Garavito El Monstruo de Génova
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Garavito El Monstruo de Génova
Garavito, la ‘Bestia’, y su agenda negra del horror: “Aquí enterré todos los cadáveres”
LVD
MÓNICA G. ÁLVAREZ
06/11/2020 06:30Actualizado a 06/11/2020 14:52
De víctima a verdugo
Luis Alfredo Garavito Cubillos nació el 25 de enero de 1957 en el pueblecito
colombiano de Génova, donde se crió con seis hermanos (él era el mayor)
y con un padre, Manuel Antonio, del que jamás recibió afecto
alguno. Todo lo contrario, las palizas fueron la tónica habitual. Incluso sufrió
toda clase de torturas: quemaduras con velas, cortes con navajas de afeitar,
golpes con palos mientras lo ataba a un árbol, etc.
Garavito, de niño
LVD
De hecho, a los catorce cometió su primer intento de violación: acorraló a un
pequeño de cinco años, pero lo descubrieron. Aquella pedofilia desembocó
en una ola de crímenes que emergió cuando Garavito contaba con 35 años.
Cuanto más torturaba a sus víctimas, más placer sexual sentía.
Antes de comenzar su carrera criminal, el colombiano llevaba una aparente
vida normal ejerciendo como vendedor ambulante de estampitas
religiosas (del Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio) con las que
recorría gran parte del país. Y aunque su comportamiento era poco sociable
con tendencia a la venganza, Garavito trataba de calmar aquellos ‘fantasmas’
con cantidades ingentes de alcohol. Pero aquello no hacía más que
incrementar sus estallidos violentos contra todo aquel que estuviese delante:
parejas, jefes o compañeros de trabajo.
Así fue cómo, durante los siguientes cinco años, Garavito perpetró cientos de
asesinatos movido por un “impulso”, según él. “Todo sucedía de repente” y
sin planificación. Pero la realidad era otra. El pederasta planeaba cada asalto y
tortura con sumo cuidado. Para evitar ser descubierto, cambiaba
continuamente de aspecto y se disfrazaba de sacerdote, granjero, anciano,
vendedor ambulante, profesor… Después, elegía a menores entre seis y
dieciséis años, que vagaban por las calles en busca de comida o simplemente
de cariño, y se acercaba ofreciéndoles alimentos, regalos, o prometiendoles
dinero.
Ritos satánicos
Una vez que captaba su atención y se ganaba su confianza, los animaba a dar
un paseo hasta cansarlos, mientras él se iba bebiendo una botella de brandy.
Cuando estaba lo suficientemente ebrio, los arrastraba hasta un lugar
apartado e iniciaba una tanda de torturas.
La agenda negra
Al inicio del interrogatorio, el sospechoso negó ser el responsable de la
muerte de 114 víctimas, todas ellas documentadas gracias a la agenda
confiscada por la Policía en la casa de una novia de Garavito. Aún así, el
detenido se mantuvo firme negando la mayor. Pero las autoridades
empezaron a acorrarlarlo. Primero, con pruebas. En las escenas de los
crímenes hallaron: las cuerdas con las que maniataba a los niños, restos de su
ADN en los cadáveres, además de una botella de brandy vacía, siempre de la
misma marca.
“Cada vez que yo tomaba [bebía alcohol] me daba por ir a buscar un niño”,
relató. Aquella “fuerza extraña” que decía dominarlo por completo, le
llevaba cada noche a cazar a nuevas víctimas y a practicar ritos satánicos con
sus cuerpos. “Hice un pacto con el diablo”, soltó para justificar las macabras
vejaciones, además de resaltar los presuntos malos tratos recibidos por su
padre.
Garavito, en la cárcel
RCN
Todo ello llevó a los psiquiatras forenses a elaborar un perfil psicológico claro:
“Es un hombre muy peligroso, que finge emociones que no siente, se excita
con el riesgo y al que le encanta la sensación de dominio y de ejercer un papel
superior”. La excusa del alcohol no tuvo cabida para los expertos que le
examinaron porque “era consciente de lo que hacía”.
Muy enfermo
Con una personalidad desinhibida, que jamás frenó sus impulsos asesinos, el
detenido también presentaba tendencia a la depresión y al suicidio, aparte
de poseer un carácter fácilmente irritable. De ahí que, hasta la celebración del
juicio, permaneciera en una celda de alta seguridad, en la prisión de
Villavicencio. Querían evitar que Garavito acabase con su vida.