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Elena Soriano. Feminismo

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UN ESTUDIO ANALÍTICO DE ELENA SORIANO Y SU

CUENTÍSTICA EN LA VIDA PEQUEÑA Y

TRES SUEÑOS Y OTROS CUENTOS

by

I-FAN CHEN, B.A., M.A.

A DISSERTATION

IN

SPANISH

Submitted to the Graduate Faculty


of Texas Tech University in
Partial Fulfillment of
the Requirements for
the Degree of

DOCTOR OF PHILOSOPHY

Approved

Janet Perez
Chairperson of the Committee

Ted McVay

Genaro Perez

Accepted

John Borrelli
Dean of the Graduate School

May, 2005
AGRADECIMIENTOS

La autora desea expresar su más profundo

agradecimiento a la Dra. Janet Pérez por su valiosa

ayuda, paciencia, tiempo, comprensión, cariño y su

incesante apoyo como directora de esta tesis doctoral.

También quiere dar las gracias al Dr. Genaro Pérez y al

Dr. Ted McVay por sus consejos, ayudas y esfuerzos por

ser parte del comité. Y quiere agradecerle a su

familia: a su esposo Terry L. Knotts por su sacrificio,

amor y comprensión, a sus hijastros Michael, Kelley y

Tucker por su amor; a su querida madre Lifang Lee, por

haberle creído en ella y por su constante amor,

sacrificio y apoyo; a su estimado padre Cheng-Wen Chen,

por su perseverancia, sacrificio y su enseñanza de

nunca darse por vencido; a su hermano Tzu-Fan Chen, a

sus queridísimas hermanas YiFan Chen y Meifan Chen, a

sus cuñados Alberto J. Torres-Shanahan, Sonia Esquivel

y Brian Padalecki, y a sus sobrinos Kristian, Junllian,

Emily, y Jyelin por su constante apoyo, consejo, ayuda,

comprensión, consideración y amor. También desea

ii
expresar sus sinceros agradecimientos a sus

queridísimos amigos Lora Licón López, Manisha Mahendra,

Dr. Jorge Zamora, Dr. Daryl Lane y Alisha Gregg por su

valiosa amistad, ayuda, constante apoyo y consejos; en

especial, a su mejor amiga Laurie Powers, por sus

palabras alentosas, su comprensión y apoyo, y su

constante ayuda y amor.

iii
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS ii

CAPÍTULO

I. INTRODUCCIÓN 1

Los datos personales de Elena Soriano 1


Las obras de Soriano 12
Notas 32

II. ESTUDIOS CRÍTICOS RELEVANTES 35

Notas 45

III. SORIANO Y EL FEMINISMO 46

Notas 58

IV. LA MUJER Y LA ESPAÑA DE POSTGUERRA 59

V. EL CUENTO 65

El cuento en España 66
El cuento y Elena Soriano 69
Las teorías del cuento 72
Notas 88

VI. LOS CUENTOS DE ELENA SORIANO 90

Los argumentos de los cuentos 93


El perfume 95
La abuela loca 95
La carraca 97
Viajera de segunda 99
El testigo falso 101
Prisa 102
La invitación 103

iv
Leonora 104
La isla sin nombre 106
Maremoto 107
El vídeo perfecto 108
Las “bachas” 110
El camello volante 111
Los hijos anfibios 112
Las monedas del muerto 113
Notas 115

VII. LOS TEMAS EN LOS CUENTOS DE SORIANO 116

La sociedad patriarcal 119


La edad 162
Las clases sociales 171
El progreso 179

VIII. LA ESTRUCTURA Y LAS TÉCNICAS EN


LOS CUENTOS DE SORIANO 185

Los cuentos realistas 186


Los cuentos fantásticos 187
Las narraciones largas y cortas 188
El análisis psicológico 190
El narrador en primera persona 227
Las percepciones sensoriales en
los cuentos de Elena Soriano 230
El fondo ambiental y el paisaje 244
Las repeticiones 252
Las contradicciones 254
El monólogo interior 257
El concepto del tiempo 261
Extranjerismos 273
El simbolismo de los números 277

IX. LOS PERSONAJES 281

Las mujeres 282


Los niños y los viejos 295
Los hombres 300

v
X. CONCLUSIÓN 317

OBRAS CITADAS 322

APÉNDICES

A. ESTUDIO: LA NATURALEZA DE
EL UROGALLO 328

B. ÍNDICE DE EL UROGALLO 367

C. LAS CARTAS INTERCAMBIADAS


ENTRE LA DRA. JANET PÉREZ
Y ELENA SORIANO 397

vi
CAPÍTULO I

INTRODUCCIÓN

Los datos personales de Elena Soriano

Elena Soriano Jara nació en Fuentidueña de Tajo,

un pueblo en la provincia de Madrid, en 1917. Hija de

padres cordobeses, vivió entre Andalucía y Castilla

durante su infancia. Su padre era maestro nacional, lo

cual significaba cambios de destino. A los cinco años

ya podía leer y a los ocho y los diez años, ella

escribía novelitas y a los catorce años las publicaba

en un diario de Córdoba. Hubo unos comentarios de

actualidad en un par de revistas de provincias y

comentan que esos trabajos parecían escritos por una

“personal adulta.” La información biográfica sobre

Elena Soriano es muy limitada. Según el ensayo de

Concha Alborg en Revista de Estudios Hispánicos (1989),

Soriano casi nunca da detalles sobre aquellos años de

su infancia. En la entrevista con Alicia Ramos en

1983, Soriano habló un poco sobre su niñez y su

adolescencia: “cuando niña y adolescente yo era la

1
persona más vital, gozosa e ilusionada del mundo,

triunfante en los estudios, confiada en el más

brillante porvenir” (246). Y Soriano continúa

comentando sobre su juventud:

Mi primera juventud fue malograda por la guerra y


la postguerra, en el bando de los vencidos: conocí
la penuria personal, el éxodo, la cárcel, el
manicomio, el cementerio; sufrí expulsión
profesional y prohibición de estudios oficiales; y
familiarmente, he tenido desgracias terribles (la
más reciente la muerte brutal de mi único hijo
varón, de veinticinco años, atropellado por un
camión, dejándome sólo una hija, también única).
Y profesionalmente, las circunstancias políticas
de España durante cuarenta años no me han
permitido “llegar a ser quien soy” [...]. En
resumen, pertenezco a esa “generación perdida” del
medio siglo XX, llena de frustraciones, traumas y
desencantos irremediables. (246)

Antes, estudió Magisterio, preparándose para

seguir la carrera de su padre, terminando bajo la

República; obtuvo su título en 1935, y comenzó sus

estudios de Filosofía y Letras, ingresando con el

“Premio Extraordinario de Ingreso,”1 pero no terminó

esta carrera “al ser incapacitada por roja”2 (121), por

la guerra civil, y por la represión política de

postguerra. Hay que tener en cuenta que el mero hecho

de que el padre de Soriano fuera maestro nacional--

2
empleado del gobierno de la República--bastaba para que

su familia quedara marcada como una familia de “rojos,”

como fue el caso de todos los empleados de la

República, aunque muchos trabajaban durante años por el

gobierno anterior (el de la monarquía), habiendo sido

empleados estatales durante toda su carrera de

maestros. Es cierto que muchos maestros sí tenían

sentimientos republicanos, pero no todos, y pocos de

ellos eran comunistas, como luego afirmaban los

franquistas. El problema de Soriano se parecía

bastante a la situación de Carmen Conde, otra maestra

con título republicano, además de escritora, que ni

pudo ejercer de maestra después de la guerra, ni

publicar bajo su nombre. Debido a su juventud, Soriano

no fue encarcelada, como otros un poco mayores que

participaron más activamente en la guerra, pero sí

sufrió por la persecución general de los vencidos.

En la entrevista con Concha Alborg, Soriano

comentó que fue expulsada de “las oposiciones a

Auxiliares de Archivos y Bibliotecas y Museos del año

1942, después de haber salido, con la calificación

3
máxima, en las listas públicas de aprobados en el

vestíbulo del Ministerio de Educación” (121). El

presidente del tribunal, Joaquín María Navascués, la

llamó a su despacho y la aconsejó que se retirara

porque su marido estaba en la cárcel y su familia se

consideraba “cancerbero de su régimen” (121). También

le dijo que nunca la aprobaría por la sospecha de no

estar con ellos moralmente (dictamen que refleja el

axioma fascista de que “quien no está con nosotros está

en contra”). Soriano salió de allí llorando. Este

tipo de razonamiento también le cerró las puertas como

escritora. Aunque escribiera, no podía llegar al

público. Así, Concha Alborg llegó a las siguientes

conclusiones: Primero, la censura intervino porque

Elena Soriano hizo “una crítica muy mordaz de cómo la

mujer estaba educada, al mismo tabú de la virginidad”

(116), y Soriano estaba de acuerdo con su

interpretación. Además, a Elena Soriano le echaron la

culpa de haber atacado “la moral española.” Segundo,

el hecho de ser mujer en España: Soriano indicó que

había sido un “handicap tremendo” el ser mujer en

4
España. Ella percibió un gran prejuicio respecto a la

crítica española de periódico, por el ambiente de esa

época, y por las condiciones que existían en la prensa.

Si Soriano hubiera nacido en Inglaterra, en Francia o

en los Estados Unidos, seguramente habría tenido más

reconocimiento, importancia y éxito. La situación era

totalmente diferente para la mujer que para los

hombres. La censura, la opinión pública, los lectores

y la crítica eran más severos para las mujeres.

Elena vivió toda su vida adulta en Madrid, con la

excepción de la guerra civil y el exilio interior.

Durante su exilio en Valencia, después de la muerte de

su padre (durante la guerra civil), se casó con Juan

José Arnedo Sánchez. Soriano había vivido con su madre

desde entonces. Tuvo tres hijos: una hija que se llama

Elena Arnedo,3 que es ginecóloga, otra hija nacida “con

un mal congénito y sólo vivió veinte meses” (28) que

explicó Soriano en su Testimonio materno, y un hijo

Juan José Arnedo nacido el 22 de febrero de 1952 que

murió a los veinticinco años. En el ensayo titulado

“Cuanto yo sé de Cela,” Soriano habló sobre su familia:

5
yo vivo con mi marido, mi madre y mis dos hijos en
el número 52 de la madrileña calle de Ríos Rosas y
Cela vive con su familia en el número 54 y él ya
es famoso, tras el éxito de La familia de Pascual
Duarte, nosotros le manifestamos admiración al
encontrarnos en la acera común, mi hija, niña de
unos ocho años, ya lectora voraz de todo, le
presenta un ejemplar de tal libro, le pide que lo
firme, él la mira con asombro y le escribe esta
dedicatoria: “Espero que salga de tal palo tal
astilla” (280-281).

En 1951 publicó su primera novela, Caza menor.

Ella y su familia veraneaban en el pueblo de Cantabria,

Suances; hay una gran estela de piedra frente al mar,

en la llamada playa de los locos. Tal vez haya una

conexión con el título de su siguiente publicación en

1955: La playa de los locos, pero fue silenciada bajo

las leyes del franquismo, al igual que sus Espejismos y

Medea. En 1957 compraron su primer televisor, en

blanco y negro (49). Todos los años la familia iba de

vacaciones para veranear (generalmente las pasaba en

Santander, luego en la Costa Brava, también hicieron

unas vacaciones en los países nórdicos). Pero en el

año 1963, iniciaron “una experiencia educativa que

empezaba a estar de moda entre la burguesía de

entonces: el intercambio con un chico francés de su

6
misma edad” (81). El 26 de junio de 1964 se casó su

hija Elena Arnedo con Miguel Boyer a las siete y media

de la tarde con una boda tradicional. Alrededor de

septiembre de 1964, la madre de Soriano tuvo un grave

ataque de angina de pecho que la dejó casi inmóvil, y

se murió en el año 1966. En el año 1965, Soriano

escribió un ensayo sobre los grandes escritores

mexicanos: Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Juan José

Arreola en “Tres escritores de un mundo: Ruego a Elena

Soriano.” Soriano muestra su modestia y talento

mediante su crítica:

He aquí mis modestas impresiones sobre estas tres


muestras de la presente literatura mexicana, [...]
Rulfo, Fuentes y Arreola--tres escritores de
talento muy diferente, de personalidad muy
definida--han escrito unos libros entrañablemente
mexicanos, pero con mentalidad ejemplar para todos
los pueblos que todavía no han podido superar la
xenofobia, el complejo de persecución y el
nacionalismo pintoresco. Por eso, su lección no
sólo es importante para América, sino para el
mundo entero. (24)

En el verano del año 1968, la familia volvió a viajar,

esta vez a Londres, “que era, entonces, la ciudad de

moda en el mundo” (107). Soriano frecuentaba mucho al

Café Gijón, igual que Ana María Matute y su marido.

7
Ellos llevaban muy buenas relaciones. Soriano también

tenía relaciones cordiales con Carmen Martín Gaite en

la época cuando tenían una tertulia en el Comercial,

después de cenar, y asistían también Jesús Fernández

Santos, el matrimonio Aldecoa, Fernando Baeza, y

Eusebio García Luengo, todos ellos escritores

importantes entonces. Hasta en la época de los años

ochenta, Soriano llevaba una relación de intimidad y

confianza con Carmen Laforet; aunque vivía lejos, se

veían todos los años en Santander (120). Entre los

años 1968 a 1975 hizo muchas preparaciones y trabajos

para el nacimiento y progreso de su revista literaria

El Urogallo (que apareció en el año 1969). Asimismo,

durante esos años, tuvo que luchar desesperadamente con

su hijo (Juanjo) por sus problemas con las drogas que

según Soriano, eran un tema tabú: “a los finales de los

sesenta, nadie hablaba en España de las drogas” (133).

Entre muchos encuentros terribles con su hijo, el peor

fue cuando su hijo empezó a gritarle a su madre

(Soriano), “Zorra, zorra, es una zorra, como todas las

mujeres! ¡Y tú, tú, tú, la más zorra de todas...!”

8
(406), y la apretaba del cuello tratando de matarla.

Tuvieron que mandarlo al hijo al hospital, nuevamente

al psiquiatra, hasta que también el hijo solicitó ayuda

de un guru Mahara-Ji mediante sus viajes con unos

amigos que habían robado su coche. El 14 de noviembre

de 1977 se murió su hijo. Después de la muerte de su

hijo, Soriano se quedó paralizada y triste. En la

entrevista con Antonio Núñez publicado en Ínsula (junio

1986) hablaron sobre la muerte de su hijo Juanjo,

también sobre su libro Testimonio materno. Núñez

comentó: “Es muy inteligente Elena, muy racional, muy

luchadora. Pero está también muy herida. No es

difícil hacer la conjetura de que está herida para

siempre” (215).

El 18 de agosto es el santo de Elena Soriano. La

escritora estaba deprimida en el año 1979:

Sé que mi hija y mis nietos están en este día


viajando en avión a Estados Unidos. Ahora mismo
no sé dónde están ninguno de mis dos hijos, aunque
tenga la certeza relativa de que ella vive y la
horrible certidumbre de que él está muerto. Es mi
santo hoy. Y estoy tan sola, tan desolada... .
(56)

9
Soriano publicó Testimonio materno en 1985. En 1989

publicó una colección de sus cuentos, La vida pequeña.

Cuentos de antes y de ahora. Más tarde, se publicaron

las tres volúmenes de Literatura y vida, en 1992, 1993

y 1994. En 1996 publicó su segunda colección de

cuentos, Tres sueños y otros cuentos. Antes, Elena

Soriano no se presentaba a premios ni concursos

literarios; sin embargo recibió en 1991 el premio Rosa

Manzano por su labor como escritora progresista y en

1993 la medalla de oro de la Comunidad de Madrid por su

obra literaria en defensa de la libertad de pensamiento

y de los derechos humanos. Anteriormente (durante la

postguerra) no le gustaba la idea de los concursos,

porque según Soriano, en la entrevista con Alborg,

“Antes y ahora en España todo ha sido intriga,

influencia política, es un politiqueo de caciquismo”

(117). En 1988, junto a Soledad Puértolas, fue jurado

de un concurso de novelas de la Librería de Mujeres.

Soriano falleció el 2 de diciembre de 1996. Elena

Arnedo, hija de la insigne feminista Elena Soriano,

heredó la casa donde nació y creció, llena de recuerdos

10
de su madre. Durante más de dos años la hija no era

capaz de abrir los armarios que contenían los

manuscritos de la obra póstuma, no sólo por el dolor,

sino también porque era algo sagrado que pertenecía a

su madre, algo tan personal que siempre estuvo

encerrado, solamente su madre podía acercarse a ello.

Como Elena Arnedo nunca tocaba las cosas de su madre,

no se atrevía a invadir la intimidad de su madre. Por

otra parte, tampoco quería aceptar el hecho de que su

madre se habría ido de verdad. En un artículo

publicado en “La Revista” de El Mundo--el dominical del

diario El Mundo--dijo en 1997 que “mi madre era una

reina.” La joven Elena andaba hurgando en la memoria

de su madre, poniendo en orden su último manuscrito, El

donjuanismo femenino. Por fin, en mayo del año 2000,

se publicó la obra póstuma de Soriano, El donjuanismo

femenino. Según su hija, Elena Arnedo, este libro es

“el resultado de los últimos años de trabajo literario

de mi madre” (14). Elena Soriano fue una

perfeccionista de gran humildad, también fue valiosa

aunque durante años sus contribuciones no han sido

11
siempre apreciadas en su justa medida. Aquí recuerda a

un comentario u homenaje que Soriano presentó para otra

escritora: En el ensayo “La personalidad de Mercè

Rodoreda” presentado como homenaje a la escritora en

Madrid en 1984, señala que

pienso que el auténtico homenaje a cualquier


persona, viva o muerta, no es envolverla en una
nube de incienso que oculte su figura, sino
esforzarse por conocerla con toda claridad en su
obra completa. (223)

Las obras de Soriano

A pesar del conflicto, rechazo e injusticia

encontrado, la musa de la creatividad le llegó

nuevamente a la escritora en 1948, durante unas

vacaciones de verano, en una casita alquilada, en medio

de un paisaje rural impresionante. En 1951 publicó su

primera novela Caza menor, mediante el editor madrileño

Saturnino Calleja, con gran éxito de crítica. Esta

novela fue llevada a la televisión muy poco después de

la muerte del dictador, en 1976. Elena Soriano fue una

intelectual formada en la gran escuela clásica y

realista. Stendhal, Tolstoi, Dostoyevski, Balzac, y

12
Galdós eran algunas de sus grandes admiraciones desde

joven, y posteriormente leyó también a Proust, Joyce, y

Kafka. La influencia de estas grandes figuras se nota

en las obras de Elena Soriano. En Caza menor, por

ejemplo, ella comienza la obra con una cita de

Dostoyevski: “A esto se reduce vuestro problema

karamazovesco: voluptuosidad, avaricia y pobreza de

espíritu” (51). Según Janet Pérez en Contemporary

Women Writers of Spain (1988), la influencia de la

escuela realista se puede notar como también ecos de la

obra de Emilia Pardo Bazán en Los pazos de Ulloa.

Ambas retratan de la decadencia de una familia rural,

aunque Soriano prefiere admitir que su mayor influencia

fue de Dostoyevski y de su obra Los hermanos Karamazov

(99). Según Soriano, de Caza menor nacen las películas

de Carlos Saura: Ana y los lobos (1972), y Mamá cumple

cien años, que presentan los mismos tipos de personajes

y trama. El tema del cainismo o asesinatos entre

hermanos que simboliza la situación política de la

guerra civil, es uno de los temas principales en su

obra.

13
En “Conversación con Elena Soriano,” y “Literatura

y confesión (entrevista con Alicia Ramos)” la autora

expresa su frustración y furia por el plagio de la

película, de la cual llevó su acusación a la Sociedad

de Autores y trataba de plantar el caso; sin embargo,

puesto que Saura era “muy buen director” (124), como

dijo el asesor jurídico, nada podía hacerse contra él.

Este plagio descarado habría ocurrido durante la

tertulia en el café porque el guionista Rafael Azcona

“era contertulio mío” (248).

En cuanto a su estilo, Soriano comentó en el

ensayo “Para una tesis doctoral”:

Soy fundamentalmente, y a conciencia, una


escritora realista, psicologista y crítica, ya que
me inspiro siempre en la condición humana, en el
doble sentido orteguiano de tal concepto: la
naturaleza genuina del individuo y las
circunstancias sociohistóricas que lo rodean,
influyendo y hasta determinando su conducta.
(287)

Elena Soriano misma afirma que esta novela tiene un

estilo del siglo XIX por su formación en la escuela

clásica y realista. Según Soriano misma, Caza menor es

una novela muy rica, de un estilo descriptivo,

14
paisajístico y entre los años ochenta se consideraba

como una novela “ecológica por su exaltación de la

naturaleza y el campo” (115). Esta novela tuvo mucha

aceptación. El prestigioso crítico Federico Saínz de

Robles “la consideraba una de las mejores novelas en

España de esa época” (115).

Caza menor está llena de los conflictos nacidos

del ser mujer. La novela abunda en simbolismos,

metáforas, y símiles, porque en aquella época se

censuraba todo. En Hora actual de la novela española,

Juan Luis Alborg reitera que es casi una novela de

costumbres. Y comenta que “Elena Soriano alivia ese

pesado lastre de un realismo enmohecido con la gracia

de sus descripciones y, sobre todo, con la caliente

pintura del paisaje” (353). En 1992 se publicó una re-

edición de Caza menor con la edición, introducción y

notas de Concha Alborg.4 El ensayo “Una escritora

española: Elena Soriano” de María Alfaro subraya que

ésta es una novela

que sigue la trayectoria de los grandes maestros


de la literatura universal, y que tiene ciertas
afinidades con los Hermanos Karamasov, de

15
Dostoievski, en su acción entran todos los
elementos necesarios para subyugar e interesar
desde el principio hasta el fin. (512)

Aunque Elena Soriano comparte con muchas

escritoras españolas de la misma época aspectos de su

temática social, su carrera literaria no la ha podido

gozar debidamente por la censura, la situación

política, el exilio interior, la opresión sociedad

patriarcal, y sucesos posteriores al nacimiento de su

hijo en 1952. Con la popularidad de Ana María Matute,

Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, y Elena Quiroga,

entre otras escritoras españolas del siglo veinte

(ninguna de las cuales sufrió comparables problemas

políticos), no es sorprendente que Soriano haya quedado

eclipsada en la esfera mundial, aunque algunas de sus

obras le hayan otorgado éxito y popularidad. Durante

las cuatro décadas del régimen franquista, muy pocas

veces se les permitía a las mujeres expresar

francamente sus opiniones, conocimientos, o capacidades

creativas. Era pertinente que defendieran las

tradiciones de las instituciones de la familia, la

16
religión, y una sociedad patriarcal en la vida social

(Schaefer 280).

La autora continuaba teniendo conflictos políticos

y personales con el gobierno de Franco, y por

consecuencia su obra siguiente, La playa de los locos5

(1955), primera parte de la trilogía Mujer y hombre,

fue silenciada por la Censura de Prensa6 del franquismo

por treinta años. Dicha situación siguió hasta 1984,

cuando se publicó de nuevo junto a Espejismos y Medea,

las otras dos novelas independientes que completan la

trilogía Mujer y hombre. Soriano trata el tema de la

mujer, la sexualidad, la guerra civil (palabras

igualmente censuradas), el matrimonio, el

existencialismo,7 la incomunicación, la incomprensión,

la relación entre hombre y mujer, y la sexualidad

femenina ante la masculina. De modo que una serie de

prejuicios y tabúes en la España de postguerra aparece

en esta trilogía: la obsesión del envejecimiento

(“abundaban las solteronas frustradas porque habían

perdido el novio en la guerra”) (122), las relaciones

sexuales, la inmoralidad, como también una sátira feroz

17
de los conceptos que había sobre la mujer entonces. La

obra de Soriano fue censurada por considerarse inmoral,

por tabúes existentes en aquella época y por ser ella

mujer. Lo que le sorprendió a Soriano de la censura no

fue la censura misma, sino el doble-estandard de la

situación que favorecía a los hombres y les permitían

publicar cosas más escandalosas. Cita como ejemplos

novelas como “La catira de Cela o las de Sebastián Juan

Arbó, o las de Darío Fernández Flores, Lola, espejo

oscuro” (122), siendo ésta última un estudio de la vida

de una prostituta (al estilo de Balzac y Flaubert). Lo

que tienen en común las novelas aludidas es que todas

tratan la sexualidad femenina--algo que iba en contra

de la moral oficial que sólo admitía la existencia de

dos tipos femeninos, la “madre virgen” y casta, y/o la

prostituta.

Soriano, junto a Rosa Regàs, Dulce Chacón, entre

otras, sufrieron en España durante la época represiva

del franquismo “el exilio interior.” Según Rosa Regàs

en Voces en silencio, “la base del modelo patriarcal

está en este fundamentalismo, y durante siglos, para

18
sobrevivir a esa situación, la mujer recurría a dos

opciones: o se sometía o se exiliaba interiormente”

(27). Sigue comentando,

había muchas categorías [del exilio de las


mujeres]: las que se fueron porque su marido
estaba perseguido, las que se quedaron aquí viudas
y apartadas y se tuvieron que cambiar de pueblo
porque si no, tanto el párroco como los
falangistas, las denunciaban; y, por último,
estaban las que se quedaron en sus pueblos
calladas y no se atrevieron a decir nada. (27)

Durante los años cuarenta, los peores años de la

represión,

algunas de las que sobrevivieron siguieron en la


lucha clandestina, pero todas las demás tenían
miedo: sus maridos habían sido asesinados, estaban
en la cárcel o habían abandonado el país y ellas
se tuvieron que quedar en los pueblos de España
bajo la atenta mirada de la Iglesia y los
falangistas. (28-29)

Cuando se trata del “exilio interior” es necesario

mencionar a Paul Ilie y su libro Literature and Inner

Exile. Authoritarian Spain, 1939-1975. En él discute

las condiciones de Carmen Laforet y Ana María Matute

como novelistas del “exilio interior.” Ilie señala

sobre el proceso de recuperarse del exilio interior:

The healing process in all historical transitions


depends upon the role played by inner exile. A

19
healthy national life requires several conditions.
The most obvious one is the opportunity for all
citizens to exercise their faculties within the
cultural system. In the exile period, neither the
emigrés nor their sympathizers in the “shells” of
residence enjoyed this opportunity. (33)

Concha Alborg señala que “el exilio interior” para

Soriano era una época frustrada y vacía “causado por la

ruptura o la separación [...] emocional” (69). Así, la

trilogía de Soriano “[se queda] lamentablemente

mutilada y su autora condenada al ostracismo, como

otros escritores del ‘exilio interior’” (69). En la

entrevista con Fernando Álvarez-Palacios en 1975,

Soriano reiteró:

Sabido es que en nuestra postguerra y por más de


veinte años, la enseñanza y las publicaciones
permitidas en nuestro país impedían
sistemáticamente todo contacto con los grandes
representantes del “libre pensamiento,” siempre el
más vivo y germinativo de cualquier pueblo y que
el nuestro había perdido, por la muerte, el exilio
y el silencio forzoso en el interior. (95)

En la entrevista con J. W. Penington “Para una

tesis doctoral,” Soriano comentó sobre el anonimato de

los personajes en La playa de los locos:

En cuanto al anonimato de ella y de su pareja, es


premeditado, para dar a un caso individual--más
frecuente de lo que se cree, sobre todo, en la

20
sociedad española de cierta época--un sentido más
amplio y representativo de conceptos comunes: el
tabú de la virginidad, el fracaso de los proyectos
vitales, la frustración de la existencia por la
guerra, la erosión de la personalidad con el paso
del tiempo, la gran importancia de su herida sobre
la mujer consciente de su valoración
exclusivamente física en un mundo machista[...].
(285)

En La playa de los locos se trata de una mujer de

unos cuarenta y cinco años en una época de gran crisis

personal e íntima, provocada por la menopausia, llena

de complejos, de obsesiones respecto a su propio

envejecimiento. En Espejismos, la protagonista Adela,

aunque sea una mujer casada, tiene las mismas

preocupaciones por su propia apariencia y la pérdida de

la juventud que la protagonista soltera de La playa de

los locos. Aldea expresa su crisis existencial

mediante los monólogos interiores. Según el ensayo

“Existentialism in the novels of Elena Soriano”, Janet

Winecoff señala:

No ordinary tales of romance, these are stories of


people who have sought to make of love a
substitute for faith, happiness, reality, even
decency, who have sought in love a stability upon
which to base their lives, only to deceive
themselves. In existential “limit situations”
(crises) they are forced to face the reality that

21
the central fact of their existence is a lie.
(310)

En Medea existe una censura social, la del público por

otro tema que es tabú para la mujer: el aborto. Según

Soriano, Medea

es una especie de parodia voluntaria del conocido


mito griego, y las otras dos novelas de mi
trilogía Mujer y hombre [...] está inspirado en
casos reales comunes y corrientes en la sociedad
española de nuestra guerra (290).

El “leit motif” en Mujer y hombre es el miedo al paso

del tiempo. Mujer y hombre, como lo indica y hasta

proclama el tíulo global de la trilogía, gira en torno

a la llamada “guerra de los sexos,” la problemática

relación entre los hombres y las mujeres en la

intimidad, la convivencia, y hasta alianzas más allá de

las matrimoniales, aunque siempre con las pasiones de

por medio. Soriano subraya el deterioro físico de la

mujer, los estragos causados por el paso del tiempo en

los cuerpos que han sido valorados por su belleza.

Puesto que el régimen franquista promulgaba el modelo

de la mujer como “ángel del hogar,” subrayando su

aspecto reproductivo, la llegada de la menopausia

22
simboliza el final de su utilidad social--y por ende,

la mujer sin hijos se veía como fracasada. Esto

aumenta la angustia de la mujer al envejecer. Los

prejuicios que los hombres tienen respecto a la pérdida

de los atractivos físicos de las mujeres se convierten

en una obsesión tanto para los hombres como para las

mujeres. La sociedad española de postguerra le

permitía al hombre tener amantes, pero para una mujer

casada, eso no se podía pensar. “En sus quejas se

puede ver un mensaje de tipo feminista, contra la moral

católica de la ‘perfecta casada’ por ejemplo” (123).

Afortunadamente, mediante un “desesperado esfuerzo

por sobrevivir,” durante la época cuando se veía

silenciada, Elena Soriano encaminó su labor literaria

hacia otros géneros, publicando artículos, relatos

cortos, y ensayos breves. En 1967, se aprobó la Ley de

Imprenta en España, por la cual Soriano tuvo la

oportunidad de demostrar su talento literario. Soriano

fundó, dirigió y editó la revista literaria El

Urogallo.8 Ella, junto a otros intelectuales opuestos

al régimen de Franco durante los años de la postguerra,

23
colaboraron en su revista “con trabajos inéditos” (125-

126). Este trabajo curó su “complejo”9 psicológico

durante los seis años de su publicación. En dicha

revista, Soriano presentó las mejores obras literarias

de la época. Si no fuera por la proclamación de la ley

de prensa, no habría sido posible publicar El Urogallo.

Con la muerte trágica de su hijo Juan José, que

sólo tenía 25 años, Soriano se alejó nuevamente del

campo literario. En 1985 publicó Testimonio materno,

que la hija de Soriano, Elena Arnedo Soriano en la

advertencia preliminar de El donjuanismo femenino

explica que es una obra llena de “vómito, llanto,

rebeldía, análisis, reflexión e incontenible verdad

apasionada, pero también estudiosa indagación sobre la

juventud rebelde de la década prodigiosa” (13). Esta

obra alcanzó mucho éxito, y la octava edición salió en

1991. Soriano dijo esto del éxito: “que lo lea el

pueblo, que a uno se le acerque gente normal, que ha

leído el libro porque el tema le interesa y porque

además se ha dado cuenta de que es un libro auténtico”

(13). Soriano no quiso ganar nada como resultado de

24
esta terrible tragedia familiar, así que cedió todos

los derechos a Cruz Roja Española que creó una

fundación para ayudar a los jóvenes drogadictos y

marginados--se conoce como Crefat, como lo indica la

autora en su libro bajo la sección de “Nota de la

autora” (22).

Testimonio materno, un libro de 605 páginas, está

escrito en forma de diario, pero sin seguir el orden

cronológico. Pese a un tema eminentemente lírico,

Testimonio materno fue una obra de siete años de

tortura para la escritora, “lleno de retrocesos, de

vacilaciones y de parones” (118). Algo en la

conciencia de la autora le seguía urgiendo, diciendo

que era necesario hacerlo. Ella tenía que dejar este

testimonio para otras mujeres--ya sean analfabetas o

cultas. Soriano recibió una cantidad incontable de

cartas, llamadas, y visitas a través de la publicación

de este libro. Según Concha Alborg, esta obra no es

sólo testimonio de una madre, sino un testimonio

social, de una denuncia generacional (118). El libro

tiene un tema universal, los jóvenes. “Esos jóvenes se

25
creyeron que iban a cambiar el mundo, tuvieron unas

fantasías, unos mitos, unas ilusiones que fueron luego

defraudadas” (119). Testimonio materno se considera

una obra de la mezcla de géneros, escrito en la

frontera entre la biografía y el ensayo. En su ensayo

“Elena Soriano y su materno testimonio”10 Ana María

Fagundo señala los tres elementos que se encuentran en

esta obra:

el emotivo, el narrativo y el analítico. Estos


elementos alternándose producen un efecto que
convida a la reflexión pero que también lleva a
que el lector se conmueva o al menos, sienta el
sufrimiento que se relata. (183)

Soriano, en su entrevista con Antonio Núñez, señaló

que:

Este libro es como una confesión general de mi


maternidad, una catarsis, y expreso en él, con
absoluta franqueza, mi condición materna, incluso
con sus fallos y vacilaciones, mis reniegos y mis
protestas. (211)

Soriano continúa hablando sobre el impacto social que

ha originado este libro:

poco después de su publicación, el Ayuntamiento de


mi pueblo natal, al que no he vuelto desde antes
de la guerra civil--¡hace cincuenta años! Me ha
nombrado hija predilecta y ha dado mi nombre a una
calle. Y ha sido por la significación de

26
Testimonio materno, no por mi obra anterior.
(214)

Soriano siempre estaba escribiendo algo a lo largo

de su vida. Sus tres pasiones eran: leer, escribir, y

la cocina. Soriano no escribía directamente a máquina;

siempre llevaba cuadernitos cuyas hojas estaban llenas

de ideas, notas por todas partes. Cuando al fin pasaba

todo a máquina, todo se convirtió a un “barroco

borrador”11 nuevamente.

Entre los años cincuenta y setenta publicó muchos

artículos, ensayos y cuentos. Algunos se pueden

apreciar en su revista El Urogallo, otros se encuentran

en Literatura y Vida de Elena Soriano, recogidos por

Carlos Gurméndez en tres volúmenes (publicados en 1992,

1993 y 1994). En 1989 publicó una selección de sus

cuentos en La vida pequeña. Cuentos de ayer y hoy. En

esta colección se encuentran narraciones de los años

cincuenta y sesenta incluyendo algunas narraciones

escritas más recientemente. En 1996, se publicó otra

selección de cuentos: Tres sueños y otros cuentos, del

cual se encuentran algunos cuentos repetidos de la

27
primera colección. En 2000 se publicó la obra póstuma

El donjuanismo femenino, según Elena Arnedo:

Es un libro que habla de la literatura, de las


versiones literarias del arquetipo masculino del
Don Juan, de los malogrados intentos rastreados en
la literatura para encontrar el émulo femenino del
famoso personaje y de la imposibilidad esencial
del donjuanismo femenino, ya que la razón de ser
de Don Juan se basa en el concepto del “honor,”
que ambos sexos sitúan absurdamente entre las
piernas de las mujeres, y, por tanto, sólo los
hombres pueden “deshonrar”: a ellas y a sus
padres, hermanos prometidos o maridos. Pero sobre
todo es un libro, como las cuatro novelas
publicadas de mi madre, que habla de la pareja
humana, del amor, del sexo, del deseo, de la
gloriosa y a veces destructiva relación que atrae,
une y separa a hombres y mujeres. (16)

Para mejor entender la posición de Soriano en la

literatura española contemporánea, será importante

ubicar su obra dentro de su contexto histórico-social,

político, y cultural. Soriano escribió durante el

transcurso de varios acontecimientos históricos: el

franquismo, la muerte de Franco (el 20 de noviembre de

1975), y la consiguiente liberación de la mujer en la

época de la democracia en los años ochenta y noventa.

Hacia 1950, la literatura española estaba controlada y

reprimida por la censura, por el régimen franquista,

28
por toda la opresión de sociedad patriarcal. En la

entrevista con Concha Alborg en el año 1989, Soriano

señaló que la situación de la mujer en España en los

diez años recién acabados había cambiado muchísimo,

como por ejemplo, la libertad de expresión para los

hombres y para las mujeres socialmente o en las

profesiones. También observó que existía un aumento de

mujeres juristas, médicos, escritoras, dato que muestra

las búsquedas de las mujeres en un mundo patriarcal.

Soriano enfoca a menudo las relaciones humanas

dentro de su realidad social e histórica. De aquí

exprime la materia de sus obras, del círculo familiar,

de los acontecimientos cotidianos, es decir, de la

condición humana, y sobre todo, femenina. Soriano

apunta los problemas humanos y personales de una

sociedad desorientada, censurada, patriarcal y

extraviada en su desarrollo a la vez que busca un nuevo

camino, una identidad, una nueva manera de comunicar y

de ser.

El objetivo de esta investigación será,

precisamente, el de analizar la estructura y la

29
temática cuentística de esta autora de las letras

españolas contemporáneas desde la perspectiva social

que caracteriza su obra entera. En este trabajo se

analizarán detalladamente las dos colecciones de sus

cuentos: La vida pequeña y Tres sueños y otros cuentos.

No se incluirán análisis de sus novelas como tal, ni

sus ensayos, ni sus artículos, aunque forman una parte

íntegra e importante en la carrera literaria de la

autora; merecen un estudio aparte, comprensivo para su

género. Mientras tanto, existen algunas

investigaciones valiosas; sus novelas no han quedado

tan marginadas como sus cuentos. De vez en cuando se

refiere a su obra ensayística por la luz que puede

arrojar sobre su ficción. Soriano presenta una visión

íntima de la sociedad por medio de los detalles

minuciosos y sus personajes soberbiamente

desarrollados. Mediante su temática, hace de su

narrativa una muestra relevante del proceso creativo de

la cultura española contemporánea.

Existen varios estudios críticos sobre las novelas

de Soriano, dejando relegados sus cuentos. De manera

30
que resultará significativo para los estudios de la

literatura peninsular contemporánea que los cuentos de

Elena Soriano sean analizadas desde el punto de vista

que aquí se propone, puesto que este estudio analizará

cada cuento de ambas colecciones utilizando unas

teorías relacionadas al estudio de géneros (gender

studies), teorías y conceptos cuentísticos, y unas

situaciones sociales e históricas sufridas por las

mujeres y las familias de postguerra, tratando de los

temas comunes y las técnicas empleadas por Elena

Soriano. Es preciso notar que, en esta investigación,

se encuentra también un examen panorámico de la revista

El Urogallo (en el Apéndice A y B) y unas cartas

intercambiadas entre la Dra. Janet Pérez y la escritora

Elena Soriano (en el Apéndice C).

31
NOTAS

1
Entonces existían exámenes especiales para ingresar
a la Universidad.
2
En una entrevista con Concha Alborg, “Conversación
con Elena Soriano”, Elena Soriano explicó que aunque
salió con la calificación máxima en las listas públicas
de aprobados en el vestíbulo del Ministerio de
Educación, el presidente del tribunal le dijo que nadie
se pasaba sin su aprobación y satisfacción de que fuera
adicto de él moralmente.
3
Véase las dos entrevistas con la ginecóloga. Una
publicada en “La Revista” del diario El Mundo, el 19 de
octubre de 1997, y “Elena Arnedo” (creó en España el
primer centro de planificación familiar. Luchadora y
progresista, la historia profesional de esta ginecóloga
y escritora va unida a la de la liberación de las
mujeres) en El País, el 7 de abril de 2002.
4
Esta edición contiene valiosas citas y bibliografía
sobre Elena Soriano. Concha Alborg también analiza
brevemente la trilogía Mujer y hombre, Testimonio
materno y La vida pequeña.
5
Este primer trabajo de la trilogía Mujer y hombre no
fue totalmente prohibida; le permitieron imprimirlo de
manera no venal, que impidió la circulación y venta de
su obra.
6
Era necesario solicitar un permiso llamado
Inspección de Libros para la publicación durante la
época franquista bajo la Dirección General de Prensa.
En 1955, Saturnino Calleja que tenía amistad con
Florentino Pérez Embid, el Director General de Prensa,
obtuvo permiso verbal para imprimir el libro, sin
embargo, una semana después, la escritora recibió la

32
noticia de que su novela fue prohibida definitivamente
en toda España. Esta obra que pertenece a las del
exilio interior por inexplicables razones, por
consecuencia afectó a la actividad literaria y
personalidad de Soriano. Esta derrota la dejó a la
autora destrozada y acobardada, deprimida con ideas
suicidas. La introducción de Soriano en su primera
publicación de La playa de los locos lo explica todo
(pp. 1-5).
7
El existencialismo es “un movimiento filosófico que
resalta el papel crucial de la existencia, de la
libertad y la elección individual, que gozó de gran
influencia en distintos escritores de los siglos XIX y
XX. Debido a la diversidad de posiciones que se
asocian al existencialismo, el término no puede ser
definido con presición. Se pueden identificar, sin
embargo, algunos temas comunes a todos los escritores
existencialistas. El término en sí mismo sugiere un
tema principal: el énfasis puesto en la existencia
individual concreta y, en consecuencia, en la
subjetividad, la libertad individual y los conflictos
de la elección.” Esta definición se deriva de la
página del web: fortunecity.com. También es importante
notar que este tema fue tratado y analizado por Janet
Winecoff en su valioso ensayo “Existentialism in the
Novels of Elena Soriano,” Hispania 47 (1964), pp.309—
315.
8
Véanse apéndices A y B para más información de la
revista.
9
Debido a la censura de La playa de los locos la
escritora sufrió depresiones.
10
Este artículo presenta un análisis sobre El
testimonio materno con mucho detalle, con énfasis en la
maternidad y la preocupación por ser madre.

33
11
Véanse la advertencia preliminar por Elena Arnedo
Soriano en El donjuanismo femenino.

34
CAPÍTULO II

ESTUDIOS CRÍTICOS RELEVANTES

La idea de realizar este estudio proviene de la

profesora Dra. Janet Pérez, la directora de mi tesis.

Las cualidades estilísticas y temáticas de Soriano

requieren un estudio comprensivo de su trabajo

literario. Sin embargo, este trabajo no pretende

abarcar toda su vida literaria, sino que se concentrará

específicamente en el análisis de sus cuentos. A

continuación se presentarán los estudios críticos y se

notará la falta del estudio analítico sobre los cuentos

de Elena Soriano que es el propósito de esta

investigación.

Existen algunos artículos escritos por unos

eruditos y críticos como Concha Alborg, Juan Luis

Alborg, Biruté Ciplijauskaité, María Alfaro, Lucía Fox-

Lockert, Antonio Núñez, Janet (Winecoff) Pérez, Alicia

Ramos, Luis Suñén, Carlos Gurméndez, Eugenio de Nora,

entre otros. Sin embargo, entre estudios más largos,

sólo se encuentra una tesis de maestría titulada “The

35
‘One’ and the Other: Reading Differences in Elena

Soriano’s Mujer y hombre,” por John Pennington1, de la

Universidad de Auckland, 1989 y una tesis doctoral:

Posiciones conflictivas: Mujer y desarrollo en la

narrativa española contemporánea por María Pilar

Rodríguez de la Universidad Harvard en 1994. En su

tesis Rodríguez hace un estudio de varias obras

narrativas contemporáneas escritas por autoras del

periódo de la postguerra con la intención de ponerle

sobre alerta al lector que debe confrontar los

conflictos de la formación de la identidad. Ella

concentra su tesis en lecturas de Nada por Carmen

Laforet, La playa de los locos por Elena Soriano, y dos

cuentos de la colección Te dejo el mar por Carme Riera.

Se debe notar que el estudio de Rodríguez trata

solamente una novela de Elena Soriano (la primera parte

de su trilogía Mujer y hombre), omitiendo las otras

partes del mismo ciclo, escritas en el mismo periódo, y

usando un enfoque comparativo al relacionar a Soriano

con otras escritoras de su tiempo, aproximadamente, si

36
bien Riera es más joven y pertenece a la época post-

franquista.

Historia de la literatura española (desde 1700

hasta nuestros días) de Ángel del Río menciona a dos

escritoras durante la época de la postguerra: Ana María

Matute y Elena Quiroga. Obviamente, Elena Soriano

queda fuera del hemisferio literario. En Veinte

cuentos españoles del siglo XX, Anderson Imbert

presenta solamente a dos escritoras: a Carmen Laforet

con su cuento “El veraneo” y Ana María Matute con “Los

niños tontos.” En Estudios sobre el cuento español

actual, Erna Brandenberger comenta sobre la negligencia

de los cuentos españoles: “Tampoco la crítica y la

historia de la literatura prestan mucha atención al

cuento en España” (23). Tampoco Brandenberger menciona

a la autora Elena Soriano como una de las escritoras

del cuento español actual, a pesar de su importancia y

contribución en la época de postguerra. Como reitera

Carlos Gurméndez en su volumen II de Elena Soriano.

Literatura y vida. Defensa de la literatura y otros

ensayos, la importancia de los recogidos ensayos y

37
trabajos breves publicados en fechas y lugares diversos

por Elena Soriano:

Cuya lectura atenta ayudará, sin duda, a


comprender mejor otros de Elena Soriano. Sean de
género imaginario, como las novelas largas [...] y
las narraciones cortas reunidas bajo el título La
vida pequeña,[...] la obra de esta escritora
define una personalidad polifacética y, a la vez,
muy peculiar por su rigor intelectual y por su
estilo expresivo, ejemplo de claridad y precisión.
(8)

Se afirma que Soriano es una figura importante en la

literatura española contemporánea. En “Existentialism

in the Novels of Elena Soriano”, Janet Winecoff

presenta la inteligencia de la escritora en sus cuatro

novelas (Caza menor, y la trilogía de Mujer y hombre),

utilizando los elementos psicológicos, especialmente la

psicología femenina, y empleando las ideas

existencialistas: “A highly intelligent and obviously

self-conscious writer of no small ability, Elena

Soriano definitely merits more attention” (315).

En “Elena Soriano,” Lucía Fox-Lockert analiza la

trilogía de Soriano a través de las siguientes

características: la familia, la clase social, la

sexualidad de los protagonistas, y el mensaje. Y en

38
“Conversación con Elena Soriano,” Soriano fue

entrevistado por Concha Alborg y solamente mencionó a

unos cuentos suyos: “El perfume,” “La abuela loca,” “El

testigo falso,” “La carraca,” “Las bachas,” “Viajera de

segunda,” y “Leonora,” entre otros. “Tenía unas doce

publicadas en revistas. Este verano [1988] he escrito

ocho más” (117). Y comenta la definición de las bachas

en su cuento: “‘Las bachas’ son las canteras de yeso

que hay en algunos pueblos de Castilla” (117).

Gonzalo Sobejano en Novela española de nuestro

tiempo, señala que este libro presenta a escritores

impresionantes durante la época en que vivió, y sus

revelaciones de arte y vida. No trata de abarcar a

todas las novelas de los últimos treinta años (1940-

1970), sino a las obras más conocidas por él. Entre

los escritores femeninos, menciona a Rosa Chacel,

Paulina Crusat, Mercedes Fórmica, Eulalia Galvarriato,

Susana March, Mercedes Salisachs, y Elena Soriano. Su

libro comienza con la historia española y reitera la

diferencia entre

39
dos complejos político-sociales incompatibles: la
burguesía tradicionalista y las juventudes de
ideología totalitaria, por un lado; por el otro,
la burguesía demoliberal y una masa popular
influida por ideas anarquistas, socialistas y
comunistas. (23)

Por consecuencia, la novela de postguerra adopta un

nuevo realismo:

nuevo porque sobrepasa la observación costumbrista


y el análisis descriptivo del siglo XIX mediante
una voluntad de testimonio objetivo artísticamente
concentrado y social e históricamente centrado.
En este nuevo realismo pueden ahora señalarse tres
direcciones: hacia la existencia del hombre
contemporáneo en aquellas situaciones extremas que
ponen a prueba la condición humana (novela
existencial); hacia el vivir de la colectividad en
estados y conflictos que revelan la presencia de
una crisis y la urgencia de su solución (novela
social), y finalmente, hacia el conocimiento de la
persona mediante la exploración de la estructura
de su conciencia y de la estructura de todo su
contexto social (novela estructural). (24-25)

Sobejano menciona también de la dificultad que

encuentra la crítica en el franquismo:

no puede prosperar allí donde la libertad de


Prensa no existe. No es sólo que la censura
suprimiera cuanto consideraba en desacuerdo con
los principios del régimen: es, sobre todo, que el
crítico, como el escritor creativo, sabía que no
podía, que no debía, decir determinadas cosas. La
censura operaba con rigor. (42)

40
Aunque menciona a la escritora Elena Soriano, sin

embargo, no hace ningún estudio crítico sobre ella,

porque según Sobejano,

sus obras no han alcanzado asentimiento vasto ni


generado nuevas y duraderas orientaciones. Además
de selección, esteticismo y prosa refinada, lo que
revelan las obras de esos novelistas [incluyendo a
Soriano] es excentricidad, en el sentido literal y
no necesariamente peyorativo de la palabra:
subjetivismo, abstracción, consciencia dialéctica
eludida. (220)

En Historia de la literatura española actual. II.

La novela desde 1936, Ignacio Soldevila Durante critica

a Soriano como una escritora con “un determinismo

fatalista en esta coexistencia imposible entre el

quehacer periodístico continuo y una pausada creación

literaria” (192). Y La novela española contemporánea

(1927-1960), de Nora señala a Soriano como una

escritora realista, junto a otros escritores, que según

él, “muestran un impulso de renovación formal, o

tienden al planteamiento de una problemática

intelectual o moral que llega a dominar en el relato”

(177). De Nora dedica tres páginas a Soriano. Y según

de Nora, Soriano es, “seguramente, la novelista actual

41
de tendencia más acusadamente intelectualista” (196).

Pero todos sus comentarios se refieren a las novelas.

Por ejemplo, de Caza menor comenta que es “excelente

novela rural” y trata de “unos tipos (los padres, tres

hermanos, y la mujer del único casado) exteriormente

vulgares” (196); en cuanto a la trilogía Mujer y

hombre, señala que está

formada por relatos completamente independientes


en cuanto a personajes y argumento, pero unidos y
en cierto modo convergentes en cuanto al sentido,
como focos que inciden en tres aspectos distintos
del problema de la relación intersexual y del
condicionamiento y contenido de la pasión amorosa,
empieza ya a dar la medida de un auténtico talento
de novelista. (197)

En Cinco figuras en torno a la novela de

posguerra: Galvarriato, Soriano, Formica, Boixadós y

Aldecoa, Concha Alborg presenta una sección bastante

comprensiva sobre Elena Soriano. En ella se encuentra

la entrevista con la escritora en el año 1988, un

ensayo titulado “Elena Soriano: El exilio interior,”

“Una revaloración de la trilogía Mujer y hombre,”

“Testimonio materno como proceso de concienciación,” y

“La vida pequeña. Cuentos de antes y ahora.” Los

42
últimos tres estudios se repiten en Caza menor, editada

por Alborg.

Obviamente existe la necesidad de analizar el

conjunto de obras literarias de Elena Soriano, pero

sobre todo, los cuentos porque se trata de un género

muy relegado por los críticos tanto en España como en

otras partes del mundo. Se nota también que existen

varios estudios críticos sobre las novelas de Soriano,

dejando olvidados sus cuentos. Los cuentos forman una

parte significativa en la vida literaria de Elena

Soriano. El siguiente estudio analizará los cuentos de

las colecciones presentadas utilizando unas teorías

femeninas, teorías y conceptos cuentísticos, y

subrayando el contexto de situaciones sociales e

históricas, especialmente la de ser mujer en una

sociedad patriarcal, llena de represiones,

persecuciones y temor. Aquí se dice teorías femeninas

para no invocar teorías feministas más radicales,

incluyendo algunas francesas y lesbianas, sino unos

conceptos más básicos, generalmente utilizados también

43
por estudios de los géneros (Gender Studies) y de la

mujer (Women’s Studies).

44
NOTAS

1
Véanse Literatura y vida, volumen 3. Se encuentra
el esayo titulado “Para una tesis doctoral
(Entrevista con J. W. Pennington)” que forma parte de
su tesis de maestría.

45
CAPÍTULO III

SORIANO Y EL FEMINISMO

Históricamente, la teoría y la crítica feminista

no logran su importancia hasta la publicación de dos

obras igualmente importantes del siglo XX: A Room of

One’s Own, de Virginia Woolf (Inglaterra, 1929), y The

Second Sex de Simone de Beauvoir (Francia, 1949). Para

Woolf, la función cae en la búsqueda de una visión

sobre la mujer mediante sus novelas o ficciones. En

cambio, de Beauvoir ofrece un análisis sistemático,

derivado de la filosofía existencial, de las

condiciones de ser mujer. Así nacen las tres reglas de

la crítica feminista: Primero, el reconocimiento de la

influencia de las estructuras y las diferencias entre

los sexos para poder entender la historia, la política

y la cultura; segundo, los hombres han controlado

siempre la historia, la política, la cultura y sobre

todo, el poder; de manera que han relegado a las

mujeres y las han puesto en un lugar marginado: se

46
quedan en silencio o invisibles; y tercero, la falta

del estudio sobre las ideas feministas.1

bell hooks publicó Feminism is for Everybody en

2000. En él, hooks trata de presentar y definir la

palabra “feminismo” para el mundo entero (tanto para

los hombres como para las mujeres). Así, hooks define

la palabra: “Feminism is a movement to end sexism,

sexist exploitation, and oppression” (viii). hooks

subraya que no es un movimiento en contra de los

hombres, sino del problema en el sexismo. Quiere poner

fin a la dominación del sexo. Desde que uno nace, la

sociedad le impone unas reglas del comportamiento según

su sexo. Así, las mujeres son tan culpables como los

hombres de perpetuar la sociedad patriarcal. Como se

observa en el libro de Núria Pompeia, Mujercitas, junto

a sus dibujos, comentarios, y panfletos, refleja una

serie de situaciones en que se encuentran los hombres y

las mujeres debido a su género desde el momento en que

nacen. En Testimonio materno, Soriano misma comentó de

su situación al nacer su hijo: “que papá [su esposo]

fue sorprendido dando saltos a solas por los pasillos

47
de su oficina y canturreando ‘Es un chico, un chico, un

macho, un macho...!’” (27-28). Y

[...] sabía los consabidos anhelos patriarcales de


mi marido por tener el hijo varón, transmisor de
su estirpe y su apellido, continuador de sus
trabajos y sus días. Y yo, por mi parte, también
me conformaba con tal “deber” de esposa, según el
patrón milenario. El hecho de acertar en nuestros
respectos papeles fue para ambos motivos de
satisfacción y orgullo, aunque con matices muy
diferentes. (28)

En España se destaca a Emilia Pardo Bazán como una

escritora feminista porque, según Leda Schiavo en La

mujer española y otros artículos feministas, “pese a

ser mujer llegó a ser una escritora profesional y a

obtener la consideración de sus colegas; [...] y logró

que se respetara de buena o mala manera su vida

privada” (7). Además, Pardo Bazán “defendió siempre la

idea de que debe haber una misma vara para medir la

moral del hombre y de la mujer” (15). También comentó

Pardo Bazán “que la liberación de la mujer sólo puede

lograrse por medio de una educación completa y sólida

que la liber[ase] por fin de su eterno infantilismo”

(19). Según Mary Nash en su “Experiencia y

48
aprendizaje: La formación histórica de los feminismos

en España,” el feminismo en España es

un proceso social de renegociación de los términos


del contrato social de género, es decir, de
modificación y de reajuste de las bases de
dominación de género establecidas en la sociedad.
(158)

Las mujeres que vivieron durante la postguerra española

tuvieron que acceder a una regla nueva para sobrevivir

bajo el régimen franquista. En “Vindicación Feminista

and the Feminist Community in Post-Franco Spain,”

Margaret E. W. Jones subraya las presiones sociales

sufridas por las mujeres de la postguerra:

Government regulations curbed economic


independence for women, determined the conditions
under which women could work outside the home, and
offered incentives and rewards to encourage them
to marry, have a large family, and stay at home.
Civil law treated women as minors who passed from
father to husband: they could not have their own
bank accounts; they could obtain passports only
with the approval of their husbands. Birth
control was outlawed and adultery was a crime
punishable by a prison sentence for the woman.
The Spanish legal system legislated morality with
a modern equivalent of the Golden Age honor code
that mandated a less severe punishment for an
unmarried woman who aborted or killed her newborn
child in order to “hide her dishonor.” (312)

49
Por lo tanto, les era difícil, hasta imposible crear

una unidad para promover el feminismo durante la

postguerra. No era hasta la muerte del general Franco

que las actividades feministas empezaron a florecer un

poco, incluyendo la revista Vindicación feminista, que

desafortunadamente, sólo duró tres años.

En “Conversación con Elena Soriano” publicado en

la Revista de Estudios Hispánicos, Soriano misma

comentó sobre los críticos masculinos:

No sólo la censura era más severa para las


mujeres, sino que la opinión pública, los lectores
y la crítica, no trataban de distinta manera a las
mujeres. Ha habido algún crítico--Eugenio de
Nora, Lorenzo López Sancho--que decía que yo
escribía como un hombre. A mí me pareció
insultante, el cerebro no tiene sexo. (116-117)

También la escritora señaló en “Conversación con Elena

Soriano” que:

Yo me considero una mujer feminista, pero no de


las de manifestación pública, sino de las que
ejercen el feminismo por sí mismas,
individualmente. [...] La conquista más difícil
era la psicológica, la de la mentalidad en general
y en particular la de la mentalidad del hombre
respecto a la mujer. (119)

50
Concha Alborg reitera el mensaje pro-fememina sobre la

trilogía en su ensayo “Una revaloración de la trilogía

Mujer y hombre de Elena Soriano”:

Mientras que existan las desigualdades en una


sociedad como la de la posguerra española, o en
cualquier otra--ejemplificado por la alusión
clásica de Medea--no podrá haber verdadera
comunicación y comprensión entre las mujeres y los
hombres; su papel será el de adversarios eternos
pese a la atracción física, el amor apasionado o
años de unión matrimonial. (24)

Soriano hace una comparación entre hombre y mujer en

esa sociedad mediante este ejemplo:

Como en los bancos que se da crédito de antemano.


Los hombres dan crédito a sus amigos, así es en
política también. Una mujer en España tiene que
probarse, tiene que demostrar que vale mucho,
tiene que seguir siendo una Madame Curie en cierto
modo. La conquista entonces tiene que hacerse
individualmente, en casa, con el marido, con los
amigos. Conquistar el derecho a la amistad
masculina. Que se tome en serio y que la tomen en
serio. Que le den crédito. (119-120)

La sociedad española de la posguerra le permite al

hombre tener amante, pero para una mujer casada, eso

constituye un crimen, un acto ilegal. “En sus quejas

se puede ver un mensaje de tipo feminista, contra la

moral católica de la ‘perfecta casada’ por ejemplo”

(123). Para Soriano, aquello “era una doble moral,

51
típica de la vida española en aquella época, la que

predominaba entonces” (123).

Sin embargo, el feminismo de Soriano2 es “junto al

hombre” y no “frente al hombre” porque para Elena, “la

pareja humana es una perfección” (120). La situación

para una mujer española ha cambiado muchísimo desde la

muerte de Franco. “Mediante la libertad de expresión

tanto para hombres como para mujeres” existe un aumento

de “mujeres juristas, médicos, escritoras” (120).

En “Rewriting Genre, Re-reading Gender in Elena

Soriano’s La playa de los locos” Christine Arkinstall

subraya la importancia del papel o rol de género entre

los sexos: masculino y femenino. Presenta también un

paralelo entre La playa de los locos y la vida de

Soriano; por ejemplo, la acción del libro sucede en

Suances, el lugar donde veraneaba Soriano. Así

también, lo que les interesaba a los dos (la anónima

protagonista y Soriano) era leer, estudiar y aprender:

“the protagonist’s quest for knowledge is also common

to her creator, who relates that in her youth” (100).

52
Arkinstall continúa subrayando sobre las críticas

de Janet Winecoff, Linda Kauffman, María Alfaro, y

Patrocinio P. Schweickart: según Winecoff, “Elena

Soriano’s work is highly personal throughout[...] her

writing is at the same time a quest for artistic

expression and a search for answers to personal

questions” (100). Para Kauffman, quien retrata el

peligro para las escritoras, “the danger of that

approach lies in reducing the art to the life, as if

women were incapable of writing about anything but

themselves, and lacked aesthetic control and

imagination” (100). Así, Schweickart considera La

playa de los locos como un debate político, como una

historia feminista. Arkinstall señala lo siguiente

sobre el ser mujer:

If being a woman depends on conforming to the


patriarchal ideal of femininity, what such a
process really implies is the elimination of her
difference through her assimilation by patriarchal
ideology. (103-104)

También subraya Arkinstall que

While patriarchy sees education, or rather, the


lack of it, as essential for the creation of woman
and the maintaining of a feminine innocence, too

53
much education produces a fall from masculine
grace, and with it, hysteria. (104)

Por lo tanto, la educación de las mujeres constituye

una amenaza para una sociedad patriarcal. Como

consecuencia, bajo una sociedad patriarcal, la

sexualidad de la mujer se define legítimamente por una

invasión masculina de su mente y cuerpo (105).

En “Contemporary Spanish Women Writers and the

Feminized Quest-Romance,” Janet Pérez comenta sobre el

papel secundario que desempeña la mujer en la búsqueda

clásica, y la búsqueda romántica tradicional:

In traditional quest romances, women’s roles are


significant only in relation to the heroes with
whom they interact; they may inspire heroes but
may not aspire to become heroes themselves. (37)

Aunque existían heroínas, ellas “were created in the

past two centuries by women writers; female

protagonists remained entrapped by society’s

restrictions and patriarchally inscribed definition of

female ‘goodness’” (38). Históricamente la palabra

“encierro” no es simplemente una metáfora en la

sociedad española (39). Pérez subraya que “Female

quests often involve an early experience of

54
abandonment, abuse or injustice that serves to initiate

or explain the protagonist’s call to the quest, her

need for self-affirmation and self-redemption” (42). Y

continúa comentando que las autobiografías o novelas

autobiográficas de las mujeres

are fundamentally connected to the quest-romance


by the search for identity, the inquiry into the
origins of selfhood, the autobiographical journey.
The female protagonist’s internalized combat
against patriarchally-determined standards and
resulting inner turmoil constitute familiar
patterns in works by Elena Soriano, Eulalia
Galvarriato, Carmen Laforet, Dolores Medio, Ana
María Matute, Elena Quiroga, Concha Alós, Carmen
Martín-Gaite, etcetera. (44)

En “Escritoras de ‘los cincuenta,’” Soriano señala que

su artículo

afectaba a los escritores de ambos sexos, pero muy


especialmente a las mujeres y explica que sus
producciones de entonces, [...] trataran los temas
eternos--el amor, la juventud, el dolor, la vejez,
la muerte, el destino--así como los problemas
propios de la condición femenina.3 (280)

“El castor”4 fue publicado en Ínsula: Revista de

Letras y Ciencias Humanas y del cual Soriano trata el

tema del feminismo, en especial a Simone de Beauvoir.5

Como se sabe, El segundo sexo es un libro de unas

novecientas páginas dedicado, según Soriano,

55
para mostrar la situación existencial falsa e
injusta de la mujer, por secular error social y no
por leyes naturales, y a proclamar la necesidad de
una rectificación radical, partiendo de la
voluntad de la propia mujer para rechazar la
condición de mero objeto condenado a la pasividad
y a la inmanencia y para comportarse como una
subjetividad consciente, libre y responsable, con
la misma vocación de trascendencia individual que
el hombre, puesto que, como él, es persona, ser
humano. (199)

Jean Paul Sartre, desde que la conoció a de Beauvoir en

1929, entonces a los veintiún años, le dio el nombre

“Castor,” según Soriano, “un nombre epiceno y fluvial”

(263). Soriano continúa subrayando: “el objetivo y

casi único del Castor, de principio a fin de su

existencia: ser la perfecta mujer intelectual y lograr

como tal el reconocimiento del mundo entero” (265).

Así, Soriano opina que

el movimiento feminista tenía ya reconocidos todos


sus “grandes derechos” públicos, civiles y
políticos, pero que todavía le quedaban por
conquistar en la mente colectiva los “pequeños
derechos” privados, de orden psicológico, a mi
ver, de suma importancia para las relaciones
sociales y familiares. (265)

Finalmente, en el ensayo “Un don Juan bicéfalo”

Soriano indica:

56
Mi conclusión personal es que la mujer ha llegado
tarde a la conquista del derecho al donjuanismo,
importantísimo como tal, pero dudosamente
apetecido por ella en ninguna época y que ya
parece superfluo definitivamente para ambos sexos.
En verdad, los mitos donjuanescos clásicos, tanto
el masculino como el femenino, son productos
residuales de la cultura burguesa, que merece
respeto y admiración por sus geniales creaciones
pretéritas, pero que, dados su valores actuales,
en el orden sexual está cerrando su ciclo
histórico y no promete frutos sabrosos en el
porvenir. (233)

Como se desprende de lo citado, el feminismo de Soriano

es moderado: pide para la mujer derechos iguales, nada

más, ni nada menos. En eso es intransigente. La

igualdad en la educación, el trabajo, ante la ley, en

público como en privado, sería su meta. Y sus cuentos

en su gran mayoría retratan las consecuencias de la

falta de esa igualdad, la ausencia de un trato de

iguales a las mujeres y los niños. Soriano reiteró

varias veces su respeto por el matrimonio, su creencia

que el matrimonio logrado es la condición ideal--pero

por ideal, se encuentra poco, triste realidad también

retratada en sus cuentos, como se verá a continuación.

57
NOTAS

1
Véanse “Feminist Issues in Literary Scholarship” la
edición de Sheri Benstock. Bloomington & Indianapolis,
Indiana University Press, 1987.
2
En Literatura y vida se encuentra el mismo ensayo,
además, se encuentran también otros ensayos escritos
por Soriano en relación a la mujer, que por no
desviarse del propósito de esta investigación, no se
elaborará más aquí. También existen unos artículos
sobre el feminismo en la revista El Urogallo. Soriano
dedicó unos volúmenes enteros (número 31-32) para la
mujer. Así también el volumen 33 con artículos como
“La mujer: los deberes y la libertad” por Fernanda
Monasterio y “La sexualidad, la mujer y el matrimonio
en España, hoy” por Francisco Javier Aguirre.
3
Véanse Usos amorosos de la postguerra española,
Barcelona, Editorial Anagrama, 1987 de Carmen Martín
Gaite, para entender la situación y la condición que se
encuentra la mujer.
4
Véanse también el libro Mémoires d’une jeune fille
rangée: una autobiografía de Simone de Beauvoir,
referida a sus primeros veintiún años de su vida.
“Cuenta que desde niña asumió su sexo con orgullo, sin
el menor sentimiento de inferioridad ni deseo alguno de
ser varón; que siempre rechazó su falsa condición de
objeto condenado a la inmanencia y tuvo la
trascendencia como objetivo” (“El Castor” 265).

58
CAPÍTULO IV

LA MUJER Y LA ESPAÑA DE POSTGUERRA

Elena Soriano, por haber vivido en una historia

turbulenta de España, ha experimentado una serie de

momentos negativos por ser mujer española. La

situación ha cambiado tanto para la mujer en las tres

décadas después de la muerte de Franco que las mujeres

actuales no tienen idea de cómo eran las condiciones de

vida para sus madres y abuelas en la época franquista.

Los que visitan España ahora tampoco se dan cuenta.

Así, es muy importante retratar la sociedad en que

Soriano tuvo que vivir y escribir sus cuentos, porque

sin conocer la situación de la mujer española en la

postguerra, hay muchas cosas que simplemente no se

entienden.

Historia de las mujeres en España es una

colaboración entre cuatro profesoras españolas: Elisa

Garrido, Pilar Folguera, Margarita Ortega y Cristina

Segura. Dicho libro, abarca la historia de las mujeres

en España desde el principio--la época de los pueblos

59
prerromanos. Sin embargo, para no desviarse del tema

demasiado, se concentra en la historia de las mujeres

durante la guerra civil y el franquismo. Según Pilar

Folguera,

con el inicio de la guerra el 18 de julio de 1936,


comenzaba uno de los períodos más trágicos de la
historia contemporánea española. Después del
estallido de la sublevación militar, España se
dividió, a partir de criterios absolutamente
aleatorios, en dos bandos que se enfrentarán a una
guerra terriblemente cruenta que quebró la vida de
familias, personas y de toda una sociedad que no
había sabido avanzar hacia la modernidad. (515)

Durante los tres años de la guerra, con los hombres en

el frente, las mujeres tuvieron que reemplazarles en

los deberes dejados por sus maridos bajo órdenes del

gobierno. Después, por las normas establecidas por la

Sección Femenina y la Iglesia católica, las mujeres

tuvieron que someterse a una nueva regla de

comportamiento: una obediencia y sumisión totales a los

hombres (y el gobierno) del franquismo (516). Los

trabajos de las mujeres durante la guerra eran tres:

Primero, los trabajos domésticos (gratuitos), por la

escasez de los artículos de primera necesidad, para

ayudar a la economía del país; segundo, los trabajos no

60
remunerados y voluntarios organizados por el Ministerio

de la Guerra; y por último, los trabajos asalariados:

“Las mujeres se incorporaron a diversos sectores

productivos y asistenciales” como las industrias de

guerra, la sanidad, el servicio doméstico, entre otros

(518).

Durante el franquismo, desde el año 1939 a 1975,

la vida familiar sufre debido a la dominación de los

valores de la “autoridad patriarcal, la estructura

jerárquica y el trabajo de carácter doméstico” (527).

“La sociedad de los años cuarenta restaurará los viejos

valores que la II República había intentado

transformar” (527). Por ejemplo, la familia se basaba

en el matrimonio, y oficialmente el propósito de ser

mujer es de procrear y ser esposa. “Era necesario, a

juicio de los gobernantes, recuperar el núcleo familiar

y su función procreadora, destruida por los valores

difundidos por la república” (528). En 1946, la ley de

ayuda familiar penalizaba el trabajo de mujer casada

porque su tarea debía de ser la de madre y sus tareas

domésticas. “De esta forma, el matrimonio constituía

61
la única salida para millones de mujeres que en muchos

casos habían conocido la independencia económica y

personal durante la república y la guerra” (528). El

papel de la mujer consistía de ser “pasiva y sometida a

la autoridad del varón” (529). No existía,

oficialmente, el goce sexual femenino. El propósito

del matrimonio era la procreación. En cuanto a la

educación, los niños y las niñas estaban segregados por

la ley “del 17 de julio de 1945 por ‘razones de orden

moral’” (535). Obviamente, hasta los escritores

(librepensadores) españoles de la época franquista

fueron influidos por la ley y los mandamientos del

gobierno. Janet I. Pérez en su artículo “Los

personajes femeninos pintados por escritores masculinos

de la postguerra y después” en Breve historia feminista

de la literatura española (en lengua castellana) señala

que

el escritor español de la época franquista, sin


necesariamente proponérselo, refleja el control
ejercido por el estado fascista sobre las mujeres,
nuevamente relegadas al espacio doméstico para
custodiar la raza, la cultura (patriarcal) y el
sentimiento (nacionalista). La organización

62
totalitaria penetró profundamente en la vida
familiar. (274)

En el prefacio de Usos amorosos de la postguerra

española, Carmen Martín Gaite dedica este libro “para

todas las mujeres españolas, entre cincuenta y sesenta

años, que no entienden a sus hijos. Y para sus hijos,

que no las entienden a ellas.” Esta cita se encuentra

como el epígrafe del libro. Las leyes de código civil

y criminal eran diferentes para los hombres y mujeres.

Por ejemplo, el adulterio era un crimen para la mujer

solamente. Si se veía acusada, la mujer iba a la

cárcel, perdía el custodio de sus hijos, aunque no

existieran pruebas contra ella; simplemente bastaba que

el marido la acusara. La mujer no podía tener

propiedades sin el permiso de su marido, ni debía

volver a vivir con sus padres o una hermana sin permiso

del marido, tampoco podía tener cuenta propia de banco,

sin permiso del esposo, ni viajar con sus hijos, ni

simplemente viajar sola. En fin, la mujer tenía que

pedir permiso para todo. Fue una época que concebía a

la mujer como perpetuamente menor de edad; o sea,

63
legalmente, la trataron como niña para siempre. En

cuanto a la ley con respecto al trabajo de la mujer, no

se permitía a las casadas trabajar fuera de casa;

únicamente trabajos voluntarios (no remunerados) eran

aceptables para las mujeres casadas profesionales. Sin

embargo, a las más pobres se les permitían obtener

trabajos domésticos, (i.e. criadas). Todo con el

pretexto de que así la ley protegía a la familia

española.

64
CAPÍTULO V

EL CUENTO

Patrick Collard en su libro de El relato breve en

las letras hispánicas actuales señala:

Sabido es que las formas breves del relato sufren,


más quizás en España que en Hispanoamérica, de
cierta falta de reconocimiento entre el “gran
público,” que tiende a verlas como parientes
pobres dentro de la familia de la prosa literaria,
como genéricamente inferiores y condenadas a vivir
a la sombra de la novela.1 (7)

Es evidente por lo afirmado que el género del cuento no

es valorado tanto en España como en otras partes del

mundo. Delmarie Martínez también dice que “La

cuentística española es uno de los géneros literarios

más desatendidos por la crítica” (481).2 Para analizar

mejor los cuentos de Elena Soriano, es necesario tener

ciertos conocimientos sobre el cuento de España en su

contexto histórico. Naturalmente, se incluirán también

algunas de las teorías de los cuentos en términos

generales, como parte de la formación de la vida

literaria de la autora.

65
El cuento en España

El cuento tiene una historia larga y por lo tanto,

no se prentende aquí presentar ni abarcar el género del

cuento español en su totalidad. Sin embargo, es

necesario poder situar el cuento dentro de su contexto

histórico. Según Enrique Anderson Imbert, “siempre los

hombres contaron cuentos.”3 Elena Soriano misma hace

un “brevísimo repaso” a la historia del cuento español:

Que se remonta al siglo XIV con los apólogos


morales del Conde Lucanor, pero muestra repetidos
eclipses del género, cultivado por algunos autores
del “siglo de oro,” por ejemplo, María de Zayas
con sus novelitas “picantes,” Cervantes con las
llamadas “ejemplares” y los relatos autónomos que
inserta en el Quijote, Quevedo con sus Sueños
[...]. En rigor, el modelo definitivo se produce
en el siglo XIX, con los relatos costumbristas de
la escritora posromántica Fernán Caballero, pero
muy especialmente con los realistas y psicológicos
de Clarín, considerado patrón del género [...con
su] famoso cuento sentimental “Adiós, Cordera.”
(135)

A pesar de su existencia históricamente, los cuentos de

España han sido desatendidos por muchos críticos. No

era hasta la llegada del Romanticismo a mediados del

siglo XIX con sus escritores sobresalientes como Fernán

Caballero, Antonio de Trueba, Antonio de Alarcón y

66
Gustavo Bécquer que hicieron renacer la popularidad del

cuento. Desde entonces florecieron otros cuentistas

igualmente sobresalientes: Juan Valera, José María de

Pereda, Pedro Antonio de Alarcón, Benito Pérez Galdós,

Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas y Ureña (Clarín),

Armando Palacio Valdés, Vicente Blasco Ibáñez, Miguel

de Unamuno, Pío Baroja, Ramón María del Valle-Inclán,

Gregorio Martínez Sierra, y José Martínez Ruiz

(Azorín). Por la influencia de José Ortega y Gasset

durante los años veinte, “el ideal de la época era la

prosa lírica.”4 Al estallar la guerra civil (1936-

1939), las muchas cosas destruidas, incluyen “los

obstáculos para el cuento literario” (18). Anderson

Imbert señala lo siguiente:

Los escritores antitotalitarios, democráticos,


liberales e izquierdistas, tuvieron que
desterrarse. [...] Los que se quedaron en España
tuvieron que escribir sus cuentos bajo un régimen
de censura política y religiosa. La falta de
libertad afectó el repertorio de temas, la
elección de situaciones, el movimiento de las
ideas. (14)

Durante los años cuarenta, aunque sin grandes

éxitos, aparecieron cuentistas como Jorge Campos y

67
Camilo José Cela, y en el exilio, Max Aub, Francisco

Ayala, entre otros. Durante los años cincuenta, según

Erna Brandenberger, “la necesidad de una nueva

literatura se había hecho imperiosa. Revistas y

cuentos empezaron a prestar importancia a la literatura

y a publicar cuentos” (18), debido a lo siguiente:

Primero, la oportunidad y posibilidad de publicarse en

revistas y periódicos, segundo, había varios premios de

cuentos disponibles, y tercero, por sus temas. De 1955

a 1960 varios escritores tanto jóvenes como maduros

publicaron sus cuentos (i.e., Ignacio Aldecoa,

Francisco García Pavón, Daniel Sueiro, Lauro Olmo, Ana

María Matute, Max Aub, Francisco Ayala, Segundo Serrano

Poncela, entre otros,). En los libros tanto de Erna

Brandenberger como Enrique Anderson Imbert,

respectivamente, se clasifican a los cuentistas

españoles en tres grupos diferentes: Primero, los

escritores que vivieron la guerra civil (nacidos de

1900 a 1915), segundo, los de la postguerra (nacidos de

1916 a 1930), y por último, los más jóvenes.

68
Entre estos tres grupos, se mencionan a las

siguientes escritoras: María Teresa León, Rosa Chacel,

Carmen Laforet, Ana María Matute, Elena Soriano, María

Luisa Gefaell, Elena Quiroga, Carmen Martín Gaite,

Pilar Paz Pasamar, y Elisabeth Mulder. En los años

cincuenta hay un resurgimiento cuentístico

en que se distinguen dos tipos principales de


inspiración: los clásicos temas eternos de la vida
cotidiana, en ambientes tanto rurales como
ciudadanos y, por otra parte, los que pudieran
considerarse de protesta política que constituye-
ron la llamada “literatura social.” (135)

El cuento y Elena Soriano

En 1970 Soriano lamentaba “el carácter mendaz de

la literatura narrativa” (123).5 En su ensayo titulado

“El cuento,” Soriano muestra sus conocimientos del

concepto del cuento, aludiendo al especialista alemán

Karl Bühler y su Teoría del lenguaje. Soriano señala

esto del cuento:

Que no me parece disparatado decir que un cuento


es una novela condensada; o mejor, que el cuento
es la esencia de la novela: lo mismo que en
ciertas grandes marcas de perfume, existen--
envasados en distintos formatos--el extracto y la
colonia o “agua de toilette,” como la llaman los

69
franceses. No quiero decir con esto, en modo
alguno, que la novela sea un cuento aguado. Pero
sí creo que un cuento bueno, es decir con
sustancia suficiente, se puede diluir en muchas
más páginas y convertirlo en una novela. [...]
Pero ¿qué es un buen cuento? Tampoco me atreveré
yo a proponer una preceptiva nueva y personal; y
además estoy de acuerdo con casi todos los
conceptos aquí recogidos, sobre todo con el más
clásico y por ello, tópico: un cuento es tal si en
pocos folios refiere una historia completa sobre
uno o varios seres humanos: es decir, que debe
tener un argumento concreto, con su planteamiento-
-previo o en flashback--, su nudo y su desenlace,
más o menos abierto. En suma, debe ser un pequeño
mundo, como se ha dicho ya muchas veces. (125-
126)

Aquí se explorarán las diferentes teorías que

formaron a Elena Soriano. Desde que tenía dos o tres

años, alguien le contaba cuentos a cambio de tomar sus

papillas, medicinas, o hasta como premio por dormirse

(127). Cuando apenas aprendió a leer y escribir, ella

devoraba cuentos muy distintos, comenzando “a

inventarlos yo misma, relatarlos y escribirlos en mis

cuadernos escolares” (127). Como su padre era un

“librepensador típico,” la ayudó a la joven a formar su

vida literaria. Según Soriano, “el escritor no nace

por generación espontánea, sino de la siembra de sus

lecturas” (127). La futura escritora leía una variedad

70
de literatura, con resultados eclécticos: Robert Louis

Stevenson, Honoré de Balzac, Edgar Allan Poe, Antón

Pávlovich Chejov, Gustavo Adolfo Bécquer, Guy de

Maupassant, Vicente Blasco Ibánez, entre otros.

Soriano sentía un respeto total por la libertad de

expresión de cada cual, e igual repugnancia hacia

cualquier regla. A pesar de todo, separaría el cuento

en dos grupos principales: los cuentos realistas (e.g.,

las obras de Chejov, Juan Rulfo, Ramón José Sender,

Mercè Rodoreda, Francisco Ayala, Daniel Sueiro, Ignacio

Aldecoa, etc.) y los cuentos fantásticos (e.g., las

obras de Poe, Ray Bradbury, Julio Cortázar, Jorge Luis

Borges, Patricia Highsmith, entre otros).

Sherwood Anderson, uno de los fundadores del

cuento norteamericano, era para Soriano “maestro de

maestros narradores--de Hemingway y de Faulkner nada

menos--y hoy injustamente olvidado: ‘Un error muy

norteamericano es confundir la valía con el éxito’”

(129). Finalmente, para Elena Soriano, “escribir y

leer son actos individuales íntimos, solitarios y

solidarios a un tiempo, pues se escribe y se lee para

71
aliviar la radical soledad del ser humano” (136). Ella

continuó explicando:

Para mí, no hay práctica más gozosa aunque tenga


sus trances penosos, que la emisión y recepción de
mensajes literarios--sobre todo, los imaginati-
vos--, con mis descubrimientos consiguientes:
sorpresivos, deslumbrantes, emocionados y siempre
aleccionadores. Es decir, que yo participo con
entusiasmo, a mi modo, de ese fenómeno actual
llamado “comunicación,” que los mass media hacen
universal y que bien puede denominar esta nueva
era. (136)

Las teorías del cuento

Como se ha mencionado anteriormente, la vida

literaria de Elena Soriano es el resultado de una

influencia ecléctica, o sea de una combinación de

varias perspectivas diferentes, desde las clásicas a

las extranjeras (Karl Bühler, Julio Cortázar, Edgar

Allan Poe, Sherwood Anderson, etc.). No se prentende

abarcar en su totalidad las teorías ni la filosofía del

cuento, sólo incluir, entre las seleccionadas en este

capítulo, esas que tengan parte importante en los

cuentos de Elena Soriano.

72
La teoría clásica del cuento incluye a las

siguientes preceptivas: extensión limitada, lenguaje

estricto, argumento condensado, personajes definidos y

actuantes (134). Brander Matthews en The Philosophy of

the Short Story señala esto respecto al cuento

verdadero:

A true Short-story6 is something other and


something more than a mere story which is short.
A true Short-story differs from the Novel chiefly
in its essential unity of impression. In a far
more exact and precise use of the word, a Short-
story has unity, [...] fulfills the three false
unities of the French classic drama: it shows one
action, in one place, on one day. A short story
deals with a single character, a single event, a
single emotion, or the series of emotions called
forth by a single situation. The Short-story is
the single effect, complete and self-contained.
Thus, the Short-story has [...] the effect of
“totality” as Poe called it, the unity of
impression. (15)

En este libro, Matthews también escribe una receta para

un escritor del cuento (traducción en español7):

1. Se debe de tener originalidad e ingenuidad,

tanto mejor si contiene una chispa de

imaginación (23).

2. Se debe de tener brevedad y brillantez (29).

73
3. Se debe tener el sentido de forma en virtud

del cual su construcción será siempre lógica,

adecuada y armoniosa (30).

4. Se demanda una idea, un tema (32).

5. Se requiere un plan (un argumento) (32).

6. No debe ser vacío ni sin forma (70).

Un ejemplo del escritor que representa esta fórmula es

Nathaniel Hawthorne. Según Matthews, los efectos de la

fantasía de Hawthorne son morales, en comparación con

los efectos de Edgar Allan Poe, que son físicos (39).

En Hawthorne, dice Matthews, la situación, “however

strange and weird, is only the outward and visible sign

of an inward and spiritual struggle” (39-40). Para

Poe, hay una situación de desarrollo lógico y la

preocupación gira en torno al efecto (39). Hawthorne y

Poe8 son los pioneros estadounidenses del siglo XIX que

se dan a conocer en el mundo hispano (45).

En su “Review of Twice-Told Tales”, Edgar Allan

Poe, mientras asesoraba las ficciones de Nathaniel

Hawthorne, formulaba una receta (traducida al español9)

para los escritores del cuento, que debía reunir:

74
1. La unidad de un solo efecto único, que conecta

a los siguientes ingredientes constitutivos;

2. Un comienzo que anticipa el final;

3. Un número mínimo de personajes;

4. Un solo acontecimiento extraordinario;

5. Una sola emoción;

6. Una sola sensación, impresión o preocupación

abrumadora;

7. Un momento epifánico en que se aclara todo

(46).

Nadine Gordimer en “The Flash of Fireflies”

observa que el cuento siempre ha sido más flexible y

abierto para la experimentación (que la novela). Al

mismo tiempo, el cuentista se somete a una disciplina

técnica más estricta pero disfruta una libertad más

amplia. El cuentista ve la fracción o flash de la luz,

por lo tanto se trata de un arte del presente (“the

present moment”) (179-180).

En The Lonely Voice, Frank O’Connor presenta su

visión crítica del cuento con una selección de

escritores sobresalientes como Ivan Turgenev, Guy de

75
Maupassant, Anton Chekhov, Rudyard Kipling, James

Joyce, Katherine Mansfield, D. H. Lawrence, Ernest

Hemingway, A.E. Coppard, Isaac Babel, y Mary Lavin.

Según O’Connor, el cuento “is a modern art form; that

is to say, it represents, better than poetry or drama,

our own attitude to life” (ix). Así, se formula la

siguiente receta de O’Connor para los escritores del

cuento (véanse la nota 9):

1. No existe ningún héroe; se presentan a

personajes que pertenecen al grupo llamado

“submerged population” (xii). Por ejemplo:

los oficiales de Gogol, los siervos de

Turgenev, las prostitutas de Maupassant, los

médicos y maestros de Chekhov, o los

provincianos de Sherwood Anderson;

2. No existe ninguna forma esencial; (i.e., su

fuente de expresión nunca podrá elaborar una

vida humana de una manera totalitaria.)

3. Existen tres elementos necesarios en un

cuento: la exposición, el desarrollo, y el

drama;

76
4. No existe ningún mandamiento sobre extensión o

longitud.

Entre las teorías más recientes que refieren

específicamente al cuento español se destacan Estudios

sobre el cuento español actual (1973) de Erna

Brandenberger, El relato desde el vacío (1992) de Ana

Rueda, Teorías del cuento III. Poéticas de la

brevedad, editado por Lauro Zavala (1996) y El relato

breve en las letras hispánicas actuales (1997) bajo la

dirección de Patrick Collard. El libro de

Brandenberger comienza a señalar una diversidad en las

denominaciones del género del cuento español: “Relato,

relato breve, narración, narración breve y narración

corta son términos empleados con análoga frecuencia por

autores y editoriales” (21). En el grupo tratado por

Brandenberger, se dividen los cuentistas en dos

promociones principales: Los escritores nacidos antes

de 1916 que pertenecen al grupo de la generación de la

guerra civil, y los nacidos antes de 1930 que

pertenecen a la generación de posguerra. Se menciona

también a un grupo llamado “la generación joven.” En

77
el primer grupo se encuentran autores como Ramón José

Sender, Max Aub, Francisco Ayala, Segundo Serrano

Poncela, Rosa Chacel, y otros, mayormente exiliados.

Cada escritor tiene su estilo diferente porque ya eran

adultos cuando se estalló la guerra civil. Por esa

razón, según Brandenberger, “no existen en esta

generación ni intereses ni características comunes”

(30). En el grupo de la generación de posguerra, los

autores eran niños o adolescentes que recibieron un

efecto distinto del conflicto. Muchos escritores “se

atenían a la realidad, describían las difíciles

condiciones de vida en la España de entonces o narraban

sus impresiones y vivencias de la niñez. El cuento era

el género idóneo para tales intentos” (51-52). En este

grupo se encuentran a los siguientes escritores: Jorge

Campos, Camilo José Cela, Francisco García Pavón,

Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute,

Carmen Laforet, y Lauro Olmo, entre otros. Los

escritores mencionados para el último grupo son: Daniel

Sueiro, Jorge Cela Trulock, y Andrés Berlanga, entre

otros. Para esta generación de autores, “el impacto de

78
la guerra civil y sus secuelas no aparece ya en sus

obras. Para ellos, aquellos acontecimientos han dejado

de ser actualidad para convertirse en historia” (105).

Por lo tanto, ellos “aspiran a librar a la literatura

española de los temas localistas y quieren

reemplazarlos por los problemas del hombre en general”

(105); así se entregan a la experimentación, a la

búsqueda de nuevos temas y de nuevas formas de

expresión (106).

En Relatos desde el vacío, Ana Rueda presta su

atención a los cuentistas hispanoamericanos. Sin

embargo, también se presenta una visión del cuento

español en la década de los noventa. Según Rueda, “el

espacio que ocupa el cuento actual exige, por tanto, un

contexto más amplio que abarque tanto al cuento español

como al hispanoamericano” y “los cuentos actuales

sugieren que el fundamento que antes sustentara la

noción de identidad se ha diluído” (24). La

perspectiva presentada señala que:

El descrédito del armazón tradicional del cuento


es tan sólo parte de una nueva sensibilidad que se
caracteriza por su falta de confianza en las

79
esencias--sea el concepto de estructura, identidad
o unidad--y tiene importantes consecuencias para
el cuento contemporáneo. Si en el cuento anterior
lo importante era contar un cuento, en el cuento
actual lo importante recae en el contar. (29)

Por lo tanto, las siguientes fórmulas caracterizan su

visión del cuento contemporáneo hispano a finales del

siglo XX:

1. Una falta de enfoque y de unidad;

2. Se erige sobre la ausencia; no una nada

existencial, sino la conciencia de una no-

presencia de significado fijado en el texto;

3. El escritor hoy es tanto quien dice como quien

silencia;

4. La interpretación no puede rendir significados

totalizadores;

5. Al contrario de la noción tradicional, el

cuento actual propone la fisura--al contrario

de la unidad;

6. Se desacredita (desmascara) el argumento, el

tema, y la unidad de significados;

7. Se desmitifican las nociones de la búsqueda de

la presencia de significado: el autor (su

80
personalidad), el período (su influencia o su

retrato), el texto (las técnicas y las ideas).

Lauro Zavala presenta una colección de críticas

sobre las teorías del cuento en su edición titulada

Teorías del cuento III. Poéticas de la brevedad. En

ella abarca las teorías de los clásicos, modernos y

posmodernos como James Joyce, Ernest Hemingway y Robert

Coover. Las teorías breves del cuento corto son

representadas por Jorge Luis Borges, Silvina Bullrich,

Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares, Cristina

Peri-Rossi, y Silvia Molina y las poéticas personales

del cuento se ven representadas por Mark Twain, Nadine

Gordimer, Julio Cortázar, Juan José Arreola, Enrique

Anderson Imbert, Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares,

Alejandro Rossi, entre otros. Cada escritor tiene una

teoría hasta cierto punto distinta sobre el género del

cuento. Entre los escritores, algunos emplean los

clásicos requisitos o reglas para escribir un cuento;

otros critican las teorías presentadas en el pasado

(e.g., “El decálogo del perfecto cuentista” de Horacio

Quiroga, 51), y otros tratan de definir el género.

81
En la sección sobre las teorías breves del cuento

corto, Jorge Luis Borges comenta que nunca escribiría

una novela “porque no podría hacerlo. Soy un haragán.

Una novela necesita muchos ripios, como es natural. Si

ya hay demasiados ripios en tres páginas mías, en

trescientas no habría otra cosa que ripios” (47).

Silvina Bullrich discute y refuta el “Decálogo del

perfecto cuentista” de Horacio Quiroga. El siguiente

resumen presenta lo esencial del decálogo de Quiroga:

1. Cree en un maestro--Poe, Maupassant, Kipling,

Chéjov--como en Dios mismo (51).

2. Cree que tu arte es una cima inaccesible, no

sueñas en dominarla. Cuando puedas hacerlo,

lo conseguirás sin saberlo tú mismo (52).

3. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero

imita si el influjo es demasiado fuerte. Más

que ninguna otra cosa, el desarrollo de la

personalidad es una larga paciencia (52).

4. Ten fe ciega no en tu capacidad para el

triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.

82
Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu

corazón (52-53).

5. No empieces a escribir sin saber desde la

primera palabra adónde vas. En un cuento bien

logrado, las tres primeras líneas tienen casi

la importancia de las tres últimas (53).

6. Si quieres expresar con exactitud esta

circunstancia: “desde el río soplaba un viento

frío,” no hay en lengua humana más palabras

que las apuntadas para expresarlas. Una vez

dueño de tus palabras, no te preocupes de

observar si son entre sí consonantes o

asonantes (54).

7. No adjetives sin necesidad. Inútil serán

cuantas colas de color adhieras a un

sustantivo débil. Si hallas el que es

preciso, él solo tendrá un color

incomparaable. Pero hay que hallarlo (54).

8. Toma a tus personajes de la mano y llévalos

firmemente hasta el final, sin ver otra cosa

que el camino que les trazaste. No te

83
distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o

no les importa ver. No abuses del lector. Un

cuento es una novela depurada de ripios. Ten

esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea

(55).

9. No escribas bajo el imperio de la emoción.

Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz

entonces de revivirla tal cual fue, has

llegado en arte a la mitad del camino (55).

10. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la

impresión que hará tu historia. Cuenta como

si tu relato no tuviera interés más que para

el pequeño ambiente de tus personajes, de los

que pudiste haber sido uno. No de otro modo

se obtiene la vida en el cuento (56).

De los anteriores diez mandamientos, Bullrich sólo

está de acuerdo con dos o tres: “pese a mi actitud

crítica, encuentro dos o tres consejos indispensables

para todo cuentista” (56). Gabriel García Márquez

comenta lo siguiente sobre el proceso de escribir:

84
Muchísimo trabajo, cada vez más. [...] Es un
trabajo angustioso pero sensacional. Vencer el
problema de la escritura es tan emocionante y
alegra tanto que valía la pena todo el trabajo.
Es como un parto. (62-63)

Cristina Peri-Rossi señala que

El cuento, como el poema, representa una


experiencia única e irrepetible. El escritor de
cuentos contemporáneos no narra sólo el placer de
encadenar hechos de una manera más o menos casual,
sino que revela lo que hay detrás de ellos; lo
significativo no es lo que sucede, sino la manera
de sentir, pensar, vivir esos hechos, es decir su
interpretación. (74)

Peri-Rossi está de acuerdo con Edgar Allan Poe, quien

es, según ella, “uno de los progenitores de la

cuentística moderna” (74) en su establecimiento de la

verdad en el cuento. Y “la condición de brevedad (que

implica la síntesis y la unidad de efecto, como la

llamó Poe) y la [...] verdad son las únicas reglas que

se mantiene fijas del cuento tradicional al

contemporáneo” (75). Peri-Rossi distingue el cuento de

la novela en el aspecto siguiente:

La novela, en general, procede por acumulación (de


puntos de vista, hechos, tiempos, espacios),
mientras que el relato moderno actúa por
selección: elige un momento en el tiempo y lo
paraliza para interiorizar en él, para penetrarlo.
(74)

85
Para Enrique Anderson Imbert, “el arte de contar, como

cualquier otra actividad de la conciencia, transforma

la realidad en símbolos. Una de sus funciones

específicas es re-emplazar la vida con la ficción”

(137). Según Mempo Giardinelli, “ya he propuesto la

idea de que el cuento es indefinible” (331); sin

embargo, repite la definición de Carlos Mastrángelo:

1. un cuento es una serie breve de incidentes; 2.


de ciclo acabado y perfecto como un círculo; 3.
siendo muy esencial el argumento, el asunto o los
incidentes en sí; 4. trabados éstos en una única e
ininterrumpida ilación; 5. sin grandes intervalos
de tiempo ni de espacio; 6. rematados por un final
imprevisto, adecuado y natural. (331-332)

Así, para no desviarse del propósito de este

capítulo, sólo se tendrán en cuenta unos pocos

escritores con sus teorías porque, como se puede notar,

el conjunto de teorías abarca muchos más escritores y

críticos. Elena Soriano emplea una combinación de las

recetas ofrecidas por críticos diferentes presentados.

Sus cuentos siguen a la receta de Matthews, y de Poe,

en especial cuando se trata de un número mínimo de

personajes, y un momento epifánico en que se aclara

86
todo. Soriano también recoge la receta de O’Connor de

la falta del mandamiento sobre extensión o longitud.

87
NOTAS

1
Patrick Collard, El relato breve en las letras
hispánicas actuales, Atlanta, Editions Rodopi, 1997,
166.
2
Delmarie Martínez. Véase El cuento español de 1970 a
2000 de Azucena Mollejo, Madrid: Pliegos, 2002, 234.
3
Enrique Anderson Imbert, Veinte cuentos españoles del
siglo XX, 303. Véase El cuento español (Buenos Aires:
Editorial Columba, 1959) para un estudio histórico
completo del cuento en España.
4
Erna Brandenberger, Estudios sobre el cuento español
contemporáneo, Madrid, Editora Nacional, 414.
5
Elena Soriano, “El cuento” en la selección de Elena
Soriano. Defensa y vida II. Véase también la revista
El Urogallo, No.1, Febrero 1970 (pp.88-92). Soriano
ofrece una crítica sobre la literatura narrativa, es
decir, la novela y el cuento.
6
Brander Matthews, The Philosophy of the Short Story,
New York, Longmans, Green and Co., 1901. En su trabajo
el autor indica que ha escrito la palabra “Short-story”
con mayúscula y con guión porque “I wished to emphasize
the distinction between the Short-story and the story
which is merely short. The Short-story is a high and
difficult department of fiction” (25).
7
La lista está traducida por la autora de esta
disertación.
8
En la colección de conferencias en la Universidad de
Texas Tech, titulada: Comparative Literature Symposium,
Volume XIII: The Teller and the Tale: Aspects of the
Short Story, editada por Wendell M. Aycock (Lubbock:

88
TTU Press, 1982), el profesor Warren S. Walker en su
“From Raconteur to Writer: Oral Roots and Printed
Leaves of Short Fiction” afirmó que Edgar Allan Poe era
“the father of short story criticism, as many consider
him” (15).
9
La traducción es de la escritora de esta disertación.

89
CAPÍTULO VI

LOS CUENTOS DE ELENA SORIANO

En Literatura y vida II, Soriano señala que “los

cuentos fueron durante años, mis preferidos” (128).

Además, en la entrevista de Concha Alborg con la

escritora en 1988, le preguntó qué género prefería, y

Soriano le contestó, “para leerlos, los cuentos” (119).

Soriano siguió explicando: “Para escribir es más

difícil el cuento aunque parezca más sencillo, es

engañoso porque es fácil escribir narraciones

fragmentarias que no son verdaderos cuentos” (119). En

cuanto a la teoría utilizada, Soriano dijo que: “Yo

tengo un concepto clásico del cuento. El cuento me

parece que es como un núcleo cerrado que tiene que

tener su principio, su climax y su desenlace” (119).

Además de una breve presentación de los tramas de

los cuentos, esta parte de la investigación consiste en

explorar los temas, la estructura y las técnicas que

Soriano emplea en sus cuentos. Existe un tema común en

los cuentos presentados. Soriano trata la condición de

90
la mujer en la sociedad patriarcal, el papel de la

clase social, de la vida cotidiana, y de las emociones

y sentimientos de los seres humanos a través de los

exquisitos detalles de su narración. Son vistos, por

ejemplo, en el ambiente y en el paisaje, pero también

mediante percepciones psicológicas. Según Soriano, “A

mí me interesa la condición humana y entonces al

contar, tanto historias imaginadas como la vida de mi

propio hijo tengo tendencia a comentar, a reflexionar

sobre ello” (119).

Los cuentos seleccionados para el análisis en esta

parte del estudio pertenecen a dos colecciones: La vida

pequeña, publicado en junio de 1989 por Plaza & Janés y

Tres sueños y otros cuentos, publicado por Huerga &

Fierro en 1996. En ellas no se incluyen todas las

ficciones breves sorianas, sino sólo las que muestran

la inspiración fundamental de la autora: la condición

humana desde una perspectiva personal, de contenido

histórico y social, retratando las situaciones de

España desde los años cincuenta hasta la actualidad.

La vida pequeña presenta la selección de cuentos en una

91
forma cronológica, basándose en la secuencia de su

composición a través de cuatro décadas. Este volumen

contiene once cuentos. El primer cuento es “El

perfume” (1949), seguido por “La abuela loca” (1953),

“La carraca” (1954), “Viajera de segunda” (1956), “El

testigo falso” (1958), “Prisa” (1986), “La invitación”

(1986), “Leonora” (1987), “La isla sin nombre” (1988),

“Maremoto” (1988), y por último “El vídeo perfecto”

(1989). La extensión temporal de su composición

sugiere la probabilidad de cierta evolución o proceso

de maduración artística. Estos cuentos en su mayoría

exhiben un carácter testimonial. Soriano examina no

solamente lo exterior, sino también el interior de las

cosas, personas o situaciones. En Tres sueños y otros

cuentos presenta tres cuentos sin fechas: “El camello

volante,” “Los hijos anfibios,” “Las monedas del

muerto” y otros diez cuentos, de los cuales todos se

publicaron en el volumen antes mencionado excepto “Las

bachas” (1988).

92
Los argumentos de los cuentos

En ambas colecciones, Soriano comienza con

epígrafes, dos citas de Sherwood Anderson y Octavio Paz

respectivamente. “Prefiero contar la vida pequeña de

la gente del pueblo a las historias de grandes

personajes” y “El tejido de la verdadera literatura

está hecho con los sentimientos y los sucesos

cotidianos, es el mundo relativo de cada día: sólo a

través de lo relativo y cotidiano podemos entrever lo

perdurable.” Es curioso que Soriano no relacione

ficción e historia más específicamente, y no mencione a

Unamuno con su concepto de la “intrahistoria” que

también contrapone la “vida pequeña de la gente del

pueblo a las historias de grandes personajes,”

antecedente que ella seguramente conocía. En estas dos

citas se puede detectar el énfasis que pone la autora

en las cosas menudas, en los detalles, en la vida

cotidiana--cosas por otra parte característica de

muchas escritoras, algunas de ellas confinadas

mayormente a la esfera doméstica. (Debe notarse que

Ana María Matute también publicó una novela corta

93
titulada La pequeña vida, 1957, que retrata la falta de

opciones para las mujeres).

En la primera cita, la de Anderson, Soriano pone

el énfasis de la palabra “pequeña.” La vida de la

gente del pueblo expresa sentimientos íntimos que no se

ven en los grandes personajes. La filosofía de Soriano

es semejante al epígrafe y les da una indicación a los

lectores de la esencia--la dirección y la meta de la

escritora. En cuanto al epígrafe de Octavio Paz,

contiene la misma idea que la de una “vida pequeña.”

La eternidad nace de las cosas pequeñas, cotidianas,

íntimas. Los sentimientos, la psicología, la situación

diaria forman una parte íntegra e importante en los

cuentos de Soriano. En este capítulo se presentarán

primero y brevemente los resúmenes de la trama de los

cuentos en su orden cronológico debido al relativo

desconocimiento de la producción de la escritora en

este género. Entonces, se analizarán los cuentos según

sus temas, personajes, estructuras y técnicas.

94
El perfume

“El perfume” presenta a una mujer de unos treinta

años que se llama Irma. Irma y su esposo Abel llevan

casi diez años de casados. Irma visita la casa de la

narradora para anunciar algo catastrófico relacionado a

su vida diaria. Por más de dos horas Irma solloza,

exponiendo su situación de mujer enamorada, casada e

infeliz. Por fin Abel llega a buscarla, pero Irma

quiere ponerlo a prueba, comprometiendo a su amiga,

quien no quiere participar. Irma se esconde y Abel no

la encuentra. Al final del cuento se revela que Irma

ya no ama a su marido, que en un país sin posibilidad

de divorcio es un verdadero desastre.

La abuela loca

En “La abuela loca,” se esboza el retrato de una

abuela a la cual todo el pueblo considera loca. Ella

se encuentra en un estado enajenado en que nadie la

quiere ni la puede entender. La abuela hace cosas

irracionales; por ejemplo, tirar la silla al pozo,

murmurar cosas incomprensibles, recorrer la casa entera

95
sin propósito. Su hijo y la nuera tienen que trabajar,

así que le encargan a la vecina para que la atienda

mientras ellos trabajan en el campo. Sus nietos y los

niños de la vecindad hacen travesuras, como atrapar

lagartijas, cortarles el rabo, desgarrarse los

pantalones, trepar por las rejas, pelearse, arrojar

botes como bombas y en general molestarle a la abuela.

La abuela tiene el pelo del color de plata, los ojos

azules, un rostro marchito y se ve vestida de hilachas

(15). Después de que se alejen los niños, la abuela

comienza a andar apresuradamente hacia la colina. Con

una inefable impavidez en su mirada, va hacia delante.

La abuela continúa andando hasta que se siente un nudo

en su pecho y se detiene para tomar aliento. Mira

alrededor y se da cuenta de que reconoce todo esto: “el

lugar, la hora, la luz, los ruidos” (16). La abuela

recuerda cierto acontecimiento del pasado cuando estuvo

en ese mismo lugar con su nietecillo. Mientras los dos

descansaban, oyeron las voces de un hombre y una mujer

en el acto sexual. El nieto reconoció la voz de la

mujer y empezó a gritar “Made...Made...Made t’ahí”

96
(17). La abuela lo detuvo diciéndole que no era su

madre, que se callara, aunque ella misma empezó a

sentirse asfixiada. La abuela arrastraba al nieto, con

pánico, alejándolo del lugar, y el esfuerzo le agotó

tanto que el nieto tuvo que guiarle a la abuela entre

tinieblas hasta el pueblo. Desde ese momento, la

abuela comenzó a extraviarse y a hacer gestos extraños,

murmurando cosas raras, riendo y llorando a la vez.

Después de reconstruir su experiencia inicial del

suceso que tanto le había traumatizado, la abuela

traumatizada se muere en ese mismo lugar.

La carraca

El protagonista de “La carraca,” el señor Bruch,

es hombre de negocios, quien se encuentra casualmente

en Madrid para concluir un trato de operación. La

historia comienza en un café, donde el señor Bruch se

ha citado con otros dos señores. Él se despide de los

otros con el pretexto de “ocupaciones urgentes” (19)

porque no quiere perder más tiempo conversando con

ellos--que según lo percibe Bruch, son remilgados. El

97
señor Bruch empieza a recorrer las calles madrileñas,

mirando a la gente callejera y los escaparates. Piensa

ir a un partido de fútbol más tarde, pero necesita

conseguir una carraca primero para no tener que gritar

y así preservar la salud de sus amígdalas. Mientras

recorre las calles de Madrid, tropieza por casualidad

con Peláez, un empleado suyo, que ha perdido todo por

el alcohol. El señor Bruch quiere recuperar sus

papeles y la documentación que este empleado tiene, por

lo tanto, pierde la tarde caminando y buscando con

Peláez su alojamiento para poder ayudarle a pagar sus

deudas. Aún así, Peláez le pide más dinero para esta

noche. Después de lo sucedido con su empleado, Bruch

pierde la gana de buscar la carraca para llevar al

partido, porque no alcanza el tiempo. La carraca (un

instrumento de madera en que los dientes de una rueda

producen un sonido seco y desapacible), es popularmente

utilizado en la época de Carnaval. El propósito de

hallar la carraca resulta simplemente del deseo de

producir ruidos en vez de gritar en los partidos de

fútbol. El señor Bruch es un “hincha,” un fanático de

98
los equipos de Barcelona, que no quiere quedar mudo.

Sin embargo, después de su encuentro con Peláez,

prefiere gritar y arriesgar un amigdalitis.

Viajera de segunda

Otra vez Soriano nos presenta una protagonista

anónima. En “Viajera de segunda” la protagonista juega

con el sistema del ferrocarril primero por vanidad,

luego por vicio, pagando por viajar en tercera clase,

pero luego buscando asiento en los vagones de segunda.

Luego todo se convirte en un juego con el revisor al

cual lo odia intensamente. El revisor era joven,

moreno, con barba, y odioso porque perseguía a los

viajeros que no llevaban billetes adecuados. Es

también el representante del “Establecimiento”

masculino. Así pasaron cuatro semanas con este mismo

juego. Ella tendría que pagar la diferencia si el

revisor la pescara. En el último viaje ella compró un

pasaje de segunda y no de tercera como lo hacía

anteriormente. Ella quería encontrarse con el revisor

para mostrarle que esta vez sí tenía el billete

99
apropiado. Con mucha anticipación y ansiedad, dio

rienda suelta a su imaginación, pensando en las

posibilidades y los pretextos de la ausencia del

revisor. Parecía una eternidad, pero por fin entró el

revisor. Primero revisó a los escasos viajeros que

estaban, y por último se dirigió hacia ella pidiéndole

su billete. Ella perdió los nervios y le contestó con

voz alta y rabiosa: “¡Tome, lobo feroz!” (36) causando

un espectáculo. Los demás pasajeros la miraron con

estupor. Después, ella se sintió ansiosa, sofocada,

descontenta, nerviosa hasta el temblor. Al asomarse a

la ventanilla no se podía calmar. Fue entonces al

lavabo y al salir, se tropezó con el revisor. Él le

cortó el paso a pesar de su esfuerzo de esquivarle, la

empujó hacia un rincón, entre sus brazos, y la besó a

la fuerza después de decirle que si ella quiere viajar

siempre en segunda, tiene que casarse con un revisor de

la Renfe. Ella quería gritar, pero no pudo. Lo

empujaba con toda la fuerza “de su humanidad humillada,

de su feminidad recién despierta, de su erotismo

bruscamente revelado” (37). El revisor se sonrió por

100
haberla tratado con burla, falta de respeto e

ignominio, mientras ella se quedó paralizada, como en

una pesadilla, sintiendo una mezcla de repugnancia,

humillación, desprecio y desdén hacia el revisor. Ella

perdió en el juego, porque nunca llevaba las de ganar,

teniendo la desventaja de saberse mujer.

El testigo falso

En “El testigo falso,” el protagonista es también

el narrador en primera persona. El cuento comienza

cuando el protagonista, el señor Fulánez (cuyo apellido

simboliza su carácter genérico) tropieza con un tipo

que tiene el poder desde el momento en que se

encuentran de hacer que su vida se cambie. El día le

saldrá mal cada vez que vea al tipo. Es obvio que el

protagonista detesta y aborrece a este tipo que se

encuentra una y otra vez en su camino. Todo se va a

echar a perder a pesar de sus meticulosos preparativos

y hasta rituales limpiezas del espíritu y del cuerpo.

La enorme furia y el mal reprimido odio que siente

hacia ese desconocido le llena todo el corazón: va a

101
tener un mal día. El narrador reitera de varias

maneras su estado mental y corporal antes y después de

encontrarse con ese tipo. Por haberlo visto a él, el

narrador tendrá un día fatal y todo le saldrá mal

porque ese tipo le trae siempre mala suerte. Y ese

tipo es el “testigo falso.”

Prisa

En “Prisa,” Soriano presenta un personaje lleno de

recuerdos y memorias del pasado. El cuento tiene lugar

dentro de un tiempo bastante breve que va desde el

momento en que se despierta el anónimo protagonista

hasta el momento en que llega al puerto para tomar el

ferry. El protagonista trata de llegar al puerto en un

tiempo muy limitado. Aunque se ha despertado por la

mañana “más temprano que de costumbre” (71), hubo

muchas interrupciones. Al salir de su casa, llegaron

tres personas, dos hombres y una mujer, para venderle

algo mientras sonaba su teléfono. Cuando por fin

contestó el teléfono, escuchó las quejas del dueño del

apartamento. Así perdió tres minutos. Cuando salía de

102
su piso, el acensor se detuvo en el séptimo piso. Tuvo

que cruzar las calles y terrenos no llanos, y como

tenía mucha prisa, nada le salió bien por aquellas

interrupciones que le causaban demoras. Mientras

tanto, el protagonista dio rienda suelta a su mente,

iba pensando de un tema tras otro. Al final llegó

tarde y perdió el ferry. Expresa una experiencia

humana común y corriente, que es que las cosas suelen

irle mal al que tiene prisa.

La invitación

El relato en cuestión trata una invitación de

parte de una viuda con el nombre de María Luisa

Fernández, viuda de Cambelli, para cinco personas muy

distintas: sin discriminación al sexo, ni a la edad, ni

a su estado socioeconómico. Se trata de una peripecie

desacostumbrada en la ficción de Soriano, por lo menos

la de su primera época (que termina con “Prisa”).

Pasan tres décadas entre ese cuento y éste, que ya

pertenece a la época de “la Democracia” y se nota en

todo el paso del tiempo. La acción comienza con una

103
descripción detallada de la invitación. Después, se

pasa a describir a cada una de las personas--unidos

entre sí únicamente por el hecho de que todos serán los

recipientes de algún órgano. El clímax ocurre cuando

todos los invitados llegan al almuerzo, ansiosos acaso

por no saber el propósito de la reunión o tal vez por

la esperanza de llegar a conocer la identidad del

donante. El desenlace, totalmente inesperado y

sorpresivo, presenta a la viuda matando a todos los

invitados. Además ella se suicida, matando al

mayordomo a la vez. Según la viuda, nadie merece los

órganos de su querido amante difunto. La causa de la

muerte del amante fue un accidente automovilístico,

ocurrido mientras que el amante trataba de huir y

escapar de la relación con la viuda sin avisarla, y

para colmo, en el coche de ella.

Leonora

Soriano retrata un hombre quien durante su

juventud, fue traumatizado por una mujer llamada

Leonora. Este hombre anónimo reaccionó física y

104
emotivamente al ver de nuevo e inesperadamente a la

mujer (Leonora) quien le enseñó el arte de amar y lo

inició en el sexo cuando apenas tenía dieciocho años.

“Su corazón palpitaba dolorosamente y su rostro

enrojecía de vergüenza” (110). Al verla con su sonrisa

“enigmática,” se volteó de espaldas instantáneamente.

“Siempre, desde la primera vez hasta ahora mismo, me ha

hecho el mismo efecto su belleza: una mezcla dolorosa

de admiración, deseo, nerviosismo, impotencia,

desespero de gozarla” (109). Siempre recordaba el

tiempo que pasaron juntos. Cuando se conocieron, él

tenía diecisiete, y ella, unos treinta años. Leonora

era una de las numerosas parientes que frecuentaban su

casa, la mayoría de las cuales él recuerda como señoras

“cursis y snobs” (110). Además,

la mayoría de ellas ya lo conocían y tenían la


costumbre de estrecharle y besarle [...] y él
tenía que disimular la repugnancia que le causaban
los sucesivos contactos con pechos más o menos
grandes y blandos, la presión en sus mejillas de
labios pintados de colores diversos [...] los
olores diferentes. (110-111)

Este muchacho adolescente se sentía muy incómodo debido

a los contactos físicos con cuerpos femeninos, pues

105
estaba en esa etapa de la vida donde el sexo opuesto se

percibía como algo diferente, curioso, interesante,

repugnante [...] en fin, contradictorio y enigmático

para él. Su incomodidad también refleja las actitudes

puritanas de la época franquista que estropeó su

juventud con su estrechez e hipocresía.

La isla sin nombre

En este cuento, de título misterioso, Soriano

retrata un hombre anónimo en su madurez quien ha vivido

una vida muy difícil, tratando de olvidarse de su

niñez, de su familia, y de su origen. La acción

comienza con el regreso del protagonista de sesenta y

tres años al pueblo donde nació. La narración de su

viaje de vuelta utiliza la primera persona narrativa.

El protagonista-narrador escapó de su pueblito cuando

apenas tenía trece años, y el tiempo del cuento abarca

sobre toda su infancia y juventud, evocadas a través de

los recuerdos penosos y hasta horrorosos del narrador.

La acción termina cuando el anónimo protagonista vuelve

a su pueblito, encontrándose con su amigo de la

106
infancia--Gil, convertido en alcalde. Cuando eran

niños, los dos leyeron muchos libros de fantasía,

especialmente sobre las islas. Había una isla cerca de

ese pueblito, isla sin nombre que fue la fascinación

del narrador. Después de arreglar el negocio necesario

con el alcalde, se enteró de que la isla, antes

anónima, ya tenía nombre. Llevaba el nombre de “La

isla del ahorcado.” El final, aunque chocante,

solucionó dos misterios en la vida del narrador.

Maremoto1

Este cuento, escrito en la primera persona

narrativa, coincide en cuanto a su perspectiva

narradora con muchos de los cuentos en esta colección.

Se trata de una profesional veraneando en el mismo

lugar que ha visitado por varios años. El punto de

partida que escoge la autora son las descripciones

meteorológicas del tiempo actual en todo el mundo,

especialmente detalles sobre las condiciones

catastróficas (i.e. los desastres naturales: “lluvias

torrenciales, temblores, ciclones, vientos huracanados”

107
[156]). Sin embargo, este rincón en donde veranea la

protagonista es muy bello, a pesar de algunos fenómenos

desagradables: “nieblas, calimas y repentinos

chaparrones, [...] las aguas inusitadamente inquietas,

con alternadas corrientes cálidas y gélidas, y un

excesivo removimiento de su fondo arenoso en las

mareas” (158). Respecto a todo este fenómeno, le culpa

al “afán sensacionalista del periodismo moderno que va

hinchando más que nunca la típica ‘serpiente verano’”

(158). A la protagonista no le da miedo lo que

considera meramente palabrería.

El vídeo perfecto

Soriano escribió este cuento, el último de la

colección, en 1989. A través del texto, criticó el

curso que había tomado España para conseguir el

“progreso,” sacrificando tesoros naturales, valores

morales y partes del patrimonio nacional en aras del

avance tecnológico, sin examinar bien las

consecuencias. Además, aparecen los temas de la

explotación de una niña, el vicio de las drogas, los

108
vicios y desviaciones sexuales (i.e., las orgías y la

pornografía), el abuso del alcohol, el voyeurismo, y el

abandono--otro aspecto que acusa el paso del tiempo.

Ya no es el mundo rígido, totalitario, pero controlado,

de la postguerra. Los personajes principales son Don

Marcelino de Alcón y de los Monegros (Lino), cuyos

apellidos sugieren aristocracia, Bernardo (Nardo)--el

amigo de Lino--y Sinforosa (la Osita). La acción

comienza con el viaje exageradamente costoso de ida y

vuelta de Lino para una cita de negocios. El cuento

continúa describiendo a los dos personajes masculinos--

detalla sus hábitos, sus vicios y sus obsesiones. La

acción culmina cuando la afición de Lino llega a

traicionarlo. El desenlace del cuento es algo muy

sencillo: Lino se da cuenta de quién es él mismo

después de pagar muchísimo dinero e invertir mucho

tiempo por aprender algo que su amigo Nardo ya sabía

desde hacía tiempo.

109
Las “bachas”

Este cuento algo brutal retrata la muerte de una

niña llamada Mariita. Las niñas pobres del pueblo

siempre juegan en las bachas en las estaciones

calurosas en vez de los bosques, porque no los tienen.

Los juegos imitan a muchos cuentos fantásticos donde

están los castillos, las princesas, los dragones, las

sirenas, entre otros. Todos los veranos, cuando las

bachas estaban secas, las niñas jugaban en ellas usando

sus imaginaciones, convirtiéndolas en cuartos con

muebles diferentes. Por ser la hija del alcalde,

Mariita siempre era la princesa. Pero un año tuvieron

un invierno larguísimo, lluvioso, e incapacitó a los

juegos de las bachas porque estaban llenas de agua.

Las niñas, de pronto, empezaron a burlarse de Mariita,

“porque tenía sabañones y llevaba mitones grises y no

movía bien los dedos” (156). Todas las niñas empezaron

a atacarla, diciéndole que nunca se secarían las

bachas, que se habían convertido en un mar, y que ella

nunca más podría ser princesa y perdería a su castillo

para siempre. Sin embargo, Mariita les contestó con

110
firmeza: “Sí: tengo mis palacios. Aunque estén debajo

del agua, cuando yo quiero bajo y lo veo, pues para eso

soy la ‘sirena’ de la mar” (156). La reacción fue muy

negativa, pues sus amigas se echaron a reír a

carcajadas y a gritar a coro: “¡Cobarde, si no te

atreves! [...]” (156). Esa misma tarde, Mariita

desapareció. La encontraron más tarde en las bachas.

El camello volante

La autora describe a su protagonista-narradora

quien se encuentra sola, sentada en un sitio campestre

desconocido, donde puede abarcarlo todo en una mirada:

desde el paisaje hasta lo que ocurre en el cuento.

Mientras tanto, la narradora contempla “todo esto con

paz y gozo y, a la vez, con inquietud, sabiendo que

estoy en un lugar extraño y que me pude suceder algo”

(16). El punto culminante del cuento llega cuando ella

ve un camello volante que aparece enfrente de ella. Al

mismo tiempo, pasa la manada de elefantes que, en vez

de matarla a patadas, pasa sobre ella sin rozarle. Es

un cuento más ambiguo y abierto que la mayoría de la

111
ficción de Soriano, que obliga al lector a descifrar si

la conciencia narradora está soñando, delirando, o ha

enloquecido.

Los hijos anfibios

Aparece en este relato una protagonista-narradora

casada que va con su marido de visita a un matrimonio

amigo suyo. Al llegar, el matrimonio amigo les saluda

alegremente y empieza a hablar de sus hijos: un niño y

una niña que se encuentran en la piscina (hablan de sus

progresos escolares). Sin embargo, para el asombro y

hasta horror de la narradora y su esposo, ven que los

hijos no son niños normales, sino que tienen cuerpos de

pez, “que también surgen del agua, con sus branquis

palpitantes, sus aletas en abanico, su larga cola

escamosa” (19-20). Lo chocante para la narradora-

protagonista es que los padres se comportan de manera

como si no se dieran cuenta de la deformidad o

anormalidad de sus hijos. Acaso sea un comentario

irónico sobre la ceguera típica de los padres

112
indulgentes que siempre parecen incapaces de percibir

la menor falta en sus adorables hijos.

Las monedas del muerto

Este cuento retrata a dos mujeres: una madre y una

hija. Las dos se encuentran en una ciudad desconocida

donde recorren todas las calles. Mientras tanto, se

encuentran con un samurai, que les advierte: “Vean por

dónde pisan: está prohibido” (21). Una mujer llega y

les explica que “es que van ustedes pisando las rayas

del muerto” y continúa diciendo que “por aquí acaba de

pasar un entierro y la familia del muerto ha marcado su

paso” (22). Se dan cuenta la madre y la hija de que

aunque no se puede pisar, sí se puede escarbar para

recoger las monedas. “Es el regalo del muerto. Es la

costumbre, aquí [...]” (22). Así las dos van

escarbando hasta el punto de sentirse fatigadas y

tristes. Se diferencia mucho del típico cuento

soriano, al no tener nada específicamente español ni

contemporáneo. Es un país algo mítico o fantástico,

con aspectos de cuento de hadas o apólogo, y el tiempo

113
es igualmente mítico, atemporal. Si un entierro puede

pertenecer a la cotidianeidad española, no tanto el

samurai y la irrealidad aumenta con la falta de

explicación del donde, el cuando o el porqué.

Definitivamente, ya no es la España franquista ni

tampoco la democrática, sino algo atemporal, con visos

fantásticos, que recuerda la atmósfera y el final

abierto de “El camello volante.” Indudablemente, la

cuentística de Soriano en su última fase se aleja de la

realidad cotidiana de sus comienzos y lo más de su

desarrollo.

114
NOTAS

1
Soriano comenzó el cuento con una dedicación a Daniel
Sueiro, escritor gallego durante la predemocracia y los
años de la transición. Escribió para numerosos diarios
y revistas. Su obra maestra, Los verdugos españoles
[Ediciones Alfaguara 1971], hoy inencontrable, trata de
la historia y la actualidad del garrote vil; es un
“impresionante trabajo de investigación y estudio
sociológico” (información encontrada en la Biblioteca
Virtual Miguel de Cervantes). Daniel Sueiro, además de
ser escritor, era también periodista y guionista de
películas. Recibió el Premio Nacional de Literatura en
1959. La dedicación de Soriano en “Maremoto” fue: “a
la memoria de Daniel Sueiro, cuyo cuento ‘El día que
subió tanto la marea’ yo no conocía cuando escribí este
sueño mío” (157).

115
CAPÍTULO VII

LOS TEMAS EN LOS CUENTOS DE SORIANO

Esta sección se plantea la tarea de examinar y

analizar los cuentos sorianos, sabiendo de antemano que

la mayor parte de lo que “quiere decir,” no lo puede

expresar libremente. Además de vivir en una época de

censura feroz, Soriano arrastraba el lastre de un

pasado republicano, por ser de una familia liberal, con

un marido también asociado con la República, Soriano no

podía expresar ningún mensaje subversivo; tenía que

dejar que los hechos hablaran por sí mismos. A pesar

de sus obvias preocupaciones feministas, tampoco podía

hablar abiertamente en defensa de la mujer o sus

derechos: se tuvo que limitar a pintar las

consecuencias nefastas para las mujeres de la “cruzada”

franquista que había abolido todo rastro de derechos

femeninos. Aunque las mujeres tengan bastante

visibilidad en su cuentística, no puede decirse que

haya ninguna feliz: las pocas que no llevan vidas de

callada desesperación son insensibles, cegadas por la

116
educación patriarcal recibida, de manera que algunas

colaboran con los opresores, o se resignan a la mayor

pasividad.

El estudio que se propone no es de teoría

feminista propiamente dicho: es más bien un

acercamiento al estilo de los “Gender Studies,” que

observa cómo las mujeres, simplemente por serlo, se ven

obligadas a callar y obedecer, a no aspirar a todo

aquello que les quedó vedado en el momento de nacer

hembras. Soriano no protesta--no podría, pues hubiese

visto prohibidas o secuestradas sus obras--pero sus

protagonistas gritan, lloran y enloquecen, a veces sin

causa más visible o dramática que el hecho de ser

mujeres en una sociedad radicalmente tradicional (no es

oximorón), reaccionaria y patriarcal en extremo. Para

los lectores de hoy, acaso haga falta recordárselo,

subrayarlo. Para los de su época, la postguerra,

sobraba.

Esta tesis parte de la premisa del feminismo de

Soriano, algo ya evidente y también establecido por los

estudios críticos de sus novelas (que han acaparado la

117
mayor parte de los estudios críticos). Por ello,

aunque se vuelva una y otra vez sobre la triste

realidad de la condición femenina en una sociedad

patriarcal y reaccionaria, el siguiente estudio de los

cuentos de esta grande y largamente silenciada

escritora tratará su feminismo como un aspecto entre

varios de los analizados en sus cuentos (incluyendo

temática, estilo, personajes, estructura, política,

géneros, y sociedad). Soriano misma--consumada

literata e intelectual--merece una consideración más

matizada.

Los temas empleados en los cuentos de Soriano son

muy variados. Algunos temas se relacionan con la

sociedad de una época limitada, oprimida, restringida,

censurada, e injusta; otros se relacionan con la

psicología. Los temas psicológicos examinan la

venganza, la tristeza, la injusticia, la adicción,

entre otros problemas que aparecen en los cuentos de

Soriano. Otro tema psicológico destaca el tratamiento

de los sueños y la imposibilidad de la voluntad humana

de librarse del inexorable destino. Esto se aplica

118
especialmente a la colección de Tres sueños y otros

cuentos (i.e., a los tres sueños de Soriano). En el

prólogo, Soriano señala:

Creo necesario advertir que estos tres relatos no


son cuentos fantásticos ni tienen el menor sentido
esotérico o simbólico, al menos consciente. Se
trata de auténticos sueños míos reproducidos con
toda la fidelidad con que el lenguaje puede
expresar lo vivido oníricamente. Yo soy--y acaso
sea siempre--una escritora de imaginación
exclusivamente realista, incluso demasiado
razonable, en estado de vigilia. (13)

La temática soriano también concede lugar privilegiado

a la llamada “guerra de los sexos,” a las relaciones

“mujer y hombre” (según reza el título de su trilogía).

Aquí también destacan los matices psicológicos, amén de

los sociopolíticos.

La sociedad patriarcal

El tema del papel tradicional de una mujer se

repite insistentemente en los cuentos de Soriano. En

“El perfume,” Soriano utiliza la narradora del cuento

como representante de una sociedad española típicamente

patriarcal y conservadora que tiene una perspectiva

estereotipada. La propaganda falangista mandaba

119
someter a la mujer de España a la moralidad y prudencia

tradicionales y antiguas. El término “muy mujer” se

utilizaba durante el franquismo para describir a las

mujeres tradicionales, al estilo antiguo, calladas,

silenciosas, pasivas, religiosas, sacrificadas,

obedientes, y que “nunca muestran interés real por

ninguna cuestión social o política, mera figura

decorativa que se limitaba a sonreír, mucho” (Martín

Gaite 28). La narradora presenta la visión que posee

este mundo de una mujer incapaz de controlar sus

sentimientos: “Irrumpe en la habitación con su ímpetu

habitual, siempre como anunciando un catástrofe [...],

hecha un mar de lágrimas [...] que brotan sin cuidado

de disolver el rímel” (7). Tradicionalmente, llorar ha

sido un acto de sentimiento aceptable para las mujeres

porque la sociedad patriarcal considera a las mujeres

débiles e incapaces de solucionar asuntos o problemas

importantes. Además, se acostumbra que las mujeres

lleven maquillaje y se vistan de acuerdo con su nivel

social. Cuando la narradora menciona que “me doy

cuenta, con estupor, de que no viene maquillada en

120
absoluto [...]” (7), refiere indirectamente al

comportamiento esperado como norma para las mujeres de

su clase en una sociedad patriarcal. En el libro

Mujercitas de Núria Pompeia, presenta una respuesta

básicamente gráfica, apresurada y panfletaria en


la forma, y que en el fondo pretende reflejar una
serie de situaciones exclusivamente propias de la
condición de todas las que para siempre vamos
marcadas con este nombre de MUJER. Situaciones
aceptadas, admitidas y asumidas, hasta ahora, como
normales en esta sociedad patriarcal que nos ha
tocado vivir. (7)

En el dibujo que se encuentra en la página

dieciocho, dos madres se ven sentadas en la banqueta de

un parque mientras sus dos hijos (un hijo y una hija,

respectivamente) juegan. Cuando los niños se lastiman

y lloran, los comentarios son: “¡Anda, valiente! ¡Los

hombres no lloran!” y “¡Preciosa mía! ¿Qué le han

hecho a mi niña bonita?” (18). Los papeles tanto de

las mujeres como de los hombres les impone a los niños

la sociedad desde el momento en que nacen, sean niños o

niñas. Martín Gaite indica:

Como los hombres no lloraban más que en algún


corrido mexicano, se idealizaban sus tormentos
callados y se ansiaban con ardor sus confidencias.
A ellos parecía que las penas de una mujer les

121
intrigaban menos, más bien les podían aburrir.
(155)

El contexto y las actitudes de una sociedad

patriarcal permean este cuento. El que la amiga venga

a visitar como consecuencia de una pelea o discusión

con el esposo es en sí mismo un concepto estereotipado,

generalizado. La idea de que una amiga venga a visitar

sólo porque ha reñido con su esposo refleja un ambiente

anticuado, patriarcal y machista. Las mujeres tienen

el derecho de disfrutar algunos momentos libres con sus

amigas, deben de tener tiempo para sí mismas cuando

quieran para hablar no sólo de cosas malas sino también

de cosas buenas. Sin embargo, la narradora, siendo

mujer de mentalidad formada por una sociedad

patriarcal, conservadora o reaccionaria, sabe lo que

espera, desea, o necesita la mujer lastimada, y prepara

la “mise en scéne” (8). La narradora implica que su

amiga Irma es muy exagerada. Su queja implícita es que

Irma llegue con su catástrofe habitual principalmente

por ser una mujer “hiperfeliz” por tener a alguien a

amar. En la España de postguerra, el futuro previsto

122
para las mujeres españolas era casi exclusivamente el

del matrimonio. Si la meta de casarse no se realizara,

se quedarían dos opciones para esas mujeres: la de ser

monja o quedarse solterona; pero la última no era

aceptable. Así, no era imposible que fuera infeliz

Irma por ser una mujer casada en un país sin divorcio y

sin opciones. Sin embargo, la ironía cae sobre esta

misma imposición de ser una mujer casada y por ello

automáticamente “feliz”: la situación de Irma no es

nada rara para la narradora; según ella, le escucha a

Irma durante más de dos horas la “letanía de toda mujer

que lleva amando a un hombre” (8). Se nota mediante la

cita que en la cultura de su sociedad patriarcal, las

mujeres se consideran predispuestas a sufrir por amar a

los hombres. Pompeia señala con obvia ironía que “la

misión de la mujer ha sido, es y será sólo ésta: ser

madre y educadora de sus hijos. Es una ley natural y

un deber moral. Es la mayor aspiración de la mujer”

(13). No se concibe el amor como un libre acto sin

dolor, sin lástima ni penas; aunque debe ser algo

bonito, dulce, gozoso, hermoso, encantador y feliz,

123
frecuentemente resultaba todo lo contrario. Irma, al

darse cuenta de que ya no lo quiere a su esposo Abel,

sufre un sentimiento de tremenda culpabilidad que la

ahoga. Debido a la sociedad patriarcal en que vive,

sin la menor posibilidad de escape, con leyes que le

prohiben trabajar, llega a un nivel de profunda

depresión, infelicidad e incomunicación. No tiene otro

remedio que seguir viviendo con un hombre al cual ya no

aguanta. Soriano presenta una visión implícitamente

amplia de las relaciones humanas en este breve cuento,

incluyendo un muestrario de varias relaciones entre un

hombre y una mujer, entre amigas y los límites de su

comunicación o incomunicación. Empleando las ideas

estereotipadas de la sociedad conservadora, patriarcal,

la escritora logra, con brillantez, mostrarle al lector

el papel tradicional de una mujer con toda su

asfixiante opresión y encierro.

En “La abuela loca,” al llegar a la colina otra

vez, la abuela recuerda cierto acontecimiento del

pasado cuando estuvo en ese mismo lugar anteriormente

con su nieto. El acontecimiento fue tremendamente

124
traumatizante porque la ley que mantenía la doble norma

sexual de España le causó temor a la abuela. Su nuera

(la mujer culpable de amar a otro hombre que no fuera

su marido)--podría pasar el resto de la vida

encarcelada al ser descubierta. Además, la abuela se

había educado en el terror al Sexto Mandamiento (que

prohibía el adulterio). Se enloqueció de puro miedo.

La condición de la mujer española en esa época se

transluce en dos partes de este cuento. Primero, las

vecinas llegan a aceptar la responsabilidad de cuidar a

los niños y a la abuela simplemente porque son mujeres.

Soriano subraya la asociación de ser mujeres (o sea, su

hermandad), y el verse retratadas como chismosas (algo

común y hasta estereotipada en el ambiente machista):

“[...] Las vecinas, atareadas con sus quehaceres y sus

chismorreos” (14), lo cual indica un rasgo obligado del

estereotipo de la mujer en una sociedad patriarcal.

Segundo, cuando la abuela y su nieto oyeron la voz de

la madre en un acto de pasión, la abuela se enloqueció.

Las virtudes y la moralidad femenina han recibido un

énfasis exagerado a través de la historia de España,

125
especialmente una mujer casada con hijos. La abuela no

pudo creer ni aceptar lo que había oído y desde aquel

día, se enloquece, como si fuera un castigo que la

abuela le echa a sí misma por encontrarse con esa

escena inmoral. Conociendo bien la ley de España, la

abuela no puede vivir con su conciencia y decide

morirse en el ribazo donde estuvo como testigo de la

inmoralidad, que representa para ella la pasión

desenfrenada.

La diferencia entre los sexos se nota en el primer

plano de “La carraca.” El marido--el señor Bruch--

tiene la libertad de viajar a otra ciudad para arreglar

sus negocios, mientras que su esposa se queda en casa,

cuidando a la casa y los hijos. En vez de terminar su

negocio y regresar a su familia rápidamente, él forma

pretexto para una demora en regresar a su ciudad y a su

familia, pensando en un posible encuentro con las

mujeres brasileñas que están en el hotel. Además,

mientras recorre las calles madrileñas, él mira los

escaparates, las tiendas, a la gente y sobre todo, a

las mujeres, formulando críticas y opiniones sobre

126
ellas. Soriano deja claro que las mujeres son unos

objetos para el hombre como se aprecia en la

observación del señor Bruch quien nota que las

madrileñas “tienen piernas más bonitas” (20).

En “Viajera de segunda,” la protagonista anónima

forma parte de otro tema universal, pues representa a

todas las mujeres de todas las sociedades patriarcales

y especialmente los de la España de postguerra. Para

la mujer en una sociedad tradicional, conservadora y

machista; le sería difícil triunfar, sobre todo, para

una mujer pobre. En Usos amorosos de la postguerra,

Martín Gaite citó un artículo del New York Post de los

años cuarenta, que decía lo siguiente de la mujer

española:

La posición de la mujer española está hoy como en


la Edad Media. Franco le arrebató los derechos
civiles y la mujer española no puede poseer
propiedades ni incluso, cuando muere el marido,
heredarle, ya que la herencia pasa a los hijos
varones o al pariente varón más próximo. No puede
frecuentar los sitios públicos en compañía de un
hombre, si no es su marido, y después, cuando está
casada, el marido la saca raramente del hogar.
Tampoco puede tener empleos públicos y, aunque no
sé si existe alguna ley contra ello, yo todavía no
he visto a ninguna mujer en España conduciendo
automóviles. (30)

127
La situación de esta mujer sin nombre no cambiaría

si tuviese nombre o edad, e incluso se ve simbolizada

por el título mismo del cuento, que indica la falta de

igualdad de la mujer, su condición de ciudadana de

segunda clase. La protagonista puede sentirse una

mujer liberada sólo en un lugar tranquilo, callado,

secreto, desierto. El momento en que debe sentirse

satisfecha y orgullosa, ella se siente sofocada y

descontenta de lo que había concebido como su triunfo,

porque por fin ella se da cuenta de que él, el revisor,

la obligó a gastar el doble para el pasaje. Ahora,

hasta la presencia de los hombres le molesta a la

muchacha. No puede calmarse mirando hacia las

ventanillas. Ella sale hacia el lavabo, sólo para

encontrarse luego con que el revisor la estuvo

esperando fuera del lavabo. La cortó el paso y le

dijo: “Óigame, pequeña. Tengo que decirle una cosa” en

una voz jovial e irrespetuosa (37). Habiendo visto

como ella se sofocaba, él se dispone a convertir la

situación en “triunfo” propio y se comporta como

128
conquistador. Sin darse cuenta, ella se vio empujada

hacia un rincón, “dejándola encerrada en el hueco de

sus brazos” (36). El revisor, que representa la

autoridad del Estado en el tren, ejerce el poder

masculino, machista y patriarcal. Las mujeres en tal

sociedad no tienen poder alguno, ni apenas

oportunidades para salvarse. Las representa la

muchacha anónima que trabaja tanto y no gana casi nada,

“una obrera de quince pesetas de jornal” (30) y encima

tiene la obligación de cuidar a la mamá y a su

hermanito. El revisor representa el abuso por los

hombres que disfrutan los privilegios y son protegidos

por la ley. Habla con ella de manera despectiva y se

burla de ella. Por ser hombre, con su fuerza superior,

físicamente la atrapa y encierra entre sus brazos,

sorprendida e indefensa. El revisor la besó a la

fuerza (un abuso sexual, aprovechando la inocencia de

la muchacha); la obligó en contra de su voluntad. El

revisor salió riendo de ella, dejándola allí

estupefacta, sin poder gritar ni mover, como si fuera

todo una pesadilla. La muchacha ha sido la víctima del

129
abuso masculino, del acosamiento sexual. Por

vergüenza, estupor, miedo, rencor y odio, ella se

paralizó, no podía reaccionar. A ella le dio tanto

asco que “le daban sensaciones vertiginosas” (37). El

revisor la hirió profundamente: emocionalmente,

físicamente y psicológicamente. Este cuento demuestra

la desigualdad entre los sexos de una manera desgarrada

y fuerte.

La protagonista puede sentirse una mujer liberada

sólo en un lugar tranquilo, callado, secreto y

desierto, donde se encuentra sola, sin presencias

masculinas. Ella disfruta del soplo y olor del viento

“ardiente y frío, puro y confortador, [...] dejándola

liberada” (30) con la naturaleza, lejos de la sociedad.

Cuando la joven protagonista copia la prenda que lleva

puesta de un modelo del taller, “en días de asueto,

subrepticiamente, para que no se enterase Madame” (30),

se pone a coser en secreto. De esta manera, la

muchacha puede pasar por “una chica distinguida y no

por una obrera de quince pesetas de jornal” (30). La

130
muchacha se imagina convertida a través del fraude y

disfraz:

A nadie, ni a ella misma, podía ocurrírsele dudar


de que era una auténtica viajera de segunda, que
sabía vestir con gusto y pronunciar una docena de
palabras francesas como si se hubiese educado en
el ‘Sacre Coeur’[...].” (31)

Estos pensamientos que exteriorizan las aspiraciones de

ella también revelan su pobreza, su falta de educación,

y sus pocas opciones en la vida. A pesar de ser joven

y atractiva, con talento y buen gusto, no podrá aspirar

a más que casarse con un empleado del ferrocarril.

Sueña con lograr ser lo que quiera, ser lo que no es:

vestirse de una manera que le apetece--con diseños

imitados, hablar como una mujer de la alta sociedad--

utilizando algunas palabras francesas, aparentar una

buena educación, y tener cierta independencia personal

o financiera. Estas metas razonables, sin embargo, le

son imposibles. La realidad social únicamente le

permite a ella viajar sola en estos viajes cortos.

Repetidamente Soriano le recuerda al lector (o la

lectora) que la muchacha “era una buena chica porque

ella todavía entregaba su pago a su madre y recibe un

131
‘dinerillo’ para sus gastos” (33). A través de las

descripciones, se puede notar primeramente que ella es

pobre y que su madre y su hermanito viven con una tía--

ella con su trabajo los mantiene a todos y así le falta

la libertad para vivir independientemente o para

intentar educarse.

Sin embargo, la situación de su jefa, La Madame,

es diferente. Ella es una mujer “intolerante y

prohibía a sus dependientes, bajo la pena de despido,

imitar el menor detalle de las creaciones de la casa”

(30). Al tener un puesto de autoridad, La Madame se

aprovecha del poder, de lo contrario, no puede portarse

de esa manera en una sociedad patriarcal. Así, la

muchacha recibe el tratamiento duro y estricto de su

jefa.

En “El testigo falso,” Soriano retrata el

tratamiento de la mujer mediante el comportamiento del

señor Fulánez con su esposa. Él la evita a su mujer,

dejándola abandonada porque la considera molesta y

celosa. Era tradición, pero también obligación durante

la postguerra española que la mujer se portara como una

132
santa. La mujer debe llevar una sonrisa todo el

tiempo; debe ser sacrificada, obediente, y jamás

expresar ninguna opinión propia, pues a los hombres no

les gusta que la mujer tenga opiniones, ni emociones

negativas. Primero, para sentirse bien, el señor

Fulánez hace muchos preparativos (i.e. comer bien,

dormir bien, pensar en palabras felices, limpiarse

bien) porque según él, cuando va a “realizar una

gestión financiera de importancia le gusta estar

impecable no sólo por fuera, sino en el interior de su

cuerpo y de su espíritu” (40). Sin embargo, a su mujer

no le gustan sus preparativos. “Mi mujer siempre que

ve tantos preparativos, se enfurruña y hace comentarios

celosos” (40). Él se aparta de la situación y la

ignora, porque le es permitido por ser hombre. Según

él, los hombres tienen que estar preparados corporal y

mentalmente para cualquier sorpresa. Piensa que las

mujeres no los entienden a los machos, porque sólo

saben enojarse y ponerse celosas. Puesto que se narra

desde la perspectiva de Fulánez, no se menciona mucho

sobre los niños. Le choca cuando ve a Camuñas en el

133
comedor, pues está su amigo “andando a cuatro patas,

con mi hijo menor sobre el lomo y los otros dos

arreándole con palos” (44). El lugar de la mujer

tradicional es la cocina, como se refleja cuando el

narrador menciona el acontecimiento del experimento:

su amigo Camuñas tuvo que utilizar la cocina por unos

días para crear el jabón potásico. “Anduvo dos o tres

días metido en nuestra cocina, ensuciándola

terriblemente con un saco de cenizas que llevó y

desesperando a mi mujer y a la criada” (45). Además,

el amigo no quiso hacer nada a la vista de las mujeres.

“Las dos me advirtieron de la resistencia de Camuñas a

manipular claramente ante ellas” (45-46). Todo lo

citado tiende a subrayar de manera implícita la “guerra

de los sexos” mediante división entre el mundo

masculino con sus privilegios y libertad y autoridad y

el espacio femenino con su falta de poder, sus límites

y la falta de atención o interés hacia los problemas de

las mujeres y niños. Los comentarios de Fulánez

respecto a su mujer dejan entrever que no acostumbra

apenas comunicar con ella, que no se cree obligado a

134
darle explicaciones. Se limita a justificarse mediante

sus estereotipados comentarios misóginos sobre los

celos, y su conducta explica con sobras las sospechas

de su mujer. La señora de Fulánez, supuestamente

afortunada porque tiene un marido “triunfador,” se ve

aislada, sola, marginada y despreciada.

La mujer ocupa poco espacio en el relato de

Fulánez, al igual que en sus pensamientos, y no vuelve

a mencionarla hasta recibir la noticia del pleito.

“Una noche, al volver a casa, mi mujer me recibió con

cara preocupada y me llevó en seguida aparte” (53). Al

narrador le dieron unos papeles del Juzgado. La pareja

empieza a discutir sobre este asunto. El narrador

reaccionó sobresaltado e insultado, mientras su mujer

contestó regañándole asustada y desesperada. “¿En qué

lío te habrás metido? Ha dicho que tienes ocho días

para presentarte. ¡Jesús, Jesús! ¿Qué habrás hecho?”

(54). Nuevamente, se implica que Fulánez mantiene a su

mujer en la ignorancia respecto a “cosas de hombres.”

“Eludí a mi mujer con irritación, me encerré con los

papeles y me puse a leerlos minuciosamente, lleno de

135
ansiedad” (54). El marido evita a su mujer para no

hablar ni discutir sobre el asunto con ella, aunque se

ven afectados por igual ella y los hijos. Sin embargo,

como el hombre de la casa con su deber de proveer y

mantener, el narrador se preocupa implícitamente por su

familia: “¿De qué me iban a acusar,[...]? Me

angustiaban inminentes catástrofes: publicidad

periodística, difamación de mi nombre, pérdida de mi

crédito comercial, ruina, desgracia y miseria para mi

mujer y mis hijos [...]” (55). Son todos pertenencias

suyas, como su crédito, y no parece preocuparle más la

familia que el crédito. Otro incidente muestra el

tratamiento de la mujer de manera abusiva.

El narrador tiene un mal día porque se encuentra

con el tipo que mintió en el Juzgado. Por estar de mal

humor, le trata muy mal a su mujer.

Sofocado, tembloroso [...] disputé con mi mujer en


las compras, cambié mi premeditada generosidad por
repentina y ridícula tacañería, en fin, estuve
grosero con ella en una tienda de sombreros,
inclinándome por el que menos le gustaba. (64)

El dinero representa el poder del hombre. Como el

trabajo de la mujer tradicional en esta época consistía

136
en ser esposa y madre y hacer “sus labores” en casa sin

recibir ningún sueldo, es el hombre que trae el dinero

a casa para mantener a la familia económicamente. Esto

establece relaciones de superioridad e inferioridad, y

se nota dicha relación entre el esposo y la esposa en

el siguiente diálogo cuando su mujer le consultó a

Fulánez con respecto al sombrero que iba a comprar:

—¿No te parece que me hace muy mayor?


—No, te va muy bien, mujer--dije con desgana e
impaciencia.
—Es un sombrero de señora mayor, Balbi.
—Pues es el que te corresponde. (64)

Mientras conversa, ella le echa “una ojeada triste y

recelosa” y a él le irrita que le llame Balbi (desde

que pasó la luna de miel ya no le gusta ese apodo). El

marido dice que “sé que ella me lo dice cuando quiere

molestarme” (64). Por eso le responde a su mujer “con

dureza” (64), selección léxica que exterioriza su

complejo de superioridad. Este hombre lo toma todo

desde el punto de vista personal, egoísta y

egocéntrico. Supone que todo lo que dice la mujer es

un ataque contra él, con algún propósito de causarle un

malestar. También se debe precisar que considera que

137
la mujer es de “cortos alcances” (65), como la describe

el narrador, y que no sabe replicarle como merece. Al

ver a la mujer herida, casi llorosa, la dependienta

intenta comunicar mediante miradas con el señor

Fulánez, pero su desprecio a la mujer es algo general:

“La dependienta intentaba cambiar conmigo una miradita

cómplice y yo le devolvía una de desprecio: en aquel

instante odiaba tanto su tersa juventud maquillada como

la maquillada madurez blanda de mi mujer [...]” (65).

El hombre agrupa a todas las mujeres para poder

atacarlas juntas. Nuevamente, la actitud y comentario

misóginos del marido aparecen mediante el odio que

siente hacia su mujer y todas las mujeres en este mismo

momento. Mientras Fulánez pasaba dos meses buscando al

desconocido testigo falso, formulaba en su mente varias

escenas para la confrontación. Sin embargo, el

instante en que le vio al testigo falso, no sabía qué

decirle ni cómo portarse decentemente. “Sólo mis

insultos le persiguieron: ¡Granuja! ¡Cochino!

¡Estafador!” (63).

138
Es de notar que Fulánez no es capaz de maltratar

al testigo falso más que verbalmente, aunque pensaba

pegarlo--y acaso por tratarse de un hombre, se deshace

su furia al mirarle a los ojos. Hasta es incapaz de

mirarlo con el desprecio que atribuye a sus miradas a

las mujeres. Durante la escena de la compra con su

mujer, el protagonista cambiaba miradas con su mujer,

también con la dependienta. “Ella me echó una ojeada

triste y recelosa” (64) y “la dependienta intentaba

cambiar conmigo una miradita cómplice” (64). Esta

escena demuestra las relaciones de poder/dependencia

mediante las miradas. De forma inversa, el no poder

mirar, o no poder ver, adquiere connotaciones de

impotencia, como se aprecia en esta escena, cuando el

narrador estaba en el Juzgado, temblando de ira: “Hubo

instantes en que la sangre se agolpaba en mi garganta y

me nublaba los ojos” (61). Así se exterioriza su

impotencia contra otros hombres.

En “La invitación,” Pedro Cortado Ureña también

maltrata a su esposa y es evidente que emplea todas las

reglas y los privilegios de una sociedad patriarcal:

139
Mantenía a su mujer encerrada en el lugarejo,
mientras él presumía de divertirse por toda España
y media Europa y a ella la dejaba preñada apenas
se reponía de cada parto, con el resultado de
cinco hijos y ahora uno más en camino. (89)

En “Las ‘bachas’,” Soriano presenta a Mariita

maltratada por sus amiguitas. Los papeles

reglamentarios del comportamiento entre los hombres y

mujeres están claramente presentados por los dibujos de

Pompeia. En la página 17, dice debajo del dibujo: “Mi

niño es malísimo! Los chicos son tan brutos [...]” y

“Mi niña es buenísima! Las niñas son más tranquilas,”

mientras que los dibujos indican lo contrario. Este

cuento presenta la contradicción del obligado buen

comportamiento de las niñas. Mariita se murió porque

sus amiguitas envidiosas y resentidas se burlaron de

ella. Primero, porque Mariita era fea, con sabañones y

llevaban “mitos grises” (156); segundo, siempre se

hacía la princesa o la encargada porque era la hija del

alcalde. Aunque verdaderamente Mariita tenía más

imaginación y poder para excitar un juego que otras

niñas, supusieron que su poder resultaba del poder

político de su padre. Las amigas de Mariita la

140
llamaron “Cobarde,” también se burlaron de su

tartamudeo. Aquí, Soriano pinta un cuadro de crueldad

de las niñas hacia otra niña (tema también feminista,

como se ha visto en la reciente pieza teatral de

Cristina Fernández Cubas, donde las niñas de un

internado matan a una compañera en “Hermanas de

sangre,” 1988).

El tratamiento de la mujer ocupa un lugar muy

importante en “Leonora.” Muchos temas secundarios

coinciden parcialmente con este motivo. Por ejemplo,

durante un almuerzo familiar, los padres del narrador

discutieron respecto a Leonora. El padre del muchacho

criticaba a la mujer desconocida mientras que su madre

trataba de defenderla. Para el padre, obviamente

misógino, “el sexo femenino merecía un general concepto

peyorativo y que intentaba inculcarme desde mi niñez”

(114). Así afirma que la mujer “como siempre, tan

tontita [...] tiene la cabeza hermosa pero sin seso,

como en la fábula” (114-115). Al muchacho no le

parecía correcto lo que decía su padre. Como hacía el

típico adolescente, obviamente reaccionaba de modo

141
“completamente opuesto” a lo que trataba de inculcarle

el padre (114). En cambio, su madre seguía siendo la

“única persona a la que respetaba profundamente y

confiaba mis grandes aspiraciones vitales--excepto las

eróticas, que la hubieran escandalizado y dolido, por

pecaminosas” (115). Sufre por sus sentimientos

ambivalentes y contradictorios; aunque se enfurecía con

su madre, él la respetaba y la quería muchísimo al

principio. Otro incidente ocurrió durante una cena

familiar. El protagonista escuchaba la crítica

mezclada con defensa, entre sus padres respecto a

Leonora. Hasta sus hermanas empezaban a defenderla.

Desde el punto de vista de los personajes femeninos,

Leonora era buena, fiel, bella, prudente, discreta e

inteligente--y desde el punto de vista feminista,

sujeto y no objeto: personaje autónomo. Sin embargo,

desde el punto de vista obligadamente negativo y

misógino del padre, ella era bella pero tonta: “pero si

no se puede hablar de nada con ella, tiene la cabeza

hermosa pero sin seso, como en la fábula” (115).

También la clasificaba el padre de “sosa, insulsa,

142
cretina o bien de fría, hipócrita y calculadora” (136).

Otro obvio maltratamiento de la mujer apareció en las

acciones del hijo--el protagonista--hacia su madre. Al

principio se creía que era simplemente por ser un

muchacho adolescente rebelde, pero hacia el final del

relato, se veía que era otro el asunto.

Y también comencé a distanciarme de mi madre,


incluso a ser con ella no sólo reservado, sino
impertinente y grosero [...] hasta el punto de
soltarle tacos y obscenidades cuarteleros [...] le
caían como bofetadas y, a veces, le hacían
derramar sobre las mejillas enrojecidas, lágrimas.
(134)

El narrador no se rinde a sus buenos sentimientos, que

consideraba ser un niño, por eso:

Estaba furioso; conmigo mismo por mi propia


sumisión infantil y con mi madre por su absurda
calificación. ¿Un niño yo? Legalmente, todavía
era un menor, pero estaba a punto de promulgarse
la ley de mayoría de edad a los dieciocho años. Y
físicamente, de niño, nada. (113)

Criado en un ambiente machista, donde el privilegio

correspondía al género masculino, el joven siente--

además de la típica rebelión adolescente--una prisa por

convertirse en “hombre” y así disfrutar del poder que

corresponde a la hombría en la sociedad patriarcal.

143
Toda su prisa por alcanzar ese privilegio se convierte

en resentimiento hacia su madre a quien percibe como

obstáculo. Así, el muchacho dejaba que toda su

frustración saliera contra su madre, ya que la mamá era

mujer, igual que Leonora, y por lo tanto, se desquitaba

con ambas mediante su madre, “lleno de cólera y

arrepentimiento, preguntándome con angustia cómo una

mujer tan buena había resultado una ‘mujer fatal’ para

mí” (134). Las mujeres se veían condenadas todas por

una sociedad patriarcal. La descripción, “la fatal

Leonora” volvió de nuevo a lucir en el relato. Durante

unas conversaciones familiares, el muchacho se enteró

de ciertas noticias respecto a Leonora. Ella y su

marido no eran felices, “a causa de su esterilidad”

(136). En Usos amorosos de la postguerra española,

Martín Gaite señala:

En la España de la postguerra había un porcentaje


bastante alto de jóvenes enfermos. Algunas de
estas enfermedades, que podían ser o no secuelas
de la guerra, afectaban a los órganos sexuales y
eran las que producían en el paciente mayor
complejo de inferioridad. (171)

144
Reflejando valores de la sociedad patriarcal, un

pariente del marido decía que Leonora era “frígida y

tenía la matriz infantil, en lo que abundaba mi padre,

acotando que tenía la matriz igual que la cabeza”

(136). Sin embargo, según una prima de Leonora, la

esterilidad era del marido y no la mujer. Hasta la

hermana del protagonista dijo: “Mira que si yo también

los traigo a pares [...] ya ves la pobre Leonora”

(136), utilizando el término pobre, que hacía eco de

otra actitud de la sociedad franquista según la cual la

mujer nace sobre todo para la maternidad, y su vida se

considera fracasada mientras no tenga hijos. Aquí, se

complica esa tragedia de la mujer cuyo destino no se ha

cumplido por tener que cargarse con la culpa, la

condena de la sociedad, cuando la esterilidad puede no

ser de ella, sino del marido. Aquí nuevamente refleja

las restricciones sobre la vida de las mujeres en las

sociedades patriarcales, los prejuicios machistas que

automáticamente echan la culpa a la mujer cuando en un

caso como el del matrimonio sin hijos siempre hay dos

partícipes. En el contexto social y cultural retratado

145
por Soriano, hasta los que defienden a Leonora suponen

que ha fracasado, que no ha logrado nada en la vida.

Es automáticamente “desgraciada por la carencia de

hijos” (137). El narrador-protagonista, habiendo

perdido todo respeto hacia Leonora, quería satisfacer

su propio deseo sexual masculino, pues según él:

“siento un gran gozo y la absoluta seguridad de que

ahora no tendré obstáculo de ningún tipo para conseguir

mi objeto, porque la misma Leonora ya no me inspira

veneración ni respeto” (137). Con estas palabras,

Soriano le quita la máscara al macho ibérico, incapaz

de “funcionar como hombre” y respetar a la mujer al

mismo tiempo. Habiendo llegado a una postura

psicológica que le imposibilita cualquier relación con

Leonora que incluya el amor o ningún sentimiento

positivo, siente “un gran gozo y [la] absoluta

seguridad” (137). Ya ha dejado de ser adolescente,

cree haber llegado a la hombría madura, cuando ya nada

podrá obstaculizar su deseo. Y obviamente, ya jamás

podrá tener con ninguna mujer una relación de igual a

igual.

146
Otro rasgo que indica el supremo egoísmo del

protagonista es que nunca se le ocurre la posibilidad

de otra explicación por la conducta de Leonora. A

pesar de presenciar la conversación sobre la

esterilidad del matrimonio de Leonora, es incapaz de

imaginar que ella acaso haya visto en él la posible

resolución al problema de la esterilidad del marido.

Es incapaz de imaginar que ella pudo pensar en él como

instrumento para llegar a ser madre. Su orgullo

masculino, su complejo de superioridad hacia la mujer

es tan grande que queda ciego ante la obvia explicación

de la conducta de Leonora.

El tratamiento de las mujeres y de los niños se

presenta de una manera brutal y horrorosa en “La isla

sin nombre.” La madre del narrador, una analfabeta,

había tenido ya diez hijos. Nuevamente Soriano

presenta una mujer, víctima de la sociedad en que

vivía: una sociedad que le imponía reglas y

mandamientos por ser mujer. El deber de la mujer era

casarse, tener hijos, criarlos y satisfacer al marido.

Como era una mujer pobre, tal vez quería ser premiada

147
por el régimen franquista por tener tantos hijos.

Además, como necesitaba la ayuda del narrador para

criar a sus hermanos menores y a cuidar los animales,

la madre se oponía a mandarlo al narrador a la escuela.

“Allí iba yo a la escuela [...] contra la voluntad de

mi madre que era analfabeta total y me necesitaba para

cuidar los animales [...]” (145).

Cuando desapareció su padre, la madre tuvo que

encargarse de todo. Aquella vida resultaba

inaguantable. El narrador, como varón, tuvo la

oportunidad de escaparse y abandonar a esa vida: “los

dos (madre e hijo) tratados con desprecio por unos y

con una compasión por otros” (147). Por contrario,

para una mujer, no existía tal posibilidad. El trabajo

de la mujer le obligaba a quedarse en casa y criar a

sus hijos. La madre estuvo muy enferma después de

abortar a su décimo hijo, y según el narrador, “y si no

se murió entonces fue porque era fuerte como una mula”

(147). Esa descripción despectiva muestra una falta de

respeto y cariño para su madre. Desde el punto de

vista infantil del narrador, entonces niño, describía a

148
su madre como una mujer que “no daba la menor muestra

de sentimiento [...] estaba tan acostumbrada a perder

hijos” (147). Durante uno de sus viajes, le escribió a

su madre, sin recibir ninguna contestación. “Lo que no

me extrañó, pues no sólo era una analfabeta total, sino

incapaz de pedir a nadie un favor” (150).

La Cachas o doña Nati, vio al narrador buscando y

comiendo sobras por el barrio y le ofreció ayuda. Ella

regentaba una casa de putas en Barcelona y lo recogió

por caridad, haciendo de él un mozo de todo tipo de

encargos. Ella fue la mujer que lo convirtió en

hombre. “Cuando yo tenía catorce años y ella me metía

en su cama” (144), “ella me hizo hombre, me enseñó a

funcionar como tal, a tratar a las mujeres como es

debido, y a no dejarme cazar por ninguna” (145).

También, según el narrador-protagonista, “me tomó a su

servicio para todo, y con ella terminé de hacerme

hombre” (150). La explotación sexual de un adolescente

inocente debería ser un crimen; sin embargo, por ser un

chico vagabundo, pobre, sin hogar y sin padre que lo

defendiera, no recibió ninguna protección con excepción

149
de una protección aprovechada y explotadora. En este

cuento, Soriano presenta el abuso de niños, tanto del

narrador como sus hermanitos. La familia era sumamente

pobre, de modo que su madre y él apestaban “a suero

agrio, a gallinaza y a cochiquera” (148). Se

encontraba en un lugar lejos de los servicios médicos,

medicinas, o cualquier otro servicio social. El

narrador, por ser el hijo mayor, tuvo que ayudar “a

nacer y a criarlos” a sus nueve hermanos menores.

Según el protagonista, “desde que me tenía en pie, los

vi morir uno por uno, mi última hermanilla devorada por

el cerdo que criábamos” (145), lo cual es una muerte

frecuente en el folclore gallego, que también aparece

en La familia de Pascual Duarte, la famosa novela de

Camilo José Cela. La pobreza, miseria e ignorancia de

la madre, su falta de acceso a servicios sociales y

contraceptivos, como luego el abandono por el padre, no

permitía a la madre criar bien a sus hijos. La

negligencia, la falta de supervisión y disciplina y la

falta de educación causaron la tragedia de perder a la

hija menor de una manera grotesca. Por supuesto que

150
los niños pobres de familia numerosa se morían también

de “enfermedades infantiles que ahora tiene fácil

remedio, pero no en aquellos tiempos de antes de la

guerra y menos durante la misma” (145).

El papel más importante de la mujer, el deber de

ser madre, aparece nuevamente en el cuento de

“Maremoto.” Salta a la vista el cambio de época al

post-franquismo, de lugar (desde el campo pobre y

abandonado a un lugar de veraneo) y la subida de nivel

social, pues ahora se trata no de una campesina que

vive en la miseria sino de una mujer educada e

independiente que puede darse el lujo de unas

vacaciones. Y huelga decir que el tema de la

maternidad también ha sufrido modificación: en este

cuento, se ha convertido en espectáculo, mientras la

conciencia narradora observa las madres con sus niños,

sin la menor angustia por no ser madre ella misma. El

convertirse en madre no es aspiración suya, mucho menos

la única meta de su vida. El cuento refleja este

cambio socio-cultural que significa casi una revolución

para la mujer española.

151
En el cuarto párrafo se inicia la acción del

cuento. El domingo, día de descanso, atrae a la gente

a este lugar de veraneo o recreo. Incapaz de

divertirse, la protagonista-narradora se encuentra

enferma: “yo me sentía acatarrada, con dolor de

garganta y de cabeza, incluso debía tener fiebre”

(161). Después de tomar “un par de cápsulas

antigripales tras el desayuno” (162), ella decide

quedarse en el hotel, sentada junto a la ventana.

Desde allí disfruta un panorama sin fin: “domino todo

el soberbio panorama descrito, tanto el natural como el

urbano, a una altura inferior a la de las gaviotas

[...] pero ideal para el ojo humano” (162). La vista

es increíble. Ella lo observa todo: la gente, las

actividades y los colores. Los niños juegan “bajo la

atenta vigilancia de niñeras, abuelas, o mamás, algunas

de éstas, empujando carrito con bebé, además de

soportar el peso de su propia barriga hinchada” (163).

Soriano señala la pervivencia del papel tradicional de

la mujer en esta cita. La narradora observa a un grupo

de personas que parecen decepcionadas, porque según

152
ella, “la realidad nunca es tan bella como sus imágenes

artísticas” (164), cuando acaso ella proyecte su propio

sentimiento sobre lo observado. Sin embargo, le parece

que “todo el mundo es o parece feliz disfrutando como

puede este día festivo” (164). Por otra parte, la

posibilidad de fingir una felicidad falsa aparece

varias veces en los cuentos de Soriano, cuando las

mujeres se ven obligadas a hacer el papel de la esposa

feliz. Pero lo que domina en este “sueño” (o mejor

dicho, pesadilla) es la rapidez y violencia con que la

idílica escena veraniega se transforma en catástrofe y

tragedia sin la menor advertencia. El “maremoto,”

obviamente un tsunami, es presenciado por la narradora-

-sentada en su balcón como en un palco teatral--como

otro espectáculo. Debido probablemente al efecto

estupefaciente de las píldoras contra el dolor, ella no

reacciona más de lo que hubiera hecho si fuera un drama

o una película.

En “El vídeo perfecto,” Lino trata a las mujeres

como objetos, juguetes y conveniencias. Son presas en

un juego en el cual Lino es el cazador. Tiene fama de

153
ser el playboy solterón, disfruta de tener muchas

mujeres y usarlas; hasta seduce a una muchacha

jovencísima de quince años simplemente para sus

placeres, sin más motivos que su obsesión o apetito

sexual. Huelga decir que la época de este cuento es

también “la democracia,” pues el grado de decadencia

representada a la vista pública es, desgraciadamente,

una reacción al aumento de la libertad, como también el

aumento de drogas y la presencia de niñas en lugares

como el “Pig’s Club,” frecuentado por Lino.

Fue un anochecer otoñal, y se encontraba solo,


esperando a Nardo, [...] apoyado en la pequeña
barra del ‘Pig’s Club’[...] donde se hacían
filmaciones clandestinas sin limitación de
experimentos obscenos. Lino vio [...] una
silueta. (187-188)

Aquí debe notarse que no puede ser gratuita la

selección de nombre del club. Mediante ello, Soriano

comunica su opinión de la degradación y explotación del

cuerpo femenino en el espectáculo pornográfico, como

también una evaluación de Lino. Al principio Lino no

podía distinguir si la figura era hombre o mujer. Esta

escena, importantísima para la caracterización de Lino,

154
hace hincapié en la ausencia de todas las motivaciones

normales en la seducción. No se trata de un deseo o

atracción específicos, pues ni ha visto bien a la

persona. Ni es ninguna reacción física en concreto,

pues no sabe todavía si es hombre o mujer, joven o

vieja, fea o bonita. Lo único que le importa es la

posibilidad de una nueva conquista o experiencia

sexual. No puede defenderse pretextando el flechazo,

pues lo único que sabe es que se trata de un ser vivo.

Como se ve luego, no le importa mucho que sea un ser

humano precisamente (idea sugerida al pensar que

aquello era mujer) y su apodo para la niña, que niega

su humanidad al bautizarla Osita. Más tarde, observó

que ella tenía una “voz inequívocamente infantil,

comprobó que era una chica jovencísima” (188). Tampoco

se veía bien a su cara, “si era guapa o fea, joven o

vieja” (188).

Comenzó a hablar con ella, que contestó sin gana.

Lino era un hombre con mucha experiencia donjuanesca

para atrapar a miembros del sexo opuesto; “su gran

experiencia le informó de que aquello era una mujer”

155
(188). Lino se aburría de las mujeres y las

vulgaridades, sin embargo, trataba a Osita

diferentemente, “como si hubiera hallado el cachorro de

una nueva especie animal que llenara todas sus

necesidades sexuales y espirituales” (197). Aquí la

narración se hace desde la perspectiva de Lino, aunque

no sea el narrador, perspectiva que permite presentar

como Lino niega la humanidad de sus presas.

Nuevamente, la autora recalca la idea de que la

muchacha no llega a ser plenamente un ser humano para

el viejo don Juan. Y por lo tanto, no considera que

ella pueda tener derechos, o que puede no coincidir con

la fantasía que él ha inventado en torno a ella. La

identifica con el papel que está creando para ella en

su vídeo mental ideal, y cuando descubre que ella no

coincide con la imagen que su deseo ha creado, se cree

con derecho a matarla como el cazador mata a la presa.

La nueva obsesión de Lino llega a ser la Osita

junto a sus pantallas y su elaborado nuevo equipo

audiovisual. Se aprovechaba de la situación de

evidente desamparo en que se encontraba la Osita para

156
seducirla y llevarla a su mundo privado de vicios,

lleno de drogas, alcohol y pornografía. Hacia el final

del cuento, cuando su vicio del voyeurismo se convirtió

en un monstruo que lo dominaba, una experiencia

inolvidablemente grotesca, echó la culpa a la Osita, en

vez de las drogas que tomaba. “¡Puta, grandísima

zorra, estafadora, me hacías creer que eras virgen, que

yo te enseñaba a hacer el amor y te las sabías todas!

[...] ¡Eres una mierda, te voy a matar [...]!” (208).

Soriano mediante este retrato denuncia el

tratamiento de las mujeres o los niños de manera

abusiva y explotadora, personificándolo en Sinforosa,

la muchachita de quince años, bautizada con el apodo de

Osita. Sinforosa, muchacha sin documentación, se había

escapado de su casa. Tenía unos padres irresponsables:

Sus padres ni siquiera habían dado cuenta de ello


a ninguna autoridad, ya que estaban hartos y
avergonzados de su indómita hija, famosa por los
escándalos que originaba en los bares y en la
discoteca del lugar. (198)

Sus padres no la podían controlar pero tampoco hay

indicios de que la querían (circunstancia que no

justifica la conducta de Lino, aunque lo facilita).

157
Osita creaba muchos problemas para todo el pueblo, “así

es que el vecindario se sintió aliviado con su

desaparición” (198). Aunque Osita era lista para una

muchacha de quince años, no dejaba de ser niña y menor

de edad. Cuando Lino y Nardo le ofrecieron la

oportunidad de ser actriz en su película pornográfica,

ella “sonreía y fruncía el ceño alternativamente,

luchando entre la tentación y la desconfianza ante la

oportunidad que le brindaban aquellos dos desconocidos”

(194). Ella esperaba a una pareja paisana de

fotógrafos que le ofrecieron una prueba, sin embargo,

la oferta de Lino y Nardo parecía mejor, porque según

la perspectiva de ella:

También era un desconocido el señor Caramocha, que


sólo iba a realizar con ella unas pruebas, sin
ningún compromiso formal...y decidió probar suerte
con aquellos dos carrozas tan simpáticos, más
antiguo el más bien vestido y mejor educado y
[...] aceptó cita para el día siguiente en la
misma casa del “famoso productor Lino.” (194)

Se revela la inocencia de Osita aquí: pues no se daba

cuenta del peligro ni sospechaba que nada negativo que

le pudiera pasar. Estaba buscando desesperadamente una

salida para mejorar su situación. Así, Osita comenzó a

158
modelar para Lino en su sala de audiovisual sin darse

cuenta de lo que iba a pasar.

En efecto, en posteriores sesiones, accedió a irse


desnudando, primero ayudada por Lino, con
maniobras de experto galán y enseguida por sí
sola, excitada por bebidas y fumadas compartidas
por los tres actuantes. (196)

Aunque ella, bebida y drogada, no opone resistencia, no

deja de ser criminal lo que le hacen. Osita disfrutaba

su estancia en la mansión de Lino, y durante un par de

meses, Lino no se oponía a nada que le antojara. La

Osita puede no darse cuenta, pero es víctima de una

situación abusiva. La explotación de una niña de menor

de edad y la producción de la pornografía son actos

criminales. Al momento de ira en que Lino la quería

atrapar y matar, Osita en unos movimientos agilísimos,

llegó a “la única puerta del búnker, pulsaba el resorte

eléctrico que la abría y salía gritando: ¡Socorro,

auxilio, me quiere matar! ¡Está loco, está loco!”

(208). Osita

que recorría a toda velocidad los fastuosos


salones hacia las escaleras, las bajaba de tres en
tres hasta la planta baja, atravesaba el jardín
sin perder marcha, pedía al portero sorprendido
que le abriera el portón exterior para atender a

159
una emergencia, salía disparada a la calle, que no
pisaba desde hacía más de dos meses y desaparecía
para siempre. (209)

A pesar de la demencia y amenaza de Lino, Osita tuvo

suerte, pues se escapó de aquel peligro inmediato de

Lino, y también (por lo menos, de momento) de una vida

ociosa llena de abusos--del alcohol, drogas y

pornografía. Lo que no aclara la narración es si ya se

ha convertido en drogadicta.

Como un hombre tradicional patriarcal, Nardo

sentía envidia de la obsesión de Lino con Osita, y

pensaba que ella

Era, sin duda, una hipócrita, una ambiciosa


calculadora, se estaba haciendo el ama total de la
casa, sustituía a Nardo en el afecto de Lino,
hasta ponía de su parte a los criados, ¿adónde
iría a parar todo aquello? [...] Era capaz de
hacerse preñar, [...] lograr así cazar al más
astuto cazador. (197-198)

Según Nardo, las mujeres, aunque tan jovencitas como

Osita, tenían una segunda intención casi instintiva.

Como en los cuentos anteriores, Soriano emplea los

comentarios negativos masculinos sobre la mujer en una

sociedad patriarcal, logrando así comunicar la actitud

160
egoísta, posesiva, explotadora, que convierte la mujer

en objeto sexual.

Después de todo esto, Lino se autodescubrió a sí

mismo, y decidió quién era la Osita verdaderamente:

“una putita vulgar” (213). Nardo le pudiera haber

dicho lo mismo sin pagar tanto por el instrumento

científico (su lujoso equipo audiovisual). Queda

claro, sin embargo, que la última palabra de los

“machos” no es la última palabra de Soriano, pese a que

ella deje que la conclusión la formulen sus lectores.

La Osita sigue siendo una niña abandonada, explotada y

abusada por muchos. No es inocente, pero de eso tienen

la culpa sus mayores. Lino se acerca a la mentalidad

de un Jack the Ripper que se cree con derecho a matar a

mujeres si las considera prostitutas. Soriano recuerda

sutilmente a sus lectores que muchas de ellas no son

sino niñas abandonadas, abusadas, explotadas, lo cual

convierte éste en uno de sus cuentos más fuertes, y más

feministas.

Las descripciones grotescas y los abusos violentos

en varios cuentos sorianos constituyen toques de

161
naturalismo, una extensión del realismo inherente en su

punto de partida. Los abusos existen porque la

sociedad los permiten. Las mujeres y los niños que

vivieron durante la postguerra española (y la época

también peligrosa para menores de “la democracia”) no

tenían protección; muchos tampoco tenían otra salida.

La edad

La edad constituye un tema recurrente en los

cuentos de Soriano. En “El perfume,” la tradición

patriarcal de que los hombres pueden ser mucho mayores

que las mujeres subyace este cuento. Aquí la narradora

indica la importancia de la belleza física y la edad:

Abel, el marido de Irma, “no es un muchacho ya, creo

que pasa de los cuarenta; pero tiene una esbeltez

totalmente juvenil y, sobre todo, un candor, una

limpidez en la mirada, que, a veces, le hace parecer un

adolescente” (10). En cambio, Irma, es una mujer

treintona y aunque ella “envejece, indudablemente” (8),

aún sin maquillaje, trasciende algo inexplicablemente

“fresco y encantador, delicado y primaveral” (8). La

162
preocupación sobre la etapa de la vida, especialmente

la madurez o vejez aparece en este cuento. En vez de

ver la madurez como algo positivo, las mujeres la ven

como algo muy negativo. En la escena de la compra de

un sombrero por Fulánez y su esposa en “El testigo

falso,” su esposa se preocupaba por envejecerse: “¿No

te parece que me hace muy mayor?” y “Es un sombrero de

señora mayor” (64). Nuevamente se revela la edad de la

mujer a través de los comentarios de Fulánez: “Pues es

el que te corresponde” (64), y su alusión a “la

maquillada madurez blanda de mi esposa” (65).

El envejecimiento es horroroso para las mujeres,

porque de acuerdo a los tradicionales valores

masculinos y patriarcales, ellas pierden su belleza

física al envejecer y pierden su poder, pues ya no son

atractivas para los hombres. Entonces, se sienten

inferiores a las mujeres más jóvenes y el resto de los

seres humanos. El tema de la vejez también aparece en

“La abuela loca,” donde es un envejecimiento más

extremo. La abuela, además de ser vieja, está loca e

incapaz de cuidarse. Por ser una mujer vieja, acaso

163
senil, la abuela se llena de preocupaciones, con

sentimientos de culpabilidad y el temor por su nuera,

terminando en la locura. En “La isla sin nombre,” el

personaje secundario, Doña Nati, regentaba una casa de

prostitutas en Barcelona. Tenía unos cincuenta años

cuando lo recogió al protagonista-narrador,

supuestamente por caridad, aunque estaba obsesionada

por su subsidio de vejez.

La “Viajera de segunda” representa una etapa vital

de inocencia y juventud. La protagonista es una

muchacha joven pobre pero con cierta vanidad que quiere

ser como otros viajeros con más dinero. Su impostura

es un juego inconsciente, una presunción pueril de

muchacha pobre y bonita sin ninguna intención mala

(32). Su inocencia, su carencia de intención sexual,

corresponden a ser todavía una muchacha, y “el

vislumbre del amor aún provocaba en ella solamente

orgullo y risa [...]” (32); aunque coqueteaba imitando

a las escenas cinematográficas, se percibía algo

“limpio, digno e inequívoco, que detenía a los hombres

en los límites de la corrección y del respeto” (32).

164
En su viaje de vuelta a Madrid, como no hubo muchos

viajeros, ella observaba de reojo la impresión que ella

causaba en el departamento. Es que ella “era tan

joven, tan guapa, tan graciosa, iba ataviada con tanto

acierto, que atraía la atención simpática de todo el

mundo [...]” (32).

Para las mujeres, especialmente las que todavía no

son madres, la edad puede ser causa de preocupación o

angustia. En “La invitación,” Soriano retrata a unas

mujeres maduras, acaso viejas. La mujer de Feliciano

Aloque Pérez que está “en plena menopausia” (86)

atribuye la infecundidad a la enfermedad de su esposo.

Aunque se recupera el esposo, ya “era tarde para ella,

que estaba en plena menopausia” (86); y la mujer está

siempre “malhumorada y vivaz” (87), porque en las

sociedades patriarcales la menopáusica ya no es mujer.

Adelaida Ruiz de Alvarado estratada como una solterona

de cincuenta años, aunque casada y abandonada a los

treinta, porque la sociedad franquista, haciendo eco

del rechazo del marido, lo achaca a defectos de la

mujer, además de no considerar aceptable que una mujer

165
no viuda viviera sola. Una mujer “casi tan vieja como

el mozo jardinero” (94)--que obviamente no tiene nada

de mozo--recibe a los invitados. Luego, aparece una

mujer “de edad indefinida--‘Lo mismo puede tener

cincuenta años que setenta’” (95), como se describe a

la anfitriona. “Leonora” una mujer bella, “está en

plena madurez, o sea, que pronto será una mujer vieja,

según la consabida clasificación de las edades

femeninas” (109)--una clasificación masculinista que

desvalorizaba y perjudicaba a la mujer mientras

beneficiaba al hombre. El protagonista de este cuento

describe a las señoras (maduras o viejas) invitadas por

su madre de manera despectiva:

Yo tenía que disimular la repugnancia que me


causaban los sucesivos contactos con pechos más o
menos grandes y blandos, la presión en mis
mejillas de labios pintados de colores diversos,
unos más grasientos o húmedos que otros, y sobre
todo, los olores diferentes a colonias,
maquillajes y alientos invariablemente ingratos.
(111)

Su percepción de la vejez femenina resulta casi

grotesca. Según el narrador, una mujer madura es ya

una mujer vieja e inservible. En Feminism is for

166
Everybody--Passionate Politics, bell hooks señala que

el control, el poder, y por ende, su complemento, la

sumisión existen necesariamente juntos en la sociedad

patriarcal: “In a culture of domination where children

have no civil rights, those who are powerful, adult

males and females, can exert autocratic rule of

children” (73). Tales normas de la sociedad patriarcal

española fueron inculcadas en el narrador, siendo

todavía niño (y sus recuerdos de los comentarios de su

padre en la mesa sirven para documentar como él

absorbió los valores patriarcales).

Soriano retrata la edad de los niños en sus

cuentos también. En “La isla sin nombre,” el narrador,

en la estación del tren, evoca este servicio de

transporte, recordando la edad que tenía cuando lo vio

por primera vez: “Cuando yo tenía trece años” (139).

Otra vez menciona la edad a la cual comenzó con sus

aventuras de muchacho vagabundo, recordando el modelo

picaresco de muchacho pobre, huérfano, que vive por los

caminos: “me escapé de mi casa cuando apenas tenía

trece años” (145). Su protectora Doña Nati era mucho

167
más mayor que este pobre niño, aunque él no parece

haber interiorizado el prejuicio machista contra la

mujer madura hasta madurar él mismo.

En “El vídeo perfecto” la Osita apenas tenía

quince años cuando se escapó de su casa. Por ser tan

joven, los hombres mayores (i.e. Nardo en sus cuarenta

y Lino, un hombre maduro) se aprovechaban de la Osita,

primero por ser mujer, segundo por ser menor de edad.

Los hombres mayores con muchas experiencias sabían cómo

atrapar a una muchacha de menor de edad fácilmente. La

llevaron a un infra mundo lleno de crimen “refinado” y

caro, pero no por ello menos criminal.

La edad de los personajes en los cuentos de

Soriano generalmente refleja valores estereotipados en

la sociedad patriarcal española. Mediante las

descripciones de la edad, se revela la condición en que

vivieron (y sufrieron) las mujeres durante la

postguerra española.

El leimotiv del destino aparece varias veces en

“Leonora”. El protagonista se creía enamorado de una

168
mujer a la que apenas conocía, y que todo era resultado

de su destino.

“Todo es muy urgente”, me había dicho Leonora. Y


esta frase me parecía una perentoria advertencia
que, por su boca, me hacía el destino que había
determinado nuestro encuentro con la amenaza de
separarnos para siempre. (120)

El protagonista creía que era una atracción mutua y

cuando se comparaba su situación con la de don Juan

Tenorio, decía que su caso era muy distinto:

regido por la predestinación, la autenticidad, la


intención de fidelidad absoluta, aunque me costase
anular mi vocación de seductor promiscuo, que,
hasta entonces, había sido mi secreta y primordial
aspiración. (121)

Pasó varios días imaginando su situación desesperada y

conjeturando sin mucha esperanza respecto al escenario

de su invitación.

Si ella no lo hacía conmigo, a tomar una taza de


té o una copa y, una vez sentados, expresarle con
sencillez y melancolía la desgraciada pasión que
me inspiraba y decirle adiós para siempre, no sin
manifestar mi esperanza de que, al menos sintiera
compasión de mí y me recordara con ternura en los
lejanos países que el destino--el de su marido--le
depararía. (122)

Es de notar cómo Soriano parodia los clichés del

discurso romántico adoptados por el joven protagonista:

169
el amor eterno, el destino, la pasión desenfrenada,

alocada y malhadada, el vivir separados por lejanías--

aunque el típico héroe romántico, a diferencia del

protagonista-narrador, no se concibe como tenorio, ni

siquiera en su fantasía. Don Juan difiere tanto del

paradigmático héroe romántico como también el joven

aspirante a seductor. Sin embargo, al aludir

intertextualmente a Don Juan Tenorio en particular y al

Romanticismo como contexto general, Soriano también

invita a sus lectores a comparar el comportamiento y

los valores del joven con dichos antecedentes. Es otro

recurso que enriquece la caracterización de sus

personajes.

A Leonora el protagonista la vio en un anochecer

acompañada de un hombre fuerte, obviamente su marido,

lo cual lo dejó al muchacho derrumbado y devastado

cavilando respecto al encuentro imposible. Sin

embargo, “no fue necesario que yo forzase el destino”

(122). Su madre le encargó llevarle algo al hotel a

Leonora. Su madre convirtió en la “inconsciente

celestina” (122).

170
Las clases sociales

La diferencia entre las clases sociales se alude

mediante las clases del viaje en “Viajera de segunda.”

Se exterioriza en la tercera clase, la más barata, con

asientos de tablas; en la segunda clase los pasajeros

se visten mejor, tiene asientos con cojines, y los

billetes son más costosos. Trabajar por Madame

equivale al ser explotada. La protagonista come

fiambre en el taller; recibe poco pago; sufre

tratamientos malos, duerme en una cama chinchosa

compartida con una compañera y aguanta los disgustos de

la familia mal educada. Como una joven pobre que se

encuentra en una situación sin solución, ella nunca

alcanzará un nivel social más alto.

En “El testigo falso,” el narrador antes tenía

mucha fe en el sistema político y legal del país, pero

la perdió en una demanda con un testigo falso, que

“pulverizó por completo mi fe y mi moral legalistas”

(59). Por ser pobre, el testigo falso vendió su

honradez por veinte duros a cambio de jurar falsamente

en la corte. El protagonista (señor Bruch) de “La

171
carraca” representa un próspero hombre extranjero en la

sociedad madrileña, en un momento muy difícil de la

postguerra. Se subraya el contraste entre la miseria y

la riqueza. Le importan sobre todo la clase social, el

modo de ser, hablar, y vestir ante los otros

negociantes, y más importante todavía, la diversión

(predomina el fútbol como uno de los deportes más

populares del mundo hispano). Sin embargo, las cosas

muchas veces no salen como desea o imagina uno. El

protagonista tenía un plan elaborado al principio, pero

no logró hacer lo que planeaba. El encuentro con un

ex-empleado le disgustó tanto (por la pobreza y la

adicción al alcohol del empleado) que perdió la gana

para divertirse.

La viuda Cambelli en “La invitación” era

obviamente una mujer adinerada. “Sobre el pecho plano

lucía collar de gruesas perlas a juego con pulseras,

pendientes y sortijas, alhajas que Cortés Almudia

consideró auténticas y valiosas” (95). La etnicidad

también hace un papel bastante visible en “La

invitación.” Al analizar la carta, Dámaso alega que la

172
viuda era española, sin embargo, el apellido de su

marido difunto

es, sin duda, judío: o sea que, si es mi donante,


yo llevo el hígado de un judío, lo que en estos
tiempos, más bien es un honor. Por cierto, dicen
que las grasas interiores de los judíos, en las
entretelas y demás, son mucho más amarillas,
incluso anaranjadas, que las de los arios puros.
(83)

Después de soltar esta perorata poco fiable, siguió

inventando sandeces. Dámaso, a pesar del sugerido

prejuicio, quizás tenga sangre mora, porque según

alguien de su pueblo, lo llamaban a su abuelo “el Moro”

(83). Concluyó que el esposo de la viuda Marisa se

llamaba Deivid y era “un hombre muy rico, judío belga,

fugado de los nazis durante la guerra mundial y que

aquí, a fuerza de dinero, disfrazó sus apellidos

haciendo de los dos uno solo” (99). En este relato,

las cavilaciones de los personajes se mezclan con sus

prejuicios y las debilidades o idiosincrasias de cada

uno, contribuyendo a cegarles u obfuscar sus

percepciones. Son defectos o limitaciones de la

personalidad de cada uno que contribuyen a su

vulnerabilidad, su muerte.

173
Soriano da mucha atención a las descripciones de

la vestimenta de Lino para retratar su estado social en

“El vídeo perfecto”:

Terno de finísima franela, abrigo corto de


entretiempo de puro cachemir, ambas prendas
firmadas por su sastre romano “Massimo”, zapatos
de cien mil pesetas hechos a medida, camisa y
corbata igualmente confeccionadas de encargo,
aspecto general sumamente distinguido. (174)

Y como remate, llevaba un reloj de oro. Vivía en un

mundo multimillonario irreal para muchos y por otra

parte, se negaba a reconocer el mundo demasiado real a

su alrededor. Después de estacionar su “Fiat Turbo,”

se tropezó con un “tipo joven mal encarado” (173) que

le pedía limosna en un tono descortés. Lino le

contestó “con frígida cortesía” (173): “¿Usted cree que

ésa es manera de pedir limosna?” (173). Para instalar

su nuevo equipo audiovisual se necesitaba muchísimo

dinero, sin embargo, Lino le respondió a su amigo Nardo

que:

no hay problema inmediato [...] ni futuro.


Acabamos de vender mi garçonnière a buen precio
[...] y ahora te estás ocupando de hacer lo mismo
con los coches que ya no uso: el anticuado “Rolls”
de mamá y mis deportivos, exceptuando, claro el
“Ford T 1808” del abuelo, el “Austin Martin” que

174
fue mi primer coche de carreras y el “Masserati”
con el que participé en el campeonato del mundo
que ganó Fangio en 1957 [...] sólo dejaré, para
las grandes ocasiones, la gran limusina “Lancia” y
la berlineta “Fiat”, para mi uso diario, aparte,
claro, del utilitario y la furgoneta
indispensables para el servicio de casa. Creo
que, por el momento, tengo suficiente. (184)

“‘Demasiado, cabrón,’ pensó Nardo” (184), para

comunicar su reacción (y acaso el juicio de la autora)

a la fortuna de Lino, un hombre de una vida exagerada

hasta lo inverosímil. Cuando Lino salió del

restaurante, tomó un taxi, “saludó al conductor con un

amabilísimo ‘Buenas tardes’” (178), y pidió que le

llevara a su casa bajo sus direcciones, “todo ello,

pedido ‘por favor’, como solicitaba siempre cualquier

servicio” (178); sin embargo, no recibió ninguna

respuesta audible del taxista. Al llegar a su casa, se

quita su mínimo disfraz y se revela “toda la verdad” de

Lino en su

mansión solariega y a los mimos de sus respetuosos


servidores, envuelto en guateado batín de gruesa
seda china, calzado con no menos lujosas chinelas,
bebiendo un exquisito zumo de frutas naturales
recién hecho combinado con el mejor vodka ruso,
esnifando coca de primera calidad, tumbado en el
gran diván semicircular de su sala audiomusical

175
...para descansar del horrible almuerzo políglota
de tecnología electrónica. (179)

Esta escena y lo que sigue colocan delante del

lector la evidencia incontrovertible de que el rico,

elegante y engreído Lino es un drogadicto, tan perdido

o más que cualquier golfo de la calle, por mucho que

siga pensando con arrogancia en la superioridad de su

clase y linaje:

Le dolía la cabeza, tenía necesidad urgente de


esnifar su coca de sobremesa, lo que no podía
hacer en público, como tampoco ir para ello a los
lavabos, fea vulgaridad que jamás cometía en un
restaurante. (177)

Siempre estaba intoxicado, si no por el alcohol, sería

por las drogas que eran varias. Lino no se limite a la

cocaína, como se aprecia en otra escena: cuando Lino

fue al “Pig’s Club,” “estaba recién colocado por una

fumada de fuerte hasch” (188) hasta el punto de que no

sabía distinguir entre la realidad y la fantasía, como

resulta patente en lo que dijo sobre la criatura que

vio en el bar: “que se trataba de un insecto quizá

creado por su imaginación” (188). Ya se ha visto que

Lino tenía una verdadera obsesión con la pornografía.

176
Hacía fiestas con invitados que disfrutaron las drogas,

comidas y bebidas caras, rematadas con la proyección de

películas pornográficas, “que solían culminar en

orgías” (182).

Mediante “La isla sin nombre” Soriano nuevamente

retrata las diferentes clases sociales a través de los

personajes que se encuentran en el tren. El narrador

parece normal: “con mi traje anticuado y viejo y mis

modales sencillos, aunque yo miro y sonrío con simpatía

a todo el mundo, nadie me corresponde” (143). Viaja en

primera, y “todo el personal de este vagón me parece

orgulloso, se deben creer muy distinguidos por viajar

en primera” (142-143). También retrata a otros

personajes en el vagón de manera negativa. Exterioriza

sus prejuicios en críticos de un chico y una chica

jóvenes que demuestran su cariño mutuo, “se mordisquean

las orejas, se meten mutuamente las lenguas en las

bocas, se toquetean por todas partes, se están

calentando a modo, no sé cómo terminarán” (143), y

refiere despectivamente al militar “que se masturba con

disimulo ante el espectáculo porno” (143). Parece

177
extrema la preocupación del protagonista-narrador por

el comportamiento moral de los demás viajeros: “la

gente no siente vergüenza de hacer en público cosas que

son tan íntimas como mear y cagar” (143) aunque

obviamente tales actos no ocurrieron. La autora

también retrata la España de postguerra y los peligros

que recorren los letrados. Durante la época de la

guerra, el conocimiento y la educación solían ser

peligrosos para los letrados. El padre del narrador

desapareció poco después de pasar un rato con el

maestro de la escuela muy posiblemente asesinados. Su

padre fue el que le apoyó al narrador en sus estudios.

El padre

tenía ansias de cultura, hasta el punto de que él


mismo estuvo dos o tres temporadas yendo a las
clases de adultos, donde no sólo se soltó a leer y
escribir, sino que hizo alguna amistad con el
maestro y aprendió sus ideas revolucionarias, lo
que motivó la desaparición de ambos cuando empezó
la guerra, según dijo la gente, para pasarse
voluntarios a la zona roja. (145-146)

Referencias de este tipo, plenamente históricas,

permiten ubicar la acción del cuento durante una

temporada muy precisa, y las repetidas menciones del

178
narrador de haberse marchado de casa hace cincuenta

años facilitan al lector el dilucidar las fechas de la

acción en presente del cuento. Lógicamente, si regresa

como dice después de medio siglo, la vuelta ocurre

hacia 1988-1990.

El progreso

Soriano critica el malconcebido y planeado avance

tecnológico en “La isla sin nombre.” La autora emplea

la fascinación del protagonista-narrador (cuando tenía

trece años) con el ferrocarril: “entonces, aún había

locomotoras gigantescas, que bufaban, escupían vapor y

echaban por las chimeneas inmensos chorros de humo

negro” (139) y ahora, cincuenta años después, sigue

pensando que “esto del tren es el invento más

asombroso, la empresa más grandiosa que han realizado

los hombres, mucho más que llegar a la luna” (140).

Como el narrador es ya un hombre más que maduro,

descubre la verdad respecto a los avances tecnológicos

mediante don José, un ansiano jubilado de la “Renfe” (o

Red Española Nacional de Ferrocarriles):

179
La verdad es que el ser humano es cojonudo, hay
que ver lo que es capaz de cavilar, de inventar,
de realizar para su provecho. Lo malo es que se
cansa de lo que consigue con esfuerzos tremendos,
cosas como ésta se le quedan anticuadas y las
desecha. (140)

Luego, el protagonista-narrador menciona otros inventos

y avances:

que ya hay en los países ricos otros tipos de


trenes, que circulan por monorraíles aéreos, [...]
que no funcionarán por electricidad como ahora,
sino por la energía atómica; [...] con el tiempo,
[...] las personas se trasladarán a su capricho
por los aires, en coches voladores. (140)

Los avances e inventos causan problemas del reciclaje.

Los materiales y las máquinas usados se encuentran

abandonados en montones de basura. Otro invento que

comenta Soriano es la televisión. Mediante el

protagonista-narrador, la autora destaca la sátira del

uso de la televisión: “mira que es buena la tele para

adquirir cultura, mucho más que leyendo” (144).

Como ya se insinuó anteriormente, el avance

tecnológico constituye una variante del tema del

progreso en “El vídeo perfecto.” Soriano escribió este

cuento en 1989. A través del texto, critica el curso

que se había tomado en España para conseguir el

180
“progreso,” sacrificando tesoros naturales, valores

morales y partes del patrimonio nacional en aras del

avance tecnológico, sin examinar bien las

consecuencias. Aunque Lino se fascinaba y obsesionaba

con la nueva tecnología, la odiaba a la vez. “Todo el

mundo estaba loco por tener coches y vídeos y ya

empezaban con los ordenadores” (186). Seguía

comentando Lino:

En cuanto a la propaganda comercial de los tres


chismes en todos los medios de comunicación era
indecente: ya no se podía abrir un periódico ni
revista sin topar con anuncios a toda página de
esos cacharros, con toda clase de textos sobre sus
excelencias, en datos y siglas que ni Dios
entendía. ¿A dónde vamos a parar con tanta
vulgaridad?, comentaba ante Nardo frecuentemente.
(186)

Es irónico que sea precisamente la nueva tecnología del

equipo audiovisual lo que le volvió demente a Lino.

Empezó a ver a gente que no existía cuando grabaron el

vídeo. Furioso con el equipo, Lino “cogió el ordenador

y lo estampó, [...] lo pisoteó, lo golpeó, [...]

arremetió contra pantallas, proyectores, magnetoscopios

y demás elementos del equipo, haciéndoles añicos”

181
(208). Después de destrozar todo el equipo, empezó a

llorar como un niño,

balbuciendo frases incomprensibles: Sí, sí, vaya,


muchas cosas eran verdad, eran recuerdos y sueños
míos, tú misma estabas ahí, reconocí tu cara y tu
cuerpo, cuando tenías veinte años y me bañabas
[...] ¡Pero otras cosas eran falsas, monstruosas!
¡Matar a papá y acostarme con mamá! ¡Eso nunca,
nunca, nunca [...]! ¡Y lo de ella, peor aún,
haciendo porquerías con los osos, con los
orangutanes, con los negros! ¡Qué horror, qué
horror, esas malditas máquinas [...]!. (209)

Después de recibir unos calmantes fuertes, Lino

estaba acostado cuando llegó Nardo; dijo a Nardo:

“Tienes que localizar cuanto antes a esos dos tipos.

Que vengan y me expliquen su invento y sus intenciones

conmigo: volverme loco, sin duda. Lo he roto todo, no

creo que tenga arreglo, ve a verlo tú mismo” (209).

Nardo no pudo encontrarles a esos dos tipos

extranjeros. Una de las primas que vinieron de visita,

menos devota, le contó a una amiga

que se dedicaba a las ciencias ocultas [...] el


espiritismo, y que no vaciló en afirmar que era un
fenómeno paranormal o, más probablemente,
sobrenatural, quizás obra de algún familiar muerto
tiempo atrás, que había querido demostrar los
peligros de los inventos modernos. (211)

182
Claro que no es tanto la tecnología, el aparato, como

la falta de perspectiva y de control en la sociedad de

consumo lo que causa problemas, y es este exceso que

satiriza Soriano. Según Nardo, Lino fue víctima de un

experimento científico. Nardo consultaba a varios

científicos sobre las posibilidades de explicar lo que

pasó a Lino, sin embargo, la ciencia no se explicaba el

acontecimiento.

A pesar de las dificultades personales y

profesionales, mediante el estudio de los temas

presentados aquí, Soriano ha logrado protestar la

situación de la mujer en una sociedad tradicional,

reaccionaria y patriarcal durante una época

restringida, limitada, oprimida, censurada e injusta, a

través de sus protagonistas y personajes de los

cuentos. Además, Soriano ha logrado presentar un

cambio entre sus cuentos escritos durante la postguerra

española y la nueva República a través de sus temáticas

como el avance tecnológico, el progreso, los problemas

de las drogas y la pornografía, y hasta el cambio del

183
papel de la mujer representada en la sociedad española

contemporánea.

184
CAPÍTULO VIII

LA ESTRUCTURA Y LAS TÉCNICAS EN

LOS CUENTOS DE SORIANO

Esta parte de la investigación enfoca en la

estructura y las técnicas empleadas por Soriano en sus

cuentos. En Teorías del cuento III. Poéticas de la

brevedad, y específicamente en su “Estructura y

morfología del cuento,” Mempo Giardinelli señala esto

respecto a la estructura del cuento:

En mi concepto la estructura de un relato no es


otra cosa que su esqueleto o, si se quiere, el
tramado arquitectónico de columnas y vigas sobre
el cual se sostendrán la ficción narrada (la
historia, el contenido) y la narración misma (la
forma, el estilo). (348)

Así, se puede dividir los cuentos sorianos en dos

grupos principales: los cuentos realistas y los cuentos

fantásticos. En Relatos de novelistas españolas (1939-

1969), Alicia Redondo Goicoechea, aunque no plantea las

definiciones de manera exhaustiva, porque según ella,

“establecer fronteras entre ellas (las definiciones

entre cuento, novela corta y novela) es tarea poco

185
menos que imposible” (9), señala las características

“con las que habitualmente se define el cuento frente a

la novela” (9): el cuento tiene

la impresión como colección y no de forma aislada,


la concentración en un número limitado de
personajes y situaciones y una mayor intensidad y
velocidad narrativas. Todas estas características
tienen que ver con la brevedad. (9-10)

Gabriela Mora y Enrique Anderson Imbert proponen el

número de páginas para diferenciar entre un cuento y

una novela corta. Así, las obras entre 40 y 90 páginas

se consideran como novela corta. Para analizar

estructuralmente a los cuentos de Soriano, se emplea

los conceptos de la división de los cuentos de Erna

Brandenberger, dividiendo los cuentos presentados en

narraciones como novelas cortas o formas parecidas, y

en narraciones largas y cortas.

Los cuentos realistas

Como ya se ha notado anteriormente, Soriano está

de acuerdo con casi todos los conceptos recogidos para

el cuento. Así, entre sus cuentos considerados

realistas, se destacan a los siguientes: “El perfume,”

186
“La abuela loca,” “La carraca,” “Viajera de segunda,”

“Prisa,” “Leonora,” “La isla sin nombre,” “El vídeo

perfecto,” “La invitación,” y “Las ‘bachas.’” En estos

cuentos, Soriano emplea personajes universales, la

mayoría anónimos, y por ello algo genéricos, para crear

un ambiente verosímil. También destaca el empleo de la

psicología para caracterizar tales personajes mediante

su identificación con diferentes emociones y

sentimientos. Las situaciones que encuentran las

mujeres bajo la represión de la sociedad patriarcal, la

injusticia del sistema judicial, las diferencias entre

las clases sociales (especialmente el abismo entre los

ricos y los pobres), el vicio y la adicción, los celos,

el rencor, la venganza, la explotación de los niños o

niñas, son algunas evidencias de la realidad en que

vivió Soriano. De esta manera, se agrupan a estos

cuentos en esta sección.

Los cuentos fantásticos

Entre los cuentos fantásticos se encuentran

“Maremoto,” “El camello volante,” “Los hijos anfibios”

187
y “Las monedas del muerto.” En ellos, Soriano emplea

personajes o elementos ambientales fantásticos: el

sueño, un animal que vuela, unos niños con colas de

pez, en fin, situaciones no sólo inverosímiles sino

además a veces imposibles. Soriano sueña y recuerda

sus sueños. Así, como reza la advertencia de la

colección de cuentos con sus tres sueños, señala que:

Yo soy--y acaso sea siempre--una escritora de


imaginación exclusivamente realista, incluso
demasiado razonable, en estado de vigilia. Pero
“el sueño de la razón engendra monstruos” y,
dormida, mi imaginación es otra, capaz de las
aventuras más extrañas y absurdas, si bien
conservando cierta lógica en la ilación de
disparates. (13)

Su utilización de la cita de Goya sugiere que no se

sienta cómoda al alejarse de la razón y del conocido

territorio realista.

Las narraciones largas y cortas

Erna Brandenberger en su Estudios sobre el cuento

español actual señala lo siguiente sobre los cuentos

con estructura de novela corta o parecida:

a) Se concentra en un suceso principal, que es el


que desencadena la acción, y en uno o en muy pocos

188
protagonistas. b) El acontecimiento central es
singular, extraordinario e insólito y no sólo
tiene consecuencias sobre todo el grupo de
personas que en él participa. Para darle
verosimilitud suele exponerse como si hubiese
sucedido realmente y se le relaciona con una
determinada época, un determinado lugar o una
determinada personalidad histórica. c) La acción
es más importante que los personajes. d) El
desarrollo de la acción se caracteriza por la
continuada motivación, la lógica concatención de
los diversos episodios que la constituyen, su
progresiva tensión hasta llegar al momento
culminante y por su desenlace rápido, generalmente
inesperado. e) El destino depende muchas veces
del azar. f) Está narrada a una distancia que
permite la objetivación bien cronológicamente o
bien retrospectivamente desde el final. (166-167)

Entre los cuentos de Soriano, existen algunos que

contienen la mayoría de los elementos mencionados y

pueden considerarse “cuentos como novelas cortas.” Así

se destacan los siguientes: “La viajera en segunda,”

“La isla sin nombre,” “La invitación,” y “Leonora.”

Entre los cuentos que contienen estructuras de

narraciones largas se encuentran “El testigo falso,”

“El vídeo perfecto,” “La invitación” y “Leonora.”

Según Brandenberger,

Algunas de las narraciones largas (tienen entre 25


y 50 páginas), son por su estructura verdaderos
cuentos, pero son más sustanciosos que éstos
debido a que la acción transcurre más claramente

189
en el tiempo, abarcan un mayor número de personas
y tienen en sí mismas un mayor peso. (173)

Se repiten los cuentos “La invitación” y “Lenora”

obviamente por su extensión (más de 25 páginas).

Soriano emplea varias técnicas en sus colecciones

de los cuentos. Para realizar el mundo de manera

verosímil y personal, la autora emplea las siguientes

técnicas: el análisis psicológico, predominio del

narrador en primera persona, frecuente uso de las

percepciones sensoriales, mucha atención al fondo

ambiental y el paisaje, la personificación, la

sinestesia, las repeticiones, las contradicciones, el

monólogo interior, variaciones en el concepto del

tiempo, el extranjerismo, y el simbolismo de los

números usados en los cuentos.

El análisis psicológico

En “La carraca” Soriano emplea la técnica de

utilizar los sentimientos y las emociones para dotar de

realismo a sus entes de ficción. Primero, utiliza la

crítica entre los personajes o del protagonista contra

190
los demás. El señor Bruch comienza a criticar a sus

socios: “¡Qué insoportable ha estado el señor Onís, con

sus ínfulas de aristócrata tronado!” (19) y “[...] el

señor Onís es tan remilgado [...]” (20). Por su parte,

el señor Onís lo describe al señor Bruch de una manera

peyorativa, criticando su acento germánico, su

personalidad, y su carácter: “tan simpático, tan

correcto, tan señor, que ‘casi parece madrileño’[...]

si no fuera por la t que se le escapa al final de

Madrid y de usted cuando está acalorado [...]” (19).

El uso del apellido alemán y las rarezas de Bruch

constituyen un detalle que recuerda a los lectores la

alianza entre Franco y los fascistas alemanes, que

trajo a muchos germánicos a España. Segundo, el temor

obsesivo del señor Bruch se revela a través de la

introspección psicológica: él tiene miedo de la

medicina, de los médicos, y de las operaciones. Porque

le gusta vociferar y gritar en los partidos de fútbol,

se le inflaman las amígdalas con frecuencia. Los

médicos le sugieren que se corte las amígdalas de una

vez, “pero no acaba de decidirse: le da un miedo atroz,

191
vergonzoso” (21). El uso de la metáfora aumenta el

énfasis sobre su temor, “[...] la operación fue

monstruoso abuso de la patria potestad” (21). Tercero,

revela su amor hacia el fútbol; “él es un ‘hincha’

feroz del Barcelona, naturalmente, en primer lugar, y

después, por orden de categoría, de todos los equipos

de su región” (21). Por gritar y expresar sus

emociones deportivas y su entusiasmo regional, ha

recibido “millones de unidades de penicilina” (21) para

tratamiento de su amigdalitis. Además, pasa toda la

tarde recorriendo las calles de Madrid en búsqueda de

una carraca, puesto que según él, “en un campo de

fútbol extranjero los espectadores usan carracas, en

lugar de las gargantas” (21). Por último, la autora

esboza su furia, impaciencia y sarcasmo en el momento

en que se encuentran los dos hombres (el señor Bruch y

Peláez); el sarcasmo hace acto de presencia: “¡Hombre,

Peláez, qué feliz encuentro!--exclama a gritos, con

evidente sarcasmo” (22). La ironía continúa cuando el

señor Bruch le dice al otro que ahora está “muchísimo

mejor” (22). Antes de despedir a su empleado, el señor

192
Bruch quiere que Peláez le devuelva algunos documentos

pertenecientes al negocio. Los dos van vagando como

canes abandonados porque el borracho Peláez no se

acuerda de su lugar de alojamiento. El coraje comienza

a acumularse en el corazón del señor Bruch, por lo

tanto, él alerta a sí mismo como indican sus palabras:

“cuidado: firmeza, serenidad, self-control” (23)--otro

mecanismo auto-revelador, pues manifiesta que tiende a

perder los estribos. El momento en que Peláez le

muestra que su ropa se la ha bebido con todas sus

propiedades, el señor Bruch continúa “suavemente” la

conversación (23). Después de darse cuenta de que

“están rodeando la misma manzana por segunda vez, el

señor Bruch siente una oleada de sangre caliente en el

rostro, se para en seco y suelta una palabrota,

añadiendo: --“¿Me quiere ustettt torear?” (24) El

señor Bruch está furioso, sobre todo consigo mismo, y

sin poderlo evitar, le da más dinero sin querer porque

el borracho Peláez se lo pide y Bruch le dice al tipo

que “haga lo que le venga en gana. Se los bebe ahora

mismo, o se compra estricnina y revienta de una vez”

193
(26). Su sarcasmo y hostilidad atestiguan su ira.

Todavía tiene que conseguir la entrada para el partido.

Y como apremia el tiempo, ahora sí el señor Bruch tiene

una gana de gritar, de “soltar tacos muy gordos” (27).

En “Viajera de segunda,” se analiza la psicología

de la protagonista, una vez descubierta por el revisor.

La anónima protagonista pagó la diferencia del pasaje

(porque no tenía remedio) con rencor y furia. Sin

embargo, el juego sigue, aunque la muchacha corre el

riesgo de ser descubierta por el revisor otra vez. Es

un juego porque en sus viajes el mismo revisor siempre

trabaja a esa hora, y “sin duda la había calado y se

divertía en darle caza” (34). La muchacha continúa con

este juego a pesar de las humillaciones y vergüenzas

que le hace sentir, que indica que en algún nivel,

disfruta el peligro:

La buscaba por todo el tren, [...] aunque fuera


sentada en segundo con perfecto derecho, porque no
hubiese otro sitio. Incluso en una ocasión llegó
a levantarla del asiento y a llevarla a otro, en
el vagón correspondiente, porque ella se negó a
pagar la diferencia, y la dejó instalada entre un
soldado borracho y una vieja cargada de cestas
mientras se burlaba de ella. (34)

194
Ella misma reflexiona: “por ahora, adiós al tren, al

segunda ilegítimo y al doloroso juego humillante con el

revisor” (34-35).

El odio empieza a crecer en la muchacha, al mismo

tiempo que algo que comenzó como un juego inocente se

convirtió en algo vergonzoso y humillante. El revisor

la persigue con saña obligándola a escaparse de él, y

hasta esconderse en el retrete. Durante el último

viaje, ella quiere jugar a ser

fuerte: se había puesto su vestido más elegante,


sus únicas medias de nylon y su chaqueta de punto
de color verde mar; se había maquillado algo más
que de costumbre y se había peinado con primor; y
se había perfumado con el extracto francés
auténtico que le regaló Madame [...]. (35)

Todas estas preparaciones ella las hace para poder

presentarse temprano a la estación--como si estuviera

preparándose para una batalla, con la diferencia

significativa de que esta vez, ella ha comprado un

billete de segunda. Ella cuidadosamente examina todos

los detalles de cada preparativo. Se sienta en un

asiento más visible, estira las piernas para lucir

mejor sus lindas fundas, finge que lee una revista,

195
mira a los pasajeros con indiferencia y superioridad

(35). Sin embargo, ella se siente incómoda, impaciente

y temerosa a la vez. La anticipación es más angustiosa

que ser cazada. Como el revisor no se ha aparecido

todavía, “la idea del fracaso le producía no sólo

despecho, sino un curioso sentimiento de tristeza, que

intentaba calificar de venganza insatisfecha...” (36).

La atención descomunal y exagerada que la muchacha

anónima concentra sobre esta simbólica venganza le

sirve a Soriano para demostrar cómo la mujer siempre se

juega con desventaja, incluso cuando no está jugando.

Incluso el haberse preparado con tanto esmero, luciendo

sus mejores armas, sólo sirve para aumentar el

atrevimiento del revisor, quien lo percibe como

coquetería, y la trata como a “una cualquiera,” cuando

ella hubiese querido respeto. El énfasis

desproporcionado sobre su sofoco funciona para subrayar

que no buscaba flirteo, sino que la viera como dama.

En este caso, es la combinación del sexo, clase y

género que obra en contra de ella, pues el revisor ya

196
la tenía catalogada como pueblerina de clase humilde,

que no merecía respeto.

No existe ningún orden cronológico perceptible en

“El testigo falso.” Soriano emplea esta técnica

atemporal para comunicarle al lector el estado mental y

físico del señor Fulánez, una mezcla confusa aunque sea

universalizable, porque todos los sentimientos

mencionados constituyen parte de la naturaleza humana:

la ambición, la avaricia, la codicia, la preocupación,

la angustia, la intranquilidad, la ansiedad, la

imaginación sin límite, la curiosidad, la vergüenza, la

rabia, la excitación, la envidia, la mentira, el

insomnio, entre otros. Un día el señor Fulánez recibió

una visita de sorpresa de su amigo Camuñas al que

conocía de la guerra. Los dos conversaron, hablaron

con la nostalgia de aquella época de la guerra y de

pronto empezaron a hablar sobre la posibilidad de

iniciar un negocio juntos. Según el amigo Camuñas,

había inventado el jabón potásico y sería un negocio

muy lucrativo. Sin embargo, Camuñas no tenía el dinero

necesario para comenzar el proyecto. Así que Fulánez

197
buscó al señor Sotero para hacerse socio con ellos

porque Sotero pudo adelantar el dinero para comprar los

materiales necesarios. Todo iba bien hasta un día

cuando, desafortunadamente, se murió el amigo Camuñas y

lo peor fue que nadie sabía exactamente cuál era la

fórmula para hacer el jabón. El señor Sotero le acusó

a Fulánez por engaño, y comenzó una demanda en el

juzgado. El testigo falso identificó a Fulánez como

culpable en el procedimiento, porque alguien le había

pagado algunos duros para mentir en el proceso.

Durante el proceso de la demanda, el señor Fulánez

perdió el respeto al sistema judicial.

Todas estas impresiones infantiles se acumularon


en mí y elaboraron una imagen sobrenatural del
“abogado”: ser mágico, con poderes infalibles
sobre vidas y haciendas, conjunción máxima del
talento, la sabiduría, el privilegio y la
respetabilidad. (43)

El ser humano en general tiene miedo de lo que

desconoce, incluyendo las leyes, y así su mente

engrandece el sistema y sus representantes, en este

cuento, el apellido mismo de Fulánez comunica su

condición genérica, paradigmático del hombre promedia,

198
sin nada distintivo y por ende, “típico,” capaz de

generalizarse o representar aquello más común de la

comunidad. Aunque ganó el pleito el señor Fulánez al

final del cuento, cuando el rencor, la rabia, el temor,

destruyeron por completo su fe y su moral legalistas

(59), convirtiéndolo en un hombre “desconfiado,

suspicaz, demasiado preocupado por lo que dice y ante

quién lo dice. Todo esto es fatal para un hombre como

él” (62).

La mentira provoca al inocente una ira, estupor,

temor, intranquilidad, y un gran daño: “Aunque acaso la

farsa duró pocos minutos, a mí me pareció una

eternidad, y hubo instantes en que la sangre se

agolpaba en mi garganta y me nublaba los ojos” (61).

En “El testigo falso,” la ingenuidad del señor Fulánez

no le permite aceptar estas situaciones desagradables:

“Pero ése, ese hombre... ¿Quién es...? ¿Qué le he

hecho yo? ¿Por qué hace eso?” (61) Cuando su

procurador le explica que el testigo falso “lo hace por

veinte o treinta duros” (61), el señor Fulánez se queda

frío de asombro, y empieza a sentir repugnancia y

199
espanto. Este cuento presenta la pérdida de la

inocencia, de la ingenuidad, de la conciencia sana, la

confianza, y finalmente de la moral. El resultado

fatal de esa pérdida es catastrófico. Produce una

emoción de rencor, incertidumbre, hasta la obsesión.

Todas estas cosas negativas le complican la vida. En

último plano, el cuento soriano sobre todo una crítica

de un fallo común del sistema jurídico español, aunque

no se limite a España.

En “Viajera de segunda,” la hipocresía de la

Madame representa una hipocresía universal. A pesar de

que el negocio de ella sea la supuesta moda francesa,

ella se burla de los franceses. El efecto de usar la

palabra despectiva “franchuta” (30), aumenta la burla y

el desprecio. Sin embargo, Madame imita “sus ademanes

y sus frases gangosas” (30), puesto que para continuar

consiguiendo éxito en su negocio, Madame tiene que

seguir disfrazándose como una francesa y así engañar a

sus clientes. La muchacha se da cuenta de que la gorda

Madame, que engaña a sus clientes, y se burla de ellas

200
es igual a ellas en que son todas hipócritas y snobs

que se creen superiores.

La curiosidad empuja y motiva a muchos seres

humanos; por lo tanto, especulando para satisfacer su

curiosidad, Dámaso ya proponía algunas teorías sobre su

donante en “La invitación”:

Un extranjero, italiano o quizás apátrida, que


había sufrido un accidente mortal cuando viajaba
solo en un viejo “Mercedes” de los años cincuenta,
con documentación caducada, no coincidía con la
filiación del conductor en su pasaporte,
probablemente extendido a nombre falso, [...]
nadie reclamó el vehículo, era robado, prestado o
alquilado ilegalmente. (82-83)

Dámaso, con personalidad detectivesca, “intuía en

aquel suceso alguna historia interesante” (83), estando

seguro de que alguien influyente quería mantenerlo todo

como un secreto. En la conversación entre Dámaso y

Francisco, su curiosidad inundaba el tema de la

conversación. “Tenemos que ir, conocer a los otros

transplantados, si los hay; tenemos que saber quién fue

nuestro donante, quién es esa viuda de Cambelli y por

qué nos llama ahora, al cabo de un año...” (85). Tales

afirmaciones demuestran que tenía muchas preguntas y

201
quería saberlo todo. Sin embargo, a Francisco no le

importaba saber nada. Cuando Feliciano releyó la

carta, él mismo “sintió sorpresa y perplejidad ante la

elegancia del papel y el misterio que encerraba para

él” (87). Empezó a analizarlo todo como lo hizo

Dámaso. “¿Dónde caerá esto?” (87) se preguntó,

respecto a la dirección de la anfitriona. El momento

en que el camionero Pedro recibió la invitación, su

corazón se llenó de recelo, “sospechando alguna celada

mafiosa o quizá policíaca, en relación con un reciente

alijo de hachís transportado sin novedad desde

Algeciras hasta la frontera francesa” (89). En este

caso, la reacción paranoica de Pedro sirve para

caracterizarlo y revelar sus actividades al margen de

la ley como tiene la conciencia intranquila, tiende a

ver todo lo desconocido como trampa tendida, o por

bandos rivales en el tráfico de drogas, o por la

policía. Su jefe “le ordenó acudir a la cita y

averiguar qué había tras su inofensiva apariencia. Por

otra parte, Pedro sentía curiosidad personal, dado su

incurable afán de aventuras sexuales” (90). Después de

202
ser recibidos, los cinco invitados fueron sometidos a

una serie de interrogaciones. Dámaso y Paquito

se daban cuenta de que eran sometidos a un


interrogatorio con cuestionario programado cuyo
objeto se les ocultaba y de que su anfitriona los
examinaba sin la menor simpatía, con mirada de
brillante acero...penetrante. (97)

Todo parecía un gran misterio hasta que se presentaron

a la casa de la viuda Cambelli. Fueron tratados de

manera despectiva. “Parecía buscar en aquellas

personas algo que no encontraba, por lo que se mostraba

cada vez más nerviosa, impaciente y como irritada

contra ellas” (97).

En “Leonora,” la reacción del joven es

representantiva de muchos adolescentes, que sufren una

etapa de vida muy conflictiva, llena de rebelión, como

también temporada del descubrimiento de sí mismo. La

exploración de los sexos--tanto el sexo propio como el

sexo opuesto--la exploración de los cuerpos, de cambios

por las hormonas, y la curiosidad por todo este cambio

motivan y aumentan la reacción rebelde contra los

padres, la sociedad, y el mundo. El misterio

resultante de su desconocimiento del otro sexo exacerbó

203
la curiosidad del muchacho. Como su padre trataba de

inculcarle la idea de que las mujeres eran unos seres

míticos, aunque inferiores, resultó que para el

muchacho, las mujeres eran “tan atrayentes y

terroríficos como son todos los misterios para el

ignorante” (114).

Para el narrador, Leonora representaba un misterio

que “aumentó mi curiosidad--dicen que la curiosidad es

el principio de todo amor--[...] yo era, en verdad, un

crío, no tenía verdadera experiencia sexual” (116-117).

Por curiosidad aceptó acudir a visitas con el

psiquiatra. Durante las tres entrevistas sostenidas

con el psiquiatra, le confesó su obsesión sobre esa

enigmática Leonora, su rebeldía reciente hacia sus

padres; aunque antes le consideraba a su padre como un

hombre “rígido, dogmático, autoritario y machista”

(132), y que su madre le inspiraba “absoluta veneración

porque era ejemplo de bondad y de auténtica fe

cristiana” (132). El diagnóstico del psiquiatra fue

que padecía del “complejo de Edipo respecto a su madre

y el de castración ante su prepotente padre, todo lo

204
cual había originado su evidente inmadurez psicológica,

etc. etc. ...” (133). Aunque se negó a creer dicho

análisis, empezó a partir de entonces a sentirse mejor

físicamente.

Soriano utiliza el auto-análisis del narrador para

realizar con verosimilitud un retrato de una conciencia

adolescente. Antes del encuentro inesperado con

Leonora desnuda, el narrador no se preocupaba de nada--

ni el pecado moral del adulterio, ni la diferencia

entre las edades, ni todas las enseñanzas inculcadas

por la religión. Estaba obsesionado por Leonora.

Inicialmente ella le había parecido hermosa, honesta,

con una voz pueril, infantil, vestida como una niña.

Después del acontecimiento para él funesto como

aspirante a seductor, se encerraba en su cuarto

analizando el suceso inexplicable:

¿Qué clase de mujer era ella? ¿Decente, como la


creía mi madre o una secreta devoradora de
hombres? ¿La había buscado yo o ella me había
tendido una sutil trampa? ¿Era una hipócrita en
sociedad y una viciosa en la intimidad? ¿Su
discreción, su laconismo, su vocecita escasa, sus
actitudes todas eran auténticamente ingenuas o
fingidas? ¿Fue precisamente un acto de inocencia
su ofrecimiento repentino en absoluta desnudez?

205
¿Quién de los dos era el seductor y quién el
seducido? ¿Quién el decepcionado, quién el
fracasado? ¿Por qué yo me asusté de tal modo, si
no era la primera vez que veía mujeres desnudas--
aunque nunca tan de cerca--[...]? ¿Quién de los
dos era el culpable del fiasco? ¿Quién de los dos
había hecho más el ridículo? ¿Qué pensaría ella
de mí? ¿Qué pensaría que pensaba yo de ella? ¿Se
reiría burlonamente, se sentiría ofendida,
menospreciada? ¿Me despreciaría, me odiaría,
sufriría de humillación y de orgullo herido?
¿Debería yo disculparme con ella caballerosamente,
pedirle perdón por mi osado acoso? [...] ¿Por qué
fuimos tan de prisa, tan torpes, tan ingenuos los
dos? ¿Nos amábamos tanto, tan repentinamente, que
perdimos la cabeza porque “todo era muy urgente”
como ella había dicho? (127-128).

Nuevamente se nota la reacción misógina del

protagonista narrador. Trata repetidamente de culpar a

Leonora por su inexplicable comportamiento. Por falta

de experiencia, por vivir en una sociedad patriarcal

reaccionaria, y por seguir las reglas estrictas de

moralidad cristiana, el joven narrador se encuentra en

un mundo confuso. Hacer el papel de “seductor

seducido” aparentemente es algo vergonzoso, humillante

y ofensivo. El conflicto existe por haberse crecido y

desarrollado bajo un sistema y código machistas. Así,

le molesta la inversión del papel tradicional masculino

por sentirse “el seductor seducido” (porque Leonora fue

206
la que inició el acto sexual) y esto le traumatiza al

joven. Aquí Soriano sugiere la idea de la “doble

norma” de la moral o la conducta sexuales--una

situación reflejada por la ley española que ha hecho

del adulterio un crimen para la mujer adúltera, cuyo

castigo es severo y la lleva a la cárcel; sin embargo,

para el hombre no hay--o no había, en la época del

cuento--ni crimen ni castigo.

Es de notar que Soriano sugiere el leimotiv del

donjuanismo incipiente en “Leonora.” El narrador

estaba locamente enamorado de una mujer apenas conocida

y a pesar de que fuera casada, mayor que él, se

obsesionó con seducirla. Dijo que:

en suma, me sentía lo que se dice “perdidamente


enamorado”[...] para realizar “nuestra felicidad”
[...] besar su boca [...] sus ojos [...] su cuello
[...] sentir sus brazos en torno a mi cuello, en
fin, cumplir el mismo ritual erótico--romántico
que solía con las chicas de mi edad. (120)

Quería declararle su pasión a Leonora tan pronto como

pudiera, y para ese fin, empezó a imaginarse cómo le

iba a hablar, y cómo lo hubiera hecho don Juan Tenorio:

Esto significaba hablar mucho y con oratoria


eficaz a una mujer que parecía nada expresiva en

207
palabras ni gestos; pero ¿acaso don Juan Tenorio
hablaba mucho con sus piezas de caza...? Yo era
consciente de que mi vocación donjuanesca--que la
tenía--, requería más entrenamiento, sobre todo,
en la consumación de la hazaña. (120-121)

Trataba de compararse a don Juan mientras justificaba

su paso debido a la diferencia de su intención. No

sabía cómo lograr encontrarse con ella--por teléfono o

por correo. A pesar de que sabía muy bien que se

consideraba un pecado el tener deseos sexuales hacia

una mujer casada, el protagonista pasaba mucho tiempo

meditando y planeando maneras de consumir su deseo

sexual viéndose en secreto con Leonora. Después de

unos quince días de contemplación e imaginación del

momento en que se consumiera su amor--entre el narrador

y Leonora, la realidad salió fatal. Según el

protagonista-narrador, “¡había fracasado totalmente en

mi primera experiencia sexual auténtica!” (126).

Contrario a su anticipación de un momento romántico,

Leonora reapareció enfrente del narrador “completamente

desnuda” (125), algo inconcebible para el muchacho.

“Mi estupor, mi turbación, mi desconcierto fueron

tales, que no pude apreciar la presunta hermosura de

208
aquel cuerpo de mujer, ni ahora sabría describirlo

[...]” (126), y se limitó a fijarse en las partes

sexuales de Leonora, que lo espantaban. “Sólo recuerdo

la gran mancha negrísima de su bajo vientre y las dos

manchas menores y violáceas de sus pezones que me

parecieron dos ojos mirándome agresivamente” (125).

Debido a sentimientos inexplicables (pasmo, vértigo,

vergüenza), su “erección se resolvía pronto en una

breve eyaculación espasmódica” mientras que todo su

“ardoroso deseo se convertía en pánico” (125). Con

reacción muy machista, pronto comenzó a echar la culpa

de todo a la mujer. Después de criticarse brevemente a

sí mismo, empezó a criticarle a Leonora:

Leonora no había sido generosa, sino


desvergonzada, impúdica, contra toda su fama de
mujer pura y fiel. Aquello era el desencanto, la
repentina caída de mi ídolo a la más vulgar
categoría de mujerzuela. (126)

El narrador siguió comparando su situación a la de don

Juan.

Ahora comprendía bien la conducta de don Juan,


cuya personalidad yo admiraba tanto, ahora sabía
que seguramente se basaba en la repentina
desilusión de un sueño ante la desmedida voracidad
femenina en la intimidad. (126)

209
Mediante esta reacción misógina del joven protagonista,

Soriano expone la psicología típicamente egoísta del

aspirante a seductor, incapaz de ver nada positivo en

la conducta de la mujer “conquistada,” aunque él mismo

haya hecho todo lo posible para llevarla a este paso.

Obviamente, la dicotomía existente en la mente del

joven narrador--típico de la época franquista--sólo

concibe los extremos contrarios de la conducta

femenina: o la mujer caída, la prostituta, o la diosa,

la virgen o madonna, la mujer angelical. La igualdad

no existe entre los géneros, ni siquiera como

posibilidad; el narrador no está dispuesto a concederle

a la supuestamente adorada Leonora ningún derecho al

deseo, ni mucho menos a tomar la iniciativa, porque

estos son “derechos” exclusivamente masculinos. Se

nota un cambio repentino al contemplar un plan para el

futuro:

¿Qué debía, qué podía yo hacer ahora? ¿No me


correspondía, ante todo, y sobre todo, reivindicar
mi masculinidad? ¿Buscarla inmediatamente...y
demostrarla que yo era un hombre? ¿Quisiera ella
o no, poseerla, violarla, si era preciso? ¿Por el
contrario, debería aguantarme, asimilar mi

210
fracaso, olvidar para siempre tan penosa
experiencia primeriza? [...] A pesar de todo, me
seguía pareciendo la mujer (Leonora) más deseable
del mundo [...] ¿Estaba condenado a masturbarme
siempre, pensando en su ondulado morrito, en sus
ojazos verdinegros, en sus brazos divinos rodeando
mi cuello? ¡Qué desgraciado, qué desesperado, qué
enfermo incurable me sentía...! (127-128).

Después de este momento desagradable, vergonzoso y

humillante, el narrador se quedó gravemente mal de

salud, no tanto físicamente como psicológicamente.

Antes del suceso, pasaba día y noche soñando,

obsesionado en planear el momento en que se consumiera

el deseo, pero después del momento inesperado, pasaba

día y noche obsesionado por el fracaso cuando se había

presentado la situación. Quería hacer algo porque, a

pesar de todo, la consideraba “la mujer de mi vida”

(129). Los años no borraron ese acontecimiento, el más

grande que le afectó su vida. Estuvo enfermo, “fuera

física o psicosomáticamente, a lo largo de dos años,

con dolores de muelas y de estómago, con febrícula

intermitente y astenia permanente” (129). Obviamente

el fracaso tuvo consecuencias fisiológicas, pues

tuvieron que “extirpar las amígdalas infectadas, luego

211
el apéndice, igualmente inflamado y doloroso” (129).

Este acontecimiento le afectó fuertemente a nivel de

personalidad también:

mi carácter optimista, extravertido y proyectivo


cambió por completo: me hice taciturno y abúlico,
con la creciente irritación de mi padre y la
preocupación de mi madre, a quien dejé de hacerle
confidencias de mis aspiraciones e ideales, por la
sencilla razón de que los había perdido, sin duda,
por culpa suya y de Leonora, a la que seguí
pensando, imaginando, soñando, durante mucho
tiempo. (129)

Es de notar como el varón no acepta la culpa, que aquí

transfiere a todas las mujeres, incluyendo a su madre.

Según el narrador, “el shock sufrido en mi frustrada

experiencia sexual, me traumatizó de tal modo, que me

impedía funcionar con ninguna (mujer) y hasta la

masturbación era siempre dolorosa” (130). Como

resultado, su madre le mandó a ver a un psiquiatra

famoso. Nunca se olvidó de Leonora ni del encuentro

que le tramautizó. Empezó a escribir libros, poemas,

pero sin embargo, seguía soñando del posible escenario

en que algún día se encontraran.

El descenlace de “La invitación” coincide con la

revelación de la identidad del donante. La chocante

212
pregunta sobre la reencarnación fue hecha porque el

amante de la viuda Marisa le comentaba varias veces

sobre ese tema. “Si yo muriera así, me gustaría que se

hiciera eso: repartir mi cuerpo, para que sirviera de

algo. Es la única forma de reencarnación” (102). No

se trata, pues, del concepto tradicional de

reencarnación, sino algo bastante idiosincrático. Para

probar si se reencarnara en alguno su amante, la viuda

repartió sus órganos. La viuda dijo: “Esperaba ver en

ustedes los rasgos de su maravillosa persona. ¡Pero ni

uno! ¡Nada, nada, nada! ¡Es espantoso!” (104). Al

descubrir la identidad de su donante, los invitados “se

daban cuenta de que aquella mujer no estaba en sus

cabales y la miraban con inquietud” (104). La viuda

empezó a gritarles, de manera hostil, cruel, y

despectiva:

Vosotros sois los que no tenéis derecho a llevar


ninguno de sus preciosos órganos. Sois todos
feos, indecentes, repulsivos. ¡Os odio, os odio,
os odio! Nos habéis engañado a él y a mí, nos
habéis burlado, nos habéis estafado. (105)

El rencor reprimido que guardaba la señora hacia su

amante se ve de pronto dirigido hacia los portadores de

213
los órganos trasplantados. El desenlace conlleva

homicidios múltiples y suicidio.

La envidia empezó pronto a separar a Nardo de Lino

en “El vídeo perfecto.” Nardo, compadre y cómplice de

todos los vicios, lo compartía y disfrutaba todo con

Lino. Sin embargo, cuando llegó Osita, todo empezó a

cambiar. Lino pasaba mucho tiempo encerrado en la sala

audiovisual con Osita y Nardo

que advirtió con alarma envidiosa que aquella


chica tampoco parecía tan inocente, cuando la vio
instalarse en aquella suntuosa mansión y utilizar
con aires de reina todas sus estancias repletas de
obras de arte, [...] comía bombones, bebía zumos
de frutas frescas y escuchaba sin cesar músicas
rockeras [...] en su diminuto transistor, regalado
por Lino, [...] y miraba películas. (196-197)

Nardo, resentido, pensó: “Este cabrón se ha enamorado”

(197).

Al descubrir la identidad de Osita, Nardo se

alarmó; “no sabía cómo transmitir su verídica

información a su enajenado amigo: seguramente no la

creería y reaccionaría contra él, o sea, matando al

emisario, como suele ocurrir” (198). La tensión entre

los dos amigos aumentó por culpa de Osita, llegando a

214
algo parecido a lo que sucede en muchos triángulos,

celos, rencor, traición, violencia.

El momento en que llegó el equipo audiovisual

nuevo de última moda, Lino se preocupó totalmente en

él. “Durante una semana, Lino y Nardo estuvieron

ensayando el manejo de todo el equipo” (203). A Osita

no le gustó la sensación del cuarto:

la estructura elíptica, el techo bajo y curvo, la


carencia total de luz natural y la única puerta de
comunicación con el exterior, daban a aquel
sagrario audiovisivo un carácter de búnker o
submarino. (202-203)

Después de estudiar el manejo del equipo, Lino le

expulsó a Nardo de la sala y pasó muchísimo tiempo

encerrado con Osita. Nardo intentaba consolarse “con

la esperanza de que pasara aquella obsesión de su

protector por encerrarse horas y horas con su única

pornomodelo ideal [...]” (203). Esta obsesión terminó

abruptamente y fue “tan inverosímil como dramático”

(203). Lino y Osita grababan videoclips con el título

que indicaba que “el argumento de la serie grabada era

el aprendizaje de una adolescente ingenua amaestrada

paso a paso por un hombre maduro y sabio en el ars

215
amandi” (204). Un día, la obsesión de Lino con el

voyeurismo bajo la influencia de la “coca, refrescos

afrodisíacos y cápsulas de éxtasis” le llevó a un mundo

inverosímil. Se encerraron Lino y Osita y estuvieron

viendo las películas que filmaron. Pero, hubo un

cambio peligroso: en vez de aparecer Lino en las

películas, empezaron a aparecer personajes y caracteres

reales mezclados con otros ficticios en todos los actos

imaginables de la pornografía. Aparecía la maestra de

Osita, el atleta negro Ben Johnson, las chicas del

pasado de Lino,

amas de cría, nurses, maestros, condiscípulos


amigos--Nardo mismo--, mujeres de alta sociedad
[...], deportistas, bailarines, cantantes,
actrices, actores de cine y teatro, héroes
ficticios que admiró en su juventud, [...] pilotos
y campeones automovilistas [...], los Gorilas en
la niebla, Cleopatra, Fangio, Los Beatles, [...].
(206-207)

Lino se enfureció aún más cuando vio a sus padres en

los clips. “Su angustia y su ira culminaron cuando, de

pronto, se vio a sí mismo apuñalando a su padre,

desnudando y violando a su madre” (207). Además, vio

también que “entre los acompañantes eróticos de la

216
Osita no sólo predominaban las gentes de color, hombres

y mujeres indistintamente, sino que también intervenían

animales” (207). También aparecían personajes

históricos reales y ficticios y hasta fílmicos, toda

una larga serie intertextual:

Cleopatra, Fangio, Nijinsky, Tina Turner, Rambo,


Los Beatles, Sydney Porter, Sabrina, Carl Lewis,
Di Stéfano, Tarzán, Ginger Rogers, Butragueño,
Lauren Bacall, Miguelito Bossé, Maurice Chevalier,
Madonna, Michael Jackson, Grace Kelly, Nefertiti,
Elvis Presley, Gunilla, Bob Dylan, Florence
Griffith, Julio Iglesias, María Callas, Don Juan
Tenorio, Carlos Gardel, Robin Hood, Grace Jones,
Niki Lauda, Greta Garbo, Bertín Osborne, Alain
Delon, Sandocán, Stevie Wonder, Frank Sinatra,
Romeo y Julieta, Supermán, el policía blanco y el
policía negro de Miami Vice, ETE, King-Kong, los
Gremlins, la mona Chita, el perro Pluto, el oso
Barth, conjuntos de ballet clásico, bandas de jazz
negras, grupos de rock, astronautas, curas y
monjas, jugadores de fútbol y de baloncesto,
toreros, rudos campesinos, algún poeta, ningún
político: en fin, una abigarrada multitud de
seres, muchos monstruosos, tanto reales como
imaginarios, pertenecientes al pasado, al
presente, incluso al mundo de los sueños [...].
(207-208)

Y en este desfile tampoco faltan los animales, desde

King-Kong y Chita hasta algunos de las tiras cómicas,

como el perro Pluto, todo mezclado de forma alucinante,

supuestamente en la mente de Lino, arruinado por las

217
drogas. Esto, que parece chocar a Lino al verlo en la

pantalla es algo que ha estado implícito desde el

comienzo en su relación con Osita, pues hasta el nombre

que le ha dado sugiere la bestialidad. Sin embargo, no

era nada comparado a sus alucinaciones producidas y

exacerbadas por drogas. Lino “terminó por perder

control de sus nervios y se fue hacia ella, colmándola

de insultos” (208). Empezó a gritarle

¡Puta, grandísima zorra, estafadora, me hacías


creer que eras virgen, que yo te enseñaba a hacer
el amor y te las sabías todas! ¡Así es que te
gustan las negras, los negros, incluso los
desteñidos maricas! ¡Pues yo te voy a poner negra
a ti, palurda, ladrona, rata asquerosa! ¡Eres una
mierda, te voy a matar, te voy a retorcer el
pescuezo! (208).

Incluso el léxico de su amenaza (retorcer el pescuezo)

deshumaniza y animaliza a la muchacha, pues es una

muerte de gallo que visualiza. Nuevamente, entre los

insultos proferidos por Lino a Osita figuran nombres de

animales incluyendo zorra y rata. Así, mediante el

lenguaje escogido, Soriano sutilmente mete en la

conciencia de los lectores los datos necesarios para

poder ver más claramente cómo generaciones de hombres

218
como Lino han abusado de mujeres y niñas. Y en esta

situación en particular, su misoginia también se

delata, no sólo mediante los abusos y la explotación,

sino sobre todo con los insultos y la amenaza a muerte.

Y como generaciones de mujeres matadas en nombre del

“honor,” Osita se enfrenta al peligro de muerte por la

supuesta experiencia sexual con otro, con alguien que

no sea él, pese a la extrema promiscuidad de Lino, lo

cual es un comentario sobre la historia del macho

ibérico.

Lino “mostraba gran angustia, fuerte agitación y

hasta accesos de agresividad hacia sí mismo” (210).

Entonces fue a consultar a especialistas,

particularmente un psiquiatra. Durante su tratamiento

de intoxicación, llegaron dos primas políticas junto a

sus esposos--los primos de Lino, los legítimos

herederos en potencia del millonario. Una de ellas fue

a consultar a un cura sobre este asunto. Según el

representante del catolicismo, era el trabajo del

diablo: “Pues el diablo, hija mía, ya lo ha dicho

recientemente el Santo Padre, no sólo existe, como

219
siempre existió, sino que en estos tiempos actúa por

todo el mundo con más eficacia y malignidad que nunca”

(210). Antes de ser dado de alta en la clínica, Lino

le preguntó a Nardo: “Dime, Nardo, tú que eres tan

entusiasta de la nueva ciencia, ¿crees que se puede

inventar un vídeo capaz de grabar y proyectar el

inconsciente?” (212). Nardo respondió:

Mira, Lino, pudiera ser, dicen que en física todo


es posible [...]. Desde luego, si se lograra
fabricar una videocámara que grabase no sólo las
imágenes y sonidos del mundo exterior, sino
también las actividades mentales y sentimentales
de los hombres, hasta los deseos e impulsos más
ignorados por ellos mismos, semejante aparato
sería el vídeo perfecto. (212)

Con dicha alusión intertextual al título del cuento,

queda claro que lo que Lino ve proyectado es su propio

inconsciente; no parece que nadie más vea lo mismo.

Las ciencias no explicaban los fenómenos sucedidos

en la sala audiovisual de Lino. Por fin, Lino trató de

explicarse todo con las teorías de Freud, especulando

que se

desaparecerían el subconsciente, el inconsciente


profundo y, por tanto, los daños que producen en
nosotros: complejos, histerias, neurosis y, sobre
todo, esta penosa incomunicación que hay entre los

220
hombres. Todos se conocerían a sí mismos y a los
demás. Cambiaría de verdad el mundo [...]. Eso
sí que sería una verdadera revolución [...]. (212-
213)

La vanidad, otro impulso poderoso, domina el

comportamiento de muchos en “La invitación.” Dámaso se

obsesionaba con todo lo relacionado con la invitación.

Era un hombre muy “pretencioso y vulgar” (85) desde la

perspectiva de Paquito, otro receptor de órganos.

Pico, el dueño del bar, para poner fin a la discusión

del motivo de la invitación, le dijo a Feli:

No puedes hacer un feo a esa señora, que debe ser


alguien importante: su papel es de lujo y huele a
perfume francés. Si tú estás vivo es por el
trasplante de su familiar y el que no es
agradecido no es bien nacido. (88)

Para corresponder a la señora de supuesta alta

sociedad, y para agradecerle, Feli decidió ir. Dámaso

se preocupaba mucho por su manera de vestirse y juzgaba

negativamente a los otros por no ser del mismo nivel

económico, según implica con su crítica de la ropa que

llevaban.

En “El vídeo perfecto” la autora da bastante

importancia al hecho de que Lino era un hombre

221
vanidoso, acaso porque tradicionalmente los escritores

masculinos casi siempre han recalcado la vanidad de las

mujeres. Por lo general, Soriano no condena este

personaje, por desagradable que sea, sino que deja que

él mismo se condene con lo que dice y lo que hace. Las

descripciones de su vestimenta enfatizaban la vanidad

de Lino, también; recibió varios cicatrices cuando

participaba en las carreras automovilísticas; sin

embargo, gracias a su fortuna, quedaba “todo ello bien

disimulado por los mejores cosméticos masculinos”

(174). Hace siete años que se lastimó gravemente en

una carrera automovilística, que le causó varias

fracturas y perdió sus dientes; no obstante, “todos

éstos fueron sustituidos en los Estados Unidos,

mediante reimplantes intraóseos que mejoraron en todos

sentidos su perdida dentadura original” (180).

En “Prisa,” se comprende la situación en que se

encuentra el protagonista cuando Soriano nos provee una

descripción indirecta de la noche anterior.

Habiéndose acostado a la víspera tan tarde [...]


no sólo por el exceso de bebidas y cigarrillos
sino, principalmente, por la infinidad de dimes y

222
diretes donde la mutua voluntad conciliadora se
extravió irremediablemente en un laberinto de
reproches, lamentos, acusaciones, excusas, quejas,
amenazas, burlas, insultos, mentiras,
semiverdades, en fin [...] en vez de resolver el
problema, lo dejaron insoluble. (71-72)

Otra vez se nota la importancia de los sentimientos y

emociones humanos para lo sucedido en este cuento.

Nuevamente Soriano utiliza la alusión intertextual con

el símil “como en la rima becqueriana--pensó ahora con

pesar--nadie pronunció la exacta frase necesaria, nadie

derramó la lágrima que hubiera disuelto el conflicto”

(72). Mientras se preparaba para salir, la conciencia

narradora no se paraba de pensar, idealizar, y recordar

cosas diferentes. La psicología del protagonista es

algo que sigue girando sin parar--tantos recuerdos,

ideas, situaciones se asoman mientras se prepara para

salir. Otro incidente que provoca mucha actividad

psíquica tiene que ver con el café. “Sabiendo que la

cafetera eléctrica tardaba demasiado en hacerlo--‘lo

tomaré en un bar del mismo puerto’--, marcó en el

teléfono el número preciso para llamar un taxi” (72),

pero se impacientó y pensó en tomar el autobús, aunque

223
sabía muy bien que se quedaba lejos y por fin pensó ir

a pie “con tal de hacerlo rápidamente” (72).

El cuento “Viajera de segunda” explica el motivo

del viajar “clandestino” de la muchacha protagonista en

una manera muy vaga.

Pero esto de ahora había sido algo muy distinto,


de raíz más entrañable, en cierto modo,
justificado, aunque ella no lo pudiese definir, ni
nadie pudiera entenderlo por más que intentara
explicarlo. (31)

El cuento nos indica que al principio, y aludiendo a

tomar un asiento más caro, ella “lo hizo casualmente o

por necesidad” (31) por la cantidad de viajeros que se

empujan entre sí, y la muchacha se sintió “con cierto

sentimiento de timidez y vergüenza al utilizar algo que

no le correspondía” (31). Además, se justifica porque

“muy pocas personas llevaban el billete de la clase que

ocupaban; incluso algunas no llevaban ninguno” (31).

En vista de que “todo el mundo lo hacía,” ella empezó a

subirse en departamento de segunda deliberadamente para

llegar temprano y sentada y “no por mero afán de

comodidad, sino por una extraña complacencia vanidosa”

(31). Se escaparía del revisor por el gentío que

224
viajaba durante esa hora. Así el tiempo viene a hacer

un papel en los sucesos, pues la protagonista lo

utiliza para justificar su acción.

Terminó por hacerlo así siempre, se acostumbró a


lo largo de tres meses, hasta convertirlo en un
acto natural y legítimo, sin ningún carácter de
fraude: subía directamente al vagón de segunda, se
instalaba en él como con todo derecho--incluso
algún viajero con billete de tercera se apresuraba
a cederle su asiento cuando la veía mirar en torno
suyo con aire imperativo. (31)

Aunque sin el boleto correcto ni la posibilidad de

gastar tanto dinero por un billete de segunda, la

muchacha continúa viajando de segunda porque ahora ella

siente repungnancia hacia la incomodidad y suciedad en

tercera.

Una costumbre inocente se había convertido en una


necesidad concienzuda y como viciosa. Nadie la
entendería, desde luego, ni ella podía
explicárselo; pero así era: tenía que seguir
siendo viajera de segunda. (34)

Representa un pequeño lujo para ella, de manera

relativa, pero es también significativo, que no se le

ocurre nunca tratar de viajar en primera clase.

La relación entre el hombre y la mujer es muy

tormentosa en “Prisa.” Primero se menciona el corazón.

225
Cuando los joggers le gritaron: “Mala posición de

espalda y brazos, se fatigará pronto, cuidado con el

corazón...” (74), ellos se referían al estado de la

salud física; sin embargo, el protagonista empezó a

contemplar su salud emotiva.

El corazón, sí, [...] venía sufriendo desde hacía


tiempo continuos golpes crueles, tenía que
endurecer su corazón, defenderlo de los
sentimientos excesivos, salvarlo, si era posible,
de la soledad y la desesperación definitivas.
(75)

Poco después, Soriano profundiza en la relación entre

el hombre y su mujer:

En su cabeza se sucedían y se entrecruzaban


flashes cortos de imágenes y palabras
contradictorias, tanto del pasado antiguo como del
reciente: años felices, total comprensión mutua,
somos desgraciados por tu culpa, la culpa es tuya,
eres egoísta, no quieres a nadie, besos tiernos,
dulcísimos, hipócrita, siempre me has mentido, me
engañabas, qué más quieres, nada es bastante para
ti, ojos risueños, risas unánimes, hermosos
dientes blanquísimos, cuánto te quiero, sollozos
reconciliadores, voces chillonas, no te entiendo,
ya sé lo que te pasa, sonrisas sarcásticas, eres
mala persona, fuertes chupadas a los cigarrillos,
frecuentes tragos alcohólicos, ten cuidado
conmigo, esto es abuso, traición, chantaje, [...].
(76)

La relación indica claramente una polaridad, una

relación volátil. Existen relaciones amorosas,

226
íntimas, misericordiosas y buenas, y positivas,

simultáneamente, relaciones negativas, horrorosas,

abusivas, traidoras y fracasadas. Mientras trataba de

caminar, correr y llegar al ferry, se acordaba de todas

las emociones extremas, contradictorias y opuestas

entre él y su mujer. Los sentimientos de los dos

constituyen polos extremos.

El narrador en primera persona

Erna Brandenberger en Estudios sobre el cuento

español contemporáneo señala:

Es evidente que el autor que cuenta sus historias


en primera persona se dirige más directa y
personalmente al lector que por ejemplo un
tercero. La narración en esta forma incita al
lector a interpretarla como autobiográfica y éste
se puede identificar más fácilmente con el
narrador. Por ello la narración en primera
persona está especialmente indicada para reflejar
las experiencias internas, las emociones o las
controversias consigo mismo y con otros y para
traspasar con naturalidad las fronteras de lo
irreal. (299-300)

Soriano utiliza el narrador en primera persona en los

siguientes cuentos: “El perfume,” “El testigo falso,”

“Leonora,” “La isla sin nombre,” “Maremoto,” “El

227
camello volante,” “Los hijos anfibios” y “Las monedas

del muerto.” Mediante la narración en la primera

persona, la escritora intenta acercarse al lector para

crear una sensación de intimidad entre el narrador o

los personajes del cuento y el lector. En “El

perfume,” Soriano comienza el cuento de una manera muy

personal: “Esta tarde me he quedado en casa” (8). El

uso del “yo” representa un “yo” anónimo, lo cual ayuda

a que “yo” del cuento pueda ser cualquier “yo.” Cada

uno ha experimentado en su vida la misma situación en

que se encuentra la narradora. Cuando menos lo espera,

cuando prefiere estar sola, alguien (una amiga) llega

con problemas ajenos supuestamente catastróficos, y

ocupa su tiempo--el tiempo que quería para sí misma.

En “El testigo falso,” la emoción recreada del narrador

en primera persona parece más chocante de lo que

hubiese sido con una narración en tercera persona. El

berrinche y el desazón del “yo” aumentan los

sentimientos de los lectores (59). La preocupación es

algo muy personal y mediante el empleo del narrador en

primera persona, Soriano consigue la reacción de sus

228
lectores a través de apelar a sus experiencias íntimas.

En “Leonora” la autora utiliza la primera persona

narrativa y sitúa el punto de vista narrativo dentro de

la subjetividad de un hombre al punto del alcance de la

mayoría de edad. La autora retrata las experiencias

íntimas del joven de una manera sumamente personal. En

“La isla sin nombre,” Soriano utiliza una técnica

autobiográfica, de narración en primera persona, como

en muchos otros cuentos suyos. Así aumenta la

verosimilitud de las situaciones relatadas por el

protagonista y atrae más la atención personal del

lector. “Maremoto” y “El camello volante,” escritos en

la primera persona narrativa, coinciden en cuanto a su

perspectiva narradora con los cuentos anteriormente

presentados, aunque no sean realistas, sino algo

fantásticos. La protagonista-narradora lo observa todo,

y mediante esta técnica, Soriano logra una relación y

reacción muy personales con el lector. En “La moneda

de los muertos” las dos protagonistas se encuentran en

un lugar desconocido como en “El camello volante.” Un

lugar anónimo y algo atemporal, con ciertos aspectos

229
míticos de cuento de hadas. Mediante las descripciones

de los paisajes, desde el punto de vista de la primera

persona narrativa, aunque los personajes se encuentren

en situaciones raras, se facilita la relación entre la

autora y el lector. En “Los hijos anfibios,” con la

epifanía chocante de los hijos de matrimonio amigo, la

narradora presenta un análisis universal. Después de

alejarse de sus anfitriones, se pregunta: “No se dan

cuenta de nada? Es que querían engañarnos? Cómo

parecen todos tan felices?” (20).

Las percepciones sensoriales en los

cuentos de Elena Soriano

En “El perfume,” Soriano emplea el sentido

sensorial del olfato. Como el mismo tíulo lo sugiere,

el perfume con su fragancia y aroma placentera puede

percibirse solamente con el olfato. Este sentido se

asocia con la sensualidad y con el amor. Abel puede

reconocer a Irma en cualquier rincón porque lo conoce

todo, reconoce absolutamente todo de ella, incluyendo

su perfume, un perfume que no huele a nada, sino que es

230
el olor de ella misma: “a carne limpísima, a agua

corriente, un poco a viento del bosque” (10). La

relación íntima entre ambos sexos se extiende por el

olor de los cuerpos y sus perfumes. La ironía es que

Abel no pasó la prueba de su esposa: descubrir su

presencia mediante el olfato. La narradora trata de

crear excusas por Abel, diciendo que “¿Cómo te va a

oler, si tiene un gripazo fenomenal?” (11) Sin

embargo, Irma cree que su perfume no debía entrarle por

los sentidos, sino por el alma, y como Irma ya no lo

quiere, se pone pálida y “su boca es un solo trazo,

blanco y recto, como hecho con tiza” (11).

En “La abuela loca,” en la escena del momento en

que la vieja se da cuenta de que lo reconoce todo, son

los sentidos visual y aural que la hacen recordar algo

terrible y traumatizante: “el lugar, la hora, la luz,

los ruidos” (16). Soriano entonces diestramente emplea

el sentido del olfato para aumentar la presencia del

paisaje: “Las mieses maduras y resecas, susurrando su

complicidad, emanando su excitante olor tostado, y el

olor másculo y acre del sudor de los segadores” (16).

231
El olfato es el sentido más afectivo de todos, puesto

que el olor puede traer la nostalgia, se asocia con la

melancolía, y evoca momentos del pasado de la vida. El

sentido del olfato aparece en “La carraca” también,

notándose cuando el señor Bruch y su empleado caminan

por las callejuelas que “huelen a calamares fritos”

(23), cuando los dos entran a pagar su alojamiento en

un sitio apestoso a “tufarada a coles cocidas, a carbón

de encina y, sobre todo, husmo a chinches,

inconfundible” (25). En el momento en que se va el

señor Bruch del lugar, se ven las dos hermanas

“arrojándole al rostro sus alientos, que huelen a

caries y a vinagre” (25). El choque con la

desagradable realidad de los menos privilegiados le

disgusta a Bruch:

De pronto siente una total desgana de la carraca


[...] no le serviría para nada. Una carraca es,
después de todo, una cosa tonta, de niños
pequeñitos; hace ruido, pero siempre el mismo,
monótono, sin matices--ra, ra, ra, ra.” (26)

Soriano le comunica al lector un sentido molesto junto

con el aburrimiento producido por el instrumento,

nuevamente empleando palabras negativas transmitidas

232
desde la perspectiva de Bruch para describirlo--una

cosa tonta.

Soriano emplea el sentido de la vista de manera

sutil en “El testigo falso.” El sentido de la vista

constituye uno de los sentidos más poderosos porque el

individuo tiende a creer lo que ve. Los ojos también

simbolizan el respeto, el poder, y revelan los

sentimientos y emociones. Antes de morir su amigo

Camuñas, el señor Fulánez y él cambiaron miradas

durante su última conversación.

Me echó una de sus miradas más tiernas y alegres,


como de perrillo faldero, como las de nuetros
buenos tiempos. Pero yo percibí en ella
suspicacia, recelo, y también una indefinible
imploración, que me aplanó definitivamente. (50-
51).

Antes de morirse su amigo, “se puso a mirar fijamente

el horrendo cuadro religioso que había encima de un

escritorio viejo” (51), y le dio permiso para revisar

su maleta a fin de encontrar la fórmula secreta de su

experimento. La mirada también vale por su ausencia

cuando se atestigua lo nunca visto: el testigo falso,

un desconocido, aunque de carácter débil, de apariencia

233
inofensiva y hasta inocentona, “sin mirarme una sola

vez,” con su mentira le hizo más daño que el peor de

sus enemigos (61). La primera vez que se encontraron

el señor Fulánez y el testigo falso fuera de la corte

fue la víspera de Reyes, por la tarde. El desconocido

no se acordaba de él. “Me miró alargando el cuello,

con expresión cegata, y dijo, muy suave y cortés:

¿Cómo? ¿Qué dice usted, caballero? ¿Quién es usted?”

(63). Sin embargo, el instante en que Fulánez le gritó

de quién y de qué se trataba, el desconocido “cambió

toda su expresión. Bajó la cabeza, pareció retraerla

entre la bufanda y el raído abrigo, igual que se

retraen las tortugas en su concha... y huyó” (63).

Pasó dos meses buscando al testigo falso, y para

satisfacerse a sí mismo, lo insultaba, lo despreciaba,

lo quería pegar cada vez que lo veía, hasta que, por

fin, se tropezaron en una calle oscura, y sin saber que

era el tipo mentiroso, lo sujetó el señor Fulánez para

no caerse. El tipo pidió disculpas y dirección. El

señor Fulánez por primera vez lo vio de cerca,

penetrando mediante los ojos hasta el alma del

234
desconocido. Desde entonces, el rencor y todo lo

negativo que sintió anteriormente desaparecieron.

Aunque el protagonista había esperado tanto tiempo para

verlo al testigo falso de frente a frente, cuando llegó

el momento en que el protagonista pudo verlo bien de

cerca, “tan de cerca como veo a diario las caras de mi

mujer y de mis hijos” (68) al testigo falso, se sintió

pena y confusión. Porque aquel hombre tenía un rostro

“devastado por el hambre, por la enfermedad, por la

indignidad y la deshonra” (68). Cuando el tipo oyó la

voz del protagonista, “alertó todo el rostro y abrió

los ojos desmesuradamente” (69). Como hubo luz en la

esquina de la calle, vio a sus ojos:

Por primera vez los vi por completo al desnudo.


Sentí que mi alma se derretía de compasión, de
ternura y hasta de arrepentimiento. Yo leí hace
tiempo que un hombre mataba a otro porque éste le
miraba con un solo ojo. Es increíble. Estoy
seguro de que las gentes que matan pueden hacerlo
porque cierran los ojos y no ven los de su
víctima; estoy seguro. Nadie podría asesinar ni
hacer daño a nadie si en el instante decisivo se
parase a mirar bien, a fondo, los ojos del otro.
Los ojos de las gentes, por dentro, son
intocables, como su alma,...tienen independencia
absoluta de la condición de todo el resto. (69)

235
Los ojos son tan poderosos porque lo dicen todo. Los

ojos como puertas que abren hacia el alma,

supuestamente revelan verdades ocultas. La profundidad

de los sentimientos y emociones se ve a través de los

ojos. Según el narrador,

yo digo lo de dentro, ese extraño núcleo central


rodeado por curiosos círculos y estrías, de una
sustancia tan delicada. Eso no envejece ni se
pervierte jamás; eso es siempre tan desvalido y
tierno como el día que se abrió la luz primera...
.(69)

Este sentimiento tan humano y filosófico no lo provocan

los ojos femeninos, sin embargo, Fulánez ve a las

mujeres como otra especie.

Otro recurso estilístico empleado por Soriano, de

efecto realista, se aprecia en su manera de presentar

la primavera a través de las percepciones sensoriales

de los personajes. En vez de personificar la

primavera--una técnica frecuente de escritos

“poéticos”--la autora apela a los cinco sentidos del

reparto de invitados, aludiendo a datos recibidos por

el olfato, el oído, la vista, el tacto y el gusto en

“La invitación.”

236
Cierto énfasis sobre el sentido del olfato también

aparece en “Leonora.” El protagonista-narrador,

avergonzado por su madre, se fugó de la sala llena de

mujeres, “atufado por la saturación de fuertes perfumes

franceses mezclados al olor peculiar de varias mujeres

juntas en un recinto cerrado, algo que me excitaba y me

repelía al mismo tiempo” (112-113). Este énfasis sobre

el efecto excitante del perfume constituye un motivo

reiterado, no sólo en el presente cuento, sino también

en muchos relatos donde el erotismo figura de modo

bastante visible. Obviamente, la fama del perfume como

afrodisiaco se explota como recurso acostumbrado en la

propaganda comercial para estimular las ventas de

diferentes marcas de perfume. Soriano subraya la

vulnerabilidad del joven a estos efluvios como detalle

emblemático de su inexperiencia. Cuando llegó a la

casa un día--el día en que se notó y conoció a Leonora-

-el protagonista tuvo que saludarles a las señoras allí

presentes con sus “olores diferentes a colonias,

maquillajes y alientos invariablemente ingratos” (111).

Cuando el narrador se fue de encargado a la casa de

237
Leonora, en el momento en que los dos se acercaron, los

olores corporales llenaban todo el espacio

mientras me inundaba, a la vez que mi propio sudor


repentino, su olor personal [de Leonora],
semejante al de las mimosas recién mojadas por la
lluvia, que recordaba de la casa de campo de mi
abuela. Me sentí absolutamente trastornado. (118)

En su segunda ocasión de recadero, llegó al hotel

de Leonora y la apretó y la besó,

y no sabía a dónde dirigirme con una de mis manos


sujetando un hombro de Leonora y la otra apretando
su cara contra la mía, para que no apartara su
boca, sus ojos, su piel, y su olor de mi voraz
consumo. (124)

El narrador se sentía “terriblemente excitado y, a la

vez, presa de una indecible angustia” (125); se daba

cuenta “de que todo el ambiente estaba tan intensamente

saturado del olor a mimosas de Leonora, que el aire

parecía casi sólido y dificultaba un poco su

respiración” (125). El olor, la fragancia constituye

un instrumento muy poderoso. De forma paralela ocupa

el sentido de la vista un lugar importante en este

cuento. Al ver al brazo de Leonora, al fijarse en el

brazo tan hermoso, el protagonista-narrador llegó a

recordar a su abuela, de una canción que su abuela

238
escuchaba con frecuencia. Apenas tenía unos diez o

doce años, la canción le excitaba mucho. La asociación

erótica de la canción se debe a la edad del narrador

entrando a la etapa de la adolescencia, con sus

sentimientos y el despertar psicológicos y físicos

sobre el sexo y los deseos sexuales. El sentido del

oído también hace un papel importante. Cuando el

narrador empezó a imaginarse a Leonora, su fantasía se

torna erótica en seguida:

En sus brazos desnudos rodeando mi cuello, al


mismo tiempo que me venía a la memoria, con música
y letra, un viejo disco favorito de mi abuela que
ella ponía con frecuencia años atrás, con un
estribillo que ya entonces me parecía voluptuoso:
“lo que valen son tus brazos cuando de noche me
abrazan... .” (113)

La nostalgia de los momentos que pasaron juntos el

narrador y su abuela, la obsesión con los brazos

femeninos, y la música los unen a todos los

sentimientos. Hacia el final del cuento, el narrador

se acordaba de su abuela otra vez: “en los viejos y

hermosos braseros que mi abuela repartía por las

habitaciones de su casa de campo cuando íbamos allí en

invierno” (137). Además, Leonora era una mujer

239
treintona y el narrador apenas tenía dieciocho;

seguramente que la diferencia de las edades entre ella

y él con los deseos sexuales que sentía, inicialmente

cuando estaba con la abuela, y ahora, cada vez cuando

pensaba en Leonora, le hacía recordar a su abuela

cuando pensaba o estaba con Leonora.

En “Viajera de segunda,” el instante en que la

anónima protagonista ve a su chaqueta verde, a través

del sentido de la vista, el color verde la remite a su

mundo interior, y le produce una sensación de alivio y

tranquilidad. Cuando viaja, anteriormente ella nunca

le devolvía la mirada al revisor, pero esta vez, cuando

por fin aparece el revisor, ella le sostiene la mirada.

El revisor con los ojos llenos de “la chispa divertida

y amenazadora que esperaba” y ella “plena de rencor y

desafío” (36) intercambian las miradas. El revisor

llega con mucho self-control, profesionalmente, aunque

se oye una risa silenciosa detrás de sus palabras

cuando le pide el billete a la muchacha. Ella tenía

planeado “rebuscar despacio su cartoncito azul y

alargárselo con callado desprecio” (36); sin embargo,

240
pierde el control, lo hace todo apurado y con voz alta

y rabiosa le dice: “¡Tome, lobo feroz!” (36). El

revisor con tranquilidad le da las gracias, aunque se

oyen sus risas sofocadas.

En “Las ‘bachas,’” Soriano emplea el sentido del

olfato en su descripción del pueblo:

Nuestro pueblo no tenía bosque. Sólo tenía, por


un lado, cebadas ruines y melonares de secano y,
por el otro, colinas bajas, cubiertas de esparto:
por ello, nuestro pueblo no olía bien, sobre todo
cuando, al anochecer, venía el viento del
nordeste. (151)

Nuevamente el olor aparece en este cuento de ambiente

mísero: “Aquel año en que el invierno fue tan largo y

llovió tanto y todo el pueblo olía más que nunca a

esparto putrefacto” (155-156). Además, por ser pobres,

la relación entre un pueblo y un olor desagradable

parece simbolizar la falta de oportunidades y escape de

la situación terrible durante la postguerra española.

En “Maremoto,” la protagonista-narradora no hace

más que observar (usando sus ojos). Pasado el

mediodía, el día se pone más caluroso, sin una pizca de

brisa, con el mar calmado. Tanta calma comienza a

241
parecer extraño, sugiriendo una distante y callada

amenaza. De repente, “se propaga la extrañeza, pronto

convertida en inquietud y sí que la mayoría de los

bañistas salen del agua...el mar sigue avanzando

lentamente, como hace en las mareas normales” (165).

Lo que había sido una escena de tanta calma que parecía

un cuadro, cambia de repente cuando el mar empieza a

subir, hasta que destruye a todo el pueblo con el

maremoto. Mientras que otras personas andan

angustiadas, la narradora en su puesto elevado está

“muy tranquila” (168), y hasta le da risa contemplar

las acciones del gentío frente a una crisis: “me causa

ternura y risa...entre tanto caos, nadan vivamente,

alegremente, con los movimientos más graciosos que se

pueden imaginar, los habitantes del Acuarium-Vivarium”

(168-169). Según la narradora, “todo es absurdo,

inverosímil, surrealista y, al mismo tiempo, es

verdadero ante mis ojos maravillados” (169).

La narradora casi no hace otra cosa que mirar,

observar, contemplar. Deshumaniza lo que observa: es

simplemente espectáculo. Es una espectadora, con una

242
actitud de distanciamiento y abstracción que subraya su

no-participación en la actividad del pueblo contemplado

a sus pies. Para ella, es como visitar un museo y

mirar los cuadros, ver los colores, sin participar en

absoluto, y luego mirar el próximo cuadro. No siente

nada, o cuando mucho, es una reacción artística: lo

juzga surrealista. Y si hay de verdad una crisis, la

actividad (o mejor dicho, pasividad) de la narradora es

completamente irracional. La explicación lógica es que

puede ser todo un delirio (como tiene fiebre) o efecto

de la medicina que ha tomado.

Debido al maremoto, la subida del agua ha forzado

a los otros inquilinos del hotel a invadir habitaciones

que quedan en pisos más altos, incluyendo a la de la

protagonista-narradora. Así, están “las personas

enloquecidas que lloran, que rezan, que comentan la

catástrofe, que vaticinan su consumación, que la

suponen el comienzo del Juicio Final” (167). De todas

esas personas, solamente dos se quedan con la

narradora: una jovencita y una señora junto a un

“viejísimo colchón que apesta a naftalina y a humedad”

243
(170). El día después del maremoto, la narradora se

despierta, sobresaltada por lo que ve:

Lo primero que veo es que mis dos acompañantes


nocturnas han desaparecido [...], mi cama ha
recuperado su sitio habitual, mi asombro es
mayúsculo al ver que todo el vasto panorama que
alcanza mi vista está como si no hubiera ocurrido
nada. (171)

Se da cuenta de que todo “está en orden, todo aquí es

‘lujo, calma y voluptuosidad’...” (171) al contrario de

lo de ayer: “sin electricidad, sin agua corriente, sin

teléfono ni televisión” (170). Ella piensa que

tal vez el suceso de ayer, el acontecimiento del


mar rescatando a sus criaturas ha sido un sueño
mío. Pero entonces, ¿por qué, ahora, bien
despierta, veo que a mi izquierda, al extremo de
la explanada, el Acuarium-Vivarium ha
desaparecido? (171)

De todas maneras, ella bajará al mar para disfrutar de

la naturaleza.

El fondo ambiental y el paisaje

Soriano utiliza el fondo ambiental en ciertas

ocasiones para indicarle al lector que inevitablemente

se encontrará con una situación tormentosa en su

narración. En “El perfume,” presenta lo siguiente:

244
hace mal tiempo; llueve afuera, y por consecuencia, la

narradora se queda en casa por pereza, en vez de

asistir a la tertulia del café con “seres irreales”

(7). Sin embargo, a las cuatro de la tarde Irma entra

llorando, desolada, a la casa de la narradora. La

narradora ha cambiado la tertulia por una letanía.

Elena Soriano comienza este cuento con una descripción

muy general y vaga del ambiente: “esta tarde...

llovía,” junto a una descripción psicológica de la

narradora: “sentí pereza de acudir a la tertulia” (7).

La escritora utiliza una modificación de la falacia

patética para expresar una relación entre la naturaleza

y el sentimiento o estado del personaje-narradora.

La utilización de la personificación crea un

ambiente vivo y animado del paisaje: “los trigales como

infinitos dedos.” Soriano también emplea las palabras

onomatopéyicas para pintar más vívidamente las

travesuras de los niños: “¡tararí, tararí...! Plan,

rataplán, plan... Chum, tatachum, chum...¡

Tarariii...!” (15). Soriano describe el paisaje del

pueblo con minuciosos detalles, empleando palabras

245
relacionadas con la flora campestre, como también la

fauna, para darle al lector un mundo más realista. El

paisaje de “ribazos, trigales, las mieses maduras y

resecas, los ruidos como el ladrar de perros, el grito

de un hombre a sus mulas, el tañido de una esquila

temblona, el graznido de un cuervo al encontrar

carroña” (16). Esta técnica también comunica con

verosimilitud la vida cotidiana en los pueblos

pequeños. Soriano aumenta la sensación de la molestia

progresivamente en “La carraca” por el lenguaje del

Señor Bruch y por el uso de las palabras

onomatopéyicas: “Una carraca es, después de todo, una

cosa tonta, de niños pequeñitos; hace ruido, pero

siempre el mismo, monótono, sin matices--ra, ra, ra,

ra...” (26).

Soriano también utiliza la personificación o

vivificación de lo inanimado en “Maremoto” para

comunicar el cariño que la protagonista siente hacia

este lugar. “En la interior discurre una ancha acera o

paseo entre doble hilera de viejísimos tamarindos

retorcidos, cuyas melenudas cabezas se vuelven locas en

246
los días de viento” (159). La narradora describe al

mar como si fuera un felino: “el mar [...] contra su

costumbre, no ronroneaba como un gato sino que gruñía

sordamente y, a ratos, hasta rugía como un tigre

reprimido pero enfadado por alguna razón” (162). Luego

continúa describiendo el cielo: “bogaban nubes sueltas

de color plomizo, como gigantescas ballenas preñadas

que, una tras otra, rompían aguas sobre nuestro

poblado” (162). Mediante un proceso sostenido de dotar

de vida y sentimientos al mundo vegetal, el mar y el

cielo, Soriano continúa describiendo desde el punto de

vista de la narradora, que observa desde su hotel la

actividad rutinaria de los empleados municipales que

barren y riegan la plaza, “dejándola fresca y pimpante,

como doncella dispuesta a la cotidiana violación de las

multitudes” (163). Al observar el pueblo desde la

ventana del hotel, sin decidir ella misma qué hacer, la

protagonista describe al sol “indeciso” acaso

proyectando su propia indecisión (163). Cuando el mar

deja de subir, “jadea casi imperceptiblemente, como si

descansara de un extraordinario esfuerzo” (168), otro

247
caso de humanación de lo inanimado. En las aguas

“flotan o semiflotan multitud de objetos” (168), y

“todo ello gira en una especie de ballet” (168), otro

detalle descriptivo que nuevamente evoca la pintura

impresionista. Primero, el mar “sigue hinchando el

pecho silenciosamente, como haciendo una profunda y

larguísima inspiración de aire, que sube y sube sin

prisa y sin pausa” (167). Hasta este punto, el mar ha

adquirido vida y algo de volición en cuanto a sus

movimientos, pero no se ha visto como masculino o

femenino, específicamente. Pero, posteriormente, se

observa que el mar

está bajando más de prisa que subió, [...]


retrocede en leves impulsos, como latidos
cardiacos, se va llevando consigo exclusivamente a
las criaturas que le pertenecen, sólo ella y no
sólo las vivas, sino también las disecadas: como
una madre entrañable, la mar, en femenino, según
la llaman los que mejor la conocen, rescata a los
suyos, incluso a los muertos. (169)

Soriano usa la sinestesia para relacionar la naturaleza

con los sentidos humanos. Esta técnica la utiliza

mucho, como se ve en este cuento, “Viajera de segunda”

con su referencia al aroma serrano (29), y el color

248
verde de la chaqueta que pasa como una ola marina sobre

su cerebro candente (30). Se nota la personificación

del viento, “acariciando con cierta furia sus brazos

desnudos” (29). En varias modificaciones de la falacia

patética romántica, aparece la asociación de la

naturaleza con los sentimientos del ser humano.

También vuelven a aparecer las paradojas en este

cuento: ardiente y frío, puro e indiferente, sentirse

satisfecha y orgullosa y sofocada y descontenta.

Se encuentran unos detalles minuciosos en esta

ciudad costeña, en la presentación de “Maremoto”

comenzando con la arquitectura del hotel veraniego, de

“primitivo estilo ‘belle époque,’ edificado a

principios de siglo” (158).

ahora, todo el lugar está urbanizado por completo


y constituye un barrio residencial a unos tres
kilómetros de la ciudad, principalmente habitado
en la temporada veraniega y cuyo centro es una
gran plaza, ubicada en la parte más honda de la
zona y que tiene forma de triángulo escaleno.
(158)

A lo largo de tres páginas (158-160), Soriano describe

la ciudad detalladamente. Parte del hotel consiste en

pisos con estilo de los años veinte, aunque a su lado

249
se encuentran establecimientos modernos como los bares,

cafeterías, restaurantes, heladerías, discotecas, y

tiendecitas de souvenirs (159). La descripción del

pequeño pabellón es exquisita, puesto que Soriano

cuidadosamente pinta su retrato para sus lectores,

desde el letrero “ACUARIUM-VIVARIUM” hasta los

contenidos de la instalación y sus decoraciones.

Soriano logra crear una escena vívida de lo que se veía

una vez instalado en esa ciudad marítima (160). Como

la narradora se siente agripada, se queda en el hotel,

desde donde el “triángulo escaleno” de la gran plaza se

aprecia a plena vista.

Mediante colores que evocan el verano y adjetivos

que sugieren el trópico, la autora crea un ámbito de

mar y playa: “Las anchas terrazas pavimentadas de

colores, entre parterres floridos y tamarindos, bancos

públicos pintados de vivo azul Prusia” (159). El mar

se va abriendo hasta perderse en el horizonte,


como un inmenso paipai de color del tiempo, es
decir, con sus aguas azules en los días de pleno
sol, verdosas cuando alternan nubes y claros, y
grises cuando el cielo está encapotado; pero
siempre, tornasoladas de infinidad de colores

250
cambiantes que no logra captar ningún pintor... .
(159)

Algunos hombres se ven colocando toldos multicolores

(162), y “los camareros de las cafeterías ordenando al

aire libre [...] desplegando grandes sombrillas de

colores vivos” (163), contribuyen al efecto multicolor

de esta zona. En su observación, la narradora

distingue, desde su ventana, diferentes colores de los

pelos de varias señoras sentadas en una tertulia:

“dorados, plateados, rojizos, pajizos, azules,

plomizos, violáceos, negros retintos, muchos hasta

veteados con mecha de otros matices” (164). Soriano

acumula tantos colores en estas páginas que el

resultado, considerado como conjunto, recuerda una

pintura impresionista con sus manchas brillantes. Las

aguas, que “al principio de su crecida eran turbias y

grisáceas, han recobrado su natural transparencia y un

maravilloso color verdeazulado” (168). Las aguas

reflejan, después de subir rápidamente, como la

narradora observa, el color del cielo: “un cielo color

perla irisada” (169). Mientras tanto, se ve un “trapo

251
de color marrón” (169), el cuerpo muerto del mono viejo

que vivía en el Acuarium, que considerado

retrospectivamente podría verse como un anticipo

dramático. Luego, “comienza a caer una densa niebla

que termina por ser oscuridad completa y que me impide

ver si el mar ha vuelto por completo a su cauce

natural” (169-170)--otro posible agüero del mal por

venir.

Las repeticiones

Soriano a veces utiliza las repeticiones como se

aprecia en “La abuela loca” para dar énfasis a la

situación de un mundo malsano. El mismo título de este

cuento es una repetición; aparece cinco veces en el

cuento. “Abuela loca” aparece dos veces, “Made” seis

veces y “malditos” seis veces. En “El testigo falso”

Soriano otra vez emplea varias formas de repetición,

pues los ojos se repiten por todo el cuento. La

técnica subraya los sentidos humanos y sus percepciones

se reiteran insistentemente.

252
El uso de la repetición enfatiza la verosimilitud

de la situación inesperada e ilógica (i.e., el

maremoto) en “Maremoto.” Soriano utiliza el verbo ver

en ocho páginas de este cuento. Este verbo, conjugado

en el Indicativo Presente, abunda en esas páginas, “veo

a los camareros, veo y oigo,” (161-169). Es

precisamente en esas páginas que nos cuenta la

narradora todas las observaciones que hace y las

sensaciones que experimenta. Esta técnica aumenta la

importancia de la percepción, de lo verosímil, y de su

observación. La narradora está con fiebre; sin

embargo, ella ve y presencia todo el acontecimiento de

un maremoto. Relata su observación de todo el pueblo

desde su ventana en el tercer piso del hotel, las

actividades de la gente, la reacción de la gente frente

a una crisis: el pánico, el caos, los gritos, las

protestas, los rezos, y la desaparición del pueblo ante

sus ojos, pues “no se ve más que mar y la parte

superior de la torreta del restaurante-terraza, pero

nada en absoluto del Acuarium ni de los tamarindos”

(168). Otra repetición es el antónimo de ver--el no

253
ver. “No se ve más que mar [...], no se ve un alma

[...], me impide ver si el mar ha vuelto por completo a

su cauce natural” (168, 170). Después de no poder ver

más, la narradora se va “hundiendo en las profundidades

del sueño” (171). Para subrayar la extraña pasividad

de la protagonista-narradora, y su casi-parálisis

contemplativa, Soriano repite una y otra vez el verbo

ver, aumentando la idea del cuadro o pintura y la

observación pasiva, estática, casi paralizada.

Las contradicciones

Soriano emplea la yuxtaposición de contrastes en

sus cuentos, como las palabras denotando pequeñas y

grandes (grandes personajes-gente del pueblo, rico-

pobre, educado-sin educación, entre otras) para

presentarle al lector una sensación fuerte e íntimo.

Su empleo de tales polaridades explota o ensancha el

efecto paradójico. Las polaridades en “La abuela loca”

subrayan el estado psicológico del mundo malsano

mediante el empleo de contradicciones o polos opuestos:

abuela—niños, carcajadas—tristezas, niños crueles—niños

254
cariñosos, reír—sollozar, lástima—burla, tenues—

tremendas (voces), la voz dulzona y cantarina—la voz

odiosa, la voz inconfundible y familiar—desconocida y

forastera, y la voz furiosa de placer. Soriano utiliza

el fuerte contraste de las palabras arriba—abajo,

cuando la abuela se encuentra en el ribazo: “Arriba, el

cielo pasa como un río invertido, lento, fresco y

azuloso; pero abajo, ella, acalorada, casi corriendo

ya, camina sobre la tierra ensombrecida” (16).

En “Prisa,” las polaridades utilizadas comunican

al lector una sensación fuerte de los conflictos de la

psicología humana. Mientras recorría las calles con

prisa, el protagonista pensaba en imágenes fuertes

asociadas a emociones contradictorias: feliz—infeliz;

comprensión mutua—culpando el uno al otro; besos

tiernos, dulcísimos—mentiras, egoístas, hipócritas;

ojos risueños, risas unánimes, hermosos dientes

blanquísimos. Se acumula una larga letanía de

expresiones de amor-odio: cuánto te quiero, siempre nos

querremos, estaré junto a ti hasta el fin de mi vida,

nunca más me alejaré de ti, te lo juro, contrapuesto a

255
me engañabas, siempre me has mentido, sollozos

reconciliadores, voces chillonas, no te entiendo, eres

mala persona, sonrisas sarcásticas, qué fracaso, qué

error, necesito una vida nueva, vete, me voy para

siempre, falsedad, cinismo, mientes, siempre has

abusado de los míos. Tales contrastes y

contradicciones se mezclan con versus no tenemos nada

más que decirnos; ir por el mundo cogidos de las manos

o caminar sin tocarse, en silencio (76). Para el

protagonista, llegar tarde es “nunca.” La vida que se

demuestra aquí revela muchísimas contradicciones,

expresadas de manera absoluta.

En “La invitación,” los invitados conjeturan con

numerosas contradicciones y dudas, aunque ninguno de

los personajes sabe qué creer o hacer. Cuando los

receptores se reúnen para discutir sobre la carta:

Manchada de vino y de grasa, a pesar de la extrema


delicadeza con que era cogida por cada lector
entre el pulgar y el índice, y fue suscitando
opiniones contradictorias: “No vayas, hombre, aquí
hay gato encerrado.” “¿Qué gato ni qué leches?
Bien claro está que esa buena señora tiene contigo
esa atención por haber admitido el riñón de su
marido.” “Yo creo que aquí hay algún misterio,
fijaros que no nombra al tío que donó su riñón.”

256
“Si lo nombrara no sería un donante anónimo.”
“Pero ya dice que es viuda de un tal Cambelli: ése
será el donante, claro.” “Pues, por eso, coño, tú
vas, te das un banquete de buten y de paso, te
enteras, que es lo que menos importa.” “Pero, ¿a
qué viene ese convite al cabo de un año?” (88)

Con tantas contradicciones y tantas dudas, la autora

logra intrigar tanto a los lectores como a los

personajes. El misterio resultó fascinante para Feli

como para los demás del bar, involucrando el interés de

los no-invitados, personajes meramente espectadores.

El monólogo interior

El método de utilizar una forma del “monólogo

interior” indirectamente, narrado en la tercera

persona, a través de un perspectivismo en estilo

indirecto libre, le indica al lector algo de los

sentimientos y emociones íntimos de la anónima

protagonista en “Viajera de segunda.” Los recuerdos

del pasado, buenos y malos, empiezan a abundar en el

cuento. El instante en que la muchacha ve a su

chaqueta verde, el color la remite a su mundo interior,

y le produce una sensación de alivio y tranquilidad.

257
Sin embargo, cuando se acuerda de su jefa mediante

asociaciones con la misma prenda, se siente convulsiva.

El último día del viaje, cuando ella se compró un

billete de segunda como preparación para terminar el

juego con el revisor, pensaba: “¡Ella sola, auténtica

viajera de segunda! ¡Hoy era su día!” (35). Después

de pasar varias estaciones, ella empezó a sentirse

angustiada:

¡Dios santo, qué ansiedad! ¿Tendría tan mala


suerte? Podía ocurrir que él no llegara a
tiempo, que hoy estuviera de descanso, que
hubiese cambiado de tren o de horario en el
servicio. ¡El último día, el único día en que
ella había gastado su dinero en un billete de
segunda, sólo para reírse de su chasco, ver
confundida aquella cara tan seria y tan dura
que venía siendo su obsesión durante un mes.
(35-36)

En “Prisa,” Soriano emplea diestramente esta

técnica para revelar el ánimo y sugerir el poder

físico y mental del protagonista: “Puedo hacerlo,

sin duda, aún soy joven y fuerte, aún soy capaz de

muchos esfuerzos físicos, mentales y

sentimentales” (72). Así logra una variante de

descripción indirecta, un retrato físico y mental.

258
Al mismo tiempo se nota también que el

protagonista no va a poder hacer nada de lo que

dice, aunque trata de convencerse. “El aún y el

todavía eran desde hacía algún tiempo sus grandes

asideros, sus recursos supremos” (72).

En el monólogo interior, se empieza a narrar en la

primera persona singular. Más tarde, en el momento de

perder el ferry, o sea, en el presente narrativo, al

pensar “no mirar el reloj, no angustiarme con ideas

negras, concentrarme en lo que tengo que decir, me

esforzaré por hacerlo bien” (77), el protagonista

intenta resolver mentalmente su relación. Otra vez,

empieza a imaginarse el momento en que los dos se

encuentren, que resulta irreal:

Todo depende de la cara que ponga al verme, ojos


de asombro, sonrisa acogedora, labios apretados
fríamente [...] palabras cariñosas,
reconciliadoras, un malentendido absurdo,
información errónea [...] (78).

La dualidad continúa existiendo en su mente mientras

trata de proyectarse hacia el futuro. Las emociones

extremas le inundan y le confunden junto a su estado

físico, que estaba empeorando. Desde ese momento la

259
perspectiva narradora se convierte a la tercera persona

para describir la agonía física que experimentaba, “los

oídos le zumbaban, veía turbio... se le cerraba la

garganta, no dejaba pasar al aire, sentía un dolor

agudo en el coraón. Y dicen que el corazón no duele.

Empezaba a sudar frío [...]” (78). Dicho malestar

físico fue producido por sus angustias y preocupaciones

psicológicas. Por faltarle tan poco tiempo al

protagonista para llegar al ferry, Soriano utiliza una

paradoja para equiparar la distancia física y emotiva,

evocando la distancia no sólo para llegar al ferry sino

también la distancia que existe entre el protagonista y

la mujer. “Le faltaban muy pocos metros, quizás menos

de cuarenta, [...] no daría un paso más por aquel

muelle tan largo, con el ferry tan lejos, tan lejos

[...]” (78). Otra vez Soriano evita la clausura con el

final abierto aunque el lector atento se dará cuenta

del inminente colapso del protagonista y acaso equipare

el ferry con el barco de caronte que cruza el río de la

muerte.

260
El concepto del tiempo

Para prestar más verosimilitud a los cuentos y

para expresar lo cotidiano, Soriano a veces pone mucho

énfasis sobre el tiempo actual, diario, limitado y

preciso, o sea, la hora exacta. Es por otra parte una

clásica técnica realista. En “El perfume” la acción

comienza a las cuatro de la tarde: “a las cuatro,

timbrazo y anuncio de una visita: mi amiga Irma” (7).

Así subraya cómo pasa el tiempo cuando uno lo disfruta

y le gusta la compañía. Sin embargo, aquí, la

narradora no se divierte, porque “durante dos horas,

escucho la consabida letanía” (8), y se nota con

molestia la duración del tiempo que pasa con su vecina.

El clímax del cuento tiene lugar también en un momento

muy preciso, a las seis y cuarto. “A las seis y

cuarto, timbrazo, nerviosos y con un zigzagueo

especial. Irma da un salto: ‘Es Abel!’” (9). Toda la

tarde de la narradora se echa a perder por asuntos

ajenos, aunque son amigas. Cada persona tiene

veinticuatro horas al día e Irma las pasa sollozando,

obligándole a su amiga (la narradora) a perder su tarde

261
también. Irma se encuentra en una situación imposible,

atrapada por la imposibilidad del divorcio, sin remedio

por vivir en una sociedad patriarcal que sigue reglas y

valores patriarcales, por la incomunicación entre ella

y su esposo, y por la falta (e imposibilidad) de

independencia.

Se nota también cierta preocupación lógica con el

tiempo preciso en “Viajera de segunda.” A Soriano le

gusta indicar precisamente los días de la semana en los

cuales ocurren los acontecimientos en sus cuentos. La

precisión cronológica al explicar la acción occurrida

realza la verosimilitud de una vida rutinaria. “Los

sábados y los lunes [...] los días en que ella tenía

que ir y venir en los trenes serranos, para pasar el

domingo con mamá y el hermanito, en casa de la tía”

(31). La muchacha empezó a subirse al departamento de

segunda sin los billetes adecuados, primero por

casualidad, luego por costumbre, por más de “tres

meses” (31). Al parecer, al principio el tren iba muy

atestado y no quedaban asientos de tercera. En

septiembre, la muchacha le pidió “permiso a Madame para

262
pasar cuatro días en las fiestas del pueblo de la tía”

(32). Cuando regresaba a Madrid, hizo el viaje a

mediados de la semana, y aunque le llamó la atención,

no lo hizo tanto como para darse cuenta de alguna

clandestinidad. En el tren no hubo muchos viajeros

“como las mañanas de los lunes” (32). La muchacha

viajó con un sentido de humillación, bajo la vigilancia

del revisor por “cuatro semanas,” aguantando la tortura

emocional durante un mes. Otra vez reaparece el tiempo

preciso: “el lunes regresaría con mamá y el niño

definitivamente” (34).

El concepto del tiempo empleado por Soriano en sus

cuentos lleva al lector a la realidad de la vida

cotidiana también en “El testigo falso.” En sus

cuentos Soriano suele indicar la hora exacta de los

acontecimientos significativos, las horas transcurridas

o los días de la semana, siempre que se trata de

presentar y dar vida a la situación de sus personajes.

Cada persona tiene veinticuatro horas al día, ni más ni

menos; así Soriano relaciona a sus personajes con el

lector a través de su uso de la hora. Los distintos

263
personajes de Soriano llevan vidas diversas, pero todos

viven bajo el mismo límite del tiempo. Soriano se

refiere a la “tarde” y emplea la palabra “vespertina”

frecuentemente. El último encuentro con el testigo

falso fue al anochecer.

El tiempo parece detenido cuando los personajes se

encuentran en una situación desagradable. En “El

testigo falso,” Soriano emplea los nombres de las

calles, ofrece una descripción detallada de los

alrededores, de los edificios, los árboles, e involucra

los sentidos al evocar las aromas, el viento, la

lluvia, el calor, el verano, y el olor del interior.

También presta atención al retrato de las emociones y

sus efectos. Cuando el narrador fue a presentarse en

el Juzgado, estaba tan furioso que hasta temblaba de

ira y de impotencia por ver y oír al testigo falso.

“Aunque acaso la farsa duró pocos minutos, a mí me

pareció una eternidad” (61). Sin embargo, el momento

al que el narrador esperaba tanto (por más de dos

meses) para encontrarse con el testigo falso pasó tan

veloz que “toda la escena fue rápida como un relámpago”

264
(63). El narrador tanto esperaba ese momento, pero no

sabría cómo reaccionarse. Por una parte, se recrea la

elasticidad y relatividad del tiempo, y por otra, la

pugna entre emoción e intelecto y cómo puede paralizar

a quien lo experimenta.

En “La prisa” la acción comienza cuando se

despierta el protagonista. Como cualquier otro día,

sigue su rutina diaria, mira el despertador, luego el

reloj pulsera, se levanta, se va al baño para las

necesidades mínimas: orinar, enjuagar la boca sin

cepillarse, sin ducharse. Se echó unos cuantos puñados

de agua sobre los ojos hinchados, se vistió, se pasó

apenas el cepillo por el pelo revuelto--por falta de

tiempo. Soriano utiliza la rutina para darle al lector

la sensación de verosimilitud respecto al protagonista,

especialmente cuando uno está de prisa. Soriano

utiliza el tiempo de una manera muy hábil, demostrando

que cada minuto cuenta. Tres minutos perdidos aquí se

suman a otros, llegando a un total de más de diez

minutos perdidos desde que se despertó. El

protagonista se ha portado muy mal con todo el mundo

265
por falta del tiempo, primero con los jóvenes que

trataban de venderle algo, luego con el propietario del

apartamento.

Soriano utiliza una especie de simultaneidad, con

la técnica de presentar múltiples acciones ocurridas al

mismo tiempo. Se asemeja a lo ocurrido en un

holograma, cuando hay diferentes realidades donde el

pasado, el presente y el futuro se mezclan en una misma

realidad. El plano actual se presenta al protagonista

como rutina diaria. Se levanta el protagonista de “La

prisa,” se prepara y se va para el puerto para tomar el

ferry. La segunda realidad existe en el pasado cuando

el protagonista se pone a recordar la situación

insoluble de la noche anterior, mientras otra realidad

emerge cuando se enciende un cigarrillo, y se convierte

en una parodia de las novelas policíacas. Cuando vio

pasar a unos joggers, empezó a pensar de la propia

salud, de su corazón, sin prestar ninguna atención a lo

que hacía; musitando cosas transcurridas en la

televisión, el atletismo, y casi fue atropellado por un

camión. Cuánto más se acordaba de la situación pasada

266
entre él y su mujer, más evidente resulta en el plano

actual que ya se ha agotado no sólo psicológicamente,

sino también físicamente, estando cansadísimo hasta el

punto de que al final se caía, a no ser que alguien lo

sujetaba. No alcanzó al ferry; no alcanzó a su futuro.

Por vivir tanto en el pasado, en la otra realidad, el

protagonista pierde las oportunidades de disfrutar el

presente y el futuro. Cuando murmuró “adiós” al ferry,

el protagonista le estaba diciendo adiós a todas las

oportunidades posibles tanto para recuperar su pasado

como para llegar a una nueva vida--una realidad

diferente, una esperanza.

Soriano utiliza fechas específicas, como también

horas específicas en “La invitación.” Es una técnica

que se repite en varios cuentos: “cinco de mayo,” “el

día diez,” “a la una en punto” (86). Con esta técnica

típica del realismo clásico crea una situación

verosímil. Antes de dejarla a Adelaida, la joven

congregante le dijo: “volveré a buscarte hacia las

cuatro y media” (90). Casi a la mitad del cuento se da

cuenta de la hora de la cita de la invitación, que era

267
a las dos (92). Los últimos invitados en llegar fueron

Francisco Piñón y Dámaso Cortés, “a las dos menos dos

minutos” (93). Por ser los últimos en llegar, trataban

de buscar excusas y se quejaban del tráfico:

el caótico tráfico de la ciudad en aquella hora


punta, con toda clase de vehículos mezclados--
turismos, autobuses públicos, autocares de
turistas, camiones, furgonetas, motocarros y motos
zigzagueantes--circulando sin disciplina,
cambiándose de banda y parándose a capricho: “Yo
he viajado mucho y esto no se ve en ninguna parte
civilizada: en Londres, en París, en Nueva York,
los vehículos pesados y de reparto, de carga o
descarga, sólo funcionan por el centro urbano
desde las diez de la noche hasta las diez de la
mañana.” (93)

Así que abundan las referencias a la hora. También se

mencionó “un cuarto de hora antes” (93) cuando venía

Dámaso en su auto con Francisco. Otro detalle realista

urbano se presenta con la alusión a la diferencia

arquitectónica que notó Dámaso respecto a la

urbanización de esa área: La “Villa Marisa” no se podía

comparar con otras de la vecindad.

En “La isla sin nombre” Soriano también concede

bastante visibilidad a los números. Los números

contribuyen a crear la impresión de realidad,

268
objetividad y veracidad. Primero, el narrador indicaba

el tiempo transcurrido fuera de su provincia, “que no

había pisado desde hace cincuenta años” (139). En la

estación del tren, el narrador evoca este servicio de

transporte, recordando su edad cuando lo vio por

primera vez. Otra vez menciona la edad a la cual

comenzó sus aventuras de muchacho vagabundo. “Me

escapé de mi casa cuando apenas tenía trece años”

(145). Hay varios números relacionados a su familia:

“Había tenido nueve hermanos” (145); su familia vivía

“fuera de la aldea, a cuatro kilómetros,” “allí iba yo

a la escuela, desde los ocho a los once años, andando

más de siete kilómetros entre ida y vuelta” (145). La

isla que quedaba cerca de su pueblo estaba “a unos diez

kilómetros” (146). Su madre estuvo embarazada con su

décimo hermanito, pero se murió (su hermanito) de

súbito sin saberse nunca la causa verdadera. Su padre

desapareció poco después y el narrador se huyó del

pueblo “dos años después” (147). Las fechas indicadas

marcaban acontecimientos traumáticos e importantes para

el narrador y su familia. Se acordaba de que “aquel

269
día de otoño de 1938 bullía de tropas del bando

faccioso” en la estación (148). Durante su temporada

como vagabundo, pasó medio año por pueblos y ciudades

en condiciones horrorosas. Había recorrido tantos

lugares, tanto ciudades como países, pero siempre

desempeñando unos oficios mal pagados. “En el cargo

que más he durado [...] casi cuatro años, haciendo

viajes por tren” (151). La doña Nati, una mujer mayor

que lo ayudó, “aunque no me corresponde hasta dentro de

tres años, ya se está ocupando del papeleo y hace un

mes me hizo escribir al Ayuntamiento” (151). Los tres

(doña Nati, don José y el narrador) se sentaron a tomar

café y coñac para discutir sobre el terreno que le

correspondía al narrador. El narrador tuvo que esperar

“dos horas en el portal de entrada” hasta ser recibido

por alguien. Regresó al día siguiente, a mediodía para

encontrarse con el alcalde. Dicho alcalde resultó ser

su amigo de la infancia, Gil. Le contó que la madre

del narrador había muerto “hacía diez” (153), pero la

familia de Gil estaba bien del todo: “tres hijos y diez

nietos, que todo estupendamente...” (153). Dentro de

270
unos tres o cuatro días se iban a arreglar la venta de

su terreno. Fijaron el precio para venderlo, “total,

novecientas mil, porque había que descontar un diez por

ciento de [...] comisiones a [...] terceras personas”

(154). Gil y el narrador tomaron una copa juntos y

hablaron de la isla de su infancia--la isla sin nombre,

aunque ya no anónima, pues “se lo pusieron hace lo

menos treinta años,” bautizado con el nombre feo de la

Isla del Ahorcado (154). Encontraron a un hombre

ahorcado llevando una medalla de la Virgen del Carmen

que llevaba “grabada por detrás la fecha, 4-V-1909, el

último número no se veía claro, estaba muy gastado, lo

mismo podía ser el nueve que un siete o un uno” (156).

La abuela del narrador le había puesto la medalla a su

padre al nacer. Este dato permite resolver la

desaparición del padre, acontecida hace más de

cincuenta años, o sea, dos años antes de que el

narrador se fuera de su casa. Mediante todos los

números usados en este cuento, Soriano logró no sólo

facilitar los datos para resolver el misterio, sino

también intensificar el efecto de la verosimilitud.

271
Al comenzar a describir el pueblo en tiempo pasado

(i.e. el pabellón) en “Maremoto,” la voz narradora

llama la atención del lector hacia su uso del tiempo

pasado; “subrayo este verbo en pasado, como haré con

todos los de referencia común al suceso que lo motiva”

(160). Así intensifica la impresión de lejanía

temporal, de lo pretérito, muerto y acabado. Los

tiempos verbales correspondientes a los tiempos idos

abundan a lo largo de dos páginas: había, tenía, solía,

encontraba, se veía, se daba, cobraba, controlaba, se

pasaba, estaban, colgaba, parecía, dejaba, sorprendía,

devoraba, adornaban, agitaban, exhibían, dormitaban,

eran, movía, giraba, acercaba, albergaba, coincidían,

etc. (160-161). Esta técnica del uso del imperfecto de

indicativo, atrae la imaginación del lector hacia el

pasado, un pasado imperfecto, sin completar todavía,

aumentando el sentimiento de la nostalgia. El juego

del tiempo, del cambio del tiempo presente al tiempo

imperfecto, tal vez sirva para dar más verosimilitud a

una situación claramente inverosímil, o para sugerir el

efecto que ejerce el pasado sobre la narradora.

272
Extranjerismos

Soriano emplea una abundancia de extranjerismos en

ciertos cuentos selectos, y varias alusiones a la

cultura inglesa y angloparlante aparecen en ellos.

Primero, el cuento “La invitación” está dedicado a

Alfred Hitchcock, el inglés conocido como un maestro

del suspenso. Otras palabras importadas del extranjero

incluyen daiquiris, gintonics, duplex, office, best-

sellers, light, playboy, gigoló, status. Aunque no se

ven palabras inglesas en la invitación como tal, su

escritura fue algo no típicamente española. “El texto,

escrito en letra inglesa de máquina” (81). Toda la

invitación lleva la etiqueta inglesa. “Se rogaba a

éste que comunicara su aceptación o renuncia [...] se

adjuntaba un pequeño plano parcial señalando el

trayecto y el lugar exacto de la cita” (81-82). Otro

instante del anglicismo es la transcripción fonética

que hace la autora del nombre inglés David, lo cual

Soriano deletrea “Deivid--así lo pronunció, en inglés--

era buenísimo y, conmigo, extraordinariamente generoso”

(99). Desde luego, Deivid aparece dos veces más: “Sí,

273
Deivid me adoraba, me mimaba como a una niña [...].

Aunque yo no sé si, en el fondo Deivid siempre siguió

siendo judío o más bien ateo, como quien dice...”

(100).

En “La carraca,” Soriano emplea la palabra self-

control, y en “Prisa” aparecen más anglicismos:

bluejean, ferry, joggers, match; en “Leonora” aparecen

las siguientes palabras no castizas: turuli, chupi,

gilí, out, hippy, rock-and-roll, yuppy, hall. Aparecen

joggers, bíter, hall, surf, windsurf, ballet en

“Maremoto” y en “El vídeo perfecto,” standard, maître,

pixel, iris, zoom, chips, slots, bits, reset, indexade,

lap time, rec speed, white balance, shutter or [sic]

speed, airbag, box, paddock, pacecar, cafe-society,

play-boy, hippies, punkies, yuppies, drinks, flirts,

rally, demodée, body-boom, longplays, singles,

garçonnière, bière, amoureuse, voyeurismo, hobby,

videoclips, flashes, amateurs, porno, panties, master,

superchips, punky, sketch (or [sic]), strip-tease.

Aparecen frases como “Yes, I’m so. We or [sic] just

have the formula or [sic]”, “Pig’s Club,” “le nom ne

274
fait pas a la chose” y también aparecen personajes

históricos reales y ficticios y hasta fílmicos, toda

una larga serie intertextual: Cleopatra, Fangio,

Nijinsky, Tina Turner, Rambo, Los Beatles, Sydney

Porter, Sabrina, Carl Lewis, Di Stéfano, Tarzán, Ginger

Rogers, Butragueño, Lauren Bacall, Miguelito Bossé,

Maurice Chevalier, Madonna, Michael Jackson, Grace

Kelly, Nefertiti, Elvis Presley, Gunilla, Bob Dylan,

Florence Griffith, Julio Iglesias, María Callas, Don

Juan Tenorio, Carlos Gardel, Robin Hood, Grace Jones,

Niki Lauda, Greta Garbo, Bertín Osborne, Alain Delon,

Sandocán, Stevie Wonder, Frank Sinatra, Romeo y

Julieta, Supermán, el policía blanco y el policía negro

de Miami Vice, ETE, King-Kong, los Gremlins, la mona

Chita, el perro Pluto, el oso Barth, entre otros (207-

208).

En “El vídeo perfecto” se revela además la

sabiduría y el conocimiento de Soriano sobre una

variedad de temas: del tipo de comida que sirven en el

restaurante “Crisantemo,” los platos “típicos

japoneses, a base de arroz, pescados y mariscos crudos,

275
salsas de soja, de jengibre y de mango, postres ‘de la

casa’ tan exótica como sus nombres” (175); de los

aparatos electrónicos usados para construir un sistema

audiovisual de acuerdo con el sueño de Lino: “pixel,

iris, zoom, sterdubbing, chips, slots, bits, reset,

cañón, indexade, lap time, rec speed, white balance,

schutter [sic] speed” (177), “longplays y singles”

(181); los términos usados para las carreras

automovilísticas también hacen acto de presencia: “un

motor de explosión, cilindrada, carburador, servofreno,

CP, deriva, balloon, Fórmula 1, Fórmula 2, coeficiente

de penetración, Turbo Diesel” (185), “airbag, el box,

el paddock, el pacecar” (177). Todo esto aumenta el

aire de artificialidad o falsedad en torno a la vida de

Lino, y en conjunto comienza a producir un efecto

enajenante en el lector, que como eco de la existencia

drogada y decadente presenciada. En cuanto a la

pornografía, nuevamente Soriano emplea sus términos

(aunque no sean todos extranjerismos):

masturbación, lesbianismo, pederastia, felación,


pedofilia, cunnilinguae, sadismo, masoquismo,
bestialismo, coprofragia, canibalismo, necrofilia,

276
en fin, todos los actos, naturales y contranatura
que pudiera mostrar el álbum más completo de
pornografía. (206)

Además, varios términos asociados con los avances

tecnológicos también aparecen. “Data diddling, wire

tuping, superzaping, caballo de Troya” (211).

El simbolismo de los números

Soriano frecuentemente utiliza el número tres en

sus cuentos. Tradicionalmente, tres es un número

sagrado y mágico a la vez. Primeramente, tres

simboliza la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu

Santo. También representa las tres etapas de la vida o

el tiempo: el nacimiento, el crecimiento y la muerte,

como también el pasado, el presente y el futuro,

respectivamente. En “Prisa,” (cuento fue escrito en el

año 1986, poco después de la nueva publicación de su

trilogía), existe otro simbolismo importante del número

tres para Soriano relacionado con la nueva publicación

de su trabajo más importante que fue censurado por el

franquismo durante treinta años. Aunque la censura

franquista permitió que se imprimiera la trilogía de

277
Soriano, no permitió la circulación o venta de estas

novelas. Se nota la presencia del número tres en la

palabra trilogía, y treinta. Los jóvenes que le

impidieron el paso al protagonista al salir de su casa

fueron tres. El tiempo perdido por causa de ellos

también fue tres (minutos). Cuando el asensor no

acudió, tuvo que bajarse por la escalera que tenía unos

recodos de estrechos peldaños triangulares (el

triángulo se considera una forma estable). Cuando el

protagonista recordó el atletismo “de un negro llamado

Ben Johnson en poco más de tres, cobra varios millones

de pesetas por una entrevista en la tele” (75). Se

nota que otros números abundan en el cuento. Cuando

bajaba por la escalera, pensó que todavía le quedaban

diez pisos. El ascensor se paró en el séptimo piso.

Cuando se puso a pensar del atletismo, se mencionan 100

metros, 200 metros, y 1.500, veinte segundos, menos de

cuatro minutos. En otro contexto aparecen varios

millones de pesetas, y sesenta millones aparecen entre

los muchos números en el cuento. Su énfasis sobre lo

numérico contribuye a la caracterización del

278
protagonista, pues revela su tendencia a postular, a

favor de metas supuestamente objetivas, distanciadas,

cuantitativas. Típicamente, le importa menos lo

subjetivo y cualitativo, y cuando comienza a aumentar

lo subjetivo en su conciencia--también la conciencia

narradora--es un índice de su crisis física y emotiva.

Soriano también utiliza ciertos aspectos de la

novela policíaca a través de la conciencia del

protagonista. Cuando él se bajaba del ascensor,

“recordó que en las novelas policíacas, el detective

solía demostrar lo largo que es un minuto y que en muy

pocos, el sospechoso había tenido tiempo de ir al lugar

del crimen, realizarlo y volver al punto que demostraba

su coartada de inocencia” (74). Se nota también que el

protagonista sólo tiene dieciocho minutos para llegar

al ferry. La distancia para llegar al puerto es

kilómetro y medio o menos de una milla. Todos estos

planes dentro de la mente del protagonista funcionan

para justificar su prisa o en este caso, su ansia

respecto a la demora para llegar.

279
Mediante el examen y análisis de la estructura y

las técnicas empleadas en los cuentos representados,

reitera acaso la importancia del estilo literario de

Elena Soriano. A través de la división de sus cuentos:

los cuentos realistas y los cuentos fantásticos, y del

empleo del predominio del narrador en primera persona,

frecuente uso de las percepciones sensoriales, mucha

atención al fondo ambiental y el paisaje, la

personificación, la sinestesia, las repeticiones, las

contradicciones, el monólogo interior, variaciones en

el concepto del tiempo, el extranjerismo, y el

simbolismo de los números usados en los cuentos

obviamente Soriano ha logrado expresar lo que “quiere

decir”, que ha sido la función principal de la

escritora durante una época de censura feroz.

280
CAPÍTULO IX

LOS PERSONAJES

Los personajes de los cuentos de Elena Soriano

pertenecen a diferentes niveles sociales y educativos.

Soriano presenta una serie de descripciones

tradicionales de la mujer española algo estereotipada,

aunque también a unas pocas contradictorias que no

siguen las reglas de la sociedad patriarcal del

franquismo. Las descripciones de los hombres también

varían acaso más radicalmente que las de las mujeres.

Generalmente se presentan hombres machistas; sin

embargo, hay unas excepciones en sus cuentos. Otro

grupo generalmente secundario que se presenta en los

cuentos es formado por los niños y los viejos, grupo

que no recibe mucha atención ni importancia en la

sociedad patriarcal, y por lo tanto, tampoco aparece

mucho en primer plano de los cuentos. Para tener un

entendimiento mejor sobre la situación de la postguerra

española y sus gentes, Soriano utiliza métodos

281
realistas para lograr caracterización verosímil de sus

personajes.

Las mujeres

Soriano retrata a muchas mujeres de manera

negativa, o por lo menos nada idealizada en sus

cuentos. En “El perfume,” Irma es una mujer que “no es

fea; tiene gracia su nariz respingona, su boca recta,

de rapaz descarado y tenaz. El resto es una mediocre

personalidad de treintona bien cuidada y vestida por un

modisto caro” (7). Ella ya envejece, y es una mujer

“nada excepcional” (8). En “La carraca,” Soriano

caracteriza muy poco a los personajes femeninos, puesto

que se ven sobre todo de fuera y en relación a su

apariencia exterior, su vestimenta. Por ejemplo, las

mujeres en la calle de Madrid, “llevan ya trajes de

chaqueta,” “aquí se ven más piernas bonitas que allá,”

y según la esposa del señor Bruch, “las catalanas se

visten más a la moda y no se ponen en las solapas estos

ramitos de flores artificiales, precisamente al llegar

el tiempo de las flores naturales” (20). El señor

282
Bruch observa a las mujeres como adornos u objetos como

los expuestos en los escaparates que contienen

guitarras y bandurrias. Mientras camina, él medita y

piensa en las mujeres brasileñas como algo misterioso,

no del todo humano: “¿Qué clase de elementas serán?”

(22). La descripción de los personajes femeninos se

hace a través de un punto de vista masculino--la

perspectiva del señor Bruch. Soriano describe a las

dos mujeres que abren la puerta de la pensión, que se

retratan a través de la percepción de Bruch: “no

necesitan decir que son hermanas; lo raro es que no

estén pegadas por la espalda. Ambas parecen mitad dos

fláccidos trapos grises, mitad dos sargentos de la

Policía Armada” (25). Usando tales palabras

despectivas, Soriano puede lograr el choque

desagradable que experimenta al lector al enfrentarse a

esta escena de tendencia naturalista: “los dos viragos

le cortan el paso [...], sus alientos [que] huelen a

caries y a vinagre: ellas son las dos solas en el

mundo, [...] se defienden bien con su clientela de

hombres” (25,26). Se nota la situación desesperada de

283
la mujer en el mundo de “negocios,” con su pobreza y la

falta del servicio de la Salud en las descripciones de

estos dos personajes femeninos. “Viajera de segunda”

contiene la descripción de dos mujeres: la anónima

protagonista y la Madame. El cuento comienza con la

descripción de la muchacha, “sola [...], de pie,

agazapada [...], permanecía inmóvil en aquel rincón, en

atroz contracción muscular y nerviosa, con las pupilas

dilatadas y fijas [...]” (29). La muchacha está

escondiéndose cerca del lavabo, parece que está lista

para huir o escapar de alguna cosa o persona. Madame

es una mujer poderosa, intolerante y engañosa. Ella

estafa a sus clientes y se burla de ellas. Les causa

miedo a sus empleados para lograr un control total de

su negocio.

En “Maremoto” la narradora describe a la gente,

especialmente las mujeres como si estuviera

describiendo un cuadro que ve:

Predominan señoras de la tercera edad y aun de la


cuarta, muchas de ellas, gordas y biscontizadas
por la artrosis cervical, que forman tertulias
parlanchinas en torno a las mesas y que ofrecen a
mi vista la más fascinante colección de cabezas

284
femeninas, más o menos pobladas y bien peinadas,
pero todas de diferentes colores, constituyendo el
muestrario más completo de tintes de pelo:
dorados, plateados, rojizos, pajizos, azules,
plomizos, violáceos, negros retintos, muchos hasta
veteados con mechas de otros matices. (164)

También aparecen otras descripciones de los personajes

femeninos. Por ejemplo, cuando se sube el agua, en la

crisis del maremoto, una señora, la “portadora de bella

peluca gris con moño en la coronilla, que termina de

consumir tranquilamente su bíter sin alcohol y sus

aceitunas rellenas” (166) sin prisa, le paga y le deja

la propina al último camarero que se encuentra, y se

aleja “apoyándose con elegancia en un bastón” (166).

La caracterización de esta señora constituye un cuadro

contradictorio de lo que está pasando. Mientras el

resto del mundo está en pánico, ella está tranquila y

metódica. Soriano retrata a las acompañantes de la

protagonista-narradora de esta manera: “una pálida

jovencita silenciosa y una señora gorda y parlanchina,

que debe estar sorda, a juzgar por los gritos que da al

hablar y rezar el rosario” (170).

285
En “La invitación” aparecen varias mujeres. La

esposa de Dámaso Cortés Almudia era una mujer muy lista

y ambiciosa. Sin embargo, iba perdiendo sus

atractivos, como se veía por su apodo de Chichina, “así

llamada por todo el mundo...porque estaba gorda” (83).

Ella antes se sometió a dieta de hambre para adelgazar

y así poder trabajar de modelo y fue una mujer refinada

y educada. Al casarse, dejó de trabajar para ser ama

de casa, el trabajo tradicional para las mujeres,

fuertemente impuesto por la dictadura franquista.

También “frecuentaba la buena sociedad y leía libros

best-sellers, revistas de modas, de arte y del corazón”

(83). Esta señora encaja perfectamente en la sociedad

patriarcal pues cabe dentro de sus conceptos de una

mujer correcta. Desde que se enfermó Dámaso, la pareja

vivía en cuartos separados. Como mujer, ella tenía sus

necesidades sexuales, y por lo tanto “reavivaba por su

cuenta en aventurillas discretas y útiles” (84). Para

apaciguar a su marido, ella disimulaba su irritación y

le hablaba normalmente para no ofenderle a él. El

cambio de tono al hablar con su hijito sirve para

286
exteriorizar la maternidad de ella. “Cielo, ahora te

está esperando Cosme para llevarte al cole... besitos a

papá y mamá y hasta luego” (84).

Rosita, la esposa de Feliciano Aloque Pérez, es

una mujer “semianalfabeta, aunque listísima para llevar

el negocio” (87), eficaz, que--como dato significativo-

-se apunta “que estaba en plena menopausia” (86).

Rosita culpaba a su marido por la falta de los hijos en

la familia debido a su enfermedad crónica. Aunque Feli

se mejoró, ya era demasiado tarde para eso porque

Rosita ya pasó la edad de reproducirse. Muy ofendida

se quedó al abrir la carta de invitación porque la

habían excluída de la cena. Soriano no representa el

papel tradicional de la mujer en el personaje de

Rosita. Ella fue la persona principal que se ocupaba

del negocio, especialmente cuando se enfermaba su

marido; hacía negocios con los hombres; le controlaba

al marido; y “ella fue quien cogió la carta, la abrió

inmediatamente” (86). Se encontraba muy malhumorada,

criticaba y se quejaba a su marido Feli: “¿Es que esa

tía que firma no tiene educación? ¿No sabe que tú

287
tienes tu señora?” (87). Feliciano tuvo que hacerle

excusas porque sabía cómo era Rosita. Ella, en cambio,

pedía que lo hiciera él mismo, y que le dijera que ella

lo fuera a acompañar. Por fin, fue ella la que tomó

una decisión sobre este asunto. Ella le aconsejó a su

marido que le pidiera consejos a Pico, el dueño de un

establecimiento. Así, “la carta de Feli pasó de mano

en mano ante el mostrador” (87).

La mujer de Pedro Cortado Ureña sufre todas las

medidas represivas patriarcales. Pedro la mantenía

encerrada en la casa, mientras él se iba de viaje.

Ella tiene cinco hijos y uno más en camino, y siente

mucho miedo a su marido. La última beneficiada, una

mujer que se llamaba Adelaida Ruiz de Alvarado, se

describe como “solterona de cincuenta años--aunque fue

casada a los treinta, sin embargo fue abandonada en su

noche de boda por su novio” (90). Como se apreciará en

la siguiente descripción de ella y su modo de vestir,

su apariencia concuerda con el estereotipo de la

solterona falta de atractivos. Tenía padres muy

caudalosos y de buen linaje, pero vivía humildemente en

288
una residencia de su Orden, al cual donó todos los

bienes de su herencia.

Vestía usualmente prendas grises y holgadas,


medias tupidas y zapatos de tacón bajo, lo que la
hacía parecer una mujer desgarbada, cuando en
realidad tenía un buen cuerpo y un rostro de
correctas facciones, aunque afeado desde su
infancia por gafas que no consiguieron corregir la
miopía progresiva de sus ojos saltones. (90)

A ella le trasplantaron la córnea por unas heridas

recibidas por golpes violentos de una puerta de vaivén.

Como no podía ver bien todavía, oía mucho la radio y

llevaba en su bolsillo un transistor. Sus superiores

aprobaron que aceptara esa invitación (cuando llegó la

carta), diciéndole que fuera, porque se trataba de una

muestra de caridad cristiana. Una congregante de

Adelaida la llevó manejando en una furgoneta. Esta

mujer era joven, “vivaracha, mostraba siempre una

alegría tan exagerada que parecía fingida, sobre todo,

cuando la excitaba algún acontecimiento extraordinario,

como en esta ocasión” (91). Ésta, manejaba pasando de

la velocidad máxima, como una loca, pero como mujer

bien educada, Adelaida no se atrevía a presentarse en

una cita con demasiada anticipación, y como tampoco se

289
atrevía a pasearse por lugares desconocidos, decidió

esperar “junto a la puerta de ‘Villa Marisa’” (91).

La anfitriona, Marisa Cambelli, era viuda y sin

hijos. Después de guardarle respeto a su difunto

marido por casi ocho años, un buen día, ella se

enamoró, por primera vez, de un hombre de treinta años

cuando ella ya tenía cincuenta y ocho. Ella abrigaba

ideas chocantes para una sociedad patriarcal, pues la

suya se consideraba una relación inaceptable. Los dos

vivían juntos bajo el techo de ella. “¿No lo hacen los

hombres a cualquier edad?” (101). Ella estaba tan

enamorada de este hombre que le daba de todo, así como

Deivid se enamoró de ella. Los cinco invitados

empezaron a formular sus propias opiniones sobre esa

relación.

Menudo milagrito, el tipo era un playboy, se dio


cuenta de que esta vieja era una mina, pensó
Dámaso. Un chulo cojonudo, yo no hubiera podido
con ella, se dijo Pedro. Después de todo, era un
hombre con suerte, opinó Feliciano. Pues no es
una señora tan decente como parecía, lamentó
Adelaida. A ésta no la cogió le démon du midi,
sino el diablo del ocaso, reflexionó Paquito.
(101-102)

290
La viuda, Marisa, se veía madura, como dice Dámaso: “Lo

mismo puede tener cincuenta años que setenta” (95); era

muy delgada, y aún aumentaba su estatura con unos

tacones muy altos “que parecía mirar a las demás

personas desde un plano superior” (95). Su manera de

vestir representa a una mujer en luto con una cara

“huesuda, palidísima, sin aparente maquillaje y sin

arrugas, parecía una máscara de marfil o de cartón

piedra” (95). Al principio la viuda parecía muy

comprensiva. Amancio, el viejecito jardinero, les hizo

pasar al salón para comer algunos entremeses. Después,

pasaron al otro salón para el almuerzo. Había más

variedades en su casa que en el menú de un restaurante.

Por sus especiales condiciones físicas--algunos

recuperando, otros por estar a dietas especiales--

parecía que el ama de la casa mostraba gran

consideración por su preparación y atención en cuanto

al alimento particular de los invitados. Todos

comieron y bebieron excepto la viuda, que tomaba y

fumaba incesantemente. El progresivo cambio

psicológico de la viuda se representa de forma

291
coordinada con los cambios de un salón al otro. Cuando

llegaron a la biblioteca “para tomar café” (98), ella

empezó a descubrir su propia vida, desde su juventud

hasta la actualidad. Al final, como enloquecida,

gritaba insultos a los invitados, y les decía que había

envenenado la comida, para que todos se murieran sin

sufrir.

Los personajes femeninos abundan en el cuento de

“Leonora,” cuyo título lleva el nombre de una mujer

cuya importancia es primordial. La madre hacía un

papel muy importante en la vida de su hijo--el

narrador--quien además tenía dos hermanas: una de doce

años de edad, y la otra de quince años--“hace diez, se

las daba de hippy” (115). En la familia había una

ayudante femenina que se llamaba Josefa y un chofer.

La casa siempre se inundaba de damas burguesas que la

frecuentaban para tomar té. El narrador también

mencionó, aunque de memoria, a su abuela. La madre del

narrador como burguesa, tenía una ayudante, Josefa, que

le permitía desentenderse de la casa, para salir

“siempre sobrecargada de voluntarios quehaceres

292
sociales y caritativos” (117); tenía invitadas a su

casa para tomar té, a “nuestra más distinguida

burguesía” (110), presentando a su hijo a las damas de

la reunión familiar. Al mismo tiempo, la madre se

sentía aborchornada por el aspecto físico de su hijo:

“pálido, sudoros, con los pelos revueltos y con el niki

arrugado” (110), así que empezó a explicarles a las

damas que su hijo estaba “en final de curso, estudiaba

brutalmente” (110). Puesto que aquellas señoras le

parecían “cursis y snobs, vocablos que, en aquel

tiempo, eran sinónimos para él” (110), el joven las

evitaba lo más posible, pues su presencia le provocaba

bochornos.

En “El vídeo perfecto,” el personaje principal

femenino es la jovencita Sinforosa (la Osita) que tiene

una voz “inequívocamente infantil” (188) por tener

quince años. Como no ha llegado al pleno desarrollo

como una mujer todavía, la describe Lino de manera

andrógina:

una abeja o avispa gigante: aquel ser llevaba las


delgadas piernas enfundadas en unos panties negros
ajustadísimos, [...] asomaban unos brazos también

293
delgados y ceñidos de punto negro hasta las mismas
manos. Semejante atuendo impedía apreciar las
formas y el tamaño del cuerpo, incluso saber, al
pronto, si eran de hombre o de mujer; y su cabeza,
más bien pequeña, mostraba el pelo color de cobre
cortado muy desigualmente. (188)

El personaje secundario femenino es la madre de Lino.

Sin embargo, no tiene más descripción que “muerta seis

años atrás, ya viuda desde muchos más” (181).

En “El camello volante,” las mujeres que se

encuentran en un poblado indio se ven “vestidas como en

el antiguo Oeste americano” (17). En “Los hijos

anfibios,” la amiga lleva un traje de baño “con toallas

de colores vivos sobre los hombros” (19). Y en “Las

monedas del muerto,” la narradora describe a una mujer

encontrada por la calle de esta manera: “una mujer

delgada, vestida con ropajes largos y envolventes color

ala de mosca, y también sin rostro definido” (22). Las

caracterizaciones de estos personajes en los cuentos

seleccionados y denominados como sueños se presentan

con características mínimas en comparación con las de

los otros cuentos sorianos.

294
Los niños y los viejos

Los niños y los viejos requieren constante cuidado

y cariño debido a sus necesidades especiales. No se

puede dejar a los niños ni a los viejos a solas. En

“La abuela loca,” los niños son aún pequeños, y la

abuela está loca y es vieja. Sus padres, el hijo y la

nuera, tienen que encargar a la vecina para que cuide

de ellos (13, 14), lo cual sugiere que son iguales

todos en no ser responsables. Las travesuras de los

niños son similares a la locura de la abuela; todos

hacen cosas extrañas. La abuela, por ejemplo

se pone a recorrer la casa de arriba abajo,


escudriñando los rincones como si buscara algo
perdido, quedándose largas horas sentada en los
sitios oscuros, gesticulando sin cesar, [...]
murmurando [...] palabras que nadie logra
entender; o tira una silla al pozo, o se pone a
perseguir a las gallinas con un palo. (13)

Y los niños,

trepan por las rejas de los vecinos, desgarrándose


los pantalones; atrapan lagartijas y les cortan el
rabo; se pelean rabiosamente; se arrojan botes
llenos de tierra, afirmando que son bombas; por
último le molestan a la abuela y echan a correr.
(14, 15)

295
Otra comparación entre los niños y la abuela se

encuentra en la descripción de la mirada de la abuela:

“sus ojos azules, de un azul tan limpio y nuevo que

sorprende en un rostro tan mohoso y marchito, miran

sólo hacia delante, con la inefable impavidez que

únicamente los locos y los niños pueden poseer” (15).

Después de las travesuras de los niños, la abuela

“chilla furiosa, como una rata en el cepo” (14). El

uso de esta comparación le muestra al lector la

angustia y frustración extrema de la abuela.

Se encuentra otra comparación cuando los niños se

cansan de jugar y vienen a molestar a la abuela: los

niños “la empujan a un lado y otro, como a un

tentempié” (14). Pese a tantas sugerencias de

paralelos o igualdad entre la abuela y los niños, sin

embargo, el lector se da cuenta de una gran diferencia

trágica. Las travesuras de los niños corresponden a la

falta de preocupaciones que caracteriza la infancia,

mientras que las rarezas de la abuela resultan de lo

contrario: un exceso de preocupación, temor y pesar

debido al secreto culpable que ha descubierto sin

296
querer. Debido a las leyes patriarcales de la sociedad

franquista, que criminalizaba el adulterio de la mujer

(aunque no del hombre), un enorme peligro acechaba a la

familia, incluyendo la posibilidad de que el hijo de la

abuela matara a la nuera y acaso los nietos,

trastornándola de dolor. En “Viajera de segunda,”

aunque brevemente, Soriano menciona a una vieja que

viajaba de tercera, pobre y “cargada de cestas” (34).

En “La invitación,” Soriano presenta a un

personaje viejecillo, que se veía vestido

“extrafalariamente con chaleco rayado de maestresala y

altas botas de pocero” (94), figura de poca

importancia, pero se trata de un personaje marginal.

Era un acompañante viejo de la viuda Marisa y se

llamaba Amancio. Los invitados no podían adivinar su

función: “secretario, mayordormo o quizá pariente”

(95). Otra mujer apareció al abrir las puertas de la

casa, una mujer “casi tan vieja como el mozo jardinero”

(94). Por fin, salió a recibirlos a los invitados la

señora de la casa, María Luisa Fernández, la viuda de

Cambelli. Ella era “una mujer de edad indefinida--‘lo

297
mismo puede tener cincuenta años que setenta’--pensó

Dámaso” (95). Se veía muy alta, especialmente con los

tacones puestos, delgada y erguida.

Aún más chocante que su cuerpo era su cara:


huesuda, palidísima, sin aparente maquillaje y sin
arrugas, parecía una máscara de marfil o de cartón
piedra, ya que no tenía movimientos visibles de
músculos ni de facciones, sin duda a causa de los
numerosos estiramientos de piel que habría
soportado. (95)

Aquí de nuevo se aprecia el arte de Soriano al emplear

la descripción como modelo de caracterización. La

mayoría de los detalles descriptivos aplicados a la

anfitriona tiende a sugerir lo postizo, lo falso, la

decepción. Aunque los lectores pueden no darse cuenta

de la importancia de esto a primera vista, si repasan

el cuento, podrán ver claramente mediante la vista

retrospectiva cómo la autora ha ido preparando el

fatídico desenlace. La anfitriona tenía unos ojos

grises, intensos, con movimientos excesivos y

erráticos, y el pelo teñido con un moño quizás postizo.

“La acompañaba un hombre casi tan flaco como ella,

aunque algo más bajo, que empezó a actuar como

secretario, mayordomo o quizá pariente” (95). Al

298
presentarse, este hombre nombraba el órgano recibido

por cada uno. Luego, este hombre los obligaba a todos

para hablar no solamente de sus casos particulares

relacionadas al transplante, sino también de las vidas

particulares de cada uno incluyendo su “situación

económica, costumbres, trabajos, gustos, aficiones,

afectos, relaciones familiares y hasta preferencias

sexuales” (97). La viuda les hizo pasar a los cinco

invitados a la biblioteca. Entonces les sorprendió con

esta pregunta: “¿Qué piensan ustedes de la

reencarnación?” (98). Cada uno tenía su propia opinión

sobre este tema insólito, y se empezó a desenredar el

misterio. Ella era o había sido una joven famosa,

conocida por toda España, una popularísima vedette de

revista.

En “Los hijos anfibios,” Soriano describe a los

niños de manera grotesca. Primero se ven que los niños

tienen “caras infantiles, redondas, sonrosadas, con

grandes y preciosos ojos negros, llenos de gozo y de

inteligencia” (19). Luego, los niños se ven con

grandes cuerpos de pez, con una larga cola. Nuevamente

299
Soriano utiliza el toque naturalista para su

descripción de los niños como en “La isla sin nombre.”

En el último cuento mencionado, retrata a los hermanos

del protagonista-narrador que van muriendo uno por uno

y aún más chocante, la muerte de su hermana menor: “mi

última hermanilla devorada por el cerdo que criábamos

[...] y los demás, de enfermedades infantiles que ahora

tienen fácil remedio” (145).

Los hombres

Soriano presenta a los personajes masculinos

generalmente de una manera positiva físicamente, pero

de manera negativa en cuanto a su psicología y

personalidad. En “El perfume,” Abel es un hombre

inteligente y renombrado en su profesión, de unos

cuarenta años, “pero tiene una esbeltez totalmente

juvenil” (10). En “La carraca” el señor Bruch, un

hombre “tan simpático, tan correcto, tan señor, que

‘casi parece madrileño’” (19), un fanático de los

equipos de Barcelona, es un “hincha” del fútbol.

Aunque bien vestido, tiene una fobia contra la medicina

300
en su totalidad: tiene un miedo obsesivo de los

médicos, de los medicamentos y de las operaciones. La

descripción de Peláez, otro personaje de este cuento es

muy negativo. Es un hombre pobre que lleva

la mugrienta gabardina muy abrochada de arriba


abajo, bien apretada con el cinturón, y una
bufanda al cuello, cuidadosamente cruzada bajo la
barba sin afeitar. ¡Como si estuviera resfriado o
padeciera también de anginas! (22).

Obviamente Peláez está mal. Además está alcoholizado y

casi borracho: “a la legua se le ve. ¡Hasta los ojos

de besugo le manan alcohol!” (23). Este tipo lo ha

perdido todo por alcohol. El choque con la realidad de

los menos privilegiados le disgusta a Bruch: “De pronto

siente una total desgana de la carraca[...] no le

serviría para nada” (26). A través de las

descripciones de las dos mujeres de la pensión, se nota

que Bruch es machista y misógino (acaso más

visiblemente, por ser alemán, pues así no parece una

crítica al hombre español).

En “El testigo falso,” el protagonista, el señor

Fulánez era un hombre bueno, justo y comprensivo pero

cambió después de la muerte de su amigo y del fracaso

301
de su negocio. Su amigo Camuñas antes “tenía un

temperamento tan locuaz y animoso, que escucharle era

recibir inyecciones poderosas de energía y optimismo”

(43), hombre inteligente y bondadoso. Sin embargo,

ahora se veía “tan arrugado, tan canoso y tan

encorvado” (44), y además iba mal vestido, “con el

traje y los zapatos evidentemente prestados o heredados

y no muy limpios” (44). Era obvio que su amigo estaba

mal. La descripción del señor Sotero, el socio, se

relacionaba con el dinero. “El capitalista mismo había

puesto allí casi todos sus ahorros” (53). Otro

personaje masculino de este cuento es el testigo falso,

“un hombrecillo cincuentón, delgado y algo encorvado,

[...] llevaba unas gafas de montura oscura, con

cristales tan gruesos que en absoluto pude distinguir

sus ojos” (60). También “tiene el rostro devastado por

el hambre, por la enfermedad, por la indignidad y la

deshonra” (68). Para no morirse de hambre, tuvo que

aceptar pago por mentir en la corte.

La caracterización de los personajes masculinos se

multiplica en “La invitación.” Soriano describe

302
detalladamente a los cinco supuestos recipientes y a la

protagnista del cuento--la anfitriona. A través de los

personajes se revelan varios aspectos de las relaciones

entre los hombres y las mujeres en una sociedad recién

salida del franquismo. Primero la autora nos presenta

a Dámaso Cortés Almudia y a su esposa; luego a

Francisco Piñón Camacho, sin pareja; Feliciano Aloque

Pérez, con una esposa en menopausia; y Pedro Cortado

Ureña con su mujer encerrada; y por último, Adelaida

Ruiz de Alvarado, una solterona. El primer hombre que

aparece en este cuento, Dámaso Cortés Almudia es el

putativo recipiente del hígado, que pasó su vida

bebiendo demasiados licores--güisquis, daiquiris,

gintonics, coñacs y otros alcoholes--además de

incontables cafés negros, todo agravado por fumar puros

y cigarrillos. Aquellos excesos le llevaron a un

cirrosis. No era un hombre viejo, como lo indica la

escritora, sino un

hombre de cuarenta y cinco años, de buena facha y


desahogada posición económica--conseguida durante
más de veinte años de esforzada aplicación de sus
dotes innatas de simpatía, talento financiero y
capacidad trepadora--, era sumamente curioso,

303
incluso tenía aficiones detectivescas y había
intentado saber, mediante sus numerosas amistades
en los juzgados, quién era su misterioso donante
de un hígado fresco y sano. (82)

Tenía una esposa llamativa, “hembra de estampa

sensacional, tan lista y ambiocosa como él” (82). Los

dos vivían en un “lujoso duplex de cuatrocientos

metros, en la parte moderna del paseo de la Castellana”

(82). Tenía tres hijos: su hijo menor, de siete años,

otro hijo de quince y una hija de trece años, que todos

estudiaban en los Estados Unidos, “como correspondía a

su status socioeconómico” (83). Resulta evidente que a

Dámaso le importaba mucho lo que pensaba la gente. Se

preocupaba mucho por la etnía, el ambiente social, la

etiqueta, y la educación. No quería llevar consigo a

su hijo menor, porque según él “no sería correcto

llevarlo sin estar invitado” (83). Era además un

hombre muy crítico que tendía a analizarlo todo.

Cuando llegó a la “Villa Marisa,” pronto comenzó a

formular su análisis: el edificio por afuera se veía

muy feo, anticuado, decadente, abandonado, y la

puertecita “cursi,” así que no comparaba con los otros

304
edificios de la vecindad que vio hace quince minutos

(93). Inmediatamente empezó a criticar a las tres

personas que ya se encontraban allí simplemente por su

manera de vestirse. Por ser un hombre superficial y

vanidoso, los juzgaba a los otros según su vestimenta.

Dámaso,

tras consultar con su mujer, vestía elegante terno


inglés de dos tonos beige, zapatos italianos y
corbata de setta pura a juego; y Paquito Piñón, al
menos, se había concedido usar un discreto traje
azul mahón de buena confección en serie, de los
que venden los grandes almacenes. (94)

Otro beneficiado, Francisco Piñón Camacho, tenía

veintidós años, pero era un muchacho muy débil. Se le

destinaba el corazón porque el suyo fue malformado de

nacimiento. Nunca asistió a ninguna escuela; sólo tuvo

maestros particulares. Era el único hijo de una pareja

intelectual, “un típico marginado por la enfermedad,

sin amigos, sin contactos con el otro sexo y, en

consecuencia, un muchacho huraño, taciturno,

introvertido, acomplejado y resentido hasta con sus

padres” (85). Tenía inclinación al suicidio. No

quería participar en la invitación ni conocer a nadie,

305
obsesionado como estaba con “analizar el comportamiento

de su corazón nuevo, cuya normalidad le parecía lo

contrario y alimentaba su miedoso deseo de morir” (93).

Feliciano Aloque Pérez, otro de los supuestos

recipientes, era un hombre modesto, “feo y bueno, de

cincuenta años, casado y sin hijos, receptor de un

riñón... después de largo tratamiento con diálisis...

debido a una vieja tuberculosis renal” (86). Vivía en

un suburbio al sur de Madrid. Su profesión era la de

frutero, y tenía una esposa llamada Rosita. Como Feli

tenía mucho miedo a su mujer y a las reuniones

sociales, le pidió a su mujer que hiciera la llamada

para contestar a la carta. “Llama tú, Rosita, mujer,

que tienes más desparpajo” (87). Otro recipiente del

riñón fue Pedro Cortado Ureña, que residía en

Barcelona. Debido a un accidente de camión, sufrió

gravemente. Era hombre de

treinta y cinco años, fornido, algo chaparro,


malhablado, machista y putañero y estaba casado
con una buena muchacha de su mismo pueblo
manchego, donde le llamaban Cafecortado--“con mala
leche,” añadían a sus espaldas sus paisanos--
porque lo consumía así a todo pasto antes de su
percance y porque mantenía a su mujer encerrada en

306
el lugarejo, mientras él presumía de divertirse
por toda España y media Europa y a ella la dejaba
preñada apenas se reponía de cada parto, con el
resultado de cinco hijos y ahora uno más en
camino. (89)

Tenía profesión de camionero y ganaba bastante dinero

para mantener a la familia. Trabajaba para una

compañía que no respetaba “la legislación sobre

horarios, límites de carga y prohibiciones de traficar

con ciertas mercancías... que producía a éste

beneficios extra” (89). Vivía separado de su mujer

porque su trabajo así lo exigía. Su mujer le remitió

la carta--en el sobre rosáceo y perfumado, “sin

atreverse a abrirlo” (89), lo cual demuestra que era

totalmente diferente a la mujer de Feliciano. Pedro,

hombre muy tradicional, ostentaba opiniones

estereotipadas sobre las mujeres en general:

se sometía en aventuras sexuales--suspendidas sólo


temporalmente en su ánimo--y pensó que una tipa
(la mujer que envió la invitación) así, que le
invitaba con elementos sugestivos como el papel,
el perfume y un pretexto sentimental tardío, sin
duda sería una zorra, como le parecía toda mujer
que no fuera la suya o su propia madre difunta.
(90)

307
Adelaida fue la primera en llegar a la cita. El

segundo fue el camionero machista Perico Cortado.

Cuando la vio a Adelaida, se dijo con sorpresa: “Coño,

una monja... No será ella la firmante de una carta

así, me estará esperando para llevarme al interior.

¿Será esto un convento o algo por el estilo Precaución

y buenas formas...?” (92). Cuando los dos empezaron a

conversar, sin duda hablaron de las partes que

recibieron del donante respectivamente. Cuando Perico

Cortado se enteró de que fue la córnea que le

trasplantaron a la monja Adelaida, se quedó callado.

Por falta de conocimiento, sabiduría y educación (como

también por ser hombre machista) “imaginó que se

trataba de algún órgano exclusivamente femenino y pensó

que la donante sería del mismo sexo y que tal vez él

mismo llevaba un riñón de mujer, idea que le humilló en

extremo” (92). Perico consideraba a las mujeres

sumamente inferiores a los hombres. Más tarde llegó

Feliciano, el frutero, con el taxi. Inmediatamente los

dos hombres empezaron a llamarse “compañeros y hermano

gemelo” (92); se daban palmadas en las espaldas, y

308
hablaron “entre interjecciones y tacos que

escandalizaban a Adelaida” (92). A través de sus

acciones y comportamientos de estos dos hombres,

subraya la falta de respeto a la mujer. Cuando

Francisco y Dámaso llegaron, lo único que pudo hacer

Francisco fue obsesionarse con su corazón trasplantado,

mientras que Dámaso empezó a juzgar y criticarlo todo

desde el edificio hasta las personas presentes. Cuando

pasaron hacia adentro de la casa, vieron que era un

lugar muy apacible, pero tristón, como abandonado (94).

Las descripciones de la casa por dentro y por fuera

indican la holgada situación económica de la señora de

la casa.

Otro personaje de este cuento era Deivid, un judío

rico de más de cincuenta años quien se enamoró de

Marisa, entonces una jovencita de veintidós años a

quien David le daba todo. La trataba como una “muñeca

china” (100), siendo muy bueno y generoso con ella. Le

compraba de todo: apartamento, “Mercedes,” joyas, y

ropas, pero desafortunadamente se murió de un ataque al

corazón. El asunto de la edad del hombre, en este

309
caso, mucho mayor que la mujer, era algo corriente y

aceptable por la sociedad patriarcal.

En “Leonora,” Soriano caracteriza a dos personajes

masculinos: el protagonista-narrador adolescente y su

padre. El padre del narrador--figura patriarcal por

excelencia--es el único personaje plenamente masculino.

La autora no presta mucha atención al padre, con

excepción de su intento de inculcar las ideas

patriarcales tradicionales a sus hijos. Durante una

comida familiar, el padre mencionó a Leonora.

--¿Y cómo está la buena de Leonor?--la llamó así,


quitando a su nombre la a final que le daba
prestigio romántico, con un retintín peculiar que
yo conocía bien y mostraba su desdén por la
persona aludida, sobre todo, si era del sexo
femenino, que le merecía un general concepto
peyorativo y que intentaba inculcarme desde mi
niñez, con resultado completamente opuesto. (114)

Esta costumbre de acortar el nombre femenino (que se

llama “apocopación”) intenta reducir la importancia o

estatura de la persona en cuestión, y así empequeñecer

a la mujer. El padre del narrador continuó

insultándole a Leonora: “--Y como siempre, tan tontita-

-” (114), “--pero si no se puede hablar de nada con

310
ella, tiene la cabeza hermosa pero sin seso, como en la

fábula--insistió mi padre” (115). El padre soltó unas

carcajadas sardónicas cuando hablaron de la fidelidad

conyugal de Leonora.

A pesar de lo que diga su madre del protagonista-

narrador, él ya no es niño; además, es hombre maduro,

muchos años después, cuando narra. Soriano utiliza la

caracterización del protagonista-narrador para retratar

la actitud misógina de su época. En un encuentro con

la madre del narrador, se dijo: “Sentí que la odiaba”

(112). Y cuando pedía permiso para irse, su madre le

respondió:

¡Claro, claro, pobrecito mío, tantas horas sobre


los libros...! Pero sólo un rato, todo lo más un
par de horas, hasta la cena. Y no te vayas por
ahí, quédate en la terraza del bulevar y tómate un
refresco sin alcohol, ya sabes que a papá no le
gusta. (112)

Sin atreverse a expresar su enojo, explotaba adentro:

“¡Mierda! La odiaba rabiosamente, me sentía rojo de

humillación y de bochorno” (112). El protagonista-

narrador continúa portándose de manera misógina en esta

siguiente escena:

311
comencé a distanciarme de mi madre, incluso a ser
con ella no sólo reservado, sino impertinente y
grosero cuando pretendía sonsacarme, hasta el
punto de soltarle tacos y obscenidades cuarteleros
antes insólitos en mí, y que le caían como
bofetadas y, a veces, le hacían derramar sobre las
mejillas enrojecidas, lágrimas [...]. (134)

El protagonista en “El vídeo perfecto” es Lino, el

único hijo de la señora viuda, quien heredó toda la

fortuna. Era un hombre rico, holgazán, e intolerante.

“Voy demasiado bien vestido para caminar a pie” (174),

se dijo cuando fue a reunirse con unos socios, como

normalmente no manejaba en aquella vecindad ni manejaba

mucho porque tenía un chofer. Soriano describe su

físico con igual esmero como a su vestimenta:

Era un hombre maduro, de estatura más que mediana,


cuerpo enjuto y atlético, con una cabeza de bella
línea grecorromana, realzada por hábil peinado del
cuidadísimo pelo rubio entrecano y algo ralo en
las sienes, [...] un rostro típicamente
aristocrático, es decir, delgado y estrecho, de
nariz aguileña, tez blanca muy fina [...]. (174)

Siguiendo el modelo decimonónico, provee información

sobre su familia, su juventud. Era “hijo único de un

matrimonio muy acaudalado y aristocrático [...] desde

jovencito, aspiró y consiguió el título de el playboy”

(179). Cuando era

312
joven, apuesto, fuerte, deportista, cosmopolita,
donjuanesco y ocioso, tras pasar un par de años
con fuerte depresión, [...] por fin renunció a
todo exhibicionismo social y se dedicó a placeres
más íntimos y sosegados [...]. (181)

Su aspecto físico decaía mientras su salud seguía un

trayecto paralelo debido a sus vicios: “el abuso de

alcohol, de estupefacientes, de placeres sexuales y de

su pasión automovilística, que le ocasionó varios

accidentes” (180). Era un hombre racista con

prejuicios que recuerdan los de Hitler: “se sabía

encarnación decadente de la más pura raza aria” (176).

Mientras proyectaba sus videoclips que filmó con la

Osita,

se dio cuenta de que allí no aparecía él mismo,


sino otro ser muy diferente, cuyo cuerpo no era
blanco y esbelto como el suyo, sino de color café
oscuro, de prominentes músculos y con un sexo
enorme, que la Osita lamía con manifiesto placer.
(205)

Se dijo en voz baja: “¿Qué es esto? ¿Qué está pasando

aquí? ¿Quién es esa bestia negra?” (205). Sus

comentarios atestiguan que Lino era un “feroz racista”

(205). Cuando vio la continuación de las películas

grabadas con personajes reales y ficticios, Lino gritó:

313
“¡Así es que te gustan las negras, los negros, incluso

los desteñidos maricas! ¡Pues yo te voy a poner negra

a ti, palurda, ladrona, rata asquerosa! Eres una

mierda, te voy a matar, te voy a retorcer el pescuezo!”

(208). Se decía a sí mismo: “¡Y lo de ella, peor aún,

haciendo porquerías con los osos, con los orangutanes,

con los negros! ¡Qué horror, qué horror, esas malditas

máquinas!” (209).

Nardo era un hombre “cuarentón casado y divorciado

dos veces, sin hijos, libre, alegre y pobre como un

gorrión del Retiro, cuyo nido auténtico nadie conocía”

(182). Trabajaba para su protector, sin embargo,

su sentimiento hacia su protector era un complejo


de admiración, envidia, odio, respeto, y un
peculiar afecto inevitable entre viejos cómplices
de las juergas y aventuras más inverosímiles,
aunque a él siempre le correspondían papeles
secundarios y serviles. (184)

Nardo “proporcionaba a Lino una caja de bière amoureuse

o del mejor ‘éxtasis’ holandés o una ‘lolita’ más o

menos virgen” (182). Bajo el consejo de Nardo, los

diseñadores negociantes del equipo audiovisual y Lino

fueron a un restaurante llamado “Crisantemo” de estilo

314
japonés para comenzar negocios sobre una invención

original de un equipo audiovisual para hacer películas

a su gusto. Lino quería un “vídeo perfecto” (177). Se

encontraron con el señor Schostter, un alemán que

“además de sabio electrónico, era espía industrial en

un centro de investigación de su propio país” (187), y

el señor Tahosuma, japonés--un técnico

muy experto que actuaba en diversos países como


enlace por cuenta de una nueva empresa del suyo,
dedicada a piratear cuantos descubrimientos y
avances científicos lograba pescar, para
aplicarlos a su propia producción de aparatos
electrónicos. (187)

Todo esto lo escondían ante Lino, aunque con su

obsesión, es muy poco probable que estos datos le

hubieran importado.

Soriano ha logrado presentar su visión de la

sociedad española durante y después del franquismo a

través de las descripciones y caracterizaciones de los

personajes de los cuentos presentados. Sabiendo de

antemano que la mayor parte de lo que “quiere decir,”

no lo puede expresar libremente. Mediante el análisis

de este capítulo, Soriano ha conseguido presentar sus

315
preocupaciones feministas y la defensa de la mujer y

sus derechos en una sociedad patriarcal y reaccionaria.

316
CAPÍTULO X

CONCLUSIÓN

El impacto de la guerra civil española y la España

de postguerra, sin duda, fue significativo y traumático

para Elena Soriano, como mujer y como escritora. Se

puede decir que Soriano es el producto de una envoltura

de represiones, censuras, leyes, restricciones,

sufrimientos, y racionamientos. Así, como Soriano,

muchos escritores sufrieron un exilio interior mientras

otros se fueron al exilio para siempre, para la

búsqueda de una libertad donde fuera posible la libre

expresión de sus creencias.

Por consecuencia, en los años cuarenta durante la

postguerra, escaseaban las actividades verdaderamente

literarias e intelectuales. No era hasta la

publicación de las primeras novelas de Camilo José Cela

y Carmen Laforet en los cuarenta, que volvió a

reaparecer la riqueza literaria española. La

producción literaria empezó a florecer, como se nota en

los estudios mencionados de Gonzalo Sobejano, Ignacio

317
Soldevila, Enrique Anderson, Erna Brandenberger, Elisa

Garrido, Concha Alborg, Eugenio G. De Nora, entre

otros. El gran número de escritores y obras es y

continúa siendo impresionante.

Cuando se trata de escritoras españolas,

indudablemente el mundo no conoce tanto a Elena Soriano

como a Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y otras.

La vida y las obras de Elena Soriano son tan

impresionantes e importantes como las de otras

escritoras de su generación. Soriano sufrió durante

cuarenta años en una sociedad patriarcal llena de

códigos, nuevas leyes de censura y comportamientos

rígidos bajo las reglas de la Iglesia. Por ser mujer,

ella siguió las normas patriarcales: se casó, tuvo

hijos y no trabajó. Y por ser hija de un maestro de la

República, sufrió mucha discriminación, sobre todo a

partir de su primer libro de la trilogía Mujer y

hombre: La playa de los locos, en 1955. De manera que

no reapareció su nombre hasta 1984, ya en la

democracia.

318
De las obras literarias de Soriano se destacan sus

novelas, cuentos, y ensayos. Su primer libro Caza

menor publicado en 1951, está lleno del toque

costumbrista con brillantes detalles del paisaje. La

trilogía Mujer y hombre contiene toques feministas,

como la ha analizado Concha Alborg en su ensayo “Una

revaloración de la trilogía Mujer y hombre.” Y

Testimonio materno, con un toque autobiográfico, está

lleno de sufrimientos y lágrimas. Según Soriano,

todos mis libros son frustraciones de sueños de


totalidad. [...] Mis novelas [...] intentan
ofrecer imágenes reales, pero transfiguradas, a
veces, en símbolos y alegorías, de la compleja
condición humana, en el doble sentido que se puede
dar al concepto: la condición o carácter
intrínseco de hombres y mujeres y la condición del
tiempo y el lugar donde viven. (250)

Dichas condiciones también permean sus cuentos.

Los cuentos de esta investigación pertenecen a dos

colecciones. La situación política, social y cultural

le causó muchas preocupaciones que se reflejan en sus

cuentos, sobre todo los de su “primera época” de

cuentista, los de la primera colección, escritos en la

postguerra. Aunque los temas de las novelas ya han

319
sido motivo de análisis, es en los cuentos donde más

falta hacen estudios, ya que los cuentos son

descuidados por el mundo crítico. En lo que

corresponde a este estudio, pese a varios comentarios y

críticas que analizan las novelas de Soriano, hasta el

presente, no existe ningún análisis comprensivo de sus

cuentos, ni tampoco sus artículos o ensayos.

El propósito de este trabajo ha sido analizar los

cuentos de Elena Soriano de manera más inclusiva

tratando los temas comunes, explorando su técnica y

estructura empleadas durante una época turbulenta,

represiva, discriminatoria. Soriano emplea un método

ecléctico para escribir sus cuentos: se encuentra tanto

el concepto clásico como el concepto contemporáneo. El

tema de la condición humana, la mujer en una sociedad

patriarcal, la diferencia entre las clases sociales,

las psicologías humanas, entre otros, fueron tratados

en este estudio mediante los exquisitos detalles de su

narración vistos, por ejemplo, en el ambiente y en el

paisaje, pero también en las percepciones psicológicas.

Según Soriano, “A mí me interesa la condición humana y

320
entonces al contar, tanto historias imaginadas como la

vida de mi propio hijo tengo tendencia a comentar, a

reflexionar sobre ello” (119). De manera que era

necesario hacer un trabajo sobre un género desaliñado

de una gran escritora excepcional de la postguerra

española.

Se ha querido hacer justicia a una escritora

sobresaliente pero sin embargo relegada durante muchos

años. El objetivo fundamental de este estudio

presentado, ha sido enfocar un género literario poco

apreciado por los críticos contemporáneos, con la

esperanza de que algún día, Elena Soriano llegue a ser

tan conocida como sus compañeras de la misma época.

Así, con el mismo propósito que presentó Soriano en el

homenaje para honrar a Mercè Rodoreda en 1984:

Pienso que el auténtico homenaje a cualquier


persona, viva o muerta, no es envolverla en una
nube de incienso que oculte su figura, sino
esforzarse por conocerla con toda claridad en su
obra completa. (223)

A esta meta, sobre todo, aspira a contribuir el

presente trabajo.

321
OBRAS CITADAS

Alborg, Concha. Cinco figuras en torno a la novela de


posguerra. Galvarriato, Soriano, Formica,
Boixadós y Aldecoa. Madrid: Ediciones
Libertarias, 1993.

---. “Conversación con Elena Soriano.” Revista de


estudios hispánicos. 23.1 (1989): 115-126.

---, ed. Caza menor. Madrid: Editorial Castalia,


1992.

Alborg, Juan Luis. “Elena Soriano.” en Hora actual de


la novela española II. Madrid: Taurus, 1962.
349-372.

Alfaro, María. “Una escritora española: Elena


Soriano.” Cuadernos Americanos. 17 (1959): 511-
518.

Álvarez-Palacios, Fernando. “Novela y cultura española


de postguerra.” Literatura y vida III.
Presentado por Carlos Gurméndez. Barcelona:
Editorial Anthropos, 1994. 95-100.

Anderson-Imbert, Enrique and Lawrence B. Kiddle.


Veinte cuentos españoles del Siglo XX. New York:
Appleton-Century-Crofts, Inc., 1961.

Arkinstall, Christine. “Rewriting Genre, Re-reading


Gender in Elena Soriano’s La playa de los locos.”
Monographic review: Revista monográfica. 8
(1992): 99-113.

Aycock, Wendell M., ed. The Teller and the Tale:


Aspects of the Short Story. Lubbock, TX: Texas
Tech Press, 1982.

322
Benstock, Shari, ed. Feminist Issues in Literary
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327
APÉNDICE A

ESTUDIO: LA NATURALEZA DE EL UROGALLO

328
El presente estudio sobre la revista literaria

fundada y dirigida por Elena Soriano no pretende ser de

ninguna manera exhaustiva; sólo intenta presentar una

breve introducción de algunos aspectos de una faceta en

la carrera literaria de la escritora que resulta muy

poco discutida y analizada. A la revista literaria El

Urogallo, no se conoce sino en relación a Soriano como

la conciencia intelectual y redactora-en-jefe de ella.

El Urogallo nació como una revista literaria bimestral

en 1969, una revista llena de esperanzas e ideales

durante una época de incertidumbres, censura y

persecusiones. El objeto de esta revista literaria es

de presentar la realidad objetiva y fielmente,

ofreciendo diálogo a los lectores según las palabras de

Soriano en la época de su fundación en diciembre de

1969: “Hoy más que nunca, pues, una revista literaria

debe hacer honor a su nombre, es decir, servir para el

libre examen general de conciencia, de conceptos y de

lenguaje que necesita la literatura tanto como las

demás formas culturales” (Número 0, diciembre, 1969,

8.) En la portada de cada número se encuentra la

329
definición del urogallo, criatura totémica que al

prestar su nombre, concede también cierto simbolismo:

El urogallo es ave rara de la fauna


septentrional, que vive solitario y libre en
algunos bosques umbrosos de occidente. No
vuela alto ni luce plumaje de vistosos colores
ni su canto es pertinaz, agudo, dulce o
halagüeño a los oídos, como el de tantos
pájaros triunfales: más bien es un canto
áspero y grave, brotado de su ser únicamente
por amoroso celo y que al delatar su presencia
a los cazadores, puede hacerle morir.
Consciente del mismo riesgo, EL UROGALLO
literario sólo canta por celo intelectual. (8)

Con estas palabras, Soriano deja ver su conciencia del

peligro que existía todavía para cualquier revista

independiente. El régimen franquista había por fin

reconocido la existencia de la censura y se había

promulgado la nueva “Ley de la Prensa” en 1968, pero

dentro de sus más de 800 páginas de texto, en una nota

de pie de página se encontraba la “válvula de escape”

del sistema totalitario: “excepto cuando sea en el

interés nacional.” No obstante las miles y miles de

palabras que supuestamente establecían cierta libertad

para los escritores, esa salvedad quería decir que en

cualquier momento, el régimen podía decir que publicar

330
tal libro no era “del interés nacional,” o que habría

que encarcelar a su autor(a) “en el interés nacional”

para que su secuestro fuera completamente legal.

Soriano estaba perfectamente consciente, por lo tanto,

del peligro que corrían tanto ella como El Urogallo.

EL UROGALLO nace de la creencia de un grupo de


personas en la función, en la misión, en la
eficacia--positiva o negativa--de la literatura,
puesto que ésta es una peculiar manera humana de
enfrentamiento con la realidad, que la interpreta
y la transforma por el medio más completo y
complejo de comunicación y entendimiento entre los
hombres: el lenguaje” (8).

Además de afirmar la función autónoma de la literatura,

Soriano afirma que la revista nace de un espíritu de

“integración de la multiplicidad del mundo en la

superior unidad de sus habitantes humanos. Este es el

rasgo más característico de lo que hoy se llama, quiere

y debe ser un ‘nuevo humanismo’” (8),

su total independencia de cualquier tipo de


interés--económico, político o confesional--para
no servir de campo de batallas personalistas ni
sectarias, sino ser campo abierto a toda
experiencia literaria auténtica de las diversas
culturas que constituyen la común Cultura, con
mayúscula. (9)

Soriano extrema su valentía al concluir,

331
esto significa su intención de hacer, sin
prejuicios, sin dogmatismos y sin inhibiciones,
una revista general permanente del fenómeno
literario en esta época incierta y confusa, llena
de contradicciones y opuestos lógicos. (9)

Desde el comienzo de la publicación de El Urogallo, se

sabe que su existencia es muy incierta. El destino de

la revista consiste en la fe y el compromiso de la

directora y sus colaboradores.

Existe un total de 36 números de esta revista.

Para dar una idea de esta importante empresa cultural,

literaria, e interlectual--sin más rival en el siglo XX

español que la Revista de Occidente de Ortega y Gasset-

-se examinarán con cierto cuidado sus dos primeros

años, un tercio de su producción, prestando atención en

particular a sus temas y colaboradores. Se hará

hincapié en su relación a la dictadura y el significado

socio-cultural y político de su presencia en lo que iba

a ser un período clave, de transición. A través del

examen propuesto, se verá que El Urogallo recogió la

tradición de Revista de Occidente (cuyo ejemplo y

modelo siguió), desempeñándose como órgano didáctico,

en el sentido más amplio, ayudando a estimular el

332
diálogo, el intercambio de ideas, al mismo tiempo que

tomaba partido a favor de la libertad.

Aunque el impacto del Urogallo se extiende a

través de su vida entera y acaso más allá, sus primeros

años son los más difíciles. Son también

representativos, una muestra auténtica de la revista

entera, que comunica una imagen fidedigna de Soriano

como editora, y como fuerza que formaba la conciencia

intelectual de la época de la transición. Los

siguientes años además corresponden a muchos números

especiales o monográficos, que limitan y conforman los

números en cuestión, que por eso resultan menos

representativos del Urogallo “en general” o sin estrar

restringido a ciertos temas, impuestos a priori. Por

ello, no se darán sino los índices de los años 3, 4, 5

y 6, que se ofrecerán en el Apéndice B. El Urogallo es

una revista de difícil acceso, poseída por muy pocas

bibliotecas, de modo que puede ser de interés para los

estudiosos de la época en general y de Soriano en

particular el contenido de esos números.

333
El primer número llamado 0, nació en diciembre de

1969. Lleva esta cifra que significa “nada” o “nulo”

por su carácter de ensayo, de sondeo o ‘pilotage’


inicial en su aventura [...]. El primero y básico
es la fe en la literatura [...] real y evidente:
la literatura, como fenómeno y como objeto físico
[...] penetrando en la intimidad de millones de
hogares a través de los receptores de radio y
televisión. (7-8)

Al final de cada número se encuentra una breve

biografía de los escritores presentados en el número

publicado, llamado “nota biobibliográfica de los

colaboradores de este número.” Colaboraron en el

número 0, los siguientes escritores: José Ramón Arana,

Julio Cortázar, Victoriano Crémer, Claudio Esteva,

Gloria Fuertes, Eusebio García Luengo, Félix Grande,

Michael Horovitz, Jean Meyer, Robert Ruiz, Antonio

Sánchez-Barbudo, y Ramón J. Sender. Se trata de un

reparto significativo, que indica ya el carácter de

reto de este número inicial. Por una parte, debe

notarse que el grupo contiene varias figuras

internacionales, como lo son Cortázar, Horovitz, Mayer,

por ejemplo, y por otra parte, destacados exiliados

republicanos, Sánchez Barbudo y Sender (unos años antes

334
de la vuelta triunfal de Sender al país durante los

setenta). Con una lista de colaboradores así, Soriano

en efecto demuestra que El Urogallo no se limita a

palabras valientes, pues será vehículo para

“librepensadores,” críticos del régimen y antiguos

enemigos políticos. El siguiente resumen sintetiza el

índice de los escritores y sus obras: “La Quena”

(relato fronterizo) de Sender; “Una tarde con Ignacio

Aldecoa” de García Luengo; “León Felipe, Poeta de la

sed” de Ramón Arana (que trata la figura de otro

exiliado); “Tres poemas” de Fuertes; “Rey dispuesto” de

Grande; “Amor, poesía y revolución” de Horovitz;

“Cuando los hombres no cantan” de Crémer; “El

‘Velásquez’ de Ramón Gaya” de Sánchez-Barbudo;

“Reflexiones sobre un libro de Womack” de Meyer; “La

revolución mexicana y Zapata” de Esteva Fabregat;

“Zapata: tierra y libertad” fragmento de un libro de

Ruiz García; “Del cuento breve y sus alrededores” de

Cortázar, y “Los jueces implacables” de Ruiz. Acaso

sea casualidad que dos títulos mencionen la palabra

“revolución” y que dos más citen a Zapata, pero parece

335
poco probable, como tampoco es coincidencia la mención

de “libertad.”

El número 1 de la revista, publicada en febrero de

1970, comienza con el índice de colaboradores y sus

obras. La introducción por la editora titulada “¿Puede

desarrollarse una literatura...?” inicia este número,

seguido por “Días felices” de Francisco Ayala, otro

destacado exiliado republicano; y “4 poemas inéditos”

de Pablo Neruda, embajador chileno a la República

española antes de la guerra y amigo íntimo de García

Lorca y otros miembros de la Generación del 1927.

(Neruda fue persona non grata para el régimen de

Franco, que durante muchos años prohibió estudios sobre

Antonio Machado, Lorca, y otros grandes escritores

republicanos. Neruda luego publicó muchos poemas

elogiando la República y los intelectuales caídos).

“Nota sobre Pere Quart” de Joaquim Molas, y “Un poema

bilingüe” de Pere Quart también representan un reto

(Joaquim Molas y Pere Quart--intelectuales catalanes,

que luchaban por la preservación de la cultura, lengua

y literatura catalanas--se oponían a la política

336
cultural franquista, que prohibió el uso en público del

catalán durante décadas porque Cataluña durante la

República y la guerra consiguió su autonomía. No se

había legalizado plenamente todavía el catalán, aunque

eso se vería durante la reforma nacional de la

educación en los años setenta. Siguen “Tres poemas” de

José Miguel Ullán, e “Imagen quieta de José Luis

Hidalgo” de Jorge Campos. (Hidalgo [1919-1947]

concibió su obra más significativa, Los muertos [1947]

como memorial a los muertos en la guerra civil en una

época cuando el discurso oficial no permitía el uso de

los vocablos “guerra civil,” insistiendo en llamarla

“Nuestra Gloriosa Cruzada Nacional.” Tampoco permitía

ninguna defensa de los “rojos,” como oficialmente

llamaban a los Republicanos). Además de creación, hay

ensayos de temas variados: “Bertrand Russell y su

aportación a la lógica y a la filosofía matemática” de

Miguel Boyer, “Joaquin Xirau” de Ramón Xirau, “Xirau y

la pedagogía” de José Luis Abellán, y “La narrativa

polaca de hoy” de Gabriela Makoviecka, aparentemente

polaca, versa sobre la literatura polaca del momento--

337
una apuesta arriesgada porque era un momento histórico

cuando el gobierno español no había comenzado todavía

su “apertura” hacia el mundo soviético (que sucedería

en los años sesenta) y seguían bastante censuradas las

noticias sobre la órbita comunista. “Fábula de la

selección de la especie” de Isaac Montero refiere a un

tema “condenado” en España desde el Siglo XIX cuando la

Iglesia Católica reaccionó contra las teorías de

Charles Darwin, de selección natural y la evolución.

Fue prohibido durante la época del Naturalismo

“propagar” doctrinas darwinianas, y aunque Montero lo

presente como “fábula,” no deja de ser un tema

explosivo. Terminan este número “Los padres” de Juan

Benet, Foto de archivo nº. 1, “Encuentros con Galdós”

de Carmen Laforet, “Las premoniciones” de Sergio Pitol,

“La novela española en el año 69” de Rafael Conte,

“Notas sobre el cine de autor” de Alejandro García

Reyes,” “Defensa de la literatura” de Elena Soriano y

finalmente “El lenguaje--estado de la cuestión.” El

carácter rebelde de El Urogallo no se esconde, con su

nómina de exiliados, catalanes y surtido de temas

338
previamente censurados. Soriano parece haber decidido

poner a prueba la nueva Ley de Prensa.

El número 2 contiene publicaciones de abril a mayo

de 1970. Nuevamente se aprecia el carácter

internacional de la lista de colaboradores, dato que

ayudaba a diseminar mucho cualquier noticia respecto a

la revista y lo que le sucedía. Así, en el caso de que

el gobierno prohibiera un número o retirara El Urogallo

de la circulación, la noticia se sabría en muchas

partes del mundo de Occidente, sobre todo Europa y

Latinoamérica. En él colaboraron los siguientes

escritores y obras: “Tradición y vanguardia en las

letras italianas” de Guido Davico Bonino, “Historias

verdaderas y fingidas” de Blas de Otero, uno de los

mejores poetas de la postguerra, pertenecía a la

llamada “trilogía vasca” que incluía además a Gabriel

Celaya y Angela Figuera, todos ellos “poetas sociales”

(y donde se decía “social,” se entendía “político, de

la oposición” en el grado de lo posible bajo el

franquismo). Blas de Otero también se conoce como

poeta existencial; es acaso el heredero más importante

339
de Antonio Machado en una época cuando ser seguidor de

Machado significaba buscarse problemas. “Curriculum

Vitae” de José Ruibal, representaba uno de los “jefes”

del llamado “teatro subterráneo,” que escribía un

teatro de alegoría política y socio-económica

abstracta, pero muy subversivo, atacando las bases

mismas del capitalismo, como otros del mismo

movimiento. Ninguno de los subterráneos logró ver su

obra representada en España durante la época del

franquismo, y Ruibal vivió un largo destierro (también

tuvo problemas de cárcel). “Muerte y blancura de

Baudelio Perona Cepeda” de F. García Pavón, viene de

casi el único autor de novelas detectivescas durante la

dictadura, escritor de bastante éxito y renombre en los

sesenta y setenta, como varios otros de los

colaboradores de este número (varios de ellos ya casi

olvidados): Marcos Ricardo Barbatán, Angel Palomino,

Enrique Badosa, y José María Guelbenzu, como también

otros que respondieron al cuestionario. Guelbenzu y

Javier del Amo representan nuevas tendencias que ya

comienzan a superar la llamada “literatura social,” y

340
pertenecen a lo que algunos historiadores llaman la

“Generación de 1968.”

Todo esto significa que Soriano pudo atraer a

muchos escritores importantes a su revista, y también

que incluía tanto los nuevos como los ya establecidos.

Notable es “Visión del dictador en la literatura

hispanoamericana” de Giuseppe Bellini, cuyo título

podría verse como otro reto, pues la visión del

dictador en la literatura hispanoamericana no es

exactamente halagadora, y por otra parte va ligada a

una serie de revoluciones. Simplemente escribir

“dictador” en la España de Franco podría verse como

tirar el guante. Siguen “Poemas” de Marcos Ricardo

Barnatán, “La noche que volvimos a ser gente” de José

Luis González, y en gallego, “A erdade do tempo” de

Pura Vásquez, que figura entre las poetas gallegas más

importantes de la segunda mitad del Siglo XX. En sus

comienzos, ella y su hermana eran casi las únicas que

escribían en gallego, prohibido para casi todo uso por

la censura franquista. La dictadura había prohibido el

uso público del gallego, al igual que el catalán,

341
porque consideraba que las lenguas vernáculas tenían

una asociación peligrosa con el separatismo (en las

primeras décadas del Siglo XX, existía un movimiento

llamado “galleguismo” que proponía la unión de Galicia

con Portugal. Siguió existiendo de forma clandestina,

ilegal, bajo Franco). La censura trató al gallego con

mayor dureza todavía que al catalán, burlándose del

idioma y limitando los temas que se podían tratar a “lo

folclórico,” prohibiendo que se tratara nada serio--

filosofía, por ejemplo--en gallego, porque no era

lengua “digna,” sino de ignorantes pueblerinos. Pura

Vásquez desafía tales prohibiciones porque escribe

poemas “serios,” religiosos y filosóficos, como es el

caso del poema incluido aquí. “Retrato de un hombre

sentado” de Alberto Míguez, “Poetas satíricos” de Angel

Palomino, “Estado de tiempo” de Enrique Badosa, y

“Cross-country” de José María Guelbenzu preceden

“Respuesta a un cuestionario sobre “El escritor y el

idioma” por Andrés Amorós, Francisco Candel, Vicente

García de Diego y Dolores Medio, al que siguen “Los

poderosos” de Javier del Amo, “El teatro histórico de

342
Buero Vallejo” de Pilar de la Puente, “El testamento”

de Flora Yáñez, Foto de Archivo nº. 2, y “La ‘Tristana’

de Luis Buñuel” de Julio P. Perucha. Esta última es

otra colaboración bastante provocadora, pues dicha

película (basada en una novela de Galdós, que también

había sido prohibida) se consideraba “escandalosa”

debido a su tratamiento de la sexualidad y su actitud

irreverente ante las tradiciones. Y además, Buñuel--

que había sido amigo íntimo de García Lorca y Salvador

Dalí, ambos anatema para el régimen--era otro exiliado.

Buñuel había sido censurado por sus asociaciones no

sólo con intelectuales republicanos sino también por el

vanguardismo, que para el franquismo tenía demasiados

tratos con la política de izquierdas (por ejemplo, el

comunismo de Picasso y de Alberti). En otras palabras,

sería muy difícil para una persona enterada de la

situación cultural y política bajo Franco no ver esta

lista de colabores y temas como un intento deliberado

por parte de Soriano de probar hasta dónde alcanzaba la

recién estrenada “libertad de prensa,” que como queda

indicado arriba, siempre se podía abolir en un momento

343
dado si el gobierno decidía que su abolición era

cuestión “de interés nacional.”

El número 3 corresponde al período de junio y

julio de 1970. Colaboraron otros intelectuales de

izquierdas, entre ellos, Max Aub con “Algunas trampas.”

Max Aub (Paris 1902—México 1972), dramaturgo,

novelista, crítico y poeta, otro exiliado republicano,

también miembro de la generación del 27, fue además

militante socialista y asociado con la Vanguardia,

entre causas contribuyentes a su exilio. Estuvo cierto

tiempo en campos de concentración en Francia y el Norte

de África antes de poder evadirse y llegar a México.

Fue otra persona non grata al régimen. Presentado con

su obra catalana, “Sé com és blanc d’alta neu,”

Salvador Espriu, gran poeta catalán, había pasado mucho

de su vida escribiendo en una lengua prohibida (muchos

españoles de la generación “educada” bajo Franco ni

siquiera sabían que existía una importante literatura

en catalán). Como válvula de escape, la censura

permitía la publicación a veces de libros de poesía

creyendo que no se leían. Espriu reaccionó amargamente

344
al genocidio cultural llevado a cabo por los

franquistas en Cataluña y en varias obras comparó el

sufrimiento de los judíos a manos de los fascistas

alemanes con el sufrimiento catalán bajo los fascistas

españoles. Denunciaba y satirizaba el fanatismo y

predicaba la tolerancia. De nuevo, se trata de una

figura non grata al régimen (de haber escrito lo mismo

en castellano, probablemente hubiese sido encarcelado;

la censura permitía ciertas publicaciones en catalán

creyendo que llegarían a muy poca gente).

“El pastor” representa a Rosa Chacel, escritora de

primera categoría, otra de la generación del ’27, quien

estuvo cerca de 30 años en el destierro. Ella y el marido

trabajaron con programas culturales de la República y

ayudaron con el rescate de obras de arte del Museo del

Prado durante los bombardeos de Madrid, razón por la cual

fueron al exilio después de la guerra. Chacel no escribía

política en sí, pero estaba condenada por asociación.

Para el régimen, todos los exiliados eran "rojos." Siguen

“Las iniciales grandiosas de Alberto Sánchez” de

Enrique Azcoaga, y “Tarde en Navacerrada” de Alfonso

345
Sastre, quien sí era "rojo," miembro del Partido

Comunista Español en años cuando era totalmente ilegal y

clandestino. Este gran dramaturgo y teórico del teatro

de postguerra es casi imposible de entender, ni a él ni su

obra sin saber teoría marxista, pues no es propagandista

directo, sino muy sutil. A pesar de ello, como el 75% de

su obra estuvo prohibida bajo Franco (sin estrenar, o sólo

estrenos no comerciales, universitarios, para una noche

solamente). Estuvo encarcelado varias veces por razones

políticas, aunque no tuvieron pruebas contra él, sólo

sospechas. Aparece “Taha Husayn” de Carmen Ruíz Bravo-

Villasante, entre los pocos críticos importantes de la

época que se podían considerar partidarios del régimen.

Sin embargo, a algunos de familias aristócratas que habían

hecho la guerra al lado franquista pero disentían de sus

direcciones en la postguerra, Bravo-Villasante puede

considerarse más o menos "independiente" en su postura.

Su ensayo sirve para introducer “A la puerta de Al-Azhar”

de Taha Husayn, al cual sigue “Ejercicio para cuarenta

años (o reinventar la fiesta)” de Salvador Pániker.

“Poemas” de Carmen Conde representa una de las

346
escritoras más importantes de su época. Conde había

comenzado a publicar poesía antes de la guerra, algunos

libros iniciales con influencias de Juan Ramón Jiménez,

otros con ecos vanguardistas. Ella y su marido eran

educadores republicanos, y él luego estuvo en el ejército

"lealista" (republicano) por lo cual fue encarcelado por

varios años después de la guerra. A Carmen Conde, que ya

tenía cierto renombre, se le prohibió que escribiera bajo

su propio nombre. Tampoco pudo practicar la enseñanza

(invalidaron los títulos concedidos bajo la República, y

muchos educadores fueron fusilados o encarcelados). Conde

vivió trabajando en archivos, haciendo traducciones, y

escribiendo bajo seudónimos. Después del franquismo, fue

la primera mujer admitida a la Real Academia Española de

la Lengua. Todavía persona no muy grata al régimen en

1969-70, había vuelto hacía poco a publicar bajo su propio

nombre. Soriano estaría consciente de toda esta

historia de Conde. Siguen “La culpa” de Juan José

Hernández, “Dos novelistas catalanes” del catalán

Vicenç Riera Llorca, “Muerte en exilio” de Angelina

Gatell, y “O lagarto de pedra” de Carlos Casares,

347
escritor gallego, quien luego se asocia con movimientos en

pro de la autonomía gallega y es militante de la lengua.

Escribe mucho sobre los abusos de los gallegos, el

empobrecimiento de la región y el olvido o marginización

por parte del gobierno. Lo interesante aquí es que (como

Pura y su hermana Dora Vásquez) escribe en lengua gallega,

fuera de Galicia. Nuevamente, era muy valiente de parte

de Soriano reunir una colección así de colaboradores con

lo que el gobierno llamaba (con eufemismo) "antecedentes

políticos no adecuados," que además representaban

tendencias culturales oprimidas y largamente prohibidas.

“Las perversiones del intelectual” de Raúl Vera Ocampo,

“Trébol de minicuentos” de Salvador Calvillo Madrigal,

Foto de Archivo número 3, “Los niños de Dickens” de

Concha Castroviejo, “José María Arguedas” de Julio

Ortega preceden “Alguno lo conoce” de Jorge Cela

Trulock, hermano menor de Camilo José Cela, también

novelista y editor, escritor de tendencia existencialista,

bueno e interesante, aunque no haya conseguido jamás la

fama que merecía. No quería aprovechar la fama de su

hermano, así que solía firma "Jorge C. Trulock." De

348
postura independiente, sin activismo político se podría

ver como un aliado potencial para El Urogallo. “Defensa

de la literatura--Apuntes para un ensayo interminable”

de Elena Soriano completa este número.

El volumen número 4 abarca obras publicadas para

la fecha de agosto-septiembre de 1970. Nuevamente se

aprecia una cantidad notable de colaboradores

internacionales, con las implicaciones ya notadas. En

él se encuentran los siguientes escritores y sus obras:

“Sucesos de jardín” de Jorge Guillén, poeta y crítico

de la Generación del 27 (de Lorca, Alberti, y la

vanguardia), largamente exiliado. Guillén--muy alejado

de la política--estuvo enseñando fuera de España ya

antes de la guerra civil, pero debido a sus relaciones

y amistades con el resto de la Generación del 27, se

exilió como medida de seguridad después de la guerra.

Vivió muchísimos años en Estados Unidos, enseñando en

Harvard. Figuraba entre los colaboradores más

prestigiosos del Urogallo que probablemente haya

contribuido para ayudar a Soriano a establecer una voz

literaria independiente. Siguen “Segundo poema del

349
asombro” de Ramón de Garcíasol, y “Poemas” de Celso

Emilio Ferreiro, otro poeta gallego, “peligroso” por

las mismas razones que otros cultivadores de las

lenguas vernáculas. Luego aparecen “Sonata en Celeste

Infernal” de Emilio Miró, Foto de Archivo Número 4

titulado “Primer milenario de la fundación del reino de

Castilla” con un fragmento del “Poema de Fernán

González,” escrito por autor anónimo entre los años

1250 y 1271, “Flaubert, nihilista” de Maurice Pinguet,

“Retorno a Benjamín Jarnés” de J.S. Bernstein, “Notas

de un cuaderno inédito” de Benjamín Jarnés, “Una caza

peligrosa: la del snark”, de José Luis Giménez Frontín,

y “La mandrágora” de Segundo Serrano Poncela (Madrid,

1912—Caracas, 1976). Serrano Poncela, otro exiliado,

fue profesor de literatura en las universidades de

Puerto Rico y de Caracas. Es autor de relatos y de

novelas, en los que evoca la guerra civil y la vida del

español en el exilio. Le suceden “‘Los jefes’ y las

coordenadas en la obra de Vargas Llosa” de Alfredo

Matilla Rivas, “La delación” de Oche Cazalis, “El mundo

poético de Lezama Lima” de Fernando Charry Lara, “El

350
fin de la Fiesta de los Toros” de Tina Díaz,

“Lautréamont cumple cien años” de Jacinto Luis Guereña,

e “‘Ínsula’, ejemplo de valerosa constancia” de María

Alfaro, en el cual puede verse un homenaje al antecesor

más importante de El Urogallo. Terminan este número

“La tragedia del color” de Alfonso Echeverría, “Réquiem

por un largo silencio” de Renée Walter, “Catarrach” de

Cándido Sanz Vera, “Rodríguez Moñino, en mi recuerdo”

de Agustín Millares Carlo, y “Defensa de la literatura-

-Apuntes para un ensayo interminable” de Elena Soriano.

Los números cinco y seis abarcan publicaciones

correspondientes a octubre hasta diciembre del 1970.

El volumen comienza con obras de Nicolás Guillén,

tituladas “Poemas.” Guillén (1902-89), poeta cubano,

trata un núcleo poético de dos grandes temas: la

exaltación del negro y la situación social dentro del

contexto comunista. Gracias al valor intrínseco de su

obra, así como al de la de Emilio Ballagas y Luis Palés

Matos, los problemas de la raza negra en el Caribe han

adquirido relieve dentro de la literatura de lengua

española. Siguen otros poetas, incluyendo “El tiempo

351
de las cosas” de Alvaro Fernández Suárez, “Tres poemas

de Entonces” de José Luis Gallego, “Tiempo de juventud”

de Fernanda Monasterio, “Canto de inocencia” de José

Angel Valente, (Orense, 1929-Ginebra, 2000) cuyos

primeros poemarios parten del realismo social, pero su

obra ha ido evolucionando hacia un lirismo en el que

privan la meditación y la reflexión sobre la expresión

poética. “Notas de lectura” de Héctor A. Murena

precede “In promptus” de Juan Gil-Albert, contemporáneo

de la Generación del 1927 (1906-94) quien fue

colaborador de la revista republicana Hora de España.

En 1939 marchó exiliado a México, de donde volvió en

1947. Su inclusión en El Urogallo acaso ayudara a que

se le volviera a conocer en España. Siguen “El insutil

salvamento” de Jorge Campos, y “A Dios dedico este

mambo” de Severo Sarduy (Camagüey,1937-París, 1993),

otro escritor cubano, considerado uno de los más

brillantes narradores cubanos contemporáneos.

Simplemente por vivir bajo un régimen comunista, los

escritores cubanos se consideraban peligrosos para el

franquismo, aunque este autor de experimentos neo-

352
barrocos se limitaba mayormente a la esfera literaria,

pasando sus últimos años en París. Entre los ensayos

que siguen, se encuentran “La séptima vida de Octavio

Seisdedos” de Antonio Ferres, “Las crisis de Franz

Moreno” de César Fernández Moreno, “El mirador pintado”

de Concha de Marco, “Conmemoraciones históricas” de

Carmen Llorca, “Hegel y la culminación de la cultura

cualitativa” de Enrique Tierno Galván, “Perfiles de una

nueva literatura desde la perspectiva alemana” de

Walter Höllerer, “Un café” de Walfgang Koeppen, “La

juventud alemana entre el conformismo y la protesta” de

Iring Fetscher, “La república de los solitarios” de

Georg Jappe, “Panorama de la filosofía alemana actual”

de Rafael de la Vega, “Foto de Archivo No. 5-6:

Beethoven, El Kitsch y la industria de la cultura” por

Miguel Angel Coria, “‘La voz que una vez te ayudó a

soñar’” de Andrés Amorós, “Algo más sobre la novela

latinoamericana” de Mario Vargas Llosa, conocido

escritor peruano, entonces en el apogeo de su fama. Su

presencia en las páginas de El Urogallo atestigua su

creciente prestigio como también el respeto que merecía

353
Soriano de los intelectuales internacionales. Este

número incorpora una sección de rescenciones, “Algunos

libros del año,” reseñas de José Luis Abellán, José

Antonio Balbontín, Marcos R. Barnatán, Eusebio García

Luengo, Jacinto Luis Guereña, Leopoldo de Luis,

Francisco Marinero, Francisco Pillado, Juan de Dios

Ruiz-Copete, y Francisco Umbral (Madrid, 1935),

eminente escritor español que entonces emergía. Es

autor de una obra abundante y diversa, que abarca

crítica, obras lingüísticas, novelas y periodismo.

Posteriormente ha ganado el Premio Cervantes (2003).

Entre otras colaboraciones están “Buero Vallejo y su

sueño de la razón” de John W. Kronik, “Temporada de

confusión y de madurez” de Robert Hirsch, “En busca de

un teatro independiente” de Enrique Patiño López, “I

festival internacional de teatro” de María Luisa de

Armiñán, que giran en torno a un núcleo dramático. La

presencia del eminente dramaturgo Antonio Buero Vallejo

también merece notarse, aunque no sea contribuyente.

Se encontraba entonces en su apogeo, aunque tampoco era

del todo grato al régimen por ser ex-Republicano. El

354
estudio por un hispanista norteamericano

internacionalmente conocido era un modo de subrayar la

importancia concedida a escritores de “la oposición” al

franquismo. “El hispanista judeo-español Moshe

Almosnino sería un precursor de la psicoanálisis?”

pregunta Isaac R. Molho. En 1971 Buero Vallejo entró a

la Real Academia Española y en 1986 fue galardonado con

el premio Miguel de Cervantes.

En el año 1971, el segundo año de la publicación

de El Urogallo, publicaron el número siete que abarca

obras presentadas en enero y febrero. En él se

encuentran las siguientes publicaciones: “Una poética

de ‘poemas humanos’” de Julio Ortega, “El relevo” de

Gabriel Celaya, uno de los “jefes” de la “poesía

social,” y miembro de la oposición literaria al régimen

franquista. Aunque la poesía social ya había pasado de

moda, la presencia de Celaya constituía otro reto

implícito de parte de El Urogallo. “Sobre los mitos”

de Ramón J. Sender (1902-82) novelista español

exiliado, es otro reto, pues había sido activista

político liberal bajo la República y combatió contra la

355
rebelión de Franco. Sus novelas y ensayos estaban

prohibidos en España. Sender comenzaba a ser una

especie de héroe para la generación joven española, ya

cansada de las estrecheces del franquismo. “Poemas” de

Uxío Novoneyra preceden el cuento, “De recién casados”

de Manuel Andújar (1913-94), otro escritor y periodista

español, exiliado, también asociado con la oposición.

Otros títulos “Nota sobre Cioran” de Esther Seligson,

Demiurgia verbal” de E.M. Cioran, “Poemas” de Alberto

Girri, “Extravíos” de Carlos Mellizo, “Dos poemas” de

Javier Lostalé, “Las lealtades” de Juan Eduardo Zúñiga,

“La narrativa de Mallorca en la postguerra” de Antonio

Serra, “Doroteo” de Paca Ruano, “Foto de archivo No.

VII: Maniqui (Happening macabro)” de Jerónimo López

Mozo (dramaturgo censurado), “En la muerte de Guillermo

de Torre” de Antonio Núñez, “Dos libros sobre España y

los españoles” de Julio Rodríguez Puértolas,

“Enajenación Bretchiana en Luisa J. Hernández” de Terry

Palls, “El cine y sus efectos” de Ramón Barco, y

“Defensa de la literatura (IV)” de Elena Soriano.

356
El número ocho contiene publicaciones de marzo a

abril de 1971 con los siguientes colaboradores: “Toda

la brutalidad del mundo” por Ana María Matute, 1926- )

novelista española contemporánea también identificada

con la oposición a la dictadura, entonces en el apogeo

de su primera época. Matute representa una crítica

valiente a la política social franquista, con su

injusticia. Unos “Poemas” de Joyce Mansour (Traducción

de Jaime Siles) preceden “El hijo” de Francisco Ayala

(Granada, 1906), otro insigne liberal republicano

exiliado, y discípulo de Ortega y Gasset. Profesor,

crítico, embajador, novelista, periodista y ensayista

filosófico, Ayala representa el rango más alto del

intelectualismo español. Sus obras también estaban

prohibidas en la España franquista. Su presencia, un

honor para El Urogallo, era otro reto al control

ideológico ejercido por la dictadura. Sigue un

muestrario variado, muy representativo de la época:

“Carta a Fernando Fernán Gómez” de José María García

Nieto, “Ella” de Yusuf Idris (Nota y traducción de

Carmen Ruiz B-V), “Fausto” de Antonio Segado del Olmo,

357
“Zoología” de Juan Liscano, y fragmentos de “Florido

Mayo” de Alfonso Grosso (1928-95), novelista entonces

asociado con la literatura “social” y por ende la

oposición política. El resto de este número presenta

“4 poemas” de Emilio Porta, “Etiqueta o uniforme” de

Juan Antonio Gaya Nuño, “Tricolor” de Pedro Jorge Vera,

“Cinco textos” de Roberto Fernández Iglesias, “Federico

García Lorca” de Juan Gil-Albert, notable por tratar un

escritor que estuvo largamente prohibido, y “El

flamenco: una protesta en busca de destinatario” de

José Manuel Caballero Bonald (1926- ), profesor,

novelista “social” y anti-franquista que entonces se

unía a la naciente “nueva novela” (experimental).

“Foto de archivo No. VIII: Primeros sustratos del

flamenco: Gades” por Fernando Quiñones precede “La

historia es para vivirla” de Eduardo E. López, “El

nuevo pensamiento cubano” de Julio E. Miranda, y

“Severo Sarduy en la actual narrativa hispanoamericana”

de Francisco E. Feito, conjunto que atestigua efectos

del creciente interés despertado por el “boom”

358
latinoamericano y deja notar el comienzo de “la

apertura.”

En el número nueve que lleva mayo y junio,

colaboraron los siguientes escritores y con las obras

mencionadas: “Hora final” del poeta Vicente Aleixandre

(1898-1984), miembro de la Generación de 1927 que

alcanzaría el Premio Nobel en 1977. Miembro de la Real

Academia desde 1949, no había intervenido nunca en

política (y por su salud precaria, llevaba una vida

retirada). Pero era el sobreviviente más importante de

la Generación del 27 que seguía viviendo en España, y

su presencia en El Urogallo tenía un valor simbólico de

adhesión y apoyo. Otras muestras de creación e

investigación incluyen “Poesía e historia” de Blas de

Otero, “El tiempo en la vida y la vida en el tiempo” de

Alvaro Fernández Suárez, “Poemas” de Ivan Prueitt

(Traducción y nota de M. Marías), “Poemas” de Alfonso

López Gradolí, “La tolerancia represiva” de Irving

Fetscher, “La primera comunión de Aurora Roja” de Isaac

Montero, “Cinco cuentos mínimos” de Pablo de la Fuente,

“En mi orilla” de Pedro Milio F. Cocero, “Emilia Pardo

359
Bazán” de Victoria Armesto, “La secularización

psicológica de ‘El condenado por desconfiado’” de José

Luis Abellán, “Los clásicos en la escena española” de

José Monleón, “La dificultad de nuestros clásicos”

preguntas de la Redacción, respuestas de José Tamayo y

A. González Vergel, “Foto de archivo no. IX:

Stravinsky” de Oscar Esplá, “Artesano, artista, genio”

de W. H. Auden (Reproducción de The Observer),

traducción de Fernando Baeza, “In memoriam” de Antonio

D. Corveiras, “Poética musical de Stravinsky,” “Defensa

de la literatura (V)” de Elena Soriano, y “Notas

bibliográficas” por José Ares y Andrés Amorós, crítico

distinguido de la época de “la democracia” que comienza

a darse a conocer.

Los siguientes escritores y sus obras colaboraron

en el número diez, publicado en julio y agosto de 1971.

“Pa e vi,” escrito catalán de Agustí Bartra, “Poemas”

de Pedro Lastra, “El pájaro loco” de Iván Silén,

“Sociología del best-seller” de José María Díez Borque,

“A mis compañeros de instituto: urgente” de la

psiquiatra y feminista Eva Forest, otra figura muy

360
signivicativa, esposa de Alfonso Sastre; años después

fueron encarcelados, acusados de terrorismo.

“Lovecraft y Tolkien” representa un ensayo temprano de

Fernando Savater, filósofo, profesor y ensayista cuya

presencia atestigua el talento de Soriano para

reconocer la estatura del joven pensador que apenas

comenzaba. “El libro” de H.P. Lovecraft (traducción de

F. Savater), revela un interés en el cuento de horror

que el futuro filósofo luego no sigue. El variado

contenido de este número incluye “Pequeño viaje al

‘Sub’ español” de Alberto Míguez, “Grimorio” de Eduardo

Chamorro, “Foto de archivo no. X: el kiosco como

literatura” de Francisco Alemán Sáinz, “Viejos amores”

de José Luis Garci, “Acercamiento al folletón” de Jorge

Campos, “El ‘western’” de Miguel Marías, “Merlin, el

mago (comic)” texto de Pacho Marinero, dibujos de Pepe

Plá, “‘La balada de Sam Peckinpah’” de Luciano G.

Egido, “La delación (guión corto de cine)” de Mauro

Armiño, “La temporada de artes plásticas” de José

Hierro, poeta de comienzo “social,” cuya obra ha

crecido en importancia hasta recibir el Premio

361
Cervantes hacia finales del Siglo XX. Finalizan el

contenido unas “Notas bibliográficas” por Juan G.

Yuste, José Luis Abellán, Andrés Amorós, y Carlos Moya.

Los números once y doce abarcan obras presentadas

desde septiembre hasta diciembre de 1971 con los

siguientes colaboradores y sus obras: “¡Qué olvidadas

están ya las sortijas!” del ya difunto poeta Pedro

Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), muerto en el

exilio. Este educador republicano, distinguido

crítico, prosista y dramaturgo, es recordado por el

ensayo de su contemporáneo y también miembro de la

Generación del 27, Jorge Guillén, en “Al margen de

Pedro Salinas.” Entre otros títulos aparecen “Neruda,

premio Nobel 1971” de Angelina Gatell, y “Dimensiones

del Urogallo” de Rosa Chacel, quien afirma que il gallo

selvaggio le provoca una imagen de algo “oscuro y rudo,

más oscuro que su propio plumaje, lo más oscuro

posible, simplemente, oscuridad...” (12). Sigue “Mi

homenaje a Picasso” dibujo de Pablo Serrano y una

sección dedicada a Valéry, “La distraite” de Paul

Valéry, versión catalana de Xavier Benguerel, “La

362
materia hermética de Paul Valéry” de Marcos Ricardo

Barnatán, “P. Valéry y su enseñanza en el colegio de

Francia” de Jean Roche, “Valéry: escepticismo y

poesías” de Arthur Terry. Ensanchando el enfoque a la

poesía francesa, viene otra sección especial:

“Antología arbitraria de poesía francesa” de Francis

Ponge, Henri Michaux, Denis Roche, Julien Gracq, Michel

Butor, Pierre Gabriel, Jacques Dupin, Saint-John Perse,

Roger Caillois, Marcelin Pleynet, Michel Leiris, René

Char Jacques Reda, selección y versión de José-Miguel

Ullán; “Notas sobre poesía francesa” de Jacinto-Luis

Guereña; y “La pregunta de Baudelaire” de Maurice

Pinguet. Cambia el enfoque a la prosa francesa, con un

nutrido índice: “Una carta de Artaud”, “Foto de archivo

no. XI-XII: Marcel Proust y la nueva literatura

francesa” de Rafael Conte, “Proust y la realidad” de

Francisco Javier Hernández, “El mundo visto al

telescopio” de Philippe Sollers, “La traducción y mi

traducción de Proust” de Consuelo Berges, “Visconti

versus Proust” de Luciano G. Egido, “El libro, la

página en blanco, el libro” de Julio Ortega, “La

363
literatura y la juventud” de Maurice Mourier, “¿Cómo es

posible no escribir?” de Marguerite Duras, “Por una

nueva ‘nueva novela’” de Anne Fabre-Luce, “Entrevista

con Maurice Roche” de Jean-Michel Fossey, “Contratipos”

de Maurice Roche (ilustración de Françoise Rojare),

“¿Por dónde empezar?” de Roland Barthes, y “Sartre y

l’idiot de la famille” de Maurice Nadeau. “El enigma

de la biología” de Marc Oraison precede otro cambio de

enfoque, esta vez a medios visuales: “Francia: nueva

prensa, comic duro, videoguerrilla” de Julio E.

Miranda, “Teatro francés, hoy, aproximación a una

crisis” de Ricard Salvat, y “El cine francés, al margen

de la cultura” de Alfonso García Seguí, al cual siguen

ensayos de enfoque políticos y sociológicos: “Las

estrellas, el sol” de Raúl Escari, “Dos reyes sin

corona y una incógnita” de Antonio D. Corveiras,

“Lengua y literatura de OC en la Francia de hoy” de

Marcel Sendrail, “Francia y el mundo eslavo” de

Gabriela Makowiecka, “Un comunista conservador” de

Iring Fetscher. Cierran el volumen “Defensa de la

literatura” de Elena Soriano y “Notas críticas” de

364
Marisa Martínez Lázaro, Pacho Marinero, Fernando

Alvarez Palacios, Andrés Amorós, Angelina Gatell,

Manuel Pizán, Antonio Núñez. Casi todo este número

examina modos recientes: artistas y escritores de

vanguardia, anatema para la dictadura por su asociación

con la República, o fenómenos más contemporáneos como

el existencialismo, tema condenado por la Iglesia.

Por ser una revista literaria de difícil acceso,

este estudio ha revelado el impacto de la guerra civil

española bajo el régimen franquista para los escritores

de la época, especialmente por la nueva “Ley de la

Prensa” de 1968. Desde el comienzo de la publicación

de El Urogallo, se sabe que su existencia es muy

incierta. La relación entre la dictadura y la sociedad

socio-cultural y política presenta un período clave

para los escritores y colaboradores que buscaban una

libertad donde fuera posible la libre expresión de sus

creencias en la revista. Como la conciencia

intelectual y redactora-en-jefe, Elena Soriano ha

logrado presentar el objeto de esta revista literaria,

de presentar la realidad objetiva y fielmente,

365
ofreciendo diálogos y estimulando el intercambio de

ideas, al mismo tiempo que tomaba partido a favor de la

libertad.

366
APÉNDICE B

ÍNDICE DE EL UROGALLO

367
368
369
370
371
372
373
374
375
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377
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389
390
391
392
393
394
395
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APÉNDICE C

LAS CARTAS INTERCAMBIADAS ENTRE

LA DRA. JANET PÉREZ

Y ELENA SORIANO

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400
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