Valerio Cortes Del Rey Fundador Del Unic

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Revista de Indias, 2010, vol. LXX, núm.

248
Págs. 77-100, ISSN: 0034-8341
doi:10.3989/revindias.2010.004
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VALERIO CORTÉS DEL REY, FUNDADOR


DEL ÚNICO MAYORAZGO DE LA NUEVA VIZCAYA
EN EL SIGLO XVII1
POR

CHANTAL CRAMAUSSEL
El Colegio de Michoacán, México

Valerio Cortés del Rey pertenecía a la pequeña nobleza de la ciudad de Zaragoza. Arribó
al Nuevo Mundo en 1621 y ascendió con notable celeridad todos los peldaños de la sociedad.
Mientras trabajaba de barretero, guardaminas, ensayador, prestamista, etcétera, adquirió nu-
merosos bienes y propiedades situadas en la frontera norte de la provincia de Santa Bárbara.
En la cúspide del éxito, logró un mayorazgo que estuvo en manos de sus descendientes hasta el
siglo XIX. La biografía de Valerio Cortés del Rey es una muestra de la gran movilidad social
al alcance de los peninsulares que se aventuraban a hacer fortuna en la gobernación de la
Nueva Vizcaya.
PALABRAS CLAVE: Nueva Vizcaya, mayorazgo, Parral, hacienda, frontera.

La Nueva Vizcaya, creada en 1562, comprendía a mediados del siglo XVII


un inmenso territorio cuyas fronteras hacia el norte permanecían imprecisas

1 Una primera versión de ese ensayo fue publicada en Cramaussel, 18 (Chihuahua, 1992):
24-28. Reuní posteriormente más datos sobre Valerio Cortés del Rey que se encuentran disper-
sos en Cramaussel, 2006; se incluye en este texto un resumen biográfico escueto del personaje:
402-404. En el presente artículo retomo también de ese libro la información que me permite
contextualizar la historia de la vida de Valerio Cortés del Rey. Se ofrecen otros datos, un pri-
mer mapa del mayorazgo, así como la trascripción de inventarios, avalúos y testamentos, y un
estudio genealógico de la familia Cortés del Rey en Baca y Soto, 2006. Para un análisis de los
bienes del mayorazgo en el siglo XVIII, con énfasis en la historia del arte, ver Curiel, 1993. Po-
rras Muñoz, 1993: 21-22 da información complementaria. A este libro le fueron quitadas las
notas entregadas por el autor, pero contiene ya la primera información precisa sobre la confor-
mación del mayorazgo. Consultó, al parecer, las informaciones de testigos para solicitar licen-
cia para fundar el mayorazgo, realizadas en 1670 y 1671, que se encuentran en el Archivo Ge-
neral de Indias, Sevilla (AGI), Guadalajara, legajo 34, r. 3, n.º 7. Este documento es citado en
Porras Muñoz, 1980a: 352.
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salvo en sus colindancias con la gobernación del Nuevo México, en la zona de


El Paso. Hacia el sur, esta gobernación se extendía hasta la provincia de Aca-
poneta, en Nueva Galicia, y llegaba no muy lejos de Zacatecas. A partir de
1621, Durango, capital de la Nueva Vizcaya, pasó a ser también sede de un
nuevo obispado2. Pero de hecho, las jurisdicciones civil y eclesiástica preten-
dían ejercerse sobre muy vastas regiones que permanecerían durante mucho
tiempo fuera del control español. La colonización en el norte de la Nueva
España fue muy lenta, de hecho, las diferentes provincias de la Nueva Vizcaya
eran enclaves en suelo de indios infieles en el siglo XVII.
Como lo revelan los catálogos de Pasajeros a Indias, muy pocas eran las
personas que se dirigían directamente al Septentrión de la Nueva España. Sin
embargo, esa enorme región representaba una tierra de oportunidades para al-
gunos individuos. La vida de Valerio Cortés del Rey es una muestra de la gran
movilidad social al alcance de los peninsulares sin muchos escrúpulos que se
aventuraban a probar suerte en Nueva Vizcaya. Nuestro personaje supo extraer
provecho de las grandes distancias que separaban la provincia de Santa Bárba-
ra de los centros de poder coloniales, y sacó partido también de las constantes
guerras con los indios que hacían del Septentrión Novohispano un destino
poco atractivo para la mayoría de los llegados de la reinos peninsulares, a pe-
sar de los sonados descubrimientos mineros de Zacatecas en 1546, de San Luís
Potosí en 1592 y de Parral en 1631.
En el siglo XVII, la Nueva Vizcaya se había vuelto un asilo para todos los
indeseables de la Nueva España, ya que, para poblarlo, lo que más falta hacía
eran hombres dispuestos a defender los pequeños enclaves coloniales de los
infieles. Los indios gentiles rebasaban en cantidad a los pocos pobladores es-
pañoles y a sus aliados, los miembros de las castas y los indios de paz prove-
nientes del centro o del occidente del virreinato, de modo que la amenaza de
ser arrasados por los nativos indómitos fue constante durante toda la época vi-
rreinal en todos los poblados fundados a lo largo y lo ancho del Septentrión3.
Asegurarse la lealtad de los maleantes huidos, ofreciéndoles refugio y pro-
tección política, o hacer tratos personales con los gentiles para garantizar la
paz, aseguraba el éxito de los colonos. Valerio Cortés del Rey era un hombre
astuto que comprendió muy rápidamente esos mecanismos de ascenso social
propios de la frontera. Llegó a ser uno de los personajes más ricos y poderosos
de la Nueva Vizcaya en los años sesenta del siglo XVII, cuando se le conside-
raba nada menos que «la llave del reino». La Corona española lo recompensó

2
Sobre las jurisdicciones civiles y eclesiásticas, Porras Muñoz, 1980b.
3
He insistido sobre la importancia de la relación demográfica entre españoles e indios en
Cramaussel, 2006.

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por sus servicios al rey y autorizó en 1689 la fundación de un mayorazgo del


que se beneficiaron sus descendientes durante más de una centuria.

DE ZARAGOZA AL ÁRIDO NORTE


La familia Del Rey pertenecía a la pequeña nobleza de la ciudad de Zara-
goza, en el reino de Aragón, y ostentaba un escudo de armas. Valero del Rey
Mayor e Ysabel Pabla Martínez fallecieron, al parecer, antes de 1631, fecha en
la que dos de sus hijos se embarcaron hacia las Indias: Valerio tenía veinte
años y Dionisio treinta. En la prueba de hidalguía de Valerio, con información
de testigos notariada que se elaboró en Zaragoza en mayo de 1631, se certificó
que todos los miembros de su familia eran cristianos viejos, «sin mancha de
judíos, moros ni nuevos convertidos», y que su abuelo Juan del Rey había sido
familiar del Santo Oficio durante los catorce años que antecedieron a su muer-
te. Ningún pariente de Valerio había sido condenado por la justicia ni había
ejercido un oficio vil ni mecánico. Además, todos atestiguaron que Valerio era
soltero. En ese documento, que acompaña la licencia de la Casa de la Con-
tratación para pasar al Nuevo Mundo, no aparece nuestro personaje con el
nombre de pila de «Valerio», sino con el más aragonés de «Valero». Tampoco
tiene el apellido «Cortés», que ya llevaba su hermano Dionisio al zarpar de Se-
villa en el verano de 1631 y que él mismo se pondría una vez en Indias.
La licencia data del 6 de junio de ese año y había sido solicitada por el
prior del convento agustino de Sevilla, quien pedía permiso para que se fuera
un grupo de doce frailes, encabezados por el maestro fray Pedro de Santa Ma-
ría, a la provincia de Michoacán, en la Nueva España. Uno de ellos se llamaba
Dionisio Cortés del Rey; era «moreno de rostro, de buena estatura con una se-
ñal de herida sobre el ojo derecho». Su hermano Valero iba a viajar en calidad
de criado de fray Pedro de Santa María. Se le describía como mozo «de veinte
años, poco más o menos, de mediana estatura, moreno, de color quebrado, pe-
queños ojos, nariz algo gorda, con una peca negra encima el labio de la parte
derecha y una herida en la cabeza sobre el copete de la parte derecha»4. Al pa-
recer, con excepción de Valerio, todos los demás hijos de Valero del Rey e Isa-
bel Martínez pertenecieron a la orden de los agustinos; María Paula e Isabel
fueron monjas profesas del convento del Santo Sepulcro en Zaragoza, Espa-
ña5. Tal vez huérfanos a temprana edad, a ninguno de los cuatro hermanos les

4 Pedro de Santa María, 6 de junio de 1631, AGI, Casa de Contratación, legajo 5412,
n.º 43. Consultado en el portal Pares del Ministerio de Cultura de España.
5 Baca y Soto, 2006: 33. Estos autores retoman los datos que les proporcionó Carlos Ytu-
rralde, quien consultó el documento intitulado Probanza de las calidades de limpieza y nobleza

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alcanzó el capital heredado de sus progenitores para establecerse por cuenta


propia o para buscar un buen partido en la península.
Las biografías de Dionisio y Valerio Cortés del Rey muestran que ambos
eran, sin duda, muy ambiciosos. Apenas llegados al Nuevo Mundo, quizá en el
otoño de 1631, se enteraron del descubrimiento de las minas de Parral, en el
norte de la Nueva Vizcaya, ocurrido en el mes de julio anterior. Dionisio aban-
donó en seguida la idea de establecerse en Michoacán y, junto con su hermano
menor, quien tampoco quiso quedarse al servicio de fray Juan de Santa María,
tomó el Camino Real de tierra adentro para alcanzar la provincia de Santa Bár-
bara. En 1632, Dionisio abrió en ella una planta de beneficio de plata por cuenta
de la orden de San Agustín, que llamó San Nicolás6. Ubicó esta hacienda en una
estancia agrícola y ganadera que registró a su nombre y puso bajo la advocación
de Santiago7. La prontitud con la que se trasladaron los dos hermanos a la pro-
vincia de Santa Bárbara, que estaba a dos o tres meses de viaje de México, para
crear esas haciendas es sorprendente. Quizá aprovecharon la ida de una de las
caravanas que solían partir de México a fines de septiembre8. Pero disponían,
sin duda, de caudal previo, y tal vez incluso de un préstamo de los agustinos, ya
que la hacienda de San Nicolás perteneció al convento de Durango de la orden
de San Agustín. Las propiedades de fray Dionisio se encontraban a unas cinco
leguas de Parral y no muy lejos de la villa de Santa Bárbara, que había dado
nombre a la provincia creada en 1567 en la cuenca del río Florido.
Los hermanos Cortés del Rey llegaron a la provincia de Santa Bárbara en
el mejor momento. El poblamiento de Parral fue fulgurante. Incluso el gober-
nador de la Nueva Vizcaya se trasladó a ese centro minero y, cuando anunció
el surgimiento del nuevo real al rey de España en enero de 1632, el asenta-
miento contaba ya con mil doscientos habitantes9. Su población total rebasaría

y demás requisitos del general don Juan Cortés del Rey natural del real de San José del Parral
en Indias en la Nueva Vizcaya, pretendiente del hábito de la Orden de Santiago, 1688, Archivo
Histórico Nacional, Madrid (AHN), cajón 70, n.º 80, exp. 2176. A fines del siglo XVII figura-
ban en la hacienda de Valerio Cortés los retratos de sus dos hermanas que se habían quedado
en España. En 1675 un «Maestro Fr. Joseph Ximeno Cortés del Rey, de la provincia de Ara-
gón» pide pasar al reino de Granada para evangelizar a los naturales con ocho religiosos y un
criado originario de Zaragoza. AGI, Casa de Contratación, legajo 5440, n.º 2, r. 116.
6 La pertenencia de una hacienda de beneficio de metales a una orden regular no debe sor-
prendernos. Varios eran también los jesuitas que tenían minas, como en Sonora, por ejemplo.
7 Baca y Soto, 2006: 30. Escritura de venta de una hacienda de sacar plata por fundición
ubicada en la hacienda de Santiago, que fundó Dionisio Cortés del Rey, que hace el convento
de San Agustín de Durango en dos mil pesos a Valerio Cortés del Rey.
8 Acerca de los caminos hacia la provincia y el transporte, Cramaussel, 2006: 15-20.
9 Porras Muñoz, 1988: 50.

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los cinco mil individuos diez años después10. Bajo el impulso de las minas de
Parral, la producción en plata de la Nueva Vizcaya se multiplicó por diez en la
década que siguió al descubrimiento de la veta madre, llamada «La Negrita»11.
No había habido bonanza minera más marcada en el Septentrión Novohispano
desde que se descubrió Zacatecas en 154612.
En un principio, Valerio Cortés del Rey no pareció destinado a ser uno de
los oligarcas más prósperos de la provincia de Santa Bárbara. Trabajó algunos
meses de barretero en las minas de Parral en 1632, pero pronto dejó la provin-
cia de Santa Bárbara para fungir como guarda-minas en el real de San Luís Po-
tosí, en auge desde 1620. Retornó a la provincia de Santa Bárbara en el séquito
del gobernador Luis de Valdés13 en 1644, después de comprar en México el
cargo de ensayador y balanzario de las minas de Parral14. Este oficio, que ejer-
ció durante veintidós años, le permitió tener ingresos regulares e importantes,
pues cobraba uno por ciento sobre todos los metales ensayados, sin contar que
ocultaba el contenido en oro de los minerales producidos a cambio de alguna
retribución por parte de los mineros beneficiados. Dos años después, en 1646,
Valerio Cortés del Rey compró el abasto de carne de res y de borrego de Pa-
rral. Aprovechó, sin duda, los rebaños que estaban todavía en manos de su her-
mano Dionisio para poder pretender ese monopolio. Parral se encontraba en-
tonces en su época de esplendor: en la cuenca del río Florido vivían más de
veinte mil personas15 y ser beneficiado de la carne era una manera segura de
obtener jugosas ganancias. Valerio Cortés logró conservar también el privile-
gio del abasto de res y borrego durante largos años: de 1646 a 1667. En 1675,
lo adquirió de nuevo sin tener que desembolsar un solo real por tres años más;
a cambio, se comprometió a reconstruir la iglesia parroquial, obra que le costó
diez mil pesos16.
Dionisio quedó a la cabeza de las haciendas de San Nicolás y Santiago has-
ta probablemente su muerte, acaecida en 1655. Tras su fallecimiento, Valerio
Cortés compró la primera de ellas a la orden de los agustinos y heredó las tie-
rras y el ganado de la hacienda de Santiago. Pero no le bastaron esos bienes;

10 Cramaussel, 2006: 148-149.


11 Escribí la biografía del descubridor de la veta madre de Parral en Cramaussel, 1992.
12 Álvarez, 1989: 105-139.
13 Cramaussel, 2006: 402.
14 Nombramiento de ensayador y balanzario de las minas del Parral para el alférez Vale-
rio Cortés del Rey, Archivo General de la Nación, México (AGN), 6 de enero de 1644, Cédulas
reales, vol. 15, exp. 2 (citado por Porras Muñoz, 1980a: 352). Se interroga a Valerio Cortés en
San Luís Potosí en 1644.
15 Cramaussel, 2006: 148.
16 Cramaussel, 2006: 402-404.

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nuestro personaje era un hombre con muchas iniciativas, incansable en su an-


sia de reunir poder y dinero en todos los frentes posibles.
Al mediar el siglo, Valerio Cortés del Rey tenía ya cuarenta años de edad;
había entrado, por lo tanto, en una etapa madura que para muchos varones de
la época estaba cercana a la muerte. Pero su vida, que duraría cuatro décadas
más, tomó entonces un nuevo rumbo que lo llevaría a ser el hacendado más
encumbrado de la región. Los hombres ricos siempre han representado un
buen partido, aunque estén avanzados en edad, de modo que también le sonrió
la suerte a Valerio al contraer matrimonio el 11 de diciembre de 1653 con
Magdalena de Chavarría, hija de Juan de Chavarría17, el opulento mercader
que transportaba la plata del rey en el real de San José del Parral. Valerio Cor-
tés llevaba entonces nueve años con el oficio de ensayador y era beneficiado
de la carne desde hacía siete años. La novia, diecinueve años menor que él, es-
taba preñada de tres meses el día de la boda, pero las relaciones sexuales eran
permitidas a los que se habían dado palabra de casamiento y nadie, ni siquiera
Valerio Cortés, se podía burlar de la hija de un mercader de plata que tenía
importantes conexiones en todo el virreinato. Aunque es probable que también
ese embarazo fuera la mejor manera de convencer a su futuro suegro de la
conveniencia de la unión matrimonial. Juan Cortés del Rey (el cual recibió el
nombre de pila que era, al mismo tiempo, el de su abuelo materno y el de su
bisabuelo paterno) nació seis meses después de la boda de sus padres: el 5 de
junio de 1654. Le seguiría Teresa, la cual vio la luz el 11 de marzo de 1656, y
después Valerio, nacido el 14 de julio de 1659.
Valerio Cortés del Rey acumuló bienes, cargos y honores tanto en lo civil
como en lo militar y en lo eclesiástico. Era ya alférez en 1650 y el gobernador
Enrique Dávila Pacheco, quien sucedió a Luis de Valdés, lo hizo capitán y sar-
gento mayor por sus méritos en la guerra. Ejerció ese cargo durante trece años
sin goce de sueldo18. Cortés del Rey se había vuelto indispensable durante to-
das las contiendas con los indios; desde los años cuarenta, se le acusaba de te-
ner mucho ascendente sobre ellos porque, al decir de los vecinos de Parral, le
obedecían más a él que a las autoridades locales. Así sucedió también en
1666-1667: «los tobosos de su hacienda no conocen más gobernador que él, si
iban a la guerra no iban por el gobernador sino por él»19. El oligarca albergaba
a muchos naturales en sus dominios. Unos provenían de su pueblo de indios de

17 «Chavarría» es la forma castellanizada del apellido vasco Echevarría o Echeverría. Las


tres grafías se encuentran en la documentación consultada.
18 AGI, Guadalajara, legajo 14, r. 3, n.º 7.
19 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1667, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 396a, f. 210. Testimonio de Francisco Montaño.

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encomienda de San Luis Babiseomalva20, en las riveras del río Conchos. Otros
eran originarios del norte de la provincia de Santa Bárbara y habían sido atraí-
dos por el capellán de la hacienda, al que el obispo encargó la evangelización
de los nativos allende el río San Pedro, como se verá más adelante. Otros más
eran presas de guerra que el caudillo había tomado durante las razzias en los
pueblos de infieles y que había criado desde niños en su hacienda. Los indios
que habitaban en los dominios de Valerio Cortés del Rey estaban dispuestos a
guerrear junto con su amo, ya que éste los protegía de ser repartidos en las ha-
ciendas mineras. En tanto que sirvientes, dejaban de estar sujetos al reparti-
miento impuesto a todos los indios de la Nueva Vizcaya, los cuales no tributa-
ban al rey en especie sino en trabajo forzado a razón de cuatro a seis semanas
por año21.
Una vez en campaña, los jefes militares de la provincia de Santa Bárbara
no acataban órdenes de nadie más, como lo muestra la burlona respuesta de
Valerio Cortés a los consejos militares del gobernador Luis de Valdés: «lo ha-
cían niño volviendo a la primera edad y haciéndole venir a la escuela [...] que
llevase al diablo el alma de las órdenes»22. Cada vez que se les presentaba la
ocasión, los caudillos hacían recordar su protagonismo en las campañas contra
los rebeldes para defender su estatuto de privilegiados ante las autoridades lo-
cales. Sólo ellos contaban con tropas fieles, pues los indios auxiliares prove-
nientes de las misiones se pasaban al enemigo con demasiada facilidad y los
pobladores recién llegados, muchos de ellos sin experiencia en la guerra y que
desconocían la región, no eran tampoco combatientes ideales. Además, des-
plazar tropas durante meses implicaba también gastos en comida, armas y pól-
vora que únicamente los hacendados podían sufragar. Por otra parte, Valerio
Cortés conocía personalmente no sólo a los sirvientes indígenas de sus hacien-
das, sino también a muchos de los infieles que moraban en los contornos de las
zonas colonizadas por los españoles. Parece incluso que, en ocasiones, tomaba
partido por ellos. En 1667, los jesuitas lo acusaron de ser aliado de los rebel-
des que habían matado a varios neófitos de la misión de Satevó en ausencia de

20 Merced hecha por Franciso Gorráez y Beaumonte, de indios a Valerio Cortés del Rey
y su hijo Juan, hecha en 1675 ante Diego de Galarreta, citada en Griffen, 1979: 63. Como lo
señalan Baca y Soto, 2006: 14, la fecha indicada en el traslado del documento original es
errónea.
21 Sobre los sistemas de trabajo, y en especial la encomienda y el repartimiento en el Sep-
tentrión Novohispano, ver Cramaussel, 2006: 205-219. En los hechos, eran compelidos a labo-
rar durante mucho más tiempo, cuando no se endeudaban de por vida.
22 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1667, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 396a, f. 210. Testimonio de Francisco Montaño.

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su ministro. Los padres afirmaban que había «indicios evidentes de cómo el


dicho Valerio Cortés tiene coligación con los indios»23.
Pero no todas las tropas con las que contaba Valerio Cortés del Rey estaban
compuestas por indios. También las integraban sus sirvientes de sangre mez-
clada: se trataba de centenares de incondicionales «mulatos y mestizos [...]
gente facinerosa que sólo pueden asistir en aquellas partes». Les daba refugio
en su hacienda, por lo cual se decía que era «amigo de traer mestizos y mula-
tos, gente ruin»24. El oligarca ejercía funciones de patriarca sobre su amplia
«familia», de la que formaban parte todos sus sirvientes permanentes y sus es-
clavos, tanto indios como mulatos y mestizos. Los alimentaba y los vestía a tí-
tulo de salario y les daba regalos de Navidad. También era él quien pagaba los
gastos correspondientes a todos los ritos cristianos de pasaje de los que mora-
ban en sus haciendas: bautizo, matrimonio y entierro. Se decía de sus indíge-
nas que lo consideraban como «el padre de la región en razón de su gran fortu-
na»25. La magnificencia de las fiestas religiosas que se celebraban en las capi-
llas de su propiedad dependía en efecto de la generosidad del oligarca. Sin
embargo, el hacendado no valoraba de manera semejante a todos los residen-
tes en sus dominios.
En las haciendas de Cortés del Rey había también esclavos: en su fábrica
de jabón, en su obraje de lana en la hacienda de San Antonio de Padua y en su
hacienda de beneficiar plata de Santiago. Y como los demás hacendados, ejer-
cía la justicia sobre ellos. La Corona sólo se reservaba el derecho de condena a
la pena capital. El magnate poseía una cárcel privada en Santiago y trataba
cruelmente también a sus operarios mineros, que solía encerrar en las galerías
donde laboraban de día y noche; había colocado en la entrada de cada socavón
un palo llamado «el bramadero» en el que ataba a los recalcitrantes para azo-
tarlos26. En la planta de beneficio de Santiago, los indios reducidos a la escla-
vitud trabajaban en el mortero, donde mezclaban el azogue con el mineral he-
cho polvo hasta que no podían sostenerse en pie. Eran naturales cogidos en la
guerra a los que se conmutaba la pena de muerte por el trabajo forzado que los
condenaba al exterminio lento a causa del polvo de los metales y, sobre todo,

23 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1667, AGI, Escribanía de Cámara,


legajo 396b, f. 160 v.
24 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1668, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 394a. Testimonio de Diego de Alarcón Fajardo y de Gaspar de Quesada.
25 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1667, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 396a. Testimonio de Ambrosio Sáenz.
26 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1666, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 396b.

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por los venenosos vapores del mercurio. Junto con ellos, laboraban delincuen-
tes de todo tipo, negros y miembros de las castas, y todos eran tratados sin pie-
dad porque: «Los esclavos que se venden para dicha hacienda son de calidad
que sin mucho miedo y castigo no hay quien se averigüe con ellos porque cada
día huyen»27.

CORTÉS: «LA LLAVE DEL REINO»


El poder militar de Valerio Cortés era tal que podía mofarse de los gober-
nadores cuando no actuaban conforme a sus intereses. Con el tiempo se ganó
la fama de ser enemigo de todos ellos. Enrique Dávila Pacheco, por ejemplo,
pidió expresamente al juez de residencia no tomarle testimonio a Cortés por-
que lo creía capaz de «cortarle la honra y hacienda». Sin embargo, nuestro bio-
grafiado trataba siempre de aliarse, en un primer momento, con el gobernador
de turno, como lo hizo de hecho con el gobernador Francisco de Gorráez y
Beaumont (1660-1666), quien fue su compadre. Pero Gorráez pronto se rela-
cionó con los enemigos de Cortés, quien, en venganza, lo apodó «Parolillo»,
«La arremangada Celestina» o «El Enfrenadillo.» Al entrar en litigio con los
gobernadores nombrados por el virrey, que se quedaban sólo cinco o seis años
en el cargo, los hacendados de la provincia de Santa Bárbara recurrían siste-
máticamente para quejarse a los jueces vitalicios de la audiencia de Guadalaja-
ra, que constituían, de hecho, un contrapoder más estable, el cual limitaba las
amplias prerrogativas del gobernador de la Nueva Vizcaya28. El mayor con-
flicto de ese tipo en el que fue involucrado Valerio Cortés del Rey estalló
cuando el gobernador Antonio de Oca y Sarmiento (1666-1670), el cual quería
monopolizar el comercio del real de San José del Parral, mandó cerrar su tien-
da y lo envió a prisión por ocultar el oro de los metales que extraía en San
Francisco del Oro. Junto con Cortés, varios personajes prominentes de la pro-
vincia de Santa Bárbara, que habían sido agraviados también por el goberna-
dor, apelaron ante la Audiencia de Guadalajara, la cual ordenó la liberación de
Valerio Cortés del Rey, a quien designó, además, como juez de comisión para
averiguar los abusos cometidos por Oca y Sarmiento. El Consejo de Indias, al
que recurrió después el gobernador, falló en su contra y lo destituyó de su car-
go antes de que terminara su periodo. Esta victoria fue festejada en Parral por
Valerio Cortés, quien clamaba: «¡Ya cayó el gallego!»29.

27 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1667, AGI, Escribanía de Cámara,


legajo 397b, n.º 44. Testimonio de Ambrosio Sáenz.
28 Acerca de este punto, véase Porras Muñoz, 1980b.
29 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1669, AGI, Escribanía de Cámara,

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El poder político de Valerio Cortés del Rey no descansaba solamente en su


fuerza militar. Valerio no descuidó el comercio, ni la cría de ganado y la ex-
tracción de plata que habían hecho la fortuna inicial de su hermano. Para no
depender de los mercaderes para el avío de sus haciendas, en 1667 abrió una
tienda donde ofrecía todo tipo de géneros; el valor de su primer lote de mer-
cancías alcanzó los cuarenta mil pesos30. En los años sesenta, Valerio Cortés
del Rey se había vuelto «el minero más importante de la Nueva Vizcaya» a pe-
sar de la decadencia de las minas de San José del Parral. De hecho, era el prin-
cipal minero de San Diego de Minas Nuevas, descubiertas en 1634 a una legua
de Parral, así como de San Francisco del Oro, centro minero abierto en 1666
que tuvo un corto pero marcado auge y estaba cerca de su hacienda de Santia-
go. Fue diputado de minas de ese último real repetidas veces31.
Como todos los hombres de la época, Cortés del Rey trataba de diversificar
sus actividades para aumentar su caudal y lograr cierta autonomía en los nego-
cios. Adquirió, así, extensas haciendas agrícolas que complementaban su ri-
queza ganadera y minera e incrementaban también su prestigio social. En va-
rios de los pleitos que entabló en contra del gobernador de turno, sus enemigos
denunciaron la manera de cómo había logrado tener tanto poder y de qué
modo había ido construyendo su emporio en tan poco tiempo. Cortés del Rey
disponía de los ingresos que le proporcionaban el abasto de la carne, el oficio
de ensayador y el beneficio de la plata, pero también, al prestar dinero, se hizo
de muchas propiedades de deudores insolventes: «Se hace dueño de las perso-
nas dándoles dinero, sujetándolas a la servidumbre, casi a esclavitud, ponién-
doles prisiones en sus haciendas; a otros ocultándolos en ellas y a otro a título
ansimismo de haberles dado dineros hacerles vender sus haciendas y adquirir-
las por menos precio de lo que valen»32.
A mediados del siglo XVII, Dionisio y Valerio Cortés mandaron pastar ga-
nado en las riberas del río Conchos, donde se multiplicó de maravilla, con el

legajo 396b, f. 20v. Sobre los conflictos entre oligarcas y gobernadores, Cramaussel, 2006:
280-295.
30 Dionisio Cortés del Rey ya se había percatado del poder de los comerciantes: se queja-
ba en 1646 de que los mineros «dependen tanto de los comerciantes que si estos no les entregan
maíz, carne y velas y todo lo que necesitan las minas no pueden ser explotadas ni pobladas»:
Visita del reino, Archivo Histórico de Parral, Chihuahua (AHP), 1646a, n.º 48, testimonio de
fray Dionisio Cortés. Sin embargo, Valerio Cortés no conservó por mucho tiempo su tienda, ya
que no se encuentra mencionada entre sus bienes ni en 1670 ni en 1688.
31 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1669, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 396b, n.º 8, ff. 231v y 232-233; AGI, Guadalajara, legajo 14, r. 3, n.º 7. Cramaussel,
2006: 300.
32 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1668, AGI, Escribanía de Cámara,
legajo 396c, n.º 11. Testimonio de Domingo de la Puente.

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fin de solicitar después de la Corona sitios de ganado en esa misma región


para legalizar la ocupación del suelo, tal y como se acostumbraba en aquel en-
tonces33. Fue a orillas de ese río, en la hacienda agrícola-ganadera de Nuestra
Señora del Pilar de Conchos (también llamada Nuestra Señora del Pilar de Za-
ragoza, advocación que recordaba la devoción principal de su ciudad natal),
donde Valerio Cortés del Rey estableció su residencia en los años ochenta34.
La hacienda se situaba en una zona particularmente fértil, donde abundaban
las tierras aluviales. Como lo ilustra el mapa anexo, no muy lejos de allí estaba
su pueblo de encomienda de indios conchos, llamado San Luis Babiseomalva,
que le había sido otorgada en 166535.
Valerio Cortés dejó de habitar la hacienda de Santiago, que estaba contami-
nada por los hornos de fundición y el mercurio, y donde laboraban los indios
condenados al trabajo personal y los negros esclavos que encerraba el mayor-
domo cada noche junto a la casa del amo. Aunque los más peligrosos estaban
con grillos, su propia presencia representaba siempre una amenaza36. En Pilar
de Conchos sólo radicaban ocho esclavos de lujo: cuatro grandes y cuatro pe-
queños, que contribuían al prestigio social del amo; esos esclavos, que traba-
jaban sin duda en calidad de domésticos, fueron evaluados en 2.400 pesos
en 168837.
Varias eran las misiones fundadas décadas antes a lo largo del río Florido,
del Conchos y del San Pedro que mandaban a los indios a laborar por vía de
repartimiento a las haciendas de los españoles. Pero Valerio Cortés del Rey ya
no dependió exclusivamente de la buena voluntad del gobernador de turno ni
de la de los misioneros para obtener una mayor cantidad de trabajadores in-
dios. En 1656, contrató por el enorme salario de mil pesos anuales a un joven
jesuita expulso de Filipinas llamado Francisco de los Ríos, quien había sido

33 Cramaussel, 2006: 319-326; AGI, Guadalajara, legajo 34, r. 3, n.º 7.


34 En 1671 no se menciona esta hacienda entre sus bienes, pero ya era sede de su residen-
cia en 1688; ver más adelante.
35 Este poblado se ubicaba en terrenos ahora cubiertos por la presa de La Boquilla: Escri-
tura del 20 de agosto de 1665 en que se otorga la merced de los indios oloboyaguames que ha-
bían sido encomendados en 1645 a Francisco Montaño de la Cueva y en 1660 a Alonso Bello
Montes de Oca, 1665, AHP, exp. 1989 (este documento está mencionado en Baca y Soto,
2006: 14). Utilizamos la clasificación nueva del archivo según el índice elaborado por Roberto
Baca, en el que figura el número de expediente. En Nueva Vizcaya, el gobernador entregó títu-
los de encomiendas hasta 1670. Cramaussel, 2006: 186-205.
36 Cramaussel, 2006: 197-199.
37 Autos para avalúos de las propiedades que se incluyen en el vínculo y mayorazgo que
funda Valerio Cortés del Rey, AHP, 1738b (exp. 4724), trascrito en Baca y Soto, 2006: 101.
Una casa mediana en Parral, en el mismo momento, costaba alrededor de cuatrocientos pesos.

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ordenado en México cuatro años antes. Fue el gobernador Francisco de Go-


rráez el que se lo había recomendado. El hacendado le encomendó primero la
educación de sus hijos hasta que en 1674 el obispo Escañuela le encargó tam-
bién al maestro Ríos la evangelización de todos los indios allende el río San

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Pedro38. Francisco de los Ríos no tenía la posibilidad de abrir misiones, pero sí


podía atraer a los indios para que pasaran a radicar en las haciendas de su amo.
Ese nombramiento disgustó, sin duda, a la orden de San Ignacio, que había
fundado a principios de los años cuarenta las misiones de San Antonio de Sa-
tevó y Santa María de Cuevas al norte del río San Pedro.
De hecho, Valerio Cortés entró en conflicto con los jesuitas de la misión de
Satevó, quienes se quejaban de que el ganado del hacendado destruía las mil-
pas de los indios a su cargo. Lo acusaban también de pretender ampliar sus do-
minios sobre cuarenta leguas más, alegando que no respetaba las sesenta le-
guas (unos 240 kilómetros) que le habían sido otorgadas39. Francisco de los
Ríos, además de fungir de preceptor y de «misionero» sin pertenecer a ningu-
na orden evangelizadora, ejercía la medicina sin tener título para ello. Este tur-
bio personaje terminó, sin embargo, sus días como maestro arcediano, miem-
bro del cabildo catedral de Durango y volvió a reconciliarse con los jesuitas,
ya que dictó sus últimas voluntades al padre superior del Colegio de San Igna-
cio de la ciudad de Durango, cuidándose muy bien de silenciar su vida ante-
rior40. No quedó huella documental de su fecha y lugar de nacimiento ni de su
vida en Filipinas. Sin embargo, salieron a la luz las malversaciones que había
hecho con el dinero del diezmo y el robo del espolio del obispo Escañuela. El
asunto había llegado hasta la audiencia y Francisco de los Ríos fue excomul-
gado, pero el obispo en turno lo exoneró de toda culpa, quizá para evitar un es-
cándalo mayor. No cabe duda de que Valerio Cortés del Rey había encontrado
al aliado ideal: hábil en política, con una ambición desmesurada, pocos escrú-
pulos y muy buenas relaciones con el obispo, que le permitía desafiar a las ór-
denes regulares y hacerse de indios. Pero si bien Cortés del Rey tuvo proble-
mas con los jesuitas que se habían establecido cerca de sus haciendas, se cuidó
de mantener siempre muy buenas relaciones con la Iglesia secular y la orden

38 Visita del obispo Escañuela, 1674, Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Mé-
xico (BNAH), microfilmes, Zacatecas; AGI, Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sar-
miento, 1666, Escribanía de Cámara, legajo 397a.
39 Quejas de los indios del pueblo de Satevó en contra de Valerio Cortés del Rey por usur-
pación de propiedades, 1667, AHP, 1667b, exp. 2077. En realidad, los dominios de Valerio
Cortés no se extendían sobre más de cien kilómetros, como lo muestra el mapa anexo del ma-
yorazgo.
40 Autos del rector de la Compañía de Jesús, albacea de Francisco de los Ríos, 1700,
Archivo Histórico del Arzobispado de Durango (AHAD), 102: 536-668 (en el microfilm). Al
parecer, el arcediano Ríos fue también el padre de la extensa prole (tres hijos y cuatro hijas) de
María de los Ríos, una sirvienta mulata a la que dona doscientos pesos para que «se vaya a bus-
car su vida» en 1700. El canónigo Ríos construyó una de las casas más ostentosas de la ciudad
de Durango. Vallebueno, 2005: 196.

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franciscana, que poseía una serie de misiones a lo largo del río Conchos, en
colindancia con los tobosos de guerra, al este de las haciendas de nuestro per-
sonaje. Valerio Cortés fue síndico del convento franciscano erigido en San
Bartolomé y se encargó durante varios años también de recolectar el diezmo
en ese mismo valle, que era el granero de la provincia en el siglo XVII. Ya alu-
dimos también al donativo de diez mil pesos que otorgó Valerio Cortés para
reparar el templo parroquial41.
Todas las haciendas de labor y de ganado de Valerio Cortés del Rey esta-
ban ubicadas en lugares estratégicos: a la vera de los principales caminos y en
frontera con los indios gentiles. Nuestra Señora del Pilar de Conchos, que co-
menzó a poblar con ganado en 1657, se ubicaba en el extremo norte de la pro-
vincia de Santa Bárbara42. En 1661, Cortés compró en las márgenes orientales
de la misma provincia, a orillas del río Florido, la hacienda de Nuestra Señora
de Huejuquilla a Domingo de Apresa, importante minero de la región, y la re-
bautizó San Valerio de Huejuquilla43. Huejuquilla lindaba con el altiplano de-
sértico, habitado por los indios de guerra, quienes explotaban la saltierra nece-
saria para beneficiar la plata y en ciertas temporadas del año iban a pescar por
la zona. La hacienda de San Gregorio44, de la que era propietario Valerio Cor-
tés desde 1662, estaba en la ruta hacia Sonora y el Nuevo México, y por allí te-
nían que transitar todos los viajeros que venían de San Bartolomé y se dirigían
hacia el norte. En el camino de Sonora, entre los ríos Conchos y San Pedro,
nuestro personaje fundó la hacienda de San Antonio de Padua, y más al norte,
a una legua del vado del río San Pedro, en un sitio donde pastaban ya 60.000
ovinos de su propiedad, Valerio obtuvo una merced de tierra que fue el origen
de la hacienda de San Francisco Javier. El caudillo aseguraba así la paz de los
caminos sobre cientos de kilómetros, así como el fácil traslado de mercancías
e indios entre la provincia de Santa Bárbara, el Nuevo México y Sonora45. A
partir de los años sesenta, el grueso de la mano de obra en el centro minero de
Parral provenía de esas dos regiones y también parte del ganado que se consu-

41 Cramaussel, 2006: 402-404.


42 Valerio Cortés del Rey solicita se la ponga en posesión de unos terrenos comprados a
Diego Romo de Vivar, 1660, AHP, 1660a, exp. 1723. Además obtuvo la merced de varios si-
tios en esa misma zona. Porras Muñoz, 1993: 21.
43 Baca y Soto, 2006: 30. No sabemos si se trata de la misma hacienda de Atotonilco que
estaba despoblada en 1670 desde hacía cinco o seis años y pertenecía también a Valerio Cortés.
AGI, Guadalajara, legajo 14, r. 3, n.º 7.
44 Redención de censo, 2 de enero de 1666, AHP, 1663a, Protocolos. Se menciona en este
documento que Valerio Cortés compró esta hacienda a Felipe Montaño el 14 de abril de 1662.
45 Como él mismo quiso hacerlo constar en sus relaciones de méritos en 1671. AGI, Gua-
dalajara, legajo 34, r. 3, n.º 7.

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mía en el centro minero tenía el mismo origen46. Valerio estaba, por lo tanto,
en la mejor posición para negociar con los indios rebeldes que circundaban sus
dominios. Por esta razón se ufanaba de ser «la llave del reino» y afirmaba que
lo podía cerrar en cuanto se le antojara47. En 1688, dos años después del des-
cubrimiento de las minas de Cusihuiriachi, adquirió una nueva merced de tie-
rra al noroeste de ese nuevo real, donde su hijo Juan fundaría la estancia de La
Laguna48.

EXPRESIONES DEL PODER: LA CASA Y EL MAYORAZGO

En la provincia de Santa Bárbara, los hacendados del siglo XVII solían


vivir en sus haciendas agrícolas, pero poseían también una casa en Parral. Se
facilitaban así sus actividades comerciales y, eventualmente, también sus re-
laciones con el gobernador y su séquito, que radicaban en el real de minas.
La presencia de Valerio Cortés del Rey, como la de todos los personajes im-
portantes de la región, era también requerida para las fiestas señaladas y los
alardes de armas. En 1664, Valerio Cortés mandó edificar una casa principal
en San José del Parral, la cual se asemejaba a un fuerte inexpugnable al decir
del visitador de la Audiencia de Guadalajara Gárate y Francia, quien la re-
quisó para alojarse en ella en 1669. Fue evaluada en 27.340 pesos en 168849,
cuando las moradas de más de cinco mil pesos en el centro minero eran ex-
cepcionales50. Las casas de Parral tenían fundaciones de piedra pero los mu-
ros, incluso los de las más ricas, eran de adobe. La única construida con mu-
ros y techo de ladrillos, con marcos de cal y canto en puertas y ventanas era
la de nuestro personaje. En la entrada de la residencia, el hacendado había
mandado labrar su escudo de armas51. El techo del edificio reposaba sobre

46 Su presencia en Parral fue mencionada por primera vez en el estudio pionero de West,
2002: 96-110. Ver también Cramaussel, 2006: 219-225.
47 Cramaussel, 2006: 403.
48 Otro distrito minero que data de principios del siglo XVIII a medio camino entre Cu-
sihuiriachi y Chihuahua. Título de denuncia de tierras adjudicadas en la jurisdicción de Cu-
sihuiriachi a favor de Juan Cortés, AHP, 1668a, exp. 3025. Baca y Soto, 2006: 30. A esta es-
tancia atribuyen estos autores el origen de la hacienda de Bustillos; sin embargo, Porras Muñoz
afirma que el primer poblador fue José Sánchez de Chávez. Porras Muñoz, 1993: 31.
49 Baca y Soto, 2006: 103. Es un poco más del valor que se le atribuía en 1670; en esta úl-
tima fecha fue estimada en 25.000 pesos. AGI, Guadalajara, legajo 14, r. 3, n.º 7.
50 Acerca de los diferentes tipos de casas en Parral y su valor respectivo: Cramaussel,
2006: 120-130.
51 Se conserva aún en Parral junto con parte de la fachada, pero la casa del siglo XVII ha
sido demolida.

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vigas que estaban cubiertas con tejamanil afianzado con clavos, muy caros a
razón del alto precio del metal importado todo de España. Contrariamente
también a las demás casas principales del real, cuyas ventanas miraban a la
calle, las de Cortés daban casi todas a un patio interior y barrotes de hierro
protegían la única ventana que abría hacia la vía pública. No todas las doce
piezas dispuestas alrededor del patio de la casa de Valerio en Parral tenían
ventana; la mayoría contaba únicamente con una gran puerta de dos manos
que quizá permanecía abierta en el día para dejar entrar la luz y asegurar una
mejor ventilación52.
Los objetos que amueblaban y adornaban el interior eran dignos del caudal
del dueño. Se evaluaron en poco más de diez mil pesos. Sobresalían los obje-
tos de plata (2.227 pesos), la carroza (1.200 pesos), un cajón de armería con
carabinas y arcabuces junto con un astrolabio (1.000 pesos) y una colgadura
de damasco (400 pesos). Los 3.446 pesos restantes correspondían a cuadros
(30 cuadros de santos ermitaños, 28 países de Flandes, cristos, santas sibilas,
una virgen del Pópolo, etcétera), así como a camas, mesas, sillas, escritorios,
espejos, cajones y otros enseres domésticos. Cabe señalar que el valor atribui-
do a los bienes muebles superaba ampliamente al de los contenidos en las dis-
tintas haciendas del magnate. La casa de Parral era el mejor escaparate para
que Valerio ostentara su riqueza ante visitantes y autoridades del real de mi-
nas53. A pesar de la enorme distancia que separaba la provincia de Santa Bár-
bara de México, el lujo de la morada de Valerio Cortés del Rey era semejante a
la de los palacios de la capital novohispana54.
En 1670, en el culmen de su poder y ya con una inmensa fortuna, Valerio
Cortés del Rey solicitó de la Corona licencia para fundar dos mayorazgos,
uno para cada uno de sus hijos varones55, así como el título de conde o mar-
qués y la jurisdicción plena de sus dominios, tal y como la habían obtenido
con anterioridad Hernán Cortés o el duque de Atlixco en la Nueva España.
La real cédula del 2 de octubre de 1674 autorizaba la erección del mayoraz-
go, pero se pidió mayor información a la Audiencia de Guadalajara, al obis-
po de Durango y al gobernador de la Nueva Vizcaya porque la Corona quería
cerciorarse de su conveniencia. Tuvieron que pasar hasta quince años para

52Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento, 1669, AGI, Escribanía de Cámara,


legajo 396c, n.º 11.
53 El inventario ha sido transcrito por Baca y Soto, 2006: 103-110.
54 Es lo que constató Gustavo Curiel al analizar el inventario de bienes de su hijo Juan en
1729. Curiel, 1993.
55 Finalmente, su primogénito heredó el conjunto después de que falleciera su hermano
menor.

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que se otorgase la escritura fundacional en el real de San José del Parral, el


10 de abril de 168956.
Pero el mayorazgo carecía de los privilegios que había pedido su fundador.
No comprendía los derechos de justicia solicitados ni el título de nobleza que
anhelaba el beneficiario, y la Corona prohibió, además, que sus titulares perte-
necieran a una orden militar57. Se vinculaba la hacienda de Nuestra Señora del
Pilar de Zaragoza con la de San Antonio de Padua y la de San Francisco Ja-
vier, es decir, las propiedades que estaban en la frontera norte de la provincia
de Santa Bárbara y en la jurisdicción de Cusihuiriachi. Las tres haciendas,
muy pobladas a fines del siglo XVIII, habían sido erigidas por el magnate en
regiones aún sin colonizar; Nuestra Señora del Pilar y San Francisco Javier
acababan de adquirirse58.
En 1688, esas tres haciendas y la casa de Parral, que estaban por conformar
el mayorazgo, fueron evaluadas en 287.842 pesos59. Más de la mitad corres-
pondía a la más septentrional: la de San Francisco Javier. La tierra que le per-
tenecía no valía gran cosa: los diez sitios de ganado mayor fueron estimados
cada uno en 325 pesos, un poco más de la mitad del valor asignado a los diez
sitios de la hacienda más sureña de San Antonio. La enorme riqueza de San
Francisco Javier se la conferían los animales que pastaban en ella: 50.000 re-
ses, 3.900 ovejas, 1.100 carneros, 5.000 bestias caballares y 300 burras y bu-

56 Porras Muñoz, 1993: 21-22. En ese libro, la fecha de la escritura fundacional (1679)
está equivocada. Baca y Soto, 2006: 25, mencionan ese documento con su respectiva referencia
que contiene los avalúos de 1688. La real provisión de la Audiencia que autoriza la erección
data de 1679. Se opusieron los jueces de Guadalajara a que el rey le concediera a Valerio «títu-
lo de señorío y jurisdicción perpetua» por temor a que se refugiaran con impunidad en el mayo-
razgo todo tipo de maleantes y que, en consecuencia, «siendo tan poca gente en aquellas partes
podrá suceder que en breve o largo tiempo según se ofrecieren los casos queden desiertos mu-
chos pueblos y poblados». AGI, Guadalajara, legajo 14, r. 3, n.º 7. Véase la localización del
mayorazgo en el mapa anexo.
57 A pesar de esa prohibición, Juan Cortés del Rey perteneció a la orden de Santiago. Qui-
zá solicitó una licencia especial para su ingreso.
58 No figuran entre las propiedades de Valerio Cortés del Rey en 1670. AGI, Guadalajara,
legajo 14, r. 3, n.º 7.
59 Retomamos a continuación la información contenida en Autos para avalúos de las pro-
piedades que se incluyen en el vínculo y mayorazgo que funda Valerio Cortés del Rey, AHP,
1738b (exp. 4724), transcrito en Baca y Soto, 2006: 95-110. En AGI, Guadalajara, legajo 34, r.
3, n.º 7 (informaciones de méritos de Valerio Cortés de 1670-1671), el total de los bienes con la
hacienda de San Gregorio sumaban 255.000 pesos. Se mencionaban entonces la hacienda de
San Antonio (150.000 pesos), San Gregorio (20.000 pesos), Atotonilco (despoblada, sin valor
atribuido), Santiago (con beneficio de fuego y azogue y la mina nombrada «El Cabreestan-
te»), la mina «Tejada» en San Diego (60.000 pesos) y la casa de Parral (25.000, sin muebles ni
adornos).

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rros, que representaban un total de 177.350 pesos (el 96% del valor total). No
cabe duda que el caudillo ejercía bastante control sobre los indios de la fronte-
ra, porque el ganado era para ellos un bien codiciado y los robos de animales
muy frecuentes. En la hacienda de Nuestra Señora del Pilar del río Conchos,
que se destinaba a la agricultura, las tierras y obras de riego, que incluían
obras de cal y canto60, fueron evaluadas en 30.000 pesos, la capilla en 5.740
pesos y el molino en mil pesos. Junto con los jacales que albergaban la cose-
cha de trigo y maíz (4.500 pesos), la tierra, la casa, las acequias y el acueducto
correspondían a las tres cuartas partes del valor total. En la hacienda interme-
dia de San Antonio, Valerio Cortés fabricaba jabón y velas de cebo, y tenía un
obraje para tejer la lana de sus ovejas. La mitad del valor de esa propiedad
(evaluada en 16.720 pesos) lo representaban los esclavos (4.200 pesos) junto
con la casa y la capilla (4.500 pesos), mientras el resto lo daban la tierra (6.000
pesos), los aperos, el jabón y la lana que se encontraban en existencia61.
A un nuevo potentado sin letras de nobleza todavía, le correspondía seguir
las reglas del estamento de los privilegiados y cuidar, vía las alianzas matrimo-
niales de su descendencia, el destino de la fortuna familiar. Sin embargo, la
ambición y la codicia no lo llevó a elegir un marido que perteneciera a las
grandes estirpes de la Nueva España para su hija. Valerio prefirió buscar a una
persona que pudiera integrar a su casa y que le fuera fiel. En 1671, comprome-
tió a su hija, de quince años62, con un criminal, el cual había encontrado refu-
gio en Parral después de haber sido desterrado de la Nueva España por asesi-
nato en Tepeaca y desacato al virrey. El futuro yerno se llamaba Francisco Gó-
mez de Somoza, era de origen gallego y le había brindado protección su
paisano, el gobernador Antonio de Oca y Sarmiento. Valerio Cortés del Rey,
quien no perdía ninguna oportunidad de enriquecerse, no le dio ninguna dote a

60 La hacienda comprendía un acueducto, construcción excepcional en la región, donde


las acequias no eran de cal y canto, sino simples zanjas que había que rehacer cada vez que
caían fuertes lluvias. Cramaussel, 2006: 88-89. La existencia de obras de cal y canto muestra,
sin duda, el espíritu emprendedor de nuestro personaje. Los peritos encargados de estimar los
bienes de Valerio Cortés en 1688 no las evaluaron «por decir no tienen experiencia de tales
obras». Baca y Soto, 2006: 99.
61 En 1671, esta hacienda, que producía granos en gran cantidad, estaba estimada en
150.000 pesos y se cosechaba anualmente en ella «4.000 fanegas para arriba» de granos. AGI,
Guadalajara, legajo 14, r. 3, n.º 7. O su valor fue muy exagerado por las declaraciones de los
testigos de Valerio Cortés o esta propiedad decayó significativamente en los diecisiete años si-
guientes. También pudo haberse considerado como parte de ella la futura hacienda de San
Francisco Javier, que no existía todavía en 1671. Los dominios de Cortés del Rey se extendían
sobre 18 sitios en 1671, y 20 sitios más las tierras de Nuestra Señora del Pilar, en 1688.
62 Y no a la edad de diez años como lo asenté por equivocación en Cramaussel, 2006: 403.

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su hija como se acostumbraba, sino que, por el contrario, exigió por concepto
de arras a Gómez de Somoza la considerable suma de ochenta mil pesos. Los
habitantes de Parral criticaban acerbamente ese compromiso matrimonial que
se asemejaba demasiado a una venta. Pero la boda se celebró de todas maneras
tres años después. Somoza ya había entregado a su suegro cuarenta mil pesos
en barras de plata, joyas y mercancías diversas, y otros cuarenta mil en bienes
inmobiliarios que constaban de varias casas y haciendas. El día del enlace, Va-
lerio Cortés se contentó con darle al novio una cadena de oro y un anillo, cuyo
valor no rebasaba los doscientos pesos, y a la novia un collar de perlas y otro
anillo que le costaron doscientos cincuenta pesos más63. Para el hacendado,
esta unión representaba un negocio redondo, porque, además de los beneficios
económicos que había obtenido, se ganaba el apoyo de un yerno incondicio-
nal, puesto que no podía prescindir de su protección política una vez concluido
el mandato del gobernador. Teresa Cortés del Rey no tuvo hijos y quedó viuda
en una fecha que no hemos podido precisar, terminando sus días como monja
profesa en el convento de Santa Clara de la ciudad de México64.
Valerio Cortés del Rey permaneció sólo veinticuatro meses a la cabeza de
su flamante mayorazgo. Le sorprendió la muerte en 1691 a la edad de ochenta
y un años, después de sobrevivir largo tiempo a los achaques, dolores de estó-
mago y quebradura de la ingle que mermaban su salud. Su hija Antonia había
entrado también al convento, Valerio, su hijo menor, que había destinado al sa-
cerdocio, quedó inválido por apoplejía, y Juan, el primogénito, a sus treinta y
siete años no había encontrado aún un partido a su altura. El futuro del mayo-
razgo, que parecía quedarse sin heredero, estaba, por lo tanto, incierto.
Pero Juan Cortés del Rey se casó finalmente con una integrante de las po-
derosas familias de la ciudad de Durango, llamada Agustina Antonia de Medi-
na y Castilla. En 1695, cuando la pareja contrajo matrimonio en la capital viz-
caína, el novio ya tenía cuarenta y un años y la novia tan sólo catorce. Juan ha-
bía heredado el mayorazgo a la muerte de su progenitor y contaba con una de
las más grandes fortunas del momento. Además, había tratado de aumentar el
valor de los bienes heredados de su padre al construir en San Francisco Javier,
la hacienda más norteña del mayorazgo, una casa y una presa de cal y canto.
En tierras adquiridas por Valerio Cortés en 1688, fundó también una estancia
en la jurisdicción de Cusihuiriachi, mineral cuyo auge sucedió al de Parral a
partir de 1686. Pero el novio tuvo que entregar de todos modos diez mil pesos
en arras y la novia, que era probablemente más pobre pero pertenecía a una fa-

63 Cramaussel, 2006: 403-404.


64 Baca y Soto, 2006: 23, 163.

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milia de abolengo, únicamente unas alhajas. Juan Cortés del Rey trató de se-
guir, por lo tanto, los pasos de su padre: expandió sus dominios en la frontera
con las tierras de los indios gentiles y se casó con una mujer que pertenecía a
una familia encumbrada y arraigada en la Nueva Vizcaya. Sin embargo, aun-
que había incorporado al mayorazgo 35 sitios más de ganado mayor y creado
dos nuevas estancias65, al final de su vida Juan no contaba con la riqueza de su
progenitor, quien había sido beneficiado de la carne y ensayador de Parral du-
rante muchos años en su época de bonanza. En 1719, Juan Cortés del Rey de-
claraba en su testamento tener cincuenta mil reses alzadas, pero no había podi-
do marcar más de mil. Su fortuna no era ni de lejos semejante a la de su padre:
no ascendía en total a más de cien mil pesos y se encontraba endeudado con
uno de los grandes comerciantes de Parral66.
La biografía de Valerio Cortés del Rey muestra la carrera de un hombre sin
relaciones previas en el Nuevo Mundo, ni paisanos aragoneses, que pudo abrirse
camino obteniendo cargos civiles, militares y eclesiásticos, y tejiendo alianzas
con la oligarquía de una provincia situada en la frontera. Su fortuna inicial la
hizo en base a la venta de ganado, pero también acumuló un gran caudal en la
minería y adquirió prósperas haciendas de labor. La consolidación de su empo-
rio tuvo origen en su unión matrimonial con la hija de un mercader de plata y en
su poder como caudillo militar. No es casual que adquiriera en los años sesenta
la mayor parte de sus propiedades, justo cuando la guerra contra los tobosos del
altiplano estaba en pleno auge67. Valerio Cortés del Rey contaba con un ejército
propio, conformado por los sirvientes de sus haciendas, que le eran incondicio-

65 Autos del juicio sucesorio de Bernardo Cortés del Rey, 1728, AHP, 1728b (exp. 4440),
citado por Baca y Soto, 2006: 29. Mencionamos ya la primera, llamada La Laguna, en la juris-
dicción de Cusihuiriachi, y la segunda era la de San Lucas, ubicada al oeste de Julimes y al nor-
te del río San Pedro.
66 La evolución del mayorazgo rebasa, desde luego, el tema de este trabajo. Los descen-
dientes de Valerio Cortés del Rey se endeudaron con un comerciante llamado Cristóbal de
Orrantia, quien era al parecer el aviador de sus haciendas. Esta deuda ascendía a 16.532 pesos
en 1719 y a más de 41.000 pesos en 1728. Dos de las haciendas del mayorazgo fueron arrenda-
das después por poco dinero y el descuido con las que fueron administradas las llevó al que-
branto. Porras Muñoz, 1993: 22. Baca y Soto, 2006: 36-37. Ambos autores insisten también en
las pérdidas que registraron las haciendas mineras y la mala administración de los bienes por
parte de los descendientes de Valerio. El nieto de nuestro biografiado, llamado también Vale-
rio, trató de obtener ingresos adicionales coludiéndose con un grupo de abigeos. Ortelli, 102
(Zamora, 2005): 163-201.
67 La guerra contra los tobosos se propagó en 1666 y 1667. Se había rebautizado como «to-
bosos» a los conchos alzados. Álvarez, 2000: 355-381. En ese mismo periodo, inundaciones, epi-
demias y una sequía, seguida de una hambruna, afectaron también todo el norte de la Nueva Viz-
caya. Para un recuento de las catástrofes ocurridas en esos años, Cramaussel, 2006: 158.

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nales. Trataba también con los indios gentiles que habitaban tierras colindantes
con sus propiedades, ubicadas todas en las márgenes de las regiones coloniza-
das. Se había vuelto, por lo tanto, un hombre clave durante las numerosas rebe-
liones que azotaron la Nueva Vizcaya durante la segunda mitad del siglo XVII.
Ni siquiera los gobernadores podían prescindir de su alianza. Sin embargo, el
destino de Valerio Cortés del Rey fue sólo excepcional por la rapidez con la que
hizo fortuna. Los demás personajes exitosos de su época en la provincia de San-
ta Bárbara68, y probablemente en todo el norte de la Nueva España, habían acu-
mulado riqueza y poder de la misma manera.

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68 Realicé un estudio prosopográfico de los principales personajes de esta provincia en


Cramaussel, 1999: 85-103.

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Recibido el 2 de septiembre de 2009


Aprobado el 19 de noviembre de 2009

VALERIO CORTÉS DEL REY, FOUNDER OF THE ONLY


PRIMOGENITURE IN NUEVA VIZCAYA IN THE 17th
CENTURY

Valerio Cortés del Rey belonged to the minor nobility of the city of Zaragoza. He arrived
in the New World in 1621 and reached the highest rungs of society with remarkable speed.
While working as a miner, mine guard, assayer, money lender, etc., he acquired many goods
and properties in the northern frontier of the province of Santa Bárbara.
At the peak of his success, he obtained a primogeniture that remained in the hands of his
descendants until the 19th century. The story of Valerio Cortés del Rey’s life exemplifies the
great social mobility that could be enjoyed by those from Spain who ventured to seek their for-
tune in the provincial government of Nueva Vizcaya.
KEY WORDS: Nueva Vizcaya, primogeniture, Parral, estate, frontier.

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