Un Nuevo Destino

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Un nuevo destino

La pelea entre los dioses estaba sucediendo. Los bandos estaban establecidos y la mayoría de ellos
estaban en contra del dios de los dioses, Zeus. Todos sabían el final de esa pelea; Zeus saldría
victorioso una vez más, los dioses que estuvieron en su contra serían castigados, y los más
perjudicados…serían los semidioses.

El campamento se estaba preparando lo mejor posible, porque sabía que una amenaza se acercaba a
ellos. Teniendo a Apolo y Hermes como mortales solo dificultaba las cosas. El caos se estaba
sembrando y ellos habían perdido la poca protección divina que tenían.

Muchos dioses habían desaparecido ante este acontecimiento, junto con sus cabañas. Perséfone fue
una de ellas, Hades la encerró en lo profundo de su reino y le prohibió salir de allí, todo con tal de
protegerla. Su cabaña se esfumó, y los hijos de la reina del inframundo fueron movidos a los
aposentos de Hades, la cabaña 13.

El espacio comenzó a faltar en muy poco tiempo, todas las cabañas estaban llenas de los campistas
que ya no tenían un padre divino, porque muchos dioses habían desaparecido entre las sombras.
Tanto Cálix como Damian habían estado ocupados entrenando y sanándose entre ellos, intentando
ser mejores cada día.

Presenciaron todo lo que sucedía en el campamento, todo el desorden que una posible guerra y un
próximo ataque había causado. Su labor era mantener la calma y volverse más fuertes, porque no
había nada más que pudieran hacer. La promesa mutua que su labios sellaron fue protegerse la
espalda en la guerra, y si el destino era tan cruel, morir juntos; pero no volver a estar alejados.

Esa promesa silenciosa perduró hasta el día en que un nuevo mestizo llegó al campamento. Cálix y
Damian habían presenciado su llegada en una pequeña canasta decorada con flores, una pequeña
niña de unos siete meses apenas refugiada entre finas sábanas. Su nombre era Zinnia, una semidiosa
apenas nacida, con un padre divino que no la podía reconocer.

El corazón de Cálix se ablandó. La pequeña había llegado en medio del caos y el miedo; demasiado
frágil e inocente como para defenderse de la maldad que estaba tocando sus puertas, y amenazando
sus vidas. Damian había observado como Cálix sostuvo a la pequeña, con tanta devoción y ternura,
que no pudo negarse cuando le propuso cuidar a la bebé juntos.
Estaban formando una familia en ese campamento. A pesar de la incertidumbre, los corazones de
ambos semidioses saltaban de alegría y de amor; cuidarian a Zinnia como su propia hija, hasta que
su padre divino pudiera reconocerla.

Y así pasaron los días. Ninguno de los mestizos había descuidado sus actividades, Cálix seguía
ayudando en la enfermería, mientras que Damian educaba a los campistas más jóvenes sobre el
manejo de armas y recibía a los nuevos.

Lo único diferente en su rutina era que, al llegar a la cabaña, se encontraban con las risas de la
pequeña bebé que reía al verlos llegar. Cálix era el primero en sujetarla y arullarla en sus brazos,
tarareando y a veces cantando algunas canciones que recordaba, haciendo que Zinnia sonría
mientras Damian observaba la escena, sintiendo como su corazón se derretía. Estaba formando una
pequeña familia con la única persona que amo en toda su vida, y no podía sentirse más feliz por eso.

Luego el hijo de Hermes le contaba un sinfín de historias mientras la acunaba en su pecho y le daba
su biberón. La pequeña observaba a Damian como si entendiera todo lo que le contaba, hasta que
se quedaba dormida en sus brazos. Luego de eso, ambos semidioses dormían en la misma cama con
Zinnia en medio de ellos, protegiéndola incluso de las sombras que en esos momentos
atormentaban al campamento.

En algunas ocasiones Cálix llegaba antes a la cabaña, y se ponía a jugar con su bebe. Pequeños
muñequitos que Damian había creado estaban esparcidos por toda la cabaña, resultado de una
pequeña Zinnia que había aprendido a gatear y un Cálix que no paraba de consentirla. El hijo de
Hermes los solía encontrar jugando con esos pequeños muñecos de trapo, las risas de la bebe junto
con la voz de su novio era lo mejor que había escuchado en su vida.

Pero lo que más le gustaba era llegar tarde a la cabaña para encontrar su escena favorita; Cálix
cantándole esa melodía que ambos compusieron, acunandola en sus brazos sin dejar de observarla.
Cuando el hijo de Apolo se percataba de su presencia siempre se acercaba a él para darle un beso y
mostrarle lo linda que era Zinnia mientras dormía. Observar a Lix cuidando su pequeña con tanto
amor sanaba su alma y lo enamoraba más.

En otras ocasiones, Damian llegaba antes a la cabaña de Hermes, y comenzaba su pequeña aventura.
Bañaba a Zinnia y le probaba decenas de conjuntos que él había creado para luego tomarle fotos y
mostrarlas a Cálix cuando llegara. En muchas de esas ocasiones el hijo de Apolo llegaba y observaba
a su novio hacer posturas o muecas raras para que la pequeña riera y pudiera tomar una buena foto.
¿Su momento favorito del día? Definitivamente era cuando llegaba muy tarde a la cabaña de
Hermes, y encontraba a Damian durmiendo con la bebe en su pecho. Siempre que se recostaba a su
lado, su novio sentía su presencia y le dedicaba una de esas sonrisas que lo enamoraron. Luego de
eso, dormían junto a la pequeña.

Cálix debería estar en la cabaña de Apolo, había recibido regaños por eso. Sin embargo, él se negó.
Ofreció la cabaña 7 como un lugar donde los campistas sin padre divino y nuevos pudieran
hospedarse. Y así, logró no solo quedarse en la cabaña de Hermes, ahora podía dormir en la misma
cama de Damian, junto al amor de su vida y su pequeña.

Pareciera que los semidioses estaban viviendo la vida que siempre soñaron. Sin embargo, la vida de
un mestizo es muy injusta. La guerra estaba mucho más cerca de lo que pensaban, y eso lo notaron
cuando un ataque llegó directo al campamento; un simple recordatorio del enemigo que se
aproximaba.

El hijo de Apolo había soñado varias veces con una cabaña en un campo ubicado en Alaska.
Observando a una Zinnia más grande siendo perseguida por Damian mientras jugaban a las
atrapadas. Y sabía que eso, más que ser un sueño, era una visión de un posible futuro, muy lejos del
campamento.

Por otro lado, Damian había estado observando dos dracmas que hace mucho encontró en el
bosque del campamento mientras ideaba un plan. Aquellos dracmas eran de Emporiton; una
moneda que se consideraba perdida hace cientos de años. Estaba pensando en darlo como ofrenda
al carro de la condenación que un día trajo a un nuevo semidios al campamento.

Podrían viajar de forma sencilla al lugar que ellos desearan, huir de ese destino cruel que los dioses
les habían obligado a sufrir. El no podía permitir que Cálix y Zinnia de apenas diez meses entrarán
en una batalla que tenía todas las probabilidades en su contra. No los perdería.

Ese mismo día llegó a la cabaña, y encontró a Cálix cantando la suave melodía que les pertenecía;
sinónimo del amor que surgió entre el dolor, a su pequeña. Los observó con nostalgia, grabando ese
recuerdo en el fondo de su ser, para jamás olvidarlo.

-Lix- susurró mientras se acercaba a abrazar tanto a la bebe como al hijo de Apolo- Tenemos que
escapar del campamento, no debemos luchar en una guerra que no nos pertenece. Me niego a
dejarlos morir por los dioses.
Damian observó los ojos de Cálix, buscando la aprobación hacia su petición. La cabaña se mantenía
cálida por el poder del hijo de Apolo; pero juraron haber percibido una pequeña ventisca helada
entrando a la cabaña, símbolo de un posible peligro.

Zinnia se acurrucó en el calor de ambos, y Cálix tuvo que morderse los labios para evitar decir si
ante la propuesta de Damian. Tenía un papel importante en esa guerra, era uno de los pocos hijos
de Apolo que quedaban, debía ayudar sanando a los semidioses heridos. No podía dejar a Luna
sola, haciendo todo el trabajo.

-Dami, no podemos- susurró el hijo de Apolo mientras acunaba a Zinnia en sus brazos- A pesar de
que odie decirlo, esta guerra también nos pertenece. No podemos sencillamente huir. ¿A dónde
iremos? ¿Qué tal si el campamento es destruido?

Pero el hijo de Hermes deseaba ser egoísta. Estaba velando solo por la seguridad de los tres. No le
importaba el campamento, ni los dioses. No le importaba que su padre ahora sea mortal o que todo
esté sumamente caótico. A Damian solo le importaba mantener intacto el futuro que imagino, una
familia con Cálix, lejos del mundo griego.

-Cálix, lo siento, pero no puedo dejar que ustedes sigan aquí cuando una guerra está a punto de
estallar. No importa lo que pase conmigo, pero ustedes deben huir de aquí y refugiarse en algún
lugar seguro, apartado de los dioses.-

-No, me niego- la voz del hijo de Apolo se rompió ligeramente, detalle que fue notado por Damian-
Recuerda el pacto que hicimos; A donde vayas yo iré, así que salta y yo saltaré. Ya que sin tí no
hay un yo. No te dejaré solo.

Unieron sus frentes mientras sostenían sus lágrimas. Eran demasiado jóvenes para eso, pero sabían
amar. Sentían el dolor mutuo y se lamentaban, pero no sufrían solos, porque ellos dos eran uno.

-Huye conmigo, por favor. Se que lo haz visto, se haz visto el posible futuro que tenemos junto a
Zinnia, lejos de aquí - la respiración de Cálix paró cuando las yemas de los dedos de Damian
rozaron su mejilla - No nos arrebates y no te arrebates este futuro.

Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Cálix mientras el beso de Damian en su frente
reconfortaba a su alma. No podía hacerles eso ni provocarse ese daño a sí mismo. Quizás estaba
traicionando al campamento, al lugar que fue su hogar por mucho tiempo; pero no sacrificaría a su
familia.
Besó a Damian, aceptando la propuesta de huir de ese lugar. Su pecho dolía, pero el peso de la
pequeña Zinnia que sus brazos sujetaban le recordaba que era la mejor opción. Viviría como un
traidor que eligió a su familia sobre los dioses; y por primera vez, no le molestaba ser egoísta.

-Saldremos de este campamento en tres días, cuando Luna tenga el turno completo en
enfermería y Astrid tenga que recibir a los nuevos campistas - murmuró Damian contra los labios
de Cálix

-Tenemos que ir a Alaska- confesó el hijo de Apolo mientras conectaba su mirada con la de su
novio- Hay un campo con una cabaña para nosotros, la mano de los dioses no llega hasta ahí.

-Entonces iremos ahí. Dejaremos de ser semidioses; seremos simples mortales criando a una
pequeña niña en medio del frío de Alaska. Amándonos todos los días y creando un nuevo
destino.

-Odio el frío- susurró Cálix mientras reía junto con el hijo de Hermes, aliviando la tensión- ¿Cómo
llegaremos a Alaska? Queda demasiado lejos y no podemos ir en avión o en carretera porque
habrá muchos monstruos de por medio.

-Confía en mi Lix, tengo todo controlado- murmuró Damian mientras sujetaba la cintura de
Cálix, danzando una melodía muda-

-He confiado en ti desde el primer día, y lo haré hasta el último-

Y así ambos mortales danzaron una melodía que solo sonaba en sus memorias, sosteniendo a la
pequeña rosa que unía al sol y a la luna. Lucharán ante todo por el amor y por su futuro juntos;
incluso contra los mismos dioses.

Continuará…

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