CICE02 Clase 04
CICE02 Clase 04
CICE02 Clase 04
Sofi y Martina se conocen desde chicas, van a la misma escuela desde jardín. Ahora
tienen catorce y tuvieron su primera gran pelea a raíz de una foto que Sofi decidió
publicar de su amiga en Instagram.
A Martina no le gustó que la subieran sin su permiso, y se lo reclamó a Sofi primero
personalmente y después de modo agresivo en la misma red. Las agresiones continuaron
hasta que Sofi retiró la foto que había publicado. Ella sostiene que Martina no tiene
sentido del humor, no puede entender una broma: “A todos nos escracharon alguna vez
y tuvimos que bancárnoslo”, dice la joven. Martina no opina lo mismo: a ella le resultó
muy ofensiva la foto que había publicado su amiga.
Palabras más, palabras menos, esta situación ocurre y cada vez con mayor frecuencia.
Publicaciones y etiquetas que mencionan, retratan y/o exponen la imagen o identidad de
una persona, son materia de numerosos malentendidos y conflictos en las redes y, con
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frecuencia, escalan de modo hasta entonces desconocido. ¿Cómo actuar en situaciones
semejantes? ¿Cómo incluir propósitos formativos y pedagógicos en nuestras intervenciones
docentes? Compartimos algunas reflexiones para ir delimitando nuestro rol ante las formas
que pueden asumir los vínculos en los entornos digitales.
No es ninguna novedad afirmar que la tecnología ha llegado para quedarse. Su uso está tan
naturalizado entre nosotros/as, que no concebimos ya un mundo sin ella, tanto en la vida
pública como privada: tomando un café en un bar, o viajando en colectivo, nos enteramos
acerca de los resultados de las últimas elecciones en EEUU, vemos imágenes sobre los
avances de la vacuna contra el Covid o nos comunicamos con personas que habitan el otro
extremo del globo. Niñas, niños y adolescentes, lógicamente, no son ajenas/os a esta
situación: computadoras, tablets y celulares son un juego o un entretenimiento cada vez
más frecuente en los hogares. Cada vez con mayor frecuencia, las empresas lanzan al
mercado nuevas aplicaciones, de las cuales las nuevas generaciones se apropian
rápidamente.
Haciendo un poco de historia, podemos remontarnos al año 2004, momento en que el autor
Tim O’Reilly acuñó el término Web 2.0, en referencia a una segunda generación en la historia
de la web basada en comunidades de usuarios y toda una gama especial de servicios –como
las redes sociales, los blogs o los wikis–, que fomentan la colaboración y el intercambio ágil
de información entre los/as usuarios/as. Es así que
—a diferencia de los sitios web estáticos, donde las
personas se limitan a la observación de los
contenidos que han creado otros/as— se crean
verdaderas comunidades virtuales, en las cuales se
genera, intercambia y difunde información en
tiempo real. En las redes sociales como Instagram,
Facebook, Snapchat, Tik Tok, así como Youtube,
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Twitter, los blogs o las wikis, los/as usuarios/as pasan a ser sujetos protagónicos de la
comunicación, dejando de ser receptores/as pasivos/as para generar sus propios contenidos.
Publicar una noticia, tener gratuitamente nuestra emisora de radio online, nuestro periódico
online, nuestro canal de vídeos, ya no es patrimonio exclusivo de los medios de
comunicación de masas tradicionales. Los costos de la difusión de información se reducen
considerablemente. Este proceso, producto de una transición desde la era 2.0 hacia la 3.0, ha
sido denominado por los expertos como “la era de la democratización de Internet”. Esto no
solo permite acceder a contenidos que rara vez se encuentran en los medios convencionales:
además, se acortan los tiempos en que los hechos se convierten en noticia. Tanto es así que
podemos hablar de una cultura del instante (el propio nombre “instagram”, refleja esta
nueva realidad).
Si nos enfocamos en la denominada brecha digital —esto es, la desigualdad que existe entre
las personas que pueden tener acceso y/o conocimiento con relación a las nuevas
tecnologías y las que no— en el mismo informe se menciona (con relación al uso de
computadoras) que en el decil más pobre de ingreso per cápita sólo el 23,5% utilizó ese tipo
de dispositivos, mientras que en el decil más rico, lo hizo el 71,9%. Otra publicación que
ilumina al respecto proviene de Chicos.net (2020), en la cual se menciona que, durante la
pandemia, se hizo más visible la brecha digital, tanto con relación a la disponibilidad y acceso
a dispositivos tecnológicos, como con el tipo de conectividad con el que cuentan las familias.
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Los nuevos vínculos que se generan —desde la aparición de Internet en 1988 pasando por la
incorporación de las TIC a las distintas esferas de la vida cotidiana, hasta llegar a la evolución
hacia la web 2.0 y 3.0— son insoslayables: hoy es casi imposible pensar los vínculos sin tener
en cuenta cómo impactan en ellos las redes sociales y, en general, las nuevas tecnologías de
la información y comunicación. La situación de pandemia, por su parte, ha demostrado la
importancia de estas tecnologías y su acceso, convirtiéndose en el mayor medio utilizado
para que la escuela esté presente y pueda continuar.
Tal como las definió el psicólogo argentino Sergio Balardini, las redes son como las plazas
públicas (Balardini, 2012) , ya que —de modo semejante a lo que ocurre en las esquinas o en
las plazas— los grupos escolares se reúnen en entornos digitales y con frecuencia las
comunidades virtuales se conforman de acuerdo a la pertenencia a una misma escuela o
curso.
Como docentes y personas adultas que no necesariamente nacimos en la era digital, esta
realidad muchas veces nos desafía, planteando nuevos problemas que nos obligan —una y
otra vez— a revisar lo existente.
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aparecieron en sus redes sociales. “Me llegaban mensajes anónimos por esa red social
como ‘maricón’, que me matara, que nadie me quería…”, relata.
Actualmente los/as especialistas refieren a una cada vez mayor continuidad de los vínculos
que se establecen en uno y otro espacio. Conflictos que se inician en la escuela tienen su
desenlace en las redes y viceversa. Es interesante tomar, al respecto, la metáfora que plantea
el psicólogo Sergio Balardini, quien se sirve de la cinta de Moebius —aquella que consiste en
un continuum infinito, sin adentro ni afuera—, una superficie que solo posee una cara, para
referirse a esta continuidad.
“¡Qué peligro que te sancionen en la escuela por lo que decís en internet!” dice con
preocupación Mariano cuando se entera de que uno de sus compañeros ha sido
sancionado por subir comentarios ofensivos en las redes. Su comentario refleja, sin
saber, un debate que la web 2.0 introduce.
Es un hecho indiscutible que el impacto de las redes sociales y, en general, de las nuevas
tecnologías de información y comunicación (TIC), influye decisivamente en las relaciones
sociales que establecen niñas, niños y adolescentes en las escuelas.
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Pensemos en dos escenas que seguramente habremos vivenciado como adultos/as en la
escuela: dos estudiantes, en el mismo espacio áulico, chatean por celular, mientras que
—también dentro de la institución educativa— una situación escolar es grabada y subida a
las redes. ¿Podemos, en estos casos, hablar de un “afuera” y “adentro” de la escuela? Por lo
pronto, parecerían categorías sino obsoletas al menos cuestionables, ya que la existencia de
lo digital, como espacio en el cual hacer lazos, nos lleva a redefinir los límites de los espacios
educativos. Si retomamos nuevamente la metáfora de la cinta de Moebius, hablar de “cara
interior” y “cara exterior” pierde sentido.
Si, por un lado, hablamos de una dimensión espacial que ya no es la que era, no menos
importante es la dimensión temporal: las acciones, en la era digital, tienen al menos dos
tiempos. Y es que el tiempo en el que ocurren y aquel en que son difundidas no
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necesariamente coinciden. Tenemos, además, un tercer tiempo, y es aquel en el que las
acciones quedan subidas a la web, y este último es infinito. Esto desata una serie de
interrogantes: ¿Cuál es el tiempo de nuestra intervención como docentes y orientadores/as?,
¿el tiempo de la ocurrencia?, ¿el de la difusión?, ¿ambos?
● Un padre presenta su queja ante la escuela debido a que su hijo fue amonestado
luego de subir a la red un video en el que ridiculizaba a sus compañeras,
argumentando que no había sido realizado en la escuela sino en su propia casa.
● Un estudiante filma y sube a Internet un video en el que se burla de una profesora. Es
sancionado luego de su viralización en las redes y no en el momento en que lo filma.
● La dirección sanciona a una estudiante que publicó en las redes información falsa y
ofensiva sobre un docente.
● La madre de un estudiante expone en el grupo de whatsapp las agresiones que sufre
su hijo por parte de algunos de sus compañeros.
● La psicóloga del Departamento de orientación escolar realiza un taller de ESI con
alumnos/as de 3er año de manera virtual. Al otro día, varias familias presentan una
queja a la Rectora por lo que escucharon que se habló en el taller, y para lo que,
dicen, no fueron consultadas.
● Se pide intervención al Equipo de orientación por un alumno que no está asistiendo a
clase desde hace tres semanas. Al indagar, la psicopedagoga se entera que el mismo
fue “escrachado” en redes como abusador por una compañera del curso, a partir de
una situación que vivieron juntos el año anterior.
● La psicóloga de la escuela observa a un niño muy solo en el recreo. Al acercarse, este
le cuenta que, el día anterior, sus amigos lo echaron de todas las partidas de un juego
un línea, luego de insultarlo en el chat del mismo. Al hablar con sus amigos,
minimizan la situación, diciendo que es solo un juego.
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● Llega el viaje de estudios y en el momento del armado de carpas una chica queda
sola. La docente se acerca a un grupo de 3 chicas, y le pide que la incluyan. Una de
ellas argumenta que no puede hacerlo, ya que su mamá se puso de acuerdo con
otras mamás en un grupo de whatsapp que comparten, y definieron quienes
dormirían juntas en la carpa previamente.
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que se publica en Internet queda en la red, deja “huellas digitales” y tiene alta capacidad de
réplica. En contraposición al conflicto que se da en la presencialidad, que deja recuerdos y
una serie de consecuencias en quienes los protagonizaron, pero el hecho en sí se termina, en
internet el testimonio de un conflicto permanece, como se dijo, por una cantidad indefinida
de tiempo, “grabado en piedra”, tal como explican los especialistas. Y, al igual que la difusión
y la visibilidad, la perdurabilidad de los acontecimientos acrecienta el dolor y la humillación,
lo cual —a su vez— aumenta la posibilidad de provocar una escalada de conflictos.
Permitámonos, en este punto de la clase, dar un rodeo que nos ayudará a pensar qué sucede
con las relaciones en los espacios digitales. Para ello, detengámonos en la noción del otro/a y
tomemos la conceptualización que hace Fernando Savater (1991): si el otro/a —concebido/a
como semejante— actúa como límite ético, según este autor, la ética se ocupa de cómo vivir
la vida entre humanos. Para ejemplificarlo, toma al personaje de Robinson Crusoe, cuando
descubre en la isla la huella de Viernes. Según Savater, en ese momento se abre para Crusoe
un nuevo mundo de cuestiones, «empiezan sus problemas éticos». Y es que esa/e otra/o
supone un límite que nos ayuda a regular nuestros impulsos.
Ahora bien, en presencia física, su rostro, sus gestos, posiciones, nos ayudan a comprender
rápidamente el dolor o la pena que podemos estar causándole. Si llevamos esto al plano de
la comunicación digital, la no presencia física de la otra persona —lo que no significa
ausencia— vuelve más difícil de alguna manera registrar lo que le sucede como consecuencia
de nuestras acciones, percibir en forma directa e inmediata el daño que podemos
provocarle. Y si entendemos la responsabilidad no como culpa sino como capacidad de dar
respuesta por los propios actos y por sus consecuencias, la ausencia física del/la otro/a hace
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de obstáculo —en cierta medida— a nuestra capacidad de hacernos responsables de
nuestros actos.
La noción del otro/a como semejante es una construcción, un proceso. No nacemos sujetos
conscientes de la importancia de tener en cuenta al otro/a, sino que lo vamos incorporando
y construyendo en la medida en que crecemos. Esto vale tanto para los vínculos en el espacio
presencial como en el digital.
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sociales y están en contacto con contenido digital desde edades cada vez más tempranas, y
por mucho tiempo del día.
Por otra parte, muchas veces, los/as adultos/as tomamos una posición de desvalorización o
minimización hacia lo que los/as niño/as y adolescentes viven en las redes sociales. En
nuestros discursos aparece una idea de las redes y del acceso a las pantallas desde un lugar
descalificador o peyorativo. En este sentido nos parece importante remarcar que esta
posición nos aleja del diálogo con ellos/ellas y no nos permite conocer más sobre su forma
de vincularse y sobre los conflictos que atraviesan esos vínculos, y que incluyen, los entornos
virtuales.
¿Invisibles = Invencibles?
¿Qué sucede en estas relaciones donde el cuerpo no está presente, ni el propio ni el del
otro/a? ¿Cómo se produce la ilusión de salvaguardarnos o de no exponernos a la
vulnerabilidad de poner el cuerpo? ¿Es, en definitiva, solo eso, una ilusión? No podemos
dejar de preguntarnos estas cuestiones sin atender a lo que entendemos por cuerpo.
Tomemos algunas de sus características.
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sinónimos. En numerosas oportunidades, el cuerpo humano se comporta como si la
anatomía no existiese, el cuerpo que tenemos es un cuerpo que nos trae problemas.
Desde los inicios de la humanidad, hemos tenido que arreglarnos con el hecho
irrefutable de que solo existimos, deseamos, sentimos en tanto somos un cuerpo.
La pantalla puede funcionar como modo de defensa frente a la necesaria confrontación con
la vulnerabilidad que nos produce el hecho de que tenemos un cuerpo; puede producir la
ilusión de salvaguardarnos o de no exponernos a dicha vulnerabilidad. Cualquier decisión o
acto parecen no comprometer el cuerpo y estar tan solo a un click de ser concretados. Pero
en definitiva es sólo una ilusión, porque detrás de las pantallas hay seres que no lo serían si
no se encarnaran en un cuerpo.
¿Quién es el otro/a que está detrás de la pantalla? El/a otro/a siempre es un enigma, un
objeto de interpretación. Más allá de las condiciones objetivas, la otra persona es producto
de cómo nos la representamos, de lo que ponemos de nosotros/as mismos/as en ella. La
interpretación y, por tanto, el malentendido son inherentes a toda comunicación. Frases tales
como “le pegué porque me miró mal”, “no la aguanto porque se hace la importante” o
“porque se hace la linda” dan cuenta de ello.
Las preguntas acerca de las relaciones con ese/a otro/a, acerca de quién es ese/a otro/a,
siempre están atravesadas por nuestra propia subjetividad. Damos un sentido a sus acciones
y a sus dichos, interpretamos y deducimos; pero ese sentido muchas veces da cuenta de los
lentes con los que nosotros/as miramos. El/a otro/a siempre es una incógnita y atribuirle un
sentido puede ser un modo de defensa a aquello que desconocemos, que lo vuelve
radicalmente diferente.
Esto sucede tanto en las relaciones en presencia física como en los entornos digitales, pero
del otro lado de la pantalla el enigma se alimenta. La no presencia física, la ausencia de
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gestos, de respuestas inmediatas, acrecientan las preguntas acerca de quién ese/a otro/a, de
quién somos para ese/a otro/a, de cómo recepciona nuestros mensajes, de qué nos quiere
decir con lo que nos dice. En ausencia física, pareciera haber más contenido a interpretar. De
allí que las relaciones en entornos digitales se presten más para que pongamos en ese/a
otro/a lo que es nuestro.
Supongamos que estamos chateando con un conocido quien en una comunicación por
Whatsapp, nos “clava el visto” e inesperadamente deja de respondernos. Nos quedamos con
la duda: ¿Se habrá ofendido?, ¿estará cansado/a, aburrido/a o no le interesa el
intercambio?, ¿o simplemente se quedó sin batería? A decir verdad, la misma expresión “me
clavó el visto” es una interpretación o atribución de sentido a las acciones del/la otro/a.
Las redes sociales son, podríamos decir sin temor a exagerar, el lugar por excelencia en
donde lo que vale es mirar y ser mirado/a, reconocido/a, tener popularidad a través de la
cantidad de seguidores. Lo que subyace a estas conductas no es otra cosa que un imperativo
—o un ideal— de transparencia que pareciera comandar nuestra época: hoy todos/as
quieren ver todo y todos/as quieren ser vistos por todos/as. Es interesante traer a colación al
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escritor y psicoanalista francés, Gérard Wajcman, quien en El ojo absoluto, sostiene que más
que una civilización de la imagen, somos una civilización de la mirada:
Los entornos virtuales han generado nuevas coordenadas de tiempo y espacio, y esto, a su
vez, impacta de modo irreversible en el modo en que interactúan los/as actores/as de la vida
escolar, en los modos de relacionarnos y de construir lazo.
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Sabemos que buena parte de los vínculos entre niñas, niños o adolescentes puede estar por
fuera del conocimiento de las y los docentes y que los grupos pueden ir conformándose sin
su intervención; sin embargo, en los entornos digitales los vínculos se producen en un
territorio de menor visibilidad para las y los docentes y, por tanto, más alejado de su
posibilidad de intermediación. Paradójicamente, la visibilidad es alta para el resto de los/as
actores/as: estudiantes, sus familias, incluso la sociedad en su conjunto.
El hecho de que el aula se vuelva, de algún modo, transparente, viene a alterar las
representaciones que tradicionalmente tenemos de ésta como espacio cerrado. Frases como
“el docente cierra la puerta de su clase y hace lo que quiere” o “cada maestrito con su
librito” pierden sentido y esto trae consecuencias en el modo en que ejercemos nuestra
autoridad y rol docente.
Hay, además, otros actores, entre los cuales vale señalar a las familias que —si bien podían
estar también antes presentes— ahora lo hacen de forma más directa. Si dejamos de lado la
aplicación de Whatsapp, en la que los grupos se conforman entre pares esquivando el
control del mundo adulto, en las redes sociales la presencia de las familias es más tangible e
inmediata. Aunque los porcentajes disminuyen en los sectores sociales más vulnerables, son
numerosas/os las niñas, niños y adolescentes que tienen a sus familiares entre sus contactos
en alguna red social y, en menor medida, a sus docentes, preceptores/as o directivos/as.
Podemos afirmar, entonces, que las familias irrumpen —e inclusive en ocasiones intervienen
de forma directa en los vínculos entre las/os chicas y chicos— con bastante frecuencia en los
entornos digitales. Cuando esto sucede, y aunque se tengan las mejores intenciones, los
conflictos entre pares, lejos de disminuir, suelen acrecentarse. Lo cierto es que la web 3.0
nos obliga a reflexionar sobre estas nuevas configuraciones, en las que pueden estar más
presentes las familias u otros actores externos al aula, y menos las y los docentes. Tomemos
el siguiente ejemplo:
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“-¡Al fin una buenísima noticia. ¡Era hora de que se hagan valer los derechos del niño
para 35 y no para uno solo!”, “¡Qué bueno para los chicos! Que puedan trabajar y estar
tranquilos”, “Un alivio para los nuestros. Ahora esperemos se haga oficial”.
Con estas expresiones de alegría celebraban las familias de un colegio de Argentina la
expulsión de un menor con síndrome de Asperger de la clase donde estudian sus
hijas/os. Llevaban meses presionando al centro para que le expulsaran, con la amenaza
de no llevar “a lo/as suyos/as” a clase. Y el colegio aceptó, cambiando de clase al niño.
Es un claro caso en el que la tarea educativa no puede ser neutral ni mucho menos
indiferente ante estas actuaciones, que dañan el lazo y por supuesto a las personas que
padecen la agresión o discriminación. Los vínculos, la otredad, el respeto al semejante, son
campos en construcción para los sujetos en desarrollo, que también están construyendo su
identidad. Y en esa construcción, el rol de las personas adultas resulta fundamental, en el
mismo sentido en que lo abordamos en las clases pasadas.
En este punto retomaremos a Sergio Balardini, para sostener con él —como un rasgo propio
de la época que nos toca vivir— la existencia de nuevas configuraciones del límite que
distingue lo público y lo privado. Los rasgos que distinguen a una y otra esfera son una
construcción histórica y, por lo tanto, difieren de generación en generación, pero lo que
caracteriza a la era digital —apoyándonos ahora en palabras de Gérard Wajcman (2012) — es
el borramiento de las fronteras entre lo público y lo privado como una consecuencia
esperable del ideal de transparencia que comanda. Según este último autor, no hay lugar
para lo íntimo y es que la ideología de la transparencia “borra la posibilidad de lo privado y lo
público: escisión donde la intimidad misma es puesta en duda (…), amenaza el espacio
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privado de nuestras casas y el interior de nuestros cuerpos, disuelve un poco más cada día lo
que tenemos de íntimo y secreto”.
Las claves que hasta aquí hemos propuesto para pensar el impacto tanto sobre los vínculos
en general, como sobre la violencia en particular, de las tecnologías de la información y
comunicación, no se presentan de ningún modo como una construcción acabada ni tienen la
pretensión de serlo. Nos gustaría pensar esas claves, más bien, como la punta del ovillo para
futuras reflexiones. El tema amerita profundizar la investigación, que sin lugar a dudas
requiere de los aportes de los diferentes campos del saber. A su vez, somos conscientes de
que existen problemáticas específicas, tales como el cyberbullying, que adquieren diferentes
formas cuando se producen en entornos digitales.
Ciberbullying
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Wajcman, Gérard. “La transparencia como ideología”, entrevista publicada por Revista Ñ, Buenos Aires, 2012.
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Crear un perfil falso usurpando la identidad, subir a la web fotos comprometedoras, ya sean
reales o fotomontajes; difundir información que puede perjudicar o avergonzar a una
persona; alentar a que sea votada como la persona más fea, la más tonta o cualquier otro
rasgo despectivo; crear una Web apaleador, que es aquella que tiene por objetivo ridiculizar
al destinatario de la agresión; usurpar la identidad y hacer comentarios ofensivos o agresivos
en foros con el propósito de que las y los demás participantes reaccionen en su contra,
enviar mensajes amenazantes o persecutorios a través de las redes o por mensajería
instantánea, circular memes ridiculizantes, son algunas de las tantas formas que puede
adquirir el bullying cuando tiene lugar en entornos digitales. La lista continúa y seguramente
podamos pensar en ejemplos que nos ha tocado escuchar o incluso vivir.
Al igual que el fenómeno que se produce en presencia física, el ciberbullying también tiene
como condición de existencia la presencia de espectadores: una especie de tribuna virtual,
que alienta desde las redes, se suma a las agresiones o, simplemente, las presencia. En
general, la mayoría del entorno de la persona que es centro de las agresiones conoce estos
hechos; sin embargo, esta suele no estar al tanto de lo que sucede, lo que provoca mayor
humillación y dolor una vez que se entera.
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De todas maneras, cuando una situación de bullying tiene lugar en el espacio físico muy
probablemente se continúe en las redes y viceversa. Para identificar que algo está
sucediendo, resulta central estar atentas/os a lo que les sucede a niñas/os y
adolescentes en la escuela, a los vínculos, si notan cambios en su modo de estar, en sus
actitudes, retraimiento, ausentismo. Estos pueden ser indicios de cualquier situación que
puede estar ocurriendo y a partir de acercarse, preguntarle cómo está, si le pasa algo, se
pueda conocer y luego intervenir.
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● Dialogar con las familias acerca de la importancia de preservar las identidades de
los intervinientes en situaciones de conflicto y la protección que la ley prescribe
para niñas, niños y adolescentes.
El bullying puede comenzar en la escuela y continuar a través del uso de las TIC, así como
también iniciarse en el ámbito digital y encontrar resonancia en la escuela. Cuando esto
ocurra, es importante crear entornos seguros y de confianza, adelantándose a cualquier
situación de hostigamiento. Desde nuestro rol de orientadores/as, tenemos el desafío de
acompañar la generación de climas escolares favorables, de espacios institucionales donde
haya lugar para el diálogo y la disponibilidad de una escucha activa. Esto es fundamental
para que las y los estudiantes cuenten con recursos que les posibiliten recurrir a las
personas adultas de su confianza para intentar una solución frente a los problemas de
convivencia que los aquejan.
Para reflexionar…
¿Alguna vez han conversado con los/as estudiantes sobre el uso de las TIC y los modos
de vincularse en entornos digitales? ¿Desde la escuela se trabaja sobre ello en algún
espacio?
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¿Han advertido alguna situación de ciberbullying entre las/os estudiantes en contexto de
aislamiento y/o de distanciamiento social? ¿De qué manera? ¿Qué hicieron ante esta
situación desde la escuela?
Grooming
Grooming es el término que se utiliza para hacer referencia al acoso y/o abuso sexual de una
persona adulta hacia una niña, niño y/o adolescente a través de Internet. El agresor busca
persuadir para crear un vínculo de amistad y, de esta manera, lograr un acercamiento que,
generalmente, le permita obtener imágenes y/o videos con contenido sexual y/o erótico e
inclusive un posible contacto físico para abusar sexualmente de la víctima. En nuestro país, el
grooming es un delito penado por la Ley N.° 26.904, incluido en el Código Penal en el año
2013.
Cuando tiene lugar una situación de acoso sexual a través de las redes que involucra a niñas,
niños y adolescentes, se vulneran derechos como el de la dignidad e integridad personal, el
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de la privacidad, entre otros. La escuela, a través de sus miembros, tiene el deber de
comunicar (art. 30, Ley N.° 26.061) cualquier hecho de vulneración de derechos ante la
autoridad administrativa de protección en el ámbito local (art. 30, Ley N.º 26.061). No se
trata de una relación entre pares, ni se desarrolla en el ámbito escolar, pero son situaciones
que les pueden estar ocurriendo a los y las estudiantes y resulta necesario conocer para
poder asesorarlos/as correctamente.
La escuela puede trabajar en la prevención, reflexionar sobre el uso de las redes sociales y de
los dispositivos digitales, así como en promover la escucha y la confianza de los y las
estudiantes.
Resulta fundamental una intervención en la que tenga lugar la palabra, la escucha atenta, el
respeto por otras personas y el acompañamiento.
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línea 134 es especialmente de asesoramiento y denuncias sobre grooming, mientras
que la línea 102 brinda orientación, contención y escucha a niños, niñas y
adolescentes ante situaciones de vulneración de derechos.
Actividades
Actividad opcional
Los y las invitamos a imaginar la siguiente situación y responder las preguntas, desde su
rol en la escuela:
“Un grupo de chicos y chicas de 7mo grado toma fotos —sin permiso a compañeros/as
que se encuentran en el baño de la escuela por abajo o arriba de las puertas— y luego
las viralizan en redes sociales.
¿Qué acciones concretas se les ocurre que podrían, en principio, desarrollar para
abordar la situación desde su rol al ser convocados/as por la institución?
¡Lo/as esperamos!
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Material de lectura
Bibliografía Obligatoria
https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/profnes_interareal_enredados_en_las_re
des_estudiantes_-_final.pdf
Bibliografía Optativa
Sibilia, Paula (2017). "Las redes sociales son el emblema de la transformación de la intimidad
en extemidad". Noticias UNSAM. Disponible en:
https://www.google.com/url?q=https://noticias.unsam.edu.ar/2017/08/07/paula-sibilia-las-redes
-sociales-son-el-emblema-de-la-transformacion-de-la-intimidad-en-extimidad/&sa=D&source=edit
ors&ust=1613665163150000&usg=AOvVaw149Hak_R9qhz7DPerVzRAB
Bibliografía de referencia
Balardini, S. (2012) ¿Estás seguro? Entrevistado por Educ.ar. Cuando estás conectado : usá
internet con autonomía y responsabilidad . - 1a ed. - Buenos Aires. Disponible en:
http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL004333.pdf
24
Campelo, Ana (2016). “Bullying y criminalización de la infancia. Cómo intervenir desde un
enfoque de derechos”. Capítulo 5 “Ciberacoso: ¿hasta dónde llega la escuela”. Buenos Aires.
Noveduc.
Campelo, Ana y Lerner, Marina (2014). “Acoso escolar entre pares. Orientaciones para actuar
desde la escuela”. Buenos Aires. Ministerio de Educación de la Nación.
Wajcman, Gérard (2012). “La transparencia como ideología”, entrevista publicada por Revista
Ñ, Buenos Aires.
Material audiovisual
Sibilia, Paula (2017). Entrevista de la Facultad Libre de Rosario en el marco del seminario
internacional "Megusteame: Cuerpo, tecnologías digitales y nuevas subjetividades".
Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=Y78lKxmr5f0
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Créditos
Autor/es: Área de Convivencia Escolar. Dirección de Educación para los Derechos Humanos,
Género y Educación Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría
de Educación. Ministerio de Educación de la Nación (2021).
Área de Convivencia Escolar. Dirección de Educación para los Derechos Humanos, Género y
Educación Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de
Educación (2021). Clase Nro. 4: Vínculos en entornos digitales. La intervención institucional
en torno a la convivencia: del disciplinamiento al vivir con otros/as. Nuevas modalidades de
lazo y violencias. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
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