas, canta y muere al instante.