Una Melodia para Lu

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© 2019, María Alejandra Almeida
© De esta edición:
2019, Santillana S. A.
De las Higueras 118 y Julio Arellano, Monteserrín
Teléfono: 335 0347
Quito, Ecuador

Víctor Emilio Estrada 626 y Ficus, Urdesa Central


Teléfono: 461 1460
Guayaquil, Ecuador

ISBN: 978-9942-31-358-4
Impreso en Ecuador por Imprenta Mariscal

Primera edición en Loqueleo Ecuador: Octubre 2019

Dirección editorial: María Soledad Jarrín


Edición: Mauricio Montenegro
Ilustración: Guido Chaves
Corrección de estilo: Nadya Durango
Diagramación: Sandra Corrales H.
Autoría de actividades: Josefina Jarrín

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en


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electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el
permiso escrito previo de la editorial.
Una melodía para Lu
María Alejandra Almeida
Lluvia

La tarde era fría y las negras nubes que cubrían 9


el cielo presagiaban la primera lluvia de la
semana. Con un suspiro, me acerqué a la ven-
tana de mi habitación y miré al cielo descolo-
rido e inalcanzable. El clima acompañaba per-
fectamente mi humor.
Toc, toc, toc.
Los suaves golpes en la puerta hicieron que
regresara a la realidad.
—¿Lu? —preguntó mi mamá, mientras
entraba en el cuarto con una sonrisa—. ¿Lista
para mañana?
—Sí —respondí sin emoción.
Los labios de mi madre temblaron por un
segundo y luego se ampliaron, mostrándome
nuevamente una expresión alegre.
—No debes estar nerviosa, todo va a ir bien.
De seguro harás nuevos amigos.
La mención de la palabra amigos hizo que
mi corazón se estrujara. Para mí era imposible
hacer amigos. Peor aún, hacer nuevos amigos,
porque no había tenido ninguno en el pasado,
ninguno en mis once años.
—Sí, mami. De seguro que sí —dije para
tranquilizarla.
10 Ella se acercó y me estrechó contra sí. Yo res-
pondí de la única manera que podía: colocando
mi brazo derecho sobre su espalda, mientras
mamá me acunaba con dulzura entre los suyos.
Me pregunté cómo se sentiría rodear a alguien
con ambos brazos.
—Este colegio no será como el anterior, Lu
—me dijo al oído—. Tu padre y yo hablamos
con la directora y ella nos aseguró que todo
estará bien.
—No quiero que nadie se burle de mí.
—Ya te lo dije. Todo va a estar bien.
Tras esas palabras, descubrí que una
pequeña esperanza empezaba a formarse en
mi corazón. Mi madre se percató de ello y me
llenó de besos. Luego se marchó, sin dejar de
sonreír.
Cerré las cortinas de la ventana y eché un
último vistazo al exterior: las gotas de lluvia
habían comenzado a caer y ya se escuchaba su
golpeteo en el tejado. Me pregunté si en el lugar
en el que se encontraba papá estaría lloviendo.
Había tenido que viajar a la capital por trabajo
y no regresaría en un par de días. Era ingeniero
y estaba en plena construcción de un nuevo
edificio. Trabajaba junto a mi tío Julián, que
era arquitecto. Juntos hacían un gran equipo. 11
Mi tío vivía en la capital y tenía dos hijos
mayores que yo, por tres y dos años. No nos lle-
vábamos muy bien. Jorge y Rodrigo nunca me
ignoraban, pero siempre he tenido la impre-
sión de que ambos sienten un rechazo muy
bien disimulado hacia mí. Creo que les hubiera
agradado más si tuviese... ambos brazos.
Las dos palabras resonaron en mi mente
como un rayo. Miré mi mano derecha justo
frente a mi rostro. Mi mano y brazo izquierdos
no se habían formado bien durante el emba-
razo de mi madre (o eso explicaba el médico) y
había nacido sin ellos. Más allá de eso, estaba
completamente sana.
El médico y mis padres repetían una y otra
vez que debía dar gracias por tener el brazo
derecho, ya que muchos otros niños nacen sin
brazos e, incluso, sin piernas. Mi caso había
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sido sencillo, si lo poníamos de esa manera.
Yo podía escribir, pintar, dibujar y soste-
ner cualquier cosa. Era una muchachita muy
afortunada.
Pero el resto de chicos, los que tenían ambos
brazos, eran miles de veces más afortunados y
aquella escuela a la que iría a partir de mañana
estaba repleta de ellos. 13
Esa noche dormí pensando en la palabra
amigo. Era una palabra normal, pero a mí me
sonaba extrañamente encantadora.

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