Seis Catequesis de Juan Pablo Ii Sobre Ngeles y Demonios
Seis Catequesis de Juan Pablo Ii Sobre Ngeles y Demonios
Seis Catequesis de Juan Pablo Ii Sobre Ngeles y Demonios
ÁNGELES Y DEMONIOS
1 - La existencia de los ángeles revelada por Dios
(9.VII.86)
Nuestras catequesis sobre Dios, Creador del mundo, no podían concluirse sin
dedicar una atención adecuada a un contenido concreto de la revelación divina:
la creación de los seres puramente espirituales, que la Sagrada Escritura llama
'ángeles'. Tal creación aparece claramente en los Símbolos de la Fe,
especialmente en el Símbolo niceno-constantinopolitano: Creo en un solo Dios,
Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas (esto
es, entes o seres) 'visibles e invisibles'.
2. Hoy, igual que en tiempos pasados, se discute con mayor o menor sabiduría
acerca de estos seres espirituales. Es preciso reconocer que, a veces, la
confusión es grande, con el consiguiente riesgo de hacer pasar como fe de la
Iglesia respecto a los ángeles cosas que no pertenecen a la fe o, viceversa, de
dejar de lado algún aspecto importante de la verdad revelada.La existencia de
los seres espirituales que la Sagrada Escritura, habitualmente, llama 'ángeles',
era negada ya en tiempos de Cristo por los saduceos (Cfr. Hech 23, 8). La
niegan también los materialistas y racionalistas de todos los tiempos. Y sin
embargo, como agudamente observa un teólogo moderno, 'si quisiéramos
desembarazarnos de los ángeles, se debería revisar radicalmente la misma
Sagrada Escritura y con ella toda la historia de la salvación' (.).
La Providencia abraza, por tanto, también el mundo de los espíritus puros, que
aun más plenamente que los hombres son seres racionales y libres. En la
Sagrada Escritura encontramos preciosas indicaciones que les conciernen. Hay
la revelación de un drama misterioso, pero real, que afectó a estas criaturas
angélicas, sin que nada escapase a la eterna Sabiduría, la cual con fuerza
(fortiter) y al mismo tiempo con bondad (suaviter) todo lo lleva al cumplimiento
en el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Hay que repetir aquí lo que ya hemos recordado a su debido tiempo a propósito
del hombre: creando a los seres libres, Dios quiere que en el mundo se realice
aquel amor verdadero que sólo es posible sobre la base de la libertad. El quiso,
pues, que la criatura, constituida a imagen y semejanza de su Creador, pudiera
de la forma más plena posible, volverse semejante a El: Dios, que 'es amor'.
Creando a los espíritus puros, como seres libres, Dios, en su Providencia, no
podía no prever también la posibilidad del pecado de los ángeles. Pero
precisamente porque la Providencia es eterna sabiduría que ama, Dios supo
sacar de la historia de este pecado, incomparablemente más radical, en cuanto
pecado de un espíritu puro, el definitivo bien de todo el cosmos creado
Los otros, en cambio, han vuelto la espalda a Dios contra la verdad del
conocimiento que señalaba en Él el Bien total y definitivo. Han hecho una
elección contra la revelación del misterio de Dios, contra su gracia, que los
hacía partícipes de la Trinidad y de la eterna amistad con Dios, en la comunión
con El mediante el amor. Basándose en su libertad creada, han realizado una
opción radical e irreversible, al igual que la de los ángeles buenos, pero
diametralmente opuesta: en lugar de una aceptación de Dios, plena de amor, le
han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de
aversión y hasta de odio, que se ha convertido en rebelión.
Este último versículo del Salmo 102 indica que los ángeles toman parte, a su
manera, en el gobierno de Dios sobre la creación, como 'poderosos ejecutores
de sus órdenes' según el plan establecido por la Divina Providencia.A los
ángeles está confiado en particular un cuidado y solicitud especiales por los
hombres, en favor de los cuales presentan a Dios sus peticiones y oraciones,
como nos recuerda, p.e., el Libro de Tobías (Cfr. especialmente Tob 3, 17 y 12,
12), mientras el Salmo 90 proclama: 'a sus ángeles ha dado órdenes. te
llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra'(Cfr. Sal 90, 1-
12). Siguiendo el libro de Daniel, se puede afirmar que las funciones de los
ángeles como embajadores del Dios vivo se extienden no sólo a cada uno de
los hombres y a aquellos que tienen funciones especiales, sino también a
enteras naciones (Dan 10, 13-21).
7. Entre los libros del Nuevo Testamento, los Hechos de los Apóstoles nos
hacen conocer especialmente algunos episodios que testimonian la solicitud de
los ángeles por el hombre y su salvación. Así, cuando el ángel de Dios libera a
los Apóstoles de la prisión (Cfr. Hech 5, 18-20), y ante todo a Pedro, que
estaba amenazado de muerte por la mano de Herodes (Cfr. Hech 12, 5-10). O
cuando guía la actividad de Pedro respecto al centurión Cornelio, el primer
pagano convertido (Cfr. Hech 10, 3-8; 11, 12©13), y análogamente la actividad
del diácono Felipe en el camino de Jerusalén a Gaza (Hech 8, 26-29).
8. Finalmente es oportuno notar que la Iglesia honra con culto litúrgico a tres
figuras de ángeles, que en la Sagrada Escritura se les llama con un nombre.El
primero es Miguel Arcángel (Cfr. Dan 10, 13.20; Ap 12, 7; Jdt. 9). Su nombre
expresa sintéticamente la actitud esencial de los espíritus buenos: 'Mica-El'
significa, en efecto: '¿quien como Dios?'. En este nombre se halla expresada,
pues, la elección salvífica gracias a la cual los ángeles 'ven la faz del Padre' que
está en los cielos.
Reflexionando bien se ve que cada una de estas tres figuras: Mica-El, Gabri-El,
Rafa-El reflejan de modo particular la verdad contenida en la pregunta
planteada por el autor de la Carta a los Hebreos: '¿No son todos ellos espíritus
administradores, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la
salvación?' (1, 14).
Está claro que si Dios 'no perdonó' el pecado de los ángeles, lo hace para que
ellos permanezcan en su pecado, porque están eternamente 'en las cadenas' de
esa opción que han hecho al comienzo, rechazando a Dios, contra la verdad del
bien supremo y definitivo que es Dios mismo. En este sentido escribe San Juan
que: 'el diablo desde el principio peca' (1 Jn 3, 3). Y ' él es homicida desde el
principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él' (Jn 8,
44).
7. Como efecto del pecado de los progenitores, este ángel caído ha conquistado
en cierta medida el dominio sobre el hombre.Esta es la doctrina
constantemente confesada y anunciada por la Iglesia, y que el Concilio de
Trento ha confirmado en el tratado sobre el pecado original (.): Dicha doctrina
encuentra dramática expresión en la liturgia del bautismo, cuando se pide al
catecúmeno que renuncie al demonio y a sus seducciones.Sobre este influjo en
el hombre y en las disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos
varias indicaciones en la Sagrada Escritura, en las cuales satanás es llamado 'el
príncipe de este mundo' (Cfr. Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso 'el Dios del
siglo' (2 Cor 4, 4). Encontramos muchos otros nombres que describen sus
nefastas relaciones con el hombre: 'Belcebú' o 'Belial', 'espíritu inmundo',
'tentador', 'maligno' y finalmente 'anticristo' (1 Jn 4, 3). Se le compara a un
'león' (1 Pe 5, 8), a un 'dragón' (en el Apocalipsis) ya una 'serpiente' (Gen 3).
Muy frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de 'diablo' del
griego 'diaballein' -diaballein- (del cual 'diabolos'),que quiere decir: causar la
destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir verdad, todo esto sucede
desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es presentado en la
Sagrada Escritura como una persona, aunque se afirma que no está solo:
'somos muchos', gritaban los diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc
5, 9); 'el diablo y sus ángeles', dice Jesús en la descripción del juicio final (Cfr.
Mt 25, 41).
La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal,
influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder
situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso
a Jesús (Cfr. Lc 4, 3-13) en la tentativa extrema de contrastar las exigencias de
la economía de la salvación tal como Dios le ha pre ordenado. No se excluye
que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no
sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por
lo que se habla de 'posesiones diabólicas' (Cfr. Mc 5,2-9). No resulta siempre
fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia
condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e
intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede
negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta
extrema manifestación de su superioridad.
5. Con ésta se concluyen las catequesis sobre Dios Creador de las 'cosas
visibles e invisibles', unidas en nuestro planteamiento con la verdad sobre la
Divina Providencia. Aparece claro a los ojos del creyente que el misterio del
comienzo del mundo y de la historia se une indisolublemente con el misterio del
final, en el cual la finalidad de todo lo creado llega a su cumplimiento. El Credo,
que une así orgánicamente tantas verdades, es verdaderamente la catedral
armoniosa de la fe. De manera progresiva y orgánica hemos podido admirar
estupefactos el gran misterio de la inteligencia y del amor de Dios, en su acción
creadora, hacia el cosmos, hacia el hombre, hacia el mundo de los espíritus
puros. De tal acción hemos considerado la matriz trinitaria, su sapiente finalidad
relacionada con la vida del hombre, verdadera 'imagen de Dios', a su vez
llamado a volver a encontrar plenamente su dignidad en la contemplación de la
gloria de Dios.
Hemos recibido luz sobre uno de los máximos problemas que inquietan al
hombre e invaden su búsqueda de la verdad: el problema del sufrimiento y del
mal. En la raíz no está una decisión errada o mala de Dios, sino su opción, y en
cierto modo su riesgo, de crearnos libres para tenernos como amigos. De la
libertad ha nacido también el mal. Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría
transcendente, predestinándonos a ser sus hijos en Cristo, todo lo dirige con
fortaleza y suavidad, para que el bien no sea vencido por el mal.