Leyenda Del Rio Queule.
Leyenda Del Rio Queule.
Leyenda Del Rio Queule.
En la salida del rio Queule, en la ribera sur había un pequeño cerro, cuyo
propietario era un hombre viudo, oriundo del lugar. Vivía en una casa de campo
preciosa, en compañía solamente de su única hija, que era muy linda. Dani era su
nombre; tenía unos cabellos negros y largos, que peinaba graciosamente, sus ojos
eran dos almendras coronadas por arcos de negros como noche, que embrujaban
y oscurecían sus párpados, pero que aclaraban su lindo rostro color mate.
Entre ella y un pescador del lugar, muchacho alegre y simpático, existía un gran
amor. Dani esperaba todas las tardes que retornen los botes del mar,
contemplando hacia el horizonte, donde parece juntarse éste y el cielo,
alargándoseles más aún sus bellos ojos, impacientes y decidores, que
escudriñaban la silueta lejana de su amor.
Cuando Andrés, así se llamaba el pescador, salía al mar, pasaba frente al cerrito,
donde en lo alto, irrumpía entre los árboles la casita blanca de su amada; ésta,
detrás de una ventana, se despedía de él, moviendo sus manos y dirigiéndole
muchos besos.
Un día, el joven no entró al mar, y Dani en su interior, presentía algo. Fue
entonces, cuando le avisaron, que el poblado de Queule había una fiesta y mucha
gente de campo, y pescadores vestidos con camisa blanca y corbata. ¡Era un
matrimonio! Andrés contraía matrimonio.
La desilusión de Dani fue tan inmensa, que su pobre padre, al verla llorar día y
noche, fue consumiéndolo hasta morir. Dani sobrevivió algunas semanas más, la
mantenía en pie la venganza, pero el dolor, su pena y odio fueron apoderándose
tanto de ella, que una tarde en que miraba como siempre hacia el mar, donde se
junta con el cielo, maldijo a su enamorado y a todo que trabajase en el mar. Luego
de esto ¡cayó al suelo para siempre!. Tenía entre sus manos un pañuelo azul que
le había regalado Andrés, como muestra de su amor incondicional.
La casa está desde entonces sola. Sus muros de color verde pasto se mimetizan
con los viejos árboles abandonados. Las flores tan lindas que adornaban el jardín,
están ya secas, murieron junto con su reina, a las cuales ella cuidaba con tanto
amor y esmero, porque con ellas les hablaba de Andrés. Eran las Ilusiones,
Suspiros, Pensamientos y No me olvides.
Desde entonces, Andrés no pudo entrar al mar. Muchas veces se dirigió al este,
pero al llegar frente al cerrito, se levantaba un temporal tan grande que le impedía
pasar la barra del rio con el mar. Esto lo intentó muchas veces, pero no pudo,
jamás, volver al mar. Hasta el día de hoy, cuando en Queule se avecina un
temporal, lugareños y pescadores, no salen a la mar, porque saben que no
volverán a encontrarse con sus esposas, porque es la maldición de la joven quién
aún llora la traición de su enamorado.