Una Historia Contigo - Olga Andreu
Una Historia Contigo - Olga Andreu
Una Historia Contigo - Olga Andreu
Copyright © 2021 Olga Andreu
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propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos
en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido
utilizados en esta obra de manera ficticia.
1ra Edición, marzo 2021
Título Original: Una historia contigo
Cubierta y maquetación: Nina Minina
El amor es un estado
de gilipollez maravillosa.
Prólogo
A•mor: poner por delante de cualquier cosa el bienestar
y la felicidad de los demás. Necesidad, apego desmedido,
afecto desbordado. Sentimientos que surgen de la nada,
llenos de dramatismo y admiración al otro individuo. Una
emoción instantánea de cariño, afecto y gusto.
En•ga•ño: dar a entender a otro la verdad cuando no lo
es. Inducir a la felicidad con apariencia de verdad.
Dicen que en el amor y en la guerra todo vale, y hay
veces que la guerra se convierte en amor. A veces lo que
empieza con una locura se convierte en lo mejor de tu vida.
Y te das cuenta de que esa persona te abraza tan fuerte que
todas las partes de tu corazón roto se unen de nuevo.
Puedes saber cuánto te quieren con un simple abrazo,
porque hay gente que te abraza y te reinicia.
¿Todo esto me pasó a mí? Puede que sí, pero no fue fácil,
y mucho menos cuando te ves envuelta en una historia
romántica que bien podría haber escrito yo.
A diferencia de otras compañeras del gremio, a mí me
encanta, y no me molesta en absoluto, que digan que
escribo novela rosa, pues es un color bien bonito, el mismo
que tiñe los finales felices y se asocia con aspectos
positivos, sentimientos de cariño, amor y generosidad.
Además, si al género que muestra la cara menos amable de
la vida se le puede llamar novela negra, no veo que hay de
malo en determinar con colores lo que los escritores
queremos transmitir en nuestros escritos.
Sí, soy escritora, de las que crean ilusión, pero no creía
en el amor para mí misma. ¿Era eso posible? Lo era, pero
solo hasta que te lo topas de frente y lo conoces tan a fondo
que todo lo que has escrito se torna una realidad palpable.
Sin duda, una de las pasiones más fuertes que me
sobrevino sin siquiera buscarlo, ya que atacó al mismo
tiempo mi cabeza, mi corazón y mis sentidos.
Soy Melissa Willing, y esta es mi historia rosa.
1
Melissa
—No, Di, definitivamente no. —Me di la vuelta e intenté
alcanzar el último bote de galletas saladas del armario de la
cocina.
—No te entiendo, Mel, lo siento pero no logro entender el
por qué no. Puede ser la oportunidad de tu vida, todo lo que
querías conseguir cuando te mudaste a la Gran Manzana. —
Di siguió insistiendo con ese tono de sabelotodo que me
ponía de los nervios.
—Y no es precisamente en la Gran Manzana, es en
Seattle. A unos cuantos kilómetros lejos de aquí.
—Vale, la sede está allí, pero deberías aceptar por lo
menos ir a esa reunión. No pierdes nada por hacerlo.
—Quieren que esté allí un tiempo para organizarlo todo y
que me ocupe de terminar un manuscrito que aún ni he
empezado. Que mi último libro haya alcanzado buenos
puestos en Amazon, no significa que vaya a escribir algo
similar ni de lejos. Sam y Brooke fueron una gran
inspiración, pero ahora estoy seca por dentro. —Hice un
gesto raro con las manos.
—Lo único que tienes seco es el cerebro. No tienes que
quedarte todo el tiempo que te propongan si no quieres, eso
solo será en caso de que aceptes su oferta.
—Vale, pero no pienso ir, no quiero tener nada que ver
con una gran empresa chupóptera como esa.
—¿Qué tienes en contra de que te paguen una millonada
por escribir? ¿No es a lo que aspiran todos los escritores?
—No voy a exponerte las razones ahora ni nunca, no
seas pesada, Di. —Me molestaba tener que dar demasiadas
explicaciones de lo que pensaba al respecto.
—Seré pesada hasta que aceptes ir y escuchar a esa
gente de Mcmillan. Quiero lo mejor para ti.
Estaba reticente, lo sé, pero me gustaba la tranquilidad
de escribir a razón de mis sentimientos, autogestionar mi
tiempo, buscar inspiraciones reales, y muy en contra de las
prácticas de las grandes editoriales que se quedan buena
parte de tu trabajo. Era una realidad que se veía día a día.
Muchos de mis amigos escritores que habían sucumbido a
las editoriales daban buena cuenta de ello.
En mis planes no estaba venderme de ese modo, más
bien soñaba con crear una editorial más justa con los
autores, que les permitiera ver a tiempo real cómo iban sus
ventas, trabajar mano a mano en nuestras ilusiones,
porque, a pesar de que mi último libro me había reportado
grandes alegrías, yo seguía siendo una más en el gremio de
autores que se buscaban la vida como podían y era feliz con
mi trabajo. No necesitaba mucho más.
—Puedo aceptar una reunión por Skype con ellos, pero
no pienso moverme de aquí para nada —claudiqué antes de
meterme dos galletas de golpe en la boca.
—¿Desde cuándo no viajas?
—Soy pobre, ¿adivínalo tú?
—Melisa Willing, ya es hora de que salgas de estas
cuatro paredes y te des la importancia que te mereces. Esa
gente tiene mucho interés por ti y nunca has estado en
Seattle, te ofrecen los billetes, dietas y alojamiento de lujo,
aprovéchalo y toma una decisión consecuente cuando los
hayas escuchado. No pierdes nada y ganas unas vacaciones
gratis. Y sé lo mucho que te gusta esa palabra. Te he visto
alimentarte una semana de muestras de supermercado.
—Visto así. —Me di unos golpecitos con el dedo índice en
la barbilla, la pesada de Di me había hecho replantearme las
cosas en cierto modo y me molestaba darle la razón.
—A veces no piensas bien las cosas, eres demasiado
obstinada y cabezona.
—Gracias, yo también te quiero.—Le saqué la lengua.
—No es cierto, me aguantas porque Brooke te lo pidió,
pero no te lo voy a tener en cuenta.
—Te aguanto porque me gustas Dina, te lo digo poco,
pero he aprendido a quererte. —Me sinceré, era cierto que
la apreciaba mucho y que con el tiempo había aprendido a
quererla.
Cuando mi mejor amiga y compañera de piso se
enamoró, se embarazó y se casó, todo en ese orden, Di, que
por aquel entonces era su compañera de trabajo, dejó a su
aburrido novio y ocupó la habitación de Brooke e hice un
juramento a mi amiga.
—Me va a dar mucha pena dejar de vivir contigo —me
dijo con sentida pena.
—Estaré bien, es lo normal, tú ya tienes tu propia familia.
—Tú también eres de mi familia, y Di.
—Seguro que se enfada, porque me has elegido a mí de
madrina.
—No, ¿por qué dices eso? Está encantada.
—Bueno, ¿qué te va a decir? —No pude evitar poner los
ojos en blanco.
—¿Me vas a hacer el favor de llevarte bien con ella?
—No me queda más remedio, se viene a vivir aquí.
De eso ha pasado un año entero con sus 365 días y
noches, y de verdad de la buena que la aprecio. Además,
empecé a quererla un poquito por todo lo bien que se portó
conmigo y con Brooke cuando tuvimos una pelea que casi
nos cuesta la amistad. En todas las relaciones hay altibajos,
y el nuestro fue tremendo pero pudimos solucionarlo. Así es
la amistad.
—Te voy a creer porque sé lo mucho que te cuesta hacer
ese tipo de confesiones, pero prométeme que irás a Seattle.
Te lo debes a ti misma. —Se cruzó de brazos al otro lado de
la barra esperando una respuesta convincente.
—Puedo prometer que lo pensaré.
—Me conformo, sé que tomarás la decisión más
inteligente.
—En eso te doy la razón, pero tienes que tener en cuenta
que, sea lo que sea que decida, será lo más inteligente para
mí —claudiqué para que ella no llevara la razón del todo en
aquella conversación sobre mi vida.
—Llamaré a Brooke y ella te pondrá las pilas.
—No te atreverás, esto es algo entre tú y yo, ella ya tiene
bastante con lo suyo, y en tu contrato de arrendamiento
firmaste una cláusula de confidencialidad de amigas. Todo lo
que pase en este piso se queda en este piso. —Levanté un
dedo y lo acerqué lentamente a su cara con los labios
apretados.
—No he firmado tal cosa. —Frunció el ceño.
—¿Ah, no? —Miré a ambos lados sin centrar mi vista en
ella—. Pues fallo mío, lo acepto. —Metí la mano en el bote
de galletitas y me metí unas cuantas en la boca.
—¿Lo ves? No siempre tomas decisiones inteligentes,
tengo la sartén por el mango e irás a Seattle.
—¿Me estás amenazando? —Abrí la boca hasta casi rozar
el suelo con la mandíbula a peligro de que el bolo
alimenticio se me cayera de manera escatológica.
—Te estoy empujando hacia el éxito, no te quejes, da
gracias de que estoy aquí para que dejes de hacer tonterías
y te centres en las cosas importantes.
Y por supuesto logró empujarme hasta Seattle, pero os
voy a ahorrar las conversaciones que vinieron después de
esa, gritos histéricos incluidos. Di y yo somos muy
pasionales y nuestros caracteres chocan mucho, pero desde
que irrumpió en mi vida de forma permanente me da mucha
vida y algo de sensatez.
Las amistades femeninas son solo un salto a nuestra
hermandad, y la hermandad puede ser una fuerza muy
poderosa.
Y acepté ir a escuchar lo que esa gente tenía que
decirme. Di estaba en lo cierto en que no perdía nada y yo
nunca había estado en Seattle. Quizá podía incluso pasarme
por la sede de Amazon y presentarme felizmente, al fin y al
cabo, era una autora suya.
2
Jude
—Tienes que conseguirlo, Jude, el futuro de esta editorial
está en tus manos y en tus dotes de playboy. —Se recostó
en la silla con aires de autosuficiencia.
—¿Eres consciente de lo que me estás pidiendo? —Me
moví nervioso en la silla frente al gran jefe.
—¿Y tú eres consciente de que esa mujer es top ventas y
que lo será aún más si la lanzamos en librerías? Los
números de la empresa avecinan un cierre inminente en
menos de dos años. Necesitamos conseguir a la autora del
momento, ni siquiera creo que esa mujer sea consciente del
éxito que tiene y se conforma con las migajas que ese
tiburón de Amazon le da mensualmente. Hay que actuar
antes de que ellos se adelanten y le ofrezcan un contrato, o
cualquier otra editorial sedienta de cazar un autor que
engrose sus listas y fama. —Tenía el semblante serio y un
brillo en los ojos que anunciaba que lo que decía era grave.
La editorial no estaba pasando su mejor momento y estaba
desesperado.
En la historia de cualquier empresa familiar abundan los
momentos de éxito, pero también los de fracaso,
incertidumbre y miedo a desaparecer. Y ese era el caso de
Mcmillan Publishing.
Quién diría que el origen de la exitosa empresa familiar,
que fundó mi abuelo en 1932, publicando Biblias y
manuales de instrucciones de aparatos de la época, se
convertiría en la década de los noventa en una editorial de
prestigio que publicaba a grandes autores, con mi padre a la
cabeza. Pero como reza el dicho, todo lo que sube baja. Y lo
habíamos hecho, habíamos bajado en números de venta en
librerías, cada vez más obsoletas para el público que podía
encontrar libros a solo un clic desde su ordenador en
formato papel y digital, y el sinfín de autores autopublicados
que se ganaban al público lector con sus autogestiones y
grandes cuentas en redes sociales. Había que hacerse con
uno de ellos y obligar a los lectores a pisar las librerías, y
Melisa Willing había captado el interés del público con su
último libro romántico. Era buena, yo mismo lo había
adquirido en Amazon para comprobar de primera mano cuál
era la clave de su éxito, y esa era, ni más ni menos, que la
sinceridad con la que describía las relaciones de personas
normales, dándoles un final feliz digno de película.
—Sé cómo están las cosas, papá, pero pedirme que la
seduzca para convencerla me parece poco ético. ¡Ni
siquiera sé si me gusta esa mujer o si yo le voy a gustar a
ella!
—¿Ahora te vas a poner exquisito? Te he visto pasarte
por la piedra a mujeres menos influyentes que esta sin
reparar en remilgos y moralidades. Tienes ese potencial, lo
has heredado de tu madre, sois ambos unos libertinos y
tienes que hacer uso si con ello obtienes algún beneficio.
—No vayas por ahí, padre, o no conseguirás nada de mí.
—¿Acaso no es cierto que esa mujer nos dejó tirados
hace años por ese tipo de tres al cuarto? No me dirás que le
tienes algún respeto, Jude.
—Inevitablemente es mi madre, y tú tampoco es que
seas un santo, a las pruebas me remito.
Mi padre sabía que ese era un tema delicado para mí. Mi
madre, la persona en el mundo en la que más confiaba, se
marchó cuando yo tenía diez años con un hombre diez años
más joven que ella. No es que no me parezca bien la
diferencia de edad que había entre ellos, es que me partió
el alma que me dejara por otro hombre, cuando ella juraba
y perjuraba que el amor de su vida era yo. Ni siquiera
contempló la idea de llevarme con ella, aunque a su favor
diré que nunca perdió el contacto conmigo, pero no era
suficiente, y me sentí rechazado y asustado por su
ausencia. El negocio familiar tenía muy ocupado a mi padre,
y pasé mucho tiempo solo con todo tipo de lujos, que para
nada solventaron la ausencia de mis padres. Pero él no me
abandonó, siempre estuvo ahí en la medida de lo posible y
fue un pilar importante a pesar de su carácter autoritario, y
sentía que le debía algo, que no podía dejarlo en la
estacada.
—Pues aprovechando ese concepto que tienes de mí, te
haré una advertencia. —Apoyó los puños sobre la mesa y se
inclinó hacia mí—. O haces lo que te digo o me veré
obligado a retirarte de la empresa.
—¿Te has vuelto loco? He trabajado duro, aunque sea el
hijo del jefe, sabes que me he ganado mi puesto como
editor jefe con creces.
Mi padre siempre utilizaba esa baza cuando quería sacar
algo de mí, menospreciando mi trabajo duro y mi
perseverancia para con el negocio familiar. Puede que
naciera con ese puesto asignado, pero sabía hacerlo bien y
me había ganado el respeto de muchos autores.
—Lo sé, pero la vida es así, hay veces en las que tienes
que pasar por el aro para mantener el estatus que te
mereces. Si tenemos que cerrar, será porque no eres tan
buen editor como te crees.
—Soy tan buen editor que me necesitas para conseguir a
esa autora, y no de un modo profesional.
—Todos los talentos valen para conseguir la gloria. —
Volvió a relajarse y se recostó en su ostentosa silla de cuero
marrón pasándose una de sus manos por la cara con hastío.
—Estás tratando a tu propio hijo como mercancía, ¡joder!
—No pude evitar dar un golpe seco con el puño en la mesa.
—Estoy tratando de salvar la empresa, empresa que
pondré a tu nombre si lo consigues, fíjate si confío en ti,
hijo. Es la última gestión que haré desde esta silla para
dejarte bien posicionado y jubilarme de una maldita vez.
Estoy cansado y merezco jubilarme sabiendo que nuestro
legado no se irá al garete en menos que canta un gallo.
—Necesitaré eso por escrito.
—¿No te fías de mí, de tu propio padre?
—Por lo visto, no solo he heredado virtudes de mi madre.
—Lo miré a los ojos fijamente, yo también podía desafiarlo.
—Está bien, llamaré a los abogado de la editorial y que
redacten ese maldito contrato entre padre e hijo.
¿Contento? —Levantó las manos y me miró fijamente.
—No del todo, pero intentaré eso que dices para poder
gestionar esta empresa como es debido.
Una vez más claudiqué a sus peticiones. Y si con eso
conseguía que se jubilara y poder gestionar la empresa a mi
gusto, lo haría.
—Esa es la actitud, Jude, siempre has sido un buen chico,
y de verdad espero que hagas triunfar a la empresa que te
has ganado.
—¿Cuándo llega esa mujer?
—En cuatro días, Claire ya le está buscando el
alojamiento.
—¿Y si no acepta quedarse, y si no la convencemos tras
la reunión y decide volver a Nueva York?
—No creo que lo haga, ninguna mujer encandilada
rechaza las peticiones de un hombre.
—Suena muy retrógrado eso que dices, me dan
escalofríos.
—No lo politices todo, hijo. Son solo negocios y nadie va
a salir herido de esto.
No las tenía todas conmigo. Dependía mucho a qué clase
de herida se estuviera refiriendo mi padre. Pues las heridas
del corazón no se ven, pero duelen mucho más. Así que solo
me quedaba confiar en que, si esa mujer entregaba las
heridas de su corazón al tiempo, este se encargaría de no
dejar ni siquiera feas cicatrices, porque solo había una cosa
que tenía clara: yo no estaba dispuesto a entregarle mi
alma a nadie y solo iba a ceñirme al plan de negocios.
Y no es que me creyera un dandy, dando por hecho que
esa mujer iba a caer rendida a mis pies, pero tenía cierta
mano con las mujeres y nunca jamás les prometía nada,
siempre sabían cuál era mi hándicap en eso de las
relaciones y jamás había engañado a nadie con fines
lucrativos.
Me gustaba gustar y ponía mucho empeño por la causa.
No cabía la posibilidad de que ella pudiera rechazarme ni en
el hipotético caso de que ella tuviera pareja, algo que mi
padre no contempló cuando me propuso el estúpido plan.
Había investigado un poco sus redes sociales y no había
encontrado atisbos de una relación sentimental con nadie,
así que la cosa iba a ser más fácil de lo que me imaginaba.
Y era guapa, no iba a negarlo. Tenía un bonito cabello negro
ondulado sobre los hombros y unos ojos color miel rasgados
que conformaban un agradable rostro, pero no se
asemejaba a las mujeres con las que solía codearme, era
diferente, y esa diferencia quizá fue lo que más miedo me
dio.
3
Melissa
—¿Cómo van los nervios?
—No estoy nerviosa —le aseguré a Brooke, habíamos
quedado en vernos y estábamos tomando un café en su
casa.
—Te conozco, sé que lo estás. Además, Di me ha dicho
que llevas varios días tragando cantidades indecentes de
galletitas saladas —me informó, dejándome claro que
estaban en constante contacto y que hablaban de mí.
—¿Esa chismosa va a darte el parte de mis actividades
diarias? ¿No tengo derecho a la intimidad?
—Solo se preocupa por ti, y yo le pedí que te cuidara y
me mantuviera informada. —Brooke estaba preparando un
sándwich de crema de cacahuete a su hijo mayor.
—¿Pensáis que necesito una niñera?
—Ten, Zachary. —Le tendió el emparedado al niño y se
limpió las manos—. Y sí, lo creemos —dijo dirigiéndose a mí
de nuevo—. Has estado a punto de rechazar esa oferta, ¿en
qué estabas pensando? Es el sueño de todo escritor.
—Mami, tengo pis —intervino el niño, la vida de mi amiga
desde que era madre se había complicado un poco.
—Ahora vuelvo y quiero una respuesta. —Levantó el
dedo en señal de advertencia y se llevó a Zachary al baño.
Mi pequeño sobrino urbano había tenido mucha suerte
de encontrar unos padres como Brooke y Sam.
Tras tener su primera hija biológica, Hope, decidieron
adoptar al pequeño Zachary, un niño con mutismo selectivo
provocado por los horrores que le había tocado vivir en su
corta edad de vida, pues tan solo contaba con tres años y
medio cuando llegó a sus vidas.
Con terapia y cariño, consiguieron que el pequeño
hablara después de un año formando parte de la familia.
Eran unos padres estupendos.
—Tía Mel, ya casi llego solito a la taza —me dijo triunfal
cogiendo el sándwich de la encimera de nuevo.
—Es que has crecido mucho y me han dicho que eres un
hermano mayor estupendo.
—Lo sé —dijo levantando las pequeñas cejitas antes de
marcharse a su habitación triunfal.
—Qué orgullosa estoy de él —dije suspirando.
—No intentes cambiar de tema. —Brooke tomó asiento
en la barra de la cocina—. Ya soy toda tuya, dime por qué
querías rechazar esa visita editorial.
—Creo que he escuchado a Hope llorar. —Miré hacia el
pasillo intentando que aquello captara la atención de mi
amiga.
—Te he dicho que está con mi madre, ¿por qué no me
contestas de una vez?
—No sé por qué no quería ir, o sí. La idea de
involucrarme laboralmente con otra persona que no sea yo
misma me asusta un poco. Estoy en contra del capitalismo.
Ya sabes cómo soy. —Me encogí de hombros como si con
eso fuera suficiente para que me dejara en paz.
—Lo sé, sé que estás como un cencerro, pero es una gran
oportunidad con la que muchos autores sueñan.
—No sé si me apetece que me dirijan. La idea me da un
poco de repelús.
—Es lo que intentamos contigo cada día, un poco de
orden y disciplina no te vienen mal. Da gracias que
hayamos podido convencerte de que vayas a Seattle, estoy
segura de que no te arrepentirás.
—¿Cómo estás tan segura de eso?
—Porque quien no arriesga no gana. —Me sonrió
satisfecha, ella sabía mucho de esas cosas, y tenía razón.
—Está bien. —Estiré los brazos y comencé a mover las
manos intentando relajarme. —Bruuuuuuuu —hice un
sonido extraño con la boca para destensarme.
—¿No decías que no estabas nerviosa?
—Un poco sí, odio los aviones.
—Solo son cinco horas de vuelo.
—¿Sabes cuántas cosas pueden pasar en un rango de
tiempo de ese calibre? —Abrí los ojos como platos—. Puede
estropearse el filange o atropellarnos un zepelín.
—Eso se lo inventó Phoebe en Friends.
—Puede que lo del filange no pase, pero ¿qué me dices
del zepelín?
—Que no hay vuelos turistas en zepelín. Todo irá bien —
soltó una risita totalmente ajena a mi depresión pre-vuelo.
—Te odio.
—No es verdad. Mel, y estoy convencida de que no te
arrepentirás de esto. —Puso una mano sobre mi hombro
para infundirme calma.
—¿Sabes algo que yo no sepa?
—Organizo eventos, no soy una hacker y no he entrado
en su sistema informático para saber qué tienen preparado
para ti en esa editorial. Mel, los barcos están seguros en el
puerto, pero no se construyeron para eso. Tienes que salir al
mundo y explorar las cosas nuevas que te brinda la vida. Sal
y diviértete.
—¿Vas a dedicarte ahora a escribir prosa poética?
—No, pero no se me daría nada mal. —Se dio unos
golpecitos en la sien con el dedo.
—Vale, ya lo pillo, lo del barco y todo eso.
—Mel, la vida es una aventura. Riesgo, atrevimiento, la
vida es ahora y es única. Puede que no vuelva a surgir una
oportunidad como esta.
—¡Genial! Ahora tendré que ir de compras.
Brooke me miró con esa cara que suele poner de no
entender nada. Yo era muy dada a cambiar de tema
radicalmente según me soplara el viento.
—¿Y eso qué tiene que ver con lo que te he dicho? —
preguntó con cara extrañada.
—Pues mucho, si voy a vivir esa aventura que dices,
tengo que presentarme con un look más sofisticado y
causar una buena impresión.
—Te vas mañana, tendrás que darte prisa si quieres
parecer Suzy Parker.
—No quiero parecerme a esa señora, quiero ser yo, pero
en versión mejorada —dije con la voz ronca.
—Siento no poder ayudarte, tengo que llevar a Zachary
al logopeda en veinte minutos.
—Lo haré sola. Tengo que emanciparme
sentimentalmente hablando e ir a por todas.
—¡Esa es mi chica! —dijo levantándose de la silla como
un resorte e invitándome a abandonar su casa.
La vida es una constante sucesión de decisiones.
Algunas, en teoría, son más importantes que otras, se
toman con mayor o menor meditación, haciendo caso o no a
nuestros prejuicios y emociones. Sea como fuere, somos
conscientes de lo que tenemos entre manos, de que cada
elección determina el rumbo de nuestra vida y eso nos
causa ansiedad y, por ende, fatiga. La misma que me
estaba entrando a mí recorriendo las tiendas de Herald
Square. Los grandes edificios llenos de tiendas no eran mi
predilección en la vida. Era más de mercadillos alternativos
donde comprar algunos trapos y comerte un bocadillo
grasiento.
No entendía por qué me había dado esa repentina
obsesión por la ropa, pues no era algo que me hubiera
preocupado en absoluto semanas atrás. Entendía mi look
como algo casual y desenfadado con un punto divertido,
despreocupado tal vez. Pero que mi amiga hubiera hecho un
comentario sobre que debía ser auténtica y mostrarme tal y
como era me preocupó sobremanera, porque yo no era toda
elegancia y saber estar. Era más bien un diamante en bruto,
literal.
Esas dos arpías me habían convencido de viajar a Seattle
y reunirme con esa gente, y ahora, no había vuelta a atrás.
En unas horas estaría subida a ese cacharro de hierro
diabólico camino a no sé dónde, llamémoslo destino.
La toma de decisiones está plagada de sesgos que
nublan nuestro juicio. La gente deja que sus emociones
intervengan, y las mías estaban interviniendo de una forma
sobrehumana, sin saber por aquel entonces que iba rumbo
a vivir una historia que merecía ser escrita.
Y había que disculparme por el desorden, pues no
esperaba la visita de un gran amor.
4
Jude
Tenía los nervios a flor de piel. En toda mi carrera jamás
había tenido que hacer una cosa como aquella.
Mi padre me había estado dando instrucciones hasta ese
mismo día, incluso de la ropa que debía de vestir. ¿Estaba
utilizándome como el objeto sexual de la empresa?
Realmente daba esa sensación y no entendía la obsesión
por esa autora. Cuando apostábamos por alguien, nunca
sabíamos si realmente esa inversión de recursos iba a
repercutir positivamente en los números de la empresa,
pero mi padre parecía tenerlo tan claro que sentía una
presión sobre mis hombros que apenas me dejaba andar.
Estaba agarrotado en mi silla, pensando en cómo íbamos
a tenderle esa trampa amorosa a esa chica y sin tener claro
si yo le iba a gustar tanto como mi padre creía. Si fracasaba
en el intento, perdería mi buena posición en la empresa. Mi
padre se había extralimitado en sus intenciones conmigo,
pero siempre era dado a ponerme en situaciones extremas
para que sacara lo mejor de mí, aunque esta era sin duda
una de sus estrategias más rocambolescas.
Era cierto que tenía cierta fama de rompecorazones, pero
no todas las mujeres caían a mis pies con un chasquido.
Tenía que poner todo de mi parte, aunque por norma
general me era fácil conquistarlas con mi palabrería
acompañada de mi físico. Aun así, no era infalible al cien por
cien y, si la mujer que tenía delante no despertaba
realmente mi interés, me costaba un poco más hacer uso de
mis dotes de conquistador.
—¿Qué tal, hijo? Preparado para el gran día. —Mi padre
entró sin llamar, para eso era el gran dueño y señor de la
empresa y de mi vida en aquellos momentos.
—Estoy acojonado. —Me recoloqué en la silla de mi
despacho y me cogí el nudo de la corbata para aflojarlo un
poco.
—¿Desde cuándo una mujer te pone de ese modo? —
Soltó una risotada y se sirvió una copa de whisky a pesar de
que solo eran las diez y media de la mañana.
—Desde que me siento una meretriz.
—No digas tonterías, creía que ya lo tenías claro, sabes
que es muy importante para la empresa, ni siquiera tienes
que tener sexo con ella, eso lo dejo a tu elección, y no lo
hemos incluido en ese contrato que me has hecho firmar.
—Gracias, es un detalle por tu parte —dije con ironía.
Sabía muy bien que en el contrato no venía especificado
nada de eso, ni se mencionaba nada comprometedor salvo
que debía mantenerla quince días en Seattle. Contrato que
no leí detenidamente por no ofenderlo y del que solo me
percaté de lo que me interesaba, conseguir el mando de la
empresa.
—¿No creerás que pienso que eres virgen?
—Podrías dejar de hablar de ese modo, me incomodan
ciertos temas cuando se trata de ti y de mí.
—Está bien. —Se dejó caer en el sofá que había en su
despacho para recibir amistades especiales—. ¿A qué hora
está previsto que llegue?
—Su avión llega a la una.
—Bien.
No dijo nada más. Se quedó mirando un punto fijo con la
copa en la mano, dándole sorbos de tanto en tanto.
—Todo irá bien, confío en ti —me dijo tras apurar lo que
quedaba en su vaso, levantándose tras depositar toda la
responsabilidad de aquella fechoría en mí.
—Descuida.
—Avísame cuando llegue a las oficinas, me reuniré con
ella en mi despacho y después te la presentaré.
—¿Por qué en ese orden?
—Porque quiero ser yo quien le presente a mi cachorrito
—dijo antes de cruzar la puerta y marcharse.
Está feo que lo diga, pero aquello me dio cierto asco.
Escuchar en boca de mi padre aquellas cosas no era plato
de buen gusto, lo tenía por un hombre serio, conservador y
recto, pero ese tipo de comentarios distaban mucho de una
persona de buenos principios y valores familiares.
La economía de la empresa no era tan desesperada
como para tratarme de aquel modo, si no me estaba
ocultando información, como mera mercancía, y estaba
empezando a entender a algunas mujeres cuando decían
que se habían sentido acosadas en el trabajo. Era una
situación humillante.
Tenía trabajo atrasado, pero me era difícil concentrarme.
Tenía otras propuestas de editores sobre la mesa, algunas
realmente buenas, y seguía sin poder entender por qué
había que concentrarse plenamente en conseguir a Melissa
Willing. No éramos una editorial que se caracterizase por
lanzar autores románticos, más bien nos centrábamos en la
narrativa y biografías de especial relevancia, aunque era
cierto que el género que dominaba la autora era la
asignatura pendiente de Mcmillan Publishing y uno de los
que más vendía al público lector, aunque estuviera
denostado por la crítica. Quizá era el momento de abrir
nuevos horizontes, crear un sello para sacar una línea de
libros que atrajeran a ese gran sector de lectores y
estrenarlo con la joven promesa neoyorkina, la señorita
Willing. Quizá mi padre no estuviera del todo equivocado y
era nuestra oportunidad de reinventarnos.
Así la habían tildado algunos en sus artículos, parecía
que aportaba algo fresco y nuevo a la literatura romántica,
incluso había concedido algunas entrevistas en blogs
literarios en los que no ponía muy bien a las editoriales y de
ahí que rehusara trabajar con alguna. Sería un buen tanto
que aceptase entrar en el negocio de nuestra mano, en eso
mi padre había tenido buen ojo y de ahí, seguramente, su
obsesión.
Revisé algunas maquetas y les di el visto bueno, pedí a
los diseñadores algunas propuestas de portadas que
estaban pendientes de enviar a los autores que iban a
publicar en octubre, y el tiempo se me pasó volando hasta
las doce y media.
Salí de mi despacho para templar los nervios, necesitaba
respirar aire fresco, enderezar mi espalda y tomar un café
fuera de las inmediaciones de la editorial me podría sentar
bien.
Esa mujer estaba a pocos minutos de hacer su aparición
y no sabía realmente qué planes tenía mi padre para con
ella tras las presentaciones formales.
Había dejado mi vida en manos de Arnold Mcmillan y no
sabía, en aquel momento, lo jodido que iba a estar después
de conocer a fondo a esa mujer de ojos color miel.
5
Melissa
Bastaba ver Seattle desde el aire para comprender por
qué la llaman la Ciudad Esmeralda.
Una extensa mancha verde dominaba la caprichosa
geografía recortada por lagos azules formando un colorido
tapiz. Era realmente impresionante.
Había conseguido con unas pastillas naturales aplacar los
nervios del vuelo. No soy muy dada a tomar fármacos
químicos, herencia adquirida de una madre algo hippie, a la
que ni siquiera había avisado de que abandonaría el estado
de Nueva York.
Nuestra relación no era mala, pero tampoco fluida,
éramos dos almas libres, y mi padre por ende también.
Teníamos un lema: si no había noticias nuestras es que todo
iba bien. Nos conformábamos con vernos en fechas
señaladas y respirar el mismo aire en un radio de ochenta
millas, eso era todo. Nos iba bien así.
El avión aterrizó en el aeropuerto internacional de
Seattle-Tacoma, antes de la hora prevista. Algo poco
habitual, pero me sentí suertuda de poder abandonar aquel
ataúd de metal con una media hora de ventaja.
Cuando salí al edificio central por la puerta de llegadas,
no encontré a nadie con un cartelito en mi búsqueda, así
que decidí salir a la calle y pisar suelo firme, pues hasta que
no saliera del aeropuerto no me sentía verdaderamente
fuera del avión.
Frente a mí, me encontré a decenas de personas que
parecían saber a dónde ir menos yo. Estaba realmente
perdida a pesar de venir de una ciudad como Nueva York.
Una señora de mediana edad debió percatarse de que
estaba muy perdida y que con mi actitud de incredulidad
me iba a ser imposible pillar un taxi.
—Chica, ven, monta aquí, lo compartiremos —me gritó a
unos metros de mí haciendo aspavientos con las manos.
Sin pensármelo mucho, corrí hacia el taxi y me colé
dentro con ella.
—Ups, me he dejado la maletas fuera. Bueno, es solo una
bolsa de deporte con la ropa apilada a lo Marie Kondo. No
me gusta viajar muy cargada.
—Tranquila, el conductor la meterá. Soy Linda, por cierto.
—Melissa Willing.
—¿Eres nueva en la ciudad?
—He venido en calidad de turista.
—Oh, entiendo, ¿dónde te hospedas? —dijo al punto que
guardaba sus gafas de sol en el bolso con cierta parsimonia.
—Aún no lo sé.
—Una chica aventurera. —Se giró hacia mí sonriente.
—Se podría decir que sí. En realidad estoy aquí por
trabajo —decidí ser más explícita.
—¿A qué te dedicas? —La señora parecía muy dispuesta
a darme conversación.
—Soy escritora.
—Espera. —Se quedó parada frente a mí con los ojos
abiertos—. ¿Eres Melissa Willing, la que escribió ese libro de
Navidad del que todo el mundo habla?
—La misma. —Le dediqué una sonrisa tímida, era la
primera vez que me encontraba con alguien que conociera
mi humilde libro fuera de los mensajes en redes sociales.
—Tengo que leerlo, mis amigas del club de lectura me lo
han recomendado mucho.
—Deles las gracias de mi parte, es bonito conocer a
gente que está o ha estado tan cerca de lo que haces.
—¿Y qué has venido a hacer aquí exactamente?
Escuché como el conductor cerraba el maletero.
—Tengo una especie de entrevista con una editorial.
—Esa gente no pierde la oportunidad de cazar a jóvenes
talentos como tú. Soy abogada, te dejaré mi tarjeta por si la
necesitas en algún momento, he visto muchas cosas feas
dentro de los negocios.
—Vaya, no sé si eso me tranquiliza.
—No me malinterpretes, no significa que te vaya a pasar
nada a ti, pero guárdala —me dijo mientras me la tendía y el
conductor nos preguntaba nuestros destinos.
—Yo voy al edificio de Mcmillan Publishing. —No sabía la
dirección exacta, pero di por hecho que el taxista sabría
dónde estaba, y así fue.
Tan pronto dije aquello el coche comenzó a moverse. Era
una editorial importante en el país, si eras de Seattle debías
saber dónde estaba su sede.
—He oído que Seattle es un estupendo sitio donde vivir
—le dije a Linda, que se había callado repentinamente por el
aviso de un mensaje entrante en su móvil.
—Estás en lo cierto, hay muy buena calidad de vida por
aquí. Las calles de esta ciudad están transitadas, pero no
con el ritmo frenético de otras ciudades de Norteamérica.
¿De dónde me has dicho que venías?
—No se lo he dicho, vengo de Nueva York.
—Pues esto es bien distinto. Nosotros gozamos de un
valioso equilibrio entre ser una ciudad moderna y tener un
estilo relajado.
—No me vendrá mal un poco de eso. —Sonreí
complacida y seguí mirando por la ventana del taxi al
exterior.
Todo el conjunto urbano estaba acompañado de flores de
cerezo, estaban por doquier, salpicando sus espacios verdes
y jardines. El mes de mayo en Nueva York es muy distinto,
Seattle tenía un aire romántico y cálido, y te acogía en sus
brazos y ofrecía una interesante mezcla de atractivos.
—Aquí es, señorita —me dijo el taxista tras estacionar
frente al enorme edificio de Mcmillan Publishing unos quince
minutos después.
—Gracias, Linda.
—Un placer. Y lo dicho, para lo que necesites, llámame.
—Espero no tener que hacerlo.
—Suerte —me dijo antes de cerrar la puerta. Esa mujer
me había causado muy buena impresión.
Esperé a que el taxista sacara mis maletas y después me
volví a despedir de mi salvadora de aeropuerto con la mano.
Me giré de nuevo y visualicé el enorme edificio que se
alzaba imponente frente a mí.
Se notaba que la construcción incluía aspectos que
databan de la llegada de los primeros pobladores en el siglo
XIX, pero había sido remodelado y no hacía mucho, por los
aspectos arquitectónicos de los grandes ventanales. Una
vez leí que la arquitectura se basaba en la ciencia tanto
como la intuición, y la mía me decía que allí trabajaba gente
importante que podría aplastarme con la yema del dedo
pulgar. Tal vez el destino había puesto a Linda en mi camino
para salvarme de algunas desavenencias con aquellos
magnates de la literatura, porque dudaba que la amaran
tanto o más que yo.
Para ellos quizá solo fuera un negocio, pero para mí era
mi vida entera, y querían que la pusiera en sus manos.
Respiré hondo, cogí mis pertenencias y comencé a andar
camino a su sinuosa entrada.
6
Jude
El aire fresco me sentó bien. Entre los meses de mayo y
julio el clima es espléndido y da una tregua a las lluvias.
Rondábamos los 21°C y el sol pegaba con fuerza, por lo que
tuve que entrecerrar los ojos, me había dejado las gafas de
sol en el despacho.
Estuve tentado de echarme un rato en el césped del
parque colindante y meditar un poco, sentía la respiración
entrecortada, pero hubiera manchado de verde mi pulcro
traje chaqueta gris, y no podía permitirme presentarme ante
esa mujer de esa guisa.
Debía volver y estar pendiente de su llegada. Ya había
ordenado a Brenda que me avisara de ese momento.
Supuestamente Claire había ido a buscarla al aeropuerto.
Comencé a andar en dirección a la puerta algo cegado
por el sol, aunque escuché unos taconeos firmes que se
fueron agudizando conforme avanzaba hacia la entrada.
No sé en qué momento choqué con alguien que emitió
un «¡Auch!».
—Joder, qué daño, me has pisado todo el empeine —
exclamó una voz femenina y después se agachó a consolar
su dolorido pie.
—Lo siento, no la he visto.
—Pues llevo una bolsa de viaje del tamaño de un
trombón y no soy precisamente un enanito de jardín, ¿es
usted ciego? —Se incorporó y con su esbelta figura generó
una sombra que me permitió abrir los ojos.
—Ya le he dicho que lo siento —dije al punto de
quedarme sin aliento al verla. Era ella, Melissa Willing.
Podía reconocerla por sus facciones, su pelo alborotado
con estilo, pero menos por su ropa. Pues se la veía mucho
más sofisticada que en las fotos de sus redes sociales, las
mismas que había estudiado durante la última semana,
convenciéndome de que era bonita aun vistiendo como una
loca. Y ahora me constaba que lo era y que las fotos de
móvil no le hacían justicia. Tenía los ojos de un color casi
mágico, no podían calificarse como corrientes, pues el color
ámbar de sus iris estaba salpicado por motitas verdosas,
era como mirar un campo de girasoles. Su pelo era más
claro de lo que había imaginado, y con la luz solar obtenía
un matiz cobrizo.
La belleza es armonía, y buscarla en mitad de todo este
caos político y empresarial hace que sea muy difícil de
encontrar. Pero la tenía delante.
—¿Qué le pasa? ¿Tengo monos en la cara? —Puso los
brazos en jarras y esperó mi respuesta con el ceño fruncido.
—Perdón, es que el sol directo me ha dejado ciego.
En realidad me estaba preguntando qué hacía tan pronto
y sola con su equipaje en la puerta de la editorial.
Teniendo en cuenta los retrasos y el tráfico de un viernes
en Seattle, esperaba tener algún margen de tiempo para
prepárame del todo. Y, además, ¿dónde narices estaba
Claire?
Normalmente de esas cosas se encargaba Brenda, pero
mi padre le había encomendado esa tarea a la recepcionista
esta vez para darle una oportunidad de ascenso, que a las
claras, por este inconveniente, no iba a recibir.
—De eso ya me he dado cuenta. ¿Podría por lo menos
abrirme la puerta? Si no le importa, claro.
Tenía carácter y al parecer pocos pelos en la lengua.
—Por supuesto, adelante. —Entré en el vestíbulo y desde
dentro la invité a entrar.
—¿Sabe? Yo intuía que no debería haber aceptado venir
aquí. Todo ha empezado con mal pie, nunca mejor dicho.
—Estoy seguro de que la van a tratar muy bien.
—¿No lo dirá por usted?
—Trabajo aquí y sé bien de lo que hablo. La gente en esta
empresa es muy solícita y servicial, siempre ponen lo mejor
de ellos en sus proyectos.
—¿Y usted quién es, el lameculos del jefe? Y sobre lo de
que son muy serviciales, le diré que nadie vino a recogerme
al aeropuerto como me habían prometido.
Podría haberla sacado de su error y decirle quién era,
pero esa descripción de mí mismo era más que acertada.
Era uno de los Mcmillan, pero también el lameculos del jefe,
dadas las circunstancias.
—¿Y usted es…?
—Soy Melissa Willing, su empresa me citó, parecen estar
muy interesados en mi trabajo, pero no creo que usted y yo
estemos en la misma onda. Yo suelo huir de los tiburones de
esta industria, nunca podría ser un sumiso como usted.
—¿Suele prejuzgar a la gente de buenas a primeras,
señorita Willing? —pregunté con cierta arrogancia.
—Solo a la gente que intenta dejarme el pie como un
cromo.
—Creo que sobrevivirán, usted y su pie, a esta empresa.
—Aún no me ha dicho cómo se llama.
—Creo que usted ya me ha puesto nombre.
—Vale —se cruzó de brazos y me observó unos segundos
—, en ese caso, seguro que puede avisar a su jefe de que ya
he llegado, gracias.
—Lo haré, si me disculpa, señorita Willing —me despedí
de ella con un impostado movimiento y la escuché
chasquear la lengua mientras me dirigía hacia el ascensor.
La cosa prometía ser muy divertida y no pude evitar
esbozar una sonrisa cuando ella no pudo verme.
7
Melissa
El vestíbulo era imponente, de altos techos, suelo de
mármol, y retumbar de pasos en su bóveda. Me sentía
realmente pequeñita en el centro del mismo con mis dos
maletas. Ese bobo lameculos no había tenido la decencia de
cargar con ellas y dejarlas en alguna especie de consigna.
La cosa no pintaba bien, los escucharía y me largaría de
allí echando humo por el trasero. Mi instinto nunca me falla.
Yo sé quién soy, de dónde vengo y adónde voy, y la gente
pija y estirada de este lugar poco tenía que hacer conmigo.
Aunque debía reconocer que ese asistente de empresa que
había sellado mi pie con su suela estaba, lo que se dice en
términos coloquiales, de rechupete. Alto, atlético, ojos color
celeste, de facciones angulosas y pelo claro en un estilo
muy a la moda. No lo vi sonreír en ningún momento, pero
apostaba a que su sonrisa encandilaba a más de una.
Soy una mujer de imperturbable carácter por mucho que
una persona me imponga con su físico, pero había que
reconocer que sus padres hicieron un buen trabajo cuando
lo concibieron y bien podría ser un muso para una de mis
historias.
—Bienvenida, señorita Willing, soy Brenda Watson. —Una
mujer con moño alto, estirado hasta el punto de dejarle los
ojos rasgados como un gato, vino hacia mí teniéndome la
mano .
—Encantada, Brenda.
—Puede dejar las maletas en recepción, luego vendrán a
recogerlas.
—Pero no hay nadie ahí, ¿no cree que alguien se las
podría llevar? Tengo mi portátil ahí.
—Dudo mucho que eso pase, señorita Willing, pero si se
queda más tranquila las guardaremos en el cuarto de al
lado.
—Lo prefiero, ese asistente guaperas que tenéis no
parece muy de fiar.
—¿Quién? —Se mostró extrañada.
—No me ha dicho su nombre. Bueno, ¿dónde dice que
está ese cuarto?
—Acompáñeme —dijo sacando unas llaves del bolsillo de
su chaqueta de sastre.
Dejamos mis maletas a buen recaudo y subimos juntas
en el ascensor hasta la décima planta.
—¿Lleva mucho tiempo trabajando aquí, Brenda?
—Siete años.
Asentí y aproveché para mirar mi reflejo en el espejo del
ascensor. Había decidido pintarme los labios de rojo y me
veía realmente bien.
—¿Cómo son?
—¿Cómo son, quiénes? —Brenda era preguntona y rara.
—Los jefazos, imagino que en una empresa como esta
habrá más de uno.
—Son muy buena gente y muy trabajadores, de ahí su
éxito empresarial.
Aquí todo el mundo era un poco pelota, los típicos
sometidos y aleccionados para enmascarar lo que
realmente eran: unos buitres de los negocios.
La puerta del ascensor se abrió y Brenda me invitó a salir
antes que ella.
—Avisaré al señor Mcmillan de que ya está aquí.
—Vale. —Apreté los labios y forcé una sonrisa.
Olía a sofisticación por todos lados. Se habían dejado una
pasta en reformar aquel lugar, sin escatimar ni un centavo
en buenos materiales, y todo el mundo parecía llevar
metido un palo por el culo. Estaba claro que yo no encajaba
en esos mundos donde todo estaba medido al detalle de
una manera impersonal.
Yo era un alma libre, poco comedida en mis comentarios,
más rudimentaria y coloquial, espontánea, feliz. Dudaba
mucho que esta gente viera lo bonito en lo mundano y
apreciara el sabor de una galleta salada maridada con vino
de cartón barato mientras te echabas unas risas con tus
amigas.
Caminé un poco por aquel pasillo levantando el mentón a
cada robot que pasaba transportando papeles. ¿Acaso no
conocían lo que era un email? Estos magnates eran los
culpables de todas las deforestaciones mundiales.
Estábamos en la era digital, aunque vivieran de vender
libros, podrían ahorrar un poco en papel y utilizar más el
laptop.
—Adelante. —Brenda sostenía la puerta que tenía justo
enfrente y me invitó a pasar.
—Gracias —dije cruzando la puerta cuando ella se
dispuso a salir cerrándola para darnos intimidad.
—Señorita Willing, es un placer verla por fin. —Un
hombre cano, de complexión robusta y bonitos ojos azules,
que debían haber visto de todo, vino hacia mí con la mano
extendida.
—Usted debe ser Arnold Mcmillan —dije al punto que le
estrechaba la mano.
—El mismo, tome asiento, por favor.
El despacho del señor Mcmillan, a diferencia de la
anodina decoración de la planta y sus pasillos, tenía un
personalidad propia. Mesa caoba que debió heredar de
algún antepasado, sillas de piel con aire retro, una librería
repleta de libros antiguos y un sofá de cuero marrón
flanqueado por dos sillones a juego. Era un firme
despropósito a las líneas modernas de la estancia, pero me
gustaban mucho esos contrastes que no pegaban con nada.
—Bonito despacho.
—Gracias, lo decoré yo mismo. ¿Le apetece un café, una
copa?
—Agua estaría bien.
—Nos complace mucho que haya decidido venir. Es usted
una escritora brillante —dijo mientras me servía agua en un
vaso de whisky.
—¿Ha leído alguno de mis libros?
—No —dejó el vaso en la mesa frente a mí y se sentó en
su silla de hombre de negocios—, pero no hay duda de que
lo es, el público objetivo actual así lo dice. Ha obtenido
buenas posiciones en los rankings de Amazon con sus
últimos libros.
—¿A qué se refiere con público objetivo?
—Evidentemente a las lectoras de romántica de
Norteamérica.
—¿Da por hecho que solo son mujeres? —Me acomodé
en la silla y me crucé de piernas, la cosa se ponía
interesante.
—No lo digo yo, lo dicen las estadísticas.
—Igualmente preferiría llamarlos lectores.
—Bien, pues lectores, señorita Willing. —Pareció
conformarse, aunque se notaba que no estaba
acostumbrado a que nadie lo corrigiera o lo sacara de su
error—. La cuestión es que el gran público la está esperando
y no debería conformarse con la migajas de esa plataforma,
en su mayoría de venta digital.
—Creo que usted y yo tenemos un concepto muy
diferente de la literatura.
—¿A qué se refiere? —Entrelazó las manos sobre su
pecho esperando una respuesta.
—A que usted solo ve números y yo veo que lo que hago
mueve a la gente a disfrutar de la lectura y enriquecerse de
ella. Creo que ya gozo de un gran público dentro de esa
plataforma, y el formato digital es una gran opción,
teniendo en cuenta que el objetivo principal es leer.
—Es un pensamiento maravilloso, pero uno no vive de
autenticidad. Y para seguir enriqueciendo mentes, es
importante llegar a toda clase de lectores, ¿estará de
acuerdo conmigo?
—Capto la idea, pero no sé si tanto sus intenciones para
con mi trabajo.
—Mi familia se ha dedicado a esto toda la vida y nuestros
autores nunca han tenido queja de nuestra profesionalidad.
—No lo pongo en duda, pero no sé si todo este proyecto
empresarial encaja mucho con mi visión. Además, me
comentaron en el email que recibí que sería su primera
autora de romántica y que abrirían un nuevo sello que
estrenarían conmigo. Es demasiada responsabilidad y dudo
que pueda estar a la altura de sus expectativas de negocio.
—Me gustaría presentarle al editor jefe —dijo haciendo
caso omiso a mi anterior premisa—. De cualquier modo,
usted trabajaría mano a mano con él y me consta que sí ha
leído sus libros o, al menos, uno de ellos. Sabemos
reconocer lo que puede ser un éxito en librerías, recuerde
que nos dedicamos a ello.
—Me parece bien, me gustaría saber qué ha podido ver
en mí para pensar tal cosa.
—Discúlpeme. —Levantó el auricular del teléfono y avisó
a Brenda de que un tal Jude viniera al despacho.
—Le comenté a su secretaria que nadie vino recogerme
al aeropuerto.
—Disculpe el inconveniente, Claire tenía órdenes de estar
allí a la una, la hora que usted misma nos dio de llegada.
—El avión llegó antes de lo previsto, quizá haya sido por
eso.
—Igualmente le pido disculpas.
—Oh, ya está aquí —dijo cuando escuchó que la puerta
se abría, obligando a mi curiosidad a girarse para
comprobar quién iba a hacer acto de presencia.
—Padre. —El hombre asintió y comenzó a andar hacia
nosotros dejándome atónita.
—Un placer verla de nuevo, señorita Willing. ¿Cómo está
su pie?
—¿Ya os conocéis? —El señor Mcmillan nos miró a ambos.
—Su hijo, entiendo, me recibió en la entrada con un
saludo peculiar. —Me crucé de brazos y levanté la vista para
mirarlo a la cara. Parecía divertido con aquello y omití que
olvidó decirme quién era cuando me magulló el pie.
—Siento no haberla visto y lamento el pisotón.
—Acepto sus disculpas. —Volví la vista al frente y forcé
una sonrisa al señor Mcmillan.
—Jude, estaba comentándole a la señorita Willing que,
puesto que has tenido el placer de leerla, conoces bien el
talento que tiene y lo mucho que ambos, editorial y ella,
podemos aportarnos mutuamente.
—Efectivamente, y puedo asegurar que es brillante.
—Es justo lo que diría un adulador para engatusarme,
pero le agradezco el cumplido.
—¿Engatusarla? —rio—, esas expresiones son
precisamente la clave y la frescura de sus libros. Tiene un
estilo único y auténtico. —Me miró fijamente a los ojos y me
mantuvo la mirada más de lo que me hubiera gustado.
—Vaya, me sorprende que diga eso. Su padre me ha
dicho que de autenticidad no se vive hoy en día.
—Pues yo creo que sí se puede, pero siempre se puede
llegar más alto.
—Eso es —intervino el señor Mcmillan—. Jude está en lo
cierto y creo que sería interesante que aprovecharais el fin
de semana para intercambiar ideas y conectar a nivel
profesional.
—No he venido a pasar el fin de semana con su hijo, he
venido a escuchar su propuesta. —Estaba molesta ante
aquello que insinuaba el señor Mcmillan.
—Y la tendrá, señorita Willling, el lunes. Y espero que tras
ella acepte firmar con nosotros y quedarse el tiempo que
necesite para trabajar mano a mano y en equipo, y crear un
libro perfecto.
—¿El lunes? Pensaba que hoy escucharía todo lo que
tuvieran que decirme y, en base a mi decisión, me quedaría
o me marcharía a casa el domingo.
—Soy un buen guía, le encantará Seattle, y dedicaré todo
mi tiempo en conocerla mejor. Igual no encajamos bien y
sería una tontería formalizar o rechazar nada sin saber si
esta relación laboral podría ser fructífera. —Volvió a
mirarme con una sonrisa estupenda en la cara. Estuve en lo
cierto cuando imaginé que era su arma de seducción más
potente.
—Está bien, me quedaré hasta el lunes y escucharé
entonces lo que me propongan.
Toda la situación me resultaba surrealista, a pesar de que
en muchas ocasiones, en los libros, había que crear escenas
que se escapasen de la realidad. A nadie le gusta leer sobre
una vida que podría ser la suya, pero vivirlo era muy
diferente.
—¡Estupendo! —exclamó el señor Mcmillan dando una
palmada.
—Ahora, me gustaría que alguien me llevara a mi
alojamiento. Necesito descansar.
—Sobre ese tema, he pensado que sería mejor que Jude
la alojase en su casa.
—¡¿Qué?! —dijimos al unísono.
—Disculpen, pero todo esto empieza a parecerme un
poco raro. Nada está siendo como me lo habían vendido.
—Es temporal, solo para que establezcan una buena
relación inicial antes de comenzar a trabajar mano a mano.
—Da por hecho que eso va a ser así, señor Mcmillan, y
no sé si todo lo que está pasando hoy aquí juega mucho en
su favor.
—Padre, no tenía constancia de este imprevisto. —Jude
se mostró molesto. El señor Mcmillan debía estar
acostumbrado a dirigir la vida de mucha gente, pero aquello
debió ser el colmo para su hijo, obligándolo a meter a una
completa desconocida en su casa.
—Sois jóvenes, tu casa es grande y está en la playa.
Tienes habitaciones de sobra para que la señorita Willing
pase un fin de semana maravilloso en Seattle. Cuando tome
una decisión, le buscaremos un apartamento para ella sola.
¿Qué problema hay?
—Que puede que a ella le incomode, ¿tal vez?
¿Me incomodaba? Un poco, pero escuchar que esa casa
estaba en la playa me animó un poco. No iba a ser la
primera vez que convivía con un desconocido, y tan solo
serían un par de días, podría soportarlo.
—Tranquilo —posé mi mano por instinto sobre el
antebrazo de Jude y después me sonrojé un poco por mi
acto—, si a ti realmente no te importa, puedo sacrificarme
dos días.
—No se hable más. —El señor Mcmillan se levantó como
un resorte de la silla y apoyó las manos en su mesa—. Os
dejo marcharos para que acomodes a la señorita Willing y
comencéis a hablar del proyecto. Estoy seguro de que
llegaremos a un buen acuerdo y juntos alcanzaremos el
éxito.
Respiré tres veces mentalmente para relajarme y
centrarme en visualizar la playa y la bahía de Elliot a mis
pies. El señor Mcmillan no me había causado muy buena
impresión, pero su hijo, a pesar de nuestro primer
atropellado encuentro, aún no había desplegado sus alas de
buitre. Podía darle una oportunidad al fin de semana y
escuchar qué podía ofrecerme, laboralmente hablando.
Aunque algunas imágenes de él en bañador asaltaron mi
mente, di al botón de cancelar y me levanté dispuesta a
seguirlo hasta el paraíso, donde seguramente estaba
ubicada su casita de niño rico.
8
Jude
No podía creer que mi padre se hubiera atrevido a
proponer aquello. No porque a mí me molestara meter a
una mujer en mi casa, había llevado a muchas a pasar
cálidos días conmigo, pero supuse que a la pobre Melissa le
había pillado por sorpresa aquellas impuestas vacaciones.
Bajo mi parecer, no resultaba nada profesional, pero mi
padre había perdido el norte desde el primer momento que
fijó sus ojos en ella, tras leer un artículo en el USA Today,
donde la nombraban la joven promesa de la literatura
romántica nacional.
El señor Mcmillan tenía la cara muy dura y yo era un
calzonazos de hijo, lo reconozco. Me daba vergüenza pensar
en todo el plan que había trazado y que yo había aceptado,
pero no podía perder mi puesto en la empresa, me gustaba
lo que hacíamos, pero no cómo lo hacíamos.
Era mi oportunidad de coger las riendas de la editorial y
poner en práctica todas mis ideas y proyectos, esos que con
mi padre al mando nunca lograría llevar a cabo. Nadie lo
contradecía, y para muestra un botón, yo mismo me dejaba
manipular a su antojo.
—Siento mucho todo esto —le dije a Melissa cuando me
reuní con ella en el vestíbulo principal.
—Más lo siento yo, no te voy a poner las cosas fáciles. —
Agarró sus maletas, sin darme pie a que lo hiciera yo por
ella, y comenzó a andar a la salida, y corrí tras ella.
—Espera, deja que yo lleve eso.
—No necesito la ayuda de nadie para cargar mis maletas.
—¿Noto cierta hostilidad o es cosa mía? —No entendía
esa actitud conmigo, aún no había comenzado a ser un
cabrón despiadado con ella.
—La notas porque la hay. Me he sentido algo manipulada
ahí adentro.
—Ya te he dicho que lo siento, pero no soy yo quien
dirige todo esto.
—De eso ya me he dado cuenta. —Entrecerró los ojos y
sonrió con sarcasmo.
—Debo parecerte un imbécil por cómo dejo que me trate
mi padre, pero te prometo que somos una empresa seria y
sería muy bueno para tu carrera trabajar con nosotros.
—¿A cuántas autoras has alojado en tu casa, Jude?
—¿Sinceramente? —Asintió—. A dos.
—¿Y autores?
—¿Adónde quieres llegar a parar?
—Aún no me has respondido.
—A ninguno —suspiré.
—No haré más preguntas, señoría —dijo comenzando a
andar de nuevo.
—En mi defensa diré que fue estrictamente profesional.
Nos gusta dar un trato familiar a nuestros autores.
—Autoras —me corrigió cruzando la puerta de salida.
—Se dio el caso de que eran mujeres, fue mera
casualidad.
Si Melissa de buenas a primeras ya tenía ese concepto
de mí, íbamos mal. Era avispada y no se dejaba impresionar
por hombres de mi condición. Podría decirse que nos calaba
a la primera de cambio.
—Las casualidades no existen, lo sabrías si hubieras leído
más de un libro mío. ¿Dónde está tu coche?
—Es ese de ahí. —Lo señalé con las llaves en la mano.
—No esperaba menos, eres muy predecible. —Me echó
una mirada altiva y volvió la vista al frente.
¿Cómo podía calificarme de predecible por mi coche? Era
sin duda uno de mis bienes más preciados, junto a mi casa
en Alki Beach. Ambas cosas me las había ganado a pulso
con mi trabajo y con las exigencias poco ortodoxas de mi
padre, y juro que aquellas dos autoras estuvieron en mi
casa por elección propia, me es difícil resistirme ante
mujeres inteligentes y de buen ver.
Pero Melissa, a pesar de poseer una belleza más que
evidente y una inteligencia rápida y audaz, comenzaba a
parecerme un verdadero grano en el trasero.
—¿Qué tiene de malo mi coche?
—No he dicho que tenga nada de malo, pero es el tipo de
coche que uno espera de un hombre como tú.
—¿Vuelves a prejuzgarme? Me parece que la que es poco
original eres tú. ¿Acaso no tienes nada más ocurrente que
decir?
—Tengo muchas cosas ocurrentes que decir, pero para
eso tenemos todo el fin de semana, y por cierto, necesito
galletas saladas.
—¿Es lo último en medicina psiquiátrica?
—Es mi medicina psiquiátrica natural para aguantar a
tipos como tú.
Tocado y hundido. En esos momentos ya no me veía
capaz de ganarle una batalla dialéctica, tenía tanta
seguridad en sí misma que me vencía sin apenas esfuerzo.
Nada de lo que le decía conseguía molestarla y
contraatacaba con fuerza.
Debía ser selectivo en mis batallas, a veces tener paz es
mejor que tener la razón. Así que era el momento de
desplegar todos mis encantos y dejar de luchar con ella.
Tenía que amansar a la fiera y que dejase de estar tan
tensa.
—¿Podemos empezar de cero? No nos queda más
remedio que pasar juntos el fin de semana y será más
agradable si firmamos la paz.
—No me queda más remedio a mí, esto no estaba en mis
planes. —Se cruzó de brazos enfurruñada como una niña
pequeña. Esa dualidad entre madurez e infancia me
gustaba, siempre me había resultado encantadora.
—Bueno, aun así te prometo que haré tu estancia
agradable.
—¿Pararemos a comprar galletas saladas?
—Haremos una compra online y las traerán a mi casa
esta tarde.
—¿Nunca haces nada por ti mismo?
—No creo que ir a hacer la compra sea un logro a tener
en cuenta. —Pulsé la llave para abrir el coche. Cogí las
maletas y las metí en el maletero—. Acabo de meter tu
equipaje yo solito, ¿eso cuenta como hacer algo por mí
mismo?
La vi rodar los ojos y acercarse hasta mi Mercedes AMG-
GT cabrio gris dispuesta a montar sin poner ninguna
objeción, y me sentí algo más relajado. Melissa Willing tenía
el don de ponerme tenso, algo que ninguna mujer había
conseguido hasta la fecha.
9
Melissa
Le pedí que lo descapotara. Ya que estábamos, quería
disfrutar de las vistas de Seattle con el pelo al viento y
aprovechar el buen tiempo que hacía, y Jude aceptó
complacido mi capricho.
Éramos dos completos desconocidos que habían
empezado con mal pie, pero acabé apiadándome de él y le
di una tregua. Al fin y al cabo tampoco había sido decisión
suya que tuviera que soportarme dos días invadiendo su
casa y debía de sentirse bastante mal, ante las imposiciones
de su padre, sin rechistar ni un poquito.
Y era atractivo, y no con una belleza corriente, sino de
esas que quitan el hipo y hacen que te ablandes para
sacarle alguna sonrisa con la que deleitarte y alegrarte los
días grises.
—Has dicho que serías un buen guía, ¿dónde estamos
ahora mismo? —pregunté impresionada por la pendiente
que estábamos subiendo, dudaba mucho que su casa de la
playa estuviera encima de una colina.
—Estamos en Queen Anne Hill, uno de los barrios más
exclusivos de la ciudad y con las mejores vistas a la bahía.
—Pensaba que iríamos directos a tu casa.
—Como has dicho: te prometí que sería un buen guía
turístico, y hoy hace un día estupendo para que te
enamores de esta ciudad. —Me miró unos segundos y volví
a constatar que tenía unos ojos preciosos. De un azul similar
a las aguas del Caribe.
Volví la vista al frente y disfruté de aquellas casas tan
bonitas con privilegio de exclusividad y de los jardines, que
las custodiaban, cuidados al detalle.
—En este barrio está la casa de Meredith de Anatomía de
Grey —me dijo.
—¿En serio? No lo sabía.
—Sí, pero lo que quiero enseñarte te gustará más.
—No soy muy fan de la serie, espero que estés en lo
cierto y sepas sorprenderme como es debido.
—Estoy seguro de ello, es un plan infalible para
conquistar mujeres. —No di crédito a lo que acababa de
decirme, pero, cuando lo vi sonreír divertido, supe que no lo
decía enserio.
—Te crees muy gracioso, ¿verdad?
—No lo creo, lo soy. Ya te he dicho que me has
prejuzgado en tan solo dos horas desde que nos hemos
conocido. Sé que puedo dar una imagen, pero ¿no decís
vosotros los autores eso de que no hay que juzgar un libro
por su cubierta?
—Lo decimos, pero lamentablemente a veces la cubierta
sí corresponde con lo que te vas a encontrar dentro. Creo
que un autor que ama lo que hace, cuida cada detalle por
deferencia a la profesión.
—No todo el mundo puede permitirse pagar a un buen
portadista, señorita Willing. ¿Es usted una clasista? —Volvió
a apartar la vista de la carretera un segundo para mirarme.
—Ahí me has pillado, no lo había visto de ese modo.
—Vaya, veo que tienes el don de reflexionar
debidamente y dar la razón a otro cuando no la tienes tú.
—Tengo muchos dones, pero no creo que puedas
descubrirlos todos durante un fin de semana. —Me estaba
empezando a parecer buena idea lo que había planeado el
bueno del señor Mcmillan. Me lo estaba pasando bien y
podía relajarme un poco y disfrutar de estas merecidas
vacaciones a gastos pagados. Chico guapo incluido.
—Puedo apostar a que alguno más saldrá a relucir en las
próximas horas —dijo acercando el coche a lo que parecía
una especie de precipicio.
—¿Estás loco? No quiero que hagas un Telma y Louis, te
juro que ya me has sorprendido bastante y me ha
encantado el barrio.
—Tranquila —empezó a reír, pero a mí no me hacía
ninguna gracia—, no voy a lanzar mi coche al vacío con
nosotros dentro. Pero podrás disfrutar mejor de esta
experiencia sobre el capó de un descapotable.
—¿Vas a dejar que mi culo se apoye alegremente sobre
tu preciado coche?
—No pasará nada, yo peso mucho más que tú y lo he
hecho cientos de veces. Me relaja venir aquí cuando estoy
estresado. Te sentará bien, entiendo que has sufrido fuertes
emociones hoy, al igual que tu pie.
—Lo de mi pie aún no te lo he perdonado, así que espero
que la experiencia que comentas me convierta en un monje
budista. —Hice el gesto del Om con las manos.
—Ven conmigo —me dijo bajando del coche.
Me quité el cinturón y fui hasta el morro del coche por mi
lado. Me quedé impresionada con lo que tenía frente a mí.
Era una vista de primer nivel del horizonte de la ciudad.
El monte Rainier se alzaba imponente, ejerciendo de
guardián de aquel espectáculo para la vista.
La Space Needle, parte de la Bahía de Elliott y el
downtown formaban una postal perfecta del maravilloso
skyline de Seattle.
—Ven, siéntate.
Me sentí tímida, algo poco habitual en mí, pero así fue.
Aquello imponía demasiado, y sentarme con aquel hombre
sobre su coche, para disfrutar de aquel momento, con el
cielo de testigo sobre nosotros, me parecía un plan
romántico que plasmar en una de mis novelas.
—No quiero rayarte la pintura con los zapatos.
—Quítelos, yo haré lo mismo. Relájate y disfruta.
Jude se descalzó y de un salto subió al frontal del cabrio,
deslizándose hasta el centro.
—No tenemos todo el día e intuyo que tendrás algo de
hambre —volvió a insistirme ante mi resistencia.
—Un poco, sí.
—Solo serán unos minutos, te sentarán bien.
Me deshice de los zapatos y, agarrándome la falda del
vestido, subí torpemente.
—¿Este lugar, no te parece inspirador?
—Justo estaba pensando eso, que parece una escena
romántica que podría plasmar en un libro.
—¿Qué tal en ese libro que podemos empezar a trabajar
juntos?
—No vayas tan deprisa, aún no he escuchado vuestra
propuesta.
—Me encargaré personalmente de que sea buena y no
puedas rechazarla.
No hay ciencia que descubra los artificios de la mente
por la apariencia del rostro, pero el de Jude, visto de perfil y
con cierto aire relajado, era magnífico. Era guapo con
avaricia, inalcanzable para mujeres de mi humilde calibre.
Asustaba solo de pensarlo, pues había cosas que podían ser
intocables si no estabas a la altura, y era una injusticia. La
vida no era ecuánime.
—Puede que lo consigas y todo.
—¿Se está ablandando ya, señorita Willing? Podría pelear
un poquito más y no mostrar tan abiertamente sus
debilidades.
—¿Y cuál crees que es mi debilidad, señor sabelotodo?
—Las cosas bonitas, creo. —Me sonrió y volvió la vista al
frente.
—Creo que pelearé un poco más. Quien no lucha no
puede perder, porque ya ha perdido.
—Bonita frase, apúntala también —dijo suspirando
después, dejándome más pensativa de lo normal.
10
Jude
La cosa parecía haberse destensado. Aquellas vistas eran
infalibles para cualquier ser humano, aunque no podía
tenerlas todas conmigo, Melissa Willing era sin duda una
mujer imprevisible.
Noté incluso cierto rubor en sus mejillas cuando
estuvimos juntos y relativamente cerca, subidos en el capó
de mi coche. Y me alegré de no haber perdido ese poder
sobre las mujeres. El plan podía seguir su curso tal y como
mi padre me había pedido, y la recompensa iba a ser buena.
Me lo tomaría como una última petición por su parte, la
artimaña final hasta poderme hacer con el control de la
editorial. Aunque pensara que me lo había ganado por
derecho generacional, mi padre tenía el poder de vender
sus acciones a otra persona, y lo veía capaz de eso y mucho
más.
Melissa se había quedado dormida en el asiento de
copiloto y sentí cierta ternura por ella.
Tampoco era tan grave, ¿no? No era lo mismo que
captarla y ofrecerla como sacrificio en una secta para luego
dejarla tirada en una cuneta. Ambos obtendríamos
beneficio, y había sido sincero cuando le dije que me
encargaría personalmente de que la propuesta para ella
fuera buena. Era lo menos que podía hacer, y conocía su
valía en la escritura y su tenacidad como persona. Era algo
que había demostrado desde un primer momento. Era una
mujer apasionada de una forma muy personal y sin pelos en
la lengua, un bien preciado hoy en día, pues todas las
personas solían seguir patrones sociales previamente
estipulados por modas.
Era una especie rara de ver, muy exclusiva y auténtica.
—¡Brooke, no me quites las palomitas! —gritó de repente
abriendo los ojos de golpe—. Joder, me he quedado
dormida.
—Y no has tenido un dulce sueño por cómo te has
despertado.
—Lo siento, a veces sueño cosas. Como el niño del Sexto
sentido, pero en versión abstracta y únicamente en fase
REM.
—¿De dónde sacas esas cosas? —Me sorprendía la
capacidad innata de hacer comparaciones tan chistosas. Le
había oído una par de ellas desde que nos habíamos
conocido y me fascinaba la chispa de sus comentarios.
—Creo que todo el mundo sueña, pero a veces no lo
recordamos.
—No, me refiero a esas cosas graciosas que dices.
—No lo sé, nací de este modo. Debo de tener un saco
secreto de chistes malos flotando en la mi masa encefálica.
Salen cuando tienen que salir en función de la temática.
—Es fascinante —dije con sinceridad, realmente creía
que lo era.
—Ya huele a mar. —Se recolocó en el asiento y atusó su
pelo.
—Siento que se te haya enredado, pero fuiste tú la que
me insistió en que descapotara el coche.
—No me importa, merece la pena. Aunque espero que
tengas un buen suavizante de cabello.
—Algo debe de haber, si no, puedes añadirlo a tu lista de
la compra. Eres mi invitada, puedes pedir cuanto necesites.
—¿Es así siempre con todas?
—Es lo normal cuando invitas a alguien a tu casa.
—Te recuerdo que no has sido tú y sabes perfectamente
a lo que me refiero.
—No sé exactamente a lo que te refieres —mentí. Lo
sabía perfectamente.
—No te hagas el loco. Se te ve muy acostumbrado a
recibir visitas de este tipo, a hacer rutas por la ciudad para
dejarlas boquiabiertas. No has mentido cuando has dicho
que era un lugar ideal para conquistar mujeres, y lo sabes.
—Confesaré que no has sido a la primera mujer que llevo
a la colina, pero mis intenciones contigo son otras.
—Me has mirado el canalillo un par de veces, ¿te crees
que soy tonta?
—Lo siento, a veces no controlo ese tipo de cosas, pero
solo es una parte del cuerpo más. ¿Qué diferencia hay entre
mirar una oreja o unos pechos?
—¿En serio quieres que responda a eso?
—Puedes hacerlo si vas a dar algún argumento
convincente.
Se quedó en silencio. Me sentí satisfecho por un segundo
de haberle cerrado la bocaza, pero decidió contratacar.
—Me resultaría igual de perturbador que mirases
fijamente los lóbulos de mis orejas. Hay gente que siente
excitación mirando partes del cuerpo humano menos
atrayentes para la mayoría de personas.
—Quizá a mí no me gusten tus pechos y los mirase por
eso.
—¿Qué tienen de malo mis tetas? —Las juntó con ambas
manos y agachó la mirada hacia ellas para calibrarlas.
—No he dicho que tengan nada de malo, tan solo que
son el tipo de tetas que uno espera de una mujer como tú.
—Me estás parafraseando y menospreciando a la vez.
Mis tetas tienen el tamaño perfecto para mi complexión y la
dureza óptima de una mujer de mi edad.
—Si tú lo dices —claudiqué para chincharla.
Sus tetas, que por cierto sí había mirado un par de veces
cuando estuvimos en la colina de Queen Anne, eran tal cual
ella las había descrito: perfectas y turgentes. Tenía un
escote de escándalo, y ese vestido las enmarcaba
perfectamente en una v muy sugerente.
—Sé que te gustan —dijo finalmente cruzándose de
brazos.
Decidí no contestar y disimular una sonrisa.
Estar con ella podía resultar muy fácil o muy difícil. Nos
acabábamos prácticamente de conocer, pero por momentos
parecía que lo hiciéramos de toda la vida. Sin embargo, en
otros, la distancia entre nosotros era abismal, como era de
esperar dada la situación.
11
Melissa
Estábamos entrando en Alki Beach, lugar donde Jude me
había informado que estaba su casa. El paisaje playero de
aquella zona de la bahía de Eliot era bastante pintoresco y
se podía disfrutar de una bonita vista del Puget Sound, así
como del horizonte de Seattle.
Sin duda alguna, y a pesar de haber visto muy poco de la
ciudad y en su mayoría subida a un coche, Seattle exhibía
una mezcla enérgica de frescura urbana con belleza natural
accidentada.
—¿Por qué no me has dicho quién eras?
—Ya sabes quién soy.
—Ahora sí, pero cuando nos hemos encontrado y te he
llamado…
—Ah, sí, ¿cómo era?: ¿lameculos?
—Sí, eso. ¿Por qué no me has sacado de mi error?
—¿Ya no crees que lo sea?
—Sinceramente, sí, pero si vas a ser mi editor, podría
parecerte una falta de respeto por mi parte.
—No sufras por eso, me ha resultado divertido y me
apetecía ver tu reacción cuando me vieras aparecer en el
despacho de mi padre.
—¿A sí que te van los juegos arriesgados?
—Son excitantes, dan vidilla. —Levantó las cejas un par
de veces.
—Parecías un pijo estirado, pero empiezas a caerme
mejor.
—¿La playa es lo que te ha acabado de convencer de que
no soy tan mal tipo? —soltó una risotada.
—No soy tan superficial, pero he de reconocer que la
arena, el sol y esas aguas me están llamando a gritos. Una
chica como yo no suele ir de vacaciones muy a menudo.
—Creía que Amazon pagaba bien a sus autores más
cotizados.
—No está mal, pero no da para grandes lujos y menos
viviendo en Nueva York.
—Ya estamos llegando —me anunció aminorando la
marcha y girando hacia la derecha de lo que parecía un
barrio residencial.
—¿Qué se siente cuando uno está podrido de dinero?
—No soy extremadamente rico.
—Oh, vamos, eres el heredero de Mcmillan Publishing. He
investigado antes de venir la trayectoria de tu empresa
familiar.
—El que está podrido de dinero es mi padre, yo solo
trabajo para él.
—Claro, y tienes un sueldo de becario.
—Evidentemente no, porque no soy un becario. Cuando
terminé la universidad empecé a trabajar con mi padre.
—¿Y te gusta lo que haces?
—Me encanta, no podría ser de otra forma.
—Podría, si hubieras querido dedicarte a la pintura y tu
familia te hubiera impuesto trabajar en la editorial para
garantizar una generación más el legado familiar. Apuesto a
que estudiaste Empresariales.
—No soy un gran seguidor del arte, estudié Literatura y
fue decisión propia trabajar en la editorial, así que te
aseguro que mi amor por los libros es sincero.
—Seguro que más sincero que el amor que le juras a las
mujeres.
—¿Otra vez con esas? ¿Doy algún tipo de mensaje
extrasensorial para que pienses eso de mí?
—Desprendes feromonas a cada paso que das, tienes un
tufillo a miedo al compromiso que tira de espaldas.
—¿Por qué das por hecho que tengo miedo a
comprometerme? Estoy comprometido con un legado
familiar.
—Porque te garantiza el éxito en la vida, pero el
compromiso romántico te haría desprenderte de pasarlo
bien sin complicaciones. Y has reconocido que te van los
juegos arriesgados.
—Que me guste divertirme un poco no significa que sea
un cabronazo.
—No he dicho que lo seas, solo que prefieres divertirte y
no pensar nada más después. Yo no he salido de un
convento y tampoco sé si estoy hecha para vivir en pareja y
adoptar compromisos en ningún amplio sentido de la
palabra.
Se quedó pensativo, como si aquello que le había dicho
lo sorprendiera.
—¿Nunca has cometido una locura por amor?
—No sé lo que realmente es eso.
—¿Escribes romántica y no has estado enamorada
nunca?
—No suelo caer rendida ante nadie y, cuando he
intentado formalizar alguna relación, no me ha salido muy
bien. Mi último novio y yo solo nos veíamos cuando
necesitábamos encamarnos, era un poco capullo, pero no
me importaba porque no estaba realmente enamorada de
él. Cuando lo dejamos no lloré ni un poquito. Creo que no
estoy hecha para el amor, solo sé describirlo por las
experiencias de otras personas. No lo echo de menos, no lo
necesito.
No dijo nada, se limitó a estacionar frente a una casa de
los años 50 transformada en un estilo más contemporáneo.
—Es aquí —dijo apeándose del vehículo, sacando mis
maletas después.
—Con que no eres rico.
—No, solo vivo bien, pero no me han regalado nada.
Anduve hasta la entrada principal y me imaginé viviendo
allí todo el año, disfrutando de un café por la mañana en el
porche delantero con jardín, viendo los ferris pasar. El
maravillo amanecer en Puget Sound y ver deslizarse el sol
tras las montañas Olímpicas en el patio trasero que se
adivinaba desde donde Jude había estacionado el coche.
En el borde del jardín, elevado sobre unas rocas, había
una escalera de madera que conducía directamente a la
playa. Que si bien su arena no era blanca y prístina, gozaba
de un encanto natural típico del noroeste del Pacífico. En el
mar, incluso, se podía ver algún que otro árbol flotante y
franjas de algas empujadas por la marea alta.
—Esto es impresionante —dije cuando llegué hasta su
posición mientras él abría la puerta de entrada.
—Lo sé, estoy muy orgulloso de mi casa.
—Y de tu coche.
—También. Me gusta poder disfrutar de las cosas que me
gustan.
—Tiene lógica. —Ladeé la cabeza y pensé que yo
también disfrutaba de todo lo que me gustaba, pero a otro
nivel.
El interior de la casa no me defraudó.
Salón y cocina en espacio abierto, decoración en cálidos
colores y hermosas obras de arte en sus paredes.
La cocina era espaciosa y muy luminosa. Con armarios
hasta el techo en blanco y encimeras de mármol en color
crema, clásica pero de líneas modernas.
—Para no gustarte la pintura tienes muchas colgadas en
las paredes.
—No es cosa mía, el decorador creyó que le hacían falta
a las paredes, y lo cierto es que no me desagradan.
—¿La casa no refleja ningún aspecto tuyo?
—Es mía, así que supongo que refleja todo lo que soy.
No lo creía. Mi casa, la que había compartido con Brooke
y ahora con Di, era un claro reflejo de las tres
personalidades que la habían habitado. Era algo
estrambótica, pero acogedora, personal y única. Y esta, sin
quitarle el mérito a lo bonita que era, no tenía diferencia
alguna con las propiedades que mostraban las revistas de
decoración.
—¿Cuál es mi cuarto?
—Hay dos habitaciones libres. ¿Ves esas dos puertas? —
Asentí—. Una es la de mi habitación y la otra la de mi
despacho. De esas dos de aquel lado —señaló otra parte de
la casa—, puedes elegir la que quieras, ambas tienen baño
en suite.
—Echaré un vistazo y elegiré la que más me guste.
—Son prácticamente iguales salvo por el tamaño. La de
la puerta de la izquierda es la más grande.
—Pues elijo esa. —Junté las manos, di unas palmaditas y
Jude sonrió.
—Dejaré allí tus maletas y puedes descansar un rato
antes de la cena.
—¿Vas a cocinar tú? —No sé por qué me mostré coqueta
y emocionada.
—Había pensado ir a algún restaurante.
—¿No sabes cocinar? Me lo esperaba.
—Sí que sé, pero los negocios suelen tratarse fuera de
casa.
—Aunque mi presencia aquí pueda asemejarse a llevarse
trabajo a casa, preferiría quedarme aquí, podemos pedir
algo de comida si no quieres mancharte las manos. Estoy
algo cansada.
—Lo que desees, te dejaré a solas un rato, iré a por tus
galletas saladas y a por algunas cosas más yo mismo. No
quiero que sigas pensando que soy un negado.
Me gustó que se acordase de mis galletas, era un punto
a su favor que escuchara y tuviera en consideración mis
peticiones si pretendía que nos uniéramos laboralmente.
—Está bien, me daré una ducha y me pondré más
cómoda si no te importa.
—Melissa, como si estuvieras en tu casa. Hay vino en la
cocina, sírvete una copa y disfruta mientras vuelvo.
—Lo haré, gracias. —Sonreí complacida, el fin de semana
podía resultar interesante. Jude y su casa eran un regalo
para los sentidos, él y tenía ciertos encantos que estaba
dispuesta a descubrir para tomar una decisión coherente
respecto a mi incursión en el mundo editorial.
12
Jude
Me sentía nervioso de nuevo. No es que nunca hubiera
tenido una mujer en mi casa andando desnuda a sus
anchas, pero Melissa me provocaba sensaciones
encontradas.
Cuando volví a subirme en mi coche para ir al
supermercado, la imaginé sumergiéndose en el agua con
una copa de vino. Era fácil adivinar, que bajo ese vestido de
corte recto y clásico color azul, había un cuerpo bonito de
espalda fina, piernas fuertes y nalgas turgentes.
Mi instinto depredador había reparado en todos esos
detalles, no podía evitar desnudar a las mujeres con la vista
si me resultaban atractivas.
El plan era enamorarla, hacerla desear firmar el contrato
para pasar más tiempo conmigo deseosa de culminar
nuestra relación a posteriori. Pero me había dicho que iba a
ponerse más cómoda y esperaba que no se refiriera a un
camisón corto o unos shorts que dejaran entrever su nalgas
en la parte más baja, o estaría toda la noche empalmado
mientras ella sorbía con gusto los tallarines Alfredo que
tenía previsto cocinar.
Me preocupaba el hecho de que afirmara que era
insensible al amor, eso me complicaba más las cosas. Yo lo
era, y si eso era cierto, la batalla iba a ser difícil de ganar.
Sobre todo si volvía a coquetear conmigo, porque estaba
seguro de que había visto en ella atisbos de expectativas
sexuales. Era una mujer libre, moderna, avispada y sin
convicciones religiosas, y sabía reconocer cuándo una mujer
lanzaba señales de aquel tipo. Y yo era un facilón al
respecto si la mujer que tenía delante tenía cualidades
como Melissa.
Si eso sucedía, el plan se iría al traste. La veía muy capaz
de echarme un polvo y largarse a Nueva York sin ningún tipo
de remordimiento postcoital.
Tal vez éramos demasiado iguales en ese sentido, y
jamás se vería condicionada a firmar un contrato con la
empresa por ese hecho tan normal en nuestras vidas. El
sexo por el sexo.
Mi arcaico padre había dado por hecho que, solo por ser
mujer, tenía de serie expectativas románticas. Pero no
estábamos en el siglo XIX, sino en el XXI.
Sacudí la cabeza para quitarme los pensamientos
obscenos de la cabeza, cuando la imagen de las tetas de
Melissa flotando en el agua mientras se enjabonaba vinieron
a mi mente.
13
Melissa
—¿Que estás dónde? —preguntó Di al otro lado del
teléfono.
—En una casa de ensueño de Alki Beach con un tío
bueno.
—Era una pregunta sorpresiva, ya te he oído.
—¿A que te mueres de envidia?
—Melissa Willing, estás ahí por negocios. No hagas cosas
raras de las que luego puedas arrepentirte.
—Sé lo que estás insinuando y no va a pasar nada de
eso. Yo controlo.
Para Di, el concepto de amistad se basaba en hablarte
largo y tendido cuando estabas a punto de meter la pata,
aunque eso implicara rebuscar entre las basuras y ponerme
la cabeza al borde de la explosión por desgaste emocional.
—Perdona, ¿has dicho que controlas? Mel, te vi tirarte a
un tío que te parecía mono a los cinco minutos de
conocerlo, en el baño de la casa de mi amiga Sandy, en su
fiesta de fin de año. El disgusto de Daniel no te duró ni una
semana, estás seca por dentro en cuanto a sentimientos se
refiere. Eres de útero curioso y te conozco bien. Solo por el
tono de tu voz sé que esperas fiesta en los bajos fondos.
—Solo te he dicho que está bueno. ¿Me estás diciendo
que soy ninfómana?
—No lo había pensado, pero quizá si tengas algo de eso.
—Escuché cómo soltaba el aire por la nariz.
—No sé para qué te llamo. Tienes la capacidad de matar
todas las ilusiones a la población mundial.
—Solo intento que no te dejes llevar por las emociones
de tu vagina y te trajines sin miramientos a la persona que
puede ayudarte en tu carrera profesional.
—¿No te das cuenta de que vuelves a hacer lo mismo
que hiciste cuando Brooke se lio con Sam?
Di era así, ella se definía como cabal, pero era una
negacionista por defecto.
Cuando Brooke empezó a salir con el que ahora es su
marido, Di se opuso a esa relación porque era su jefe en la
cafetería donde trabajaban ambas. Pensó que no era buena
idea unir la vida laboral con la sentimental, pero se
equivocó y, aunque está feliz de que ambos gocen de su
relación en la actualidad, sigue pensando en todo lo que
podría haber salido mal. Vive en un mundo enlutado y es
difícil hacerle ver otras gamas cromáticas.
—¡No es lo mismo! Tú solo buscas sexo, ¿y si ese hombre
acaba enamorado de ti?
—¿Quién se enamora de una persona por echar un
polvo? Estás sacando las cosas de contexto.
—¡Lo sabía! Acabas de reconocer que tienes intenciones
de usarlo como el boy de fin de semana. —Le salió la voz de
pito como la histérica loca que era.
—¡Lo has dicho tú! Has dicho que yo solo busco sexo y él
podría acabar enamorado de mí, solo te he respondido con
una pregunta.
—Igualmente, relaja la raja, ¿entendido? Os han dejado
juntos para que habléis de trabajo, no para que os divirtáis
de ese modo.
—Va a cocinar para mí, ya sabes lo mucho que me pone
eso.
—Eres insufrible, Melissa Willing.
—Tú y Brooke me habéis prácticamente obligado a venir,
así que lo que pase, en parte también será culpa tuya. —
Sabía que si le decía eso, sus niveles de ansiedad
aumentarían de nivel, y de alguna manera lo hacía para
divertirme a su costa.
—¿Tú te escuchas cuando hablas?
—Perfectamente. Di, te dejo, creo que ha vuelto.
—Mel, Mel, escu…
Le colgué sin darle oportunidad a decir nada más. Seguro
que estaba gruñendo en nuestro piso con el móvil en la
mano. Solo de pensarlo hizo que me diera la risa.
No tenía intenciones de atacar al anfitrión de la casa. Era
muy consciente de que estaba allí por otros motivos más
inocentes y debía centrarme en estrechar lazos para una
posterior relación editor-autor.
Jude tenía la capacidad, aun estando en silencio, de
aumentar el calor corporal de hombres y mujeres. Su físico
tenía el don de obnubilar mentes al punto de querer
desgarrarle la ropa, dejando al descubierto un cuerpo
seguramente bien trabajado.
Había echado un vistazo a otras estancias de la casa en
su ausencia, y en el solárium trasero tenía montado todo
tipo de maquinaria de gimnasio.
Pero a pesar de eso, me comportaría y dejaría mi
coquetería a un lado. No podía mostrar la debilidad que su
presencia provocaba en mí.
Tenía que cambiar el chip y sacarlo de sus casillas,
evitando con ello toda tentación.
14
Jude
El perfume de una mujer dice mucho sobre ella, y el de
Melissa ya se había apoderado de mi casa.
La estancia lo había hermetizado conservando los
acordes originales del jazmín, pero la feminidad de la
fragancia venía de la mano de sus notas a rosa y flor de
naranjo.
Había desarrollado un extraño don para descifrar la
composición de perfumes femeninos, había olido cientos de
ellos, y no exageraba. El perfume es algo invisible pero un
accesorio inolvidable.
La escuché hablar con alguien en su habitación y no
quise interrumpirla gritando que ya había vuelto.
Dejé la compra en la encimera y comprobé,
efectivamente, que se había servido una copa de vino tal
como le sugerí.
—Hola —dijo apareciendo con un diminuto pijama de
tirantes y pantalón corto. ¡Mierda!
—Hola, he escuchado que hablabas con alguien y no he
querido molestarte.
—Te he escuchado entrar. Pensaba darme una simple
ducha y al final ha sido un baño que me ha sentado
fenomenal. No esperaba encontrarme una bañera en un
cuarto de invitados.
—Sabía que te gustaría la sorpresa.
—Estás obsesionado con impresionar, deberías relajarte
un poco. —Cogió otra copa y la llenó de vino de la botella
que permanecía abierta en la encimera—. Ten, te vendrá
bien.
—Gracias.
—No me las des, estamos en tu casa.
—Lo sé, por eso mi deber es servirte yo a ti y no al revés.
—No hace falta que te comportes con formalismos todo
el rato. No me resulta tan atractivo como crees. —Tomó
asiento en una de las sillas altas de la isla y apoyó la cara
en sus manos.
—¿Qué vas a hacer para cenar?
—Tallarines Alfredo. —Saqué el parmesano y la
mantequilla de la bolsa.
—Sencillo pero delicioso. Es el claro ejemplo de que
menos es más.
—No siempre es así. Tú te conformas con poco en lo que
a tu trabajo se refiere.
Levantó los brazos y se removió el pelo, haciendo que
sus pechos, desprovistos de sujetador, casi se salieran de
aquella diminuta camiseta de tirantes finos.
—Lo que a ti te parece poco para mí es suficiente y
gratificante. No eres mejor que yo por tener esta casa y ese
coche, y mucho menos comportándote como si yo fuera una
princesa a la que complacer.
—¿Te molesta mi amabilidad contigo?
—Me resulta extraño que un chico de tu edad se
comporte como un magnate de sesenta años.
—Tengo treinta y tres, una edad para no solo parecer
educado, sino también serlo. —Llené una olla con agua y la
puse a calentar en el fuego.
—¿Yo no te parezco educada?
—Cuando das por hecho, con tu edad, que no sé cocinar,
y te sorprende que así sea, estás muy lejos de una
educación actual.
—Eso no responde a mi pregunta, aunque reconozco que
puede que tengas razón.
—No puede, la tengo. —Eché al agua un puñado de sal.
—¿Qué más recetas sueles hacer?
—Muchas.
—Dime una.
—Pizza.
—¿Con tu propia masa?
—No, suelo comprarla hecha.
—Eso no puede considerarse cocinar.
—Me estás viendo hacerlo, ¿por qué sigues poniéndolo
en duda?
—Por que acabas de echar en la sartén el parmesano
antes que la mantequilla.
—¡Joder! —El queso se estaba quemando y pegando a la
superficie. ¡Cuando las compré me aseguraron que eran
antiadherentes!
—Ajá, te pillé —dijo al punto que cogió la sartén y la puso
bajo el grifo.
—No me has pillado, sé cocinar, he hecho esta receta
muchas veces.
—¿Cuántas? —Se giró para preguntarme mientras
esperaba que el agua caliente sobre la sartén despegara el
estropicio.
—Una o dos veces, no lo recuerdo.
—¿Y eso te parece mucho?
—No lo sé, me estás poniendo nervioso. Pero sé cocinar
lo justo para sobrevivir solo.
Las mujeres nunca se equivocan. Incluso cuando lo
hacen, llega un punto de la acalorada discusión en la que de
manera sorprendente, vuelven a tener la razón. Yo no sabía
cocinar más allá de meter comida precocinada en el
microondas o darle unas vueltas en un cazo.
—Perdona, Jude, pero eres un negado de los fogones. Me
temo que vas a tener que tirar esta sartén. —La levantó
para que comprobara los daños por mí mismo.
—Pediré unas pizzas —dije hastiado, cogiendo la sartén
chamuscada.
—No pasa nada, me encanta la pizza, es muy yo. ¿Me
has traído las galletas saladas?
—Están en la otra bolsa. —Cogí un trapo y me limpié las
manos tras tirar la sartén al cubo de basura.
—Buen chico. —Pasó por mi lado con sus dichosas
galletas y me palmeó la espalda.
¿Esa maldita mujer se estaba riendo de mí? Sí, lo estaba
haciendo, y me apostaba lo que fuera que lo que había
hecho con su pelo, haciendo bambolear sus pechos de
aquella forma, había sido una artimaña para distraerme y
provocar que quedara de inútil.
15
Melissa
—Me he quedado con ganas de esos tallarines —dije
cogiendo una porción de pizza.
—Siento ser tan patoso.
—Más bien mentiroso, pero agradezco que quisieras
impresionarme con tus dotes en la cocina.
—¿Impresionarte? No necesito hacer eso, soy editor no
chef.
—Sabes que no es cierto y ha quedado claro que no lo
eres.
—¿Por qué tengo la sensación de que no te caigo bien?
—No es eso. —Me limpié la comisura de los labios con la
lengua.
—Entonces, ¿qué es?
—Un mecanismo de defensa, supongo. —Me encogí de
hombros y cogí la copa de vino para darle un sorbo.
—¿De qué te estás defendiendo exactamente?
—De tu sexapil —dije sinceramente—. Sabes que gustas
y no quiero confundir cuál es el cometido de este fin de
semana.
—¿Crees sinceramente que eres el tipo de mujer al que
atacaría sin miramientos? —pareció ofenderse con mi
comentario.
—¿Qué tengo yo de malo? —lo reté a que me dijera a la
cara que yo no era de su agrado.
—No tienes nada de malo, pero esto es meramente una
velada laboral.
—Has apuntado que no soy el tipo de mujer al que
atacarías, eso no tiene mucho que ver con tu respuesta.
—Es que si te lo digo estropearé el posible contrato con
Mcmillan Publishing.
—Valoro la sinceridad, así que dispara.
Dudó unos instantes pero finalmente abrió la boca para
decir algo.
—Creo que tienes un don particular para hacer que la
gente se vuelva loca. Eres incoherente, arisca, bipolar, y no
sé nunca cuáles son tus intenciones.
—No ha sido tan grave, he oído eso muchas veces en
boca de mis amigas. Me acepto tal y como soy, y eso me
define bastante bien.
—Entonces espero que mi sinceridad sume a la hora de
tomar una decisión. —Cogió el último trozo de pizza y cerró
la caja.
—Aún no hemos hablado nada de trabajo, así que no sé
con base a qué debo tomar decisiones.
—Es cierto, disculpa si esto te ha dado una impresión
equivocada y parece más una cita que una reunión.
—¿Eres siempre así de creído?
—Eres tú la que no querías confundirte, eso es porque
has pensado lo que no es.
—No por la situación y sí más por ti.
—¿Te he dado la impresión de querer ligar contigo?
—No lo sé exactamente, tan solo quería delimitar ciertos
límites, eso es todo. —Envolví mis rodillas con los brazos
sobre el sofá.
—¿Y para eso has decidido ponerte ese pijama
minúsculo? —Vi cómo sus ojos se posaron en mi escote.
—¿Te molesta?
—Enseña más de lo que me gustaría ver.
—Puedo ponerme algo más decente, esta es tu casa y tú
pones las normas.
—Si tú estás cómoda así…
—Habla claro, ¿quieres o no quieres que me tape más?
—Supongo que no. —Suspiró hastiado.
—Entonces, ¿a qué ha venido eso? Que una mujer se
vista como quiera no significa que esté mandando señales
de que quiera que te la tires.
—No he dicho eso, pero siento no poder evitar mirarte.
—No me importa que lo hagas, solo es un cuerpo, pero
me molesta que pienses que estoy buscando algo por llevar
unos shorts y una camiseta ligera.
—Siento haber dicho eso —dijo cabizbajo.
—A veces eres como un corderito. Sobre todo cuando te
sientes acorralado —me atreví a decir a pesar de conocerlo
de tan poco tiempo.
—No soy ningún sumiso, si es a eso a lo que te refieres.
—Con tu padre, por ejemplo, me ha parecido ver que
tienes una relación algo tóxica. ¿Quién llama padre a su
progenitor en estos tiempos?
—Es una manera de ofrecerle mis respetos.
—El respeto no se mide con palabras arcaicas, es otra
cosa más allá de un vocabulario austero y poco afectivo.
¿Qué te pasa con él?
—¿Piensas psicoanalizarme?
—Solo intento conocerte mejor. Me parece que la
seguridad que tienes en ti mismo se esfuma cuando ciertas
personas están delante, como por ejemplo yo.
—Puede que mi padre tenga ese poder sobre mí, pero no
es tu caso.
—Sí lo es, mi seguridad supera a la tuya y te sientes
intimidado e incapaz de llevarme a tu terreno. No es solo
cosa tuya, le pasa a mucha gente conmigo. A veces resulta
divertido.
—¿Te divierte jugar con la gente a tu antojo?
—No juego con la gente, es algo involuntario, soy así y,
como te he dicho, me acepto como soy. ¿Tú sabrías definirte
con tus virtudes y defectos, y aceptarlos?
—Por supuesto que sí —dijo con determinación, como si
eso le aportara toda la seguridad, que en efecto se había
evaporado a medida que nuestra conversación avanzaba.
—Entonces, aceptas que tu padre te encoje las pelotas
cada vez que te da una orden.
—Lo acepto porque es mi padre y le debo ser quien soy.
—Eres un Mcmillan, eso ya es mucho. —Me estiré hasta
la mesa para beber un poco de vino y volví de nuevo a mi
posición.
—No solo por eso, sé que piensas que soy un niño de
papá, pero no es así. Tengo que soportar estúpidas
exigencias por ser un Mcmillan y por ser el único hijo de un
hombre despechado que no perdona el abandono de su
mujer. —Noté cierto rencor en su voz.
—¿No tienes madre?
—Todo el mundo tiene una, pero ella decidió irse con otro
hombre cuando yo tenía diez años y nuestra relación es
cordial, solo eso. No entendí por qué no me llevó con ella,
aunque en cierto modo entiendo que mi padre tenía mucho
más que ofrecerme económicamente y pensó que era lo
mejor para mí. Él me dio todo, estuvo ahí cuando lo
necesité. Mi deber es devolverle todo eso, ¿no crees?
—Bueno, en parte sí, pero eres un adulto y te gustará
tomar tus propias decisiones.
—Y las tomo, ¿qué te hace pensar que no? —Se cruzó de
brazos y exigió una respuesta. Me había metido en terreno
pantanoso.
—Yo no debería estar aquí invadiendo tu intimidad y
volviéndote loco con mis incoherencias. Podrías haberte
negado.
—Quizá quería que vinieras.
—¿Por qué razón querrías meter a una desconocida en tu
casa?
—Esperaba verte con un minipijama, tal vez.
—¿Intentas confundirme de nuevo?
—Creía que la experta en desconcertar a la gente eras
tú.
Nos quedamos en silencio mirándonos fijamente.
La tensión sexual era palpable. Jude, incluso, movió su
culo unos centímetros hacia mí con uno de los cojines
tapando su entrepierna.
—Esto es una mala idea —dije poniéndome en pie.
—¿Qué es una mala idea?
—Besarnos, magrearnos y acostarnos, en ese orden.
—¿Quién ha dicho que vamos a acostarnos?
—Tu expresión corporal. —Sentí cómo la respiración se
me aceleraba.
—Pues puedes estar tranquila. No se me ha pasado por
la mente en ningún momento la imagen de nuestros
cuerpos desnudos rozándose bajo las sábanas.
—Tienes razón, resulta asqueroso.
—No pienso hacerte cosas que nunca te han hecho ni
que grites hasta quedarte afónica.
—¡Claro que no! No podría pedirte tal cosa.
—Ni lo sueñes, Melissa, ni siquiera un beso intenso como
preámbulo al polvo de tu vida.
—Jamás esperaría eso de ti.
El calor de mi cuerpo era tan intenso que sentía la piel
arder. Es lo que tiene jugar con fuego, que los pelillos
empiezan a chamuscarse y la temperatura corporal sube
hasta el punto de romper un termómetro de mercurio. Pero
yo, en parte, tenía la culpa de aquella combustión
espontánea, me lo había buscado tensando la situación.
—Entonces no se hable más. Tendremos que seguir
utilizando Tinder para esas cosas —dijo cuando me vio allí
parada con cara de extasiada.
—Claro —dije volviendo a la realidad—. Si me disculpas,
creo que debería de irme a la cama.
16
Jude
—Estoy de acuerdo, mañana será un día intenso.
—Entonces, buenas noches, señor Mcmillan.
—Buenas noches, señorita Willing.
Me perturbó que me tratase de usted cuando debajo de
mi cojín tenía la polla a punto de explotar. Era un
formalismo que pretendía diferenciarnos y respetarnos y, en
mi estado, no me sentía merecedor de aquello.
Su físico y su psique me volvían loco, sobre todo sus ojos,
capaces de transmitir un todo difícil de encontrar en otras
mujeres que se habían cruzado en mi camino. Melissa
parecía no necesitar nada y menos a nadie, y eso me
complicaba las cosas a la enésima potencia.
Y me ponía cachondo, mucho, hasta el punto de esperar
que se durmiera profundamente para aliviarme el dolor de
entrepierna en la soledad de mi habitación.
Hacía tiempo que no me castigaba la polla pensando en
ninguna mujer, pues siempre encontraba compañía cuando
necesitaba un poco de sexo sin compromiso. Pero no podía
hacer una llamada y meter a nadie en mi casa con ella allí,
eso sería poco decoroso después del momento que
acabábamos de vivir y echaría por tierra los designios de mi
padre si ella se enteraba.
Melissa Willing era un peligro andante capaz de nublarme
la razón y despertar en mí instintos depredadores poco
acordes con su visita a Seattle. No sabía cuál de los dos iba
a ser la víctima de todo el plan trazado por el gran jefe de
Mcmillan Publishing, me gustaba conseguir todo lo que me
gustaba, y ella me gustaba mucho.
Había afirmado que yo no sabía tomar decisiones
propias, y desde ese momento se había convertido en un
reto personal: quería conquistar a Melissa Willing y
demostrarle que no me intimidaba tanto como ella creía, y
que podía entrar en su juego, derribando finalmente ese
muro firme que ella había interpuesto entre los dos.
17
Melissa
Aquella mañana rompí todos mis hábitos. No era mujer
de mucho madrugar. Quería experimentar esa sensación
única de ser la primera en ver la luz del día, intentar definir
la paz que necesitaba consultando al horizonte. Y lo hice,
coincidí con el primer rayo de sol en aquella casa
fascinante, con una variedad de colores en el cielo como
únicos testigos de la tímida salida en escena del astro.
Me había preparado un café y sentado en una de las
sillas del porche con una chaqueta de lana fina, a esas
horas la fuerza del sol aún no se apreciaba y la brisa marina
te dejaba helada. Y pensé en esos lugares que solo ves en
sueños y, por primera vez, la imagen se hizo real frente a
mí.
—Buenos días —la voz de Jude me sobresaltó.
—Lo siento, ¿te he despertado con el ruido de la
cafetera?
—No, tranquila, suelo levantarme temprano para ir a
correr.
—Tienes suerte de disfrutar de esto todo el año —dije
volviendo la vista al frente para no deleitarme demasiado
con la visión desnuda del torso de Jude, vestido únicamente
por un pantalón largo de pijama a rayas.
—La verdad es que, aunque lo haya visto cientos de
veces, no deja de impresionarme. —Se apoyó en el quicio
de la puerta haciendo que sus abdominales se abultaran.
—¿No tienes frío?
—No, estoy acostumbrado, además, es bueno para la
circulación.
—Pues yo debo de tener las arterias atrofiadas, no
soporto muy bien el frío.
Ambos permanecimos callados hasta que el sol hizo su
total acto de presencia.
—¿Qué haremos hoy? —pregunté.
—Como te he dicho, tenía previsto salir un rato a correr,
luego podemos desayunar como Dios manda en algún sitio
de la zona.
—Me parece bien.
—Puedes acompañarme a hacer la ruta de cardio si te
apetece.
—Seguiré atrofiándome las arterias en casa, no me va
mucho el deporte.
—Como quieras —dijo antes de entrar de nuevo en la
casa.
Me quedé un rato más contemplando las aguas del mar
sin fuerza para dibujar una ola. Observando la llanura larga
y monótona, blanca y brumosa.
Cogí mi móvil e hice una foto del paisaje, y luego un
selfie para mis redes sociales. No era muy dada a publicar
fotos personales, pero de vez en cuando me gustaba
alimentar a mis seguidores con momentos íntimos para
empatizar con ellos.
Apuré la taza de café y me levanté para entrar en la casa
con cierta melancolía. Echaba de menos el calor de mi casa
y encontrarme a Di para charlar y expresar libremente cómo
me sentía en esos momentos. Una intrusa que le habían
asignado a Jude para hacer de niñero.
En parte, me sentía incómoda. No solo por estar fuera de
mi área de confort, también por la situación extraña de la
noche anterior.
Todo hubiera sido más sencillo de ser dos almas libres de
retozar según las necesidades de nuestros cuerpos, pero no
era así. No era un encuentro pactado, más bien impostado,
y el cometido de aquel fin de semana era llegar a un
acuerdo editorial por ambas partes.
Me di una ducha rápida, no estaba sucia, me había dado
un baño la noche anterior, pero me vendría bien para
despejarme y encarar mejor el día.
Me coloqué ropa cómoda y me peiné los rizos con un
poco de agua con los dedos.
Eran casi las diez y Jude aún no había vuelto de correr,
así que bajé a la playa.
La playa de Alki ofrecía kilómetros de arena oscura y
conchas, así como las impresionantes vistas a través de las
apacibles aguas de Puget Sound del centro de Seattle,
además de las islas Bainbridge y Vashon.
Se respiraba paz, la gente aún no la había masificado a
esas horas, y disfruté de un paseo con los pies descalzos
por la orilla hasta que vi a Jude acercarse corriendo hacia
donde yo estaba.
—Siento haber tardado tanto, hoy necesitaba quemar las
calorías de la pizza. No suelo comer esas cosas. —Se paró
frente a mí con la respiración entrecortada y el sudor
resbalando por su frente y brazos.
—Tranquilo, no hay prisa, estoy muy bien aquí.
—Te prometí un desayuno decente y tenemos que hablar
de negocios.
—Me parece bien. —No estaba muy elocuente y no tenía
mucho más que decir.
—Vale, dame diez minutos como mucho —dijo antes de
emprender la marcha hasta las escaleras que conducían a
su casa.
Hay tres cosas en la vida que no puedes elegir. La
primera, son tus enemigos. La segunda, tu familia. La
tercera, las personas en las que pones los ojos y todos los
sentidos. Mis ojos en ese momento se quedaron estáticos en
un punto fijo: el culo de Jude.
No había dormido bien, el calentón me duró un par de
horas, recordando aquella conversación y la cercanía que él
intentó adoptar con aquel cojín tapando una muy clara
erección.
¿Realmente él quería que aquello pasara? ¿Que nos
dejáramos llevar por las emociones sexuales?
Las palabras de Di me habían calado sin yo quererlo. La
Mel loca e impulsiva había quedado a un lado y había sido
sustituida por una más coherente, más madura, incluso
sincera consigo misma.
No podía lanzarme a los brazos de los hombres por muy
buenos que estuvieran y que estos me tomaran en serio.
Mi visita a Seattle se debía a mi talento, a mi parte más
sensible plasmada en verso en los libros, no eran unas
vacaciones pagadas para montarme una fiesta bajo las
sábanas de un hombre atractivo.
No sé en qué momento me di cuenta de que la vida es
como la primera partida de ajedrez. Cuando empiezas a
entender cómo se mueven las piezas, ya has perdido. Y yo
sentía que había perdido algo, pero no sabía exactamente el
qué.
18
Melissa
Odio los centros comerciales, me gustan tan poco que no
he pisado uno desde las Navidades pasadas. El que tenía
delante era feísimo, una mole de hormigón y cristal, un
fastuoso templo al comercio.
Odiaba tener que pasarme parte de la mañana allí
metida, rodeada de todo aquel decorado perfecto y
artificial, lleno de aire acondicionado, de la luz blanca de
focos impersonales, cuando podíamos estar en algún lugar
al aire libre.
—¿No había un lugar mejor al que venir? —Me mostré
molesta porque lo estaba, no tenía que fingir para agradar a
nadie y mucho menos a Jude dadas las circunstancias.
—Suelo venir a la cafetería del ático, es un sitio elegante
donde hablar.
—Ya te dije ayer que todos tu intentos por impresionarme
no te van a servir de nada, soy una mujer sencilla —dije
cruzando la puerta del ascensor sin muchas ganas.
—Cuando yo vaya a Nueva York puedes llevarme donde
quieras. Ahora estás en Seattle y mi vida es esta. No
conozco otras cosas, y para los temas que vamos a tratar
prefiero estar en terreno conocido y seguro.
—¿Estás dando por hecho que te invitaré a venir a Nueva
York? —Solté una risa irónica.
—No hace falta que me invites, puedo ir solito.
—Y apuesto a que tendrás alojamiento en casa de alguna
de tus amiguitas. —No me paré a pensar en lo que había
dicho.
—Mis asuntos personales no son de tu incumbencia.
—Lo sé, solo quería corroborar lo machito que eres —dije
cruzando de nuevo las puertas del ascensor hasta la salida.
Me topé con una enorme terraza de bonitas vistas pero
decorada con plantas artificiales, claro, las plantas de
verdad producen oxígeno y podrían contaminar aquel
entorno de plástico para ricos.
—¿Me has traído al sitio más impersonal de Seattle
adrede o es que realmente es tan artificial como tú?
—¿Qué tiene de malo este sitio?
—Lo más parecido que hay aquí a un ser vivo son los
clientes. —Cogí una de las hojas de una planta y puse cara
de asco.
—¿Era un requisito indispensable que el lugar fuera un
vergel de fauna y flora? Vamos a comer algo y a centrarnos
en los intereses de tu visita a Seattle.
—Mis intereses son más lícitos que los tuyos. Da la
sensación de que la comida se me va a atragantar con tus
aires de señor de negocios y, como no podía ser de otro
modo, este centro comercial es una enorme máquina de
hacer dinero. No me extraña que te sientas cómodo aquí.
—¿Podrías por un momento dejar el hacha de guerra a un
lado? Te juro que estoy intentando desde ayer hacerte la
estancia agradable, pero veo que todos mis esfuerzos son
en vano. —Se mesó el pelo y resopló.
—Te costará un plato de tortitas como ese. —Señalé una
de las mesas donde una niña estaba disfrutando de un plato
de pancakes con sirope de arce.
—Te pediré dos si con eso consigo que dejes esas malas
pulgas enjauladas.
—Vale, que el segundo nos lo pongan para llevar. Ya
conocemos tus habilidades en la cocina y no quiero morir de
hambre. —Me reí por dentro mientras tomaba asiento en
una de las mesas libres. Resultaba muy entretenido sacarlo
de sus casillas.
—Bien, ahora, si no te importa —forzó una sonrisa—, me
gustaría que me contaras qué esperas de una editorial.
—Hasta hace un par de semanas, nada.
—Me refiero a cuáles serían tus expectativas para con
nosotros.
—Creo que lo que yo espero del mundo editorial dista
mucho de lo que ahora mismo me podéis ofrecer.
—Prueba a contármelo y te diré si coincidimos.
—Está bien. En primer lugar transparencia. Como sabrás
Amazon te permite ver a tiempo real las ventas, las lecturas
y el cálculo estimado de regalías diarias.
—Ese tipo de datos son parte exclusiva de la editorial.
—¿Por qué? ¿Bajo qué pretexto?
—Bajo ninguno en especial, a final de año se te pasa la
relación de ventas y beneficios.
—¿Y quién me asegura que son reales?
—¿Te lo asegura Amazon?
—Mmmmmm, supongo que tampoco, pero su sistema da
una seguridad y un poder de control. Puedo saber cuándo
hacer mejor promoción, poner precios más competitivos e
incluso gestionar mi propia publicidad según las
necesidades.
—Lo bueno que podemos ofrecerte es dejar de
preocuparte de esas cosas. Todo el peso de la promoción y
gestión publicitaria recaería sobre nosotros.
—Es mi trabajo y me encanta el trato con el lector día a
día. No quiero convertirme en alguien inaccesible.
—Eso lo puedes seguir haciendo.
—Sí, pero no con la misma seguridad de si lo estoy
haciendo bien.
—Lo sabrás porque yo te iré informando de cómo están
las ventas si es lo que necesitas.
—¿Vas a llamarme dos veces al día para informarme de
cuanto he ganado y vendido, siete días a la semana?
—Quizá no tanto, pero podemos hablar de números cada
mes, por ejemplo.
—¿Números reales? —pregunté justo cuando el camarero
vino a tomarnos la comanda.
Esperé a que Jude pidiera el almuerzo y me respondiera.
—Gracias —dijo devolviéndole la carta—. ¿Por qué
piensas que queremos engañarte? —Volvió a centrar la
mirada en mí.
—Porque os estáis tomando demasiadas molestias
conmigo, y eso solo lo haría alguien que sabe que puede
obtener un gran beneficio a mi costa.
—No te negaré que es uno de los objetivos de un
negocio. Invertir y sacar rendimiento a los productos por los
que apuesta, pero de ahí a estafar a la gente hay un trecho.
—Eso tampoco me gusta. Que me tratéis como un
producto, porque soy una persona.
—Me refería a los libros.
—Igualmente ellos son mis hijos, no quiero darlos en
adopción a unos depredadores que quieren sacarle hasta los
higadillos.
—Hablas de nosotros como si fuéramos una red de
tráfico infantil. ¿Nunca has comprado un libro en una
librería, Mel?
—Cientos de ellos.
—Entonces, te debes sentir una cómplice de toda esa
treta empresarial que según tú tenemos montada.
—Yo lo hago por el bien del autor, no es lo mismo.
—Y nosotros también, y tan culpable es quien comete el
delito —hizo las comillas con los dedos a la palabra— como
el que lo apoya engrosando nuestras arcas.
—¿Así que lo admites?
—No, te saco de tu craso error. Como te he dicho,
nosotros queremos el bien del autor tanto o más que tú. Si
no vende, los únicos que perdemos somos nosotros. ¿Eres
consciente de cuánto cuesta hacer una tirada a nivel
nacional?
—Nunca me lo he planteado.
—¿Sabes cuántas personas trabajan para que los libros
salgan impecables al mercado? ¿A toda la gente que
Mcmillan Publishing da trabajo? Si todos los autores
pensaran como tú, dejarían de existir las librerías. La gente
saquearía las bibliotecas para llevarse un ejemplar a casa,
sería un bien cultural escaso y miles de familias se verían en
la calle.
—Sí, y los zombis atacarían la ciudad. —No pude evitar
resoplar y poner los ojos en blanco.
—No te burles. Igual he exagerado un poco, pero quiero
que entiendas que no somos tus enemigos ni queremos
explotar tu talento solo en nuestro beneficio. Es un trabajo
conjunto, en el cual ambos nos necesitamos. Yo amo la
literatura tanto como tú.
—Entonces por fin tenemos algo en común.
—Quizá tengamos más cosas en común de las que te
imaginas.
El camarero vino con los cafés, las tortitas y un cruasán
para Jude.
—Que aproveche —me dijo dándole un bocado a su bollo
y alzándolo en mi dirección después.
—Gracias, igualmente. —Sonreí sinceramente, aquellas
tortitas tenían una pinta deliciosa, tanto o más que Jude
cuando hablaba apasionadamente de las cosas que le
gustaban. Y se notaba que le importaba mucho su trabajo.
19
Jude
Daba gusto verla comer aquellas tortitas de aquel modo.
Era cierto cuando afirmaba que disfrutaba de verdad de las
pequeñas cosas de un modo imperfecto.
No gozaba de los modales que me fueron inculcados,
pero había algo en ella encantador y adorable. Su compañía
hacía juego con el bonito día de cielo azul. Me sacaba de
mis casillas, pero en cierto modo me generaba un bienestar.
—¿Qué más cosas tienes pensadas hoy? —dijo
limpiándose un churretón de sirope con el dedo índice sin
soltar el tenedor.
—¿Qué te apetece? —Apoyé los codos en la mesa y me
sostuve la cara entre las manos.
—Algo divertido, atrevido, muy Seattle.
—¿Qué es algo muy Seattle?
—No sé, si esto fuera Nueva York te llevaría al Soho o a
navegar por el río Hudson, algo muy New York.
—Muy de turistas de Nueva York, dirás.
—¿Qué haces tú los sábados?
—Suelo quedarme en casa. Leo, hago ejercicio, pido
comida china, veo algún documental.
—Aburrido. —Frunció los labios.
—Puede que lo sea, pero pásate catorce horas en la
oficina de lunes a viernes y después me lo cuentas.
—¿Te compensa?
—¿El qué?
—Tu trabajo. ¿Te compensa dedicarle tantas horas para
pasar después los fines de semana haciendo nada en tu
casa?
—Ya te dije que me gusta lo que hago. No conozco otro
modo de vida.
—Entiendo que no sabes cómo sabe un plato de tortitas
como este, ni que jamás te atreverías a que te cayeran
churretones por la cara.
—Lo cierto es que hace tiempo que no las como, y no,
suelo ser más decoroso comiendo.
—¿Te parece asqueroso que haga esto? —Cogió parte del
sirope que quedaba en el plato con el tenedor, lo alzó y dejó
que un hilo del mismo cayera directo a su lengua.
—No, pero no veo necesario hacerlo.
—Yo creo que es muy necesario hacerlo —afirmó con
rotundidad, dándole el peso que merecían sus convicciones
—. Hay mucho que aprender de los niños. Aman sin dudar,
abrazan sin previo aviso y pintan en las paredes. Son muy
de compartir y entender.
Verla filosofar con aquella intensidad innata de un
escritor me resultaba demasiado tentador. Tenía una boca
pequeña pero bien perfilada, formando un corazón. No
podía evitar centrarme en sus labios cuando hablaba e
imaginar callarlos con un beso que la dejase sin aliento. Era,
sin duda alguna, la mujer más achuchable que había
conocido, igual que una niña pequeña que cambia de humor
tras una rabieta y quieres abrazar de puro alivio.
—Tengo el sitio perfecto.
—No están mal las sillas, pero para ser un lugar de pijos,
podrían ser más cómodas —dijo dándole el último lametón
al tenedor y no pude evitar reírme.
—No, no —volví a soltar una carcajada ante la mirada
dudosa de Melissa—, me refiero al lugar donde vamos a ir
ahora.
—¿No habrás pensado en un parque de bolas? He dicho
que hay que aprender mucho de los niños, no que me
gusten hasta ese extremo.
—Es mejor que eso, confía en mí. —Me levanté dispuesto
a pagar la cuenta.
Mel tenía razón. Hacía mucho tiempo que no hacía algo
espontáneo, algo que emocionara a mi lado infantil, ese que
aseguran que todos tenemos dormido en alguna parte de
nuestro cerebro. Y ella, ella lo despertaba con sus
ocurrencias y con esa forma tan audaz de ponernos a
ambos a mil con una conversación en la que discerníamos
constantemente, calmando las aguas después para sacarme
una sonrisa.
20
Jude
—¿Qué tipo de monstruosidad es esa? —Se quedó
parada en el muelle con la vista alzada al cielo.
—Es una noria. ¿No me irás a decir que tienes miedo a
las alturas?
—¿Te parece esta la cara de una mujer que no lo tiene?
—Vamos, querías algo atrevido. Puedes enfrentarte a tus
miedos, es lo más temerario del mundo.
—Me refería a tomar unas cervezas en la playa, bañarnos
desnudos, tocar puertas y salir corriendo… Esto es una
jodida rueda gigante de la que podríamos caer y quedarnos
hechos una pegatina.
—Es un icono imperdible de la ciudad. ¿En serio vas a
rajarte?
Una de las ruedas de ferri más grandes de EEUU, la Gran
Rueda de Seattle, la había dejado clavada en el suelo de
madera del paseo marítimo, casi al borde de un ataque de
pánico. Y era entendible. Aquel armatoste de hierro estaba a
una altura por encima de 175 pies y debía de pesar como
cinco millones de libras.
—No pienso subirme ahí.
—Son góndolas cerradas, es imposible que te caigas al
vacío.
—¿Y si se desprende y nos sumergimos con ella al fondo
del mar? No soy una ardilla intrépida como Arenita, ¿sabes?
—¿Quién es Arenita?
—La amiga de Bob Esponja. ¿Qué clase de cultura
tienes? —Me miró como si no saber ese dato me convirtiera
en una aberración analfabeta.
—No suelo ver dibujos animados.
—Pues deberías, esos dos son el mejor dúo cómico de la
historia televisiva.
—Dudo que nos superen a nosotros en estos momentos.
—¿Acaso te hacen gracias mis fobias?
—Me sorprenden, nada más.
—Soy una mujer fuerte y decidida, pero tengo mis
debilidades, y esa rueda de hámster gigante es una de
ellas.
—Pues me dirás qué hacemos, porque el plan de llevarte
a la Space Needle tampoco debe de hacerte mucha gracia.
—Me encantan todas las vistas de esta ciudad, de
verdad, pero ¿podríamos hacer algo que nos mantuviera en
suelo firme? —Juntó las manos a modo de súplica.
—Podemos tomar algo en ese garito.
A unos poco metros de donde estábamos, había un bar
frente al mar que parecía agradable.
—Unas cervezas me parece bien —dijo aliviada.
—Te has puesto muy a la defensiva, no iba a obligarte a
subir.
—Lo has hecho para sacar mis puntos flacos a relucir, ¡si
te conoceré yo!
—En realidad, no me conoces nada, te recuerdo que
llevamos juntos apenas veintidós horas.
—¡¿Tanto?!
—Vaya, siento resultarte tan abrumador, pero yo podría
decir lo mismo de ti.
—Eres como un granito en el culo, Jude, no te lo voy a
negar, pero no me estaba refiriendo a eso.
—Voy a consolarme con que has dicho granito y no
granazo.
—Date tiempo. —Posó su mano sobre mi hombro y me
dio unas palmaditas—. A lo que me refiero es que a veces
no es necesario haber mantenido una amistad larga para
conocer a otra persona. ¿No te ha pasado nunca que has
entablado conversación con alguien nuevo y tener la
sensación de que lo conoces de toda la vida?
—No, por lo menos hasta el momento.
—¿Hablas con alguien aparte de la gente con la que
trabajas?
—Tengo amigos.
—¿De los de verdad?
—Sí, de los de carne y hueso.
Avanzamos por la pasarela y cogimos una de las mesas
libres donde daba el sol.
—No te he visto contestar ningún mensaje, ninguna
llamada de esos amigos de carne y hueso que afirmas tener
en todo el fin de semana.
—Primero, es sábado, aún no ha pasado todo el fin de
semana. Segundo, tú tampoco lo has hecho. Tercero, creo
que es de mala educación estar pendiente del teléfono
cuando se tiene compañía.
—Que no me hayas visto, no significa que no lo haya
hecho. Ayer hablé con Di y respondí unos mensajes que me
mandó Brooke. Mis amigas —remarcó con énfasis.
—Lo mismo te digo.
—¿Has hablado con Di y Brooke? —rio con su propia
ocurrencia.
—Con Simon y Grand Fulker, son gemelos.
—¿Así que es cierto?
—Que tengo amigos, pues claro que es cierto. —Levanté
uno de los brazos y llamé a la camarera que enseguida nos
tomó nota.
—No, que te has inventado esos nombres y son más
falsos que las novias canadienses.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Simon y Grand Fulker, ¿en serio? Apuesto que te han
venido a la mente por lo que está sonando en el hilo
musical. —Con el dedo en punta señaló uno de los altavoces
que teníamos sobre las cabezas cuando la camarera se fue
a por nuestras cervezas.
Estaba sonando Sound of silence de Simon y Garfunkel.
—No he estado muy fino, ¿no?
—No, pero lo has intentado.
—He dejado de lado un poco la vida social últimamente,
supongo.
—Entonces habrá que remediarlo. Una vida sin amigos es
como vivir en el desierto.
—¿Eso quiere decir que seremos amigos y dejarás de
chincharme?
—Me parece que tienes razón en eso de que apenas nos
conocemos.
—Podemos empezar de cero —propuse.
Vi en ella, por primera vez, lo que parecía una sonrisa
sincera. La vi bellísima y más niña que nunca, pues una
sonrisa sincera solo es capaz de darla el que no deja
marchar su niño interior.
La vi dudar unos instantes. Finalmente accedió.
—Soy Melissa Willing, encantada. —Me tendió la mano
sobre la mesa para que se la estrechara.
Cuando nuestras manos se entrelazaron sentí una
especie de conexión extraña. Como si la calidez de su mano
me hubiera hecho falta toda la vida. Hubiera tirado de ella y
le habría robado un beso allí mismo, sin pensar. Los besos
no deberían ser previsibles, sino sorprender cuando más
falta te hacen. Era yo quien lo necesitaba, Melissa había
aparecido en mi vida para que me replanteara lo vacío y
solo que estaba. Tuve que contenerme, no estaba seguro de
si ella también había sentido esas ganas, además, ya me
había rechazado la otra noche, aunque jamás reconocería
en su presencia que me dejó con las putas ganas.
—Jude Mcmillan, un placer empezar a conocerla.
21
Melissa
L’appel du vide, la llamada del vacío que habla de las
ganas de saltar al ver un precipicio. Yo tenía miedo a las
alturas, pero en esos momentos tenía menos miedo de caer
en su boca que la pulsión de saltar de lleno y saborearlo
hasta dejarlo sin aliento en un ataque de basorexia.
Que se hubiera expuesto a hacer el ridículo para no
parecer un marginado social, inventándose aquello de
Simon y Grand Fulker, me había parecido encantador.
¿Estaba consiguiendo destensarse y ser él mismo, o me lo
parecía a mí? Quizá intentaba ser gracioso, el caso es que
se esforzaba en hacerme la estancia agradable. Y
agradable, por sí solo, era verlo a él con aquella camiseta
negra que le apretaba los brazos en la costura de la manga
corta. Sus ojos parecían estar bañándose desnudos en el
agua del mar del paisaje. Y su sonrisa, ¡joder con su sonrisa!
Era capaz de alegrarme la vida o desordenarla a partes
iguales.
Me di un toque mental y me obligué a poner de nuevo los
pies en el suelo.
—Este es nuestro primer contrato.
—¿Eso quiere decir que habrá un segundo con Mcmillan
Publishing? —Noté cierta tensión en su expresión corporal.
—Eso quiere decir que traigan esas cervezas ya o moriré
por deshidratación. Quiero brindar por ello.
No quería darle una respuesta tan pronto. Sentía que
Jude necesitaba ese fin de semana más que yo, una amiga
con la que divertirse y volver a conectar con él mismo. Tenía
dudas de si una pronta decisión haría que su interés por mí
se desvaneciera como un puñado de arena entre los dedos.
No quería perder aquello que teníamos y que nos uniría
durante treinta y seis horas más. La camarera tardó poco
tiempo más en traernos las cervezas.
—Por nuestra amistad. —Alcé la jarra y extendí el brazo
al centro.
—Por nuestra amistad, sin piques —dijo Jude.
—Sin piques. —Sonreí complacida.
No sé cómo acabamos montados en un ferri para
adentrarnos en Puget Sound. Habíamos bebido tres
cervezas cada uno y me sentía algo achispada.
Aquellas bahías de brillantes aguas azules, frondosos
bosques verdes, playas de arena se extendían unas cien
millas desde Deception Pass en el norte hasta Olympia en el
sur.
—¿Dónde va a dejarnos este barco exactamente? —
pregunté cogiéndome de la barandilla para no perder el
equilibrio.
—En las islas San Juan.
—Se nos hará de noche.
—He pensado que podríamos alojarnos allí y aprovechar
mañana para participar en un avistamiento de orcas.
—¡Vamos con lo puesto!
—¿Y qué? ¿Qué necesitamos aparte de una tarjeta de
crédito de la empresa para pasar una noche allí?
—¿Piensas gastar dinero de la editorial en esta locura? —
La idea me pareció atrevida.
—Cualquier cosa que implique negocio es gasto de
empresa.
—Hemos firmado un pacto de amistad, esto ha dejado de
ser mercadería simple.
Me molestó que usara el término negocio para calificar
aquella escapada. Como si llevarme a esas dichosas islas
fuera mero protocolo para tenerme contenta y que firmara
ese maldito contrato con ellos.
—Y lo somos, solo hay que aprovechar los recursos que
nos brinda mi papaíto. —Se mesó el pelo. En sus ojos
también se notaba la embriaguez—. Nunca he hecho algo
así con la tarjeta de la editorial, tómatelo como una locura
de los dos.
—¿Y por qué hoy?
—Porque me has emborrachado y arrastrado a tu forma
espontánea de ver la vida.
Aquel barco dio una sacudida y Jude se abalanzó sobre
mí involuntariamente, quedando muy cerca el uno del otro.
Noté algo en sus ojos que hizo que mi bajo vientre también
diera un respingo. Olía demasiado bien como para pasar por
alto lo bien que combinaba su fragancia con su más que
evidente atractivo. Era un poco más alto que yo, y eso me
permitió quedar a la altura de su clavícula y absorber, como
por instinto, todas las notas amaderadas de su perfume
masculino.
En ese justo momento me hubiera gustado echar nuestro
pacto de amistad por la borda, nunca mejor dicho, y
convertirlo en algo más.
Cuando el alcohol y el buen rollo recorren tus venas, es
difícil controlar tus instintos, pero hice acopio de la poca
fuerza de voluntad que me quedaba para mantenerme todo
lo sobria que las tres jarritas de cerveza me permitían.
—¿Estás bien? —Se separó de mí y se agarró también a
la barandilla suspirando.
—Sí, es solo que estoy algo mareado.
—Tranquilo, podemos ir a sentarnos dentro. Nos vendrá
bien un poco de estabilidad, a los dos.
—¿Puedes sostenerme hasta allí?
—Claro, no hay problema.
Lo hubiera sostenido hasta allí y hasta la luna si hubiera
hecho falta, y me sentí estúpida por pensar de ese modo.
Nunca, en toda mi vida, me había sentido tan vulnerable
frente a un hombre. Y a decir verdad, toda mi visión de Jude
había cambiado de un instante a otro.
Sí, desde que me llevó a Queen Anne Hill había
imaginado mil escenas sexuales con él, no voy a mentir,
pero lo que despertaba en mí ahora era algo nuevo y
fascinante. Que abriera un poco su corazón me había
ablandado, ya no lo veía un hombre de negocios sin
escrúpulos, ese era su padre, él era otra cosa.
Pasé mi brazo por su cintura y no pude evitar erizarme
entera cuando mi mano lo agarró con fuerza. Estaba duro,
firme, atlético. Todo lo que pude adivinar que sería su
cuerpo al tacto cuando lo vi semidesnudo esa mañana era
real, y solo me separaba de su piel la fina tela de su
camiseta negra.
Incluso un atisbo de vergüenza se apoderó de mí, esa
vieja amiga que dejé atrás en mis años de instituto.
Puede que a la gente que me conoce le parezca extraño
que en mi adolescencia fuera algo retraída y nula para las
relaciones sociales, pero lo era.
La gente guay de mi instituto no me interesaba para
nada, me pasaba el tiempo callada y sumergida entre libros
que a la mayoría de jóvenes no les importaban en absoluto.
Mis prioridades en aquella época eran otras y estaba segura
de que Jude había sido esa clase de adolescente al que yo
ignoraba, y viceversa.
Apoyé mi cabeza al otro lado, el pasó su brazo sobre mis
hombros y comenzamos a andar hasta los asientos
interiores.
—Nos vamos a perder la puesta de sol —dije para romper
el silencio espeso que se había interpuesto entre ambos.
Dudaba que hubiera algo más magnífico que ver ponerse
el sol tras las montañas Olímpicas, dando las buenas noches
a toda la flora y fauna endémicas del Sound.
El clima a esas horas era húmedo y parecía que iba a
empezar a llover, ninguno de los dos llevaba ropa adecuada
para el momento, así que quizá no era mala idea
refugiarnos dentro. No dije nada y seguí la marcha hasta
estar a salvo de una posible pulmonía.
22
Jude
—Hay cosas más bonitas de ver en este momento que
eso.
Dicen que las cosas más bonitas y bellas de la vida
surgen de repente sin avisar, sin darte cuenta, de forma
natural y espontánea. Todo lo maravilloso de la vida se
compone de momentos, y aquel era uno de ellos.
Ir a la isla San Juan fue lo más improvisado que había
hecho en la vida y la había elegido a ella como compañera
de aventura. Y sin duda, ella era la cosa más bonita que
contemplar ese día. La inseguridad que le causó tenerme
tan cerca o cómo olisqueó disimuladamente mi cuello fue
tremendamente sexi.
Qué bonita estaba mirando el paisaje asombrada, con la
piel de gallina por el frío que empezaba a azorar en la bahía
y los ojos brillantes de expectación. Esa nariz respingona de
perfil y sus pequeños labios estirados en una sonrisa
complaciente, satisfecha. Mel era digna de asombro y
admiración, sabía sacar a las personas su lado más tierno,
que mostrásemos nuestros defectos sin vergüenza, que nos
sincerásemos profundamente. Quería contarle más cosas,
que ella fuera mi guía y no al revés, ella tenía las cosas más
claras que yo, y la necesitaba. Necesitaba su pasión por la
vida, su locura, su lado salvaje y guerrero. Le gustaban
tanto los misterios que sin quererlo se había convertido en
uno. Deseaba descubrirla en todas las facetas, sí, en todas
sin excepción.
Se me revolvía el estómago de pensar en cómo era mi
vida antes de conocerla, y sin darme cuenta mi mente se
había pasado el día hablando de ella y con ella. Había
disfrutado haciéndolo, y disfrutar de las cosas es tan
parecido al amor que asustaba.
Qué jodido me sentía y, a la vez, qué feliz pensando en
su sonrisa.
En la vida hay que vivir de realidades y dejar aparcadas
las ilusiones, y ella era lo más real y auténtico que se había
cruzado en mi camino.
Ella era un peligro, sabía demasiado lo que quería, pero
lo que la convertía en un verdadero riesgo era que ella sabía
lo mucho que valía. Sin embargo, yo me había
acostumbrado a un mundo de cosas caras, personas
baratas y sentimientos en liquidación.
Casi había olvidado por completo el plan de mi padre,
aunque aún sentía cierta presión. No entraba en mis planes
decepcionarlo, sin embargo, comenzaba a pensar que su
desilusión si no lo lograba podría ser la situación idónea de
escapar del lugar incorrecto para mí.
23
Melissa
A las nueve de la noche el ferri atracó en el pequeño
puerto de la isla de San Juan.
Aunque ya era de noche, se podía apreciar que era un
paraje de belleza intacta de bosques frondosos de abetos.
Había algo mágico en San Juan. Tal vez fuera por la vida
acuática del lugar y las aves en peligro de extinción que allí
vivían. O quizá fuera el lugar remoto donde estaba, en
medio de una bahía virgen, acariciada por brisas marinas y
casi en el límite con Canadá. Había merecido la pena llegar
hasta allí y vivirlo en persona.
—Nos estamos empapando —dije corriendo mientras
trataba de buscar un refugio.
—Es lo que tiene la lluvia, que moja. —Jude parecía
divertido y más despreocupado que de costumbre.
—Gracias, no conocía ese dato. —Le saqué la lengua y
después sonreí sin dejar de correr.
—No hace falta que corras tanto, no nos vamos a mojar
más de lo que estamos. Estás luchando contra lo
irremediable.
—Aun así, me gustaría poder abrir los ojos y ver bien
dónde estoy. Agradecería un par de limpiaparabrisas en la
cara en estos momentos.
—Si logras que no queden ridículos podríamos patentar
el invento.
—¿Qué haces ahí parado tronchándote de risa? —Me
obligué a parar la marcha al no sentirlo detrás de mí.
—Debe de durarme el efecto de la cerveza. —Se encogió
de hombros y volvió a reír.
—Han pasado casi cinco horas de eso, ¿tan poco aguante
tienes?
—Te estoy tomando el pelo, es que esta situación me
hace gracia. Ni siquiera sé dónde vamos a dormir. Has
hecho que se me fuera la pinza por completo montando
este plan.
—Eso no me tranquiliza. ¿No habitará la isla una tribu de
caníbales?
—Creo que no, pero seguro de que sabes deliciosamente.
—¿Me tomas el pelo, Jude? Vamos a coger un resfriado
de tres pares de narices y no tendré tan buen sabor cuando
muera entre terribles sufrimientos. La carne estará dura
como una piedra, incomible.
—Eres muy graciosa. —Ladeó la cabeza y me miró de un
modo extraño con una sonrisa en la cara.
—Estoy a dos litros por metro cuadrado de perder la
gracia. ¿Quieres moverte de una vez?
Se movió, pero de un modo lento hacia mí, sin perder el
gesto divertido en la cara. Me quedé inmóvil, con la lluvia y
el frío calándome hasta los huesos. No tenía muy claro
cuáles eran sus intenciones hasta que lo tuve tan cerca que
su respiración se confundió con la mía.
La ropa se nos pegaba al cuerpo hasta hacernos parecer
desnudos con tintes de color.
Su mano acabó en mi nuca y nuestras miradas se
entrelazaron llegando a mostrar lo que nuestros cuerpos
ocultaban. Nos convertimos en dos cíclopes, nos miramos
tan de cerca que nuestros ojos se agrandaron y
superpusieron, respirando confundidos.
Y me besó. Fue el tipo de beso del que no podrías hablar
en voz alta con tus amigos. Me hizo una propuesta
indecente con su lengua haciéndome temblar como el
reflejo de la luna sobre el agua.
Fue un beso ruidoso, un secreto de los que se dicen en la
boca y no en los oídos.
Hacer aquello con Jude podría ser un error, pero que bien
sabía. Lo estaba haciendo con la boca y con el hambre,
dejando una marca en mis labios y en mi alma.
No habíamos dormido juntos, pero la mezcla de nuestras
salivas, la urgencia, las putas ganas que estábamos
poniendo en comernos de aquella forma, denotaba que
ambos nos habíamos hecho el amor con la mente la noche
anterior.
24
Jude
Cuando le dije aquello de: «seguro que sabes
deliciosamente», supe que lo comprobaría por mí mismo ahí
y en ese preciso instante, en el que su ropa mojada
marcaba su precioso cuerpo y abultaba sus pezones. Parecía
una criatura indefensa intentando calentarse el cuerpo con
sus propios brazos sin éxito. Llovía. Y en medio del bosque
la lluvia intensa provocaba la niebla más espesa que jamás
había visto. Pero en ese momento solo podía notar que
temblaba y que sus dedos se clavaban sin poder evitarlo en
sus brazos cruzados. Me hubiera gustado ser un ángel de la
guarda para protegerla, pero solo era un hombre rendido a
sus encantos. Ambos necesitábamos calentarnos y no pensé
mucho más. Me bastaba con dejar una huella imborrable en
su corazón y vivir allí para siempre en caso de morirme.
Estaba preparado para demostrar más y decir menos sin
arrepentirme de nada. Quería vivir el momento, hacer lo
que el cuerpo me pedía y lo que me pediría después de
saborearla. Un beso tan largo como la distancia que había
entre ella y yo.
No éramos novios ni amantes, tal vez ni siquiera tan
amigos, pero para mí, ella, era irremplazable en ese
instante.
La besé, su cuerpo temblaba y comprobé que sus labios
eran una caricia necesaria. Cuando unimos nuestras bocas
supe que había un idioma que solo ella y yo entendíamos,
algo que solo ella y yo queríamos.
—Me estás encantando de una manera que no
entenderías aunque te lo explicara —dije con el pulso
acelerado.
—Y yo no sé qué es lo que quiero, salvo que deseo seguir
esto en una habitación en condiciones.
—Melissa, no sé lo que significa enamorase, no sé lo que
es amar, la verdad, y lo único que sé es que quiero bajar tus
bragas, hacerte el amor, llenarte de caricias y besos
mientras poco a poco te llevo a la locura.
La noche era para los amantes y los días para los sueños.
Quería follármela de tal manera que olvidara que alguna vez
fue de alguien más. Ella era pura tentación, un torbellino
que me hipnotizaba y me atraía sin límites ni fronteras.
—Ya estamos locos, y yo tampoco sé lo que es el amor
verdadero y si realmente existe. Solo sé las ganas que te
tengo. Has hecho que empezara a llover también entre mis
piernas.
Cargué con ella y comencé a buscar con urgencia un
lugar donde resguardarnos y pasar la noche.
Entrelazó sus brazos en mi cuello y yo sentí una vez más
su cercanía.
¿Alguna vez has enterrado la nariz en un cuello,
deseando quedarte dormido ahí para siempre?
Yo lo sentí en ese preciso instante en que su frágil cuerpo
tembló de frío entre mis brazos. Haciendo que mis ganas de
hacerle el amor hasta que dijera basta se multiplicaran por
mil.
Y corrí cargando con ella hasta avistar una casita de
madera. Había algunas más parecidas, así que supuse que
era un hotel.
Sin saber si había alguien alojado en ella, subí las
escaleras hasta el porche y la dejé allí.
—No te muevas de aquí, vuelvo en un momento.
—No tardes, por favor. —Tenía los labios violáceos y le di
de nuevo un beso para aportarles calor.
—Iré a buscar la recepción, esto debe de ser un hotel. —
Le acaricié la mejilla y le volví a pedir que se quedase
resguardada allí, y ella tan solo asintió.
Bajé de nuevo las escaleras con rapidez y busqué con la
mirada algún cartel que anunciase el camino a la recepción
de aquel complejo de casas de madera, y lo vi: West Beach
Resort.
En menos de dos minutos, llegué a la recepción y
pregunté si la casa donde había dejado a Melissa estaba
disponible. Debía de ser mi día de suerte, pues lo estaba.
No sé exactamente el tiempo que tardé en hacer el
checking, pero no fue mucho. Quedé en darle la
documentación de mi acompañante en otro momento, y la
chica accedió sin poner demasiadas pegas.
Cuando volví, Melissa estaba encogida en uno de los
sofás de madera y cojines de esponja del porche. Parecía
dormida, tal vez hipotérmica. Abrí la puerta con desespero y
volví a cargar con ella para meterla dentro.
—Mel, dime algo. —Me asusté cuando vi que tenía los
ojos cerrados y no parecía inmutarse de que la estaba
moviendo.
¡Mierda! Necesitaba que entrase en calor cuanto antes,
así que la dejé en un sillón del salón y corrí al baño.
Di gracias de que hubiera una bañera. Abrí el agua
caliente y comencé a llenar la tina.
Volví a por ella y comencé a desvestirla.
Estaba asustado, pero la idea de verla desnuda en ese
estado me causó cierto morbo. Solo era una fantasía, no
pensaba bajo ningún concepto hacer nada salvo cuidarla
como se merecía. Mi prioridad era que entrase en calor. No
soy esa clase de hombres, nunca haría algo así.
—Siento hacerlo sin tu consentimiento, Mel, pero te
prometo que te pondrás bien.
—¿Jude? —Abrió un poco los ojos y sentí alivio.
—Sí, soy yo. Necesitas entrar en calor.
—Vale.
—Esa es mi chica.
Qué bonita era. Su cuerpo blanquecino y frágil frente a
mí, nunca antes había conocido a una mujer que me
causara tantas sensaciones.
Tenía una belleza tan natural que era imposible resistirse
a ella.
Me deshice de mi ropa mojada también.
La cogí en volandas, la pegué fuerte contra mi cuerpo
hasta entrar en el baño y sumergí en la bañera sin dejar de
sujetarla. No comprobé siquiera cómo estaba el agua, di
gracias de que no estuviera demasiado caliente y abrasarla,
por suerte, había regulado bien la temperatura cuando abrí
el grifo.
Dudé si hacerlo o no, pero yo también necesitaba entrar
en calor, así que me metí con ella.
Apoyé su cabeza contra mi pecho y vertí agua caliente
sobre su frente una y otra vez. Después me abracé a ella
con fuerza.
—Mel, vuelve, por favor.
Sentí ganas de llorar, la culpa era mía, toda mía. Yo nos
había embarcado en aquel ferri y había dejado que nos
calásemos hasta los huesos besándola bajo la lluvia. Si le
pasaba algo, no me lo perdonaría en la vida.
—Jude, ¿dónde estamos? —la voz le salió con un susurro.
—Gracias a Dios que has vuelto a hablar. —Eché la
cabeza hacia atrás aliviado—. Estamos en una cabaña
frente al mar, dentro de la bañera con agua caliente para
entrar en calor. Te has desvanecido por la hipotermia que te
ha entrado.
—Has intentado matarme y no a polvos, eso hubiera sido
más placentero —volvió a decir con voz cansada, pero con
su habitual sentido del humor, y solté todo el aire que
esperanzado había retenido.
—Ya tendré tiempo de eso.
—Más te vale, Jude Mcmillan. —La vi sonreír levemente
aún con los ojos cerrados.
Sentí que de nuevo nos estábamos enfriando y volví a
abrir el agua caliente. Besé su frente. Todo iba a salir bien.
Vi que el jabón de cortesía del hotel estaba en el estante
de arriba y desistí la tentadora idea de enjabonarle la
cabeza y dejarnos limpios como era debido. Ya podríamos
hacerlo al día siguiente.
25
Melissa
El sol estaba saliendo, enviando gloriosos rayos de oro
hilado en un cielo azul pálido sin nubes. Miré a mi alrededor
y no reconocí el sitio donde estaba. La ventana que tenía
frente a mí me mostraba un paisaje perfecto, arbustos
bellamente recortados y abetos altos y frondosos. Y lo
recordé. Recordé que habíamos venido en ferri a la isla San
Juan y que una lluvia intensa nos recibió cuando atracamos
en el puerto.
En la quietud de la mañana, con el sonido del susurro de
las hojas, el rumor del mar y el canto de los pájaros, me
quedé mirando un punto fijo, envuelta por el letargo
provocado por una noche extraña.
¿Dónde estaba Jude y por qué estaba sola y desnuda en
esa cama?
Hay eventos en la vida que te llevan a dar un paseo por
salvajes montañas rusas emocionales que te dejan aturdido
al final, preguntándote qué diablos ha pasado, atontado y
tambaleante. Así me sentía yo.
Me obligué a levantarme y arrastré el edredón de aquella
cama conmigo para cubrirme.
Cuando llegué al salón vi a Jude dormido con una manta
en el sofá.
En ese estado relajado, era más guapo si cabía. Sus
facciones se suavizaban, no tenían esa tensión que parecía
apoderarse de él de un momento a otro haciéndole tensar la
mandíbula. Daban ganas de besarlo y despertarlo como a
Aurora en su cuento de la Bella durmiente. Pero hay una
extraña peculiaridad en la naturaleza humana: la sensación
de estar irresistiblemente impulsado a hacer algo que uno
teme.
No hice ruido, aun así, él abrió los ojos por el impresión
de sentirse observado y me miró para luego esbozar un
sonrisa.
—Me alegra verte recuperada —dijo con la voz ronca.
—¿Qué pasó anoche? —Anduve hasta un sillón cercano al
sofá y me senté pegándome el edredón al cuerpo.
—Cogiste demasiado frío y te desvaneciste. Tuve que
meterte en la bañera con agua caliente y hacer que
entrases en calor.
—¡Joder! Siento haber fastidiado la noche así.
—No es culpa tuya, fue mía. No tuve que…
—¿Hacer qué? —Ladeé la cabeza.
—¿No lo recuerdas?
—Sé todo lo que pasó ayer, pero no recuerdo cómo
llegamos hasta aquí.
—No debí besarte de aquel modo bajo la lluvia, tú
querías correr para ponernos a salvo y yo hice aquello…
—Los dos hicimos aquello, no es culpa tuya.
—No pude resistirme, Mel. —Se mesó el pelo nervioso.
—Yo no opuse resistencia tampoco. Hicimos lo que nos
apeteció a ambos en ese momento.
—Me gustaría compensarte.
26
Jude
—Recuerdo que prometiste llevarme a ver las orcas. Con
eso me doy por compensada.
No sé si llegó a notarlo, pero me sentí decepcionado.
Quería compensarla de otro modo, pero Melissa parecía no
estar dispuesta a continuar lo que habíamos dejado a
medias. Todo lo que nos dijimos en ese arranque de pasión
se había esfumado. Incluso lo que me dijo en la bañera esa
noche, pero no la culpo, estaba en un estado de
semiinconsciencia y no podía controlar lo que salía por su
boca.
—En ese caso deberíamos desayunar y ponernos en
marcha.
—¿Y mi ropa? —preguntó mirando en derredor.
—Debe haberse secado durante la noche. Dejé nuestras
prendas sobre el toallero eléctrico del baño tras darles un
enjuague con jabón en la bañera.
—Bien, iré a vestirme.
La vi indecisa y pudorosa. Arrastró aquel edredón con
ella hasta el baño, aunque debía saber que ya la había visto
desnuda, alguien tuvo que quitarle la ropa y era obvio que
había sido yo.
Me incorporé y con decisión fui tras ella.
—¿Se puede saber dónde vas? —Se giró hacia mí, me
miró de arriba abajo y centró la mirada en mi entrepierna. —
Cúbrete, por el amor de Dios, vas a sacarme un ojo con eso.
—Voy a por mi ropa , y para tu información, tenerla así
no es un acto voluntario.
—¿Puedes esperar a que me vista yo primero?
—Tengo frío, Melissa, y ayer ya nos vimos desnudos.
—¿Nos? Te vuelvo a repetir que no recuerdo nada.
—Pues ambos estuvimos dentro de esa bañera. —Señalé
el interior del baño.
—¿Me sobaste y encima lo reconoces? —Achicó los ojos y
me miró intensamente.
—¿Qué dices? Jamás haría algo así, solo intentaba
salvarnos a ambos de morir por congelación. Y te recuerdo
que vinimos desesperados hasta aquí para echar un polvo.
Dijiste que había empezado a llover entre tus piernas, así
que no te hagas ahora la sorprendida.
—¿Me estás echando en cara lo que dije en un momento
de locura transitoria?
—¿Me estás acusando tú de intento de violación?
Nos quedamos mirándonos fijamente, y su mirada me
hizo reír de lo intencionada que era. Y juro que fue un acto
de justicia cuando le robé aquel beso en la puerta del baño,
a peligro de ganarme un guantazo.
No dijo nada después, tan solo me cerró la puerta en las
narices.
27
Melissa
Vale Melissa, céntrate, pensé.
La mirada de Jude me dejaba ver todo el demonio que
podía llegar a ser.
¿Me apetecía? Mucho. ¿Era lo correcto? No, pensándolo
fríamente, no lo era.
¿En qué momento me había entrado el conocimiento? Lo
sabía, pero no quería reconocerlo. Ese hombre me gustaba
demasiado, tanto, que corría por primera vez el riesgo de
enamorarme hasta el tuétano y volver un mes después a
Nueva York con el corazón roto y un contrato editorial ligado
a ese ser, por un tiempo largo y doloroso. ¿Eso significaba
que iba a firmar ese contrato? Sí, había decidido hacerlo
aunque aún no se lo hubiera comunicado. Hacerlo no me
impedía seguir autopublicando en Amazon y había que
asumir algunos riesgos en la vida que tal vez podrían darme
satisfacciones o experiencias de vida.
Sabía reconocer lo que era un encoñamiento, algo
puramente sexual que luego no me iba a traer
consecuencias desastrosas, pero lo que me hacía sentir Jude
era otra cosa más allá de eso. Algo nuevo que podría ser el
temido amor, y no estaba en condiciones de caer en las
redes de un tipo como él que se las sabía todas. Si no pasó
nada la noche anterior, era porque no tenía que pasar. El
universo había intervenido y me había dejado inconsciente
para que no cometiera una estupidez.
No había que precipitarse, si algo tiene que pasar,
pasará, pero en el momento justo y por la mejor razón.
Si Jude estaba en el mismo punto que yo con él,
jugaríamos en igualdad de condiciones, sin embargo, no las
tenía todas conmigo.
Me miré en el espejo y traté de recomponerme. Tenía el
pelo apelmazado, ¿con qué narices me enjabonó la cabeza
Jude? Intuí que no debió hacerlo por el olor a moho que
tenía encima. Necesitaba ducharme con urgencia.
La ropa olía a jabón de manos, con una intensa fragancia
a bergamota y flores de naranjo, el mismo perfume con el
que minutos antes había enjabonado mi cuerpo en la ducha.
Era cierto que había lavado la ropa con los productos de
cortesía del hotel, y sonreí al imaginarlo frotando las
prendas como una madre preocupada.
Creo que ya lo he dicho, pero Jude tenía el don de
impulsarme a hacer algo que asusta. Como la curiosidad
que genera un diente flojo a un niño: sabe que será
doloroso, pero no puede resistirse a jugar con él,
moviéndolo masoquista mientras hace una mueca. O
rascarse una costra, sabiendo que dolerá y sangrará si se
desprende, y aun así lo haces.
Sabía que debía de guardar distancias o podía esperarme
una decepción final de proporciones supremas. Sin
embargo, tenía que explorar el terreno, jugar un poco con
él, hacerme irresistible e inalcanzable. Solo así podría
conseguir que él también conociera lo que se siente cuando
el amor empieza a patalear en tu estómago como parecía
estar haciendo conmigo. Era justo jugar ambos en el mismo
bando, y más si íbamos a formar equipo y, en ese sentido,
los dos teníamos que ser ganadores pasara lo que pasase
entre nosotros.
28
Jude
Si no hubiese sido por la vergüenza que me hubiera dado
que Melissa me pillase de aquella forma en el salón, me la
habría machacado allí mismo hasta quedarme sin aliento
pensando en ella.
¿A qué cojones estaba jugando conmigo?
Apenas había pegado ojo pensando en ella, en su cuerpo
sobre el mío, de espaldas, con su pelo cerca de mi boca y su
respiración pausada haciendo subir y bajar sus tetas bajo el
agua, con esos pezones rosados del tamaño justo para ser
introducidos en mi boca como un caramelo de fresa.
Ojalá la noche anterior se hubiera recuperado de repente
para poder disfrutar con ganas de esas tetas del demonio.
Hubiera metido la mano entre sus piernas para masturbarla
en aquella postura en la bañera, mezclando su humedad
con el agua, frotando su clítoris hasta agrandarlo al máximo
con el apasionado sonido del agua en movimiento, hasta
hacer que se corriera de placer entre mis dedos.
Mi polla aún seguía dura, y sabía que, si ese tipo de
pensamientos me asaltaban durante el día, iban a
provocarme un dolor de huevos impresionante.
Melissa Willing me iba a dejar con la miel en los labios.
Ya no pensaba en la editorial ni en la reunión con mi
padre el lunes para que ella tomara decisiones, ni en
conquistar su corazón para convencerla de hacerlo. ¿Qué
corazón? Ella no tenía de eso, porque, si supiera cómo me
estaba subiendo la tensión en la polla, no dejaría que el
cerebro se me quedase sin oxígeno. Juro que toda la sangre
de mi cuerpo estaba allí, dilatando las venas de mi
miembro.
Lo cogí con la mano derecha, y subí y bajé un par de
veces el puño cerrado. Necesitaba desahogarme y volví a
repetir la acción. Aun sabiendo que podría pillarme, las
ganas pudieron más que la vergüenza. No tardaría mucho
en correrme, estaba demasiado excitado. Sentía el calor
concentrándose en la punta y eché la cabeza hacia atrás
extasiado y ahogué un gemido. Con la otra mano apreté mis
huevos y la sacudí con más intensidad. La idea de que
saliera de un momento a otro y me pillase aumentaba el
morbo que la escena y mis pensamientos me provocaban. El
cosquilleo que anuncia el éxtasis inminente recorrió mi
polla, nunca la había sentido tan dura. Poco después el
líquido se derramó sobre mi estómago desnudo y corrió por
mis manos sin soltarla, aún me palpitaba de una forma
sobrehumana.
Me quedé ahí un rato con la cabeza apoyada en el
respaldo y la corrida encima como un obsceno. Cuando de
pronto la puerta se abrió y sobresaltado me cubrí con la
manta con la respiración entrecortada.
—¿Estás bien? —Melissa debió notar mi gesto
contrariado.
—Sí, me había vuelto a quedar dormido y me has
asustado.
—Lo siento. Ya puedes usar el baño. Gracias por lavar la
ropa.
—De nada, es lo menos que podía hacer.
Lo sentí mucho por el personal de limpieza del hotel, el
estado en el que había dejado la manta era lamentable. Mel
todavía estaba frente a mí observándome con un gesto
extraño. Debía de tener la palabra obsceno parpadeando
como un cartel luminoso en la frente.
—Iré fuera mientras te arreglas —dijo finalmente y sentí
alivio de que decidiera darme espacio.
29
Melissa
La brisa marina golpeó mi cara y el rubor de mis mejillas
lo agradeció.
Lo había visto, había visto a Jude masajeándose en el
sofá y expulsar todo el aire por la nariz cuando había
llegado al clímax. Él no lo sabía.
Cuando abrí la puerta del baño vi su reflejo en el espejo y
me quedé allí, estática, excitada, deleitándome con la
escena. Entorné la puerta, quedando en mi campo de visión
la parte más interesante. Su polla erecta, su pubis rasurado,
sus abdominales marcados por la tensión y esas benditas
manos dándose gusto de arriba abajo, acariciando su punta
en intervalos cortos y presionando su perineo hasta hacerla
reventar de placer.
Aún sentía mi entrepierna palpitar y un cosquilleo en mi
estómago por contener aquellas ganas de sexo
desenfrenado.
¿Qué estábamos haciendo? Más bien, ¿qué estaba
haciendo yo con mi vida?
—Ah, estás aquí. —Su voz tras de mí me sobresaltó.
—No has tardado nada.
—Soy rápido cuando tengo hambre.
—Deberíamos haber traído chaquetas. El clima aquí no
es tan cálido como en la ciudad. —No hacía frío en exceso
pero calor tampoco.
—Es lo que tiene la improvisación.
Pensé que efectivamente él había improvisado de lo lindo
en el sofá hacía unos quince minutos y me sentí molesta.
—Entonces deberías ponerle solución, esto ha sido idea
tuya. —Me abracé para entrar en calor.
—Cierto.
Se acercó a mí y me cubrió por detrás con su cuerpo.
Daba igual que me mostrase obstinada o que lo hubiera
rechazado esa mañana, él parecía insistir en darme más de
lo necesario para conseguir su objetivo.
—¿No vas a cansarte?
—¿De qué exactamente?
—De intentar seducirme.
—Me has dicho que le diera solución y es lo que hago.
—Claro, porque tú ya te has calentado bastante. —Se
apartó de mí como si mi cuerpo desprendiera electricidad y
me giré para verle la cara—. No te hagas el sorprendido, te
he visto.
—¿Te va el voyerismo? —Tenía los ojos entornados por el
sol y una sonrisa pícara en la cara.
—No, pero me ha parecido incómodo interrumpirte,
parecías muy entregado.
—¿Te molesta? Parece que me hubieras pillado
haciéndolo con otra.
—¿Insinúas que estoy celosa de que te masturbes? —Abrí
los ojos todo lo que pude ante tal ocurrencia—. ¿Crees que
estoy celosa de tus manos?
—No sería tan descabellado si lo piensas.
—Jude Mcmillan, ¿tú te escuchas?
—Perfectamente, y los dos sabemos a lo que me refiero,
eres demasiado lista para entender qué es lo que he
querido decir.
—No, no lo he entendido, quizá sea que tú no te explicas
muy bien. —Me crucé de brazos esperando que me
rebatiera.
—Tengo hambre y tú frío. Iremos a desayunar y
compraremos unos cortavientos en la tienda del hotel.
Me quedé con las ganas de que me contestara. Tenía la
manía de dejarme con la intriga para castigarme la mente.
Jugaba sucio, y él lo sabía. Y sí, había entendido lo que
quería decirme con aquello y, efectivamente, sentí celos de
que se aliviara solo en vez de conmigo. ¿Me estaba
volviendo loca? En términos psiquiátricos, no, pero los
sentimientos encontrados podían desestabilizarme hasta
ese punto tan absurdo.
Respiré hondo y lo seguí por el camino de piedras que el
hotel había trazado en aquel bosque.
Era un lugar precioso, con casitas como la que habíamos
alquilado, colocadas estratégicamente en los puntos con
más encanto.
Los pájaros cantaban dándonos la bienvenida y el sol se
colaba entre aquellos enormes abetos creando un
calidoscopio de colores naturales.
Todo era perfecto menos él y yo. Dos titanes en
constante lucha con un mismo objetivo. Había algo entre
nosotros: una especie de conexión cósmica que podría
hacer estallar todo por los aires si nos acercábamos
demasiado.
Yo era muy consciente de ello y la idea de salir mal
parada de esa locura me asustaba. Sin embargo, Jude,
parecía dispuesto a dejarse arrastrar sin detenerse a pensar
en las consecuencias, estaba demasiado acostumbrado a
tener lo que quería sin dar muchas explicaciones, ni siquiera
a sí mismo. Yo tenía el mismo concepto del sexo, pero con él
era diferente. Jude me gustaba de mil formas diferentes, me
atraía como el canto de sirena a un marinero perdido.
El peor sentimiento es fingir que algo no te importa
cuando es en lo único que piensas. Yo insistía en trazar un
camino por la izquierda y él por la derecha, pasando por alto
que el mundo es redondo y que es de valientes entregarse
por completo aunque eso signifique regresar en pedazos.
30
Jude
El avistamiento de orcas fue el punto culminante de
nuestro improvisado viaje.
Estas suelen acercarse tanto a la costa que no es
necesario ni embarcarse para ver su enorme silueta,
aunque la experiencia de contemplarlas de cerca en alta
mar es incomparable siempre acompañadas por los bancos
de peces que se les unen, pudiendo intuirse incluso el
plancton a su alrededor. Cada vez que el capitán cogía sus
prismáticos para echar un vistazo al horizonte marino,
informaba de lo que veía a través de su teléfono móvil y Mel
se estremecía un poco. De pronto, alguien gritó: «¡Mira,
allí!», y señaló con el dedo un punto en el agua cercano a la
embarcación. Sentí que Melissa se sobrecogía y se ponía
bastante nerviosa, hasta que descubrimos que se trataba
solo de una tortuga. Una hermosa tortuga que flotaba
tranquilamente sobre el agua.
—¿Estás bien? —Me vi tentado a agarrarla y estrecharla
entre mis brazos, pero no quería volver a incomodarla.
—Lo siento. Podría hablar de respeto, pero lo cierto es
que estoy acojonada.
—No tengas miedo, esta gente no nos pondría en peligro,
saben lo que hacen.
—No sé qué decirte, haberme montado en una pequeña
embarcación hinchable de PVC en lugar de en un barco de
pesca más voluminoso me está haciendo un poco
desagradable la experiencia. Me siento tan segura como si
viajase en un plátano gigante.
—Al menos estamos bastante juntos y podemos
agarrarnos bien —me ofrecí a hacerle de soporte vital.
—Te juro que con ver esa tortuga me siento satisfecha.
Finalmente decidí pasarle el brazo por los hombros para
infundirle la seguridad que necesitaba y por su expresión
corporal lo agradeció.
Un poco más tarde, uno de los tripulantes volvió a hacer
una nueva indicación. Y esa vez no era una tortuga. Se
trataba de un grupo de delfines que saltaba a la superficie a
algunos metros de nuestro bote. Rápidamente, el capitán
tomó rumbo hacia ellos hasta entrar casi en contacto.
—Esto es… No tengo palabras —dijo un poco más
animada.
—Es gratificante, ¿verdad?
—Lo es. —Su cara mientras miraba esa manada de
delfines era encantadora y me fasciné un poco más por ella.
Tenía el rostro plagado de esa felicidad que solo tienes
cuando eres un niño y la ignorancia del mundo real alimenta
tus pensamientos.
Volvimos a quedarnos quietos hasta que, de pronto,
alguien pareció ver un estallido en el agua, probablemente
provocado por el impacto de la aleta trasera de una ballena.
La vi de nuevo agarrarse lo más fuerte que podía a su
asiento y echarle valor.
—No tengas miedo, intenta disfrutarlo.
—Lo tengo que admitir: los delfines me han animado
bastante —admitió con coraje pero con los brazos tensos
agarrados al asiento.
Un grito a nuestra espalda nos hizo girar el cuello y, al
hacerlo, vimos cómo la cola grisácea de un cetáceo de
grandes dimensiones desapareció bajo el agua. Mi valentía
se fue al garete, me sentí acojonado y me obligué a
abrazarme a Mel.
—¿Quién tiene miedo ahora?
—Yo también tengo mis debilidades —dije sinceramente
—, no sé en qué momento te he parecido un hombre de
hierro.
—En ninguno, pero hace un momento me has dicho que
no me preocupara, que esta gente no nos pondría en
peligro.
—Y no lo hará, pero la naturaleza es imprevisible. Como
nosotros.
Se me quedó mirando fijamente por eso último que había
dicho.
Esa entrada a mar abierto se asemejaba mucho a como
me sentía estando con ella. Libre, temeroso e imprevisible a
la vez.
31
Melissa
De pronto, lejos de sentir temor, me di cuenta de que
tener a ese poderoso animal tan cerca me fascinaba. Y no
me refiero precisamente a la ballena, esa que, de hecho,
era muy posible que estuviera en ese momento justo debajo
de nosotros, y no tuve miedo. Me sorprendí a mí misma
pensando en que me hubiese encantado que esa orca
volviese a salir a la superficie para verla de nuevo y a Jude
también. Volver a ver en sus ojos esa lujuria y esas ganas
locas de comerme entera.
¿Estaba desvariando de nuevo? Mucho, hasta decir
basta. Pero, como acababa de decirme Jude, la naturaleza
es imprevisible y yo me había convertido en un efecto
meteorológico capaz de arrasar ciudades enteras. Mi cabeza
era un maldito huracán que había convertido mis neuronas
en el ying y el yang.
El ying: todo lo oscuro, lo ocaso, lo que se mantiene en
secreto y, por otro lado, el yang: la luz, un amanecer, esa
pureza divina que da esperanza al mundo; ser mujer. Y la
verdad es que una parte nunca puede vivir sin la otra, pues
ambas se atraen y hacen la química perfecta. Así era yo y
tenía que aceptarlo.
El guía dio varias vueltas en torno a la ubicación en la
que había aparecido la ballena poco antes, pero no sucedió
nada. ¿Dónde estás ballena?, escuché decir a mi voz
interior. ¡Venga! Déjame verte de nuevo!
Casi no me di cuenta, pero habían pasado dos horas y
teníamos que volver al puerto.
En el regreso, volví el rostro una y otra vez, pero la orca
no volvió a aparecer. Solo vi un mar infinito y profundo, y a
la cabeza me vino el recuerdo de los pocos instantes en los
que había podido ver a ese increíble gigante justo delante
de mí. Sin lugar a dudas, ese fue uno de los momentos más
inolvidables de mi vida.
—Ha sido increíble, ¿verdad? —Jude me devolvió a la
realidad, concentrando en ese momento mi mirada en el
mar de sus ojos.
—Lo cierto es que sí —conseguí decir, todavía estaba
conmocionada, y no solo por la orca, también por él.
—¿Va todo bien?
—Creo que sí, todo va de maravilla.
—¿Tienes frío? Igual estas chaquetas no han sido
suficiente. —Estrujó un poco la fina tela del cortavientos
amarillo que nos habíamos comprado.
—Seguro que encontramos otra manera de entrar en
calor cuando lleguemos al embarcadero.
—Sí, seguro que encontramos alguna otra tienda en la
isla.
—Seguro —afirmé con la certeza de que no había
reparado en el tono y la intención de mis palabras.
32
Jude
Además de ver a un grupo de orcas residentes en la isla,
disfrutamos de la visita a un pequeño islote colonizado por
enormes leones marinos antes de volver al muelle.
Mel parecía haber disfrutado de la actividad y me sentí
aliviado. Estaba demasiado picada conmigo y ese cambio de
actitud con respecto a la noche anterior me tenía
desconcertado. Estaba dando lo mejor de mí, había dejado a
un lado el plan de conquista, y juro que solo me dejaba
llevar por las emociones que ella me producía. Sin embargo,
parecía tener un sexto sentido que la frenó en seco, como si
alguien la hubiera advertido de un peligro, cuando en
realidad el que estaba en apuros era yo.
Mel me gustaba como para tomar un café una noche
lluviosa y hablar de ella y de mí hasta caer rendido a todos
sus encantos. Contarle historias de las estrellas mientras las
miramos desnudos, después de habernos follado toda la
noche. Me gustaba mucho, me gustaba bien y así se lo
había confesado.
«Me estás encantando de una manera que no
entenderías aunque te lo explicara».
Me sentía jodido y frustrado y no quise ahondar más en
el tema. Si decidía no firmar con nosotros, si decidía no
dejarse llevar por lo que ambos sentíamos, me daba igual.
No soy un hombre que suela dar segundas oportunidades, lo
había intentado varias veces esa mañana y debía aceptar la
derrota. Era libre de mover ficha si le apetecía; mi turno de
juego había terminado.
—Tu familia es dueña de un restaurante aquí y apuesto a
que también eres el propietario del hotel.
—Si es así no tengo constancia de ello. ¿Por qué lo dices?
—Señaló un restaurante cercano al muelle con un cartel de
madera tallada con el nombre «Mcmillan» en el centro.
—Te juro que no los conozco de nada, pero podemos
comer allí e investigar si es primo lejano mío.
—Me parece bien. Ya que tus dotes culinarias son tan
pobres, quizá tu familia desconocida te supere en ese
sentido, hay mucha gente en la terraza.
—¿No hay nada de mí que puedas destacar como
positivo?
—Supongo que eres guapo, has acertado con el
avistamiento de orcas y tienes buenos atributos, pero no te
lo creas tampoco.
—Entonces, ¿para qué lo dices?
—Para que te quedes contento.
—Estaría más contento si cumplieras tu promesa.
—¿Qué promesa? —Ladeó la cabeza con gesto de
extrañeza.
—La de ser amigos y dejar tus borderías a un lado.
—¿Te estoy pareciendo ahora mismo una borde?
—Siento ser tan directo contigo, pero ¿qué te ha hecho
cambiar de opinión tan repentinamente?
Necesitaba saberlo. Necesitaba saber por qué se dejó
llevar por el impulso y unas pocas horas después había
cambiado de parecer con respecto a mí.
—Fue un calentón, Jude. —Emprendió la marcha hacia el
restaurante con la clara intención de no enfrentarse a la
conversación.
—Frena, Mel, háblame claro. —La cogí del brazo y la
obligué a parar en seco. La vi esbozar una sonrisa que no
logré comprender.
—¿Qué quieres que te diga? —Ahí estaba de nuevo esa
dualidad que la caracterizaba y que me volvía loco.
—La verdad. Parecía que ambos estábamos en ese
punto, que era mutuo, y, sin embargo, me has hecho
parecer un depravado. ¿Qué te hace pensar que estoy
desprovisto de sentimientos?
—No creo que seas de piedra, yo tampoco lo soy.
—¿Entonces?
—Me da miedo que me acabes gustando demasiado. —
Fue la primera vez que escuché de su boca algo sincero.
—¿Y si eso también me pasase a mí?
—¿Tienes miedo de que yo te guste demasiado? —Me
preguntó como si ella no contemplara la posibilidad de
gustarle a un hombre hasta ese punto.
—¿Tan poco te valoras que tienes que preguntar eso?
—Me valoro demasiado como para dejar que eso suceda.
—¿Por eso siempre vas al cuello conmigo, para que no
suceda?
—Somos de mundos distintos, de lugares diferentes, y
yo, he de reconocer, puedo ser un poquito insoportable. A
veces acojo alpacas en mi casa.
—¿Alpacas?
—Sí, se llamaba Joline, como la de la canción de Dolly
Parton. Brooke me obligó a deshacerme de ella. La rescaté
de un zoológico infantil que iban a cerrar.
—Sé lo que es una alpaca, lo que no entiendo es por qué
decidiste que meterla en tu casa era mejor que buscarle
otro zoológico.
—Soy así de incomprensible. —Se encogió de hombros
como si reconocer su forma de ser la hiciera ingobernable.
—¿Y qué más cosas eres?
—Tengo muchas manías tontas y soy aficionada al vino
de brik.
—Y a las galletas saladas —añadí.
—Sí, a eso también.
—Nunca hubiera recordado eso de otra mujer.
—Ese es tu problema, Jude.
—Mi problema eres tú.
—Vale, gracias. —Volvió a cruzarse de brazos, era un
gesto muy recurrente en ella.
—No me has entendido, Mel. Mi problema es que no
puedo dejar de pensar en otra cosa que no seas tú y en las
ganas de que me des un poco de ese lado dulce que tienes.
—¿Así de fácil crees que es? ¿Que te muestre mi cara
amable? ¿Que me entregue en cuerpo y alma a ese polvo
maravilloso que queremos echar para regresar a Nueva York
dejando en Seattle medio corazón?
—Nadie ha dicho que tengas que irte, puedes quedarte,
debes quedarte y escribir ese libro para la editorial.
—¿Solo quieres que me quede por eso?
—No, quiero que te quedes por todo lo que te conviene, y
yo me incluyo, porque también te necesito y no de la forma
que imaginas. —La cogí por los hombros para que atendiera
bien mis palabras—. Has conseguido en apenas unas horas
que haga cosas como esta, que me dé cuenta de lo solo que
estoy y el tiempo libre que malgasto en hacer nada que me
llene la vida. No te puedes imaginar la falta que me haces y
no solo para echar un polvo, quiero conocerte de un modo
más profundo, haces que me abra de una manera que nadie
ha conseguido jamás.
—Es muy bonito que hayas visto todo eso en mí y me ha
encantado venir a este lugar contigo, pero ¿qué pasará si,
cuando nos conozcamos de verdad, no somos lo que
esperábamos? Puedo quedarme, puedo entregarte ese
primer borrador, pero ¿y si el borrador resultásemos ser
nosotros? Nuestra relación laboral no será factible, ¿y si nos
detestamos después?
—¿Y si sí lo somos? ¿Y si quiero vivir una historia contigo?
—Me atreví a decir a sabiendas de que lo que decía tenía
mucha lógica.
—Es muy arriesgado.
—¿No hablan de eso tus libros: de apostar todo por
alguien?
—Estoy obligada a darles un final feliz, pero después del
epílogo ya no puedo controlar sus vidas.
—Pero podrás controlar la tuya.
—No, Jude, la controlarás tú. Toda mi vida, todo mi
trabajo. En eso consiste una editorial, ¿cierto?
33
Melissa
—Los libros, solo por un tiempo, el resto tendremos que
gestionarlo nosotros.
—Quizá ese resto sea lo que más me preocupe —dije sin
poder evitar acariciarle la cara.
¿En qué momento me había vuelto una rompecorazones?
No estaba acostumbrada a tener a los hombres a mi merced
de aquella manera, y empoderaba de una manera bárbara.
Mis relaciones siempre habían sido ecuánimes, ninguno
daba el cien por cien, nos limitábamos a pasarlo bien y fin
de la historia. Quizá Daniel me había jodido un poquito, pero
solía recuperarme rápido y seguir mi camino. Con Jude
estaba segura de que no sería así. Era demasiado guapo,
demasiado encantador, demasiado follable como para pasar
por alto todas esas cualidades que, con tan solo dos besos,
habían conseguido volverme loca de remate.
—Deberíamos al menos intentarlo. En esa barca has
sentido miedo, incertidumbre, pero apuesto a que la
experiencia te ha merecido la pena.
—Sí, es cierto.
—Quédate en mi casa, compartamos vida y trabajo
durante un tiempo, arriésgate como con esa alpaca a la que
rescataste. No pienses que tú eres mi proyecto; pues yo soy
tu proyecto. Mel, rescátame.
—La verdad es que escupes como ellas.
—¿Cuándo te he escupido yo en la cara?
—No he dicho que fuera por la boca. —Me reí a
carcajadas por mi propia ocurrencia, y Jude se unió a las
risas cuando cayó a qué me refería.
—Eres…
—Malvada, lo sé, pero son cosas que me salen solas, ya
lo sabes.
—¿Eso significa que te quedas y que confías en mí?
—Solo si pasamos una noche más aquí y aplazamos la
reunión al martes.
—Si es lo que necesitas para terminar de convencerte, lo
haremos.
—Es lo que necesito para terminar lo que empezamos
cuando llegamos.
Vi cómo sus pupilas se dilataron provocándome un
escalofrío que recorrió toda mi piel. Y puedo asegurar, que
perderme en su mirada era de las cosas más bonitas que
había experimentado nunca. Tenía magia en sus labios y
poder en su mirada, el mismo que hizo que todo mi orgullo
se derrumbara.
Tenía un problema y Jude era la solución. Aunque el sexo
no se mendiga, a veces no hay próxima vez, a veces es
ahora o nunca, y en esos momentos me era más difícil
quitarme los miedos que la ropa.
34
Jude
Si Melissa quería que nos quedáramos, lo haríamos.
Hubiera hecho cualquier cosa por retenerla un poco más a
mi lado.
—¿Ya no crees que sería un error?
—El mayor error es intentar sacarme de la cabeza lo que
sale de mi corazón. Y este me pide que nos encerremos en
esa cabaña y que nuestros cuerpos hablen. —Joder, qué
bien hablaba cuando se ponía intensa.
—El mío tiene mucho que decir.
—El mío está deseando conversar con el tuyo.
Qué peligrosa era Melissa Willing actuando como una
dama y pensando como un hombre.
Lo que más me seducía de ella era el vínculo de
complicidad emocional que había surgido espontáneamente
entre nosotros. Era simple y complicada al mismo tiempo,
pero no sabía disimular sus emociones inmediatas. Era una
jodida montaña rusa, no podías predecir con exactitud
cuáles eran sus intenciones hasta que las exponía
claramente.
No me quería enamorar, pero a la vez quería morderle
los labios al besarla, mirarla a los ojos mientras follábamos
y abrazarla mientras dormía.
Tal vez no éramos tan distintos y habíamos encontrado la
horma de nuestros zapatos. Ambos teníamos una rareza
compatible. Ella bailaba con la vida sin importarle quien la
estuviera mirando, yo caminaba torcido, y nuestras miradas
habían obrado el mágico milagro de coincidir.
Nuestros labios se unieron por tercera vez y no fue un
simple beso. Lo hicimos tan fuerte que sentimos el sabor de
nuestros pecados. Es impresionante como algo tan efímero
puede estar cargado de tantas promesas y deseos
insatisfechos.
No sé el tiempo exacto que tardamos en llegar a la
cabaña cogidos de la mano. Tan solo recuerdo el golpe seco
que le dimos a la puerta y el sonido de nuestras
respiraciones aceleradas.
Me sentí como un adolescente: sin palabras y con
dificultades para formar pensamientos coherentes mientras
esos ojos color miel me miraban. Todo lo que pude hacer fue
mirar con asombro su intensa belleza.
El aire era escaso y respirábamos con empeño, casi
jadeando, mi corazón latía con fuerza. Nuestras bocas
querían dejar huella en nuestras pieles. Sus labios viajaban
por mi cuello y el olor de su perfume me hizo arquear la
espalda. No pronunciamos nada, no dijimos nada, solo
sentíamos nuestras lenguas tocarse y explorarse. Teníamos
ganas de comernos el mundo y lo hicimos a gemidos.
Las manos decidieron unirse a esa danza de dientes,
lengua y saliva. Primero, quité su blusa y llevé de nuevo mi
boca a su cuello mientras, torpemente, me deshacía de su
sujetador. Mi lengua se paseó a su antojo hasta alcanzar el
abultado contorno de sus pequeños pechos, escribiendo
todas las fantasías que quería vivir con ella. La punta de mi
lengua conquistó sus pezones y no tardé mucho en
morderlos mientras sus gemidos me decían todo lo que
necesitaba saber. No me importaba si nos escuchaban en la
puta Australia, solo quería que se corriera de placer.
35
Melissa
Desabroché su pantalón y lo obligué a deshacerse de su
bóxer. El tamaño de su erección era un regalo para los ojos.
Pura tentación.
Mis manos no tardaron demasiado en acariciar aquella
bendita polla, subiendo y bajando por toda su dura
anatomía. Me arrodillé y me la llevé a la boca. Lo besé, pasé
mi lengua por todo el tronco y comencé a practicar el sexo
oral más memorable de mi vida.
Se había apoyado en la puerta apretando los puños con
la cabeza hacia atrás. Disfruté de escucharlo gemir de aquel
modo y ver su cuerpo tenso, marcando toda su anatomía
hasta parecer esculpido por un artista.
Decir que sabía bien era quedarse corta. La suavidad de
su piel en esa zona me cosquilleaba el paladar. Era como
disfrutar de un helado de chocolate en agosto. Con cadencia
casi perfecta lo saboreé como si no hubiera un mañana. La
estaba disfrutando mientras perdía la noción de donde
estábamos.
Sentí a Jude sujetarme la nuca. Me la empujó hasta el
fondo, quería tener el control de la mamada, pero no se lo
permití.
—Pagarás por esto —me atreví a decir mientras volví a
ponerme en pie para deshacerme del resto de mi ropa.
Me di la vuelta, me incliné un poco y abrí mis piernas. No
tardé mucho en sentir ese escalofrío que te recorre cuando
te besan el cuello por la espalda.
En cuestión de segundos me pegó contra la pared.
Acarició mis hombros y fue bajando lentamente sus manos
hasta alcanzar mis nalgas.
—Te juro que lo que va a pasar aquí será pura poesía —
dijo en mi oído antes de darme un cachete que provocó un
pequeño incendio en mi entrepierna.
Me arquee, separé mis piernas y se introdujo dentro de
mí. Mis muslos chocaron en su pelvis, encajándonos como
un arcoíris perfecto en un atardecer lluvioso.
Cada embestida hacía rebotar mis pechos contra la
pared ante el impacto de su polla en mi cuerpo. Sus
gemidos y los míos iban al unísono.
Tiró de mi pelo y llevó los dedos de su mano libre a mi
clítoris, provocándome más placer del que podía soportar.
—Para o harás que me corra ya. —Necesitaba dilatar
aquella experiencia al máximo.
Me di la vuelta para quedar frente a él. No hablamos,
creímos en las hondas miradas, en el lenguaje de las
caricias y las palabras mudas que nuestra excitación
dictaba.
Me miró con cara de malas intenciones y apretó mis
pechos entre sus manos antes de bajar y besar mis muslos
con veneración. Qué dulce tortura fue aquella hasta que su
lengua se coló en mi entrepierna. Torcí mi torso a la vez que
agarré su pelo.
Pasó su lengua por todos los lados. Se aseguró de no
dejar un espacio sin probar. Deseé que su lengua fuera más
grande y que pudiera cubrirme todo el sexo.
36
Jude
El grito de un violento orgasmo retumbó por cada una de
las paredes que nos rodeaban, dejando el eco más
placentero que jamás había escuchado.
Se desmoronó encima de mí temblando de placer,
dejándome saber lo bien que me había portado, saboreando
lo dulce y salado de su humedad.
Nos besamos y compartí la experiencia, dejándola sentir
su propio sabor.
—Te deseo, Jude Mcmillan.
Ella sabía cómo canalizar toda mi locura, porque para
volverse loco, uno tiene, incluso, que elegir con quien
perder la cordura.
Nos miramos y reímos. Corrimos rápido hasta la
habitación y continuamos nuestra travesía.
Nos movíamos con tal fuerza que convertimos las
sábanas revueltas en perjuicios rotos.
Besé sus tetas y castigué sus pezones con mi boca y
dientes. Los chupé hasta que, tendida en la cama, se
abandonó y no pude controlar mis impulsos. Apreté todo mi
cuerpo al suyo, dejando que sintiera lo dura que me la ponía
entre sus piernas.
—Fóllame —sonó como una orden, y yo era un súbdito
fiel rendido a todas sus exigencias.
Levantó sus nalgas y entré con fuerza, marcando las
embestidas. Ella gemía, sonreía y suspiraba. Disfruté
viéndola morder sus labios y su gesto de placer.
Levanté sus piernas y las coloqué sobre mis hombros,
embistiendo nuevamente cada vez más rápido. Su
respiración se contrajo.
—Joder, Melissa, siento que voy a romperte.
—No pares —me suplicó ahogando un gemido.
Con una de sus manos acarició mi cabeza y con la otra
se castigó el clítoris.
Sin llegar a sacarla, me levanté y, con un brazo, rodeé su
cintura, incorporándome al tiempo que la puse a horcajadas
sobre mí.
Mis penetraciones en esa ocasión fueron más profundas.
Mi corazón latía muy deprisa. Contuve el aliento al notar la
presión, no solo en mi abdomen, sino también en mi vientre.
No podía aguantar más, ella lo sabía y me sonrió al punto
que ambos comenzamos a convulsionarnos. Nos
estremecimos y, entre temblores mutuos, obtuvimos el
glorioso orgasmo. El calor nos sofocó y el placer se abrió
paso. Me sentí sin fuerzas, no me dejó salir de ella, me
retuvo con sus piernas y caí sobre su cuerpo extasiado.
Cada beso, cada caricia, cada centímetro recorrido de su
piel me hizo perderme en las sensaciones, en lo delicioso de
estar a su lado.
Había caído la tarde, la tenue luz que nos vigilaba me
obligó a separarme un poco de ella, apartar a un lado las
sábanas y observar detenidamente su cuerpo. Las yemas de
mis dedos acompañaron el recorrido de mi mirada. Ella me
observó, apropiándose de mis lunares, mis cicatrices y cada
rastro que el tiempo había dejado en mi cuerpo para
hacerme un hombre pleno.
Tenía la impresión de que ella no sería una aventura más.
La espontaneidad de nuestro primer encuentro me había
dejado un buen sabor.
Al fin encontramos tiempo para inventarnos en medio de
lo cotidiano, hablarnos al oído y hacer de cada sensación el
lenguaje más claro y sublime que la escena necesitaba. Con
un dulce beso pactamos convertir esa noche en un
momento inolvidable. Y, en ese momento, yo devoré mis
dudas mientras ella devoraba mis miedos a la vez que
probaba mi hambre de ella
37
Melissa
—¿Crees que tu padre podrá notar que vuelvo con las
piernas un poco más separadas? —Reí ante mi repentina
ocurrencia mientras cruzábamos la puerta del edificio de
Mcmillan Publishing.
Esos tres días en San Juan habían dado para mucho.
—Creo que solo se fijará en cómo echas la firma en el
contrato. Mi padre lleva muerto de cintura para abajo un par
de años.
—¿Por qué nunca rehízo su vida?
—No lo sé, tal vez lo haya intentado, y no me he
enterado. No suele ser muy comunicativo con su vida
privada ni con su propio hijo.
—Pero eres lo único que tiene, debería confiar un poco
más en ti en ese sentido.
—Tenemos una relación buena pero complicada. A veces
no sé qué espera realmente de mí, no sabría explicarlo.
Jude y yo habíamos aprovechado bien el tiempo en la isla
y habíamos tenido buenas conversaciones en las que ambos
nos habíamos abierto un poco más. Yo tenía un poco más
claro quién era él y él quién era yo.
Aceptar formar parte de la industria editorial no era una
cuestión personal, más bien quería trabajar con él y para él.
Jude era inteligente, amable y parecía honesto cuando
hablaba y actuaba. No conocía la propuesta de Mcmillan
Publishing, pero, fuera cual fuera, iba a aceptar.
Sentí que tenía cierta necesidad de demostrarle a su
padre su valía y, si él creía tanto en mí, debía confiar en él.
Yo no confiaba del todo en que conmigo a la cabeza de
su nuevo sello editorial estuvieran aseguradas las ventas,
no me creía tan buena escritora, solo una más, pero él
estaba convencido de que mi nombre era una apuesta
segura, y quería darle la oportunidad de demostrármelo.
Quería vivir con él la experiencia, aprender de sus
conocimientos y que él aprendiera de los míos, explorar no
solo nuestros cuerpos en la cama, también nuestras
mentes.
Jude me atraía, me generaba una curiosidad por
aventurarme en su mundo, tan diferente al mío, que me
tenía completamente entusiasmada.
—¿Crees que tiene secretos? —pregunté con relación a
su padre.
—Todo el mundo los tiene. —Me sonrió pícaro al tiempo
que pulsaba el botón del ascensor.
—¿Significa que lo nuestro lo vamos a llevar en secreto?
—Me apoyé coqueta en la pared.
—Significa que aquí tengo una reputación y no puedo
mostrar mis debilidades a la gente.
—Yo también soy gente y me las has mostrado
abiertamente. ¿Debo sentirme afortunada?
—Debes separar los negocios de lo que vaya a pasar en
mi casa. —Miró para cerciorarse de que no hubiera nadie en
el vestíbulo y me palmeó el culo para hacerme entrar en el
ascensor.
Esperé a que las puertas se cerrasen para acorralarlo en
la cabina.
—Entonces, aprovecharé los momentos como este para
disfrutar del jefe como es debido. —Mi mano se fue
directamente a su entrepierna y la agarré con fingida
fuerza.
—Señorita Willing, no tiente a la suerte o su reputación
también se verá comprometida.
—Yo tengo licencia para explorar lo que sea, necesito
inspiración. —Me aparté tan pronto vi el número ocho en la
pantalla del ascensor.
—¿Preparada? —Jude se recolocó la chaqueta del traje,
qué atractivo se veía en su papel de hombre serio.
—No me asusta, solo será un libro, puedo escribir cientos
de ellos —dije con sinceridad.
El hecho de asociarme con una editorial no me suponía
ningún problema, siempre y cuando pudiera seguir
autopublicando en Amazon.
38
Jude
Estaba acojonado, lo reconozco.
Le había mentido cuando le aseguré en esa cafetería que
me encargaría personalmente de que las condiciones del
contrato fueran buenas, pero no tenía ni idea de qué nos
íbamos a encontrar. Yo no tenía el control de la empresa en
ningún sentido, pero esperaba que, con su firma, eso
cambiase muy pronto. No solo por mí, también por ella. Se
merecía que las cosas le fueran bien, tal y como le había
prometido.
Melissa no tenía intenciones de hacerse rica con
nosotros, no era esa clase de autor al que le interesa vender
a toda costa, aunque lo que escriba no sea de una calidad
excepcional; hay cierto público que se traga cualquier cosa
que le metes por los ojos. Ella quería que su trabajo se
valorase, que realmente se apreciara la pasión y la verdad
que ponía en lo que escribía. Llegar a más o menos gente
no le importaba en absoluto, solo quería que aquellos que
leyeran sus obras quedaran satisfechos. Ella era honesta
cuando decía que fracasar en algo que crees, es mejor que
tener éxito haciendo algo que detestas. Aprendí mucho de
su visión de la Literatura, algo que yo había perdido hacía
mucho tiempo, convirtiéndola en meros números de venta.
Mentiría si dijera que jamás había publicado un libro que
a mi parecer era malo, porque lo había hecho. Pero yo no
tenía que juzgar lo que me gustaba a mí, sino lo que tenía
salida en el mercado.
Los libros eran meros productos y los autores también.
Melissa traía un rayo de esperanza, aire fresco y
renovado a la editorial. Algo que el hombre de negocios no
había visto, pero yo sí. Esa era la diferencia, y me sentía
afortunado de haberla conocido en su faceta más personal,
era lo único que le agradecía a mi padre.
Le acaricié la espalda antes de entrar en el gran
despacho . Nos estaba esperando.
—¿Estás más nervioso tú que yo o solo es cosa mía?
—¿En qué lo has notado?
—Te tiembla la mano.
—Es que… Estoy deseando empezar a trabajar contigo
en casa —mentí, no era eso lo que me ponía nervioso, estar
con ella era fácil.
—Tienes que separar los negocios de otra clase de
trabajos. —Alzó las cejas divertida—. ¿Entramos?
Asentí y cogí una bocanada de aire antes de tocar con los
nudillos la puerta.
—Pasad —la voz de mi padre sonó hueca, y entramos.
—Qué alegría veros. Sentaos, ¿qué tal el fin de semana?
O mejor diré, el largo fin de semana. Mi hijo ha debido de
hacer muy bien su trabajo si decidió alargarlo un día más,
señorita Willing.
Los huevos se me pusieron de corbata. Las palabras de
mi padre llevaban un mensaje oculto que Melissa
desconocía y deseaba que no conociera nunca. Me sentía
avergonzado, disgustado conmigo mismo por aceptarlo en
su momento por un interés personal, que por otro lado
había conseguido por derecho.
Mi padre prometió cederme la empresa tras la firma, ella
parecía dispuesta a hacerlo, y yo había actuado
sinceramente. Todo lo que había dicho, hecho y sentido
durante ese tiempo con Mel, fue real y de corazón. La
necesitaba de verdad.
Si lo conseguía, quería aplicar todas las ideas que Mel
tenía sobre lo que una editorial debería ofrecer a los nuevos
autores, tan acostumbrados a la autogestión. Ser más
transparentes y adaptarnos a las necesidades de los
escritores y los lectores actuales.
—Su hijo es un gran conquistador, su mejor fichaje en la
empresa, señor Mcmillan. Es muy bueno vendiendo las
ventajas y beneficios que me reportará la firma con ustedes.
—Me miró de un modo tierno, estaba intentando venderme
bien ella a mí delante de mi padre.
—Lo sé, tiene un don innato para los negocios. Sabía que
la dejaba a usted en buenas manos a pesar de su aparente
negativa el viernes.
—No me gustan las sorpresas, pero he de reconocer que
esta ha sido agradable.
Me sentí un títere siguiendo con la vista y el oído aquella
conversación entre Melissa y mi padre, a la que yo podía
aportar poco o nada, y en la que ambos estaban hablando
indirectamente de mi papel en toda esa historia.
—Padre, siento interrumpir, pero a Melissa le gustaría
escuchar la propuesta.
—¿Qué son esas prisas? Tomemos una copa antes de
hacer negocios. —Se levantó de su silla y se acercó al
carrito de las bebidas —¿Un whisky, hijo?
—No, gracias. —Nunca bebía con los clientes y mucho
menos a esas horas, pero él siempre insistía en preguntar,
deducía que porque no le gustaba beber solo.
—Mi hijo siempre me niega la copa, es un poco flojo en
ese sentido, ¿usted quiere uno, señorita Willing?
—No, yo tampoco, prefiero agua, gracias.
La mirada compasiva de Melissa me dio una rabia
inmensa, no por su amable gesto, sino porque alguien
tuviera que apiadarse de mí por los comentarios que mi
padre me dedicaba siendo yo un adulto.
—Está bien, celebraré yo solo.
—Aún no has hecho la propuesta, deberás celebrar
siempre y cuando Melissa acepte —dije para sacarlo de su
error. En la llamada que le hice para avisarlo de que
volveríamos el martes a la oficina en vez del lunes, no
mencioné que ella fuera a firmar a ciegas.
—La impaciencia de la juventud. —Nos quedamos en
silencio y tan solo escuchamos como la bebida que se
estaba sirviendo caía en el vaso.
—No es impaciencia, señor Mcmillan, es el cometido de
esta reunión.
—Lo sé, señorita Willing. —Sentí que aquello lo había
molestado, odiaba que no le bailaran el agua. Mel no era de
esas y me encantaba. Tenía las agallas que a mí me
faltaban y no me ofendía reconocerlo.
—¿Y bien? —Se cruzó de piernas y tamborileó los dedos
en la mesa mostrando impaciencia.
Mi padre sacó unos papeles del cajón de su mesa y los
deslizó hacia ella.
—Léalo, no le llevará mucho tiempo, y fírmelo. Los dos
sabemos que es un trato más que aceptable para una
escritora novel como usted.
—Escritor novel es aquel que acaba de escribir su primer
libro y no es mi caso, prefiero la palabra emergente.
¿Puedo? —dijo poniendo su mano sobre el portalápices que
mi padre tenía sobre la mesa.
—Todo suyo. —Si no fuese porque era imposible, juro que
escuché el ruido de una caja registradora saliendo de los
ojos de mi padre.
—No me hace falta leerlo, sé que Jude, sabiendo cuáles
son mis ideas sobre este mundo, ha hecho un trato justo
para conmigo.
Tragué saliva dos veces.
—Estupendo, veo que usted y mi hijo han hecho buenas
migas, y por supuesto me ha trasladado todas sus ideas
antes de elaborar este contrato.
Qué mentiroso era y cómo se la jugaba de aquella forma
a sabiendas de que ese contrato, seguramente, certificaba
más sus intereses que los de Melissa.
—Un momento. —Puse la mano sobre el contrato para
evitar que firmara.
—¿Qué sucede, hijo? —La mirada que me echó mi padre
podría haberme fulminado en el acto si este hubiese sido un
superhéroe.
—Nada, padre. Tan solo que me gustaría que la señorita
Willing eche un vistazo al contrato por si encontrara algún
inconveniente que cambiar. Estamos a tiempo de hacer
rectificaciones.
—Jude —posó su mano de manera cariñosa sobre la mía
y mi padre se percató de ese gesto tan íntimo—, sé que lo
has supervisado, me prometiste un buen acuerdo y me fío
cien por cien de ti.
—Aun así…
—¡Pamplinas! La chica se fía de ti y quiere firmarlo.
Adelante, señorita Willing. —Mi padre tendió la mano hacia
el contrato instándola a hacerlo.
Melissa sonrió y firmó.
39
Melissa
Lo hice, firmé a ciegas confiando plenamente en la
buena fe de Jude. No lo conocía a fondo, pero era de esas
personas que llegan a tu vida y te da la sensación de que
vas a vivir y aprender algo bueno de ellas.
—¡Fantástico! —El señor Mcmillan recogió el contrato con
una rapidez pasmosa y volvió a meterlo en el cajón—.
Ahora, señorita Willing, solo queda buscarle un buen
alojamiento que sea de su agrado y que comience a escribir
el primer borrador de nuestro próximo éxito.
—Respecto a eso, no será necesario. Mi editor,
amablemente, me ha ofrecido una habitación en su casa. Es
un lugar agradable y sería fantástico poder contar con su
presencia durante el proceso de construcción de la obra.
—Me parece una idea magnífica. Y por lo que he
percibido hoy aquí, veo que ustedes dos se han hecho muy
buenos amigos.
—Sentí que a la señorita Willing le agradaba estar cerca
del mar, y me ofrecí gustoso a compartir mi espacio
personal con ella. —Jude parecía estar disculpándose de
algún modo con su padre, pero después me miró, y lo que vi
en sus ojos disipó cualquier atisbo de duda.
—No tenéis que darme explicaciones. No me importa
cómo gestionéis el trabajo, solo que lo hagáis bien.
¿Entendido? —El señor Mcmillan se levantó de la silla y se
abotonó la chaqueta del traje. Parecía tener prisa—. Ahora,
si me disculpáis, tengo una reunión importante.
—Padre, me gustaría hablar contigo de unos asuntos a
solas un momento.
—¿De qué se trata? —Se mostró extrañado de que Jude
quisiera tratar algunos temas con él. Daba la sensación de
que no le daba mucha importancia a las necesidades de su
hijo.
—Cosas de los próximos lanzamientos.
—Está bien, tienes cinco minutos.
—Yo saldé fuera —dije para que ninguno de los dos
tuviera que pedírmelo.
—Gracias, Melissa. En cuanto terminemos, iremos a mi
despacho a organizar el trabajo para mañana.
—Descuida. —Asentí—. Señor Mcmillan, un placer formar
parte de su empresa —me despedí del gran jefe y salí del
despacho para darles intimidad.
Los pasillos de Mcmillan Publishing no estaban
especialmente activos ese día. Me sentí como en un
laberinto de metacrilato. Paseé sin rumbo fijo, pues no
conocía más allá del recorrido que había desde el ascensor
hasta el despacho del señor Mcmillan. Al fondo vi una
máquina de agua, de esas de aspecto de cubo gigante que
suelen usar en las oficinas, y fui a refrescarme la garganta,
ya que el agua que había pedido antes, no llegó en ningún
momento.
—Disculpa —dije cuando una de las puertas se abrió a
medio camino dándome un golpe en el codo.
—Lo siento, ¿te he hecho daño? —Una mujer que debía
de medir metro ochenta y cinco largos, por las piernas
kilométricas que gastaba, con una melena rubia
ligeramente ondulada y sin atisbos de daños capilares por el
uso de decolorante, pareció preocuparse por mí.
—Tranquila, no sabías que fuera a estar por los pasillos.
Esto parece hoy una empresa fantasma.
—Los martes los editores suelen tener reuniones con las
grandes librerías fuera del edificio. Soy Anne Clampton,
correctora.
—Un placer conocerte, yo soy Melissa Willing.
La tal Anne era atractiva a un nivel desproporcionado. La
típica mujer que verías en una valla publicitaria o en una
revista de moda. Y, si era correctora en una gran editorial,
debía de gozar, además, de un buen intelecto.
—Así que tú eres la escritora que ha pasado el fin de
semana con Jude Mcmillan. —La sonrisa que tenía antes en
la cara se volvió algo tensa.
—Esa soy yo. —Me encogí de hombros.
—Espero que se haya portado bien contigo, Jude es un
hombre un tanto peculiar.
—Me ha parecido un hombre encantador, peculiar somos
todos, ¿no crees?
—Lo creo. —Se atusó el pelo y se recolocó las gafas en el
puente de la nariz, y ladeó la cabeza.
—Por cierto, me encantan tus zapatos.
—Gracias, y a mí tu… pelo —Me miró las puntas y sentí
vergüenza de no ser más meticulosa con mi aspecto
personal en ese sentido.
—Iba a por agua, intuyo que tú también.
—En realidad, iba a buscar a Jude, tengo que comentarle
algo sobre un libro que estamos corrigiendo. —Sentí que
puso demasiado énfasis en la palabra estamos.
—Está reunido con su padre, no tardará.
—No importa, puedo llamarlo luego cuando esté en casa,
para hablar más tranquilos, tú ya me entiendes.
No, no entendía nada el cariz que había tomado aquella
conversación con una desconocida que me había dejado el
codo magullado.
—Vale —titubeé—, en ese caso, iré a por el agua yo sola.
Un placer conocerte, Anne.
—Lo mismo digo. Estoy deseando leerte, Melissa.
No sé por qué pensé que lo que estaba deseando era
llenar mi borrador de correcciones, pero fingí
agradecimiento y seguí a lo mío. Esa mujer estaba
intentando marcar el terreno, yo no era tonta, pero la
seguridad en mí misma me hizo olvidarla rápidamente
aquella mañana.
40
Jude
—Te felicito, hijo. —Me palmeó la espalda—. Era lo que
necesitabas que te dijera y por eso me has retenido, ¿no?
—No, no necesito que me palmees la espalda como a un
perro. Quiero ver el contrato que Melissa, la que te
recuerdo, va a ser autora mía, ha firmado. Es mi deber
supervisarlo antes de que lo firmen.
—Es una autora que te he cedido yo, no lo olvides.
—Tú hace años que no trabajas con autores.
—Independientemente, puedes colocarte el tanto de que
haya firmado, pero no el mérito de encontrarla, además, ha
sido casi obligándote a convencerla con tus dones y no
como editor precisamente.
—Tú lo has dicho, obligándome, pero las cosas han
cambiado. Ha firmado, la empresa es mía, firmamos un
contrato, y me lo debes.
—No corras tanto, Jude. Sabes que tiene quince días por
contrato para echarse atrás, tu abuelo incluyó esa maldita
cláusula en los contratos de la editorial, él y sus buenas
intenciones con los demás. Yo también tuve que tragar con
sus exigencias antes de dirigir la editorial, este es tu legado
y tu deber.
—¿Te recuerdo que querías dejarme fuera de la empresa
si no aceptaba seguir tu plan?
—Deberás mantenerla hasta pasado ese periodo, es lo
que pone en el contrato que me hiciste firmar. ¿Crees que
soy tonto? Aunque veo que no has perdido el tiempo y
debes de tenerla bien enamorada para que firme incluso sin
leerlo. Me alegra que mi hijo sea un semental —dijo
pasando por alto mi pregunta.
—¿Tú piensas lo que dices antes de soltarlo? Ella ni
siquiera ha leído el contrato para saber eso. —Me mesé el
pelo nervioso.
—¿Acaso piensas que he nacido ayer? Sé que habéis
estado retozando en San Juan desde el sábado. Has pagado
con la tarjeta de la empresa, y no lo desapruebo, hay que
invertir para ganar en los negocios. Pero, si se cansa o se la
juegas, podría venir con el cuento de revocar el contrato y
los abogados de la empresa le informarían de que está en
su derecho de romper el acuerdo.
—Me gustaría que no hablases de Melissa como si fuera
un producto del mercado de valores. Y no pienso traicionar
la confianza de Melissa.
—¿Te has enamorado de ella acaso? —Bufó burlándose
de esa posibilidad—. Hace cuatro días metías en la cama a
esa correctora, ¿cómo se llama? Anne.
—No es lo mismo, y no, no estoy enamorado de ella, pero
es una buena persona y no quiero joderla.
—Eso tenías que haberlo pensado antes, nadie te dijo
que intimases tanto, solo tenías que ser un poco más
amable de lo habitual.
No daba crédito a que me hablase de aquel modo.
Estaba cansado de que me tratara como a un esbirro que le
hacía el trabajo sucio, en vez de verme como lo que era: su
hijo.
—Vale, padre, ¿me dejas ver ese contrato?
—Lo verás cuando seas dueño de todo esto, quince días
más, Jude. Ahora a trabajar, que para eso estamos aquí. —
Volvió a palmearme la espalda—. Necesitaré el
planteamiento de los primeros capítulos la próxima semana,
díselo a tu escritora.
—Descuida.
—Ah, hijo, y no te dejes embaucar por una mujer.
Siempre nos ha ido bien solos. Diviértete, disfruta, pero
céntrate en lo verdaderamente importante.
Juro que me mordí la lengua. Quince días, tan solo debía
esperar quince días para poder mandarlo a la mierda. Era
mi padre, ese hecho no podía cambiarlo, pero, como bien
me acababa de decir, debía pensar en lo verdaderamente
importante, y lo importante en esos momentos era poder
vivir mi vida.
Cuando salí a buscar a Mel, la encontré bebiendo agua
junto a la máquina del fondo y fuimos a mi despacho.
—¿Qué ha pasado ahí dentro? No pareces contento de
que haya firmado. Creía que era lo que querías.
—Claro que estoy contento, sabes que me encanta
empezar este proyecto contigo. Tan solo es que no estoy de
acuerdo con mi padre con ciertas decisiones de la empresa.
—Entiendo, pero él es el director y ha demostrado que
sabe hacer las cosas bien. Sois una de las mejores
editoriales del país.
Si ella hubiera sabido que estábamos casi al borde de la
quiebra, que mi padre no había sabido prevenir que la era
digital, la impresión a demanda y las editoriales emergentes
que estaban adaptadas a los nuevos tiempos, nos habían
comido vivos, y que ella era la última baza de mi padre para
salvarnos el culo, no hubiera dicho eso.
Me daba miedo incluso decirle que, aunque yo creía que
como escritora era lo más, no tenía todas conmigo a la hora
de lanzarla al mercado.
Sé que no le importaba no ser una superventas, pero
decirle abiertamente a un autor que podría comerse
literalmente los mocos, una vez expuesta su obra en
librerías, era fuerte de cojones.
Necesitábamos algo más que una gestión tradicional y
antigua para posicionarnos de nuevo en el mercado. Quizá
implantar algunas de las ideas frescas de Melissa, algo que
mi padre no aprobaría bajo ningún concepto, pero que
podrían tornarse una realidad en quince días.
No quería robarle su sueño, solo que trabajase mano a
mano conmigo en la reconstrucción de un modelo de
editorial obsoleto.
Melissa me había contado que una de sus ideas en un
futuro era crear su propia editorial con un sistema innovador
y dinámico, dando propia gestión a autores en base a sus
recursos. Haciendo copias de libros impresos a demanda,
que el propio autor gestionaría según su número real de
lectores, haciendo ganar a ambos sin opción a pérdidas o
falsas esperanzas. Un trato más justo, en donde la editorial
ofrecía un capital a cada autor, aparte de la edición
completa del libro, para publicitar sus obras, centrando
principalmente el mercado en el sector digital, ese que lee
en el transporte de camino a casa y que carece de espacio
para albergar pilas enormes de libros en sus escasos metros
cuadrados de hogar. Leer es leer, daba igual de qué manera
fuera, y el precio de un ebook nunca debía superar el
umbral de los cinco dólares para acercar la literatura a todo
el mundo.
Eran ideas brillantes, que solo podían salir de una mente
justa como la de Melissa Willing. Una autora que había
demostrado que para vender libros no se necesitaba estar
respaldado por ningún sello editorial. Tan solo se necesitaba
un ordenador donde escribir y conexión wifi.
—Lo sé, por eso claudico, pero no es lo que más me
gusta del mundo.
—Odias que te controlen, ¿cierto?
—Cierto.
—Pues siento decirte que en esta empresa no solo él
parece querer controlarte.
¿Qué narices quería decirme Melissa?
41
Melissa
—¿A qué te refieres? —Jude apoyó el codo en su mesa y
se llevó el bolígrafo a la boca, reteniéndolo entre sus
dientes esperando una respuesta. Me resultó un gesto
encantador y sonreí.
—A mí, he decido quedarme para controlar tu mente y
que acabes perdidamente enamorado de mí. —Vacilé. No
era lo que tenía previsto decirle, pero no quería parecer
celosa de la tal Anne, que a las claras bebía los vientos por
Jude.
No era de mi incumbencia si habían tenido o tenían algo
en la actualidad que implicase juegos de cama. Me constaba
que él no tenía pareja, no iba a ser tan tonto de jugársela
así conmigo si así fuera.
No éramos nada, tan solo un par de amigos que habían
conectado y se divertían en la intimidad. Jude me gustaba
mucho, y sí, pensaba que podríamos ser algo más en un
futuro, pero eso lo pensaba yo, no obligatoriamente él.
—Si te has propuesto eso, estoy seguro de que acabarás
consiguiéndolo.
Su respuesta me pilló por sorpresa. Era cierto que nos
habíamos dicho muchas cosas durante los momentos de
calentón, pero esta vez me sonó diferente y no quería que
se sintiera forzado a decir aquello.
—Era una broma, Jude. No te pediré que hagas un
esfuerzo tan grande como ese.
—Creo que no me supondrá un gran esfuerzo, ¿por qué
dices eso?
—Porque ambos sabemos que lo nuestro tendrá un fin. Yo
no voy a quedarme aquí eternamente y dudo que tu padre
te permita dejarlo todo y seguirme a Nueva York como un
perrito faldero. Ambos sabemos quién tiene el poder, yo
solo soy una autora de tres al cuarto.
—¿Insinúas que mi padre tiene planes de futuro para mí?
¿Que me organizará un matrimonio beneficioso? —Se
esforzó en reír.
—Quizá no llegue a rozar la ilegalidad, pero querrá que
salgas con una mujer de tu estatus.
—Te equivocas. Mi padre odia a las mujeres.
—¿Odia a las mujeres?
—No es un misógino pero no cree en las relaciones desde
que mi madre lo dejó.
—¿Y tú?
—Yo creo en las madres, aunque la mía no haya estado
muy presente.
—No, tonto —su comentario me obligó a reírme—, me
refiero a si crees en las relaciones.
—Creo en las relaciones en general, hay muchos tipos de
ellas.
—Hace un momento has afirmado que te sería fácil
enamorarte de mí y ahora esquivas mi pregunta.
—No la esquivo, pero no puedo creer en algo que nunca
he tenido.
Solo mirándolo a los ojos, sabía todo lo que esa
respuesta llevaba implícito. A ratos, Jude me parecía el ser
más hermético del mundo y, en otros, un libro abierto capaz
de tener sentimientos pugnando por salir en cualquier
momento con frases como esa.
—Están sobrevaloradas.
—Eso dependerá de la clase de relación que hayas
vivido. Quiero pensar que no todas son iguales, y te
recuerdo que hablo desde la ignorancia, pero, que el
matrimonio de mis padres saliera mal, no significa que el de
otras personas no sea una buena experiencia.
—Yo también hablo un poco a ciegas sobre el tema. Mi
última relación no podría calificarse como tal. Daniel y yo
teníamos una especie de independencia enfermiza, y
cuando le exigí un poco más fue el fin de lo nuestro.
—¿Y qué le exigiste?
—Que pasara las Navidades con mi familia.
—Es que eso son palabras mayores, señorita Willing. —
Dejó el bolígrafo en su sitio y anudó las manos detrás de su
cabeza.
—Solo es compartir un plato de pavo relleno con gente,
no una declaración jurada de eternidad como pareja.
—En eso tienes razón.
—Claro que la tengo. ¿Puedes cenar en un restaurante
con cien personas más alrededor y no con la familia de tu
novia por miedo al compromiso? Son unas reglas
preconcebidas y estúpidas. Solo es comer, nada más.
—Pero tú misma me acabas de decir que le exigiste un
poco más a la relación.
—Sí, bueno, pero entra dentro de lo normal, que si
quieres a alguien, también quieras saber cosas como de
dónde viene o cómo es su familia.
—Tiene su lógica —dijo tras pensarlo un poco.
—Yo conozco a tu padre, y no creo que eso signifique que
nuestra relación sea seria y formal. De hecho, no existe una
relación romántica entre nosotros.
—Entonces, ¿en qué quedamos?
—No entiendo. —Apoyé mi mano en mi barbilla y fruncí
el ceño.
—¿Se debe de poner etiquetas a las relaciones o no?
—Las relaciones son relaciones, pero sí tienen una
definición en sí misma. No es lo mismo una relación de
amistad que una relación laboral, por ejemplo. Lo que me
recuerda, que debería llamar a mis amigas. —Me levanté
como si tuviera un resorte en el culo. Estaba intentado
liarme y que pareciera incongruente, le encantaba hacerlo.
—Te doy permiso para salir del despacho y hacer esa
llamada. —En su cara se advertía lo que le gustaba
chincharme.
—Muy gracioso, Jude Mcmillan —dije antes de cerrar la
puerta tras de mí.
—¿Dónde coño te has metido todo el fin de semana? —
Brooke no dijo ni hola una vez visto mi nombre en el
identificador de llamadas—. Di ha estado a punto de poner
tu cara en los briks de leche para buscarte.
—Si me hubiera pasado algo ya os habrían avisado. Un
poco de libertad, por el amor de Dios. —Me quejé a
sabiendas de que mandarles un wasap no hubiera estado de
más.
—O no, podrían aún estar buscando tu cadáver.
—¿Y por qué me tendría que haber pasado una cosa tan
horrible? Quizá soy yo la que no quiere dar señales de vida.
—Pero las estás dando, eres tú la que me has llamado.
—Pero ¿qué está pasando aquí? ¿Te alegras de que te
llame o no? No estoy entendiendo nada.
—Claro que me alegro, zopenca, tan solo te he dicho que
estábamos preocupadas.
—Vale, pues estoy bien y no creo que regrese hasta
dentro de quince días.
—¿Eso significa que has firmado?
—Claro que significa eso, no creerás que me voy a
quedar a escribir los guiones de la segunda parte de
Anatomía de Grey.
—Era una pregunta retórica.
—¿Cómo están los niños?
—Muy bien, te echan de menos.
—Normal, su madre es una carca.
—Su madre se preocupa mucho por la loca de su tía Mel.
¿Qué te han ofrecido? Cuéntamelo todo.
Me quedé callada, ni yo misma sabía qué narices
implicaba ese contrato editorial. Lo había firmado a ciegas,
confiando en las palabras de un hombre que me había
puesto los ojos en blanco en la cama.
—Tengo que entregarles el borrador y ya hablaremos
más delante de la tirada y esas cosas.
—Entonces, ¿qué narices has firmado?
—¿Un precontrato? —pregunté más que afirmé en un hilo
de voz.
—Melissa Willing, ¿qué narices ha pasado? —Mierda, me
conocía demasiado bien.
—Que me he tirado al editor —dije en un susurro para
que nadie pudiera oírme, aunque el pasillo estaba vacío.
—¿Qué?
—No te oigo bien, shiihshshshshshs, hay interferencias.
—Mel, Mel, ¿has dicho que te has tirado al editor? —la
voz chillona de Brooke casi me ocasionó daños permanentes
en el tímpano.
—Sí, joder.
—¿Y eso qué tiene que ver con el contrato?
—Pues… que…
—¿Qué, Mel? Suéltalo de una vez.
—Que no sé ni lo que he firmado, que me he fiado de que
Jude me iba a conseguir un buen acuerdo. Quiero quedarme
aquí, con él.
—¿Tú estás loca? ¿Has firmado sin leer lo que pone en
ese contrato? ¿Y si acabas de vender tu alma al diablo? Es
algo que implica todo tu trabajo, Melissa, en todo lo que has
construido y crees.
—No me va a pasar nada, creo que le gusto.
—¿Y qué si le gustas? Que te guste un tío no significa que
sacrifiques tu vida y tu trabajo por él.
—Bueno, no sé lo que pone, no sé si he sacrificado nada.
—Ese es el problema, ¿es que no lo ves? Pide una copia
ahora mismo —me exigió, desde que era madre se creía
que todos éramos sus hijos.
—Lo haré, tranquila, ahora tengo que dejarte.
—Melissa, quiero que me mandes una foto de ese
contrato. Le pediré a Sam que los abogados de su empresa
lo revisen.
—Que sí pesada. ¿Alguna cosa más?
—Sí, que, si a ese hombre de verdad le gustas, no lo
fastidies.
—¿Por qué crees que soy yo la que va a fastidiar nada?
—Simplemente porque eres tú.
—Vete a la mierda, Brooke.
—Yo también te quiero. Y quiero una foto del editor
también.
Le colgué sin más. Pensé en llamar a Di, pero ya se
encargaría ella de comunicarle que estaba viva y la firma
del contrato. No estaba para otro sermón, sabiendo que mi
segunda amiga era peor que la primera en cuestiones
morales.
42
Jude
Melissa me había dejado claro que no éramos nada. Y no
lo éramos, pero me gustaba imaginar que ella podría ser
algo más. Me gustaba demasiado como para dejarla
escapar y no intentar algo más. Era la única mujer que me
había despertado ese tipo de pensamiento.
Era cierto que lo que habíamos tenido era algo
estrictamente físico, pero lo que me había movido a ello no
era solo una cuestión sexual. Tenía un poder sobre mí que
me atraía a ella como una polilla a la luz.
—¿Se puede? —Anne abrió la puerta tras anunciar su
llegada con unos golpes de nudillo.
—Adelante, ¿qué te trae por aquí?
—Trabajo. —Se apoyó en la puerta antes de cerrarla y
acercarse a mi mesa.
—Cuéntame.
—La corrección del manuscrito de James Baldwin está
casi terminado.
—Bien, en cuanto termines házselo llegar. ¿Alguna cosa
más? —Normalmente no me avisaba de las cosas que
estaba a punto de acabar, sino de las que ya estaban
terminadas.
—No lo sé, dímelo tú. —Subió una de sus piernas a la
silla, dejándome ver el liguero asomar por el dobladillo de
su falda y el triángulo abultado de su entrepierna con aquel
tanga del demonio.
—¿Qué quieres, Anne?
—Que el fin de semana no te haya hecho olvidar lo bien
que lo pasamos juntos.
—Te agradezco el recordatorio, pero no es el momento.
—La he visto bajar a la calle, tenemos tiempo de tomar
un aperitivo.
Una semana atrás, ante esa tentativa, no hubiera dudado
en recostarla sobre mi mesa, subir su falda hasta la cintura
y hundir mi cara para hacerla gozar un poco y destensarnos.
Anne era un cañón de mujer, de esas a las que el coño
les huele a rosas incluso en plena excitación. Un regalo para
la vista y el gusto.
—Ya te he dicho que no es el momento. Vuelve al trabajo
—le dije tras resoplar ante la visión que tenía delante. Era
un hombre muy sexual, demasiado, y aquello me la estaba
poniendo en un estado de dureza extrema.
—¿Qué te pasa? ¿No será por esa escritora?
—Se llama Melissa.
—Como si se llama Betty, tú y yo tenemos una cuenta
pendiente.
—Tú y yo ya hemos saldado muchas cuentas, Anne.
—¿Y van a terminar así: cuándo tú quieras y cómo
quieras? —Rio y bajó la pierna de la silla.
—Ya te he dicho que no es el momento.
—Puedo ir a tu casa luego.
—No, gracias. —Empecé a revisar los papeles que tenía
sobre la mesa para que se percatase de que no tenía tiempo
para ella.
—¿No, gracias?
La puerta se abrió, sobresaltándonos a ambos.
—Perdón, puedo volver luego si estáis hablando algo —
dijo Melissa en el quicio de la puerta.
—No, pasa. Anne ya se iba.
—Sí, tranquila, ya hemos terminado. Un placer verte de
nuevo.
¿De nuevo? ¿Ya se conocían?
—Igualmente, seguramente nos veamos mucho por aquí.
—Supongo. —Anne me miró de un modo que no me
gustó nada —. Pasadlo bien.
Con su habitual contoneo se dirigió hacia la puerta y se
frenó en seco para volver a decir algo.
—Llámame cuando lo necesites, Jude.
—Descuida —respondí con toda la tranquilidad que pude,
mientras Mel nos observaba a ambos con gesto impasible
en la cara.
—¿No le caigo muy bien o me lo ha parecido a mí? —
preguntó Mel cuando Anne ya se encontraba fuera del
despacho.
—Es así con todas las mujeres que pueden hacerle
sombra.
—¿Te refieres a todas las mujeres que pueden quitarle el
beneplácito de tirarse al jefe?
Aquello me pilló de sorpresa.
—Si insinúas que me acuesto con ella, estás muy
equivocada —mentí. No me parecía ético después de lo que
había pasado entre nosotros decirle abiertamente que así
era.
—Antes, cuando estabas en el despacho de tu padre, me
ha parecido que intentaba mear el terreno, tú ya me
entiendes.
—No hagas caso a las cosas que te diga Anne, ya te he
dicho que es muy competitiva con otras mujeres.
—Yo no soy competencia para ella, esa mujer rezuma
belleza hasta por los lóbulos de sus orejas.
—No te subestimes, la belleza de una mujer no está solo
en el físico, hay cosas que son tremendamente más
atractivas, como la inteligencia.
—Entonces, debo ser Einstein —dijo poniendo la vista
sobre una revista de novedades de la editorial—. ¿Puedo?
—Toda tuya, pronto tú también saldrás en ella.
43
MEL
Cogí la revista y me puse a ojearla sin prestar demasiada
atención.
Jude mentía. Estaba claro que entre él y Anne pasaba
algo.
Tras colgar mi llamada con Brooke, había decidido salir a
tomar el aire. Entretanto esa mujer había aprovechado mi
ausencia para entrar a no sé qué en el despacho de Jude y,
para hacer aquello, debía haber espiando mis movimientos.
No estaba celosa, Jude era libre de hacer lo que quisiera.
Pero la posibilidad de que esos dos hubiesen intimado más
de lo normal mientras yo no estuve ausente me molestaba.
No hacía ni un día que había estado en sus brazos gozando
como una enana y era de justicia esperar un tiempo
prudencial para volver a mezclar las babas con otra
persona.
—¿Estás bien? —me preguntó. Por mucho que quisiera
aparentar normalidad, debió notarme tensa.
—Sí, ha sido un día largo e intenso. Me gustaría irme a
casa.
—Podemos irnos cuando quieras. Ya he revisado todo lo
que tenía pendiente. Podemos comer algo de camino.
—Me parece bien.
Necesitaba salir de allí. El aire del despacho estaba
completamente infectado del perfume caro de Anne. Era
esa clase de mujer que, aun habiendo salido de una
estancia, seguía llenándola con su presencia indirecta.
—Te noto rara.
Jude dejó su asiento tras la mesa y vino hacia a mí.
—Estoy bien, de verdad, solo estoy cansada.
—Sabes que puedes decirme lo que sea, ¿verdad?
—¿Cuándo te he parecido una mujer que se guarde
nada?
—Nunca, por eso me preocupa verte así.
—No es nada.
—Te creeré. —Se acuclilló para quedar frente a mí y me
acarició la mejilla—. Necesitas comer algo, ¿vamos? —Se
puso en pie y me tendió la mano para que yo también lo
hiciera .
Aproveché unos segundos antes de hacerlo para mirarle
la entrepierna. Jude era un hombre bien dotado, pero estaba
claro que esa mujer se la había puesto como una tubería de
plomo.
—Sí, me vendrá bien comer algo. —Dolida, aparté la vista
y dejé mi asiento.
44
JUDE
Durante la comida, Mel estuvo muy callada.
Apenas probó bocado y seguía insistiendo en que era
fruto del cansancio.
Me preocupaba sobremanera que Anne pudiera haberle
dicho algo que me dejase en mal lugar y que hubiera
manchado la buena consideración que Mel me tenía.
Cuando juré que había sido totalmente sincero con ella,
no era cierto. Había tantas cosas de mí que ella no sabía
que la idea de que se enterase me acojonaba vivo. No
quería joderla, no se lo merecía, Mel era una mujer especial,
y no solo para mí. Ojalá existiera un mundo lleno de gente
como ella.
Algunas personas llegan a tu vida para ponerte a prueba,
otras te utilizan, y otras aparecen para enseñarte algo. Yo
era todas esas cosas para Melissa, salvo que lo único que
podía enseñarle era a no ser como yo.
Yo era experto en abrir heridas en las mujeres, Mel era
experta en cerrarlas. Se notaba que era una buena amiga,
yo carecía de ese tipo de relaciones tan altruistas.
Follar sin importar nada más estaba bien, pero follar con
una persona que podía abrazarte el alma era otro nivel, y no
tenía forma de decírselo. No porque me fuera difícil
verbalizar las cosas, tan solo no quería decir aquello y
quedar de falso si las cosas no salían bien.
Lo nuestro iba de física más que de química, aunque esta
segunda estuviera muy presente. Después de todo, el amor
es una actividad alegre y útil en los sentimientos de
bienestar, y Mel me hacía sentir jodidamente bien.
Desde que había firmado el contrato, la distancia entre
nosotros volvía a estar presente.
—¿Qué has estado hablando con Anne? —Bebí de la
cerveza que había pedido para acompañar mi sándwich de
cangrejo.
—Nada especial. Me ha dicho que era correctora y que
esperaba que me hubieras tratado bien durante el fin de
semana. Parece que toda la editorial estaba enterada de
que habías hecho de canguro.
—No debía por qué ser un secreto. Es normal ese tipo de
cosas para cerrar negocios con los escritores que no
conocen la ciudad.
—Ya…
—¿Quieres decirme algo y estás aguantándote las ganas?
—¿Por qué estás tan preocupado? No entiendo la
insistencia
—Porque tengo la sensación de que algo ha cambiado
entre nosotros.
—No hay un nosotros, Jude. Que lo hayamos pasado bien
no significa que tengamos que casarnos.
—Ya me conozco tus teorías, Mel, pero no quiero que el
buen rollo y la posibilidad de volver a pasarlo bien se
acaben.
—Hablas como si hubiera pasado algo muy malo y
albergases esa posibilidad. Quizá eres tú el que no está
siendo sincero y no yo.
—No ha pasado nada, por eso me preocupa tu mutismo y
tu mala cara.
—¿Tan difícil es de entender que esté cansada y necesite
algo de paz?
—Supongo que no. —Tuve que rendirme y aceptar que
por alguna razón a Mel se le había torcido el día. Tal vez
había sido tras aquella llamada que había hecho a sus
amigas.
—¿Qué tal tus amigas?
—Bien, pero estaban preocupadas por mí. No contesté a
sus mensajes de wasap y han puesto el grito en el cielo.
—Tienes suerte de que alguien se preocupe por ti de ese
modo.
—Sí, yo también lo hago por ellas. Los amigos son la
familia que uno elige. Como tú a Simon y Grand Fulker. —Por
fin volví a ver una sonrisa en sus labios.
—Soy patético, lo sé.
—No lo eres, tan solo trabajas demasiado y basas tus
relaciones en ratos superfluos. Cada uno es como es, no
tienes que mortificarte por ello.
—A veces me siento muy solo. Yo no tengo a nadie a
quien llamar si no me siento bien.
—Puedes llamar a Anne, ella parece muy dispuesta a
recibir una llamada tuya si lo necesitas.
Ahí estaba, mis sospechas eran una realidad y me sentí
aliviado de no estar perdiendo la cabeza y tener que
aceptar que Mel estaba rara por nada.
—¿Te ha dicho ella que somos amigos de esa clase? —
bufé y me reí acto seguido.
—No ha hecho falta, se nota que vuestra relación va más
allá de algo estrictamente laboral.
—No somos tan amigos como deduces.
—No tienes que justificarte, yo tengo algún que otro
amigo de esos.
—¿De esos?
—Sí, con los que tienes buen rollo y llamas cuando
necesitas algo de ellos, sin necesidad de existir una
intimidad entre vosotros que implique saber cuándo se te
cayó el primer diente.
—¿Y cómo se llaman esa clase de amigos? —Entrecomillé
con los dedos la última palabra.
45
MEL
—¿Y cómo se llaman esa clase de amigos? —Entrecomilló
con los dedos la última palabra.
—Mike —respondí a sabiendas que no estaba buscando
un nombre concreto—. El Silencioso —añadí después.
—¿Quién narices es Mike el Silencioso?
—Un tío que trabaja en la cafetería con Di, la amiga que
vive conmigo. Es un tío raro, muy parco en palabras, nunca
ha hecho muy buenas migas con ella, pero es muy generoso
cuando necesitas liberar tensiones.
Vi cómo le cambiaba la cara y la conversación empezó a
resultarme divertida.
—¿Se dedica al masaje? —A Jude se le notaba molesto,
aun así siguió indagando.
—Podría decirse que sí. Hace buenos masajes sin
titulación alguna, ya te he dicho que trabaja en una
cafetería.
—Entiendo. —Vi cómo su mandíbula se tensaba. Debía
de estar apretando los dientes hasta limarse las cúspides de
las muelas.
—No tengo la necesidad de comunicarme con él ni
abrirme de par en par de manera emocional. Pero responde
a mis necesidades.
Desde hacía un par de meses, me estaba beneficiando al
colega de Di. Era cierto que era un tipo raro, de esos que no
sabes siquiera lo que están pensando. Alguien muy
metódico que se mueve según la actividad que esté
realizando con precisión sin articular palabra. No recuerdo ni
cómo fue capaz de entablar una conversación conmigo
aquel día que fui a buscar a Di al café Mazzo, ni qué fue
exactamente lo que hablamos, tan solo recuerdo el polvo
que echamos en su piso una hora después cuando recibí un
mensaje suyo invitándome a cenar unos tallarines del chino
de debajo de su casa.
No me había metido en la boca los palillos cargados
cuando empezamos a morrearnos en silencio y acabé
jadeando, tras ese polvo inesperado, tendida en su sofá.
—Me alegro de que ese tipo te deje tan satisfecha. —
Apartó la mirada y dobló la servilleta con cierto nerviosismo.
—Tú también lo has hecho. Has sido un buen anfitrión si
te alivia saberlo. —Quise compensarlo. Mi sinceridad a
veces era demasiado mordaz para el resto de la gente, y
Jude no iba a ser menos.
—Sé muy bien lo generoso que puedo llegar a ser.
El azul de sus ojos se intensificó y me mantuvo la mirada
intentando echarme en cara lo poco acertada que había
estado mi confesión.
—Lo eres, estoy segura de que tienes mucho que dar a
toda la gente.
—No a toda, no te equivoques.
—Solo a la más selecta, incluida yo. ¿Nos vamos? Debo
empezar un libro y tengo la suficiente inspiración para ello.
—Está bien, espero que me lo cuentes. Recuerda que
estás aquí para que supervise el avance del trabajo, tiene
que ser un libro perfecto.
—Descuida, sobre el personaje masculino tienes mucho
que aportar —dije levantándome de la silla para ir al baño
mientras Jude pedía la cuenta para dejarlo, sin opción a
réplica.
Cuando llegamos a su casa, la tarde ya se nos había
caído encima.
Cogí mi portátil y le anuncié que iba a usar la mesa del
patio trasero para escribir un rato. Me puse ropa cómoda,
me eché una manta por encima y cogí uno de los botes de
galletas saladas que Jude me había comprado a mi llegada,
y salí a disfrutar de la puesta de sol.
Aquel atardecer pintado de vivos colores azules y rojizos
reflejados en el agua, solo separados por una franja oscura
a los largo del horizonte, era la prueba viviente de que los
finales también pueden ser bonitos.
—Voy a salir a correr un rato —escuché decir a Jude a mis
espaldas tras oír abrirse la puerta—. He encendido la
cafetera y puesto una cápsula por si te apetece tomar un
café.
—¿A estas horas? —Comprobé la hora en el portátil, eran
las diez de la noche, el tiempo se me había echado encima.
—Me vendrá bien para coger el sueño, entiendo que si no
has entrado ya en la casa querrás seguir escribiendo.
—Estaba a punto de entrar a darme un baño y meterme
en la cama. Mañana quiero aprovechar el día, estoy aquí
para eso, ¿no?
—No es necesario que ocupes todo tu tiempo en escribir.
Deberías de aprovechar el buen tiempo y bajar a la playa,
entre semana no suele haber mucha gente.
—Lo haré, gracias.
—Puedo acompañarte si quieres, puedo trabajar desde
casa si no hay nada que me obligue ir a la oficina.
—Hazlo si te apetece, no quiero interferir en tus
quehaceres, puedo arreglármelas sola y mostrarte lo que
lleve escrito cuando vuelvas a casa.
—Sé que puedes estar sola, tan solo… —Se mesó el pelo
nervioso, pero no terminó la frase—. Vale, si no te veo a mi
vuelta, que descanses.
—Tú también.
Hizo un gesto como para acercarse hasta a mí para
besarme, pero se detuvo.
—Adiós —dijo cuando cerré el portátil y me dirigí a la
puerta para entrar en la casa.
—Pásalo bien. —Cerré la puerta tras de mí y lo dejé allí
plantado con un chándal negro de pantalón largo y
sudadera gris.
46
JUDE
Mi ciudad se despedía desaliñada, las calles de Alki
Beach me miraban con su adormilada ensoñación,
invitándome a correr deprisa sin un rumbo definido.
El móvil me golpeaba el muslo en un continuo y molesto
ritmo obligándome a parar.
Tenía la respiración acelerada, el pulso latía con fuerza
en mis sienes y mi mente estaba completamente nublada
por la imagen fría e indiferente de Melissa.
Miré la hora en la pantalla, tan solo había corrido media
hora, y me obligué a reanudar la marcha cuando vi una
llamada entrante.
Dudé si contestar o no, era Anne.
Silencié el móvil y lo volví a colocar en el bolsillo, aunque
sabía que seguiría insistiendo si no contestaba.
Mis piernas comenzaron a trotar de nuevo y me
incorporé a la carretera. A esas horas había poco tráfico por
el barrio y era más fácil correr sobre terreno llano.
Sentí de nuevo la vibración del móvil, no iba a parar, si
hablaba con ella acabaría convenciéndome.
No podía volver y coger el coche sin más y desparecer
por muy jodido que estuviera con Mel tras contarme lo de
ese tal Mike.
Seguí corriendo, el móvil vibrando, las bragas de Anne, la
indiferencia de Mel…
47
MEL
Me vi tentada de hacerme ese café, pero si lo hacía me
costaría dormir, así que apagué la cafetera y me serví una
copa de vino.
Me trasladé con ella al aseo, abrí el grifo para llenar la
bañera y puse música en mi teléfono.
Cuando los últimos acordes de Something good this way
come sonaron, me metí en la bañera con la copa de vino en
la mano.
Jakob Dylan, comenzó a amenizar el momento de relax
con su música
Estuve disfrutando del confort que el agua caliente y el
vino aportaban a mi cuerpo, intentando poner la mente en
blanco.
Sonreí con los ojos cerrados al recordar la tensión de Jude
en el restaurante y pensé que no había comido nada desde
entonces, salvo algunas galletas saladas.
No me importaba, beber con el estómago vacío me
ayudaba a dormir, y lo necesitaba realmente.
Había sido un día raro, uno de esos que en un principio te
ves embargada por la euforia y después esta se escurre por
las orejas cuando escuchas algo que no te gusta. Y no solo
había oído, también había visto a esa maldita mujer. Era tan
guapa y olía tan bien que asustaba que la naturaleza fuera
tan generosa con unos y tan cabrona con otros. No es que
pensara que yo era fea, tan solo no era Anne. Apostaba que
sería follable hasta con un saco de patatas como única
vestimenta.
Odiaba que Jude hubiera puesto sus manos sobre ella en
algún momento de su vida.
Sacudí la cabeza para librarme de esos pensamientos y
apuré lo que quedaba de vino en la copa.
Salí de la bañera y me miré en el espejo.
Demasiado delgada, pensé.
Sin duda alguna no podía competir con las curvas de esa
mujer, la grasa parecía haberse colocado de manera
perfecta en su cuerpo, eligiendo con gracia donde esculpirla
sin parecer desproporcionada. Era perfecta, y sus pechos
combinaban con cualquier escote.
Me sequé con cuidado, si lo hacía muy fuerte no me
libraría de los molestos picores en la piel que la primavera
me producía.
Una vez con el pijama puesto, metí la copa en el
lavavajillas y me fui a mi habitación. Había imaginado la
vuelta a su casa de otra forma, pero así eran las cosas de
cuando vuelves a la realidad.
Me metí en la cama y comprobé la hora en el móvil. Eran
las once y cuarto, Jude debía de estar llegando a Montana
corriendo desde que había salido de casa.
No me preocupé, no pensaba llamarlo; yo era una
invitada, no su madre, de la que, por cierto, nunca hablaba.
Poco después sentí que Morfeo me había poseído y cerré
los ojos mientras me acurrucaba de lado y cubría parte de
mi cabeza con el edredón.
48
JUDE
Sentí calor, abrí los ojos y traté de ubicarme. Era la
habitación de Anne. La luz que entraba por la ventana me
impedía abrir bien los ojos. Me había quedado dormido sin
desvestirme. Ni siquiera habíamos cerrado las cortinas. No
lograba recordar cómo había llegado a su casa.
Lo primero que hice fue encender el aire acondicionado,
luego busqué el móvil para ver la hora.
Anne se removió en la cama y, con los ojos a medio abrir,
me dijo:
—Buenos días.
—Buenos días —contesté aún con la boca seca.
—Sabía que aceptarías mi invitación —dijo ella con
seguridad—. Qué buena vida te pegas.
—No me quejo. Soy joven y la vida hay que vivirla.
—Bésame —sonó a una orden, y era difícil decirle que no
a una mujer como ella y más si sus tetas luchaban por salir
de su camisa. Estaban retenidas en una cárcel de botones y
era fácil saltarse la seguridad de la guardia.
Le comí la boca con ganas mientras mis manos apretaron
sus pechos con fuerza.
Cuando nos separamos, ya tenía una erección
importante al imaginar que Anne tenía esa cara obscena
que se le ponía cuando quería disfrutar de un buen
cunnilingus. La oía respirar fuerte. Sabía que se estaba
imaginando la escena y eso la excitaba aún más, parecía de
película porno.
Comenzó a desvestirse y yo me tumbé boca arriba.
Cuando su cuerpo se liberó de todas las prendas, le pedí
que se pusiera sobre mí de manera que su entrepierna
quedase a la altura de mi boca.
Se lo empecé a comer a lengüetazos. Apoyada sobre su
abdomen, cerró los ojos y suspiró fuerte. Cada vez que le
pasaba la lengua por su clítoris la hacía jadear. Se notaba
húmeda y ardiendo. Comenzó a moverse en círculos sobre
mi boca.
—Nadie me lo hace como tú —dijo entre jadeos,
abriéndose más de piernas para ofrecerme su coño aún más
expuesto en mi boca. Podía abarcarlo entero.
—Aaah, no pares…, hazlo más fuerte.
El olor de su sexo y su perfume rondaba por toda la
habitación, te penetraba por completo la cabeza, y no podía
dejar de lamerla de aquel modo bruto y sucio.
Tenía la polla tan dura que pensé que iba a rasgar mi
bóxer y mi pantalón pugnando por salir a escena.
—Yo también quiero que te la comas.
Cuando liberó mi boca y pude incorporarme, antes de
desprenderme de la ropa, cogí sus tetas con ambas manos
y puse mi boca en sus pezones. Los succioné, los mordí y se
los escupí para volver a chupárselos con intensidad.
—No pares, por favor. —Le encantaba que castigara sus
tetas de aquella forma, y ella, aprovechando la posición,
bajó mi pantalón junto a mi bóxer y agarró mi polla.
Comenzó a masturbarme con intensidad.
—Arrodíllate y abre la boca —dije sin darme mucho
espacio a la duda.
Apenas acababa de decirlo cuando Anne ya tenía la boca
llena. Dándole una arcada cuando embestí fuerte para que
se la tragara entera. Le cogí la cabeza con ambas manos y
empecé a follarme su boca. Ella engullía como podía al
mismo tiempo que se acariciaba el clítoris.
Estaba a punto de correrme. Ella estaba dispuesta a
tragárselo todo. Quería que lo hiciera dentro de su boca,
aceleré más el ritmo.
—Me corro… Joder, qué mamada —gruñí intentando
aguantar la respiración.
Un grito ahogado salió de mi garganta obligándome a
abrir los ojos.
Estaba sudando y sentí cómo mi polla se desparramaba
involuntariamente. La polución nocturna había dejado una
mancha espesa en mi pantalón de pijama.
—¡Jude! —Mel entró en mi habitación. Llevaba el pelo
revuelto y ese dichoso pijama diminuto, con la piel de
gallina—. Te he escuchado gritar, ¿estás bien?
Con un movimiento rápido me cubrí de nuevo.
—Sí, tranquila, he tenido una pesadilla.
—Joder, qué susto. —Se sentó en el borde de la cama con
una mano en el pecho—. ¿Qué hora es? No te escuché llegar
anoche, me quedé dormida.
—Son las ocho, llegué sobre las once y media, quizá un
poco más.
—Entonces, debiste de correr mucho.
—No es tanto.
—¿Hora y media no es tanto?
—Para alguien que empieza, sí, yo estoy acostumbrado.
Pero, para tu tranquilidad, volví dando un paseo para bajar
pulsaciones.
—Pues las mías ahora están que se salen de las venas.
Las mías también, pero no por el mismo motivo.
Necesitaba que se fuera para poder levantarme, darme una
ducha y poner a lavar el pijama y las sábanas.
—Deberías ir a ponerte algo de ropa, tienes la piel de
gallina.
—Sí, siento haber invadido tu intimidad, pero creía que
alguien había venido a atacarte.
—¿Quién querría atacarme tan temprano y para qué?
—Quién sabe. —Se encogió de hombros al punto que se
incorporaba—. Depende de qué tipo de ataque. Se me
ocurre que tu amiga Anne, por ejemplo…
—Muy graciosa, Mel. Ahora, en serio, ve a ponerte algo y
enciende la cafetera.
—A sus órdenes, jefe. —Hizo el saludo militar y salió de la
habitación.
Me sentí un mierda. En otras circunstancias le hubiera
pedido que se metiera en la cama conmigo para acurrucarla
y darle el calor que necesitaba, pero ninguno de los dos
estábamos ya en ese punto, y, además, el estado en el que
me encontraba hubiera delatado que era incapaz de
mantener mis instintos a raya ni siquiera durmiendo.
Mi parte sentimental estaba conectada a Melissa Willing,
pero, como hombre, Anne seguía despertando mis instintos
primarios hasta en sueños.
La noche anterior me vi en la obligación de rechazar su
oferta, no hubiera podido hacerlo sabiendo que Mel estaba
en mi casa, y no solo por eso, sentía la necesidad de
guardarle un respeto a todas las cosas que había
despertado en mí. Además, prefería mil veces follar con ella
que con cualquier otra. No podía sentirme mal por aquel
polvo que mi mente inconsciente había generado, era
absurdo pensar eso, aun así, lo hice, y maldije a Anne y a
toda la sensualidad que despertaba.
49
MEL
El día se terciaba cálido y tranquilo en la playa.
Las ondas de calor bronceaban a fuego lento nuestra piel
y las olas se mecían sin prisa con una suave brisa fresca,
que movían las palmeras.
Quería intentar aprovechar y divertirme con lo que tenía,
incluso en el más absoluto silencio, donde ríen las
confidencias y pensamientos.
Así estábamos Jude y yo esa mañana sobre una esterilla,
sin decir nada, aunque era imposible no imaginar los
matices de un simple gesto, inconsciente e involuntario,
cegados por el sol.
Ni un sólo móvil, ningún ordenador, nada que nos
distrajera de conocernos mutuamente de nuevo, en una
playa casi desierta, ajenos al turismo, donde aún podíamos
sentir lo que de verdad significaba la palabra naturaleza.
—¿En qué piensas? —me preguntó incorporándose para
ponerse las gafas de sol.
—En que esto es raro.
—¿Por qué? —Se giró hacia mí y se sentó con las piernas
cruzadas.
—Jude, tú sabes a qué me refiero.
—Solo sé que ayer cambiaste de actitud muy de repente
y no entiendo el porqué.
—Supongo que no era consciente de la realidad que me
esperaba cuando volviéramos de San Juan. Por eso no es
buena idea dejarse llevar los por los instintos de la carme.
—Me incorporé yo también y utilicé mi mano como visera.
—¿Qué realidad? ¿Qué ha cambiado entre nosotros para
que pienses eso?
—Ya te lo dije, somos de mundos diferentes y creo que
tampoco debí firmar ese contrato.
—¿Y por qué lo hiciste? —Se bajó las gafas hasta la punta
de la nariz y me observó extrañado.
—Supongo que me dejé llevar por la emoción de pasar
más tiempo contigo.
—¿Y qué tiene eso de malo? Fui yo quien te pidió que te
quedases en mi casa. Lo siento, Mel, pero no logro entender
qué te pasa.
Ni yo misma lo sabía. No sabía qué me pasaba.
Era esa sensación que te produce algo excitante pero, a
la vez, sabes que va a doler mucho.
—Me da miedo enamorarme de ti.
—¿Desde cuándo a una escritora romántica le da tanto
miedo el amor?
—¿Habla Jude o el editor?
—Soy las dos cosas.
—Supongo que desde que conozco sus virtudes y
defectos. Cuando uno escribe debe documentarse mucho.
He escuchado todo tipo de historias y, en todas, hay una
parte en la que se sufre mucho.
—Y algunas tienen el final feliz que acabas plasmando en
tus libros.
—Sí, pero nunca sabes si lo que escribes también será
así para ti, un libro a no ser que sea autobiográfico, no deja
de ser ficción.
—Sabrás que la realidad siempre la supera.
—Lo sé, quizá eso asuste más.
—¿Cómo es la historia que has pensado?
—Chica conoce a chico, se gustan, se enamoran, se
pelean y se reconcilian. Boda, niños, y final feliz.
—Suena interesante.
—Solo es una historia romántica más. —Me encogí de
hombros.
—Pero podemos hacerla extraordinaria.
—¿Hay algo más extraordinario que el amor en sí mismo?
—pregunté. Sentía curiosidad sobre lo que Jude podría
contestar ante eso.
—Quizá no volverlo ordinario.
—Entonces, lo que hemos hecho tú y yo no es lo
correcto. —Volví a tumbarme para que el sol me diera en la
cara aunque me gustó su respuesta.
—¿Piensas que es vulgar lo que hemos hecho, que no
hemos sentido nada, ni nos ha motivado nada a hacerlo?
—Jude —suspiré y coloque mis manos en la nuca—, lo
que hemos hecho es lo que llevo haciendo toda mi vida, no
tiene nada de extraordinario, excepto por el hecho de que
me gustas un montón. Y juro que me cuesta mucho decirle
estas cosas a la gente, pero tengo tan claro que no me
convienes, que me da un poder extra para decirlo
abiertamente.
—A mí también me gustas mucho, ya lo sabes.
—Pero también te gustan otras cosas. Yo estoy hablando
en un plano más exclusivo.
—Es pronto para decirnos esas cosas, ¿no crees?
—Lo creo, pero esto acaba prácticamente de empezar. Si
seguimos y alguno de los dos no logra conectar
emocionalmente al mismo nivel con el otro puede ser muy
jodido, ¿entiendes?
—¿Y eso lo pensaste antes o después de pisar la ciudad?
Lo siento, pero ayer por la mañana eras una persona y a
medio día eras otra.
—Lo pensé en el momento en que nos convertimos en un
proyecto empresarial.
—Aunque no lo parezca, yo también he pensado en esas
cosas. Llevo tanto tiempo meditando todos mis
movimientos, siendo cauteloso para no desestabilizar mi
mundo, que creo que merezco perder un poco el control y
dejar que lo que hago hable por sí solo en un futuro.
—No te entiendo. —Me giré hacia él.
—Que quiero hacer muchas cosas contigo sin pensar en
las consecuencias.
—Nos hemos conocido en un momento en el que ambos
queremos cosas diferentes.
—Yo creo que los dos estamos hablando de lo mismo.
—Define mismo.
—Los dos estamos hablando de la posibilidad de
enamorarnos por primera vez.
—Supongo que sí. Pero solo durará el tiempo que yo esté
aquí.
—¿Quieres que pongamos fecha de caducidad a lo que
tenemos? —Jude parecía sorprendido, cuando estaba claro
que él era experto en comenzar relaciones con el certificado
de defunción pegado en la frente.
—No es que quiera, es que ya la tiene impresa desde un
principio.
—Entonces, ¿por qué no aprovechamos la vida útil que
tiene?
—Porque alimentarse de cosas caducadas produce
indigestión —reí tontamente. Jude se había acostado
mirando hacia mí, apoyado en su brazo.
—Crees que seré yo, ¿verdad?
—¿Qué es exactamente lo que creo? —No entendí bien la
pregunta.
—Que seré yo al que le resultará fácil pasar página
cuando vuelvas a Nueva York.
—Sí, lo creo. Solo intento protegerme.
—Quizá también sea mi manera de protegerme.
—Tú tienes más cobertura que yo —afirmé.
—Me molesta que pienses que yo no he sufrido en la
vida.
—Estoy segura de que te habrás dado algún golpe en el
dedo pequeño del pie andando descalzo durante la noche —
resté importancia al asunto, sabía que había sido demasiado
atrevida afirmando aquello de Jude.
—Que tu madre te abandone no resulta especialmente
agradable. Eso sí es sufrir por amor.
—Lo siento, no quería…
—Siempre crees que lo sabes todo, Melissa, pero no
sabes nada. Sí, puede que sea un cabrón que es capaz de
acostarse con mujeres y no jurar amor eterno, pero, si no lo
hago, es porque no lo merecen, no por que no sean
personas estupendas, sino solo que yo no he llegado a
sentirlo así. Pero sí sé lo que es querer algo con todo tu
corazón y ser correspondido con una llamada al mes y
alguna postal de los viajes que hace con su novio.
Abrí la boca para decir algo, pero no pude.
50
JUDE
—No sé ni qué decirte —dijo Melissa, tras unos segundos
de silencio entre ambos.
—No tienes que decir nada. Soy un adulto, puedo
canalizar mis emociones, tragármelas y hacer como que no
pasa nada. Es así como me ves, ¿no? Entonces, es porque
soy un puto experto.
—Joder, no quería decir eso.
—Da igual, ya lo has dicho. Voy a darme un baño.
Me levanté y caminé hacia la orilla con la intención de
que el agua fría calmara mis demonios. Odiaba sacar a
relucir esa parte de mi vida. Que mi madre hubiera puesto
por delante de mí sus intereses románticos cuando el amor
de su vida debía haber sido yo. No es que no estuviera
presente, lo estaba, pero en un segundo plano que nunca
me pareció suficiente.
—Espera —gritó viniendo hacia mí—. Perdóname, no
quería que pensases que te veo como a un insensible.
—Es cansado escucharte decir que soy un cabrón. ¿Te he
tratado mal? ¿He hecho algo malo que pudiera herirte? ¿Te
he obligado a hacer algo que no quisieras?
—No, y yo a ti tampoco.
—Entonces, ambos hemos hecho lo que nos ha
apetecido, lo hemos disfrutado y merecemos poder seguir
haciéndolo. ¿Qué sentido tiene la vida si no nos arriesgamos
un poco?
—Tiene gracia que digas eso, esa frase la he utilizado
muchas veces en la vida.
—Pues qué pena que me vaya a tocar la Mel conformista.
—Solo soy la Mel cagada por todo lo que me haces sentir.
—¿Y vas a dejar que el miedo hable por ti? ¿Desde
cuándo vas a dejar que algo eclipse tu personalidad? Yo
estoy intentado que mis demonios no salgan a joderme vivo
y estoy dispuesto a hacerlo por ti.
—¿Así de fácil?
—Así de fácil, Mel. Alguna vez tenía que ser la primera.
Quizá es la primera vez que los retengo, porque la vida me
tenía preparada esta sorpresa.
—Sabes muy bien qué decir para ablandar mi corazón.
Tienes demasiado poder sobre mí. —Se dio la vuelta para
ocultar un sollozo.
—Creo que es totalmente al revés. —La cogí del brazo y
la obligué a mirarme.
—Joder, Jude, vas a matarme a disgustos. —Se obligó a
esbozar una sonrisa y dejar salir una carcajada.
—Yo quiero matarme contigo en la cama, en el sofá y
cada puto rincón de la casa, el resto ya lo veremos.
Y era cierto, cuando le dije que se quedara conmigo, que
compartiéramos la parte personal con la profesional, lo dije
totalmente eclipsado por ella en todos los sentidos, tan solo
tres días después de habernos conocido.
—Nadie nos podría arrebatar la experiencia ni lo pasado
—dije entrando en el agua tendiéndole la mano para que
me acompañara.
51
MEL
Huimos juntos de la distancia que nos mantenía lejos
para volver unidos dentro del mar.
Las olas nos mecían, como nos mecían las ilusiones y las
dudas que nos habían metido engañados en el agua.
Los nervios, la prisa y la calma, la espera.
Los latidos de nuestro corazón nos delataban, esa alegría
contenida que veía más allá de donde alcanzaban nuestros
ojos. Y en esa madeja de pensamientos, noté que se
acercaba por mi espalda.
—El agua está muy fría. —El cuerpo me daba pinchazos.
—Date la vuelta —me pidió.
Cuando quedamos frente a frente, Jude apoyó su frente
en la mía con los ojos cerrados, mientras el sol le pintaba
las pecas. Era tan guapo que te dejaba sin aliento.
—¿Por qué en nuestros mejores momentos siento que
voy a morir de hipotermia?
—Quizá es la manera que tiene la vida de decirnos que
debemos calentarnos el uno al otro. Que yo sea tu mantita y
tú la mía.
—¿Nunca has pensado en escribir? —le pregunté
intentando que los dientes no me castañearan.
—Muchas veces, pero creo que no es lo mío.
—Dices siempre cosas muy sentidas, demasiado bonitas
para que se pierdan en el aire.
—Te las regalo todas. Plásmalas en los libros para…
—Que sean eternas —dijimos al unísono.
Nos abrazamos con ternura. Un abrazo que decía tantas
cosas como callaba, como las ganas que teníamos de
empezar nuestra historia con una interesante anécdota.
El abrazo dio paso a los besos. Castos al inicio, más
pasionales a medida que avanzaban los minutos que
permanecimos unidos intentando aplacar el frío.
Con el roce, la excitación comenzó a subir como la
espuma de una ola rota, dejándonos ante la decisión de
rendirnos al instinto o curarnos en el recato, aunque este
nunca formó parte de nuestras personalidades.
Las olas fluían, y nosotros con ellas. Gozando con cada
poro de la tranquilidad que inspiraba el agua clara y el clima
sosegado de mayo. Sin apenas esfuerzo nuestros cuerpos
bailaban y disfrutaban, con miradas intensas y sonrisas
traviesas.
Con las piernas alrededor de su cintura y los brazos
firmes en su cuello, subía y bajaba por su erección, notando
cómo sus manos se anclaban fuertes a mis nalgas. El vaivén
ligero del mar en calma nos mantenía unidos, en
movimiento, en sintonía.
—Estamos enfermos.
—Estamos muy vivos. ¿No te sientes de esa forma? —Su
frente pegada a la mía.
—Contigo a todas horas.
—Pues sigue moviéndote así, que me vuelve loco.
Me miró buscando un gesto de aprobación, lo besé, sentí
sus labios apretados contra los míos, sus manos
abrazándome con fuerza, pegándome más a él.
Su mano acarició mi pelo, la otra cogió mi mentón y
acercó mi cara hasta la suya, nuestros labios se rozaron
para continuar con el beso profundo. Me besó una y otra
vez, cada vez con más pasión. Su mano comenzó a bajar
por mi cuello hasta mi pecho, retirando el parte superior de
mi bikini y lo detuve poniendo mi mano sobre la suya.
—Aquí no.
—Entonces es hora de irnos. —Me obligó a desenroscar
mis piernas de su cintura, y de la mano salimos del agua
con la piel de gallina.
52
JUDE
Estaba agotado, vacío de amores intrascendentes, de
historias sin finales felices ni tristes, de historias de amor
que ni siquiera empezaban. El miedo a amar, la
imposibilidad de entregarme a una persona era mi
obstáculo para sentir esa ansiedad del amor que te
mantiene vivo.
Melissa sabía por experiencia que las historias de amor
reales no incluían los ingredientes que veía en las películas.
No había tenido historias de amor con flores, ni velas ni
cenas románticas. Sin embargo, no tenía problema en
conocer a fondo a los hombres que tenía a su alcance y yo
lo estaba.
En esos momentos, lo nuestro eran besos entre dos
desconocidos que se necesitaban con urgencia.
Ninguno de los dos quería separar sus labios del otro,
sintiendo cómo los temores desaparecían, cómo las
inseguridades se convertían en confianza, disfrutando del
placer sin obstáculos.
Quizá nos habíamos encontrado para vivir una historia de
amor breve, pero de esas que te gustaría releer mil veces.
Algunas historias no tienen un final feliz, pero tampoco
son tristes. El amor en síntesis, el amor fugaz o el amor
esquemático, no tiene necesariamente que restar pasión, ni
intensidad ni importancia a una historia.
Habíamos terminado de cenar. Melissa estaba sentada en
la barra de la cocina con el portátil, escribiendo con unas
gafas que le daban un aire de profesora sexi que me
encantaba.
Habían pasado dos días desde que ambos nos habíamos
sinceramos en la playa.
Dos días en los que ambos hablamos de nuestros
problemas y nuestras alegrías. Bastaba con no mentirnos ni
decepcionarnos por la confianza que habíamos depositado
el uno en el otro. Las palabras conquistan temporalmente,
pero lo hechos, los actos, esos sí son los que determinan si
nos ganan o nos pierden.
Busqué en el reproductor una canción, quería que fuera
la nuestra porque en esos momentos era solo mía.
Love song, me gustaba mucho esa canción, Lana del Rey
siempre conseguía calmarme.
—¿Qué haces? —Hizo resbalar sus gafas por el puente de
la nariz hasta la punta y me miró.
—Baila conmigo.
—¿Bailar, ahora? —Se quitó las gafas y las dejó sobre la
encimera.
—Ahora, es una orden de jefe, llevas escribiendo todo el
día.
—Es que por fin he encontrado una historia que me
motiva.
—¿Ah, sí?
—Sí, pero aceptaré el baile, me recuerda a la primera vez
que monté en tu coche.
En tu coche, soy tu chica, vamos rápido, muy rápido.
Creo en el lugar donde me llevas,
en tu coche soy una estrella y estoy ardiendo a través de
ti.
Sé mi única vez en la vida.
Soy un maldito desastre pero yo …
Gracias por esta vida sin límites.
Cariño, es lo mejor, pasaste la prueba y sí,
estoy aquí contigo y me gustaría pensar que te
quedarás.
Jude
—Esos de ahí, apuesto a que han ido al baño a hacerlo.
Fíjate en cómo tiene el pelo el señor —dijo Mel con la sonrisa
puesta, esa que me desconcertaba y me desarmaba a partes
iguales.
—Solo han tardado siete minutos en volver a la mesa.
Habrán ido a la barra.
—Te digo que han ido juntos al baño. Ella aún tiene las
mejillas encendidas.
—Creo que, con esa edad y la estrechez del baño, habrían
necesitado al menos el doble de tiempo.
En sus ojos vi lo que pretendía. Quería apostar y que
nosotros entrásemos en juego en esa apuesta. Negué con la
cabeza.
—Eres un cagueta.
—No es eso, es que aquí me conocen.
—¿Quién? No he visto a nadie venir a saludarte.
—Mel…
—Necesito inspiración, no me juzgues.
—No te juzgo, y sabes que me encantan las emociones
fuertes en ese sentido, pero…
El camarero regresó para comprobar si todo estaba a
nuestro gusto y saber si deseábamos pedir postre.
¿Deseaba el postre que me estaba ofreciendo Melissa?
Claro que lo deseaba.
—No, gracias —dijo ella.
—Para mí tarta de chocolate, por favor.
En cuanto el atento camarero se giró, ella se levantó y se
dirigió a los servicios. No sin antes ofrecerme una mirada
cargada de intenciones.
Lo que me provocaba Melissa era puro vicio. Jamás había
regresado tantas veces a por un beso.
Esperé un minuto exacto antes de levantarme de la silla y
recorrer disimuladamente, con una precaria erección, la
distancia que me separaba de ella.
La encontré esperando en la puerta del baño de mujeres
con una sonrisa pícara y la pierna apoyada en la pared,
dejando a la vista demasiada piel de su muslo.
—Sabía que vendrías.
Hubo un tiempo en que los hombres pensaban que lo sexi
era tener una mujer esperando en casa con lencería
provocativa y una suculenta cena en la mesa. Pero lo que no
sabían es lo jodidamente sexi que es una mujer independiente
que busca emociones fuertes y te tienta a ellas, y las
tentaciones como Melissa se merecían pecados como yo.
—Si quieres algo que nunca has tenido, debes hacer algo
que nunca has hecho.
—Entonces, pasa. —Miró a ambos lados para cerciorarse de
que no había miradas indiscretas a nuestro alrededor y,
tirando de mi corbata, me metió dentro del baño.
—Esperaba que hubiera cubículos y tener que escoger uno.
Sorpresa, es un baño único y espacioso —dijo al punto que
ponía el pestillo.
—¿Tiempo?
—Diez minutos.
—Estoy tan cachondo que me sobran dos.
Ella se levantó la falda esperando que fuera yo el que le
quitase las bragas, le gustaba que lo hiciera. Lo hice con
urgencia, con el puto deseo ciego de follármela en ese baño.
Mi día en la oficina había sido algo más que estresante y
necesitaba algo como aquello aunque me hubiese negado en
un primer momento.
La agarré del culo y la elevé sin miramientos en el lavabo
mientras me bajaba los pantalones y me sacaba la polla, para
luego, ingrávida, dejarla caer sobre mi erección y empalarla.
Le estuve dando un par de minutos, tal vez cuatro, en los
que los golpes contra la encimera, y seguramente la puerta
del baño, provocaron cierta alarma entre los que esperaban
fuera su tuno para el excusado.
—Jude, voy a correrme —dijo ahogando un gemido,
mordiéndome el hombro y sintiendo sus convulsiones.
Metí mis manos por debajo de su vestido, liberando su piel.
Empecé a acariciarla desde su firme y plano abdomen hasta
sus pechos. Subiendo con prisa, mordiendo el lóbulo de su
oreja. Sintiendo como su cuerpo se estremecía y su
respiración se entrecortaba.
El arte del sexo es controlar su descontrol. Y eso estábamos
intentado, aunque los más intrépidos que aguardaban fuera
seguramente ya se habían atrevido a suponer lo que estaba
pasando tras la puerta.
—Me vuelves loco.
Quería quedarme allí dentro, haber detenido el tiempo, con
sus piernas rodeando mis caderas, en ese momento justo en
el que me hizo explotar en un orgasmo tremendo,
hundiéndome en ella, extrayendo hasta la última gota,
facilitando un auténtico momento de éxtasis.
59
Melissa
—¿Una fiesta? —le pregunté recostada en el asiento de
copiloto de vuelta a Alki Beach.
—Sí, una fiesta de la editorial, es bueno que te familiarices
con ese tipo de actos.
—No sé, Jude…
—¿Qué es lo que no sabes? —Despegó la vista de la
carretera para mirarme un segundo.
—No me van ese tipo de cosas tan… esnobs.
—Es trabajo, Mel. No te estoy pidiendo que asistas a un
congreso aburrido sobre técnicas de escritura, esto forma
parte de tu nueva vida como autora.
—Aún no puedo considerarme una autora de la editorial,
solo soy un proyecto y no he publicado todavía nada.
—Pero lo harás y también se organizará una fiesta en tu
nombre llegado el día.
—¿Es eso necesario? —Fruncí los labios.
—Sí, lo es. Así funcionan las cosas.
—No es mi ambiente, Jude, ni siquiera lo es el restaurante
donde hemos estado.
—Pues parecías muy cómoda en ese ambiente, como tú lo
llamas.
—Es diferente, y lo sabes. Solo he querido poner algo de
emoción a tu vida de rico aburrido.
—¿Te parezco aburrido?
—Cada vez menos —bromeé.
—Venga, Mel, tienes que venir conmigo. No quiero estar a
merced de otras mujeres intentando tirarme la caña.
—Te lo tienes muy creído tú, ¿verdad?
—No, solo intento convencerme.
—¿Y crees que intentando que me ponga como una novia
celosa es la manera? —Cuando solté aquello no fui consciente
de lo importante que sonaba.
—Así que ya consideras que somos eso —dijo sin querer
pronunciarlo abiertamente.
—¿Novios? No sé, Jude, pero algo somos.
—Lo somos, somos dos y, por lo tanto, formamos una
pareja.
—No es lo mismo una pareja de cartas que una pareja de
novios —acerté a decir. Ya que habíamos puesto el tema sobre
la mesa, era bueno poner definición a lo nuestro.
—Somos tú y yo, no hay mejor definición que esa.
—Tienes razón. Eso lo resume todo de una forma perfecta.
Me gustó aquello de «somos tú y yo» que en sí mismo era
un todo. No había en ese momento algo más bonito que
nuestra mutua compañía.
—¿Entonces? —Puso su mano en mi pierna esperando una
respuesta.
—Tendré que ir de compras —contesté esbozando una
sonrisa. Si iba a ir a esa fiesta, tenía que buscar algo que
ponerme y estar a la altura.
60
Jude
Ella y yo, nosotros.
Quería su pasión, amaba el efecto que yo tenía en ella, sus
preocupaciones, sus planes de futuro.
Aquello, si no era amor, se le parecía bastante.
Caminar por la orilla de la playa, beber vino en mi salón
hablando de cosas sin sentido hasta bien entrada la
madrugada, que ella buscase mis pies bajo las sábanas para
calentarlos una vez rendidos de hacernos sudar en la cama…
Era un jodido placer.
El amor no es una cuestión de tiempo, llega cuando llega,
sin importar si hace dos años que conoces a esa persona o tan
solo habéis cruzado un par de miradas.
Tan sencillo que no se puede medir con nada.
Quería que ese día ella estuviera guapa para ella, que se
mirase al espejo complacida y simplemente compartir ese
momento como un espectador más.
Un día después de pedirle que viniera a la fiesta conmigo,
me adelanté a sus planes y le encargué a Brenda que buscase
un vestido perfecto para ella.
Sabía que le gustaba el azul, era el color que más
predominaba en sus prendas, en especial el del vestido que
llevaba la primera vez que la vi.
Yo no entiendo mucho de moda femenina, juro que si así
fuera habría ido yo mismo a J. Crew para elegir su vestido,
pero temía no acertar, y Brenda seguro que daba con el
vestido perfecto para ella.
—No tenías que hacerlo, Jude —me dijo alzando el vestido
de la cama con los ojos llenos de expectativas.
—Quería hacerlo, pruébatelo, si no es de tu gusto puedes
cambiarlo por el que quieras.
—Es un vestido muy caro, yo no sé si sabré lucirlo como se
merece.
—Estarías preciosa hasta con una bolsa de basura y un
cinturón. No hables así de ti, no eres consciente de la manera
en que yo te veo, Mel.
—¿Cómo has sabido mi talla?
—No la sé, por eso tienes que probártelo. —Me encogí de
hombros y sonreí.
—Vale, pero no quiero que me veas hasta ese día, así que
sal.
Por fin había llegado el día. Melissa había ido a la
peluquería, otra vez Brenda me echó una mano y había
reservado en un salón de la ciudad. Hacía una media hora que
había llegado y estaba en la habitación terminando de
arreglarse. Yo la esperaba en el salón vestido con mi esmoquin
negro y dos copas de champán, quería brindar con ella antes
de salir hasta Gran Hyatt, lugar donde se celebraba la fiesta.
Cuando escuché sus pasos retumbar con los tacones
acercándose, empecé a ponerme nervioso. No sabía si iba a
llevar aquel vestido azul o si lo habría cambiado por otro.
¡Joder! Estaba tan imponente, tan guapa, que te dejaba sin
aliento. Era una jodida estrella fugaz, brillaba con luz propia y
te obligaba a desear no perderla nunca de vista.
Aquel vestido de corte sirena, hacía que su cuerpo
pareciera una obra de arte, resaltando cada curva de su
anatomía. Me sentí satisfecho de que fuera el que le había
entregado ese día junto a unas bonitas sandalias de tacón
plateadas de la misma firma.
—No sé ni qué decir —lo dije completamente en serio.
Estaba mudo. Y más cuando giró para hacerme ver cómo le
quedaba desde todos los ángulos y descubrí lo bien que le
quedaba por detrás. Amé el escote que tenía en la espalda y
que terminaba justo en la media luna que precedía a sus
nalgas.
—Lo sé, ni yo misma me reconozco con esta indumentaria.
—¿No te gusta?
—La verdad es que sí, me gusta mucho. No está mal verse
de esta guisa y comprobar que aún tienes mucho potencial si
te esmeras un poco.
—No es que tengas mucho potencial, es que tú eres la
palabra potencial en su máxima expresión. Vas a partir más de
un cuello esta noche. —Le tendí la copa que tenía preparada
para ella.
—No te pases, no es para tanto.
—Eso lo comprobaremos en menos de veinte minutos. He
pedido que vengan a recogernos.
—¿Un chófer? ¿Te has vuelto loco?
—Nos merecemos un poco de ostentación esta noche.
Nunca fui el rey del baile en mi instituto.
—Yo tampoco. —Sonrió y acercó su copa a la mía para
brindar—. Por los capullos del instituto.
—Por ellos. —Alcé mi copa y le di un trago, dejándola
después sobre la mesa—. Tengo una cosa más para ti.
—¿Qué? No puedes hacerme esto, voy a quedar muy mal
contigo, yo no te he comprado nada.
—No quiero que me compres nada, no lo hago para recibir
un regalo de vuelta. Ya tengo todo lo que deseo.
—Es lo que tiene gozar de una buena solvencia.
—No me refería a eso, pero también influye. —Sonreí y cogí
la caja que tenía guardada detrás de uno de los cojines del
sofá—. Toma, ábrelo.
—¡Neiman Marcus! Definitivamente se te ha ido la cabeza.
Es un diseñador muy caro.
—Quiero que te sientas una princesa esta noche.
—Pero…
La frené:
—Ya sé lo que vas a decir, que odias que la sociedad dé esa
imagen de las mujeres, que no sois princesas y todo eso. Pero
no está mal probar de vez en cuando qué se siente, tómatelo
como parte de tu documentación literaria.
Me miró de lado y sonrió antes de abrir la caja.
—Me siento Julia Roberts en Pretty woman.
—Nunca he visto esa película.
—Eso habrá que solucionarlo, es un sacri… ¡La leche! —Me
encantaba cuando decía cosas como esas, tan espontáneas y
reales, mostrando su asombro.
—¿Te gusta?
—¿Que si me gusta? —Se quedó un segundo en silencio—.
Es la gargantilla más fina y elegante que he visto jamás.
—Esto sí lo he escogido yo.
—¿A qué te refieres? —Ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—He de confesar que el vestido y los zapatos los eligió
Brenda, lo siento, no soy un experto en moda femenina.
—Me lo había imaginado, no te veo yendo de compras y
eligiendo prendas como esta.
—Podría hacerlo, con el tiempo.
—Con el tiempo preferiría poder elegir yo misma mi propia
ropa.
—Entendido, pero tendrás que dejar que te haga algún
regalo de vez en cuando.
—Con todo lo que llevo hoy puesto, me siento regalada
hasta dentro de diez años. De verdad, Jude, te has pasado,
pero voy a disfrutar y recordar este momento toda la vida.
—Esa es la intención. Déjame que te la ponga
61
Melissa
Con aquella gargantilla, Jude no estaba regalándome una
joya, me estaba regalando un momento.
Lo más valioso de un regalo siempre es las manos que lo
entregan, el tiempo, el amor y la vida.
Cuando sus manos rozaron con delicadeza la fina piel de mi
cuello para vestirlo con aquella pieza de platino, mi cuerpo dio
una sacudida solo perceptible a mis sentidos.
E•na•mo•rar•se: Pensar en esa persona antes de decirle
adiós al día y cuando le das la bienvenida a la mañana, que
siempre esté en tu cabeza y que las conversaciones se
alarguen sin esfuerzo. Aparece la idea de que se puede confiar
en esa persona.
Crecí, evolucioné. Actuaba pensando en él, hacía cosas que
jamás hubiese hecho por otra persona y estaba en una fase de
aceptación, admiración y respeto hacia Jude.
Su manera de mirarme, la sensación de sentirme a salvo, el
modo en que decía mi nombre, su sonrisa, que me causara
escalofríos y su persistencia. Jude siempre trataba de
entenderme y, aunque en ocasiones era complicado, no se
detenía hasta que lo conseguía.
—Voy a tener que reconocer que sienta bien sentirse una
princesa.
—No eres una princesa, eres la reina que gobierna mi
mundo. —Cuando dijo aquello, besó mi nuca con suavidad—.
Qué bien hueles.
El beso que nos dimos en ese momento, ese beso en el que
ambos compartimos el mismo aire, las mismas sensaciones de
ansiedad, se convirtió en un instante que quise que durase
toda la vida.
Si hubiera podido rebobinar o adelantar un poco mi vida,
hubiese sido consciente de que lo único que importa es el
presente, sin horas, sin tiempo, beberse la vida, amar y sentir.
¿No es la vida una sucesión de instantes?
—Debería retocarme los labios.
—Déjame que te ayude. —Repasó con sus dedos todo el
contorno de mi boca—. Tienes unos labios preciosos.
—Estás buscando que te haga mi consorte, ¿verdad?
—Solo soy un bufón a tu lado. Tengo la sensación de que
nunca estaría a tu altura.
Lo miré intentando transmitir todo lo que sentía por él con
la mirada.
—Voy al baño, creo que con lo que acabas de hacer me has
dejado el carmín peor de lo que estaba.
Quince minutos después, íbamos camino de aquella fiesta
en un coche negro de alta gama. Las luces de la ciudad eran
una sucesión de flashes parpadeantes a medida que
avanzábamos. De haber podido, las hubiera roto todas para
admirar con Jude dentro de ese coche la noche estrellada de
Seattle.
—¿Estás bien? —Cogió mi mano y volví la vista hacia él.
—Demasiado bien.
Se la llevó a la boca y me besó el dorso.
—Vamos a disfrutar de la noche como nos merecemos.
Asentí dispuesta a todo.
62
Jude
Tal y como había vaticinado, Mel se convirtió en el objetivo
de todas las miradas.
La vi mirando a todas partes impresionada. La sala de
fiestas del Gran Hyatt impresionaba si nunca habías estado
allí. Habría alrededor de unas quinientas personas disfrutando
de la barra libre y las delicatessen que los camareros iban
ofreciendo a los invitados en bandejas.
En ese momento me resultó insultante gastarnos tanto
dinero en promocionar a un autor que nunca me había caído
demasiado bien. Tom Blanquet era un arrogante y un
pretencioso que nunca hablaba bien de la competencia, nunca
fue buen compañero de otros autores, pero mi padre lo
apreciaba de la misma manera que apreciaba todo el dinero
que hacía ganar dinero a la editorial con sus libros.
Melissa estaba demasiado guapa esa noche para
desperdiciar el momento en una fiesta como aquella. Habría
preferido ordenar al chófer una nueva dirección y perdernos
en la noche de ese viernes en Seattle, pero debíamos estar
allí, no me quedaba más remedio que aceptar que mi vida era
esa, y Melissa debía conocerla.
—Esto resulta abrumador —me dijo al punto que un
camarero nos ofrecía unos canapés.
—Tranquila, son gente estirada pero no muerden.
Miré a mi alrededor y me dio vergüenza ver a toda esa
gente elegante sorbiendo de sus copas con los labios
fruncidos y sus falsas sonrisas. Ninguno se caía bien en
realidad, como me pasaba a mí con el homenajeado.
Pensé en Jeff Bezos. Un día había leído que, a pesar de la
gran fortuna que lo respaldaba, era un hombre que valoraba lo
que tenía en casa, no solo por la unión fraternal, sino porque
encontró en su esposa algo más que una compañera. La
novelista lo ayudó e impulsó a dar el gran paso para fundar lo
que hoy en día es Amazon. Melissa era mi novelista, la que me
había enseñado, durante los catorce días que habíamos vivido
juntos, que se podía ser más honesto y más feliz con mucho
menos.
Y, además, sus grandes ideas para con las fórmulas
editoriales eran brillantes.
—Aquí está la nueva estrella de la editorial. Está bellísima,
señorita Willing. —Mi padre tardó poco en encontrarnos entre
la multitud.
—Gracias, es una fiesta maravillosa —dijo ella complacida.
—Ha firmado por todo esto y más, señorita Willing. Como
ve, no escatimamos en hacer felices a nuestros autores.
—Llámeme Melissa, o Mel. No es necesario seguir con los
formalismos.
—Me parece bien, Melissa. Tú puedes llamarme Arnold, y
más después de ver lo bien que os lleváis mi hijo y tú.
—Papá —lo reprendí.
—¿Qué he dicho? ¿Acaso no es evidente que ambos lucís
muy bien juntos?
—Sí, Jude, no ha dicho nada que no sea cierto. Su hijo y yo
somos muy buenos amigos.
—Eso es la base para hacer buenos negocios, Melissa. —
Unió su copa con la de ella para obligarla a brindar tras ese
comentario.
—Es la base para todo, Arnold. Brindo por ello. —Mel me
miró intentando infundirme calma.
—Me gustaría presentarte a un par de personas. Si mi hijo
permite que te despegues de él unos minutos…
—Su hijo no tiene que permitirme nada, soy una mujer
libre.
—En ese caso, acompáñame. —Le ofreció el brazo para que
lo enhebrara con el suyo—. Te la robo solo un rato. Tiene
agallas, no la dejes escapar.
Mi padre era un experto en decir cosas como aquella que ni
siquiera sentía. Era una estafa como persona y sentí lástima
por él. No siempre había sido así, tenía recuerdos de otra
época en la que pensaba que mi padre era un héroe cuando
mis padres aún se querían.
Hay gente que no sabe gestionar las emociones, que no
sabe cerrar heridas, que le calan tan hondo que supuran para
siempre. Mi padre debía de ser esa clase de persona, y estaba
muy falto de ayuda para recuperarse a sí mismo.
—Suerte —le susurré cuando pasó por mi lado y ella sonrió
mientras se alejaba con mi padre.
63
Melissa
—Melissa Willing, te presento a Tom Blanquet.
—Un placer conocerlo, señor Blanquet.
—El placer es mío. —Tom extendió la mano para que se la
estrechara.
—Es nuestro nuevo fichaje, va a ser la autora con la que
abramos nuestro nuevo sello de romántica —intervino Arnold.
—Así que escribe romance. —Bajó las diminutas gafas que
llevaba hasta la punta de su nariz y me miró por encima de
ellas.
—Así es, ¿y usted escribe…?
—Algo más serio, señorita Willing. —Noté el noto jocoso en
sus palabras, provocando las risitas de las personas que
pululaban a su alrededor.
—A deducir por su falta de educación, dudo mucho que lo
que escriba no sea más que un chiste, señor Blanquet, tanto,
que nunca ha estado en mi lista de pendientes por leer.
—¿Acaso lo que escribe usted no son paparruchadas para
marujas?
—No se lee para ser interesante, señor Blanquet, se lee
para ser feliz. Si me disculpan.
¿Qué narices había sido aquello? Nunca en mi vida habría
pensado que los autores consagrados tuvieran un ego como
ese. Me negaba a convertirme en una persona de ese tipo y
mucho menos a seguir hablando con ella. Cuando alguien
distingue de clases en la literatura, esta deja de tener sentido.
—Discúlpalo, Melissa, es un gran autor, pero no justifica
que la haya tratado así.
—Tranquilo, Arnold, no ofende quien quiere, sino quien
puede.
—De verdad creemos en la editorial que usted es el fichaje
del año. No hay que subestimar al lector de romántica, son
grandes consumidores, y hará que su bolsillo y el nuestro
crezcan.
—Arnold, no he firmado con la intención de hacerme rica
vendiendo libros. Estoy aquí por el puro placer de hacer algo
distinto, ¿entiende?
—No, pero lo único que importa es que nuestra relación
será fructífera.
—Bien. —El padre de Jude era un hombre difícil, de esos
con los que no se podía mantener una conversación más allá
de sus convicciones—. Si no me necesita para nada más, me
gustaría seguir disfrutando de esto a mi libre albedrío.
Comencé a andar sin rumbo fijo para alejarme de ese
ambiente enrarecido y falso que el señor Willing quería que
conociera y con el que me familiarizara. No creía que pudiera
hacerlo nunca, yo no era esa clase de gente, y solo el hecho
de pensar que podría convertirme en uno de los suyos me
daba ganas de vomitar.
Cuando estuve a unos metros, lejos de él y sus amigotes,
me paré en el centro del salón buscando a Jude con la mirada.
No lo encontré. Verme sola en ese momento y en esa situación
comenzó a agobiarme un poco. Necesitaba alejarme de la
música, las risas en off, los camareros de aquí para allá y los
murmullos de gente hablando de gilipolleces que no me
interesaban nada.
No es que fuera una antisocial o que odiase a la gente del
mundo literario, de hecho, yo tenía mi propio mundillo de
letras, creado en redes sociales con otros autores, que como
yo autopublicaban y se habían hecho un hueco en el mercado
digital. Un círculo de gente auténtica y sencilla que disfrutaba
de escribir por el mero hecho de hacerlo, y al que los grandes
números de ventas no cambiaban la percepción que teníamos
de nuestro oficio.
No quiero mentir, es cierto que cuando decidí mudarme a
Nueva York fue buscando una oportunidad, pero finalmente
encontré en mi modo de vida, en las redes, en el contacto día
a día con la profesión que amo, una verdadera oportunidad de
ser yo misma y contar mi verdad en los libros, sin pretender
gustar a todo el mundo o ser un producto hecho por el
marketing.
No fui consciente en qué momento ni cómo escribir se
convirtió en un placer que nada tenía que ver con el dinero,
pues también pasó a ser un placer superfluo.
Entré en el baño de señoras algo hiperventilada.
Cómo echaba de menos a mis amigas, las había ignorado
demasiado desde que llegué a Seattle, y en momentos como
ese me hacían mucha falta.
Me metí en uno de los cubículos y saqué el móvil.
Abrí el chat, hacía días que ninguna escribía nada,
seguramente habrían hablado en privado para criticar mi
actitud, y no las culpaba, yo hubiera hecho lo mismo.
Estaba tecleando cuando escuché una voz que me resultó
familiar.
—Me hizo mucha gracia que me dijera que todo había
terminado, como si él tuviera el control esta vez. ¿Te lo puedes
creer?
—¿Y qué tienes planeado? Estoy segura de que no te vas a
dar por vencida, Anne, te conozco demasiado.
—Por supuesto que no, Silvia. No he estado trajinándome a
ese idiota, que cree que nos tiene a todas a sus pies, para
irme por donde he venido con las manos vacías. Lo único
interesante que tiene es el dinero y esa editorial que tarde o
temprano va a heredar. El viejo Mcmillan está chocheando
mucho últimamente y él no lo soporta.
—¿Y ese plan es…?
—Esta noche en cuanto esa mosquita muerta le suelte del
brazo, le diré que estoy embarazada.
—¿Te has vuelto loca? ¿Acaso no crees que se dará cuenta
de que no lo estás en un par de meses?
—Fingiré que lo he perdido.
—¿Y las revisiones médicas? No lo veo, Anne, es demasiado
arriesgado.
—Le diré que quiero ir con mi madre. Si se lo digo y consigo
que nos casemos cuanto antes, todo el tiempo que lo he
aguantado no habrá sido en balde.
—¡Tu madre está muerta! Creo que deberías dejar esa idea
a un lado.
Abrí la puerta y salí llena de furia del excusado. Cuando
Anne vio mi reflejo en el espejo con las fosas nasales dilatadas
y las manos apretadas, se quedó con la boca medio abierta y
el pintalabios a mitad del recorrido.
—¡Joder! —exclamó la chica que la acompañaba.
—¿Cómo puedes ser tan… tan… zorra? —dije al fin.
—Mira quién habla, la mosquita muerta que se cree
Cenicienta —se atrevió a decir, a pesar de que yo tenía una
información sobre ella que no la dejaba en muy buen lugar.
—Eres demasiado atrevida, Anne. He escuchado todo lo
que has dicho y me resulta patético que una mujer como tú,
con estudios y un buen trabajo, caiga tan bajo por cazar a un
hombre por su dinero. ¿Tan poco te quieres?
—¿Quieres hacerme creer que no has venido de ese
suburbio de Nueva York para hacer lo mismo?
—No quiero hacértelo creer, es que no es lo mismo. Yo no
sabía quién era Jude, no lo había visto en mi vida y, por lo
tanto, no vine con ninguna pretensión, y te puedo asegurar
que cuando digo ninguna es ninguna.
—Eso se lo cuentas a otra, bonita. Jude es un hombre
incapaz de amar a nadie, por si no te habías dado cuenta. Su
mayor atractivo es su dinero, no tiene mucho más que ofrecer.
—Acepta que no tenía nada que ofrecerte a ti. Jude no es
solo un hombre con dinero, no lo conoces para decir eso.
—¿Acaso te crees que esta noche no eres la comidilla y que
todo el mundo piensa que lo único que buscas es cazarlo para
adquirir un estatus? No vayas de escritora guay, todo el
mundo que publica aquí es pura bazofia, te lo digo yo que
corrijo los libros y, si creen que contigo van a sacar tajada,
están muy equivocados.
—¿Cómo te atreves a hablar así de la gente?
—Porque puedo, ¿no me ves?
—Me da vergüenza pensar que puedan verme como a ti.
—Piérdete ya, bonita, tengo un hombre que conquistar y te
aseguro que no será para ti.
—¿Crees de verdad que no he grabado lo que has dicho? Te
crees demasiado lista, pero has olvidado lo que es wasap.
Puedo conseguir que te echen, pero no lo haré, no podría vivir
con la pena de saber que no tienes para seguir luciendo un
pelo tan bonito, ya que es lo único que tienes. Deja a Jude en
paz y acepta que no te quiere, no es el fin del mundo, ninguna
mujer debería de caer tan bajo por nadie.
No le di opción a que hablase más. Salí de allí con el móvil
aún en la mano. Aproveché el chat con mis amigas para
grabar aquel audio, y seguramente cuando lo escuchasen no
entenderían nada. Escribí un mensaje rápido diciéndoles que
ya les contaría todo con pelos y señales y lo guardé en el
bolsito.
Había vivido por primera vez una de esas escenas
recurrentes en los libros y películas románticas y pensé que la
realidad siempre superaba la ficción. Estaba segura de que
tendría ocasión de incluir aquel momento en alguno de mis
libros, las malas malísimas siempre daban juego en las
historias, aunque en la mía su incursión había sido breve.
Suspiré hundo cuando vi a Jude al fondo de la sala y fui
hasta él con la intención de que volviéramos a casa.
Definitivamente aquel mundo no era para mí.
—Jude. —Lo cogí del brazo y llamé su atención, cortando la
conversación que mantenía con aquellas personas.
—Disculpen —dijo y se giró hacia mí—. ¿Qué te pasa?, no
tienes buena cara.
—Siento que en este sitio corro el peligro de volverme fea
de repente. —Puse los ojos en blanco.
—No lo digo por eso, te noto alterada. ¿Ha pasado algo con
mi padre?
—No, no ha pasado nada, pero me gustaría volver a casa,
yo no encajo con todo esto.
—Nos iremos cuando tú quieras, si te soy sincero, tampoco
me siento demasiado cómodo aquí. Es como si me hubiera
dado cuenta de golpe que esto no es para mí.
—No tienes que disculparte por ser quien eres, yo acepto lo
tuyo y tú lo mío.
—¿Y qué es lo tuyo?
—No ser una pretenciosa y moverme por impulsos a cada
rato. Ah, y ser adicta a las galletas saladas de marca blanca —
añadí fingiendo que todo estaba bien.
—Lo tuyo es simplemente ser perfecta para mí.
—Me parece genial este momentazo romántico, Jude, pero
te juro que quiero volver a casa ya, no me siento los dedos de
los pies.
—Llamaré al chófer, en cinco minutos podremos irnos.
Asentí y al otro lado de la sala vi a Anne mirarnos con una
expresión desagradable en la cara. Me dio miedo que la furia
la impulsase a arañarme la cara y montar una escena.
No pensaba contarle a Jude lo que había pasado. Con esa
grabación en mi poder, Anne sabía que su juego había
terminado, y no iba a moverme por el rencor y hacer que
perdiera su trabajo. Eso le daría patente para ir contado por
todo Seattle que mis celos me habían llevado a deshacerme
de ella. Podría suponer un escándalo en la editorial y no me
interesaba esa clase de publicidad nada más poner un pie en
la industria. Esa mujer era capaz de todo y me lo había
demostrado con creces.
64
Jude
—¿Qué te ha pasado? Te he notado demasiado alterada ahí
dentro.
—Te juro que no me ha pasado nada, tan solo que no me
gusta ese tipo de ambiente, es todo muy falso, muy
impostado, muy de ricos.
—No todo el mundo que había en la fiesta eran ricos. Había
autores, editores, gente del mundo literario en general.
—Que piensan que estoy intentando cazarte.
—¿Quién dice eso?
—He oído rumores. —Se cruzó de brazos y dirigió la mirada
a la ventanilla del coche.
—¿Rumores? ¿No habrá sido mi padre?
—No, tu padre ha sido tan cordial como siempre. Está muy
obsesionado con el dinero y la fama, ¿lo sabías?
—Me hago cargo, es mi padre como bien dices.
—No sé, Jude, no me he sentido como esperaba, solo es
eso.
—No quiero que esa gente que insinúa eso nos arruine la
noche. —Puse mi mano sobre su pierna y se la acaricié.
—Para una persona como yo es difícil digerir que te vean
de ese modo. Yo ni siquiera quería venir a Seattle, nunca me
ha interesado todo esto.
—Te arrepientes, ¿es eso?
—Arrepentirse es de tontos.
—¿Entonces?
—Solo quiero llegar y quitarme todo esto y volver a ser la
de siempre.
—Siento haberte hecho sentir de ese modo, yo solo quería
que disfrutases de una noche diferente.
—No es por ti, Jude, sé todo lo que pretendías con este
vestido, los zapatos y la gargantilla. Es que odio que piensen
que soy una buscona. Quizá tu madre se fue porque tampoco
encajaba en todo este mundo.
Aquello me dejó un rato en silencio. Era cierto que la
riqueza suele revelar la verdad de las personas, en general,
agudiza las características que ya existen. Si eres un patán,
tener más dinero te hará probablemente ser aún más patán.
Sin embargo, si tienes un propósito y un significado en tu vida
que va más allá de perseguir el estatus y las cuentas
bancarias desorbitadas, el dinero te puede dar la libertad de
dedicarte a las cosas que más te importan.
—Puede que en parte sea así, pero ¿qué culpa tengo yo de
eso?
—Ninguna, Jude, son los daños colaterales de vivir una vida
que no quieres.
—¿Me estás queriendo decir que no te convengo porque
tengo dinero?
—Ahora mismo no sé ni lo que digo.
—Melissa, mírame. —Odiaba que mirase a otro lado cuando
estaba tratando de entenderla—. La comodidad no es felicidad
o satisfacción. Está bien vivir cómodo, pero es más
satisfactorio ser feliz, y tú lo haces.
—¿Y mi felicidad dónde queda?
Aquello me dolió. Su felicidad se suponía que también
estaba en hacer lo que nos diera la gana, en hacer que todas
esas voces que la habían molestado solo fueran eso, voces.
—Siento no ser suficiente.
Agachó la mirada unos segundos y volvió a unir sus ojos
con los míos.
—No es lo que quería decir.
—Para mí no es fácil tampoco. ¿Te has parado a pensar por
qué no tengo amigos fieles o he sido incapaz de mantener una
relación con alguien? La gente con dinero también tenemos
inquietudes y sentimientos.
»Los inconvenientes de ser rico pueden sobrepasar los
beneficios. Parece que no tienes derecho a quejarte de nada,
nunca. La mayoría de gente se imagina que ser rico es
alcanzar el nirvana y no tienes derecho a tener necesidades
humanas ni mostrar tus frustraciones. Pero sigues siendo un
ser humano, aunque la mayoría no te trata como uno.
»La mayoría quiere algo de ti, y puede ser más difícil saber
si alguien es amable contigo porque te quiere a ti o a tu
cuenta corriente. Incluso con las parejas es difícil saber si está
atraída por ti o por tu dinero.
—¿Y qué piensas de mí? —dijo.
—Pienso que eres la única que ve en mí más allá de todo
eso. Pero me duele que esta noche te hayas comportado como
esa gente que cree que no siento ni padezco.
—Me siento una imbécil por ello.
—Entiendo tus inquietudes, tienes derecho a tenerlas como
yo tengo las mías, pero esto no trata de lo que crean o
piensen los demás, se trata de tú y yo, y no son solo unos
pronombres, es algo grande. Es en lo único que pienso cuando
te veo.
65
Melissa
—Es en lo único que pienso cuando te veo. —Jude cogió mi
cara entre sus manos y cerré los ojos para que me besara.
Necesitaba que lo hiciera para dejar de sentirme una estúpida.
¿Desde cuándo me había a mí importado lo que opinasen
los demás?
Jude era luz que brillaba cuando la oscuridad me absorbía.
El descubrimiento que nos hacía iguales y el respeto que nos
hacía diferentes.
El mejor lugar del mundo es el lugar donde te quieren y
puedes querer, y ese lugar era cualquier espacio donde
estuviéramos Jude y yo.
Abandonamos ese coche con prisas por quitarnos la ropa y
unirnos piel con piel y a corazón abierto.
Hacer el amor era como escribir versos en nuestra piel.
Sentirnos sin tocarnos bruscamente, decirnos que todo lo malo
había pasado.
—Este sin duda será el mejor momento del día —le dije
agarrándome de su pelo mientras lo guiaba por mi escote.
—Hueles tan bien, Melissa, que te respiraría hasta el punto
de marearme.
Deslizó uno a uno los tirantes del vestido por mis hombros,
dejando mi torso desnudo.
Qué bien me sentaban sus caricias lentas, intentando
conquistar las montañas hermanas de mi busto.
Haciendo que cara poro de mi piel se estremeciera cuando
pasaba sus dedos hábilmente por mis pezones con
movimientos circulares por toda la areola y endureciéndolos
Los lamió con delicadeza, haciendo que mi excitación
aumentara, que mi entrepierna palpitara y el calor se
apoderara de la zona.
—Sabes tan bien. —Levantó la vista para decirme aquello y
el brillo de sus ojos tenía todas las repuestas.
Jude avivó mis ganas. Solo escucharlo estimulaba todos mis
sentidos, mi cuerpo se rebelaba contra mí.
Quería hacer con Jude lo que la primavera había hecho con
los cerezos de Seattle. Que cada arteria de mi cuerpo
eclosionara en flores diminutas.
—Quiero perderlo todo contigo, desde la ropa hasta los
buenos modales. —Mis labios buscaron los suyos. Le comí la
boca y mordí sus labios.
Tenía ganas de arañar su pecho, sudar, perder el control e
incendiar nuestros cuerpos.
Arrastró la parte del vestido que aún cubría mi cuerpo
desde la cadera hasta los tobillos y se quedó frente a mi
tanga. Hundió su nariz en mi sexo y lo besó a través del
encaje.
—Estás muy húmeda.
Cogió las finas tiras que se ajustaban a mis caderas y se
deshizo de la ropa interior que se interponía entre su lengua y
mi entrepierna.
Acarició toda mi anatomía con los dedos, repasando cada
rincón, haciendo que lubricara lentamente, expectante a todos
los movimientos de sus manos.
Cogí su barbilla y lo obligué a ponerse en pie.
—Vayamos a la habitación. —Comencé a andar en dirección
a la cama y me siguió.
—Bendito culo, Mel.
—Esta noche es todo para ti.
Empezaron de nuevo los besos apasionados, entrelazando
nuestras lenguas con deseo. Jude bajó sus manos a mi trasero,
apretándome fuerte y provocándome un gemido ahogado.
A pesar del qué dirán, el amor puede más.
66
Jude
Besarla, mirarla a los ojos y sentir todas las estrellas
incandescentes que formaban pequeñas galaxias en su piel.
Quería conquistar cada lunar de su preciosa anatomía.
Caminar por su vientre, atravesar su ombligo y acampar en
su valle. Bañarme en el lago que tenía en la entrepierna y
quedarme a vivir allí para siempre.
Dejar plasmado en su sexo todo mi amor, amándola sin
temores ni medidas.
Arqueó su cuerpo tendido en la cama, dándome más
acceso.
Mi lengua se perdió en su interior, dibujando un camino de
saliva, lamiendo y succionando hasta hacerla temblar de
lujuria. Acaricié su clítoris y metí un dedo dentro de ella y la
escuche gemir de nuevo.
Metí dos y, mientras entraba y salía de su interior, seguía
succionando su clítoris, haciendo que mi respiración
entrecortada rebotara en su cavidad.
Agarró mi cabeza con las dos manos, gemía y se mordía los
labios buscando más fricción de mi lengua, intentando llevar
ella misma el control.
Me agarré de su culo para no perder la poca fuerza de
voluntad que me quedaba. Necesitaba sentirla y ser yo y no
mis dedos los que la penetraran.
Cuando cerró sus piernas subí hasta su boca y, agarrando
su barbilla, la besé, pasándole su propio sabor. Pegado
totalmente a ella y notando mi erección bajo los pantalones a
punto de reventar. Me los quité con prisa mientras Melissa
desabotonaba mi camisa y me ayudaba a desprenderme
también de ella.
Se apartó, me miró y se relamió. Se fue hasta mi oído y me
susurro un «necesito que me folles» que me estremeció.
Bajé mi mano hasta mi polla y empecé a tocármela para
ella. Apreté mi puño y comencé a subir y bajar con presión. Se
inclinó hacia adelante, sacó la lengua y la acercó a la punta
para luego pegarla a sus labios y lamerla de arriba abajo,
mientras yo seguía masajeándola con un movimiento más
lento.
Suspiré.
Quiso metérsela entera en la boca y atragantarse con ella,
pero me aparté, si lo hacía iba a durar muy poco.
La tiré en la cama con delicadeza y me puse sobre ella.
Abrió las piernas invitándome a entrar en su interior, y, ya con
la polla en su entrada, empujé despacio, sintiendo cada roce
de nuestros cuerpos uniéndose en uno.
Gemí cuando la tuve completamente dentro, ella me rodeó
con las piernas la cintura, impidiendo que pudiera
despegarme de su cuerpo tan siquiera unos centímetros. Nos
balanceamos juntos, yo entrando y saliendo, embistiendo con
delicadeza.
Con una mano apoyada en el colchón y con la otra en mi
barbilla la obligué a mirarme.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. —Me salió de
dentro, del sitio donde se meten las cosas bonitas como ella..
—Te quiero, Jude.
¡Joder! Hacía tanto tiempo que nadie me decía aquello que
tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar. Hasta que ella
no pronunció aquel «te quiero», no era consciente de lo
mucho de menos que había echado esas dos palabras.
Significaba que quería lo mejor de mí, pero también lo peor.
Que no esperaba la perfección, tan solo esperaba lo que yo
era. Un hombre con sus virtudes y sus muchos defectos, que
estaba completamente entregado a una mujer.
Estaba tan hecha para mí…
Con cada embestida se abría más y, entre la penetración y
la fricción cada vez más profundas, rozando la parte más
sensible de su cuerpo, elevándolo y haciendo que me clavara
más en él, se llevó unos de los dedos a su boca para morderlo
y ahogar un gemido.
Escuchar de su boca que iba a correrse fue suficiente para
alzarme a las estrellas y corrernos juntos, apretando mi polla
contra ella.
Y en ese momento supe que no importaba cómo, cuándo y
de qué manera me la follara, solo importaban nuestros
cuerpos, nuestras almas, nuestros corazones y el deseo
intenso de hacer el amor con la persona indicada.
Nos quería así, tal y como éramos. Quería el mismo mundo,
los dos juntos bajo el mismo sol.
67
Melissa
A•mor
¿Cuánto tiempo tarda alguien en enamorarse? Cada
persona se comporta diferente frente al amor; lo vive a su
manera y por supuesto se experimenta de formas
incomparables en cada persona.
Según los científicos: 8,2 segundos es la fracción de tiempo
récord en enamorarse.
Ya no me sentía una impostora, ya no sufría el síndrome
que atacaba a todos los escritores al finalizar su obra, el
temido concepto del amor, el temido momento en el que la
gente tilda de irreal lo que has escrito.
Ahora me avalaban 1 641 600 segundos probados de que
el amor sucede poco a poco. Surge a lo bestia.
El amor es que te toquen el corazón, querer acostarte para
siempre en su vida, que te besen el alma y oír entre susurros
millones de veces tu nombre.
Diecisiete días de todas esas cosas, en las que apenas
podía recordar cómo era mi vida antes de él.
Escribí aquel primer esbozo de libro con el corazón. Estaba
acercándome al final y sentí la pena de esos dos amantes
rotos en el momento fatídico en el que me tocaba separarlos.
Durante los tres días posteriores a la fiesta, habíamos
compartido buenos momentos, confidencias y expresado
sentimientos.
Éramos como una llave y una cerradura que encajaban
para abrirnos y mostrar nuestro yo más verdadero,
descubriendo ambos la mejor parte del otro.
El alma gemela, esa que existe aunque cueste admitirlo, no
es una utopía. Es un espejo, la persona más importante que
conocerás en la vida, la que derriba tus muros sacando a
relucir tus miedos, dispuesto a combatirlos contigo.
Qué bonito cuando el tiempo te confirma que has tomado
la mejor decisión y que siempre habrá sido un placer coincidir
con esa persona.
Cerré el portátil satisfecha.
Me serví una copa de vino de la botella que no habíamos
podido terminar la noche anterior y encendí el reproductor de
música.
Me invadió esa sensación de que todas las canciones
hablaban de lo que sentía por Jude y quise ser aire por un
momento y que él me respirase por siempre.
Las notas fluían por la estancia y yo, con una estúpida
sonrisa, movía la cabeza al compás. Llevándome a ese mundo
mágico donde eres libre de sentir.
Me encontró bailándome la vida con la copa de vino en la
mano. Y sin decir nada, vino a bebérsela a besos.
—Eres el mejor momento del día. —Me alzó en peso y el
vino se derramó en el suelo.
—Soy una intrusa. —Reí en sus brazos como una loca.
—Eso es lo que tú eres, una intrusa que llegó sin previo
aviso, desordenando mi corazón por completo.
—Eh, yo avisé en el email de la editorial que venía. —Sonreí
ampliamente y Jude me dejó en el suelo.
—No fui consciente en ese momento que tendría que
hacerme cargo de la mujer de mi vida.
—¿Sabes que no es necesario que sigas diciéndome esas
cosas? Mi ego está más que servido hasta ahora.
—Me nace decirlas, es como si hubieran abierto las
compuertas aquí dentro —se señaló el pecho—, y sufra de
verborrea romántica severa.
—Es una enfermedad que sufrimos los escritores, no sabía
que era extensible a los editores.
—Debes de haber desatado una pandemia en la editorial.
—¿Tu padre también está afectado? —Ladeé la cabeza e
hice una mueca.
—Ese cuerpo está más que inmunizado. Probarán la futura
vacuna con su sangre.
—Él se lo pierde. Los efectos del amor son devastadores,
pero qué bien sientan esas cosquillas del principio. —Rocé su
mentón con la punta de mis dedos.
—Firmaría de manera vitalicia momentos como este.
Por unas horas más fuimos latidos, besos necesarios,
plural, un título que rezaba «para siempre».
Y en mi cabeza retumbaron esas últimas palabras que
pensé, mientras los besos de Jude me obligaron a estar en
silencio. Para siempre sería el título de mi nueva novela para
Mcmillan Publishing.
68
Jude
Melissa siempre me decía que podría escribir un libro con
todas las cosas que me salían de dentro.
Tal y como le había expresado, sentía que las compuertas
de hierro que tenía cerradas dentro de mí, y que durante
mucho tiempo no habían dejado colar absolutamente nada, se
habían abierto de par en par.
Podría escribir un libro, pero lo que realmente quería era
ser historia con ella.
Nunca antes había sentido esa intensidad, esa locura que
me hacía necesitarla como a nadie. Y siendo honesto, la
primera vez que la vi no pensé que fuera a ser alguien tan
importante en mi vida. Me atrajo de un modo más superfluo e
impersonal, puro deseo sexual, pero consiguió risa a risa ir en
contra de mis instintos y mi propia naturaleza.
Nunca fui su primer beso, ni su primer pensamiento en la
vida, pero tenía la oportunidad de hacerla reír cuando lo
necesitara, alegrar sus días y abrazarla fuerte en los días de
tormenta en un futuro.
En aquel momento, en el que ambos cerramos los ojos y
nos despedimos con un beso hasta el día siguiente, uno detrás
del otro, unidos por un abrazo de piernas y brazos, no supe
que sería la última noche, la última vez que fuimos nosotros
para volver a convertirnos en dos desconocidos, rotos por los
estragos que el loco y estúpido amor deja en los amantes más
entregados.
Nadie encuentra su camino sin haberse perdido varias
veces. Nos perdimos esa noche sin saberlo, llegó como
llegamos hasta ese punto, de improviso, con fuerza y
destruyendo todo el mundo que habíamos construido.
69
Melissa
Jude se había marchado a la oficina. Me había ofrecido
muchas veces que lo acompañase, que podía trabajar con él
en su despacho, pero sabía que con él a mi lado no era posible
concentrarse.
El día anterior había terminado el borrador previo y estaba
lista para repasar el primer capítulo y llenarlo con todas las
ideas que había recopilado.
Me serví un té. Había abusado mucho de la cafeína
últimamente y preferí algo más suave para comenzar lo que
me había propuesto esa mañana.
Me gustaba marcarme objetivos. Muchos escritores se
ayudaban de retos en palabras escritas, yo era más de
organizar en mi mente las ideas que quería plasmar,
madurarlas y escribirlas sin marcarme un máximo o un
mínimo de caracteres. A veces sobraba con una frase para
resumirlo todo y otras requerías de textos más extensos
donde volcar lo que ese personaje llevaba dentro. El poder de
lo que se escribe no está en la cantidad, sino en el impacto de
las palabras y la buena construcción de personajes que odias
u amas, sin término medio. El que lee no tiene que hacerse
amigo de los personajes, no tiene que empatizar con esa
persona ficticia, tan solo conocer su historia, así es la gente en
la vida real.
Cogí mi portátil y lo utilicé como bandeja para transportar
la taza. Me apetecía cambiar de estancia. Casi siempre
escribía en el porche delantero, la cocina o el sofá, pero nunca
había hecho uso del despacho que Jude tenía en la casa. Ni
siquiera me había asomado para ver cómo era, me parecía un
lugar demasiado íntimo hasta el momento. Nunca me prohibió
que entrara, no era una parte vetada de la casa, quizá por eso
nunca sentí curiosidad por descubrirla hasta ese momento.
Cuando estuve dentro comprobé que no era más que una
habitación con buena iluminación, una librería repleta de libros
de la editorial y una mesa que se notaba había tenido poca
utilidad. Todo era muy aséptico y limpio, no había nada allí
que reflejara la personalidad del dueño, y me sentí dichosa de
darle a aquella habitación por primera vez el uso para el que
había sido creada.
Jude no solía traerse trabajo a casa, había que admitir que
era un hombre que pasaba muchas horas en el trabajo, y lo
había aislado completamente de su zona de confort y refugio.
Su casa era una cueva masculina, las únicas notas femeninas
las había puesto yo con algunas flores que había recogido de
mis largos y solitarios paseos por los parques naturales de Alki
Beach. Nos habíamos ceñido prácticamente a vivir en aquella
zona de la ciudad y había explorado muy poco el centro, y lo
agradecía, no era muy dada a hacer turismo convencional y
las masas me agobiaban.
Abrí el ordenador y esperé a que cargara. Ese trasto y yo
habíamos vivido juntos casi un lustro. No era moderno, pero
me servía y me hacía sentir cómoda trabajar con un cacharro
que conocía y nunca me había fallado.
Mientras el Windows XP hacía sus actualizaciones, me puse
a curiosear un poco.
Saqué varios libros de las estanterías, algunos dedicados a
cosas técnicas y manuales para expertos en marketing, y los
volví a dejar. Siempre me han resultado demasiado
programados e impersonales, el marketing es muy relativo de
una persona a otra, lo que a ti te funciona puede que a otra
gente no. No todo es blanco o negro, no creía en ese tipo de
cosas para alcanzar el éxito, porque este también era algo
concerniente a uno mismo.
Me volví a sentar en la robusta mesa de color caoba. Era de
esos muebles que compra la gente importante, resistente al
paso del tiempo, pero no perenne a las modas. En el lateral,
junto a la pata ornamentada de la derecha, tres cajones.
No deberías hurgar ahí dentro, me dije a mí misma. Pero los
libros, la ausencia de objetos personales o fotos, no habían
saciado la vena cotilla con la que me había levantado ese día.
En el primero, una pluma estilográfica, un paquete de clips
sin estrenar y una vieja agenda del 2012 apenas garabateada.
En el segundo, una chequera usada, un par de lápices y un
CD rayado.
En el tercero, varios papeles grapados que dude si leer o
no.
Cerré el cajón y tamborileé los dedos en la mesa.
Solo son papeles, no va a pasar nada porque eches una
ojeada.
Volví a abrirlo y saqué aquellos documentos que
empezaban con:
Seattle, 25 de abril.
Reunidos:
De una parte, Jude Michael Mcmillan.
¿Así que ese era su segundo nombre? Sonreí.
Y de otra parte, Arnold James Mcmillan, director general de
Mcmillan Publishing.
Era sin duda un contrato entre Jude y su padre y me sentí
mal por estar leyendo aquello, pero continué.
Intervienen:
Que Arnold James Mcmillan cederá la dirección y propiedad
de la empresa a Jude Michael Mcmillan, habiendo cumplido
con las exigencias del contrato de edición de la autora Melissa
Willing.
Que Jude Michael Mcmillan se compromete a mantener a la
autora un tiempo mínimo de veinte días a partir de este
contrato en la ciudad de Seattle.
En el momento que la autora haya concluido el tiempo
estipulado por la cláusula de anulación de quince días de
contrato editorial, quedará libre y será a partir de dicha fecha
el propietario absoluto de Mcmillan Publishing.
Tuve que volver a leerlo dos veces, porque no daba crédito.
¿Qué significaba todo aquello? ¿Jude me había utilizado en su
propio beneficio? ¿Qué valor podría tener yo para una
empresa como aquella para que Jude consiguiera heredarla
antes de tiempo?
¿Me había retenido en su casa? ¿Me había dicho todas esas
cosas para que firmase a ciegas por él y pasara por alto esa
cláusula de anulación que ese contrato mencionaba?
El corazón me iba a mil por hora.
Recordé cuando precipitadamente en San Juan me pidió
que me quedara en su casa, y lo tonta que fui creyéndome
que lo hacía porque yo le gustaba.
Las veces que se abrió en canal contándome partes de su
infancia y lo tirano que era su padre, cuando a las claras ese
contrato confirmaba que era exactamente igual que él.
Miles de momentos entre Jude y yo vinieron a mi mente y
creí morirme un poquito cuando la taquicardia se agudizó al
pensar en Brooke y en su advertencia de que pidiera una
copia de ese contrato, y que nunca pedí.
Habían pasado veinte días desde que su padre nos obligó a
pasar aquel fin de semana juntos, seguramente era parte del
plan que ambos habían tramado y que Jude había disimulado
tan bien. Quince días justos desde que firmé el contrato
editorial.
Dejé aquel papel sobre el teclado de mi portátil y cerré la
tapa, atrapando en él aquel dichoso contrato que acababa de
partirme el corazón en mil pedazos.
Lo dejé sobre la encimera de la cocina y anduve nerviosa
por el salón.
¿Qué narices seguía haciendo allí? Los días habían pasado,
hoy se cumplía el plazo, no había vuelta atrás. Lo mejor era
ponerle las cosas fáciles y no tener que escuchar de su boca
pedirme con excusas baratas que me marchase, que todo
había terminado y que tan solo nos unía una relación laboral
que podríamos llevar a distancia.
Me conocía a los tipos como él, que a lo sumo esperaría un
par de días más, en los que las muestras de afecto y
dedicación menguarían, hasta el temido «tenemos que
hablar».
Le iba a ahorrar el mal trago. Que yo hubiera encontrado
aquel contrato no era fruto de una casualidad, como tampoco
lo éramos nosotros, solo era el karma apiadándose de mí y
riéndose por lo estúpida que era.
Ver•güen•za: turbación del ánimo que se produce por
una falta cometida o por alguna acción humillante y
deshonrosa, ya sea propia o ajena.
Así estaba, completamente turbada, sacando mis cosas con
rabia del armario y llorando a mares.
Yo, la misma que le había confesado que lo quería, que
esquivaría la munición que la vida nos arrojase sin saber que
él iba a ser el primero en dispararme a bocajarro y sin
contemplaciones.
Qué gran verdad era es esa de que hay personas capaces
de mirarte a los ojos y hacerte sentir que les importas, y
también mienten.
Lo peor de una traición es que nunca viene de un enemigo.
Abrí mi bolsa y comencé a echar la ropa dentro sin
importarme en absoluto como quedara cuando de algún
bolsillo cayó una tarjeta.
La cogí con las manos temblorosas, el destino volvía a
hacer acto de presencia, era la tarjeta de Linda.
La metí en el bolsillo de mi pantalón y cerré la bolsa con un
nudo en la garganta. La cogí y salí de aquella casa sin mirar
atrás y con un portazo que solo yo pude oír.
Jude había hecho honor con creces a su nombre, con el
último beso que me dio me había demostrado que no todo el
que besa ama.
70
Jude
El día que me enamoré, yo no creía en el amor a primera
vista, pero ahí estaba ella con sus ojos color miel levantando
mariposas en mi estómago. Si nunca has sentido eso,
entonces es que jamás has estado enamorado.
Inesperado, tan rápido y fugaz, que ese día su mirada y la
mía jugaron disimuladamente a que había una conexión entre
nosotros sin conocernos.
El día que me enamoré descubrí que el amor es efímero,
que puede durar una vida o solo un instante.
El amor verdadero es un privilegio que solo unos pocos
valientes viven.
Hubo un tiempo que engañé a la soledad con historias de
media noche rozando la piel, pero no el alma. Acariciando el
amor de lejos, porque ninguna de ellas era la mujer de mi
vida.
El orgullo no nos hace más humanos, solo nos aleja de
nuestro propio destino, pero, cuando compartimos nuestros
sentimientos con esa persona que llega para desestabilizarlo
todo, te liberas y te sientes feliz de haber confesado la verdad,
esa es sin duda nuestra mayor victoria.
Me sentí un farsante, lo había jodido todo pero bien.
Cuando encontré la casa vacía y el contrato sobre la
encimera de la cocina, sentí una punzada en el corazón que
me atravesó el alma.
Intenté llamarla muchas veces, pero no obtuve respuesta.
Necesitaba explicarle que todo lo que habíamos vivido,
todas las cosas que le dije eran de verdad y que ni siquiera
recordaba ese estúpido plan.
Me había olvidado por completo de las primeras
intenciones y tan solo me había dejado llevar por todo lo que
ella me hacía sentir.
Se había esfumado como lo hizo mi madre, de repente y sin
previo aviso.
El dolor forma parte de la vida y lo que más daña es pensar
en quien te hizo sufrir sin quererte.
—¿Mamá? —No sé ni por qué lo preguntaba, era ella, su
voz a través del teléfono. Esa voz que tanto había echado de
menos.
—Hola, Jude. ¿Qué te pasa, has llorado?
—He llorado tantas veces hoy que he perdido la cuenta.
—¿Ha pasado algo?
—Demasiadas cosas desde que te fuiste.
—¿Qué estás intentado decirme?
—La he cagado, mamá.
—Bueno —la escuché suspirar—, si te sirve de consuelo,
equivocarse también es un derecho.
—¿Qué pasó?
—No lo sé, dímelo tú. —Pareció extrañarle la pregunta.
—Me refiero a ti y a papá, ¿qué pasó? —Me sorbí la nariz,
era la primera vez que le hacía esa pregunta.
—Es muy largo de explicar.
—Tengo tiempo, todo el del mundo. Necesito entender por
qué él es así, por qué yo me he comportado como un capullo
toda mi puta vida. Necesito saber quién soy.
Mi madre soltó todo el aire por la nariz.
—Está bien. A veces hacemos cosas egoístas como las que
hice yo. No pasó nada y todo en realidad.
—Me dejaste solo, ¿por qué?
—Te dejé con tu padre.
—Mi padre cambió mucho después de encontrarnos la casa
vacía, sin una explicación, sin un porqué.
—Siento que fuera así, Jude.
—No te preocupaste de cómo me estaba sintiendo yo.
—A veces el miedo te paraliza. Soy consciente de que no lo
hice bien. Fui egoísta, no era feliz, y no es que tu padre no lo
intentara, simplemente hay cosas que no deben ser.
—¿Y eso es todo?
—A día de hoy aún no sé cómo enfrentarme a mi propia
cagada, como tú lo has llamado. Para que algo se arregle lo
mejor es no haberlo hecho o haberlo gestionado de otra
forma. A veces decir la verdad ayuda.
—¿No crees que las disculpas bastan?
—Son un remedio momentáneo, pero las ruinas que has
dejado nunca volverán a ser un bonito edificio.
—Se ha ido.
—¿Quién? —Era lógico que lo preguntara, hacía más de tres
meses que no habíamos hablado.
—Creo que el amor de mi vida.
—Si es el amor de tu vida, volverá a ti.
—¿De verdad crees eso? Mi padre no pensaría lo mismo
ante esta pregunta.
—Tú has vuelto y me alegra que me hayas llamado en un
momento como este. Sé cómo te debes sentir para haberme
elegido como consejera.
—Mamá, nunca he dejado de quererte. —Quería que me
dijera que ella también me quería.
—Jamás en mi vida he dejado de hacerlo también, pero,
cuando has dejado mucho que desear como madre, piensas
que no puedes volver a la vida de tu hijo y reclamarle lo que
nunca le has dado.
—Tengo buenos recuerdos.
—Quizá eso sea lo peor, cuando los momentos felices te
invaden y no logras comprender cuándo se jodió todo.
—Sí —dije con resignación.
—Tal vez esa chica se siente así ahora mismo. No sé qué es
lo que ha pasado entre vosotros, pero, si dices que la has
fastidiado y que es la mujer de tu vida, debe de estar
sintiéndose bastante mal.
—Lo malo es que ella sí sabe lo que ha pasado.
—¿Vas a contármelo?
—Me preocupa decepcionarte. —A pesar de todo, tenía ese
sentimiento para con ella.
—Más que te he decepcionado yo no lo puede hacer nadie.
Anda, cuéntamelo.
Le expliqué todo el plan que mi padre había trazado y que
yo, como un idiota, había seguido, cayendo en mi propia
trampa y enamorándome hasta el punto de dolerme el pecho.
—Tu padre en el fondo es un buen hombre, tan solo es que
no ha sabido cerrar el capítulo y continuar con su vida. Ha
centrado toda su vida en los negocios para no pensar en otras
cosas más importantes. Ambos te hemos fallado en ese
sentido. Acepto que me odie, pero me molesta que haya sido
así contigo.
—Supongo que todos tenemos que aprender a vivir con
nuestros demonios.
—Hay gente que no sabe canalizar los sentimientos y
piensa que, desprendiéndose de ellos, nunca volverán a
hacerle daño. Pero no tienes que vivir su vida nunca más,
Jude, prefiero pensar que en algunos aspectos seas un poco
como yo.
—¿Qué hago con Melissa?
—Encontrarla y abrirte en canal.
—Va a ser complicado que me crea después de lo que ha
visto. Debe de pensar que lo único que me interesa es que
papá me entregue la editorial, pero eso también, en parte, es
por Mel. Necesito poder dirigirla y salvarla con ella dentro.
—Vas a tener que gestionar muy bien esa parte cuando se
lo cuentes, no sé cómo puede interpretarlo.
—Estoy de mierda hasta el cuello.
—Vuelve a llamarla, y con lo que sea me cuentas. Dentro
de ti hay amor. Quiérela. Díselo, y si necesitas que vaya a la
ciudad…
—No, mamá, me las arreglaré. Gracias.
—No me las des, soy tu madre, no lo olvides nunca.
—Nunca lo he olvidado y eso ha marcado mi vida.
—Espero que a partir de ahora sea para bien y, aunque
como te he dicho, no es suficiente, lo siento.
—Para mí es suficiente. —Que ella me pidiera perdón era
mucho más de lo que había tenido hasta ese momento.
—Te quiero, hijo.
—Y yo. —Las palabras salieron de mi boca con una facilidad
que me sorprendió.
Hubo un tiempo en que esas palabras en boca de mi madre
me hubiesen sonado una farsa. Pero me calaron muy hondo y
supe que era cierto, mi madre me quería como yo quería a
Melissa, aunque no lo pareciera.
La manera en cómo le tembló la voz en cuanto mi madre
me confirmó que lo que me decía era real. Que hay uniones
que, por mucho que la vida y nuestros propios actos intenten
separar, son para siempre.
—Y sobre tu padre… Me temo que es cuestión de tiempo
que vuelva a confiar en la gente. Necesita la paz mental
suficiente para saber que no todo el mundo es igual. Es como
un perro herido que huye de la gente y, hasta que no
comprenda eso, tienes que armarte de paciencia.
—No tiene la culpa de todo, yo debí imponerme y decir que
no.
—Te puso entre la espada y la pared, no te mortifiques
tanto.
—Es imposible no hacerlo cuando siento que he perdido lo
mejor que me ha pasado en la vida.
—Lo mejor está por venir, estoy segura.
La vida me había golpeado tan fuerte que los recuerdos
eran puñaladas intentando olvidar sin conseguirlo.
Nadie me había enseñado a resistir, a aceptar, a seguir
adelante y quemar las páginas para empezar de cero, pero es
que simplemente no quería olvidarla.
Cuando terminé de hablar con mi madre intenté localizarla
de nuevo sin éxito.
Me sentí vulnerable como un niño ante el temor de no ser
correspondido, aunque me hacía cargo que el dolor que
Melissa debía estar sintiendo superaba con creces al mío, al
fin y al cabo, yo era el que la había traicionado.
71
Melissa
En el trayecto en Uber al centro de Seattle, reservé una
habitación para poder adecentarme y acudir a la cita con
Linda en su despacho.
No sabía cuántos días más iba a necesitar quedarme antes
de volver a casa, así que hice una reserva abierta con el fin de
tomarme mi tiempo para comprar el vuelo de vuelta a Nueva
York. No pensaba marcharme dejando las cosas como estaban,
si había una ínfima posibilidad de anular ese contrato con
algún vacío legal, estaba dispuesta a ello. La sola idea de
tener que volver a ver a Jude y a su padre me removía las
tripas.
—Déjeme aquí —le pedí al conductor.
—¿Todo bien, señorita? —Mis ojos rojos e hinchados, y los
sollozos que había intentado ahogar debieron alertarlo de que
me encontraba hecha polvo.
—Todo lo bien que se puede estar cuando te han engañado.
—Lo siento, estoy seguro de que en un tiempo todo esto
será un recuerdo lejano.
—Eso espero, gracias —dije al amable caballero antes de
cerrar la puerta del vehículo.
El hotel se encontraba a dos calles según el GPS de mi
móvil, y me apetecía caminar un poco hasta allí.
Como si el sol, el asfalto y la gente ajena a mis problemas
transitando a mi alrededor pudieran aliviar un poco la desazón
que me invadía.
Me sentía estúpida y, aunque necesitaba hablar con
alguien, decidí tragarme la vergüenza que sentía de mí misma
para disiparla de algún modo.
Da la sensación que no contar abiertamente las cosas que
te pasan hace que estas no hayan sucedido. Pero lo habían
hecho y me habían roto por dentro.
Mi dolor se había convertido en tristeza y esta en ira,
olvidándome de cómo sonreír.
Anduve taciturna, rara, completamente descolocada y,
aunque tenía un destino, era como andar a la deriva en unas
calles desconocidas coloreadas por flores de cerezo.
Cuando estuve frente a la puerta del hotel Bilton y las
puertas automáticas me dieron la bienvenida, invitándome a
entrar en el vestíbulo principal, mis ojos no pudieron reprimir
más la lástima y la devastadora sensación de que me tocaba
empezar de cero. Mi mundo antes de Jude se había esfumado
y después de él comenzaba una nueva etapa completamente
diferente y marcada por la rabia.
Nadie moría por amor en el siglo XXI, pero la sensación de
que no quería vivir sin él se apoderaba de mí, aun sintiendo
que lo único que merecía es que lo odiara.
72
Jude
Dos días después.
—Alegra esa cara. Te has librado de ella sin mover un dedo
y en el plazo que habíamos acordado —dijo mi padre cuando
fui a contarle con pesadumbre lo que me había sucedido.
—Me importa una mierda la editorial, tus planes, tu mierda
de vida aséptica y falsa.
—¿Significa eso que no quieres la editorial? —levantó la voz
más de lo normal—. ¿Vas a dejar que esa mujer con su marcha
te joda la vida hasta ese punto? Ha firmado un contrato, la
tenemos bien atada a la editorial, no puede irse demasiado
lejos.
—Mi vida lleva jodida mucho tiempo, y no es por ella
precisamente. He hablado con mi madre, deberías aceptar
que ella no consiguió quererte y no es culpa de nadie. No se
puede forzar el amor y, con tu estúpido plan, he podido
comprobarlo con creces. El amor es porque tiene que ser,
como el que deberías sentir tú por tu hijo.
—El amor es una mierda, Jude. No sirve para nada, se
puede vivir sin él perfectamente, pero no sin dinero.
—He podido vivir sin mi madre, pero no con la idea de que
no me quería. Son cosas muy diferentes.
—¿Ahora estás de su parte, después de todo lo que te he
dado? —bufó exasperado.
—¿De verdad vas a cobrarte todos estos años a tu lado
como si hubiera sido una carga para ti?
—No te he criado para que seas un blando. Madura, Jude.
—Decirte todo esto es madurar, maldita sea. —Di un golpe
en la mesa que hizo temblar todo el material de oficina que mi
padre tenía encima.
—No toleraré esa clase de comportamiento, soy tu padre y
el director de esta empresa, te exijo un respeto.
—Ya no lo eres.
—Así que es eso, has venido a cobrar y te crees con el
derecho de vapulearme. Si tanto quieres a esa mujer
renunciarías a todo lo que te ha llevado a perderla, no eres tan
auténtico como me quieres vender.
—He aprendido del mejor. —Lo miré a los ojos desafiante.
—No tenía que haber firmado ese contrato, está claro que
la empresa va a quedar en manos de una persona que no va a
saber dirigirla con mano firme y frialdad. Así se hacen los
negocios.
—Alguien hace poco me enseñó que las cosas siempre
salen mejor si se hacen con el corazón.
—Te vas a tragar todas esas paparruchadas que dices y
vendrás llorando a que te solucione la papeleta.
—No creo que eso pase nunca. Debiste irte tú y no mamá.
—Eres un desagradecido.
—Seré todo lo que tú quieras, pero hoy me siento orgulloso
de haberme librado de la coraza y sentirme libre de una puta
vez.
—Vas a fracasar y, cuando lo vea, me reiré de lo idiota que
has sido.
—Pero lo harás solo, no lo olvides.
Sentí mucha pena por él. Que en un momento como ese,
en el que yo estaba mostrándole mi vulnerabilidad, mi
tristeza, las ganas de que todo explotase a mi alrededor,
convirtiendo mi vida en cenizas y empezar de cero, no sirvió
para que me consolara con un simple abrazo cálido.
No necesitaba que pusiera en marcha un efectivo policial
en busca de Melissa, ni que me hiciera correr al aeropuerto
para hacer que no cruzase la puerta de embarque. Tan solo
unas palabras de aliento, un siento que las cosas hayan salido
así.
Paciencia, esa es la palabra que había utilizado mi madre
para definir la postura que debía adoptar con mi padre. La
misma palabra que podía utilizar para paliar los estragos que
la marcha de Mel había dejado en mi cuerpo y mi razón.
Me sentía perdido y no iba a obligarla a que se quedase en
la editorial si ella no quería, eso ya lo había intentado antes
como un estúpido.
—Prefiero estar solo que mal acompañado.
Opté por no contestar que pensaba exactamente lo mismo.
—Avísame cuando estés listo para firmar la cesión de la
editorial.
—No sufras, te di mi palabra y así será, aunque intuyo que
vas a dejarla marchar y a echar por tierra todo lo que había
dejado planeado para ti. —Me señaló con el dedo extendido,
creyendo fehacientemente que todo lo que había sucedido
durante esos veinte días era un acierto para con la editorial y
conmigo.
—Tranquilo, tengo mis propias ideas para dirigir este sitio
mucho mejor que tú. Habla con tus abogados y que tengan
preparados los papeles para la semana que viene.
—¿De pronto te han entrado las prisas?
—Sí, sé cuánto te gusta este sitio y no puedo esperar más
para ver cómo lo vas a echar de menos tanto como yo echo de
menos a Melissa, solo así comprenderás lo que se siente al
volver a perder todo lo que amas.
Fue un golpe bajo, lo sé, mi madre no se había marchado
porque mi padre no supiera quererla, sino porque ella nunca
supo querer a mi padre. Eran cosas distintas, pero no
justificaba que, a pesar de haberme abierto de par en par ante
él esa mañana, siguiera ignorando mis necesidades y
sentimientos. No cuando yo estaba dispuesto a entenderlo
también, aunque fue imposible y no se puede ayudar a quien
no quiere ayuda.
Salí del despacho triunfal y con la primera sonrisa después
de dos días en los que no tuve ganas ni de mirarme al espejo
y gritarme lo idiota que había sido.
Tenía que aguantar a mi padre dos días más por allí y luego
se retiraría a su casa de Waterfront para disfrutar de su
jubilación anticipada. No veía el momento de que aquello
sucediera.
La deuda constante que él me había hecho creer que tenía
por todo lo que había hecho por mí era mero humo. Nunca un
niño, al que sus padres abandonan de un modo u otro,
adquiere una responsabilidad con ellos. Mi madre y mi padre
eran responsables de mí a partes iguales, y le había tocado
hacerse cargo a él. Todo lo que tuve, todo lo que
supuestamente hizo por mí, no se lo pedí yo, era su obligación
por haberme traído a este mundo.
No estaba dispuesto a renunciar a la editorial y mucho
menos, si quedándome en ella, podía aportar mi granito de
arena a la Literatura y a la profesión que tanto amaba. Tenía
un as en la manga y la necesitaba para construir un proyecto,
no solo empresarial, también de vida. Algo grande que pudiera
devolverme lo que mi padre con sus desastrosa gestión me
había arrebatado.
73
Melissa
El lunes cuando llegué al hotel no me vi con fuerzas de
acudir a la cita con Linda esa tarde y la cambié para el
miércoles, pues ella el martes tenía otros compromisos y le
fue imposible hacerme un hueco.
Estuve encerrada casi dos días enteros en aquella
habitación, haciendo uso del servicio de habitaciones y el
canal de pago de películas veinticuatro horas. Tenía pensado
pasarles la factura a esos desgraciados de Mcmillan Publishing
y vaciar, además, el minibar y cogerme una cogorza la noche
antes de volver a casa.
Jude me había llamado con insistencia desde el lunes y
escrito una media de cincuenta mensajes diarios por wasap
que no me molesté en leer.
Tenía el corazón roto, pero un par de ovarios, y él no iba a
ser el causante de un desequilibrio mental lleno de mocos y
llantos. Me negaba y, aunque había llorado ríos enteros, era
más fácil pensar que lo había hecho por mí y por mi estúpida
idea de dejarme llevar por las expectativas románticas y no
haber usado más el raciocinio.
Linda me había pedido una copia del contrato editorial para
revisarlo previamente, copia que no tenía, pero aún no se lo
había comunicado. Me daba miedo que pensara de antemano
que iba a representar a una mujer enajenada por la virilidad
de un hombre en la era moderna.
Pensar aquello me obligo a chasquear la lengua contra mi
paladar y levantar el culo de la cama para darme una ducha y
acudir a la cita con la letrada.
El despacho de Linda era una combinación preciosa de
inspiración nórdica con un toque rústico que me dio buenas
vibraciones. Las necesitaba.
—Melissa, siéntate. —Arrastró una de las sillas frente a su
mesa y ella hizo lo mismo con la que había al lado—. Siento
mucho que hayas tenido que hacer uso de la tarjeta que te di.
—A veces el universo manda señales como esa, ¿no crees?
—No mucho, no es cosa del universo, es la propia inercia
de la vida. He visto muchas cosas, Melissa. —Posó una de sus
manos en mi antebrazo, la sentí cercana y me infundió cierta
confianza.
—Ojalá yo tuviera tu ojo para cazar al vuelo a los
mentirosos.
—A veces también me toca defender a alguno de esos. ¿Me
has traído el contrato? Me hubiera gustado revisarlo antes,
pero no me lo has mandado. —Cruzó las piernas y entrelazó
las manos sobre ellas.
—Verás…
—¿Qué pasa? Entendí que querías que te ayudase en ese
asunto. —Ladeó la cabeza expectante.
—Me da hasta vergüenza decirlo, pero… no lo tengo.
—¿No tienes una copia del contrato editorial que firmaste?
—El problema es que no sé lo que firmé exactamente. —
Desvié la mirada hacia un lado cuando dije aquello.
—¿Por qué? Es una regla básica en la vida leer previamente
lo que uno firma y hacerse con una copia.
—Hay tantas reglas básicas que no he seguido nunca que
esta se ha convertido en una más de ellas.
—Aún no me has respondido, Melissa. Estamos aquí para
poner soluciones y puedes hablarme con sinceridad, no voy a
juzgarte.
—Siento que ya lo has hecho.
—Es defecto profesional, perdona si te he ofendido.
Cuéntamelo.
—¿Sabes esa sensación que te invade cuando confías
ciegamente en alguien y lo único que quieres es pasar más
tiempo con esa persona?
—Me he casado tres veces, ¿te sirve eso como respuesta?
—rio.
—Bueno, lo hiciste por amor, pero lo mío quizá es un
problema de bajos fondos. —Hice una señal con los ojos
dirigidos a mi entrepierna.
—No logro entenderte.
—Me volví loca del coño, eso lo resume todo.
Linda comenzó a reír sonoramente y aprecié que hasta se
le saltaron las lágrimas.
—Lo siento, es que no he podido evitarlo. —Se enjugó las
lágrimas producidas por la risa—. Perdiste la cabeza por un
hombre, ¿es eso?
—Básicamente. —Fruncí los labios y puse los ojos en
blanco.
—Entiendo que llamarlo y pedirle esa copia está
descartado.
—Es lo último que quiero hacer.
—¿Y por qué dices que es un mentiroso?
—No sé si tienes tiempo, es una historia larga.
—Después de ti no espero a nadie, dispara, Melissa.
Linda tenía el don de la empatía y olvidé por completo que
estaba frente a una profesional de las leyes, sentí que estaba
con una buena amiga.
Le conté toda mi historia con Jude, intentando por todos los
medios que no me afectase y comenzar a llorar, pero fue
imposible.
—Ten. —Me pasó un par de pañuelos de una caja que tenía
sobre la mesa.
—Lo siento, soy una tonta.
—No, cariño, eres humana. He asistido muchos divorcios
dolorosos.
—Esto no es lo mismo, no me he casado con él.
—Eso es lo que tenemos que descubrir, has firmado un
papel a ciegas. —Me tendió otro pañuelo.
—No puede ser, ¿no?
—No creo. Te traeré un poco de agua y le pediré a mi
asistente que concierte una cita para mañana, iremos a
hacerles una visita y ver ese contrato para intentar que lo
anulen, siempre hay algún vacío legal por el que podamos
pedir la rescisión inmediata, aunque hayan pasado esos
quince días.
—¿Es necesario que vaya yo?
—No necesariamente, pero creo que te vendrá bien volver
a ver ese hombre.
—¿Por qué? No quiero verlo, si quisiera hubiese ido yo
misma a por esa copia.
—Melissa, ahora ya no te hablo como abogada sino como
mujer, y creo, por lo que me has contado, que ese tal Jude es
un actor de Óscar, o cabe la posibilidad de que también esté
enamorado de ti.
—Yo no estoy enamorada de él y él de mí tampoco, es
obvio.
—¿Dónde está esa obviedad de la que hablas? ¿Le has
dado la oportunidad de hablar?
—No quiero escuchar ni una palabra más de su boca.
—Tú has venido pidiendo justicia y esta, precisamente trata
de eso. De que ambas partes expongan su versión de los
hechos y tomar decisiones posteriores.
—¿Insinúas que ese hombre de verdad está enamorado de
mí? —No pude evitar forzar unas carcajadas.
—No sé si está enamorado o le gustas mucho pero no lo
sabrás nunca si no le dejas explicarse. ¿No me has dicho que
le dijiste que lo querías?
—No pude evitar que esas palabras salieran de mi boca y él
no me respondió que también lo estaba de mí, ahora entiendo
por qué.
—Una persona no dice esas cosa si no las siente de verdad
y lo mismo se le puede aplicar a él. Solo tu corazón sabe si lo
que él te transmitió te pareció una mentira, hay cosas que son
difíciles de fingir y no existe una regla en la que decir «te
quiero» sea prueba de que es así, el amor son actos. En mi
profesión es fácil detectar esas cosas, suelen notarse, pero
hasta un asesino tiene derecho a una defensa. ¿Te gustaría
que así fuera?
—En parte lo es, es un asesino de corazones y no creo que
merezca una defensa justa.
—Me refiero a que si te gustaría que él estuviera de verdad
enamorado de ti, ¿cambiaría eso algo con respecto a lo que
sientes ahora mismo por él?
—No, me gustaría terminar con esto y volver a casa. No
puedo tener un compromiso con esa editorial ni que él sea mi
editor. Me hizo creer que le importaba de verdad para
conseguir que su padre le cediera la editorial.
—Debes ser muy valiosa para esa gente para llegar a esos
extremos.
—Es lo único que no encaja de toda esto, yo no soy nadie.
—Negué con la cabeza.
—Todavía, pero han debido de ver mucho potencial en ti y
no han querido que ninguna otra editorial se les adelante, los
autores que calan hondo en la gente hacen ganar mucho
dinero a esa industria. ¿Recuerdas el fenómeno de cincuenta
sombras de Grey? Esa gente no volverá a pasar hambre con
todo lo que han ganado.
—Yo no soy E. L. James.
—Ella tampoco lo era antes de que decidieran publicarla y
llegar a la gran pantalla.
—No me hagas volver a esos despachos, por favor, Linda —
supliqué pasando por alto esa comparación.
—Es bueno que estés y hables si yo te lo pido, quizá
podamos alegar coacciones.
—Las ha habido.
—No podemos probarlas a menos que tengas una prueba
de ello. ¿Hiciste una foto de ese contrato interno entre él y su
padre?
—No. —Agaché la cabeza.
—Entonces te necesito allí.
—La idea me supera, pero si es lo que necesitas no me
queda más remedio que enfrentarme a él.
—Y de nuevo, te digo, que deberías darle una oportunidad
para explicarse.
—Lo podrá hacer el viernes delante de ti.
—¿Te apetecen una cervezas? —me preguntó tras soltar el
todo el aire por la nariz.
—Me vendrán bien, además, tienes que decirme cuánto me
va a costar todo esto.
—Me caes bien, no será mucho. —Sonrió—. Cuando seas
muy famosa me tienes que prometer que vendrás a mi club de
lectura, todas te admiran mucho, ya te lo dije.
—Lo haré encantada. —Sonreí ampliamente.
Volví a inundarme de fuerza e intenté pasar por alto las
palabras de Linda, que intentaban dejar en buen lugar a Jude.
No creía para nada que lo que había hecho por mí y todos
los momentos bonitos que me había dedicado esos días fueran
más que parte de su estrategia de conquista. Era un hombre
que estaba acostumbrado a volver locas a las mujeres con su
pico de oro, su físico, su modo de vida y estatus.
Quería de verdad terminar con aquella pesadilla, reservar
un vuelo a Nueva York y olvidar de una vez por todas las
tonterías que había hecho durante mi estancia en Seattle. Mi
carácter impulsivo, estar lejos de mis amigas, que aportaban
algo de cordura a mi vida, y la mentalidad alegre que tenía
con respecto al sexo no eran virtudes elogiables según para
qué cosas, y aquella situación era una prueba viva de ello.
Linda me llevó a un pub cercano y tomamos unas pintas.
Mientras conversábamos un poco más sobre cada una, su
asistente llamó para confirmarnos que nos esperaban al día
siguiente en las oficinas de Mcmillan Publishing.
En ese preciso instante volvió a pararse mi corazón. Iba a
verlo y no estaba segura de estar preparada para ello.
¿Estaba enamorada de Jude?
Sí, lo estaba, pero también decepcionada.
Aspirar a olvidar a alguien por voluntad propia es
imposible. Fingía estar bien, pero no lo estaba, por lo menos
todo lo que hubiera querido. Intentar olvidar no funcionaba,
era lo más parecido a recordar todos los momentos que había
vivido a su lado.
Darle una oportunidad para explicarse era tropezar dos
veces con la misma piedra y admitir que lo quería. Lo hacía,
pero más me quería a mí misma.
74
Jude
Había idealizado ese reencuentro tantas veces que perdí la
cuenta.
A veces pensaba que solo nos sonreiríamos; otras veces,
creía que yo le sonreiría, pero no recibiría un buen gesto de su
parte. Soñé con un reencuentro donde nos abrazábamos
fuerte y mi imaginación voló tanto que nos imaginó agarrados
llorando de impotencia. Aunque sabía que lo único que haría
Melissa sería evitar todo tipo de contacto visual.
Brenda me había apuntado a última hora de la tarde que
ella y una tal Linda Parker vendrían para reunirse con
nosotros. Supuse que era una abogada, no esperaba menos.
Durante esos días no hubo un solo momento en que no
pensase en ella, recordando los infinitos minutos de felicidad
que vivimos y compartimos juntos.
Quería recuperarla y que confiase en mí.
Me sentía arrepentido de lo que hice y juro que me pesaba
tanto que me costaba dar un paso sin aquella losa a cuestas.
La quería, estaba seguro de que ella era el amor de mi
vida, ese que sabes que será irremplazable, pero yo no podía
limitar su felicidad. Si quería romper toda relación, que era lo
que me esperaba de aquella visita al día siguiente, no me
quedaba otra que ser feliz con su felicidad.
Sé que le fallé, sé que había jodido todo por no saber
controlar mi dependencia a mi padre, me había dado cuenta
tarde, pero soy un ser humano, soy una persona que comete
errores.
Me moría por besarla, por decirle que me perdonara.. Me
negaba a pensar que era el final, no tenía por qué serlo, los
grandes amores son inolvidables y acaban muriendo
prematuramente si se guardan rencores. Deseaba que Melissa
no me guardase ninguno, y que al menos guardara un
recuerdo mío para siempre en su corazón, con eso me
bastaba.
75
Melissa
Estaba tan nerviosa aquella mañana que no combiné bien
ni los colores de mi ropa.
Hacía cuatro días desde que me había marchado de aquella
casa y parecía que habían pasado meses.
El tiempo pasa demasiado lento para los que esperan, y yo
estaba esperando tantas cosas que no veía el momento de
terminar con aquello y volver con los míos.
Aún no me había atrevido a contarles nada a mis amigas,
sabía que de hacerlo iba a tener que aguantar los sermones
durante mi estancia en Seattle y después de mi vuelta a
Nueva York.
Siempre habían sido muy críticas y duras conmigo, y no les
faltaba razón, tenía un sinfín de cagadas a mis espaldas que lo
abalaban científicamente.
Ignoré el chat que tenía con ellas, la última noticia que
habían tenido mía era el mensaje de voz con la confesión de
Anne. Desde entonces: silencio absoluto por mi parte. Di iba a
matarme cuando me viera aparecer en nuestro piso al día
siguiente, ya tenía reservado el vuelo para unas horas
después de la reunión.
Me miré un par de veces más en el espejo y cambié el
blazer gris por una rebeca de punto blanco, e hice la maleta.
Me maquillé un poco, no quería que Jude viera que había
sufrido ni un poquito, aunque tenía unas ojeras que bien
podrían confundirme con un oso panda. Lo que se dice dormir,
lo había hecho bien poco. Lo echaba de menos, siendo
honesta.
Me notificaron desde recepción que Linda estaba
esperándome en el vestíbulo. Respiré hondo antes de salir con
mi equipaje a cuestas, haciendo acopio de la poca fuerza de
voluntad que me quedaba. Estaba cansada de pensar, de
llorar y de nadar a contracorriente en mi propio pozo de las
lamentaciones. Tenía que arreglar mi vida, asumir que, cuando
uno se equivoca, solo queda intentar deshacer las
consecuencias de las malas decisiones si uno puede y
empezar de nuevo desde donde lo dejaste.
—Tienes buen aspecto —me dijo nada más verme.
—Milagros del maquillaje.
—¿Nerviosa?
—Mucho, para qué voy a mentirte.
—Tranquila, el no ya lo tenemos.
—No me preocupa tanto tener que publicar un libro con una
editorial, sino el hecho de tener que compartir esa parte de mi
vida con él.
—Te entiendo, pero eso también puede ayudarte a pasar
página de alguna manera.
—¿Cómo? —No podía entender de qué manera tener que
trabajar con él podría ayudarme a olvidar lo que me había
hecho.
—Es como una terapia de choque, con el tiempo las cosas
se acaban por ver de otra manera, y quizá reconectes con él.
—No quiero reconectar, Linda, quiero que desparezca de mi
vida.
—Sabes que no es cierto, Mel, ¿puedo llamarte así?
—Todo el mundo lo hace, y no es cierto.
—Lo es, pero aún no lo sabes. La herida es muy reciente.
¿Sabes cómo se llama cuando una persona te hace sentir
cosas maravillosas y a la vez sus errores te hacen sentir lo
peor?
—¿Que es un gilipollas?
—No, se llama amor —me respondió, y yo tan solo bufé
hastiada.
No entendía la manía que le había entrado a Linda con ese
tema.
—Venga, vayámonos. Respira hondo y siéntete libre de
expresar todo lo que sientes cuando estemos allí —continuó
Linda.
—Eso podría suponer que me encarcelaran.
—Alegaremos locura mental transitoria —rio—. Habla con el
corazón, Mel. Puede que se cometan muchas locuras por su
culpa, pero ¿qué sería la vida sin todas esas emociones?
—La mía muy tranquila.
—¿Te conformas con una vida plana en la que nunca pase
nada? —Ladeó la cabeza y espero una respuesta sincera por
mi parte.
—No.
—Lo sabía, se me da bien calar a las personas. —Me cogió
del brazo y tiró de mí hasta la salida del hotel.
Volverme a ver frente a ese edificio hizo que me temblaran
las piernas.
Puede que la primera vez que puse un pie en aquel lugar,
conocer a Jude y todo lo que vino después me hubieran
producido muchas mariposas en el estómago y, sin embargo,
ahora estuviera hecha un escombro, pero dudaba que eso
fuera producto del amor, más bien lo era de la rabia, del
miedo a lo que vendría después, de las ganas de eliminar todo
rastro de mi poca cordura durante todo ese tiempo.
—Necesito ir al baño —dije ya en la puerta.
—¿Ahora? Melissa, nos deben de estar esperando.
—Ahora, o me orinaré encima.
—Vale, pero no tardes, e intenta calmar esos nervios.
—Qué fácil suena y qué difícil es que lo ponga en práctica.
Dejé a Linda en el vestíbulo y corrí a los baños de la planta
baja. Cuando salí de allí me topé de frente con Brenda.
—Señorita Willing —pareció avergonzarse.
—Hola, Brenda.
—Lo siento, de veras que lo siento —dijo en un hilo de voz,
apenas pudiendo mirarme a la cara.
—¿Por qué? ¿Tú lo sabías? —No entendía por qué me pedía
disculpas y si esa mujer tenía en realidad algún grado de
implicación en el tema.
—No, pero recuerdo que usted me preguntó cómo eran los
jefes de este lugar y yo le dije que eran buena gente, muy
trabajadores…
Toda la empresa debía de estar enterada de lo que había
pasado. Era triste que Jude y su padre hubiesen manchado la
buena consideración que los empleados les tenían, pero es lo
que pasa cuando te comportas como un desgraciado y utilizas
a la gente.
—Tranquila, tú no tienes la culpa.
—Lo sé, pero es un poco impactante enterarse de este tipo
de casos en una empresa seria como esta, como mujer me
siento… humillada.
—Te entiendo, pero he venido a hacer justicia.
—Espero que así sea, señorita Willing.
Me despedí de ella y salí en busca de Linda, que al verme
levantó la muñeca y se dio unos golpecitos con el dedo en la
esfera de su reloj.
—Lo siento, me han entretenido.
—¿Quién? No habrás hablado nada sobre el caso, ¿verdad?
—No, no soy tan tonta, aquí la gente no es muy de fiar, lo
recuerdo perfectamente. Me he cruzado con la asistente de
Jude y su padre, me ha infundido muchas ganas de subir ahí y
poner los puntos sobre las íes.
—¿Ella sí y yo no? Me estoy poniendo algo celosa.
—Tú la que más. —Puse mi mano sobre su antebrazo—. Mi
llegada a Seattle empezó contigo y va a terminar contigo.
—¿Se está usted declarando, señorita Willing? Nunca he
probado con una mujer, pero, si sigue diciéndome esas cosas,
acabará convenciéndome. —Las dos reímos y parte de la
tensión inicial se disipó.
—Gracias, Linda, por todo.
—Aún no me las des, hay que subir allí arriba —señaló el
techo— y arreglar el estropicio.
—Vamos. —Esa vez fui yo la que tiré de ella hasta el
ascensor.
Tenía que cerrar esa puerta, no por orgullo ni por soberbia,
sino porque ya no me llevaba a ninguna parte.
76
Jude
Yo la vi llegar como las primeras flores de la primavera, la
que borró el dolor de tantas penas, llenando con su belleza
toda la sala de juntas.
Podría haberle dicho muchas cosas, pero confié en que mi
forma de mirarla sobraría para que lo adivinara todo. Eso no
pasó.
Tomó asiento evitando mi mirada. Estudié todos sus
movimientos a cámara lenta, como una exhalación.
Su pelo meciéndose mientras se recolocaba la chaqueta
que llevaba, su lengua humedeciéndole los labios, el último
parpadeo de sus ojos que evitaban mirarme.
—Cuando estén listas podemos empezar —habló mi padre
que estaba gozando de sus últimos coletazos como dueño y
señor de todo.
—No hay problema, no queremos estar aquí más tiempo
del estrictamente necesario —contestó la mujer que
acompañaba a Melissa.
—Pues bien, hable, señora Parker —dijo de nuevo mi padre
con esos aires de autosuficiencia que se gastaba. Yo, a su
lado, sin poder apartar la vista de Melissa y con el corazón
desbocado.
—Mi representada, Melissa Willing desea que repasemos el
contrato editorial que ella misma firmó hace un par de
semanas, y del que nunca recibió una copia.
—Usted misma lo dice, ella no pidió una copia.
—Manipulada en todo momento por su hijo que, si bien no
se ha presentado, deduzco es el que está sentado a su lado,
comparten los mismos ojos.
—¿Manipulada? ¿Cómo puede demostrar eso? —Mi padre
rio como una hiena.
—Yo puedo demostrarlo —dije, sorprendiendo a los
presentes: las dos mujeres, mi padre y sus dos abogados más
despiadados.
—¿Tú? ¿Te has vuelto loco, Jude? Es esa mujer que está ahí
sentada la que te ha manipulado poniéndote en mi contra.
—No, no es cierto. Esa mujer ha sido sincera en todo
momento y yo también. —Fijé con fuerza mis ojos en ella,
esperando sin éxito que eso la incitara a hacerlo también.
—Entonces si ambos fueron sinceros… —dijo mi padre
triunfal.
—Lo fuimos, pero antes de conocerla yo tenía un pacto con
mi padre. Yo mismo le pedí ver el contrato editorial después
de que Melissa lo firmara, pero él me lo negó.
—¿Qué clase de pacto? —me preguntó la señora Parker.
—Uno en el que debía retener a Melissa en Seattle hasta
que el contrato fuera totalmente irrevocable. Ella lo sabe, lo
vio.
—Estoy en conocimiento, pero lo que nos interesa y nos ha
traído aquí es anular el contrato editorial. Los tratos que
tengan ustedes de forma privativa no son de nuestra
incumbencia, aunque moralmente puedan calificarse de dolo.
Si son tan amables de entregarnos una copia del mismo y ver
el original —le pidió la letrada a los abogados de mi padre.
Estos le tendieron los documentos y la señora Parker los
revisó.
Melissa me ignoró de una manera que hizo que dudara
hasta de mi propia existencia.
Era irónico que me hubiera hecho falta la tristeza para
conocer la felicidad. Melissa había llenado tanto mi vida que el
espacio que había dejado iba a ser difícil de llenar de nuevo.
—¿Puede explicarme qué significa el punto ocho?
—¿Acaso no sabe usted leer, señora Parker? —La seguridad
de mi padre me asustó y su falta de educación me produjo
cierto asco.
—Sé leer a las mil maravillas, señor Mcmillan, y no
esperaba menos en este contrato viniendo de usted, pero me
gustaría que usted mismo lo explique a los presentes
—Es muy sencillo. Melissa Willing está obligada a mantener
el acuerdo con la editorial o tendrá que indemnizarla con una
importante suma de dinero. Como comprenderá, esto es un
negocio y los contratos tienen que blindarse, y por supuesto
leerse antes de firmarse. —Mi padre se elevó un poco del
asiento y se recolocó el pantalón con una sonrisa satisfactoria.
—No lo leí porque confié ciegamente en su hijo, porque
ustedes atacaron directamente a mi corazón —dijo Mel con la
voz entrecortada.
—Nadie le prohibió que lo hiciera, uno debe saber separar
en esta vida las emociones de los negocios, señorita Willing.
—¿Y ser como usted? No, gracias. Yo he perdido esta
batalla, pero usted va a perder más, una empresa y a un hijo.
¿Acaso no sabe que Jude lo detesta? Él también tuvo tiempo
de expresarse y decir cosas poco agradables de usted.
—¿Qué parte no has entendido de que mi hijo estaba
siguiendo mis órdenes?
—¡No! —grité—. Eso lo dije de verdad, dije muchas
verdades, aunque dé la sensación de que no lo hice. Y, como
nuevo director de esta empresa, quiero devolver la libertad de
no publicar con nosotros a la señorita Willing —dije
directamente a los abogados de mi padre, que estaban allí
como meros figurantes, pues mi padre dominaba toda la
reunión.
—Me temo que eso no es posible —intervino mi padre de
nuevo—. Ese contrato está a mi nombre y dice bien claro que
no se admiten modificaciones o rescisiones sin que hayamos
incumplido las otras partes del acuerdo, respetando lo que el
anterior director hubiese pactado.
—¿Por qué? —Le pregunté con ira y los puños cerrados
hasta el punto de que mis nudillos se volvieran blanquecinos.
—Porque creo que ella puede salvarte el culo cuando dirijas
todo esto, no directamente, pero sí con sus publicaciones.
Tenía que dejarte un buen salvavidas para que no eches a
perder todo lo que he construido.
—¿Quieres seguir llevándote el mérito de la empresa
aunque ya no te pertenezca? Nunca has levantado nada, has
llevado a la ruina una empresa que te fue dada por herencia.
—Lo he hecho por ti, maldita sea.
—¿Por mí? Estoy con el corazón encogido por tener a la
mujer que quiero frente a mí con los ojos llenos de lágrimas,
somos dos personas que han sido víctimas de tus planes
absurdos, de tus ansias de poder, de la puta ambición que ha
movido tu vida, ¿y no eres capaz de reconocer que te has
equivocado y nos has arrastrado a un pozo de mierda?
—Nadie os puso la pistola en la cabeza a ninguno de los
dos, no he sido yo, habéis sido vosotros y vuestra sensiblería.
—No sabes cuánto deseo que te largues de aquí y nos
dejes a todos en paz.
—Como ven, esta reunión ha terminado. —Mi padre apoyó
las manos en la mesa para incorporarse y sus abogados
hicieron lo mismo.
Linda y Melissa se levantaron en silencio dispuestas a
marcharse, pero la retuve por el brazo para evitar que se me
escapara la oportunidad de hablar con ella.
77
Melissa
La mano de Jude en mi brazo era como si quemara, y me
zafé separándome bruscamente.
—No te atrevas a tocarme.
—Melissa, por favor, déjame hablar contigo en mi
despacho.
—¿No te ha quedado claro todavía que no quiero hablarte,
mirarte ni compartir ningún espacio a solas contigo?
—Solo será un momento, te lo prometo, y después no
volveré a molestarte nunca más.
Miré a Linda que nos miraba a ambos bajo el marco de la
puerta y la vi asentir levemente alentándome a ello.
—No necesito escuchar nada más. —Miré hacia otro lado
para no tener un contacto tan directo con su mirada.
—Por favor —suplicó de nuevo cuando su padre pasó por
nuestro lado para abandonar la sala, junto a sus dos abogados
mudos, dedicándonos una mirada poco agradable.
—Ya estamos solos, di lo que tengas que decir.
—Te esperaré abajo —dijo Linda retirándose de la escena al
tiempo que le entregaba mi bolsa con el equipaje.
—¿Te vas? —me preguntó.
—Aquí ya no me necesitas para nada y quiero volver a
casa. —Pensar que en pocas horas estaría en mi hogar hizo
que fuera más soportable aquel momento.
—Melissa, me he vuelto loco estos días. —Se agarró la
cabeza con ambas manos y dio unas zancadas nerviosas en la
sala—. No me cogías el teléfono, sufrí temiendo que te hubiera
podido pasar algo, no sabía dónde estabas.
—No soy una niña pequeña, sé arreglármelas sola, incluso
para buscarme una abogada que, aunque no me haya servido
de nada, ha sido un alivio contar con ella estos días en un
lugar desconocido para mí. Sola, perdida, rota por lo que tu
padre y tú me habéis hecho. ¿Eres consciente de la gravedad
de todo esto?
—Soy más que consciente, pero te juro que olvidé ese
estúpido acuerdo, que todo lo que vivimos no formaba parte
del plan. Todo fue completamente parte de lo que de verdad
siento por ti.
—Por eso vas a convertirte en el nuevo propietario de la
editorial, ¿cierto?
—Eso no es por lo que tú piensas.
—No me puedo librar de ti, tu padre lo ha dejado todo
cerradito a cal y canto, no tengo escapatoria. Ya tienes todo lo
que querías.
—No, no tengo todo lo que quiero, no te tengo a ti.
—Sí, me tienes como escritora, que era lo único que
importaba desde el principio, aunque no logre entender por
qué. También es justo decir que todo lo que ha pasado me lo
merezco por idiota y debo darte las gracias por la lección
aprendida.
—No eres idiota, el idiota soy yo, no hay más que verme.
Melissa, has traspasado mi piel de un modo que ha llegado tan
hondo que te has quedado para siempre en mi alma.
—No piensas parar, ¿verdad? Necesitas que te perdone
para limpiar tu conciencia y no conoces otro modo que seguir
diciéndome esas cosas. Ahórratelo, Jude, ya no tienes que
demostrar nada, tú y yo nunca volveremos a estar juntos en
ese sentido.
—No conozco otro modo de decirte que lo siento y que la
sola idea de perderte me da un miedo terrible.
—Pues hagamos como que nunca nos tuvimos el uno al
otro, por tanto, nunca nos perdimos. Es mejor así. —Metí la
mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué un pendrive—.
Aquí tienes el borrador, léelo y escríbeme un email con lo que
creas conveniente, ya eres oficialmente mi editor.
—Entiendo que mis errores te alejen de mí pero no dudes
que haré lo posible para que volvamos a tener esa ilusión. He
hecho un pacto nuevo, la diferencia es que ahora es conmigo
mismo.
—No te servirá de nada, hay veces que es mejor dejar que
tu cuerpo flote y no nadar a contracorriente, podrías ahogarte.
—Si es por ti, lo haré.
—Adiós, Jude. —Agaché la mirada y salí de allí con el pecho
encogido.
Jude solo había entrado en mi corazón de un modo
temporal y no iba aceptar menos de lo que me merecía por no
estar sola, lo había estado hasta ese momento y no había
pasado nada.
Por mucho que tratase de entender por qué había hecho
todo aquello, hay veces en la vida que es mejor aceptar, y yo
había aceptado que por mucho que lo quisiera, por mucho que
Jude se iba a quedar para siempre en mis recuerdos, era mejor
cerrar ese capítulo y empezar a escribir nuevos.
No confiaba en él.
—¿Todo bien? —Linda vino a recibirme cuando las puertas
del ascensor se abrieron y comprobó que era yo.
—Estoy muy confusa. Si ya tiene todo lo que quería, ¿por
qué ha tenido que decirme esas cosas?
—¿Qué te ha dicho? —Ambas comenzamos a andar hacia la
salida.
—Que no va a parar hasta que consiga perdonarlo.
—Ay, Melissa, de primera mano he visto la expresión
corporal de ese hombre ahí dentro y, aunque siento que no he
podido ayudarte en nada con esa gente, por lo menos, he
comprobado que parece que dice la verdad: está enamorado
de ti.
—Creo que siente una necesidad, y eso no se puede llamar
amor, el amor es otra cosa, Linda. No puedo confiar en él.
—No lo sé, solo el tiempo lo dirá. —Se encogió de hombros.
—Su tiempo ya pasó y yo vuelvo a casa. —Ya en la calle
aspiré una buena cantidad de aire.
—Me ha gustado mucho conocerte.
—A mí también. —Extendí los brazos y esperé a que me
dejara achucharla—. El universo te puso en mi camino, era
nuestro destino conocernos.
—Eso me hace un poco responsable, si hubieras
compartido taxi con un sacerdote tal vez esto habría acabado
en boda. —Hizo un puchero haciéndome sonreír—. Llámame
cuando vuelvas a Seattle.
—Dalo por hecho.
Linda miró su reloj.
—Tengo tiempo, ¿compartimos un taxi hasta el aeropuerto
una última vez?
—Me encantaría.
—Pues vamos, te acompaño. ¿Lo llevas todo?
Miré una vez más al edificio de Mcmillan Publishing y a la
dirección aproximada donde debía encontrarse el despacho de
Jude.
—Sí, creo que sí.
78
Melissa
Es difícil describir Nueva York en unas líneas, mi ciudad, esa
que nunca duerme, mi estado imperial me acogió de nuevo.
No había avisado de mi llegada, no es que quisiera que
fuera una sorpresa, es que hubo una parte de mi vida reciente
en la que había ignorado tanto mi hogar, mi gente, que no me
vi con ganas de explicar todo por teléfono antes de mi
regreso. Tan solo debía solucionar mis problemas sola de la
misma manera que los había provocado.
Cuando llegué a mi bloque y subí los primeros escalones de
la entrada, me dio la sensación de que algo en mí había
cambiado. Aprendí que lo que llega es por algo y lo que se va
también. Las malas experiencias son grandes oportunidades
para crecer y aprender.
El aroma de mi casa, tan reconocible, tan mío, se coló en
mis fosas nasales nada más abrir la puerta dándome la
bienvenida. Me sentí a salvo, pero no pude evitar llorar.
—¿Quién anda ahí? —Di apareció en posición de defensa
saliendo del baño con el cepillo de dientes a modo de arma—.
¿Melissa? Joder, ¿qué haces aquí? ¿Por qué no has avisado,
dónde coño te habías metido? ¿Estás llorando?
Cerré la puerta de un portazo y tiré la bolsa al suelo.
—Habla, dime, ¿qué ha pasado? —Me cogió de los
hombros, me arrastró hasta el sofá y me obligó a sentarme.
—Lo siento, yo… yo…
—Tú, tú. —Seguía señalándome con el cepillo de dientes
lleno de pasta.
—Aparta eso de mi cara, joder. —Le di un manotazo y este
salió disparado estampándose en la tele.
—¿Con esos humos llegas?
—No es el recibimiento que esperaba, ¿no ves que estoy
rota, Di?
—¿Y cómo te crees que estamos nosotras? No sabemos
nada de ti desde que enviaste ese audio extraño y no nos
diste ninguna explicación. ¿Qué tenías en esa cabezota para
ignorarnos de ese modo?
—Ya te he dicho que lo siento, mi vida en ese momento
estaba… cambiando, me dejé llevar, me centré en mí, en Jude,
en lo que teníamos, yo…
—Lo siento, pero no puedo entenderte si no hablas claro.
—La cagué, Di, eso es lo que pasa. ¿Contenta? —grité.
—No me alegra que la cagues, pero estamos
acostumbradas a que lo hagas y lo hemos aceptado, pero está
bien que te preocupes un poco también por nosotras.
—No quería ser una carga y menos a esos kilómetros de
distancia, sois capaces de venir y no puedo permitir que
paralicéis vuestra vida por mis asuntos de loca.
—Bueno, pero somos la familia que tenemos en esta
maldita ciudad y, si tenemos que coger un avión para
rescatarte de lo que sea que te está amargando la vida, lo
haremos.
Fue la primera cosa amable que me decía Di desde que
había puesto un pie en casa y sentí alivio de ver que aún
seguía queriéndome a pesar de haberle fallado esos días.
—Ha sido una montaña rusa de emociones, incluida la
decepción absoluta. No sé ni por dónde empezar.
—Brooke me contó algo sobre ese editor, puedo
imaginarme que la cosa tras acostarte con él no ha salido
cómo esperabas.
—Si solo fuera eso…
—Pues empieza a soltar por esa boca, pequeña. Tienes
suerte de que hoy tenga el día libre, y no he hecho ningún
plan, aunque no me hubiera quedado más remedio que
anularlo, estás hecha un asco, ¿lo sabías?
—Lo sé y tengo hambre y sed.
—Si aún no se te ha cerrado el estómago es que te
recuperarás de lo que sea que te ha pasado. Has estado casi
un mes fuera, se ha notado mucho que no estabas por aquí.
—¿Eso es bueno o malo?
—Las grandes personas dejan grandes huellas, qué más da
en qué forma sean.
—Eso que dices tiene mucho sentido con todo lo que me ha
pasado.
—¿No? —Puso las manos en sus mejillas y abrió la boca.
—¿Qué significa eso? —Me sorbí la nariz y esperé a que
disparara.
—Te has enamorado de ese editor.
—¿Llevo un luminoso en la frente o qué? Linda no ha
parado de decir lo mismo.
—¿Quién es Linda? —Levantó una de sus cejas.
—Un personaje clave de la historia, hay tanto que contar.
—Prepararé café, date una ducha, nos vemos en el salón en
veinte minutos, y llamaré a Brooke.
—Va a matarme, ¿verdad?
—Es posible, pero somos un equipo, la sujetaré para que no
te arranque esos rizos rebeldes. —Me cogió un mechón de
pelo y tiró levemente de él para hacer un efecto muelle con
uno de mis rizos.
—¿Qué haría yo sin ti?
—Irte a Seattle y montarte una película de la leche. Venga,
date prisa, va a ser una noche larga, ¿verdad? —Asentí. —Me
lo temía, también iré a por vino.
—¿Y galletas saladas?
—Compré un bote la semana pasada, lo tenía reservado
para tu vuelta, algo me decía que íbamos a necesitarlas.
—Te quiero, Di, te quiero mucho y te lo digo muy poco.
—Lo sé, pero el amor no son palabras, son actos.
—Es la segunda vez en poco tiempo que escucho esa frase.
—Entonces, es que necesitabas escucharla mucho para que
te entre en la cocorota.
—No estoy segura, pero estaré atenta a las señales.
—Venga, a la ducha —me dijo poniéndose en pie.
—Me encanta cuando te pones en plan madre.
—Retira eso ahora mismo —me advirtió con el dedo—. Soy
demasiado joven para tener una hija como tú de grande.
—Sí, pero la actitud ya la tienes —me reí y me fui directa al
baño.
79
Jude
Habían pasado dos semanas desde la última vez que la vi.
Me pasé cada noche de aquellas dos semanas leyendo los
libros que Melissa tenía publicados en Amazon, y en todos
ellos había dejado su esencia. Era como estar viéndola hablar,
moverse, sonreír al protagonista y me hizo estar un poco más
cerca de ella aunque su ausencia aún dolía.
La cesión de la empresa ya se había producido y había
entregado el borrador de la primera novela de Melissa al
equipo de valoración, aunque la última palabra la tuviera yo.
No quería decepcionarla y si se podían mejorar algunos
aspectos para que quedara perfecta, aunque viniendo de ella
para mí ya lo era.
La marcha de mi padre supuso un antes y un después en la
empresa, no quiero dármelas de buena persona, pero a los
empleados se les veía más contentos, y yo había adoptado un
trato más cercano con ellos. Melissa me había cambiado de
mil formas, había heredado dos legados, el de los Mcmillan y
el de Melissa Willing en esencia. Aun así, no me sentía
completo, me faltaba también su presencia, sus abrazos y
caricias, sus besos de buenas noches, la obligación de
quererla y cuidarla.
Le había prometido que haría lo que fuera por recuperarla y
de nuevo no había cumplido con mi promesa, me daba miedo
un nuevo rechazo ahora que había encontrado algo de calma.
Si tenía que hacer algo, tenía que ser grande, con ella ya
no me valían tan solo las palabras, habían perdido todo el
poder, y era comprensible.
Uní muchas ideas en mi cabeza y solo una, una que,
aunque sonara descabellada, cuanto más lo pensaba más
justa me parecía.
Melissa seguía como autora en la editorial pillada por una
indemnización indecente, daba vergüenza que mi padre
hubiera llegado a esos extremos para salirse con la suya, ella
no se merecía eso después de todo, y me vi obligado a cortar
todo contacto con él aunque se había asegurado un puesto
vitalicio en la junta de accionistas como socio protector. Podía
tener voz pero no voto, así que no suponía una amenaza real
para el negocio y mis planes.
Recordé el nombre de esa mujer que vino con ella, la
abogada Linda Parker. Busqué en Facebook por localización y
nombre hasta que di con ella y con la página web de su
bufete. La necesitaba, parecía haber conectado muy bien con
Melissa, era una letrada que se implicaba emocionalmente
con los clientes, lo noté enseguida por cómo asistió a Melissa,
dándole muestras de apoyo con su mirada y sus gestos
cuando estuvieron en la editorial. Ella propició con un
asentimiento que Melissa me escuchara por última vez,
dándome la oportunidad de disculparme. Si mi idea para
recuperarla estaba fuera de lugar o era demasiada exagerada,
seguro que ella me sacaría de mi error y podría darme una
alternativa plausible.
Guardé el número de contacto, que venía en la web en mi
agenda del móvil, decidido a llamarla al día siguiente, tenía
que hacerlo. Lo únicos errores que hay que evitar son los que
eliminan toda posibilidad de volverlo a intentar. Y estaba
dispuesto incluso a quedar como un loco ante ella si conseguía
recuperarla.
80
Melissa
Aquella mañana, tres semanas después de mi vuelta a
casa, recibí un e-mail de Mcmillan Publishing y tuve una
sensación agridulce al leerlo.
El equipo de valoración elogiaba mi idea y me daba carta
blanca y total libertad para desarrollar la historia tal y como la
había planteado, asegurando que podría ser un éxito cuando
saliera al mercado.
No pude evitar pensar que las ganas que tenía, todas las
ideas que había plasmado en esa historia de amor, estaban
basadas en la inmensa felicidad que sentí cuando Jude y yo
fuimos algo. Era obvio que seguíamos unidos en cierto modo,
pero ya no éramos una historia bonita, solo un recuerdo que
me distraía quinientas veces al día y que mis amigas
intentaban que olvidase a base de entretenimientos banales.
Estaba agradecida con ellas, la manera en qué trataron el
tema cuando se lo conté aquella tarde noche en la que las tres
nos acoplamos en el sofá y empecé a soltar toda aquella
locura por mi boca.
No me juzgaron demasiado, dijeron los típicos: «tenías que
habernos llamado», «¿cómo se te ocurre firmar a ciegas?»,
«esta lección te tiene que servir para un futuro» y un sinfín de
cosas que ya sabía, pero que me reconfortaron.
Siempre he sabido quién soy, cuáles son mis defectos y
virtudes, el efecto que puedo causar en la gente, pero por
primera vez en mi vida algo me había importado hasta tal
punto que era imposible sacarlo de mi cabeza.
Mi carácter extrovertido, algo distópico e impulsivo no me
había desprovisto de sentimientos como podía parecer o como
solía vender. No era una loca, los locos no saben reconocer sus
errores y yo me los conocía todos de pe a pa.
—¿Qué haces? —Di me sorprendió por detrás mientras
tomaba un café en la cocina y aún mantenía aquel e-mail
abierto en la pantalla de mi portátil.
—He recibido un e-mail de la editorial.
—¿Y qué dice?
—Léelo tú misma. —Giré la pantalla en su dirección y leyó
el contenido.
—Pero esto es bueno, ¿no? Me refiero a que creen que es
bueno y se aventuran a decir que será un éxito.
—Sí, lo es. Me consuela pensar que, aunque esto se haya
convertido en una obligación, quizá sea una buena
oportunidad para dar a conocer al gran público lo que sé
hacer, aunque me genere una presión extra.
—Siempre fue una buena idea aunque las cosas se
complicasen de esa manera. E intuyo por esa cara que tienes
hoy, que no es la presión que te genera dar la talla la que te
tiene en ese estado. —Cogió mi taza y le dio un sorbo.
—No, supongo que no es eso. Ha sido el impacto de volver
a ver el nombre Mcmillan en el buzón de entrada.
—¿Lo echas de menos?
—Mentiría si dijera que no, pero se me pasará con el
tiempo.
—O quizá no, hay recuerdos que nunca se olvidan y
personas que nunca se borran.
—¿Crees de veras que estaré así para siempre? —Bufé.
—Han pasado tres semanas y, aunque no lo creas, está
suponiendo un gran esfuerzo sacarte una sonrisa.
—Lo intento, de veras que sí, pero no puedo evitar pensar
en él, todo parecía tan real.
—Y si lo parecía, ¿no hay una posibilidad de que lo fuera?
—¿Lo estás diciendo en serio? Te recuerdo que te has
pasado dos semanas enteras maldiciéndolo por la casa cada
vez que se me escapaba una lágrima.
—Sí, me molesta verte sufrir, pero tampoco puedo obviar el
hecho de que he pensado en la posibilidad de que ese tío
estuviera realmente colado por ti. No quiero que pierdas la
oportunidad de ser feliz si realmente habéis nacido para estar
juntos.
—El único responsable de que eso no pase es él, Di.
—Mira, la responsable de tu felicidad eres tú. ¿Por qué no lo
llamas y hablas con él?
—Porque no creo que sea yo la que deba dar ese paso, él
me dijo que haría lo que hiciera falta para recuperar la ilusión
que teníamos y no ha movido un dedo, confirmando de nuevo
que es un mentiroso.
—Puede que tengas razón o puede que ese hombre esté
acojonado vivo contigo. Eres Melissa Willing, no una tierna
monjita, la posibilidad de que lo rechaces de nuevo y le
intentes sacar los ojos no es muy tentadora.
—No lo agrediría, tan solo lo haría sufrir un poquito. —Uní el
índice con el pulgar con un guiño.
—En serio, Mel, ¿qué más da quién dé el primer paso si el
resultado va a ser el mismo? No sé, piénsalo.
—No hace falta que lo piense, no voy a hacerlo, lo siento,
me queda un poco de dignidad y me gustaría conservarla.
—Gandhi dijo una vez que la dignidad de la naturaleza
humana requiere que enfrentemos las tormentas de la vida.
—No me hables de tormentas. —Hice el alto con la mano—.
Ya viví una cuando estuve en Seattle y casi me cuesta la vida.
—Exagerada.
—No, no exagero, sufrí una hipotermia, es que hay detalles
que no os he contado. Jude tuvo que salvarme.
—Jude, Jude, Jude…
—Anda, vete ya o llegarás tarde. —Di tenía turno de
mañana ese día, me lo había dicho la noche anterior.
—Vale, pero luego quiero los detalles de ese coqueteo con
la muerte.
—Prometido. —Me dio un beso en la mejilla.
—Pasa un buen día, y piensa en lo que te he dicho.
—No prometo nada. —Sonreí para que se quedara
tranquila.
81
Jude
Una semana después de llamar a Linda y explicarle lo que
quería hacer, esta me había dicho que, aunque era arriesgado,
si yo quería hacerlo no veía ningún problema, que incluso me
honraba y que era una declaración de la confianza que tenía
en lo nuestro. Que posiblemente Melissa lo viera, aunque era
una persona que valoraba otras cosas más que lo que yo
pretendía ofrecerle. Lo sabía, era consciente de ello, pero
quien no arriesga no gana, y no me quedaban más
alternativas. Si no te superas día a día las cosas dejan de
tener sentido.
Me contó que había estado en contacto con Melissa y la
notaba triste aunque ella intentaba disimularlo con su carácter
afable y divertido.
Los dos lo estábamos, vivíamos, pero sumidos en una
tristeza que azoraba en muchos momentos del día sin poder
evitarla. Esas ganas de llorar de repente y necesitar un abrazo
a la vez que quieres estar solo. Muchos sentimientos
encontrados que te hacían sentirte perdido.
Aterricé en el JFK con una bolsa de mano en la que había
metido dos pares de toda la ropa que podía necesitar y un
contrato que Linda redactó con mis peticiones. Un mensaje de
ella entró a mi llegada a Nueva York con la palabra «suerte».
Daba la sensación de que Melissa y yo estábamos destinados
a firmar documentos sin cesar para formalizar nuestras
relaciones, pero así eran las cosas.
Tenía su dirección apuntada en el móvil y, tras leer el
mensaje de Linda y contestarle con un emoticono, pedí un
Uber que me llevara hasta allí.
Todo parecía sencillo pero no lo era. No podía llegar y
plantarle ese papel como si nada sin abrirme de par en par y
expresar todo lo que conocerla había supuesto para mí, y que
entendiera de verdad que con esa declaración de intenciones
no quería comprarla, sino amarla hasta mi último aliento,
compartiendo todo lo que tenía sin cláusulas y sin
condiciones. Le iba a entregar mi vida para que la usase a su
antojo, necesitaba que yo fuera su proyecto.
Quince minutos después recorría en coche la distancia que
había entre el aeropuerto hasta la casa de Melissa. Me entró
miedo por invadir de aquel modo su intimidad, su refugio, el
sitio donde se resguardaba de las cosas malas, su zona de
confort.
Lo último que quería era que con mi intromisión en su
mundo se sintiera acorralada o coaccionada. No quería dar la
impresión de acosador, aunque había quedado claro que no lo
era, durante tres semanas le había dado su espacio. A veces
las cosas que no podemos comprender empiezan a tener
sentido con el paso del tiempo.
—Ya hemos llegado —me anunció el conductor aparcando
en una zona de carga y descarga de la calle.
—¡Joder! —exclamé en voz alta.
—Lo siento, no hay sitio para aparcar correctamente.
—Perdone, no lo decía por usted —dije apeándome del
vehículo—. Gracias. —Cerré la puerta y me quedé parado en la
acera con el corazón latiendo desbocado.
Estuve parado ahí sin hacer nada unos cinco minutos,
cuando una chica chocó conmigo.
—Disculpe —me dijo dedicándome una sonrisa.
Era rubia, si era guapa no lo sé, no presté demasiada
atención a su anatomía, en mi cabeza solo existía la imagen
de Melissa, para mí era la mujer más guapa del mundo.
La vi entrar apresurada al portal del edificio de Melissa, si
las señas que tenía apuntadas no estaban mal. La puerta de la
calle estaba abierta, porque una viejecita estaba entrando las
bolsas de la compra. Aproveché para colarme yo también y
evitar que al escuchar mi voz por el interfono se negara a
abrirme.
82
Melissa
Me recogí el pelo en un moño y me lavé la cara. Estar sola
en casa ya no me producía placer, gozar de tiempo en solitario
era una tarea difícil, pues los pensamientos me invadían, y no
podía evitar llorar desconsoladamente unos minutos para
calmarme.
Escuché cómo alguien aporreaba la puerta y fui a
comprobar quién era.
—Hola.
—¿Qué haces tú aquí? —Levanté una de mis cejas
sorprendida por aquella visita inesperada.
—¿Has llorado?
—¿Tú qué crees? —dije molesta.
—¿No vas a dejarme pasar o qué?
—Esta también sigue siendo tu casa. —Me aparté para que
Brooke pasase.
—Di me ha dicho que estabas algo rara, he venido a pasar
un rato contigo. —Brooke se quitó la chaqueta y la colgó en el
nuevo perchero de la entrada que habíamos instalado.
—Estoy bien, no hace falta que hagáis turnos de niñeras.
—Tonterías, hoy tengo la mañana libre. —Se dejó caer en el
sofá—. Por cierto, he visto a un tío en la puerta que estaba
buenísimo. Deberías arreglarte un poco y salir a ver mundo,
ese tío es muy de tu gusto.
—¿Qué pretendes que haga? Salir y gritar que necesito un
polvo terapéutico, y me lo suba a casa.
—No me refiero a que bajes a por ese, sino en general.
Nunca te he visto así de pocha, Mel.
—Pues si la vida quiere regalarme un tío bueno que me
mande una señal que yo no voy a ir a buscar ninguno.
De nuevo alguien estaba llamando a la puerta de mi
apartamento, pero esta vez fuese quien fuese, tocó el timbre.
—¿Esperas a alguien?
—No, llevaría estas pintas si así fuera? —Señalé mi
indumentaria con un movimiento descendente.
—Prepárame un café, iré a ver quién es. —Melissa dio un
brinco del sofá y fue a abrir la puerta.
Escuché cómo lo hacía y después un silencio absoluto.
—¿Qué pasa, era un fantasma o qué? —dije saliendo de la
cocina y quedándome de piedra a medio camino.
—Mel, el universo ha escuchado tus plegarias —dijo Brooke,
aún sosteniendo la puerta con la boca abierta.
—Es Jude —le informé sin apartar la vista de él.
—Vaya. —Brooke se hizo a un lado para que él y yo
quedásemos frente a frente.
—¿Qué quieres y cómo narices me has encontrado?
—Tengo tu dirección, eres una autora de la editorial.
—¿Y has venido a recordarme cómo se produjo eso?
—Eh, disculpad, yo me retiro a la habitación de Di —dijo
Brooke que no pensaba marcharse, y se lo agradecía.
—¿Puedo pasar? —me preguntó.
—Puedes pasar, pero me gustaría que guardases una
distancia de seguridad y no te ofreceré nada de beber, no
somos amigos. —Me crucé de brazos.
—Vale, acepto.
Jude entró tímidamente y cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué quieres? —pregunté viendo que le costaba articular
palabra.
—Melissa son tantas cosas que no sé ni cómo empezar a
decírtelas.
—Entonces, deberías haber ensayado más tu discursito. —
Lo miré aún con los brazos cruzados sobre mi pecho,
ocultando la camiseta horrible que llevaba puesta.
—He venido sin ensayos y a corazón abierto.
—El mío aún no se ha recuperado después de la
intervención —dije.
—No fui un buen cardiólogo.
—¿Has venido a hacerme una revisión o piensas decirme
algo?
—He venido a decirte que te quiero.
—Son demasiados kilómetros para eso.
—Recorrería todos los que hicieran falta para decírtelo
tantas veces que no existirían estrellas en el firmamento para
contarlas.
—¿Por qué, por qué ahora? —pregunté haciendo un
esfuerzo sobrehumano por no llorar.
—¿Ya me habías olvidado?
—Incluso habiendo aprendido a no esperarte, todos los días
tengo recaídas y, aunque quiera, no puedo olvidarte. ¿Es lo
que querías oír?
—No me gusta que sufras, pero, por la parte que me toca,
me alegro.
—No es agradable pensar en alguien que te ha traicionado.
—Nunca te he traicionado, ya te dije que, todo lo que
vivimos juntos, todo lo que dije y sentí, fue real.
—Me utilizaste para conseguir la editorial, ¿por qué? Es
algo que ibas a tener por derecho, eres un Mcmillan.
—Porque mi padre me amenazó con vendérsela al mejor
postor si no seguía sus órdenes, pero fue antes de conocerte.
—Y si después de lo que tuvimos te hubiera pedido que
renunciaras a mí, ¿también habrías aceptado el trato?
—Sabes que no, tú eres lo más valioso que tuve y que
podría tener en la vida. Y he traído algo conmigo para que
veas lo mucho que me importas.
—¿Qué es?
Jude se agachó, abrió la cremallera de la bolsa de viaje y
sacó unos papeles.
—¿Puedo? —preguntó para acercarse a mí y entregarme
aquello; yo asentí—. Léelo.
—Gracias por el apunte.
—Yo nunca te pedí que firmaras sin leer el contrato e
intenté frenarte para que no lo hicieras a ciegas.
—Confiaba en ti, Jude.
—Lo sé y lo siento, pero no puedes atribuirme las cosas que
no han sido voluntad mía.
Tenía razón, nunca me pidió que lo hiciera, incluso intentó
que no firmase sin leerlo previamente, y yo hice caso omiso a
su advertencia en ese momento.
Cogí aire y comencé a leer aquellos papeles sin dar crédito.
—¿Qué es esto, Jude?
—Un contrato donde te cedo el cincuenta por ciento de la
empresa.
—¿Te has vuelto loco? ¿Pretendes comprarme con esto?
—No quiero comprarte, es lo justo por todo lo que la
empresa te ha hecho. Eres libre de hacer con tu parte lo que
quieras, aunque he de confesar que lo que me gustaría es que
trabajes conmigo y pongamos en práctica todas esas ideas
maravillosas que me contaste. No puedo usar tu idea de
empresa, es tuya, y quiero que cumplas ese sueño.
—No puedes hacer esto, es… es tu legado.
—Estoy tan seguro de que eres el amor de mi vida, de que
quiero estar a tu lado hasta el fin de mis días y que seas la
madre de mis hijos.
—¿Me estás diciendo que has venido hasta aquí para
regalarme parte de tu empresa y que engendre a pequeños
Mcmillan?
—No, te estoy diciendo que quiero compartir toda mi vida
contigo. Que puedo vivir sin ti pero no quiero.
—No puedo aceptarlo —dije devolviéndole aquellos
papeles.
—Disculpad. —Escuché un carraspeo y la voz de Brooke—.
No he podido evitar oíros, porque básicamente estaba
escuchando. Mel, ¿puedo hablar contigo un momento?
—¿Ahora? —¿Qué narices le pasaba a mi amiga para
interrumpir un momento como aquel?
—Sí, ahora. Estoy segura de que Jude no se irá a ninguna
parte, ¿verdad?
Él solo asintió y Mel me arrastró literalmente hasta el
cuarto de Di.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —me dijo bajando la
voz para añadir privacidad extra.
—No te entiendo.
—Ese tío ha venido hasta aquí para regalarte la mitad de
una empresa que ha intentado joderte, ¿y le dices que no? Es
la oportunidad perfecta de vengarte del capullo de su padre.
—¿Desde cuándo tienes esa mente interesada? —No daba
crédito a las palabras de mi amiga.
—No es interés, es que te ha dicho que te quiere y que
quiere que seas la madre de sus hijos. Está tan seguro de lo
vuestro que quiere compartir desde ya todo lo que le
pertenece, es una pasada de declaración y una muestra de
que de verdad está enamorado de ti.
—O de que quiere vengarse de su padre y de nuevo entro
yo en la ecuación de esa familia de locos.
—De ser así se la vendería a alguien externo, no te necesita
para nada, Mel. Está aquí porque te quiere, y deberías
pensártelo.
—No aceptaré eso bajo ningún concepto.
—¿Y a él?
—No lo sé.
—Deberías darle una oportunidad.
—Para eso tienes que dejarme salir de esta habitación y
dejar de ser tan cotilla.
—Me lo ibas a contar luego.
—Vale, eso es cierto —dije en voz baja—. Ahora voy a salir
de nuevo y te quedas aquí calladita.
Brooke asintió y, cuando cerré la puerta, supe que se había
pegado a ella con la oreja puesta en la madera.
83
Jude
Tal y como Linda y yo esperábamos, Melissa podía tomarse
aquella oferta como una intención por comprar su amor, pero
nada más lejos de la realidad, aun así, lo hizo.
No sabía de qué modo explicarle que era libre de quedarse
parte de la empresa y venderla, que no era una condición que
estuviéramos juntos, que quería indemnizarla por todo el daño
que Mcmillan Publishing le había hecho.
Que estaba tan loco por ella que daría todo lo que tenía
para verla feliz.
Melissa salió de nuevo y el corazón me dio un vuelco. Su
amiga se la había llevado para hablar en privado y no sabía si
era para echarme un capote a mí o para convencerla de que
me echara a patadas de su casa.
—Jude, lo siento, no puedo aceptar tu propuesta. No soy
esa clase de persona, el dinero no tiene el mismo valor para
mí que para ti.
—Linda me advirtió que esto podía pasar.
—¿Linda? Hablé con ella ayer y no me dijo nada.
—Yo le pedí que no lo hiciera, siento si me he adueñado
también de algunas de tus amistades, pero necesitaba un
abogado y pensé en ella.
—En la editorial tenéis a un buen equipo que sabe cómo
pillar a la gente por el cuello —noté de nuevo en su tono que
estaba molesta.
—Esa gente está fuera de la empresa, Mel. Han cambiado
muchas cosas por allí. Me has hecho mejor persona, ahora sé
valorar mejor las cosas, quizá me quiero un poco más, eres un
bien necesario para el mundo.
—Me alegro de que por lo menos todo esto te haya servido
para algo.
—No es que me haya servido, es que te necesitaba y te
necesito en mi vida, aunque entiendo que yo no te he
aportado las mismas cosas.
—De ti también he aprendido algo —me dijo con los ojos
humedecidos y supe que se refería a algo mucho menos
positivo.
—No voy a molestarte más, Mel. Tan solo quiero que sepas
que, aunque nosotros no vayamos a estar juntos, deseo que
seas muy feliz y que jamás encontraré a alguien como tú. Me
va a costar toda una vida aprender a vivir sin ti y te querré
siempre.
Metí los papeles de nuevo en la bolsa, cerré la cremallera y
la cogí de la asa para marcharme.
—¿Puedo darte un abrazo? —le pedí, a sabiendas que
volver a sentir su cuerpo contra el mío antes de marcharme de
su vida para siempre, iba a ser como volver al principio de
nuestra ruptura.
—En Nueva York nos gusta ser hospitalarios —dijo
acercándose a mí extendiendo los brazos, y fue un consuelo
que, a pesar de yo no merecerlo, Melissa era y seguía siendo
una buena persona.
Me rodeó con sus brazos y yo la envolví a ella con los míos.
Ninguno de los dos pudo evitar un sollozo y que nuestros ojos
dejaran brotar las lágrimas contenidas.
Su olor, ese que aún conservaba mi casa, ya no sé si
producto de mi subconsciente o por el hecho de que guardé
las sábanas sin lavar en las que su perfume había penetrado.
Su pelo rozándome la barbilla, su respiración en mi pecho,
su boca tan cerca de mi cuello y la horrible sensación de que
esa vez sería la última que estaría tan cerca de ella.
—Lo siento, soy un tonto por haber venido y montar este
numerito. —Me aparté para secarme los ojos con el dorso de
la mano.
—Ha sido bonito y me prometiste que lo harías. —Ella hizo
lo mismo a la vez que se sorbía la nariz.
—Por lo menos he sido capaz de cumplir una de las
promesas. —Nos quedamos en silencio unos segundos
mirándonos a los ojos. ¡Joder! Cómo dolió ese momento—. He
de irme.
Me di la vuelta y me dirigí a la puerta.
—Espera.
Escuchar aquello me llenó por un instante de emoción.
—¿Dónde te hospedas? —me dijo una vez me paré y volví
la vista de nuevo a Melissa.
—En el Chatwal. Volveré mañana a Seattle.
—Que te vaya bien, Jude —dijo finalmente.
—Te deseo lo mismo y un poco más.
—Gracias. —Me sonrió por última vez y crucé la puerta con
un nudo en la garganta.
La cosa no salió como esperaba, pero al menos lo había
intentado.
84
Melissa
Brooke tardó poco en salir al salón con la cara desencajada
cuando Jude salió por la puerta. Yo no estaba mejor que ella,
verlo en ese estado me había dolido. Habían pasado veintiún
días y noches en los que solo él había estado en mi
pensamiento, y tenerlo en mi casa, con aquella mirada azul
apagada y los ojos enrojecidos por las lágrimas, había tocado
mi ya de por sí magullado corazón.
—¿Estás segura de dejar marchar a ese hombre?
—No lo sé, Brooke, no puedo confiar en él así de repente. —
Era lo que sentía. No podía echarme a sus brazos y olvidar
todo lo que había pasado. Otra vez no.
—Mel, no quería nombrarlo, pero te recuerdo que yo
tampoco fui clara con Sam desde un principio y a veces sigo
teniendo la sensación de que no lo merezco. A veces las
personas hacemos cosas absurdas por motivos absurdos, pero
está claro que ha venido a declararse cuando, en realidad, si
ya tiene todo lo que quiere, no hubiera hecho falta.
—No voy a aceptar la mitad de su empresa. —Me dejé caer
en el sofá hecha un lío.
—No te he dicho que lo hagas, me parece bien que no lo
aceptes si es lo que sientes, pero él es otra cosa.
—Tengo que llamar a Linda.
—Hazlo, quizá ella te abra los ojos.
Me levanté y fui a buscar mi móvil. Linda había estado en
contacto con él las últimas semanas y confiaba en su criterio y
en su forma de ver las cosas. Si ella no hubiera confiado en
que Jude estaba intentando ser sincero y demostrarme algo
con aquella propuesta, no lo hubiese aceptado como cliente.
—Hola, Mel, supongo que sé por qué me llamas.
—Acaba de marcharse.
—Siento si no te ha sentado bien que me posicionara esta
vez en el otro bando. Cuando me dijo sus intenciones, le dije
que cabía una posibilidad de que lo vieras de un modo que
para nada es lo que Jude pretende.
—Me ha impactado un poco y no pienso aceptar eso.
—Lo entiendo, pero sus intenciones son buenas, ese
hombre te quiere y se ha preocupado mucho estas últimas
semanas en hacer algo grande por ti. Sabe que tu sueño era
crear tu propia empresa y quería darte la oportunidad. Siente
que, con todo lo que ha pasado, te han robado la ilusión por lo
que haces.
—Si algún día lo consigo, no quiero que sea de esta forma.
—Lo sé, pero ¿qué hay de vosotros?
—Eso es otra cosa…
—Mel, ¿lo quieres? Y sé sincera contigo misma. ¿Te
imaginas una vida sin él?
—Lo quiero mucho, por eso estoy así. Si no fuera de ese
modo, lo habría olvidado ya —dije.
—Entonces, deberás hacer lo que dicte tu corazón y no
quedarte con la duda de qué pudo pasar, esas cosas acaban
pasando factura con el tiempo.
—Siento que necesito más tiempo, que no puedo volver a
actuar precipitadamente, de todo esto he sacado una lección
valiosa.
—Nadie te quita la razón, pero las cosas pueden ser como
tú quieras, solo hay que exponerlas. He hablado mucho con él
estos días y, si hubiera visto algo que no me encajara, hubiese
sido la primera en ponerle freno, pero me vi en la obligación
de ayudarlo, es un hombre roto y enamorado que no sabe
cómo arreglar todo lo que hizo. Eres muy importante para él,
ha supuesto un antes y un después en su vida, incluso con su
madre.
—¿Con su madre? —pregunté, sabiendo lo mucho que eso
había marcado a Jude y sintiendo cierto alivio por él si había
conseguido reconectar con esa parte de su vida.
—Sí, ha sido como un libro abierto conmigo y deberías
darle una oportunidad. El tiempo pondrá las cosas en su sitio
y, si no sale bien, nunca te quedará la pena de no haberlo
intentado.
—Di, Brooke y tú decís lo mismo.
—Porque no podrás comenzar un nuevo capítulo, si sigues
releyendo el mismo una y otra vez. Tienes que darle un final a
toda esta historia, sea cual sea.
—Supongo que eso tiene sentido.
—Toma una decisión con el corazón, yo te apoyaré sea la
que sea, solo tú sabes lo que necesitas.
—Gracias, Linda. Estoy deseando volver a verte.
—Y yo, pero espero que cuando nos volvamos a ver puedas
sonreír sinceramente de nuevo.
Colgué con el corazón en un puño y las palabras de Linda
retumbando en mi cabeza una y otra vez.
«No podrás comenzar un nuevo capítulo, si sigues
releyendo el mismo una y otra vez. Tienes que darle un final a
toda esta historia, sea cual sea».
Cuando estaba inmersa en una historia, cuando había
tomado tanto cariño a los personajes, me costaba darles un
final, aunque procuraba que siempre fuese feliz, fuera cual
fuera, por todo lo malo que hubieran tenido que pasar.
Siempre encontraba un sentido a por qué acababan
perdonando todo en pos del amor. En la ficción todo parecía
muy fácil, pero en la vida real, en esa que te golpea fuerte y te
deja magulladuras difíciles de sanar, la cosa era diferente. ¿O
no?
La única cosa que tenía clara, es que sí tenía que ponerle
un final a mi historia, fuera cual fuera, y Jude estaba en Nueva
York para ayudarme a poner la palabra fin, aunque aún no
había encontrado cómo quería que acabase todo aquello.
Necesitaba verlo una vez más para que mi corazón hablase
por última vez.
85
Jude
Hacía tres horas que había introducido la tarjeta en la
puerta de la habitación para meterme dentro y aún no había
conseguido bajar las pulsaciones de mi corazón.
Últimamente hablaba por sí solo, galopando a toda
velocidad, pidiendo que alguien paliara los efectos colaterales
de haber querido mucho y haberla cagado hasta un punto de
no retorno.
Lo había intentado, quizá no de la mejor forma, pero no
encontré otra. Debía asumir que las declaraciones de amor no
eran lo mío y que de nuevo había metido de por medio el
maldito dinero.
Había estado tres horas bocabajo en la cama, dándole
vueltas a cómo podía haberlo hecho mejor, y me sentí un
estúpido.
Me obligué a levantarme y darme una ducha que
consiguiera despejarme y dormir un poco. Era lo único que
podía hacer, relajarme, cerrar los ojos y dejar de dar vueltas a
la cabeza para volver a Seattle y aprender a vivir sin ella.
Debía aceptar que ya no tenía cabida en su vida.
El agua consiguió dejarme limpio, pero no arrastró con ella
mi conciencia. Me miré en el espejo y no me reconocí, nunca
volvería a ser el mismo.
Me anudé la toalla en la cintura y salí del baño, dispuesto a
beber algo del minibar para acabar de templar los nervios,
cuando escuché que alguien tocaba la puerta de la habitación.
No había pedido nada al servicio de habitaciones y no me
molesté en contestar, seguro que se habían equivocado.
Me dirigí al pequeño frigorífico y volvieron a llamar con
insistencia.
—No he pedido nada, gracias —grité para que me oyeran y
me dejasen en paz, pero la persona que estaba al otro lado
hizo caso omiso y siguió aporreando la puerta.
—Les he dicho que se larguen —vociferé de nuevo,
cogiendo una de aquellas botellitas de licor sin siquiera mirar
de qué tipo.
—Jude, soy yo, abre la maldita puerta.
No podía ser, ¿era la voz de Melissa o estaba sufriendo
algún tipo de alucinación?
Dejé la botellita sin abrir en la repisa y caminé con prisas
hasta la puerta. No estaba vestido, el agua aún resbalaba
desde mi pelo por mi pecho y abdomen, y abrí esperanzado.
—Melissa —dije como un bobo mientas ella me miraba de
arriba abajo.
—Siento no haber avisado, supongo que hoy es nuestro día
de sorpresas.
—La tuya ha sido más agradable que la mía —dije
sosteniendo la puerta.
—¿Puedo pasar? Me ha costado que me dejaran subir, no
querían decirme ni en qué habitación te alojabas.
—Pero lo has conseguido. —Me hice a un lado para que
entrara.
—¿Por quién me tomas? Sabes que suelo conseguir todo lo
que me propongo, incluso que un niño pijo vaya al
supermercado y me compre galletas saladas.
—Y que gaste dinero de la tarjeta para irse de fin de
semana loco a una isla —añadí.
—Eso fue una locura tuya, no te instigué a que lo hicieras.
—La vi sonreír y fue como si el sol saliera en aquella
habitación para dejarme ciego por el reflejo.
—Es que tú tienes la capacidad de volverme loco.
—Creo que ya lo estabas. —Alzó una de sus cejas y frunció
los labios.
—Loco por ti, Melissa.
—Aún no me has preguntado a qué he venido.
—Me da igual a qué hayas venido, lo importante es que
estás aquí y eso ya es mucho para mí.
—Aun así, te diré que acepto. —Se sentó en el borde de la
cama para estudiar mi reacción.
—Me parece bien que lo hagas, sacaré el documento —Me
moví nervioso por la habitación buscando mi bolsa de viaje.
—Espera, eso no es lo que voy a aceptar. —Me paré en
seco y la miré expectante—. Acepto una historia contigo, una
nueva, desde cero.
No supe ni qué decir, me quedé frente a ella con el pelo
mojado y revuelto y las manos temblorosas.
—Me siento un idiota por no saber reaccionar.
—Es que yo impongo mucho —dijo divertida y me arrodillé
a su lado.
—Melissa, eres la mujer más increíble del mundo.
—Continúa —dijo alentándome a seguir con una sonrisa en
la cara.
—Jamás creí que yo diría que pudiera estar enamorado de
alguien, porque me consideraba por encima de ese tipo de
cosas. Ahora me doy cuenta que ni siquiera yo estoy a salvo
de mis propios sentimientos. No sé cómo sucedió, ni cuándo.
No me interesa saberlo. Es así y simplemente no puedo volver
el tiempo atrás y arreglar todo lo que hice mal. Estoy
convencido de que eres esa persona por la que daría todo lo
que tengo, pues sin ti todo eso no vale nada. Solo te pido que
me dejes compartir este sentimiento.
—Jude, tú has cambiado la trama de mi vida. Es imposible
que haya una novela de amor en el mundo que se asemeje a
lo que tú y yo hemos vivido, pero en cada párrafo, en cada
página, no puedo negar que siempre has estado tú. Quiero ir
despacio, ver qué nos depara el futuro, hacer las cosas bien,
aprender de nuevo a querernos sinceramente.
—Todo el tiempo que necesites, Melissa. Tú eres mi silencio
en medio del ruido, mi luz en la oscuridad, mi refugio en la
tormenta, tú eres la vida que quiero y haré que sea
maravillosa. Te lo juro.
—El destino y el azar nos unieron, desde entonces no hay
más destino que tú, y más oportunidad que hacer que esto
funcione a pesar de todo. Equivocarse es de humanos,
perdonar también. Te quiero, Jude, pero quiero amarte bien.
No puedo dejarlo todo e ir tras de ti, pero mi corazón está
contigo y podemos ir viendo lo que pasa.
—Me parece un plan fantástico, pones cordura a todo mi
caos, te quiero tanto. Y siento no habértelo dicho antes, no
haber sido sincero en algunos momentos, haberme callado
tantas cosas que debías saber de mí.
—Si te refieres a lo que tenías con Anne…
—Esa mujer nunca fue nada en mi vida, sé que algo tuvo
que pasarte con ella para que me la mencionaras tantas
veces.
—No tuvo importancia antes y ya no la tiene ahora.
—Si te quedas más tranquila, dimitió hace un par de
semanas.
—No voy a negar que me tranquiliza, pero jamás te hubiera
obligado a deshacerte de ella en la empresa. En quien tengo
que confiar es en ti, no en ella.
—Siempre tienes algo inteligente que decir, es lo que más
me gusta de ti. Ojalá más gente como tú en el mundo.
—Bésame ya, Jude —dijo instándome a que me levantara.
—¿Me das permiso? —pregunté. No quería hacer nada que
ella no quisiera.
—Claro, desde que te he visto en mi casa no he pensado en
otra cosa. —Me acarició el mentón y las mariposas volvieron a
unirse en bandada en mi estómago.
Iba a volver a besarla y estrecharla entre mis brazos.
—Quiero escribir el primer capítulo de una historia contigo.
—Le cogí la cara entre mis manos, esa cara tan bonita que me
volvía loco, con sus ojos color miel y su nariz respingona
moteada por pequeñas pecas.
—Pues empecemos por el prólogo.
Después de todo, me quedé con esa tranquilidad de que, a
pesar de no haberlo hecho todo bien, todo lo que le di fue
sincero y de corazón y pudo llegar a apreciarlo.
La vida es una sucesión de momentos, que uno debe vivir,
para entender que las cosas más importantes de la vida son
las que te la cambian para siempre y, si viene acompañada
del amor, pues vivámosla rompiendo la tristeza del pasado,
eliminando los miedos que nos atan, y amemos mucho y bien.
—No voy a defraudarte, Melissa, voy a demostrarte día a
día cuánto te quiero
Melissa
Dos años después
—¿Nerviosa? —me preguntó Jude a mi lado, sentados sobre
el capó del coche en el mirador de Anne Queen en Seattle.
—Como siempre en las presentaciones, además, esta es
muy especial. —Le cogí la mano y miré al frente.
—No sé ni cómo me convenciste para que lo hiciera, no me
veía capaz.
—Siempre supe que tenías un escritor dentro.
—Pero la estrella eres tú, no podía haberlo hecho sin ti.
—Te dije que escribiría una historia contigo, pero tenías que
ponerle voz a tu propio personaje. Es el libro con más verdad
que escribiremos nunca.
—Cómo nos ha cambiado la vida, ¿verdad?
—Para mí cambió radicalmente hace dos años justos, tal
día como hoy, en esta misma colina. Por aquel entonces no
sabía que eras el amor de mi vida, y aquí nos tienes, casados,
dirigiendo una empresa juntos que ha remontado gracias a ti.
Un año después de que Jude viniera dispuesto a
reconquistarme a Nueva York, con aquella propuesta de
cederme el 50% de la editorial, me mudé definitivamente a
Seattle y nos casamos seis meses después en una boda
sencilla, en la que estuvo presente su madre, pero no su
padre. Aquel año, en el que decidimos darnos una
oportunidad, lo pasamos a caballo entre las dos ciudades,
reconectando de nuevo, volviendo a crear una confianza y un
bienestar entre nosotros. Sin prisa pero con mucho amor de
por medio.
Publiqué mi primer libro con la editorial y, tal y como el
gran Arnorld Mcmillan había supuesto, fue un éxito que
proporcionó grandes beneficios a mí y a la empresa.
Fue entonces cuando decidí invertir en ella y hacerme socia
de mi actual marido para poner en práctica la remodelación
de la misma.
Ahora contábamos con una buena cantera de autores de
romántica, que sin duda eran el bien activo de la empresa.
Nadie en el sector ofrecía tantas ventajas a los escritores ni
tanta transparencia o un trato tan justo para ambas partes. Fui
la primera y última autora en entrar en Mcmillan Publishing
con el antiguo modelo empresarial que, aunque no salió mal,
podría haber supuesto el fin de la empresa.
No estábamos aún a la altura de Amazon, al que sigo
guardando gran respeto, pero podíamos ofrecer a los autores
una autogestión realista y un prestigio con nuestro sello
editorial.
—No le quitemos el mérito a tu padre. Tuvo muy buena
visión empresarial conmigo y nos obligó a conocernos.
—No fue de la mejor forma, pero es cierto que no
estaríamos aquí ahora de no haber sido así.
—Algún día deberías cogerle el teléfono. Siento pena por él
—le dije sinceramente.
—Eres demasiado buena, Melissa.
—De no serlo, no te hubiera perdonado en la vida. Además,
hay cosas que acaban ablandando a la gente y si, te llama de
esa manera tan insistente a pesar de que no le quieras
contestar, es porque quiere decirte algo importante.
—Algún día lo haré.
—Somos un equipo, lo que hemos construido no lo va a
romper nadie y menos ahora.
—¿Por qué mucho menos ahora?
—Porque me estoy encargando de que tu legado familiar
quede a salvo. —Me giré de nuevo hacia él y puse mi mano
sobre mi vientre.
—¿Vamos a ser padres? —Jude abrió mucho los ojos y
esbozó una amplia sonrisa.
—Vamos a ser padres —afirmé llena de felicidad.
Jude me abrazó tan fuerte que temí por la seguridad de
nuestro retoño.
—Cuidado, me vas a partir en dos.
—Lo siento, es que me acabas de hacer el hombre más
dichoso de la Tierra.
—Me hice la prueba ayer, quería decírtelo de una forma
especial y, como hemos venido aquí, no he podido resistirme.
—Este lugar es como si solo nos perteneciera a nosotros.
—Ahora nos pertenecerá a los tres —dije tocándome de
nuevo la barriga fingiendo una contracción.
—Melissa, ¿va todo bien? —A Jude le cambió el gesto y
comencé a reírme como una loca.
—No tiene ni el tamaño de un garbanzo gordo. —No pude
parar de reír.
—Eres muy mala persona, me has acojonado vivo.
—Quería comprobar si vas a ser buen padre.
—No he tenido buenos ejemplos, por eso quiero superarme
cada día para no cometer los mismos errores que cometieron
ellos.
—No has salido tan mal, te quiero enterito, con lo bueno y
con lo malo.
—Espero que hoy en día lo bueno supere con creces todo lo
horrible que tengo. —Se mesó el pelo nervioso.
—Lo bueno no hace más que empezar. Y debemos irnos,
tenemos un libro que presentar juntos como autores.
—¿Crees que le gustará a la gente?
—Sinceramente, no me importa. A mí me encanta, es
nuestra historia y estoy orgullosa de ella.
—Os quiero, Melissa. A ti y a nuestro hijo.
—Y yo, para siempre, Jude.
Jude
Acababa de recibir la mejor noticia del mundo. Después de
dos años de felicidad junto a Melissa, un hijo, era el regalo
más preciado que me podía dar.
El año después de que fuera a buscarla a Nueva York,
aunque no podíamos estar juntos todo el tiempo que quisimos,
ella me hizo la vida fácil, siempre lo hacía. Ambos nos
desplazamos para disfrutar de un tiempo de calidad, sin
desgastes innecesarios, afianzando de nuevo la confianza y
creando un vínculo fuerte. No queríamos confundirnos ni
precipitar las cosas, de locuras y malas decisiones ya
estábamos bien servidos.
El amor puede surgir de un modo inesperado, eso lo tenía
claro, pero la fugacidad de las cosas puede quemarlas de
manera instantánea con la misma fuerza que surgió la primera
llama. Las parejas se constituyen de muchas otras cosas, y
cuando eres capaz de superar cualquier obstáculo, entonces,
es cuando dar un paso más se convierte en una seguridad.
Tras la publicación de su primer libro con la editorial y el
éxito que trajo consigo, Melissa decidió mudarse a Seattle y
comenzar a compartir nuestras vidas y trabajo. Ella decidió
invertir parte de sus ganancias y se convirtió en la segunda
socia mayoritaria de la editorial.
Seis meses después le pedí la mano en la playa, de un
modo sencillo y sincero, como sabía que le iba a gustar a ella.
La conocía tan bien, que sentía que ya no éramos dos, sino
una sola persona formada por ambos en su versión más
bonita.
La relación con mi madre se fue afianzando casi al mismo
tiempo, no había logrado entenderla del todo, pero apreciaba
que hubiera sido sincera conmigo y que pusiera todo de su
parte para que nuestra vínculo fuera más fuerte. Cuando la
llamé ese día desesperado supuso un antes y un después. No
tenía a nadie a quien acudir y pensé que podía contar con ella,
es lo que sucede en casos desesperados y no me equivoqué.
Nuestras decisiones son las causantes de todo lo bueno y lo
malo que nos pase.
Lo de mi padre era otra cosa. No había conseguido
perdonarlo, aunque Melissa intentara convencerme de que fui
yo solito el que aceptó todas las peticiones de mi padre y que
un «no» hubiera bastado. Me alentaba a que solucionara esos
temas con mi padre e intentara tener una relación cordial con
él.
Aun así, sentía que me había retenido a su lado por
obligación o interés, y que un padre evocara esos
sentimientos en un hijo, no debía ser nada bueno. Necesitaba
más tiempo.
A la boda asistieron los padres de Melissa, sus amigas y mi
madre. Fue algo sencillo, en el muelle desde el cual salimos
rumbo a San Juan ese día de primeros de mayo hacia un año y
medio.
Mi padre fue el gran ausente y el gran causante de aquella
boda, esos son los sinsentidos de la vida.
Después de nuestra luna de miel en Barbados, Melissa me
propuso escribir nuestra historia a dos voces.
Ella estaba convencida de que dentro de mí había un
escritor pugnando por salir, pero he de reconocer que la
encargada de dar verdadera forma al libro fue ella.
Ambos decidimos llamarlo: Una historia contigo. Reflejaba
muy bien nuestro pasado y lo que intentábamos hacer juntos
con ese libro.
Ambos descubrimos muchos sentimientos personales
durante y después de escribirlo y nos conocimos un poco
más.
Era bonito sorprenderse después de todo ese tiempo.
Ahora toca que nos conozcan los lectores.
Que juzguen, que valoren, pero siempre será nuestra
verdad, nuestra locura y nuestro cuento con final feliz. No nos
importaba realmente si fuera a gustar o no, nos gustaba a
nosotros y con eso era suficiente. No todo el mundo tiene la
capacidad de escribir un libro y darle un sentido, me sentía
feliz de haberlo conseguido y de que ella me hubiera instado a
hacerlo. Las cosas que se hacen con y por amor no hay que
entenderlas, solo hay que sentirlas o vivirlas.
Y por último, querría dejar plasmado aquí un consejo: no
pierdas por un error a quien te quiere, ni cometas el error de
querer a quien no le importas.
Sed felices y leed mucho.
Con cariño, Jude Mcmillan.
Agradecimientos
Como siempre a mis lectoras cero, gracias, un millón de
gracias.
A Amparo que siempre me corrige y me hace portadas
maravillosas.
A mis compañeras de profesión por dar tantos libros a la
comunidad de Amazon.
A mi marido e hijos que me aguantan cada día.
A la cervecita que me recibe con los brazos abiertos
cuando termino de escribir algo intenso.
Gracias a los lectores y bloggers por estar ahí siempre
apoyando nuestro trabajo.
Se os quiere mazo a todos.
AHORA OS DEJO UN POQUITO DE
Copyright © 2020 Olga Andreu
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier
medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier
sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del
copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en
esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en
esta obra de manera ficticia.
1ra Edición, octubre 2020
Título Original: No hay Navidad sin ti
Cubierta y maquetación: Nina Minina
A mis hijos
Prólogo
El amor, la voluntad de priorizar el bienestar o la
felicidad de los demás por encima del tuyo.
Sentimientos extremos de apego, afecto y necesidad.
Sentimientos repentinos y dramáticos de atracción y
respeto. Una emoción fugaz de cariño, afecto y gusto.
¿Todo esto me pasó a mí? Puede que sí, pero no
fue fácil.
El engaño, acción y efecto de engañar e inducir a
alguien a tener por cierto aquello que no lo es, dar a
la mentira apariencia de verdad y producir ilusión.
Dicen que en el amor y en la guerra todo vale, y
hay veces que la guerra se convierte en amor. A
veces lo que empieza con una locura se convierte en
lo mejor de tu vida. Y te das cuenta de que esa
persona te abraza tan fuerte, que todas las partes de
tu corazón roto se unen de nuevo.
Puedes saber cuánto te quieren con un simple
abrazo, porque hay gente que te abraza y te reinicia.
12 de diciembre
Sábado
Nueva York, la ciudad con más luces de Navidad
por metro cuadrado del mundo, que podría revivir el
espíritu navideño del Grinch más verde. Los vecinos
estaban incluso más locos que yo, gastando una
imposible cifra para mí en renovar cada año su
decoración (y pagar la factura de luz de la temporada
si no se cargaban un fusible), una extraña y
entrañable competición comunitaria que me costaba
entender. Pero así es la Navidad, derroche por todos
los poros, y desesperación, la mía, no solo por el
tema que me llevaba de cabeza desde principios de
mes, también el asco de trabajar los sábados por la
mañana.
—Buenos días, ¿y esa cara? —me dijo Dina,
colocando unas preciosas tartaletas de fresa con
decoración navideña en el expositor.
—Me va a estallar la cabeza.
—¿Aún no has encontrado a nadie?
No es que mi problema hubiera salido en The Daily
Show, es que Dina y Melissa eran mis muy mejores
amigas, y cuando una está a la desesperada, ayuda
mucho tener cuatro hombros en los que llorar cuando
te das la leche contra el muro que has construido a
base de mentiras.
—¿Tendría esta cara si hubiera echado el polvo de
mi vida?
—Para eso no necesitas un novio postizo o
verdadero, solo necesitas Tinder.
—Pero no necesito un polvo, necesito un novio,
prestado. ¿Me dejas el tuyo? —Había que intentarlo,
aunque sabía la respuesta.
—Primero, lo del polvo lo has dicho tú y segundo,
no comparto ese tipo de cosas.
—Lo sabía, pero ha sido un intento. —Me encogí de
hombros y entré en el almacén a dejar mis enseres.
El Coffe Mazo es un lugar estupendo para tomar
una taza de café o cacao caliente, con un pedazo de
pastel de chocolate, la especialidad de la casa. El
ambiente es cálido y animado, tiene una sensación
acogedora gracias a los asientos de nogal y los
paneles angulares con acabado de madera, un guiño
al estilo art déco del edificio en el que está situado.
Te sube el estado de ánimo, o eso dicen los clientes,
a mí también me lo parece, aunque a veces solía
subirme el estado de nervios, y no por los cien cafés
que me podía tomar al cabo del día, que también.
—¿Qué tal, Brooke? —me preguntó Samuel, mi
jefe, dejando una caja de leche en polvo en el
almacén.
—¿Esa pregunta va a ser la más recurrente este
día? Va mal, ¿no ves mi cara?
—¿Qué le pasa a tu cara?
—¡Hombres! —Bufé. No podrían distinguir un
estado de ánimo ni aunque les llorases en la cara,
bueno, quizá eso era demasiado evidente, pero ya
me entendéis.
—No muerdas la mano que te da de comer, es de
esa especie.
—Lo siento, Samuel, es que hoy no tengo un buen
día.
—Quizá te ayude un chocolate con nubes, aún te
quedan diez minutos para empezar el turno. —Miró
su reloj y esperó mi respuesta con una sonrisa, era
un jefe genial.
—¿Puede ser un café? —Puse morritos.
—Puede ser lo que tú quieras, dame unos
segundos —dijo, desapareciendo del almacén bajo la
cortina de cuentas que lo separaba de la cafetería.
En el Coffe Mazo todos nos preocupábamos o
alegrábamos, según las circunstancias, de lo que les
pasaba a los currantes (menos de mi desesperada
búsqueda de novio ficticio a quince días de Navidad,
eso solo lo sabía Di). El único que pasaba un poco de
esas cosas era Mike, era muy hermético, como
nuestros envases para llevar al vacío, nunca se
relacionaba mucho y era una pena, estaba muy
bueno y a ninguna nos hubiera importado
relacionarnos un poco. Excepto a Dina, que era feliz
con su novio y no tenía ojos para nadie más.
Un extraño síndrome, bastante extendido por
cierto, eso de arrancarte los ojos cuando te
comprometes con alguien, no lo entiendo, pero hay
que respetarlo.
—Aquí lo tienes. —Samuel volvió con una de
nuestras tazas extragrandes humeante.
—Gracias, no sé cómo voy a pagártelo.
—Sonriendo a los clientes y cambiando esa cara,
eres la estrella del local.
—Se conforman con poco —dije, sosteniendo la
taza con las dos manos, abrazándola, y sintiendo ese
calorcito recorriendo todas mis extremidades.
—Te infravaloras. —Me guiñó un ojo y volvió a
escabullirse a través de la cortina.
Dina tenía la extraña convicción de que a Samuel
le gustaba, pero eso era de todo punto imposible. Era
mi jefe, ese tipo de relaciones estaban muy mal
vistas y Sam era un tío de los pies a la cabeza. Era
atractivo, sí, eso era innegable, pero no se me
pasaba por la cabeza algo así, y tampoco entendía el
porqué de su soltería. Era un buen partido, como diría
mi madre, pero ni hablar, era demasiado complicado.
—Mírala, la mimada del jefe. —Dina entró a por un
paquete de servilletas.
—No soy ninguna mimada, solo se preocupa por
mí, además —miré la hora en mi móvil, odiaba llevar
reloj—, aún me quedan dos minutos para entrar a
darlo todo.
—Lo que tú digas, pero pienso contar las veces
que nuestro jefe te pone ojitos.
—¿Vas a pasarme un informe al final de la jornada?
—Tal vez, y date prisa, los adictos a la cafeína
están a punto de invadir el local.
—Descuida —dije, dando un sorbito al café
caliente, antes de ponerme manos a la obra.
La mañana fue ajetreada, Dina no se equivocaba
al vaticinar que los zombis neoyorkinos vendrían a
por su dosis de cafeína y dulces navideños, así como
un buen puñado de turistas sedientos de empaparse
de cultura americana en forma de dónuts o cupcakes.
La cafetería estaba decorada para la ocasión con
mucho gusto. Pequeñas bombillas blancas estaban
ensortijadas en los apliques de luz de la barra
disimulando el cableado con una guirnalda de hierba
seca. Las ventanas, empañadas con una nieve
artificial, pues la primera gran nevada de Nueva York
aún no había hecho su aparición, daban al local de un
halo encantador y acogedor, muy hogareño, así como
los candelabros que Samuel había colocado
estratégicamente para las personas que celebraban
la Janucá.
Una decoración austera pero significativa, que
acompañaba muy bien el estilo de la cafetería.
Los olores a especias, calabaza, vainilla, chocolate,
canela y café, que se respiraban en el ambiente,
hacían las delicias de los clientes y de los que allí
trabajábamos.
Verdaderamente olía a Navidad y, lejos de
enturbiarme la razón y recordarme a cada minuto
que había hecho una promesa a mi madre que no iba
a poder cumplir, me transmitían una paz y calma que
en mi propio piso no conseguía encontrar. Melissa y
sus ganas de sacarme de mis casillas con el tema no
ayudaba, pero me lo tenía merecido por bocazas.
¿Quién me había obligado a meterme en ese
tinglado? La respuesta era clara: Yo misma.
—Pensaba que no encontraría un momento de
descanso —me dijo Dina, apoyándose en la barra con
la cara entre las manos.
—No ha sido para tanto.
—¿No te duele la cara de sonreír tanto? ¿Cómo lo
haces?
—Es fácil, me olvido de todos mis problemas y me
centro en hacer feliz a la gente, porque cuando me
dan propina, me hacen feliz a mí.
—Y a Samuel. —Levantó las cejitas divertida.
—¿Ya estás otra vez con eso? —Puse los ojos en
blanco.
—Tengo el informe, ¿lo quieres?
—Estás pesada con el tema.
—No, solo digo que, si se lo pidieras, él estaría
encantado de hacerte el favor. —Pestañeó varias
veces de forma coqueta.
—Es mi jefe, nuestro jefe, Dina. Está un tanto fuera
de lugar pedirle que se haga pasar por mi novio en
mi casa el día de Navidad. ¿Qué pensaría de mí?
—Que estás loca, yo también lo pienso, pero la
situación es que no quieres aparecer en tu casa, un
año más, como una fracasada.
—Vaya, gracias. —Tiré el trapo con desgana sobre
la barra.
—No digo que lo seas, sino que tu madre y tu
hermana creen que lo eres y no se cortan en
hacértelo saber.
—Acabas de ejercer una nueva presión a la
situación. Si finalmente les digo que no iré con nadie,
la comida será un monotema.
—Tú lo has dicho, piénsate lo de Samuel. —Se
cruzó de brazos frente a mí.
—¿Me lo estás diciendo en broma, verdad? No sé
cómo interpretar todo lo que me has dicho.
—A ver, Brooke, a ti también te gusta, por el amor
de Dios, Samuel está como un quesito, ¿a quién no le
gusta un tío con ese porte?
—Vale, es bastante mono, atento, simpático… pero
es mi jefe, no es siquiera una cita plausible, así que
olvídalo.
—Tienes razón —suspiró—, pero podrías darle un
bocadito.
—Repito, ¿me lo estás diciendo en serio, Di? Es
Samuel, mi jefe, nuestro jefe. —Le mantuve la mirada
esperando una respuesta lógica—. Puede que me
guste un poco, pero no sé si me lo estás diciendo en
broma o totalmente en serio.
Era cierto, Samuel me gustaba, era difícil que no lo
hiciera, era un hombre guapo, inteligente, siempre
parecía gozar de buen humor, pero jamás me había
planteado que él pudiera pedirme una cita, y mucho
menos hacerlo yo. Era mi feje y, aunque eso podía
suscitar mucho morbo, yo descartaba totalmente
meterme en un lío como ese.
—¿Tú qué crees? —Se encogió de hombros y se
marchó a limpiar la cafetera.
La ciudad también olía a Navidad. Y te preguntarás
a qué huele la Navidad en una urbe tan contaminada.
¿A abetos pequeñísimos, como los que venden en los
puestos callejeros para llevarte a casa?, ¿o gigantes,
como el de Rockefeller plaza y que ahora mismo
tenía frente a mí de vuelta a casa? Había decidido
volver dando un paseo. Me transmitía calma mirar
escaparates, sobre todo los de las tiendas de ropa de
segunda mano que se llenaban de jerséis feos de
Navidad. De color verde y grandes elfos, rojos con
Santa Claus deformes y hasta con adornos colgantes.
Había para todos los gustos y de todas la épocas
posibles.
—¿Dónde narices te has metido? —Melissa estaba
en el sofá, con las piernas enfundadas en una manta
de coralina y ataviada con un pijama navideño con
capucha de reno.
—He ido y vuelto al trabajo dando un paseo,
necesitaba respirar aire fresco. ¿Y ese pijama?
—¿Te gusta? Lo he comprado esta mañana en una
tienda del SoHo.
—Es… divertido.
—Es precioso, y hay uno para ti. Los vendían por
parejas, así que…
—Gracias, supongo. —Me dejé caer en el sofá con
el abrigo puesto.
—He supuesto que no tendrías planes para hoy.
—Has supuesto bien, lo que supone un día perdido
más en busca del pringado que quiera acompañarme
a casa el día de Navidad.
—Deberías abortar la misión, quedarás peor si
apareces sola y con una excusa poco trabajada.
Nunca se te ha dado bien mentir. Todavía no entiendo
cómo se te ocurrió tal cosa. ¿Tan mal lo pasas en esa
comida?
—Es peor de lo que te imaginas, Mel, mucho peor.
Me hacen sentir una mierda, como si toda mi
existencia no mereciera la pena.
—Son antiguas hasta decir basta, Brooke, no sé
cómo pueden afectarte tanto los comentarios de
unas mujeres que, evidentemente, están por debajo
de ti en la escala evolutiva.
—Porque esas mujeres son en cierta manera mi
referente.
—¿Susan no es menor que tú?
—En efecto, y eso aún agrava más el problema. Se
han tornado las jerarquías, y eso, para mi madre, es
un sacrilegio.
—¡Que le jodan a tu madre! Sé tú misma y hazte
respetar.
—Eso es muy fácil de decir desde la perspectiva de
una relación estable que te aporta una estabilidad
emocional afectiva de cara a la sociedad.
—Mi relación es una mierda. Si fuera buena, ¿crees
que estaría un sábado por la noche en casa con un
pijama ridículo y una copa de vino en la mano?
—Vino que no me has ofrecido, por cierto.
—Sírvete tú misma.
Fui a la cocina a por una copa y volví al sofá con
Mel, que me tendió la botella para que me sirviera.
—¿Por qué no lo dejas si no te hace feliz? —le
pregunté, no entendía porque mantenía una relación
que no la satisfacía.
—Porque en mi familia no está bien visto ser
soltera con casi treinta y cinco, y folla bien.
—¿Y me dices a mí que sea yo misma y que le den
a mi madre? ¿Quién es de las dos la paria de la
sociedad?
—Claramente tú, yo contento a mi madre y a mi
virgo sin necesidad de estar constantemente en
contacto con Daniel. Y tú tienes que mentir a tu
familia por no renunciar a esa comida familiar. ¿Por
qué simplemente dices que no puedes ir?
—Porque, si lo hago, se presentarían aquí el día de
Año Nuevo, y mi agonía de buscar pareja para ese
día se alargaría siete días más.
—Invéntate un novio canadiense, es un clásico.
—Por eso mismo no puedo hacerlo, huele a trola
solo de mentarlo.
—Cada vez veo más claro lo del gigoló. Además,
me he tomado la libertad de mirar las tarifas —dijo,
cogiendo su móvil para mostrarme las
investigaciones que había hecho.
—Ni lo sueñes. —Estiré mi mano en señal de stop.
—¿De qué tienes miedo?
—Es un prostituto, Mel, un señor que se acuesta
con señoras por dinero, no podría ni mirarlo a la cara,
imagínate besarlo.
—Sí, los besos, además, tienen una tarifa extra, no
podrías pagarlo.
—¿En serio? ¿Llevan suplemento como los taxis?
—Sí, no quieras saber lo que cuesta que te echen
un polvo compasivo.
—No quiero saberlo, gracias. —Suspiré agobiada—.
Estoy jodida.
—Un poco, pero sobrevivirás. Llama a tu casa y di
que te ha dejado.
—¿Y por qué no puedo decir que lo he dejado yo?
—Porque les sonará igual que lo del novio
canadiense.
—Eres mala persona, ¿lo sabías?
—Solo estaba bromeando, llama y di que habéis
terminado por incompatibilidad de caracteres.
—¿Y tener que soportar una comida llena de
lamentos y cuidados intensivos tras un nuevo fracaso
amoroso? No sé yo…
—Joder, Brooke, cualquiera diría que tu familia es
horrible, todo son pegas. Son tus padres, no los
primos hermanos del payaso de It.
—Mi madre y mi hermana, igualitas a las gemelas
de El resplandor.
—¿Qué dice Dina de todo esto? Sé que se lo has
contado, es tu otra mejor amiga —dijo con la habitual
molestia que le provocaba mi complicidad con Di.
—Está convencida de que a Samuel le gusto y ha
insinuado que me haría el favor si se lo pidiera.
—¿Le gustas? —Abrió los ojos como platos.
—A veces pienso que sí, aunque no se lo he
reconocido a Di, y otras, creo que solo es amable
porque piensa que soy la mejor empleada de la
cafetería.
—¿Por qué no lo intentas?
—¿Tú también te has vuelto loca? Es mi jefe, mi je-
fe —separé la palabra en sílabas—, ¿qué parte de eso
no entendéis? No puedo utilizarlo para algo así, es
contraproducente y raro.
—Un jefe que está muy cañón, deberías
enamorarlo, si le gustas, será fácil que caiga en tus
redes. Todo será muy real de cara a tus padres, muy
fluido y sincero, puede ser todo un éxito.
—¿En mis redes? —No pude evitar reírme ante
aquella frase hecha tan obsoleta—. Vuelvo a repetir,
es mi jefe.
—Y está colado por ti, tienes la solución delante de
tus narices y, además, está bastante bueno, repito.
—Y luego ¿qué?, ¿lo dejo sin más y voy a trabajar
como si nada? Y sí, es un hombre muy atrayente,
pero veo muchos inconvenientes, nunca me lo había
planteado y no puede ser diferente ahora.
—No sé, chica, no te quedan muchas opciones. O
se lo pides como favor, y quedas como una
desesperada, o lo enamoras, y lo llevas como un
novio de verdad. Luego siempre puedes hacer cosas
raras para que acabe dejándote él.
—No sé yo… Eso me recuerda a la película Cómo
perder a un chico en diez días.
—Ponte otra ronda —dijo mientras me rellenaba la
copa—, y pensemos bien en el plan mientras vemos
esa peli en Prime. Sacaremos ideas.
—No creo que consigas convencerme, casi que
empiezo a ver más factible el tema del prostituto.
—Cuesta quinientos dólares la hora.
—Entonces, veamos esa película y esa otra de
Novia por contrato —dije casi atragantándome con el
vino del susto que me había dado esa tarifa de chico
de compañía.
Bebimos, y apuntamos en una libreta todos los
puntos fuertes de aquella película y la otra, entre
risas, como si la vida fuera realmente una comedia
romántica que imitar, como si aquella idea que
empezábamos a vislumbrar, con perspectivas poco o
nada razonables, pudiera ser la solución a mis
problemas que, por otro lado, más adelante,
acabarían por parecerme estúpidos al conocer cuál
era la cara fea de la vida. Pero, en ese momento, el
confort que da el vino al abrigo de tu casa, la amistad
verdadera y el guapo de Matthew McConaughey
hicieron de las suyas para convencerme de que todo
parecía a pedir de boca.
La verdadera ignorancia no es la usencia de
conocimientos, sino el hecho de negarse a
adquirirlos, y yo, el conocimiento, lo había perdido
por completo.
13 de diciembre
Domingo
Tras seis copas de vino, el plan empezó a
parecerme maravilloso. Habíamos elucubrado un
montón de situaciones románticas sacadas de Novia
por contrato para conquistar a Samuel, y apuntado,
otras tantas de Cómo perder a un chico en diez días,
ambas protagonizadas por el mismo actor, así que
Samuel iba a ser mi Matthew McConaughey en
prácticas. Y digo en prácticas porque, cuando me
levanté, todo el plan se me vino abajo, el vino se
había evaporado de mis venas y la realidad me había
sobrevenido de golpe cuando vi las tres botellas
vacías que nos habíamos pimplado, sobre la
encimera.
—¿Y bien? —Mel salió de su habitación con el
pijama de reno que amenazaba con llevar todas las
Navidades.
—Es una locura, Mel —dije, mientras la observaba
poner la tetera, la cafetera definitivamente había
pasado a mejor vida.
—Ayer te pareció un buen plan, incluso
albergamos la posibilidad de que Samuel acabara
gustándote de verdad.
—Eso no va a pasar, mejor dicho, no quiero que
eso pase. —Me revolví el pelo nerviosa.
—¿Por qué no? Ya deberías haber superado lo de
Tom, han pasado tres años, se ha casado y tiene una
niña. No va a volver. Y tu jefe está bastante bueno,
seguro que has tenido fantasías guarras con él, es un
clásico.
—No es por Tom, eso está más que superado. Y
puede que haya tenido algún sueño esporádico, pero
solo eso, no puedo pasar de ahí.
—¿Y por qué sigues llevando esa horrible camiseta
de los Meet como pijama, que se dejó aquí olvidada,
si afirmas haber superado lo de Tom? —Señaló mi
camiseta de dormir.
—Porque es cómoda.
—Sí, claro, muy lógico todo. —Puso las bolsitas en
las tazas y las llenó con agua caliente.
—Bueno, al tema. —Di una palmada para volver al
asunto que nos interesaba, más bien a mí, pero ella
era mi cómplice—. Si lo hago, no pienso enamorarme
de él, es más, no creo que ni siquiera ese tipo de
sentimientos pudieran invadirme.
—Vale, iré a la farmacia a por la píldora
antisentimientos del día después.
—No me va a hacer falta nada de eso.
—Piensa que es una posibilidad, ya lo viste en las
dos películas y has reconocido que se te ha aparecido
en sueños como Dios lo trajo al mundo.
—Pero son eso mismo, películas, están hechas
para gustar y generar ilusiones, esto es muy distinto.
—Esto es la vida real, y tendrás que ir con la
cabeza muy fría si no quieres liarte.
—Ese es el único fleco que veo al plan.
—Creía que tenías bien claro que eso no te iba a
pasar…
—¿Qué intentas hacerme, bruja?
—Solo quiero que lo tengas presente y no entres
en un estado bipolar, tienes que mantenerte firme,
eso es todo.
—También puede que no lo consiga y no se
enamore de mí.
—Según Di, ya lo está. —Deslizó la taza y la puso
frente a mí.
—No lo está. Dice que quizá le guste un poquito.
—En cualquier caso, tienes la piedra en tu tejado
para mover ficha.
—¿Y qué hago ahora?
—Es domingo, él tampoco trabaja en domingo,
¿no?
—No, está Mike de encargado.
—Llámalo, invítalo a salir.
—¿Ahora?
—Son casi las once, no es tan raro.
—Igual ya tiene planes, es un poco precipitado.
—Estamos a trece de diciembre, todo es
precipitado, pero no tienes mucho más tiempo.
—Tienes razón, pero…
—No hay peros —cogió su móvil de la encimera y
me lo tendió—, toma, llama.
—Será mejor que lo haga desde mi propio móvil,
¿no crees?
—Sí, pero no quiero que te escabullas y te
encierres en tu cuarto para no hacerlo.
—No tengo pestillo.
—Lo sé, pero siempre puedes atrancar una silla.
—Tú dame ideas.
—Ve —estiró el brazo y me señaló la habitación—,
y vuelve con el teléfono y llama delante de mí que yo
te vea.
Mel podía ser muy obstinada, aunque aquel pijama
ridículo podía dotarla de menos autoridad, su cara se
valía por sí sola para acojonarte vivita.
Fui obediente, cogí el móvil de la mesita y volví al
salón-cocina, nuestro piso era chiquitito, pero muy
mono y acogedor.
—No puedo —dije, sosteniendo el móvil como si
fuera una granada que iba a explotar de un momento
a otro.
—Vale, no hace falta que llames, puedes mandar
un WhatApp.
—¿Y qué le digo?
—¿Quieres que lo haga yo? —Puso los brazos en
jarras, estaba en modo peligrosa.
—Claro, y que le mandes alguna berenjena, que
nos conocemos, Mel.
—Me gusta ir directa al grano.
—Por favor, dime qué le pongo que sea más propio
de mí.
—Invítalo a patinar.
—Yo no sé patinar.
—Por eso, tendrás la excusa perfecta para estar
todo el rato pegadita y agarradita a él, se le va a
poner la berenjena en modo on.
—No pienso acostarme con él bajo ningún
concepto.
—Tienes razón, hacerlo hoy sería demasiado
fuerte, se trata de enamorarlo, no de darle de comer
el pastel antes de la fiesta. Aunque sigo pensando
que ir a patinar es un plan romántico de Navidad.
—Me tiemblan las manos —dije, mirando el chat
virgen de Samuel, pues jamás le había enviado un
WhatApp fuera del grupo de trabajo.
—Lo haré por ti —dijo Mel, arrebatándome el móvil
de las manos.
—¡No, Mel!
—Nada de berenjenas, te lo prometo —dijo
mientas escribía a toda velocidad—. Listo. —Me
tendió el teléfono y, con un nudo en la garganta, leí
lo que le había enviado.
«Hace un día precioso y he pensado en ti, ¿te hace
dar un paseo y patinar sobre hielo? Besos, Brooke».
—¿En serio? ¿Hace un día precioso y he pensado
en ti? —repetí, eso era una declaración en toda regla,
lo que se le dice a una persona que te gusta y sabes
que es recíproco.
—Le va a encantar, siempre dices que es muy
sensible.
—Pero no de ese modo, no me dice esas cosas, no
se las dice a nadie. Lo que has escrito es una
declaración de intenciones más que evidente. Me
quiero morir. —Me tapé la cara con las dos manos.
—Puedes borrarlo si no te convence.
—¿Se puede hacer eso?
—Sí —dijo, cogiendo el móvil de nuevo—, pero me
temo que ya lo ha leído. —Apretó los dientes y me
dieron unas ganas tremendas de estrangularla.
—Joder, joder, joder. —Comencé a dar vueltas por
el salón como un hámster en una rueda.
—Tranquilízate.
—¿Que me tranquilice? Ni siquiera ha contestado,
debe estar flipando.
—Igual lo hemos pillado en el baño, y está
limpiándose, ya sabes…
—Lo tuyo no tiene fin, ¿verdad?
—Solo intento tranquilizarte.
—Primero enciendes la llama y luego apagas el
fuego.
—Oye, no me marques, yo solo quería ayudarte —
dijo molesta.
—Necesito aire fresco.
—Las ventanas son abatibles, ¿no pretenderás
bajar a calle en bragas y con esa horrible camiseta?
—Voy a subirme a una silla y sacar la cabeza, juro
que me estoy ahogando.
Cogí un taburete, que era más alto que las sillas
del comedor, y tiré de la cuerda de la ventana
cuando oí el tono de mensaje entrante de mi
teléfono.
—¿Es él? —pregunté con un hilo de voz.
—Es él —respondió Mel, con un gesto
indescriptible y asintiendo con la cabeza
—¿Buenas o malas noticias? —Agarré aquella
cuerda con fuerza.
La vi sonreír, pero eso no significaba nada, la
gente que va a dar malas noticias, a veces, por los
nervios, sonríe, y ella tenía motivos de sobra para
estar nerviosa, estaba a un pelo de atacarla si las
cosas se torcían por su culpa.
—Ponte guapa, tienes una cita. —Me enseñó la
pantalla del móvil desde su posición y pude ver uno
de esos grandes corazones palpitantes de WhatApp.
Que Central Park es uno de los lugares más
conocidos de Nueva York no es ninguna novedad. Al
igual que tampoco lo es que es una de las zonas más
activas y donde, quizá, más actividades navideñas
concentradas puedes encontrar. La extensión del
parque impresiona a primera vista con sus lagos
artificiales y sus grandes zonas verdes, donde
practicar deporte y, cómo no, la gran pista de hielo
presidida por un inmenso árbol a la que yo me
dirigía.
Vale. Lo tenía todo controlado, o eso creía, pero el
temblor de mi labio inferior decía todo lo contrario.
¿Qué narices se suponía que estaba haciendo?
Estaba nerviosa a la enésima potencia, no era una
cita a ciegas en la que no sabías a quién te ibas a
encontrar, yo conocía a Samuel, me caía bien y yo a
él, suponía, porque de no ser así, fingía muy bien en
el trabajo y no hubiera aceptado quedar conmigo.
La situación era que había pedido una cita a mi
jefe para conquistarlo, conseguir que se enamorase
de mí y llevarlo a la comida navideña en casa de mis
padres. Luego tendría que comportarme como una
idiota integral, para que él me dejara y no me
despidiera, porque ya sería muy fuerte que me
dejase como para despedirme después, palabras
textuales de Mel.
Conforme rememoraba el plan en mi mente, más
ganas me entraban de salir corriendo, era una
completa locura movida por dos películas de pacotilla
que, a pesar de haber tenido éxito en el cine, era
poco probable que lo hicieran en la vida real, por eso
se le llamaba ficción a eso que se mostraba en la
gran pantalla.
Miré a ambos lados para cerciorarme de que
Samuel aún no había hecho acto de presencia en las
inmediaciones, estaba a tiempo de mover mis
piernas y lanzarme a la carrera para volver a casa,
enviarle un mensaje cancelando la cita fingiendo
malestar y esconder mi vergüenza bajo el edredón
hasta el lunes. Pero al segundo vistazo, me gusta
comprobar bien las cosas, lo vi andando con paso
firme con un abrigo tres cuartos negro, un gorro de
lana calado del mismo tono que el abrigo y una
bufanda color granate envuelta en el cuello.
A pesar de que era obvio que había fijado la
mirada en él, Samuel levantó el brazo y me saludó en
el aire esbozando una sonrisa encantadora, echando
vaho por la boca, hacía un frío importante.
Cuando llegó a mi altura, la sonrisa aún no se le
había borrado de la cara, quizá iba a ser verdad eso
de que le gustaba un poquito.
—Qué bien que me hayas escrito, no lo esperaba
para nada. Me has sorprendido —dijo, posando su
mano, enfundada en un guante de piel negro, en mi
brazo.
Estaba elegante, a decir verdad, lo vi guapo, más
que de costumbre. Supongo que el uniforme de la
cafetería no nos sienta tan bien como creía.
—Hay días que me apetece hacer cosas nuevas y
he pensado que tú y yo nunca hemos quedado para
hacer algo fuera del trabajo. Creo que eres el único
con el que no he quedado, tampoco con Mike, pero
con él eso lo veo más difícil.
—Supongo que es porque soy el jefe e impongo.
—Te respetamos, pero imponer, imponer, no es la
palabra exacta —dije más relajada, siempre era fácil
hablar con él, debería haber contado con eso para
templar mis nervios.
—Así que me veis como un pelele —dijo aún
sonriendo.
—Esa palabra es horrible, yo diría mejor como un
amigo.
—Entonces los amigos deberían quedar más a
menudo. —Se encogió de hombros y yo asentí.
—Siento haberte excluido de la lista y no haberlo
hecho antes. Aunque no me negarás que esto es un
poco… ¿raro?
—No te preocupes, siempre hay una primera vez
para todo, y te repito, me ha encantado que me
escribieras y no me parece para nada raro.
—¿Paseamos un poco? Me estoy quedando tiesa
de estar aquí parada.
—Sí, claro, tú me has citado, tú mandas.
Comenzamos a andar en silencio, hay que ver lo
difícil que es entablar una conversación fuera de tu
área de confort, y la nuestra era la cafetería. En la
calle perdíamos un poco el guion, éramos tan solo
dos personas que tenían que socializar a la fuerza, y
toda la fluidez del principio se había cortado de raíz.
—Así que te gusta patinar —dijo, rompiendo el
incómodo silencio.
—La verdad es que se me da fatal.
—Y me invitas a la pista de hielo porque…
—Tal vez a ti sí te gusta.
—Me gusta, pero también soy muy malo.
—Entonces va a ser muy divertido. —Reí,
imaginando qué poco romántico iba a resultar el plan
si los dos pasábamos más tiempo en el suelo que
intentado deslizarnos sobre el hielo.
—Podemos hacer otra cosa si quieres.
—Podemos hacer cualquier cosa, no me importa,
ya te he dicho que lo he propuesto por proponer algo.
Es Navidad, supongo que es un clásico.
—No me gusta mucho la Navidad —dijo.
—¿Y eso por qué? Creía que sí te gustaba, siempre
te veo muy implicado en la cafetería en esta época
del año.
—Que no me guste a mí, no significa que al resto
del mundo no, es un negocio, hay que complacer a la
gente.
—Visto así. —Ladeé la cabeza en su dirección.
—¿Te decepciona que no me guste?
—No, lo entiendo, creo que es una época que
amas u odias, no hay término medio.
—Tampoco la odio, esa palabra es muy fuerte.
—Entonces, eres el término medio, vaya, y yo creía
que no existía.
—Creo que la tarde va a ser interesante.
—¿En qué sentido?
—En las cosas que vamos a descubrir el uno del
otro que todavía no sabemos. A veces te creas falsas
expectativas de la gente.
—¿Te has hecho alguna expectativa conmigo? —
Aproveché la ocasión para indagar más sobre las
posibilidades que tenía de enamorarlo y de que mi
plan saliera a la perfección.
—Algunas, pero solo sé que odias trabajar los
sábados, que no te gusta el chocolate con menta y
que tu villancico favorito es Carol of the bells.
—¿Tanto lo pongo?
—Sí, pero como soy el término medio, te confesaré
que a mí también me gusta.
—Tiene una armonía muy tétrica, creo que me
gusta por eso.
—Opino exactamente lo mismo que tú, impresiona.
—Vamos por buen camino, ya tenemos algo en
común, una especie de filia con Carol of the bells.
—No somos dos desconocidos, eso también ayuda
a que la tarde fluya. ¿Cómo me has dicho? —se
agarró el mentón y miró al cielo—, ah, sí: «Hace un
día precioso y he pensado en ti» —dijo, haciendo que
mis mejillas se enrojecieran.
—Igual me he pasado un poco.
—¿Eso crees? —Se paró en el sendero y me miró
esperando una respuesta.
—Bueno, no sé, igual te ha sonado un poco
exagerado.
—Me ha gustado, a nadie puede disgustarle que
piensen en él en un día bonito.
—Entonces no me queda otra que decirte que lo
he dicho sinceramente.
Lo verdaderamente sincero, es que lo había dicho
Mel, que yo no había tenido nada que ver con aquella
frase que tanto parecía haberle gustado, pero era
parte del plan y debía fingir ser esa persona
maravillosa y capaz de soltar piropos tan manidos
como ese.
—Lo has dicho, y me quedo con eso. ¿Un café?
—Esa debería ser nuestra verdadera filia, es de
masocas meterse en una cafetería en nuestro día
libre.
—Tienes razón, creo que lo de patinar ya no suena
tal mal.
—¿Te estás dejando invadir por el espíritu
navideño y las luces de Grand Central?
—Me apetece invadirme un poco de ti.
Aquello me sonó fuerte. La palabra invadir se
podía utilizar en términos románticos, pero nosotros
no estábamos aún en ese punto, ¿o sí? Si así era, el
plan iba a funcionar más rápido de lo que yo había
pretendido, pero lejos de aflojar, lo cierto es que
debía acelerar si quería llegar a mi objetivo, que no
era otro que conquistar a un tío en trece días.
—Dirás reírte, ya te he dicho que soy muy mala.
—Si me río no será de ti, te aseguro que será
contigo. ¿Vamos?
La pista Wollman Rink, entre la 62nd y la 63rd,
solía estar abarrotada de gente. Lo aconsejable, si
querías verdaderamente disfrutar del patinaje, era ir
entre semana o a primera hora de la mañana o de la
tarde, y no era el caso. Eran las siete de la tarde de
un domingo en fechas navideñas, así que tuvimos
que guardar cola para coger unos patines de alquiler.
—Se me están quitando las ganas —dije presa del
pánico, no me gustaba hacer el ridículo.
—Ahora estamos a punto de conseguir los patines,
no seas gallina, hemos quedado en que iba a ser una
tarde de descubrimientos.
—No quiero descubrir lo que duele partirte un
hueso.
—Es casi imposible que caigas al suelo, hay tanta
gente en la pista que caerás sobre algún cuerpo
mullido.
—Así que das por hecho que me voy a caer, eso no
me ayuda, Sam.
—¡Sam! Nunca me habías llamado de ese modo.
—Lo siento, ¿no te gusta? Creo que es más
cariñoso. —Le acaricié el antebrazo
intencionadamente y comprobé que tenía un brazo
bien formado y duro.
—Me gusta, mis amigos suelen llamarme así.
—Y como ahora somos amigos… —Hice una caída
de pestañas espectacular.
—Muy buenos amigos, mira, ya nos toca —dijo,
cuando la pareja de delante dejó libre el mostrador.
Frente a nosotros, que apenas conseguíamos
mantener el equilibrio agarrados a la valla, un
despliegue de patinadores, muchos como nosotros
completamente inexpertos, pero con pocas
consecuencias dado el poco manejo, y otros para los
que la cosa terminó en tragedia. Se les podía ver en
la cara que el golpe les había hecho realmente daño.
—No voy a poder moverme de aquí, ¿has visto la
cara de ese niño? Era un verdadero poema.
—Definitivamente voy a apuntar que eres una
cagueta en mi lista de descubrimientos de Brooke.
—Oye, no soy ninguna cagueta, tan solo no quiero
lesionarme y tener que pillarme una baja en esta
época del año.
—Responsable, eso también lo voy a apuntar,
aunque ya lo sabía y tienes vacaciones pronto, así
que tendré que prescindir de ti de todos modos.
—Me tienes en muy buena consideración, ¿por
qué?
—Eres una buena trabajadora, los clientes siempre
hablan muy bien de ti, te sacas una buena pasta en
propinas y me has invitado a salir cuando mi plan
aburrido de domingo era hacer inventario.
—La gente suele pensar que ser jefe es lo más
fácil, pero tú trabajas mucho, incluso más que
nosotros. Nos cuidas muy bien.
—La buena armonía laboral empieza por ahí, en no
ser un tirano y tratar a los demás como te gustaría
que te tratasen a ti.
—Pues lo has conseguido, Coffe Mazo es la mejor
cafetería de Manhattan y, además, los empleados
nos sentimos como en casa.
—Me alegra oírtelo decir, creo que va a ser
terapéutico quedar contigo.
—Así soy yo, una psicóloga andante.
—Pero una cagueta, venga, soltémonos, yo te
agarraré, si caemos alguno, lo haremos juntos.
—Júrame que no me soltarás.
—Te lo prometo.
Nos deslizamos primero medio metro con la
estabilidad de un tentetieso, parecíamos dos
personas en un programa de rehabilitación de
lisiados de guerra, pero conseguimos completar un
total de cinco, más o menos, no tenía un medidor
láser insertado en los ojos.
—No sé lo que voy a poder aguantar sin caerme.
—Lo tenía tan agarrado de la manga del abrigo que,
si no hubiera sido por los guantes, hubiera visto mis
nudillos blanquecerse por la presión.
—Lo estás haciendo muy bien.
—¿Estás? Lo estamos haciendo muy mal, no me
has engañado cuando me has dicho que se te daba
fatal.
—Por lo menos lo intento, eras tú la que querías
abandonar antes siquiera de poner un pie en la pista.
—Apunta que soy precavida.
—¡Cuidado! —gritó al punto que uno de los
patinadores experimentados pasó por mi lado a toda
velocidad, desestabilizándome por completo.
Mis pies iban a su bola enfundados en aquellos
patines, lo intenté, juro que intenté no caerme y
arrastrar a Sam conmigo, pero era la crónica de una
muerte anunciada.
—¿Estás bien? —dijo sobre mí, muy cerca, más de
lo que me hubiera gustado, descubriendo que tenía
unas motitas marrones como pecas oculares, que
hacían de sus ojos azules algo interesante de
contemplar.
Nos quedamos un buen rato sin decir nada, vi
cómo sus pupilas se dilataban y contraían al compás
de las luces navideñas parpadeantes. Aproveché
para hacer un escrutinio completo de sus facciones a
vista corta. Su nariz era casi perfecta, aunque se
doblaba sutilmente en la punta hacia la derecha, y
sus labios gruesos, a esa distancia, se podía apreciar
la línea abultada del contorno, como si se la hubieran
dibujado. Era sexi, muy sexi, invitaba a ser besada,
pero no lo hice, no hubiera sido una reacción normal
por mi parte, ya me había recreado demasiado y
aquello podía resultarle perturbador.
—Lo siento —sacudí la cabeza—, me he quedado
algo aturdida por el golpe.
—Deberíamos levantarnos o nos arrollarán de
nuevo.
Sam se incorporó el primero, poniéndose de
rodillas y ayudándose de mis manos para ponerse en
pie, después yo hice lo mismo y me abrazó para
sostenerme y estabilizarme, pero me agradó mucho
estar tan aferrada a él y hubiera aguantado un ratito
más en esa postura, oliendo de cerca su perfume
intenso, que albergaba parte de las solapas de su
abrigo y la punta de la bufanda, impregnando cada
prenda con su olor. Nunca lo había tenido tan cerca,
olía a madera, cítricos y almizcle, y me sonrojé por
haber manifestado abiertamente a Mel que, alguna
vez, había soñado con Samuel, exponiendo, por
mucho que quisiera negarlo, que había pensado en él
de forma indecorosa, y ese abrazo me supo a gloria.
—Ahora sí que voy a necesitar un café.
—¿Qué tal si cenamos algo? Ya es hora de meter
algo en el estómago.
—Me parece bien, tengo hambre.
—Salgamos de aquí. —Me solté de su abrazo, pero
no del todo, pues él me cogió la mano para salir de la
pista y, sin saber cómo, recorrimos los cinco metros
que nos separaban de la salida como patinadores
semiexpertos. Eso sí que era un verdadero milagro
navideño.
14 de diciembre
Lunes
Después de la intrépida aventura en la pista de
patinaje, Sam y yo cenamos una pizza en un local
pequeño y acogedor de Little Italy.
Hablamos de muchas cosas, pero nada profundas,
fue una conversación banal pero agradable, en la que
volví a distraerme un par de veces en las facciones
de su cara. Nunca había reparado en que era más
guapo de lo que parecía a primera vista. Supongo
que, cuando a un cuerpo le acompaña una
personalidad agradable, la belleza aumenta
exponencialmente, como una casa de arquitectura
curiosa a la que engalanas con objetos bonitos. Así
era la química de las cosas, y Sam y yo la teníamos,
así que mi plan llegaría a buen puerto con poco
esfuerzo. Tal vez yo necesitase un poco más de
ayuda para no desviarme del objetivo, Sam era
encantador. No es que no estuviera dispuesta a
enamorarme, simplemente no me encontraba en ese
punto. Quería disfrutar un poco más de mi soltería y
curar del todo las heridas del pasado, pero era
consciente de que utilizar aquella camiseta de los
Meet, como pijama, eliminaba todas las plaquetas
cicatrizantes y curativas.
Aunque había intentado explicarle a mi madre en
varias ocasiones que no entraba en mis planes
comprometerme con nadie a corto plazo, ella entraba
en modo dramático, haciéndome creer que, si
esperaba más, sería como esas mujeres chinas que a
los veinticinco se desechan como a las bolsas de
lavar calcetines. Era imposible que me entendiera.
Que nombrase a Tom, y se refiriera a él como la
oportunidad de mi vida, resultaba poco alentador y
no ayudaba a sanar mi corazón maltrecho. Ese
hombre me dejó para irse con otra, me dio una
patada en el trasero, así que no sabía cómo tomarme
esas palabras de mi madre.
—¿Y la camiseta? —preguntó Mel cuando llegó a la
cocina y me vio con la pareja de su pijama de reno.
No sé por qué se empeñaba en madrugar tanto si no
tenía que desplazarse para trabajar. Era escritora y
tenía la oficina en casa, y en su mano la propia
gestión del tiempo.
—Ahí. —Le señalé el cubo de la basura.
—Así que la cita fue bien. —Levantó las cejitas.
—Sí, pero no la he tirado por lo que estás
pensando. Tan solo es que quizá sí estaba retrasando
algunas cosas porque Tom aún tiene un lugar
importante en mi ego personal.
—Me alegra que te hayas dado cuenta. Siento no
haber estado anoche cuando llegaste, pero Daniel
me llamó y una necesita de vez en cuando darse un
garbeo.
—¿Por qué no has dormido con él?
—Porque ronca y porque me gusta verte antes de
que te vayas al trabajo.
—¿Por eso madrugas tanto?
—Claro, ¿qué te pensabas, que me había hecho
adicta al yoga al alba?
—Contigo cualquier cosa es posible, como
necesitas inspiración…
—Es que tú me inspiras mucho. Puede que escriba
sobre ti la próxima vez.
—No sé si sería capaz de leer el libro, descubriría
lo que realmente piensas de mí.
—Le pondré otro nombre a la protagonista. —Me
guiñó un ojo y le dio un golpe seco a la cafetera—.
Tenemos que comprar una, necesito el café.
—Cómprala en Amazon, luego te doy mi parte. —
Le di un beso en la mejilla antes de correr al baño
para vestirme y salir pitando al trabajo.
—Vale, pero me debes los detalles de la cita —me
gritó desde la cocina—. Esta noche, tú, yo y un vinito.
—Hecho —le respondí desde el baño antes de
cerrar la puerta.
Los villancicos pop que cantan los voluntarios de
Salvation Army, vestidos de Papá Noel, acompañados
de una campanilla, hacen que a los neoyorquinos les
cambie el gesto a su paso. Dejan de ser tan serios y
altivos y, esa mañana, me los crucé cuando salí del
metro arrancándome una sonrisa.
Había crecido en Long Island, pero llevaba seis
años viviendo en la Gran Manzana, así que me sentía
una neoyorkina más. A excepción de que no me
consideraba nada altiva y tampoco seria, pero no era
una neoyorkina original, más bien de adopción y no
se me había pegado todo. Algunas cosas propias
seguían muy arraigadas en mí, por suerte.
—Vaya, el día libre te ha sentado bien, hoy tienes
mejor cara —me dijo Dina, cuando me vio entrar.
—Gracias. He visto a los voluntarios de Salvation
Army y me han alegrado la mañana.
—Con que poco te conformas —puso los ojos en
blanco—, el jefe te ha dejado una nota en el almacén.
—¿Una nota? ¿De qué se trata?
—Está dentro de un sobre cerrado, ¿yo qué voy a
saber? —dijo, alzando las manos y moviendo las
palmas en el aire como si fueran unas maracas.
—Me cambio y vuelvo.
—Tranquila, tómate tu tiempo —me dijo—. Puede
que en ese sobre haya instrucciones de una misión
secreta.
—¿Misión secreta? —No sé si pudo apreciarlo, pero
al oírle decir aquello di un respingo.
—Es una broma. ¿Qué narices te pasa? Se te ha
descompuesto la cara —dijo, moviendo la mano
frente a mí, como haciendo un borrón en el aire muy
típico de los afroamericanos como ella.
—Ahora vuelvo —dije, escabulléndome de aquella
conversación, intrigada por el contenido de esa nota.
En efecto, allí estaba, en el rincón del almacén que
había pillado a modo de taquilla. Todos teníamos un
lugar allí para dejar nuestras cosas y cambiarnos al
principio y al final de cada turno. Un pequeño sobre
color beis encima de mi uniforme, pantalón y camisa
negra con delantal verde, todo un clásico.
La cogí con cierto temor. No había hecho nada
malo. La cita de ayer había fluido bastante bien,
incluso habíamos tenido algún que otro momento
intenso y, además, estaba segura de que Dina no se
había ido de la lengua contando que estaba
buscando un novio postizo para Navidad, pero un
cierto nervio palpitante se había hecho un hueco en
el centro de mi pecho.
«Ningún sobre tan pequeño y delicado puede
albergar malas noticias», me dije. Y así era.
«¿Tienes tiempo para seguir descubriendo cosas
nuevas?
Te espero en la 34 con la Quinta Avenida cuando
salgas del trabajo.
Fdo. Sam »
Sentí un gran alivio y esbocé una sonrisa sincera
tras leerla. Una especie de afecto, más allá del que
se puede sentir por un amigo, empezó a invadirme.
Era normal, si tenía en cuenta que nadie había tenido
un gesto tan bonito e inesperado conmigo. Ni
siquiera Tom tras cinco años de relación, en los que
fui yo quien más dio y la que más perdió, cuando se
fue con la que ahora es su mujer. Perdí un poco mi
dignidad y orgullo, aunque estaba en vías de
recuperarlos a ambos, muy pronto.
Debí causarle muy buena sensación a Samuel, y
aquella nota, en la que claramente se le veía
dispuesto a continuar teniendo citas, me dejó un
buen sabor de boca. A todos nos gusta gustar y ese
parecía ser el caso: le gustaba. Sin ser realmente
consciente, tomé la decisión de seguirle el juego. A
nadie le hace daño un poco de acción de vez en
cuando, ya había hibernado mucho y necesitaba un
poco de emociones fuertes, y eso lo era. Era
extremadamente fuerte, teniendo en cuenta que ese
hombre era mi jefe y que me había dejado una nota
tan personal en el trabajo.
—Otra vez estás sonriendo tontamente, pasas de
la alegría a la tristeza y vuelta a empezar como si tal
cosa. ¿Qué has tomado?
—Una decisión, Di, una decisión —dije, guardando
aquel sobre en el bolsillo de mi delantal.
—¿Piensas contármelo ya o tengo que sacártelo
con el desatascador del baño?
—Luego te cuento, entran clientes.
Desvié el tema. Confiaba en ella, pero era un tema
delicado que era mejor preservar por el momento.
Con que Mel y yo lo supiéramos era más que
suficiente. Necesitaba tiempo para pensar en qué
decirle, pues Di no se conformaría con evasivas, ya
eran tres años los que nos conocíamos y sabía que
no se iba a rendir hasta sacarme toda la información,
así que necesitaba decirle algo que la satisficiera y
dejase de preguntar.
Un par de horas después, tal y como había
vaticinado, Mike hizo acto de presencia para cubrir
nuestra media hora de descanso y Di volvió a la
carga.
—Mira qué es raro, Mike. Lo voy a llamar Mike, el
Silencioso —dije antes de darle un bocado a mi
sándwich de pavo en el almacén.
—No vas a conseguir que me olvide de todos los
asuntos que te traes entre manos. Te recuerdo que te
quedan doce días para encontrar a un tío o ¿ya has
desestimado esa idea descabellada?
—¿La verdad?
—La verdad, Brooke. —Arrugó el papel de estraza
de su bocadillo con la mano y lo encestó en la
papelera.
—He conocido a un tío.
Los ojos se le abrieron como platos.
—Cuéntamelo todo. —Juntó las manos y apoyó los
dedos en su labio inferior.
—No hay mucho que contar, solo que es
estupendo, el candidato perfecto.
—¿Dónde lo has conocido? ¿Cómo se llama?
—En Central Park, ayer, se llama… Max.
Mentí, no sé si piadosamente o no, tan solo lo hice.
Quería preservar un poco mi intimidad con ese tema,
no necesitaba más justificaciones.
—¿Max, en Central Park? —Arrugó el ceño—.
¿Estás segura de que no era un perro? —Rio después.
—Muy graciosa. Era un hombre, además muy
guapo, muy atento, muy todo.
—Vaya, chica con suerte, y suerte la de Max,
porque tú también eres fantástica, amiga —me dijo,
apretándome la mano y haciéndome sentir mal por
mentirle. Aunque no era una mentira del todo, salvo
por el nombre, era cierto que nos vimos en Central
Park.
—Gracias, pero no soy para tanto.
—No te menosprecies. Ese cabrón de Tom te ha
hecho mucha pupita aquí —señaló mi corazón
hincando el dedo—, tienes que aprender a valorarte y
recuperar toda la autoestima que ese malnacido te
quitó.
—En ello estoy.
—Y aquí me tienes —se levantó de la caja en la
que estaba sentada y se limpió las migas del
pantalón—, para todo lo que te haga falta. Solo siento
que el pobre Samuel se va a quedar hecho polvo
cuando sepa que ya no estás libre.
—¿Otra vez con eso? Además, mi vida privada no
le interesa a Samuel, así que espero que mantengas
la boca cerrada, no me apetece dar demasiadas
explicaciones.
—Soy una tumba, cuando tú quieras contarlo o
presentarlo, es cosa tuya. —Pasó un dedo a través de
su labio simulando una cremallera.
—Bien, pues a trabajar.
—¿Qué decía esa nota? —dijo antes de cruzar la
cortina de cuentas, parándose frente a ella e
impidiéndome el paso.
—¿Qué nota?
—¿Recuerdas que he sido yo la que te lo ha dicho?
¿A qué viene tanto secreto?
—Ah, la nota —me hice la despistada—, era sobre
un pedido de café colombiano, quiere que me
encargue de hablar con el proveedor, como tengo
don de gentes. —Me encogí de hombros.
—Ya… —dijo poco convencida.
—Venga, salgamos ya. Que Sam no esté aquí, y no
sé por qué, no nos da derecho a escabullirnos.
—Era un cheque, ¿verdad?
—¿El qué?
—La nota, ¿qué va a ser? Todos sabemos que
contigo hay un trato de favor, no sienta bien, pero el
jefe hace lo que quiere.
—¿Qué trato de favor, quién dice eso?
—Todos, Brooke, todos.
—Todos somos tú, Mike y Pam. ¿Acaso hacéis
reuniones clandestinas para hablar de mí?
—Cuidado, yo siempre te he defendido cuando
esos dos han insinuado algo, pero entiende que
puedan sentar mal ciertos favoritismos.
—Pues no es mi intención, yo no le obligo a ser
amable conmigo o darme un diez por ciento más de
las propinas.
—Haré como que no he oído eso.
—Te daré un cinco de mi extra, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, sé que lo haces porque me valoras y
no porque te hayas ido de la lengua.
—Exactamente. Ahora mueve el culo o Mike
seguirá arrojando mierda sobre mí, y esta vez te
arrastro conmigo. —La empujé cortina afuera.
A las 17:45 ya estaba plantada en la acera de
enfrente del punto de la ciudad donde Sam me había
citado.
El Empire State Building se alzaba imponente en la
calle 34. Allí estaba la entrada del observatorio y el
emblemático vestíbulo de la Quinta Avenida,
engalanado con sus adornos art déco. Era el estilo
distintivo del edificio y conseguía que el interior del
Empire State Building brillase con sus luces
mundialmente conocidas.
Desde la planta baja hasta la brillante antena,
difundía el espíritu navideño por todas las esquinas
de la ciudad de Nueva York. La novedad, ese invierno,
era la calefacción radiante que ofrecía un mayor nivel
de confort a las personas que visitaban el mirador
exterior de 360º de la planta 86 del Empire.
—¡Has venido! —La voz de Sam me sorprendió por
detrás.
—Claro, ¿qué te creías? Eres mi jefe, tengo que
obedecerte —bromeé.
—No en tu tiempo libre. Igual acabas cansándote
de verme tan seguido en todas partes.
—Bueno, hoy no has venido a la cafetería, supongo
que llevas una ausencia de ventaja. Aunque podías
haberme escrito un mensaje de WhatApp para
quedar.
—Podría haberlo hecho, pero me parece algo
impersonal. Se ha perdido el romanticismo con esa
aplicación que sirve para avisar de cualquier cosa y
para hablar con cualquier persona.
—Así que intentas ser romántico conmigo. —
Sonreí.
—Claramente, para qué negarlo. Tú no eres
cualquier persona. —Él también sonrió y se rascó la
nuca.
—¿Qué vamos a ver? —Cambié de tema.
—Es una sorpresa. —Me cogió la mano y tiró de mí
para cruzar a toda velocidad, tentando a la suerte de
sufrir un atropello.
—No me lo digas, algún famoso va a hacer una
aparición estelar.
Era bastante común en esa época del año que el
Empire State Building ofreciera un escaparate festivo,
organizado por Radio City Rockettes y diseñado por la
agencia Mark Stephen Experiential, que incluía
conciertos y apariciones sorpresa de celebridades.
—Mejor espera a estar dentro, no seas impaciente
—me dijo, cediéndome el paso al edificio.
Las decoraciones y ornamentos en tonos clásicos
dorados, bronce y plateados realzaban la
arquitectura del vestíbulo. Era precioso y te dejaba
sin aliento. Eché de menos esa época en la que hacía
fotos allá donde iba con mi cámara a cuestas. Ahora
me conformaba con hacer alguna poco profesional
con el móvil. Aunque las prestaciones de esos
aparatos habían mejorado mucho, no se podía
comparar con el objetivo de una buena cámara.
—Esto es…
—Bonito, ¿verdad? Aunque no sea un fanático de
la Navidad he de reconocer que impresiona.
—Nunca había entrado en Navidad, siempre me he
conformado con verlo desde fuera a pesar de vivir
aquí seis años, no tengo perdón.
—Ya te he dicho en mi nota que ibas a descubrir
cosas nuevas.
—Pero esto no podías saberlo.
—Entonces los dos hemos descubierto cosas
nuevas.
—Eso es cierto, oh, mira, es un coro —dije al punto
que una veintena de personas se posicionaba bajo el
árbol que presidía el centro del vestíbulo.
—Estate atenta —me dijo, y yo tan solo asentí sin
perder de vista a toda aquella gente con túnicas
rojas.
Hark how the bells
Sweet silver bells
All seem to say, thow cares away
Comenzó a cantar un solista y los pelos se me
pusieron de punta. Vi a Sam de reojo mirarme
emocionado, pero yo no podía apartar la vista de
aquella gente que había comenzado a cantar unida,
haciendo que sus voces retumbaran en la acústica de
aquel vestíbulo.
Christmas is here,
bringing good cheer to young and old,
meek and the bold…
No sé en qué momento se me saltaron unas
lágrimas por la emoción, era lo más hermoso que
había visto hasta el momento, nunca me cansaba de
escuchar aquel villancico en todas sus versiones,
pero la que estaba viviendo en ese momento me
pareció tan espectacular que me fue imposible
contener el llanto. No solo se llora por las cosas feas
de la vida, también por aquellas que te cargan de
emociones y alegría y, en ese momento, yo era muy
muy feliz.
Ding dong ding dong
Cuando el solista dijo las últimas palabras de aquel
villancico, arranqué en un aplauso interminable,
como esos monitos con platillos a los que les das
cuerda y no paran de golpetear las manitas.
—Ha sido impresionante —dije, sorbiéndome la
nariz todavía con la emoción en la garganta.
—Sabía que te gustaría y te debía una cita, aunque
ayer no quedamos en nada, quería sorprenderte.
—Me ha encantado, de verdad, he llorado y todo.
—Por un momento me he asustado, creía que
había fallado con el plan.
—Ha sido de pura emoción, ahora no sé con qué
voy a sorprenderte yo.
—¿Eso significa que he conseguido otra cita?
—Por supuesto, ayer lo pasé genial y hoy voy a
soñar con este momento mágico. Te debo una.
—Estarás cansada, es posible que quieras volver a
casa. No te he dejado tregua al salir del trabajo.
—No importa, podemos tomar algo primero si te
apetece a ti.
—Me parece fantástico. —Me ofreció su brazo para
que lo enhebrara y así lo hice. No quería irme a casa
por nada del mundo.
Si hay una imagen icónica de la Navidad en Nueva
York, esa es la del árbol de veintiocho metros de
altura del Rockefeller Center. El espectacular abeto
estaba decorado solo con pequeñas luces de colores
y, reposada sobre la cresta, una impresionante
estrella de Swarovski.
A los pies del árbol, la archiconocida pista de
patinaje de Rockefeller Plaza, así como los doce
brillantes ángeles con sus trompetas de bronce que
ya se habían convertido en todo un clásico de la
Navidad en Nueva York.
—Me encanta esta parte de la ciudad —dije,
acurrucándome contra su brazo.
—No lo dirás por la pista de hielo, ya quedó claro
ayer que no estamos hechos para el patinaje.
—Sin duda, una experiencia que, de momento, no
quiero repetir.
—Hay muchos fanáticos de esas piezas diminutas
en esta ciudad, ¿verdad? —dijo al ver las colas que
había para entrar en la tienda Lego que había en la
esquina de la plaza.
—¿No jugabas de pequeño con esas piececitas
desquiciantes?
—Nunca tuve demasiados juguetes propios de
pequeño. Tenía que compartirlos la mayor parte del
tiempo.
—¿Tienes muchos hermanos?
—No, es lo que tiene cuando te crías en un
orfanato en Cold Spring —dijo como si nada,
dejándome impactada.
—Lo siento, no sabía nada.
—Nos estamos descubriendo, ¿recuerdas? —
Sonrió.
—Aun así, no tuvo que ser agradable.
—No te creas, tuve suerte, nos trataban bien.
—¿Y tu familia?
—No hay familia.
—Entendía que a los niños de los orfanatos suelen
adoptarlos.
—Suelen, pero no tuve tanta suerte. A veces pasa,
y me pasó a mí. Me crie allí, me dejaron con tres
meses y salí con dieciocho y un subsidio del estado.
Me metieron en un piso tutelado con otros chicos que
corrieron mi misma suerte, hasta que encontré un
trabajo y me independicé totalmente.
—Estoy impresionada, no tienes pinta de haber
tenido una infancia tan dura.
—¿Qué pinta tiene una persona a la que han
abandonado? —Me miró extrañado.
—No lo sé, no me malinterpretes, pero en los
programas de la tele de familias desestructuradas
ves cosas fuera de lo común.
—Es posible, pero no tenía ninguna familia para
imitar ni para bien ni para mal. Me criaron unas
monjas y asistentes sociales que trabajaban en el
centro, no viví ninguna situación precaria.
—Entonces no entiendo por qué no te gusta la
Navidad. Habiendo estado en un orfanato de monjas
durante toda tu infancia habrás vivido muchas
Navidades intensas.
—Quizá sea por eso, o porque ahora mismo no
tengo la suficiente ilusión para vivirla intensamente.
No tengo un mal recuerdo de las Navidades cuando
era pequeño, pero ahora es diferente.
—En ese caso, ya no estás solo, puede que te
vuelva esa ilusión. —Lo miré a los ojos y me dieron
unas ganas tremendas de besarlo. No sé si movida
por la pena, o porque realmente Sam tenía un efecto
sobre mí y mis emociones. Sus ojos desprendían una
ternura y serenidad que me desinhibían por
completo, moviendo una serie de sentimientos que
pugnaban por salir de manera espontánea.
—Todos estamos solos en el fondo. Pero, si te
refieres a acompañado, te agradezco que estés aquí
conmigo. Es cierto que estoy empezando a apreciar
lo bonito de esta época paseando contigo agarrada a
mi brazo.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro —dijo mientras emprendíamos la marcha
de nuevo.
—¿Yo te gustaba?
—¿Por qué lo preguntas en pasado?, me gustas, si
no, no estaría aquí contigo.
—No me he explicado bien, me refiero a si, antes
de que yo te enviara ese mensaje, sentías algo más
que amistad por mí.
Volvió a parar en seco, suspiró, me miró, esbozó
una sonrisa y dijo—: ¿Tanto se me notaba?
—Yo no me di cuenta, fue Dina la que me dijo que
me echabas miraditas en el trabajo, pero tampoco
estaba segura de que eso fuera cierto.
—¡Joder! Me va a dar vergüenza volver mañana.
—Por supuesto no le he dicho nada de que
estamos quedando. No sé cómo puede caer eso entre
los empleados cuando ya creen que soy tu favorita.
—Supongo que por eso nunca me atreví a pedirte
una cita. No es que tenga una estúpida regla sobre
las relaciones en el trabajo, creo que hay cosas que
no se pueden regir por normas, los sentimientos no
se pueden regular, pero entendía que a ti podría
parecerte raro o inapropiado, tu mensaje me
sorprendió para bien.
—Me alegro, pero me gustaría seguir
manteniéndolo en secreto.
—Descuida, por mí no hay problema.
—Ahora me pregunto cómo un chico, recién salido
de un orfanato de Cold Spring, consigue sin ayuda de
nadie abrir un negocio próspero en la ciudad de
Nueva York.
—Es una larga historia, ¿tienes tiempo para seguir
descubriendo cosas?
—Esa va a ser a partir de ahora mi pregunta
favorita y mi respuesta es sí.
—Cenemos entonces, hay mucho que contar.