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Expansionismo Militarista en El Pacifico

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EXPANSIONISMO MILITARISTA EN EL PACÍFICO; EL EJÉRCITO IMPERIAL

JAPONÉS 1931-1945.

Prof. Dr. Francisco Manuel Silva Ardanuy


Dpto. Derecho Público
Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España).

SUMARIO: 1.-Introducción; 2.-El fin de un tiempo y de un Ejército; de la I Guerra Mundial a la


ocupación de Manchuria; 3.-La unidad de investigación de guerra biológica; la unidad 731 del
General Sharo Ishii; 4.-Una guerra breve para una paz duradera; la estrategia militar del Ejército
Imperial en el Pacífico; 5.-La “honorable” guerra del Emperador; cuando la rendición no es una
opción; .-Conclusión; FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA.

RESUMEN: La campaña militar del Ejército Imperial japonés representó el último intento de
dominación del Pacífico Oeste por el uso de la fuerza. El expansionismo a través de las armas
propugnado por las élites políticas y militares de Japón llevo al Emperador Hirohito a formar parte
de las llamadas “potencias del Eje” durante la II Guerra Mundial y a desplegar una nueva doctrina
de combate que conllevó la violación sistemática del Derecho Internacional y del Derecho de la
Guerra. Las consecuencias de aquella política de expansionismo militar sobre el Pacífico provocó la
devastación del país, su hundimiento militar y la rendición sin condiciones del Estado nipón.

ABSTRACT: The military campaign of the Japanese Imperial Army represented the last attempt of
domination of the Western Pacific by the use of force. Expansionism through weapons advocated by
the political and military elites of Japan took Emperor Hirohito to form part of the so-called "axis
powers" during World War II and to deploy a new doctrine of combat that resulted in the systematic
violation of international law and the law of war. The consequences of that policy of military
expansionism over the Pacific resulted in the devastation of the country, its military collapse and
surrender without conditions of the Japanese State.

PALABRAS CLAVE: Ejército Imperial Japonés, militarismo, II Guerra Mundial, expansionismo,


Armada, guerra nuclear, Hiroshima, Nagasaki, Nankín, Manchuria, kokutai, Kempeitai, Unidad
731, guerra biológica.

KEY WORDS: Japanese Imperial Army, militarism, World War II, expansionism, Army, nuclear
war, Hiroshima, Nagasaki, Nankín, Manchuria, kokutai, Kempeitai, 731 Unit, biological warfare.

1.-Introducción.

El último intento de someter el espacio físico y político del Pacífico por parte de un Estado
mediante el empleo de las Fuerzas Armadas correspondió al Japón imperial en el contexto de la II
Guerra Mundial, si bien el comienzo de las acciones de dominación territorial del Pacífico por parte
de Japón exceden del marco temporal de la guerra (1939-1945).

1
El objeto del presente estudio pretende clarificar cuáles fueron los presupuestos teóricos que
llevaron al ejecutivo japonés a actuar en el modo en que lo hizo, cuánto de la doctrina militar
empleada se puede entender como original y cómo, a pesar de las severas diferencias entre ambos
países en materia militar, el ejército imperial japonés traspuso los principios del Lebensraum y la
guerra total empleados por la Wehrmacht en el escenario del Pacífico.

Se trata de explicar cómo la combinación de las creencias culturales y de las circunstancias


geográficas e históricas condujeron a la sociedad japonesa a evolucionar hacia un modelo social
dominado por unos fervientes nacionalistas militaristas que llevaron a un honorable ejército,
respetuoso con el Derecho de la guerra, a convertirse en un ejército capaz de cometer algunas de las
peores atrocidades que se han documentado durante la II Guerra Mundial.

2.-El fin de un tiempo y de un Ejército; De la I Guerra Mundial a la ocupación de Manchuria.

El estereotipo que ha trascendido del papel del ejército japonés durante la II Guerra Mundial al gran
público a través de la industria que alimenta la llamada “cultura de masas” (cine, televisión, prensa
y plataformas multimedias) responde al de un ejército extraordinariamente cruel, que permitía el
ensañamiento y todo tipo de atrocidades con la población civil, sumiso a la voluntad divina del
Emperador. Se nos ha trasladado la imagen de un ejército inhumano, dominado con unos códigos de
conducta irracionales al servicio de un pueblo que circulaba cómodamente con la crueldad. Tras los
numerosos estudios realizados, y la vasta producción científica generada especialmente en las
últimas dos décadas en torno al Ejército imperial japonés podemos concluir que dicho estereotipo,
aunque cómodo para el gran público que se aproxima a este periodo, es impreciso y no responde a
la realidad histórica.

Durante la I Guerra Mundial, los japoneses lucharon junto a los británicos frente a Alemania. Sólo
en Tsintao, el ejército japonés hizo 4.600 prisioneros de guerra. Todos los soldados alemanes hechos
prisioneros eran tratados acorde a lo dispuesto a un Edicto Imperial promulgado en 1880 que
estipulaba que las Fuerzas Armadas japonesas debían tratar con respeto a los prisioneros capturados
en combate. Este Edicto se enmarcaba en el deseo de las autoridades niponas de convertir a Japón
en una sociedad moderna, alineada con los valores de las naciones occidentales y observante de los
principios esenciales de los códigos de combate japoneses como el honor, la compasión y la piedad.

Japón fue hasta la segunda mitad del Siglo XX, un territorio aislado del mundo. Durante sus últimos
dos mil años la jefatura del Estado había correspondido a un Emperador, si bien desde el Siglo XIII
el poder efectivo correspondía al señor de la guerra más poderoso de entre los caudillos militares, el
llamado Shogun, quien apoyado en su élite militar controlaba los destinos del país. Sólo a partir de
1853 con el aumento de las relaciones comerciales con Occidente, los dirigentes nipones
comenzaron a manifestar su deseo acelerar su “occidentalización” aplicando medidas reformistas no
sólo en sus estructuras económicas sino en sus atávicas estructuras de poder. Dichos cambios se
aceleraron drásticamente a partir de la muerte del Emperador Komei en febrero de 1867. Con el
ascenso al trono de su hijo Meiji se abriría una etapa en la que la institución imperial redefiniría su
papel en el seno de la sociedad japonesa.

El Emperador Meiji impulsó la redacción de un texto constitucional que diera asiento a un modelo
democrático. La Constitución Meiji fue aprobada en 1889 mediante la cual se conformó el primer
parlamento y se reescribieron las funciones del Emperador.

2
En virtud de la nueva Constitución,e Emperador se convertía en el Comandante en Jefe de las
Fuerzas Armadas quien recibiría información de los Jefes del Ejército y de la Marina de manera
directa sin control por parte del Ejecutivo1.

En apenas treinta años, Japón había reformado su sistema político y sus instituciones; había abierto
sus fronteras al comercio internacional y a nuevos socios occidentales desarrollando con éxito su
sector industrial y había conseguido una notable modernización de sus Fuerzas Armadas que para
finales del Siglo XIX se acercaba a los parámetros organizativos y de instrucción del resto de
ejército occidentales.

Sin embargo sus limites territoriales seguían siendo los mismos que durante el shogunato lo que
representaba un escollo insalvable para el desarrollo futuro del país. El Ejecutivo japonés convino
en poner en práctica el siguiente principio de acción; si queremos incorporarnos al conjunto de
potencias mundiales hemos de tener dominios coloniales como el resto de potencias.

Así, en 1894, cinco años después de la entrada en vigor de la Constitución Meiji, Japón firmó un
acuerdo con el debilitado Gobierno chino en virtud del cual Taiwan pasaba a control japonés. En
1904 los navíos japoneses hundieron la flota del Zar en Port Arthur. En 1910 la península coreana
quedó bajo control nipón. Tras la I Guerra Mundial en la que Japón formó arte d ellos países
vencedores del conflicto obtuvo los territorios de Kiaochao (China), Islas Marianas, las Islas
Carolinas y las Islas Marshall. Para 1918, Japón no sólo era la nación mas industrializada y
poderosa de Asia, sino que había alcanzado una extensión territorial acorde con su nuevo status. Sin
duda Japón había resuelto con éxito sus problemas de “espacio vital” al menos en una primera fase.

Pero sin duda el principal activo que debe reconocerse al ejecutivo japonés de principio del Siglo
XX es haber sido capaz de cumplir las etapas de desarrollo necesarias para incorporar a un país
insular, eminentemente agrícola y con un poder político altamente fragmentado al círculo de
naciones industrializadas sin haber modificad la naturaleza de su poder político. Japón era para
principio de la década de los veinte un potencia asiática “occidentalizada” que seguía gobernada
por un Emperador depositario de las tradicionales usos del poder en Japón.

Esta circunstancia fue hábilmente aprovechada por la élite gubernamental japonesa para “blindar”
la figura del Emperador. Para ello, acuñaron las bases de una nueva “religión oficial”, mezcla del
shintoismo tradicional y de rasgos del militarismo europeo, en la que el Emperador era convertido
en una deidad que debía ser venerada por todos los japoneses. Toda la maquinaria del nuevo Estado
se puso al servicio de este nuevo liderazgo mesiánico (se adecuaron los contenidos educativos, los
sistemas protocolarios, la escenificación del poder....).

Este modelo de organización del poder vertical y omnímodo alcanzó su despliegue total cuando, el
25 de Diciembre de 1926 ascendió al trono del crisantemo el nieto del Emperador Meiji; Hirohito2.

1 Entre los mecanismos de control que incluía la Constitución de 1889 en favor de las Fuerzas Armadas se consignaba
que sólo podría ocupar el puesto de Ministro del Ejército y de la Marina quien ostentara o hubiera ostentado el
grado de General o Almirante, generando por tanto una falta de subordinación de las Fuerzas Armadas del país con
respecto al Gobierno manifiesta.
2 Junto con las ceremonias tradicionales de entronización del nuevo “Dios-viviente” se incluyó por primera vez una
multitudinaria parada militar en Tokio donde Hirohito pasó revista a 35.000 soldados. Se trataba del mayor desfile
militar de la Historia del país y era una imagen elocuente de quienes serían el principal apoyo del joven emperador.

3
Como nueva nación industrializada y a pesar de los esfuerzos realizados en materia de expansión
colonial, Japón sufrió de manera muy severa los efectos de la crisis económica de 1929 que provocó
un empobrecimiento masivo de la sociedad japonesa. Los enormes daños económicos y sociales
que la crisis generó en la sociedad japonesa generaron una respuesta muy similar a la que se
produjo en otros países como Alemania; rechazo al modelo económico que había provocado la
crisis, dominio del discurso público de la necesidad de expansión de las posesiones territoriales de
la Nación y refuerzo del liderazgo carismático de sus figuras políticas preeminentes (El emperador
en el caso japonés y del todopoderoso NDSAP alemán dirigido por Adolf Hitler).

Japón y sus élites políticas comenzaban a deslizarse así, hacia una ruptura con el mundo occidental
quienes responsabilizaban de todos los males que sufría la Nación y se reclamaba una vuelta a un
modelo de desarrollo autóctono basado en frágiles ideas nacionalistas y una actitud complaciente
con la figura del Emperador. En apenas dos años, los asesores de Hirohito habían llegado a la
conclusión que la única salida era dar la espalda a Occidente y profundizar la expansión en el
Pacífico mediante la acción militar3.

El nuevo concepto de Fuerzas Armadas que la élite política y militar japonesa diseñó pasaba por un
sincretismo entre los viejos códigos de combate y el nuevo concepto de servicio a la nación, sobre
la base del servicio indubitado al Emperador. Así el Manual del Ejército, vigente de 1908 (Guntai
Naimusho) fue replanteado haciendo ver a los soldados y reclutas que el Ejército era el equivalente
a la “familia”; que cometer actos de deshonor o de indisciplina era equivalente a “humillar” a la
“familia” y que por tanto el comportamiento con las instituciones del Estado y el servicio al
Emperador era un honor que exigía de abnegación y sacrificio en proporciones similares a las que
exigía el servicio a los familiares. Bajo este nuevo concepto de “honor y servicio” se hace
entendible la modificación de la conducta de los soldados quienes asumían sin cuestionar su
condición de “soldados del Emperador” y que ninguno de sus actos podía ir en contra del respeto
debido a “dios-viviente” al que servían mediante las armas.

La teorización de este planteamiento fue expuesta por el general Jiro Minami quien en julio de 1931
aseveraba la necesidad de lanzar un ataque militar unilateral que permitiera hacerse con el control
total de la región china de Manchuria (situada a escasos mil kilómetros de Japón y poseedora de
grandes reservas de materias primas). Así, el 18 de septiembre de 1931, varias unidades del ejército
japonés propiciaron una autoagresión sobre la sección del ferrocarril de Manchuria del Sur que
estaba bajo su jurisdicción, culpando de dicho ataque a los chinos. Sirviéndose de este pretexto, las
tropas japonés acantonadas en territorio continental (Kwantung) iniciaron un ataque contra el
ejército chino que permitió, para febrero de 1931, que todo el territorio de Manchuria estuviera
bajo el control de un Gobierno filojaponés. La respuesta del palacio imperial a esta actuación
unilateral de las tropas japonesas fue la no intervención, pues el Emperador era consciente de la
necesidad del apoyo de las Fuerzas Armadas, lo que supuso un severo revés para el tímido proceso
democrático que la Constitución Meiji había abierto en el país4.

3 Las autoridades políticas y militares niponas eran conscientes que para poder cumplir sus objetivos de expansión
territorial necesitaban un ejército numeroso y bien equipado. Así, entre 1926 y 1937 los efectivos del ejército se
habían multiplicado por cinco. Se adquirió nuevo armamento al tiempo que se reescribió el código de instrucción
para reclutas reforzando la disciplina y la severidad en el adiestramiento de las tropas.
4 La permisividad con las actuaciones de las Fuerzas Armadas por parte del Gobierno y del propio Hirohito era
manifiesta. Sirva como referencia la asonada golpista protagonizada por el coronel Hashimoto y el Comandante
Cho quienes en octubre de 1931 intentaron derrocar al Gobierno siendo tan sólo condenados por su acción a dos
semanas de arresto.

4
Es necesario por tanto, superar la idea que el conflicto de japón con el conjunto de potencias
occidentales se sitúa en diciembre de 1941, con el bombardeo de la flota norteamericana en Pearl
Harbor . Para el Ejército Imperial Japones la guerra contra los Aliados occidentales fue una etapa
más de su intento de dominación global del pacífico. Para Japón la guerra había comenzado en
Manchuria en 1931 y se extendería hasta 1945.

La conquista de Manchuria por parte de Japón vendría a marcar el punto de “no retorno” en las
relaciones entre el imperio nipón y Occidente. En marzo de 1933, en el marco de la presión
internacional, japón abandonó la Liga de Naciones. En lugar de reconsiderar su posición por la
invasión militar de Manchuria, la ruptura con Occidente liberó definitivamente a Japón para
profundizar su proceso de dominio regional, procediendo a la ocupación de la provincia china de
Jehol. En 1934, las tropas japonesas se desplazaron a Chahar llegando a penetrar en la provincia de
Hopei.

En 1936, la actitud del Gobierno japonés y del estamento militar se endureció en relación a su
relación con Occidente. En agosto de ese mismo año, la posición oficial del Gobierno, expresada
en los llamados “Fundamentos de la política nacional” y “pautas de política exterior” calificaban a
Gran bretaña y a Estados Unidos de “posibles enemigos” con con China y la URSS. La nueva
posición de las autoridades de Tokio pasaba por reafirmar el papel de Japón como potencia
asiática, que debía defenderse de cualquier amenaza procedente de la Unión Soviética al norte, que
aspiraba a ganar más territorio en el Pacífico

Al tiempo que las autoridades japonesas delimitaban el escenario de japón como potencia regional
con aspiraciones a ampliar su área de influencia, se trazaban ya en 1936 las alianzas estratégicas en
el terreno político y militar, que pasaban de manera inequívoca por estrechar lazos con la Alemania
nazi5. El 20 de febrero de 1938, el propio Adolf Hitler saludaba los esfuerzos realizados por Japón
para contener el avance del comunismo, anunciando el reconocimiento por parte de Alemania del
estado de Manchukuo (Manchuria).

En julio de 1937 un contingente japonés estaba realizando maniobras cerca del río Hu se encontró
con tropas chinas y se produjo tiroteo entre ambos grupos. Cuando se conoció este incidente en
Japón la reacción no se hizo esperar; el Gobierno envío tres divisiones en dirección al continente y
el 27 de julio, la aviación japonesa realizó los primeros bombardeos sobre Pekín. En septiembre de
1937 japón bombardeo Shanghái, acto que fue condenado por el gobierno norteamericano.

La guerra contra China vendría marcada no sólo por ser la inevitable salida a un conflicto latente en
el entrono del pacífico durante la década de los treinta sino que evidenció las coordenadas teóricas
que habrían de marcar el conflicto iniciado por japón para la dominación del Pacífico Oeste. Los
mandos militares nipones establecieron en base a la nueva doctrina que orientaba los designios del
país, que la raza japonesa era una raza superior, presente en la región desde hacía más de 2.500
años, por lo que el resto de razas debían ser consideradas inferiores y que por tanto debían se

5 Para el inicio de la década de los treinta, Alemania y Japón habían entrado en conflicto con las potencias europeas y
reclamaban su derecho a expandir sus fronteras para satisfacer las necesidades vitales de sus respectivos pueblos.
Así, ambos países se habían puesto en marcha un vasto programa de rearme y asentaban su crecimiento económico
sobre el expansionismo militar y la industria de guerra. Se entiende así la firma en noviembre de 1936 del acuerdo
germano-jaonés “Anti-Komintern” que tenía como objetivo evitar la extensión del dominio comunista. Resulta
paradójico que, a pesar de las posibilidades que abría al Reich alemán la alianza con una emergente potencia
asiática, las autoridades nazis siempre desdeñaran a su aliado asiático por no considerarlo sus homólogos raciales,
prefiriendo establecer puentes con las poblaciones arias del continente europeo.

5
dominadas por la fuerza en cumplimiento de las prerrogativas divinas del Ser Supremo. Bajo esta
lógica, las tropas japonesas fueron absorbiendo un discurso basado en la superioridad racial que les
alejo definitivamente de su anterior visión como nación “occidentalizada” que debía actuar como
tal.

Las ideas supremacistas fueron el sostén conceptual que permitió a las tropas japonesas que
combatieron en China justificar toda suerte de atrocidades contra los soldados chinos y contra la
población civil. Toda vez que los chinos eran considerados como “infrahumanos” cabía actuar
contra ellos con crueldad y violencia extrema6.

De entre los episodios que mejor ilustran la puesta en marcha de las nuevas teorías de acción militar
de las tropas japonesas cabe destacar la ocupación militar dela entonces capital de China. El ejército
japonés llegó a Nankín el 13 de diciembre de 1937 comenzando una oleada de robo, asesinatos
masivos y violaciones sin precedentes7. En ese mismo mes y tras la toma de Nankín habría de
producirse el incidente más peligroso entre Japón y los Estados Unidos antes de la entrada de los
norteamericanos en la guerra. Un grupo de pilotos japoneses en una actuación unilateral, hundieron
el USS Panay y tres buques cisternas norteamericanos lo que llevó a la Administración Roosevelt a
barajar la posibilidad de bloquear Japón por vía marítima empleando su flota del pacífico, si bien
dicha acción cautelar nunca se produjo ante las disculpas presentadas por el gobierno japonés por el
incidente.

El avance de las tropas japonesas no se detuvo con la adquisición de Manchuria, sino que en julio
de 1939, las fuerzas japonesas mantuvieron combates con las tropas soviéticas en la frontera de
Mongolia, lo que llevó a que el 20 de agosto de 1939 el Ejército Rojo invadiera la frontera de
Manchuria. Dicho conflicto con el poderos ejército de la URSS sería apaciguado de manera súbita
por la firma del Pacto germano-soviético de No Agresión firmado el 23 de agosto de ese mismo año
y que situaba a ambos países (Japón y URSS) ante la necesidad de una contención impuesta por el
nuevo escenario.

La alianza con las potencias que constituirían el “Eje” aceleraron las veleidades expansionistas de
las autoridades niponas. El 22 de septiembre de 1940, Japón desplazó a varios continegntes al norte
de Indochina. Para garantizar el respaldo internacional a futuras acciones de ocupación militar, el 27
de septiembre de 1940 se firmó el llamado “Pacto Tripartito” con Alemania e Italia lo que abría la
puerta a la ocupación de las Indias Orientales Holandesas y a la propia Indochina. Para terminar de
garantizar su libertad de movimientos en el pacífico, japón procedió a firmar un “Pacto de
Neutralidad” con la URSS en marzo de 19418.

6 Han sido documentados prácticas por parte de las tropas japonesas en las que los prisioneros chinos eran asesinados
mediante el uso de bayonetas, empleados como dianas humanas o asesinados en masa en aplicación de una política
de exterminio guiada por parámetros raciales comparable, con las salvedades necesarias, a las operaciones llevadas a
cabo por los Einsatzgruppen alemanes contra los habitantes del Este Europeo a partir de 1941. Estos grupos
operativos pertenecientes a las SS, a la SD y a la Policía Secreta alemana esgrimían como razón para el asesinato de
civiles que se traba de Untermenschen o “subhumanos”.
7 CHANG, Iris: The rape of Nankin; the forgotten holocaust of World War II. Basic Books, 2012. Pags.97-113.
GOETZ-HOLMES, Linda: Guests of Emperor: The secret history of Japan Mukden POW Camp. Annapolis (Maryland),
Naval Institute Press, 2010.Pags. 113-119.
8 La vigencia de dicho acuerdo apenas llegaría a un año, pues para el 22 de agosto de 1941 las Fuerzas Armadas
alemanas atacaron el territorio soviético en el marco de la “Operación Barbarroja”. La exitosa campaña de la
Wermacht en el Este europeo hizo presagiar a las autoridades de Tokio una fácil victoria de Alemania sobre la
URSS. En ese contexto, el 2 de julio de 1941 japón creo una “esfera de Coprosperidad de todos los territorios del
Este de Asia”. En virtud de esta “esfera de acción japonesa” e Ejército Imperial ocupó Indochina lo que acarreó
duras sanciones de Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda contra la economía nipona.

6
Las razones para explicar la conducta de las tropas no deben buscarse sólo en el terreno de la
doctrina racista impuesta por los poderes del Estado. Si bien es cierto que la aversión de los
japoneses contra la población china y coreana es anterior a este periodo histórico, el uso de la
violencia como respuesta a cualquier conflicto jugó un papel esencial en el comportamiento que las
tropas mostraron hasta el final de la II Guerra Mundial. Según las nuevas prácticas que operaban en
el Ejército Imperial, el maltrato físico de los oficiales hacia la tropa era algo común; los oficiales de
más alta graduación castigaban físicamente a sus subordinados y éstos a sus vez castigaban a los
soldados. Esta espiral de represión y violencia física estallaba de manera cruel en el eslabón más
débil de la cadena que era la población de los territorios ocupados y los prisioneros enemigos9.

Esta doctrina, trasladada al ámbito del tratamiento de los prisioneros de guerra, tenía un especial
efecto, pues la colisión entre las dos visiones de la guerra alcanzaban en el tema de trato a los
prisioneros su punto más divergente; para los soldados japoneses que cumplían los designios del
Emperador, convertido en Ser Supremo, era imposible rendirse y seguir conservando su honor como
soldados. Por tanto, ¿por qué debían respetar y dispensar un tratamiento humano a quienes se
habían rendido en masa y habían perdido su honor?. Los soldados japoneses se apoyaban en la idea
promulgada por el general Aritomo Yamagata que afirmaba que , antes de rendirse, los soldados del
Ejército Imperial debían quitarse la vida.

Los paralelismos que se pueden establecer entre el comportamiento de la tropas imperiales


japonesas y la actuación de las Fuerzas Armadas y las organizaciones del III Reich alemán en este
terreno son asombrosas; hemos mencionado anteriormente cómo ambos Estados fomentaron un
discurso que redujera al conjunto de razas que consideraban opositoras al rango de “subhumanos” o
“infrahombres”. Pero también resulta esclarecedor el hecho que ambas cúpulas militares
coincidieran a pesar de los 8.900 kilómetros que los separaban en la necesidad de convertir sus
guerras de ocupación en “guerras distintas”; guerras de aniquilación sistemática que perseguían la
exterminación efectiva de contingentes completos de población (definido en el discurso de los
jerarcas nazis como la consecución de territorios Judenrein o la denominada “germanización” de
Polonia) y el saqueo de bienes y propiedades de manera integral.

Pero no sólo existen paralelismos procedimental y conceptuales, sino también en la actitud y


expresión de los dirigentes alemanes a japoneses en lo relativo al papel de sus Jefes de Estado. La
calculada ambigüedad con que tanto Adolf Hitler como Hirohito emitían sus mensajes provocaba
que existiera una gran opacidad en torno a cual eran sus propósitos y sobre todo cuál era su grado
de conocimiento real acerca de las actuaciones de sus ejércitos.

Es un ejercicio complejo asumir que dos mandatarios omnímodos como Hitler e Hirohito ignoraban
el alcance de los crímenes que sus tropas, contraviniendo en Derecho de la Guerra, estaban
cometiendo. Sin embargo no puede apuntarse de manera expresa que fueran ellos quienes
impulsaran de manera concreta las matanzas perpetradas por sus soldados y oficiales. La existencia
de un parapeto estatal que llevaba a efecto la voluntad de los mandatarios impide situar la
responsabilidad de manera exclusiva de dichos actos en ambas figuras, si bien existen piezas
separadas acusatorias absolutamente indiscutibles que os colocan como autores no sólo intelectuales
sino también materiales de crímenes contra la Humanidad10.

9HAMPTON, Sides: Ghosts soldiers: The epic account of World War II´s greatest rescue mission. Flushing (Michigan),
Anchor, 2002. Pags. 78-93. MANNY, Lawton: Some survived: An eyewitness account of the Bataan death march and
the man who lived through it. Chapel Hill (North Carolina), Algonquin Books, 2004. pags. 223-241.
10 El 28 de julio de 1937, Hirohito aprobó el uso de gas lacrimógeno en China, arma que estaba prohibida desde 1918,
al tiempo que en septiembre del mismo año envió unidades especiales de guerra química al continente asiático que
emplearon gases venenosos de manera reiterada contra la población china. Del mismo modo, el Führer alemán dejó
explícitamente claro al Reichführer Heinrich Himmler y al SS-Obergruppenführer Reinhard Heydrich su voluntad

7
3.-La unidad de investigación de guerra biológica; la Unidad 731 del General Sharo Ishii.

La ocupación militar de territorio chino por parte de Japón sirvió como primer banco de prueba para
comprobar el grado de penetración y asunción de la nueva doctrina militar entre los soldados y
marineros nipones. El conjunto de justificaciones que amparaban las acciones de los ejecutivos
japoneses en China permitió que se dieran por válidas acciones que bajo el servicio a los mandatos
del Ser Supremo llevaron a desarrollar procesos de exterminio masivo así como experimentos
médicos que empleaban a prisioneros como cobayas humanas.

La Unidad 731 dio cobertura a un programa completo fue un programa encubierto de investigación
y desarrollo de armas biológicas del Ejército Imperial Japonés. La nomenclatura oficial denomina a
este grupo de apoyo al Ejército como Laboratorio de Investigación y Prevención Epidémica del
Ministerio Político Kempeitai11, planteado bajo la cobertura de un módulo de purificación de agua
situado en el distrito de Pingfang, al noreste de la ciudad de Harbin12. En dicha Unidad se
desempeñaron como científicos especialistas el entonces Teniente General Sharo Ishii, el Teniente
Coronel Ryochi Naito, y los doctores Masaji Kitano, Yoshio Shinozuka y Yasuji Kaneko.

En la primera fase, esta sección actuó en contra de la propaganda comunista, pero extendió sus
responsabilidades en otras direcciones, tanto en Japón como en el extranjero. La autoridades
militares japonesas pretendían con esta unidad emular las funciones de la Schutzstaffel (SS)
alemanas, como cuerpo de élite dedicado a las acciones de adoctrinamiento e inteligencia militar.
De hecho su principal relación organizativa se estableció con la policía secreta de Manchuria.
Más tarde esta unidad fue incorporada al Ejército de Kwantung como el Departamento de
Prevención Epidémica, pero fue dividida simultáneamente en la "Unidad Ishii" y la "Unidad
Wakamatsu", con un comando central en Hsinking. En1941, todas estas unidades fueron
denominadas colectivamente como "Departamento de Prevención Epidémica y Purificación de
Agua del Ejército de Kwantung" o "Unidad 731". La Unidad estaba compuesta por 8 Divisiones13.

de exterminar a los judíos europeos.


11 El Kempeitai surgió inicialmente como organismo para garantizar el control y el cumplimiento disciplinario en el
seno de las Fuerzas Armadas japonesas. A partir de la década de los treinta el Kempitai comenzó a cumplir
funciones de vigilancia política similar a la Policía Secreta del Estado alemana (Geheime Staatspolizei,
GESTAPO).McKELLIPS, Paul: Box 731. Bloomington (Indiana),iUniverse, 2013. Pags. 43-68.
12 El Escuadrón 731 fue uno de los muchos destacamentos usados por las Fuerzas Armadas japonesas para la
investigación sobre agentes biológicos para la guerra; otras unidades tácticas y administrativas fueron el Escuadrón 516
que operó en Qiqihar, el 543 en Hailar, el escuadrón 773 de Songo, el 1644 de Nankín, el 1855 que actuó en Pekín, el
escuadrón 100 en Changchun, el 8604 en Cantón, el 9420 en Singapur y el escuadrón 200 que sirvió en Manchuria.
HAL, Gold: Unit 731. Testimony. North Clarendon (Vermont). Tuttle Publishing. 2004. pag. 109-132. WILLIAMS,
Peter: Unit 731: Japan´s secret biological warfare in World War II. Free Press, 1989. pags. 270-277.
13 La División 1 efectuaba investigaciones sobre peste bubónica, cólera, carbunco y tuberculosis empleando seres
humanos. Para tal fin, se construyó una prisión con capacidad para cuatro centenares de prisioneros; La División 2:
tenía como cometido probar las armas biológicas, centrándose en el diseño y manufactura de aparatos para esparcir
agentes patógenos y parásitos; La división 3 se responsabilizó de producir proyectiles cargados con agentes patógenos;
La División 4: Producía diversos materiales para los experimentos. La División 5 se ocupaba del adiestramiento del
personal asignado a la Unidad, mientras que las Divisiones 6, 7 y 8 atendían las necesidades de pertrechos, atenciones
médicas y administrativas, respectivamente. BARENBLATT, Daniel: A plague upon humanity. The hidden History of
Japan´s Biological Warfare program. New York, Harper perennial (Harper Collins Group), 2005. Pags. 230-244.

8
A partir de los estudios de los profesores Rees y Harris podemos determinar que al menos diez mil
prisioneros, tanto civiles como militares, procedentes de China, Rusia, Corea o Mongolia, fueron
objeto de la experimentación dirigida por la Unidad 731, además de los afectados por las acciones
de apoyo mediante guerra química desarrollados por la unidad que afectó de manera directa a unas
200.000 personas14.

En la Unidad 731 se llevaron a cabo experimentos con población civil para comprobar las
reacciones humanas a la peste, la fiebre tifoidea, la fiebre paratifoidea A y B, el tifus, la viruela, la
turalemia, la ictericia infecciosa, la gangrena gaseosa, el tétanos, el cólera, la disentería, la fiebre
escarlatina, la fiebre ondulante, la encefalitis, la fiebre hemorrágica epidémica, la tos ferina, la
difteria, la neumonía, las erisipelas, la meningitis cerebroespinal epidémica, las enfermedades
venéreas, la tuberculosis, la salmonella o la congelación humana15.

Este episodio, previo al inicio de los procesos de experimentación desarrollado en el sistema de


campos de concentración del III Reich evidencia la existencia de un sólido discurso asentado en el
mando japonés acerca de la condición inferior de la población civil china y del resto de posesiones
territoriales dominadas militarmente. La firme creencia de estar participando en acciones al servicio
del Emperador lo que les confería legitimidad para toda clase de actos incompatibles con el
Derecho Internacional era el denominador común de los soldados y marinos japoneses. Dicho
planteamiento permitiría sostener, en un claro paralelismo con el comportamiento de los oficiales
alemanes sometidos a juicio por crímenes contra la Humanidad tras el final de la II Guerra Mundial,
que todas sus actuaciones se basaban en la obediencia debido y el cumplimiento de órdenes lo que
sin duda no eximía a los oficiales japoneses de una responsabilidad criminal ampliamente
acreditada.

4.-Una guerra breve para una paz duradera; la estrategia militar del Ejército Imperial en el
Pacífico.

La ocupación de Indochina por parte de Japón en virtud de la llamada “Esfera de Coprosperidad de


todos los territorios del Este de Asia” firmada el 2 de julio de 1941, con la invasión de la URSS por
parte de Alemania ya en marcha, provocó una airada respuesta de la Administración
norteamericana; de manera inmediata fueron congelados todos los activos japoneses en suelo
estadounidense y se decretó el embargo de petroleo a Japón (que se sumaba al embargo de hierro y
acero que ya estaba en vigor).

Ante el bloqueo energético impuesto al país, las autoridades de Tokio debían buscar suministros
alternativos de crudo lo que pasaba por conquistar la Indias Orientales holandesas. Para ello debían
sortear a la flota norteamericana basificada en el Pacífico. Tras analizar las distintas opciones, el
Gobierno japonés terminó asumiendo la tesis defendida por el Almirante de la Flota Imperial
Isoroku Yamamoto que consistía en atacar a la base militar norteamericana de Pearl Harbor (Hawái)

14HARRIS, Robert: A higher form of killing: the secret history of chemical and Biological Warfare. New York, Trade
Peperbacks (Random House Mondadori Corporation), 2002. Pags. 256-271. REES, Laurence: El Holocausto asiático:
los crímenes japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Barcelona, Crítica, 2009.Pag. 49-64.
15 HARRIS, Sheldon: Factories of death: Japanese Biological warfare 1932-1945 and the American cover-up. New
York, Routledge, 2002. Pags. 301-314.SPITZ, Vivien: Doctors from Hell: The horrific account of Nazi experiments of
human. Boulder (Colorado), Sentient Publications, 2005.Pags. 65-74.

9
para ofrecer a continuación una paz inmediata que permitiera a japón hacerse con el control del
Pacífico16.

Para inicios de Noviembre de 1941, la guerra contra los estadounidenses era inevitable debido a la
presión que sobre el ejecutivo ejercían los sectores más belicistas de la oficialía. Los optimistas
cálculos (la guerra contra Estados Unidos habría de durar “tres meses” en palabras del general
Sugiyama) que desde el Ministerio de la Guerra se trasladaban a Hirohito basaban toda su estrategia
en una única idea fuerza; Los norteamericanos no aguantarían una guerra de desgaste y no tardarían
en firmar una paz que abriera las paz puertas para la dominación japonesa del Pacífico.

Bajo esa premisa, el 7 de Diciembre de 1941, la marina Imperial lanzó un ataque contra la flota
estadounidense fondeada en la base de Pearl Harbor (Hawái), siguiendo el mismo planteamiento de
combate usado en 1904 para atacar a la flota rusa en Port Arthur; el ataque sorpresa.

Los resultados del ataque, que debía provocar que los norteamericanos acudieran a la firma de un
acuerdo de paz ante la destrucción de su flota del Pacífico, fueron dispares; es cierto que los
americanos fueron sorprendidos por el potente ataque japonés. Pero los japoneses no consiguieron
dañar irreversiblemente la capacidad norteamericana de plantear una guerra naval; los portaaviones
estadounidenses quedaron intactos al tiempo que espolearon a la Administración norteamericana
que se sentía víctima de una acción traicionera y poco ética. Sin duda los objetivos del Almirante
Nagumo en el que fue denominado como “día de la infamia” por Roosevelt sentaron las bases para
la entrada sin reservas de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial.

El plan de guerra del Alto mando japonés contemplaba el factor sorpresa y la multiplicidad de
ataques como un elemento esencial de su estrategia de guerra. El mismo día 7 de Diciembre, de
manera simultánea el Ejército Imperial inició el ataque a la colonia británica de Hong Kong. En
apenas doce días las tropas de la 38ªDivision japonesa habían conseguido dominar la colonia
británica. La ocupación de Hong Kong estuvo marcada por un fuerte represión contra la población
civil, especialmente contra la comunidad china. Valiéndose de la consideración de los chinos como
seres “infrahumanos” en apenas unos días exterminaron a parte de la población china para
demostrar la resolución de las fuerzas de ocupación17.

En el Golfo de Siam, la Marina Imperial hundió los navíos HMS Repulse y Prince of Wales. En
Filipinas en apenas una hora derribaron 103 aviones estadounidenses. En Malasia, el Ejército
japonés desembarcaron sin oposición y embolsaron a numerosos contingentes británicos. Para el 15
de febrero de 1942, las tropas japonesas en una audaz maniobra a través del interior selvático

16 La percepción del Estado Mayor japonés sobre la actitud de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y de la
Administración estadounidense frente a un eventual conflicto en el pacífico incluía altas dosis de desconocimiento,
pues se presuponía la nula capacidad de los norteamericanos al sufrimiento bélico y su rechazo frontal a asumir
pérdidas humanas y materiales en un conflicto. Sostenían su razonamiento en la eventual presión que un conflicto de
desgaste provocaría en la sociedad estadounidense que reclamaría la pronta vuelta de sus tropas y la firma de una
paz ventajosa para ambas partes. Ninguno de dichos supuestos se cumplió lo que avocó casi desde los primeros
compases del enfrentamiento a un derrota inédita de el Ejército Imperial japonés en el Pacífico. TOLAND, John:
The rising sun: The decline and fall of the Japanese Empire 1936-1945. New York, Modern Library (Random House
Mondadori Group), 2003 (1981 1st edition). Pags. 771-796.
17 Para 1945, la población china de la colonia había pasado de 1.600.000 a 750.000 hombre sy mujeres sometidos a
una cruenta represión.

10
dominaron la isla de Singapur haciendo frente a 70.000 soldados sufriendo en los combates apenas
3000 bajas en la mayor capitulación de soldados británicos de sus Historia18.

El 1 de marzo de 1942 los japoneses desembarcaron en Java, donde tras una semana de resistencia
los holandeses se rindieron abriendo el paso a las Indias orientales.

En todos los casos se planteó un proceso de represión masiva contra los prisioneros de guerra y la
población civil, donde los campos de concentración no respondían a la necesidad de extraer fuerza
de trabajo al servicio del esfuerzo de guerra, que era una de las funciones del sistema de
Konzentrationslager alemán, sino que sólo se pretendía recluir y exterminar mediante el hambre,
las enfermedades o la tortura a los cautivos19. Si bien el tratamiento a los prisioneros de guerra fue
modificándose en la medida que se evolucionaba el conflicto, sobre la base del denominador común
de la tortura y la brutalidad se fueron sumando nuevas consideraciones que venían a endurecer el
tratamiento que los cautivos recibían; cuando la ofensiva japonesa era exitosa se combinaba la
tortura física con la explotación como fuerza de trabajo; cuando las tropas japonesas perdieron la
ventaja en el conflicto, los prisioneros de guerra se convirtieron en una carga para las japoneses que
o bien los exterminaban por hambre o los ejecutaban20. En suma, el 27% de los 350.000 prisioneros
de guerra aliados capturados por los japoneses murieron durante su periodo de cautividad. Dicho
porcentaje es exponencialmente más alto que el de los prisioneros de guerra aliados que cayeron en
manos de Alemania o Italia, donde sólo murió el 4% de los retenidos21.

Sin embargo, y a pesar de la rápida sucesión de éxitos militares y de la toma de los territorios en el
Pacífico con suma celeridad, el Alto mando japonés comenzaba a presagiar un error de cálculo de
enormes proporciones acerca del potencial militar estadounidense y la determinación de los
norteamericanos. Ni el ataque a la base militar de Pearl Harbor había intimidado a Estados Unidos,
ni la guerra en el pacífico contra su Armada se redujo a tres meses. Japón se enfrentaba a una guerra
prolongada en inferioridad de medios y habiendo perdido la iniciativa22.

18 En apenas tres meses, el Ejército Imperial había hecho 100.000 prisioneros, un volumen ingobernable y para el que
los mandos militares, de un país que, si bien había firmado la Convención de Ginebra sobre el trato que había que
dispensar a los prisioneros de guerra nunca la había ratificado, no contaban con protocolos establecidos.
19 En contadas excepciones se utilizó mano de obra esclava al servicio del esfuerzo de guerra a excepción de Borneo y
el ferrocarril de Birmania. En Borneo, un enclave petrolífero estratégico para el Ejército Imperial japonés, unos
1500 prisioneros hechos al ejército australiano trabajaron en la construcción de un aeródromo en Sandakán, en la
zona noroeste de la isla bajo las ordenes del comandante Susumu Hoshijima. Después se sumaron a los cautivos
australianos unos 1200 prisioneros británicos entre marzo y abril de 1943. Para 1944 de los 1800 prisioneros de
guerra australianos que habían estado en el campo de prisioneros de Sandakán, sólo 6 sobrevivieron. Todos los
prisioneros de guerra británicos murieron.
20 De manera reiterada encontramos en la visión de los oficiales juicios acerca de las naturaleza de los prisioneros de
guerra, figura que dentro de la doctrina militar impuesta a las Fuerzas Armadas era muy difícil de asimilar, lo que
llevaba a que los mandos llegaran a sus propias conclusiones acerca de qué hacer con los enormes contingentes de
prisioneros que se habían “deshonrado” mediante la rendición. Se preguntaban por qué debían alimentarlos, o
porque debían evitar un castigo físico que por ende se aplicaba a soldados y marineros japoneses De la
incomprensión y una acentuada crueldad nacida del discurso racial impuesto debemos extraer parte de nuestro juicio
acerca del comportamiento mantenido por el Ejército Imperial con respecto a sus prisioneros en el contexto de una
guerra de aniquilación.GAVIN, Daws: Prisioners of the japanese POWS of World War II in the Pacific. New York,
Williams Morrows paperbacks (Harpers Collins Group), 1996. Pags. 211-217.
21 TANAKA, Yuri: Hidden Horrors: japanese war crimes in World War II. 1997. Westview Press. Boulder, Colorado.
Pag.101-113. Nótese que esta cifra afecta sólo a los prisioneros de los países Aliados sin contar a los prisioneros
soviéticos capturados en la campaña del Este. De los 5.7 millones de soldados soviéticos que fueron capturados por
la Werhmacht entre junio de 1941 y febrero de 1945, 3.3 millones murieron.
22 El estancamiento de la “Operación Barbarroja” y el encallamiento de la “Blitzkrieg” en el frente del Este guarda

11
Así, en verano de 1942 Japón no sólo hubo de hacer frente a dos de las batallas navales de mayor
importancia de la Historia; la de Mar del Coral y la de Midway, sino que experimentó la dimensión
de sus errores estratégicos. La guerra en el mar abierto del Pacífico iba a ser una guerra de
portaaviones (la Armada estadounidense conservaba toda la capacidad operativa de sus
portaaviones), no de acorazados. De hecho, ninguna de las dos escuadras estuvo nunca en el campo
de visión del enemigo.

Para la Batalla del Mar del Coral que tenía como objetivo que la Armada japonesa no pudiera
desembarcaren Nueva Guinea, el Alto mando norteamericano articuló en torno a los portaaviones
USS Lexington y USS Yorktown sus escuadras de aviones que apoyados por destructores y cruceros
lo que le permitió mayor maniobrabilidad y capacidad de infligir daños a la Marina Imperial. El 8
de mayo, los estadounidenses ya habían hundió el portaaviones Soho y habían dañado seriamente el
Shokaku. Sin embargo, los japoneses plantearon una reacción rápida que permitió hundir el USS
lexington y colapsar el Yorktown. A pesar del coste para la Armada del Norte, los japoneses no
pudieron desembarcar en Nueva Guinea como era su objetivo.

La situación de equilibrio por el dominio del Pacífico, comenzaría a decantarse en favor de los
Aliados en junio de 1942 a partir de la Batalla de Midway.
La Armada Imperial estaba concentrando efectivos para una ofensiva en Midway, un conjunto de
islas del extremo noroccidental del archipiélago de Hawái. El Vicealmeirante Nagumo cayó en la
trampa planteada por el Almirante Chester William Nimitz que le hizo creer que los portaaviones
USS Hornet y USS Enterprise no se encontraban en el área lo que un certero ataque de aviones
norteamericanos arrasaran las cubiertas de los portaaviones japoneses. El Almirante Isoroku
Yamamoto se vio obligado a poner fin a las acciones en el área de Midway tras perder un total de
cuatro portaaviones.

Para Septiembre de 1942, y tras negarlo en repetidas ocasiones, el Alto mando japonés tuvo que
admitir que el curso de la guerra por el control del Pacífico había cambiado. El desembarco el 7 de
agosto de 1942 de 19.000 efectivos de la 1ª División de Marines en la Isla de Guadalcanal sirvió
para esclarecer el rumbo de un conflicto que entraría a partir de ese momento en una escalada de
bajas extraordinario para ambos contendientes a raíz del modelo de combate y defensa planteado
por los soldados del Emperador23.

En los siguientes dieciocho meses, el Ejército Imperial sufrió una serie de derrotas consecutivas
que precipitarían el final de su dominio sobre el Oeste del Pacífico; en los tres primeros meses de
1943 perdieron Guadalcanal, Buna y las islas Aleutianas. Para otoño de 1943 su control sobre
Papúa Nueva Guinea ya estaba comprometido. A principios de 1944, los estadounidenses
desembarcaron en las Islas Marshall.
estrechas similitudes con el error de planteamiento del Alto mando japonés en Pacífico. El OKW alemán(Alto
Mando de las Fuerzas Armadas) subestimó los recursos militares de los que disponía la URSS a la hora de plantear
la defensa de su territorio, lo que dio como resultado el progresivo deterioro del ritmo de la invasión, hasta su
definitiva quiebra e inicio del repliegue.
23 Los norteamericanos consiguieron frenar la expansión territorial japonesa en el Pacífico tras la Batalla de
Guadalcanal a costa de perder 6.000 bajas y sufrir numerosos heridos. El Ejército Imperial perdió 24.000 soldados
en aquella batalla. Para tomar Tarawa, una parte de las Islas Gilbert, el Ejército estadounidense tuvo que asumir
1000 bajas frente a las 5.000 de los japoneses

12
El 15 de junio de 1944, 77.000 soldados norteamericanos pertenecientes a la 2 y 4ª división de
marines desembarcaron en Saipán que habrían de combatir contra 32.000 soldados japoneses
comandados por el Teniente General Saito. El 6 de julio, tras tres intensas semanas de combates, los
norteamericanos alcanzaron sus objetivos militares.

Entre el 22 y el 27 de octubre de 1944, la Armada estadounidense hizo sucumbir a la Armada


Imperial en el Golfo de Leyte, en el Mar de Filipinas, hundiendo cuatro de sus portaaviones y
causándole 10.000 bajas.

Por su parte, en el Sudeste de Asia, las tropas británicas consiguieron derrotar al Ejército Imperial
en la frontera noroeste de la India, eliminando en su práctica totalidad al 15º Ejército japonés. En
otoño de 1944 las tropas japonesas ya estaban retirándose hacia Birmania.

5.-La “honorable” guerra del Emperador: cuando la rendición no es una opción.

Como hemos expresado anteriormente, la relectura de los códigos de instrucción y combate hecha
en el periodo 1932-1945 por parte de las autoridades políticas y militares del Imperio japonés,
reacondicionaron las directrices para soldados y marineros al servicio del Emperador. La rendición,
como sinónimo de “deshonor” de un servidor del Ser Supremo, no debía contemplarse por lo que en
caso de derrota los soldados debían quitarse la vida.

El Código de Servicio del Ejército Imperial ordenaba a los miembros de las Fuerzas Armadas a no
ser “motivo de verguenza” ni para sí mismos ni para sus familias dejándose convertir en prisioneros
de guerra. Esta orden adquiría su fuerza gracias a la idea que anidaba en todos los soldados de que
su comandante en jefe era un dios viviente y que si morías sirviendo al Emperador te convertías en
un dios y te venerarían en el santuario de Yasukini. Se entiende así que los soldados japoneses
estuvieran dispuestos a luchar como ningún soldado civilizado lo haría. Subyacía en esta insólita
forma de comportarse frente a la derrota una suerte de creencia en la que la victoria del enemigo no
era completa si no lograba dominar a la tierra y al pueblo. Se trataba de negar la victoria completa al
atacante haciendo sucumbir por voluntad propia no sólo a los soldados sino también a los civiles
inocentes.

Ante dicha perspectiva, los mandos militares japoneses no sólo auspiciaron la práctica del suicidio
honorable entre sus subordinados sino que la extendieron al conjunto de civiles de todo el país.
Para ello, abrieron paso a un discurso intimidatorio ante los asustados habitantes de las islas a los
que presagiaban una muerte atroz a manos de las tropas aliadas24. Así, miles de personas se quitaron
la vida antes de caer en manos del enemigo siguiendo una doctrina que, en un principio, sólo
afectaba a los miembros del Ejército Imperial.

24LORD RUSSELL OF LIVERPOOL: The Knights of Bushido: A history of Japanese War Crimes during World War
II. New York, Skyhorse Publishing, 2008. Pags. 178-195.

13
La primera muestra efectiva de este comportamiento se produjo el 6 de julio de 1944 cuando, tras
tres semanas de resistencia los soldados japoneses que defendían Saipán lanzaron una carga suicida
contra las tropas estadounidenses. El 9 de julio, los civiles y los militares japoneses que
sobrevivieron al ataque se suicidaron lanzándose por los acantilados

Esta extraña manera de encarar una situación de desigualdad ante el enemigo y de inmolación
colectiva tiene su episodio más conocido, gracias a la implantación que tiene en la cultura de masas,
en los pilotos kamikazes de la Fuerza Aérea Imperial que estrellaban su cazas contra los
portaaviones estadounidenses.

El 25 de octubre de 1944, cuando tanto el frente europeo como el del Pacífico se desmoronaban
para las potencias del Eje, los aviones del 201º escuadrón aéreo japonés despegaron desde
Filipinas para lanzar un ataque suicida contra portaaviones estadounidenses, dañando el USS
Santee.

Estas acciones tuvieron en un primer momento un fuerte impacto en la conciencia colectiva de los
soldados estadounidenses que no eran capaces de asimilar esta manera de hacer la guerra, si bien
ante la falta de efectividad de los ataques, el temor inicial se fue disipando25.

En enero de 1945, los Estados Mayores de las potencias del Eje habían asumido la derrota en el
frente Pacífico y europeo, sin embargo, la posición mantenida por sectores de la oficialía militar
alemana y japonesa fue desoída por la cúpula militar debido a la imposibilidad de asumir una
derrota militar tan profunda26.

El Reich alemán no podía asumir una nueva derrota que les retrotrajera a la infamante rendición que
puso fin a la I Guerra Mundial. Los japoneses no podían acceder a ningún armisticio que supusiera
derrocar a Hirohito. Se trataba de una ecuación que sólo podía resolverse mediante la victoria, que
se antojaba imposible en 1945, o la derrota en términos absolutos.

En febrero de 1945 y ante el dinamismo salvaje y autodestructivo que se había impuesto en la


cúpula nipona, los estadounidenses desembarcaron en Iwo Jima, a unos 1.100 kilómetros de Tokio.
La ocupación de esta pequeña isla volcánica tenía como objetivo organizar mejor los bombardeos
sobre Japón sirviéndose de sus aeródromos.

25 A pesar de lo conocido del episodio histórico de los kamikazes, lo cierto es que los daños causados a la flota
norteamericana fueron escasos y dichas acciones no variaron el curso de la guerra. Sólo el 6 de abril de 1945, en el
marco de los combates en Okinawa las operaciones de los kamikazes que actuaron en oleadas consiguieron el
objetivo de hundir 24 navíos norteamericanos y dañaron a otros doscientos.
26 Finalmente, los dirigentes nacionalsocialistas alemanes y los servidores de Hirohito habrían de alcanzar un
resultado militar inaudito; la derrota total. Por primera vez, en la Historia Moderna, Estados industriales
desarrollados habían luchado hasta el fin, rindiéndose tan sólo cuando el enemigo había capturado la sede del
Gobierno o tras arrojar bombas nucleares sobre sus principales ciudades. Quienes proclamaron la construcción de un
“Imperio eterno” o aspiraban a alumbrar el “Reich de los mil años” sólo obtuvieron como resultado de sus acciones
el sufrimiento de la población civil, la devastación del país y la rendición sin condiciones del Estado.

14
Tras 34 días de cerrados combates, los norteamericanos, que hubieron de emplear 70.000 efectivos
en total, consiguieron hacerse con la isla. Las fuerzas estadounidenses sufrieron 24.480 bajas de
las cuales 4.197 muertos, 19.189 heridos y 418 desaparecidos. Posteriormente, 1401 heridos
fallecieron como consecuencia de las heridas recibidas. Por su parte 20.703 soldados nipones,
prácticamente la totalidad de los efectivos, entre los cuales estaba el comandante de la tropa, el
Teniente general Tadamichi Kuribayashi, siendo hechos prisioneros 216 supervivientes27.

Toda vez que las Fuerzas Armadas del Emperador habían perdido el control sobre el área del
Pacífico, a las tropas estadounidenses sólo les restaba iniciar la ocupación de las principales
ciudades de Japón. Para ello, y en un cambio de doctrina sin precedentes que se apoyaba en los
hecho por la RAF británica en Europa, el General Curtis Le May ordenó el bombardeo masivo de
las ciudades. La noche del 10 de marzo de 1945, las bombas incendiarias y de fósforo lanzadas
contra Tokio provocaron 100.000 muertos. Jamás en la historia de la Guerra Moderna se había
alcanzado un nivel de aniquilación de civiles de semejantes proporciones en tan corto espacio de
tiempo.

Con el país bajo ataque, sin capacidad de alterar el curso de la guerra y de la inevitable derrota, el
Mando Militar japonés creían en la posibilidad de obtener una vitoria militar de suficiente
trascendencia como para abocar a los estadounidenses a firmar un armisticio. Dicha batalla, que
imprimiera un giro a la guerra pasaba por derrotar a la Armada estadounidense en la isla de
Okinawa. El 1 de abril de 1945, 50.000 soldados norteamericanos desembarcaron en la isla de
Ryukyu en el marco de la “Operación Iceberg”. No encontraron oposición por parte de los
japoneses. Del mismo modo, la Flota norteamericana navego prácticamente hacia el archipiélago el
6 de abril de 1945. Nada hacía prever que aquellas islas situadas a 340 kilómetros de Tokio hubiera
de convertirse en el mayor asalto anfibio de la II Guerra Mundial en el Pacífico.

En los combates, que se prolongaron durante ochenta y dos días intervinieron por parte de los
Aliados cinco divisiones del XXIV cuerpo de ejército estadounidense, así como dos divisiones del
cuerpo de Marines y un amplio despliegue de apoyo naval, anfibio y aéreo28. En total 330 buques
de guerra y 1.139 buques de transporte soportaron logísticamente la operación.

Las actuaciones de la Armada estadounidense se vio reforzada por la flota británica del Pacífico a
la que se le asignó la tarea de neutralizar los aeródromos japoneses de la isla de Sakishima, entre el
26 de marzo y el 10 de abril de 1945, fecha a partir de la cual atacaron la Bahía de Formosa.

El Teniente General Mitsuru Ushijima optó por un planteamiento de combate desconocido hasta
entonces por los Aliados. En esta ocasión el Ejército Imperial no planteo combatir a los Aliados en
las playas. En su lugar, 77.000 soldados y 20.000 efectivos de apoyo se emboscaron en el interior de
la isla, excavando nidos de ametralladoras en las montañas, realizando incursiones nocturnas. Si los
norteamericanos querían avanzar por aquel abrupto terreno, deberían asumir un combate cuerpo a

27 MORISON, Samuel Eliot: Iwo Jima and Okinawa, The Two-Ocean War. New York, Ballantine Books, 1963, Pags..
37-44.
28 Para cuando Estados Unidos consiguió hacerse con la posición, habían pasado por Okinawa 183.000 efectivos entre
marines y soldados, sufriendo un total de 12.520 muertos o desaparecidos y 36.631 heridos. 20.000 de sus soldados
tuvieron que ser reemplazados víctimas de crisis nerviosas agudas. Las fuerzas niponas por su parte perdieron
sesenta mil soldados y 150.000 civiles. 7.400 japoneses fueron hechos prisioneros.

15
cuerpo lo que provocaba un desgaste severo en los estadounidenses.

Los combates que se entablaron en Okinawa no sólo dejaron al descubierto la determinación del
Ejército Imperial japonés es hacer de aquel capítulo la última opción de reacción ante la clara
victoria aliada sino que puso en práctica la idea de evitar que la población civil se rindiera o fuera
hecha prisionera. De este modo, el 27 de marzo de 1945, 800 habitantes de la isla de Tokashiki,
orquestaron un suicidio colectivo que se saldó con la muerte de 320 de ellos, la mayoría mujeres y
niños29.

Para cuando Okinawa terminó cayendo entre el 21 y el 22 de junio de 1945 el número de civiles
muertos se situaba ya entre 42.000 y 150.000 (100.000 era la cifra manejada por la prefectura de
Okinawa) y el 90% de la isla estaba destruida hasta los cimientos30.

El hecho de negar la evidencia de la derrota militar después que el Ejército Rojo hubiera alcanzado
las ultimas posiciones alemanas en Berlín, del suicidio de Adolf Hitler en el búnker de la
Cancillería del Reich el 30 de abril de 1945 y de las sucesivas derrotas en aguas del Pacífico a
manos de los Aliados, demuestra el grado de desconexión de la élite japonesa de la realidad de la
guerra. Aún en mayo de 1945 el Primer Ministro japonés Kantaro Suzuki seguía planteando un
acuerdo que permitiera mantener la institución imperial intacta, respetar parte de los límites
territoriales de Japón y que fuera el propio Estado japonés quien juzgara a sus criminales de guerra.
La respuesta de los Aliados fue explícita; a Japón sólo le cabía la opción de la rendición
incondicional.

Los Aliados, ante el empecinamiento de los mandos japoneses que en lugar de rendirse apostaron
por esperar a un desembarco aliado en las principales islas de Japón para intentar obtener una
victoria militar, optaron por zanjar la II Guerra Mundial mediante el uso de una nueva arma, que
daría paso a un nuevo tipo de guerra en el Siglo XX; la bomba atómica31.

Ante la posición de los mandos militares nipones y su rechazo al ultimátum dado en la Conferencia
de Postdam, la tarde del 7 de agosto el Presidente Truman planteó que si Japón no aceptaba la
rendición incondicional, Japón debía esperar “una lluvia de ruina desde el aire, algo nunca visto
hasta ahora sobre esta Tierra”.
El Gobierno japonés no reaccionó ante dicha amenaza; Hirohito, el Gobierno y el Consejo de
Guerra estaban considerando cuatro condiciones para la rendición; que se preservara el Kokutai
(sistema imperial y la política nacional). Que el Estado Mayor japonés tuviera la responsabilidad en
el desarme y desmovilización del Ejército y que sería Japón quien castigara a sus criminales de
guerra.

29 Episodios de suicidios colectivos similares se produjeron en otros lugares como Cabo Kiyan donde el Ejército
japonés alentó a los civiles a quitarse la vida. Paradójicamente en otras islas donde no tenía presencia el Ejército
Imperial, los civiles que allí vivían nunca contemplaron la posibilidad de quitarse la vida en masa.
30 HASTINGS, Max: Retribution. The Battle for Japan 1944-1945. New York, Alfred A. Knopf., 2007. Pag.178-191.
31 En la Conferencia de Postdam (Alemania) celebrada entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945, el Gobierno
norteamericano había probado con éxito la bomba de hidrógeno en el desierto de Nuevo México. Ante los intentos
de los japoneses de alcanzar un acuerdo bilateral con la URSS, el Presidente Harry S. Truman se decantó por el
empleo de esta arma aún en fase de experimentación.

16
Este planteamiento era inasumible por parte de los Aliados que iniciaron los preparativos para el
ataque atómico. Una vez se hubo adoptado la decisión de atacar con armas nucleares a Japón, una
comisión especial estudió los posibles objetivos32. Una vez elegidos los objetivos, la ciudad de
Hiroshima fue atacada el 6 de agosto y Nagasaki fue bombardeada el 9 de agosto. Ambos
bombardeos arrasaron el 45% de ambas ciudades provocando un total de 140.000 víctimas en
Hiroshima y 80.000 en Nagasaki (tanto en el momento de la detonación como en los meses
sucesivos por envenenamiento radioactivo)33.

De manera paralela a los sucesos de Hiroshima y Nagasaki, el 8 de agosto, la URSS denunció el


Pacto de Neutralidad entre los dos países, lo que permitió a los soviéticos iniciar el ataque sobre
Manchuria.

A pesar de la invasión soviética y de los ataques atómicos estadounidenses sobre suelo japonés, el 9
de agoto de 1945 el Consejo de Guerra nipón se negaba a renunciar a sus condiciones de
rendición. Sin embargo, y tras asumirse la magnitud de futuros ataques nucleares (los Estados
Unidos esperaban tener otra bomba atómica lista para usarse la tercera semana de agosto, tres más
en septiembre y tres en octubre), Hirohito autorizó a su Ministro Shigenori Tôgô a que notificara a
al Mando Aliado que Japón aceptaría la rendición con una sola condición; el mantenimiento del
Emperador como Jefe del Estado34.

Una vez que los Aliados aceptaron mantener al Emperador al frente del país, el 12 de agosto de
1945 se informó a los poderes del Estado japonés sobre los términos aceptados por Hirohito para la
rendición, lo cual generó un rebelión parcial de los mandos militares que consideraban que la guerra
debía continuar, entre los que se contaba el Mariscal de Campo Shunroku Hata. El 14 de agosto, en
un mensaje radiado a la población que se emitió el día 15, el propio Emperador informó de los
términos de la derrota35.
El 31 de agosto, el general McArthur llegó a Japón para supervisar la ocupación del país. La
rendición del Japón Imperial se oficializó el 2 de septiembre de 1945 sobre la cubierta del USS
Missouri donde el Ministro de Asuntos Exteriores japonés, Mamoru Shigemitsu capituló ante el
Comandante Supremo de las Fuerzas Aliados, general Douglas McArthur. DE esta forma Japón
renunciaba a tener ejército propio, capacidad nuclear, accedía a la ocupación de Okinawa por tropas
Aliadas y facilitaría la instalación de bases militares estadounidenses en su territorio.

Una vez finalizada la II Guerra Mundial y para la depuración de responsabilidades penales se


constituyo por parte las potencias vencedoras el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano
Oriente fue el órgano jurisdiccional encargado de desarrollar los llamados “Juicios de Tokio”.
32 El 10 y 1l el de mayo de 1945 el Comité de elección de los objetivos se reunió en el Laboratorio Nacional de Los
Álamos (Nuevo México) presidido por Robert Oppenheimer. Los criterios que se manejaron a la hora de elegir los
objetivos fueron; que los objetivos tuvieran más de 3 millas de diámetro y con blancos importantes en grandes áreas
urbanas; que se causara un daño significativo y que no fueran objetivos potenciales de otros ataques militares
aliados. Bajo estas premisas se optó por las ciudades de Hiroshima, Nagasaki y el arsenal militar de Kokura.
33 SHERWIN, Martin J.: A world destroyed. Hiroshima and its legacies. Redwood City (California), Stanford
University Press, 2003. Pag.297-311.
34 FRANK, Richard B.: Downfall: The end of Imperial Japanese Empire. New York, Penguin Books, 2001. Pags.401-
417.
35 A pesar de ser conocedores de la voluntad del Emperador de capitular, el 14 de agoto los Aliados bombardearon la
ciudad de Kumagaya provocando la destrucción del 45% de la ciudad, generando un sufrimiento innecesario a una
población civil de un país postrado y que había asumido su derrota.

17
El Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente (TPILJ) se ocuparía de cumplir lo
expresado en las Conferencias de Teherán (1943), Yalta (1945) y Postdam (1945) donde los Aliados
expresaron su determinación de juzgar a los líderes militares del Eje una vez acabada la guerra.

El TPILJ se constituyó por primera vez el 3 de agosto de 1946 en Tokio, formado por jueces en
representación de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, URSS, Países Bajos, China, Australia,
Canadá, Nueva Zelanda, India y Filipinas. La Fiscalía sería ocupada por el norteamericano Joseph
Keenan siendo el Presidente del Tribunal el australiano William Webb.

Sobre la base de lo expresado en la Carta de Londres de fecha 8 de agosto de 1945, el Tribunal


imputó a los mandos militares japoneses y a determinados ciudadanos a título individual los delitos
de: crímenes contra la paz y de guerra por actuaciones contrarias a la Ley de la Guerra; Crímenes
contra la Humanidad; Genocidio y complot de guerra.
El periodo que se sometía a juicio era el comprendido entre 1939 y 1945 si bien se incorporaron los
sucesos ocurridos en Nankín por parte de las tropas de ocupación japonesa.

El Tribunal, que a diferencia de lo ocurrido en los llamados “Juicios de Nuremberg” que juzgó a la
jerarquía del III Reich, no absolvió a ningún acusado y no otorgó tanta relevancia a la persecución
de personas jurídicas, actuó contra 25 responsables políticos y militares del conflicto, condenado a
muerte a siete de ellos, 16 fueron sentenciados a cadena perpetua y solamente dos recibieron penas
de cárcel. Las condenas a muerte fueron ejecutadas por ahorcamiento en la prisión Sugamo en
Ikeburo el 23 de Diciembre de 194836.

El Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente fue disuelto el 12 de noviembre de
1948 sin que éste hubiera sometido a juicio los crímenes cometidos por el Ejército Imperial
durante la ocupación de Manchuria y Corea37. Del mismo modo las acciones llevadas a cabo por la
Unidad 731 no fueron objeto de juicio38.

El Comandante en Jefe del Ejército Imperial, que perdió un millón de soldados durante el conflicto,
el Emperador Hirohito nunca fue sometido a juicio, manteniendo su condición como Soberano de
Japón hasta su muerte por causas naturales en 1989.

36 De las 4.850 peticiones de procesamiento individual que se recibieron por parte del Tribunal Internacional que actuó
en Nuremberg, fueron finalmente acusados 611 repartidos en doce juicios que atendían a diferentes colectivos
criminales, siendo el más importante el llamado “Juicio principal” iniciado el 20 de Noviembre de 1945 contra los
24 principales líderes nazis capturados. A diferencia de los cargos formulados por el Tribunal Penal Militar
Internacional para el Lejano Oriente el delito de complot fue sustituido por el de guerra de agresión. FERNÁNDEZ
GARCÍA, Antonio: El juicio de Nuremberg 50 años después. Madrid, Arco Libros, 1996. pags. 44-61. OWEN,
James: Nuremberg: el mayor juicio de la Historia. Barcelona, Crítica, 2007. pags. 311-340.
37 Para establecer las responsabilidades acerca de los crímenes ocurridos durante la ocupación japonesa de territorio
chino se establecieron por parte de las autoridades chinas trece tribunales que emitieron 504 condenas de las cuales
149 fueron penas capitales.
38 MICHELIN, Frank: “Le procès des criminels de guere japonais” L`Historie nº271. Pag.54-62

18
.-CONCLUSIÓN.

Para entender por qué una Nación pequeña como Japón, que en 1930 apenas acababa de
incorporarse al conjunto de naciones industrializadas del planeta, y que aspiraba a un lugar en el
concierto de sociedades desarrolladas, se lanzó a una guerra de aniquilación para la dominación del
Pacífico que acabaría provocando su devastación por medio como país debemos esgrimir razones
económicas, políticas, militares y sociológicas.

Es necesario incorporar a cualquier reflexión que se realice sobre la conducta seguida por los
mandos militares japoneses el hecho que Japón, a pesar de sus limitaciones territoriales y su tardía
incorporación a los sistemas contemporáneos de combate, nunca había perdido una guerra. En
consecuencia, los códigos, sistemas, valores y creencias de la sociedad japonesa se vieron
seriamente comprometidos y la sociedad sufrió un stress colectivo sin precedentes. En la medida
que el conflicto en el Pacífico se deslizaba hacia una derrota sin paliativos, los mandos japoneses
improvisaron soluciones cada vez más incomprensibles e irracionales.

A diferencia de la expresión integral que la política de exterminio llevada a cabo por el III Reich
demostró a partir de 1942, la política criminal japonesa en materia de cumplimiento del Derecho
Internacional ha sido menos percibida por los ciudadanos por dos razones esenciales; su naturaleza
fragmentaria y su menor volumen. Sin embargo, son pocas las notas diferenciales en términos
conceptuales entre el régimen nazi y el japonés.

Los Gobiernos de Berlín y Tokio aspiraban a un nuevo orden internacional que no pasara por los
valores de las viejas potencias occidentales. Para ello debían “refundarse” como sociedad y someter
por la fuerza a sus vecinos territoriales. Frente a la incertidumbre social que se vivía en ambas
sociedades el expansionismo militaristas preconizado por las élites de ambos países otorgaba un
seguridad sin precedentes a sus ciudadanos que habían vivido de manera directa las penurias que la
crisis económica de finales de la década de los veinte había acarreado. Tanto el llamado “Reich de
los mil años” como el “Imperio del Sol Naciente” prometieron un mejor futuro a sus ciudadanos
sobre la base de la necesaria expansión territorial (Lebensräun) y la industria de guerra. Dicha
promesa parecía funcionar durante los primeros compases del conflicto armado. El avance de la
Wehrmacht hacia el Este o la ocupación de Manchuria por parte del Ejército Imperial daban la
razón a quienes estaban dispuestos a torcerle el pulso a la Historia.

Sin embargo, el autoritarismo militarista que termino derivando en anarquía autoritaria, la falta de
un análisis racional de las Fuerzas Aliadas y la irresponsable subestimación de la capacidad militar
(en el caso de la URSS y el Ejército Rojo) y la determinación (en el caso de los Estados Unidos) del
enemigo llevaron a las potencias del Eje al colapso en el primer trimestre de 1945. Lo que había
comenzado como una sucesión de rápidas victorias acabaría en la derrota total de ambas naciones.

Pero si bien estas razones principales explican brevemente los términos de la derrota militar no
responden a la naturaleza d ellos crímenes de Estado y a la materialización de un tipo de guerra
desconocida hasta entonces. La espiral destructiva y lo que de irracional tiene el comportamiento de
las tropas japonesas debe buscarse en la construcción de un discurso supremacista que trasciende el
mero objetivo de llevar al enemigo a su destrucción mediante la fuerza.

19
El profesor Álvaro Lozano, en su obra El Holocausto y la cultura de masas refiere las palabras del
novelista Yehiel De-Nur, superviviente de los campos de exterminio, quien afirmó en referencia a
Auschwitz que se trataba de “otro planeta”, cuyos habitantes “respiraban bajo diferentes leyes de
la naturaleza”39. En cierto modo, la creación de parámetros de razonamiento que escapasen de la
racionalidad cotidiana, la creación de “otros planetas” está en la base del comportamiento del
Ejército Imperial japonés como está en la base de las organizaciones que conformaron el III Reich;
soldados y marineros que actuaban bajo la creencia que servían a un Emperador que era un Dios
viviente, que debían exterminar a los chinos, coreanos, birmanos, filipinos o malayos bajo la idea
que eran “subhumanos” o que debían morir para no avergonzar al Ser Supremo al que servían y que
de hacerlo así irían a un paraíso y cuya alama sería venerada en el santuario de Yasukini. Bajo estas
nuevas “leyes de la naturaleza” un millón de soldados encontraron la muerte en el Pacífico. Bajo
esta otredad del pensamiento los soldados japoneses obligaron a miles de civiles inocentes a
arrojarse a los acantilados para evitar la deshonra como sociedad.

En cualquier caso, esta hipótesis acerca del móvil que llevó a las élites japonesas a actuar como lo
hicieron, no les exime de una responsabilidad histórica sin precedentes a quienes condujeron a una
Nación a la destrucción integral, al hundimiento militar y al retroceso social. Por muy alejados que
estuvieran sus razonamientos de la virtud o por distantes que estuviera su modo de proceder de la
realidad, la asunción de un guerra de aniquilación como vía para alcanzar el status de potencia
regional del Pacífico es una responsabilidad sólo imputable a quienes decidieron recorrer ese
camino, sabedores de los crímenes que cometían y plenamente conscientes de la naturaleza abyecta
de su planteamiento de lucha.

En cierto modo, cabe preguntarse qué conceptuación habrían tenido los crímenes cometidos por
parte de los Einsatzgruppen en el Frente del Este o de la Unidad 731 en el noroeste de Harbín de
haberse alcanzado por las potencias del Eje sus objetivos militares, abriendo paso a la nueva
sociedad que preconizaban, si bien dicha reflexión escapa del análisis de los hechos que como
teóricos nos deben ocuparnos.

39 LOZANO, Álvaro: El Holocausto y la cultura de masas. Santa Cruz de Tenerife, Melusina. 2010, Pag.15.

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