Guardini (El Ojo y El Conocimiento Religioso)
Guardini (El Ojo y El Conocimiento Religioso)
Guardini (El Ojo y El Conocimiento Religioso)
[ R E F L E X I O N E S F I L O S Ó F I C A S S O B R E L A C A RTA A LOS
R O M A N O S , 1, 19-21] ( 6 )
(6) “El ojo y el conocimiento religioso” es el primer capítulo del libro Los senti -
dos y el conocimiento religioso.
102
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
103
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
(7) También podríamos partir del oído y del mundo de lo audible, sobre todo de
la palabra y del lenguaje; o también de la mano y del mundo de lo palpable, asible
y modelable. El ojo posee, empero, una ventaja peculiar en punto a ilustrar la inteli-
gibilidad.
104
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
105
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
(9) Únicamente el acelerador del cine nos ha puesto claramente ante los ojos el
movimiento del crecimiento. Tengo, sin embargo, la sospecha de que ese movi-
miento, bien que en una medida infinitamente delicada, se hace notar ya para la
mirada inmediata, aun cuando sólo sea como la impresión de una especial elastici-
dad o intensidad de los contornos, superficies y formas corpóreas.
106
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
107
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
ser humano y paso a ver, tan sólo, algo útil o deseable, sea un apara-
to técnico o un organismo. A mí me parece, incluso, que, cuando
miro a un hombre, veo su alma antes que su cuerpo, y, en todo caso,
con más fuerza y de manera más decisiva. Veo su cuerpo sólo en ella,
iluminado, dominado, caracterizado por ella. Cuando alguien se acer-
ca a mí con afabilidad o encolerizado, el elemento decisivo de que yo
me doy cuenta es precisamente esa pasión, y sólo en ella aprehendo
todo lo demás. Las partes aisladas de su rostro, sus manos, su paso,
toda su moviente corporalidad, el vestido, incluso las cosas que lleva,
todo esto lo veo “en” su afabilidad o “en” su ira.
El “ojo” es, pues, mucho más de lo que cree la forma biológico-
mecanicista de pensar. “Ver” es encontrarse con la realidad; y el ojo
es, sencillamente, el hombre, en la medida en que puede ser afecta-
do por la realidad en sus formas orientadas a la luz. La visión es la
respuesta del ojo y, en el ojo, del hombre a la realidad referida a la
luz. Dicho de manera más precisa: la visión es la respuesta a la figu-
ra significativa que, con relación a la luz, forma conjuntamente esa
realidad concreta y el propio ojo; y, en esa forma conjunta, se reali-
za la existencia.
La realidad viviente se da en el modo de la expresión. No consis-
te en una mera aglomeración de caracteres sino en esto otro: en que,
en lo dado de manera directa, “aparece” una realidad propia y pecu-
liar que se encuentra “detrás” de ello. Esta realidad auténtica está, en
sí misma, sustraída, oculta; y, además, tanto más sustraída y oculta
cuanto más elevada es su categoría. Pero aparece, se hace presente, se
manifiesta en lo que existe, de manera inmediata. Lo “auténtico” de
la realidad inerte es la ley de su esencia; lo “auténtico” del ser vivo, la
protofigura productiva depositada ya en su germen; lo “auténtico”
del hombre, su alma espiritual que sustenta su carácter personal.
El acto esencial del ojo consiste, pues, en aprehender, en lo dado
de manera directa, la realidad auténtica que en ella aparece. Si el fenó-
meno del ojo no se prolonga hasta aquí, tenemos únicamente un apa-
108
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
109
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
110
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
111
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
ciones materiales del ente en cuestión (este cristal, esta planta, este
animal, este ser humano). Esa condición de criatura es en sí misma
un contenido, es el fundamento de todo posible contenido.
Tampoco se trata aquí de una causación abstracta, sino de ser-reali-
dad por el Dios vivo; se trata de lo que brota del acto de la santa
fuerza creadora de Dios.
Esta determinación originaria de todo ente se ve. Debemos con-
fiar en nuestro ojo y concederle toda la potencialidad que tiene. Aquí
se trata de su acto más fundamental; no podemos dejarlo a la fanta-
sía, o al sentimiento, o a la mera lógica. No podemos segregar una
“ciencia” aparentemente pura pero, en realidad, marchita, de una fe
religiosa también aparentemente pura pero, en realidad, alejada del
ser; pues lo que sale de esa segregación, es decir, ambas cosas son fal-
sas y no merecen la pena. Nuestro ojo dice otra cosa. Dice: “veo el
misterio; veo la condición de criatura”.
La vemos de verdad. De esto habla la frase, citada al comienzo, de
la Carta a los Romanos: “En efecto, lo cognoscible de Dios es mani-
fiesto entre ellos pues Dios se lo manifestó. Porque, desde la creación
del mundo, lo invisible de Dios es contemplado en sus obras con (el
ojo de) la inteligencia (10), tanto su eterno poder como su divinidad”
(1, 19-20). Al parecer, de este hecho tienen miedo tanto el racionalis-
mo como una fe estrecha. El primero, porque aspira a arrinconar lo
religioso en la esfera sin compromiso de la “mera fe”; la segunda, por-
que teme introducir a Dios en el mundo. Pero el mundo es más que
únicamente “mundo”; cada cosa es más que únicamente “una cosa”;
y el ojo humano es más que un órgano físico-psicológico.
(10) Nooumena kathoratai. Este ver con el nous, con la razón superior, no es un
simple investigar y desvelar, sino precisamente un “ver”. Puede ser que en la expre-
sión paulina co-actúe una teoría helenística sobre el conocimiento, según la cual la
realidad auténtica no es captada con la percepción sensible, sino con la pura intui-
ción del espíritu. En todo caso, se trata de un “ojo”, no de un intelecto abstracto; y
la tarea que habría que realizar consistiría en quitar los elementos del conocimiento
teórico no esenciales para el sentido revelado y restablecer el fenómeno puro.
112
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
La fe dice que las cosas y su unidad (esto es, el mundo) han sido
creadas por Dios ¿Cómo adquirimos conocimiento de esa condición
de creado? La respuesta usual dice así: de un lado, por nuestro pen-
samiento, que deduce, de determinados caracteres y condiciones,
principalmente de la finitud de todo lo creado, que el mundo no
puede existir por sí mismo; de otro lado, por la fe, pues Dios se nos
revela como Creador y exige ser Señor del mundo. Esta respuesta es,
naturalmente, cierta. Pero uno puede preguntarse si contiene todo lo
que puede decirse a este propósito. ¿No es necesario decir también
que se ve la condición creada del mundo, “el eterno poder y la divi-
nidad” de que habla San Pablo? (11)
Cuando, entre un montón de minerales, hallo un cristal de forma
desacostumbrada, me sorprendo y pienso cómo puede haberse for-
mado; pero en ningún momento pienso que pueda deberse a otra
causa distinta de una causa natural. En cambio, si me encuentro un
instrumento que no había visto nunca antes, noto enseguida que no
es una cosa natural sino el resultado de una acción humana; noto que
no ha “surgido” sino que tiene que haber sido “hecho”.
¿En qué noto esto? La respuesta usual dice así: lo deduzco de mi
experiencia. Yo mismo he hecho instrumentos, o he visto cómo otros
los hacían; el instrumento me recuerda a esos hombres, y de ahí
deduzco que también él ha sido hecho. Esto es cierto; ¿pero es todo?
¿No ocurre, en realidad, que, en la forma de la cosa, veo que no
puede haber “surgido”? Un cristal puede tener cualquier forma; pero
ésta es siempre tal que se muestra como “naturaleza”. Y no porque sea
más o menos perfecta sino porque, por su misma índole, es distinta
de como puede ser un resultado del obrar humano. Toda figura natu-
113
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
(12) Naturalmente, también tengo que pensar. Toda percepción de los sentidos
está acompañada y traspasada permanentemente por un pensamiento mejor, más
seguro, más profundo. Pero lo que aquí se discute es si la aprehensión de aquellas
diferencias es, en primer término y de manera radical, resultado del pensamiento o
de la percepción visiva.
114
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
(13) Cito el pasaje porque se aplica con frecuencia a este contexto. Pero, en reali-
dad, no se refiere a “Dios” sino al Padre. La palabra “Dios” se emplea al final del
Prólogo del Evangelio de San Juan en el mismo sentido que al comienzo en que se
dice que “la Palabra estaba en Dios”, queriendo decirse que el Hijo estaba en el Padre.
115
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
Tal vez se objete que, si las cosas fuesen así, el hombre no podría
en modo alguno dejar de conocer a Dios. Y, como de esto no se ha
hablado, por consiguiente, la opinión expuesta no es acertada.
La objeción, sin embargo, no resiste un examen serio. Si lo que
antes dijimos sobre las condiciones del conocimiento es cierto,
esto tiene que alcanzar su significación más alta aquí, en el cono-
cimiento de Dios. Pues, si hay algo que importa al hombre, es la
realidad de Dios. Toda la vida del hombre se transforma cuando
conoce y reconoce que Dios existe; o cuando juzga en serio que
Dios no existe; o cuando evita tomar una decisión; o cuando deja
que la cuestión se extinga. Todo esto tiene una influencia muy
grande sobre su manera de comportarse frente al carácter manifies-
to de las cosas como obra de Dios; le hace ver, o no ver, o perma-
necer en la niebla.
¿Es posible, empero, tener algo ante los ojos y no verlo? La expe-
riencia diaria demuestra que esto ocurre fácil y frecuentísimamente. Y la
psicología de las equivocaciones ha mostrado, en una forma que aver-
116
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
117
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
(14) Algo semejante puede afirmarse también con respecto a las realidades no per-
sonales. Puede haber alguien que, por ser comerciante, trate con animales desde la
mañana hasta la noche sin llegar a tener conciencia de que se trata de seres vivos, esto
es, que sienten y que sólo existen una vez, a través de su tiempo, que pasa veloz-
mente. Sin embargo, tal vez se forme en él, a partir de su decisión, tomada con res-
pecto a una persona humana, una actitud amorosa que conceda espacio libre tam-
bién a las cosas. De hecho ocurre con frecuencia que los ojos se abren para el mundo
tan sólo en la vivencia del amor a otro ser humano.
118
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
(15) Sin duda no necesitamos subrayar especialmente que esta tesis no tiene nada
que ver con el "ontologismo". Éste identifica a Dios con el ser en cuanto tal, de suer-
te que Dios tendría que ser pensado de manera inmediata y necesaria en todo ente.
119
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
Romano Guardini
120
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998
E L O J O Y E L C O N O C I M I E N TO R E LI G I O S O
centro de gravedad del pensar al ver; del reino intermedio de los con-
ceptos, tan extrañamente independiente, al reino de las cosas.
Se trataría, pues, de llegar ante la realidad, percibir su choque y
ser afectado por su figura de sentido. Es decir, se trataría de ver, de
oír, de tocar. Los sentidos adquirirán una importancia completamen-
te nueva. Pero no según el modo sensualista sino al contrario. El sen-
sualismo será superado, lo mismo que el intelectualismo. Ambos se
encuentran estrechísimamente unidos, en efecto. Tanto el “instru-
mento sensible” como el “mero intelecto” son cosa de la Edad
Moderna. En lo sucesivo, lo que importará será el ojo, el oído, la
mano vivos; en una palabra, los sentidos cuya conexión va, en cada
caso, desde las células más exteriores hasta el corazón y el espíritu. Las
cosas tienen que ser vistas, oídas, tomadas, gustadas de nuevo, tienen
que ser aprehendidas con toda su potencia manifestativa. Y sólo des-
pués puede empezar su tarea un pensamiento (un pensamiento tam-
bién regenerado) que obedece a la realidad y que capta todo lo que
en ella aparece; un pensamiento capaz de dar nombre a la realidad;
capaz de comprenderla y de construir con ella un “mundo”. El anti-
guo principio que dice “no hay nada en el entendimiento que no esté
antes en la sensación” adquiere su significado auténtico cuando se lo
mira desde esta perspectiva.
Esto es válido también con respecto al conocimiento religioso. La
religión es la respuesta a ese algo supremo y auténtico que brota de la
realidad del mundo (y después, ciertamente, y de manera más defini-
tiva, de la revelación positiva, de la que aquí no hemos hablado). La
religión aprehende una peculiaridad de las cosas; responde a ella con
el respeto, la veneración, la obediencia y la súplica; y configura lo
aprehendido en un símbolo, una sabiduría y un orden de vida.
121
Cuadernos de la Diáspora 8 Valencia, AML, 1998